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JACQUES SOUSTELLE MIR ENEY DE LOS AZTECAS EN VISPERAS DE LA CONQUIST 188 — 13y HM : Pe alt = cee Londo & Coe, ce ee cong ny rae Fic. 43. Los orfebres hacian sus moldes mezclando barro y carbéa molide (Cédice Florentino). IV. El dia de un mexicano TL. La casa, Los MUBBLES, Los JARDINES He aguf que encima de los voleanes el cielo se aclara. La estrella de la maiia- na resplandece con un brillo de piedra preciosa: para saludarla, los tambores de madera resuenan en lo alto de los templos, y braman las trompas de caracoles marinos. Atin flotan sobre Ja Iaguna fajas de bruma en el aire helado de la altiplanicie, que luego se disuelven bajo los primeros rayos del sol. Comienza un dia. En las casas grandes 0 pequefias, de un extremo a otro de la ciudad asi como en las aldeas lacustres y en las chozas aisladas, el mundo despierta, Las mujeres, con abanicos tejidos, soplan el fuego que dormitaba entre las piedras del hogar y después, arrodilladas ante el metlat! de piedra voles- nica, comienzan a moler el mafz. El trabajo cotidiano se inicia con el ruido sordo de la mano del metate: asf ha ocurrido durante milenios. Un poco mds tarde, se escuchard el palmoteo ritmico que producen las mujeres al aplastar entre sus manos, con pequeiios golpes, la pasta de maiz. para con- feccionar las tortillas (#laxcalli). En los jardines y en los patios, los pavos picotean y cloquean. Los pies desnudos o con sandalias rozan la tierra de los caminos y los remos baten el agua de los canales. Todos se apresuran camino del trabajo diario. Muy pronto los hombres habrin partido, hacia la ciudad o hacia los campos, con frecuencia Ievando su iaca#l (colacién) en una bolsa, en tanto que las mu- jeres permanecen en casa. En una ciudad como México existfan, naturalmente, grandes diferen- 128 LA CASA, LOS MUEBLES Y LOS JARDINES 129 cias entre los diversos tipos de casas segiin el rango, la riqueza y la profe- sién de los habitantes. En los dos extremos estaban situados los palacios del © soberano y de los dignatarios, extensas construcciones a la vez privadas y “piiblicas, con numerosas habitaciones, y las chozas campesinas de los arra- bales, hechas de ramas y adobe con techos de hierba. La mayorfa de las casas eran de adobes; las mis modestas no tenfan més que una pieza principal —el hogar podia albergarse, en el patio, bajo una pequefia construccién separads—; el miimero de las habitaciones aumen- taba con los medios de la familia. Una casa “media” se componfa de una cocina, de una alcoba donde dorm(a toda la familia, de un pequeiio santuario doméstico; el bafio (zemazcalli) siempre estaba construido aparte. Si se podia, sc hacian mds habitaciones, y tendian a reservar para las mujeres una 0 varias alcobas separadas. Los artesanos tenfan sus talleres, y los comerciantes sus almacenes. La parcela sobre Ja cual se levantaba la casa rara vez estaba ocupada en su totalidad por as construcciones: comprendia un patio interior, un jardin donde, en el clima eternamente primaveral de Tenochtitlén, los nifios podian Fetozar, y las mujeres hilar y tejer. La mayor parte de esas parcelas limi- taba, a lo menos por un lado, con un canal; cada casa disponfa de su propio embarcadero: ast los comerciantes podian, por la noche, llegar sin ser vistos para almacenar sus mercancias? Lujosas o sencillas, las casas casi no diferfan entre si por lo que hace a los muebles. Como en Oriente, éstos se reducian a un extremo que, para nosotros, seria sinénimo de incomodidad. Las camas no cran otra cosa que esteras, més o menos numerosas y de mejor o peor calidad; una especie de baldaquino podia ponérseles encima, como sucedié con los Iechos que fueron asignados a los espafioles en el palacio de Axaydcaul. “‘...no se da mas cama por muy gran sefior que sea”..., observa Bernal Diaz. Lo mismo exacta- mente sucedia en las casas reales. La gente comin se las arreglaba con una simple estera que servia al mismo tiempo de asiento durante todo el dfa. La estera (petlatl) se colocaba sobre un estrado de tierra o de madera para mayor solemnidad, y servia de asiento no s6lo en las casas particulares, sino por ejemplo también en los tribunales. La palabra peilail sirve incluso para designar un tribunal o un centro administrativo. Sin embargo existia también un tipo de asiento més elaborado, el icpalli con respaldo, hecho de madera o de juncos, sobre el cual aparecen representados con frecuencia, en Jos manuscritos, Ios soberanos y los dignatarios.* Eran muebles bajos, sin pies; el cojin sobre el cual se sentaban cruzando las piernas reposaba directamente sobre el suelo. El respaldo, ligeramente inclinado hacia atrés, cra un poco més alto que la cabeza de la persona que ecupaba el asiento, Esos icpalli se fabricaban sobre todo en Cuauhtitlén, que debja entregar cuatro mil de ellos anualmente (y otra cantidad igual I | 130 EL DIA DE UN MEXICANO de esteras) como tributo.t Los mucbles destinados al emperador estaban recubiertos de telas o de picles y enriquecidos con adornos de oro. Los vestidos, las telas y las joyas de la familia se conservaban en cofres tejidos, petlacalli® nombre que también se aplicaba al “tesoro” del Estado y que vuelve a aparecer en el titulo del funcionario encargado de las finanzas imperiales, el petlacaleatl. Ni estos baiiles frdgiles, que eran simples cestos con tapa, ni las puertas, que carecian de cerrojos, oponfan una barrera seria a las actividades de los ladrones: de ahi la extrema severidad de las leyes que castigaban el robo. Cuando se queria proteger los bienes, era necesario cncerrarlos detrds de una pared falsa de Ia casa, como hizo Moctezuma para cocultar el tesoro de Axayécatl.? Las esteras, los cofres, algunos asientos, todo tejido: he aqui el moblaje de las casas aztecas, ya fueran ricas o pobres. En casa del emperador, y sin duda en las de los dignatarios, habia ademés algunas mesas bajas y unos biombos 0 mamparas de madera, ricamente adornados, que servfan para proteger contra el calor exccsivo de un hogar o para aislar momenténea- mente parte de la habitaciéa. ..."si hacia frio, escribe Bernal Diaz,! tenfanle hnecha mucha lumbre de ascuas de una lefia de cortezas de Arboles que no hhacfan humo; ef olor de las cortezas de que hacfan aquellas ascuas es muy oloroso, y porque no le diesen més calor de lo que él queria, ponfan delante tuna como tabla labrada con oro y otras figuras de fdolos... Y ya que comen- zaba a comer echabanle delante una como puerta de madera muy pintada de oro, por que no le viesen comer”. Observemos de paso el engorro del buen Bernal, que evidentemente jamis habfa visto mamparas en su casa de Espafia, Esta descripciéa nos muestra jgualmente que no existfa, ni siquiera en casa de los grandes, un “comedor": los aztecas tomaban sus alimentos en cualquiera de las habita- ciones. Amuebladas de esa manera, 0 mejor, casi vacias de muebles, estas casas debian parecer frias y desnudas, con sus suclos de tierra apisonada o enlosa- dos y sus paredes blanqueadas con cal. Es probable que hubiera frescos como adorno de las paredes en las casas ricas, y que sirviesen como colga- duras tejidos policromos o pieles de animales. Cuando se recibla a un invitado, el interior de la casa se adornaba con ramas de dtboles y con flores. Como calefaccién, se limitaban a quemar lea —la importancia de éta esté subrayada por la frecuencia con que aparece mencionada en las historias— y al uso de los braseros: en suma, métodos poco eficaces y, aun- que el clima de México haya simpre preservado a sus habitantes de los Figores del frio, seguramente algunas noches el descenso repentino de la temperatura hizo tiritar a los que dormian en las esteras. Mis felices que Jos romanos, cuyos procedimientos de calefaccién no eran mejores, los azte- as por lo menos estaban seguros de que, al llegar el dia, podrian desentu- LA CASA, LOS MUEBLES Y LOS JARDINES Br mirse bajo el sol, pues el invierno en México coincide con a estacién seca. El alumbrado no era menos primitivo: se utilizaban antorchas de madera resinosa de pino (ocotl) en el interior de las casas; en el exterior, * antorchas y enormes braseros alimentados con maderas resinosas petmitfan asegurar un alumbrado péblico cuando las circunstancias —un rito religioso por ejemplo— lo exigian? EI centro de toda casa, sobre todo de las més humildes, era el hogar, imagen y encarnacién del “Dios viejo”, del dios del fuego. Las tres piedras entre las cuales se encendian los lefios y se hacian reposar los recipientes tenfan_ también cardcter sagrado. En elias residfa la fuerza misteriosa del dios. El que ofendia al fuego caminando sobre las piedras del hogar estaba condenado a morir en breve plazo."° Los comerciantes veneraban particular- mente al fuego; durante la noche anterior a la salida de una caravana se reunjan en casa de uno de ellos y, de pie ante el hogar de la casa, sacrificaban péjaros, quemaban incienso y arrojaban al fuego figuras mdgicas hechas de papel recortado. Cuando regresaban, ofrendaban al fuego su parte de alimentos antes de dar comienzo al banquete con el cual celebraban el feliz término de su viaje? El lujo de las mansiones sefioriales no residia en los muebles, cuya simplicidad ya hemos descrito, ni en la comodidad que raras veces superaba a las de las casas mds sencillas, sino en las dimensiones y en el néimero de las habitaciones, y quizd més todavia en la variedad y esplendor de los jardines. El palacio del rey Netzahualedyotl, en Texcoco, tenfa la forma de un cuadrilétero de aproximadamente un kilémetro de largo por 800 metros de ancho.* Una parte de esta superficie la ocupaban los lugares piblicos: salas de los consejos, tribunales, “despachos”, almacenes de armas, y los lu- gates privados: apartamientos del rey, harem, habitaciones destinadas a los soberanos de México y de Tlacopan, 0 sea en total més de trescientos cuartos. El resto estaba destinado a los jardines, “con numerosas fuentes de = agua, estanques y acequias con mucho pescado, y aves de volaterfa, lo cual estaba cercado por més de dos mil sabinos... y asimismo habfa en estos jardines otros muchos laberintos, que estaban en los bafios que el rey tenfa, en donde estando los hombres no daban con la salida,.. y mds adelante fronteto de los templos, estaba la casa de aves, en donde el rey tenfa cuantos géneros y diversidad habia de aves y animales, sierpes y culebras traidas de diversas partes de esta Nueva Espaiia, y las que no podian ser habi- das estaban sus figuras hechas de pedrerfa y oro, y lo mismo era de los eces, y asf de los que hay y se crian en el mar como en los rios y Iagu- nas, de tal modo, que no faltaba alli ave, pez ni animal de toda esta tierra, que no estuviese vivo o hecho figura y talla en piedras de oro y pedreria”. ‘Ademis de su palacio de Texcoco, el mismo rey habja hecho arreglar ip EL DIA DE UN MEXICANO suntuosos jardines en otras localidades, especialmente en Tetzcotzinco. “Es- tos bosques y jardines estaban adornados de ricos alcdzares!* suntuosa- mente labrados, con sus fuentes, atarjeas, acequias, estanques, bafios y otros Taberintos admirables, en los cuales tenfa plantados diversidad de arboles y flores de todas suertes, peregrinos y trafdos de partes remotas... y el agua que se trafa para las fuentes, pilas, bafios y cafios que se repartian para el riego de las flores y arboledas de este bosque, para poderla traer desde su nacimiento, fue menester hacer fuertes y altfsimas murallas de argamasa desde unas sierras a otras, de increfble grandeza, sobre la cual hizo una atarjea hasta venir a dar en lo més alto del bosque.” El agua se acumu- laba en un estanque adornado de bajorrelieves histéricos que “el primer obispo de México, D. Fr. Juan de Zumérraga mandé hacer pedazos, enten- diendo ser algunos {dolos”, y desde alli se derramaba por dos canales prin- cipales, uno situado hacia el norte, el otro hacia el sur, atravesando jardines y alimentando estanques donde se miraban estelas esculpidas. Al salir de uno de es0s canales, el agua, “saltando sobre de unas pefias salpicaba el agua, que iba a caer en un jardin de todas flores olorosas de tierra caliente, que parecia que lovia con la precipitacién y golpe que daba el agua sobre la pefia. Tras de este jardin se seguian los batios hechos y labrados de peiia viva... luego consecutivamente estaban el aledzar y palacios que el rey tenfa en el bosque, en los cuales habla entre otras muchas salas y palacios una muy grandisima, y delante de ella un patio, en la cual recibfa a los reyes de México y Tlacopan, y a otros grandes sefiores cuando se iban a holgar con él, y en el patio se hacian las danzas y algunas representaciones de gusto y entretenimientos... todo lo dems de este bosque, como dicho tengo, estaba plantado de diversidad de arboles y flores odoriferas, y en ellos diversidad de aves, sin las que el rey tenfa en jaulas traidas de diversas par- tes, que hacian una armonia y canto que no se ofan las gentes; fuera de las florestas, quc las dividia una pared, entraba la montafia en que habla mu- chos venados, conejos y liebres”.!* El cronista indigena hispanizado Intlilxéchitl, descendiente de Netza- hualedyotl zacaso no se habfa dejado evar por el orgullo dingstico? Los restos actuales de los jardines de Tetzcotzinco no ofrecen, por desgracia, més que una idea muy débil de su pasado esplendor, pero corroboran en lo esencial las afirmaciones de nuestro autor. Las caidas de agua, los estan- ques y los jardines han desaparecido, pero los depésitos secos todavia pue- den verse en la roca y el antiguo acueducto, las escalinatas y las terrazas abt estan* Por lo dems, los conquistadores han podido observar maravillas seme- jantes desde su Hegada al Valle de México. Pasaron por Ixtapalapa, a la orilla del lago, la noche anterior a su entrada en la capital: Bernal Diaz se extasia describiendo el palacio donde fueron alojados, ..."cudn grandes LA CASA, LOS MUEBLES Y LOS JARDINES 133 y bien labrados eran, de canteria muy prima, y la madera de cedros y de otros buenos Arboles olorosos, con grandes patios y cuartos, cosas muy de ver, y entoldados con paramentos de algodén, Después de bien visto todo aquello, fuimos a la huerta y jardin, que fue cosa muy admirable verlo y pasearlo, que no me hartaba de mirar la diversidad de Arboles y los olores que cada uno tenia, y andenes llenos de rosas y flores, y muchos fru- tales y rosales de la tierra, y un estanque de agua dulce, y otra cosa de ver: que podfan entrar en el vergel grandes canoas desde la laguna por una abertura que tenfan hecha, sin saltar en tierra, y todo muy encdlado y lucido, de muchas maneras de piedras y pinturas en ellas que habia harto que ponderar”... Y¥ el viejo soldado espafiol, que escribia sus recuerdos muchos afios mds tarde, agréga con melancol{a: “Ahora todo esta por el suelo, perdido, que no hay cosa en pie." ¥ ssin embargo, ée no era més que el palacio de un secwhtli. Qué decir de las casas de campo y de recreo del emperador? Cortés, dirigién- dose a Carlos V, escribfa: “Tenfa (Moctezuma) asf fuera de la ciudad como dentro, muchas casas de placer... En una de ellas tenia un muy hermoso jardin con ciertos miradores que salfan sobre él, y los m4rmoles y losas de ellos eran de jaspe, muy bien obradas... En esta casa tenfa diez estanques de agua, donde tenia todos sus linajes de aves de agua que en estas partes se hallan, que son muchos y diversos... para las aves que se crfan en la mar eran los estanques de agua salada, y para las de rfos, lagunas de agua dulce; fa cual agua vaciaban de cierto a cierto tiempo por la limpieza y la torna- ban a henchir por los cafios; y a cada género de aves se daba aquel mante- nimiento que era proprio a su natural y con que ellas en el campo-se mantenfan. De forma que a las que comian pescado se Jo daban, y las que gusanos, gusanos, y las que mafz, maiz, y las que otras semillas mds menudas, por consiguiente sc las daban. Y certifico a vuestra alteza que a las aves que solamente comfan pescado se les daba cada dia diez arrobas de , que se toma en la laguna salada. Habfa para tener cargo de estas aves trescientos hombres, que en ninguna otra cosa entendian. Hab{a otros hom- bres que solamente entendfan en curar las aves que adolecian. Sobre cada alberca y estanques de estas aves habfa sus corredores y miradores mut gentilmente labrados, donde el dicho Muteczuma se venfa a recrear”. ¢Es eso todo? No, porque, prosigue el conquistador, el emperador mexicano conservaba igualmente “fenémenos”, en particular albinos, “hombres y mu- jeres y nifios blancos de su nacimiento en el rostro y cuerpo y cabellos y cejas ¥ pestafias”; enanos, corcovados y otros seres contrahechos; aves de rapifia domesticadas en jaulas, una parte de las cuales estaba cubierta para abri- Sarlos de la Iuvia y Ia otra abierta al aire y al sol; pumas, jaguares, coyotes, zorros, gatos salvajes. Y centenares de servidores cuidaban de cada una de 234 EL DIA DE UN MEXICANO las clases de hombres o de animales que formaban parte de este jardin. musco. Si se quisiera poner en duda el testimonio de Cortés, puede recurrirse al de sus compaficros de aventura, Andrés de Tapia™® enumera casi con las mismas palabras las numerosas especies de aves, animales feroces y “fend- menos” que Moctezuma mantenfa para su diversién. “Habfa en esta casa, agrega, en tinajas grandes y en cAntaros, culebras y viboras asaz. Y todo esto no era més que por manera de grandeza.” Todo lo cual confirma Bernal Dfaz, quien habla de las “muchas viboras y culebras emponzofiadas, que traen en la cola uno que suena como cascabeles; éstas son las peores viboras de todas, y tenfanlas en unas tinajas y en cdntaros grandes, y en ellas mucha pluma, y alli ponfan sus huevos y criaban sus viboreznos... y cuando bramaban los tigres y leones, y aullaban los adives y zortos, y silba- ban las sierpes, era grima ofrlo, y parecia infierno”2” Pasemos sobre las apreciaciones del cronista que, después de todo, Ile- gaba de su provincia y se encontré por primera vez ante este elemento caracterfstico de una ciudad civilizada: el jardin zoolégico. Lo cierto es que los soberanos del México antiguo cuidaban de reunic a su alrededor todas las especies animales y vegetales de.su pafs. Los aztecas sentfan una verdadera pasién por las flores: toda su poesia lirica es un verdadero himno a las flores “que embriagan” con su belleza y su perfume. El primer Moctezuma, después de haber conquistado Oaxtepec, situado en la tierra caliente de la vertiente occidental, decidié establecer alli ua jardin donde se cultivaran todas las especies tropicales. Mensajeros impe- riales fueron a buscar en las provincias los arbustos floridos, que se desen- terraron teniendo cuidado de conservar enteras las rafces y de envolverlas en esteras. Cuarenta familias indigenas, originarias de los patses donde se habfan obtenido las plantas, fueron instaladas en Oaxtepec, y el soberano en persona inauguré solemnemente el jardin.” En escala mucho més modesta, por supuesto, todos los mexicanos com- partfan el carifio por los jardines. En sus patios, en sus terrazas, los habi- tantes de México cultivaban sus flores" y, el suburbio lacustre Xochimilco, “cl lugar de los campos de flores” era ya, como lo es hoy, el jardin que abastecfa a todo el valle. Cada familia tenia también sus animales domés- ticos: el pavo, ave de corral que México ha dado al resto del mundo, algu- nos concjos domesticados,* perros de los cuales algunas especies, por lo menos, cran comestibles y al efecto se cebabans a veces abejas, y con fre- cuencia pericos 0 guacamayos. Se vivia poco dentro de la casa, y mucho fuera de ella, bajo un ciclo més soleado que ningtin otro y la ciudad, toda- via cerca de sus otigenes, mezclaba al blanco deslumbrador de los edificios y de los templos innumerables manchas de verdura y ¢l mosaico delicado de las flores. Fic, 77. Fiestas por Ja entronizacién de Moctezuma Xocoyotzin (Durén). VII. La vida civilizada I. Baranre y civitizacién Topas las altas culturas tienden a distinguirse de las que las rodean. ‘Los griegos, los romanos y los chinos siempre opusieron su “civilizacién” a la “barbarie” de los demas pueblos que conocian; esta oposicién a veces se justi- fica, como en el caso de los romanos si se los compara con las tribus ger- ménicas, 0 si los chinos se comparan con los hunos, pero otras veces es muy discutible como por ejemplo cuando se ponen frente a frente los griegos y los persas. Por otra parte, en un momento dado, los miembros de una sociedad civilizada tienden, al mirar el pasado, a reclamar para s{ algunos antepasados —“la edad de oro”— y a ver con una especie de conmiseracién 2 otros a quienes consideran “groseros” y “rdsticos”. Esas dos actitudes del

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