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ire =. | mate mens ae blane Orr pBotie& 200} La amistad Maurice Blanchot Traduccién de J. A. Doval Liz revisada por la Editorial ile n TAL TR OTT A UNIVERSIDAD DINGO PORTALES HIGLIGTECA CENTRAL Esta obra se beneficia del apoyo del Servicio de Cooperacién y de Accién Cultural de la Embajada de Francia en Espafta y del Ministerio francés de Asuntos Exteriores, en el ‘marco del Programa de Ayuda a la Publicaci6n (RA.P. Garcia Lorca) LA DICHA DE ENMUDECER Titulo original: Lamnitié © Editorial Trotta, S.A., 2007 Ferraz, 55. 28008 Madrid Teléfono: 91 543 03 61 Fox: 91 543 14 88 ditorial@trotta.es http://veww.trotia.es E-mail: © Editions Gallimard, 1971 © J.A. Doval Liz, para la traduccién, 1976, revisada por la Editorial Traduccién reproducida con autorizacién de Santillana Ediciones Generales, S.L. ISBN: 978-84-8164-761-7 Depésito Legal: M. 13.895-2007 Improsién Forndndor Cludac és mi amistad cémplice: es0 es todo lo que mi humor aporta a los demas hombres.» «... amigo hasta ese estado de amistad profunda en que un hom- bre abandonado, abandonado por todos sus amigos, encuentra en la vida al que, él mismo sin vida, le acompafiard més allé de la vida, capaz de la amistad libre, desapegada de todo lazo.» (Georges Bataille) gil OTA CINIRAT rn i py, fa, INDICE Nacimiento del arte 1 El museo, el arte y el tiempo.. 20 El mal del Museo. 44 EL tiempo de las enciclopedias... 52 Traducit 58 Los grandes reductores.. 62 Literatura y revolucién 62 La industria de concienci 65 La literatura de bolsillo. 67 La improbable herejfa. 69 El hombre en el punto cero .. 72 Lentos funerales 81 Sobre un acercamiento al comunismo (necesidades, valores)... 89 Los tres lenguajes de Marx 94 EI apocalipsis defrauda .. 97 Guerra y literatnra.. 105 Hl rechazo.,.. Deatrult oy Ta palabra yana. Penttiatad Lawrence dod. XVI. XVII. XVIII. XIX. XX. XXI. XXII. XXII XXIV. XXV. XXXVI. XXVIL. XXVIIL XXIX. LA AMISTAD Combate con el angel... Sofiar, escribir Con una divisién violenta .. La facilidad de morir. La risa de los dioses ... Nota sobre la transgresién . Tierra: Caos... El rodeo hacia la sencillez. La caida: la huida. El terror a la identificacién. Rastros. La presencia, La vigilia El libro de las preguntas. Gog y Magog... Kafka y Brod... La ltima palabra... La palabra completamente iltima .. La amistad 10. 123 133 140 141 157 170 170 175 186 192 200 200 202 204 211 221 231 243 264 NACIMIENTO DEL ARTE flu muy cierto que Lascaux nos da la impresién de la maravilla: esa be- lez subterrénea, el azar que la ha conservado y revelado, la amplitud y extensién de sus pinturas, que no estan allf en estado de vestigios 0 adornos furtivos, sino como una presencia dominadora, espacio con- sagrado casi intencionalmente a la ostentacién y prodigio de las cosas fintadas, cuyos primeros espectadores debieron de sentirse afectados, tomo nosotros y con el mismo asombro ingenuo, por su maravillosa revelacién; lugar desde el que el arte irradia y cuya irradiacién es la de iin primer destello, primero y, sin embargo, consumado. Lo que nos petrafia, seduce y satisface en Lascaux es el pensamiento de que estamos asistiendo al auténtico nacimiento del arte y de que el arte en su naci- filento se revela tal que podra cambiar infinitamente e incesantemente Fenovarse, pero no para mejorar, que es lo que parece que esperamos lel arte: que, desde su nacimiento, se afirme y sea, cada vez que se afir- fia, A perpetuo nacimiento. Flite pensamiento es una ilusién, pero es igualmente verdadero, di- fige y eneamina nuestra btisqueda admirativa. Nos revela de una forma sensible esa extraordinaria intriga que el arte prosigue con nosotros imismoy y con el tiempo, La sorpresa de que Lascaux sea lo mas antiguo que existe y que sea como de hoy; que sus pinturas nos vengan desde un fmunido con el que no tenemos nada en comin y cuyos contornos apenas fodemos suponer pero que, mas alld de los interrogantes y problemas, foe hagan entrar en un espacio de fntimo conocimiento; esta sorpresa asampatia todas las obras de épocas desaparecidas, pero, en el valle del Vestre, donde tenemos, ademas, la sensacién de una época en que el Hombre acaba de aparecer, la sorpresa nos sobrecoge todavia mas, ti LA AMISTAD utilizada de su carencia. Pero Michel Leiris no ignora que ese vacio, del que querria asegurarse haciéndolo claridad y aptitud para ser claro, es un aspecto diferente de la obsesi6n por la muerte, bajo la cual vive y escribe: «la presciencia del momento nauseabundo en que todo vacilard... basta para hacer de mi... el centro de un mundo algodonoso donde no hay ya sino formas vagas... Nada canta en mis ofdos y, desde hace cierto mimero de afios, es muy raro hasta que mis noches sean animadas por suefios; se diria que todo lo que escapa a los Iimites de lo serio me horroriza...». «Quiebra» que le ha permitido «adquirir en contrapartida una cierta aptitud para ver las cosas de una manera seca y positi- va». Sélo que, sila literatura autobiografica puede de esta forma aparecer como una tentativa por dominar la fuerza de la disolucién que desvia, en tanto que no la ha superado virilmente, de sus obligaciones de hombre vivo —en particular, la de trabajar por la liberacin econdmica y social del mundo—, équé sucederia el dia en que una literatura tal hubiera alcanzado su fin y acertado a hacer callar en él la palabra vacfa y que no anuncia sino el vacfo, del que parece defenderse, después de las «confesiones dostoievskianas», como la amenaza suprema que en efecto contiene? Ese dia deberfa no s6lo renunciar a escribir, sino también, probablemente, dejarse petrificar por el espiritu de seriedad, forma diferente de impostura a la que no podria acomodarse. No le es, pues, posible ni vencer ni dejarse vencer. De ahi ese pacto de alianza que, al escribir, él sabe perfectamente que la escritura le obliga a concertar con el poder adverso, y que él formula de esta forma, timidamente: «Mientras la muerte no se apodere de mi, ella es, a fin de cuentas, una idea que no hay que descartar, sino a la cual més bien hay que amaestrar», XVII SONAR, ESCRIBIR Recuerdo la coleccién estrecha y delgada, titulada «L’Age d’or», en la que, al lado de obras francesas y extranjeras (entre otras: de Georges Bataille, de René Char, de Maast, de Limbour, de Leonora Carrington o bien de Grabbe y de Brentano), aparecieron las primeras Nuits de Michel Leiris, Hoy dia, en que podemos leer, en su sucesién fechada, esos suefios, compafieros de cuarenta afios, tal y como, precisamente, se han dejado transcribir, estamos por mirarlos como un complemento de vida, mejor atin, como un suplemento al proyecto de describirse y de aprehenderse por medio de la escritura que Michel Leiris profundizé sin descanso!. Quizés asf los lef antafio en un principio, y recuerdo el suefio impresionante que parecia inscribir en la noche misma esta vigi- lancia, esta investigacion que el autor de LAge d’homme ha puesto en el centro de su preocupacién de escritor: Despertar (con grito que Z. me impide lanzar), habiendo sofiado esto: introduzco mi cabeza, como para mirar, por un orificio casi parecido a un ojo de buey que da a un lugar cerrado y sombrio, andlogo a los gra- neros cilindricos de adobe que he visto en Africa... Mi angustia se debe a que, inclinandome sobre este espacio cerrado al que sorprendo en su oscuridad interior, es dentro de mi mismo donde miro. Se ve, sin embargo, que el sofiador no prosigue aqui de ningtin modo el proyecto de introspeccién al que parece atado de dfa, Se trata de una traduccién, de una tanseripeién en lenguaje nocturno de ese proyecto, 1 ia LA AMISTAD més bien que de su ejecucién; y la angustia no se produce por el des- cubrimiento de las realidades insdlitas que detentarfa el fuero interno, sino por el movimiento de mirar dentro de sf mismo, donde no hay nada que ver sino la opresién de un espacio cerrado y sin luz. Tres afios después, un nuevo suefio vuelve sobre este movimiento, tomandose esta vez directamente como tema: es el suefio de un suefio que finaliza, pero éste, en lugar de elevarse hasta el despertar por un esfuerzo de elevacién y de emergencia, invita socarronamente al sofiador a buscar una salida por debajo, es decir, a entrar en la profundidad de otro suefio que sin duda ya no cesara. Lo que tienen en comtin los dos suefios, lo que es captado y vivido por uno u otro en imagen, es el movimiento mismo de volverse: en el primero, vuelta sobre sf tal como una imaginerfa sencilla lo atribuye a la introspeccién; en el segundo, vuelta del suefio, como si se yolviese a fin de sorprenderse o vigilarse, identificandose entonces con una vigilancia inversa, un estado de vigilia en segundo grado a la busca de su propio término. Movimiento de rodeo caracteristico. El que suefia se aleja del que duerme; el sofiador no es el durmiente: unas veces sofiando que no suefia y en consecuencia que no duerme; otras, sofiando que suefia y de esta forma, por esta huida hacia un tiempo més interno, persuadiéndose de que el primer suefio no lo es, o bien sabiendo que suefia y despertan- dose entonces en un suefio muy parecido que no es otra cosa que una huida incesante fuera del suefio, la cual es caida eterna en un parecido suefio (y asf muchas otras peripecias). Esta perversién (cuyas consecuen- cias turbadoras para el estado de vigilia ha descrito Roger Caillois en un libro precioso)? me parece que guarda relacién con una cuestién que despunta ingenua, pérfidamente, en todas nuestras noches: en el suefio, équién suefia? ¢Cual es el

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