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92 ‘Margarita Nelken 17 de Junio de 1887 ya que han servido de punto de partida a las mejoras después adoptadas (prin- cipalmente en otros paises) y cuya implantaciéa en Espaiia, sin ofrecer dificultad alguna, depende linicamente de que los partidos obreros sepan exigirlas. Son: 12 Descanso de cuatro semanas al dar a luz, con jornal pagado, y prohibicién de ciertos traba- jos a las embarazad: 2° Prohibicién absoluta del trabajo los do- mingos, y después de las seis de la tarde las vis peras de domingos y dias festivos. 3° Maximum de diez horas de trabajo diario, incluyendo las veladas. Como para el resto de las leyes obreras alema- nas, la justa aplicacién de éstas es asegurada por las Cimaras mixtas de patronos y obreros y ade- mas por inspectores oficiales a quienes todas las facilidades deben ser dadas para el mas amplio cumplimiento de su cargo. Estas tres disposiciones constituyen el eje al- rededor del cual debe girar toda la organizaciéu de los oficios femeninos. Y ya se ha hablado bas tante de la miseria de nuestras obreras; es tiempe que cuantos tienen alguna responsabilidad directa © indirecta en ella, es decir, no sélo los patronos, sino todas las personas capaces por su situacién © sus conocimientos de remediar esta miseria, | La condieién. social de la mujer en Espa aoe pongan todo st afin en conseguir que, en com- paracién con las obreras de otros paises, las nues- tras no aparezcan como baldones de Ia civiliza cién, ¥ es preciso sacudir, sobre todo, el “tor- por”—torpor las mas de las veces interesado—de quienes tienen en sts manos las mejoras a que nuestras obreras, igual que sus hermanas alema- nas, inglesas, norteamericanas, etc., tienen den cho. Y es preciso, sobre todo, no dejarse engaitar por mejoras realizadas a medias, como sticede. por ejemplo, con la mocién por mi misma presen- tada al Consejo Superior de Proteccién a la In- fancia y de la cual el Consejo, tras meses y meses de discusién, adopté tan sélo la menor parte po- sible. Por ser este hecho prueba de la expresa voluntad de la no liberacién de nuestras obreras, transcribimos las razones aducidas al presentar 11 mocién y que, por lo visto, no merecieron ser to- madas en consideracién por unos cuantos sefiores que, s6lo con disponer una firma, podian haber traido a las trabajadoras espafolas uno de sus mayores beneficios. La mocién comprendia la custodia y proteccién, por medio de cunas y salas infantiles de los nifios pequefios de las obreras, por: 12 Que ptdiesen ser convenientemente ama- mantados en la misma fabrica, los nifios de pecho de las obreras. (Ahora les Ilevan sus hijos y les 4 Margarita Nelken dan el pecho en la escalera y hasta—es lo mas frecuente—en la misma calle, asi hiele 0 haga una temperatura de 4o grados.) Que al estar los nifios recogidos mientras wus madres estin fuera del hogar, se evitarian innumerables desgracias. (Contintiamente sabe- mos de nifios pequeiios atropellados en medio de Ia calle 0 caidos al brasero durante Ia ausencia prolongada de sus madres.) 3° Que infinidad de hogares miserables po- drian mejorar, no teniendo la mujer que distraer de su exiguo jornal la cantidad de setenta a ochenta céntimos diarios que, por mimiciosa en- cuesta personal, hemos podido comprobar ser la tarifa de las guardadoras. 4° Que infinidad de madres, en particular de madres solteras, podrian trabajar para si y para su hijo, si éste estuviese convenientemente reco- gido, durante el trabajo de la madre. (Facil es comprobar que el 9 por 100 de las mujeres que abandonan a sus hijos en Inclusas lo hacen por imposibilidad material de mantenertos, asi como facil es también comprobar que Ia inmensa ma- yoria de las prostitutas pobres empiezan por verse desamparadas con un hijo en brazos.) Pues bien, de estos cuatro puntos, cuya impor- tancia en todos es igualmente trascendental, el Consejo Supe x de Proteccién a la Infancia no dela mujer en Espaiia 95 La condici6n soci quiere ver mas que el primero y ha dispuesto inicamente la ‘creacién—jque sabe Dios cuindo y-cémo se Ievaré a cabo!—de salas de lactancia cenlas fabricas, Y. esta vez no se puede sacar ya a colacién Ia respuesta tan socorrida de que el Estado espafiol es pobre; los gastos, aqui, habrian de recaer enteramente sobre los patronos y bas- tantes beneficios ha tenido nuestra industria es- tos iiltimos afios para podérsele exigir algunas quiera de las mejuras obligatorias hoy dia en Ia industria extranjera. Del trabajo a domicilio ya hemos visto por qué raz6n fundamental—jy can inicwamente arl traria!—no se puede, por ahora, esperar mejora alguna en Espafia, Del trabajo en fabricas y ta~ lleres ya es otra cosa. En Francia y en Norte- amética son muchas las disposiciones privadas que van corrigiendo las deficiencias de una legis- lacién obrera, no tan completa como la alemana (por ejemplo: Estados Unidos, fabrica modelo Dayton, ejercicios ritmicos de hora en hora para impedir el cansancio de uma actitud prolongada Francia, fabricas Citroen, primas de crianza, de alumbramiento). De ser demasiado perezosa ta 6 Margarita Nelken accién oficial, zpor qué no habrian nuestras obre- ras de conseguir particularmente de sus patronos la justa proteccién de su naturaleza fisica y mo- ral? zQue no podrian? Siempre se puede obte- net justicia cuando se esta firmemente decidido a conseguitla, “por buenas o por malas”. Y en el capitulo siguiente se verd cémo esta iiltima frase, que a muchos asustard, es aqui tan s6lo para las obreras tn derecho que habra que reconocer. La condicién social de la mujer en Espafia 97 creer CAPITULO VI El trabajo de 1a mujer y las asociaciones (1) Gime debe efectarse trabajo femenino Et hombre, tsemigo del tratujo de Ta miler tperesto™ deta thivecinfomenina.—Desgulicd entrees uae” BP oie ones abode ba tr te ora Tristn—La ance gorantia del que absent ~~tincin de ‘econscar ef derecho de acetone, ino aorta ie Tenses ober Bt Pe de es eireran™-Aesrarepresentacon onto Confer de Berlin! derecho a la proteccién ¥ el derecho @ no necesitar protecciones particulares——En Tuglaterra, Alema. nie Malia—Cristo, et primer sociatista-—Por ser mus jeres ¥ por ser madres. “Las mujeres san, socialmente 1 socialmente, iguales al hombre sin restriceién alguna, Los seres ‘ue iluminan y coneiben no son hechos inieamente para prestar © dar el calor de sa cuerpo. Justo es que el trabajo total se reparta, disminuya y se armonice en sus manos. Justo es que el destino de la hue manidad se apoye también sobre la fuerza de Tas mujeres.” (Henri Barbusse + Clarté.) Las necesidades de la vida moderna obiigan a trabajar cada dia a mayor nimero de mujeres; (). Muchas de las ideas expuestas en fxeron dadas a conocer primeramente en tha tonfereees rominciada el 2 de enero de 1919, en la Casa del Pacha de'Nadriaa ivitscion dl Grape de Esadlantes Soc: 98 Margarita Nelken no se trata ya de discutir si la mujer debe 0 no trabajar fuera de casa; se trata dinicamente de saber si lo necesita 0 no, y es indudable que, lo mismo en la clase obrera que en la pequefta bur guesia, el trabajo de la mujer constituye una con tribucién muy importante — indispensable — al bienestar de 1a familia. ‘ Entre un hogar en que el padre gana, por ejem- plo, un jornal de cinco pesetas, y ha de mantener con él a sti mujer y a cuatro 0 cinco hijos, y un hogar en que el padre gana cinco pesetas y ta ma- dre otras cinco, es imitil vacilar; y no hablemos, porque ello se impone de por si, de la necesidad de trabajo de una vitida o de una mujer soltera. La cuestién no es, pues, el discutir la necesidad del trabajo femenino; es el ver de qué modo debe efectuarse este trabajo para constituir verdadera- mente un medio de vida y también para permitir que los ctiidados maternales y caseros no se en- cuentren abandonados. Veamos primero a cut tién pecuniaria, Es un topico corriente el afirmar que el hombre es enemigo del trabajo de la mujers pero, zcémo no Io va a set, si el trabajo de la mujer repre~ senta el abaratamiento y el desprecio de la mano de obra, y la pasividad absoluta ante todos los abusos y todas las injusticias? Recientemente se ha dado en Zaragoza el bochornoso especticulo La condicién social de la mujer en Espaia 99. de todos fos obreros de una fabrica de curtidos exigiendo el despido de las obreras; en Madvid, los dependientes de comercio, a pesar de la ele- mental justicia de sus reivindicaciones, no con- seguiran nunca nada mientras, en frente de su Asociacién, se encuentren miles de dependientas incapaces de secundar sus esfuerzos por tina me- jora de posicién, El dia en que nuestras trabaja- doras estén org acdas como lo estan los traba- Jadores, éstos dejarin de considerarlas y de tra tarlas como a enemigas; pero, zquién le puede reprochar a un obrero que gana, por ejemplos cuatro pesetas, el que exija el despido de una obrera que se contenta con ganar seis reales y no tiene, ademas, la menor nocién de que no es un objeto en manos de! patrono? Se habla continua mente de la necesidad para la mujer de ganarse a vida, y nadie piensa, aun con el ejemplo de otros paises, en organizar el trabajo femenino de modo que éste sea una verdadera libertad para las mujeres y no pueda ser un retroceso paral Jos hombres. A cada nueva conquista del trabajo femenino, los hombres que dependen de ese trax bajo exclaman: “jNo debemos consentir que las mujeres entren aqui, porque lo van a hacer mas barato y van a echar a perder nuestros salarios !” Ya esto se le tacha de egoismo masculino, cuan- do, por desgracia, es tan sélo pre ion. En el 100 Margarita Nelken Congreso de Ja Federacién Americana del Tra- bajo del 26 de Noviembre de 1916, dijose, a pro- pisito de los soldados sustituidos por mujeres en : “Las mujeres explotadas el taller y en Ia fabri servirin de prelexto para rebajar los sueldos de los hombres cuando éstos regresen, y asi habrin perdido los obreros Ios resultados tan duramente consegutidos.” En todos los paises, felizmente, no hha habido que esperar el regreso de los hombres; mas en todos los paises, y principalmente en el nuestro, la pobreza de los sueldos femeninos pue- de servir de pretexto para rebajar el sueldo de los hombres. Por esto es una verdad el hablar de “1a terrible competencia del trabajo femenino”. La mujer necesitada de trabajo y a quien el tra- bajo es dificultosamente ofrecido, lo acepta eri cualquier condicién; de este modo se perjudica a si misma y perjudica a los demas, y en esto los hombres tienen derecho a protestar, porque, si es justo que la mujer realice todos los trabajos que Je permite su constitucién fisica, es inicuo que os realice en condiciones inferiores a las del hombre. EI trabajo femenino ha sido siempre menos- preciado; ningin trabajador, por muy burdo que sea stt trabajo, se muere tan bien de hambre co- mo una bordadora que se estropea la vista du- rante quince horas diarias; tendré que transcu- La condicién social de la mujer en Espafia tor rrir mucho tiempo hasta que se comprenda que vale tanto hacer un encaje como, por ejemplo, barrer una calle; pero lo que no es posible tole- rar, porque a la vista est4 su injusticia y porque los resultados de esta injusticia recaen sobre to- dos, es que una oficiala sastra gane menos que ua oficial sastre, o que una operaria de fabrica gane menos que tn operario que realiza absoluta- mente el mismo trabajo, Que zqué mas qui las mujeres? Conformes; pues entonces que se jeran organicen de manera que puedan hacer valer sus derechos y, sobre todo, que las ayuden a orga- nizarse sus compafieros, que son los primeros in- teresados en que el menosprecio de la mano de obra femenina no pueda servir de pretexto para rebajar los salarios masculinos. La guerra hecha por el obrero a la obrera es poco menos que tniversal y es, por estas razones ya apuntadas, justificadisima. Mas, ninguna obrera trabaja por Iujo, asi es que ninguna obre- ra, materialmente obligada a ello, dejara de bus. car en el trabajo st pan o el de sus hijos, por- que las condiciones de su trabajo sean injustas 0 arbitrarias, Inglaterra, que ha sido estos tiltimos tiempos el pais que mayor niimero de mujeres ha empleado para sustituir al hombre, y en donde as mujeres desempefian hoy mayor cantidad de empleos, antes exclusivamente masculinos, In- roa ‘Margarita Nelken glaterra ha dado la voz de alarma, Sus obreros comprendieron que, una vez terminada la des- movilizacién, no seria contra las mujeres contra quienes deberian de sostener la mas refiida Iucha para que les fuesen devueltos sus puestos; esta lucha, contra quien habrian de sostenerla prin- cipalmente, seria contra los patronos, pues és- tos habrian de desear, naturalmente, seguir empleando exclusivamente a quien mis barato trabaje, y ellos mismos, los obreros ingleses, han exigido, comprendiendo que tal era st interés, este lema para el trabajo femenino: el mismo salario por el mismo trabajo. Todas las Asocia- ciones de obreros de Inglaterra se han concertado ra obtener del Gobierno el reconocimiento ofi~ cial de la igualdad de salarios para los dos sexos, Y no contento con esto, el Sindicato de mecinicos ha cooperado con los Sindi tos femeninos, en la lucha por conseguir para las mujeres las mismas ventajas de trabajo que los hombres disfrutaban ya, a imitacién de las leyes obreras alemanas; es decit, representacidn en los “Tribunales de ar- bitraje” y en el “Comité consultivo del trabajo”. ‘Ademiés, comprendiendo que, al defender los de- rechos de las obreras defendian los suyos propios, los obreros ingleses han decidido que todas sus conferencias del trabajo han de ser mixtas. ¥ es que en esta cuestidn de la regulacién obligada de La condicién social ue Ia mujer en Espafia 103 los salatios de las mujeres, puede repetirse lo dicho por el socialista francés Julio Guesde, res- pecto a la reglamentacién de los salarios de los hombres; “no se trata de restringir la libertad del trabajo, sino tan solo la libertad de los que explotan el trabajo de los demas, porque fa liber- tad de los que hacen trabajar esta en antagonismo con Ia libertad de aquellos a quienes han comprado la fuerza-trabajo.” En el cementerio de Burdeos, existe un pequefio montmento con esta insctipeién: “A la memoria de Flora Tristin, autora de “Ia Unién Obrera”, Jos Trabajadores agradecidos.” Este monumento fué costeado por suscripeién entre los obreros de la region bordelesa, y fué inaugurado, con sentidos discursos de todos los jefes del partido obrero, en 1848. 2 Quién era esa Flora Tristan? Pues, sencillamente, el primer so- ciélogo que comprendié Ja indisoluble unién det feminismo y de la causa obrera. Cuando. ningiin jefe socialista se habia atin euidado de comprender que el feminismo es, ante todo, una cuestién eco- némica, tna cuestién de liberiad, y de dignifica- cién del trabajo, y que por ello entra de leno en reivindicaciones obreras, Flora Tristan, decia ya la parte que le correspondia al feminismo en Ja emancipacién del proletariado y la ayuda que, para bien de los dos partidos, habrian de pre 404 ‘Margarita Nelken tarse mituamente las feministas y los trabajado- res. Y mucho antes de que se organizasen, conforme a su sistema actual, las asociaciones obreras, ella, en su obra titulada “La Unién Obrera”, aconsejé a todos los trabajadores, hom- bres y mujeres, el sistema de asociacién como la mejor defensa de sus intereses. ¥ es que hay un hecho cierto y que prucba serlo cada dia mis: Ja tinica garantia del que trabaja, sea hombre o mujer, esta en Ja manifestacién de su completa ¢ indestructible solidaridad con sus compafiero: Hoy dia, los obreros espafioles estin ya casi todos fuertemente unidos y organizados; en cambio, las obreras se encuentran todavia entregadas atadas de pies y manos a las arbitrariedades de cualquier patrono ; el dia en que todas las obreras espafiolas sepan que tienen, no s6lo el derecho, sino la obli- gacién de unirse para defender sus intereses, tan sagrados, por lo menos, como los de los patronos, ese dia el trabajador no s6lo no considerar: trabajadora como una enemiga, sino que la con- sideraré como una compafiera capaz, por st nii- mero, de aumentar la fuerza del derecho de todos. Y esto es precisamente lo que han comprendi ala 0 y temen los que estin interesados en mantener a toda costa lo que Haman el orden y la autoridad —la autoridad de ellos, se entiende—; y como estos defensores del orden que a ellos les conviene La condicién so de la mujer en Espafia ros tienen en Ia mano esa influencia tan cémoda de la religion, influencia tan capital respecto a ta mujer espafiola, resulta que aqut la mujer, en lugar de ayudar a Ia elevacién social de sus her- manas, se desvela, por el contrario, para que el trabajo, en la mujer, no Iegue nunca a ser una iberacién, Porque, lo peor, no es que las mujeres descuidemos esta cuestién del trabajo, tan vital para nosotras mismas; es que, por desidia algunas, por ignorancia otras, permitamos que unas cuan- tas sefloras se entrometan en las cuestiones del trabajo para convertir grandes derechos, derechos naturales, en pequefias caridades, en actos seudo protectores que reclaman el agradecimiento. ¥ es- tos sindicatos de proteccién interesada son los que mas entorpecen el progreso del trabajo feme- nino. Porque, ¢con qué derecho una Junta de un sindicato de obreras exige a éstas una entrega de sus convicciones o una sujeciin de sus actos que, forzosamente, ha de repugnar a todo ser que tenga conciencia de su dignidad? Pero aun con- tra la misma voluntad de toda la clase trabaja~ dora digna de este nombre, esos sindicatos en que se habla continuamente de resignacién y de respeto—por la cuenta que les tiene—son los que triunfan entre el proletariado femenino, ‘Tenemos, cierto es, una ley que autoriza las asociaciones libres, lo mismo femeninas que mas- 106 Margarita Nelken culinas; no obstante, una de las recientes huelgas femeninas tuvo Iugar porque un patrono no ad- mitia en su fabrica a obreras asociadas; entonces, ade qué sirve una ley que autoriza el derecho de asociacién, si no la completa otra ley que obligue al patrono a reconocer este derecho? ¥ zqué otro remedio que una huelga, y una huelga levada hasta el extremo rigor, para proteger ese derecho de asociacién, imica garantia de los derechos de los obreros frente a las posibles i patrons? Pero si; la mayoria, de los patronos admiten las asociaciones de sus operarios; a Ia postre no les queda otro remedio; ahora, que cuando se trata de mujeres, y, por lo tanto, de seres acostumbrados desde antes de nacer a no contar para nada, los patronos fomentan inme- diatamente la organizacién de un segundo grupo destinado a servir de contrapeso al primero; este segundo grupo se organiza facilisimamente din- dole un tinte benéfico de amorosa caridad y, de este modo, con alguna que otra distribucién de ropas o de comestibles, y hasta con algunas apa- riencias de mutualidad, se amordazan (esta es la palabra) todas las reivindicaciones. Pues, ede qué justicias de los sirve una asociacién obrera que tiene frente a ella a otro grupo destinado precisamente a no secun- darla y hacerla fracasar? Y, zc6mo extrafiarse luego de cualquier violencia, de cualquier exceso orale La condicién social de la mujer en Espafia 107 por parte de las primeras asociadas? Y, sin acon- sejar el empleo de medios violentos, harto discul- pables a veces, es preciso que las obreras espa- fiolas, todas ellas, se convenzan de que nadie tiene derecho a hacer de trabajadoras libres y dignas, criadas de casa grande. Es preciso, para el bien de todos los trabajadores, que no pueda haber ningtin grupo, masculino o femenino, que crea que tiene que agradecer una caridad; la obrera tiene derecho a mucho y ante todo a no necesitar socorros ni Timosnas de nadie, Y es verdadera- mente triste que, por ejemplo en el caso de nues- tras cigarreras, unas cnantas, embaucadas para no asociarse por aquellos que temen la fuerza de una Asociacién obrera, hagan fracasar el intento de asociacién, es decir, de liberacién, de sus com- pafieras; es verdaderamente triste el que ta ac- tuacién de estas desgraciadas, serviles por la cos- tumbre de su miseria, sirva de hase al despido de las que pretenden elevarse; y no deja de tener gracia—una gracia en verdad muy amarga— cuando ciertos periédicos reprueban las asociacio- nes de las obreras asociadas 0 comentan, con el enternecimiento de cocodrilo peculiar de estos ca- sos, los repartos benéficos de alguna Junta de damas: como si un mantén o un kilo de garban- zs por Navidad y por alguna que otra fiesta pu- diesen reemplazar los beneficios de una Asocia~ 108 ‘Margarita Nelken ci in para mujeres como nuestras cigarreras, que, hoy por hoy, ganan dos pesetas catorce reales a lo sumo de jornal, de los cuales han de reservar ochenta céntimos diarios para custodia de sus hi- jos y no tienen, en aso de parto o de enfermedad, més ventaja que la de ver si encuentran cama en algiin hospital. Porque la Compafiia Arrenda- taria, tuna de las Sociedades qtie mis fuertes divi- dendos reparte, es, por lo visto, demasiado pobre para ofrecer a sus operarias una posicién que se parezea siquiera un poco a la de cualquier obrera extranjera. Yes que aqui, en esto del trabajo femenino, es- tamos atm en esa idea, ya universalmente desapa- recida, de que el trabajo femenino no tiene im- portancia, como si las mujeres consiguiesen los comestibles de balde. Desde la Conferencia In- ternacional del Trabajo que tuvo lugar en Berl in en 1890 ya Ja cual asistieron representantes de todos los paises, la cnestién social se ha hecho internacional y esti por encima de las leyes y limitaciones de 1as naciones. En esa conferencia en que todos los paises estaban_ representades por eminentes socidlogos, tavimos la desgracia, que nunca ser bastante lamentada, de ser repre- sentados por un personaje insignificante y éste comisionado de cualquier influyente capilla poli- tica, siendo tan sélo un sefior que se las arregié La condicién social de Ia mujer en Espafia 109 para hacer un viajecito gratis, y desconociendo, por lo tanto, en absoluto los problemas que debia tratar, no vacilé en hacer que Espafia fuese el inico pais del mundo que se abstuvo de votar las, eyes protectoras del trabajo de la mujer. De este modo, Espafia ha quedado, en todo cttanto al tra- bajo femenino se refiere, fuera del movimiento internacional, y hoy cuesta un triunfo el obtener que se discutan tan siquiera proposiciones que en todos los paises han entrado desde hace ya tiem- po en el uso corriente de la vida. Pero esto na quiere decir en ningiin modo que la obrera espa- fiola deba agradecer como merced la concesién de sus derechos ni, sobre todo, que deba entregarse en cuerpo y alma a unas cuantas personas que la adoctrinan y la gnian, no segiin un precepto religioso, pues esto seria al menos respetable, sino segiin su conveniencia particular. Las Juntas de un Sindicato pueden, si tal es stu conviecién, aconsejar a las sindicadas que vayan a misa y se confiesen, pero lo que no pueden or- denar, y lo que no debe en ningtin modo ser tole- rado, es que no puedan formar parte de ciertos sindicatos o asociaciones obreras mas que mujeres que vivan segiin convieciones religiosas impuestas por unas cuantas sefioras; y resulta, no ya ab- surdo, sino grotesco, que se diga, como se dice en todos esos mitines Hamados de accién catélica, 10 Margarita Netken que la obrera no puede enecontrar bienestar mis que dentro de esos sindicatos. Partamos del punto de vista hoy universalmente admitido, de que toda mujer que trabaja y por ende colabora al pro- greso general, tiene derecho, ademis de a que sean cubiertas suis necesidades materiales, a ser protegida en su trabajo, como mujer y, sobre todo, como madre. Desde este punto de vista exa- minemos cual es la situacién de la obrera extran- jera y cual la de la obrera espaiiola. La situacién de la obrera espafiola se define niuy pronto: es, Jo que le da la gana al patrono, mejor dicho, a cada patrono; aqui una modista, por ejemplo, vela cada vez que le conviene a la maestra y en compensaciin es despedida en cuanto le conviene a la maestra también, Aqui una mujer con hijos, si necesita trabajar, no tiene otro remedio que el dejar a sus hijos abandonados, 0 el pagar por sit custodia a alguna vecina setenta u ochenta eénti- mos diarios que ha de restar de su ya exiguo jor- nal; y si esa madre es soltera, lo que mas natural resulta es que deje a su hijo en la Inclusa. Y aqui, por fin, la obrera enferma no tiene otro derecho que el de ir a un hospital y alla se las arreglen sus hijos como puedan, Y no hablemos de la trabajadora a domicilio. Yo misma he querido cerciorarme del jornal que puede ganar tna trabajadora a domicilio, madri- _—— — La condicién social de la mujer en Espaiia rt lefia; he pedido trabajo en un gran comercio de ropa blanca y me han sido ofrecidas camisas en las que habia que hacer vainicas a razén de quince céntimos camisa, Es decir, que con mucha pric- tica y desollindose los ojos, tna mujer puede ganar tres 0 cuatro reales en doce 0 catorce horas de trabajo, Y asi tinicamente se explica uno el que muchas trabajadoras, agobiadas por Ia mise- ria, rentincien a asociarse y, por lo tanto, a todos stts derechos, ante la promesa de cualquier so- coro. En un mitin de las derechas celebrado en el teatto de la Comedia, de Madrid, unos cuantos sefiores hablaron del derecho de autoridad en nombre de “la amorosa proteccién dispensada a Jos humildes”; amén de que esta proteccién no se ve por ninguna parte, zcémo decirles to bas- tante, que nadie tiene derecho a querer proteger a nadie y que el primer derecho del trabajador es precisamente el de no necesitar ser protegido? Y esto es lo que las asociaciones obreras han de conseguir, esto es lo que ya han conseguido la mayoria de las asociaciones obreras masculinas, y esto es lo que han de conseguir también, como lo han conseguido en el extranjero, las asociaciones obreras femeninas. Ya hemos visto, y todos sabemos, cuél es la situacién de la obrera espafiola, a pesar de la pro- na Margarita Nelken teccién que le dispensan algunos; veamos ahora algunos detalles de la situacién de la obrera ex- tranjeta que ha sabido, por medio de sus orga~ nizaciones, reivindicar sus derechos. En Ingla- terra, las fabricas y talleres que emplean mujeres tienen todos habitaciones reservadas para las obre- ras que crian a sus hijos y habitaciones en que, “mujeres capacitadas para ello”, guardan a los hi- jos pequefios de las obreras, mientras éstas traba- jan. Cada fabrica tiene ademas una inspectora que, fuera de toda cuestién técnica, reglamenta el trabajo femenino segiin rigurosas prescripcio- nes de higiene, En Alemania el trabajo femenino est sujeto a estas prescripciones: 1! Creacién de instituciones que guardan a los hijos pequefios de las obreras mientras éstas trabajan, 2° Organizacién de “turnos” que permiten a las obreras regresar alternativamente una hora antes a stt casa para el arreglo de ésta. 3° Obligacién de procurar alojamientos de- centes a las obreras del campo que desean tra- bajar en la ciudad, Ademés, el Comité nacional del trabajo feme- nino reglamenta el trabajo a domicilio, impone Ia jornada de ocho horas y dos semanas de vacacio- nes pagadas después del parto. Existen asimismo varias Sociedades que se ocupan de ensefiar un pala 113 La condicién social de la mujer en oficio, mantener mientras dura el aprendizaje y proporcionar Iuego herramientas, a Jas madres solteras que se comprometen a amamantar a sus hijos. : ‘Lo mismo en Inglaterra que en Alemania, la mayoria de estas leyes han sido dictadas por el tado; pero, en Italia, son introducidas poco a poco por un grupo socialista femenino que com- prende representantes de todas las asociaciones obreras, y en Francia son las obreras (ambién, quienes, por medio de sus poderosas asociaciones, han impuesto, estos ditimos afios, estas mejoras. Hace dos afios, las veinte mil modistas francesas asociadas obtuvieron, con una huelga de un dia, que, a imitacién de lo que sucede en Alemania, en los Estados Unidos y en Inglaterra, la semana de trabajo femenino terminase el sibado a me- diodia, 1o que permite a la mujer arreglar una vez por semana la ropa de los suyos, limpiar a fondo la casa, etc, gPor qué hemos nosotras de ser menos? Cuando en uno de estos mitines Hamados “en defensa del orden”, y que mejor deberian las marse “en defensa del miedo”, se oye a alguna’ pobre obrera adoctrinada para hablar en defensa de intereses contrarios a los suyos propios, se pregunta uno cual sera Ia religién de Tos que la adoctrinaron, porque el nombre de Cristo, que m4 Margarita Netken tanto traen y Ievan, segiin sus comodidades, re- sulta algo insdlito en este caso, ya que Cristo fué en el mundo el primer socialista y deseé una igualdad tan completa, que dijo, respecto a la condicién social, “ya no habré hombres ni mu- jeres, amos ni esclavos”. Por lo visto, para algu- nos cristianos de hoy dia resultan tan incompren- sivas estas palabras sagradas en su segunda parte como en Ia primera; y es que es mis facil desde luego y, sobre todo, mas comodo, predi-ar lar signacién ante la injusticia, que no tratar de ser justos segiin las ensefianzas de su Sefior. Pero, dejemos a un lado, no sélo la religién, sino todas las religiones ; Jas creencias fntimas y, por su mis- ma esencia, personales, no deben mezclarse con nada, y menos para servir de tapaderas mas, si algo se debe exigir bajo la invocacién de Cristo, es desde Iuego el progreso que horre en lo posible las desigualdades, y no pueden en ningiin modo Hamarse cristianos unos sindicatos que, por toda justicia, imponen el respeto a los que abusan del trabajador. Los trabajadores espafioles ya estin casi todos organizados; por su mismo interés deben ayndar ahora a la organizacién de las trabajadoras, Aqui en Espafia, los hombres son mis eultos y estin mis adelantados que las mujeres; a ellos, pues, corresponde aconsejar a suis compaiieras, a sus La condicién social de la mujer en Espaia 115 hijas, a sus hermanas, para que puedan ellas también pasar del estado de esclavas explotadas al de trabajadoras dignas y libres. En Inglaterra la organizacién “humana” del trabajo femenino, se ha hecho en tres afios nada mas y se ha hecho con ayuda de los trabajadores. Ellos son quienes deben pensar aqui que el interés de todos est en que la clase trabajadora, toda ella, esté organizada de manera que represent una verdadera fuerza, y de nada servirian los esfuerzos de los obreros} si las obreras, por ignorancia o por falta de unién, no stpiesen resistir a cualquier presin exterior. El menosprecio del trabajo femenino es un gran pe ligro para el hombre, ya que, durante la guerra, en muchos paises las mujeres han demostrado po- der hacer casi todos los trabajos que hacen los hombres. Y, puesto que la mujer necesitara cada dia trabajar en mayor néimero, es preciso que el trabajo femenino signifique para los trabajado- res, obra, no de rivales, sino de compafieras. Y vosotras, mujeres que necesitdis defender vuestro pan y el de vuestros hijos, pensad que por ser mujeres, por ser madres y por llevar en vuestras, entrafias lo més sagrado del mundo, tenéis dere- cho, derecho si, a que vuestra constitucién fisica, vuestra maternidad y vuestro pan, sean protegi- dos por encima de todo. ¥ pensad, cuando se os ofrezca algtin socorro 0 se os prometa alguna 116 Margarita Nelken ayuda a cambio de vuestra conciencia, que ese socorro y esa ayuda tenéis derecho a exigirlos slo por ser trabajadoras y por ser madres, y, lejos de desesperaros o de humillaros ante nadie, levantad muy alta la cabeza, unid vuestras fuerzas todas y pedid, en nombre de vuestros derechos, salarios equitativos, jornadas humanas, pensiones en vues- tros partos y en vuestras enfermedades, y custo- dia para vuestros hijos; y, ante todo, ganad, con vuestra unidn, fuerza para exigirlo, La condicién social de la mujer en Espala 117 CAPITULO VIL Maternologia y puericultura Desvirtwacién det sentido de ta noluraleza.—La experien- cia del primer hijo—Preparacién a Ja maternidad.—Sa- bidurfa que se impone—Opinién del doctor Doléris, de Ia Academia de Medicina de Peris—El peligro de ta igno- roncia y de la hipocresia sexnales—La obsesién del pe- cado y ta educacion sexual, segin los médicos—Un pro- yecto de 1a Cémara italiana.—La sifilis—Cultura fisica— ‘Mortondad infantil—Los nites ilegitimos—Cursos de ma- ternotogia.—Trabajos {emeninos—Necesidad de um nuevo espiritu, “zQué les ha hecho a los hombres la accin genital, tan natural y tan necesaria, para que se la proscriba y se le huya, para que no se atreva uno a hablar de ella sin rubor, y para excluirla de las conversacio- nes? Se pronuncian tranquilamente los tér- minos rebar, matar, traicionar, adulterio... y el acto que dala vida a un ser, ese no se atreve uno a nombrarlo. {Ob falsa castidad! ; Vergonzosa hipocresia!" (Montaigne: Ensayos.) El absurdo de nuestra actual sociedad ha Ie- gado, en efecto, como ya lo deploraba el buen al- ealde de Burdeos, a hacer vergonzosos los actos 8 Margarita Nelken mis naturales y ms nobles de la vida. De esto, salvo algunos contadisimos espiritus privilegiados, como, por ejemplo, Montaigne, nadie se ha dado, 0 ha querido darse cuenta, durante siglos y siglos, ya que, en esta cuestién, como en muchas otras, la influencia de un espiritu eclesiastico cuya ma- yor fuerza era la ignorancia y la estrechez de miras ambientes, habia desvirtuado por completo el sentido de la naturaleza, Pero la ciencia mo- derna no podia ya considerar la funcién maternal como la consideraban los Padres de 1a Iglesia, para quienes una sola maternidad era digna: la de la Virgen, por haber sido originada fuera de las leyes naturales; queriendo, ante todo, ayudar a la clevacién de la Humanidad, ta ciencia tenia, necesariamente, que preocuparse de los actos mas trascendentales de la vida: la concepcién, el parto y la crianza, Por esto, sin duda, por ser Espaiia uno de los paises aun mas imbuidos de espiritu anti-nalural y anti-vital, es también uno de los paises en donde la maternologia y la puericultura se encuentran menos desarrolladas. Y asi sera, probablemente, durante mucho tiempo todavia, pues de nada han de servir dispensarios, gotas de leche, y hasta cursos especiales de higiene infantil, si las muchachas siguen Hegando al matrimonio con Ia idea de que es deshonesto—ctando no pe- cado—pensar siquiera en ciertas cosas. La condiciém social de Ja mujer en Espaia 119 Es uso corriente el creer que son tinicamente las mujeres de clase humilde las que no saben cémo cuidar a sus hijos; esto es un error; lo que hay es que la mujer de clase humilde no puede nunca, por stt misma situacién, por las mismas desastrosas condiciones de su vida, aprender a cuidar a sus hijos; pero, al menos en el primer parto, no hay, en lo que a ella misma corres- ponde y en lo que de ella misma depende, nin- guna diferencia entre una madre espafiola cuyo marido gana tres pesetas diarias, y una_madre espafiola cuyo marido sea accionista del Banco; el primer hijo es siempre “la experiencia”, el que sirve de prueba para los demas. Y hasta diremos que, en esta materia, la mujer del pueblo esti mis avanzada que la de las clases superiores, pues fa hipocresia de la vida burguesa, st moral forzada y antinatural, exigen de las muchachas una ignorancia absoluta de su naturaleza y de las obligaciones de su sexo. Y no deja de tener gracia que esto suceda con mis fuerza precisa- mente en tn pais en donde la mujer se desarro- lla con una precocidad extraordinaria; asi es que, por regla general, nuestras muchachas, a los trece afios juegan a los noviazgos (y hasta del modo més perversamente excitante: las rejas de An- dalucia, los cines de las grandes capitales, etc.) pero se casan sin que se haya pronunciado ante 120 Margarita Netken ellas la palabra “embarazo”. jSeria una inco- rreccién! En varios paises del extranjero, en Alemania y en Francia particularmente, hace ya afios que médicos y sociélogos hacen ardientes campafias en pro de una educacién que instruya matural y cientificamente alas muchachas sobre stt futuro papel de madres, El dia que toda muchacha de quince afios esté penetrada de la idea que no existe ninguna vergiienza en saber como habra de cuidarse cuando se prepare-a ser madre, y cémo habré de cuidar luego a sus hijos, sino por el contrario, que el tener hijos es un aconteci- miento normal, que como tal ha de considerarse, y¥ que el saber lo que es un embarazo es tan natural como, por ejemplo, el conocer los precep- tos corrientes de la higiene cuotidiana, ese dia se habré dado un paso capital, no solo en pueri- cultura y en maternologia, sino también en mo- rratidad, pues las consecuencias de rectitud y equ librio moral de esta sabiduria se imponen al es- piritu de la persona menos enterada de estos pro- blemas. El doctor Doléris, de la Academia de Medicina de Paris, a quien nadie podra tachar de demasiado avanzado, en su libro titulado “Neo Malthusianisme; Maternité et feminisme; Educa- tion sexuelle” (Paris, 1918), libro escrito con el fin exclusive de defender, y hasta con una arbi- ~ | | | i La condicién social de la mujer en Espaha 120 trariedad a veces excesiva, el deber primordial de maternidad en la mujer, dice, textualmente, es- tas frases, que reproducimos literalmente, por creer que son la mejor definicién del problema maternal en Espafia: “Sin el conocimiento de st deber moral y de st significacién social, que cua- dran con la sana y logica evolucién de su existen- cia biolbgica, le es muy dificil a la mujer, y hast imposible, el tener plena conciencia de su misién; mas, sti educacin primera, tal como se la concibe y dirige todavia, permanece demasiado incom- pleta para poder conseguir este resultado.” “Dominada por el hombre, sujeta a st volun- tad y, a menudo, a sus pasiones, ignorante de las condiciones que deberian presidir al justo equi- librio de influencia y de accién entre los para la fundacién de la familia, la mujer, cuyo destino natural y primordial es la maternidad, entra en la misién conyugal desprovista de los elementos esenciales que han de hacer esta unién x08, fecunda, estable y provechosa para la colectivi- dad, de la cual todo miembro es solidario. Fre- citentemente va guiada tan s6lo por sit instinto y por el sentimiento exagerado de su dependencia frente al hombre. Desde hace ya tiempo, pido que una iniciacién precos, graduada, prudente, pero suficiente, sea organizada y puesta en préctica por aquellos a quienes incumbe la educacién in- 323 Margarita Nelken tegral de los niftos y adolescentes de los dos Yes que no puede tratarse tampoco, en la edut- cacién femenina, de ensefiansa maternal; éta, por muy amplia que sea, no basta. Todos los mé- dicos estin de a i uerdo en declarar que nada es tan nocivo, tan perjudicial para Ia moral, como el sistema educativo que consiste en disfrazar la verdad acerca de la naturaleza; en el tereer Con- gieso celebrado en Alemania para ta lucha contra Jas enfermedades sexuales, varias disertaciones versaron sobre este tema y, para resumirlas, el profesor Schafenacher se quejé amargamente del peligro de este sistema de ignorancias y lo mismo hicieron los doctores Regnier y Malapert en las conferencias que pronunciaron en 1909, en Ia Escuela de Altos Estudios Sociales de Paris. No nos interesa ocuparnos aqui de educacién en general; limitémonos a la educacién de las futuras madres espaiiolas: fuerza es reconocer que, desde el punto de vista sanitario y racional- mente moral (no Ja moral hecha de acatamiento a las conveniencias sociales, sino la que es dic tada por la misma marcha del universo), esta educacién no puede ser, no sélo mas deficiente, sino que mas deplorable. Se nos objetar: ac en muchos paises sueede poco miis © menos lo mismo, sucedia, que ya van desapareciendo estas La condicién social de Ia mujer en Espafia 123 rutinas, mas, aunque la educacién sobre estos puntos fuese Ia misma, no tendria en ninguna parte iguales resultados que aqui, ya que, en ninguna parte como aqui, las muchachas, desde muy nifias, estan obsesionadas por la idea del pecado, de la Iujuria y otras cosas por el estilo, inculeadas a criaturas que, sin esto, tardarian, naturalmente, muchos afios en arse siquiera cuenta de la existencia de todo ello y probable- mente lo comprenderian Itego con 1a sanidad de: bida. Yes terrible pensar que la inmensa mayoria de nuestras muchachas no conocen de lo que constituira en sma su mis alto deber, y por lo tanto, deberian acostumbrarse a considerar como fruto de un acto natural, més que fa obsesion de algo presentado como repugnante. ‘Asi como son muchos los médicos (los profeso- res Max Enderling y Krukenberg, y los doctores Malapert y Regnier, entre los principales) que preconizan, desde hace ya tiempo, la necesidad para los muchachos de una “educacién sexual” que los instruiria convenientemente, es decir, ra cional y progresivamente, acerca de los peligros que pueden encerrar, en determinados casos, los, actos eréticos, asi son muchos también los hom- bres de ciencia que juzgan absolutamente necesa~ tia para Jas muchachas una “preparacién” que las entere plenamente de las exigencias de su 134 Margarita Nelken constitucidn fisica; seria un grave error creer que stas son précticas micamente buenas para tos anglosajones: En 1910, los diputados Orlando y Calabrese presentaron a la Cémara italiana un proyecto de ley decretando obligatorio un curso de higiene sexual; en las escuelas femeninas, este curso habria de ser dado por una doctora madre de familia 0 por una profesora que tuviese un diploma médico. Italia es, respecto a condiciones de raza y clima, etc, igual a Espafia, y algo que sea posible en ella, en la cuestidrr que nos ocupa, no tiene razén alguna para no ser igualmente posible aqui. Podemos ver, pues, que todas las naciones de civilizacion adelantada se han preocupado y se preocupan por “la preparacién” de la mujer. Bien es verdad que, en Espafia, son también mu- chos los médicos que comparten estas ideas, pero bien es verdad también que, por desgracia, tales ideas son aqui absolutamente “privadas” y que nadie hasta ahora se ha atrevido a exponerlas oficialmente. ¢Cual es el politico que se atreveria a presentar a nuestras Cortes un proyecto pare- cido al de los sefiores Orlando y Calabrese? Si, nuestras muchachas, si bien no se casan ya con la ignorancia de las muchachas de otros siglos, siguen aparentindolo, y esto, con aquties- cencia general, que muy bi en podré casarse una ; La condicién social de la mujer en Espafia 125 muchacha habiendo tenido, ante todo el mundo, bastante intimidad con varios novios, pero difi- cilmente encontraré marido la que, en sts pro- yectos matrimoniales, en lugar de decir, con una ingentiidad que a nadie engafia: “yo quiero un saloneito de color de rosa”, diga sanamente, ma- tronalmente : “yo, el dia que esté embarazada...”” © “yo, cuando erie a mis hijos”. Tal es todavia, y tal ser, sin duda, aun durante largo tiempo, nuestra inveterada tradicién, ya felizmeute des- aparecida de los pueblos en donde abundan las mujeres que estudian, que siguen carrera, y en donde los hombres buscan en la esposa, no el “bibelot” de ilusién pronto desvanecida, sino 1a compafiera fuerte y equilibrada, Resultado: nutes- tras muchachas, acostumbradas a considerar los actos mis naturales de la vida como algo vergon- 2080, llegan al matrimonio y a la maternidad en un estado de sabiduria mal aprendida en novelas leidas a escondites, en conversaciones con ami- gas pervertidas, etc., es decir, pensando precisa- mente en lo que no debieran pensar, y no sabien- do, por el contrario, nada de lo que seran sus deberes y de la responsabilidad que asumen al aceptarlos. ;Cudntas calamidades se evitarian si las muchachas al casarse supieran que el estado de salud de su marido es un factor que debe ser considerado ante todo! Pero, de nada han de ser- 126 Margarita Nelken vir las lecciones de maternologia y de puericul- tura, mientras esté bien el decirle a una mucha- cha: “no le hagas caso a fulano, que es un per- dido, que se gasta todo el dinero con las cocottes” y no esté bien el decirle: “piensa que fulano esti sifilitico y que, por fo tanto, los hijos que te dé serin unos desgraciados”. Y si se afiade a esta ignorancia impuesta la total indiferencia por la cultura fisica de la mujer, que profesan las razas meridionales, se comprendera que nuestras mu- jeres no estén, ni con mucho, preparadas a edu- car higiénica y racionalmente a sus hijos. Y, no es que aboguemos por la mujer masculinizada; pero unos momentos diarios, aunque no fuesen més que diez minutos de gimnasia sueca, y el ejercicio moderado de algiin deporte son, por lo ‘smenos, tan necesarios a la mujer como al hombre. Muchos escultores aqui en Espafia, para modelar los torsos femeninos de sus estituas se sirven de modelos masculinos, por no encontrar mas que muy dificultosamente mujeres bastantes “anchas” bastante “desarrolladas”. Ahora que el progreso social saca a la mujer espafiola de su claustra- cién secular, es necesario preocuparse, tanto como del cultivo de su cerebro, del desarrollo de sus energias fisicas. ;Fuera la mujer nifia incapaz de bastarse a si misma y de ser mas que Ja cortesana o la criada del hombre! Pero fuera La condicién social de tn mujer en Espafia 127 también la muchacha pilida, clordtica y estrecha de hombros, cuya poesia, vislumbrada tras los cristales de um caserén provinciano, no pued= hacer olvidar los achaques que fatalmente trans mitird a sus hijos, Han de ser fuertes y han de saber respetar su propia fuerza las madres que quieran hacer de sts hijos hombres y mujeres robustos y sanos! Desde hace algin tiempo, las cuestiones de maternologia y de puericultura estén a la orden del dia; los problemas sociales al preocupar “a fuerza”, hasta a los mas indiferentes, han sacado forzosamente a luz todas las miserias de Ia raza: en primer lugar, la espantosa mortandad infant, causada por la ignorancia de las madres 0 por la falta de proteccién que se les dispensa. Esto es tniversal y universal es también el intentar remediar el mal Io mas pronto y lo mas eficaz- mente posible, Como todos los paises, Espaita entera se ha conmovido ante tan trascendental cuestién, y su buen deseo no lo cede a ningtis otro. Por desgracia tiene en contra sya a dos importantisimos factores: 1." la falta de compren- sién del respeto debido a toda maternidad, sdlo por el hecho de serlo y sean cuales fueren sus causas y 2.° la falta de preparacién de las per sonas que se ocupan de dirigir aqui las cuestiones relativas a los nifios, 128 Margarita Nelken Con el primer factor tenemos el abandono en que son dejadas las madres solteras. Mientras en ‘Alemania existe una Sociedad cuyo fin exclusivo es la proteccién de los nifios sin padre, y mien- tras en Paris existen cinco asilos de iniciativa privada para embarazadas, en los que nadie se preocupa de las creencias ni del estado social de las asiladas (existe hasta un asilo, el de Nan- terre, para madres vagabundas), aqui vemos todas las Asociaciones Mamadas caritativas ce rrarse ante la madre que tuvo un hijo fuera de las conveniencias establecidas; en lugar de im- poner el respeto, la madre abandonada no en- cuentra a st paso mas que desprecio y crueldad; Ta mujer casquivana podra ser admitida en todas partes: no lo podra si su pecado (ese pecado con pretexto del cual los que se dicen discipulos de un Dios, que fué todo perdén, rechazan inexo- rablemente) toma forma en Ja santidad de un mo vamos pues a hablar de proteccién (0s, cuando infinidad de madres se ven obligadas a abandonar a sus hijos? :Cémo se puede confiar en la de personas que creen que haya nifios que deben pagar culpas atribuidas a sus padres? No, mien- tras se den casos de asociaciones, cuya misién es proporcionar ropa a los recien nacidos y que crean que su deber consiste en dejar desnudos ion protectora La condicién social de Ia mujer en Espafla_ 129 a los nifios ilegitimos, toda nuestra proteccién a los nifios sera estéril y no experimentaremos, ent este sentido, progreso alguno, En Francia, s6lo por no existir atin Ia busca de la paternidad, Remy de Gourmont, que no es ni con mucho escritor feminista, pudo escribir un dia: “Si el aborto es un crimen, es un crimen cuya respon- sabilidad incumbe tan sélo a los varones (aux miiles) y a la sociedad”, Si esto es alli zqué no podria decirse aqui? Y para cambiar este estado de cosas es menester cambiar todo el espiritu de nuestras mujeres, ese espiritu de una cruel- dad honrada tan terrible. Y esto necesitaré to- davia muchos afios, El segundo factor, o sea la falta de prepara- cién no es menos importante. Dejando a un lado los conventos aristocréticos, en donde Ia instruc- cién no es buena ni mala, puesto que no existe, la mujer de la alta sociedad espafiola esta ins- truida por ayas e institutrices extranjeras, Ia mayoria de Jas cuales no son tal, puesto que se las admite en las mejores casas sin necesidad de diploma alguno. (Asi se ven muchas extran- jeras venidas primeramente a Madrid en condi- cién de modistas, y hasta de doncellas, conver- 9 130 Margarita Nelken tirse, al poco tiempo de estar en la corte, en institutrices con influencia plena, sobre las nifias que les estiin encomendadas). La formacién ¢s- piritual de las mujeres de nuestras clases acomo- dadas, no puede, pues, ser mis deficiente; Inego, estas sefioras, por el tinico derecho de su elevada posicién social, son naturalmente llamadas a com- poner las juntas, patronatos, etc... de Tas obras penéficas. 1Qué sticede con esto? Que dichas jun- tas y dichos patronatos, que tienen a st cargo nada menos que la responsabilidad directa de mi- les de vidas, no comprenden ni una sola persona capaz de dirigir convenientemente estas institu- ciones. Muchos claman, hace ya tiempo, contra este estado de cosas; pero, bien sea también por igno- rancia, bien sea por deseo de congregarse deter- minados elementos, caen en tina oposicién igual- mente nociva, como, por ejemplo, cierto impor- tante diario que, al ser descubiertos los escinda- Jos de ta Inclusa madrilefia, preconizaba como radical medida salvadora la integracién, en la Junta de Damas, de mujeres pertenecientes a todas las clases sociales. Y, si bien es verdad que, por Io general, las Juntas de Damas aristocraticas son completamente initiles, no tanto por stt igno- rancia como por su ligereza y estrechez de miras al tratar estos asuntos, y, sobre todo, por su La condicién social de Ia mujer en Espafia 132 completo desconocimiento de lo que deben ser las organizaciones benéficas y de los progresos en ellas aportados por otros paises, bien es verdad también que, por las deplorables condiciones ma- teriales en que vive, por stt escasa instruccién y, en una palabra, por st atraso y sus rw'inas, la mujer artesana es, en Espafia, la menos indicada para dar su voz y voto en materias de puericul- tura, de higiene 0 de educacién. Mas no debe olvidarse esto: la mujer del pueblo est siempre dispuesta a aprender; lo que no resiste es la superioridad enfética de quienes aqui pretenden ensefiarla. El afio pasado, inicitronse en Madrid tnos cursos de Maternologia para mujeres ar- tesanas; estos cursos, mas que para obreras, pa- recian hechos para las personalidades, invitados, periodistas, etc... que a ellos asistian, a tal punto, que las mujeres del pueblo, cansadas de no en- tender una palabra de cuanto alli se decia, re- nunciaron, a la segunda o tercera conferencia, a perder intitilmente un tiempo que tanta falta les hacia en sus casas. Y uno de los médicos a quienes yo me esforzaba en hacer comprender que, antes que la entumeracin de términos cien- tificos, lo que convenia alli era decir sencillamente cémo debian ser alimentados, lavados, etc... los pequefitelos, me contest: “Nada de eso; lo pri- mero ¢s que sepan lo que es ptericultura... y 132 Margarita Nelken hasta arboricultura y floricultura”. ;Este era su modo de educar al pueblo! el extranjero, principalmente en Suiza y Bélgica, las escuelas menagéres dedican una de suis mis importantes clases al “cuidado de los nifios”, en todas partes iniciase un movimiento muy acusado en pro de la educacién racional de la mujer; seria una desgracia, irreparable duran- te muchas generaciones, que una estrechez de espiritu, completamente ridicula en nuestros dias, nos dejase en este punto en un nivel muy infe- rior al de los otros paises. El feminismo, el fe- minismo légico, ha de reaccionar violentamente ta contra fa opinién contra los prejuticios, y ha ambiente. En nombre de la maternidad, muchos protes- tan contra. el feminismo, cuyo triunfo ha. de traer a las mujeres la libertad del trabajo, el sa- lario regularizado, y, en wita palabra, la mejora de sus condiciones materiales; pero sigue pare- ciendo muy natural que una mujer embarazada o tna madre lactante trabajen en ocupaciones al parecer mas femeninas que el escribir en una oficina, como, por ejemplo, hacer flores artifi- ciales, brufir alhajas, etc., y, sin embargo, estos trabajos traen consigo fatalmente la lenta into- xicacién por el plomo, ‘intoxicacién sumamente grave ya menudo mortal para el feto 0 el nifio | | | de la mujer en Espafla 133 de pecho. Y los adversarios mas acérrimos del feminismo encuentran natural que la mayoria de las planchadoras (jy qué trabajo mas femenino!) trabajen demasiadas en un local cerrado y se intoxiquen poco a poco con el dxido de carbono, © que Jas cigarreras se envenenen respirando el tabaco, 0 que las peleteras se envenenen con el mercutio, ete., cuando basta, para espantarse, con comprobar 1a cantidad de tuberculosas que exis- ten en estos oficios y la calidad de los hijos de estas mujeres. Precisamente, considerando como estén aqui las cuestiones de maternologia y de puericultura, es cuando mas se anhela el advenimiento de un nuevo espiritu en la mujer espafiola, un espiritu que Ia haga, en todas las clases sociales, des- echar hipocresfas; que la haga tener conciencia plena de si misma, de su ser fisico y moral, y sen~ tirse orgullosa de su preparacién natural y sabi para sus deberes de mujer y de madre. La condicién social de la mujer en Espafia 135 CAPITULO VIII La prostitucién Las ex-mujeres—La estructura moral de un pais—La ca~ lidad de la prostitucién.-De la que se “divierte” a la que se “vende”,—El espivitu de Solén—La farsa de la higiene, El hijo de la prostitute —Prostitucién clandestina—De dinde provienen las prostitutas—En el campo.—Prostitu- cién forzada—Las menores—La patria, potestod arbitra- rria.—Dos ejemplos monstruosos—Las Damas de ta Trata de Blancas—Castigo, pero no salvacién.—En Alemania y en los Estados Unidos—Una obra eficaz—Incapacidad de muestras obras—La represin de la trata de Blancas no puede depender del capricho de personas sin preparacién, Lo que es imprescindible “La horda se asemeja a un rebafio de bestias que satisface sus instintos sexuales a bulto y sin formar parejas.” (Bedel: La mujer ante el socialismo.) No es costumbre, al hablar de la condicién so- cial de las mujeres de un pais, ocuparse, como de una clase cualquiera de mujeres, de las prostitu- tas, Existe ticitamente, en el mundo entero, un acuerdo de silencio sobre un asunto que, atin los mis inconscientes, aun aquellos que no entienden 136 en materia de responsabilidades més que las que incumben directamente a quien realiza los actos de cuya responsabilidad se trata, parecen sentir, instintivamente—o intuitivamente, como se quie- ra—que implica un desdoro colectivo para todos. Y las prostitutas son, realmente, en toda Ja terri- ble acepcién de Ja palabra, las ex-mujeres, y, a pesar de los himnos entonados en su honor por algunos bohemios alcoholizados en mal de extra- vagancia, y, a pesar también de las frases com- pasivas de alguna que otra persona que se da cuenta, las prostitutas siguen estando, como los echombres, a pesar de su literatura, fuera, al margen de la vida. Y, sin embargo, ocuparse de la condicién en que se hallan en tn pais las prostitutas, no es sa- lirse de Jos limites de un estudio acerca de la condicién social de las mujeres de este pais; es mas, es impreseindible ocuparse de las prostitu- tas para enterarse imparcial y completamente de la condicién de las mujeres en general: mis que ninguna otra clase de mujeres, ésta se halla dentro de la vida, y las causas que hicieron de ellas unos oxseres, las circunstancias que las guiaron, desde el primer paso al margen, ilustran, mas que nin- guna otra consideracién, acerca de lo que pudié- ramos llamar, no la moral, sino Ia estructura mo- ral de un pueblo. Ta condicién social de 1a mujer en Espafia 137 Medir la moralidad de un pais por el mayor 9 menor mimero de sus mujeres pitblicas, es una candidez, cuya superficialidad no resiste a un examen algo serio; pero lo que si da la norma de esta moralidad es la calidad de la prostitucién. De poco tiempo a esta parte, dyense frecuentes quejas acerca del considerable aumento de la prostitucién en Espafia; dejando aun lado el alu- vidn de coccoterie debido a los éxodos produci- dos por la guerra en la vida galante de determi- nadas naciones—Francia sobre todo—este au- mento no debe ser considerado como tal, sino como una fransformacién, cosa muy diferente; pero, como esta transformacién Ieva las prostitn- tas desde la casa cerrada en donde pasaban inad- vertidas, por lo menos de 1a inmensa mayoria, a la calle, al restaurant y a los tablados, mas 0 me- nos infimos, en donde su exhibicién se impone fa- talmente a la atencién publica, este cambio radi- cal producido de poco tiempo a esta parte en las costumbres galantes espafiolas, puede aparecer, ante los ojos de un observador superficial, como tin relajamiento de la moralidad general, idea de todo punto errdnea. La cuestién debe plantearse de este modo: desde hace unos cinco afios, exis- ten on Espafia muchas mis prostitutas que se ven, y también muchas mas prostitutas disfrazadas modistillas que viven con su familia y Hevan vida 138 Margarita Nelken alegre a espaldas de ésta, artistas de varietés cuyo arte u oficio es sélo un pretexto, etc.; en cambio, existen muchas menos prostitutas en ca- sas. El tan lamentable afan de lujo no tiene nada que ver con esto, ya que, en Ia mayoria de las modistas, empleadas, etc., que se venden, el cam- bio operado por este afan ha sido tinicamente el de venderse en lugar de divertirse tan sélo, cosa que hacian antes. Ahora bien, dejando igualmente aparte la transformacién que ha Ievado y leva cada dia més a la prostituta a la exhibicién pi- blica en restaurants, music-halls y demds sitios de diversin, ya que esta transformacién atafie, principalmente, no a la prostitucién misma, sino al cambio operado en la vida general espafiola, que se abre cada dia mis a las corrientes de afue- ra, debemos preguntarnos ‘inicamente si este au- mento de la prostitucién libre y esta dismintcién de la prostitucién mo libre, o prostitucién segin Ja norma antigua de comercio y mercaneia, son un bien o un mal. Elespiritu de Solén condenando a muerte a las mujeres adiilteras 0 a las jévenes que se entre gaban libremente a un amante, y comprando, en nombre del Estado, mujeres para “el sosiego de los hombres robustos”, ese espiritu reprobado hoy como uno de los aspectos més repugnantes de la esclavitud, subsiste, sin embargo, idéntico en la | { | La condicién social de la mujer en Espafia 139) actualidad. Son muchos, aun en las clases mas cultas, los hombres que juzgan inmorales las leyes alemanas 0 norteamericanas que no permiten las casas de tolerancia. Es mis, al tratar esta cues- tién no faltan siquiera los médicos para afirmar, en nombre de la higiene publica, la necesidad de estas casas, como si la higiene no rezase mas que con los hombres, pues, si bien es verdad que el hombre tiene la seguridad—al menos oficialmen- te—de no Pevarse ninguna enfermedad secreta de una casa de trato, no existe ley alguna que proteja ignalmente a las mujeres de esta casa con- tra el contagio que le puedan traer los hombres. Esta higiene de comedia, que vigila tan s6lo 1o que puede perjudicar inmediatamente al hombre, parece ignorar 0 no querer saber que el mayor peligro del estado sanitario en lo que a la prosti- tucién se refiere, concierne at nif, al hijo que un dia u otro, fatalmente y a pesar de todas las pre cauciones, acaba por tener la prostituta; a ese hijo que en inclusas y asilos primero, ya libre- mente en la vida después, atestigua, con sus la- gas y males hereditarios, la vacuidad de esa co- media de higiene, hecha tnicamente por y para el hombre. Pero los que abogan en favor de este comercio de carne humana tienen otro argumento tan pe- regrino como el de la higiene, y es que, en los pai- 140 Margarita Netken pa ee ee ses en que este comercio no es abiertamente tole- rado, existe, més que en el nuestro, la prostitu- cién clandestina; cierto es, pero esta prostitu- cién clandestina (sirvientas de hoteles, ete.) aun- que Hegase a las mismas proporciones que la pros- titucién declarada—cosa muy dificil—es, en todo caso, una manifestacién libre, consciente: la mu- jer, como ser humano, tiene derecho a usar de su cuerpo como le convenga; si se pierde por vicio, peor para ella, y la condicién de la mujer que se vende a quien le place y cuando le place, no puede, en modo alguno, compararse moralmente con la condicién de la mujer ofrecida con todas las pro- tecciones legales, a quien buenamente quiera com- Prarla: absolutamente lo mismo que un pedazo de carne en una carniceria, sok 2De dénde provienen la mayoria de las pros- titutas espafiolas? Las de mis alta categoria, ya hemos visto que, en gran parte, de la clase media; muchachas cuya educacién no se ha preocapado de proporcionares un medio de vida y que el dia que necesitan bastarse a si mismas se lanzan o caen poco a poco en la prostitucién como en el ‘inico medio de vida que se les ofrece, ~~, sot aasaill + La condicién social de la mujer en Espaiia 141 Las de categoria mas baja, se reclutan casi to- das en Espafia, como en todas partes, entre las muchachas del campo venidas a servir a la ca~ pital y facilmente seducidas por fantdsticos es- pejuelos; pero el desamparo en que aqui se en- cuentran las embarazadas y madres solieras, la falta de proteccién eficaz a la infancia para im- pedir la venta de menores y, sobre todo, la igno- rancia y el miedo al seflorito seductor—ese ins- tintivo respeto de clases que subsiste en gran parte de nuestro pueblo como un resto vergonzoso de feudalidad—son los mis poderosos factores de la prostitucién baja y' miserable. La ausencia en el cédigo nuestro de todo ar- ticulo relativo a una posible “busca de la paterni- dad” es, junto con este respeto al seftorito, una de las causas mis fuertes de prostituciim: un se- fior tendré siempre razén contra una sirvienta, por ejemplo, y la sirvienta que qniera exigir de sit seductor siquiera el pago del ama del nifio, como no tendrd, ante la ley, razén alguna para esta exigencia, se verd conducida a la Comisaria, cuando no a Ia eércel, por reclamacién injustifi- cada; si se exaspera, por escindalo. ¥ no es sélo el sefiorito—aunque es mis de lo que uno se fi- gura—el culpable y el iniciador primero de esta prostitucién de sirvientas y obrerillas; el donjua- nismo chulesco que tanto impera entre el pueblo 142 Margarita Nelken de las capitales, hace considerar como acto de bra- vura el “hacerle una barriga” a una muchacha, En el campo, esto casi no tiene importancias el acto entonces es sencillamente animal, sin vicio y sin fanfarroneria ni cobardia; Ia moza seducida sigue trabajando el campo y cria tranquilamente a sut hijo, 0 deja a su hijo en ama y se va a la capital de nodriza, y esta situacién, por muy la- mentable que sea—sobre todo en lo que concier- ne a la vida y salud del nifio—no es, salvo alguna que otra rarisima excepeién, cattsa de prostitu- cién, Pero en capitales, es casi fatal que tina mu- chacha artesana, después de st primer tropiezo, caiga hasta lo mis bajo. El tinico dique posible a esta clase de prostitucién, la busca de la pater- nidad que, ademas de proteger a la madre contra las eventualidades de la miseria produce en el hombre el temor al gasto obligado y al entorpe- cimiento de su futura situacién, ese iinico dique no existe todavia en nuestra vetusta y a menudo antihumana legislacién. Por lo tanto, sean cuales fueren las opiniones morales de no, no hay que olvidar nunca que Ja mayoria de las prostitutas espafiolas pobres Io son forzadas, por lo menos al principio; que muchas que empezaron a serlo, empezaron tan sdlo por buscar una ayuda, tinica- mente para poder atender a las necesidades de su hijo (esos meses de! ama tan terribles para la La condicién social de la mujer en Espafla 143 sirvienta que gana tres o ctatro duros mensuales, tan imposibles para la obrerilla echada de casa de sus padres!) ; qué gran culpa debe recaer sobre la falsa idea del honor en el pueblo que hace con- siderar honroso para la familia una cocotte 0 soi-disant artista con automévil y que impone co- mo un deber sagrado el echar del hogar a punta- piés a la hija abandonada; qué gran culpa tam- bién debe recaer sobre las asociaciones benéficas que en lugar de ayudar mis, por necesitarlo mis, ala madre sin marido, la rechazan hacia la In- clusa y 1a mala vida, a veces hacia el infanticidio; y no hay que olvidar, por fin, que, mientras dure la legislacién hoy imperante en Espafia y mien- tras no evolucione la superficie de nuestra moral, no tendremos nunca bastantes respetos para la muchacha del pueblo que eria y “saca adelante” aun hijo, sin tener junto a ella Ja sombra del pa- dre de éste. Si facil es seducir a una criadita o a una obre- rita que s6lo conocen de la vida las miserias y que han de escuchar como cantos divinos las pri- meras palabras de cariiio, més facil es todavia traficar con nifias; y existen en todas las grandes capitales de Espafia, principalmente en Barcelona 144 Margarita Nelken y en Madrid, casas puiblicas sobradamente cono- cidas por asistir a ellas nifias de trece y catorce afios. Y aqui tropezamos con varios males, cada uno de los cuales necesitaria detenido estudio y especial remedio: 1.°, defectuosa organizaciin del Consejo Superior de Proteccién a la Infancia, que por desidia, por ignorancia, 0 por no dispo- ner de los necesarios medios correctivos, tolera actos tan visibles como el de nifios pidiendo li- mosna a altas horas de Ja noche junto a los me- renderos y sitios de “juerga” de las afueras, y nifios trabajando en escenarios de baja estofa, cantando y recitando cuplés y monélogos obsce- nos; 2, la falta de establecimientos adecuados para recoger a los nifios, acerca de los cnales ef Consejo, o la Direccién de Policia, pudieran re~ cibir una denuncia (Asilos tenemos demasiado pocos, y la mayoria de ellos, como, por ejemplo, en Madrid el de Vallehermoso, que sirve preci- samente para estos casos, son tan indecorosos, tan _antihigignicos, tan sucios y estin tan mal administrados, que tnicamente sirven de propa- gadores de enfermedades—la tracoma es alli ge- neral—y de criadero de ladrones y prostitatas, ya que en ellos los nifios no reciben educacién al- guna y por el contrario se contagian unos a otros sus vicios y males); 3.°, la vergonzosa condicién moral de 1a policia subalterna, incluso de los mi jcion social de Ia mujer en mos agentes encargados precisamente de las cues- tiones de prostitucién, vileza que ademis de pres- tarse a toda clase de compromisos, hace de una ama de casa un personaje cuya influencia es casi omnimoda; y 4.’, por fin, la peregrina ley de la patria potestad que conserva a los padres todos sus derechos, aun en los casos mis repugnantes. Dos ejemplos, dos casos en los que intervinimos personalmente y cuya veracidad, por lo tanto, garantizamos, ilustrardn esta afirmacién mejor que ningtin comentario, En el primero, tratase de una nifia de once afios, metida en la carcel (en la carcel de mujeres, en promiscuidad directa y constante con lo peor de Madrid) por robo. Era su tercera estancia en dicho establecimiento. El niismo presidente de la Audiencia, Sr. Ortega Morején, envia un aviso al Consejo Superior de Proteccién a la Infancia y Represién de Ja Mer dicidad, encomendindole el asunto; el Consejo nombra un abogado y hace gestiones para sacar de la cércel a esta nifia y meterla en un colegio —esto con la conformidad indispensable segiin a ley, de la nifia—mas la madre reclama su hija; ha sido probado que esta madre inducia a su hija a robar y ademés vivia de ello; no obstan- te, conserva su patria potestad; por casualidad, se descubre que a nifia tiene por el mundo un padre, ef cual no se ha ocupado nunca de ella, 0 146 Margarita Nelken pero quie, ante la ley, conserva todos sus dere- chos (aun hasta con relacién a Ja madre, aunque la madre fuese decente y él un sinvergitenza); jubiloso; si el padre no reclama a la nifia, el Con- sejo podra disponer de ella; y, ahora interviene €l seiior jttez, quien, cansado, sin duda, de tanta peripecia, entrega tranguilamente Ja nifia a su madre, dando a esta pleno poder para seguir induciéndola a robar. ; Pero el segundo caso respecto a la materia que nos ocupa en este capitulo, es ain mis escanda- oso. Una portera de una casa de lenocinio de Madrid, tiene una hija de diez y ocho afios; quiere venderla a un sefior—policia por cierto— que le oftece “‘ponerles un cuarto”; la mucha- cha, honrada por milagro, se resiste, y la madre a echa de casa, La chica pasa tres meses traba~ jando, ganando seis reales diarios y viviendo con o que gana. Tiene un novio del cual queda em- barazada. Vuelve junto a su madre, ésta le insta de nuevo para que deje a su. novio—un mucha- cho formal que quiere casarse con ella—y se yenda al policia. La muchacha no quiere y en- tonces la madre en connivencia con un su amigo, ladrén de profesién, dirige una carta a la Junta de Damas para la represién de la Trata de Blan- cas, solicitando recluyan a su hija que quiere —-dicededicarse a la prostitueién, La Junta de La condicién social de la mujer en Bspaia 147 Damas, sin mas informes, sin enterarse siquiera de quien es esa madre, da, por teléfono, una orden a la policia, de la cual dispone incondicionat- mente; detienen a Ja muchacha, y fa meten en un calabozo, en el cual, jestando embarazada de cin- co meses!—duerme dos noches sobre un banco, y del cual saldré lena de miseria, El novio busca influencias, los jefes de policia, compadecidos y reptfgnando a prestarse a esta monstruosidad— una muchacha encerrada por no querer prosti tuirse—te aconsejan: se telefonea a la Junta de Damas; una de ellas contesta tinicamente que los derechos de la madre ante todo y que ademas “con las hermanitas, la chica estara muy bien”. Tniitil hacerle comprender que la chica estara mejor con su marido y que esto es lo natural, Nada, la muchacha habré de permanecer recluida con Jas prostitutas hasta su mayoria de edad ‘cinco afios. Por fin, después de quererse matar Ia muchacha en el calabozo, la Junta de Damas manda otro recado por teléfono: se desinteresa de ta muchacha porque no hay sitio en el con- vento, Bueno, entonces la muchacha habra de ser de nuevo entregada a la madre, a la madre que la quiere prostituir, que ademas, en contra de la ley, la hace vivir, siendo menor, en una casa de Prostituciénj a la madre que no consiente se case acon el hombre del cual e: 4 embarazada; 148 Margarita Nelken ala madre que tiene todos los derechos... Sélo a que la madre, en un arranque de célera, renun- ciase a su hija mandandola a la m... ante testigos, se debe la salvacién de esta muchacha. ¥ esto no sucedia en Africa ni en la Edad Media; esto ha sucedido en Madrid en el mes de Julio de mil novecientos diez y nueve. Se puede quitar la patria potestad a los padres; es verdad; después de meses—o de afios—de ex- pedientes, es decir, cuando ya puede haber sido realizado todo el mal; lo que no se puede es ir en contra de la todo poderosa Junta de Damas para la represidn de 1a ‘Trata de Blancas, benéfica aso- ciacién a la que se debe gran parte de los males de la prostitucién espafiola. Y es que su organi- zacion no puede ser mas defectuosa ni su modo de funcionar més arbitrario. Esta Junta, en lugar de ser compuesta por mé- dicos, sociélogos, cuando menos por personas su- ficientemente abnegadas para penetrarse de que tienen que cumplir una misién, y una mision que no se cumple con reuniones o juntas en las que se habla de todo, salvo de lo necesario, ni con recados telefénicos a la policia, ni con visitas ce- remoniosas a las hermanitas, se compone iinica- mente de sefioras aristocraticas que desempefian este cargo como ostentarian un titulo mis: por vanidad. —— La condieién social de la mujer en Espaiia 149 Mientras subsista esa monstruosa Asociacién, monstruiosa por componerse de personas ajenas por completo a tales cutestiones y monstruosa por su espiritu de “meter en cintura” a unas desgra- ciadas, faltas imicamente de educacién, de medios de ganarse Ia vida y también de comprensivo ca riffo; mientras el imico remedio aplicable a la prostitucién espafiola sea recluir (cuando hay sitio, que sino se las echa de nuevo a Ia calle) a las prostitutas en un convento en el cual estan como Presas y trabajan para la comunidad, pero del cual salen tan desamparadas como entraron; mientras unas sefioras, por el solo hecho de ser de clase elevada, se crean con derecho a disponer asi de la vida de unas criaturas a las cuales no conocen ni de vista y de cuyos antecedentes ni se molestan en informarse; y mientras estas ci turas sigan con la idea de que al pretender co- rregirlas lo finico que se hace es explotarlas y pesar sobre su conciencia; mientras Haya pros- titutas que supliquen “se les quite de la vida” y reciban la contestacién de que “no hay sitio”, y, por otra parte, haya desgraciadas a las que un capricho de esa Junta mande recluir diciendo ellas que “prefieren matarse a estar en un convento”’; mientras todos los remedios a la prostitucién se dejen a la libre voluntad y conveniencia de una Junta semejante y de algunas comunidades reli- 150 Margarita Nelken giosas que viven de ello, no se podré esperar me- jora alguna y nadie tendra derecho a pretender que tna prostituta deje de serlo. Espafia es quiz, hoy dia, el tnico pais en donde no se hace nada por impedir que las prostitutas eguen a su triste condicién y en donde al mismo tiempo se quiera corregir la prostitucién con cas figos—que no otra cosa es la reclusién forzada en un convento. Y, para esto de Ja reclusién for- zada, conviene no olvidar la prolongaday excep- cional mirioria de edad que’ pesa aqui sobre la mujer y hace, por ejemplo, de una mujer de vein: tidés afios una nifta sin discernimiento Ya hemos visto en qué consiste en otros paises la obra de ciertas Asociaciones organizadas pre- cisamente, con sus carteles indicadores de hoteles y restattrants decentes, y con el apoyo prestatlo por sts miembros a Jas mujeres solas en las esta~ jones, para impedir la prostitucién por ignoran- cia, por malos consejos, etc. Especial menciéa entre las obras realmente represoras de la trata de blancas merece el cuerpo de “auxiliares de policia” creado en Alemania en 1904 ¢ inmedia~ tamente imitado en los Estados Unidos. Segiin rigen sus ordenanzas, la principal labor de las “auxiliares de policia” consiste en hacer todo lo posible para lograr que vuelvan al hogar paterno, o que vuelvan a tomar una profesién hon- —e [La condicién social de Ia mujer en Espafia 151 rada, las mujeres desamparadas 0 en peligro que, por primera vez, se encuentran en contacto con el Departamento de Higiene, asi como las que van ‘a inscribirse en ese Departamento. Lo primero para poder rasonadamente ocuparse de estas mu chachas es tener aptitudes suficientes para ello; es decir, tenet la cultura social, el tacto, Ia pers- picacia indispensables; lo segundo, es tener los medios de proporcionarles trabajo. La policia, pues, presenta la muchacha a la auxiliar de ser- vicio (son ftncionarios, obligadas, por lo tanto, a cumplir estrictamente su misién, que es st obligacién); la auxiliar ya se hace cargo de esta muchacha y no Ia abandonaré hasta conseguir apartarla del mal camino 0 hasta ver—y esto st- cede raras veces—que ello es totalmente imposi- ble, Después de algunas entrevistas, cuando la auxiliar ya ha podido formar un juicio serio de las condiciones de su “recomendada”, telefonea a la “Staedtische Arbeitsnachweis”—especie de Bolsa del Trabajo perfeccionada—y anuncia te- ner una mujer capaz de hacer esto y esto. Inme- diatamente contestan en qué sitio hay colocacién adecitada, y, siempre atendida por la auxiliar, la muchacha es enviada a su nuevo destino, en el cual, no solo nadie se preocupara de su pasado, y si timicamente del modo como cumple con st ddeber, sino que patronos y maestras considerarén 152 Margarita Nelken como una obligacién sagrada el recibirla y alen- tarla, Qué comparacién puede sostener con esta obra social, verdaderamente eficaz, nuestra pom- posa ¢ imitil, cuando no contraproducente, Junta para la represién de ta Trata de Blancas? ¥ es que lo peor no es que aqui descuidemos estas cuestiones; es que se ocupen de ellas ‘inicamente personas incapaces y superficiales hasta creer que lo mas importante que pueden hacer con las hos- pitalizadas de San Juan de Divs, por ejemplo, es ensefiarles a cantar salves, Pasaron los tiempos en que la represién de la prostitncién podia ser dejada al capricho de se- floras que ereen hacer obra piadosa catequizando de vez en cuando a las pecadoras recluidas, En ésta, como en las demés cuestiones sociales, es menester que abramos nuestra ventana de par en par a los aires del progreso y de la marcha uni- versal de las ideas. Es menester que también nos- otros comprendamos que la prostitucién no es un crimen que debe castigarse, sino ma desgra- cia que se debe evitar y remediar, Y es impres- cindible: 1° Que cuantas personas intervengan en tan delicada materia, sean especialmente aptas para ello por sus conocimientos y dotes particulares. Personas a la par que con amplios poderes, con di- recta y severisima responsabilidad, La condicién social de la mujer en Espafla 153 2° Que desaparezcan las reclusiones en con- ventos y se substituyan por estancias voluntarias en “casas de educacién” de las cuales las edu- candas salgan en posesin de un medio seguro de ganarse la vida; por aprendizajes en talleres especialmente vigilados; por estancias de dura- cidn determinada junto a sefioras que quisieran encargarse de educar y salvar verdaderamente a una de estas muchachas, etc. 3° Que Ia patria potestad te sea inmediata- mente retirada al padre 0 a la madre convictos de querer traficar con st hija. 4° Que sean severisimamente castigadas las personas que, directa o indirectamente, hayan tra- ficado con menores, asi como los que las hayan seducido (para esto iiltimo ya tenemos leyes, pero leyes que, claro est’, se arreglan a la medida de la infltencia de cada uno). 5° Que existan profusamente anuncios indi- cadores de abogados que informen gratuitamente a toda mujer que les consulte acerca de tales ma- terias, (jCuantas se dejan explotar por ignorar sus derechos!) * Que toda institucién benéfica que disfrute de subvencién 0 proteccién oficial esté obligada a amparar lo mismo a las madres solteras que a las casadas. ” Que tos servicios de la Seccin de Higi 154 Margarita Nelken de la Direccién general de Seguridad estén orga- nizados con las comodidades y facilidades nece- sarias, (St organizacién es tan rudimentaria y tan pobre que,hasta hace poco, no habia siquiera, en la Direceién de Higiene de Madrid, elementos para la coccién de los instrumentos; a 1a dona~ cién particular: de uno de los jefes se debe ahora el que no se reconozca a una enferma con el spe- culum que haya servido a otra y no se haya des- infectado después.) Ninguna de estas medidas, cuya adopeién se propone, es inaudita, ni dificil de realizar. ¥, sin embargo, Dios sabe todavia hasta cuando fa pros- titucién espafiola seguiré siendo una vergiienza, no para las prostitutas, sino para todo el pais so- cialmente culpable y responsable. La condicién social de la mujer en Espaia 155 CAPITULO IX (1) Femiaismo, sentido sociat y beneficencia El feminismo intearat imposible por ahora en Espaiia— EI voto debe merecerse-—La falta de sentido social—La beneficencia, piedra de toque para ta capacidad det femi- nismo—La coridad mala—*El Desaynno Escolar” —Las ‘bras que dan algo, pero piden mucho.—Caridad sin son- ‘sovial—Lo que se hace por el pueblo y lo que se hace sirvigndose de él—La confusién de la religion con ta ca- Fidad.—El habito y la ommisciencia—Una doforostsima comparacién.—-Vallehermoso 9 la idea de que el pobre, sin derecho @ nada, debe agradecerlo todo.—Casas-cunas ex- tronjeras y nurses volintarias—Un Namamiento a fa Cruz Roja espafola: su contestacién—E! Congreso del Tra- bajo 0 domicitio en Barcelona y la Liga de compradoras. ‘EI gran defecto—En Alemania, en Francia—Et modo més directo ¥ eficas de remediar ta miseria—Organis« Glin del trabajo y sendo-caridad.—Los pasos més impor- antes del feminismo, “Las mayorias son tan sélo prueba de lo ‘que existe; las minorias son a menudo el germen de lo que habré de existir y de to (Alejandro Dumas, hijo: ‘matan y mujeres que votan.) Mujeres que Nunca més cierta la frase de Dumas, hijo, que al tratar de nuestro feminismo de hoy ; precisa- (1). La mayoria de las ideas aqui expuestas fueron pre sentadas al piiblico en una conferencia pronunciada en el ‘Ateneo de Madrid, el ar de diciembre de 1918. Durante esa conferencia, varias sefioras Ievantaronse y retiréronse cescandalizadas. 156 Margarita Nelken mente ahora, cuando el feminismo parece haber triunfado ya en idea en nuestro pais, es cuando mas debemos, las y los verdaderos feministas, po- nernos en guardia contra la atmésfera de la mayo- ria, cuya buena fe no puede menos, por eso, por- que es de la mayoria, que ir, a menudo, algo des- orientada, En ningén pais las ideas feministas han recibido, de la mayoria, es decir, de lo que cons- tituye la opinién media, tan benévola y alentadora acoyida como en Espafia; mas... no olvidemos que en este como en cualquier otro orden de ideas, et germen del mafiana, de lo que habré de ser el ma- fiana, lo constituye el otro bando: el de la minoria, al que corresponde el honor, harto peligroso, de la impopularidad momentanea. Y nosotros, sin tener el orgullo de creernos profetas infalibles, pero con Ja tranquilidad de toda la atencién—jla atencién, cuin apasionada y dolorosa!—dedicada desde ha- ce tiempo ya al asunto, no vacilamos en decir, en contra de la mayoria del hoy, que en Ia actualidad, si se aspira a mas que a éxitos momentineos y a faciles vanaglorias, es menester, en nombre mis- mo del feminismo, adoptar, por ahora, en Es- pafia, una actitud resueltamente anti-feminista en cuanto, claro esté, se refiere a la concesién inme- diata de Jos derechos del feminismo. Si, en nom- bre mismo del feminismo hay que tener el valor de decir—de decir muy alto—que el feminismo a La condicién social de la mujer en Espaha 357 integral no sélo seria hoy prematuro en Espafia, sino que constituiria una calamidad, un desastre social. Y esto. que a primera vista parece una pa~ radoja o un absurdo en pugna con la profesion de fe feminista, no es, por desgracia, mas que una comprobacién. ‘Al oit la palabra feminismo, nadie piensa ya, en ninguna parte del mundo, en sufragistas mas © menos caricaturescas. El tipo de Ia feminista de pelo corto, voz aguardentosa y andares de marimacho, ha desaparecido para dejar lugar a Ia mujer fuerte que, en medio mundo, acaba de revelarse como verdadera compafiera del hom- bre, No hace atin mucho, Lloyd George envié al congreso de mujeres aliadas celebrado en Paris un mensaje en el, que, después de examinar la inmensidad de Ia obra de las mujeres durante la guerra, decta: ; Bravo! ;Continuad! Ayudéis a crear un mundo nuevo para vosotras mismas y para vuestros hijos!, y, hace también muy poco, el Presidente Wilson afirmé que, sin feminismo, no podia existir democracia, y tiltimamente, Ia importancia atribuida al Congreso de Ginebra ha probado como es universalmente reconocida la fuerza de las proposiciones y reivindicaciones feministas. Hoy dia, el voto de las mujeres ya no es un tema para chistes, sino que es una rea dad en muchos paises, mejor dicho, en los prin- Margarita Nelken cipales paises. zY nosotras? Pues nosotras Dios quiera que no votemos en mucho tiempo. Y no quisiéramos en modo alguno que nuestras palabras fuesen interpretadas como censura ri como critica a la mujer espafiola; la mujer espa- fiota no puede ser hecha responsable de las circuns- tancias, ajenas a su voluntad, que en ella con- curren; mas no por eso deben estas circunstan- s dejar de ser tenidas en cttenta. Seria pueril creer que en los Estados Unidos, en Inglaterra, en los Paises Escandinavos, en Alemania, hasta en Rusia, mejor dicho, hasta en Francia, puesto que el voto de las francesas est ya acordado en principio, las mujeres votan por- que si, porque lo han reivindicado 0 porque los hombres han tenido a bien reconocer sus reivin- dicaciones; no, alli donde Jas mujeres votan es porque pueden hacerlo, no por la ley, sino por derecho propio; mo porque se lo merecen por ser iguales al hombre, sino porque su voto es necesario, porque su participacién en los asuntos nacionales y municipales puede ser atl. Y es tan s6lo porque las mujeres americanas, inglesas, es- candinavas, francesas, risas, alemanas, austria~ cas, hiingaras, etc., han demostrado Ia utilidad, Ja razén de ser de su voto, por lo que este, voto les ha sido concedido como un derecho natural, Pero zy nosotras? Hay muchas feministas hoy he jin social de la mujer en Espafia 159 idia en Espafia; hay, y esto es significativo, muchos feministas también; pero zés que verdaderamen- te las mujeres de Espafia merecemos el volo? 2Es qué verdaderamente fos y las feministas de Espafia, pueden creer que el voto de las mujeres reportaria aqui algtin beneficio al pais? Que esto €5 lo que debe considerarse ante todo ya que, en feminismo, como en cualquier cuestién de orden general, existe una justicia para con todos que debe pasar antes que la justicia para con los solos interesados. Uno de los tépicos mas corrientes del femi- nismo—pues el feminismo, como todas las doc trinas tiene sus t6picos inferiores al la misma doctrina—es que resulta ridiculo el que un anal- fabeto y un alcohdlico puedan votar y que no pueda votar una mujer culta e inteligente; ver~ dad es que, sin duda alguna, la condesa de Pardo Bazin seria mis capaz de entender de politica que el sereno de su calle; pero, esto no basta para que todas las mujeres de la nacionalidad de Ia condesa de Pardo Bazdn, tomen parte en los asuntos de su nacidn. La condesa de Pardo Bazin, es superior al sereno de su calle, y una mujer inteligente puede valer tanto como un hom- bre inteligente; esto se impone de por si, pero esto no basta, La cuestién feminista debe plan- tearse de otro modo, del modo en que:ha sido 160 Margarita Netken planteada en los paises en donde el feminismo es.un hecho: gEn este pais puede ser comparado, socialmente, el valor de la generalidad de tas mujeres al de la generalidad de los hombres? Por las obras que han realizado, y por el espiritu con que han realizado estas obras, las mujeres de Jos paises antes citados afirman irrefutable- mente que si. Aqui, precisamente considerando Jo que las mujeres realizan socialmente, tenemos por desgracia que decir que 16, La mujer espafiola vale, por 10 menos, tanto como la de cualquier otro pais; lo vale moral- mente, y es capaz de valerlo también intelectual- mente, como lo prueban, con una energia que se puede calificar de herdica, esas miles de mu- chachas que, Iuchando a brazo partido con los prejuicios y con el ambiente, asisten a las es- cuelas superiores y van formando, poco a poco, tuna clase de mujeres cultas y elevadas, tinica quizis en el mundo; lo que pudiéramos lamar la pasta de la mujer espafiola, es insuperable. zEntonces? Pues entonces nos falta ef sentido’ social y, mientras no le hayamos adquirido y con- venientemente desarrollado, no podremos pedir que los hombres de Espafta, tomen ejemplo de aquellos hombres que han considerado dignas de ser sus verdaderas compafieras, a mujeres que habian demostrado tener en grado maximo ese | | La condicién social de la mujer en Espaia x61 sentido social; a mujeres que habian cumplido con las obligaciones que ese sentido social impone. Existe un campo de actividad, cuyo privilegio no ha sido nunca regateado a la mujer: es la beneficencia. Aqui mismo, los més intransigentes antifeministas creen justo que la mujer se ocupe de obras benéficas, y hasta que las regente a st antojo. Asi vemos por todas partes Comités de sefioras, Juntas’ de Damas, Patronatos femeni nos. La Beneficencia es por consiguiente la mejor piedra de toque para la capacidad del feminismo. Hay muchas probabilidades de que una mujer, sabiendo organizar y administrar una gran obra benéfica, sepa también intervenir siquiera sea en asuntos municipales; y aunque en detalles sean distintas entre si, Jas obras benéficas de un pais dan con bastante justeza la norma del espfritu general que anima socialmente a las mujeres de ese pais. 2Cual es el espiritu general que se desprende de la beneficencia en Espafia? La respuesta se presenta clara y rotunda: el espirit més anti- social que pueda darse. Las obras benéficas en Espafia no solo carecen de cuanto requiere el sentido social moderno, sino que le son contra- rias en absoluto. Las mujeres votan hoy en los Estados Unidos, en Inglaterra, en Alemania, en Austria, en Hun- n 62 Margarita Nelken grias votardn muy pronto en Francia, y ya hace tiempo que votan en Finlandia y en los paises Escandinavos; a la formidable obra social que han realizado las mujeres en es0s paises por me- dio de la beneficencia, ¢qué opondremos aqui nosotras? 7 Espafia, es tin pais harto caritative; en pocas ciudades se gastaré en Beneficencia lo que se gasta en Madrid; y sin embargo, en pocas ciuda- des habrA tanta hambre y tanta miseria, y, no porgute haya demasiados pobres-para la caridad, sino porque esa caridad es ignorante y hasta puede decirse que, en muchos casos, es mala. Hace muy poco la aristocracia y, por To tanto, la clase mis pudiente, ha publicado un maini- fiesto recabando derechos de autoridad en nom- bre de “la amorosa proteccién que dispensa a los humildes”: en todo Madrid, y hasta no es aventurado pensar que en toda Espaiia, exis- ten contadisimas obras benéficas verdaderamente hechas por el amor a los necesitados y verdade- ramente sociales, y, realizadas por mujeres, exis- te, quizis slo una y es obra esta de una humilde maestra: es el “Desayuno Escolar”, fundado por Dofia Benita Asas Manterola. El “Desayuno Escolar” proporciona desayuno a los nifios de las escuelas municipales; a todos s que van a la escttela en ef rigor del esos 1 La condicién social de la mujer en Espafia 163 invierno, sin haber tomado ningiin alimento ca- liente... ni frio. Pues bien, como el “Desayuno Escolar” no se preocupa mas que de impedir que haya nifios que se sienten en la escuela con el estémago vacio, sin preocuparse si los padres de estos nifios son catélicos 0 ateos, conservadores © socialistas, no ha conseguido el incremento a que tiene derecho. EI sentido neta y tinicamente social de esta obra es to que Ia hace incompfren- sible para el espiritu benéfico imperante. En Madrid se hacen grandes caridades, sis jy es el mal! ;Se tiene caridad! Se dan limos- nas, se dan limosnas que exigen el agradeci miento, cuando no—y ésto es lo mas corriente— la pleitesia absoluta, en cuerpo y alma. Aunque un ejemplo tnico no prueba nada, no estard de mis relata és aqui un hecho bochornoso que da la medida exacta de nuestro espiritu benéfico, y cuya exactitud puede garantizarse, La Asociacién benéfica llamada “Patronato de Enfermos” re- parte diariamente, en su Casa del Paseo de Sai Engracia, raciones de comida; estas raciones se distribuyen presentando unos bonos repartidos cada domingo, después de varias horas de oracién, misa, comunién, rosario, ete. Una pobre mujer, cuyo marido se encuentra en el hospital, y que tiene, ella sola, que mantener a seis hijitas, falta un domingo a la misa de comunién, por haber te- a 164 Margarita Nelken nido fa suerte de poder servir de asistenta en una casa. Al dia siguiente, una de sus nifias va a bus- car el cocido y recibe, de una de las sefioras del Patronato, esta contestacién : “puesto que ayer tu madre no vino a oir misa y comulgar, esta se- mana os quedais castigadas sin comida”. ¥ este no es un hecho aislado; esa sefiora que se cree tativa y como tal pretende cumplir una mi- sin de caridad, y que tiene el corazén de castigar sin comida durante una semana a una familia porque la madre tenia necesidad de trabajar, esa sefiora encarna el espiritu de todas nuestras obras benéficas; dan algo, pero exigen en cambio mu- cho, y no se preocupan si lo que exigen es com- patible con Ia vida de aquellos a quienes es exi- gido. Porque no hablemos ya de libertad de con- ciencia ni de arbitrariedad de proselitismo mal entendido; supongamos que aquella pobre mujer no tenia efectivamente otro deseo que el de rezar toda la mafiana en el Patronato; geémo iba a hacerlo si tenia que trabajar? Pero no, en eso no piensan esas sefioras, como no piensan, ante esas pobres mujeres a quienes obligan a rezar durante horas a cambio de unos garbanzos, en que en casa de esas mujeres puede haber, y hay segura- mente, mientras tanto, nifios abandonados. Porque ellas, las sefioras del Patronato, mientras rezan horas y horas, mejor dicho, mientras hacen rezar aii La condicién social de ta mijer en Espafia 165 a los demis, tienen criadas y ayas que cuidan de su casa y de sus hijos. Hacen una caridad sin sen- tido social, una caridad mala, y su limosna, en lugar de aliviar, irrita. Y cada vez irritard mas porque el sentido social, el sentido natural de la vida, ya es muy fuerte, reina en otros paises y quitrase o no, se filtraré poco a poco en el nues- tro, y hard resaltar con mas fuerza esa falta de aptitud social que las mujeres imponemos en Es- pafia, Mas, “que las mujeres imponemos” est mal dicho: debe decirse que cierta clase de mujeres ‘imponen; pero, como, por desgracia, aqui todavia es esa la sola clase de mujeres que cuenta, el sen- tido social de tas demas no tiene valor alguno. Y esto es precisamente Io que hace falta: que nos- otras, todas las mujeres—y ya somos muchas— que en Espaiia comprendemos lo que las mujeres, en todos los paises, pueden hacer, lo hagamos, Que empecemos por cumplir ese deber para poder un dia, en nombre de nuestro deber cumplido, en nombre de lo que hayamos hecho en bien de todos, reivi dicar, como las mujeres de otros paises, unos derechos que serin, no sélo justos con res- pecto a nosotras, sino también beneficiosos para todos. Y no hay més que un camino: hacer obra social, y para poder hacerla plenamente, declarar una guerra sin cttartel a aquellas que, por igno- —————— 166 Margarita Netken rancia 0 egoismo, disfrazan de obra social una caridad que no es tal. Cualquiera que vaya por los barrios extremos de Madrid y se informe, cerca de tos pobres, de esas asociaciones benéficas que los socorren, oira cosas verdaderamente terribles y no ord, ni una sola vez, uma palabra de agradecimiento para esas sefioras. Y esas sefioras, cuando, como sucede a menudo, principalmente en las distribuciones de comida, algtin pobre les insulta, dicen que el pue- blo es ingrato y que hay que hacer la caridad tini- camente por Dios. ; Qué ha de ser ingrato el pue- blo! No es ingrato nunca, pero distingue muy bien lo que se hace por él o lo que se hace sirvién- dose de é, aprovechindose de sus necesidades. 'Y mientras tengamos en Madrid como obra bené- fica modelo un comedor de madres lactantes, en el que no son admitidas madres solteras (gno fué echada una con dos mellizos en brazos?) no podre- mos pretender derecho alguno en nombre de de- beres que no sabemos cumplir. En ese famoso mitin de 1a Comedia, uno de es0s sefiores defensores del statu quo comodo para ellos, proclamé que la Religién era necesaria al Estado, porque sin caridad no se puede vivir. No es propésito nuestro el atacar Ia religion, ni nin- guna clase de religiin; todas merecen respeto; pero no puede uno menos de indignarse cuando at La condi sn social de a mujer en Espafia 167 ve que se confunde tranquilamente la religién con fa caridad. Por esta confusién se castiga sin co- mer a quien no reza; y esto, la verdad, convendria saber de tna vez en nombre de qué religion sera, pues en nombre de la religion de Cristo es impo- sible, por muchas medallas que se cuelguen en el pecho las sefioras de un Patronato. Y esa confu- sidn es la que hace que no haya en Espafia un solo hospital o asilo del Estado con personal adecuado. En Bélgica, uno de los paises mas profundamente catélicos del Universo, todos Jos establecimientos benéficos estin a cargo de religiosas; pero son religiosas que tienen diplomas de enfermeras, de maestras, etc, Pero aqui no; aqui un habito da Ja omnisciencia, y asi vemos a monjas, muy san- tas, es posible, pero poco més que analfabetas, haciendo de enfermeras, de maestras, y hasta ad- ministrando fondos considerables. ¢Qué resulta con esto? Que los nifios salen del asilo—por ejem- plo, de Vallehermoso—sin saber nada; aptos tint camente para la mala vida; que en el Colegio de la calle O'Donnell, el desayuno de Jas nifias se compone no de leche, o por lo menos de sopas, sino de café puro, es decir, de lo mas nocivo que pueda darse para nifios. Unas sopas no costarian més; costarian probablemente menos, pero zcmo reprochar algo a mujeres—monjas o seglares— completamente ignorantes? Y sin embargo, ahi 168 Margarita Netken tenemos al “Desayuno Escolar” para servir de ejemplo; al “Desayuno Escolar” organizado por unas maestras, es decir, por mujeres enteradas de cuestiones infantiles. Nada mas triste para una mujer espafiola que cl ver en revistas extranjeras fotografias de asi- los, de créches, o de kindergarten, Solo la obra realizada en Francia por la Cruz Roja norteame- ricana es para nosotras un dolorosisimo medio de comparaciénj aquellos nifios sanos, alegres, dis- frutando de la vida a que tienen derecho! ;¥ es- tos asilados nuestros enfermizos, embrutecidos por reglas imbéciles, por prejuicios antinaturales, conducidos por la ignorancia, y recogidos por ca- ridad, de limosna! Cuando empezamos nuestra campafia contra el Asilo de Vallehermoso, se nos quiso obligar, con la amenaza de un proceso por calumnia, a retractarnos; y, viendo que la ame- naza no surtia efecto, unos cuantos sefiores qui sieron persuadirnos de que Vallehermoso era tna delicia, Celebrése en el Asilo, entre esos sefiores ¥ nosotros, una especie de careos cuando vieron que nosotros, en lugar de retractarnos, acusaba- mos mis fuerte y probébamos los hechos, uno de e508 sefiores, el doctor Mariscal, dijonos: “Si, bueno, es verdad que este Asilo esta en pésimo estado, pero asi y todo, si yo fuese un obrero sin trabajo, y mi hijo encontrase aqui una cama, La condicién social de 1a mujer en Espafia 169 aunque tuviese que compartirla con otro, y un pedazo de pan, pues yo tendria que agradecer esa caridad!” ¥ con esta idea de que el pobre no tiene derecho a nada y debe agradecerlo todo, se hace lo que se llama caridad. ¥ para completar el cuadro, mostrando el espiritu de quienes diri- gen Vallehermoso, afiadiremos que, por haber nosotros repetido lo que nos dijeron de Valleher- moso, de los horrores de ese Asilo, personas tan autorizadas como la doctora Marquez (que du- rante varios meses tuvo la abnegacién de ir a cui: dar—a intentar cuidar, pues gracias a la hostili- dad ambiente ello fué imposible—tos nifios ataca- dos de tracoma), y la sefiorita de la Rigada, diree- tora de la Escuela Normal, las monjas, por toda disculpa, dijeron que debiamos ser enviados por los masones. Y esto seria risible si no fuese tan tragico. De las obras henéficas de otros paises, lo que més debe Hamarnos Ja atencién son las Casas- Cunas—de Paris y de Alemania—servidas por nurses voluntarias; sefioritas de posicién holgada que dedican parte de sus ratos de ocio a cuidar de los nifios de las que trabajan, Todo el mundo sabe lo que son tas Casas-cunas espafiolas, y para quien lo ignore bastele saber que cualquier obrera que gane dos pesetas, prefiere sacrificar setenta u ochenta céntimos de su jornal en pagar a una 170 Margarita Nelken mujer que le guarde su hijo, que no enviar esa criaturita a una casa-cna, Por no tener nada, las casas-cumas no tienen ni siquiera mosquiteros en las cunas, y durante el verano la nube de moscas encima de la cara de los nifios semeja literalmente una careta negra. Pues bien, nosotros, valiéndo- nos del ejemplo de Jas casas-cunas extranjeras, particularmente de Jas creadas durante la guerra en Paris, nos permitimos, no hace mucho, dirigir un llamamiento a las sefioritas de nuestra aristo- critica Cruz Roja pidiéndoles cuidasen, ellas, que no tienen nada que hacer, de los nifios de las obreras; el sacrificio no era. muy grande, pues, realizado por turnos, significaba para cada una, distraer apenas unas horas semanales. Ninguna contests. Poco después, el doctor Juarros se dirigid también a las Damas de la Cruz Roja pidiéndoles asistiesen a los enfermos de grippes la grippe es cosa seria, y esta vez si contestaron: una carta de insultos ¢ improperios. :Cémo vamos a pedir Ios mismos derechos que las mujeres de otros paises, esas mujeres que, en medio de los sufrimientos morales y de las privaciones de una guerra han sa- bido remediar, con organizacién perfecta y espit tu amplisimo, todas las miserias, cuando nosotras, en tiempo de paz, la tinica asociacién de mujeres que tenemos organizada en tal sentido no sirve més que para Iucir uniformes de carnaval? La condicién social de Ia mujer en Espafia 171 eres ener ee Diran algunos que las Damas de la Cruz Roja esperan que haya guerra; quiz sea esa su cb- moda idea, pero en ese caso, la verdad, mas vale no ser soldado. Es cosa de desconfiar un poco de esa ciencia de enfermera puramente teérica, por- que, cual es la dama de la Cruz Roja que ha hecho pricticas de enfermera en un hospital? Es tiempo, si, y urge, que el sentido social penetre en Ja beneficencia y en la caridad. Los brazaletes y las medallas no bastan, y ciertos emblemas han adquirido consagraciones demasiado serias para sufrir parodias de inocupadas. Y lo més diver- tido es que, a un articulo nuestro en contra de stu actuacién, esta Cruz Roja no vacilé en contestar con un diluvio-de folletos probando sus campafias en pro de la vacunacién, por ejemplo, y hablando de ese hospital suyo... atendido por monjas. 2 Qué hacen alli las damas de la Cruz Roja? O zqué hacen las monjas? Y la culpa no es de los inicia- dores de esta asociacién, personas demasiado ale- jadas de la vida vulgar para entender sus necesi- dades; Ia culpa es del ambiente que fomenta o por lo menos tolera se juegue con astntos que no sirven para jugar. ‘Antes hemos hablado de una obra benéfica ver- daderamente social; con muchas obras asi, el fe- minismo en Espafia seria un hecho. Y no es que todas las mujeres puedan hacer lo mismo que la 172 Margarita Netken ee fundadora del “Desayuno Escolar”, pero todas deben marchar al unisono, cooperar a la gran obra de socializar—en la mas amplia acepcién de la palabra—ta beneficencia. Una mujer de espiritu muy elevado, dofia Re- gina Lamo de O'Neill, indignada por la explota- cidn de las obreras a domicilio, organizé, hace unos afios, en Barcelona, un Congreso del Tra- bajo a domicilio, cuyo resultado fué ta Formacion de una Liga de cumpradoras que declaré el boy- cottage a los industriales que no retribuian con- venientemente a sus obreras, Hace poco le pre- guntamos a un gran industrial barcelonés si, en vista de esa liga de compradoras, la situacion de la trabajadora a domicilio barcetonesa habia me- Jorado. Se eché a reir. —j Ah, si, la famosa “Liga de compradoras”. Pues como si nada lo éinico que ha adelantado es que mandamos a bordar y a co- ser gran parte de la ropa blanca a Madrid.—Pues bien, en los Estados Unidos y en Holanda, estas Ligas de compradoras, como son generales, han obtenido resultados maravillosos respecto a los Jomales de las trabajadoras a domicilio; si la ac- cién social iniciada por la Liga de Barcelona se Seneralizase por toda Espafia, no tendriamos so- bre este particular nada que envidiar a nadie, Y esto incumbe a las mujeres. Pero, este es el gran defecto de nuestra accién inecciiaameenrcepmemmpnrmmneeniy = La condicién social de la mujer en Espafia 173, social, lo que impide que esta accién social surta efecto alguno, la falta de unidad, En Madrid existen, por ejemplo, muchas Sociedades benéfi- cas que distribuyen socorros en metilico y los distribuyen en esta forma: por ejemplo, da a luz una pobre mujer; envia una solicitud, que ha de ser escrita en papel de barba y con ciertas fér- mulas invariables y consagradas; “ruiega humilde- mente a la Excma, Sra, Presidenta”, ete., y “Dios guarde a V. muchos affos para bien de los nece- sitados...” y que ha de evar, naturalmente, el sello de la parroquia. Unos dias después de en- viada esta solicitud, unos sefiores se presentan en el domicilio de 1a pobre para inspeccionar; se informan al mismo tiempo si esa pobre cumple con la Iglesia, si su hijo ha sido bautizado, etc., y se retiran. Y unos dias después van otros sefio- res que le entregan el socorro que varia entre siete y veinticinco pesetas. :No valdria mas que, en jugar de dar esa limosna que no conduce a nada, cada tna de esas Sociedades se ocupase de dar, sin tantos requisitos, una, envolturas para los recién nacidos, otra, tazones de caldo para las madres, ete.? En Alemania existen Sociedades que ensefian oficios, mantienen mientras dura el aprendizaje y proporcionan después tas herramientas necesa~ rias, a las madres solteras que se comprometen a 174 Margarita Nelken amamantar a sus hijos, y esto no es considerado como “ayuda a pobres”, sino como proteccién so- vial; en Paris, Madame Avril de Sainte Croix acoge en su missma casa a las mujeres mas caidas, a las que son recogidas por las calles; les ensefia tin oficio y les asegura trabajo; cuando se piensa en Ja situacién que aqui le espera a tna pobre muchacha abandonada, cuando se piensa que el primer dia que se levanta después del parto la echan del hospital sin que nadie le tienda una mano, y que Jo tinico que aqui se hace por los nifios sin padre es instalar tornos en las Inclu- sas, y que lo tinico que hace la Junta de Damas para la represidn de la Trata de Blancas es cantar salves en San Juan de Dios, y encerrar algunas desgraciadas en los conventos, se mide toda la distancia que nos separa de las mujeres que han podido hacer triunfar el feminismo. ¥ no hable- mos de nuestra lucha antituberculosa, que con- siste en construir algunos sanatotios para un re- ducidisimo niimero de enfermos y no cuida—cosa mucho mas importante—de proporcionar a los tra- bajadores viviendas higiénicas que impedirian el desarrollo del germen. La condicién social de 1a mujer en Fspaiia 175 Una de las maneras mis directas y mis radi- cales de remediar la miseria, es elevar y dignificar el trabajo. Mas importante que el organizar dis tribuciones de socorros es organizar el trabajo de manera a que estos socorros sean innecesarios: en esto también la ausencia de sentido social en las mujeres repercute dolorosamente. Es un t6pico corriente el afirmar que el hombre es enemigo del trabajo de la mujer; pero gcémo no lo va a ser si el trabajo de la mujer representa el abarata- miento y el desprecio de la mano de obra y la pasividad ante todos los abusos y todas las injus- ticias? En capitulos anteriores hemos visto cin natural era la guerra hecha por el obrero a la obrera que rebaja el precio de su trabajo y no sabe cuidar de la dignidad de su oficio, El dia en que nuestras trabajadoras estén organizadas como Jo estan las trabajadoras de otros paises, el tra- bajador dejaré de considerarlas y de tratarlas co- mo a enemigas; pero hasta entonces, no seria mas justo hacernos reproches a nosoiras mismas, que no echar toda ta culpa al antifeminismo? Los obreros, ellos solos, no han podido iniciar sus agrupaciones: han tenido consejeros, ha ha- bido hombres que han sabido luchar por los dere~ chos de los demas; las obreras necesitan también que se las git, y se las aconseje: el dia en que se consiga que las modistas tengan una jornada que 176 Margarita Nelken no sobrepase ocho o nuieve horas y que tna maes- tra de taller no pueda despedir a una oficiala por mero capricho, ef feminismo espafiol habré pro- gresado mas que con todos los escritos y todas las proclamas. Se habla continuamente de la necesidad para la mujer de ganarse la vida, y nadie piensa, atin con el ejemplo de otros paises, en organizar el trabajo femenino de modo que éste sea tina ver- dadera libertad para las mujeres y no pueda ser tun retroceso para los hombres. Y lo peor no es que las mujeres descuidemos una cuestién tan vital Para nosotras mismas5 es que por nuestra desidia permitamos que unas cutantas sefioras se entro- metan en las cuestiones de trabajo y se las apro- pien para convertir grandes derechos, derechos naturales, en pequefias caridades, en actos seudo protectores que reclamian el agradecimiento. Y estos actos, estos sindicatos de proteccién intere- sada—no nos cansaremos nunca de repetirlo— son los que mas entorpecen el progreso del tra- bajo femenino; aunque no fuese més que por los excesos a que dan lugar, Unas obreras en huelga cometieron precisa- ‘mente en Sevilla uno de esos excesos tan repro- bables, pero sobradamente justificados. Toda Ia Prensa de las derechas puso el grito en el cielo hablando de “la barbarie” de las socialistas; zse F f puede convenir a quienes esgrimen la beneficencia como una mordaza, resulta que aqui, la mujer, en La conilicién social de la mujer en Espahia 177 atreveré todavia a ponerlo si las cigarreras asocia- das cometen cualquier exceso para defenderse contra quienes quieren, a toda costa, suprimir st asociacién? Hoy dia, los obreros espaiioles estin ya casi todos fuertemente unidos y organizados ; las obre- ras se encuentran todavia en la situacién de los siervos de la feudalidad francesa; “Taillables et corveables & merci”. El dia en que todas las obre- ras espaiiolas sepan que tienen derecho a unirse para defender sus intereses, tan sagrados, por lo ‘menos, como los de los patronos, y sepan que nadie tiene derecho a sustituir con limosnas lo que constituye su derecho propio y por lo tanto les pertenece, ese dia podremos nosotras también lanzar proclamas como las que continuamente ve- ‘mos lanzadas en Inglaterra o en Alemania en nombre de un “Consejo Nacional de Mujeres”, que comprende, entre otras entidades libres, todas las asociaciones obreras femeninas; ese dia el tra- bajador no sélo no considerara a la trabajadora ‘como una enemiga, sino que Ia considerarf’ como una compafiera que puede, por st mimero, au- mentar la fuerza del derecho de todos; y ese dia la beneficencia estara naturalmente en el plano social que le corresponde. Pero como esto. no 178 Margarita Nelken lugar de ayudar a la elevacién social de sus her- manas, se desvela, por el contrario, para que el trabajo, en la mujer, no Hegue nunca a ser una libertad, Esté aqui, por desgracia, tan ligada la benefi- cencia a la organizacién, mejor dicho, a la falta de organizacién del trabajo femenino, que, fuerza €s volver siempre hacia el leit-motiv de nuestras asociaciones obreras, tanto mis que la mayoria de tas asociaciones obreras femeninas foleradas Por los patronos lo son en-esta forma: al tratarse de operarias, de mujeres y, por lo tanto, de seres acostumbrados desde antes de nacer a no contar para nada, los patronos pueden impunemente bur- lar todos los derechos, asi es que, frente a la aso- ciacién, fomentan inmediatamente la organizacién de un segundo grupo destinado a servir de con- trapeso al primero; este segundo grupo se orga- niza facilisimamente, dandole un tinte benéfico de amorosa caridad; y de este modo, con alguna que otra distribucién de ropas o de comestibles y hasta con algunas apariencias de mutualidad, se esctt- ren todas las reivindicaciones; porque zde qué sirve tma asociacién obrera que tiene frente a ella a otra asociacién destinada precisamente a no se- cundar a la primera? Y, ze6mo extrafiarse enton- ces de cualquier violencia, de cualquier exceso por parte de las primeras asociadas? Y aqui la falta La condicién social de la mujer en Espaia 179 de sentido social de la mayor parte de nosotras permite que el pequefio mimero de mujeres adoc- trinadas para ocuparse de estas cnestiones con forme una conveniencia determinada, ejerza una proteccién harto decisiva sobre las obreras prepa- radas como criadas de casa grande, no como tra- bajadoras libres y dignas; y asi se da el caso de nuestras cigarreras madrilefias embaucadas para no asociarse con sus compafieras de provincias; asi el de los Sindicatos llamados catélicos en que las sindicadas obedecen sumisamente érdenes emanadas de personas extrafias por completo a sus intereses. Es doloroso reconocerlo, pero la culpa de ello nos incumbe a nosotras; ‘inicamente a nosotras. En el extranjero, la mujer vota; mas no es ne- cesario que vote para que impida que las borda- doras ganen jornales de ochenta y cinco céntimos, (© que las modistas velen hasta las doce, o que, en la misma tienda, y por el mismo trabajo, un de- pendiente gane quince duros al mes y una depen dienta seis o siete; estos abusos provienen, lo mismo que las calamidades de la beneficencia, de nuestra ignorancia, de nuestra falta de sentido so- cial. Esto seria desconsolador sino contésemos para remediar estos abusos y estas calamidades, més que con esas mujeres seuido caritativas, cari- tativas quiz en su intencidn, pero mas nocivas en 180 Margarita Netken su accién que todos los malhechores juntos; feliz~ mente, tenemos una minoria, cada dia més nume- rosa, de mujeres inteligentes, cultas, activamente buenas, que aspiran al feminismo como a una con- dicién més justa y mas noble y estin dispuest a luchar con toda su fuerza y toda su bondad por conseguir la victoria de su ideal; ellas han de percatarse de'que les incumbe una accién social inmensa; deben hacer que la beneficencia pueda lamarse tinicamente derecho, y el trabajo de la mujer, en lugar de esclavitud, libertad; y, asi como ahora uno esta obligado a decir: ; Dios nos libre det voto femenino que Jo convertiria todo en proselitismo mal entendido y en estancamiento social, ellas deben hacer que el dia de mafiana el voto femenino signifique, aqui como en todas par- tes, justicia y bondad, La colaboracién dela mujer es indispensable en Ia justa armonia de la vida; si, Ia mujer tiene derecho a votar, aun cuando no fuese mis que para impedir que una madre no tenga, frente al marido, ningin derecho sobre sus hijos, aunque no fuese mas que para intervenir en cuestiones de puericultura; mas, para exigir el voto, tiene que basar sus reivindicaciones, no en lo que hard en stt favor, sino en lo que serd capaz de hacer en beneficio de todos; y para esto no hay mis que un camino: que desarrolle su sentido social, y siiaaircitatiias La condicién social de ta mujer en Espafia 181 esto lo har solamente desechando prejuicios ¥ mirando restteltamente hacia lo que, en todo el mundo civilizado, ha de ser el porvenir. Y a ellas, estudiantas que preparan st carrera a costa de sabe Dios cuantos sacrificios, maestras que sobre- pasan la estrechez oficial que las sujeta y ense- fian con Ja fe de un apostolado, muchachas pro- vincianas que han abandonado la dulzura de su hogar por venir a aprender a ganarse la vida, a ser dignas y titiles, a todas esas mujeres espafivlas sin igual en ningiin pais, es preciso, en lugar de hacerles creer que todo esti ya resttelto, decirles: aqui, en vuestro derredor, la vida para los que Iuchan es muy dura y es muy mala; en vuestras manos esta hacerla mejor, mis justa y mas lleva- haya realizado, a la altura de las mujeres que sabéis ya lo que ¢s la dignidad del trabajo, debéis realizar esta tarea que nos colocara, cuando se haya realizado, a la altura de las mujeres que en otros paises han comprendido que la benefi- cencia bien entendida y el trabajo bien organizado eran los pasos mas importantes de! feminismo, y que por eso han hecho del feminismo una reali- dad uninimemente respetada. Vosotras debéis, antes que pedir nada, hacer que se tenga con- fianza para concedéroslo todo, La condicién social de fa mujer en Espafia 183 CAPITULO X La mujer espafiola ante Ia ley La injusticia de ta justicia.—Derecho germdnico » terecko romanoe—La propiedad y el volo—En el extranjero— Tintiquos votes parciales—Espiritu latino—Las condicio- net desfavorables de Espaia—Indisolubitidad det matr monio,-El Concordato 3 la sumision forsosa a ta Talesia MEH mito de la separacién—Un articulo de Ia ley, inaw Fito EI depdsito de 1a mujer—El adulterio y tos hijos ““Régimen fan duro para el kombre como para la mujer-— To que ex, no lo que puede scr—El inico dique contra la bratatided posible del marido—Cultura de odatiscas-—Lo (que es en el fondo 1a autoridad marital—La hipocresia de Ine leyes—-Progreso initil mientras no se reforme el Co GigorPatria potestad y administracién de bienes—La ‘gueldad da derechos, pero impone dederes-—Lo que no iiiye olvidar el feminismo-—Las particularidades de la ‘minoria de edad. La esclavitud de la mujer subsiste en principio en todas nuestras leyes, de las Cuales constituye verdaderamente 1a base.” (Corlos Secretan: Le droit de la femme.) No son pocos los que creen que la libertad del trabajo ha de constituir para la mujer la indepen- dencia mixima y la realizacién de sus mayores aspiraciones; sin ocuparnos aqui de Ia libertad 184 Margarita Nelken politica de la mujer, es decir, de su derecho a to- mar parte activa en Ios asuntos piblicos de st nacién, es preciso considerar que Ia libertad de trabajo constituye tan sdlo un detalle de las rei- indicaciones presentadas por el feminismo para alcanzar la absoluta dignificacién, y hasta podria decirse que la verdadera dignidad de la mujer. No hay mayor absurdo que el creer que las mu- jeres pueden darse por satisfechas al obtener Ia libertad de trabajar conforme a sus aplitudes; esto, al fin y al cabo, resulta tan beneficioso para Ja colectividad como para ellas mismas y el que las mujeres puedan seguir carreras liberales 0 ser empleadas en las Oficinas del Estado, o trabajen en fabricas, no deja de tener en cierto modo un interés limitado, ya que concierne tan sélo a un cierto némero de mujeres, millares o millones de ellas, si se quiere, pero no a la totalidad. Lo ver- daderamente trascendental en las reivindicaciones feministas, aquello sin lo cual Ia misma indepen- dencia econémica no es nada, es la libertad, o me- jor dicho, la igualdad legal; si no tuviera a me- nudo tan tragicas consecuencias, dirfamos que resulta gracioso el que la mujer sea igital al hom- bre ante la ley tinicamente para suftir las conde- nas. No se reconoce sti discernimiento como ser humano, pero se reconoce su plena responsabi dad ante la culpa, y tno es tachado poco menos 185 La condiecién social de la mujer en Esp: que de loco cuando se asombra de que la Justicia, en lo que atafie a media humanidad, empiece por ser injusta. Poco a poco, otros paises—el ultimo de ellos Italia con su reciente y magnifica igualdad de los sexos—han ido borrando ‘de sus Cédigos lo que éstos, respecto a la mujer, contenian atin de atraso y de incomprensién; pero Espafia, que es lo que nos ocupa, 0 ha desdefiado 0 ha ignorado volun- tariamente estas posibles y naturales reformas, y, seria cosa de decir que, ante la ley, la espafiola se encuentra hoy dia lo mismo que sus antepasa~ das medioevales, sien a Edad Media la perso- nalidad de la mujer no hubiese sido mucho mis respetada, Pero ya no se trata de volver ala Edad Media; se trata universalmente de evar la humanidad hacia una era, si no de completa justicia, por lo menos de la mayor equidad posible, Hablando de “la esclavitud femenina”, dice muy bien Stuart Mill que Ja esclavitud no impedia a los griegos creerse un pueblo libre; hoy nos parece que no podia hablarse de libertad en un pueblo en donde la mayoria de los hombres eran esclavos, y sin embargo, consideramos libres a pueblos en donde a mitad de Ia poblacién no tiene derecho, ni sobre sus bienes, ni sobre el fruto de su trabajo, ni sobre su civerpo. 186 Margarita Nelken Las naciones que en stt legislacién conservan ciertos vestigios del antiguo derecho germénico (Alemania, Paises escandinavos), han tenido na~ turalmente siempre mayores consideraciones le- gales para con la mujer que las naciones (latinas) exclusivamente regidas por el antiguo derecho ro- mano y la influencia directa de éste, pues mientras el Derecho romano, o hacia abstraccién completa de la personalidad femenina, o se ocupaba de ella tan sélo para tenerla en servidumbre, el antiguo derecho germénico reconocia en ciertos casos la igualdad absoluta del hombre y de la mujer. De todos modos, en tiempos medioevales, ef derecho al voto era casi en todo el mundo civilizado inhe- rente ala propiedad. Si se quiere, puede tomarse esto tinicamente como un privilegio feudal, pero no deja este privilegio, por: su implicito reconoci miento de la igualdad de los propictarios y de tas, propietarias, de ser una manifestacién feminista. Y sin remontar hasta la edad media, podemos ver que, mucho antes del reciente triunfo de sus rei- vindicaciones politicas, las inglesas votaban en las clecciones para los Consejos de los Condados y eran clegibles en las de los distritos; que en Suecia las majeres propietarias o duefias de comercios tenfan derecho a votar en las elecciones dé primer grado para Ia constitucién de la Alta Camara y, en fin, que las mujeres interventan, a titulos di- a aie La condicién social de la mujer en Espaiia 187 versos, directamente o representadas por manda- tarios, en las elecciones municipales en Bohemia, Islandia, Finlandia, Rusia, Prusia, Sajonia y Aus- tralia, Aqui en Espafia, no Ie ha'sido reconocido a la mujer ni siquiera este derecho a defender sus intereses; una espafiola duefia de grandes fin- cas no puede intervenir para nada en la vida mu- nicipal, cuando a ello tienen derecho todos los labriegos analfabetos que trabajan sus tierras; de ser realizada por mujeres, la administracién de grandes dominios, aparece, ante nutestras leyes, labor menos inteligente que labrar el campo. Este es slo un detalle de ta situacién legal de ta mujer espafiola, pero prucha, mejor quiz4s que ningiin otro, lo arbitrario de esta situacién, ya que por é puede compararse claramente nuestra situacién legal con la situacién legal de las mujeres de otros paises. Desgraciadamente, este desprecio hacia Ia per- sonalidad femenina, este decidido rebajamiento suyo, son, como ya hemos dicho, mas que espa- fioles, latinos. Si bien Espafia es hoy, quizis, de todos los paises, aquel en que la mujer se encuen- tra en peores condiciones legales, no hay que olvi dar que Francia, por ejemplo, el pueblo latino al parecer mas avanzado, manifiesta la misma pereza en remediar los abusos legales frente a la mujer, aun cuando estos abusos son, por demas, por to- 288 Margarita Nelken dos reconocidos, Si la francesa se encuentra mas libre que la espafiola, es, en ciertos casos, debido a las costumbres, no a la ley; no ha mucho, la proposicién admitiendo para la mujer casada la libre disposicién de su salario, fué rechazada por el Senado francés, cuando esta misma proposicién es ya un hecho desde largo tiempo ha en todos los paises del Norte, y el primero de todos en Alema- nia, Hay, pues, en cttanto concierne a la situacién legal de la mujer, un espiritu latino cuya accién, por Io que arrastra de tradicionalmente velusto, y por las barreras que antepone a priori a todas Jas mejoras, aun a aquellas undnimemente con- sideradas como justas, es fundamental en atraso. Ahora, que dentro de este espiritu que rige por igual todos los pueblos del mismo origen de civi- lizacién (exceptuando ahora a Italia, tan decidi- damente progresista), Espaiia se encuentra en con- diciones particularmente desfavorables, debidas: , a sit especial reglamentacién del matrimonio, y 2°, a su especial legislacién relativa a la mino- ria de edad. Alrededor de estos dos puntos, giran y deben estudiarse todas las circunstancias en que Ia mujer espafiola se encuentra ante la ley. 189 La condieién goéial de 1a mujer en Espasia EI matrimonio es, en Espaiia, todavia hoy, la inica sittacién posible para la inmensa mayoria de las mujeres; no digo que sea ésta una situa cién mejor 0 peor, ni aqui ni en otras partes; me refiero tinicamente a la falta de liberacién moral que aun tienen la mayoria de las espaiiolas y Ie: hace considerar el matrimonio como ‘inico refs” gio, ‘inica salvacién posible ante la vidas por esto \ ,X. Tas condiciones del matrimonio son para la mujer |] espanola to mis importante de su situacién ante Ia ley. Stuart Mill (y hablamos una vez més de Stuart Mill no s6lo porque fué, de los pensadores preo- cupados por estas cuestiones, sin duda alguna el més concreto, sino también porque era hombre, y hombre casado, y que asi su opinién no puede tener el parti-pris de una mujer, o de tn hombre que sélo conoce del problema feminista ideas mis _o menos vagas), Stuart Mill, pues, se indigna vio- |Ientamente ante Ia obligacién que tiene la mujer \de someterse “fisicamente” a su marido siempre \que a éste le plazca, asi sea este marido el hombre lmas indigno y mis odiado por ella; pero aqué \ditia Stuart Mill, en Espaiia, en donde esta su- \ jnisién pasiva de Ja mujer tiene st arbitrariedad fecrudecida, como en ningiin otro pais, por el he- tho de que la mujer esta siempre, e indisoluble- mente, ligada en obligaciones a su marido? Pues 200 Margarita Nelken por imposicién del concordat con Ia Iglesia, el divorcio no existe en Espafia, encontrandose asi sometidas a Ja fuerza a leyes religiosas, aun hasta aquellas personas ajenas a estas leyes—por ejem- plo, las que s6lo han contraido matrimonio civil— y de este modo no slo queda suprimida la ‘nica posibilidad que un ser engafiado 0 equivocado con respecto a otro tiene de rehacer su vida o, por lo menos, de vivir con tranquilidad el resto que Ie queda de ella, sino que la “separacién”, y hasta lo que aqui se llama impropiamente divorcio y es en otros paises tan s6lo separacién legal, resulta poco menos que tin mito, dados los impedimentos que a ello se oponen. Esto sin contar con que, aun divorciados 0, mejor dicho, en relacién con lo que fuera de Espaiia se entiende por este término, Iegalmente separados, los cényuges tienen uno con respecto al otro el derecho de castigo de adulterio “nada menos que la cércel—y sin hablar de ese hecho absolutamente barbaro de depositar a la ‘mujer que se encuentra asi, a los treinta 0 ctta- renta afios, estar de nuevo bajo tutela. Bien es verdad que, salvo respecto a estas dos injusticias: 1, que es causa legitima de divorcio “el adulterio de la mujer en todo caso y el del marido cuando resulte escdndalo piiblico 0 menosprecio de la mujer”, y 2°, “que los hijos que pasen de tres fios estaran en compaiiia del padre” (claro esta La condicién social de Ja mujer en Espaia 19 que siempre que el padre no les haga llevar una vida contraria a las leyes) ; salvo, putes, estas dos injusticias fagrantes, el régimen matrimonial es- pafiol resulta tan arbitrario, tan duro y, a veces, tan inhumano para el hombre conio para la mu- jer, y que para los dos, el aqui llamado divorcio sélo produce la suspensién de la vida comin de los casados (articulo 104 del Cédigo Civil); pero, pdescontando alguna que otra rarisima excepeién, la mujer, mas desamparada ante la vida, es natu- ralmente la que més stfre de un estado de cosas debido, precisamente, a la anulacién legal de su pefsonalidad; y, como la mujer sucle legar al matrimonio sin experiencia alguna, y por lo tanto sin darse cuenta de las responsabilidades que con- trae, he aqui a un ser que durante toda su exis- tencia ha de soportar las durisimas consecuencias legales de un acto realizado cuando no tenia atin discernimientogQue el desarrollo fisico de la mu- jer, su pubertad, aunque permitan el estado ma- trimonial (la mujer en Espafia puede casarse desde Jos doce afios) nada tienen que ver con su desarro- Ilo moral. Hay muchos paises, cierto es, y de los mis civi lizados (casi todos los latinos) en donde el régi- men matrimonial varia poco del espafiol, pero la posibilidad del divorcio, 0, por lo menos, de Ia separaci6n judicial, fécil y pronta, ponen a la mu- ) 192 Margarita Nelken a jer al abrigo de ciertas arbitrariedades y del des- potismo del marido, y no hay puerilidad mayor que el argitir en esta cuestién argumentos saca- dos de ejemplos particulares de armonia, dulzu- ra, etc. Hay que considerar las cosas como son realmente, no como pueden ser bajo la influencia de caracteres particulares, y hay que considerar, sobre todo, que la mayoria de un pueblo no se compone de seres superiores, sino de individuos que, debido a su rudimentaria educacion, a la que no son dureza de su existencia—causas de la responsables, conformes, pero que determinan, sin embargo, sus aclos—no pueden sentir mas que esto: que tienen derecho por la ley a ser déspotas y brutales a su antojo, Contra esta ley, no vale sacar ejemplos de clases elevadas; hay que tomar los ejemplos en esas mujeres artesanas, mujeres de obreros, de campesinos, etc., que se encuentran entregadas y sometidas, en alma y cuerpo, a un hombre que puede ser un santo, pero que, por lo general, es sencillamente un hombre sin educa- cién para refrenar sus instintos. Y el hombre que més predica la libertad y mas convencido esté de sui derecho a ella, no repara en el despotismo que significa el tener, en su propia casa, a un ser es- ' clavizado. Y vista en otro aspecto la cuestién, mas vale no hablar siquiera—porque ello nos Ievaria demasiado lejos—de esos matrimonios de las cla- La condicién social de Ia mujer en Bspaila 193 ses clevadas en que sola Ia excesiva dignidad 0 resignacién de la mujer puede disimular incom pletamente la vida de “perdido” del hombre, olvi- dado de cuantas responsabilidades le incumben como jefe del hogar. Los europeos encuentran muy civilizado el in- dignarse ante la visién de la mujer del Africa del Norte, adulada y regalada mientras es bella y joven, y relegada al puesto de sirviente-esclava cuando es vieja y deja de agradar al amo; y sin embargo, en lo que a nosotros se refiere, el tinico dique que la brutalidad masculina tiene en wn ma- trimonio, en que el hombre por su educacién 0 sentimientos no tiene ya impuesto un freno a sts instintos, es el carifio que el marido pueda profe- sarle a su mujer, y si, como tan frectentemente sucede, bien sea por oposicién de caracteres, bien sea por cualquier otra causa, el carifio no subsiste, a mujer, no pudiendo separarse jndicialmente de su marido, ya que esto sin testimonios de culpabi- lidad de €l es imposible, no tiene mas remedio que aguantarlo todo, hasta que, como también sucede a veces, atmque no lo quieran ver Ios optimistas a quienes todo sale bien, se muera a fuego lento, asesinada poco a poco moralmente—y hasta fisi- camente—, ni mas ni menos que pudiera haberlo sido de un tiro o de una pufialada. ee 8B La condicién social de 1a mujer en Espaia 1 194 Margarita Netken ' " :. Ee — Realmente, no hay nada tan chistoso como esos sefiores que, muty gravemente, aseguran que la mu- jer debe seguir siendo socialmente lo que fué basta ahora, pero que eso no impide que se cultive lo mas posible, Esto vendria a ser como ta antigua teoria de cortesana o sirvienta, con el comple- mento, para la primera, de wn adorne més; el cultivo del espiritu para recrear mejor al amoj y fa cultura enropea de la mujer vendria a ser el equivalente de Ja cultura oriental (cantos y ae lascivas y ciencia erdtica), de la odalisca, Hoy dia, s6lo ua pasién ciega por un hombre, o la convic- cién de que ese hombre esta por encima del espi- ritu della ley, ptteden Hevar a tina mujer cultivada, capaz de razonar por si misma, a entregarse en alma y cuerpo, de una ves para siempre, a ese duefio absoluto, que es aqui, que puede ser, un marido. ¥ no vale hablar de galanteria, de conce- siones de carifio, de respeto, ete... Ia mujer digna no va contindole a nadie sus cuitas intimas, pero ahi esta la ley para probar lo que puede ser y lo que es, en el fondo, la auttoridad marital en Es- paila, Si no parece ejercerse tan erudamente es porque ya se tiene buen ettidado de educar a las jer maltratada por su marido, 0 a quien su marido obliga dar una firma que la despojaba (porque Ja hipocresia de nuestras leyes exige en ciertos casos el consentimiento de una persona cttya pri- mera regla es la obediencia), 1a compadecemos, decimos; jpobrecilla! y qué canalla! y a nadie se le ocurre que es muy natural el que un canalla abuse de stt esclava, desde el momento en que la ley ampata st canallada, consintiendo y obligando Ja esclavitud. Todos conocemos a alguna mujer arruinada completamente por st marido; a alguna mujer obligada para poder mantener a sus hijos a aguan- tar los desvios 0 malos tratos de st marido; a alguna mujer que no puede dar a sus hijos educa- cin—la educacién que ella sabe que debe darles— porque su marido prefiere gastarse el dinero fuera de su casa y porque ella, legalmente, no es nadie para decir nada acerca de los hijos salidos de sts entrafias; todos conocemos al obrero que el sabado no lleva un céntimo a su casa y que ademas proc! ra quitarle, a sw mujer, el jornal que ella con mil sacrificios logra reunir para sostener el hogars ¥ no son estos, ejemplos que nadie podré tachar tujeres de modo que no sepan sentirla, asi como de extravagantes porque todos sabemos que son = : ; antiguamente el siervo que, no pudiendo equipa- corrientes. espiritualmente con su sefior, no comprendia Sindicatos, asociaciones para proteccién del tr rarse es : Javitud y cuando hoy sabemos de una mu- bajo femenino, todo sera initil mientras la mujer su esc ; 196 Margarita Nelken no pueda defender sus intereses, no s6lo sin la venia de stt dutefio, pero también, en caso necesa- rio, contra este mismo duefio, y cuanto haga el feminismo fracasara mientras una reforma del Cédigo Civil, no suprima la vergonzosa situacién en que el matrimonio coloca a la mujer. Pero esta reforma ha de provenir de la misma accin femenina, y para que esta accién Hegue al resultado debido, es preciso que la mujer se olvide de su triste, pero cémodo a veces—hay que reco nocerlo—papel de victima; es preciso, para ob- tener igtaldad, que se ponga, clla misma, en un pie de ignaldad; que coniprenda, por ejemplo, que, en el matrimonio, el marido y la mujer son dos asociados, y que, de no resultar la asociacién, Ja mujer, al libertarse, debe poner todo stt afin, su dignidad, en libertarse también econéimica- mente; pttes si justo es, por ejemplo, que (contra- riamente al articulo 168) la madre lo mismo que el padre, casados en segundas nupcias, conserven sui patria potestad sobre los hijos de su primer matrimonio, 0 que (contrariamente al art. 73-5.") la mujer divorciada, aunque el divorcio haya sido pronunciado en contra suya, pueda ad- ministrar sus bienes como lo entienda, justo es también que, al separarse de su marido, la mujer no tenga ningiin derecho econmico sobre él. Un padre debe, como padre, subvenir a las necesi- La eondicién social de la mujer en Espafia 197 dades de sus hijos, pero seria ridicnlo y arbitrario pretender que un marido legalmente separado o divoreiado de su mujer, deba seguir trabajando para ella. Hay que elegir entre continuar siendo un ser inferior, una menor que necesita miren por ella, o un ser consciente, una persona racional, legalmente igual, capaz por lo tanto igualmente de trabajar para stbvenir a sus necesidades, Y este es un punto que aqui, en donde el trabajo de la mujer es todavia una excepcion, las feministas no deben olvidar, por dignidad y Iégica mismas del feminismo. ‘Mas, si bien constituyen su parte mas importan- te, las leyes relativas al matrimonio, no encierran todo el problema de la situacién legal de la mujer, y ya hemos dicho que la especial reglamentacion de la minoria de edad es, en Espaiia, en tal ma- teria, punto esencialisimo, Y tropezamos ante todo, con este absurdo; que en Espafia, la mujer alcanza su mayoria de edad mucho después que en los demas paises, en que su desarrollo, fisico y moral es més tardio; asi es que, mientras una francesa 0 tma alemana se encuentran a los vein- tiun afios completamente libres, una espafiola que- da bajo tutela hasta los veintitrés y, segin dis- 108 Margarita Nelken pone el articulo 321, no puede hasta los veinti- cinco aiios, nada menos, “dejar la casa paterna sin licencia del padre o de la madre-en enya com- pafia vivan, como no sea para tomar estado, 0 cuando el padre o la madre hayan contraido wl “teriores bodas”. Lo que quiere decir que una mujer de veinticuatro afios no puede, sia su padr no le conviene, realizar, por ejemplo, un viaje de estudios, Y esta es una prueba mas—y de las mas decisivas—de que Ja liberacion de la mujer, en Espaiia, mas que en ningtin otro sitio, no podré ser tn hecho hasta reforma del Cédigo; porqite 2qué puede sociatmente una mujer cuando, precisamente en la edad en que sus facultades se encuentran mas activas, no tiene derecho a vivir conforme lo cree conveniente? Si, podemos y hasta debemos, en bien de la colectividad Iuchar por alora en Espafia, contra el voto femenino; pero para que ese voto sea po- sible wn dia, para que la mujer, en Espafia, como en cualquier otro pais, adquiera conciencia de sit personalidad y de su verdadera dignidad, es pre- ciso y urgente que cuantos se preocupan, no ya de feminismo, sino de progreso, trabajen porque cesen leyes inicuas y grotescas, que hacen de la espafiola, no un ser etropeo, sino un ser atrasado, y ala fuerza confinado en su atraso. La condicién social de la mujer en Espafia 199 CAPITULO XI La mujer espaiiola y el progreso politico Necesidad de ta colaboracién femenina.—Lo funesto que chora seria en Espafia—El ejemplo de Bélgica—El so~ cialismo 9 el ideal feminista—El Senado francés y et lemor al espiritu reaccionario,—Desvirtuactin del sentido religioso. El partida laborista inglés. —Liberalismo poli~ fico y clericatismo femenino-—Feminismo socialisia y fe~ minismo, catblico—Una prueba de insulses y el teléfono del Sindicato de ta Inmaculada—“No meterse en politica”. —Cuestién vital —Una- carta, “Todos sabéis muy bien ewil seré el pa- pel que Ia mujer babré de desempefiar en In sociedad desde el punta de vista politico el dia que hayan triunfado nuestras ideas, Pace bien, entonces, si la mujer en Francia esti a nuestro lado, si se encuentra libre de trabas y de prejuicios, y si tiene con ciencia de sus deberes, estad tranguilos: Ia Repablica y Ia Democracia serdn inque- brantables; mas si, por el contrario, existe ‘una diferencia de’ opinién, y aun hasta de orientaciéa, entre 1a mujer y el hombre, aquellas instituciones se hallaran siempre en eonstante peligro.” (Leén. Bourgeois: Discurso pronunciado en el Congreso de “La Ligue de 'Ensei- gnement”, en 1897.) Estas palabras, pronunciadas para servir de in dicacién al ideal republicano francés, podrian re-

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