Professional Documents
Culture Documents
UNIDAD VI Administrativo
UNIDAD VI Administrativo
Unidad VI
Caracteres del Acto Administrativo. Otros actos de la Administración
suspender la ejecución del acto, por razones de interés público, para evitar perjuicios
graves al interesado o cuando se alegare fundadamente una causa de nulidad.
La potestad ejecutoria se justifica por la finalidad de la Administración. La necesidad
de ejecutar las decisiones de la Administración proviene de los múltiples cometidos públicos
que tiene encomendado y la consiguiente necesidad de actuar rápidamente para lograr la
eficacia de tal intervención.
La ley se refiere a la ejecutoriedad del acto disponiendo que, su fuerza ejecutoria
faculta a la administración para ponerlo en práctica por sus propios medios, plasmando
así, la correcta doctrina en la materia, que no ve a la coacción como único medio de poner
en práctica el acto.
La ejecutoriedad o fuerza ejecutoria del acto implica, pues, para la ley, la potestad
administrativa de ejecutarlo por sí mismo, mediante la realización sin coacción, o bien por
medio del uso de esta.
El principal límite que pone coto a la facultad de coacción en ejercicio de función
administrativa de ejecutar el acto, surge del principio por el cual toda ejecución coactiva del
acto que recaiga sobre la persona o los bienes del administrado debe estar dispuesta por los
jueces, pues es sabido que la función de disponer las medidas de coacción sobre personas o
bienes integra en nuestro régimen jurídico, el contenido de la función judicial.
Así, la ejecutoriedad del acto administrativo podrá cumplirse, a menos que deba
utilizarse la coacción contra la persona o bienes de los administrados, en cuyo caso será
exigible la intervención judicial. Sólo podrá la Administración (o el órgano público que
ejerce función administrativa) utilizar la fuerza contra la persona o bienes del administrado,
sin intervención judicial, cuando deba protegerse el dominio público, desalojarse o
demolerse edificios que amenacen ruina, o tengan que incautarse bienes muebles
peligrosos para la seguridad, salubridad o moralidad de la población, o intervenirse en la
higienización de inmuebles.
La teoría de los actos de gobierno, basada en el móvil político, importó negar el acceso
a la judiciabilidad a importantes actos que emitía el Poder Ejecutivo o sus órganos
dependientes, y que bastaba con atribuir naturaleza o intencionalidad política a
determinados actos para sustraerlos de la revisión judicial.
La evolución posterior de la teoría, no sólo por la insuficiencia de las concepciones
formuladas sino por el progreso del sistema jurídico del Derecho Administrativo- ha hecho
que en la actualidad, salvo en muy contados casos, como el de los llamados actos
institucionales, en los que evidentemente hay una alta finalidad política, la actuación del
Poder Ejecutivo y de los demás órganos políticos del Estado sea plenamente revisable por
los jueces.
El acto institucional es producto de la llamada función gubernativa o política y
engloba la actividad de los órganos superiores del Estado respecto de aquellas relaciones
que hacen a la subsistencia de las instituciones esenciales que organiza la Constitución,
tanto en el plano del derecho público interno como en el Derecho Internacional Público.
Los sistemas republicanos, tal como lo demuestra la experiencia comparada, parecen
no poder subsistir sin esta categoría histórica que permite excluir determinados actos
estatales de la revisión judicial.
Algunos juristas sostienen que dentro del grupo de actos tradicionalmente
denominados actos de gobierno o políticos, existían determinados actos que tenían un
régimen jurídico peculiar caracterizado esencialmente por la imposibilidad de que los
mismos fueran irrevisables judicialmente, en nuestro país fue el maestro Marienhoff que
opta por asignar a tal categoría de actos la denominación de actos institucionales.
Como resultado de ello, se eliminó prácticamente la existencia de numerosos actos
llamados de gobierno, en el sentido que nada los diferencia de los actos administrativos y
que son por lo tanto justiciables, se ha reducido el campo de las cuestiones exentas de
control judicial, que quedan ahora relegadas a aquellos actos en los que se hallan en juego
principios y normas constitucionales vinculadas a la organización y subsistencia del Estado
y que carecen de efectos jurídicos directos sobre los particulares o administrados.
La aparición de la categoría del acto institucional podría no resultar justificada desde
un punto de vista exclusivamente terminológico, pues nadie desconoce que se trata en
definitiva de un sector de los actos que antaño incluían en la noción de acto de gobierno o
político, a los cuales se les asigna, en la actualidad, la misma consecuencia: su no
justiciabilidad.
En efecto, la tesis del acto institucional aparece en primer término como consecuencia
de la necesidad de independizarla de la teoría del acto de gobierno de la doctrina y
jurisprudencia francesa, que responde a un sistema histórico distinto y se aplica en un
sistema de control radicalmente opuesto al vigente en nuestro país.
Por otra parte, en el plano metodológico, no puede postularse la insuficiencia
doctrinaria de la teoría de los actos de gobierno para lograr un concepto autónomo en base
a la distinción entre Gobierno y Administración, y terminar aceptando (aun en forma
restringida) una diferenciación entre el acto de gobierno y el acto administrativo que se
apoya en consideraciones empíricas y circunstanciales.
La raíz del acto institucional consiste, en su estrecha relación con la organización y
subsistencia del Estado como consecuencia de una normativa constitucional expresa que
deja al arbitrio de los órganos legislativo y ejecutivo del gobierno, el dictado de los
pertinentes actos, al propio tiempo que los sujeta, en un principio, a un sistema de control
político y no judicial.
Característica típica del acto institucional es la circunstancia de que constituye un
acto que no produce efectos jurídicos directos en la esfera jurídica de los particulares o
administrados, operando consecuencias respecto de órganos del Estado (ej. Apertura de
sesiones del Congreso) o entidades estatales (ej. Intervención federal a las provincias).
Como consecuencia de ello, los particulares o administrados carecen de acción para
demandar ante la justicia la anulación de tales actos que vinculan esencialmente órganos o
entidades estatales, cuya supervivencia definitiva será determinada por otros órganos
constitucionales a través del procedimiento que la misma Constitución establece.
Los actos institucionales, por mucho que algunos autores se esfuercen por demostrar
su asimilación con los actos administrativos, es evidente que no gozan del mismo régimen
5