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EL OCTAVIUS DE MINUCIO FELIX Martin Gonzélez Fernndez Abstract The Octavius, a second-century apologetic writting by Minucio Felix, is analised in this article. Them, his point of view is compared to the attitude of some preceding Christian authors (Taciano the Syrian and Hermias) and another ones who come after (Arnobio, Lactancio, St. Augustinus and Juan of Salisbury) in relationship with the pagan culture. Key Words: Octavius, Minucio Felix, Academic scepticism, Ciceron, Taciano the Siryan, Hermias, Amobio, Lactancio, St. Augustinus, Juan of Salisbury, paganism, christianity. 1. Introduccién Obra apologética escasamente conocida, el Octavius de Minucio Felix nos ofrece claves importantes para comprender la polémica entre paganismo y cristianismo en os primeros siglos de nuestra era. Pese a que todavia recientemente autores como M. Beaujeu', hayan defendido la tesis de que este escrito se halla inspirado en el Apologeticum de Tertuliano, lo cierto es que, en el actual estado de la investigacién, resulta muy diffcil aventurar cual de los dos textos influy6 en el otro; y, por otra parte, la originalidad del enfoque, as{ como su deuda con Cicerén, le son ampliamente reconocidos al optisculo de Minucio Felix. Se trata de un didlogo, escrito en lengua latina, en Roma, durante la época de las persecuciones. Siglo y medio mas tarde encontraremos atin huellas de este texto en el Contra Academicos de San Agustin. Lactancio cita el Octavius en sus Divinae Institutiones (V, 1, 21) y Amnobio, maestro de éste, lo conocfa con toda probabilidad; ademas, como nos recuerda J. Quasten, el tinico manuscrito que poseemos del texto se halla inserto en el Codex Parisinus 1661, saec. IX, y, en él, figura como Libro VIII del Adversus Nationes de Arnobio’. * Cfr. Minucio Felix, Octavius, ed, M. Beaujeu, Paris, 1964, «Prélogon. 2 Johanes Quasten, Parology (Spectrum Publishers, Utrecht, Brussels, vols. I-II, 1950-1953), ed. espafiola a cargo de Ignécio Ofatibia, Madrid, BAC, n® 206, 1984, 3" ed., tI, p. 460, Dicho manuscrto, por cierto, estd plagado de erratas atribuidas al copista carolingio. El juriseonsulto franeés F. Baudoin ¢s quien descubrié, en 1560, el error, déndole el auténtico nombre de Octavius y asigndndole la pater- nidad a Minucio Felix. 55 AGORA 12/1 (1993): 55-68 © Universidade de Santiago de Compostela EI didlogo se entabla entre diversos personajes. Ya no entre Liculo y Cicern, en la casa de campo de Bauli de Hortensio, en presencia de éste y de Cétulo (como cu los Academica Frivra), 0 cutre Vatron y Cicero, on presencia de Ativv, em Cumas (como en los Academica Posteriora). Tampoco la temitica central es ya la misma. Ya no se trata del ataque contra el escepticismo académico desde la posicién estoica y la defensa del mismo realizada con brillante elocuencia y apasionada vehemencia por Cicerén. Se narra, por cl contrario, ahora, un coloquio imaginario entre el pagano Cecilio Natal y el cristiano Octavio Jamario, ea las playas de Ostia, en presencia del propio Minucio Felix, a propésito de la superioridad 0 no del cristianismo frente al pensamiento pagano. Cecilio, autor neo-académico, encarnaré precisamente a este tiltimo, mientras que Octavio—personaje que da titulo a la obra— hard una encendida «apologia» del Cristianismo, contra las que cree erradas tesis de su contertulio. La doctrina que se combate, pues, no es otra que aquella que de modo sucinto apuntaba el padre de la elocuencia romana, Cicer6n, en alguna pagina de sus Aca- demica Posteriora: «Segin mis noticias, Arcesilao combati6 el conjunto de las doc- trinas de Zenén no por pertinacia, ni por el afan de vencer, sino a causa de la oscuridad de aquellas cuestiones que habian Ilevado a Sécrates, a Demécrito, Ana- xAgoras, Empédocles, y a casi todos los antiguos, quienes sostuvieron que nada puede conocerse, ni comprenderse, ni saberse; que los sentidos son limitados; la inteligencia, débil, y breve, el espacio de la vida; que la verdad, como decia Dem6- crito, est4 sumida en lo profundo; que todo es del dominio ce lo opinable y con- vencional; que nada pertenece a la verdad, y que todo, finalmente, est rodeado de tinieblas. Arcesilao sostenfa también que no hay nada que pueda saberse, ni siquiera lo tinico que Sécrates admitia; opinaba, en consecuencia, que todo estd oculto a nuestros ojos y que no existe cosa alguna que pueda verse y comprenderse; que, por estas causas, no conviene hacer declaraciones ni afirmaciones, ni prestar a nada nuestro asentimiento; que hay que refrenar nuestra temeridad y librarla de todo paso en falso, pues el colmo de la misma seré aprobar una cosa falsa o desconocida, y nada hay més vergonzoso que anteponer nuestro asentimiento y aprobacin a la percepcién y al conocimiento. Consccuente con este criterio, y combatiendo las opiniones de todas las escuelas, apartaba a muchos de la suya, a fin de que, habiendo en una misma cuestién argumentos de igual fuerza en pro y en contra, quedase en suspenso, por una y otra parte, el asentimiento. Esta es la que llaman Academia Nueva, que a mi me parece antigua, si incluimos en la antigua a Platén, el cual en sus libros se absticne de toda afirmacién, aduce argumentos para probar afirmacio- nes contrarias, y todo lo investiga, sin Hegar a una conclusién positiva. No obstante, lsmese antigua aquella cuyas doctrinas expusiste, y nueva a la que continué, sin cambiar los principios de su fundador Arcesilao, desde éste hasta Carnéades»’. Lo mas Iamativo de la invectiva de Minucio Felix contra los escépticos proba- 3 Marco Tutio Ciceron, Cuestiones Académicas, ed. Agustin Millares Carlo, a partir de la ed. de C. F. W. Miller (M. Tuli Ciceronis Academicorum ad’M. Varronem libri If recognovit C. F. Miller. Editio stereotypa, M.CM.VII, Lipsiae in aedibus B.G. Teubneri, 8° menos, 90 p.), Madrid, Espasa-Calpe, 197 I, § 12, pp. 39-40, 56 bilistas ~al contrario que en Arnobio, Lactancio 0 el propio San Agustin-, es la contextualizacién y equiparacién que nuestro autor hace de dicha corriente de pensamiento con la paideia pagana en su conjunto. 2. Estructura del Octavius El Octavius consta de una «Introduccién» (Caps. I-IV), dos apartados centrales -una Primera Parte (Caps. V-XIII), en la que se recoge el «Discurso de Cecilio», en el que se ejecuta una defensa del paganismo y una requisitoria contra los cris- tianos; y, una Segunda Parte (Caps. XVI-XXXVIN), en Ja que se recoge la «Réplica de Octavio», en el que se esboza una apologia del Cristianismo; tras un breve «Intermedio» o interludio (Caps. XI-XV)- y un «Epflogo» (Caps. XXXIX-XL); escrito arm6nico y simétrico, ornamentado con toda la caracteristica elegancia es- tilistica ciceroniana Desde nuestro punto de vista, lo ms destacable del «Discurso de Cecilio», en el que se integran refundidos pasajes o reflexiones enteras de Cicerén, es su profe- sién de fe escéptica, la defensa del escepticismo académico como actitud de cautela intelectual frente a la posibilidad de caer en el error, la arrogancia y el dogmatismo. Un pasaje, en el que Cecilio se dirige a un Octavio titubeante atin entre el paganismo (en el que habia militado) y el cristianismo (al que, como era de esperar, terminard convirtiéndose), nos servird para ilustrar este aspecto: «Si te dignas proceder como advenedizo y desligado de uno y de otro [partido], facil sera demostrar que todas las cosas del mundo son dudosas ¢ inciertas, y que el conocimiento que de ellas tenemos es més bien una opinién probable que una ciencia, Para eso, es més de admirar que algunos, hastiados por la fatiga del estudio fntegro de la verdad, abracen ciegamente un dictamen cualquiera, en vez de continuar inquiriendo con perseve- rancia. Por el mismo motivo, indigna y duele que algunos, y éstos, los ayunos de letras, desconocedores atin de las artes manuales, se atrevan a decidir sin titubeos sobre la majestad del universo, tema que ha preocupado tantos siglos hace a los filosofos de todas las escuelas. Y es que anda tan alejada la observacién de las cosas divinas de la humana mediocridad, que ni lo que se remonta sobre nosotros en el cielo, ni lo que esté sumergido en las entrafias de la tierra, le es dado al hombre saber, ni permitido escudrifiar, ni religioso admirar neciamente; juzgdndonos dicho- sos y harto prudentes si, segtin aquél ordculo antiguo de un sabio, llegaramos a conocernos a nosotros mismos més intimamente. Mas puesto que, entregandonos a un trabajo irracional e inttil, divagamos fuera de los limites de nuestra humildad 0, relegados a la tierra, nos encaramos con ansia audaz. al mismo cielo y a los mismos astros, al menos, no compliquemos atin este desatino con vanas y pavorosas teorias»*. Esta «profesién de fe» escéptica, se nos presenta en boca de Cecilio, en su contexto genuino; o sca, en el marco del pensamiento pagano. Un pensamiento que, por ejemplo, se atiene o hace valer la ancestral doctrina del «azar» frente a cualquier 4 Minucio Felix, EI Octavio, trad., prélogo y notas del P. Santos de Domingo, Madrid, ed. Aspas (Col. «Excelsay, n? 11), 1964, pp. 42-43. ey) doctrina de la Creacién ex nihilo, como defenderén el Cristianismo 0 el Judaismo. Recuérdese que, en los siglos XVI y XVII, fundamentalmente, ser4 este tipo de argumentus cl mds socorrido por y origen de todas las «calamidades piiblicas». La perspectiva de Minucio Felix, como enseguida veremos, no se encuentra muy alejada de la formulada trece 0 catorce siglos més tarde por los autores aludidos, sea en defensa del cartesianismo o de la tradicional teologia catélica Se hace en el «Discurso» una apasionada defensa de diversos aspectos de la «paideia» clésica. Aunque se le otorga relevancia especial al arriba indicado. Al punto de que, en un momento determinado, llegaré a preguntarse Cecilio, siempre desde la cautela de su probabilismo escéptico, si, dado que todo resulta realmente impenetrable a causa de los vaivenes del Azar, no nos resultaria més sensato ~: guiendo la tradicién- el «adorar a los dioses, cuyo temor, mas bien que su cono miento fntimo, nos inculcaron nuestros padres, y no pronunciar fallo acerca de las, divinidades, sino creer a muestros abuclos, quienes, en los albores del mundo, me- recieron tener dioses favorables o atin fueron sus reyes». A todo ello afiade Minucio Felix, en el marco antes subrayado, su «Requisitoria contra los cristianos». Esta requisitoria o condena se lleva a cabo en duros términos. Se habla por extenso de la necedad y supersticién de la religién cristiana y de las. costumbres y ceremonias repudiables que practican sus adeptos («se Haman her- manos y hermanas, para convertir en incesto una deshonestidad ordinaria por la intervenci6n de este nombre sagrado»; profusion de banquetes en los que reina la gula y la lujuria; etc.); se le atribuye ritos excéntricos (el venerar la «cabeza consa- grada de un asno» o el «madero funesto de la cruz donde un hombre fue condenado a suplicio por sus crimenes»); se considera la «comunién» como una prictica de antropofagia; se le reprocha su cardcter y de un Dios Creador; ademés, ya los poetas, al cantar a un s6lo padre de los dios y de los hombres, y gran parte de los filésofos ~desde Tales hasta Aristételes-, se nos dir4, anunciaban el monoteismo que proclama el Cristianismo); se detiene a ctiticar las aridfcules y supersticiosas creencias o fabulas» de los paganos (desde el hablar de la existencia de las «Quimeras» hasta la adoraci6n de gobernantes, fetiches 0 iconos); hasta concluir con la «Refutacién de la Requisitoria de Cecilio contra los Cristianos»: allf tratara de desmentir, una por una, las diferentes acusaciones del pagano. De esta parte, aqui, no nos interesan realmente los argumentos teolégicos que esboza; que, fundamentalmente, se corresponden con las doctrinas basicas y cle- mentales del credo 0 dogma cristiano. Del conjunto de la «Refutacién», en todo caso, quisiéramos Hamar la atencién sobre el hecho de que, para aclarar las ense- fanzas cristianas en torno al «fin del mundo, la resurreccién y la vida futura», se apoye ampliamente en textos de los estoicos, Pitégoras y Plat6n; y que, en el tema de la supuesta «superioridad moral del Cristianismo», se acuse a los paganos espe- cialmente el haberse amparado en la doctrina del «Destino» para excusar su con- ducta; asf como la defensa que se hace, junto a la doctrina de la Providencia, de la 5 Minucio Felix, 1b, pp. 54-55. Para establecer el paraletismo de estas criticas con las de otros autores de época, cfr. E Sénchez Salor (é4.), Polémica entre cristianos y paganos, Madrid, Akal, 1986. 59 teorfa del libre albedrio. El cristiano es un «soldado de Dios» (de ello se bard eco, luego, San Agustin), que sabe prescindir de riquezas y pompas externas, Ilevando una vida austera y piadosa. Minucio Felix, en boca de Octavio, deja sentada una de las fuentes del posterior género del «Contemptus mundi». El discurso de Octavio finaliza con una descalificacién general de la cultura 0 sabidurfa pagana (identificada por él, globalmente, con el escepticismo) y con una exhortacién/exaltacion de la Verdad revelada: Asf, nos dir, por ejemplo: «De modo que allf se las entienda Sdcrates el bufon de Atica, al confesar que nada se sabe, ufano por la declaraci6n de un demonio mentiroso; que Arcesilao también, y Car- néades y Pirt6n, y la turbamulta de los Académicos delibere, que Sim6nides difiera siempre su respuesta. Despreciamos el orgullo de estos filésofos, que sabemos fueron seductores, adilteros, tiranos y siempre elocuentes con sus propios vicios, Nosotros manifestamos nuestra sabidurfa no por el traje, sino por nuestro espfritu; nuestra grandeza no la cnentan las maximas pomposas, sino la santidad de la vida. Nos gloriamos de haber logrado lo que ellos buscaron con esfuerzo sumo sin poderle dar alcance (.) 2Por qué hemos de ser ingratos? Por qué hemos de cerrarnos a nuestra propia dicha, sila verdad acerca de Dios ha Ilegado a su madurez en los tiempos actuales? Gocemos de nuestra buena suerte y encarrilemos nuestro parecer en los rieles de la raz6n. Paren en seco las falsas doctrinas, sea confundida la impiedad y que la verdadera religi6n se conserves’. En el « (el proverbial Si fallor, sum)”. Todos estos argumentos han de servir, luego, a otros autores de la Patristica Latina o medievales para considerar la «duda radical» como ya suficien- temente neutralizada y definitivamente refutada. A este tipo de criticas, hay que afiadir en San Agustin otras més de cardcter «ideolégico», sobre las que no se sucle reparar: «Lo que es capital, lo que me parece terrible, lo que asusta a todos los hombres honrados, es que si esta argumentacién es valida, con tal de no prestar asentimiento a ninguna cosa como verdadera, se podra perpetrar toda clase de abominaciones, sin ser acusado de crimen, y ni siquiera de error {Qué diremos, pues? ZY esto no lo vieron aquellos fil6sofos? Sf, y con mucha sagacidad y penetra- ci6n extraordinarias; ni yo tendré de ningin modo la pretension de ponerme al lado de Marco Tulio [Cicer6n] en prudencia y habilidad, en ingenio y doctrina; con todo, cuando él afirma que el hombre nada puede saber, si se le aplicase s6lo esto: “Yo sé que asf me parece esto a mf, no hallarfa modo de refutarlo»™. Por otro lado, en el Contra Academicos y en otras obras del obispo de Hipona, se constata que, en ocasiones, atribuye a la duda académica la condicin de «real» 16 Cfr. D. Diderot, OEwvres Completes (...) [Ave] Notice, Notes, Table Analytique, Etude sur Diderot et le mouvement philosophique au XVII. siécle, par J. Assézat [et Maurice Tourneux], 20 vols, Paris, Garnier Fréres, 1875-1877, tI, pp. 171-257. 1) Conira Academicos, Ul, 19 y IM, 23-25, 29 y 33. Se cita por la ed. de Victorino Capénaga: Obras de San Agustin, t. 11, Madrid, Bac, 1971. 18 foi. WM, 25. } Chr. De vera relig., 39, 73; De trinit., X, 10 y 14 y XV, 12 y 21; Bpist., 146, 1, 6; Soliloquios, U, 1; De gratia ¢ libero arbitrio, I, 3, 9; Conf, VIL, 10; De Civ. Dei, XI, 26. Ya de este periodo, fuertemente impresionado y empapado por la lectura de Platén y Plotino, data aquella p:imera intuicin, con San Pablo al fondo, en el De vera religione, en el ao 391: wen el interior del hombre habita la verdad» (De vera rel. 72). : ® Contra Acad., IN, 36. y «radical», mientras que, en otras, tan s6lo se le otorga el mero carécter de

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