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Putumayo: indios, misión, colonos

y conflictos (1845-1970)

Fragmentos para una historia de los procesos


de incorporación de la frontera amazónica
y su impacto en las sociedades indígenas

Augusto Javier Gómez López

Editorial Universidad del Cauca


Putumayo: indios, misión, colonos
y conflictos (1845-1970)

Fragmentos para una historia de los procesos


de incorporación de la frontera amazónica
y su impacto en las sociedades indígenas

Augusto Javier Gómez López

Esta obra obtuvo el


Premio Alejandro Ángel Escobar
en Ciencias Sociales y Humanas
versión 2005

Editorial Universidad del Cauca


Danilo Reinaldo Vivas Ramos © Augusto Javier Gómez López
Rector Profesor Titular
Departamento de Antropología
Cristina Simmonds Muñoz Centro de Estu dios Sociales-CES
Vicerrectora de Cultura y Bienestar Universidad Nacional de Colombia
© Derechos Reservados
Eduardo Rojas Pineda
Vicerrector de Investigaciones Primera Edición:
© Universidad del Cauca
Álvaro Hurtado Tejada © Universidad Nacional de Colombia
Vicerrector Académico © Guido Barona Becerra del prólogo
ISBN 978-958-732-072-5
Juan Manuel Quiñones Pinzón
Vicerrector Administrativo Editor General de Publicaciones.
Universidad del Cauca.
Comité Editorial Colección Bicentenario: Jorge Salazar Ferro
Cristina Simmonds, Diseño de la Colección:
Juan Diego Castrillón, María Fernanda Martínez Paredes
Alexander Montoya, Diagramación:
Cristóbal Gnecco, Julio Enrique Castro Campo
Luis Ervin Prado, Impresión:
David Prado,
Jorge Salazar

María Fernanda Martínez Paredes


mafermar@hotmail.com
© Todos los derechos reservados.
La publicación de este libro fue posible gracias Esta publicación no puede ser reproducida ni en
al apoyo de la Rectoría, la Vicerrectoría de Cultura todo ni en parte, por ningún medio inventado o
y Bienestar y la Vicerrectoría de Investigaciones por inventarse, sin permiso previo por escrito de la
de la Universidad del Cauca Universidad del Cauca.
Dedico esta obra a mi esposa
Catalina y a mis hijas Laura y Sara Satia
cuyo amor ha hecho posible esta obra
y nuestro común peregrinaje por la vida.
Contenido

Prólogo i
Agradecimientos 13
Presentación 17
Primera parte. Indios, frontera y economía extractiva 41
1. La frontera amazónica colombiana: concepciones y propuestas para
su incorporación (siglos xix-xx) 43
2. Putumayo: estructuración histórica, económica y sociocultural colonial 85
2.1. La gente de la lengua del Inga 87
2.2. Las huellas históricas sobre las arenas auríferas 93
2.3. Las misiones: la “civilización de los salvajes” y la integración territorial de la frontera 97
2.4. Putumayo: fragmentos para una historia de su configuración político-administrativa 105
3. Putumayo: indígenas, economía extractiva y transformaciones socioespaciales 117
3.1. Putumayo: frontera y población indígena a mediados del siglo xix 119
3.2. Economía extractiva y baldíos 141
3.3. La explotación de la quina 155
3.4. La explotación del caucho 164
3.5. La trata de esclavos nativos 168
Segunda parte. Indios, colonización y conflictos 179
4. El valle de Sibundoy:
colonización y conflictos 181
4.1. El valle de Sibundoy: las disputas territoriales entre
los Inga de Santiago y los Inga de San Andrés 183
4.2. La colonización pionera del pueblo de Molina y su destrucción 190
4.3. Indios, misión y colonos 196
4.4. Indios, colonos y misión 257
4.5. El “nuevo mapa” del valle de Sibundoy 270
5. Las nuevas fronteras extractivas
y de colonización 281
5.1. Los territorios indígenas y los frentes pioneros de colonización 281
5.2. Petróleo: inmigración, colonización y conflictos
en las últimas fronteras indígenas 317
Epílogo. La alternativa del indio: ¿pintarse de blanco?... (A manera de epílogo) 345
Fuentes documentales y bibliográficas 351
Fuentes documentales primarias 351
Publicaciones seriadas 364
Bibliografía 364
Mapas

N° Nombre Entre páginas


1 Putumayo en la Amazonia Noroccidental 86-87
2 Audiencia de Quito y Obispado de Maynas Francisco Requena.1 de
noviembre de 1779 108-109
3 Departamento de Putumayo Mapa Físico 112-113
4 Territorios del Putumayo 114-115
5 Provincia del Putumayo- región comprendida entre los ríos Caquetá y
Napo- siglo XVIII 128-129
6 Territorio de Caquetá. Población año de 1845 132-133
7 Putumayo Población indígena en 1854 136-137
8 Putumayo. Población indígena (1851,1854 y 1857) 142-143
9 Rio Putumayo. Rafael Reyes y Francisco A. Bissau.1877 158-159
10 Plano de la población de Colón. 1939 264-265
11 Proyecto Putumayo No. 1 valle de Sibundoy. 1965 274-275
12 Putumayo. Población indígena y no indígena.1870 284-285
13 “Mapa Etnic del Caquetá – Putumayo – Amazones” ( cerca de 1928) 312-313
14 Intendencia del Putumayo- Asentamientos y colonización. 1959 314-315
Prólogo

El libro del antropólogo e historiador Augusto Javier Gómez López, Putumayo: indios, misión, colonos y conflic-
tos, 1845-1970, traza un derrotero alucinante de lo que en Colombia ha sido la colonización y el poblamiento de
regiones como el Putumayo, conocidas hasta hace relativamente muy pocos años como “territorios nacionales”.
Los hechos de la historia contada por este historiador todavía resultan familiares a nuestros ojos y oídos, ya que
no son más que los constituyentes de la poética de la duración de procesos de conquista y dominación de grupos
humanos caracterizados por diferentes voces, muchas de ellas educadas, como integrantes de la barbarie de la
inhumanidad. Es la historia de cómo han sido representados y tratados, hasta hoy, los hombres y mujeres de las
selvas amazónicas y de cómo han sido caracterizados sus mundos de la vida por quienes se auto califican como
“civilizados”, ya sea que provengan de cualquier parroquia colombiana o de cualquier lugar misional o económi-
co, europeo y norteamericano.

Pero esta historia no es sólo de Colombia; también compromete otros países de hispano, luso, anglo y franco
América. Jorge Luís Borges escribió que en Argentina, la «conquista y colonización de estos reinos [...] fueron de
tan efímera operación que un abuelo mío, en 1872, pudo comandar la última batalla de importancia contra los
indios, realizando, después de la mitad del siglo XIX, obra conquistadora del XVI»1. Lo mismo sucedió en los Esta-
dos Unidos decimonónicos con la conquista del far west: los hombres y mujeres de las praderas, de los Apalaches
y de las Rocosas, fueron asesinados por cowboy, cuando no por la caballería del ejército de USA, y sus tierras
invadidas por los cristianos anglosajones, en su búsqueda insaciable de oro y luego de petróleo, expulsando con
esta acción, hacia las “reservas indias”, los despojos de pueblos originalmente asentados en estos territorios.
También es la historia de otros continentes como África, cuyas materias primas —por ejemplo, el petróleo, las
maderas consideradas preciosas, el oro y los diamantes, y hoy el coltán—, sirven de acicate para nuevas em-
presas de conquista, ya no ordenadas únicamente por uno u otro imperio sino por traficantes que contratan
ejércitos de mercenarios para que sometan y asesinen a quienes consideran como obstáculos para sus intereses
vicarios. Igualmente, de grandes regiones asiáticas con los sistemas plantacionales del látex y qué se yo, qué
otros recursos naturales requeridos por las grandes industrias transnacionales de Europa y Norteamérica, de Ja-
pón y China, así como de los llamados “tigres asiáticos”, hace unos años. Lo que permanece encubierto en estas
historias, y que pone al descubierto la obra de Augusto Gómez, para el Putumayo, es el dispositivo ideológico
y moral que justifica estas acciones y que a su vez imprime sentido y carácter al historicismo de las representa-
ciones práctico-discursivas que, con las metáforas ontológicas que propone sobre el “otro” y los “otros”, traza
no sólo el derrotero sino la legitimidad del proceso histórico-lineal, que va de la supuesta barbarie de los seres
humanos, que componen mundos originales en estos lugares, a una civilización auto reconocida como libertaria,
democrática, científica, tecnológica y globalizada, económica y comercialmente.

El historicismo aludido, que alienta estas acciones, compromete en la modernidad-moderna, es decir, en aquella
modernidad que tiene la ilusión de sólo deberse a sí misma, la razón escatológica de la historia y las onto-teolo-
gías políticas, con sus requerimientos económicos, que todavía se manifiestan en sus dos vertientes principales:

1 Jorge Luís Borges, “Evaristo Carriego (1930)”, en: Obras completas I, 1923 – 1949, 1ª reimpresión. Colombia, 2007, nota
de pie de página 2, p. 120.
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

como “historia de la salvación”, con lo cual la presencia de los misioneros en el Putumayo, como en el resto del
planeta, adquiere sentido y realidad, y en su “traducción”, como “historia del progreso”, con la que se legitima la
presencia en este territorio, al igual que en los demás, de las transnacionales de cualquier cosa, y de las demás
empresas “nacionales” e instituciones religiosas y estatales, que sirven de soporte y complementariedad a las
primeras, garantizando la destrucción de unos mundos de la vida para imponer la hegemonía de un sólo y único
mundo de la vida: el que hoy corresponde a las llamadas “sociedades de consumo”, que en la contemporaneidad
se proyectan a la supuesta ineludible globalización.

La paradoja de estos procesos y de los fundamentos onto-teológicos que los constituyen se concreta en la “an-
tropología de la esperanza” que los anima y en los efectos perversos, considerados como “mal menor”, que esta
antropología provoca y aún alienta. Esta paradoja no es reciente: surgió hace más de quinientos años para los
nativos de estas tierras y sus descendientes, con el descubrimiento de lo que Pedro Mártir de Anglería llamó el
Orbo Novo; de hecho, va mucho más allá en el tiempo histórico hasta comprometer a la misma Europa cristia-
na con las cruzadas, hoy reactualizadas con Irak y Afganistán, y con las demás guerras religiosas y axiológicas,
que se sucedieron a partir del siglo X, en la cronología cristiana. En el marco de esta antropología la muerte se
constituye como paso obligado para la realización y concreción de toda esperanza, proyectada como “destino
manifiesto” de la auto reconocida y narcisista humanidad, sin excepción alguna.

En Colombia esta antropología, con la Carta Magna de 1886, adquirió fuerza constitucional. En el Preámbulo de
esta Constitución la deidad judeocristiana fue la fuente suprema de toda autoridad en la república y a su vez, la
religión católica fue consagrada como «esencial elemento del orden social y para asegurar los bienes de la justi-
cia, la libertad y la paz»2. La reforma constitucional de 1957 conservó intactas la dependencia de la nación, de la
autoridad, de la justicia, de la libertad y la paz, a la fuente suprema de toda potestad, soberanía y dominación3.
La onto-teología política fundó así la nación católica colombiana. Los hechos descritos y narrados en este libro
se enmarcan en esta onto-teología constitucional, sin duda alguna. Es más, la Constitución de 1991, con la que
supuestamente se refundó la nación colombiana, mantuvo al Dios judeocristiano ya no como fuente suprema de
toda autoridad sino como su protector; es decir, como dispositivo ideológico que «por oficio cuida de los dere-
chos o intereses de una comunidad» dentro del sistema legal y político de la nación refundada4. De esta manera,
y a pesar del pluralismo jurídico y político que reconoce y consagra esta Constitución, se mantiene vigente la
supremacía de la onto-teología política y sus valores, que desde 1492 han hecho presencia en el llamado Nuevo
Mundo y por ende en Colombia hasta hoy, y con los cuales se han legitimado los procesos de conquista y co-
lonización de sus naturales, de adoctrinamiento y conversión de estos hombres y mujeres, aunque todos estos
transcursos convoquen y hagan efectivas las incontables muertes de mundos de la vida, cuyas metáforas no sólo
han dejado de existir sino que siguen y se mantienen pereciendo.

Con esta antropología se ha constituido la “cultura del terror” —como así se ha llamado reciente y reductora-
mente a todos estos dispositivos de sujeción, del cuidado y de subordinación ideológica, espiritual y política, de
explotación económica y social, en los territorios de la Amazonia colombiana, peruana, ecuatoriana, brasilera y
venezolana—, a manera de un discurso cuya sintaxis y semántica impone un orden hegemónico de mundo, que
lo abarca todo. Los hechos descritos y narrados por Augusto Gómez, consignados en la documentación oficial
que este investigador consultó, se reproducen y repiten una y otra vez con machacona insistencia en el texto de
Sir Roger Casement, conocido como El Reportaje del Putumayo, que es un testimonio cruel e inquietante de lo
que al representante de la corona británica le correspondió ver, oír y describir, en los años iniciales del siglo XX,
en la obra de Michael Taussig5 y en el libro de María Clara van der Hammen, entre otros escritos, uno de cuyos
fragmentos testimoniales no me resisto transcribir:

2 José Abad Zuleta Cano, Gloria María, Londoño, R., Constitución política colombiana de 1991, confrontada con la de
1886. Actualizadas y concordadas, 1ª edición. Medellín, 2004, p. 9.
3 Guido Barona Becerra, Tulio Rojas Curieux, Falacias del pluralismo jurídico y cultural en Colombia: ensayo crítico, 1ª
edición. Colombia, 2007, p. 135.
4 Idem, p. 136.
5 Michael Taussig, Chamanismo, colonialismo y el hombre salvaje. Un estudio sobre el terror y la curación, 1ª edición
ii castellana. Colombia, 2002.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

«Se sabía ya que venían peruanos a matar gente, contaban que los peruanos cuando encontraban una mujer,
hacía uso de ella delante del marido; si le gustaba, bien; si no, lo cogían en un palo de pie a mano con una
puntilla de cinco pulgadas y ahí quedaba. Decían que a los niños de tres, cuatro años los mataban, echándolos
en la candela, para los perros. Ahí la gente cogió miedo. Después llegó la noticia de los Letuama, la gente esta-
ba con más miedo. Cuando llegó un grupo de diez hombres armados con escopeta y carabina, bajo el mando
de un tal Moreno, allá donde vivía mi padre y mis tíos, reunieron a toda la gente, les dijeron que venían a
trabajar y llevaron un poco de gente al varador del Apaporis, para que cargaran las cosas de ellos. Los blancos
se pusieron a jugar, amenazaban con matarlos y le gente pensó que eran peruanos que los venían a matar. Mi
tío Mekasí sacó, por la noche, del equipaje de ellos las carabinas, las repartió entre la gente y los mataron de
una vez. Calderón, se pudo escapar y llevó la razón. Después llegó una comisión dirigida por Oliverio Cabrera
a cobrar la muerte de Moreno y su gente. A mi familia la querían matar y se fueron por el monte, a donde los
cuñados Matapí; por el camino a mi tío Mekasí lo picó una culebra y se murió. Entonces buscaban a mi papá,
le pedían que entregaran las carabinas que mi tío había robado, pero él no sabía en dónde estaban. Entonces
llegaron a matar, rodearon la maloca y mataron a mucha gente; cogieron a la mujer de mi papá y varios hijos,
el único que se salvó fue Tuwemi, mi hermano mayor, a mi papá le alcanzaron a volar la mandíbula de un
tiro. El cuñado de mi papá los mezquinó y así pudieron escapar. Con Cabrera también trabajaba un Aweretú
huérfano, un matón llamado Faustino, que estaba encargado de encontrar a mi papá, pero él vivía escondido
donde el cuñado Alaruna Matapí y mandaba caucho para pagar a los muertos. Alaruna tenía una hermana
viviendo con los Letuama y les pidió una mujer, en cambio, para entregarla a mi papá. Mi papá viajó hasta
donde los Letuama, que vivían en el río Pirá-Paraná, para reclamar una mujer. Les dijo que por culpa de las
noticias que ellos habían mandado, su familia había matado a los blancos y éstos le habían quitado la mujer.
Entonces los Letuama le entregaron una mujer Tanimuka, mi mamá, que había quedado viuda de un Letuama;
ahí nací yo y vivimos unos años en el Pirá-Paraná. Después regresamos al Mirití y en la cabecera del Ichari mi
papá hizo casa. Ya Cabrera no quería matar, sino que cobraba los muertos en caucho»6.

La estructura profunda del discurso no deja lugar a dudas: los nativos de las selvas amazónicas, antes de la lle-
gada de aquellos que consideraban eran peruanos, tenían conocimiento previo del tratamiento que daban los
“blancos” a su propia gente y a las “muchedumbres transeúntes de salvajes” de la selva. Pero este conocimiento
no era sólo de oídas, ni era el resultado de rumores y tradiciones orales, contadas entre ellos una y otra vez. Sus
interacciones con los “blancos”, llamados en el testimonio peruanos, los llevaban más allá, hasta el punto de
reconocer y saber manejar las tecnologías de la muerte y de la opresión: las carabinas y machetes, los incendios
y, junto con estos dispositivos, el aperreamiento de seres humanos que desde antaño, como lo expresa Tzvetan
Todorov en el epígrafe inicial de una de sus obras7, fue empleado por quienes llegaron de otras lumbres de mun-
do para imponer el orden hegemónico que caracteriza todavía a quienes provienen, hoy como ayer, de lugares
situados por fuera de los territorios y naturalezas ancestrales de las mujeres y hombres de las selvas amazóni-
cas. La “cultura del terror”, de la cual procede el discurso precedente, con su dialéctica inquietante, dio paso al
juego chinesco de las sombras contrapuestas en el interior de las fronteras surgidas entre los mundos de la vida
tensionados por el avance depredador de los imaginarios de riqueza y opulencia en unos casos, de desarrollo en
otros, de muerte definitiva de las “simientes condenadas” por la moral católica de quienes, un día cualquiera,
habían partido hacia el caos de las selvas en procura de la “fortuna”, negada a ellos previamente como sanción
a sus orígenes espurios.

En este contexto de anticipaciones de esperanza, de destino de “mejores días”, el cobrador de muertos en cau-
cho, Oliverio Cabrera, no sintió repugnancia alguna en seguir tratando con los descendientes de aquellos que
en el pasado reciente habían asesinado a su gente “blanca”; lo mismo sucedió al descendiente de los hombres y
mujeres de la selva, asesinados, maltratados, explotados y sojuzgados por los caucheros en su afán de obtener
“riquezas” con las cuales encubrir la miserableza de sus orígenes, para muchos civilizados considerados adulte-
rinos, puesto que fueron estimados como “hijos del parto de los montes”, al tiempo que concretar en sus vidas
aventureras el imaginario de la opulencia de un mundo, que desvelaba a estos hombres rudos desde su más tier-
na infancia. Las selvas del caucho, del látex, se hicieron semejantes a las selvas del “país de la canela”. Cada cau-
chero fue, a su manera, un Gonzalo Pizarro, un Francisco de Orellana o un Gonzalo Fernández de Oviedo, cuando
no un Pedro de Ursúa, un Nicolás de Federmán y, si fuese del caso y así se requiriese, un mísero integrante de las
mesnadas conquistadoras, cuyas vidas y odiseas han sido narradas magistralmente por William Ospina, el con-

6 María Clara van der Hammen, El manejo del mundo. Naturaleza y sociedad entre los Yukuna de la Amazonia colombia-
na, IV, 2ª edición. Colombia, 1992, pp. 30 y 31.
7 Tzvetan Todorov, La conquista de América. La cuestión del otro, 1ª edición en español. México, 1987, p. 9.
iii
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

tador de cuentos e historias que a más de uno se le hacen como propias de alucinados, de fiebres y pestilencias,
cuando no de fábulas embriagadoras por el poder de las pasiones desatadas por la tolvanera de quienes juegan
su corazón al azar y dejan que se lo gane la violencia, para parafrasear aquí, un poco y malamente, las palabras
de José Eustasio Rivera, el escribidor de La vorágine. Oliverio Cabrera, haciendo eco a su tradición de aventurero
en busca de “El Dorado”, cualesquiera que éste fuese, presentó, al testimoniante nativo de las selvas amazónicas,
al hombre cuya autoridad se hacía sacra, por lo cual hasta sus hijos le eran entregados, concretando así la fusión
de poderes que había hecho posible y consolidado la conquista, colonización y dominación material y espiritual
de los hombres y mujeres de las tierras descubiertas, inicialmente por Colón y luego por quienes le siguieron en
estas gestas y odiseas aventureras:

«Trabajando con Oliverio Cabrera, una vez nos bajó a Pedrera, allá nos mostró un padre, me acuerdo bien
cuando vi al padre. Vi a un tipo grande, barbado, con barba hasta la barriga, pelo blanco, con faldas de mu-
jer y una cruz grande que le colgaba, como collar de brujo, unos zapatos por los que se le veían los dedos y
un libro, sería la biblia. Se nos vino encima y ahí sí que me asusté, pensaba que era un Kurupira (espíritu de
monte), como la primera vez que vi tigre. Oliverio se reía y el padre me saludó y me dio la mano, susto tenía
yo, casi temblaba.

Después ese padre subía por el Mirití recogiendo niños, ahí llegó a donde nosotros. Abelardo y Lucas ya
estaban grandes así como Walter, mi nieto. A Abelardo se lo llevaron al internado, pero Lucas no quería y
no quería; ahí el padre me dijo que estaba bien, que uno fuera y otro se quedara para que aprendiera lo de
nosotros, para que yo le enseñara, por eso Lucas sabe: porque él sí no fue a estudiar, él se quedó conmigo,
pero eso fue mucho tiempo después»8.

La dialéctica de la sujeción, de la opresión y del extrañamiento, que hoy llaman cultural, en este fragmento se
hace inocultable. El nativo de la selva, cuya voz testimonia las voces de incontables seres humanos de la misma
procedencia, a través de la seducción, que incalculables veces provoca la fuerza de quien lo domina y sojuzga,
mansamente entrega al cobrador de muertos en caucho los frutos de su progenie y de su trabajo. Este hacer, que
para muchos afueranos concreta con fortuna las intencionalidades de sus acciones depredadoras, en el hombre
de la selva no es más que expresión de un umbral, para él desconocido por su dramática intensidad: la vivencia
de su mundo, cada vez más difuminado en el límite agónico de toda frontera de mundos. Por esta razón interpre-
tó que el hombre grande, de barba descomunal, era, como el tigre, un Kurupira, un espíritu de monte, surgiendo
así «el vacío de la esperanza que la hace real»�. Insensatamente, atrapado en esta antropología, y a pesar del
sobresalto que le provocaba la sola presencia del padre de pelo blanco, que se le vino encima, vestido con faldas
de mujer y una cruz grande, colgante de su pecho, entregó a la misión a Abelardo y con el razonamiento propio
de todo “espacio de muerte”, dejó para sí y los suyos a Lucas, quien no quería ir con aquel que representaba en
vivo la ambigüedad que provoca toda forma andrógina: la mansedumbre del gesto y la palabra seductora, que
promete la salvación, fundida con la furia cruel y homicida, torturadora, de quien se asume moralmente superior
en relación con los “salvajes”, a través de la hŷbris de todo salvador de seres humanos. De hecho, fue la mani-
festación de un doble vacío de la esperanza: el de aquel que se expresa a través de la muerte, ya sea física o de
un mundo, por la cual Abelardo dejó de ser lo que era para transformarse, a través de la misión, en un hombre
nuevo para el habitante de la selva, que bien pudiera llamarse la esperanza del extrañamiento y del emigrante;
la de aquella que se manifiesta en Lucas, metáfora del mortal que mantiene vivos los saberes ancestrales que
concretan la identidad de un mundo, que lucha tercamente por pervivir junto a los suyos, situado en el umbral
de todo “espacio de muerte”. Sin saberlo siquiera el nativo de las selvas, con su testimonio e interpretación,
había compuesto la síntesis de la historia de estas tierras conquistadas y colonizadas por los afueranos y sus
misioneros, ya fuera que provinieran de las inmediaciones de sus propias territorializaciones, o que saltaran las
marismas oceánicas que todavía separan a Europa y los Estados Unidos de la exuberante grandiosidad del piéla-
go amazónico, que aún no sabemos cuán original es.

Empero, la antropología, atrapada en el fondo de la “caja de Pandora”, que no permite que la esperanza salga
del mundo de que hace parte, produjo en las tierras amazónicas, como en otras del planeta, las memorias y
narrativas que han mantenido viva la espera ilusionada en el Nuevo Mundo, a través de su postergación. Alejo
Carpentier, a mi manera de ver, describe y narra algunas formas de presentarse la esperanza para los cobradores
de cadáveres en la Amazonia, así como la semántica de su perpetua y perenne demora:
iv 8 Idem, p. 41.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

«...Y, como en la Biblia, los hombres echaron a andar, en busca de tierras de bonanza. Y llegaron a la selva, y
remontaron el río durante muchos días y muchas noches. Cuando llegaron a una región donde crecían árboles
de los que buscaban, se detuvieron y fundaron una ciudad. La primera ciudad de la selva...

[...]. Mucho tenía la ciudad, sin embargo, de Babel, y, en ella, se rendía un cierto culto al Becerro de Oro,
porque los negocios eran excelentes y el caucho alcanzaba precios nunca vistos. Así, no lejos de las Victoria
Regia que abrían sus corolas enormes sobre las aguas, dormidas, encubridoras de añagazas, se alzó pronto un
edificio insólito en tales latitudes: un Teatro de la Ópera, de mármol rosado, donde sonaron los instrumentos
de una primera obertura. Y en su escenario cantaron los artistas de una compañía italiana venida de Milán;
y el público arrojó a las «divas» una flores extrañas, cuyo nombre desconocían, y se vieron, a dos pasos de la
selva en tinieblas, unos alardes de lucir joyas y ropas de gran empaque, que evocaban los fastos de las grandes
noches de ópera romántica...

Luego, fue la decadencia de la ciudad, en cuanto al tráfico y los negocios. Los árboles que habían atraído a
tanta gente, daban una savia que se cotizaba a precios más bajos. No volvieron las compañías de ópera, y los
fracs, roídos por los hongos del trópico, se guardaron en la hondura de los arcones. Surgieron, entonces, otros
comercios, otras industrias... El hombre de Manaos entró en la mitología de América. Se hizo la auténtica
Metrópoli de la Selva —ciudad en la que los hombres, luego de hermosa lucha, hubieran logrado imponer un
coto a los furores y desbordamientos de la selva... ¡Otra victoria del hombre contra la devorante naturaleza
del continente!...

¿Otra victoria?... ¿Ya leyeron los cables de ayer?: «Esta capital ha sido inundada por la corriente arrolladora de
los ríos desbordados de la región, [...]. Varios contingentes de lanchas a motor se ocupan en matar serpientes
capaces de devorar personas, así como enormes lagartos que han sido arrastrados por las aguas de las selvas
del Amazonas y el Río Negro.

¿No era Goethe quien decía que el hombre, en nuestro siglo, viviría con una amable naturaleza por siempre
domada?...»9.

La lógica de esta antropología requiere así, inevitablemente, la muerte y destrucción de lo que está y es-ahí-
arrojado-en-el-mundo compuesto a su manera por determinados existentes específicos, para poder mantener
viva la esperanza en la que se funda; es decir, para dejar de ser aquello que se es y llegar a su no-ser: a lo que
la espera anticipa como realización de mundo. Pero esta dialéctica se ancla en el deseo; por esta razón se hace
insaciable e inagotable, y muchas veces inescudriñable, para quienes compromete y afecta.

Pero, ¿a qué muertes me refiero en el marco del pensamiento que impone esta antropología? Para incontables
lectores de esta obra la muerte sólo enreda a los seres vivos, sean o no humanos. Esta reducción de sentido, del
simbolismo inherente a los mundos de la vida, es resultado y consecuencia de la ideología del Anthropos y del
autocentramiento en su mismidad y economía. En cambio y por el contrario extraer el petróleo, como hoy se
hace, de las profundidades de las capas geológicas de la Tierra, es, para algunos hombres y mujeres de Colombia
y de otras partes del planeta, desangrar la Madre Tierra10. Este enfrentamiento de mundos, que para algunos y
algunas es el requerimiento de la teleología de la esperanza en las tierras de “salvajes transeúntes”, de los hom-
bres y mujeres que todavía viven en la oscuridad de la “noche de los tiempos de la humanidad”, se manifiesta,
entre otras posibilidades de exigencias de materias primas, con el petróleo, considerado por los afueranos como
un doble objeto inerte: como materia de extracción y, a través del requerimiento de su metamorfosis material,
como mercancía multifuncional. En cambio, para otros y otras, las materias primas, llamadas así por los seres
humanos pertenecientes al mundo del desarrollo, son algo que está vivo y hace parte de las entrañas del cuerpo
en que se asientan o que viven en la epidermis del ser que los acoge.

Pero esto no sólo sucedió y todavía ocurre en la América hispana sino también en la de los anglosajones. La car-
ta del jefe Seattle, de la tribu suwamish, dirigida al Presidente de los Estados Unidos, Franklin Pierce, dice de la
paradoja contenida en la antropología occidental de la esperanza:

9 Alejo Carpentier, Visión de América. La Habana, 1998, pp. 85 y 86.


10 G. Barona, T. Rojas, op., cit., nota de pie de página No 9, pp. 28 y 29.
v
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

«El gran jefe de Washington envió palabra de que desea comprar nuestra tierra (...). ¿Cómo intentar comprar
o vender el cielo, el calor de la tierra? La idea nos resulta extraña. Ya que nosotros no poseemos la frescura
del aire o el destello del agua. ¿Cómo pueden comprarnos esto? Lo decidiremos a tiempo.

Cada pedazo de esta tierra es sagrado para mi gente. Cada aguja brillante de pino, cada ribera arenosa, cada
niebla en las maderas oscuras, cada claridad y zumbido del insecto es santo en la memoria y vivencias de mi
gente.

Sabemos que el hombre blanco no entiende nuestras razones. Una porción de nuestra tierra es lo mismo para
él que la siguiente: para él, que es un extraño que viene en la noche y nos arrebata la tierra donde quiera que
la necesite. La tierra no es su hermana sino su enemiga y cuando la ha conquistado se retira de allí. Deja atrás
la sepultura de su padre, no le importa (...). Olvida tanto la sepultura de su padre como el lugar en que nació
su hijo. Su apetito devorará la tierra y dejará atrás sólo un desierto. La sola vista de sus ciudades llena de pá-
nico a los ojos del piel roja. Pero quizá esto es porque el piel roja “es un salvaje y no entiende”...

Una pocas horas, unos pocos inviernos y ninguno de los niños de las grandes tribus, que alguna vez vivieron
sobre la tierra, saldrán para lamentarse de las tumbas de una gente que tuvo el poder y la esperanza.

Sabemos una cosa que el hombre blanco puede alguna vez descubrir. Nuestro Dios es su mismo Dios. Ustedes
piensan ahora que lo poseen, como desean poseer nuestra tierra. Pero no puede ser. Él es el Dios del hombre
y su compasión es indistinta para el blanco y para el rojo. La tierra es algo muy preciado para Él, y el detrimen-
to de la tierra, es una pila de desprecios para el Creador. A los blancos les puede pasar también, quizá pronto,
lo que a nuestras tribus. Continúen contaminando su cama y se sofocarán una noche en su propio desierto.

Cuando los búfalos sean exterminados, los caballos salvajes amansados, la esquina secreta de la floresta pi-
sada con la esencia de muchos hombres y la vista rosada de las colinas sazonada de la charla de las esposas,
¿dónde estará la maleza? Se habrá ido. ¿Dónde estará el águila? Se habrá ido. Decir adiós al volar, al cazar...,
la esencia de la vida empieza a extinguirse... (Chief Seattle, 1852)»11.

Estas palabras del jefe Seattle ponen de manifiesto la paradoja de la concepción de mundo que involucró desde
hace muchos siglos al “otro” como “infiel desconocido”, que debe ser negado como lo que es-ahí en su mundo,
para luego conquistarlo material y políticamente, para convertirlo espiritualmente y finalmente, para invertirlo
y sojuzgarlo. Empero, estas acciones y procesos se fundamentaron en las onto-teologías políticas que hicieron
posible el Orbo Novo y sus otras invenciones mundificantes. La carta de Franklin Pierce, que envió al jefe Seattle,
en la que propuso a éste comprar las tierras de la tribu suwamish, no sólo manifestó la intencionalidad inmediata
de acceder el Estado a las tierras que todavía no eran suyas sino las intencionalidades epifenoménicas del man-
datario estadounidense12: comprar tierras en las que no se encontraran las fosas y huesos de sus antepasados
inmemoriales, en tanto que Presidente de una nación de emigrantes; es decir, de una nación en la que no se
encontraran los huesos de ningún antepasado pero que cuyas tierras sí pudieran alojar los huesos de los des-
cendientes de aquellos que emigraron de otras fundiciones de mundos y de otras casas del ser-ahí. La segunda
intencionalidad epifenoménica del Presidente Pierce, fue la de hacer extranjeros de estas tierras a quienes hasta
ese entonces habían nacido en ellas y habían enterrado los huesos de sus antecesores y mayores, creando la
urdiembre material que da vida al tiempo que recoge en su seno los despojos de las vidas a que dio origen, ya
perecidas. El mundo de la vida del jefe Seattle era muy diferente al mundo de la vida del Presidente Pierce, ya
que este último no interpretaba como vida a ser tenida en cuenta los búfalos, los caballos libres de las praderas,
las esquinas secretas de la floresta y la vista rosada de las colinas, así como cada aguja brillante de pino, cada

11 Fragmentos de la carta del jefe Seattle, tomados de: Julio Ernesto Rojas Mesa, “Módulo de antropología”. Colombia,
2008, pp. 49 y 50.
12 Franklin Pierce, el décimo cuarto presidente de los Estados Unidos, no sólo era abogado y senador; también había sido
General de Brigada en la guerra expansionista que los norteamericanos le declararon a México entre 1845 y 1848. Su
intencionalidad de ampliar el territorio de los Estados Unidos se manifestó siguiendo la tradición expansionista de los
imperios nacionales de la modernidad-moderna: por medio del uso de la fuerza armada, para ampliar las fronteras;
a través de la compra de tierras a otros imperios como el francés y el ruso: Luisiana, en 1803; Alaska, en 1867. Para el
Presidente Pierce, la tierra no era más que una mercancía sobre la que se podía ejercer propiedad, dominio y control,
ya fuera como comprador individual o adquiriente estatal, en tanto la figura de persona jurídica, que todavía es todo
vi Estado nacional, así lo permitía en el siglo XIX.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

ribera arenosa, cada niebla en las maderas oscuras, cada claridad y zumbido del insecto. La arrogancia moral y
política del Presidente Pierce se manifestó en su pretensión de comprar al jefe Seattle lo que él, como Presidente
de una nación de emigrantes, no podía vender: las tierras de los lugares en que reposaban los huesos de sus
antepasados “blancos” y con estos vestigios y símbolos de metáforas de vida, sus concepciones de mundo, sus
memorias e identidades.

Retornando a los mundos configurados por las interacciones de la hispanidad con otros seres humanos, Gerardo
Reichel-Dolmatoff, en una obra que ya tiene de publicada, por primera vez, cuarenta y tres años, también deja
ver —no obstante lo difuminado de los horizontes de la vida, como consecuencia de la evangelización católica
y cristiana, cuyas trazas hacen presencia en el relato mítico del “informante” del origen de un “pueblo”—, los
sentidos de vida de unos hombres y mujeres ancestrales, atrapados en la lengua de Antonio Guzmán, un desana
perdido en el tráfago diario, muchas veces caótico, de la capital del país, por tantas infinitas veces consagrado al
Sagrado Corazón de Jesús. El desana, dotado con la identidad que entrega el nombre y el apellido cristianizados,
resguardado en una oficina profesoral de la Universidad de los Andes, narró, al entonces etnólogo de gabinete:

«En el comienzo de todo estaban el Sol y la Luna. Eran hermanos gemelos. Primero existían solos, pero luego
el Sol tuvo una hija y vivía con ella como con su mujer. El hermano Luna no tenía mujer y así se puso celoso y
trató de enamorar a la mujer del Sol. Pero el Sol se dio cuenta; había una fiesta en el cielo, en la casa del Sol,
y cuando el hermano Luna vino a bailar, el Sol le quitó, como castigo, la gran corona de plumas que llevaba y
que era igual a la corona del Sol. Dejó al hermano Luna con una corona pequeña y con un par de zarcillos de
cobre. Desde entonces el Sol y la Luna se separaron y están siempre distanciados en el cielo, como recuerdo
del castigo que recibió el hermano Luna por su maldad.

El Sol creó el Universo y por eso se llama Padre Sol (pagë abé) Es el padre de todos los Desana. El Sol creó
el Universo con el poder de su luz amarilla y le dio vida y estabilidad. Desde su morada, bañada de reflejos
amarillos, el Sol hizo la tierra, con sus selvas y ríos, sus animales y plantas. El Sol pensó muy bien su Creación,
pues le quedó perfecta.

Este mundo en que vivimos tiene la forma de un gran disco, un inmenso plato redondo. Es el mundo de los
hombres y de los animales, el mundo de la vida. Mientras que la morada del Sol es de un color amarillo, el
color del poder del sol, la morada de los hombres y de los animales es de un color rojo, el color de la fecun-
didad y de la sangre de los seres vivientes. Nuestra tierra es mariá turí (marí = nuestro, turí = piso) y se llama
“piso de encima” (vexkámaxa turí) porque debajo yace otro mundo, el “piso de abajo” (doxkámaxa turí) Este
mundo de abajo se llama Axpikon-diá, el paraíso. Su color es verde y allá van las almas de los muertos que
han sido buenos Desana durante toda su vida. En el lado donde sale el sol, en Axpikon-diá, hay un gran lago y
los ríos de la tierra desembocan en él ya que todos corren hacia el Este. Así Axpikon-diá queda conectado con
nuestra tierra, por las aguas de los ríos. En el lado donde se pone el sol, en Axpikon-diá, está la Parte Oscura.
Es la parte de la noche y es una parte mala.

Vista desde abajo, desde Axpikon-diá, nuestra tierra se parece a una gran telaraña. Es transparente y el Sol
mira a través. Los hilos de esta telaraña son como las normas según las cuales deben vivir los hombres y ellos
van por estos hilos, buscando vivir bien, y el Sol los mira.

Por encima de nuestra tierra, el Sol creó la Vía Láctea. La Vía Láctea sale como una gran corriente espumosa
de Axpikon-diá y se dirige de Este a Oeste. Por la Vía Láctea corren los grandes vientos y toda aquella parte es
azul. Es la región intermedia entre el poder amarillo del Sol y el estado rojo de la tierra. Por eso es una zona
peligrosa, porque es allí donde la gente se comunica con el mundo invisible y con los espíritus.

El Sol creó los animales y las plantas. A cada uno le dio su lugar donde debía vivir. Hizo todos los animales
excepto los peces y las culebras; a estos los hizo después. También junto con los animales, el Sol creó los es-
píritus y demonios de la selva y de las aguas.

Todo eso lo creó el Sol cuando tuvo la intención amarilla, cuando hizo penetrar el poder de su luz amarilla,
para que de ésta se formara el mundo»13.

13 Gerardo Reichel-Dolmatoff, Desana: simbolismo de los indios Tukano del Vaupés, 2ª edición. Colombia, 1986, pp. 50 y
51.
vii
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

La mirada del etnólogo no se encandiló con la fuerza creadora de la intencionalidad de la luz amarilla, que aún
en Bogotá era capaz de escanciar un mundo y con esta acción dar ingreso, así fuese temporalmente en el aquí
y ahora, en ese instante de la palabra viva, a la casa del ser-ahí-desana. Antonio Guzmán, el “informante” que
abandonó la selva para charlar de las cosas de su mundo con aquel que un día llegó a los Andes, huyendo de la
civilizada y sangrienta devastación de buena parte de Europa, no pudo responder con seguridad la interpelación
del hombre de ciencia que, mirándolo a los ojos, interrogó por el carácter de las dos entidades que en el comien-
zo de todo vivían solas, tan familiares para quienes todavía hoy andamos sobre la epidermis del planeta, al igual
que para los desana, trashumantes cotidianos de la selva. Antonio, situado en la frontera de los dos mundos
que se fusionaban en él, no supo decir si el Sol y la Luna eran hermanos gemelos o si el Sol era hermano mayor
y la Luna el menor, y mucho menos aclarar si en el fondo y a pesar de las implicaciones de la traducción de su
mundo ancestral, de la casa del ser-ahí-desana a la casa del ser-ahí-castellana, eran un solo y único personaje
andrógino14.

El silencio de Antonio, ante la pregunta de Reichel-Dolmatoff, también es el silencio de Augusto, en este libro.
No trato aquí de evidenciar la convergencia de dos elipsis intencionales. Busco ante todo señalar, poner de
presente, insistir, en la intraducibilidad de los mundos humanos en un sólo y único mundo de la vida. Así, las
palabras de Antonio y los textos documentales de Augusto, digan lo que dicen, las dos casas encontradas del
ser-ahí en el mundo no se transforman en una sola y única casa del ser-ahí; todo depende de cómo fueron estos
dicharacheros arrojados a sus respectivos mundos, de sus formas y maneras propias de cuidarse para componer
los respectivos mundos de la palabra y del texto dichos, así como también de las escrituras que cada oidor de
palabras arrojadas al viento, o lector de las palabras inscritas en la materia vegetal o electrónica de una hoja en
blanco, puedan hacer y componer en sus diversos aquí y ahora de existencia.

La intraducibilidad de los mundos de la vida hace surgir ante nuestras miradas y las del “otro”, el archipiélago de
urdiembres de vida de la Amazonia y la fusión de horizontes provocada por los “efectos de bordes”, por los pasos,
muchas veces perdidos, que hay que dar, que llevan del saber al no saber, por medio de la randonnée15 de todo
Zenón, en sus recorridos por los incontables y laberínticos vericuetos del planeta. El testimonio del habitante de
la selva y a su vez acompañante del cobrador de muertos en caucho, transcrito en párrafos precedentes, así lo
deja ver. Para este testimoniante dos de sus hijos, porque el nieto se encontraba todavía en el suspenso de su
ser-ahí, deben separarse. Uno, Abelardo, debe salir de la maloca, de su mundo de la vida, para ir al internado
y el otro, Lucas, debe quedarse en su mundo con el acuerdo del misionero que dijo que estaba bien, que uno
fuera y que otro se quedara-ahí para que aprendiera el saber de los hombres y mujeres de la selva, para que el
testimoniante le enseñara; «por eso Lucas sabe: porque él sí no fue a estudiar, él se quedó conmigo, pero eso fue
mucho tiempo después».

Empero, también en las mitopoéticas de los hombres y mujeres de las selvas amazónicas, y no sólo en las voces
de los testimoniantes requeridos por los antropólogos y antropólogas, se encuentran estos bordes de fusión de
mundos de la vida y a su vez de separación y configuración de un archipiélago de mundos de la vida y de sus
posibilidades de concreción, no obstante su intensa cristianización. La mitopoética de la primera maloca yukuna
así lo deja ver:

«Entonces nació una nueva tierra, esta tierra en donde vivimos. Ese día nació la gente de un huevo grande.
Unos huevos quedaron sin abrir y de allí saldrá la gente que va a vivir cuando este mundo se acabe. Tupana al
bautizar a la gente les ordenó decir: “soy como el sol, el agua y la piedra”, pero la gente dijo: “nosotros vamos
a morir”. Sólo las serpientes hablaron bien y por eso cuando están viejas cambian de piel y nunca mueren.
Los Karipulakena curaron para que no muriéramos del todo, para que siguieran las generaciones y el mundo
continuara. En ese tiempo había mucha gente, todos hablaban una sola palabra pero peleaban mucho. Tu-
pana pensó entonces una palabra distinta para cada uno y así ya quedaron callados, toda la gente vivía cada
cual en su propia maloca»�.

14 Ibidem.
15 Con esta palabra me refiero a la excursión a pie, que todo ser humano hace en su respectiva y propia composición de
mundo de la vida. En ella, el recorrido siempre implica la emergencia del efecto de bordes; es decir, el paso de un sis-
tema de saber de mundo a un no saber de mundo. Consultar: Michel Serres, El paso del noroeste, 1ª edición. España,
viii 1991, passim.
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Augusto Javier Gómez López

En esta mitopoética el mundo yukuna se encuentra más allá de Babel. La fusión simbólica de horizontes se hace
en este testimonio y texto, inocultable: el huevo grande del que nació la gente, que adquiere la consciencia de
que va a morir, sólo comprometió el cosmos cerrado de la tierra donde vivimos en el que la gente anunciada,
todavía no existente, que va a vivir cuando este mundo se acabe, es el no-ser de la gente nacida del huevo grande
a la que Tupana, al bautizarla hizo decir: “soy como el sol, el agua y la piedra”, que ya están arrojados. La no cons-
ciencia, o mejor todavía, lo indecible de la muerte sólo le corresponde a las serpientes cuando están viejas, que
nunca mueren porque cambian de piel, al igual que el maléfico, que se transforma en múltiples representaciones
del mal ante los hombres, para que éstos no lo puedan reconocer y así nunca morir. Con esta mitopoética de la
primera maloca yukuna la serpiente edénica se desplaza a las serpientes amazónicas, tan devoradoras de hom-
bres y mujeres ancestrales de la selva como de los hombres y mujeres afueranos, recién llegados, fundadores en
común de la primera ciudad del laberinto de los bosques, que fueron bautizados con el nombre que recuerda al
pueblo legendario de mujeres guerreras de la mitología griega. Con el desplazamiento y llegada de la serpiente
edénica, con la metamorfosis y multíplice de esta sierpe en el Amazonas, los Karipulakena llegaron a curar, a sal-
var a todos para que no murieran del todo, para que el mundo continuara y siguieran las generaciones por venir,
trascendiendo la muerte de sus respectivos orígenes por medio del silencio y mudez que provocan las palabras
pronunciadas en lenguas distintas configurantes del ser-ahí de sus propias malocas. Por esta razón el cobrador
de muertos en caucho y el hombre de la selva, a pesar de la diferencia de sus casas del ser-ahí, hallaron el borde,
el territorio de frontera, en la figura andrógina que se le vino encima, que con su cruz demarca los límites de lo
civilizado y lo salvaje, al igual que los términos de los territorios de malocas, de las gentes que fueron curadas
por los Karipulakenas de los abrazos y mordeduras de las sierpes amazónicas.

Texto, oralidad y contexto se hacen así los referentes propios de cada situación vivida en el borde agónico de
cada encuentro de mundos de la vida. Lo extraño de todo esto es lo que se hace común, desde el siglo XVI en
el Putumayo, para los hombres y mujeres de la selva así como para los afueranos y afueranas: la violencia y de-
predación ejercidas no sólo por los misioneros y por quienes llegaron junto con ellos a apaciguar los ardores, las
calenturas de sus imaginaciones febriles, de riquezas soñadas y ambicionadas, sino también aquella desplegada
por esos seres de la selva anunciados en los bestiarios medievales y en el del Nuevo Reino de Granada, como
monstruos y caníbales, confirmando así las anticipaciones de mundos de barbarie, predichos tantas veces en la
historia de la salvación y aun en la del progreso.

Lo horroroso de todo esto en mi criterio, que se mantiene hasta hoy en la nación católica como fiel expresión
de su occidentalidad, y por tanto en el resto de las occidentalidades del planeta que configuran “territorios de
muerte” por medio de la llamada “cultura del terror”, es la acción comunicativa, productora de sentidos de vida
y muerte, de la violencia. Lo aterrador, desde mi interpretación, es el requerimiento que hace toda antropolo-
gía de la esperanza y la teleología que está-ahí comprometida: la muerte, la masacre y el genocidio, a través de
la cura de la violencia homicida y sangrienta que provoca el terror en quienes la viven y sufren, y con éste la
sumisión, la subordinación, el obedecimiento a la doctrina religiosa, ontoteológica y política, a la norma y a los
reglamentos misionales, a las leyes de un Estado que mantiene la vigencia de los bestiarios del terror, como hoy
en pleno siglo XXI todavía se vive, y a sus dispositivos de coerción ideológica, política y moral, expresados en la
ambigüedad andrógina de sus fuerzas armadas y de policía, que unas veces llegan con la “zanahoria” a estos te-
rritorios, a estos desiertos esperanzados para los afueranos y en otros momentos se aproximan con el “garrote”
para imponer un orden político hegemónico, así sea a través del empleo de la metamorfosis de las sierpes: cam-
biando su piel estatal para renacer como delincuentes o paramilitares, en asocio con ciudadanos y ciudadanas
de la nación católica en la cual hasta lo horroroso se puede perdonar cuando no olvidar.

La mitopoética de la maloca yukuna como la historia de la salvación, del progreso y del desarrollo, dan cabida,
cada una a su manera, a la semántica de la violencia y el terror, a la sintaxis de un mundo hegemónico de la vida
que, no obstante la diversidad étnica y cultural comprometidas, es capaz de abarcarlo todo resignificando los
contornos de la vida y de la muerte, y de sus prácticas de cotidianidad, axiológicas, históricas y discursivas. En
esta sintaxis de mundo las leyes del Estado colombiano son, todavía hoy, el dispositivo de expoliación de territo-
rios ancestrales, carentes de los títulos de propiedad legal para sus habitantes originarios. Con la defraudación
de estas tierras y territorios ancestrales, las bestias salvajes de la selva no sólo fueron cazadas y muchas veces
aniquiladas. Junto con ellas los hombres y mujeres allí encontrados en sus malocas, en sus ríos y en sus reservas
alimentarias, también fueron perseguidos, acosados, hostigados. La trata humana, que adquirió desde hace
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Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

muchos siglos los colores que van de lo “blanco” a lo “negro”, en el Putumayo y en general en todas las selvas
húmedas tropicales de Colombia, junto con las coerciones religiosas y laborales, muchas veces escondieron la
acción comunicativa de la violencia ejercida por los traficantes de quinas, del látex, de maderas, de pieles de
animales, de especies vegetales, de empresas petroleras, de los empresarios de metales considerados preciosos.
Esta acción todavía hace que se vea como “natural” y muchas veces necesaria, la extinción de unos mundos de
la vida que según quienes la practican ya no tienen por qué pervivir.

Por esta razón los “huérfanos tama” todavía están aquí, presentes entre nosotros, los ciudadanos y ciudadanas
de la nación católica, que pese a todas las reformas constitucionales y a la Constitución de 1991, aún subsisten
en todas las formas imaginables. ¿De qué trata todo esto? La historia cuenta que por allá en los años finales del
siglo XVI y comienzos del XVII el capitán Gaspar Palomino, junto con el gobernador Juan López de Herrera, no
sólo conquistaron, fundaron y poblaron las tierras allende la cordillera situada “entre-ríos”, que desde sus estri-
baciones orientales abre a las miradas descubridoras la gran llanura, por los hispanos llamada amazónica, sino
que comisionaron al capitán Gaspar Gómez para que llevara gente a la “ciudad del Espíritu Santo del Caguán”,
fundada el 24 de marzo de 1590; se presume que esta ciudad estaba situada en las márgenes del río Guayas,
un afluente superior del Caguán. A juzgar por lo que dice la documentación, esta región estaba relativamente
poblada por “naturales muy belicosos” 16. Pese a ello, treinta años más tarde de fundada la ciudad hispánica del
Espíritu Santo del Caguán, los hombres y mujeres salvajes y pendencieros se encontraban sometidos al régimen
medieval de la encomienda17. La historia continúa narrando que la trata de tamas, la más significativa de este
territorio ya hispanizado, no era tan nueva por estos años: de hecho, ya había provocado conflictos entre los ve-
cinos del Caguán, quienes en 1620 se quejaron del traslado forzoso de estos “indios” al valle de Neiva y villa de
Timaná, ordenado en varias oportunidades por ciertas autoridades a pesar de las terminantes prohibiciones al
respecto18. De todo esto se concluye que la letra de las ordenanzas, del orden imperial de España, había nacido
muerta en este territorio de frontera bélica y de reciente ocupación. A lo anterior se sumó la tenaz resistencia de
los nativos andakíes, que continuamente asaltaban a los españoles en el “camino del Caguán”, que unía preca-
riamente a la ciudad del Espíritu Santo del Caguán con Timaná. La impotencia de los hispanos para repeler estas
acometidas de los hombres y mujeres de la selva, fue descomunal. La “guerra de guerrillas” fue el pan diario de
cada día en este territorio. La “tierra arrasada”, es decir, la destrucción y aniquilación implacable de todos los
signos y marcas, de todos los símbolos de la presencia hispánica fue la acción a seguir por parte de los nativos,
que se refugiaban en las frondosas oquedades de una selva impenetrable para los europeos y sus tempranos
descendientes. A pesar de todas estas acciones de enfrentamiento y resistencia a la penetración hispánica del
pie de monte y llanura amazónica, todavía en 1678 subsistían cuatro encomiendas aledañas a la ciudad del Ca-
guán: las de Kafuajo, Seguaya, Marquina y Atajo19.

Casi cien años después, en 1776, la Real Audiencia de Santafé firmó un documento de capitulaciones con el ca-
pitán Juan Caro Velásquez, a quien nombró como Gobernador y Capitán General de la Provincia del Caguán, do-
tado de facultades especiales para fundar población y disponer de los repartimientos de “indios”. Lo especial de
sus facultades consistió en que dicho Capitán podía disponer de los “indios tamas”, como bien lo quisiera, y, si lo
deseaba, sacarlos de la provincia de la cual él era su Gobernador. Esta decisión, según dicen algunos intérpretes
de las decisiones del Capitán, no fue más que encubrimiento de sus mezquinos intereses y manto de impunidad
con el que aparentemente se protegía a los “indios” repartidos de los ataques de los andakíes y de otros “bárba-
ros” como ellos20. No obstante que estas facultades provenían de la Real Audiencia, los vecinos hispanizados del
Caguán, junto con algunos “indios” de diversa procedencia, protestaron las capitulaciones pidiendo su anulación
y la remoción del Gobernador, ya que éste había deportado más de “60 chinas y muchachos” de la nación bayu-
guaje a Mariquita, otra fundación española, en la que el trabajo en las minas era insoportablemente nefasto para
los “indígenas” llevados por la fuerza a sus veneros. Pero la acusación mayor de los vecinos hispanizados prove-
nía de la arbitrariedad del Gobernador en la repartición de las encomiendas, ya que éste concedía los favores de
su administración arbitrariamente, según quienes lo denunciaban, y, con este empeño, entregaba encomiendas
16 Roberto Pineda Camacho, “El rescate de los Tamas: Análisis de un caso de desamparo en el siglo XVII”, en: Revista Co-
lombiana de Antropología, volumen XXIII, 327 a 363, Bogotá, 1980 – 1981, pp. 331 y 332.
17 Ibidem.
18 Idem, p. 333.
19 Idem, p. 337.
x 20 Idem, p. 338.
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Augusto Javier Gómez López

a quienes le daban “piezas tamas” o bajo promesa de un futuro y promisorio “rescate” de las mismas. A su vez los
“indios” se quejaban de que eran azotados por no traer suficiente barniz, según criterio de sus amos, y porque
sus mujeres eran forzosamente separadas de sus “familias” para dedicarlas al servicio doméstico y personal de
los “colonos” o para trasladarlas como “piezas tama” fuera de la región21.

Los “huérfanos tama” “nacieron” una vez muertos los mundos de la vida a los que fueron inicialmente arrojados
por sus progenitores. El perecimiento de sus mundos provino de la cacería de algunas “piezas tama” o a través
del “rescate” de estas “piezas”, por parte de los cristianos y católicos vecinos de la vieja Timaná y del Espíritu San-
to del Caguán22. Murieron como hombres y mujeres nacidos en una de las casas del ser-ahí de la selva amazónica
para renacer como servidumbre, como esclavos en las casas del ser-ahí-castellano. Las incontables e infinitas
muertes tamas, güentas, oteguaces, andakíes y pinaguajes, que se provocaron, entre otros tránsitos más, no sólo
fueron debidas a los asesinatos, malos tratos, sarampiones y viruelas. Los “rescates”, es decir, el intercambio de
“piezas tamas” por hachas, machetes y otras chaquiras, que los españoles y sus descendientes hacían con otros
“indígenas” de estas selvas eran el común ocurrir23.

¿De dónde provenía esta aparente “tradición nativa”? ¿Se trató, entonces, de una “traición” de los hombres y
mujeres de la selva a sus congéneres? En mi interpretación, pienso que no; que lo que se dio fue el encuentro
paulatino de horizontes de vida y muerte, que se fueron fusionando simbólicamente en la medida en que las
interacciones de los españoles con los habitantes de la selva incrementaba y se consolidaba; al fin y al cabo los
nativos también eran seres humanos preñados de intencionalidades, de prejuicios, de afectos, de desafectos, de
animosidades, con las cuales configurar el “otro” como “enemigo”, categoría ontológica que desde la perspecti-
va de los hombres y mujeres “naturales” no sólo comprometía a quienes habían llegado desde lugares ignotos,
desconocidos para ellos y ellas, sino, también, en ciertos momentos, a quienes vivían inmemorialmente tan
próximos entre sí. La documentación consultada por Roberto Pineda Camacho, esto deja ver:

«Los indios Tamas que hay (...) son sacados de entre los indios Tamas que se guerrean unos con otros y los dan
por rescate de hachas, machetes y otras chaquiras».

«Preguntándole al dicho indio que de qué nación era, respondió que Amoatama; y preguntando que qué
traía entre los indios Andakíes, respondió que siendo muy pequeño, y a lo que parece el tamaño que señala
desde edad de 6 años hasta los dieciocho o veinte, que también parece que tendrá ahora, habiendo salido
de su tierra con número de indios, indias, sus padres y parientes con alguna chusma, cayeron sobre ellos los
dichos Andakíes y mataron los dichos indios; y se trajeron las dichas indias, los chinos y muchachos por sus
esclavos, ocupándolos todos en que les sirviesen en moler, rozar y otros ejercicios, azotándolos y haciéndoles
otros castigos».

«Y que los restantes son de nación tama que tenían cautivos y a su servicio los dichos Andakíes, de la presa
que hacen ordinariamente de los que restan en su contorno; y que lo asegura así este testigo por haberlo
averiguado en dicha Provincia (del Caguán), y porque habla de la dicha gente lengua de los dichos Tamas
que entiende (...), y no hablan sin ser de esta naturaleza, y por no tener comunicación con ellos los dichos
Andakíes, siendo enemigos»24.

El desamparo de los tamas, al que me refiero, como de cualquier otro nativo de las selvas amazónicas, de los
Andes, de las selvas próximas al océano descubierto por Vasco Núñez de Balboa, del altiplano en que se asentó la
capital del Reino, de las selvas del Opón y del Carare, de la depresión bautizada momposina, de las selvas y llanu-
ras que circundan el río de la Magdalena hasta su desembocadura en el Atlántico, del desierto de la Goajira como
de la llamada Sierra Nevada de Santa Marta, del Senú, de los llanos que separan las cordilleras andinas de la
Orinoquia, no estuvo dado, como hoy todavía se interpreta por quienes indagan el pasado de la actual Colombia,
por la servidumbre y esclavitud impuesta por los españoles y sus descendientes a los hombres y mujeres “natu-
rales” de estas tierras. La orfandad provino del extrañamiento radical de sus mundos, a que fueron sometidos
quienes quedaron en manos de los peninsulares. Como quien dice, no fueron las relaciones sociales de produc-
21 Idem, p. 338 y 339.
22 Idem, p. 340.
23 Idem, pp. 341 a 345.
24 Idem, p. 345.
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Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

ción, de servidumbre y esclavitud, las causantes del desabrigo, como así se ha interpretado por aquellas poéticas
de la temporalidad que describen y narran desde las variables y determinantes propios de un modelo científico,
económico y sociológico, ya que entre los hombres y mujeres de la selva, como de otros lugares del planeta, la
muerte de los “enemigos” y la toma de cautivos no era nada extraño y todavía no lo es. Fue la destrucción im-
puesta de los órdenes de mundo y vida, que al afectar las respectivas subjetividades humanas comprometidas,
provocaron la muerte de quienes no pudieron soportar la realidad que se les imponía por la fuerza, dando origen
a la orfandad de quienes sobrevivieron en el vacío propio de todo espacio de muerte, ya que no de vida. Como
quien dice: una es la servidumbre y esclavitud impuesta a unos seres humanos dentro de sus propios horizontes
de mundo y vida, y otra es esa servidumbre y esclavitud cuando se dan en presencia de la muerte de los mundos
de la vida de aquellos y aquellas, configurados como extranjeros, en el mundo y horizonte de vida en que han
sido incorporados por medio del extrañamiento. La interpretación de Roberto Pineda Camacho, esto deja ver:

«Con relación a los huérfanos, un aspecto que llama la atención es la posibilidad que tienen de identificarse
con el grupo de adopción al alcanzar el status de guerrero. En este caso no hay que olvidar que la guerra tiene,
desde el punto de vista interno del grupo tribal, una función integradora, además de ser uno de los medios
por los cuales los individuos adquieren prestigio y se hacen al poder»25.

La pretendida “función integradora” de la “guerra” entre “grupos tribales” no es más que argumentación disci-
plinaria proveniente de la exterioridad del mundo en que estas situaciones se dan, puesto que la etnografía y
etnología no dicen nada a la manera de las casas-del-ser-ahí comprometidas en la mirada antropológica. El tes-
timonio oral, recogido por Fernando Urbina en el Caquetá y citado por Pineda en el artículo que vengo citando,
deja vislumbrar, a pesar de su traducción al castellano, la emergencia de cotidianidades de mundo que no tienen
qué ver con la “integración”:

«Lubre fue vendido a los carijonas para que se lo comieran. Los huitotos se lo vendieron: no era de la tribu
vendedora y tenía como 12 años. Lubre era un muchacho; él tenía su nombre de niño; no lo recuerdo. A él se
lo llevaron los carijona para comérselo.

Pero él era un muchacho muy trabajador; sacaba coca, leña, tejía canasto. Y los de la tribu de los carijona no
sabían tejer canasto ni matafrío. Estando en medio de los carijonas lo tenía un viejo carijona muy bueno. Él
ayudaba al viejo a trabajar mucho. Él, como humillado, pensaba que iba a ser comido por esa gente. Todo un
niño triste estaba con ese viejo. Él era para todo trabajo que se ofrecía. Sacaba leña, sacaba coca, tejía canas-
to, tejía matafrío. El viejo casi que lo quería como a un hijo.

Él llevaba varios años de estar con ellos. Así llegó a una edad que ya mambeaba coca y practicaba (?). De modo
que él ya comprendía todo el habla de ellos y todas sus costumbres y creencias. Hasta que llegó a ser hombre;
pero ya no se lo comieron. Ya se consiguió una mujer carijona. El mismo viejo que lo estimaba le dio la hija; de
modo que él ya no pensaba en su tribu. Él mismo decía que era carijona. Pero entre los carijona lo cuidaban
mucho porque de un momento a otro se podía volar a su tribu. Él sabía todas las maldades carijona...»26.

El testimonio precedente muy seguramente no fue entregado por Lubre ni por otros carijona; surgió de lo visto
o de lo oído por un hablante castellano; por esto es traducción. Pese a ello manifiesta, en la estructura profunda
de lo dicho, que el niño, que Lubre, cuando fue vendido por los huitoto, ya sabía qué iba a pasar y por tanto, que
tenía el conocimiento de cómo adelantarse a su porvenir. Por este saber Lubre era un niño triste pero trabajador
(lo primero es interpretación y lo segundo es reconocimiento de una praxis), al tiempo que conocedor de artes
del hacer que los carijona no tenían. Es decir, a pesar que no era ni carijona ni huitoto, Lubre sabía cómo hacer
entre los hombres y mujeres carijona para que su intencionalidad de pervivencia se concretara y cumpliera. Con
este saber Lubre se hizo hombre y logró que el viejo carijona accediera a emparentarse con él por medio de su
unión con la hija de quien desde que él era pequeño lo había aceptado bajo su cuidado. Esta fue la cura para
el hombre de la selva que había sido vendido por los huitotos para ser comido por los carijona. No obstante su
cuidado el resto de los carijona sabía que Lubre no pertenecía al parentesco del jefe de la maloca a la que había
llegado; por esto lo cuidaban para que no se volara, como un tiempo después efectivamente sucedió.

25 Idem, p. 347.
xii 26 Idem, p. 348.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Este conocimiento de lo que es la vida en los mundos de las selvas amazónicas no fue ni propio ni exclusivo de
Lubre; por el contrario hacía parte del conocimiento, llamado por nosotros común, de los integrantes de otros
grupos de selva como los huitoto y los andoke. En referencia a los primeros Jürg Gasche, dijo:

«Además de estos hombres y niños de un mismo linaje y de sus mujeres aliadas, la maloca podía abrigar
miembros de otros grupos locales: los últimos sobrevivientes de un linaje diezmado por la guerra, decapita-
dos de su jefe, y por este hecho incapaz de practicar las fiestas con todas las prestaciones económicas impli-
cadas, podían ser acogidos por una maloca, en la cual ellos adquirían en estatus de jai’eniki (sg. Jai’enima)
término que significa “huérfano” y “hombre ordinario”, por oposición a ill’aini “los jefes”, es decir los hijos del
jefe, ill’aima, y a j’ofo n’ anï, “los señores de la casa”, que son todos los que pertenecen al linaje del jefe de la
maloca j´ofo n’ ama»�.

Situándome más allá de la relación que la etnología aparentemente encuentra entre los “huérfanos” y el “cani-
balismo”, de los grupos de la selva amazónica, me detengo en esta síntesis del texto de Roberto Pineda Camacho
para expresar lo siguiente: la servidumbre y esclavitud que los españoles impusieron a las “piezas tamas” res-
catadas o capturadas en los avances que los ibéricos y sus descendientes hicieron en los territorios demarcados
como fronteras bélicas y de reciente ocupación, fue muy diferente a la “servidumbre” y “esclavitud” que los
integrantes de los grupos amazónicos impusieron cuando capturaban a otros, pertenecientes a linajes diferentes
al del jefe de la maloca respectiva. En la primera situación el capturado o rescatado ingresaba a un mundo de la
vida en el que sólo se reconocía su “fuerza de trabajo” y sus posibilidades de ser adoctrinado en la fe de Cristo;
en la segunda circunstancia el “huérfano”, cuando era niño, tenía la posibilidad de negar en la práctica su ca-
rencia de capitán adoptando la cotidianidad y los valores simbólicos, a la par que la lengua, del grupo adoptivo,
transformándose en “guerrero” y tal vez en “cantor” o “chamán”; cuando la captura comprometía a un “hombre
adulto” éste, a pesar de su “asilo”, se encontraba en situación de carencia radical, ya que no podía dejar de ser
un “hombre ordinario”27.

Las situaciones límites aludidas fueron claramente diferentes en las dos circunstancias enunciadas, como clara-
mente se establece con el análisis posterior de Roberto Pineda Camacho, en el que este antropólogo encontró,
fundamentado en las tradiciones orales de los andoke, que al recibir el “sacrificado” el nombre de joo, “enemi-
go”, el consumo ritual de su cuerpo permitía que los andoke se apropiaran de sus cualidades de guerrero. En
este contexto y desde un punto de vista eminentemente simbólico, los “huérfanos”, los “prisioneros”, por parte
de los integrantes de los grupos de selva que los “adoptaban” o capturaban, según Pineda, tuvieron «una po-
sición peculiar en la estructura social: [fueron] invertidos (en el sentido sexual)». Esta interpretación dice que:
«Los hombres del grupo captor los [engordaban] (= embarazo) para consumirlos (= copulación); a la inversa, con
las mujeres de los grupos exogámicos diferentes se [copulaba] [(comían)] para embarazarlas (engordarlas). Los
dos (víctima y mujer) [pertenecían] a otro grupo exogámico; unos [habían] sido cazados; las otras pescadas28. El
sacrificado [era], desde el punto de vista sociológico, el “cuñado enemigo”»�.

Este mundo de la vida, perteneciente a unos grupos de mujeres y hombres de la selva, no tuvo nada qué ver con
el mundo hispánico de la vida que llegó al territorio del Amazonas como caído de la nada, pues para los grupos
de selva no se daba anticipación alguna en cuanto a alguna próxima llegada a sus tierras de guerreros provenien-
tes de otras lumbres de mundo tan diferentes, tan extrañas, a las que ellos y ellas ya conocían. Para decirlo de
alguna manera, para los nativos de esta parte del Amazonas era incomprensible que cuando eran capturados por
los españoles éstos no los consumieran en un ritual caníbal con el que estaban familiarizados, en tanto sabían
con certeza que este consumo ritual algún día sería vengado por los suyos29. Al ser capturados o rescatados, por
quienes llegaron a sus tierras saltando las marismas oceánicas, y no ser consumidos ritualmente, quedaron en
una situación “desgarradora”: no tuvieron lugar en ese mundo tan nuevo para ellos por lo cual optaron por el
suicidio30. En este marco de interpretaciones referidas a unos mundos de la vida, de los que todavía conocemos

27 Ibidem.
28 Según Pineda, el modelo exogámico generalizado en el noroeste amazónico hacía que el grupo tomador de mujeres
fuese cazador, que el grupo dador de mujeres fuese interpretado como presa y hembra, con lo cual sus integrantes se
transformaban en peces. Idem, p. 351.
29 Idem, 350.
30 Idem, 352.
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Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

muy poco, los etnólogos han encontrado que la “institución caníbal”, que se daba en la Amazonía, se modificó
con la presencia española ya que los hombres y mujeres de la selva interpretaron con el rescate, que a la víctima
se le “conmutaba la pena para permutarlo por mercaderías”. En este orden de ideas, el “trueque fue pensado en
los mundos amazónicos en términos “caníbales”, ya que entendieron que los hombres objeto de esta transacción
sería comidos por sus nuevos “propietarios” a quienes llamaron maribara: “come gente”31.

¿Salvajismo y barbarie de quienes fueron encontrados en estas selvas por los peninsulares? Considero que no:
que estas denominaciones no son más que juicios de valor provenientes de interpretaciones de mundo que de-
jan de ver cómo en el propio mundo occidental, católico y cristiano, el ritual caníbal de la “ultima cena” funda la
esperanza, a través de la muerte de la deidad hecha hombre, en un nueva vida situada más allá de la muerte32.
Este ritual caníbal se reproduce todos los días en este mundo de la vida con la comunión, en la que el vino y el
pan ácimo hacen simbólicamente las veces de la sangre y el cuerpo de Cristo, el crucificado. Lo aterrador para los
españoles y para los viajeros que desde el siglo XVI han penetrado estas regiones, no fue entonces el “canibalis-
mo” de los hombres y mujeres de la selva; lo aterrador para quienes llegaron a estas regiones selváticas, por ellos
llamadas Amazonas, fue el darse cuenta que este “canibalismo” no comprometía sus sentidos de lo sagrado. La
paradoja de todo este hacer mundo de la vida fue la siguiente: los españoles y quienes les sucedieron, hasta hoy,
nunca se sintieron caníbales por el carácter trascendentemente sagrado del ritual en el que el acto caníbal hacía
presencia y todavía la hace. El horror y el terror hispánico fue resultado de la constatación de la existencia real
de una transgresión de los infieles, que aproximaba a los hombres y mujeres de la selva a los hijos de Dios, sin
que mediara para ello el ritual sagrado de la misa y de la consagración. El salvajismo y barbarie de estos hombres
y mujeres fue resultado de la violación de lo sagrado; no del consumo de carne humana como comúnmente se
cree.

Esta interpretación, que por supuesto puede ser cuestionada y no aceptada por cualquier lector o lectora de este
prólogo, y aun por el autor de este libro, más que provocar el escándalo, busca ante todo poner de presente que
no basta hablar de diversidad étnica y cultural como hoy se hace por parte de los funcionarios y funcionarias
del Estado colombiano, por parte de los integrantes de la Corte Constitucional, por parte de los antropólogos y
antropólogas y en general por cualquier profesional en alguna de las vertientes de las llamadas ciencias huma-
nas y sociales, por parte de los políticos y políticas y de los intelectuales de cualquier mundo pretendidamente
original. La diversidad es de mundos de la vida luego, para una relativa comprensión de lo que son los sentidos
de la vida y de la muerte en cada uno de estos mundos, hay que reconocer sus intrínsecas e intensas originali-
dades vividas en cada uno de ellos como cotidianidad. La falacia política y moral, esta última como negación de
un imperialismo cultural en la Colombia actual, es pretender reconocer y aceptar política y culturalmente estos
mundos de la vida al tiempo que exigirles a sus integrantes el “mínimo axiológico” que, como lo dice una de las
tantas sentencias de la Corte Constitucional colombiana, está dado por los llamados “derechos humanos”, que
en mi criterio son derechos provenientes de la hegemonía política, económica y cultural, que ha sembrado de
cientos de millones de cadáveres los campos y ciudades del planeta en nombre de valores considerados trascen-
dentes y universales33.

El “desarrollo”, palabra mágica para los gobiernos de Luso e Hispanoamérica una vez concluida la Segunda Gue-
rra Mundial, en el Amazonas fue el discurso que favoreció todos los dispositivos de penetración territorial, de
persecución, de destrucción de mundos de la vida y conversión de sus hombres y mujeres “naturales”, por
cualquier medio. Como bien lo dice Augusto Gómez en el epílogo de este libro al “indio amazónico”, todavía a
mediados del siglo XX, no le quedó más alternativa que huir hacia las regiones orientales del piélago amazónico
o “pintarse de blanco”. En este periplo cruzó invisibles fronteras internacionales de Ecuador, de Perú y de Colom-
bia, tratando de evadir las acciones misioneras de los católicos e iglesias cristianas reformadas, al tiempo que el
avance de las petroleras y qué se yo qué otras actividades propias de economías extractivas, la mayor parte de
ellas de bajo valor agregado, al decir de los economistas. Este discurso del “desarrollo”, como siempre tuvo y con-
serva su doble faz. En la Colombia urbana, compuesta por ciudades y áreas rurales dotadas de servicios públicos
y agroindustrias, de escuelas de primeras letras y colegios de secundaria, ya fueran o no técnicos, el “desarrollo”
comprometió el acceso al salario y con este dispositivo económico, al mercado de productos básicos alimenta-

31 Ibidem.
32 John Bowker, Los significados de la muerte, 1ª traducción española. Gran Bretaña, 1996, pp. 112 a 150.
xiv 33 Consultar, in extenso, la obra ya citada de Guido Barona y Tulio Rojas, Falacias del pluralismo jurídico y cultural...
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

rios y de consumo, garantes estos últimos de transformaciones en las cotidianidades de los mundos de la vida de
los campos, de los pueblos y ciudades colombianas. Lenta pero progresivamente los hijos e hijas de quienes fue-
ron expulsados de las áreas rurales requeridas por los mercados nacional e internacional, perdieron sus arraigos
tradicionales para transformarse en técnicos de industria; en burócratas al servicio del Estado; en profesionales
ejecutivos de empresas del sector privado, ya fuera que tuvieran origen nacional o provinieran como filiales de
alguna transnacional; en profesores y profesoras dotados de los conocimientos requeridos por las innovaciones
tecnológicas desplegadas gradual y consistentemente en los ciclos de formación básica y media, tecnológica y
profesional; en pequeños y medianos empresarios, tanto en las ciudades como en las áreas rurales urbanizadas;
en oficinistas, a todos los niveles requeridos por las estructuras administrativas empresariales y comerciales,
acelerando el tiempo en la multiplicidad del tráfago de sus actividades cotidianas; en policías y soldados, estos
últimos tardíamente hechos “profesionales”, armados “hasta los dientes” con la dotación propia de las llamadas
“guerras de baja intensidad” para mantener el orden constitucional de cualquier forma, así violaran las leyes o
sus acciones y mandatos fueran inconstitucionales. Este fue el “milagro colombiano” después de concluida la
segunda fiesta mundial de la muerte y en medio de la “Guerra Fría”, desatada en las áreas rurales de Colombia
para llegar, años después, a los territorios designados como “nacionales”. El “milagro colombiano”, es decir, la
“Colombia moderna” fue resultado de fundiciones de mundos de la vida; con este “milagro” desaparecieron los
ritmos vitales campesinos y junto con ellos las concepciones de mundo “pueblerinas”; todo esto fue arrasado en
aras del “progreso”, sin que nadie pudiera impedirlo porque era el precio que se tenía que pagar para llegar a la
democracia económica y política, a la educación y a la salud, a la “justicia social”, propias de los países “plena-
mente desarrollados”. Esta fue la cara positiva del “desarrollo”.

La otra faz fue siniestra. Allí donde creció la industria y la agroindustria, allí donde surgieron los mega proyectos
eléctricos, viales, mineros y petroleros, allí donde crecieron las actividades propias de la economía cafetera y
azucarera, de la arrocera y algodonera, de la ganadera, por mencionar sólo unas cuantas, surgió el incendio, el
fuego, el control de aguas y la violencia homicida, que arrasó en poco más de una década con más de quinientas
mil vidas de hombres y mujeres, que vivían religiosamente sus adscripciones partidistas como liberales, conser-
vadores o comunistas, puestas bajo el amparo de la jerarquía católica las dos primeras. El discurso de la violencia
no sólo se escribió con tinta en el papel de los libros, periódicos y revistas de estos años de postguerra; también
se lo pronunció en las arengas de los políticos de cualquier bando y por parte de ministros y jerarcas de la Iglesia
católica en los púlpitos, hasta llegar a las ondas de la radio y la televisión, así como al celuloide fotográfico y a
la cinta de los hermanos Lumière. Con la palabra y la imagen, ya fuera ésta tipográfica, fotográfica o fílmica, se
expandió el miedo y el terror en las ciudades, en los pueblos y en los campos de Colombia. La aprehensión y el
recelo, junto con el pavor, la consternación y el sobresalto, fueron el pan de cada día. Pero en las noches estos
tremores del espíritu se hicieron indecibles, puesto que en cada madrugada siempre se esperaba leer el discurso
de la violencia en los cuerpos torturados y ensangrentados, mutilados y marcados, de niños y niñas, de hombres
y mujeres de religiosidades católicas transformados en bestias, en monstruos, en malvados, por el saber terato-
lógico de Occidente enmarcado en la Gran Cadena del Ser, como se puede establecer con los alias y apodos con
los que se identificaron y fueron conocidos, la mayoría de los asesinos, los hombres autores de masacres y los
genocidas.

Si todo esto sucedió en los territorios de la Colombia que anticipaba su “desarrollo”, ¿qué no pasó en esas
regiones selváticas hasta hoy? Las leyes provenientes de la onto-teología política de 1886 y de la reforma cons-
titucional de 1957, junto con el Concordato y el Convenio de Misiones, dijeron y así lo consagraron con los
performativos lingüístico, jurídico y de los reglamentos y normas misionales, que los hombres originarios de las
tierras descubiertas por Colón eran salvajes, semisalvajes y civilizados; estos últimos fueron reconocidos como
tales cuando vivían en resguardos bajo la autoridad de los misioneros pertenecientes a cualquiera de las comu-
nidades religiosas, que hacían presencia y todavía se mantienen en el país. Este libro cuenta lo que les pasó a
los hombres y mujeres de las selvas del Putumayo en los procesos de apertura de fronteras de colonización, de
reciente ocupación y de conflictos bélicos. Pero también, así no lo diga, este libro pergeña y anticipa todo lo que
ha sucedido en el Putumayo y Caquetá, en el Vaupés y los Llanos, en los últimos cuarenta años, territorios en
los que la presencia paramilitar y guerrillera, con todas sus miserias y canalladas, con el terror que provocan, se
conjuntan con las llamadas “fuerzas del orden” para imponer sus sentidos autoritarios y excluyentes de vida y
mundo a los colonos y a los integrantes de los mundos de la vida amazónicos. Hoy como ayer las tierras de estos
departamentos colombianos se transforman en “umbrales y espacios de muerte y desolación”, sin que el Estado
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Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

colombiano, a pesar de la Constitución de 1991, garantice los derechos de todo orden reconocidos, sin excepción
alguna, para todos los nacidos en su territorio geopolítico y para los extranjeros. Puedo afirmar, sin temor a equi-
vocarme, que la mayoría de los asesinatos, masacres y genocidios de las mujeres y hombres de la selva, y de los
colonos, cometidos en las tierras del Putumayo y en las de toda la Amazonia colombiana han sido juzgados por
los jueces y tribunales de este país; la inmensa mayoría de ellos han quedado en la impunidad y muchos de los
autores de estos asesinatos, masacres y genocidios, han accedido a cargos públicos y desplegado su autoridad
como inspectores de policía, cuando no han ocupado puestos en el Parlamento o han ejercido la más alta digni-
dad política en el ejecutivo, como así lo deja ver Augusto Gómez en otro de sus escritos, irónicamente llamado
por lo que implica y niega: “Traición a la patria”.

Mis palabras, bien o mal dichas, tienen una intencionalidad: tratar de hacer ver que muchos de los que lean las
páginas que siguen a continuación, a pesar de la modernidad de su educación y de la civilidad democrática, que
dicen tener, son proclives a enunciar el discurso de la violencia, más en estas regiones selváticas que en otras, así
provengan de cualquier parroquia colombiana, de cualquier prestigiosa universidad de este país o del extranjero,
de cualquier misión religiosa, de cualquier empresa nacional o transnacional, de cualquier partido político de
ideología liberal o conservadora y, si es del caso, de ideología revolucionaria socialista. La proclividad a la bar-
barie de la violencia no sólo es resultado del temor y miedo que provoca la teratologización del “otro”; también
es consecuencia de la sintaxis y semántica de lo que llamamos y reconocemos como civilización. Expresado esto
quiero invitar a los lectores y lectoras de este libro a que recorran sus páginas sin aspaviento puesto que al fin y
al cabo el Profesor Gómez sólo inscribe en su obra parte de la historia que ha hecho de Colombia lo que es: un
país preñado de esperanza así ésta requiera la muerte de los mundos de la vida de muchos de sus habitantes y
sea homicida de muchos de sus ciudadanos y ciudadanas.

Guido Barona Becerra


Popayán, abril de 2010

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Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Referencias bibliográficas

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1996
CARPENTIER, Alejo, Visión de América. La Habana: Editorial Letras Cubanas, 1998
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REICHEL-Dolmatoff, Gerardo, Desana: simbolismo de los indios Tukano del Vaupés, 2ª edición. Colombia: Procul-
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van der HAMMEN, María Clara, El manejo del mundo. Naturaleza y sociedad entre los Yukuna de la amazonia
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ZULETA, Cano, José Abad, LONDOÑO, R., Gloria María, Constitución política colombiana de 1991, confrontada
con la de 1886. Actualizadas y concordadas, 1ª edición. Medellín: Librería Jurídica Sánchez R., Ltda.,
2004

xvii
Agradecimientos

Expreso mi sincera gratitud a todas las personas e instituciones que con su trabajo y sabiduría, pero especial-
mente con su solidaridad, amistad y afecto, me apoyaron e hicieron posible la construcción de esta obra, la cual
elaboré y presenté bajo el mismo título como tesis doctoral de historia y que ahora publico con algunas modifi-
caciones.

A mi maestro y compadre Guido Barona Becerra, quien desde mis primeros años de estudiante universitario me
guió y acogió, con Nancy, en su hogar.

Al Doctor Mauricio Archila Neira, director académico de esta obra, lo mismo que a los investigadores Santiago
Mora Camargo y Hugo A. Sotomayor Tribín, cuyas enseñanzas y amistad empezaron a edificar hace ya décadas
este trabajo.

A la Universidad Nacional de Colombia, en especial a la Facultad de Ciencias Humanas, el Departamento de An-


tropología, el Departamento de Historia y el Centro de Estudios Sociales (CES).

A los profesores Guillermo Páramo Rocha y Víctor Manuel Moncayo Cruz de quienes recibí el más generoso apo-
yo personal e institucional cuando se desempeñaron como Rectores de la Universidad Nacional.

A la Universidad del Cauca, mi universidad, manifiesto mi más entrañable gratitud y afecto por haberme acogido
desde mi juventud y haber aprobado generosamente la publicación de esta obra. Al Señor Rector, Doctor Danilo
Reinaldo Vivas Ramos, a la Vice-Rectora de Cultura y Bienestar, Doctora Cristina María Simmomds Muñoz, al
Vice-Rector de Investigaciones, Doctor Eduardo Rojas Pineda, al Director Editorial de la Universidad, Doctor Jor-
ge Salazar Ferro, al Antropólogo Julio Enrique Ocampo Castro, diagramador de la obra y a la diseñadora gráfica,
María Fernanda Martínez Paredes. Sea esta la ocasión para reiterarle a la Universidad del Cauca y a mis profeso-
res mi gratiutud por haberme formado como antropólogo y, en especial, al profesor Guido Barona Becerra por
haberme enseñado las primeras letras de la paleografía y los caminos de la investigación.

A la Fundación Alejandro Ángel Escobar, a su Directora, Doctora Camila Botero, a la Doctora Sonia Cárdenas y a
los miembros del Jurado del Premio Nacional 2005, Carlos Eduardo Jaramillo, Elizabeth Castañeda, Manuel Ra-
mírez Gómez, Bernardo Gómez y Eduardo Uribe.

A la Universidad del Cauca y de manera especial al Grupo de Investigación en Antropología Jurídica, Historia y
Etnología, lo mismo que al Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH).

A la Cooperativa de Profesores de la Universidad Nacional de Colombia y su gerente, Doctor José Enrique Corra-
les Enciso.

A la Fundación Tropenbos-Colombia y su director, Doctor Carlos Alberto Rodríguez Fernández.


A Petrominerales Colombia, en especial al Doctor Mauricio Ibáñez.

A Ana María Restrepo Ángel (q.e.p.d.), Gabriel Cabrera Becerra, Elizabeth Riaño Umbarila, Alejandro Sánchez
Sandoval, Angélica Zuleta Gómez, María Isabel Beltrán Ramírez, Claudia Yolima Devia Acosta, José Manuel Oso-
rio Mejía, Emperatriz Rodríguez C., Juan Carlos González y a María Carlota Ortiz, quien se encargó de la revisión
técnica y de estilo de la versión que hoy se ofrece al público general.

Al Archivo General de la Nación, a quien fuera su director, Doctor Jorge Palacios Preciado (q.e.d.p), al Antropólo-
go Mauricio Tovar González, a Carlos Puentes Rojas y Luz Marina Ávila Castro.

Al Archivo Central del Cauca y a su directora, lo mismo que a la Biblioteca Nacional de Colombia.
Presentación

“Recurriendo a un parangón creo que podré expresar mejor mi idea, que pretende sintetizar
la dinámica de la colonización. Desde que se abrió el camino Pasto-Mocoa-Puerto Asís (1912,
1931) ha empezado a volcarse el colono a esas regiones lo mismo que las masas de hielo que
se deslizan de los glaciares sembrando la esterilidad a su paso. Para el Gobierno de Colombia el
colono es un elemento precioso para la extensión de la soberanía nacional. Pero para el indio es
la muerte”1.
Esta obra se ocupa del análisis histórico del avance y la expansión de la frontera interna y de la definición y
defensa de la frontera externa en la selva oriental amazónica, en particular los procesos dew penetración y
colonización del piedemonte del Putumayo emprendidos desde mediados del siglo XIX, e igualmente del papel
desempeñado por las misiones, en especial las de los monjes capuchinos, en la incorporación de este último
territorio, procesos que, en su conjunto, sirvieron para sentar las bases de la progresiva y creciente presencia y
actuación del Estado–nación colombiano en esta región.

Así mismo, y lejos de considerar el piedemonte del Putumayo como un espacio baldío o vacío, en esta obra se
plantea, fundamenta, describe y analiza de qué manera la así denominada “colonización” de ese “inmenso te-
rritorio, habitado por numerosas tribus salvajes, sumidas en la barbarie”, como lo expresara en el año de 1845
el Coronel Anselmo Pineda, primer Prefecto del Territorio del Caquetá, fue el resultado no sólo de la invasión y
el despojo de los territorios étnicos2 sino del destierro de sus habitantes aborígenes, o de la conversión y asimi-
lación de éstos mediante un “acercamiento a sus semejantes civilizados” facilitado por la labor de “misioneros
ilustrados encargados de llevar la cruz evangélica a las tribus bárbaras”3.

Este trabajo se ocupa, además, de las políticas gubernamentales referentes a la Amazonia y explica de qué forma
se llevaron a cabo éstas y otras no explícitamente emanadas del gobierno –como las que por ejemplo pusieron en
práctica los capuchinos- con el propósito de integrarla espacial y territorialmente. En concreto, detalla todas aque-
llas políticas destinadas a propiciar la colonización del piedemonte del Putumayo a través de la construcción de
caminos y la fundación, por parte de las misiones, de pueblos que debían formarse ya no sólo con indios sino con
“blancos” procedentes del interior del país, como fue el caso de Sucre, Alvernia y Puerto Asís, entre otros poblados

1 OSORIO SILVA, Jorge. “Problemas indígenas en el Putumayo”. 1962. Archivo General de la Nación, de aquí en adelante,
AGN: Sección República, Fondo: Ministerio del Interior, caja 198, carpeta 1738, Asuntos Indígenas, Fol. 120.
2 Véase el “Informe del Sr. Prefecto Provincial del Caquetá”, fechado en Mocoa, el 12 de abril de 1890, y localizado en el Archivo
Central del Cauca, de ahora en adelante, ACC (QUINTERO W., Alejandro. “Informes del Prefecto Provincial del Caquetá al Se-
cretario de Gobierno y comunicaciones”. 1889-890. En: Apéndice al Informe de la Gobernación del Departamento relacionado
con los documentos correspondientes a la Secretaría de Gobierno. Popayán: Imprenta del Departamento. Director A. Paz, 1890.
Págs. 75-88. ACC).
3 PINEDA, Anselmo. “Carta del Prefecto del Territorio del Caquetá”. En: DOMÍNGUEZ OSSA, Camilo A. y GÓMEZ LÓPEZ, Augusto
Javier. Nación y etnias. Los conflictos territoriales en la Amazonia 1750-1933. Bogotá: COAMA; Disloque Editores Ltda, 1994.
Págs. 27-28.
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

donde, aparte de que no se admitía el establecimiento exclusivo de los naturales, debía obligarse a éstos a convivir
con los “racionales” a fin de lograr su “civilización” y transformarlos en brazos útiles para la “labor y el progreso”.

A pesar de los esfuerzos ingentes de las autoridades coloniales y las misiones católicas, e incluso de los
primeros gobiernos republicanos, no se logró integrar la Amazonia, de manera perdurable y sostenida,
a ningún proyecto económico y político-administrativo sino hasta la segunda mitad del siglo XIX, cuando
inició un lento proceso de incorporación de esta región de frontera4 al ámbito económico, social, político y
cultural del naciente Estado nacional a partir del restablecimiento de una actividad misionera encauzada a
apuntalar procesos de ocupación, temporales o permanentes, ligados a episodios extractivos y a movimien-
tos de colonización5, lo mismo que a través de la apertura y adecuación de trochas y caminos y, en general,
del fomento de las vías de comunicación y la navegación fluvial.

La “economía y sociedad colonial” se habían circunscrito tan sólo a una porción de lo que, se suponía, constituía
el conjunto del territorio del Virreinato de la Nueva Granada, y fue precisamente en esa vasta porción de “rea-
lengos”, de territorios “baldíos” o “tierras públicas”, en particular de las tierras bajas y de vertiente aún no incor-
poradas por aquella, donde se emprendieron nuevos procesos de ocupación y colonización que discurrieron en
el siglo XIX y a lo largo del siglo XX puesto que, como afirma Catherine LeGrand:

“En 1850, el geógrafo italiano Agustín Codazzi estimaba que el setenta y cinco por ciento del territorio nacio-
nal estaba conformado por tierras públicas. Por supuesto que la Amazonia y los Llanos Orientales abarcaban
gran parte de este territorio. Sin embargo, el dominio público incluía también veinticuatro millones de hectá-
reas en el centro del país y a lo largo de las laderas andinas, los valles de los ríos y la costa del Caribe. Las zonas
de frontera no desarrolladas se encontraban en todos los departamentos a alguna distancia de los centros de
población y de las vías de comunicación”6.

Ya entrado el siglo XIX y una vez concluidas las guerras de Independencia, comenzó un lento proceso de ocupa-
ción de tierras nuevas. El avance sobre éstas fue notable desde mediados del siglo XIX (1856) y se extendió hasta
la década de 1930, según se logró colegir de la minuciosa revisión de la documentación del Fondo “Baldíos” del
Ministerio de Industrias7.

4 Entendemos por frontera los espacios de ocupación reciente en vías de asimilación e incorporación. Este concepto
ha sido utilizado por Rolando Mellafe, quien le otorga no sólo una acepción geográfica puesto que lo define como “un
espacio geográfico dado, en el cual los procesos de producción, de estructuración institucional y social, no se han in-
tegrado aún en un continuo normal, pero están en camino de formación o de transformación sumamente drástica”. La
frontera presupone, según el mismo autor y citando los ejemplos peruano y mexicano, “un choque o fusión y entron-
que cultural de dos o más horizontes culturales distintos”. Mellafe considera apropiado hablar de “frontera comercial”,
“frontera demográfica” y “frontera minera” (MELLAFE, Rolando. “Frontera agraria: el caso del virreynato peruano en el
siglo XVI”. En: JARA, Álvaro, Ed. Tierras Nuevas. México: Colegio de México, 1969. Págs.10-42). El carácter de transición
y transformación inherente a la frontera ha sido planteado por Marco Palacios en relación con el territorio definido por
el Estado: “la historia colombiana, como la de muchos países de América Latina, es también historia del avance o retro-
ceso de la frontera económica y de su eventual integración al territorio definido por el Estado. La frontera es transición
por excelencia: un proceso fluido de formación, transformación y cristalización de estructuras agrarias, de empuje lento
o acelerado hacia la coherencia socioeconómica y espacial del grupo que la habita. La frontera tiende a desaparecer en
cuanto busca la integración al entorno regional y al ámbito político territorial del Estado central. Cuando esto se verifica,
la frontera cesa de serlo” (PALACIOS, Marco. EL Café en Colombia. 1850- 1970. Segunda Edición. Bogotá: El Colegio de
México; El Áncora Editores, 1983. Pág. 154).
5 Entendemos por colonización “la transformación de espacios naturales en riqueza social, por medio de la inversión
de trabajo o capital en forma permanente sobre tierras incultas. El nuevo espacio social que surge puede ser rural o
urbano” (DOMÍNGUEZ OSSA, Camilo A. y GÓMEZ LÓPEZ, Augusto Javier. “Economía extractiva y compañías privilegia-
das en los Llanos 1850-1930”. En: Academia de Historia del Meta. Los Llanos: una historia sin fronteras. Memorias del I
Simposio de Historia de los Llanos Colombo-Venezolanos. Bogotá: Editorial Gráficas, 1988. Pág.199).
6 LEGRAND, Catherine. “De las tierras públicas a las propiedades privadas: acaparamiento de tierras y conflictos agrarios
en Colombia. 1870-1936”. Lecturas de Economía, Universidad de Antioquia, Facultad de Ciencias Económicas, Departa-
mento de Economía y Centro de Investigaciones Económicas (CIE). No. 13, enero a abril, 1984. Pág. 17.
7 Se trata específicamente de los tomos 1-78 del Fondo “Baldíos” del Ministerio de Industrias, correspondientes a la
18 Sección República del Archivo General de la Nación.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Esa “ocupación” de tierras nuevas –en el Sumapaz, el Magdalena Medio y los Llanos Orientales, pero fundamen-
talmente en aquellas que más tarde se identificarían en nuestro contexto como “tierras cafeteras” o del “Antiguo
Caldas”-, no siempre dio lugar a establecimientos humanos permanentes. Aunque muchos de los movimientos
de población de aquella época estuvieron asociados a la búsqueda y explotación de nuevos yacimientos mine-
ros, como por ejemplo en Antioquia, Chocó y Tolima, en otros casos se trató de corrientes migratorias que halla-
ron su sustento transitorio en la explotación de recursos exportables de carácter extractivo, como por ejemplo
las maderas preciosas del Sinú, las plumas de garzas de los Llanos y la tagua o “marfil vegetal” del Pacífico. No
obstante, el fomento de actividades agrícolas, ganaderas y extractivas, ligadas al consumo interno y la expor-
tación, produjo un “nuevo mapa”, una novel geografía en lo que a la producción económica rural se refiere. Al
respecto, afirma la misma LeGrand:

“Entre 1850 y 1930 Colombia se integró al sistema económico mundial como productor de bienes agrícolas
tropicales: tabaco, algodón, añil, la raíz de la chinchona, café y, por último, banano. También se dio un aumen-
to significativo en la producción de carne para el mercado interno. Las nuevas exportaciones agrícolas y la ma-
yoría de los hatos ganaderos eran producto de las tierras cálidas que se encuentran más allá de las zonas más
antiguamente pobladas. Así, el centro de la actividad económica pasó de las tierras altas hacia las de alturas
medias y a las tierras bajas con lo que las tierras de frontera adquirieron un nuevo valor. Entre 1850 y 1930,
miles de hectáreas de tierras públicas fueron ocupadas y divididas en propiedades privadas. La incorporación
de estas regiones a la economía rural, en respuesta al crecimiento de la producción agrícola para exportación,
fue uno de los aspectos más importantes del cambio que afectó al campo colombiano hacia finales del siglo
XIX y principios del siglo XX”8.

En este contexto de progresiva ocupación de “tierras públicas”, muchas de las cuales terminarían convertidas en
propiedades privadas, cabe destacar, como uno de los fenómenos más importantes de la historia regional ama-
zónica, la creciente apropiación de su espacio a partir de la década de 1870, cuando se adelantó la explotación
de las quinas silvestres en el piedemonte del Caquetá y el Putumayo y luego la del caucho, al igual que procesos
de colonización que dieron lugar a establecimientos, fundaciones y núcleos de población perdurables que fueron
adquiriendo la condición de centros político-administrativos regionales.

La dramática disminución de la población nativa que se ha mantenido desde entonces, ha estado asociada sin
duda alguna tanto con la imposición de patrones laborales coercitivos durante los ciclos extractivos, como al
contagio de enfermedades y a las presiones territoriales ejercidas por las crecientes olas de inmigrantes que a
partir de esa época ingresaron a la región.

En el piedemonte del Caquetá surgieron asentamientos de colonos, lo mismo que fundaciones y pueblos, a co-
mienzos del siglo XX, época para la cual la población indígena se había ya casi extinguido debido a la propagación
de enfermedades foráneas y la trata de esclavos nativos que a partir del siglo XVII signaron su declive. Aun así, cabe
enfatizar de nuevo que el decrecimiento de la población amazónica aborigen, en su conjunto, se dio al ritmo de los
procesos de ocupación emprendidos desde finales del siglo XIX y continuados a lo largo de la centuria siguiente.

En el Putumayo, específicamente en el Sibundoy y la totalidad del piedemonte, más que la extinción misma de
la población aborigen llama la atención el desplazamiento interno de familias indígenas que corrió paralelo al
ritmo del avance de la ganadería vacuna, desde cuando surgió la población de Molina y sobre todo a partir del
establecimiento de las misiones capuchinas en el territorio. Décadas después, este desalojo sería consecuencia
de las presiones ejercidas por las oleadas de inmigrantes atraídos por el auge de las exploraciones y la explota-
ción petrolera. En este sentido, es usual encontrar en los documentos oficiales quejas reiteradas de los indios
por el avance de los ganados en detrimento de sus sementeras, sus cultivos y, desde luego, sus territorialidades.

El profesor Camilo Domínguez ha demostrado que la población amazónica colombiana creció ocho veces y media
en 47 años, es decir, pasó de 50.738 habitantes en 1938 a 428.069 en 1985. Dicho crecimiento puede atribuirse,
en buena medida, al estímulo causado por las inversiones y la apertura de nuevas vías de comunicación que dejó
la guerra con el Perú, pero fundamentalmente al descenso, desde las partes altas del departamento de Nariño,
inicialmente y, luego, de diversas áreas del claustro andino, de un gran número de personas y familias expulsa-
das durante el periodo de “La Violencia”, lo mismo que al avance de la agricultura capitalista, especialmente en
8 LEGRAND, Catherine. “De las tierras públicas a las propiedades privadas...”. Págs.17-19.
19
Coagulación de látex
del caucho en el río
Loretoyacu. Fotografía
realizada por Richard
Evans Schultes. Amazonia
colombiana: enfermedades
y epidemias. Un estudio de
bioantropología histórica.
Ministerio de Cultura.
Bogotá. 2000

los valles del Tolima, Huila y Valle del Cauca, puesto que obligó “a esas masas campesinas a buscar parcelas de
recomposición en las áreas de colonización del oriente durante las décadas de 1950 y 1960”9.

Los procesos de colonización y el surgimiento de centros de población, es decir, las construcciones de espacios
permanentes, se han concentrado esencialmente en el piedemonte del Putumayo y Caquetá: “La Amazonia
Occidental muestra una mayor dinámica poblacional. Entre 1938 y 1985 creció diez veces, pasando de 36.602
10
habitantes a 369.593 habitantes: de ahí que concentra el 86,3% de toda la población amazónica” . Según el
investigador Oscar Arcila, y siguiendo el censo de 1993, “la población del Caquetá [88.965 km2] era de 311.464
habitantes, de los cuales 143.144 corresponden (sic) a las cabeceras municipales y 168.320 al sector rural”. De
acuerdo también con sus estudios y el censo aludido, la población del departamento del Putumayo (24.885 km2]
comprendía “204.309 habitantes, de los cuales 70.718 correspondían a las cabeceras municipales, 133.591 para
el sector rural”11.

Aparte de que la ocupación del territorio amazónico se ha llevado a cabo de manera no homogénea, debe
manifestarse que ella ha estado ligada a dos fenómenos estructural y cualitativamente precisos: de un lado, a
procesos económicos y sociales extractivos y, del otro, a dinámicas de colonización de carácter político, es decir,
de construcción de espacios rurales y urbanos de carácter permanente para reafirmar la nación en zonas fron-
terizas.

Como la comprensión de ambos es esencial para el cabal conocimiento histórico de la región, lo mismo que
para el entendimiento de los conflictos que en ella se han suscitado, en este trabajo le hemos dedicado parte de
nuestra atención, también, al análisis de la economía extractiva, es decir, al desentrañamiento de sus patrones,
características y comportamiento en este ámbito geográfico particular12.

En el caso específico de la Amazonia colombiana, durante el transcurso de la segunda mitad del siglo XIX, sus
productos la han vinculado secularmente más con los mercados de Europa y Estados Unidos que con los loca-
les, los movimientos de población originados desde los Andes, estuvieron relacionados con la explotación de la
quina y el caucho y el aprovechamiento de los yacimientos auríferos, mientras que en los comienzos del siglo XX

9 DOMÍNGUEZ OSSA, Camilo A. “Poblaciones humanas y desarrollo amazónico en Colombia”. En: Populaçoes humanas e
desenvolvimiento amazónico. Belem: Universidade Federal do Pará, 1989. Pág. 99.
10 Ibid. Págs. 99-100.
11 ARCILA NIÑO, Óscar y otros. “Caracterización de los asentamientos humanos de Putumayo y Caquetá: dinámicas y pers-
pectivas”. Bogotá: SINCHI, Instituto de Investigaciones Científicas- Investigación de Asentamientos Humanos, 1998.
Págs. 3-4.
20 12 Véase al respecto, en la Primera parte de este trabajo, el texto correspondiente a “Economía extractiva y baldíos”.
Balsa para transportar
ganado. Río Orteguaza.
Doctor Enrique Encizo y
Doctor George Beviar.
Abril 1933. Informe
sobre la inspección de las
condiciones sanitarias a lo
largo de la vía principal de
transporte entre Bogotá y
la zona de guerra. Realizada
en abril de 1933. Archivo
General de la Nación. S. 1ª.
T. 1056.

estuvieron asociados a la colonización del piedemonte13 y su corolario, la introducción de la ganadería vacuna,


cuyo desarrollo auspició una temprana prosperidad en la medida que los bienes derivados de esta actividad se
destinaron a surtir la demanda de los mercados crecientes de Nariño, Cauca, Valle del Cauca e incluso Ecuador.

No obstante la nutrida legislación que fue surgiendo en el siglo XIX acerca de la situación jurídica y el destino
de los terrenos baldíos, el naciente país desconocía su geografía. Esta circunstancia, que explica parcialmente
el fracaso de las políticas del Estado respecto de la adjudicación, titulación y destinación final de dichas tierras,
dio lugar a interminables pleitos y dispendiosas agrimensuras. Fueron, en consecuencia, otros factores –poder
económico y político, prestigio social y poderío militar-, los que terminaron por decidir, en la práctica, la “legiti-
midad” de las posesiones y los usos dados a ellas.

Adicionalmente, el Estado mismo no contaba en tales espacios con los regímenes administrativos y policivos ne-
cesarios para controlar las arbitrariedades, tanto de concesionarios y empresarios como de personas y comuni-
dades, especialmente las religiosas, en el caso del piedemonte amazónico. Así, individuos y agrupaciones fueron
adquiriendo un poder local y regional lo suficientemente grande como para efectuar despojos en beneficio pro-
pio y detrimento de las comunidades indígenas y campesinas, hecho que afectó por igual a individuos y familias
“pobres de solemnidad” que habían incorporado “mejoras” en tierras baldías y desconocían, por lo común, la
prolífica y a veces contradictoria legislación en materia de adjudicación de baldíos.

Así, fueron muchos los obstáculos que empresarios, concesionarios, especuladores de tierra y otros agentes
esgrimieron en contra de aquellos poseedores de buena fe (adjudicatarios o aspirantes a serlo), práctica que
terminó por originar intensos conflictos locales y regionales alrededor del usufructo y la propiedad de esas “tie-
rras nuevas”, tal y como ocurrió, progresiva y pertinazmente, en el valle de Sibundoy y el conjunto territorial del
piedemonte del Putumayo.

Una de las primeras propuestas republicanas (1845) para emprender “la obra civilizadora” de los indígenas “bár-
baros” del territorio del Caquetá, y que fue planteada por el Gobernador de la provincia de Pasto, argüía la

13 Desde el mismo periodo colonial se había ido configurando una vasta y compleja legislación en relación con los por
entonces llamados “realengos”, lo mismo que acerca de las aguas, las minas, las “guacas” o “tesoros y sepulturas indí-
genas” y demás recursos existentes en dichas tierras. En gran medida, el espíritu de la legislación colonial fue heredado
en el siglo XIX y al tiempo que las situaciones de hecho obligaron a legislar fue surgiendo una especie de casuística a la
cual se perfeccionó hasta alcanzar un derecho positivo más o menos homogéneo en relación con aquellas tierras que
jurídicamente se designaron como “baldíos nacionales” y tenían el carácter de públicas: “Desde 1874 en adelante, por
la ley colombiana, a los cultivadores independientes de las tierras públicas se les permitía no sólo asentarse en tierras
públicas, sino también solicitar concesión de las tierras que cultivaban”, como lo planteara Catherine LeGrand en su
artículo ya citado (“De las tierras públicas a las propiedades privadas...”. Pág. 21).
21
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

La Tagua. Señores Osorio, Gualteros, Encizo, Montoya, Restrepo, Arenas, Coronel Aurelio Arenas, Miller Lesmes Orjuela,
padre Bartolomé de la igualada. Informe sobre una inspección de las condiciones sanitarias a lo largo de la vía principal
de transporte entre Bogotá y la zona de guerra, realizada en abril de 1933. Archivo General de la Nación. Ministerio de
Gobierno. S. 1ª. T 1056.

“absoluta necesidad” de inspeccionar oficialmente a los misioneros que se nombraran al efecto y de esta guisa
“evitar que se repitan algunos (de los) abusos y tropelías” cometidos antaño por los religiosos en contra de los
indios puesto que tal pernicioso proceder los había compelido a retirarse de la “sociedad civilizada y a internarse
en las montañas”14.

Aunque si bien es cierto que los misioneros actuaron frecuentemente como protectores de los indios y en con-
tra de esclavistas, “patrones”, comerciantes y especuladores, es preciso recalcar que las misiones han cumplido
históricamente, desde los tiempos coloniales, el papel de asimiladoras e integradoras, no sólo de numerosos
grupos indígenas sino de sus territorios, y tal labor se constata plenamente, en nuestro caso, al estudiar las
actividades de los capuchinos en el Putumayo desde finales del siglo XIX como parte del proceso general de
incorporación de la frontera amazónica y del avance de la “nacionalización” de las tierras de los indios, todo lo
cual originó, por supuesto, profundas trasformaciones culturales entre aquellos según lo observara el botánico
Richard Evans Schultes:

“A más de los buscadores de recursos explotables, se ha hecho sentir la presencia de grupos misioneros que
contribuyen a modificar las condiciones ancestrales del desarrollo cultural. Muchas veces las misiones se han
preocupado por defender al indígena de los abusos de los explotadores y por suministrarles medicinas y al-
gunos conocimientos útiles, pero también han trabajado para cambiar las costumbres y tradiciones de las di-
versas tribus. En particular se han empeñado en reducir el influjo de los chamanes o médicos-brujos quienes
son los depositarios de importantes conocimientos y experiencias (...) y quizá muchos de esos conocimientos

14 RODRÍGUEZ, M. M. “Informe del Gobernador de la Provincia de Pasto al Secretario del Despacho sobre el nuevo Terri-
22 torio de Caquetá”. 5 de agosto de 1845. AGN: Sec. República, Fdo. Gobernaciones Varias, Leg. 111, Fols. 120-121.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Grupo de colonos de La Tagua. Coronel Pinzón Forero. C.a. 1932.


Álbum No. 3 de la colección fotográfica del Museo Militar

ancestrales ya se han perdido, pues muchas de las tribus que entran en contacto con grupos de colonos van
perdiendo sus propias costumbres y valores para adoptar los de esos recién llegados”15.

En consecuencia, en el transcurso de los dos últimos siglos, tanto las estructuras de los asentamientos y las terri-
torialidades de las sociedades aborígenes del piedemonte amazónico colombiano, como sus sistemas económi-
cos y de creencias ancestrales, sufrieron cambios drásticos en virtud de la influencia misionera y el avance de las
economías extractivas, la colonización y las relaciones mercantiles.

A finales del siglo XIX se consideraba que los indios no sólo eran capaces de “civilizarse con verdaderos misione-
ros”, sino que podían, incluso, llegar a formar “pueblo”, siempre y cuando, además del “Evangelio”, se le agregara
al proceso civilizador el roce social, es decir, “el comercio”. En opinión del por entonces Prefecto del Territorio
del Caquetá –quien además de propender por “el cruce de razas” como método para alcanzar la “civilización de
los salvajes”, propugnaba por el “concurso de la raza blanca” y el necesario e imprescindible trato social de los
indios con ésta para que abandonaran sus creencias y lenguas y se alcanzara su conquista-, éstos “jamás dejarían
sus idiomas y no debe decirse que una nación es conquistada, sino cuando ha perdido su religión y su idioma y
ha adoptado los del conquistador”16.

La imposición de otros sistemas de creencias y valores, y de otros patrones socio-económicos, lingüísticos y, en


general, culturales, tenidos por “civilizados”, conllevó el derrumbe espiritual y físico de las sociedades indígenas,
declive que ocurrió al ritmo del avance, sobre sus territorios, de la extracción de recursos forestales y faunísticos,
la agricultura y la ganadería. Todas estas actividades implicaron el establecimiento casi siempre compulsivo de
relaciones de contacto, las cuales, además de propiciar el contagio de ciertas enfermedades que redujeron la

15 SCHULTES, Richard Evans. El reino de los dioses. Bogotá: Fundación Mariano Ospina Pérez; El Navegante Editores, 1989.
Pág. 39.
16 Veáse el “Informe del Prefecto Provincial del Caquetá al Secretario de Gobierno“. Mocoa, 12 de abril de 1890 (QUINTE-
RO W., Alejandro. “Informes del Prefecto Provincial del Caquetá…”. Pág. 332).
23
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

población, tanto como la imposición de patrones de “endeude”, servidumbre y esclavitud, redundaron en el des-
pojo gradual de sus territorios y el desplazamiento de los sobrevivientes hacia recónditos refugios selva adentro
o hacia los pueblos y concentraciones urbanas que fueron surgiendo en la región a lo largo del siglo XX.

El mayor o menor avance de las misiones religiosas y de las fronteras extractivas y de colonización, entre otros
factores, ha sido históricamente decisivo en la configuración del “mapa” que se ha venido dibujando desde el
pasado en relación con el grado de asimilación y destrucción de las sociedades indígenas del piedemonte del
Putumayo17: la lista de las desaparecidas es extensa, y se ha podido constatar, en efecto, que las misiones reli-
giosas y la colonización se han encargado de ir integrando y, por supuesto, trasformando, a una buena parte de
los reductos de la población indígena que ha logrado sobrevivir.

Además de los propósitos extractivos con base en los cuales se ha acercado la sociedad nacional a la Amazonia, a
sus pobladores aborígenes y a sus recursos en los últimos siglos, los procesos de colonización y urbanización de
la selva, desde finales del siglo XIX y a lo largo del siglo XX, constituyen otro de los patrones significativos a partir
de los cuales se emprendió la incorporación de la región; desde entonces, ha venido surgiendo allí una sociedad
mestiza de profunda raigambre amazónica. Apenas iniciándose el siglo XX fueron apareciendo establecimientos
de carácter permanente en el piedemonte amazónico, cuyos fundadores o pioneros se habían ido despren-
diendo paulatinamente de los Andes. Oriundos de Nariño, Cauca, Huila, Tolima y otras regiones del interior del
país, desplazados por diversas violencias y por factores distintos como la minifundización de la tierra campesina
e indígena, por ejemplo en Nariño, o huyendo de la servidumbre y la miseria instaurada por el “concertaje”18,
fueron construyendo una nueva vida regional, sustentada en la agricultura, la ganadería y el comercio, y de la
cual nacerían aldeas y pueblos que, poco a poco, tuvieron su fundación formal, como Puerto Asís, en 1912. Años
más tarde, pasado el conflicto colombo-peruano de 1932 y, después, durante el periodo de “La Violencia”, otros
individuos y familias contribuyeron a fomentar las poblaciones ya existentes, e incluso sirvieron de núcleo para
el surgimiento de nuevas, como fue el caso de Villagarzón.

Los movimientos de colonización que secularmente han venido construyendo nuevos mapas locales y regionales
dentro de nuestra geografía amazónica, en particular del piedemonte, esconden una interminable historia de
desplazamientos humanos, por lo general compulsivos y ligados, en su mayor parte, a fenómenos de valoriza-
ción de tierras: si a mediados del siglo XX es posible insinuar que una parte de los desplazamientos humanos
procedieron de las tierras cafeteras en creciente valorización, y que a la postre esos movimientos dieron lugar a
nuevas oleadas colonizadoras de personas y familias expulsadas como consecuencia de conflictos bipartidistas,
en décadas más recientes otros nuevos contingentes de población rural han sido desarraigados de zonas como
Urabá, el Magdalena Medio y el sur de Bolívar por causa de los enfrentamientos, que también son territoriales,
entre las guerrillas, los grupos paramilitares y las Fuerzas Armadas.

Con esto, lo que se pretende expresar es, de un lado, que la historia de esos desplazamientos continúa y, del otro, que
esos desarraigos y despojos territoriales obedecen estructuralmente al mismo fenómeno de valorización de tierras que
de modo gradual han ido ingresando al mercado, bien sea dedicadas a la ganadería o a la plantación de productos que,
como el banano, están destinados a surtir la demanda internacional. En otros casos, se trata de espacios potencialmen-
te mineros cuya población resulta “incómoda” en los momentos en que se establecen concesiones de los recursos del
subsuelo. Así mismo, y en cuanto a la historia de los desplazamientos humanos internos más recientes, también han

17 El camino metodológico construido por el investigador brasilero Darcy Ribeiro para el conocimiento de las socieda-
des indígenas del Brasil y su relación con el conjunto de la sociedad nacional, constituye un derrotero idóneo y útil
para comprender, desde una perspectiva histórica, en el caso de las sociedades indígenas amazónicas colombianas, su
grado de asimilación y destrucción. Según Ribeiro, “las poblaciones indígenas del Brasil moderno pueden clasificarse
en cuatro categorías referentes a los grados de contacto con la sociedad nacional”, a saber: “aislados”, “contacto in-
termitente”, “contacto permanente” e “integrados”. “Estas categorías representan etapas sucesivas y necesarias de la
integración de las poblaciones indígenas en la sociedad nacional. Algunos grupos desaparecen, sin embargo, antes de
recorrerlas todas y cada grupo permanece más o menos tiempo en una etapa, según las vicisitudes de sus relaciones
con los civilizados, ciertas características culturales propias y las variantes económicas de la sociedad nacional, con que
se enfrentan”. Texto tomado de: RIBEIRO, Darcy. Fronteras indígenas de la civilización. Segunda Edición. Bogotá: Siglo
XXI Editores, 1973. Págs. 333-336.
18 Contrato mediante el cual un indígena se obligaba a realizar trabajos agrícolas de manera vitalicia y hereditaria, sin
24 recibir salario o recibiéndolo mínimo. RAE
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Puerto Asís. “Conflicto Amazónico 1932-C.a. 1934”. Villegas Editores. 1994.

sido apreciables, en las últimas décadas, las migraciones de individuos y de contingentes de población desde las áreas
urbanas hacia la selva.

Investigadores como Catherine Legrand, Darío Fajardo –con el modelo que han denominado “círculo de migra-
ción-colonización-conflicto-migración”–, entre otros, han analizado y descrito de manera detallada cómo los
pioneros de procesos de colonización son vulnerables y a la postre expulsados de sus fundos y, cómo allí, en esos
espacios valorizados por el trabajo de los colonos, han surgido unidades agrícolas y ganaderas que por lo general
son resultado de un despojo velado o manifiesto19, es decir, que en las tierras valorizadas e incorporadas a la
economía local y regional los fenómenos de destierro y concentración continúan, dando lugar a su vez, de modo
recurrente, a nuevos desplazamientos.

Muy dramático y poco conocido a la par es también el fenómeno de desplazamiento de las poblaciones indígenas
del piedemonte amazónico, el cual ha acaecido al ritmo del avance de los colonizadores pioneros desde finales del
siglo XIX. Por esta razón, una parte apreciable de esta investigación está dedicada a la descripción y el análisis de es-
tas problemáticas: una larga historia de despojos, amenazas, engaños, y aun de actos de amedrentamiento, tortura
y terror ejercidos contra los nativos, que caracterizaron la colonización del piedemonte amazónico colombiano, es-
pecíficamente del Putumayo. Los grupos y reductos de población indígena Inga, Kamëntsá, Siona, Koreguaje, Cofán
y muchos otros establecidos en el valle de Sibundoy y, en general, en el piedemonte, debieron emprender inter-
minables peregrinaciones a lo largo del siglo XX, acosados por el avance colonizador y la usurpación de sus tierras.

En consecuencia, y más allá de esa persistente imagen de los colonos de hacha y machete tumbando selva vir-
gen, la invasión y el despojo de las tierras indígenas y de sus cultivos fue una constante durante el siglo XX: nue-

19 En relación con los procesos de expulsión de sectores de población hacia regiones de frontera, existe una importante
producción de obras históricas. Permítasenos aquí mencionar, para el caso específico de nuestro interés, y a manera de
ejemplo, dos de ellas: FAJARDO M., Darío. Espacio y sociedad: formación de las regiones agrarias en Colombia. Bogotá:
Corporación Colombiana para la Amazonia –ARARACUARA–COA, 1993; LEGRAND, Catherine. Colonización y protesta
campesina en Colombia: 1850 - 1950. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 1988.
25
Transporte de equipos para la perforación
petrolera Puerto Asís. 1964. Carta petrolera
Editorial Panamericana. 2001.

vas certezas sobre la avanzada de los colo-


nos y su usurpación de las tierras indígenas
del valle de Sibundoy –proceso que en este
trabajo hemos desarrollado y documentado
ampliamente- nos ha permitido replantear
esa imagen, casi idílica, o mejor todavía, ese
estereotipo que los distingue.

No sólo el valle de Sibundoy, también Mo-


coa, Puerto Limón, Condagua, Yunguillo,
Oritopongo y San Antonio del Guamués20,
entre otros, hacían parte integral y entra-
ñable de los territorios indígenas sobre los
cuales se estableció la colonización. Los in-
dios, amenazados y despojados, debieron
internarse en las selvas con la esperanza de
mantenerse lejos de la opresión, incluso dis-
tantes del contacto con los recién llegados y
de las enfermedades traídas por ellos, así
como de los sistemas coercitivos por medio
de los cuales se apoderaron de sus semen-
teras o los engancharon como peones o
mano de obra barata para la incorporación
económica de esas mismas tierras que se
destinaron a la agricultura y la ganadería.

Desde1963, la Texas Petroleum Company


comenzó a explorar y a finales de la década
de 1960 a exportar, a través del oleoducto
transandino, entre Orito y Tumaco, el petró-
leo sacado del Putumayo. Como lo veremos
más adelante y siguiendo lo expresado por
Domínguez en su tesis de licenciatura en
sociología (1969), la apertura de carreteras,
pozos, plataformas y campamentos, así como la construcción de tanques de almacenamiento, piscinas de dese-
chos, aeropuertos, helipuertos y el tendido de 282 km kilómetros del oleoducto principal y más de 400 km de
oleoductos de colecta –entre los pozos y los tanques de almacenamiento- exigieron un verdadero ejército de
trabajadores, tanto de técnicos como de braceros que en el área fueron conocidos por “veintiocheros”, debido
al sistema de contratación de la empresa para no asumir responsabilidades contractuales.

Así, desde finales de la década de 1950, cuando se emprendieron las primeras prospecciones y exploraciones, y
más tarde las actividades de explotación, se promovieron grandes oleadas de migración hacia la zona, las que,
junto con los asentamientos de colonos a orillas de las carreteras construidas y cerca de los campamentos, fue-
ron dando lugar, paulatinamente, a procesos sostenidos de colonización. En consecuencia, y no obstante haber-
se adelantado la exploración y explotación petrolera de la Texas en el Putumayo bajo patrones específicamente
extractivos, varios de sus procedimientos, como la apertura de las “trochas petroleras”, indujeron procesos de
colonización y poblamiento permanente sin que la propia empresa así se lo hubiera propuesto, según veremos

20 En este trabajo, el nombre de Guamuéz y Guamués, por encontrarse escrito tanto con “z” como con “s” en las fuentes
documentales primarias y en las bibliográficas, se utilizará en las dos formas ortográficas según la forma en que se halle
26 citado.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

más adelante. Los grupos indígenas, ostensiblemente asediados, siguieron padeciendo los efectos destructores
del empuje de la “civilización” sobre sus territorios.

El proceso de colonización de la selva oriental, en general, y del piedemonte amazónico colombiano, en parti-
cular, emprendido en la época republicana desde que surgiera la población de Molina en el valle de Sibundoy y
se estableciera la misión capuchina, entrañan un conjunto de realidades y especificidades históricas regionales
en torno de las cuales investigadores y especialistas de las más diversas disciplinas han elaborado importantes
reflexiones y han construido imprescindibles instrumentos conceptuales en el curso de las últimas décadas.

Es útil advertir, de manera preliminar, que los procesos de estructuración sociocultural y espacial que hacen
parte de la conformación político-administrativa, surgidos a partir de la invasión europea, no favorecieron en
sus comienzos la colonización, en sentido estricto, del territorio que por entonces se conociera como la Nueva
Granada. Puede afirmarse, incluso, que las primeras fundaciones y establecimientos que lograron permanecer
y prosperar, como Pasto, Popayán, Santafé de Bogotá y Tunja, entre otros, coincidieron con territorios y territo-
rialidades de sociedades aborígenes prehispánicas que siglos después los arqueólogos tipificarían como socie-
dades agrícolas. En otras palabras, la fundación y el surgimiento desde el siglo XVI de “ciudades”, de centros de
población iniciales a partir de los cuales se emprendió el avance y la incorporación de espacios más amplios que
fueron cayendo bajo su control y jurisdicción, se adelantó mediante la invasión y el despojo de tierras cultas y
cultivadas, con densidades demográficas apreciables, especialmente en la región Andina, tal y como sabiamente
se recuerda y, sobre todo, se describe en la tradición indígena muisca y en particular en la tradición de los Tunebo
o U’wa, según el sugestivo testimonio citado por el investigador François Correa:

“Ahí en Tunja estaba también Sacamuca, cacique antiguo de sangre. Allá llegaron los colonos y ahí donde
llegan van cogiendo tierra, quitando, quitando. En Tunja, en Güicán había bastante indígena pero ya se acabó
pues se metió mucho colono de los que traía Cristóbal Colono a la tierra de los U´wa; porque Cristóbal Colono
es papá de los colonos (...)”21.

De modo coherente con lo expresado, aquello que en términos históricos puede interpretarse como “sistema
colonial”, en sus inicios consistió, precisamente, en la progresiva integración, apropiación y privatización de esos
territorios indígenas usurpados y en la incorporación de sus dueños naturales, como fuerza de trabajo, a un régi-
men económico, político, administrativo, pero también religioso y cultural, caracterizado por sistemas y redes de
relaciones sociales coercitivas y de dominación inherentes a la encomienda, el tributo, “la doctrina” (católica), la
hacienda y el resguardo, entre otras instituciones y medidas impuestas por un gobierno que desconoció, persi-
guió y abolió las tradiciones y las jerarquías amerindias para edificar sobre sus “ruinas” otros órdenes e inaugurar
otras tradiciones.

Sólo en casos excepcionales lograron las fundaciones hispanas iniciales permanecer, prolongar su existencia y
prosperar en las tierras bajas, y las que allí se emprendieron tuvieron comúnmente por finalidad servir de en-
clave para la extracción de un recurso en particular, como lo fue el oro en la Nueva Granada (en San Juan de los
Llanos y Mocoa, por ejemplo). Cuando ese recurso se agotó, o la mano de obra nativa se diezmó dando lugar al
fenómeno social que los especialistas han definido como “catástrofe demográfica indígena”, tales fundaciones y
establecimientos desaparecieron o, sencillamente, perdieron su importancia. En consecuencia, y con excepción
de ciudades como Cartagena, que desde temprano cumpliría el papel de puerto legal y de vínculo entre la Nueva
Granada y la metrópoli, la geografía colonial quedó restringida a ciertos ámbitos en los Andes.

En la segunda mitad del siglo XVIII, un número significativo de grupos indígenas o de reductos que habían lo-
grado sobrevivir en el orden colonial, confinados en las tierras de resguardo, entraron en nuevos procesos de
desarticulación porque entre los años de 1775 a 1780 la administración colonial puso en venta y remate una gran
parte de aquellas. La abolición de muchos de los resguardos fue consecuencia de que la población mestiza exce-
día en una proporción de 1:3 a la indígena, es decir, que los así llamados “mestizos” y “libres de varios colores”, al
carecer de aceptación en los centros urbanos colmados ya de excedentes de población, se habían ido asentando,
poco a poco, en los confines de los resguardos o en tierras muy pobres de sus inmediaciones y las autoridades

21 CORREA RUBIO, François. “Sierras paralelas: etnología entre los Kogí y los U´wa”. Geografía humana de Colombia. Re-
gión Andina Central. Santafé de Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura Hispánica, 1998. T. IV, Vol. 3, Pág. 11.
27
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Escuela de niñas Indígenas en Santiago del Putumayo. Dirigida por las reverendas madres franciscanas. Fotografía realizada
por la Comunidad Religiosa Capuchina. 1913. Misiones católicas del Putumayo. Documentos oficiales relativos a esta
comisaría. Bogotá. Imprenta Nacional.

coloniales, en no pocas ocasiones, los acusaron de incitar a los indios a la bebida, influjo pernicioso que las llevó
a describir a éstos como presos de una “profunda decadencia”22.

Antiguos pueblos de indios, sometidos al régimen de doctrina, se convirtieron en parroquias de “españoles”.


Durante la época republicana, en virtud de un decreto de Francisco de Paula Santander de 1824, dichas parro-
quias fueron elevadas en muchos casos a la categoría de municipios. El proceso de abolición de los resguardos se
intensificó desde la segunda mitad del siglo XIX con el propósito, o simplemente bajo el pretexto, de proveer a los
municipios de las rentas suficientes mediante el pago del impuesto predial. Como las tierras comunales estaban
exentas de dicho gravamen, por esta causa no sólo se ordenó su agrimensura sino que se obligó a su reparto.
Aún en el siglo XX, las tierras de esos antiguos pueblos de indios, las que en parte, se redistribuyeron entre las
familias indígenas mismas como propiedad privada, y en parte se remataron entre los mestizos o sirvieron para
engrosar las antiguas haciendas del altiplano, constituyeron la base del minifundio23.

Entre tanto, y como ya se anticipó, la geografía colonial, que había quedado circunscrita a ciertos espacios en
los Andes, dejó por consiguiente grandes extensiones sin incorporar, especialmente territorios de otros grupos
aborígenes que en el siglo XIX hacían parte de las regiones de frontera y sobre las cuales se materializaron las
nuevas realidades decimonónicas del liberalismo económico. Este proceso, unido a la lenta imposición de una
economía primaria y exportadora, estimuló la irrupción e invasión de esas fronteras y esos territorios de indios
en casi toda Latinoamérica, como lo planteó y documentó en su obra fundamental el investigador David Viñas:

22 Véase respecto de la suerte de dichos resguardos y su población indígena los “Informes” y las “Visitas” de: MORENO Y
ESCANDÓN, Francisco Antonio. Indios y mestizos de la Nueva Granada a finales del siglo XVIII. Bogotá: Biblioteca Banco
Popular, 1985. No. 124.
23 GÓMEZ LÓPEZ, Augusto Javier. Indios, colonos y conflictos: una historia regional de los Llanos Orientales. 1870-1970.
28 Bogotá: Siglo XXI Editores; Pontificia Universidad Javeriana; Instituto Colombiano de Antropología. 1991. Págs. I-VI.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

“Con el advenimiento de la forma republicana de gobierno, se puso en peligro la existencia de las comuni-
dades aborígenes que subsistían debido a que la principal legislación latinoamericana, basada en la doctrina
europea del liberalismo económico, desconoció el principio de la propiedad colectiva de la tierra y rehusó
concederle un estatus legal. Esto facilitó el despojo de las tierras comunales, ya fuera por compra o por apro-
piación de parte de los poderosos terratenientes, con el resultado de que muchos de los miembros de las co-
munidades se convirtieron en arrendatarios o peones de las haciendas. No acostumbrados al lenguaje oficial,
y confundidos por una economía monetaria, los indios cedían, con frecuencia sin saberlo, sus derechos sobre
tierras y aguas que repentinamente habían adquirido el valor de lo escaso”24.

En el caso específico de Colombia, muchos de los grupos indígenas y, por supuesto, aquellos de sus territorios que
no habían sido objeto de incorporación durante el periodo colonial, hacían parte de las vastas fronteras internas
del siglo XIX, las que desde sus primeras décadas cayeron bajo la condición jurídica de baldíos nacionales, es decir,
tierras públicas que el Estado se propuso tempranamente dar en concesión, rematar o vender. Una vez concluidas
las guerras de Independencia, y en medio de la ruina generalizada de la economía, la deuda pública que había
contraído la República de Colombia o Gran Colombia (Colombia, Ecuador y Venezuela) con el fin de sufragar preci-
samente los costos de la emancipación, obligó a tomar las medidas antes mencionadas, de tal manera que, como
lo plantearan Jorge Villegas y Antonio Restrepo en su obra pionera, “desde los primeros días de la República, los
gobernantes volvieron los ojos hacia las tierras baldías para saldar la deuda, pero éstas nada o bien poco valían”25.

La esperanza de superar la crisis fiscal crónica que caracterizó la situación del Tesoro Nacional a lo largo del siglo
XIX; el sueño de fomentar la inmigración extranjera, en especial de “la raza caucásica (‘activa, inteligente y her-
mosa, [que] aumentaría, mejorándola, nuestra población’)”; la ilusión de redistribuir la tierra entre quienes la
cultivaran; la expectativa de impulsar la apertura de caminos, vías de comunicación y obras públicas mediante
la adjudicación de baldíos, lo mismo que muchos otros sueños decimonónicos y, aun de comienzos del siglo XX,
como lo fue el pago de indemnizaciones, servicios y pensiones a militares y a muchos otros funcionarios públicos
mediante la adjudicación de baldíos nacionales o a partir de lo que el Estado recibiera por concepto de su venta y
remate, produjeron desde los mismos años de la Independencia, y hasta bien avanzada la nueva centuria, la más
desastrosa frustración en virtud de la especulación y el acaparamiento de dichas tierras públicas, lo que impidió
que los colonos accedieran realmente a un pedazo de terruño propio, como ampliamente fue planteado y sus-
tentado por los investigadores Villegas y Restrepo ya citados, quienes sugirieron, además, que esa concentración
de la propiedad de los terrenos baldíos se remontaba, incluso, a los tiempos coloniales:

“Como se vio anteriormente, durante la Colonia se entregaron grandes extensiones de baldíos por razones
políticas y fiscales. Ya para aquella época esto era visto como un problema social por algunos funcionarios.
Y se podría decir que la Colonia prefiguró la orientación a que este problema se le dio durante la República.
Consolidada la Independencia se empiezan a dilapidar los baldíos a través de pagos militares, concesiones a
cambio de obras públicas que casi nunca se realizaban, instalación de colonias de inmigrantes que no pasaron
de ser una fantasía, bonos de deuda pública que permitieron una captación de baldíos que ya escandalizaba a
los contemporáneos, sin hablar de las frecuentes falsificaciones. De esta manera, para los colonos de las tres
últimas décadas del siglo XIX era ya un problema encontrar un pedazo de selva que no estuviera ya apropia-
do. Como es apenas obvio, la apropiación de los baldíos se había concentrado en una amplia periferia de las
zonas pobladas, produciéndose esa saturación de propiedad privada que expulsaba a los colonos más allá de
los límites de la supervivencia”26.

Por lo tanto, y más allá de haberse promovido la ocupación real y el cultivo de las tierras baldías, el resultado fue
la geofagia, es decir, la apropiación de grandes concesiones territoriales cuyos propietarios mantenían la espe-
ranza de su valorización, es decir, permanecían a la espera del trazado y la construcción de algún camino, ferroca-
rril27 u obra pública, o a la expectativa de que ingenuos colonos emprendieran desmontes, cultivos, habitaciones

24 ILO, Indigenous Peoples, Ginebra, 1953. Citado por: VIÑAS, David. Indios, ejército y frontera. Bogotá: Siglo XXI Editores,
1982. Pág. 22.
25 VILLEGAS, Jorge y RESTREPO, Antonio. Baldíos: 1820-1936. Medellín: Universidad de Antioquia, Centro de Investigacio-
nes Económicas –CIE, 1978. Pág. 1.
26 Ibid. Pág. 57.
27 En el Fondo “Baldíos”, del Archivo General de la Nación, son frecuentes los casos de abogados y de “prestantes per-
sonas” de la sociedad que emprendieron juicios contra la nación con el propósito último de acceder a la propiedad de
29
Caucayá vista desde el
Hospital. Doctor Enrique
Encizo. 1933. Informe
sobre una inspección de las
condiciones sanitarias a lo
largo de la vía principal de
transporte entre Bogotá y
la zona de guerra. Realizada
en abril de 1933. Archivo
General de la Nación. S. 1ª.
T. 1056.

y, en general, establecieran “mejoras” para luego aparecerse con los títulos y emprender el correspondiente
desalojo. Por ello, Alejandro López manifestaba al respecto: “El incauto colono que ignore que la propiedad ha
sido ya asignada, y que los montes que va a tumbar son ajenos, pierde irremediablemente su esfuerzo, ante el
derecho excluyente del gran propietario”28.

Es en este sentido que la investigadora Catherine LeGrand ha explicado precisamente el surgimiento de grandes
propiedades a partir de las concesiones de las tierras públicas, de haciendas, por ejemplo, cuya formación no
puede ni debe atribuirse a un legado colonial sino que fue resultado de la privatización y acumulación de esas
tierras públicas otorgadas a lo largo del siglo XIX y en las primeras décadas del siglo XX. En otras palabras, la es-
peculación que se adelantó con las tierras públicas desde los inicios de la República dio lugar a un nuevo grupo
de propietarios terratenientes.

Una considerable extensión de esas tierras públicas, ahora convertidas en propiedades privadas, había hecho
parte, hasta entonces, de territorios indígenas localizados en la Amazonia, los Llanos Orientales, el Cauca, Tolima
y muchas otras áreas. Así mismo, desde las primeras décadas del siglo XX, territorios indígenas específicos fue-
ron también objeto de adjudicación a empresas mineras y de explotación de hidrocarburos en el Opon, el Carare,
la Motilonia y, progresivamente, en áreas del piedemonte oriental de la gran Codillera de los Andes.

En Colombia, la presión sobre las tierras ha crecido ostensiblemente debido a múltiples causas. Según Domín-
guez, “como el latifundio no ha cedido sus prerrogativas, se ha desarrollado a su alrededor un minifundio cada
vez más agudo, debido a un proceso de subdivisión de la tierra del campesino pequeño y medio en crecimiento
geométrico, al partirse la heredad entre los hijos”. Según el mismo autor, en las áreas donde esta situación es más
dramática, “el campesino sin tierras es expulsado hacia los centros urbanos en busca de trabajo en los servicios
o en la industria, o hacia las áreas húmedas templadas o cálidas, en busca de nuevas tierras”. En consecuencia,
son las áreas minifundistas las principales instigadoras de la migración rural hacia los centros de colonización:

“Este proceso ha sido llamado migración selectiva negativamente, puesto que el colono expulsado será aquel
de máximo empobrecimiento, falto de recursos técnicos y por lo general analfabeto. Un tipo de agricultor con
estas características no representa ninguna garantía para el enfrentamiento con uno de los medios más hos-
tiles del globo como es la selva pluvial ecuatorial o con las tierras empobrecidas de los Llanos Orientales”29.

Ese tipo de colono, desarraigado y empobrecido, parece haber sido el que predominantemente se dirigió al
piedemonte amazónico desde finales del siglo XIX y a lo largo del siglo XX. Una considerable porción de los inmi-
grantes que se dirigieron desde los Andes hacia la Amazonia y, en particular, hacia el piedemonte, encontraron
precisamente en el cultivo de la tierra la fuente primordial de su sustento económico. El antropólogo Milciades

tierras baldías que se habían valorizado como consecuencia de la construcción de los ferrocarriles.
28 Texto tomado de Alejandro López citado por: VILLEGAS, Jorge y RESTREPO, Antonio. Baldíos... Pág. 59.
29 DOMÍNGUEZ, Camilo A. Amazonia Colombiana. Bogotá: Biblioteca Banco Popular, Colección Textos Universitarios,
30 1985. Págs. 152-154.
Caucayá. Doctor Víctor
Rodríguez, Doctor Encizo,
Doctor Antonio José
Rodríguez, Doctor Alfonso
Galvis (veterinario). Doctor
Enrique Encizo. 1933.
Miembros del equipo de
profesionales de la salud
para hacer la inspección
sanitaria. Archivo General
de la Nación. Ministerio de
Gobierno. S. 1ª. T. 1056.

Cháves, quien investigó a mediados de la década de 1940 los problemas relacionados con la colonización en la
antigua Comisaría del Putumayo, nos legó un importante estudio30 en el cual esbozó la existencia, hasta aquella
época, de dos “etapas de colonización”.

Con respecto a la primera de ellas, advirtió la precaria condición de los colonos iniciales y la falta de un plan
conjunto que orientara sus esfuerzos, razón por la cual terminaron por sucumbir, según él, “ante los obstáculos
de la selva”:

“Toda esta masa humana se encontró de la noche a la mañana con la inmensidad de la selva amazónica, fértil
y exuberante y sin persona alguna que ostentara títulos de propiedad, inmensas tierras que no tenían dueño.
Toda esta gente, que en los lugares de donde procedía había envidiado a los poseedores de unas cuantas
hectáreas de terreno y había admirado a los hacendados, decidió quedarse; y, ya sea que les fue bien en su
aventura, o no consiguieron nada, plantaron un rancho, comenzaron a limpiar un pedazo de selva y sem-
braron unas matas de plátano, yuca y maíz, base de toda su alimentación. Tal es el carácter de los primeros
colonizadores, sin ningún capital, para incrementar la riqueza, una empresa individual que no obedecía a plan
alguno ni a esfuerzo conjunto, sin ninguna entidad que dirigiera sus trabajos, necesariamente tenían que pe-
recer ante los obstáculos de la selva y el trópico”31.

Desde los inicios del siglo XX, es posible advertir el surgimiento de crecientes conflictos agrarios en Nariño, con
el asedio al que fueron sometidos los minifundios campesinos y las tierras de resguardo. Este fenómeno, que
aún no culmina y continúa en el presente expresándose en asesinatos de líderes comunitarios, ha constituido un
factor de expulsión tradicional de familias indígenas y labriegas, parte de las cuales ha encontrado como alter-
nativa migrar hacia el Putumayo para emprender una “nueva vida” presionando, eso sí, los territorios de otras
sociedades indígenas. En parte, y sólo como un ejemplo de tales conflictos agrarios, podemos citar el caso de
las tierras del Gran Cumbal, las cuales han sido objeto de intensas disputas desde los años veinte del siglo XX,
disputas que al día de hoy todavía permanecen sin dirimir.

La revisión de los memoriales, informes y expedientes del Fondo “Ministerio de Gobierno”, correspondientes a los
años 1906 a 1934, permite identificar con facilidad la naturaleza e intensidad de los conflictos suscitados por la
posesión de la tierra en el departamento de Nariño32. En este mismo orden de ideas, si se observa la documenta-

30 Se trata del texto del artículo: CHÁVES, Milciades. “La Colonización de la Comisaría del Putumayo: un problema etno-
económico-geográfico de importancia nacional”. Boletín de Arqueología, Bogotá. Vol. 1, No. 6, nov-dic, 1945. Págs.
567-598. Según el mismo autor, el Servicio de Arqueología, en unión con el Instituto Etnológico Nacional, organizó una
comisión con el propósito de adelantar estudios de etnología y antropología física en el Putumayo. Con motivo de la
realización de este trabajo, el cual fue acometido a partir de agosto de 1944, Cháves viajó acompañado del profesor
Juan Friede, miembro del entonces Instituto Indigenista de Colombia.
31 Ibid. Pág. 585.
32 En las secciones Primera y Cuarta del Ministerio de Gobierno, las cuales hacen parte de los Fondos Documentales del
Archivo General de la Nación de Bogotá, se halla una representativa documentación relativa a los crecientes conflictos
por la tierra, en el departamento de Nariño, entre los años de 1906 y 1934.
31
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Putumayo. C.a. 1993. Álbum personal del


Mayor Carlos Alberto Vergara Puertas,
excombatiente en el conflicto Colombo-
Peruano. Propiedad de Eduardo Ariza.

ción oficial acerca de los baldíos adju-


dicados en el Putumayo, encontramos
una “representativa lista de apellidos”
que, sin duda, identificamos como
de origen nariñense: Burbano, Erazo,
Santacruz, Cerón, Villota, Chávez, Ro-
sero, entre otros33. No obstante, y es
preciso advertirlo, estos apellidos no
sugieren que se trate propiamente de
campesinos concertados34 y sujetos a
servidumbre sino más bien de “seño-
res” de Pasto que siempre considera-
ron las tierras de Sibundoy y el Putu-
mayo como “suyas”.

Tanto la concentración de la propie-


dad territorial en la región Andina
como los conflictos seculares por la
tierra misma, han sido, hasta nues-
tros días, la causa fundamental de la
expulsión progresiva de contingentes
de población rural hacia las regiones de frontera . Más allá de la retórica, fue precisamente esa concentración
35

la que provocó la expulsión de campesinos e indígenas nariñenses a lo largo del siglo XX, y fueron todas estas
personas sin tierra quienes a su vez ocuparon e invadieron las heredades de sus vecinos indígenas en el valle de
Sibundoy, así como a lo largo y ancho de la geografía del camino que se fue abriendo en dirección de Sibundoy,
Mocoa y Puerto Asís.

La población indígena nariñense, paulatinamente expulsada de sus tierras comunales y sus minifundios, al igual
que aquellos “campesinos”, de profunda raigambre indígena, había estado sujeta a la más oprobiosa servidum-
bre bajo la condición de “concertados”, tal y como lo describió el Alcalde Municipal de Colón, Campo Elías Luna,
quien, procedente de Nariño, había ingresado también en condición de colono al Putumayo veintitrés años atrás:

“(...) hoy, al ver que avanza el carreteable de Pasto a Puerto Asís, hay ya plantaciones de cuatrocientas hec-
táreas de fique y algodón, siendo nada más que cuatro meses que han empezado esta clase de trabajos. Con
el sistema que se deja anotado se ayudaría a que la mayor parte de los concertados que aun existen en el
departamento de Nariño, abandonen la vida detestable en que se encuentran oprimidos por los grandes lati-
fundistas, quienes en esta forma les usurpan el trabajo, pagándoles la irrisoria suma de diez a veinte centavos
diarios, mediante el fantasma de que se les señala una porción de terreno de media a una hectárea para que
en ella cultiven sus productos para atender a la subsistencia personal y la de su familia, ya que el valor del
jornal no les alcanza ni para sostenerse la persona que lo devenga, mucho menos para la sociedad familiar

33 Los apellidos citados se obtuvieron de la obra Memoria del Ministerio de Industrias al Congreso Nacional en las Sesio-
nes Ordinarias de 1931. Se trata, de manera específica, del Tomo V, páginas 335, 354 y 406-410 correspondientes a las
listas de las adjudicaciones, entre los años de 1827 a 1931, de tierras baldías correspondientes a la antigua Comisaría
del Putumayo.
34 Concertaje: Contrato mediante el cual un indígena se obligaba a realizar trabajos agrícolas de manera vitalicia y here-
ditaria, sin recibir salario o recibiéndolo mínimo. RAE
35 En relación con los procesos de expulsión de sectores de población hacia regiones de frontera, existe una importante
producción de obras históricas entre las cuales cabe mencionar, por el interés que revisten para el presente estudio, las
dos siguientes: Espacio y sociedad: formación de las regiones agrarias en Colombia, de Darío Fajardo M. y Colonización
32 y protesta campesina en Colombia, 1850-1950, de Catherine LeGrand.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

que le pertenece. Todos estos individuos con las vías de comunicación efectivas, abandonarían esa vida humi-
llativa (sic) y emigrarían gustosos [...] y puedan llegar a ser propietarios, abandonando la vida regalada de la
esclavitud, digámoslo así, disfrazada con la palabra de concertaje, bajo cuyo sofisma se constituyen en serviles
y regalan su trabajo como también el de su familia (...)”36.

Sería, entonces, desde finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, cuando gente de Nariño y, en general, del “Gran
Cauca”, se fue desprendiendo de los Andes para asentarse lentamente en los tradicionales territorios indígenas del
piedemonte o en las inmediaciones de éstos, lo mismo que a lo largo del camino que de modo paulatino se fue
abriendo y mejorando, en dirección al oriente, en el curso de la primera mitad del siglo XX. También debemos al tra-
bajo de Milciades Cháves el legado de un importante testimonio relativo al origen de los “colonos del Putumayo”:

“Bajo la denominación de colonos se encuentran gentes venidas de los departamentos de Nariño, Cauca y
Huila, pertenecen a diferentes clases sociales y el grado de mestizaje en que se encuentran varía de un lugar
a otro. La absoluta mayoría de la población que habita el valle de Sibundoy (Santiago, Colón, Sibundoy, San
Francisco), pertenece a distintas comarcas del departamento de Nariño; el elemento humano de Mocoa, Ur-
cusique, Puerto Limón, Umbría y Puerto Asís también está formado por la migración que de todos los pueblos
de Nariño ha invadido esta región en busca de mejor suerte. Todas estas gentes comienzan a dispersarse a lo
largo de los ríos y a crear núcleos de población en diferentes sitios. Santa Rosa del Caquetá y Descanse, son los
dos grupos de población oriunda del departamento del Cauca, y, en menor escala, del noroeste de Nariño”37.

Pero no sólo fueron las viejas esperanzas de los nariñenses por acceder a las tierras y los recursos del Putuma-
yo las que hicieron posible el fomento de Mocoa y el surgimiento de otras nuevas poblaciones. Muchas otras
circunstancias incluidas, claro está, la presencia y actuación de los capuchinos, estimularon ese poblamiento
progresivo y permanente del piedemonte del Putumayo, y fue el valle de Sibundoy el espacio donde los men-
cionados misioneros pusieron inicialmente en práctica sus políticas de colonización sin reparar en el detrimento
que ellas supondrían para las territorialidades de los grupos indígenas allí establecidos38.

Por último, y convencidos de la necesidad de insistir en nuestro planteamiento, la geografía de la “colonización”


emprendida desde que familias de inmigrantes invadieran los territorios indígenas en el valle de Sibundoy –dan-
do lugar a la población de Molina y, progresivamente, a la geografía de las “fundaciones” y asentamientos de
inmigrantes surgidos desde Yunguillo, pasando por Condagua, Mocoa, Puerto Limón, Orito y Puerto Asís- era
parte integral de los territorios indígenas. Y fue precisamente por el hecho de estar ocupados y pertenecer a
los grupos indígenas allí establecidos, cuando comenzó la invasión de los inmigrantes, que Cháves da cuenta del
“choque” generado por el encuentro entre los colonos y los grupos de naturales que habitaban las áreas que en
ese entonces eran objeto de despojo y re-ocupación en el Putumayo:

“Toda esta colonización, desde su primera entrada, encontró al elemento indígena perfectamente adaptado
al medio. En la Comisaría del Putumayo estaban asentados los grupos Ingano, Siona y Kofán. En el choque de
estas dos culturas y al contacto de los dos tipos de economía, necesariamente tuvo que salir perdiendo el in-
dígena: el colono, siguiendo un proceso lógico de la vida económica, explotó a aquél, lo engañó en mil formas
y lo hizo trabajar para sí. Éste, para defenderse, no encontró otro camino que replegarse a las regiones donde
el colono no había llegado, cediendo su posición y buscando otras regiones de menor valor económico”39.

En relación con la segunda etapa de colonización, Cháves sostiene que ella se remonta al conflicto colombo-
peruano (1932-1933), porque fue por su causa que el gobierno de Colombia se vio compelido a abrir nuevas vías
que, al comunicar los Andes con el piedemonte, sirvieran para el ingreso y abastecimiento de las tropas. Por lo

36 LUNA F., Campo Elías. “Informe del Alcalde del Distrito de Colón, dirigido al Comisionado del Departamento de Tierras
del Ministerio de la Economía Nacional”. Colón, 4 de julio de 1939. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior,
caja 185, carpeta 1551, Asuntos Indígenas, Fols. 30-35.
37 CHÁVES, Milciades. “La colonización de la Comisaría...”. Pág.759.
38 La obra del investigador V. D. Bonilla constituye unos de los estudios más representativos respecto de las políticas em-
prendidas por los capuchinos en relación con la usurpación de las tierras indígenas en el valle de Sibundoy (BONILLA,
Víctor Daniel. Siervos de Dios y amos de indios: el Estado y la Misión Capuchina en el Putumayo. Bogotá: Tercer Mundo,
1968).
39 CHÁVES, Milciades. “La colonización de la Comisaría...”. Pág. 587.
33
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Escuela de varones en Mocoa. Fotografía realizada por la Comunidad Religiosa Capuchina. C.a. 1913. Misiones católicas
del Putumayo. Documentos oficiales realizados a esta comisaría. Bogotá. Imprenta Nacional.

tanto, fue la apertura de estas vías y el mejoramiento, en algunos casos, de viejos caminos y trochas, lo que esti-
muló la colonización y no viceversa, como suele suceder. Así, en las márgenes e inmediaciones de las rutas recién
abiertas se fueron asentando individuos y familias que con el tiempo originarían noveles núcleos de población.
Al respecto, este investigador relata lo siguiente:

“Fue en el año de 1932, fecha en que Colombia tuvo que hacer frente al conflicto con el Perú, cuando el go-
bierno nacional se vio obligado a prestar toda la atención posible a estas zonas de la Amazonía colombiana.
El problema era el mismo: el mayor enemigo de nuestros soldados fue el trópico con todas sus endemias. El
gobierno comenzó a afrontar esta situación con la apertura de dos vías de penetración que unieran a Neiva,
Florencia, Tres Esquinas, La Tagua y la carretera Pasto-Mocoa, que en un futuro llegaría a Puerto Asís. Afortu-
nadamente en la actualidad estas dos vías comienzan a ser una realidad. A la apertura de estos dos caminos
siguió la migración de un mayor número de colonos con mejores experiencias y muchos de ellos con recursos
económicos, aunque todavía la mayoría la constituyen peones que únicamente llevan como bagaje su mera
fuerza de trabajo; existe una pequeña minoría de comerciantes y agricultores con capital. Sin embargo, hay
que anotar que en los momentos actuales esta colonización tropieza con múltiples dificultades, siendo las
más serias, la ausencia de una campaña sanitaria y la escasez de médicos que presten sus servicios a toda esa
gente que se encuentra minada por todas las endemias del trópico”40.

No obstante las “múltiples dificultades” referidas por este autor, cualitativamente se vislumbraban, ya desde
entonces, las transformaciones que décadas después se irían consolidando en relación con la composición de-
mográfica del Putumayo: la confluencia de una creciente población “mestiza”, y “foránea”, cuyos hijos se mul-
tiplicarían e irían arraigando en la región frente a una población indígena (caracterizada por sus vínculos de
carácter comunitario) en proporción cada vez menor respecto de la primera. Sin embargo, debe recordarse que
la evolución de esta composición sociodemográfica del Putumayo fue y continúo siendo mucho más compleja
debido a que el impacto en las comunidades indígenas, en virtud del despojo de sus tierras, pudo haber con-

34 40 Ibid. Pág. 586.


Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Parada militar en Puerto Asís antes de abordar las embarcaciones que van al frente de combate. C.a. 1932.
Conflicto amazónico 1932-1934. Villegas Editores. Bogotá.

vertido a muchos de sus integrantes en “peones” o “campesinos libres” que los censos de la época clasificarían
como “blancos”.

Éste y muchos otros fenómenos demográficos, pero sobre todo antropológicos y socioculturales, deben ser obje-
to de mayor reflexión, pues son cruciales cuando se intenta ahondar en el complejo universo de las identidades
culturales y regionales. De todas maneras, ya en las primeras décadas del siglo XX, un conjunto de individuos y
de familias se había ido estableciendo en el Putumayo en condición de colonos y su “ocupación” u “oficio” y, en
general, su patrón económico de reproducción social estuvo ligado, primordialmente a la actividad agrícola y,
en menor medida, a la minería aurífera artesanal. Años después, y por efecto de nuevos y múltiples fenómenos
políticos y socioeconómicos que afectaron la región Andina, especialmente la violencia bipartidista, ocurrieron
nuevos desplazamientos de población que tuvieron por destino las regiones de frontera y darían origen a nue-
vos “episodios” o “nuevas etapas” de colonización en el Putumayo, las cuales coincidieron con la gran atracción
ejercida por las actividades de la exploración y explotación petrolera que comenzaron hacia finales de los años
cincuenta y se mantuvieron a todo lo largo de la década de 1960 y continúa aún hoy en menor medida.

En consecuencia, y acorde con los propósitos analíticos y descriptivos de este trabajo, es decir, con el fin de expli-
car cómo se llevó a cabo la incorporación de la frontera amazónica, en particular el piedemonte del Putumayo,
desde mediados del siglo XIX hasta finales de la década de 1960, el texto ha sido estructurado en dos partes
fundamentales.

La Primera parte comprende un largo recorrido por todas aquellas concepciones, propuestas, proyectos y, aun sue-
ños, que políticos, ideólogos, científicos, empresarios, exploradores, militares, ingenieros, religiosos, técnicos, fun-
cionarios gubernamentales y muchos otros sectores de la sociedad decimonónica y del siglo XX elaboraron, plantea-
ron y difundieron acerca de cómo debía realizarse la incorporación de la frontera amazónica en la política nacional, la
“civilización de sus pobladores salvajes”, la ocupación de sus vastedades y la explotación de sus riquezas.

35
Avión Junker F-13. Coronel
Pinzón Forero. C.a. 1934.
Museo Militar.

La exploración y el peregrinaje por tan diversas y a veces altamente contrastantes concepciones revela, tam-
bién, los intereses que fueron surgiendo, así como los cambios suscitados alrededor de los territorios orientales
amazónicos en el camino hacia la construcción y la consolidación de la nación, de sus fronteras internas y de
“su” territorio, frente a los límites y territorios de los países vecinos, empeñados también en definir, defender y
consolidar sus demarcaciones internacionales en el mismo ámbito41.

En esta parte abordamos ampliamente los procesos coloniales de configuración étnica, económica y territorial
del piedemonte amazónico, lo mismo que el avance y retroceso de esa frontera, también de origen colonial,
donde las misiones franciscanas intentaron, infructuosamente, establecer y consolidar “reducciones” o pueblos
de indios a lo largo de los siglos XVII y XVIII. Igualmente, daremos cuenta de las poblaciones indígenas existentes
y establecidas en el valle de Sibundoy y, en general, en el piedemonte del Putumayo, así como de sus territoriali-
dades, magnitud demográfica, actividades económicas y relaciones de intercambio interétnico (intrarregional e
interregional) que lograron mantener, hasta mediados del siglo XIX, los seculares vínculos y redes de intercambio
económico y sociocultural entre las tierras bajas amazónicas y las tierras altas de los Andes donde los grupos
indígenas del piedemonte habían jugado hasta entonces un papel fundamental.

Tal empeño en dar cuenta de los grupos indígenas existentes en el piedemonte del Putumayo y hacer visible su
presencia, en la época mencionada, es fundamental para sustentar nuestro argumento, es decir, demostrar que
el piedemonte no era un espacio baldío, ni vacío, sino que, por el contrario, fue sobre la base de la existencia de
esa población indígena y sus territorios que se emprendió la llamada “colonización”, no sin antes haberse em-
pezado a ejercer sobre aquella una fuerte presión que redundó, incluso, en su esclavización a propósito de los
episodios extractivos de la quina y del caucho, economía extractiva cuyos patrones y comportamientos hemos
querido describir y analizar paralelamente como variable imprescindible para la comprensión histórica, econó-
mica y sociocultural de la región amazónica.

41 A finales del año 2004, el autor tuvo la grata sorpresa de “descubrir” una de las obras de Pilar García Jordán, investiga-
dora con quien luego entabló una fructífera comunicación e intercambio de ideas. A modo de reparación del hecho que
las páginas de este trabajo se “cerraron” sin hacer el honor debido a su importante obra y, sobre todo, a su generosidad,
es preciso confesar que fue mucho lo que éste aprendió gracias al providencial “descubrimiento”, al punto que logró
recuperar la tranquilidad puesto que, de una vez por todas, cesó en él la incertidumbre de estarse moviendo en un
territorio de “frontera” incomprensiblemente considerado como espacio más a propósito para el trabajo de los antro-
pólogos. Si se toma en cuenta que la investigación histórica ha privilegiado el estudio de ciertas áreas, especialmente
los Andes, no debe extrañar la persistencia injustificada de un prolongado silencio entre historiadores respecto de la
Amazonia, con la excepción, por supuesto, de unos pocos y muy destacados cuyos trabajos fueron revisados e incluidos
en el presente texto en sus apartes más relevantes. El título de la obra de la investigadora en referencia es: GARCÍA JOR-
DÁN, Pilar. Cruz y arado, fusiles y discursos: la construcción de los orientes en el Perú y Bolivia. 1820-1940. Lima: Instituto
36 Francés de Estudios Andinos –IFEA-; Instituto de Estudios Peruanos –IEP-, 2001.
Vista parcial del pueblo
indígena de Santiago
Putumayo. Comunidad
Religiosa Capuchina. 1916.
Misiones católicas del
Putumayo, documentos
oficiales relativos de esta
comisaría. Bogotá. Imprenta
Nacional.

En la Segunda parte centraremos nuestra atención en el análisis de los procesos de ocupación e incorporación
del piedemonte y su impacto en los grupos indígenas y sus territorios. Así, en primera instancia, nos ocuparemos
del valle de Sibundoy enfatizando en las relaciones y los conflictos territoriales allí suscitados, no sólo entre los
mismos grupos indígenas (los Inga de Santiago y los Inga de San Andrés), sino entre las comunidades del valle
(Ingas y Kamsá), la misión capuchina y los colonos.

En consecuencia, se trata de un esfuerzo por rescatar “la memoria” y, por supuesto, los testimonios, pero también
por analizar a fondo una compleja historia de despojo de las heredades indígenas, una historia que entraña epi-
sodios de violencia que fueron configurando espacios de terror e instauraron una pedagogía del miedo mediante
la aplicación de los más diversos dispositivos ideológicos, disciplinarios y morales de dominación los cuales mere-
cen, así mismo, un ejercicio de reflexión. Por ello, y como parte del curso narrativo de esta historia de expoliación
territorial, introduciremos las reflexiones pertinentes de carácter histórico, económico y jurídico que sirvieron de
“vehículo legal” para la apropiación de las tierras de indios por parte de la misión capuchina y los particulares.

Acorde con el avance progresivo de los inmigrantes hacia el oriente, en dirección a la jurisdicción de Mocoa (Yun-
guillo, Condagua, Puerto Limón) y, poco apoco, hacia lo que pronto serían Puerto Asís y su jurisdicción, hemos
elaborado una descripción minuciosa, primero, del avance de los buscadores de oro, segundo, de las actividades
de aquellos individuos y familias que ejercieron como colonos pioneros –y en dicha condición ocuparon e inva-
dieron los territorios indígenas- y, tercero, de las políticas y las acciones de la misión capuchina en relación con
el fomento poblacional impulsado mediante la fundación de Alvernia y Puerto Asís.

Por último, y siguiendo el hilo conductor de nuestro propósito central, es decir, la suerte de los grupos indígenas y de
sus territorios en el contexto de la incorporación de la frontera amazónica, y en particular del piedemonte del Putu-
mayo, nos detendremos también en fenómenos significativos para nuestra historia y ya mencionados, como el auge
febril de las exploraciones y la explotación petrolera, la creciente inmigración auspiciada por dicho auge, el avance de
la colonización sobre las últimas fronteras indígenas del piedemonte, y los despojos de las tierras de los aborígenes
dentro de ese nuevo contexto y ese “nuevo mapa regional” que se fue configurando a propósito de la búsqueda y el
hallazgo del “oro negro”.

En el marco de la historia regional reciente, particularmente desde la segunda mitad del siglo XIX, nuestra Amazo-
nia se convirtió en lugar de destino de apreciables corrientes de inmigrantes, tanto por la atracción generada en
virtud de las bonanzas económicas de ciertos productos, como por el extrañamiento de individuos y familias desde
el claustro andino. En este proceso, el Estado ha contribuido también, con sus políticas de traslados masivos de
grupos humanos y sus regímenes carcelarios y de confinamiento, a la construcción de una región que actualmente
se caracteriza por servir de albergue a agrupaciones insurgentes y cultivos ilícitos, a lo que se suman otras proble-
máticas sociales como la precariedad, inestabilidad y miseria de los establecimientos humanos vinculados a la pro- 37
Proyecto Unicornio. Exploración petrolera en la
década de 1990 a cargo de ECOPETROL. Archivo
fotográfico ECOPETROL. 1992.

ducción de la coca y a la extracción del oro, lo


mismo que la pobreza y hacinamiento en los
centros urbanos; todo esto, en un contexto
de presiones internacionales, acciones para-
militares, ajustes de cuentas, justicia privada
y conflictos interétnicos y territoriales.

Hoy en día siguen llegando allí aventureros y


buscadores de fortuna, lo mismo que los des-
pojados, los perseguidos y los desplazados
por otras violencias, por otra de las guerras
civiles no declaradas que, como las del siglo
XIX o la de las décadas de los años cuarenta
y cincuenta desterraron de las áreas rurales
económicamente activas o en acelerado pro-
ceso de valorización –y actualmente también
de las áreas urbanas-, a indígenas y campesi-
nos sobre cuyas tierras continúa el proceso
de expansión de empresas agrícolas, hacien-
das y plantaciones.

Estos y otros aspectos concomitantes estruc-


turan, entonces, el propósito y el entramado
de esta investigación, construida sobre un
vasto conjunto de fuentes primarias con cuyo
auxilio nos propusimos rescatar “esas otras
voces”, esas voces ahogadas en el silencio –
un prolongado silencio parecido al olvido-,
lo mismo que la memoria de todos aquellos
actores involucrados y partícipes en ese largo
y conflictivo camino hacia la integración del
piedemonte del Putumayo. Ese complejo y desconocido universo que, sin ser estrictamente andino ni estrictamen-
te amazónico, constituye, por tal ambivalencia, la frontera, el límite, pero también el espacio de confluencia de
aquellos otros dos mundos; por esta razón, no debe extrañarnos que hasta hoy continúe siendo percibido como el
umbral entre la “civilización” y la “barbarie”.

Conscientes como estamos de que la paz no se construye sobre la base del olvido de los conflictos pretéritos, pero,
sobre todo, convencidos de que el secreto de la misma “emana de origen distinto al del respeto que imponen las
armas”42, con este estudio hemos pretendido contribuir a la comprensión del pasado, y también del presente, de
una región cruentamente comprometida en uno de las más dramáticas y prolongadas luchas de los últimos siglos.

Para la elaboración de este trabajo, además de la importante producción bibliográfica analizada y citada, se revisó,
a la par que se seleccionó y sistematizó, un apreciable volumen de las fuentes documentales primarias que hacen
parte de las colecciones del Archivo Central del Cauca, en Popayán, especialmente las cajas del llamado “Archivo
Muerto” (correspondiente al archivo de la Gobernación), las cuales contienen legajos y expedientes aún sin clasifi-
car acerca del antiguo “Territorio del Caquetá”, territorio que fue administrado, desde los tiempos coloniales, por

42 Así lo manifestó, hace ya más de un siglo, el más destacado historiador amazónico, doctor Demetrio Salamanca To-
rres, en su Exposición sobre fronteras amazónicas de Colombia de 1906 (SALAMANCA TORRES, Demetrio. La Amazonia
colombiana: estudio geográfico, histórico y jurídico en defensa del derecho territorial de Colombia. Tunja: Academia
38 Boyacense de Historia; Gobernación de Boyacá, 1994. Vol. 1, Pág. 85).
Carretera en el Alto Putumayo. Milciadez
Chávez. C.a. 1948. Archivo fotográfico ICANH.

las autoridades de Popayán, como cabecera


civil y eclesiástica, y lo siguió siendo hasta
los inicios del siglo XX, cuando se produjo la
división de lo que antaño había sido la Go-
bernación de Popayán y más tarde el Estado
Soberano del Cauca, proceso de fracciona-
miento que dio origen a los actuales depar-
tamentos del Valle del Cauca, Nariño y a las
antes intendencias y comisarías de Chocó,
Caquetá y, por supuesto, Putumayo.

Así mismo, se exploró la documentación del


“Archivo Arzobispal de Popayán”, en con-
creto el Archivo de la Arquidiócesis a cuyo
cargo estuvo secularmente y hasta los ini-
cios del siglo XX la administración espiritual
y eclesiástica de una buena parte de lo que
hoy reconocemos como la Amazonia colom-
biana, y con igual propósito se emprendió la
revisión y sistematización de fuentes prima-
rias en varios de los Fondos Documentales
de la era republicana del Archivo General
de la Nación, en Bogotá. Específicamente,
se revisaron 1084 volúmenes de la Sección
Primera del Ministerio de Gobierno; 582
volúmenes de la Sección Cuarta del mismo
Despacho; 260 cajas que contienen cerca
de 2700 carpetas del Ministerio del Interior,
además de otros fondos, como el de Baldíos
del Ministerio de Industrias, Gobernaciones
Varias y, por supuesto, la Sección Mapoteca,
algunos de cuyos mapas fueron incorpora-
dos como parte fundamental del texto, además de los que se crearon con el propósito de recrear los viejos caminos,
prehispánicos y coloniales, y las nuevas vías republicanas, lo mismo que los territorios y las territorialidades indíge-
nas y la geografía de los noveles asentamientos y núcleos humanos surgidos de los procesos de colonización que
tuvieron lugar a lo largo del siglo XX y hasta 1970, tanto en lo que respecta al valle de Sibundoy como al conjunto
del piedemonte del Putumayo, hasta Puerto Asís y las riberas del río homónimo.

También se visitaron y exploraron otros archivos cuya documentación es de apreciable pertinencia, como el de
la comunidad capuchina en Barcelona, el de la cancillería del Ecuador, en Quito, y el Archivo Nacional de los Es-
tados Unidos, en Washington, D.C., el cual alberga una importante documentación relativa, en su mayor parte,
al conflicto colombo-peruano de 1932.

39
Primera parte
Indios, frontera y economía extractiva
1. La frontera amazónica colombiana:
concepciones y propuestas para
su incorporación (siglos xix-xx)

Las concepciones e imágenes que históricamente se suscitaron en relación con la Amazonia, sus habitantes, su
extensión, sus límites, su fauna y su flora, fueron construyendo una geografía signada por la mirada colonial y
colonialista43 de los imperios hispano y lusitano, los que se interesaron en el usufructo de ciertos recursos de la
región y en la esclavización de los nativos como fuente de mano de obra.

En los siglos XIX y XX se forjaron y difundieron, respectivamente, otras imágenes y concepciones sin que por
ello desapareciesen o perdiesen su vigencia aquellas nacidas y proyectadas desde los tiempos coloniales44. Los
expedicionarios europeos de los siglos XVI y XVII “dibujaron” la extensa región con “las amazonas” y “El Dorado”
incluidos, y en el transcurso de las centurias más recientes ella fue “poblada” de “infieles”, “bárbaros”, “aucas”
o “salvajes”, “caníbales”, “brujos” y “demonios”, como fórmula para justificar la guerra contra los naturales y su
cautiverio45.

Debe recordarse, a propósito, que los procesos de dominación han estado asociados con la construcción y difu-
sión histórica de este tipo de figuraciones e imágenes, de suyo racistas y tendientes a subvalorar e incluso a negar

43 Según Homi Bhabha, “el objetivo del discurso colonial es interpretar al colonizado como una población compuesta por
clases degeneradas sobre la base del origen racial, a fin de justificar la conquista y establecer sistemas de administración
e instrucción”. Citado en: ESCOBAR, Arturo. La invención del Tercer Mundo. Construcción y reconstrucción del desarrollo.
Bogotá: Grupo Editorial Norma, 1996. Págs. 29-30. Efectivamente, en los tiempos coloniales los habitantes amerindios
fueron considerados como una “raza de hombres” con todos los defectos de los niños, como una “especie degenerada
del género humano, cobarde, impotente, sin fuerza física, sin vigor, sin elevación espiritual”, como lo explica Corne-
lius Paw en su obra América (citado por PERNETTY, José. En “Disertación sobre América y los americanos contra las
investigaciones filosóficas del señor Paw”. En: Europa y Amerindia. Quito, Ecuador: Ediciones Abya-yala, 1991. Pág. 36.
Colección 500 años, No. 30).
44 La imagen relativa al canibalismo de los indios del Gran Caquetá, difundida en los siglos XVII y XVIII por los misioneros
jesuitas –el padre Juan Magnín, por ejemplo- y franciscanos, resurgió a mediados del siglo siguiente y contribuyó a
justificar las expediciones de conquista de grupos nativos enteros para reducirlos a la esclavitud durante el primer ciclo
cauchero.
45 Es en este sentido que Peter Wade, más allá de aludir a las características genotípicas y fenotípicas para definir la noción
de raza, encuentra que los “sentidos” y significados de ésta son fundamentalmente resultado de particulares procesos
históricos los cuales tienen sus raíces en la colonización europea de otras áreas del mundo, es decir, se trata de cons-
trucciones socialmente elaboradas “dentro de vitales significados de diferencia durante los encuentros coloniales eu-
ropeos con Otros”. Además de los llamados conquistadores y colonizadores y sus cronistas, las expediciones científicas
coloniales adelantadas bajo el auspicio de los imperios europeos de la época –en América, África, etc.- y hasta muy
avanzado el siglo XIX, contribuyeron a la elaboración y difusión de esas construcciones ideológicas (WADE, Peter. Race
and Ethnicity in Latin America. London, Chicago, Illinois: Pluto Press, 1997. Pág. 15).
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

la condición humana, intelectual y moral “del otro”, en este caso específico los indios, con el fin de justificar su
dominación, su esclavización e incluso su exterminio, como había sucedido en la época colonial y paulatinamen-
te ocurriría en el transcurso de los siglos XIX y XX, cuando se adelantó el proceso de incorporación del antiguo
Territorio del Caquetá y, como parte de éste, el del Putumayo:

“Excepto algunas toscas industrias que la fuerza de las necesidades más premiosas les obliga a ejercer, los in-
dios habitadores de lo que hoy llamamos Territorio del Caquetá viven, con poca diferencia, como los animales
montaraces, a los cuales disputan el dominio de las selvas en aquellas vastas y umbrosas soledades. Las mu-
jeres andan totalmente desnudas, y desde la más tierna edad se unen al hombre que las trata como acémilas
o parte de su ambulante menaje. Las facciones de esas desventuradas criaturas no indican gracia, sensibili-
dad ni elevación del alma; su fisonomía requemada y curtida por la intemperie, nada tiene de femenina, en
términos que si cubrieran lo que dejan a la vista de todos, no se diferenciarían del otro sexo en el aspecto.
Nacen todos ellos, crecen y mueren sumidos en absoluta ignorancia de cuanto constituye la vida civil, y puede
asegurarse que sólo tienen de hombres la figura. Para ellos no existen las relaciones sociales que se fundan
en la mutua benevolencia y los servicios recíprocos; cada cual mira por sí mismo, y la medida de su bienestar
material es la fuerza y destreza de su brazo (...). Débiles ante ella (la naturaleza), pocos en número y hallando
a la mano abundantísimos frutos espontáneos, caza y pesca para satisfacer el hambre, miran con indolencia la
vida y jamás les afana la previsión del día de mañana. Por tanto su inteligencia industrial duerme, careciendo
del aguijón de las necesidades para ejercitarla y tratar de mejorar de estado. Actividad y energía les sobra, se-
gún lo manifiestan siempre que algún grande interés, como la guerra, les mueve a sacudir la pereza. Son pues
capaces de civilización, y la adoptarían si ella no exigiera trabajo y esfuerzos cuya utilidad no conciben, puesto
que no han menester de nada para vivir, embriagarse y guerrear, que es la suma de los goces que pueden
imaginar y apetecer (...). Es fácil inferir de lo dicho, que las costumbres de estos indios, esclavos y adoradores
de la fuerza bruta, son rudas y aun feroces (...)”46.

Así describió Agustín Codazzi, director de la Comisión Corográfica, a los indios del Territorio del Caquetá, después
de su viaje a la región en el año de 1857. El mismo geógrafo expresó, además, cómo la condición “selvática” y la
“persistente y continuada barbarie de los indios” constituían obstáculos para la “civilización” del expresado terri-
torio y, por ello, no sería la “raza indígena” la llamada a descuajar y dominar la exuberante selva sino una nume-
rosa población de inmigrantes colonos, granadinos y de la América del Norte, que en el porvenir descenderían
de las altas cordilleras internándose en las selvas por el Caquetá y Putumayo hacia el Amazonas. Desde entonces,
y bajo el peso (¡y las consecuencias!) de una ideología etnocéntrica y racista, se emprendió la incorporación del
Territorio del Caquetá y sus habitantes naturales al ámbito económico, religioso, lingüístico y sociocultural de la
nueva nación.

No obstante los numerosos prejuicios que se habían heredado de los tiempos coloniales en relación con los indíge-
nas, así como los nuevos que sobre los “salvajes” y la selva se promovieron en el siglo XIX, la incorporación de los
indios amazónicos emprendida durante esta última centuria se convirtió en un propósito consciente y común de
políticas estatales expresas, más aún si se tiene en cuenta el fracaso de las tempranas medidas a través de la cuales
se buscó estimular la inmigración extranjera. Los “salvajes” servirían, en consecuencia, de lograrse su “civilización”
e incorporación, de brazos útiles para el trasporte, las industrias extractivas y, en general, la explotación de las ri-
quezas contenidas en aquellas vastas y “desiertas” (despobladas) selvas. Así lo sugiere el historiador Guido Barona:

“(…) la posibilidad de aplicar la metáfora de la nación a grupos étnicamente diferentes a aquellos que fueron
integrados por la fuerza, en el período colonial, a la sociedad hispanizada, creó, hizo surgir a la largo del siglo
XIX, la imposibilidad de constituir culturalmente la nación colombiana. Pese a ello no se abandonó esta as-
piración. Se continuó pretendiendo que la argamasa cultural que integraría la nación en un sólido cuerpo de
creencias, costumbres, habla y pensamiento, era la religión católica y el imaginario de sociedad y de ejercicio
de poder contenido en ella y en las idealizaciones de la cultura europea que por estos años se presentaba
como la más alta expresión del intelecto, la técnica y el espíritu humanos. Patética paradoja que propició,
desde los años iniciales de la República y gran parte del siglo XX, la negación de Colombia como nación en la

46 Este comentario de Agustín Codazzi es citado por Héctor Llanos Vargas en su artículo: “Surgimiento del complejo
de identidad nacional de ser indio en la Colombia del siglo XIX”, publicado en: GÓMEZ LOPÉZ, Augusto J.; BARONA
BECERRA, Guido; DOMÍNGUEZ OSSA, Camilo A., y FIGUEROA CASAS, Apolinar. (Eds.) Geografía física y política de la
Confederación Granadina: Volumen II, Estado de Cundinamarca y Bogotá – antiguas provincias de Bogotá, Neiva,
Mariquita y San Martín. Bogotá: Departamento de Cundinamarca; Instituto Distrital de Cultura y Turismo-Alcaldía de
44 Bogotá; Universidad del Cauca; Universidad Nacional de Colombia, 2003. Págs. 19-44.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Cultivo de menta en el Valle de Sibundoy. Archivo fotográfico del INCORA. 1966. La aplicación de la revolución verde que
promovió la mecanización de la producción agrícola, encontró eco en el valle de Sibundoy. Bajo esta premisa se buscaba la
transformación de la sociedad y la cultura rural hacia la agricultura capitalista.

diversidad de lo cultural y el surgimiento de tensiones, conflictos y desgarraduras provocadas por el infinito


de sus desencuentros”47.

Por consiguiente, frente a las preguntas de cómo integrar el Territorio del Caquetá, el Putumayo, y por supuesto
y en general las extensas selvas amazónicas, y cómo incorporar a la “civilización” los grupos indígenas y sus te-
rritorios, surgieron desde mediados del siglo XIX y a lo largo del siglo XX múltiples propuestas caracterizadas por
la preeminencia de prejuicios raciales tanto como por el interés de explotar la mano de obra nativa y acceder a
recursos forestales, mineros y de la fauna, y ya entrado el siglo XX por acceder al usufructo y la propiedad de las
tierras del valle de Sibundoy y, progresivamente, a las del piedemonte.

No obstante haberse producido la ruptura de los vínculos coloniales con España, la apreciable fragmentación
social, espacial y cultural de la nueva nación redundó en que muchas de las propuestas de integración de las re-
giones de frontera volvieran a demandar y a comprometer, desde la primera mitad del siglo XIX, la participación
de la Iglesia católica y su labor misionera, tal y como había sucedido a partir del siglo XVI. Esas propuestas, y, de
hecho, esa participación de la institución eclesiástica y de sus instancias misioneras, fueron planteadas y pues-
tas en práctica hasta bien avanzado el siglo XX en aquellas lejanas regiones, es decir, en las últimas “fronteras
indígenas de la civilización”, porque, como bien lo expresara el historiador Guido Barona, “la Religión Católica y
el misionerismo que siempre la ha acompañado, actuaron de tal forma en el pensamiento de las elites y gentes
del común, que para ninguno fue indudable que la integración de la nación pasaba por el hiato necesario de la

47 BARONA BECERRA, Guido. “Frente al camino de la Nación”. En: DOMÍNGUEZ OSSA, Camilo A.; GÓMEZ LÓPEZ, Augusto
Javier y BARONA Becerra, Guido. (Eds.) Geografía física y política de la Confederación Granadina. Estado del Cauca.
Territorio del Caquetá 1857: obra dirigida por el General Agustín Codazzi. Bogotá: COAMA-Unión Europea; Fondo para
la Protección del Medio Ambiente “José Celestino Mutis” –FEN Colombia-; Instituto Geográfico “Agustín Codazzi”; Edi-
torial Lerner, 1996. Pág. 24
45
Entrada a Puerto Umbría.
C.a. 1932. “Conflicto
amazónico 1932-1934”.
Villegas Editores. 1994.

adscripción y subordinación de la población indiana a este sistema religioso, como una forma de transformar el
estado de barbarie y salvajismo que originalmente la caracterizaba”48.

En efecto, cuando por vez primera en los tiempos republicanos se quiso dar impulso a la integración de la región
amazónica, creando y organizando para ello el Territorio del Caquetá en 1845, la propuesta preliminar elaborada
ese mismo año por el Gobernador de la Provincia de Pasto, con el fin de emprender la obra civilizadora de “hom-
bres enteramente incultos y bárbaros” diseminados en grandes distancias en dicho territorio, fue la de designar
a 37 misioneros, además de los tres ya establecidos –uno que ejercía de cura párroco en Sibundoy, el misionero
que hacía las veces de párroco en Mocoa y aquel que desempeñaba su ministerio en Aguarico y San Miguel–.

Estos nuevos misioneros ejercerían su labor entre las “tribus salvajes que existen conocidas en el Territorio del
Caquetá”: cuatro entre cada una de las dos tribus que tenían 20.000 habitantes (Guaques y Huitotos); tres para
cada una de las tres con seis mil y cuatro mil; dos para cada una de las siete que se componían de tres mil y dos
mil indígenas y uno para cada una de las trece tribus que tenían desde mil quinientos y menos49. El mismo Gober-
nador admitió, sin embargo, que para la reducción de los indios “salvajes del Territorio del Caquetá” al “gremio
de los católicos” convendría, “antes que todo”, que se los atrajese y acostumbrase al trato social estimulando
previamente su interés mediante el comercio y compra de sus industrias y excitando su curiosidad –“una pasión
tan pronunciada y vehemente entre ellos”- por medio de la venta u obsequio de todos aquellos efectos que
tanto les gustaban y necesitaban para su adorno y trabajo, como espejos, chaquiras, anzuelos para la pesca, y
herramientas: “la experiencia ha acreditado que por este recurso se ha conseguido domesticar y reducir a la vida
civil a casi todos los indígenas que hoy forman las diez poblaciones precitadas”50 (Sibundoy, Santiago, Putumayo,
Mocoa, San Diego nuevo, San Diego viejo, San Miguel, Aguarico, Descanse, Yunguillo, Pacayaco).

Acorde con este método, la distribución de objetos –generalmente herramientas de metal y sal- entre los “salva-
jes para atraerlos a la vida civilizada” fue una práctica común durante el periodo republicano así ya la experien-
cia hubiera comprobado sus infructuosos resultados puesto que, como había sucedido en la época colonial51, los
indios solían internarse nuevamente en los bosques después de recibir los “obsequios”.

48 Ibid.
49 Véase más adelante el mapa Territorio del Caquetá. Población año de 1845.
50 RODRÍGUEZ, Manuel María. “Informe del Gobernador de la provincia de Pasto al Secretario del Despacho sobre el nue-
vo Territorio de Caquetá”. 5 de agosto de 1845. AGN: Sec. República, Fdo. Gobernaciones Varias, Leg. 111, Fols. 116-124.
51 El acceso a herramientas, sal y muchos otros bienes, generalmente procedentes de los Andes desde el periodo pre-
hispánico, en el transcurso del periodo colonial y, aun en el siglo XIX, entraña una rica y compleja historia. Las fuentes
documentales primarias de la Colonia permiten observar que los grupos indígenas establecidos en el piedemonte ama-
46 zónico no sólo de Colombia sino, también de Ecuador, Perú y Bolivia, desarrollaron la estrategia de permitir su reducción
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Refiriéndose a los indios del Territorio del Caquetá, Agustín Codazzi expresaba que, “para hacer retroceder a
estos bárbaros”, se necesitaba de una gran población no indígena, la cual no debía llegar, empero, sino paula-
tinamente. Además, como sabía que por entonces era imposible hacer la guerra a los indios o emprender su
reducción total, recomendaba realizar la reducción sirviéndose de “hombres de color”, acostumbrados a los
climas ardientes y a tratar con tribus, quienes harían de capitanes pobladores que impulsarían cultivos cuyos
beneficios compartirían con aquellos. A su juicio, sólo así se lograría domeñarlos porque “no podemos esperar
que los indios se podrán reducir con discursos ni aprendiendo la doctrina cristiana”52.

En 1857, el Prefecto del Territorio del Caquetá, Bautista Paredes, concebía como “único medio” para integrar
dicho territorio la promoción de la inmigración de los habitantes de las provincias vecinas, idea que, según su
criterio, no sólo era posible sino también realizable puesto que algunos de los habitantes de Timaná y El Tablón
ya estaban “avecindándose” allí. Por lo tanto, solicitó al gobierno que extendiera “su mano protectora” a los ciu-
dadanos de las provincias de Pasto y Neiva para facilitar su traslado y posterior establecimiento en el Territorio
del Caquetá, donde podrían asegurar su subsistencia en consideración a la inmensa dificultad de proporcionár-
sela en su propia tierra:

“La inmigración y la mezcla de razas trasformaría pronto estos bosques inmensos en poblaciones regulares,
y en breve el Territorio del Caquetá ofrecería la perspectiva de un país civilizado y a nivel de las demás pro-
vincias de la República; trescientos veinte pesos anuales gastados por el tesoro nacional y una suma igual o
inferior para la reducción de individuos errantes bastarían para llevar a cabo este proyecto de humanidad”53.

Años después, en 1869, otro de los prefectos, Pedro Urrutia, manifestó que muchas habían sido las medidas
propuestas para “sacar de su secular atraso a esta importante porción del territorio colombiano” y sugirió que,
para dejar “planteado el gran problema de la civilización del territorio”, debían subvencionarse los sueldos de
los empleados de los siete corregimientos en los cuales éste se hallaba dividido a la sazón a la par que destinar
en el presupuesto una partida “para fomentar la colonización con familias pobres de fuera, que quisieran venir a
buscar un pan seguro en estas selvas: la relación entre la raza blanca e indígena, que hasta hoy sólo es de 1 a 200,
bastaba que fuera de 10 a 100, para ahogar en preponderancia numérica y poderlas sujetar y civilizar en todo
sentido. El Gobierno y todo el mundo comprende cuán exacta es esta observación, si recordamos por la historia
de la conquista el puñado de atrevidos españoles que sojuzgó a millones de indígenas y, eso, bajo el régimen
más bárbaro y sanguinario que con las suaves instituciones de la época los triunfos humanitarios harían felices y
multiplicaría a estos degradados seres de la naturaleza”54.

En su informe de 1874, el entonces Secretario de Hacienda y Fomento se ocupó del tema señalando que “más
difícil que reunir a los salvajes en un paraje determinado, es retenerlos en él”. Lo primero solía conseguirse me-
diante la promesa de entregarles utensilios de caza y pesca, herramientas y vestidos, pero para lo segundo no
bastaban los regalos ni la acción persuasiva del misionero; por lo tanto, era “preciso apelar a la fuerza, medio a
veces ineficaz y siempre odioso, del cual no puede prescindirse sino cuando los salvajes han adquirido el con-
vencimiento de las ventajas de la vida social, que es cuando con verdad puede decirse que se ha fundado una
asociación digna de tal nombre”.

Acorde con tal perspectiva, la labor de reducción no podía llevarse a cabo en breve tiempo, pues era una tarea de
años el “habituar a la obediencia a quien jamás se sujetó a otra ley que la de su albedrío; la de inspirar amor al

temporal hasta cuando los misioneros les entregaban las herramientas y las “bujerías”, luego de lo cual procedían a
abandonar los pueblos de misiones o “reducciones”. El hecho de que los grupos indígenas amazónicos tuvieran la per-
cepción y la relativa certeza de que las herramientas (de metal) les llegaban en la época colonial desde las tierras altas
de los Andes, está entrañablemente ligado a otra larga historia regional amazónica (de etnocidio y de genocidio), como
lo fue la del “endeude” y la esclavitud.
52 ARDILA, Jaime y LLERAS, Camilo. Batallas contra el olvido: acuarelas colombianas 1850. Bogotá: Ardila y Lleras Editores,
1985. Págs. 262-263, 266.
53 PAREDES, Bautista. “Informe del estado del Territorio del Caquetá presentado por el Prefecto al Sr. Secretario de Gobi-
erno”. Mocoa, 25 de Abril de 1857. AGN: Paquete 4.509, sin foliación.
54 URRUTIA, Pedro. “Informe del Prefecto del Territorio del Caquetá al Secretario de Estado del Despacho de Gobierno”.
Sibundoy, marzo 20 de 1869. ACC: Archivo de la Gobernación. Paquete. 103, Leg. 38, sin foliación.
47
Apertura de la Trocha La
Tagua-Caucayá. C.a. 1932.
Conflicto Amazónico 1932-
1934. Villegas Editores.
Junio 1994.

trabajo al que ha pasado la vida en la ociosidad. No reconociendo el salvaje la necesidad ni la utilidad de la vida
civil, ésta es poco menos que insoportable para él y ve como una prisión el caserío en el que se le obliga a vivir”55.
En consecuencia, si se quería que los “salvajes” entrasen en sociedad y religión debía sometérselos “por la fuerza
y el temor”, emulando para ello el ejemplo de las “escoltas” militares durante el periodo colonial, “porque ha
enseñado la experiencia que éste es el único modo de arraigarlos en un pueblo aunque siempre hay que sufrir
treinta emigraciones para un formal establecimiento”.

Por todas estas razones, el dicho Secretario consideraba que para emprender la civilización de los salvajes era
preciso recurrir a la colonización de los territorios donde éstos habitaban, y señalaba, además, “que los más
exigen que se siga esta línea de conducta, porque el único medio de impedir que las colonias brasileras sigan
apoderándose del suelo de la patria es dilatando el dominio de la población civilizada, especialmente en los te-
rritorios de Caquetá, Casanare y San Martín; no dar paso alguno en este sentido sería aventurar tal vez la suerte
de inmensos e importantes territorios y dejar a nuestros hijos la eventualidad de perderlos, la imposibilidad de
conservarlos, o la guerra para recuperarlos”56.

Januario Salgar, otro de los secretarios de Hacienda y Fomento, se había referido ya al tema de la reducción de
salvajes en un informe dirigido al Secretario del Interior, en 1870, donde enfatizaba que la acción de los misio-
neros no bastaba por sí sola, y por tal razón era necesario establecer asociaciones de carácter permanente con
los “indios gentiles”. Para ello, debía de disponerse de los medios que permitieran a los indios entrar en relacio-
nes de “amistad y comercio con los hombres civilizados, a fin de que aprendan prácticamente los hábitos de la
vida civil, que en vano se tratará de enseñarles de otra manera. Estoy cierto de que las relaciones que el interés
establezca entre los salvajes y los colonos civilizados, es lo que más puede contribuir a tornar a los primeros en
hombres sumisos, pacíficos y laboriosos. Al propio tiempo que la reducción de los indios, me parece pues de
necesidad emprender el establecimiento de colonias de colombianos civilizados en el territorio que aquellos
habitan”57.

En el planteamiento de Salgar se percibe ya, de modo explícito, el interés económico perseguido por las colonias
de “civilizados”, ya que tales fundaciones contarían con “brazos seguros”, es decir, con fuerza de trabajo indígena
que ayudaría a los colonos y de esta manera se llegaría a la conformación de valiosas plantaciones. El gobierno,
por su parte, podría valerse de una parte de la fuerza pública para proteger las colonias en referencia y ayudar
así a la “reducción de los salvajes”.

55 COLOMBIA, República de. Memoria del Secretario de Hacienda y Fomento dirigida al Presidente de la República. Bogotá:
Imprenta de Gaitán, 1874. Págs. 74-76.
56 Ibid. Págs. 77-81.
48 57 SALGAR, Januario. Memoria de Hacienda. Bogotá: Imprenta de Gaitán, 1870. Págs. 78-81.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Finalizando el siglo XIX, en virtud de las cada vez más frecuentes incursiones de traficantes de esclavos y empre-
sarios caucheros extranjeros, se propuso que, para poner a salvo los derechos de la República y de sus naciona-
les, debía emprenderse una colonización gradual del Caquetá que tuviera por pilar la creación y establecimiento
de una reducida misión, protegida por la autoridad civil y resguardada por una fuerza militar suficiente, con lo
cual podría darse comienzo a la reducción de los indígenas que, “distribuidos en tribus nómadas y en número de
cuarenta mil o más, son allí víctimas de la despiadada codicia extraña”58.

A comienzos del siglo XX “la reducción de salvajes” fue tema de reflexión de uno de los más destacados ideólo-
gos del liberalismo colombiano, Rafael Uribe Uribe. En su Memoria, presentada en Río de Janeiro en febrero de
190759, abordó el asunto poniendo énfasis en el beneficio económico que significaría para el país la “incorpora-
ción a la economía nacional de 300.000 indios salvajes”, lo cual, según él, sería más ventajoso que estimular la
inmigración extranjera, advirtiendo, además, los riesgos que para el “progreso” significaba la existencia de esos
“bárbaros” y la necesidad de “amansarlos desde ahora”:

“Evidentemente, el hecho de la existencia de 300.000 bárbaros, dominando la mayor parte del territorio
colombiano, donde no puede penetrar la civilización, por el obstáculo que le oponen esos miles de salvajes,
muchos de ellos aguerridos y que no entienden nuestra lengua, pudiendo hacer, como ya sucede, irrupciones
contra los cristianos, es un embarazo para el progreso y un peligro que crecerá en razón directa de la multipli-
cación de los indios. Repito que la cuestión no versa únicamente sobre la utilidad que de ellos podamos sacar,
sino también sobre los riesgos y gastos que se nos impondrán si no cuidamos de amansarlos desde ahora.
Abandonados a su natural desenvolvimiento, no tardará el día en que tengamos que derramar su sangre y la
nuestra para contenerlos”60.

Resulta novedoso, para la época, que Uribe considerara innecesario obligar a los indios salvajes a construir al-
deas y vivir en ellas como medio para su reducción y civilización. Este planteamiento, además de lo inusual, riñe
con la tradición iniciada desde el siglo XVI en la Nueva Granada y prácticamente en todos los dominios españoles
en América, es decir, con la creencia de que civilización era sinónimo de “reducción” o poblamiento nuclear. En
abierto contraste y esgrimiendo principios antropológicos, argumentó acerca de los beneficios que se derivarían
de permitirse a los “salvajes” continuar obteniendo sus recursos de la caza, la pesca y un poco de agricultura.
No obstante, recomendó el fomento de tres “instituciones” como fórmula para “domesticar a los salvajes”, la
colonia militar, los misioneros y un grupo de intérpretes: “sirviendo la colonia militar como núcleo poblador y la
iglesia del misionero como centro de atracción espiritual, las relaciones con los salvajes han de establecerse con
intérpretes que hablen los dialectos de las tribus circunvecinas”.

Adicionalmente, además de indicar que “el dinero que en esto se invierta ganará un alto interés de los préstamos
a Dios, de que habla el evangelio”, concluyó indicando los beneficios que se obtendrían con el establecimiento
de tales instituciones:

“Con esto se obtienen los siguientes resultados, que son otras tantas razones de orden social, político, econó-
mico y religioso: 1) Conquistar los dos tercios del territorio nacional, que no pueden poblarse por causa de los
bárbaros que los dominan; 2) Adquirir 300.000 brazos para las industrias extractivas, pastoril y de transportes
internos, ya que, mientras no haya caminos nacionales, son ellos los únicos que pueden explotarlas. Tornar
productiva una masa tan considerable de población nacional, hoy ociosa, es por lo menos tan importante
como traer brazos del extranjero. Esos brazos indígenas serán también los más propios para la defensa de
nuestras fronteras y los más aptos como predecesores de la raza caucásica en comarcas tan fértiles como
bravías; 3) Establecer la paz y seguridad de muchas poblaciones, y evitar así en lo futuro la efusión de sangre,
gastos ingentes y riesgos de la soberanía; y 4) Cumplir el deber humanitario impuesto por Cristo a todo pueblo
civilizado delante de los pueblos bárbaros, en las siguientes sublimes palabras del Evangelio: Ite ad eos qui in
tenebris et in umbra mortis sedent, ad dirigendum pedes eorum in viam pacis: id hacia aquellos que yacen

58 ANÓNIMO. “Medidas para combatir el contrabando y la trata de esclavos en el Putumayo”. Iquitos, 2 de marzo de 1899
- Bogotá, 22 de junio de 1899. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Parte antigua, T. 13, Fols. 947-953.
59 URIBE URIBE, Rafael. “Reducción de salvajes: Memoria escrita en Río en febrero de 1907 y ofrecida por Uribe al Presi-
dente de la República, a los arzobispos y obispos de Colombia, a los gobernadores de departamentos y a la Academia
de Historia”. En: EASTMAN, Jorge Marío. Ed. Rafael Uribe Uribe. Obras selectas. Bogotá: Cámara de Representantes;
Imprenta Nacional, 1979. Págs. 305-335. Colección “Pensadores políticos colombianos”.
60 Ibid. Pág. 311.
49
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Caucayá en 1932. Fotografía de Luís Esparsa. 1932. Museo Militar.

sentados en las tinieblas y sombras de muerte, y dirigid sus pasos por las vías de la paz. En nuestra condición
de raza conquistadora, ya que arrebatamos el suelo al indio y que cada día vamos estrechándolo para lo más
recóndito de las selvas, tenemos la obligación, si de veras somos cristianos, de arrancarlos a la barbarie en
que viven para traerlos a la comunión de la fe, del trabajo y de la sociedad. De seguro que la Providencia no
creó al indio para conservarle segregado del movimiento general del progreso humano, a que no es en forma
alguna refractario, por más que hayamos hecho para tornárselo repulsivo”61.

Ante la “urgente necesidad de colonizar y catequizar el inmenso territorio bañado por los grandes ríos denomi-
nados Caquetá y Putumayo”, a comienzos del siglo XX se expresaron otras opiniones en las que se destacaron la
“incuria” y el “abandono” con las cuales “todos los gobiernos” habían desdeñado la parte más rica y exclusiva de la
geografía colombiana, actitud negligente que había redundado, primero, en que los nacionales no hubieran podido
explotar las inmensas riquezas naturales que se hallaban esparcidas en tan dilatadas regiones y, segundo, en que las
numerosas “tribus” de indígenas que se encontraban errantes por ellas, aparte de desconocer la luz del evangelio,
se hallaran sumidas en la “más grosera ignorancia, como se encontraban cuando este continente fue descubierto”.

La propuesta consistía en mejorar y darle mantenimiento a la vía entre Neiva y el “caserío de Florencia”, lo mismo
que sostener expedita una ruta que condujera al Putumayo, y establecer paralelamente fundaciones en las co-
rrespondientes áreas ribereñas, donde, además, la catequización de indígenas sería fructífera en la medida que
gran parte de la zona se encontraba habitada por numerosas tribus.

Manuel María Méndez, autor de la propuesta, sugirió también que el gobierno destinase unos tres mil pesos
oro para comprar algunas herramientas y estimular con algún dinero la inmigración de los primeros colonos, lo
mismo que trasladar a Florencia los presidios de Neiva e Ibagué a fin de destinar a los presos a la construcción de
casas, sendas y caminos pues así se prestaría un grande apoyo para el ensanche de la colonización, “obra cristia-
na muy valiosa” que debería ser apoyada por unos pocos “misioneros Jesuitas o Candelarios”62.

61 Ibid. Págs. 329-330.


62 MÉNDEZ B., Manuel María. “Opiniones sobre el modo como debe comenzar la colonización del Caquetá sugeridas al Sr.
Ministro de Gobierno”. Bogotá, marzo de 1910. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 645,
50 Fols. 191-194.
“Flagelamiento” (sic) de un Indio en “La
Chorrera”.Caricatura relacionada con las
torturas en el Putumayo, publicada en el
periódico peruano “La Felpa”. Imagen cortesía
del investigador Jordan Goodman.

Pocos años después, el Comisario Espe-


cial del Putumayo, Joaquín Escandón, pro-
pugnó por el trámite y aprobación de una
ley para que el Congreso de la República
cediera a dicha comisaría tres hectáreas
de terreno a cada lado del Camino Nacio-
nal: “fajas que partiendo desde el punto
Campucana, a dos leguas de esta capital
[Mocoa], en dirección hacia Pasto, se pro-
longuen hasta Puerto Asís en toda la exten-
sión de la vía, con el fin de adjudicar gra-
tuitamente en ellas porciones pequeñas a
quienes estén en capacidad de edificar sus
casas de habitación y establecer potreros
y cultivos que, a la par que embellezcan
el lugar, sean un recurso positivo para los
transeúntes”63.

Por su parte, José Diago, otro de los comi-


sarios especiales, luchó por que se le pres-
tara una esmerada atención al Putumayo
y se dedicaran constantes esfuerzos al loable propósito de reducir a los indígenas que se hallaban diseminados
en las selvas, errantes y “sumidos en la más lastimosa condición de barbarie, de miseria y desamparo”. En el mis-
mo orden de ideas, propuso fomentar la congregación de los indios de las riberas del Putumayo en dos lugares,
Yocoropui y Güepí, donde debían fundarse sendas escuelas con el fin de consolidar ambos pueblos:

“Ajenos al conocimiento de las más fundamentales nociones de la vida social, sin iniciativas que les permitan
mejorar por sí solos de condición y de medidas, es preciso, es indispensable recogerlos, ampararlos y ayu-
darlos eficazmente para garantizar su existencia y su libertad, ya que ellos por sí mismos no son capaces de
presentarse a ponerse bajo el benéfico amparo de nuestras cristianas leyes, que tienden a garantizar a todos
el que de sus derechos naturales y los que a como ciudadanos les reconocen nuestras instituciones políticas.
Los infelices aborígenes a que me refiero, no tienen ni pueden tener idea alguna de las ventajas de la civili-
zación, que al contrario parece que se han formado de ella un concepto desfavorable e ingrato, por razón de
que con dolor han experimentado solamente opresión y crueldad de parte de gentes extrañas que diciéndose
civilizadas los han explotado, esclavizado y exterminado de modo inhumano”64.

Muchas de las propuestas y proyectos planteados en las primeras décadas del siglo XX con el propósito de in-
tegrar los territorios orientales amazónicos colombianos fueron resultado, en gran medida, de la amenaza que
representaban, para la integridad territorial de la nación, las constantes incursiones de tropas esclavistas brasi-
leras65 y el dominio cierto alcanzado por la Casa Arana en el Putumayo.

63 ESCANDÓN, Joaquín. “Carta dirigida al Sr. Ministro de Gobierno por el Comisario Especial del Putumayo”. 1912. AGN:
Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Cuarta, T. 78, Fols. 168-169.
64 DIAGO, José. “Carta dirigida al Sr. Ministro de Gobierno, Comisario Especial del Putumayo”. San Francisco, 30 de abril de
1917. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 779, Fols. 375-377.
65 Como había sucedido en los siglos XVII y XVIII, las incursiones de las tropas luso-brasileras de cazadores de indígenas
se emprendieron nuevamente, ahora en virtud del auge cauchero y éstas penetraban frecuentemente por los ríos Vau-
pés, Putumayo y Caquetá (hasta Araracuara), donde se proveían de mano de obra indígena que, bajo condiciones de
esclavitud, era destinada a la extracción de caucho en la Amazonia brasilera. El cautiverio de los indios fue continua y
oportunamente denunciado por los prefectos del Territorio del Caquetá; aun así, Colombia perdió frente a Brasil la vasta
51
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Frente a esa amenaza, Darío Calderón sugirió que ante la “necesidad inaplazable de emprender la verdadera
colonización de nuestros territorios fronterizos”, debía fomentarse el comercio con centros de consumo en la
Amazonia –con “plazas” como Manaos-, impulsando a tal fin el establecimiento de la navegación a vapor por
los ríos Orteguaza, Caquetá y Amazonas, pues, como era sabido, la soberanía colombiana en los dos primeros
no constituía, por entonces, motivo de litigio ni de disputa. De resolverse el paso de los rápidos de Araracuara
en el río Caquetá, podría exportarse ganado habida cuenta que “en el Amazonas hay algo así como un millón de
habitantes que constituyen base segura para un mercado permanente e inmejorable” para éste; de este modo,
se aprovecharía su “industria principal”, la producción pecuaria66.

Ya por aquella época, las comisarías del Caquetá y el Putumayo eran consideradas como “el porvenir colombia-
no”, “un tesoro” debido “a la enorme extensión y fecundidad de sus tierras, a sus grandes riquezas, todo lo cual
ameritaba la celosa custodia de sus feraces territorios67. Pero frente a las amenazas de la integridad territorial,
en virtud de los avances de esclavistas y empresarios caucheros de países vecinos, lo mismo que las pretensiones
expansionistas de algunas de estas naciones limítrofes, la propuesta de colonización y, en general, de integración
de la región amazónica planteada por el doctor Demetrio Salamanca Torres, terminó por ser una de las más
importantes debido al conocimiento que este destacado humanista e ingeniero civil, egresado de la Universidad
Nacional, tenía del territorio, tanto más si se tiene en cuenta que entre 1876 y 1877 ofició de Corregidor del río
Putumayo y fue socio industrial de una gran compañía organizada por Rafael Reyes con capitalistas del Pará e
Iquitos (Brasil).

Autor de eruditas y fundamentales obras acerca de nuestra Amazonia68, Salamanca dedicó gran parte de su vida
a la defensa de la integridad territorial colombiana frente a lo que él siempre consideró una usurpación del suelo
patrio debida a la codicia peruana, brasilera y venezolana, y de la cual culpó, como “cómplice y encubridor”, al
presidente Rafael Reyes, a quien calificó de “personaje fatídico”: “fueron muchos y de distinto origen e índole
los extravíos y atentados que durante el quinquenio del General Reyes se cometieron, lesionando los intereses,
el honor y las tradicionales glorias de la Patria”69.

A su juicio, la real soberanía territorial de Colombia en la Amazonia se resolvería efectivamente con la coloniza-
ción de los territorios atravesados por los ríos Putumayo, Napo y Caquetá, entre otros, y para fundamentar su
apreciación demarcó, dentro del conjunto de las regiones ecuatoriales amazónicas y desde el punto de vista de
su adaptación para ser colonizadas, dos grandes zonas con características y condiciones peculiares: la zona cen-
tral o baja, casi plana, húmeda y anegadiza, y la zona alta, templada y menos húmeda e insalubre que aquella.

Siguiendo con sus planteamientos, para la ocupación y explotación de la zona central o baja debía fomen-
tarse la inmigración “de individuos de la raza mongólica o amarilla” que habita en las costas de los mares
de la India, el “Amarillo, del Japón, el de la China y demás del grande Océano Pacífico intertropical”. Para la
ocupación de la zona alta, entre los pueblos europeos que debían preferirse figuraba en primera instancia
el español, y entre éste los gallegos, asturianos y aragoneses “por ser todos estos pueblos afamados como
buenos agricultores en terrenos doblados o montañosos; también los belgas, austrohúngaros, dinamarque-
ses, italianos, griegos y turcos”70. Adicionalmente, el gobierno nacional debía crear una “Comisión Técnica de
Ingenieros” con el propósito exclusivo de adelantar las exploraciones y los trabajos preparatorios que pre-

extensión comprendida entre la desembocadura del río Cotuhé, en el Putumayo, hasta la desembocadura de éste en
el Amazonas.
66 CALDERÓN, Darío. “Carta dirigida al Sr. Comisario Especial”. 1922. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno,
Sec. Primera, T. 859, Fols. 510-515.
67 “Informe que el Comisario Especial del Putumayo rinde al Sr. Ministro de Gobierno sobre la marcha de la administración
pública en la Comisaría”. 1923. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 887, Fol. 78.
68 En el año de 1906 Salamanca publicó una obra preliminar bajo el título de Exposición sobre fronteras amazónicas de
Colombia; en el año de 1912 publicó La cuestión peruana, de la casa editorial “El Republicano”, y en el año de 1916,
en tres libros editados por la Imprenta Nacional en dos volúmenes, La Amazonía Colombiana. De ésta, la edición del
segundo volumen que contenía el tercer libro fue destruida e incinerada en el mismo año de 1916 por orden expresa
del gobierno de entonces, el del Presidente José Vicente Concha y su Ministro de Gobierno Miguel Abadía Méndez.
69 SALAMANCA, Demetrio. La Amazonia Colombiana…. Pág. 121.
52 70 Ibid. Págs. 76-79.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Camino de la cordillera. Doctor Enciso y Teniente Rojas. “Informe sobre una inspección a las condiciones sanitarias a
lo largo de la vía principal de transporte entre Bogotá y la zona de guerra”. Archivo General de la nación. Ministerio de
Gobierno. S. 1ª. T. 1056.

cederían a la instalación de colonias, prefiriendo tres vías principales: (1) la que conduce de las poblaciones
del sur del Tolima hacia el río Caquetá; (2) la que debía poner en comunicación a las poblaciones orientales
de Cundinamarca con las hoyas de los ríos Negro y Atabapo; y (3) la que debía conducir a los habitantes del
sur del Cauca hacia las cuencas de los ríos Putumayo y Napo:

“Las poblaciones del sur del Cauca podrán colonizar la hoya del Alto Putumayo, entrando por la vía de la la-
guna de La Cocha y por las vertientes del río Guamuéz, afluente del Putumayo por su margen derecha, o por
las del río Guineo que le entra al mismo Putumayo por su ribera izquierda. Para la colonización de estos ríos
deben emplearse los habitantes de las provincias de Pasto y Túquerres, que se aclimatarán perfectamente en
la parte alta de aquellos ríos; los de La Unión, del Guáitara, del Patía, como todos los llamados de las yungas
(regiones templadas) para las localidades planas y cálidas. De todas estas vías la que reclama prelación es la
del Tolima al Caquetá, la cual se podrá ensanchar y conexionar con la parte navegable del Putumayo por los
varaderos del Micaya y Churuncangue, con el fin de ocupar todas aquellas regiones en que vienen avanzando
incesantemente el Brasil y el Perú”71.

Consciente de los inconvenientes de establecer colonias aisladas y distantes de los distritos poblados, Salamanca
propugnó por la apertura de vías de herradura y carreteras y recomendó, también, seguir paralelamente el curso
de los afluentes de los ríos navegables para propiciar los establecimientos de colonos, pues éstos perecerían sin
los suministros de los recursos necesarios y de las medicinas apropiadas.

Por su parte, la Comisión de Ingenieros propuesta se encargaría de seleccionar las áreas adecuadas demarcando
inicialmente una trocha de a pie de cuatro metros de anchura, tras lo cual se procedería a amojonar, de manera
continua, lotes de quinientos metros de frente por cuatrocientos de fondo para que cada colono fuera propie-
tario de veinte hectáreas de terreno, las que, con su respectiva casa, sementera y un par de cada especie de los

71 Ibid. Pág. 83.


53
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

principales animales domésticos (gallinas, patos, pavos, cerdos, cabras, ovejas, ganado vacuno y caballar) debían
ser vendidas a crédito por el gobierno a cada familia de colonos.

Salamanca se ocupó así mismo de establecer algunas recomendaciones acerca de las características y de los
criterios con base en los cuales debía seleccionarse a los colonos:

“Para que la colonización no dé fiasco debe tenerse cuidado en la selección de los individuos, eligiendo jó-
venes de buena salud, vigorosos y de temperamento sanguíneo, en quienes no hace estragos el paludismo;
deben preferirse los campesinos de buenas costumbres morales y habituados al trabajo, porque los viciosos
y vagos que callejean en las poblaciones no se aclimatan en aquellas regiones ni se someten a las faenas del
trabajo, y no pasarán de la condición de zánganos y parásitos, que absorberían inútilmente los recursos de
los buenos trabajadores. Es indispensable llevar buenos maestros de artes y oficios para establecerlos en los
burgos o aldeas (…)”72.

Por último, y convencido de que “el secreto de la paz emana de origen distinto al del respeto que imponen las
armas”, estimó procedente impulsar además la organización en colonias, bajo el mismo régimen de las agrícolas
formadas por “cuerpos de zapadores” y milicianos, de praderas para la cría y engorde de ganados, de plantacio-
nes de café, cacao, caña de azúcar, arroz y maíz, así como de “ingenios movidos por fuerza hidráulica para aserrar
maderas, y beneficiar la caña y los cereales”73.

Cabe aclarar en este punto que las propuestas de colonización amazónica mediante régimen militar, con solda-
dos o policías o guardianes y sus respectivas familias, fueron reiteradas y gozaron de especial atención en mo-
mentos de amenaza territorial, como sucedió a inicios de la década de 1930:

“Cuestiones de Colonización. La poca práctica que hemos tenido en nuestros trabajos en estos lu-
gares nos dice todos los días que solamente por medio del régimen militar, trasportado con criterio
agrícola-económico, es el más directo y económico para obtener resultado. Por esta razón y tenien-
do en cuenta la defensa nacional, hemos creído que con una unidad de 150 soldados-colonos, es
más que suficiente para la empresa que se propone el Gobierno en estas cuestiones. La distribución
la hemos sometido a la consideración del Ministerio de Industrias. Con una unidad así, pueden
suprimirse las secciones de policía, los resguardos y otros servicios similares. El resultado que se va
obteniendo en las colonias del alto Putumayo y Caquetá, me sirve de argumento, para repetir en
este informe, la petición cablegráfica”74.

Después de más de tres siglos de haber emprendido España en Hispanoamérica la empresa colonizadora –“es-
piritual, cultural, agraria, minera”-,75, la imposición del idioma, hasta el presente de una y única lengua nacional,
continúo formando parte, invariablemente, de la política de dominación relativa a los naturales.

Por tradición histórica, los procesos de dominación colonial –en particular los encuentros de europeos con
“otros”- se caracterizaron por la imposición de las lenguas invasoras en detrimento de las de los conquistados y
colonizados bajo la convicción pero, sobre todo, bajo el pretexto, del carácter “incompleto” e “insuficiente” de
sus “dialectos”, limitación que se le atribuyó, “sin duda”, al “escaso número de sus ideas”, a su “incapacidad de
previsión y reflexión” e incluso a “su estupidez”, según lo expresara el naturalista francés Charles La Condamine
en el siglo XVIII76.

72 Ibid. Pág. 85.


73 Ibid. Pág. 85-86.
74 ACEVEDO, Luis. “Informe dirigido al Sr. Ministro de Relaciones Exteriores por el Coronel L. A., jefe del Grupo de Coloniza-
ción del Amazonas, Caquetá y Putumayo”. Leticia, Octubre de 1930. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno,
Sec. Primera, T. 989, Fols. 563.
75 CONDAMINE, Charles Marie de la. Relation abrégeé d’un voyage fait dans l’intérieur de l’Amérique méridionale, depuis
la Côte de la Mer du sud jusques aux côtes du Brésil et de la Guiane, en descendant la riviére des Amazones. Documento
citado en: PERNETTY, José. “Disertación sobre América…”. Pág. 176.
76 SOLANO, Francisco de. Documentos sobre política lingüística en Hispanoamérica, 1492-1800. Madrid: Consejo Superior
54 de Investigaciones Científicas, Centro de Estudios Históricos, 1991. Pág. XIX.
Comando militar en Sibundoy. 1933. Álbum
personal del Mayor Carlos Alberto Vergara
Puertas, ex-combatiente del conflicto militar
Colombo-Peruano. Propiedad de Eduardo Ariza.

Muy pronto, en esos primeros encuentros


coloniales, surgió una dictadura de lo es-
crito que fue borrando otras “memorias”
e imponiendo otra “verdad”, otros códigos
contenidos en distintos documentos; así,
el lenguaje y la escritura se convirtieron en
instrumentos esenciales de estos cursos de
dominación y subordinación.

Por consiguiente, y como parte del largo y


conflictivo proceso de integración del valle
de Sibundoy y de la Amazonia colombiana,
la difusión e imposición de la “lengua na-
cional” fue un instrumento relevante en las
políticas que, en su afán estructural, busca-
ron la incorporación de la frontera amazóni-
ca al conjunto de la sociedad nacional. Así,
la competencia lingüística entre “la mul-
titud de tribus indígenas” –la mayor parte
de las cuales tenían su dialecto propio- fue
considerada una “barrera” en tanto dificul-
taba el acercamiento de los indios con los civilizados (y viceversa) y propiciaba que se sostuvieran “más y más en
sus costumbres”. Como ya se dijo, no sólo se suponía y manifestaba que dichos dialectos eran muy “pobres” e
insuficientes para expresar ciertas ideas, sino que se consideraba necesario implantar la enseñanza en la escuela
a fin de propiciar que recurriesen, cada vez con mayor frecuencia, al uso del castellano.

Después de más de dos décadas de haber ingresado los misioneros capuchinos al Putumayo, éstos albergaban
“fundadas esperanzas” de que en un tiempo, no muy lejano, los muchos dialectos finalmente desaparecerían:

“Una vez se haya logrado del todo que hablen el castellano es evidente que se notará un acercamiento bien
pronunciado a la civilización cristiana a que se los quiere conducir, puesto que ya no estarán tan aislados
como han estado hasta hace algunos años, a pesar de estar rodeados de gente civilizada. Ese aislamiento
era consecuencia necesaria de la falta del vehículo indispensable, que es la lengua comúnmente entendida.
Esta ventaja es la que va produciendo la instrucción primaria entre ellos. Si se notan adelantos apreciables
hacia la civilización entre estos indígenas, es porque han comenzado a convivir íntimamente con los blancos,
y esa convivencia ha tenido lugar, desde el momento en que han podido entenderse con facilidad, y todo ello
dimana de la Instrucción primaria, puesto que lo primero que se procura es que aprendan bien, o lo mejor
posible, la lengua nacional”77.

A mediados de la década de 1920 surgieron nuevas propuestas, ahora de carácter binacional, con el fin de
integrar, “de modo efectivo y real”, los territorios orientales de Colombia y Ecuador mediante la creación de
“colonias mixtas, civiles y militares”. En aquella época todavía se creía que ambos países, aparte de ser conside-
rados “verdaderos hermanos”, compartían preocupaciones similares en relación con la suerte de sus territorios
orientales. De un lado, y a raíz de la expedición de la Cédula Real de 1802, la soberanía de una apreciable porción
de la Amazonia ecuatoriana había quedado en entredicho, lo que efectivamente generó, en posteriores décadas
del siglo XX, disputas diplomáticas y enfrentamientos militares entre Ecuador y Perú. De otro lado, en el caso
colombiano, ya se sabía de las atrocidades que desde los inicios del siglo XX venía cometiendo la Casa Arana en el
77 CANET DE MAR, Benigno de. “Informe del Encargado de la Inspección General de Instrucción Pública al Comisario Es-
pecial del Putumayo”. Sibundoy, 16 de mayo de 1922. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera,
T. 887, Fols. 114-115. Los subrrayados son nuestros.
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Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Putumayo, ya que no sólo el periódico londinense Truth había dado cuenta pública en 1909 de sus abominables
crímenes78, sino que en años anteriores los periódicos de Iquitos La Sanción y La Felpa se habían encargado de
difundir las acusaciones judiciales formuladas por Benjamín Saldaña Rocca, ante el Juez del Crimen de Iquitos,
contra la empresa cuachera y sus capataces, amén de las cartas y denuncias, mucho más tempranas, por cierto,
que caucheros colombianos y miembros de las autoridades locales y regionales hicieron llegar al Presidente de
la República, al Ministro de Gobierno y, aun, al Ministro de Relaciones Exteriores, sin que nada de lo referido
hubiera significado respuesta eficaz alguna en favor de los indígenas y empresarios nacionales.

En vista del silencio gubernamental, se llegó incluso a difundir el rumor de que el presidente Rafael Reyes (1904-
1909) era socio del peruano Julio César Arana, su fundador. Así, Santiago Rozo, ex cónsul de Colombia en Manaos,
denunció formalmente al mandatario, ante las autoridades colombianas respectivas, por “traición a la patria”79.

En este contexto de atropello a la soberanía, y con visible preocupación frente al avance peruano, se llegó a pensar
en promover, conjuntamente con el gobierno ecuatoriano, una colonización caracterizada por la creación de “co-
lonias mixtas” a las cuales se destinaría el mayor número de penados recluidos en las penitenciarías respectivas
en razón que se hallaban “consumiendo la riqueza pública, infructuosamente restándole brazos a las industrias,
pervirtiéndose más bien que moralizarse, por falta de algo que les despierte el amor al trabajo con algún halago”.

Se planteó, entonces, que al formarse núcleos industriales y de comercio en dichas colonias, y dotándolas de
buenas vías de comunicación, allí terminarían por confluir, de modo natural, capitalistas nacionales y extranje-
ros, proletarios y, en fin, una inmigración a la cual seguiría el surgimiento de grandes empresas. Tal optimismo
radicaba en la alta estimación en que se tenía el sistema impuesto por el Reino Unido en sus colonias de ultra-
mar –como Australia-, el cual consistió en la deportación de miles de sus presidiarios a éstas, donde se les había
enseñado a trabajar. Una vez regenerados, todos ellos, “gratos y orgullosos”, habían acudido a defender a la me-
trópoli en la primera contienda mundial. En consecuencia, se preveían resultados similares para ambas naciones
hermanas de continuar con la idea de establecer colonias penales:

“La institución militar de los dos países ganaría notablemente formando verdaderos cuerpos de zapadores,
que a la vez servirían de custodios para los penados, y más que esto, para hacer valer sus derechos e impo-
nerse de modo evidente ante las pretensiones de los vecinos codiciosos, que a menudo los atropellan con
detrimento de la integridad nacional y de los fueros de la justicia y del derecho”80.

Otras voces y otras propuestas tendientes a la incorporación económica del Putumayo y de los territorios orien-
tales fueron frecuentes en el transcurso de la primera mitad del siglo XX, algunas de las cuales estuvieron re-
lacionadas con el fomento de “cultivos coloniales”. Con esta motivación y este propósito, el Comisario Jorge E.
Mora creó, en virtud del Decreto número 69, el cargo de “explorador industrial” a fin de establecer un centro de
experimentación para cultivos de algodón, café, cacao, guaraná, higuerilla, morera, té e ipecacuana, entre otros.

Hondamente influido e impresionado por los consejos del explorador europeo Florent Claes, quien visitó por la
época el Putumayo para adelantar sus investigaciones acerca del yagé, Mora propugnó, animado por la convic-
ción de que ello atraería industriales y capitales, por la elaboración de muestrarios y mapas que sirviesen para
dar a conocer las riquezas de las inmensas selvas. Claes, por su parte, expresó admirado que “aquí la naturaleza

78 El norteamericano W. E. Hardenburg, quien había recorrido el río Putumayo, publicó en el periódico Truth una serie de
artículos, el primero de ellos titulado “El Paraíso del Diablo”, en que denunciaba las prácticas crueles contra los indios
por parte de los capataces de Casa Arana, ya convertida, por entonces, en Peruvian Amazon Company. Sus denuncias,
que comprometían a los socios británicos, generaron un escándalo público de considerables repercusiones en el Reino
Unido.
79 Se encuentra un análisis de la acusación y del proceso adelantado por Santiago Rozo contra Rafael Reyes en: GÓMEZ
LÓPEZ, Augusto Javier. “Traición a la patria”. Universitas Humanística. Historia. Año XXII, No. 37, enero - junio, 1993.
Págs. 6-24.
58 80 BETACOURT TAPIA, Marco A. “Carta al señor Luis Napoleón Dillón”. Pasto, 16 de septiembre de 1925. AGN: Sec. Repú-
blica, Fdo. Baldíos, T. 63, Fol. 6.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

sonríe y convida al trabajo. El café, cacao, y por sobre todo la palma africana, que produce una grasa superior a
cualquier otra, y que tiene mercado en todo el mundo, serían la base de la riqueza de la Nación”81.

El diligente Mora planteó también otras propuestas para la colonización e integración económica de la región
oriental, no sin antes manifestar su malestar, ante el Ministro de Gobierno, por la necia negligencia en que se
tenía a las regiones más ricas: “somos los avaros del mundo: gritamos terriblemente al oír hablar de peruanos
pero en nada nos sirven nuestras inmensas selvas y dormimos sobre nuestras riquezas, sin sacar fruto alguno
de ellas…”. A renglón seguido, proponía la constitución de una “compañía particular para el fomento de las in-
dustrias del Oriente, al amparo de una verdadera colonización, que obedezca no sólo al interés particular, como
punto primordial, pero sí a la sombra del interés privado, que es el que ha realizado las grandes obras de progre-
so y de colonización, como son testigos los Estados Unidos, Inglaterra, Bélgica, Alemania, en sus propios centros
y en sus colonias, tales como la India y el Congo”82.

El viejo sueño decimonónico de emprender la colonización en vastas áreas de territorios baldíos de la nación
(Llanos Orientales, Magdalena Medio, valle del Sinú y Amazonia), con base en el estímulo a la inmigración ex-
tranjera, resurgió con frecuencia en las primeras décadas del siglo XX, especialmente en el Putumayo. Para
el caso específico de esta región, las referencias y comentarios expresos en cuanto a los planes tendientes a
promover la inmigración extranjera estuvieron relacionados con la manifiesta oposición –desde la década de
1920, hasta bien avanzado el siglo XX- a las continuas pretensiones de los capuchinos de contratar y fomentar
el ingreso y establecimiento de individuos y familias españoles en calidad de maestros, artesanos y agricultores.

Después del fracaso del proyecto colonizador emprendido por los capuchinos y que trató de materializarse en
marzo de 1917 en la fundación de Alvernia –un poblado al cual trataron de engancharse en vano 23 familias
antioqueñas (unas 130 personas) porque al poco tiempo de haber llegado al Putumayo abandonaron el esta-
blecimiento original-, los misioneros se interesaron vehementemente en promover la entrada de extranjeros,
especialmente españoles. En respuesta, las autoridades de Nariño y el Putumayo, pero también muchos nari-
ñenses que pretendieron establecer fincas y haciendas en el valle de Sibundoy y el piedemonte, lo mismo que
muchas otras gentes de la región, incluso individuos “pobres de solemnidad” que deseaban acceder a tierras,
recurrieron con frecuencia a expresiones como “traición a la patria” o se refirieron a “los intereses de la nación”
pues vieron con disgusto las pretensiones capuchinas de promover la inmigración foránea. Lo dicho se constata
en una comunicación de Enrique Puertas, Comisario Especial por entonces del Putumayo:

“(…) pensar en traer inmigrantes extranjeros al territorio es un contrasentido; demos la mano a los
propios, y cuando su esfuerzo sea insuficiente para los fines que se anhelan, solicitamos el concurso
ajeno, estableciendo inviolables condiciones de selección y laboriosidad y cerrando incondicional-
mente nuestros puertos y fronteras al desecho social de los pueblos extranjeros”83.

El mismo Comisario, conocedor de la miseria de los colonos ya establecidos en el Putumayo y de los que habían
tenido que migrar al territorio ecuatoriano en busca de mejor suerte, propugnó por el apoyo a éstos y no a los ex-
tranjeros: “siendo pues innegables las buenas condiciones de los habitantes del Putumayo, debe preferírselos para
la colonización, auxiliándolos en su miseria, dándoles semillas, herramientas, etc. y procurando traer a Colombia a
los que se encuentran en el Napo, el Aguarico y otros lugares y que por su aclimatación y comprobada resistencia,
son los más adecuados para la vida de los ríos”84.

La continuación de los conflictos limítrofes con el Perú, que también suscitó expresiones y sentimientos de cuño
patrio y nacionalista, específicamente por la amenaza que seguían representando para la integridad soberana
la Casa Arana, en el Putumayo, y la hacienda La Victoria –de propiedad del médico peruano Enrique Vigil–, en la
81 Documento de Jorge E. Mora en el cual él mismo cita una carta que le fuera enviada por Florent Claes. Después de di-
cha cita, el autor continúa su informe. (“Carta dirigida al señor Ministro de Gobierno”. 1925. AGN: Sec. República, Fdo.
Ministerio de Gobierno, T. 922, Fol. 30).
82 Ibid.
83 PUERTAS, Enrique. “Informe que el Sr. Comisario Especial del Putumayo rinde al Sr. Ministro de Gobierno”. 1925. AGN:
Fondo: Sec. República, Ministerio de Gobierno, T. 922, Sec. Primera, Fol. 214.
84 Ibid. Fols. 214-215.
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Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

ribera izquierda del río Amazonas, a seis kilómetros de Leticia85, motivó decisiones del gobierno central, en Bogo-
tá, tendientes a ejercer actos de soberanía. Para tal fin se crearon la Comisaría del Amazonas y el así denominado
“Grupo de Colonización del Amazonas, Caquetá y Putumayo”, cuyo Jefe, Alfredo Villamil Fajardo, consideraba
que el “principal problema a resolver en la Amazonía era el de la colonización (…) ya que un territorio deshabi-
tado puede estar bajo jurisdicción de una nación, pero no estará incorporado a la unidad nacional mientras no
cuente con un núcleo apreciable de habitantes”86.

Villamil, quien no sólo era consciente de la urgencia con que debía actuar el gobierno para dotar la región de vías
de penetración y de medios de transporte y comunicaciones rápidos, opinaba además que la colonización de la
Amazonia no podía hacerse sino de la periferia al centro87. Sin embargo, sus planteamientos generaron un gran
malestar entre ciertas personas y autoridades civiles, especialmente del departamento de Nariño, pues se los
interpretó como una expresión más del desinterés gubernamental en cuanto al apoyo y fomento, desde Pasto,
de la colonización del Putumayo, cuyas tierras eran consideradas por los nariñenses como propias.

La polémica que por aquella época se suscitó comprometió aspectos que merecen ser destacados desde el
punto de vista histórico. En primera instancia, aspectos coyunturales, como el real control peruano ejercido en
buena parte del Putumayo (especialmente en las áreas de los ríos Cará-Paraná e Igará-Paraná) y el Trapecio Ama-
zónico –por medio de la hacienda La Victoria-, explican el planteamiento que por entonces hiciera Villamil, pues
desde la perspectiva de las autoridades centrales se trataba de neutralizar el control y la injerencia peruana; de
ahí, la importancia y el privilegio que el gobierno quiso otorgarle al Trapecio a través de la creación de la Comisa-
ría del Amazonas y apoyando las actividades del Grupo de Colonización del Amazonas, Caquetá y Putumayo, en
el sentido de establecer “comunicaciones rápidas”, como lanchas rápidas a vapor, que hicieran más eficaces los
vínculos de Leticia por los ríos Amazonas y Putumayo, no sólo con Puerto Asís sino con otros centros del interior
del país. El Grupo mismo propuso, además, que se fomentase la actividad agrícola y comercial en las márgenes
del río Putumayo recurriendo al establecimiento de colonos, especialmente en San Miguel y Caucayá, e igual
proceder se sugirió en relación con La Tagua, en el río Caquetá88.

Cabe destacar aquí, como complemento a lo dicho respecto de las ambiciones colonizadoras de la misión capu-
china, que por mucho tiempo prevaleció la creencia de que los monjes compartían la propuesta de Villamil y, en
suma, del gobierno central, lo que motivó aún más el disgusto de los nariñenses, quienes no dudaron en califi-
carla de una “traición a la patria” en la cual se hallaban implicados el primero y especialmente los misioneros, ya
que éstos no sólo habían concebido y promovido hasta entonces la colonización del Putumayo, con base en el

85 En virtud de la nueva situación limítrofe que se planteó a partir de la firma del Tratado entre Colombia y el Perú, en
1928, el territorio en que estaba ubicada la hacienda La Victoria fue ratificado como colombiano, decisión que colocó
a la misma en una situación inconveniente ya que, con mercados en Brasil y en el Perú para sus productos, éstos sólo
podrían distribuirse como contrabando. Esto explica el porqué Vigil fue uno de los más radicales y visibles enemigos
que tuvo en Loreto dicho convenio: como “profesional de fácil palabra y atrayente simpatía, más inteligente que todos
los individuos que componen la directiva del grupo de Arana y casado con una dama vinculada a las familias más pu-
dientes de Loreto”, tuvo éxito en su interesada campaña contra el Pacto y en su fobia contra Colombia, entre el ámbito
de la sociedad de Iquitos, e hizo quizá más daño en el ánimo de los loretanos que la agresiva campaña del Grupo del
Putumayo. (…) hasta el último momento trató Vigil de obstaculizar la discusión y aprobación del Protocolo. A mediados
de diciembre, cuando en Lima finalizaba el debate, hizo firmar de los moradores de la margen izquierda del Amazonas
y de los de Leticia y sus alrededores, telegramas de protesta, haciéndoles creer que al aprobarse el Pacto perderían
ellos el derecho a la posesión de sus fundos y el fruto de su trabajo” (VILLAMIL Fajardo, Alfredo. “Regiones amazónicas,
memorando sobre los problemas que confrontará Colombia al iniciar la organización administrativa y colonización de
ellas”. 1928. AGN. Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 966, Fols. 512-526). Véase, también, al
respecto: DOMÍNGUEZ OSSA, Camilo A. y GÓMEZ LÓPEZ, Augusto Javier. Nación y etnias: conflictos territoriales en la
Amazonía 1750 - 1933. Santafé de Bogotá: COAMA-Unión Europea; Gaia-Fundación Puerto Rastrojo; Disloque Editores,
1994. Págs. 227-230.
86 VILLAMIL FAJARDO, Alfredo. “Informe sobre colonización en la Amazonía”. 1930. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio
de Gobierno, T. 1005, Fol. 272.
87 Ibid. El subrayado es del autor.
88 CADAVID, Ricardo. “Informe que el señor Comisario Especial del Putumayo rinde al señor Ministro de Gobierno, sobre
la marcha de la Comisaría en el año de 1930”. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 1000,
60 Fols. 475-476.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Grupo de familias de la colonia antioqueña de Alvernia. Comunidad Religiosa Capuchina. 1916. Informes sobre las
misiones del Putumayo. Bogotá. Imprenta Nacional.

proyecto de apertura y mejoramiento de la vía Pasto-Puerto Asís, sino que formaban parte de la Junta de Baldíos
que en 1913 se había creado en Pasto con la misma finalidad.

Otro de los aspectos concomitantes y manifiestos en torno a los cuales se suscitó ardua polémica tuvo que
ver con la “orientación” que debía dársele a la colonización, es decir, si del centro hacia la periferia y/o si de la
periferia hacia el centro. Los episodios extractivos, como el del caucho, que hasta los inicios del siglo XX habían
impuesto un tipo de ocupación temporal del espacio amazónico colombiano caracterizado por las estructuras
“tipo campamento” de los asentamientos humanos, se mostraron incapaces de generar un proceso colonizador
en la medida que no redundaron en una ocupación social territorial sostenida y permanente.

Por su parte, las experiencias del pasado colonial en los siglos XVII y XVIII, particularmente los intentos de los
misioneros franciscanos de acometer la labor de poblar a través de la creación de pueblos de indios o reduccio-
nes, habían dejado una profunda frustración pero, también, enseñanzas importantes: las reducciones fundadas
y vueltas a fundar en Teffe, y aun en el medio río Putumayo, como San Diego y Concepción, fracasaron reite-
radamente, entre otras muchas causas, por dificultades reales para su administración y abastecimiento, entre
ellas los malos caminos y los precarios medios de navegación, sin ocultar, claro está, los problemas de despobla-
miento de las reducciones causados por los ataques de las tropas esclavistas, las enfermedades y epidemias, los
levantamientos y, en general, los diversos actos de resistencia de los indios reducidos.

De todas maneras, ya en la segunda mitad del siglo XVIII, los misioneros debieron contentarse con las reduccio-
nes que habían fundado una y otra vez contra la cordillera de los Andes; aun así, éstas siguieron siendo inestables
y de vida efímera porque la cadena montañosa seguía oponiendo una barrera, hasta entonces insalvable, que
impedía vínculos más permanentes y sólidos con centros como Pasto y Popayán. La construcción, adecuación y
mantenimiento de trochas y caminos y, en suma, de infraestructura vial, incluidos los proyectos de navegación,
eran vistos como la “vía” más segura, “sensata” y “científica” para fomentar la ocupación progresiva y perma-
nente de las tierras “incultas” y “baldías” del Putumayo y, en general, del piedemonte y la planicie amazónicos. 61
Carretera La Tagua-Caucayá. Sr. Carlos Miller. 1933. Informe
sobre una inspección de las condiciones sanitarias a lo largo de
la vía principal de transportes entre Bogotá y la zona de guerra.
Archivo General de la Nación. Ministerio de Gobierno. S. 1ª. T.
1056.

Sin embargo, las alternativas de “sembrar población” y


establecerla de manera perdurable en áreas distantes e
incomunicadas, estaban condenadas al fracaso, según la
opinión de muchos de los interesados:

“Tratar de fundar centros de colonización o agrícolas


en las regiones del Bajo Putumayo y otras semejan-
tes, es aventura demasiado peligrosa. En cualquier
forma que tales centros se funden, están llamados
al fracaso, pues encontrándose aislados mal pueden
progresar en forma alguna, y para demostrarlo, basta
las pequeñas y dolorosas experiencias llevadas ya a
cabo. En este territorio se fundó una colonia agrícola
que se llamó Alvernia, y encontrándose en las condi-
ciones expuestas, fracasó de manera rotunda”89.

Por lo tanto, si se buscaba colonizar e incorporar de ma-


nera permanente las selvas orientales, debían construir-
se caminos y pueblos lo cuales, a su vez, estimularían, de
manera continua, la ocupación gradual de las tierras ad-
yacentes para su usufructo agrícola y ganadero. No obs-
tante, las propuestas del gobierno central de la época, en
gran medida expresadas y materializadas en los planes y
acciones del mencionado Grupo de Colonización, obede-
cieron coyunturalmente a las presiones y pretensiones de
avance y dominio territorial de uno de los países vecinos
desde los inicios del siglo XX hasta comienzos de la década
de 1930. El texto de la cita que a continuación incluimos alude, precisamente, a varios de los asuntos en torno a
los cuales se suscitó polémica, asuntos que ya hemos identificado y explicado en su debido contexto:

“En suma:

1. -La colonización debe principiarse por Pasto, ya que Nariño tiene medio millón de colombianos, continuan-
do la carretera Pasto- La Cocha que ordenó construir la Ley 95 de 1919. Para llegar al valle de Sibundoy, es ya
cosa de poco costo.

2. -Efectuar obras de colonización por el Amazonas, por medio de la navegación por agua y por naves aéreas,
es cosa que pueden hacerlo naciones muy ricas como Inglaterra, menos Colombia, en donde hoy se piensa
hasta en los sueldos de los porteros. Se está gastando mucho dinero en esto, y todo está perdido, porque
en ninguna parte del mundo se efectúa la colonización al revés, de la montaña a los centros populosos, sino
al contrario, conforme lo indica el sentido común y lo han practicado las naciones europeas en el África. El
internacionalista Bry nos refiere que la colonización se hace allí entre cada población, uniéndolas, a manera
de una mancha de aceite. Y, ¿cómo colonizamos nosotros, pobres, sin un camino de herradura siguiera [sic]
hasta Puerto Asís, por los aires y por medio de navegación?

Como al Gobierno de Nariño jamás se le habla sobre esto, aunque el Putumayo le pertenece por Ley, y se
hacen las cosas ocultándonos todo y contrariando por mil modos la idea lanzada por muchos patriotas acer-

89 CADAVID, Ricardo. “Informe del Comisario Especial del Putumayo al Señor Ministro de Gobierno”. Puerto Asís, 28 de
62 Abril de 1930. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 985, Fols. 561-571.
Río Putumayo. Puerto Asís. Nereo López
Mesa. 1963. Homenaje Nacional de fotografía.
Ministerio de Cultura. Bogotá. 1998.

ca de que el único medio de colonizar el


Putumayo es continuar la carretera ex-
presada, se está engañando al Gobierno,
pintándole las maravillas del Amazonas,
y abandonando absolutamente el medio
más científico y económico de colonizar
el Putumayo, cual es la continuación de la
carretera Pasto-La Cocha, que sabiamente
se ordenó construir por la Ley 95 de 1919
citada. Digo engañando al Gobierno, por-
que la gente sensata y patriota, lo mismo
que todos los intelectuales, han sostenido
de manera irrefutable que todo trabajo
está perdido, si no se continúa la coloni-
zación desde Pasto; y han visto como una
traición a la Patria la idea de iniciarla por
el Amazonas, por los enormes gastos que
ya se han hecho y se seguirán haciendo,
sin resultado práctico alguno, y cerrando
como con puerta otomana, la entrada a la
colonización de Nariño”90.

En cuanto a los capuchinos –que, se creía,


trabajaban “intensamente” para empren-
der la colonización del Putumayo desde el
Amazonas y quizá ya habían desechado la
idea de adelantarla desde Nariño, “quién
sabe si de manera suspicaz” y prescindien-
do de los contingentes de los centros po-
pulosos donde la gente se hallaba en todas
partes “a borbotones solicitando trabajo”–,
se consideró que estaban “ciegamente errados” y, si persistían en su empeño, resultaba más conveniente, te-
niendo en cuenta la “noción de Patria”, enviar al Putumayo misioneros jesuitas de nacionalidad colombiana91.

Impulsados por un propósito similar, y con el ánimo de hacer escuchar su voz de alarma, se pronunciaron los “ve-
cinos del Municipio de Sucre”, en el Putumayo, pues temían que el gobierno los abandonara a su propio destino:

“(…) las poblaciones nuevas e incipientes son las que más atenciones y más cuidados necesitan por parte de
las autoridades a fin de que el trabajo hasta aquí hecho no se pierda y que no resulte nugatoria la verdadera
colonización; pues según eminencias pensadoras, la colonización debe perfeccionarse desde su principio, ella
debe arrancar de los centros adelantados e irse concatenando sin interrupción. Cuando tengamos una carre-
tera que, partiendo de la Capital del Departamento de Nariño, una estas poblaciones y se prolongue hasta
Puerto Asís, acortando las distancias, entonces tendremos ya derecho para avanzar y fundar nuevos pueblos
enlazados entre sí con caminos adecuados; pero querer avanzar sin caminos es una pretensión efímera”92.

No cabe duda que la carencia de caminos y, en general, de vías de comunicación, fue durante décadas uno de los
problemas centrales desde cuando se pensó y pretendió incorporar las tierras orientales. Así lo había advertido,
90 RINCÓN, Nemesiano. “Carta dirigida al Sr. Carlos E. Restrepo”. Pasto, 23 de octubre de 1930. AGN: Sec. República, Fdo.
Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 1050, Fols. 745-747.
91 Ibid.
92 COLONOS DEL MUNICIPIO DE SUCRE. “Carta dirigida al Comisario Especial del Putumayo”. Sucre, 13 de diciembre de
1929. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 985, Fols. 541-542.
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Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Camino construido por los misioneros capuchinos entre Mocoa y Puerto Umbría. Comunidad Religiosa Capuchina. 1913.
Misiones católicas del Putumayo. Documentos oficiales relativos a esta comisaría. Bogotá. Imprenta Nacional.

desde muy temprano, el Prefecto del Territorio del Caquetá, en 1850: “jamás saldrá este territorio de su antiguo
y lamentable ser, si no se vencen las dificultades y se hace lo posible para ponerle buenas vías y en comunicación
con todas las provincias limítrofes, que es una de las bases fundamentales”93.

Por lo tanto, la navegación a vapor por río Putumayo, la apertura, adecuación y mantenimiento de trochas, ca-
minos y, más tarde, de carreteras, fueron propósitos determinantes en los procesos de integración del valle de
Sibundoy y el piedemonte, y en ello insistieron de manera recurrente, desde mediados del siglo XIX y a lo largo
del XX, las autoridades civiles y eclesiásticas locales y regionales, los interesados en la colonización y el fomento
de negocios agropecuarios y todos aquellos quienes ejercieron actividades extractivas, como los “madereros” y
propietarios de aserríos.

Sin embargo, los esfuerzos vertidos en la apertura y reiterada adecuación del camino que de Pasto conducía a
Puerto Asís no fueron constantes y algunos exploradores extranjeros, incluso, recomendaron al Presidente de
la República, General Pedro Nel Ospina, algunas medidas que, por supuesto, incluían la libre navegación del río
Putumayo hasta el Amazonas como “la única manera de dar vida a inmensas extensiones de tierra colombiana,
hoy abandonadas casi por completo”, a la par que sugerían el otorgamiento, por parte del gobierno nacional, de
facilidades a las “compañías poderosas para explotar sus grandes riquezas naturales” contando para ello con un
“buen camino de Pasto hasta Puerto Asís”94.

Muchos años después de colmados los esfuerzos exitosos de Rafael Reyes y la Compañía del Caquetá en relación
con la navegación para la exportación de las quinas, el establecimiento y la consolidación de la navegación a
vapor con el fin de fomentar la colonización y, con ello, la defensa territorial en la Amazonia colombiana, fue un

93 TORO, Miguel Ignacio. “Informe del Prefecto del Caquetá al Secretario de Gobierno”. Mocoa, 7 de febrero de 1850.
AGN: Pág. 4.509, sin foliación.
94 KORNEL, Ernesto. “Carta dirigida a Pedro Nel Ospina”. 1923. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec.
64 Primera. T. 886, Fol. 381.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Buque Hospital Nariño en el río Putumayo. C.a. 1933. Amazonia colombiana:


un estudio de bioantropología histórica. Ministerio de Cultura. Bogotá. 2000.

asunto que suscitó importantes reflexiones y propuestas, la mayoría de las veces sustentadas en el conocimiento
que del curso de esos ríos, de las poblaciones ribereñas o sencillamente de sus vastas soledades habían adquiri-
do varios de los proponentes.

Después de los logros del propio Reyes es difícil advertir en qué momento “el país” o, mejor, los empresarios y los
políticos abandonaron la idea, si alguna vez la tuvieron, de conectarse con Europa y Estados Unidos de América
por el Atlántico, vía el río Putumayo el cual, como se sabía, era navegable desde La Sofía hasta su desemboca-
dura en el río Amazonas. También es difícil determinar si tal experiencia exitosa suscitó, en efecto, un amplio
interés entre sus contemporáneos, dada ya la certeza de la conexión con Europa siguiendo la ruta fluvial Putu-
mayo-Amazonas. Sobra expresar que, tal y como había sucedido durante la Colonia, los gobiernos republicanos
siguieron privilegiando la navegación del río Magdalena como la ruta “natural” de comunicación con El Caribe
y el continente europeo; incluso desde muy temprano, cuando se otorgó a Juan Bernardo Elbers el contrato de
navegación a vapor de dicho caudal95.

La ruta de los ríos Meta y Orinoco96 empleada por los jesuitas en tiempos coloniales, se consideró inconveniente
desde entonces por temor al fomento del contrabando, tal y como sucedió en los siglos XIX y XX en relación con

95 Los remeros o bogas del río Magdalena huían con frecuencia, abandonaban las embarcaciones y se ocultaban en los
bosques. Por estas y otras dificultades, el Congreso de la República otorgó, desde el año de 1823, el privilegio exclusivo
de navegación a vapor a Juan Bernardo Elbers, quien a su vez se comprometió a introducir los buques necesarios para la
navegación fluvial del Magdalena (LÓPEZ DOMÍNGUEZ, Luis Horacio. (Ed.) Administraciones de Santander 1826- 1827.
Bogotá: Biblioteca de la Presidencia de la República, 1990. Pág. 252).
96 El coronel inglés James Hamilton también obtuvo el privilegio exclusivo de navegación a vapor por el río Orinoco en el
mismo año de 1823. No obstante, el gobierno le suspendió posteriormente dicho privilegio por medio del Decreto de 13
de febrero de 1826. A finales del siglo XIX, el francés José Bonnet obtuvo un contrato de navegación a vapor por el río
Meta, el cual estuvo vigente de 1890 a 1899. Una historia debidamente documentada acerca de la navegación de este
río ha sido elaborada por el investigador Roberto Franco: FRANCO, Roberto. Historia de Orocué. Bogotá: Kelt Colombia;
ECOPETROL, 1997.
65
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Caucayá saluda a los cañoneros Cartagena y Santa Marta.


Coronel Pinzón Forero. S.f. Museo Militar.

la del Putumayo-Amazonas. Ese recelo de las autoridades coloniales y republicanas, en uno y otro caso, no expli-
ca exclusiva ni satisfactoriamente por qué se “olvidaron” durante siglos las rutas del Meta y el Putumayo; existen,
por supuesto, otras razones históricas, económicas, políticas y, aun demográficas, incluidos “factores nuevos”,
los cuales han incidido en que hoy persistan todavía ciertas dificultades para su regular tránsito y navegación.

El establecimiento de la navegación a vapor, periódica o regular, de ciertos ríos de la hoya amazónica, se consi-
deró como una de las acciones que el gobierno debía emprender con urgencia y como expresión de su dominio
efectivo en la región. No obstante la validez de dicha urgencia, y la pertinencia política y territorial que para
el país implicaba tal medida, la persistencia de muchas dificultades, de diverso orden, hacía impracticable por
aquel entonces este tipo de navegación; es más, su éxito por ríos como el Putumayo, el Caquetá y el Orteguaza,
por ejemplo, dependía en gran medida de su vínculo con vías terrestres que comunicaran con las poblaciones
que estaban surgiendo en el piedemonte porque, de lo contrario, no habría pasajeros ni mercancías “que llevar
y traer”. Así mismo, los costos de navegar eran considerables:

“(…) deberá tenerse en cuenta el gasto de un vapor en combustible, que por ahora no puede ser otro que la
leña; la hay en abundancia, pero el gasto de este combustible en un vapor de mediana capacidad, tal como el
Nariño, de 150 toneladas, adquirido recientemente por el Grupo Colonizador, es no menor de 3.000 astillas de
leña en marcha por cada 12 horas, que no pueden adquirirse por un precio no menor de $40.oo, y este gasto
en 15 o 20 días de viaje, representa una suma de bastante consideración, que unida al gasto de combustible,
indispensable para mantener la presión de las calderas durante las paradas, gasto de personal de la nave y
preparaciones de la misma, suma una cantidad considerablemente cuantiosa. Y situemos esta nave ú otra
semejante en el primer puerto de la Comisaría del Putumayo, que lo es Puerto Asís, sobre el río del mismo
nombre; ¿hacia dónde emprenderíamos la marcha con él?, ¿a puertos extranjeros como Manaos o Iquitos, o
a puertos del país?. En el primer caso, ¿qué podríamos llevar a esos puertos extranjeros que siquiera pagasen
en una mitad el viaje del barco?. En estos territorios sólo se explota en mínima escala productos naturales,
tales como el caucho, la balata, el chicle &, (sic) que en lo que respecta a esta Comisaría, y reunidos en años,
apenas si alcanzaría a llenar un cupo de 100 toneladas. Movilización de pasajeros, no la hay. Llegado que fuera
66 el vapor por Manaos o a Iquitos con un costo mínimo de $1.500.oo, ¿qué nos podría traer de esos puertos?.
Puente sobre el río Pepino. Mocoa-Puerto
Asís. Álbum personal del Mayor Carlos
Alberto Vergara Puertas, ex-combatiente
en el conflicto Colombo-Peruano.
Propiedad de Fernando Ariza. Sobre las
riberas de este río se realizaban pequeñas
actividades de mazamorreo, además
constituía un paso de importancia para
viajeros, comerciantes y pobladores. Los
esfuerzos de los misioneros Capuchinos
y de empresas particulares de ingenieros
lograron en la década de 1930 superar la
dificultad de este cruce.

Si nos trae mercaderías corrientes, en Puerto Asís apenas, nos saldrían al doble del costo de las introducidas
por el Departamento de Nariño (…)”97.

A comienzos de la década de 1930, con motivo del conflicto colombo- peruano (1932-1933) la navegación, con
fines militares, por supuesto, debió establecerse a la fuerza y ella dio nacimiento sobre el río Putumayo, en el
lugar de Caucayá, muy pronto renombrado Puerto Leguízamo, a la Fuerza Naval del Sur. El progresivo y creciente
poblamiento ribereño y del piedemonte del Putumayo y el Caquetá, que en parte fue estimulado por el conflicto
mismo, contribuyó desde entonces al fomento de la navegación fluvial regional por parte de pequeños y medianos
empresarios motivados, también, por el auge de nuevos e incipientes episodios extractivos, como la explotación
de ciertas especies de peces destinados a centros de consumo en Brasil y la casi simultánea extracción de maderas
preciosas del Caquetá y el Putumayo mismo, la cual comenzó después de que los capuchinos expoliaran y arrasaran
las maderas silvestres de El Encano, La Laguna y los alrededores del valle de Sibundoy, cuya venta tuvo mercados
seguros en los departamentos de Nariño, Cauca y Valle del Cauca desde el comienzo del siglo XX98.

Además de la navegación fluvial, en las primeras décadas del siglo XX se proyectó la construcción del Ferrocarril
del Caquetá, y los estudios preliminares de su trazado fueron realizados por antiguos miembros de la empresa
del “Camino de Florencia”, como el General Rafael Santos y el Señor Enrique Garcés. El plan tuvo el propósito de
llevar la línea férrea desde Neiva, pasando por Guadalupe, hasta Puerto Limón, para conectar desde allí con la
vía terrestre que por Mocoa conduciría a Pasto:

“Línea auxiliar entre el centro y el sur del país, cruzará el territorio más fácilmente colonizable de toda la Ama-
zonía colombiana, y será la única vía férrea unida a las del centro que se pueda construir, de más inmediata
situación a tres de las cuatro únicas fronteras que tiene Colombia en la América meridional. Conducirá, a la
vez, a los lugares más convenientes de las principales arterias navegables que tiene el sur, quedando ligada a

97 CADAVID, Ricardo. “Informe del Comisario Especial…”. Fols. 561-571.


98 Los capuchinos importaron y establecieron maquinaria hidráulica en el valle de Sibundoy con el fin de cortar las piezas
de madera que destinaban a mercados del interior del país. La “hidráulica”, como se la conocía, fue objeto de ataques
y actos de vandalismo por parte de autores desconocidos; la misión tuvo el monopolio de la explotación maderera en
el valle de Sibundoy e impidió permanentemente el corte y el usufructo que indígenas y familias pobres de colonos
intentaron realizar en los bosques de las inmediaciones.
67
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Pasto por el propuesto ramal del Proyecto; o, al menos, por camino de actual construcción. De esta manera,
vendría a formarse en Pasto, al construir el del Patía, un núcleo importantísimo, pues por el de Popayán se
uniría a Buenaventura, y por lo tanto a los demás ferrocarriles de occidente. No siendo un sueño, puesto que
es un proyecto factible para la Patria, el país debe mirar su realización como desideratum de su propia defensa
(…) podrá estar seguro que su defensa fronteriza quedará asegurada, como resueltos los serios problemas que
hoy tiene, referentes a la unidad nacional y los trasportes”99.

No obstante el interés expresado por los colonos pioneros de Florencia y, en general, del Caquetá, en la realización
de esta obra ferroviaria, según el investigador Bernardo Tovar “el ferrocarril nunca llegó al Caquetá, y jamás pasó de
Neiva; a esta ciudad llegó en 1938, después de salvar el obstáculo de los últimos 40 km que separaban a la capital
del Huila de la estación de Polonia (Villavieja), sitio al cual el ferrocarril había arribado a fines de los años 30”100.

El tema de las vías de comunicación, como condición fundamental para la incorporación del Putumayo y el conjunto
de la región amazónica, fue recurrente durante el siglo XX y, después del malestar causado por las propuestas del
Grupo de Colonización, el Comisario Especial del Putumayo insistió al respecto, manifestando que así se invirtieran
muchos millones en determinado lugar, si éste se encontraba aislado y carente de los medios para iniciar un inter-
cambio comercial estaría llamado sin duda alguna a desaparecer tan pronto se dejase de invertir dinero en él y, por
ello, ideó la consigna “las vías de comunicación constituyen la más efectiva labor de colonización”101.

Los trabajos de construcción y adecuación de las vías Pasto-Puerto Asís, Garzón-Florencia y La Tagua-Caucayá,
emprendidos o continuados con urgencia con motivo del conflicto con el Perú, contribuyeron en parte a satisfacer
uno de los más antiguos anhelos. Sin embargo, como resultado del avance de nuevos colonos y el surgimiento de
otros frentes de colonización en el Putumayo, en el transcurso de las décadas siguientes la apertura de nuevas vías,
y/o la prolongación y adecuación de las ya existentes, siguió siendo motivo de solicitudes y reclamos permanentes,
incluso de protestas, paros y alzamientos populares que se hicieron más frecuentes a partir de la década de 1960.

El capuchino Fray Gaspar de Pinell, obispo en funciones de vicario apostólico, una vez se hubo enterado de las no-
ticias relativas a los planes del gobierno de impulsar la navegación por los ríos Amazonas y Putumayo –como parte
de su política de colonización de los territorios orientales- insistió ante el Ministro de Gobierno en la necesidad de
establecer en Puerto Asís un grupo de familias de colonos, “huilenses en cuanto sea posible”, para darle estabilidad
y vida a aquella colonia que, después de muchos esfuerzos y de haberse incurrido en grandes gastos, continuaba
en un notorio aislamiento porque algunas de las familias que ya se habían establecido allí habían optado luego por
descender hacia las bocas del río San Miguel y Caucayá animadas por la esperanza de encontrar trabajo remunera-
do al lado de los grupos “militares de colonización” que se encontraban, en el año de 1932, consolidando la base
naval en la población que pronto fuera conocida como Puerto Leguízamo.

El mismo Fray Gaspar, en asocio con el Coronel Luis Acevedo, echó mano de la Ley 24 de 1919 –en cuyo Artí-
culo 2o. se aprobaba el establecimiento de una colonia penal y agrícola en el área de la Comisaría Especial del
Putumayo que se considerara más apropiada- para persuadir al gobierno de que enviara a La Tagua, sobre el río
Caquetá, a los perniciosos y maleantes quienes, bajo “vigilancia de los colonos, soldados o policías, se converti-
rían en elementos útiles para el país, solucionando el problema del mantenimiento de aquella vía importante”,
es decir, la que hoy une a aquella población con Puerto Leguízamo.

Así mismo, los proponentes le solicitaron al gobierno poner también en práctica el Artículo 3o., cuyo contenido
se relacionaba, de nuevo, con las reiteradas pretensiones de convertir la Amazonia en lugar de confinamiento
penal según se desprende de su contenido: “Artículo 3o.- A dicha colonia serán enviados todos los reos conde-
nados a más de dos años de reclusión o presidio por los Tribunales y Juzgados de los Departamentos del Valle,

99 GARCÉS, Enrique. “Apuntes para la colonización amazónica: Ferrocarril del Caquetá”. Cultura, Bogotá, Vol. III, No. 13,
1916, Págs. 29-46.
100 TOVAR ZAMBRANO, Bernardo. “Selva, mito y colonización: una introducción a la historia de la Amazonía colombiana”.
En: Los pobladores de la selva. Bogotá: Instituto Colombiano de Antropología; Colcultura; PNR; Universidad de la Ama-
zonía, 1995. Tomo 1, Pág. 1.
101 CADAVID, Ricardo. “Informe del Comisario Especial del Putumayo al Ministro de Gobierno”. 20 de mayo de 1932. AGN:
68 Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 1022, Fol. 458.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Caldas, Cauca y Nariño y los individuos de ambos sexos que por resolución de los Jefes de Policía municipales o
departamentales debidamente aprobadas por sus superiores fueren declarados vagos o perniciosos”.

Las intenciones de Fray Gaspar de Pinell y el Coronel Luis Acevedo fueron expresas y claras: a la par que estimular
el poblamiento de La Tagua, pretendían desterrar del valle de Sibundoy a indígenas que, real o presuntamente,
en cuadrillas o individualmente, robaban ganado y otros bienes generando así una situación “pavorosa”:

“Para la Comisaría del Putumayo con esta resolución se solucionaría otro problema pavoroso que se presenta
y que es el siguiente: hace unos dos años que en el valle de Sibundoy se confronta una situación pavorosa de-
bido a los continuos robos que cometen allí los indios: roban ganado mayor, roban las casas, las sementeras,
etc. y han llegado hasta formar cuadrillas de ladrones que asaltan las casas de día. Muchos de estos ladrones
son conocidísimos; pero como la cárcel de Pasto no los amedrenta sino que, por el contrario, a algunos les
gusta porque les dan buena comida y todavía plata encima, resulta que nunca se corregirán, y antes por el
contrario, al regresar de la cárcel de Pasto vuelven con más empeño que antes a cometer fechorías. Por el
contrario, el terror de los indios del valle de Sibundoy es pensar que hayan de ir a tierras cálidas, especialmen-
te más allá de Umbría. Por lo mismo, mandándolos a la Colonia de La Tagua quedarían solucionados estos
dos grandes problemas: el de los robos en el valle de Sibundoy y el de la población del Istmo de la Tagua”102.

El Ministro de Gobierno, en atención a la propuesta del clérigo, determinó, efectivamente, que las penas de reclu-
sión impuestas a los vagos y rateros de las comisarías del Putumayo, Caquetá, y Amazonas se cumplieran en las
colonias agrícolas de La Tagua y Caucayá103. Cabe resaltar en este punto que los misioneros sabían del secular temor
de los indios del mencionado valle a ser enviados a las tierras bajas, a las “tierras de los aucas”, y ello explica su gran
interés en amedrentarlos por medio de la aprobación oficial de su propia propuesta de confinamiento104.

Desde finales del siglo XIX, y a todo lo largo del siglo XX, fueron considerablemente frecuentes los proyectos y las
propuestas de colonización de la Amazonia mediante la creación de “colonias penales y agrícolas”. Tales planes
estuvieron relacionados, desde su enunciación misma, con la promulgación de leyes contra la “vagancia” y a
favor del destierro y, en general, con contextos políticos, sociales y judiciales mucho más amplios que expresan
vínculos con las contiendas civiles decimonónicas, inclusive con guerras civiles no declaradas y ciertos conflictos
que, también en el siglo XX, condenaron a ciertos individuos y grupos (en ocasiones opositores políticos) a la
reclusión y convirtieron los territorios orientales en lugar de confinamiento.

Aunque una buena parte de los mismos no llegó a ejecutarse, las distintas políticas carcelarias estatales contri-
buyeron a configurar (o prefigurar) la región amazónica como espacio de los condenados, y en la memoria de
nuestros padres aún persiste el recuerdo que la asocia al lugar de los perseguidos políticos. Sin embargo, más
que enfatizar en lo que pudiera parecer una simple imagen literaria, se debe recordar, que la Amazonia se fue
delimitando a todo lo largo del siglo XX como tierra de los desterrados.

A finales del siglo XIX, el padre José de Calazans Vela sugirió de manera específica la creación de dos colonias
penales y agrícolas: una en San Pedro de Arimena y otra sobre el Ariari105. Además de la condición especial que
en ciertas épocas se impuso a determinadas poblaciones del piedemonte106, ya en el año de 1910 se habían

102 PINELL, Fray Gaspar de y ACEVEDO, Luis. “Memorandum sobre las posibilidades de constituir una compañía particular
para la navegación del río Putumayo”. Bogotá, 22 de enero de 1930. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno,
Sec. Primera, T. 992, Fol. 158.
103 REPÚBLICA DE COLOMBIA. “Resolución número 15 de 1930, reglamentando el Decreto 1863 de 1926, firmada por
Gabriel Rodríguez Diago”. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 992, Fols. 324-325.
104 Varios habían sido los episodios de abigeato cometidos presuntamente por algunos indios en las haciendas de los ca-
puchinos en el valle de Sibundoy, además de la destrucción de “la hidráulica” de la misión, de cuyos autores nunca se
supo nada y con la cual se afectó temporalmente la explotación maderera que desde temprano los misioneros mismos
habían emprendido allí.
105 José de Calazans Vela en: MOLANO, Alfredo. Dos viajes por la Orinoquia colombiana 1889-1988. Bogotá: Fondo Cultural
Cafetero, 1988. Págs. 177-178.
106 En 1906, Villavicencio fue escogida como capital de la Intendencia Nacional del Meta, por Decreto 290 del 8 de marzo,
unidad político-administrativa creada por el General Rafael Reyes como territorio sometido a un “.régimen militar espe-
cial, dependiente del Ministerio de Guerra, con ciertos fines de previsión política y de escarmiento para los desafectos
69
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Caucayá. S.f. “Conflicto Amazónico 1932-1934”.


Villegas Editores. 1994

dado pasos prácticos al respecto mediante la fundación de la Colonia Penal de San Martín, con la que se pre-
tendía “dar muerte a la vagancia, a los disturbios políticos y a nuestras frecuentes guerras civiles”107. La antigua
población de Mocoa fue designada muchas veces como lugar de reclusión y, efectivamente, allí fueron conduci-
dos reos del interior del país para pagar sus condenas. En 1919 se creó otra colonia penal en el “varadero de La
Tagua” con el fin de recluir a los penados del departamento del Huila”108, y en 1922 se fundó la Colonia Penal de
Caucayá con la pretensión adicional de “hacer presencia en la frontera con el Perú”109. Al año siguiente se pro-
yectó la creación de la Colonia Penal de Puerto Asís110 y en 1930 surgió el proyecto ya comentado de Fray Gaspar
de Pinell y su asociado, el Coronel Luis Acevedo.

Algunas de estas colonias penales sólo existieron en el papel, es decir, se las creó en virtud de algún acto ad-
ministrativo o jurídico pero jamás se plasmaron; otras tuvieron una vida efímera y sólo muy pocas funcionaron
por algún tiempo hasta que sobrevino el conflicto colombo-peruano, de tal manera que los escasos recursos
debieron destinarse para la guerra. No obstante, y una vez concluido el enfrentamiento, se emprendió la tarea
de crear uno de los centros de reclusión más temidos y temibles en la historia carcelaria: la Colonia Penal de
Araracuara. Sin embargo, establecimientos militares de la zona, como La Tagua, siguieron ejerciendo la función,
a veces subrepticiamente, de centros de reclusión.

con la dictadura” (MOLANO, Alfredo. Dos viajes por…. Págs. 186). El mismo General Reyes convirtió a Orocué en la pri-
sión de sus enemigos políticos y allí ordenó confinar a Miguel Abadía Méndez, quien más tarde fuera Presidente de la
República (LEMAITRE, Eduardo. Rafael Reyes: biografía de un gran colombiano. Bogotá: Banco de la República, 1981.
107 Véase: SÁNCHEZ LEÓN, Claudio. “Dato verídico e imparcial rendido al Gobierno para la creación de la Colonia Penal de
San Martín”, Villavicencio, 1 de noviembre de 1910. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T.
645, Fols. 426-427.
108 MONTOYA, Julio. “Informe y decretos acerca de la administración de los territorios orientales”. 1919. AGN: Sec. Repú-
blica, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 842, Fols. 122-153.
109 MORA, Jorge. “Informe del Comisario Especial del Putumayo al Ministro de Gobierno sobre la administración del terri-
torio a su mando”. Sucre, 20 de mayo de 1922. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 887,
Fols. 100-118.
70 110 MORA, Jorge. “Carta dirigida al señor Ministro…”. Fols. 34-39.
“La Laguna. Diciembre de 1933”. Mayor
Vergara, subteniente Delgado y otros militares
colombianos en camino hacia el frente de
guerra. Álbum personal del Mayor Carlos
Alberto Vergara Puertas, excombatiente en
el conflicto Colombo-Peruano. Propiedad de
Eduardo Ariza.

En la década de 1930, en un ambiente ca-


racterizado por las pugnas políticas biparti-
distas, el auge de organizaciones populares,
sindicatos y partidos de izquierda y crecientes
conflictos agrarios y urbanos, las reformas po-
líticas y sociales no se hicieron esperar: con-
cluyó la hegemonía conservadora y se aprobó
la Reforma Constitucional de 1936 por medio
de la cual se introdujeron reformas laborales
y se establecieron cambios en cuanto a la po-
sesión, la propiedad y el usufructo de la tierra
que quedaron plasmados en la Ley 200 del
mismo año o “Ley de tierras”.

Con estas reformas se intentaron frenar los conflictos sociales y políticos por entonces existentes y “fueron los
gobiernos liberales a partir de aquí los que más legislación punitiva desarrollaron en corto tiempo y específica-
mente sobre colonias penales. Fue precisamente el gobierno de López Pumarejo el que dio existencia legal a la
colonia penal y agrícola en el Amazonas, bajo el nombre de Nocaimaní, por medio del Decreto 2329 de 1935”111.
Dicha colonia funcionó desde 1938 hasta 1971, y en ella pagaron su condena cientos de colombianos acusados
de los más diversos delitos, los más, perseguidos políticos.

Debe destacarse que la creación de colonias penales y agrícolas, como centros de reclusión, fue una política
reiterada que tuvo por finalidad ulterior incorporar el ámbito amazónico a partir del siglo XIX. Esta política, mu-
chas veces promovida por particulares, misioneros, militares y funcionarios públicos, y puesta en práctica por el
Estado, terminó por asociar a la Amazonia con la delincuencia, es decir, la convirtió, indistintamente, tanto en
un espacio de condena como en el lugar de los perseguidos, imágenes que todavía persisten en la memoria de
ciertas generaciones de colombianos.

Desde mediados del siglo XIX y hasta bien avanzada la primera mitad del XX, la “civilización de los salvajes”, la bús-
queda del “progreso” y la defensa territorial y de la soberanía nacional frente a las amenazas de países vecinos,
fueron factores fundamentales en torno a los cuales, de modo implícito o explícito, se construyeron, proyectaron
y aun se justificaron las más diversas propuestas para la integración de la frontera amazónica, entre ellas: el fo-
mento de las misiones religiosas católicas; las políticas de difusión e imposición de la “lengua nacional” entre los
indígenas reducidos; el establecimiento de colonias penales, agrícolas y militares y de “núcleos industriales”; la
introducción de “cultivos coloniales” (plantaciones de palma africana, algodón o café, entre otros); el estímulo a la
inmigración extranjera y a la de familias de colonos de otras regiones colombianas; la creación de “instituciones”
civilizadoras (colonia militar, misión y grupos de intérpretes); y la apertura de trochas y caminos, lo mismo que el
impulso a la navegación fluvial y en lo posible al ferrocarril.

Todas estas propuestas, entre otras muchas, fueron formuladas y defendidas expresamente por ideólogos, po-
líticos, intelectuales, ingenieros, militares, comerciantes, empresarios, miembros de la Iglesia, agentes guber-
namentales del orden local, regional y nacional, etc., y se distinguieron, en su conjunto, por compaginar en su
espíritu los propósitos de civilización de salvajes, progreso material y defensa territorial antes aludidos.

111 USECHE, Mariano. “El concepto de Amazonía y la colonia penal de Araracuara”. En: Pasado y presente del Amazonas:
su historia económica y social. Bogotá: Departamento de Antropología, Universidad de los Andes, s.f. Pág. 87.
71
La Famosa Tortuga. (C.a. 1933).
Álbum personal del Mayor
Carlos Alberto Vergara Puertas,
ex-combatiente del conflicto
Colombo-Peruano. Propiedad de
Eduardo Ariza.

Poco a poco, y también desde


mediados del siglo XX, cuando
ya habían surgido fincas, fun-
dos, haciendas y, en general, es-
tablecimientos rurales agrícolas
y ganaderos en el piedemonte
amazónico, lo mismo que nú-
cleos aldeanos incipientes y
pueblos recostados contra la
Cordillera que miraban hacia el
oriente; cuando sobre antiguas
huellas prehispánicas se habían
trazado y abierto ya nuevas tro-
chas y caminos, algunos con la
urgencia que impuso la guerra;
cuando ya los límites de nuestra
nación estaban definidos con los
respectivos países vecinos en la
Amazonia; cuando la violencia
política bipartidista había empezado ya su macabro y premeditado genocidio provocando el terror, el espanto
y el destierro de un apreciable número de individuos y de familias campesinas en vastas áreas de la geografía
rural; cuando “geófagos” y especuladores de la muerte, so pretexto de una u otra filiación partidista, promovían
el despojo de las tierras campesinas con sus tenebrosos “avisos”, “boleteos”, “amenazas” y “sufragios”; cuando el
decimonónico sueño del “progreso”, ya obsoleto, se mimetizó en promesa de redención moderna bajo la deno-
minación de “desarrollo”; cuando se inventó el Tercer Mundo en el relato de la pobreza per cápita, la explosión
demográfica y el atraso de los pueblos sin desarrollo; cuando entre el genocidio y la vergüenza del Primer Mundo
se cambiaron los discursos de “raza” por los de “etnia”; cuando la ciencia, la tecnología y la planeación fueron la
promesa para salir de la miseria secular; en fin, cuando todos estos fenómenos, episodios y procesos, internos y
externos, ya habían acontecido o estaban sucediendo, las concepciones, los discursos, las perspectivas y los pro-
pósitos con base en los cuales se planteó y se proyectó continuar desde entonces la incorporación de la frontera
amazónica colombiana fueron transformándose sustancialmente.

Sin embargo, la mayoría de esos cambios de perspectiva fueron construidos y promovidos desde afuera, es decir,
cuando al conjunto de la región amazónica se le otorgó un nuevo “lugar” en el interior de los confines del tam-
bién novel “mapa” de la pobreza tercermundista como parte de la geopolítica surgida después de la Segunda
Guerra Mundial. Para esta época, ya la Amazonia era un “infierno verde” y la selva, ese enredo de vegetación,
un obstáculo al avance de una agricultura que, ahora, tecnificada y con semillas seleccionadas, haría parte de
una “revolución verde”, de un nuevo sueño que a la par que sembraba la esperanza de aliviar el hambre de un
Tercer Mundo famélico conllevaba “ajustes dolorosos” tanto como el derrumbe de viejas instituciones, sistemas
de creencias ancestrales y vínculos de “casta, credo y raza”. En suma, un sueño que años después se tornaría en
una pesadilla pero que a la sazón surgía con la fuerza de un nuevo evangelio:

“Por casi cincuenta años, en América Latina, Asia y África se ha predicado un peculiar evangelio con un fervor
intenso: el “desarrollo”. Formulado inicialmente en Estados Unidos y Europa durante los años que siguieron
al fin de la Segunda Guerra Mundial y ansiosamente aceptado y mejorado por las elites y gobernantes del
Tercer Mundo a partir de entonces, el modelo del desarrollo desde sus inicios contenía una propuesta históri-
72 camente inusitada desde el punto de vista antropológico: la trasformación total de las culturas y formaciones
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Panorama del resguardo Playa Larga.


Municipio de Villa Garzón. Colección particular de María Fernanda Sañudo. 2001.

sociales de tres continentes de acuerdo con los dictados de las del llamado Primer Mundo. Se confiaba en
que, casi por fiat tecnológico y económico y gracias a algo llamado planificación, de la noche a la mañana
milenarias y complejas culturas se convirtieran en clones de los racionales occidentales de los países conside-
rados avanzados”112.

Esos cambios en cuanto a las concepciones, discursos, perspectivas y propósitos con base en los cuales se plan-
teó y proyectó, y en el periodo histórico en mención se planeó continuar la incorporación de la región amazó-
nica colombiana, pero también el conjunto de la Amazonia, se fueron asimilando y adoptando como el alfabeto
del nuevo lenguaje institucional de los sucesivos gobiernos y de las agencias internacionales y sus “planes de
desarrollo”. Tal lenguaje fue difundido, generalizado e interiorizado de manera simbólica y práctica puesto que
también creó realidades y se materializó en acciones y proyectos concretos.

En ese nuevo contexto, el ingreso de nuevas misiones religiosas, entre finales de la década de 1950 y a lo largo
de los años sesenta, fue apenas una señal de los inicios de cambios sustanciales y, si se quiere, estructurales, en
cuanto al lugar y la función que ocuparían las regiones de frontera en los procesos de trasformación (internos
y externos, nacionales e internacionales) de la agricultura y la industria tanto en relación con los movimientos
sociales y de protesta campesina como con los mercados externos de materias primas, hidrocarburos y otros
recursos energéticos. Así, por citar algunos programas foráneos, la Alianza para el Progreso, CARE, CÁRITAS, los
Cuerpos de Paz y el Instituto Lingüístico de Verano, expresaron la imposición del nuevo reto, de la nueva promesa
llamada “desarrollo”.

A comienzos de 1960 era ya evidente que los nuevos misioneros cristianos, así como miembros de las Iglesias
protestantes o del Instituto Lingüístico de Verano (ILV) establecidos en Lomalinda, en el departamento del Meta
(y en Ecuador, cerca del río Putumayo), ejercían una fuerte influencia religiosa entre las poblaciones indígenas
colombianas circunscritas en áreas específicas del Putumayo:

112 ESCOBAR, Arturo. La invención del Tercer Mundo... Pág. 13.


73
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Empresas comunitarias del Alto Putumayo. Archivo fotográfico INCORA.


4 de febrero de 1983. Trabajo Organizativo impulsado por el INCORA.

“Lo cierto es que hace muy poco tiempo llegaron al Putumayo misioneros protestantes y han conquistado mu-
chos adeptos, los que a su vez se encargan de conseguir más, creando así un problema social de insospechadas
consecuencias, porque la divergencia de conceptos y la dinámica de cada ideología religiosa propicia una exal-
tación anímica que puede degenerar en atropellos, como ya sucedió en Villagarzón (...) el protestantismo está
penetrando en Villagarzón, Puerto Umbría, Puerto Asís, Leguízamo y en otros varios núcleos de población”113.

Por la misma época, varios miembros de los Cuerpos de Paz lograron establecerse en el Putumayo una vez se
conocieron sus propuestas y se finiquitó el proceso de las respectivas consultas adelantadas por el promotor de
la Acción Comunal de la Comisaría Especial del Putumayo, Paolo Lugari Castrillón, quien se expresó así de las
probables bondades de la cooperación estadounidense: “El motivo de la presente es recalcarle sobre la inmensa
posibilidad que existe de situar algunos Cuerpos de Paz en comunidades putumayenses, con el fin de insinuarle
muy respetuosamente a Usted el que la División de Asuntos Indígenas se pronuncie sobre este respecto a Mr.
Newton Cregger, Director del Programa CARE-Cuerpos de Paz y al Doctor Vicente Pizano Restrepo, Director de la
División Nacional de Acción Comunal, para de esta forma lograr la pronta destinación de los muchachos norte-
americanos a esta enmarañada comarca”114.

En esos años se vincularon al Putumayo varios miembros de los Cuerpos de Paz, entre los que sobresalió Miguel
Barkocy como uno de los más activos en materia de asesoría indígena en el valle de Sibundoy y quien residía en
Santiago. Otros norteamericanos, como Stephen Levinsohn y su esposa, del Instituto Lingüístico de Verano, em-
pezaron a establecer vínculos con los indios del Putumayo con el propósito, o el pretexto, de realizar estudios de

113 BRAVO MUÑOZ, Eleazar. “Informe del Putumayo”. 3 de enero de 1962. AGN. Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior,
caja 196, carpeta 1714, Asuntos Indígenas, Fols. 164 -192.
114 LUGARI CASTRILLÓN, Paolo. “Carta dirigida por el Promotor de la Acción Comunal de la Comisaría Especial del Putuma-
yo a Jorge Osorio de la División de Asuntos Indígenas”. Mocoa, 19 junio de 1962. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio
74 del Interior, caja 196, carpeta 1714, Asuntos Indígenas, Fol. 21.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

la “lengua inga” previa autorización de llevar a algunos indígenas a la base lingüística de Lomalinda, tal y como lo
anunció el investigador Gregorio Hernández de Alba al Comisario Especial del Putumayo115.

Además de la presencia de esas agencias internacionales, cuyos miembros actuaban ya y frecuentemente en asocio
con otras instituciones e instancias del Estado colombiano, los propios representantes de comunidades indígenas
empezaron a recurrir a aquellas a fin de solicitarles ayuda en forma de herramientas, abonos, semillas, medicinas
drogas contra el paludismo, el reumatismo y otras enfermedades, e incluso armas, como en el caso del Gobernador
del Cabildo Indígena de Sibundoy, Ramón Yuajibiay, quien hizo una solicitud al respecto a David Garth, miembro de la
Embajada de Estados Unidos en Bogotá, explicando que las “armas de fuego, que son lo más importante para mi y
para todos, por motivo de que en este lugar se encuentran rateros de indígenas y blancos que no respetan nada”116.

Otras personas e instituciones, esta vez bajo la convicción de que en los territorios indígenas del Putumayo se rea-
lizaba una “agricultura rudimentaria”, y que tales tierras eran “irracionalmente explotadas” en virtud de la carencia
de “medios tecnológicos adecuados”, solicitaron a la Alianza para el Progreso, la Pan American Development Foun-
dation y otras agencias y fundaciones internacionales, apoyo en abonos, semillas, herramientas, maquinaria como
CINVA-RAM para la fabricación de bloques destinados a la construcción de vivienda y máquinas de coser destinadas
al fomento de talleres de costura para las mujeres indígenas, todo lo cual finalmente se canalizó en beneficio de las
comunidades indígenas Inga y Kamsá del valle de Sibundoy, y de Yunguillo, Guayuyaco, etc117.

Así, en este nuevo contexto de camino hacia el “desarrollo”, los Programas de Desarrollo Económico y Social para las
Culturas Indígenas de la Comisaría Especial del Putumayo118 solicitaron y promovieron la introducción de “semillas,
abonos, insecticidas y fungicidas”, nuevas técnicas de cultivo y nuevas razas y variedades de animales, además del
establecimiento y “fomento” de “huertos experimentales y demostrativos” y “talleres de carpintería” y modistería.
En este nuevo derrotero, se planearon, programaron y realizaron además “talleres” y “cursillos” de capacitación,
para “autoridades cabildantes y líderes indígenas del Putumayo”, algunos de los cuales estuvieron destinados al
mejoramiento del hogar, la higiene y la vivienda indígenas y al aprendizaje de los primeros auxilios, y otros a brindar
“asesoría técnica” para “la mecanización de los cultivos agrícolas en las parcelas indígenas” de acuerdo con la nueva
realidad económica y técnica que demandaba “mejoramiento y mayor producción agrícola”119.

En síntesis, desde finales de la década de 1950 y a lo largo de la década siguiente, se fueron planteando y aun
realizando planes y proyectos de “integración amazónica” o “integración regional” con la finalidad de superar,
en última instancia, el “atraso”, es decir, salir del “subdesarrollo” mediante la integración del “indio” a la vida
regional, objetivo que promovía “racionalmente” su cambio “social y cultural” como explícitamente lo planteara
en esos precisos años Gregorio Hernández de Alba en su condición de Jefe de la División de Asuntos Indígenas:
“finalmente quiero agregar que la política indígena, como la entiende esta División, lleva en definitiva y de

115 HERNÁNDEZ DE ALBA, Gregorio. “Carta del Jefe de la División de Asuntos Indígenas al Comisario Especial del Putu-
mayo”. Bogotá, 6 de junio de 1968. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 213, carpeta 1965, Asuntos
Indígenas, Fol. 113.
116 YUAJIBIAY, Ramón. “Carta del Gobernador del Cabildo Indígena de Sibundoy al Sr. David Garth de la Embajada de los Es-
tados Unidos”. Sibundoy, 18 de noviembre de 1961. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 196, carpeta
1714, Asuntos Indígenas, Fol. 32.
117 Véase al respecto “Carta de Gloria Triana de Wiesinger a James H. Boren, Ayudante Especial Alianza para el Progreso”.
20 de febrero de 1964. AGN: Sec. República, Fdo Ministerio del Interior. caja 203, carpeta 1806, Asuntos Indígenas,
Fols. 6-8. Así mismo, “Carta de Gloria Triana de Wiesinger a Gregorio Hernández de Alba, Jefe de la División de Asuntos
Indígenas”. 9 de enero de 1964. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 203, carpeta 1806, Asuntos Indí-
genas, Fols. 12-18. Bogotá. También, “Carta de Gregorio Hernández de Alba, Jefe de la División de Asuntos Indígenas,
al Señor A. L. Ronald Scheman, Secretario Administrativo Pan American Development Foundation”. Bogotá, 1965. AGN:
Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 203, carpeta 1806, Asuntos Indígenas, Fol. 2.
118 RODRÍGUEZ, Salomón C. “Programas de desarrollo económico y social para las culturas indígenas de la Comisaría Espe-
cial del Putumayo”. 1967. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 209, carpeta 1918, Asuntos Indígenas,
Fols. 54-73.
119 Véase: REYES ROA, Ángel. “Putumayo. Proyecto de Inversión, expuesto por el Jefe de la Comisión de Asistencia y Pro-
tección indígena del Putumayo”. Colón, 28 de julio de 1965. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 205,
carpeta 1841, Asuntos Indígenas, Fols. 76-77.
75
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

manera racional y justa, a convertir el indígena, con su propio beneplácito y no con el sistema de imposiciones
desgraciadamente tradicionales, en un buen y próspero campesino”120.

En torno a la nueva realidad regional amazónica –estrechamente relacionada con la crisis social agraria-, se fueron
configurando discursos relativos a su “desarrollo” y acorde con los mismos surgieron programas de planificación o
prácticas orientadas y/o ejecutadas por el Instituto Colombiano de la Reforma Agraria (INCORA), la Acción Comu-
nal, el Servicio Nacional de Aprendizaje (SENA), el Instituto Colombiano Agropecuario (ICA), INSFOPAL (Instituto de
Fomento Municipal) y muchas otras instituciones del Estado que nacieron a propósito de ese nuevo contexto o ya
existían, como la Caja Agraria. Todas ellas, sin excepción, debieron comprometerse con esa nueva realidad que no
sólo había brotado de la violencia política bipartidista, del despojo y el destierro ejecutado contra grandes masas
de población rural y campesina, sino que, además, se había agravado por la falta de voluntad política de sectores
dirigentes y la obstinada terquedad de grupos de poder económico, social, político y militar frente a la urgente ne-
cesidad de materializar y respetar la reforma agraria que, jurídicamente y en el papel, se había ordenado en virtud
de la Ley 135 de 1961, la misma que dio origen al Instituto Colombiano de la Reforma Agraria en medio de un clima
de profundo descontento y protesta campesina no sólo en la amplia geografía rural colombiana sino en América
Latina entera y que nos recuerda, en nuestro caso, las luchas de los miembros de la Asociación Nacional de Usua-
rios Campesinos y de la Acción Comunal, entre otras muchas organizaciones populares, y nos trae a la memoria,
también, las divisiones internas, deliberadamente promovidas, entre sus integrantes.

En otras palabras, tanto las nuevas concepciones, como los nuevos proyectos de incorporación regional que
fueron surgiendo desde finales de la década de 1950 en relación con nuestra Amazonia, no sólo entrañaban
esa problemática de los campesinos desterrados del claustro andino y los valles profundos del Magdalena y
del Cauca, sino que coadyuvaron en la construcción de esa nueva imagen de “tierra sin hombres, para hombres
sin tierra” o “tierra prometida” en la medida que el Estado, ante la “imposibilidad” de limitar ciertos privilegios
o intereses creados, se vio obligado, en su calidad de “propietario de vastas zonas incultas del territorio de la
nación”, a legalizar allí muchas de las posesiones de facto de tierras que venían siendo incorporadas en virtud
del avance de previos movimientos de ocupación y colonización, los cuales ya habían alcanzado el piedemonte
amazónico muchos años antes de la promulgación de la citada ley de reforma agraria.

En este marco legal contradictorio, y dentro de un ambiente de crecientes presiones en varias regiones por una
reforma agraria, la Amazonia terminó por convertirse en una de las principales regiones de refugio de los cam-
pesinos desplazados y sin tierra. Así, fueron surgiendo las propuestas de integración, de “desarrollo regional”, y
poco a poco los diagnósticos acerca de una “colonización planificada” de una Amazonia nuevamente convertida
en terruño de los desterrados y los desposeídos.

Y tal y como había sucedido en el pasado, cuando el “progreso” fue en gran medida sinónimo de caminos, de na-
vegación a vapor y de vías de comunicación para la exportación, en esta época el “desarrollo” tuvo, entre muchas
de sus acepciones, la de redes de comunicación –incluida la aviación- capaces de integrar centros internaciona-
les y locales de consumo, abastecer crecientes mercados y proveer, con “eficacia”, materias primas obtenidas de
las periferias, de los más inaccesibles rincones del Tercer Mundo. En el caso específico de la Amazonia colom-
biana, esas redes de comunicación hicieron parte integral de las propuestas de “colonización planificada”121 y tal
objetivo puede constatarse en el hecho de que ya por esos años se había formulado el proyecto de la “Carretera
Marginal de la Selva”122.

120 HERNÁNDEZ DE ALBA, Gregorio. “Oficio del Jefe de la División de Asuntos Indígenas al Gerente General del INCORA
Enrique Peñalosa Camargo”. Bogotá, 14 de noviembre de 1966. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja
198, carpeta 1738, Asuntos Indígenas, Fols. 3-4.
121 Según Camilo A. Domínguez, el desarrollismo de las décadas de 1960 y 1970 se expresó en proyectos y programas de
colonización y apertura de vías en la Amazonia (comunicación personal).
122 Las proyecciones de esta carretera fueron pensadas más allá de lo local, es decir, se pretendía unir así el conjunto del
piedemonte amazónico con el resto del país y, aun más, allende las fronteras nacionales; de ahí su carácter de “inter-
nacional”. La “Carretera Marginal de la Selva” consistió, en concreto, en un proyecto promovido en gran medida por el
Presidente del Perú, Fernando Balaunde Terry. Se trataba de la construcción de 5.500 kilómetros de carretera con el fin
de integrar el piedemonte amazónico y/o la “alta Amazonía” de Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia. El día 8 de enero
76 de 1964 se firmó el contrato para el estudio del Proyecto de la Marginal de la Selva con la empresa estadounidense
Reunión con el Incora.
Entrega de créditos a los
colonos del Putumayo
para ganado. EGAR. 1966.
Archivo fotográfico del
INCORA Tomo 1 Año 1966.

En las nuevas propuestas de desarrollo, no sólo se sugería emprender megaproyectos -como los que, guardadas las
proporciones, se materializaron por ejemplo en Brasil con la construcción de la carretera “Transamazónica” que reci-
bió el apoyo y los cuantiosos empréstitos del Banco Mundial- sino, también, trasladar los “excedentes de población”,
producto de la “explosión demográfica”, hacia las “zonas incultas” del país, es decir, hacia las regiones de frontera
las cuales, por supuesto, fueron promocionadas paralelamente como los nuevos “emporios de riqueza”, las nuevas
“despensas” de bienes agrícolas, hidrocarburos y materias primas.

Coherentemente con lo ya expresado, y a manera de ejemplo, la propuesta de “colonización planificada” de la


Amazonia y la Orinoquia mediante la conexión terrestre y fluvial propuesta al entonces Ministro de Gobierno,
Misael Pastrana Borrero, en el año de 1966, y que contemplaba la apertura de una carretera que desde Villavi-
cencio atravesara la manigua hasta Leticia, caracteriza las nuevas concepciones acerca de la región, los nuevos
patrones a partir de los cuales se pensó la selva oriental y se ideó su integración desde mediados del siglo XX:

“(…) colonizar el 60,15% del área colombiana, hasta las fronteras con Venezuela, Brasil Perú y Ecuador, mediante
la red vial terrestre y fluvial que he propuesto y conectar ese nuestro oriente magnífico directamente con Boya-
cá, Cundinamarca, Huila, Nariño y los Santanderes, que suministrarían factor humano excelente, es aprovechar
nuestro solar como campo de trabajo e independencia económica para la explosión demográfica y disponer del
incremento de riquezas y comercio para mantener a Colombia en perdurable movimiento de avance.”

Más adelante, en el mismo texto, su autor señalaba:

“Para fomentar la marcha al oriente, a la tierra prometida, a cada familia o grupo de colonos no inferior a diez
que construya su albergue y tale su primera fanegada de selva, el Estado podría hacerlo propietario de 40 fane-
gadas, con parcela regular que mida un tercio de kilómetro frente a la carretera por 768 metros de fondo. Así, a
cada lado de las carreteras del sistema vial del Amazonas y del Orinoco se formarían fajas paralelas de coloniza-
ción y habría: 3 familias o 30 colonos por km., para cada faja. 60 colonos por kilómetro para dos fajas, una a cada
lado de la vía. 6.000.000 de colonos para el primer millar de kilómetros y para 100 fajas a cada lado de la vía”123.

En unión con las obras viales y de comunicación de gran magnitud, propuestas por instituciones, empresas y
consorcios nacionales e internacionales, surgieron otros proyectos que buscaban la integración intra-regional,

Tipptts-Abbett-McCarthy-Stratton. La ruta Florencia-Belén-El Estrecho, en la antigua Intendencia del Caquetá, hacia


Santa Lucía-Villagarzón-San Antonio del Guamuéz, en el Putumayo, se consideraba el tramo vial más factible de la ca-
rretera “internacional que se está planificando, denominada Carretera Marginal de la Selva” (PAREDES CHÁVES, Ricardo.
“Carta dirigida al Sr. Presidente de la República Dr. Carlos Lleras Restrepo acerca de la incorporación de los Territorios
Nacionales”. Villagarzón, 12 de agosto de 1966. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 72, carpeta 553,
Despacho del Ministro, Fols. 88–95).
123 DÍAZ CASTAÑEDA, Norberto. “Proyecto de colonización planificada de la Amazonía y Orinoquía colombianas con base
en la carretera Bogotá-Villavicencio-Leticia (río Amazonas)”. Bogotá, 4 de noviembre de 1966. AGN: Sec. República, Fdo.
Ministerio del Interior, caja 72, carpeta 53, Despacho del Ministro, Fols. 14-22.
77
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Caucayá. S.f. “Conflicto Amazónico 1932-1934”. Villegas Editores. 1994

lo mismo que la extracción de recursos forestales y, en general, de los frutos de la selva. El proyecto de cons-
trucción de un “leñocarril” o “leñoriel” entre el los ríos Putumayo y Amazonas, es decir, entre Tarapacá y Leticia
cruzando el Trapecio Amazónico colombiano, fue una de esas propuestas de la época, cuando la extracción y
comercialización de exóticas y finas maderas, lo mismo que de pieles de ciertos animales e, incluso, de especies
vivas, tuvo un gran auge.

Como parte de la nueva y febril esperanza del “desarrollo” y, en particular del “desarrollo amazónico”, se consi-
deró necesario impulsar el “fomento económico regional”, realizar estudios de “factibilidad” y determinar la con-
veniencia de establecer centros experimentales forestales, piscícolas, avícolas, ganaderos, agrícolas, industriales,
etc., de carácter estatal, privado y/o por parte de extranjeros. En este orden de ideas, con los propósitos antes
señalados y con la misión de elaborar un “plan de desarrollo económico y social en toda la región amazónica”, se
dio creación, mediante el Decreto No. 581 de 1966, al Centro Experimental de Investigaciones Amazónicas (CE-
DIA), como dependencia de la Universidad Nacional de Colombia124. Así mismo, y con el objetivo de “planificar
un programa para la comercialización internacional de recursos forestales”, el gobierno nacional solicitó el apoyo
de una misión del Centro Técnico Forestal Tropical de Francia, la cual efectivamente realizó prospecciones en el
“Alto Putumayo”, Puerto Asís, Puerto Leguízamo y el medio Putumayo, hasta Tarapacá (Amazonas)125.

Como ya lo hemos insinuado, las nuevas concepciones que surgieron en el transcurso de las décadas de 1950 y
1960 respecto de la región amazónica colombiana, lo mismo que las propuestas y proyectos para su incorpora-
ción al conjunto de la sociedad nacional, pero también al ámbito de la economía internacional, se fueron cons-
truyendo y difundiendo bajo la influencia de la ideología del “desarrollo” y mediante proyectos de desarrollo ru-

124 UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA. “Decreto número 581 de 14 de marzo de 1966, que crea el Centro Experi-
mental de Investigaciones Amazónicas - CEDIA”. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 72, carpeta 553,
Despacho del Ministro, Fols. 254-256.
125 PASTRANA BORRERO, Misael. “Carta del Ministro de Gobierno a Jaime Parra Ramírez, Comandante de la Armada Nacional”.
Bogotá, 19 de octubre de 1967. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 80, carpeta 600, Despacho del Ministro,
78 Fols. 32-33.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Visita de Indígenas del Valle de Sibundoy al proyecto Huila. EGAR. 1972. Archivo fotográfico INCORA. Tomo 1 Año
1972. El extencionismo agrícola realizado por instituciones estatales como el INCORA, intento la incorporación de las
comunidades indígenas del Putumayo a lógicas productivas que promovían: el monocultivo, el uso del tractor para el
arado mecánico, las semillas mejoradas y el uso de agro químicos.

ral (integración vial, fomento técnico agrícola, etc.) y programas como el de la Reforma Agraria que en la frontera
amazónica redundaron, en parte, en la legalización y titulación de tierras del piedemonte ocupadas por personas
y familias mestizas, desterradas de las áreas rurales de la región andina. De este modo se pretendió consolidar
los procesos de integración regional y mitigar la creciente crisis social y política suscitada en buena parte por la
violencia bipartidista y los conflictos en torno al acceso y la propiedad de la tierra.

Para muchos de los desterrados que habían emprendido un largo peregrinaje desde los Andes, la Amazonia re-
vestía el carácter de “tierra prometida” y esta nueva imagen de la región, surgida desde mediados del siglo XX y
entrañablemente vinculada con la colonización de las selvas orientales como redención de los despojados, fue
configurando no sólo nuevas concepciones en torno a ella sino que incidió en el trazado de nuevos mapas locales
a medida que los recién llegados, con sus cultivos y ganados, avanzaban sobre los territorios indígenas y la selva.

La colonización, como redención de los despojados, se constituyó por lo tanto en un arquetipo que se pro-
mocionaría, difundiría y arraigaría entre aquellas generaciones de inmigrantes y que caracterizaría a la región
amazónica, desde mediados del siglo XX, en términos que fueron destacados, en esos mismos años, en un
epígrafe del periódico El Putumayo: “La colonización espontánea del Putumayo es una promesa para el futuro
de Colombia y prenda de seguridad para la redención que el campesino de la patria necesita”126.

Sin embargo, la motivación de campesinos y colonos para emprender una nueva vida en el piedemonte amazónico
entrañaba más significaciones que acceder a “tierras nuevas”. Muchos de ellos habían llegado allí huyendo de la
persecución política y en ocasiones se sospechaba, incluso, que se trataba de personas buscadas por las autori-
dades, es decir, que tenían deudas con la justicia. Desde los inicios de la década de 1960, las mismas autoridades

126 Periódico El Putumayo. Mocoa, septiembre de 1965. Imprenta Agualongo, Pasto. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio
del Interior, caja 65, carpeta 508, Despacho del Ministro, Fol. 8.
79
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Colonización actual en el municipio de Villa Garzón-Putumayo.


Fotografía de María Fernanda Sañudo. 2001.

regionales compartían la convicción de que los inmigrantes, especialmente los que estaban llegando del antiguo
Caldas, el Tolima y Valle, eran “bandoleros” o por lo menos simpatizantes de aquellos, según lo expresara el propio
Ministro de Gobierno: “Es de anotar la sorprendente inmigración de gentes de los Departamentos de Caldas, Toli-
ma y Valle al territorio del Putumayo, lo cual es factible que su actividad en la región sea la de estimular el bando-
lerismo, ya que es muy posible que las gentes inmigradas sean simpatizantes de los mismos”127.

En consecuencia, los inmigrantes, los colonos que fueron llegando desde el interior del país al piedemonte amazó-
nico –especialmente a los actuales departamentos del Caquetá y Putumayo-, perseguidos y desterrados muchos de
ellos por su filiación partidista y sus respectivas convicciones políticas, lejos de encontrar la tranquilidad y “la paz”
que tanto anhelaban, siguieron siendo víctimas de la persecución de las autoridades o, por lo menos, se hicieron
acreedores de sospechas y suspicacias.

La situación de muchos de esos inmigrantes y sus familias poco a poco establecidos como colonos, y especialmente
la de quienes procedían de ciertas áreas donde habían surgido y prosperado la resistencia liberal, el bandolerismo y
la oposición armada, fue nuevamente de intranquilidad en virtud de los actos de señalamiento y persecución que,
velada o abiertamente, se ejercieron contra ellos. Pero la intranquilidad se fue extendiendo también, y de manera
generalizada, entre los llamados “frentes de colonización”, afectando y comprometiendo de este modo el sosiego y
la paz cotidiana del conjunto de individuos y de familias que por esas décadas habían emprendido ya la ocupación
territorial del piedemonte, pues la presencia y actuación de grupos armados, de “forajidos”, “bandoleros” y “chus-
meros” que pretendían conseguir “adeptos” se remontaban allí al año de 1961 y a ellas se responsabilizaba de los
“desplazamientos”128 masivos de los grupos colonizadores:

127 MENDOZA HOYOS, Alberto. “Carta del Ministro de Gobierno al Comisario Encargado del Putumayo”. Bogotá, 4 de junio
de 1965. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 65, carpeta 508, Fol. 96.
128 Las palabras “desplazados” y “desplazamientos” ya hacían parte del lenguaje con el cual se describían ciertas situacio-
nes sociales desde los inicios de la década de 1960, tal y como se desprende de las fuentes documentales primarias ya
80 citadas y muchas otras de la época. De manera similar sucede con los términos “forajidos”, “bandoleros” y “chusmeros”,
Tramo de Oleoducto en inmediaciones de la carretera.
La hormiga. Virgilio Becerra. 1999.

“Permítome comunicar desde jueves semana pasada


encuéntrome visita oficial río Caquetá, encontrando
región afectada violencia comprendida entre paraje An-
gostura hasta Solita. Colonos región Caquetá y Putuma-
yo han abandonado sus fincas creando pánico en toda la
región. Gentes armadas y uniformadas tratan conseguir
adeptos so pena muerte en un número de treinta aproxi-
madamente. Urge envío fuerza e instalación puestos de
control para garantizar bienes y vidas colonos”129.

Estas incursiones armadas iniciales produjeron, en efecto,


pánico entre los colonos y originaron como corolario un
abandono temporal y masivo de sus posesiones, fincas o
viviendas. En Puerto Limón, por ejemplo, se refugiaron
114 personas, quienes debieron abandonar a la fuerza sus
cultivos, ganados y casas de habitación, plenas de temor y
preocupación porque, en su gran mayoría, eran a la sazón
deudores de la Caja Agraria130 otras, avanzaron hasta So-
lano en busca de refugio temporal.

Desde entonces, el avance y/o el retroceso de los proce-


sos de ocupación espacial y, aun, la consolidación o no de
los mismos, tanto en las partes altas como en las medias
de los actuales departamentos de Caquetá y el Putumayo,
estuvieron influidos, de las más diversas maneras, por el
surgimiento, el crecimiento y la consolidación, en áreas
específicas de su geografía, de la insurgencia liberal, la cual comenzó a incursionar y posteriormente a estable-
cerse en el piedemonte del Caquetá justo cuando las Fuerzas Armadas emprendieron la persecución sistemática
de los campesinos del Sumapaz, durante los años cincuentas, en Pandi, Icononzo, Carmen de Apicalá, Cabrera,
etc. Los desplazados por esta causa, buscaron refugio en El Pato, San Vicente del Caguán, Puerto Rico y Guacama-
yas y fue allí donde se conformó, en 1964, el “Bloque Sur”, agrupación que en 1966 tomó el nombre de Fuerzas
Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC)131. Muchos años después, un apreciable número de miembros de
otro grupo insurgente, el Movimiento 19 de Abril (M-19), buscaría así mismo refugio en el piedemonte amazó-
nico.

A mediados de la década de 1960 la presencia, tanto como la actuación y el proselitismo político ejercido por
miembros de grupos de izquierda en el Putumayo, y por supuesto en el Caquetá, se hizo cada vez más frecuente,
probablemente desde que la Texas Petroleun Company y otras empresas subcontratadas por ella iniciaron los tra-

palabra despectiva esta última que alude a la vieja y colonial expresión de “chusma”, o “conjunto de gente soez”, con la
cual se pretendió designar, también peyorativamente, al común de la indiada en la época Colonial y al inicio de la Re-
pública. En su nuevo contexto, el calificativo de chusma no sólo tiene la acepción de gente plebe y baja, sino, también,
de gente baja y “levantisca”, lo mismo que de gente de baja extracción y armada. Como bien lo recuerda el autor desde
su infancia, a finales de la década de 1950, “chusma” significaba en el Tolima gente armada; más aun, gente armada y
“mala”.
129 RAMÍREZ OSPINA, Camilo. “Telegrama del Secretario de Gobierno del Putumayo al Ministro de Gobierno”. Tres Es-
quinas, 4 de diciembre de 1961. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 19, carpeta 169, Despacho del
Ministro, Fol. 14.
130 RÍOS GONZÁLEZ, Hernán. “Telegrama del Comisario Especial del Putumayo al Ministro de Gobierno”. 5 de diciembre de
1961. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 19, carpeta 169, Despacho del Ministro, Fol. 13.
131 VALENCIA, Alberto. “Caquetá: violencia y conflicto social”. Conflictos regionales: Amazonia y Orinoquia. Bogotá: IEPRI-
FESCOL, 1998. Pág.131-154.
81
Casino para oficiales.
Caucayá. Doctor Enrique
Encizo. 1933. “Informe
sobre una inspección de las
condiciones sanitarias a lo
largo de la vía principal de
transporte entre Bogotá y
la zona de guerra, realizada
en abril de 1933. Archivo
General de la Nación.
Ministerio de Gobierno. S.
1ª. T. 1056.

bajos de exploración (1964) y, luego, de explotación petrolera (1968), lo que generó la atracción de un considerable
número de personas que pretendían “engancharse” a las mismas. Lo cierto es que hacia finales de esta década ya se
conocía con certeza la existencia de “grupos de resistencia” organizados contra la referida empresa: “la mayor parte
de los que integran estas colonizaciones son gentes desplazadas de las zonas de violencia, algunos pertenecieron a
las guerrillas o son elementos buscados por la justicia o que tuvieron cuentas con ella. Se ha ido formando un grupo
de resistencia contra la compañía y aun contra los mismos funcionarios”132.

Desde los inicios de los años sesenta, las autoridades tuvieron y expresaron un constante temor a las infiltraciones
“comunistas”, y por esta razón reprimieron con violencia las crecientes protestas populares, tanto en la zona pe-
trolera como en otras áreas de vocación agraria, con la convicción de que se trataba de agitaciones “comunistas”
porque ya había “indicios” de que algunos “agitadores profesionales”, como Bernardo Martínez Rojas, por ejemplo,
de Mesitas del Colegio (Cundinamarca), de 56 años de edad, soltero y agricultor, establecido desde el año de 1961
en la vereda de La Hormiga, en la jurisdicción del Guamuéz, estaba introduciendo armas, realizando reuniones po-
líticas y difundiendo el comunismo:

“Se le decomisó gran cantidad de propaganda comunista y armas de fuego (escopetas) y blancas (machetes).
Conforme a los informes suministrados por los moradores de la región, éste venía efectuando reuniones,
distribuía propaganda entre los campesinos y frecuentemente viajaba a Puerto Asís con este propósito. No se
descarta la posibilidad de su actuación en cuadrillas de bandoleros que comandaban los antisociales Gustavo
Espitia (alias, El Mosco), Teófilo Rojas (alias, Chispas) y otros que operaron en las regiones del Quindío espe-
cialmente, y otros en la zona de La Tebaida, donde residió la mayor parte de su existencia”133.

Los centros militares, como las bases Naval de Puerto Leguízamo, Militar de La Tagua y Aérea de Tres Esquinas, cuya
creación estuvo relacionada en gran medida con la guerra contra Perú de 1932, ejercieron desde entonces drásticos
controles en sus áreas de influencia, es decir, en los ríos Orteguaza, Caquetá y Putumayo, y sus contingentes, presos
de temor ante los avances y posibles ataques de las “gentes de Marulanda”, y posteriormente del “M”, ejercieron
hostiles campañas de amedrentamiento entre los grupos indígenas sobrevivientes –en la Samaritana y Jirijirí, por
ejemplo-, lo mismo que entre los individuos y las familias de colonos que allí se fueron estableciendo.

En otras palabras, desde entonces y hasta hoy, iniciado el siglo XXI, el avance de los procesos de ocupación y
despojo de tierras indígenas en el Putumayo, lo mismo que la colonización de áreas selváticas y la fundación de
núcleos de población y centros urbanos, se ha venido efectuando en medio de un clima de conflicto secular, de

132 CAMACHO RAMÍREZ, Alfredo. “Carta del Visitador Nacional dirigida al Ministro de Gobierno Dr. Misael Pastrana Borrero”.
Bogotá, 1 de julio de 1968. AGN. Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 108, carpeta 796, Despacho del Ministro,
Fols. 82-83.
133 MENDOZA HOYOS, Alberto. “Carta del Ministro…”. Según las autoridades, entre los documentos que le fueron decomi-
sados a Martínez Rojas figuraban los siguientes: circular protestando por la actuación del Ejército y la Policía en Marque-
talia; Autodefensa de masas; Contraataque, Guerra de guerrillas por el Ché Guevara; Colombia está con Cuba; Treinta
años de Lucha del Partido Comunista de Colombia; Colonización imperialista; Cartas sobre instrucción del comunismo al
82 campesinado, etc., (sigue la lista en el documento original). Fol. 96.
Población afectada por la
fumigación con glifosato.
Orito. Documento de
denuncia por los daños
causados por la fumigación
de glifosato en los cultivos
de pancoger y de animales.

enfrentamiento militar entre fuerzas regulares del Estado y fuerzas insurgentes a las que, en las últimas décadas,
se han sumado otras como las de los grupos armados de las bandas, los carteles y las organizaciones del narco-
tráfico, grupos de justicia privada y organizaciones paramilitares.

Todo ello, desde entonces, fue configurando la región amazónica como “Zona Roja” o de especial atención mili-
tar, de tal manera que los últimos programas de incorporación de la región, al igual que las concepciones nacidas
de esta realidad, han gravitado y continúan haciéndolo en torno a esa situación de conflicto político y militar,
más compleja aún desde que se sumó el ingrediente de los cultivos ilícitos (coca, amapola) y aumentó la injeren-
cia del gobierno de Estados Unidos y su Departamento de Estado en la lucha contra el narcotráfico mediante la
aprobación del Plan Colombia134, cuya ejecución ha implicado medidas nefastas para el Putumayo, entre otros
departamentos, como la fumigación con glifosato y la interdicción aérea.

Hoy en día, el conflicto político y militar continúa y el Estado “avanza” entre el piedemonte y las selvas orientales
con su “seguridad democrática” y un plan contrainsurgente que, bajo el nombre de “Plan Patriota”, busca derro-
tar a las FARC, al tiempo que las familias de campesinos, colonos e indígenas, bajo el fuego cruzado, emprenden
un nuevo viaje dentro de su eterno peregrinaje135.

134 Según la investigadora y profesora, Consuelo Ahumada, el Plan Colombia elaborado por Pastrana y los asesores es-
tadounidenses durante la administración Clinton, fue presentado por los gobiernos de Estados Unidos y de Colombia
como un “Plan para la paz, la prosperidad y el fortalecimiento del Estado”. Según la misma investigadora, el “documento
oficial del Plan Colombia contempla diez estrategias, que pueden sintetizarse en dos: la antinarcóticos y la económica.
La primera, con la que se articulan casi todas las demás, es una reafirmación de la política contra las drogas del país del
norte y parte de un diagnóstico equivocado y amañado sobre el origen de la violencia y de la crisis de nuestro país, al
asumir que el narcotráfico es la causa principal de una y otra. La segunda estrategia, la económica, recoge las políticas
impuestas por el Fondo Monetario Internacional, que giran en torno al ajuste fiscal, con el objeto de que el país cumpla
con las obligaciones de la deuda externa. Para hacerlo, se propone con insistencia la reducción del gasto público y de
la inversión social”. Otro aspecto importante, también destacado por ella, es el siguiente: “Los recursos que aprobó el
Congreso de los Estados Unidos para el Plan Colombia han sido recuperados por las multinacionales de ese país por
otras vías: venta de aviones y equipo militar, herbicidas, fumigaciones y productos biológicos, servicios, entrenamiento
y asesoría para las fuerzas armadas colombianas, así como instalación de radares y de otros dispositivos”. (Ahumada,
Consuelo. “La estrategia regional de los Estados Unidos: del Plan Colombia a la iniciativa regional andina”. Asuntos In-
dígenas: órgano de publicación del Grupo Internacional de Trabajo sobre Asuntos Indígenas – IGWIA. Vol. 4, No. 3, s.f.
Págs. 12-18.)
135 Las áreas más afectadas dentro del conjunto de la región amazónica colombiana siguen siendo el Caquetá y el Putuma-
yo. Según la Asociación Latinoamericana de Derechos Humanos, “trescientos indígenas de la región han sido asesinados
por la guerrilla y los paramilitares en los últimos cinco años; 1.725 han sido desplazados; 41 están desaparecidos; 6 han
sido víctimas de minas antipersonales. La coca y sus secuelas están entrando en sus regiones, que son teatro a menudo
de operaciones militares y bloqueo de alimentos y combustible (…).” (Asociación Latinoamericana de Derechos Huma-
nos. “Colombianos en peligro de extinción”. El Tiempo, Bogotá. 27 noviembre, 2003. Págs. 1-18).
83
Río Caquetá frente al Puerto Descanse. Acuarela de Manuel María Paz. 1857.
Álbum de la Comisión Corográfica. Hojas de Cultura Popular Colombiana. S.f. Bogotá.
2. Putumayo: estructuración histórica,
económica y sociocultural colonial

Dentro del conjunto de la región suramericana conocida como la Amazonia (unos 7.000.000 km2), los especialis-
tas han reconocido y destacado la Amazonia Noroccidental –de la cual hace parte el departamento del Putuma-
yo- y, en general, la totalidad de la selva oriental colombiana (cerca de 380.000 km2)136.

La Amazonia Noroccidental es una de las áreas donde los grupos humanos han construido sistemas económicos
y culturales mejor adaptados a las condiciones distintivas de la selva húmeda ecuatorial. El concepto de “Amazo-
nia Noroccidental” obedece, por consiguiente, más a esos desarrollos históricos, económicos, socioculturales y
adaptativos que a razones de carácter exclusivamente geográfico porque allí han logrado habitar y reproducirse
secularmente grupos humanos gracias a la eficacia de sus sistemas de horticultura itinerante, a sus actividades
igualmente reguladas de caza, pesca y recolección de frutos y a las redes de intercambio y complementariedad
económica y cultural por ellos desarrolladas.

Este espacio prodigioso de cerca de un millón de km2 –que en su extremo oriental limita con los ríos Orinoco y
Negro y el canal del Casiquiare, en su parte sur con el río Amazonas, en su margen norte con el río Guaviare y la
Serranía de La Macarena, y en su extremo occidental con los Andes-, ha sido el hábitat de un significativo número
de sociedades las cuales, establecidas en las cabeceras de los ríos, en las bocanas o en los interfluvios, han do-
mesticado, manipulado y recreado una naturaleza que a los ojos del “hombre blanco” sigue apareciendo como
“selva virgen” y/o “naturaleza hostil”. Para los especialistas, por el contrario, la Amazonia Noroccidental es “una
de las regiones más reveladoras del planeta”, tanto en lo físico, como en lo biótico y lo humano, según palabras
del geógrafo Camilo Domínguez:

“Realmente es un mundo de una cultura muy diferente, compleja y sabia, que utiliza su medio ambiente en
forma muy especial. Su selva produce una increíble variedad de plantas medicinales, venenosas y alucinóge-
nas, conocidas en su mayoría por los curanderos o tuchauas, quienes las usan como parte integral de su vida
cotidiana. Especialmente el veneno conocido en forma genérica como ‘curare’, extraído, como se mencionó,
de un bejuco (Strichnos), fue el terror de los cazadores de esclavos. Su rápida acción paralizante sobre los
músculos, en dosis minúsculas, introducidas al organismo por un pequeño dardo de cerbatana, es impresio-
nante. Sin embargo, su uso cotidiano es pacífico, pues se prepara esencialmente para la cacería de animales.
Fuera del curare, la lista de venenos es bastante larga; especialmente la de los venenos para peces, llamados
‘barbascos’. Su variedad y multiplicidad de usos implica toda una ciencia toxicológica: hay barbascos de raíz,
de tronco, de hojas y de frutos; hay barbascos que matan y otros que atontan; hay barbascos que hacen
flotar el pez y otros que lo hacen hundir. En fin, las posibilidades son enormes, y el indígena sabe usarlas sin
ocasionar destrucción”137.

136 Véase el mapa Putumayo en la Amazonia Noroccidental.


137 DOMÍNGUEZ OSSA., Camilo A. “Colombia y la Panamazonía”. En: Colombia Amazónica. Bogotá: Universidad Nacional
de Colombia; Fondo para la Protección del Medio Ambiente “José Celestino Mutis” –FEN Colombia-, 1988. Pág. 58.
Un Payé Kofán untando dardos con curare. Río
Sucumbíos-Putumayo. Richard Evans Schultes.
(1941-1961). El Bejuco del Alma. Los médicos
tradicionales de la Amazonía colombiana,
sus plantas y rituales. Banco de la República.
Ediciones Uniandes. Editorial Universidad de
Antioquia. Bogotá. 1994.

La delimitación del Putumayo, como parte,


en un inicio, del Territorio del Caquetá, y
posteriormente como ente autónomo bajo
las figuras sucesivas de intendencia, comisa-
ría y departamento, constituye apenas una
expresión de un proceso de estructuración
espacial y sociocultural más vasto, complejo
y profundo en el tiempo. En otras palabras,
su construcción y demarcación territorial en-
trañan múltiples y ancestrales vínculos con
otros espacios, otras culturas y otros proce-
sos, como los de consolidación y expansión
del Imperio inca o Tahuantinsuyu y del lla-
mado “Mundo Andino” e incluso, el des-
membramiento de éste, lo mismo que con
los tempranos intentos coloniales del siglo
XVI por incorporar las fronteras mineras del
piedemonte amazónico (colombiano y ecua-
toriano) y con procesos políticos y territoria-
les más recientes, como la redefinición de
las fronteras internas y externas de los Esta-
dos nacionales (“andino-amazónicos”) y las
estrategias de inclusión de sus respectivas
fronteras amazónicas a partir del siglo XIX.

Siendo conscientes de las dimensiones his-


tóricas y de la riqueza de esos y muchos otros vínculos, es pertinente destacar tres factores que, aunque en su
cualidad y naturaleza difieren, en nuestro criterio han sido fundamentales en la configuración sociocultural, eco-
nómica y política del Putumayo y han contribuido a la comprensión de larga duración, es decir, en el transcurso
de los últimos siglos, de su proceso de estructuración, en concreto: la presencia e influencia de grupos humanos
de origen o tradición quechua, la minería del oro y las actividades misioneras.

Es pertinente manifestarle a los lectores que tales factores fueron fundamentales en la configuración del mapa
de los asentamientos humanos del piedemonte del Putumayo de mediados del siglo XIX, así como de sus terri-
torios, territorialidades, economía(s) y redes de relaciones regionales, inter-regionales e intra-regionales, las
que, en efecto, estaban activas y seguían funcionando a mediados del siglo en referencia, es decir, cuando se
pretendió emprender la integración de dicho espacio, al ámbito político y territorial de la nueva nación, a partir
de la creación del Territorio del Caquetá en el año de 1845.

En consecuencia, el esfuerzo descriptivo y analítico de carácter histórico que aquí nos proponemos realizar, en
relación con dichas variables, tiene por objeto plantear y sustentar, de un lado, que el piedemonte del Putumayo
fue el resultado de una larga construcción y estructuración económica y sociocultural y, de otro, que más allá
de esas imágenes que se figuraron y proyectaron acerca del mismo –en el sentido de un espacio vacío o “des-
poblado”, o de una tierra de “salvajes” y “caníbales”, en la época en mención éste continuaba siendo, como lo
había sido por tradición, un importante espacio de confluencia, una frontera viva donde el mundo andino y el
86 amazónico seguían fomentando su milenaria comunión.
Uso de los venenos para peces en la selva.
Ucursique-Putumayo. Richard Evans Schultes.
(1941-1961). El Bejuco del Alma. Los médicos
tradicionales de la Amazonía colombiana, sus
plantas y sus rituales. Banco de la República.
Ediciones Uniandes. Editorial Universidad de
Antioquia. Bogotá. 1994. “...en los claros de
la selva, el indígena evitara por lo general la
destrucción de cualquier planta que tenga valor
económico.” W. E. Roth (1924).

2.1. La gente de la lengua del Inga


Siglos atrás, desde el periodo prehispáni-
co, pasando por la época colonial y a lo lar-
go de la era republicana, senderos, trochas,
caminos y carreteras han surgido, cruzando
el piedemonte, como vía y ruta de comuni-
cación para acceder e intercambiar bienes y
recursos entre las tierras bajas amazónicas y
las tierras altas de los Andes. Han existido,
por supuesto, otras motivaciones sociales,
económicas y políticas relacionadas con los
procesos de colonización y urbanización de
este espacio, lo mismo que con la integración
socio-cultural y político-administrativa de la
región oriental al orden colonial y al Estado
nacional colombiano.

No obstante, y acudiendo a la “estratigrafía”


de un tiempo histórico más profundo, es útil
señalar que los vínculos del Putumayo no han
sido exclusivamente con los Andes colombia-
nos, sino que han comprendido otras áreas
orientales de la vasta Amazonia al igual que
partes del piedemonte y los Andes Centrales
que hoy están bajo la soberanía de Perú y Ecuador. Dentro de esta perspectiva más amplia, que entraña a la par
que sugiere la gran complejidad histórica y cultural inherente a los procesos de formación de lo que hoy es el
departamento del Putumayo, la investigadora María Clemencia Ramírez advierte y describe los nexos de éste
–quizá establecidos desde el mismo periodo prehispánico- con el piedemonte ecuatoriano y peruano a partir de
la indagación del origen de grupos de habla quechua presentes en el piedemonte de Colombia, en particular los
ingas:

“Estas referencias llevan a profundizar en el establecimiento de las vías a través de las cuales se
realizaban dichas migraciones escalonadas que provenían de Perú y Ecuador para llegar a Colombia,
y en este sentido debe tenerse presente que a lo largo de los ríos Aguarico, San Miguel y Putumayo
–además de algunos afluentes menores del Aguarico como el Dué, el Dashino, el Pusino en el noro-
riente ecuatoriano, dentro de la provincia del Napo, colindando con Colombia y Perú-, se encuen-
tran asentadas, hoy en día, comunidades indígenas de habla quechua, de diferente procedencia,
historia y origen étnico que llegan en sucesivas migraciones”138.

138 RAMÍREZ DE JARA, María Clemencia y ALZATE, Beatriz. “Por el Valle de Atriz a Ecija de Sucumbíos”. En: USECHE LOZADA,
Mariano. Caminos reales de Colombia. Bogotá: Fondo para la Protección del Medio Ambiente “José Celestino Mutis”
–FEN Colombia-, 1995. Págs. 287-288
87
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Plaza de Santiago Putumayo. Comunidad Religiosa Capuchina. 1913. Misiones católicas del Putumayo. Documentos
oficiales relativos a esta comisaría. Bogotá. Imprenta Nacional.

La lectura detenida o, aun desprevenida, de la antigua cartografía, incluso de la actual, permite establecer, a partir
de la toponimia, las amplísimas dimensiones espaciales de la influencia quechua o quichua así como la vasta pre-
sencia e influencia de la lengua inga en los Andes septentrionales y el piedemonte amazónico de Colombia, según
se desprende de los ejemplos siguientes: Putumayo (“pútu” o “pótu”= calabazo y “máyu” o “máyo”= río), Curiaco,
Verdeyaco, Mandiyaco, Balsayaco, Espinayaco, La Cocha, Yunguillo, Oritopóngo, Porotoyaco, Paispamba, Quinchoa-
pamba, Curiplaya, Urubamba, Ataco, Cajamarca, Guanacas, Rumichaca, Papallacta y Ullucus.

Aparte del hecho de que la lengua quechua se extendió por varios territorios del sur y el oriente del país, presun-
tamente durante el periodo prehispánico, el investigador Humberto Triana y Antorveza señala que, durante la Con-
quista y la Colonia, los españoles contribuyeron así mismo a su expansión porque la reconocieron como un medio
para superar la dispersión lingüística, es decir, la adoptaron y difundieron en algunas áreas específicas como lengua
general, logrando así que ella se extendiera allende las fronteras del Imperio incaico, y más aún gracias a la llegada
de grupos de yanaconas (clase minoritaria que trabajaba en las propiedades del Inca y la nobleza), a partir del siglo
XVI, como los que fueron introducidos por Sebastián de Belalcázar en Santafé o aquellos que acompañaron a Fray
Juan del Valle, cuando fue nombrado obispo de Popayán, en el año de 1548, de quien se sabe “vino cargado por
indios yanaconas porque no podía montar a caballo” y a los cuales se les otorgó tierra quedándose a vivir en las
cercanías de la ciudad. Así, “la influencia quechua llegó hasta la cordillera que separa a dicha región del Valle de
Neiva por un lado, y como la gobernación y el obispado de Popayán ocuparon amplios territorios del occidente co-
lombiano, también alcanzó a los actuales departamentos del Valle y del Chocó y algunas regiones de Antioquia”139.

No menos importante ha sido la influencia del quechua en cuanto a nuestra competencia cotidiana o habla del
idioma español se refiere. Es más, podríamos afirmar que entre las lenguas nativas que mayores aportes han he-
cho a la lengua de Cervantes en varios de los países hispanohablantes figura en primer plano la “lengua del Inga”,
especialmente si recordáramos algunas de las palabras que, además de la toponimia, hacen ya parte indisoluble de

139 TRIANA Y ANTORVEZA, Humberto. Las lenguas indígenas en la historia social del Nuevo Reino de Granada. Bogotá:
88 Instituto Caro y Cuervo; Biblioteca “Ezequiel Uricoechea”, 1987. Págs 167-168.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Plano de una cabaña de Indios Mocoas.


Grabado de Edouard André. 1875-1882. América Pintoresca. El Ancora Editores. Bogotá. 1987.

diversas expresiones y de nuestro vocabulario común, como taita, alpaca, arracacha, auca, biche, cancha, caucho,
cochada, cóndor, coto, chagra, chamba, chancho, chirimoya, china, chiro, chontaduro, guaca, guadua, lulo, llama,
loro, minga, mitaca, quina, tambo, vicuña, zapallo, yaguar (jaguar), runa (gente), pongo (estrecho), yaco (agua,
río), cocha (laguna), pamba (llano), sacha (monte), curi (oro), cui (conejillo de indias o curí) urcu (cerro, montaña),
achira, chuspa, cabuya, chimbilá, guagua, achote, rumi (piedra), chirimía, chumbe, chasqui, cusumbo (coatí de
montaña, especie Nasuella olivácea), choro, chonta, ayahuasca, guasca, guamo, jícara (jigra), chucha (zarigüeya),
cuchi (cerdo) y chuño, entre muchas otras.

La enseñanza, e incluso, la imposición de la lengua del Inga entre grupos aborígenes amazónicos, fue parte de las
políticas de las misiones católicas coloniales que pretendían facilitar la evangelización y asimilación de los “natura-
les”, “infieles” y “neófitos”, como se llamaba indistintamente a los indios. El misionero jesuita Juan Magnín, quien
durante muchos años de su vida ejerció su ministerio en la selva amazónica, al describir las “parcialidades y las
diferentes naciones indígenas” de la primera mitad del siglo XVIII, manifestó que “la primera lengua que maman es
la materna; de ahí entra la del inga, que se procura sea la universal, aunque eso con dificultad se consigue acerca de
las mujeres”140. Udo Oberem, en su obra acerca de los Quijos, un grupo indígena del oriente ecuatoriano, manifies-
ta que éstos fueron “quechuizados”, es decir, sus antepasados hablaban otro idioma, probablemente un dialecto
del Chibcha, del grupo “Talamanco- Barbacoa” o, según otras fuentes, un idioma relacionado con el Cofán141.

140 MAGNÍN, Juan. “Breve descripción de la provincia de Quito en la América Meridional y de sus misiones de Sucumbíos
de religiosos de San Francisco y de Maynas de padres de la Compañía de Jesús, a las orillas del gran río Marañon, hecha
para el mapa que se hizo el año 1740”. Boletín de la Academia Nacional de Historia, Vol. XXV, No. 85, enero-junio, 1955.
Pág. 98
141 OBEREM, Udo. Los quijos: historia de la transculturación de un grupo indígena en el oriente ecuatoriano. Otavalo (Ecua-
dor): Instituto Otavaleño de Antropología, 1980. Págs. 313-314. Colección Pendoneros; Serie Etnohistoria, No.10A.
89
Vivienda Inga.
Cabildo Alpa Rumiyaco.
Parcelaciones de tierra en el
municipio de Villa Garzón.
María Fernanda Sañudo.
2001. Dicho cabildo trabaja
por la legislación de sus
tierras y la conformación
del resguardo indígena.

En el Putumayo habitan hoy varios grupos cuya lengua materna es la del Inga y es
factible que hasta hace unos pocos siglos existieran muchos más grupos cuya lengua materna, o por adopción,
fuera esta misma. Sin embargo, debe recordarse que en el piedemonte amazónico, en la alta amazonía peruana,
ecuatoriana y colombiana, se instauraron desde temprano regímenes coercitivos que trasladaron, traficaron y diez-
maron una considerable población. Las fuentes primarias nos han permitido establecer, por ejemplo, que los indios
que dieron origen al poblado Inga de San Andrés, en el valle de Sibundoy, llegaron huyendo de la persecución,
según sus propios testimonios142.

Durante los tiempos coloniales, y aun republicanos, las actividades de esclavistas, traficantes y “patrones” no cesa-
ron, hecho que permite aseverar que en épocas más recientes es muy probable, también, que se hayan desplazado,
diezmado y extinguido grupos indígenas enteros. No obstante la larga historia de las migraciones de estos grupos,
secularmente relacionadas con destierros y persecuciones, misioneros franciscanos como Fray Juan de Santa Ger-
trudis, quien se desempeñó como tal en la región a mediados del siglo XVIII, lo mismo que investigadores pioneros
tan destacados como el padre Marcelino de Castellví, han intentado establecer lo que podríamos denominar, si se
nos permite, una “geografía de la lengua quichua”, según lo asevera el geógrafo Domínguez:

“El misionero y lingüista Marcelino de Castellví clasificó el quichua hablado en el área en tres secciones: el
inga putumayeno, hablado principalmente en el Sibundoy; el inga caqueteño, hablado en Mocoa y el alto
Caquetá; y el inga napeño, que ubica en el río Guamuéz y medio Putumayo hasta el pueblo de La Concepción,
cerca de las bocas del Caucayá. A mediados del siglo XVIII, el misionero franciscano Fray Juan de Santa Ger-
trudis daba una distribución semejante para el quichua, y dice: ‘Ellos hablaban la lengua general, que llaman
lengua linga, que de cuantas allí hay es entre todas la más común y usada’. Pero Santa Gertrudis coloca el
pueblo de Santa Cruz de los Mamos, que se ubicaba en las cercanías de la boca del San Miguel, como un punto
de máxima dispersión del idioma quichua, aguas bajo del Putumayo”143.

De todas formas, muchos son los interrogantes que en la actualidad persisten acerca del devenir de los grupos
de habla quechua en Colombia y, específicamente en el Putumayo. Por ejemplo, no se tiene certeza de las rutas
de su ingreso, ni tampoco de sí arribaron antes, durante o después de la conquista hispana. Así mismo, se des-
conoce cuáles de ellos adoptaron la lengua del Inga en virtud de los procesos de la dominación política incaica y
cuáles la adoptaron tiempo después, cuando los misioneros y las autoridades coloniales decidieron imponer el
quechua como lengua oficial de los indios sometidos a los procesos de evangelización y reducción en los pueblos
de misiones. Miguel Triana, quien a comienzos del siglo XX tuvo la oportunidad de visitar y conocer a varios de

142 INDÍGENAS DE LA PARCIALIDAD DE SANTIAGO. “Carta al Ciudadano Presidente del Estado Soberano del Cauca”. San-
tiago, 8 de septiembre de 1870. ACC: Leg. 30, Pág. 112. Sin foliación. “Expediente sobre Límites entre los Pueblos de
Santiago y Putumayo en el Territorio del Caquetá”.
143 DOMÍNGUEZ OSSA., Camilo A. “Construcción territorial del Putumayo”. En: GÓMEZ LÓPEZ, Augusto Javier. (Ed.). Pu-
tumayo: una historia económica y sociocultural –Texto guía para la enseñanza. Bogotá: Texto inédito presentado al
90 Ministerio de Cultura 1998, en cooperación con Gaia-Danida y Universidad Nacional de Colombia, 2003. Págs. 161-180.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Pueblo de San Andrés. Fotografía Comunidad Religiosa Capuchina. 1913.


Informe sobre las misiones del Caquetá, Putumayo, Guajira, Meta, Vichada,
Vaupés y Arauca. Bogotá. Imprenta Nacional.

los grupos indígenas del Putumayo, cuando apenas estaba iniciando su dispersión total, defendió el origen caribe
de los indios de Mocoa a pesar de su lengua inga:

“Los quinientos indios, resto de la numerosa tribu de los mocoas, a quienes dispersó la presencia de los
blancos por los lados de Condagua y Yunguillo hasta las fronteras de los Andaquíes y de los Carijonas, y hasta
las fronteras de los Sionas por los lados del Guineo y San Vicente, donde se han avecindado, constituyen un
grupo étnico uniforme que no parece proceder del Ecuador, no obstante su lenguaje inga, sino más bien de la
llanura: son los caribes, remontados ya a los arranques de la cordillera, esclavizados en tiempos muy remotos
por los caras y quichuas, sus sojuzgadores sucesivos”144.

En fin, muchos y de gran complejidad son los interrogantes que persisten y la historia, lo mismo que la antropolo-
gía y la lingüística, encuentra aquí un amplio campo para sus investigaciones, un campo tan vasto y desconocido
como el piedemonte amazónico mismo. Como quiera que sea, muchos y muy reconocidos investigadores ya se
han venido formulando preguntas al respecto:

“Los etnohistoriadores tratan actualmente de investigar el origen de la existencia de esa lengua en el Putu-
mayo, utilizando tres hipótesis: A. – Una expansión del Tahuantinsuyu por el piedemonte amazónico hasta
el río Caquetá, usando grupos colonizadores de avanzada o yanaconas; B.- La llevada, por los españoles, de
grupos indígenas quechuas que dominaban la minería del oro (curicamayos), durante el período colonial y;
C.- La quechuización espontánea de grupos indígenas que hablaban otras lenguas y que adoptaron el quechua
como lengua de preservación cultural frente al español. También es posible que las tres hipótesis sean válidas,
adoptándose la lengua por diversos caminos”145.

Como si se tratara de una arqueología, de una mirada profunda en el pasado que se esconde en la estratigrafía
de ese desconocido piedemonte, y aun reconociendo la prolongada y remota peregrinación que emprendieran
los Caribes desde el Atlántico, quienes ingresaron por las bocas del “Gran Río” hasta alcanzar tras muchos la Cor-
dillera, el Putumayo fue, ha sido y sigue siendo, desde una perspectiva histórica y de larga duración, sinónimo
de “frontera”, pero también de confluencias y entronques de horizontes culturales diferentes, de encuentros de

144 TRIANA, Miguel. Por el sur de Colombia: excursión pintoresca y científica al Putumayo. Bogotá: Prensas del Ministerio
de Educación Nacional, 1950. Pág. 349. Biblioteca Popular de Cultura Colombiana.
145 DOMÍNGUEZ OSSA, Camilo A. “Construcción territorial…”. Págs. 60-61.
91
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Fotografía de Juan Friede. C.a. 1948. Archivo fotográfico ICANH. Comunidad Kofán en la cercanía del río Guamués.

pensamientos de “abajo” y de “arriba”, de ascensos y descensos, y la lengua, fenómeno vivo y cambiante, tanto
como huella, vestigio y revelador testimonio del pasado, ha dejado esas voces de las más antiguas y recientes
migraciones cual las de los Caras (de las que según Triana “parece haber vestigios en el alto valle”), los Chibchas,
los Kamsá o Sibundoyes, los Quichuas, (“cuyo más limpio espécimen veremos en Santiago”), así como de blancos
y mestizos que ya por entonces (desde finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX) se habían ido reubicando
en Mocoa y el valle de Sibundoy.

De esas migraciones, de esas voces, nos habló Triana, el ilustrado viajero, quien más allá de la cronología, pero
cercano a la observación que acompaña las labores de la ciencia, advirtió como un etnógrafo –a partir de las
costumbres, los fenotipos, las industrias, las ideas, los ritos, los caminos, los enlaces, las instituciones y las len-
guas- lo que, como huella, ha perdurado de todos esos encuentros y desencuentros:

“Se puede decir que la raza madre de los caribes, de procedencia Atlántica, ha traído sangre cuyos caracteres
físicos predominan en esta muchedumbre, al paso que las razas cultas de los quichuas y castellanos han traído
ideas, cuyos símbolos de expresión hablada han desalojado el idioma original, adulterándose y luchan todavía
entre sí los dos idiomas por el predomino absoluto. El idioma de los antiguos peruanos, que no entendería
Atahualpa si se levantara de la tumba, es el predominante, por ahora, en esta región, adulterado, enrique-
cido en neologismos y barbarizado en su pronunciación y en su gramática. Solamente dos entidades étnicas
mantienen en este valle del alto Putumayo la posesión de su idioma, aunque prostituido por el contagio incá-
sico: los blancos de Mocoa y San Francisco, procedentes de Pasto, quienes hablan un castellano sumamente
incorrecto, lleno de provincialismos y plagado de expresiones quichuas, y los sibundoyes, quienes hablan el
“cochi” traído de su remota y discutible procedencia”146.

92 146 TRIANA, Miguel. Por el sur de Colombia… Pág. 333.


Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

2.2. Las huellas históricas sobre las arenas auríferas147



La tradición nos cuenta de algunas minas de oro en la antigüedad y de ellas las más repetidas son
las de las cabeceras del río Curiyaco en la altura de los Andes, limítrofe con la Provincia de Popayán,
las de Yancoi y Cofanes en Aguarico y los veneros en los ríos San Juan y Cascabel”148.

Así como el Putumayo y sus selvas fueron “poblados” de monstruos, de seres “pilosos” y de naciones de indios
con “un pie como las cabras” o “con las pantorrillas de las piernas en la parte de adelante”149, así mismo, has-
ta avanzado el siglo XX, se tenía por cierta la existencia de fabulosos y ricos yacimientos y veneros de oro que
habían sido ocultados por los nativos para desalentar la curiosidad y codicia de los “blancos”. Pero más allá de
la imaginación, de la fantasía y los sueños que tantas pesadillas y destrucción han causado desde que Hernán
Pérez de Quesada saliera de Bogotá con 200 hombres en busca de la “Ciudad de El Dorado”, la explotación y el
intercambio del fino metal extraído del Putumayo son actividades que han dejado una profunda impronta que
se remonta a los tiempos prehispánicos150.

Desde aquel entonces, y a través de todas las eras de la historia nacional oficial, la extracción del oro, a pesar de
sus periodos de crisis, pero también de prosperidad, ha sido una actividad entrañablemente ligada, en el ámbito
de nuestro estudio, con los procesos de des-estructuración y estructuración, consolidación y transformación de
asentamientos y grupos humanos. En otras palabras, entre los numerosos productos que han caracterizado la
economía amazónica, en general, y del Putumayo, en particular, este metal presenta una relativa continuidad y
su explotación ha sido fuente de intercambio y sustento de las más diversas comunidades desde tiempos remo-
tos hasta el presente: después de la crisis generalizada de su explotación en el siglo XVI, durante el siglo XVIII,
“piezas” y grupos de esclavos negros huidos de las minas y haciendas de la Gobernación de Popayán, que forma-
ron los palenques de Cascabel y Cascabelito en asocio con familias de indígenas, al igual que reductos de indios
independientes, no sujetos a misiones ni a “patrones”, practicaron la explotación minera aurífera como parte
de un conjunto de estrategias de complementariedad económica familiar y en asocio con la producción agraria
y otras actividades, e igual proceso se verificó en los siglos posteriores por obra de individuos e incluso familias
completas de las más diversas procedencias.

La antigua Ágreda y secundariamente Mocoa, tras su fundación, fueron importantes lugares de confluencia a los
que se llegaba, con extrema dificultad, siguiendo la ruta que por Almaguer atravesaba Santa Rosa, (Popayán-Alma-
guer-Mocoa-río Putumayo) o partiendo desde Pasto, por La Laguna y el valle de Sibundoy, para luego descender a
Mocoa151. Pero fue esta última la que terminó por convertirse en epicentro de la frontera minera oriental que fue

147 Para la elaboración de este texto se introdujeron apartes de la “Relación de los indios y provincias que hay en Mocoa,
hecha por el Visitador de dicha Provincia”, Francisco Vélez Zúñiga, en 1597; importante documento original del Archivo
General de Indias de Sevilla, aun inédito, el cual obtuvo el autor gracias al hallazgo que de él hiciera el historiador Juan
Carlos González y cuya trascripción también le fue obsequiada por el mismo investigador.
148 Según lo expuesto por el Prefecto, QUINTERO, José M. “Informe sobre el Territorio del Caquetá”, 1857. Italia, Biblioteca
Nacional de Turín, “Fondo Cora”. AGN: Bogotá, Microfilme, Rollo S III 23 [1]. Véase también, DOMÍNGUEZ OSSA, Camilo
A.; GÓMEZ LÓPEZ, Augusto Javier y BARONA BECERRA, Guido. (Eds.). Geografía física y política de la Confederación
Granadina… Pág. 132.
149 Véase este tipo de relatos en las descripciones de mediados del siglo XVIII, recogidas por Fray Juan de Santa Gertrudis
en su obra: Maravillas de la naturaleza. Bogotá: COLCULTURA; Banco de Bogotá; Banco Popular; Corporación Financiera
Colombiana; Corpavi; Fondo FEN Colombia; Banco de la República; Biblioteca Nacional de Colombia; CERLAIC, 1994.
Biblioteca V Centenario COLCULTURA, Viajeros por Colombia. Tomo I. Págs. 211-213.
150 María Victoria Uribe ha señalado que en tiempos prehispánicos subía hacia los Andes y específicamente hacia el Al-
tiplano Carchi-Nariño oro de aluvión extraído de los afluentes superiores de los ríos San Miguel y Caquetá (“Pastos y
protopastos: la red regional de intercambio de productos y materias primas de los siglos X a XVI D.C.”. Maguaré. Vol. III,
No. 3, 1986. Págs. 33-46.)
151 Véase al respecto el “Mapa de la provincia del Putumayo. Mapa de la región comprendida entre los ríos Caquetá y
Napo”, elaborado presumiblemente en el siglo XVIII y reproducido del original del Archivo General de la Nación. Según
Federico González Suárez, además de las rutas antes señaladas, otras también fueron frecuentadas por expedicionarios,
misioneros, exploradores, comerciantes e incluso, siglos después, por extractores de recursos de la selva y por colonos.
Las primeras incursiones de los misioneros franciscanos en el alto Putumayo, por el año de 1633, las realizaron siguien-
do la ruta de Quito a Pasto y de Pasto a Ecija en la provincia de Sucumbíos: “se embarcaban en el río San Miguel, en un
93
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

surgiendo, hasta consolidarse, en el siglo XVI, y en torno a ella se produjo la integración de “diecinueve provincias”,
algunas de las cuales se unieron en virtud de la riqueza de sus yacimientos auríferos y otras como proveedoras de
mano de obra indígena para el laboreo: “Tienen grandísimo trabajo (los indios) porque cargan toda la vida el sus-
tento suyo, de los Caricamayos y de los encomenderos porque es imposible andar caballos por esta tierra (…)”152.

A finales del siglo XVI, la explotación aurífera en el territorio de “Mocoa y sus Provincias” estaba todavía en su
apogeo, de tal manera que en el año de 1596 había en la ciudad doce encomenderos que poseían un total de
“mil indios tributarios” de acuerdo con “la última visita general que se hizo por Eusebio de Goez, juez por la Real
Audiencia, la cual acabó de hacer a ocho de noviembre de mil y quinientos y noventa y seis años”, tal y como a
continuación se cita en el cuadro inferior y según la misma relación de Francisco Vélez Zúñiga:

Mocoa - Encomenderos y sus indios tributarios. Año 1596153


Nombre del encomendero Número de indios tributarios
García Zambrano, (Capitán) 130
Diego González, (Capitán) 83
Antonio del Águila 21
Joan de Medellín, (Capitán) 104
Joan Galíndez, (Capitán) 343
Diego Hernández de Mora 74
Francisco de Rodes 50
Andrés Viejo 27
Gabriel Díaz 55
Alonso Luzón 51
Nicolás de Franqui 52
Alonso Ramírez de Oviedo 11
Total 1.001
La ciudad de Mocoa fue fundada varias veces debido a los continuos ataques y rebeliones de los indios, quienes
la quemaron en represalia por los reiterados maltratos y vejaciones de encomenderos y comerciantes. En esta
actitud de defensa de su territorio se distinguieron los Andakíes, grupo que se convirtió en el azote de los espa-
ñoles, durante varias centurias, en el alto Caquetá y el alto Magdalena. A esta comunidad pertenecían también
los Charaguayes, Charaváes o Mocoas que Fray Cristóbal de Acuña identificara como esclavos de las minas de
Ágreda de Mocoa en el siglo XVI y que luego se convirtieron en grandes enemigos de los hispanos154.

Tales ataques se recrudecieron a principios del siglo XVIII, cuando ya totalmente derrotados los Andakíes del alto
Magdalena se desplazaron hacia el alto Caquetá: “de esto dan testimonio sus frecuentes ataques a las funda-
ciones españolas de las laderas selváticas de la Cordillera, tales como Simancas, Yunquillo, Condagua y Mocoa,
llegando hasta Sibundoy y, tal vez, hasta Ecija de los Sucumbíos”155.

Así como venía sucediendo en las fronteras mineras del siglo XVI (Cáceres, Zaragoza, Remedios y Pamplona –Ve-
tas-), en las minas de plata de Mariquita, e incluso en los yacimientos auríferos de Almaguer, el traslado masivo
de los indios hacia los centros mineros, el abandono forzado de sus cultivos y territorios, las nuevas enferme-
dades trasmitidas a causa del contacto con los europeos, el maltrato físico y muchos otros factores inherentes
al régimen de la encomienda y a los sistemas coercitivos que caracterizaron ese primer ciclo minero colonial,
punto llamado la Quebrada y por el San Miguel descendían al Putumayo; gastaban sólo en el viaje más de tres meses”
(...). “Así se descubrieron las tribus de los Ceños y de los Becabas en el alto Putumayo, y las de los Abijiras y las de los
Icaguates, pobladores de las orillas del Aguarico y del Napo” (Historia general de la República del Ecuador. Quito: Edito-
rial Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1970. Vol. 3. Págs. 100-101.)
152 VÉLEZ ZÚÑIGA, Francisco. “Relación de los indios y provincias que hay en Mocoa, hecha por el Visitador de la Provin-
cia”. Mocoa, 2 de octubre de 1597. Archivo General de Indias, citado a partir de aquí como AGI: Quito, 24, No. 49, Serie
Personas seculares. Folio 2-3.
153 Ibid.
154 FRIEDE, Juan. Los Andaquí. 1538-1947. México: Fondo de Cultura Económica, 1953. Pág. 23.
94 155 Ibid., Págs. 59-60.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Indios de Mocoa en el Alto de la Cruz. Grabado de Edouard André 1875-1882.


América Pintoresca. Bogotá. El Ancora Editores. 1987.

redundaron en el Putumayo en la interrupción abrupta de la vida social y comunitaria de los aborígenes y fa-
vorecieron su derrumbe físico156 muy a pesar de la lucha de Don Juan del Valle, obispo de Popayán, contra las
infamias y “excesos” de los encomenderos y en abierta violación a las Leyes Nuevas promulgadas en 1542 por la
Corona española (gobierno de Carlos I) a fin de proteger a los nativos de la opresión y la esclavitud.

En gran medida, la creciente escasez de mano de obra, provocada por lo que algunos científicos sociales han
denominado rigurosamente “catástrofe demográfica indígena”, y que ya era apreciable en las primeras décadas
del siglo XVII, fue una de las causas decisivas de la crisis minera que se produjo en el Putumayo junto con los rei-
terados ataques de los indios a ciertas poblaciones, como Mocoa, al igual que las amenazas permanentes contra
los “blancos” y sus entables mineros en una frontera donde difícilmente podía asegurarse la protección militar.

Ya en pleno siglo XVIII el mazamorreo del oro dejó de ser una actividad controlada por los españoles y/o sus
descendientes criollos, si bien algunos de éstos continuaron elevando ante la Corona sus solicitudes de adjudica-
ción de antiguas encomiendas “por dos, tres y más vidas”. Sin embargo, la explotación aurífera volvió a ser, para

156 El Profesor Jaime Jaramillo Uribe ha expresado que las causas del despoblamiento en el Nuevo Reino, en el siglo XVI y
comienzos del siglo XVII, fueron muy variadas, siendo imposible otorgarle a una de ellas la categoría de causa única. El
destacado historiador ha planteado que todas ellas debieron obrar simultánea o recíprocamente: las acciones bélicas
durante la Conquista; la dureza del régimen de trabajo en minas, obrajes y haciendas; las nuevas enfermedades traídas
por el conquistador (viruela, gripe, sarampión, tifo, etc.); la destrucción transitoria de la economía de las sociedades
amerindias; la desorganización de las tradicionales formas de cultura y vida social; la competencia vital de la población
conquistadora; la apatía por la reproducción e incluso la “esterilidad buscada”, entre otras causas (“La población indí-
gena de Colombia en el momento de la conquista y sus transformaciones posteriores”. En: Ensayos de historia social.
Tomo I. La sociedad Neogranadina. Bogotá: s.ed., 1963. Págs. 85-158.)
95
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Navegación en el Putumayo. Comunidad Siona. Juan Friede o Milciadez Chávez. C.a. 1948. Archivo fotográfico ICANH.

varios de los grupos nativos supervivientes, una entre muchas de sus actividades cotidianas (caza, pesca, agricul-
tura, horticultura, trasporte, comercio, etc.) y los beneficios obtenidos de ella les permitieron, por intercambio,
tener acceso a otros bienes propios de las tierras altas andinas, según el ilustrativo relato de Fray Juan de Santa
Gertrudis: “Estos indios de Mocoa andan ellos vestidos y lo pasan muy bien, porque al pie de la loma de Mocoa
pasa un río que se viene despeñando de aquellas serranías y es muy grande, que para pasarlo se pasa con canoa.
Él hace muchísimo ruido, y tal vez por esto lo llaman el río Cascabel. Los indios a la margen catean mucho oro
que él trae de las minas de arriba. Y con ellos los indios sibundoyes les traen herramientas, ropa, carne y harina
de San Juan de Pasto”157.

Por esta causa, la mayor parte de los frecuentes levantamientos de los nativos, así como algunos de los varios
asesinatos y desapariciones de misioneros estuvieron relacionados, presumiblemente, con los intentos de cier-
tos religiosos por controlar o usufructuar personalmente el trabajo indígena en los yacimientos auríferos, o
apropiarse del fruto de otras actividades tales como la recolección de miel y de cera, productos que por tradición
gozaban de una apreciable demanda en Pasto y, en general, en los Andes.

Las fuentes primarias brindan también una relación minuciosa de algunos aspectos económicos y sociales de la
actividad minera que se realizó en la segunda mitad del siglo XVIII en el Putumayo y destacan cómo parte de ella
que un buen número de esclavos y esclavas, fugados de Popayán, Barbacoas, Pasto y Mariquita y “olvidados de la
Ley de Dios y libres de la sujeción de sus amos”, habían formado “un palenque dividido en dos partes”, Cascabel
y Cascabelito, donde lavaban oro con el cual conseguían herramientas y víveres, pues hasta allí seguían llegando
los “mitmas” o “mitimáes” procedentes de los Andes para hacer sus “rescates”158.

Siguiendo lo expuesto por el historiador Francisco Zuluaga, después de las varias e infructuosas expediciones
que se emprendieron para la captura de los esclavos fugitivos, se llegó a un entendimiento entre las partes de

157 SANTA GERTRUDIS, Fray Juan. Maravillas de…. Pág. 234.


158 Gobernador de Popayán. “Informe sobre los negros cimarrones que han construido palenques en el Putumayo”. 1795
96 - 1803. AGN: Sec. Colecciones, Colección Bernardo J. Caicedo, Vol. único, caja 23, documento 3, “Misiones”, Fols. 1-91.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

acuerdo con el cual los negros apalancados debían pagarle a los correspondientes amos la mitad del avalúo res-
pectivo con el oro obtenido de su trabajo en las minas. Cabe resaltar que dicho acuerdo fue posible gracias a los
oficios de Fray Francisco Javier de Paz Maldonado, quien fuera designado por el Gobernador de Popayán para la
“pacificación de los negros” y la labor misionera entre los indios del Putumayo159.

Este fraile, que permaneció por ocho meses en cumplimiento de lo ordenado por el Gobernador, dio cuenta
sucinta de los yacimientos y minas de oro que antiguamente se habían explotado allí y de las que los mismos
negros fugitivos estaban por entonces trabajando:

“Las minas son a las márgenes del río Caquetá, es una loma que baja de la serranía de Sibundoy
que viene a quedar en medio de dicho río Caquetá, y el Putumayo, y para las faldas de Caquetá son
los minerales, sus cabeceras de estas minas son el río de Mandur, el río de Picudo, la quebrada de
Jamús, y en esta quebrada y sus márgenes han trabajado mucho los antiguos. Se ven las labores en
la quebrada de Santo Domingo, San Pedro y Sardinas y Platanal. En las minas de Platanal han estado
trabajando los negros fugitivos con poca herramienta y han sacado oro para sus necesarios. Todas
estas minas tienen las aguas superiores, y perennes de todo el año. El río de Mocoa para la travesía
de Caquetá, también hay minas según se ve la labor de los antiguos, como es el paraje de Yunguilla.
Para el río arriba como es Escanse, y Cascabel hay buenos minerales pero muy cargados de piedra
grande, donde no se ve labor de dichos antiguos. Son todos estos minerales muy ricos según lo
enseñan sus playas del dicho río Caquetá, pues todos los veranos sacan los Sibundoyes el oro que
necesitan para la paga de tributos, y sus funciones y sólo se hallan este oro en las playas hasta la
boca del río de la Fragua, que tienen cinco días de camino de río arriba, y según tradiciones fue muy
rica la ciudad de Mocoa, y se verifica por las labores que tengo dichas (…)”160.

2.3. Las misiones: la “civilización de los salvajes”


y la integración territorial de la frontera

Después del emprendimiento y subsiguiente fracaso de las numerosas expediciones que desde el Perú se aven-
turaron en busca del “Lago de El Dorado” y la “Provincia” o el “País de la Canela”, tras el exitoso viaje de Francisco
de Orellana, quien desde los Andes y cruzando la Cordillera logró descender por el Napo y el “gran río de las
Amazonas” hasta dar con su desembocadura en el Atlántico, y una vez acaecidos los desastres que en la pobla-
ción amerindia del piedemonte amazónico colombiano y ecuatoriano produjera la explotación minera impuesta
por conquistadores y encomenderos desde el siglo XVI –la cual, además, provocó reiterados y sangrientos levan-
tamientos indígenas así como la destrucción de las fundaciones hispanas de Mocoa, Ávila, Archidona, Logroño
y Sevilla del Oro-, comenzó una larga historia de excursiones apostólicas, de incursiones misioneras y de reduc-
ciones o fundaciones de pueblos de indios en las selvas del oriente, a espaldas de la Cordillera de los Andes. En
suma, una larga historia que produjo profundas transformaciones regionales y que en ocasiones se confunde
con la del contacto y el contagio de los “neófitos” diezmados por la gripe y el hambre; una larga historia que,
sin proponérselo, fue despejando espacios en una “tierra inconmensurable del Nuevo Continente llamada a ser
por la Providencia otra tierra de Canaán, para tantos hijos de la humanidad, desheredados”161; una larga historia
que fue dibujando los nuevos “mapas” de la “civilización” sobre los cuales se inventó e instauró la nacionalidad
en las últimas fronteras.

159 ZULUAGA RAMÍREZ, Francisco. “Palenque de Mocoa”. En: GÓMEZ LÓPEZ, Augusto Javier. Ed. Putumayo: una historia
económica y sociocultural –texto guía para la enseñanza. Texto inédito presentado al Ministerio de Cultura 1998, en
cooperación con Gaia-Danida y Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2003. Págs. 361-369.
160 Ibid.
161 Según las palabras del Prefecto del Territorio del Caquetá, Pedro F. Urrutia, llamando la atención acerca de la necesidad
de “civilizar” ese inmenso territorio, como “dignos y competentes colaboradores del adelanto universal” y para entrar
en el “concurso del incansable progreso del mundo”. (“URRUTIA, Pedro F. Informe del Prefecto del Territorio del Caque-
tá al Secretario de Estado del Despacho de Gobierno”. Sibundoy, marzo 20 de 1869. ACC: Archivo de la Gobernación.
Paquete. 103, Leg. 38, sin foliación.)
97
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Misiones en el territorio Kofán. Fotografía de Juan Friede. C.a. 1946. Archivo fotográfico ICANH.
La creación de pueblos de misiones o “reducciones” en la Amazonia, fue parte de la estrategia evangelizadora y
“civilizadora”. La vida de los kofán esta marcada por una larga y reiterada historia de migraciones como respuesta
frente a la violencia que comerciantes, caucheros, traficantes de esclavos y misioneros ejercieron desde tempranas
épocas coloniales. Violencia que hoy continúa dentro de contextos de avance de la colonización, de las exploraciones y
explotaciones petroleras y del auge de la coca.

Las mismas fuentes eclesiásticas han destacado la labor evangélica pionera del padre Rafael Ferrer, un miembro
de la Compañía de Jesús quien, después de los esfuerzos realizados por el presbítero Pedro Ordóñez de Cevallos
para reducir indios, ingresó a partir de 1599 y por cuatro veces a “la provincia de los infieles Cofanes”, lugar don-
de finalmente encontró la muerte, por traición de los mismos indios, en el año de 1611.

Tras el deceso del padre Ferrer, trascurrieron muchos años antes de que se reemprendieran las labores misione-
ras de la Compañía. Sólo hasta 1638, los jesuitas de Quito lograron establecer y organizar misiones en la región
de Mainas y el Marañón, es decir, un año después del viaje que el Capitán Pedro de Texeira –quien salió de
Carupá el en agosto 28 de 1637- realizara por el río Amazonas, travesía de reconocimiento que suscitó encona-
dos debates, territoriales y políticos, entre la alta jerarquía de la Corona hispana y las autoridades eclesiásticas
locales. A partir de la misma época se originaron también notorias disputas y desavenencias entre la Compañía
de Jesús y los franciscanos, parte de las cuales estuvieron relacionadas, en gran medida, con la participación, la
injerencia y los recursos que las autoridades les otorgaron respectivamente, así como con las jurisdicciones de
sus misiones en los territorios orientales162.

Respecto de la jurisdicción eclesiástica, cabe aclarar que los territorios tempranamente reconocidos como Ca-
quetá y Putumayo habían dependido inicialmente del Obispado del Cuzco (1535 a 1546) y luego de los obispados
de Quito (1546) y Popayán (a partir de 1546), con excepción del pueblo de Descanse, el cual siguió pertenecien-
do a la circunscripción quiteña. En el transcurso de los siglos XVI y XVII, sacerdotes del clero secular atendie-
162 En relación con la labor del padre Ferrer, así como con las misiones de los jesuitas y los franciscanos en la Amazonía y
las disputas suscitadas entre ambas comunidades religiosas, el autor se basó en el erudito y documentado trabajo del
historiador y presbítero Federico González Suárez, especialmente en el Capítulo Tercero del Volumen Tercero (Historia
98 general…. Págs. 95-122).
Drenajes para el control del Paludismo. Neiva.
Doctor Enrique Encizo. 1933. Informe sobre una
inspección de las condiciones sanitarias a lo largo
de la vía principal de transporte entre Bogotá y
la zona de guerra. Archivo General de la Nación.
Ministerio de Gobierno. S. 1ª. T. 1056.

ron los curatos de Mocoa, Ecija de Sucumbíos


y Descanse o Izcancé, y gracias a las fuentes
documentales se sabe que los misioneros de
la orden de San Francisco ejercieron su labor
evangélica en el valle de Sibundoy desde 1547
a 1577163. Es decir, los esfuerzos coloniales por
incorporar los territorios amazónicos del Ca-
quetá y Putumayo comenzaron a materializar-
se a partir de la primera mitad del siglo XVIII
gracias al quehacer de misioneros católicos164,
especialmente los franciscanos a quienes se les
encomendó oficialmente la labor de evangeli-
zación y “cristianización” de esta región.

Por lo común, el reiterado restablecimiento


que los misioneros hicieron de los pueblos de
indios se llevó a cabo “sacando de los montes”
a familias y grupos nuevos en la fe, porque los
pobladores originales habían huido o sencilla-
mente fenecido ya por obra del “catarro”, la gri-
pe y la viruela. En consecuencia, fue usual que
las nuevas fundaciones se nombraran igual que
las ya desaparecidas, así el lugar no fuera el
mismo, y a ellas se trasladaban, en el mejor de
los casos, reductos de población sobreviviente.

La imagen que se fue dibujando de este proceso misionero franciscano fue la de un “mapa” en el que surgieron
nuevas fundaciones que se evanescían al ritmo en que la población nativa, contactada, asimilada y reducida,
era también víctima de la esclavización: arrancada de sus territorios, padecía el traslado hacia otras áreas o otras
regiones remotas de donde nunca retornaba. Otra parte significativa de la población reducida y sometida a la
vida miserable en los pueblos de misiones desapareció físicamente como consecuencia de las enfermedades y
epidemias, como ya lo hemos mencionado y se puede constatar en los documentos y censos de población levan-
tados por los mismos misioneros a lo largo del siglo XVIII165.

163 OSORIO SILVA, Jorge. “Problemas indígenas…”. Fols. 119-134.


164 Además del trabajo de los franciscanos, los documentos expresan que los dominicos “se hicieron cargo de las doctrinas
de Chaquetes y Patascoy en el valle de Sibundoy durante la mayor parte de los siglos coloniales”; así mismo dan cuenta
de la “misión de un padre jesuita en Mocoa entre los años de 1650 y 1661”; en cuanto a los mercedarios manifies-
tan que “saliendo desde el Tejar Quito, organizaron los pueblos de Ramón Nonato y Nuestra Señora de la Asunción y
evangelizaron en la región del bajo Caquetá los indígenas Yurías”; en relación con los agustinos, afirman que “el padre
Requejada pasó por la región del Caquetá por los años de 1542 y 1543 y que, “desde el año de 1572 hasta el año de
1582, se realizó la visita pastoral del padre Escobar” y, por último, que los mismos padres agustinos “realizaron trabajo
apostólico” en la misión de Mocoa entre los años de 1793 y 1803. La información antes citada hace parte de un trabajo
más detallado que incluye un apartado bajo el subtítulo de “Organización Eclesiástica”. (OSORIO SILVA, Jorge. “Proble-
mas indígenas…”. Fols. 121-125.)
165 Particularmente en el ACC, en las signaturas relacionadas con “Franciscanos” y “Caquetá” de los fondos documentales
coloniales.
99
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Además de las enfermedades y epidemias, el historiador Federico González Suárez, al referirse al estado de deca-
dencia que presentaban las misiones franciscanas en el Putumayo, el Caquetá y el Coca en la segunda mitad del
siglo XVIII, atribuyó también la misma a la “saca” de indios y al traslado de éstos hacia otras regiones distantes,
en calidad de esclavos:

“La falta de cooperación de la autoridad civil fue una de esas causas; pues, el Gobernador de Popayán dio
amplia licencia a un favorecido suyo para que sacara cuantos indios pudiera de los pueblos de las misiones y
los llevara a Barbacoas, para ocuparlos allí en el laboreo de las minas de oro. Los indios huían de los pueblos, a
fin de no ser arrancados de sus bosques nativos y trasladados por la fuerza a las costas enfermizas del Pacífico.
Introdújose también otra costumbre no menos inmoral y funesta para el adelantamiento de las misiones, y
fue la de comprar muchachos para sacarlos afuera, a las poblaciones de la sierra, y emplearlos como escla-
vos en el servicio doméstico; una hacha, un machete, unos cuantos abalorios se daban por un muchacho y
de esa manera se hacía odiosa la predicación de la religión cristiana, la cual a los ojos de los indios, siempre
desconfiados del blanco, aparecía como un arbitrio para establecer y fomentar entre las tribus salvajes recién
convertidas la odiosa granjería de la compra y venta de niños”166.

Todavía, a comienzos del siglo XVII, algunos expedicionarios insistían en emprender la búsqueda de El Dorado,
pero ya por entonces los franciscanos, desde su Convento Máximo de San Pablo, en Quito, habían enviado, en
el mes de agosto de 1632, los primeros cinco misioneros con destino a Sucumbíos y el Putumayo167. A partir de
ese momento, los miembros de esta orden religiosa adelantaron otras expediciones a la “Provincia de los Tupi-
nambaes y Besabas”, a “San Pedro de Alcántara de los Cofanes” y a la “dilatadísima Provincia de los indios Enca-
bellados”, pero los alzamientos de los naturales, tanto como los ataques que sufrieron de su parte, entre 1634 y
1636, echaron a perder los adelantos de las primeras reducciones. No obstante, en la década de 1690, cuando al
fin habían logrado las primeras pacificaciones de aborígenes “en la rica cuanto dilatada Provincia de Mocoa que
baña el río del gran Caquetá”168, en el año de 1695 los Tamas, o “indios piratas de una de las Provincias del Gran
Caquetá” también llamados “Payugages”, incursionaron en las riberas del Putumayo dando muerte a dos religio-
sos (Fray Juan Benítez de San Antonio y Antonio Conforte) y a un indio cristiano llamado Nicolás. Por esta misma
época, los Andaquíes y Yaguarsongas que habían arrasado las ciudades de Simancas y Mocoa, “en las Provincias
del Gran Caquetá, se atrevían también a saquear los demás pueblos comarcanos de Timaná y de Sibundoy cauti-
vando a muchas mujeres españolas”169. Estos ataques e incursiones motivaron solicitudes de pacificación, tanto
de uno como de los otros grupos, por parte del Cabildo de la ciudad de Pasto.

A pesar de todas las vicisitudes, en 1739 los franciscanos reportaron la existencia de veintiún pueblos de misio-
nes: “siete en las Provincias del Gran Caquetá y catorce en las del Putumayo con San Miguel de Sucumbíos”170.
Enfrentando grandes dificultades, los misioneros y sus escoltas militares habían intentado incorporar, como lo
demuestra la anterior cifra, los vastos territorios del Caquetá-Putumayo, pero los ataques y las sublevaciones
indígenas en su contra persistieron. Así, en las postrimerías del siglo XVIII, y según el informe presentado en el
año de 1791 a la Real Audiencia de Santafé por Fray Fermín Ibáñez, religioso franciscano del Colegio de Misiones
de Popayán, los pueblos de misiones del Caquetá y Putumayo estaban ya “desiertos”, “decadentes” o en “ruina”
a “causa de no tener los religiosos arbitrios ni auxilios para contener los excesos de los indios”171.

No obstante los denodados esfuerzos por establecer nuevos pueblos de misiones o restablecer los fenecidos, las
noticias llegadas del Caquetá y del Putumayo no sólo anunciaban la extinción total de esas reducciones sino el
fracaso definitivo de la evangelización y, en general, de la labor misionera en la región. Así, por ejemplo, el pue-

166 GONZÁLEZ SUÁREZ, Federico. Historia general…. Págs.121-122.


167 ALÁCANO, Bartholomé de. “Informe del Padre Provincial de la Orden de San Francisco, sobre las misiones de su religión
(en Putumayo y Caquetá)”. Quito, 18 de octubre de 1739. Dirección General de Soberanía Nacional, citado a partir de
aquí, DGSN, Archivo de la Cancillería de la República del Ecuador, citado a partir de aquí, ACRE: Fols. 1-8.
168 Ibid.
169 Ibid.
170 DOMÍNGUEZ OSSA, Camilo A.; GÓMEZ LÓPEZ, Augusto Javier y BARONA BECERRA, Guido. (Eds.). Geografía física y
política de la Confederación Granadina… Pág. 50.
171 IBÁÑES, Fray Fermín. “Informe presentado a la Real Audiencia de Santafé por F. F. I., religioso Franciscano del Colegio
100 de Misiones de Popayán”. Santafé, 30 de abril de 1791. ACC: Sala Colonia, Est. 1, Anaq. 11ms, Sig. 9391, 10 folios.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Orfanato de Puerto Asís. Fotografía realizada por la Comunidad Religiosa Capuchina.


1997. Informes sobre las misiones del Magdalena, Putumayo, Guajira, Casanare,
Meta, Vichada, Vaupés y Arauca. Bogotá. Imprenta Nacional.

blo de los Tamas del Caguán, en donde en el año de 1790 los indios habían matado a su misionero (Fray Marcos
Calderón) y a los soldados y “muchachos” que lo asistían, fue asolado “enteramente” y a la ruina de este poblado
siguió la de Ahumea, “el más remoto de todos”, porque su subsistencia dependía del primero.

Años atrás, las otras fundaciones misioneras de la región habían corrido una suerte similar a la del pueblo del Ca-
guán. En Santa María de Mecaya, tres veces reestablecido con distintas naciones indígenas y otras tantas destrui-
do, los neófitos dieron muerte a su misionero, Fray José Joaquín Arango, en 1783; en el pueblo del Pescado de
Andaquíes, los reducidos atacaron a su misionero, Fray Ramón Ortiz quien, herido, debió refugiarse en el pueblo
de La Escala y más tarde, por obra del diligente padre Fray Gerónimo Matanza, quien se hizo cargo de recoger a
los indios fugados, se los reubicó en vano en La Bodoquera pues éste fue así mismo “enteramente” abandonado
e igual sucedió poco tiempo después con Bodoqueríta. En el pueblo de Los Canelos situado en el río de La Hacha,
una reducción también de Andaquíes, el misionero encargado, Fray Juan Ortega, debió huir para conservar su
vida y los indios dispersos fueron atraídos nuevamente por Fray José Iglesias hasta 1788, cuando se fugaron para
siempre. Un año después, los indios que habitaban la reducción de Puycuntí, huyeron en su mayoría y los que
quedaron se encargaron de envenenar a su misionero, Manuel Hermosilla, en 1790172.

Todo lo anterior nos permite constatar, en efecto, que a finales del siglo XVIII los indios del Gran Caquetá habían
retornado a su “gentilidad y salvajismo” y que los pueblos misioneros habían quedado “reducidos a cenizas”,
como se narra a continuación:

“De lo dicho, Excelentísimo Señor, claramente se viene en conocimiento que, aunque a principios del año de 90
existían 8 pueblos, cuando salieron los Padres por el mes de noviembre de dicho año sólo quedaban tres, San
Antonio, Puycuntí y Solano, que, con el de La Escala son cuatro y otros tantos los destruidos: Bodoqueríta, Cane-
los, Caguán y Ahumea y aunque ellos estaban ya constituidos en la próxima e inmediata disposición de su ruina

172 Ibid. Fol.1.


101
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

con eminente peligro de las vidas de sus misioneros como exponen dichos padres en su ya citada representa-
ción. Efectivamente el correo de 15 del pasado marzo recibí carta que acompaño y presento a Vuestra Excelencia
de un misionero en que me participa la ruina del pueblo de Puycuntí reducido a cenizas por los mismos indios
y la fuga y muertes de muchos de los de San Antonio. En esta inteligencia ignoro si en la actualidad aun exista
algún pueblo a más de La Escala”173.

Los franciscanos, que como acabamos de demostrar jamás lograron consolidar los pueblos de misiones pese a
sus reiterados esfuerzos, terminaron por aceptar su derrota definitiva a finales del siglo XVIII, tal y como se des-
prende de la lamentosa declaración de Fray Juan Antonio del Rosario Gutiérrez: “las misiones destruidas, nueve
pueblos desamparados y centenares de almas vueltas a la idolatría o corrompidas en sus mismos vicios, me hacen
suspirar”174.

A partir de mediados del siglo XIX, tanto la asimilación de la población indígena amazónica como la incorporación
de los territorios orientales fueron propósitos deliberados y en gran medida compartidos por las distintas autorida-
des, de tal manera que las discrepancias que se suscitaron estuvieron relacionadas estrictamente con la discusión
de los métodos o instrumentos más adecuados a tal finalidad, entre los cuales volvió a destacarse el apostolado
misionero:

“Enviar misioneros apostólicos rentados, para que desentrañen de este océano de selvas solitarias
a tantos millares de indígenas desnudos, que pululan en sus misteriosos senos. Aunque más se es-
fuercen en probarnos nuestros reformadores actuales que el elemento religioso es innecesario y aun
perjudicial al Gobierno Civil, la humanidad debe mucho a esos varones evangélicos que, enviados por
los gobiernos sabios y poderosos del mundo, a regiones heladas y abrasadoras, impenetrables por el
valiente militar, han llenado su sagrado ministerio con aplausos de la civilización, conquistando pacífi-
camente lo que las bayonetas hubieran destruido”175.

Sin embargo, el propósito de “llevar la luz evangélica a tantas hordas de salvajes que pululan en las espesas y
apartadas selvas de este país” no fue único y exclusivo puesto que, en esencia, lo que realmente se pretendía era
sacar de las selvas y apartar de la “barbarie” a “tantos miembros de nuestra sociedad, hasta ahora muertos para la
civilización, y aumentar, así, los brazos para el comercio, que es el que resolverá más tarde el obstinado problema
del progreso material y formal de esta vastísima región oriental del Cauca”176.

Bajo la bandera de la batalla contra la barbarie y como parte del “camino hacia el progreso”, se intentó emprender
de nuevo la “civilización de los salvajes” sin excluir, claro está, la labor de los misioneros católicos. Es necesario
destacar, además, que la incorporación territorial de la frontera amazónica al ámbito del Estado nacional, lo mismo
que la defensa territorial de ciertas áreas en las vecindades del Putumayo y del Napo –por ejemplo frente a las
“presuntas amenazas de la soberanía” en virtud de las frecuentes incursiones de peruanos, brasileros, etc.-, fueron
parte estructural de las políticas de “civilización”, “integración” y “colonización” expresamente emprendidas desde
mediados del siglo XIX. Por esta causa, se consideraba que los misioneros y, en general, las misiones, además de
su función evangelizadora y civilizadora, debían cumplir el papel de asegurar la integridad territorial de la nación.

Es precisamente con base en estas perspectivas de civilización y defensa de la soberanía que pueden explicarse y
comprenderse los esfuerzos en que los distintos gobiernos se comprometieron hasta las décadas iniciales del siglo
XX en fomentar las misiones católicas y emprender otras acciones en esta región de frontera. En este sentido, el
posterior ingreso de los capuchinos obedeció explícitamente a esas políticas de civilización e integración de nuevos
brazos para el progreso material, lo mismo que a la incorporación y defensa del solar patrio.

173 Ibid. Fols. 2-3.


174 GUTIÉRREZ, Juan Antonio del Rosario. “Carta enviada al Guardián del Colegio de Misiones de Popayán en la que se da
noticia de la huida de dos misioneros”. Popayán, 14 de noviembre de 1792. ACC: Sala Colonia, Est. E-I, Anaq. 11ms, Sig.
9310, Fols. 2.
175 URRUTIA, Pedro F. “Informe del Prefecto…”.
176 DÍAZ ERAZO, Martín. “Carta dirigida por el Prefecto del Territorio del Caquetá al Secretario de Estado del Despacho de
102 Gobierno”. Mocoa, 14 de agosto de 1872. ACC: Pág. 116.
Coreguajes. Acuarela Manuel María Albis. 1854.
“Esta nación lo mismo que los quaques y tamas
están desnudos empelota como los parió su
madre”. Viajes de la Comisión Corográfica por el
territorio del Caquetá. 1857. Bogotá. 1996.

En este contexto, y aprovechando las disposicio-


nes de la Ley del 28 de abril de 1842 relativas a
la autorización para contratar una misión católi-
ca que promoviese la colonización de las “selvas
del Sur”, ingresaron a la región tres religiosos je-
suitas: los padres Laínez (“de imperecedera me-
moria”), Piquer y Velasco, quienes desde Mocoa
emprendieron su trabajo misionero en Yungui-
llo, Descanse y otros pueblos indígenas del Gua-
muéz y el Caquetá. No obstante, su mayor logro
fue la fundación de la “numerosa reducción” de
los Macaguajes de habla siona: “llámanse así cin-
co tribus que moran fijamente en una hermosa
faja de terreno entre el Putumayo y el Caquetá”.
[…] A la muerte de estos misioneros los catecú-
menos se dispersaron y formaron las cinco tribus
de que vengo haciendo mención. Se conocen por
los nombres de Macaguajes de La Concepción, o
de Montepa, de Caucayá, de Senceya y Mecayá,
pero más particularmente se distinguen por los
nombres de sus jefes o decanos”177.

En el siglo XIX, religiosos del clero secular sirvie-


ron también en Sibundoy y Aguarico, y en el año
de 1849 el presbítero Carlos Guerrero realizó la
labor de evangelización entre los Coreguajes del
Caquetá y “bautizó muchos indios de la tribu
Mesaya”.178 Posteriormente, en 1854, el presbítero Manuel María Albis adelantó un intenso recorrido evangélico
entre los Andaquíes, Ingas, Coraguajes, Guaques o Carijonas del antiguo Territorio del Caquetá –de su trabajo y
viaje nos dejó un auténtico y rico documento histórico, etnográfico y lingüístico, tanto escrito, como pictórico, del
cual hemos realizado ya una parcial publicación bajo el título de “Curiosidades de la Montaña”179.

Como parte de esta nueva política evangelizadora, y en complemento del proceso general de integración y pro-
tección de la frontera amazónica, es importante destacar la creación de la Diócesis de Pasto, en el año de 1859, lo
mismo que el trabajo evangélico pero, sobre todo, la labor educativa del presbítero Ramírez, cura de Mocoa quien
por el año de 1861 fundó una escuela donde enseñaba a los niños indígenas el idioma español. De igual manera,
y enviados por el obispo de Pasto con el “ardoroso deseo de llevar la luz evangélica a tantas hordas de salvajes”,
llegaron a este poblado, en agosto de 1872, los misioneros católicos José María Zambrano, de la congregación de
San Felipe Neri, y el presbítero Rufino Santacruz:

177 QUINTERO W., Alejandro. “Informes del Prefecto Provincial del Caquetá…”. Págs. 75-88.
178 OSORIO SILVA, Jorge. “Problemas indígenas…”. Fol. 122.
179 ALBIS, Manuel María. “Curiosidades de la montaña y médico en casa”. Bogotá, 1854. Manuscrito, Biblioteca Nacional
de Turín, Italia, Fondo Cora. AGN: Microfilmes, rollo S III 2. El texto parcial, publicado bajo el título “Curiosidades de
la montaña”, se incluyó en la obra: DOMÍNGUEZ OSSA, Camilo A.; GÓMEZ LÓPEZ, Augusto Javier y BARONA BECERRA,
Guido. (Eds.). Geografía física y política de la Confederación Granadina… Págs. 73-130.
103
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Fiesta Cívico-Religiosa en San Francisco, pueblo fundado por los misioneros en 1913. Fotografía realizada por la
Comunidad Religiosa Capuchina. 1913. Misiones católicas del Putumayo. Documentos oficiales relativos a esta comisaría.
Bogotá. Imprenta Nacional.

“Los expresados misioneros vienen a practicar primero una visita general a todos los pueblos para elegir el
punto más conveniente y principiar activamente su misión es decir, vienen a entablar, de una manera formal, las
misiones del Caquetá y, una vez logrado este objeto, otro miembro de la expresada congregación reemplazará
al expresado padre Zambrano y seguirán sumándose dichos padres en los años subsiguientes. Dentro de pocos
días seguirán a visitar el río Putumayo, tal vez con el infrascrito, y de allí se dirigirán al Aguarico donde, por ahora,
importa más el ejercicio de su ministerio, tanto para aprovechar las muy buenas disposiciones de varias tribus
de ese río, como por ir asegurando, con el carácter oficial que traen, la propiedad territorial de Colombia en la
zona del Napo”180.

A pesar de estos relativos éxitos, a finales del siglo XIX las autoridades eclesiásticas comenzaron a lamentarse de
la ruina en que había caído toda la “mastodóntica labor” apostólica misionera, es decir, que “otra vez las inmen-
sas regiones del Caquetá y Putumayo” habían quedado “sumidas en las tinieblas de la barbarie y salvajismo”. Tal
ruina se la atribuían, con pleno conocimiento de causa, a las “guerras, epidemias, endemias, pobreza y abandono
periódico”181. Sin duda, las recurrentes guerras civiles del siglo XIX no sólo habían provocado una inestabilidad
social, política y administrativa permanente sino una bancarrota generalizada del fisco, que hizo imposible la sub-
vención adecuada y sostenida de las misiones.

Después de los muchos intentos de los gobiernos decimonónicos por organizar algún plan coherente para la “civili-
zación de los salvajes” –en la Amazonia, los Llanos Orientales, el Magdalena Medio, La Guajira, La Motilonia, Sierra
Nevada de Santa Marta y otras áreas del país-, el Estado firmó en 1887, como expresión sustantiva del espíritu con-
fesional de la nueva Constitución Nacional de 1886, un convenio con la Iglesia católica en el marco de un contexto
político caracterizado por los derroteros ideológicos del periodo de los regímenes conservadores que más tarde se
denominaría “Hegemonía conservadora”. Con base en este acuerdo o “Concordato”, los obispos y el Consejo de

180 DÍAZ ERAZO, MARTÍN. “Carta dirigida…”.


104 181 OSORIO SILVA, Jorge. “Problemas indígenas…”.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Estado establecieron un Plan de Misiones en el año de 1889182 y para su ejecución, el gobierno se comprometió a
proporcionar los recursos necesarios, otorgándole preferencia a la asignación presupuestal de éstos frente a la de
los demás gastos públicos.

A partir de ese mismo año, la idea de “reducir las tribus salvajes a la vida civilizada” por medio de las misiones tomó
forma más concreta y a partir de ese momento se elevaron ante la Santa Sede diversas solicitudes, entre ellas: la
creación de vicariatos apostólicos, la fundación de la Sociedad de la Propagación de la Fe, la redacción de un plan
para la organización de las misiones de la Sociedad de Aborígenes de Colombia y la cooperación de las altas digni-
dades civiles y eclesiásticas en todo este proceso183. Puesto que el Concordato y el Plan de Misiones por sí solos re-
sultaban insuficientes para todo lo que se había propuesto el Estado, a partir de 1892 las autoridades se comprome-
tieron a asignar unas partidas económicas iniciales, con destino a las misiones pero, pocos años después, la ruina
casi total del erario público que conllevó la guerra de los Mil Días incidió en una drástica reducción de estos fondos.

Sin embargo, antes de que se iniciara la nueva contienda fratricida, los capuchinos ya habían logrado ingresar al
Putumayo, gracias al respaldo del obispo de Pasto, y la “Misión de Mocoa”, fundada y dirigida por los reverendos
Padres Custodios de la provincia española de Aragón, era un hecho cumplido. Como parte de esta misión, integrada
también a la sazón por los conventos de Pasto y de Túquerres, se adelantaron a mediados de 1899 trece expedicio-
nes hacia el interior del Caquetá y el Putumayo184.

Así mismo, y también por obra del Concordato, se establecieron las bases sobre las cuales se emprendería la labor
evangélica y “civilizadora” en los así nombrados “Territorios de Misiones”, tarea que se llevó a la práctica, durante
el transcurso de buena parte de la centuria siguiente, en las últimas fronteras indígenas de la civilización, en esa
geografía que en gran medida coincidía por entonces con la de las intendencias y comisarías y, en general, con el
“mapa” de los antiguos “Territorios Nacionales”.

La historia de las misiones en el Putumayo no concluyó, por lo tanto, con la finalización del siglo XIX, y el ingreso
de los capuchinos a la región debe tomarse, a diferencia de procesos anteriores, como una nueva etapa misionera
de carácter estable que logró consolidarse en el transcurso de las primeras décadas del entrante siglo. Más aun,
la historia cabal de las misiones en esta época comprende y debe abarcar la de otros grupos religiosos que, por
ejemplo, ejercieron amplia influencia en el Putumayo, como los “evangélicos” que ya por el año de 1962 se hallaban
difundiendo sus creencias y su propaganda –distribuida por las misiones lingüísticas de Limón Cocha en Ecuador-,
valiéndose para tal fin de su “puesto de penetración de Buenavista” entre los grupos indígenas siona185.

Así, en relación con este último caso de la historia misionera, pero esencialmente en relación con las misiones
capuchinas del Putumayo, es que expondremos más adelante las descripciones y reflexiones pertinentes para con-
centrarnos a continuación en las características y regímenes político-administrativos del mismo.

2.4. Putumayo: fragmentos para una historia de su


configuración político-administrativa

“En Pasto no se conocía de la región que queda al oriente sino hasta Mocoa y de allí en adelante el vulgo,
ignorante de la geografía, creía que quedaba Portugal; confundían este país con el de Brasil. Poblaban esas
selvas de monstruos y de terribles fieras, algo así como en lo desconocido y fantástico como debió ser para la
humanidad los mares y las regiones que Colón descubrió”186.

182 Véase el Diario Oficial, números 7887 y 7888 del 29 de septiembre de 1889.
183 ANÓNIMO. “Petición para crear el cargo de representante general de las misiones en Colombia”. 1905. AGN: Sec. Re-
pública, Fdo. Ministerio de Gobierno, T. 68, Fols. 203-207.
184 CUERVO MÁRQUEZ, Carlos. “Nota del Ministerio de Relaciones Exteriores sobre colonización del Caquetá. Algunos
datos acerca de la Misión de Mocoa a cargo de los padres Custodios”. Bogotá, 8 de junio de 1899. AGN: Sec. República,
Fdo. Ministerio de Gobierno, Parte antigua, T. 3, Fols. 126-128.
185 OSORIO SILVA, Jorge. “Observación y análisis de los diversos aspectos indígenas del Putumayo”. 1962. AGN: Sec. Repú-
blica, Fdo. Ministerio del Interior, caja 196, carpeta 1714, Asuntos Indígenas, Fols. 127-152.
186 REYES, Rafael. MEMORIAS, 1850-1885. Bogotá: Fondo Cultural del Banco Cafetero, 1986. Pág. 109.
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Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Paso del río Caquetá en balsa, cerca del pueblo de Yungillo.


Comunidad Religiosa Capuchina. 1913. Misiones católicas del Putumayo.
Documentos oficiales relativos a esta comisaría. Bogotá. Imprenta Nacional.

En la época colonial, la región amazónica sometida al “dominio” formal hispano estuvo dividida en varios gobier-
nos o provincias: “al Norte se hallaba la de Mocoa y Sucumbíos, que en lo judicial pertenecía a la Audiencia de
Quito y en lo político y administrativo dependía del Gobernador de Popayán. En esa misma época las misiones
fundadas sobre los ríos Caquetá y Putumayo estuvieron al cuidado de los franciscanos”187.

Hacia el sur, seguía la Gobernación de Quijos, también conocida como “Misiones del Napo” y más al sur, la Go-
bernación de Macas que se extendía desde la “Cordillera Oriental, hasta tocar al Sur con los límites de la Gober-
nación de Jaén de Bracamoros y de Yaguarsongo, la más meridional de todas”. El Gobierno de Mainas o Maynas,
el más extenso de todos, comenzaba, en su parte más occidental, en el Pongo de Manseriche y extendía sus
límites más orientales hasta las posesiones portuguesas en la región amazónica. Según el historiador Federico
González Suárez, la vasta extensión comprendida entre las tres secciones llamadas “Gobierno de Quijos”, “Go-
bierno de Macas” y “Gobierno de Mainas”, fue el territorio donde los jesuitas ejercieron su labor misionera188.

Por su parte, los límites de los “dominios” de la Corona española que colindaban con las antiguas posesiones
portuguesas en Brasil fueron establecidos mediante tratados celebrados entre los reyes de España y Portugal,
inicialmente el Tratado de Tordecillas, celebrado el 7 de junio del año de 1494 y que tuvo como fundamento las

187 GONZÁLEZ SUÁREZ, Federico. Historia general… Págs.136-137.


106 188 Ibid. Pág.137.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

bulas papales de Alejandro VI. Posteriormente se celebró el Tratado de Límites de San Idelfonso, en octubre de
1777, el cual fue ratificado respectivamente por Carlos III de España y Doña María I de Portugal.

Con respecto al caso específico que aquí nos ocupa, fue en concreto la actividad misionera de los religiosos fran-
ciscanos, iniciada en la primera mitad del siglo XVII, la que poco a poco dio configuración a un territorio que ya
por la época los mismos miembros de la Orden Seráfica denominaban “Gran Caquetá” y donde, en la década de
1690, éstos habían logrado algunas pacificaciones de indios: “en la rica cuanto dilatada Provincia de Mocoa que
baña el río del Gran Caquetá y que con distancia de cuatro días de camino confina con la de los Sucumbíos, se
pacificaron las Naciones de los Neguas, de los Caguis y de los Coreguages, habiendo desde este tiempo tomado
posesión dichos religiosos de las misiones del Gran Caquetá y de Mocoa”189. Es decir, las fundaciones y poste-
riores restablecimientos de los pueblos de misiones fueron dibujando un mapa del Gran Caquetá cuyos límites
se caracterizaron por ser cambiantes, efímeros y comúnmente indefinidos, tanto por la inestabilidad de dichas
reducciones como por la falta crónica de operarios.

En los extremos más orientales alcanzados por los misioneros, donde se intentaron fundar pueblos de indios como
política deliberada para detener los avances luso-brasileros en tierras que según los tratados expuestos pertenecían
al monarca español, la imposibilidad de los abastecimientos y la desprotección a que estuvieron abocadas todas las
fundaciones emprendidas terminaron por condenarlas a una rápida extinción: “por el riesgo habían abandonado
los misioneros el último pueblo que tenían nombrado San Joaquín [fundado en 1760], situado en la boca del río Pu-
tumayo que entra al Marañón –del cual dentro de un largo rato se pasa al pueblo frontero de las misiones portugue-
sas- a causa de que siendo preciso para ir a San Joaquín pasar por las vegas donde viven dichas naciones atroces, ex-
perimentaban nuestros misioneros muchos sustos y continuas desgracias de muertes sus indios catecúmenos”190.

Habiendo fracasado las fundaciones franciscanas más orientales, la geografía del Gran Caquetá se redujo a las
tierras que los misioneros difícilmente administraban y muy poco conocían, es decir, el alto Caquetá (entre los
ríos Orteguaza, Caguán y Caquetá), el cual tuvo inicialmente a Mocoa como centro regional para las actividades
misioneras, centro que luego se desplazó, en la segunda mitad del siglo XVIII, al pueblo de La Ceja, es decir, cuan-
do el Colegio de Misiones pasó de Quito a Popayán en 1753.

Por esta época fue común el empleo de la designación “montañas de los Andaquíes” para aludir a una consi-
derable extensión del “Gran Caquetá” conformada por el territorio de dos “parcialidades” o grupos de indios
pertenecientes a un tronco común:

“Comúnmente se llaman aquellas montañas de los Andaquíes, nombre de una Nación numerosa en
otro tiempo, hoy escasa, y dividida en dos parcialidades: la una se compone de los pocos indios que
habitan las riberas del Pescado, Fragua, Orteguaza, Bodoquera y San Pedro, que no distan mucho
entre sí, por la comunicación que facilita a todas partes el curso de las aguas de estos ríos; la otra
es más considerable, compuesta de los Chareguayes, que extendiendo sus habitaciones, también
dispersas, a las cabeceras y valle de Mocoa (confinante con la ciudad de Pasto, situada ésta entre
Popayán y Quito), comprehende la parte más alta del Caquetá, cuyo origen está en la misma serra-
nía de donde nace el Orinoco”191.

Además de la persistente equivocación en cuanto al origen o nacimiento del río Orinoco y su curso, como se ob-
serva en algunos de los documentos coloniales como el antes citado, poco se conocía en aquel entonces de los
territorios y de los grupos nativos del Yarí, el Mesay y el Apaporis, a no ser por los reconocimientos geográficos
adelantados, bajo misión oficial, por Francisco Requena, ingeniero y comisario de una de las Partidas de Límites
de la Corona de España.

189 ALÁCANO, Bartholomé de. “Informe del Padre Provincial…”.


190 LÓPEZ RUIZ, Sebastián José. “Exploraciones a las montañas de los Andaquíes o misiones de los ríos Caquetá y Putumayo
e informe sobre la cera de abejas de los ríos Orteguaza, Caquetá y Putumayo para inspeccionar y cultivar los árboles de
canela silvestre que nacen en aquellas selvas, dirigido al Ministro Universal de Indias, D. José de Galvéz”. Santafé, 1783.
Biblioteca Nacional de Colombia, de aquí en adelante citada como BNC: Sec. Libros raros y curiosos, libro 169, pieza 9,
Fol. 178.
191 Ibid. Fol. 167.
107
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

En el siglo XVIII los geógrafos españoles creían comúnmente que los ríos Caquetá y Putumayo se hallaban comu-
nicados entre sí por un brazo llamado Jaaia, y que el primero se conectaba, más abajo, con el Río Negro por el río
Padlavida, cuyo brazo se creía el Orinoco.

Los documentos de la época mencionan particularmente los ríos “Payota” [o Yarí] y “Mecaya” [o La Tunía] como
el límite que por la época se reconocía entre las misiones de San Juan de los Llanos, a cargo de los “Franciscanos
de Santafé y las de “los Andaquíes, Caquetá y Putumayo, del Colegio de Misiones de Popayán”. El conocimiento
que se tenía de los dos últimos ríos se debía, fundamentalmente, al apreciado comercio de miel y cera de abejas,
el cual se ejercía desde mucho tiempo atrás entre indígenas vernáculos y comerciantes que usualmente prove-
nían de Pasto.

Una de las perspectivas más importantes del siglo XVIII acerca de las dimensiones territoriales, políticas y geo-
gráficas de la Amazonía es, sin duda, la del nombrado Don Francisco Requena, quien desempeñó el cargo de
Gobernador de Mainas por 15 años y fue Primer Comisario de la Cuarta Partida que, como ya se dijo, tuvo a su
cargo la misión de fijar los límites entre las posesiones españolas y portuguesas en las orillas del Amazonas.

Requena, quien accedió a su cargo mediante la Cédula Real del 19 de marzo de 1779, describió los establecimien-
tos del Caquetá dentro de lo que él denominó “Misiones de Sucumbíos”:

“Estas misiones servidas por los religiosos de San Francisco y sujetas al Obispo de Popayán, se extienden por
el oriente del mismo gobierno con dilatados despoblados intermedios, lo que ha motivado el que se hayan
en diferentes tiempos variado las entradas, pues cansados los misioneros en buscar continuamente la más
fácil han encontrado en todas iguales dificultades, porque es indispensable hacerlas siempre por desiertos:
la más usada ha sido la que se hace por la ciudad de Almaguer distante de la de Popayán seis días de serranía
y después diez y nueve de a pie por bosques y montañas al embarcadero de Upayacu, río que desagua en el
Putumayo. En las cabezas de este río y el Caquetá o Yupura, ambos de mucha consideración por el soberbio
caudal de raudales con que engrosan el Marañón, están las reducciones de San Diego, Amaguaje, Mamo, La
Concepción, San Francisco Solano y Santa María, las cuatro primeras en el Putumayo y las dos segundas en
el Caquetá, tristes reliquias de lo extendido de estas misiones, pues a los principios de este siglo se contaban
todavía en ella diez y seis pueblos con mucho gentío y en el día con muy pocas almas, las que hay en estos seis
pueblos rodeados de Naciones feroces, Andaquíes, Macaguages, Payaguas, Oreguas y Encabellados, que los
tienen en continuo sobresalto. Por las mismas montañas estuvieron las antiguas ciudades de Mocoa y Ecija y
Sibundoy, ya destruidas y aniquiladas por los asaltos de estos mismos bárbaros”192.

Pensando en la necesidad de contrarrestar los avances de los portugueses, este funcionario propuso en reitera-
das ocasiones que se restableciera el pueblo de San Joaquín pero con población “blanca”, pues sólo con ella se
lograría contener también a los indios bravos, llamados “Encabellados”, que habitaban en el ínterfluvio entre el
Napo y Putumayo. Y con la misma finalidad recomendó incorporar al Obispado de Mainas las Misiones de Su-
cumbíos ya que así se estimularía el aumento de las reducciones de indígenas en el Putumayo y en las cabeceras
del Caquetá “pues habiendo pueblos por lo largo de aquel río, haciendo la visita de ellos el Prelado llegaría a La
Concepción desde donde en tres días por tierra se atraviesa el río Caquetá y después se navega para recorrer los
dos que ahora hay en él y los demás que en adelante se fundaren”193.

Las visionarias propuestas de Requena no lograron empero materializarse; de hecho, los portugueses continua-
ron sus incursiones y lograron consolidar muchas de sus poblaciones en territorios que legalmente pertenecían
a la Corona de España:

“En 11 años de trabajos asiduos no logró arreglar nada Requena, ni pudo recobrar ninguno de los lugares de
que se habían adueñado los portugueses; la fortaleza de Tabatinga pertenecía a España, los comisionados

192 Véase el “Mapa que comprende todo el distrito de la Audiencia de Quito”, construido por Don Francisco Requena,
año 1779 (REQUENA, Francisco. “Descripción del país que debe comprehender el Nuevo Obispado de Misiones que se
propone en Maynas, formada de orden del Sr. don Josef García de León y Pizarro, presidente regente visitador y coman-
dante general de la Audiencia de Quito por el Governador de Maynas y primer Comisario de límites”. 1779. DGSN, ACRE.
AGI: Est. 126, caja 2, Leg. 14, s.f. Fols. 252-253).
108 193 Ibid. Fols. 254-255.
Adornos y decoraciones particulares de los indios. Acuarela de Manuel María Albis. 1854.
Esta lámina pertenece al texto original de este Presbítero. Corresponde a los indígenas
Guaques o Carijonas. “Sus adornos más particulares son plumajes que llevan en la
cabeza en forma de una larga cola que dejan caer por las espaldas para bailes
y festividades solemnes”. Agustín Codazzi. 1857.

de Portugal lo reconocieron; pero, aunque le anunciaron a Requena que la fortaleza le iba a


ser entregada, no llegó el día de entregarla. El examen práctico de los ríos Yapurá y Apaporis
no sirvió sino para que los portugueses conocieran mejor esas localidades y fueran estable-
ciendo en ellas poblaciones nuevas, sacando a los indios de una parte y trasladándolos a
otra. Las circunstancias apretadas en que se encontraron España y Portugal a fines del siglo
antepasado, y el trastorno causado en toda Europa por la revolución francesa, fueron parte
para que los trabajos sobre la fijación de los límites de las posesiones españolas con las por-
tuguesas en el Amazonas, no dieran resultado ninguno positivo, quedando, al fin, las cosas
como habían estado antes”194.

A pesar de los esfuerzos por establecer nuevos pueblos de misiones, y restablecerlos una
vez decaídos, las noticias llegadas del Caquetá y del Putumayo no hicieron más que corro-
borar, a finales del siglo XVIII, la extinción total de las reducciones, el fracaso definitivo de
la evangelización y, en general, de la labor misionera en la región.

A principios de la centuria siguiente, el Gran Caquetá, el cual seguía dependiendo, al me-


nos formalmente, de Popayán, entró en un periodo de franco aislamiento, interrumpido
ocasionalmente por la esporádica presencia de algún comerciante que se atrevía a inter-
narse en sus selvas para realizar sus tratos y contratos con los indios que continuaban ex-
trayendo e intercambiando miel, cera, pieles y muchos otros productos de la selva.

La división administrativa del Virreinato de la Nueva Granada, que a comienzos del siglo XIX estaba conformado
por quince provincias, sirvió de base a las nuevas entidades territoriales político-administrativas que se crearon
al término de la Independencia. Durante la existencia de la Gran Colombia, tal división se mantuvo en lo funda-
mental y a partir de la promulgación de la Constitución Política de 1832 el país quedó dividido en treinta y cinco
provincias, las que a su vez se subdividieron en cantones y éstos a su turno en distritos parroquiales195.

En la Provincia de Popayán –compuesta por los distritos parroquiales de Almaguer, Caloto, Cali, Roldanillo, Buga,
Palmira, Cartago, Tuluá, Toro y Supía- se presume que debió incluirse al Caquetá, si bien no existe una referencia
explícita al respecto, ni siquiera en la obra publicada en Londres en 1822, la cual podría estimarse como la pri-
mera descripción oficial del país después de la Independencia196. En corroboración de lo dicho, Félix Artunduaga,
alude de manera precisa en su obra al pertinaz desinterés por las regiones amazónicas durante los años que
siguieron a la emancipación de España:

“Tan no interesaban las regiones amazónicas a los libertadores que en ninguna Constitución -de las decenas
que se hicieron en los amargos años de la ‘Patria Boba’- son mencionadas: ni la Ley Fundamental de Cundina-
marca, de 1811, ni siquiera la del Estado Libre de Neiva hablan del Caquetá. Y si se dice que la región quedó
perteneciendo a tal o cual provincia, estado o departamento, es porque en alguno debía quedar incluida cuan-
do nuestros estadistas trazaban imaginarios límites sobre mapas del país (...). Habría de pasar mucho tiempo
para que Caquetá reapareciera en la historia de Colombia. Ello sucedió en 1843, en la Constitución política de
este año. En ese momento se habló por primera vez de los ‘Territorios Nacionales’, pero sólo se mencionaban
como tales a Goajira (sic) y Caquetá”197.

194 GONZÁLEZ SUÁREZ, Federico Historia general…. Págs.185-186.


195 Véase al respecto el artículo: ARAGÓN, Arcesio. “División territorial”. Popayán. T. II, No. 79. Págs. 88-91.
196 Se trata de la obra titulada: COLOMBIA. Relación geográfica, topográfica, agrícola, comercial y política de este país,
adaptada para todo lector en general y para el comerciante y el colono en particular. Segunda edición. S.C.: Banco de la
República; Talleres gráficos, 1974. 2 Tomos.
197 ARTUNDUANGA BERMEO, Félix. Historia general del Caquetá. Florencia: Grupo Editores del Caquetá, 1984. Pág. 42.
109
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Fisga el indio. Presbítero


Manuel María Albis. 1854.
Curiosidades de la montaña
y médico en casa. Biblioteca
Nacional de Torino-Italia.
“En el Caquetá solo bagre,
pintadillo, temblón y
pescado pequeño se ve.
El temblón y la raya son
venenosos pero así se los
comen... Los indios con
mucha astucia le sacan la
manteca que sirve para
remedio”.

El Territorio del Caquetá, según lo expuesto por Artunduaga, se creó y organizó el 2 de mayo de 1845: con su
capital en Mocoa, limitaba con “Cauca, Ecuador, Venezuela, Brasil y Cundinamarca, abarcando los actuales te-
rritorios del Vaupés, Caquetá, Putumayo y Amazonas” y se hallaba dividido en seis corregimientos –Mocoa, Si-
bundoy, Solano, Putumayo, Aguarico y Mesaya- cuya administración recayó en un prefecto y los seis respectivos
corregidores.

Como parte del reconocimiento de la nueva circunscripción, se quiso reactivar nuevamente las misiones reli-
giosas por medio de la expedición de la Ley de abril 28 de 1842 que autorizaba la contratación de una misión
católica para promover la colonización de las selvas del sur. Con tal propósito ingresaron inicialmente al Caquetá
tres religiosos jesuitas cuya labor “pasó sin pena ni gloria”, según Artunduaga, a no ser por la actividad de uno de
ellos, José Laínez, quien murió tempranamente cuando regresaba del Amazonas, en 1848198.

Años más tarde, en la década de 1850, el Territorio del Caquetá estaba dividido ya no en seis sino en cinco
corregimientos –Mocoa, Sibundoy, Solano, Putumayo y Aguarico- habitados por “medio civilizados y bárbaros,
excepto Mocoa y Sibundoy que son compuestos de sólo la primera clase, de que podrán enumerarse en todo
el territorio cerca de 4.000 almas; esto es, de aquellos que desde épocas muy atrás han admitido el bautismo y
doctrina ortodoxa que es la religión profesada, aunque no en todos puntos practicada”.
110 198 Ibid. Págs. 43-44.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Mocoa, Yunguillo y Descanse constituían el primer corregimiento, con 650 habitantes, pero nadie tenía noticias
seguras del número de pobladores de los demás. Entre tanto, y según el cálculo de comerciantes y traficantes co-
nocedores de los ríos y parajes donde habitaban las “tribus bárbaras”, éstas sumaban unos 30.000 individuos199.

A mediados del siglo XIX, en pleno furor del nuevo régimen liberal, se introdujeron algunos cambios en la división
político-administrativa del país: “en 1853 se suprimieron los cantones y se declaró que cada provincia tenía el
poder constitucional bastante para disponer lo que juzgare conveniente a su organización, régimen y adminis-
tración interior”. En el año de 1855, por Ley de 15 de junio, se crearon cinco Estados, entre éstos el del Cauca,
el cual se formó con las provincias de Buenaventura, Cauca, Chocó, Pasto, Popayán y el Territorio del Caquetá200.

Muy poco se conocía por entonces, en el interior del país, acerca del Territorio del Caquetá, sus límites, pobla-
ción y recursos, y más exiguo aún hubiera sido este conocimiento de no ser por los apuntes e impresiones del
viaje que el presbítero Manuel María Albis realizara en el año de 1854, los cuales fueron publicados por vez pri-
mera en 1855, en un folleto editado en la imprenta La Matricaria por los señores José María Vergara y Vergara
y Evaristo Delgado. Cabe resaltar que aparte de Albis, José M. Quintero, Miguel Mosquera, su hermano gemelo
Pedro Mosquera y Vicente María Cabrera, eran también grandes conocedores de la región y fue precisamente
gracias a ellos que se pudo adelantar allí la labor corográfica de la Comisión en el año de 1857.

El ingeniero militar y geógrafo Agustín Codazzi, informado, guiado y auxiliado por aquellos ilustrados, terminó
por describir al Territorio del Caquetá como el “más desierto y salvaje, el menos habitado y conocido de la Re-
pública” y cuya extensión era incomparable con cualquiera de las provincias en que estaba dividida la Nueva
Granada. Según el censo levantado en 1857, la población de los seis corregimientos (Mocoa, Sibundoy, Solano,
Putumayo, Aguarico y Mesaya) ascendía a 4.737 almas, entre hombres y mujeres, además de “las tribus que vi-
ven en completa independencia”, es decir, unos 50.000 habitantes –“entre reducidos y salvajes”- en el conjunto
de toda su extensión.

En aquel entonces, su vasto territorio, tenía por límites el Estado de Cundinamarca, la República de Venezuela,
el Imperio del Brasil, la República del Ecuador y el Estado del Cauca al cual pertenecía. Con el Estado de Cundina-
marca, “limitaba por el río Guaviare (en una extensión de 60 leguas), después hasta la confluencia del Ariari (por
35 leguas), que allí toma el nombre de Guayabero, hasta su origen en la Cordillera de los Andes. Con el Estado
del Cauca, por la divisoria de las aguas que vierten al Amazonas de las que van al Pacífico, desde el páramo de
Las Papas, hasta los límites con Ecuador que empiezan en la quebrada Pun, y que desemboca al río Chunques,
aguas abajo tomando el nombre Anzueleyaco hasta unirse al Cofanes que, a su vez, después de recibir los ríos
Condué y Dué, toman el nombre de Aguarico. El Aguarico, hasta frente a la laguna de Cuyaveno sirve de límite,
completándose allí 40 leguas contadas desde las cabeceras de la quebrada Pun. Por las orillas de esa laguna, que
divide las aguas que van directamente al Putumayo de las que caen al Napo y al Amazonas, va la raya divisoria
ecuatoriana hasta el Amazonas mismo frente a la boca del río Paraná-pishuna, que queda 6 leguas arriba de la
boca del Putumayo o Izáparaná o Yca; es decir un total de 225 leguas granadinas el límite del Territorio del Ca-
quetá con el Ecuador”.

En cuanto a los límites con el Brasil, siguiendo también las descripciones de Codazzi, sabemos que el Caquetá:

“Entra luego a colindar este territorio con el Imperio del Brasil por medio del Amazonas desde frente a la boca
de Paraná-pishuna hasta el brazo de Avatíparaná, que es el más occidental del Yapurá o Caquetá, distancia de
30 leguas; luego este brazo por 66 y el río Apaporis. Este río aguas arriba por 26 leguas demarca el límite hasta
el río Taraira, y este último por 44 leguas, que es donde tiene su origen en la sierra Yimbi. Esta sierra sirve
entonces de división hasta encontrar el río Vaupés o Vapés en el raudal de Yuruparí, en dirección sur a norte,
distancia de 30 leguas; allí se atraviesa el río torciendo luego la línea al oriente por un terreno realzado que
separa una extensión 90 leguas las aguas que caen al río Guainía de las que van al Río Negro hasta encontrar
éste en la primera glorieta del Cocuy, donde se empezó la descripción de los límites. Confina el Imperio del

199 Véase al respecto: QUINTERO, José M. “Informe sobre el territorio…”. Documento publicado en: DOMÍNGUEZ OSSA,
Camilo A.; GÓMEZ LÓPEZ, Augusto Javier y BARONA Becerra, Guido. (Eds.) Viaje de la Comisión Corográfica por el Terri-
torio del Caquetá 1857. Bogotá: Informe preliminar inédito presentado al concurso FEN Colombia; Coama-Gaia, 1996.
Págs. 131-136.
200 Véase: ARAGÓN, Arcesio. “División territorial”….
111
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Brasil con el Territorio del Caquetá por el espacio de 375 leguas empeinadas en líneas rectas por la dirección
general de los ríos, sierras y terrenos montañosos; porque siguiendo las vueltas de los ríos serían muchas más
leguas, como se verá en las descripciones del curso de las aguas”201.

Aunque el Territorio del Caquetá continuó formando parte del Cauca durante la segunda mitad del siglo XIX, a
partir de la promulgación de la Constitución Política de 1886 la condición de “Distrito del Caquetá” cambió por la
de “Provincia del Caquetá”, ente que fue creado por medio del Decreto No. 121 del 27 de enero de 1888 respe-
tando los antiguos límites del extinto distrito. Dicho decreto ordenó por igual la división interna de la provincia
en cuatro distritos municipales: el de Mocoa, conformado por los antiguos corregimientos de Mocoa y Sibundoy;
el de Aguarico, constituido por los suprimidos corregimientos de Putumayo y Aguarico; el del Alto Caquetá, for-
mado por el liquidado corregimiento del Alto Caquetá con cabecera en Descanse; y el del Bajo Caquetá, integra-
do por los extintos corregimientos de Bajo Caquetá, Canelos y Mesaya y cuyos límites meridionales se extendían
“hasta las fronteras con el Brasil”202.

Los cambios legales introducidos en cuanto a las designaciones de las poblaciones y el alcance de sus respectivas
jurisdicciones, tuvieron, quizá, la pretensión de asegurar una disposición más adecuada de los escasos recursos
destinados a la administración regional. Sin embargo, más allá de las modificaciones normativas, las verdade-
ras transformaciones económicas, sociales, culturales y demográficas –procesos de despoblamiento y desplaza-
miento, por ejemplo- que a la sazón se estaban efectuando en el conjunto del Territorio del Caquetá, se deben
atribuir, sobre todo, al tráfico de nativos hacia el Brasil como consecuencia de los inicios de la explotación de
caucho en ese país al igual que a la “fiebre cauchera” que ya comenzaba a invadir y alterar el territorio amazónico
colombiano.

Según lo narrado por el padre José Restrepo López en su obra El Putumayo en el tiempo y en el espacio, en
virtud del ingreso y establecimiento definitivo de los capuchinos en el Putumayo, a finales del siglo XIX203, en el
año de 1904 la Santa Sede elevó la Misión del Putumayo a prefectura apostólica bajo el nombre de “Prefectura
Apostólica del Caquetá”, otorgándole la misma extensa jurisdicción que por entonces tenía la “Provincia civil del
Caquetá”. El mismo sacerdote refirió también, en el mismo escrito, que en 1930 la propia Santa Sede terminó por
conferirle el carácter de “vicariato”204.

Si bien es cierto que las condiciones de prefectura apostólica y vicariato hacen parte de rangos y criterios de
jurisdicción eclesiástica, los cambios autorizados por la Santa Sede deben interpretarse como la expresión pal-
pable de la consolidación de la comunidad capuchina en el Putumayo. De igual manera, y como corolario de la
devastadora guerra de los Mil Días, las transformaciones políticas y económicas que desde los inicios del siglo XX
se estaban presentando en el contexto nacional repercutieron también, de manera renovadora, en el régimen
político-administrativo del Putumayo: “el Presidente de la República, General Rafael Reyes, creó la Intendencia
Nacional del Putumayo. Este mismo mandatario la agregó al Departamento de Nariño, mediante Decreto núme-
ro 110 del año de 1905, cuando el Gobernador era Julián Bucheli. El primero y único intendente de esa adminis-
tración fue don Rogerio María Becerra. Esta administración duró un año”205.

Poco tiempo después, en 1912, el Territorio del Putumayo fue desagregado bajo la presidencia de Carlos Enrique
Restrepo, quien lo erigió en Comisaría Especial por medio del Decreto No. 320 del 7 de marzo del año 1912206.
Décadas más tarde, durante el gobierno de las Fuerzas Armadas encabezado por el General Gustavo Rojas Pini-
lla, el territorio del Putumayo, hasta el varadero de La Tagua, fue anexado nuevamente a Nariño por orden del
Decreto Nacional No. 2674 del 15 de octubre de 1953. Así, “La Tagua y Leguízamo pasaban a la Comisaría del
201 CODAZZI, Agustín. “Descripción del Territorio del Caquetá”. En: DOMÍNGUEZ OSSA, Camilo A.; GÓMEZ LÓPEZ, Augusto
Javier y BARONA BECERRA, Guido. (Eds.) Geografía física…”.
202 QUINTERO W., Alejandro. “Informes del Prefecto Provincial del Caquetá…”. Págs. 75-84.
203 Según: RESTREPO LÓPEZ, José. El Putumayo en el tiempo y en el espacio. Segunda edición. Bogotá: Talleres del Centro
Editorial Bochica, 1985. Pág. 20.
204 Ibid. Págs. 21-22.
205 MORA ACOSTA, Julio Mesías. Mocoa su historia y desarrollo. Santafé de Bogotá: Cámara de Representantes; Congreso
Nacional de Colombia, 1997. Pág. 109.
112 206 Ibid.
Posesión de Juez. Acuarela de Manuel María
Albis. 1854. “Todos los indios en general tienen
sus jueces puestos por el prefecto o por los
corregidores. A estos no se les recibe juramento
sino que el prefecto reúne a toda la gente y al que
debe ser el juez le dice que le obedezca y haga
obedecer las ordenes de sus superiores y mayores
y que celen la honra de Dios, este es un largo
consejo que les da, hincados besan la mano del
cura que esta con el prefecto teniendo la vara y se
la entrega quedando todos advertidos que este es
el juez; pero es para lo mismo porque a este no
le obedecen tanto como a su capitán”. Presbítero
Manuel María Albis.

Amazonas; en el territorio de la finada Co-


misaría, el Departamento de Nariño creó el
Municipio de Mocoa para el Bajo Putumayo y
Santiago para el Alto [...]. Merced a la patrió-
tica campaña y reclamos de la ciudadanía y de
la Primera Autoridad del territorio, la eclesiás-
tica, representada entonces por Monseñor
Plácido Crous, la Junta Militar decretó la desa-
nexión (desagregación) el 17 de julio de 1957
y dio nueva vida a la Comisaría”207 asignándole
al departamento de Nariño las áreas de El En-
cano y La Victoria208.

En la década de los años sesenta, el mapa po-


lítico y socio-económico del país, en sentido
figurado, presentó notables modificaciones
porque una apreciable porción del campesi-
nado, que había sido y continuaba siendo ex-
pulsado de la geografía rural andina, optó por
migrar hacia los centros urbanos o marchar hacia las nuevas fronteras de colonización.

Por aquella época se suscitó, además, un gran interés –¡y grandes intereses!- en promover cambios en la acti-
vidad agrícola, especialmente los orientados a cimentar una agricultura comercial y de exportación que, por su

207 José Restrepo, en uno de los apartes de su libro y bajo el título de “Límites de la Intendencia”, cita el Decreto No. 131
de 1957 de la Junta Militar y transcribe los siguientes límites: “Desde el cerro de las Ánimas en el páramo de Tajumbina,
(Cordillera Oriental); por la misma cordillera hasta el Cerro de Bordoncillo; de allí por el páramo de San Antonio y el
ramal de la Cordillera que divide las aguas que van al Putumayo de las que van al lago La Cocha y río Guamuéz hasta el
volcán de Patascoy; de allí por el Patascoy aguas abajo hasta su confluencia con el río Guamuéz; de allí en línea recta a
la fuente principal del río Churuyaco; y por éste aguas abajo hasta su confluencia con el río San Miguel; por éste aguas
abajo hasta el límite con el Ecuador; y por éste en línea recta hasta la confluencia del río Cuembí con el río Putumayo.
Por éste aguas abajo hasta el punto denominado El Refugio en la banda izquierda del mismo río Putumayo. De este
punto en línea recta hasta la confluencia de la quebrada Nasayá con el río Caquetá. Por éste aguas arriba hasta la con-
fluencia del río Cascabel; y por éste aguas arriba hasta el cerro de Las Ánimas, punto de partida”. “Cordillera Oriental: es
el ramal oriental de la Cordillera de los Andes que en el volcán Cayambe (Ecuador) se divide en dos; estos dos ramales
entran en Colombia: el occidental continúa hasta el Chocó; el ramal oriental al llegar al Macizo Colombiano, se subdivide
en las tres conocidas Cordilleras: Occidental, Central y Oriental”. “Tajumbina, Ánimas, Bordoncillo, San Antonio: son sec-
tores de la misma Cordillera en el trayecto comprendido entre las fuentes del río Cascabel y las del río Patascoy. Entre
estas fuentes y el llamado volcán Patascoy se extiende otro largo trayecto de la Cordillera”. (RESTREPO LÓPEZ, José. El
Putumayo… Pág. 49.)
208 Ibid. Págs. 31-32.
113
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

carácter especializado, terminó actuando en detrimento de la agricultura tradicional de pan coger y redundó en
un resurgimiento de los movimientos agrarios y campesinos, no sólo en Colombia209 sino en toda la América Lati-
na, y en los cuales tuvo una influencia decisiva la Revolución cubana en la medida que ella expresaba la protesta
social y el relevo ideológico de la época; en el caso específico del Putumayo, el historiador Mauricio Archila logró
establecer que entre los años de 1958 y 1990 se presentaron 32 manifestaciones de protesta social, es decir, el
mayor número de casos dentro del conjunto de la región amazónica colombiana210.

En este clima de efervescencia social fue notable el crecimiento poblacional del Putumayo, cuya causa se ex-
plica por la llegada de numerosas familias campesinas que fueron expulsadas del interior del país y terminaron
asentándose en los territorios indígenas o en sus tierras adyacentes, donde establecieron sus viviendas, cultivos
y ganados a medida que avanzaban entre las selvas y por las vegas de los ríos. De igual manera, el auge de los
trabajos de exploración y explotación del petróleo se convirtió también en un factor de atracción de nuevos con-
tingentes de población puesto que entrañaba la promesa de una nueva y poca saturada fuente laboral.

Por la misma época se produjo la Reforma Constitucional de 1968, bajo el gobierno de Carlos Lleras Restrepo,
y se creó la Intendencia Nacional del Putumayo mediante el Decreto del 7 de enero de 1969. La nueva entidad
territorial, que en esencia mantuvo los mismos límites de la Comisaría, fue inaugurada como tal el 15 de fe-
brero siguiente211. Al respecto, Eduardo Ariza, María Clemencia Ramírez y Leonardo Vega observaron que dicha
ley ordenaba destinar el 15% de la participación que le correspondía en explotaciones petrolíferas a “todo lo
relacionado con la carretera Puerto Asís-Pasto-Túquerres-Tumaco” a la par que otorgaba facultades especiales
al gobierno nacional para apropiar “en el presupuesto una suma de dinero destinada a las carreteras Pasto-San
Francisco-Mocoa (nueva vía) y Pitalito-Mocoa”. De igual manera, y según aportes de los mismos investigadores,
se le encomendó al INCORA la tarea de ejecutar “obras de desecación y parcelación en el valle de Sibundoy”,
entre otras medidas212.

Por último, y antes de finalizar el siglo XX, “la Asamblea Nacional Constituyente, con el ánimo de establecer unas
condiciones iguales para todas las regiones del país, dispuso en el Artículo 309 de la Carta de 1991 que todas las
intendencias y comisarías que aún existían en Colombia se elevaran a la categoría de Departamentos”213 (véase
al respecto el mapa Departamento de Putumayo).

Además de los aspectos políticos y administrativos que fueron contribuyendo a la configuración del actual mapa
económico, social y cultural del Putumayo, cabe destacar que en el conjunto de los 24.885 km2 que posee el ac-
tual Departamento del Putumayo se advierten los más diversos paisajes, desde los fríos paramos hasta la vasta
planicie amazónica, y entre sus linderos sobresalen altiplanos como el de Sibundoy a la par que pendientes empi-
nadas y abruptas por donde descienden los ríos Putumayo, Caquetá y Guamués, los cuales, después de transitar
por terrazas y lomeríos, forman vastas vegas cuyos bosques y selvas albergaron durante siglos una de las faunas
más ricas y diversas del planeta214.

209 Es procedente hablar de resurgimiento de movimientos agrarios y campesinos, pues en la década de 1920 fueron mu-
chos los movimientos de este tipo, los que encabezados también por indígenas se distinguieron en la lucha por la tierra
y en defensa de su posesión y mejoras.
210 ARCHILA NEIRA, Mauricio. Idas y venidas vueltas y revueltas: protestas sociales en Colombia. 1958 - 1990. Bogotá: Ins-
tituto Colombiano de Antropología e Historia - ICANH. Centro de Investigación y Educación Popular - CINEP, 2003. Pág.
253.
211 RESTREPO LÓPEZ, José. El Putumayo…. Pág. 32.
212 ARIZA, Eduardo; RAMÍREZ DE JARA, María Clemencia y VEGA, Leonardo. Atlas cultural de la Amazonía colombiana: la
construcción del territorio en el siglo XX. Santafé de Bogotá: Corpes Orinoquia; Corpes Amazonia; Instituto Colombiano
de Antropología; Ministerio de Cultura, 1998. Págs. 137-138.
213 Ibid. Págs. 138.
214 Según los planteamientos del biólogo Thomas R. Defler, “la ubicación del país en los trópicos sobre el Ecuador ha permi-
tido el desarrollo de una fauna identificada como una de las más ricas (diversas) del mundo entero. El departamento del
Putumayo es un caso muy especial en Colombia ya que contiene probablemente la diversidad fáunica más elevada de
todo el país por su localidad sobre el Ecuador y la variedad de sus tierras”. Tomado de: “La fauna del departamento del
114 Putumayo: su diversidad y su distribución geográfica”. En: GÓMEZ LÓPEZ, Augusto Javier. (Ed.). Putumayo: una historia
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Orito. Manifestación cívica por la paz. Solicitando atención del Estado.


Desarrollo del llamado paro armado. Yolanda Saldarriaga. Octubre de 2000.

Dentro de esa compleja geografía, y con base en criterios históricos, económicos, culturales, pero también físi-
cos, climáticos e hidrográficos, los especialistas han distinguido los varios y diversos “territorios” que configuran
el Putumayo actual y cuya caracterización ha sido posible gracias a las investigaciones del geógrafo Camilo Do-
mínguez, quien sintetizó en el mapa adjunto los Territorios del Putumayo.

económica y sociocultural – Texto guía para la enseñanza. Texto inédito presentado al Ministerio de Cultura 1998, en
cooperación con Gaia-Danida y Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2003. Págs. 122-160.
115
3. Putumayo: indígenas, economía
extractiva y transformaciones
socioespaciales

La imagen de la Amazonia, como figuración de un espacio vacío y despoblado, se difundió ampliamente durante
el transcurso del siglo XIX, de tal manera que por entonces fueron frecuentes expresiones como “los desiertos
salvajes” y otras similares con las que se pretendió describir y caracterizar la región.

No cabe duda que a distintos territorios de frontera interna, en los Llanos Orientales y Valles de los ríos el Opón
y el Carare, entre otros de la geografía colombiana, se los fue configurando también como ámbitos vacantes, y
tanto la una como aquellos terminaron por adquirir en la práctica el carácter de “baldíos”, soslayándose así la
existencia de los grupos indígenas que por siglos habían habitado en ellos y cuya descendencia seguía allí. Sin
embargo, la intención de elaborar una reflexión histórica más detenida y veraz al respecto, nos obligaría, inevi-
tablemente, a interrogarnos acerca del lugar del indio y lo indígena en el proceso de construcción de la sociedad
nacional que se emprendió desde los inicios del siglo XIX.

La pregunta misma y sus posibles respuestas entrañan un problema crucial en relación con el tipo de sociedad
nacional que por entonces se pretendía edificar y muy probablemente nos conducirían a plantear que tanto el
indio como lo indígena no formaban parte del proyecto (o, en plural, de los proyectos) de nación por entonces
concebidos.

Como quiera que sea, una reflexión coherente y juiciosa al respecto, aunque necesaria para la historia nacional,
desborda, de suyo, las pretensiones de este trabajo. No obstante, y juzgando a partir de episodios y fenómenos
regionales concretos, tales como el caso de las etnias cuiva y guahiba de los Llanos Orientales, es procedente
manifestar que desde el siglo en mención, y en abierto contraste con lo sucedido durante el periodo colonial,
grupos indígenas específicos de las tierras bajas fueron objeto, desde los tempranos tiempos de la República, de
actos de expulsión; inclusive, de expediciones de persecución y exterminio emprendidas por parte de los colonos
y, en no pocas ocasiones, por las propias autoridades locales y regionales, las que organizaban excursiones de
cacería de indios. Estas batidas de aniquilamiento, con el propósito de “limpiar la sabana”, continuaron efec-
tuándose hasta finales de la década de 1960, y prueba de ello fue, por citar un solo ejemplo, la sonada masacre
de La Rubiera215.

En otras palabras, la percepción que suscita la observación de ciertos casos de “contacto” entre grupos de in-
dígenas y de colonos, lo mismo que del avance de las petroleras en sus territorios –como sucedió con los Mo-
tilón Barí- al igual que la irrupción y consolidación de otras empresas, también en sus heredades, es la de que

215 En relación con el análisis y la descripción de esas expediciones, del caso de La Rubiera y, en general, de la guerra de
exterminio emprendida contra los indígenas Cuivas y Guahibos desde el siglo XIX y a lo largo del siglo XX, véase: GÓMEZ
LÓPEZ, Augusto Javier. Indios, colonos y conflictos…
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Aborígenes del río Ahuariaco. Grabado realizado por Carlos


Wirner (1879-1882). América Pintoresca. El Ancora Editores.
Bogotá. 1987.

en el curso de la era republicana, más allá de una polí-


tica de asimilación e integración, la actitud (y a veces la
política) ha sido más bien la de desterrar y exterminar
deliberadamente a los indios. Así lo demuestran acon-
tecimientos específicos que se presentaron durante los
siglos XIX y XX a propósito de la colonización ganadera y
agrícola, la instauración de ciertas actividades extracti-
vas en regiones de frontera y la incorporación temporal
o permanente de los territorios aborígenes en activida-
des productivas.

Existen, por supuesto, otros ejemplos regionales que, en


contraste, evidencian un interés persistente en asimilar
e integrar a los indios, especialmente en ciertas regiones
donde la mano de obra era escasa, cual suele ocurrir en
las fronteras de colonización. Como quiera que sea, po-
dría sugerirse que a diferencia de la época colonial, en
cuyo decurso el Estado español intentó, de modo deli-
berado, pertinaz e incansable, civilizar, evangelizar (cris-
tianizar) e integrar a los indios, durante la República fue
más frecuente la expulsión o el destierro de los indios, el
despojo de sus tierras y territorios y, en el mejor de los
casos, la integración de éstos bajo sistemas de endeude,
servidumbre y esclavitud allí donde faltaba fuerza laboral.

La validez o incertidumbre de todas estas consideracio-


nes y afirmaciones, compromete tanto la realidad colombiana de los siglos XIX y XX como la de los Estados nacio-
nales de América Latina en el sentido de su empeño y necesidad de consolidar, primero, sus espacios internos y,
posteriormente, sus fronteras internacionales. Estas reflexiones, pero sobre todo el asentimiento en torno a las
diferencias específicas entre ambos periodos de la historia nacional respecto de las políticas de asimilación de
los indios, ameritan por supuesto el análisis de muchos otros casos en los cuales se deberán tomar en cuenta,
además, las características socioeconómicas y la capacidad de adaptación de los grupos indígenas en proceso
de contacto, es decir, su condición de horticultores, agricultores o cazadores-recolectores, porque todas estas
variables incidieron de manera particular en el tipo de vínculos que se establecieron entre aquellos, los colonos
y otros grupos o individuos “blancos” en las respectivas sociedades nacionales.

En el presente capítulo dedicaremos una buena parte de nuestra labor a dar cuenta de la población indígena
existente a mediados del siglo XIX en el piedemonte del Putumayo, lo mismo que a describir sus características
demográficas y socioculturales, con el propósito de reiterar obstinadamente que el piedemonte del Putumayo
no sólo no era un espacio vacuo ni baldío, sino que, además, los grupos indígenas hasta entonces allí estableci-
dos estaban vinculados entre sí por redes de relaciones económicas y culturales de intercambio de bienes que
desde tiempos pretéritos integraban las tierras bajas amazónicas con las tierras altas de los Andes.

Con este mismo objetivo, y para probar la existencia de territorios indígenas -más aun, de seculares territo-
rialidades-, hemos elaborado o reproducido, según el caso, una cartografía que demuestra tal hecho y hemos
citado una importante documentación original relativa a las actividades económicas de los grupos humanos del
piedemonte.

Por último, expondremos lo que consideramos una inaplazable reflexión acerca de las características fundamen-
tales de la(s) economía(s) extractiva(s); impostergable si se tiene en cuenta que los patrones con base en los
118
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

cuales opera este tipo de modos productivos constituyen la principal causa de las más drásticas transformacio-
nes demográficas y socioculturales, lo mismo que de la destrucción, generalmente irreversible, del espacio y sus
recursos, e incluso de la mayor riqueza de una región, como lo es su gente, puesto que en el caso amazónico, y
en particular del Putumayo, ésta fue objeto de esclavitud.

Por lo tanto, el esfuerzo por caracterizarlas reviste una importancia única para la comprensión de la Amazonia,
en general, y de la región amazónica colombiana en particular, si se tiene en cuenta que fue a partir de la impo-
sición del modelo extractivo, en el siglo XVI, cuando comenzó el proceso de rapiña, saqueo y destrucción de este
ámbito que aún no culmina y que históricamente puede rastrearse en los distintos episodios de explotación del
oro, la fauna, los bosques, la quina y el caucho, tal y como lo haremos en el presente capítulo con el propósito
de mostrar que la extracción de estas materias primas no sólo no contribuyó al fomento y bienestar regional,
sino que, por el contrario fue la directa responsable de la devastación de sus riquezas y el aniquilamiento de la
población aborigen que habitaba en el piedemonte del Putumayo a mediados el siglo XIX.

3.1. Putumayo: frontera y población indígena a mediados del siglo xix


“Pueblo Grande se llamaba lo que hoy se designa con el nombre de Sibundoy, constante en la
actualidad de una cuarentena de casas vacías. Y en los tiempos prehistóricos debió ser tan nume-
rosa esta nación que defendió el valle contra la invasión de los quichuas, estacionados por esto en
sus vertientes occidentales, donde subsisten con el moderno gentilicio de santiagueños. (…) De las
tres parcialidades distintas establecidas en el valle, ésta es la única que ha olvidado su origen; los
sibundoyes, por otra parte, han tomado o le dieron su nombre al valle entero y ellos ocupan, como
hemos observado ya, la parte intermedia de éste: todo lo cual indica una anterioridad superior a la
migración peruana, muy anterior a la conquista española”216.

Entre los Andes y la planicie amazónica se han formado los más variados paisajes de páramo, de pendientes an-
dinas, de altiplanos, como el de Sibundoy, de terrazas y lomeríos, y de altas vegas como las de los ríos Caquetá,
Putumayo, San Juan, Guamuéz, San Miguel, etc. que, en general, estructuran el piedemonte. Es decir, un espacio
diverso que une los dos ámbitos geográficos y al cual identificamos usualmente en Colombia como “piedemon-
te” y en Perú y Bolivia como “Alta Amazonia”217.

Desde el pasado prehispánico, pero también en épocas más recientes, han surgido o se han establecido y repro-
ducido allí importantes sociedades y grupos: 1. los Inga o Ingano de origen y/o de habla quechua (como los asen-
tamientos de Santiago y San Andrés en el valle de Sibundoy, y Mocoa, Yunguillo, Condagua y Puerto Limón, hasta
San Vicente, en el Putumayo218); 2. los Kamtzá –establecidos en el mismo valle de Sibundoy desde un tiempo to-
davía no determinado con certeza y cuya lengua, despectivamente designada como “cuchi” o “kúchi” [cerdo, en
quechua219], tampoco ha sido satisfactoriamente catalogada220 -; los Siona y un conjunto de grupos clasificados

216 TRIANA, Miguel. Por el sur de Colombia… Págs. 366-367.


217 Así se conoce la vasta vertiente que allí une la Cordillera andina con la planicie amazónica, es decir, el sector de los
cursos superiores de los ríos Madre de Dios, Beni, Mamoré y Guaporé, cuyas aguas van a formar el río Madeira
218 El ilustrado viajero Joaquín Rocha dio cuenta a comienzos del siglo XX de los grupos de “habla inga” y de los límites
de ésta, observando que los lugares más septentrionales donde alcanzaba “el idioma de los Incas del Perú” eran, por
la época, Yunguillo y Aponte: “se habla el inga en Yunguillo, Condagua, Mocoa y los caseríos adyacentes a este último,
hasta San Vicente en el Putumayo; en Santiago y en San Andrés, situados a las cabeceras de este río, y en las vertien-
tes orientales de la Cordillera de Pasto, y por último, en la provincia misma de Pasto, en el pueblecillo de Aponte que
demora en las rugosidades Occidentales ya de esta misma Cordillera” (ROCHA, Joaquín, Memorando de viaje. Bogotá;
Casa Editorial El Mercurio, 1905. Págs. 24-25).
219 Véase al respecto la obra: PAZOS, Arturo. Glosario de quechuismos colombianos. Segunda edición. Pasto: Imprenta del
Departamento, 1966.
220 María Clemencia Ramírez y Carlos Ernesto Pinzón expresan que etnohistoriadores y arqueólogos sugieren que los Ka-
msá están relacionados con los Quillacinga y que probablemente fueron parte de la migración que éstos emprendieron
un poco antes de la conquista española, desde el oriente de los Andes y cruzando el valle de Sibundoy antes de establ-
ecerse en el noroeste de Nariño. (“Sibundoy Shamanism and Popular Culture in Colombia”. En: MATMESON, Jean and
119
Herbolario y Paye kofán. Río Sucumbíos Putumayo.
Richard Evans Schultes (1941-1961). El Bejuco del
Alma. Los médicos tradicionales de la Amazonía
colombiana, sus plantas y rituales. Banco de la
República. Ediciones Uniandes. Editorial Universidad
de Antioquia. Bogotá. 1994.

como Tukano Orientales221; los Kofan (clasifica-


dos como Chibchas y muchos de cuyos asenta-
mientos se conocieron originalmente en la parte
alta de la frontera colombo-ecuatoriana) y, ya
hacia el oriente, 5. los Witoto222.

Algunos especialistas han planteado que la in-


vestigación, y en general el conocimiento histó-
rico y etnológico de las sociedades indígenas del
piedemonte y la Alta Amazonia, estuvo cautivo
hasta hace poco tiempo de las tradiciones y los
paradigmas académicos con base en los cuales
se han llevado a cabo las indagaciones científicas
relativas a las tierras altas de los Andes y las tie-
rras bajas de la Amazonia; más aun, esas socie-
dades del piedemonte y la Alta Amazonia, “situa-
das en el límite entre dos universos –el andino y
el amazónico-, fueron por mucho tiempo vistas
como versiones bastardas de los modelos para-
digmáticos construidos para cada una de esas
tradiciones: desprovistas de los elementos ritua-
les y sociales, que se acreditaban, eran caracte-
rísticos de la ‘Cultura de Selva Tropical’; también
les faltaba el aparato material y político de las
sociedades andinas y, así, no se percibía ningún
interés para consagrarles investigación”223.

Desde el periodo colonial, lo mismo que durante el siglo XIX y hasta bien avanzada la siguiente centuria, el piede-
monte fue concebido como la frontera entre la “civilización” y la “barbarie” y son muchos los factores a los que
se debe apelar históricamente para explicar su formación. Uno de ellos fue la secular dificultad para fomentar
y consolidar allí las fundaciones españolas, como lo demuestra el caso de Mocoa, la fundación de la avanzada
hispana del siglo XVI hacia el oriente que, bien podría decirse, sobrevivió, posteriormente acabó destruida por
los indios y se la debió restablecer varias veces más por el mismo motivo, de tal manera que su existencia, como
centro económico o político-administrativo, se distinguió por su cualidad inestable y efímera. Igual puede afir-
marse, hasta los inicios del siglo XIX, de las fundaciones misioneras, las cuales desaparecieron y volvieron a fun-
BAER, Gerhard. Eds. Portals of Power. Shamanism in South America. S.C.: University of Mexico Press, 1992. Págs.291-
292).
221 Las familias lingüísticas Tukano Oriental y Tukano Occidental tienen un tronco común en el Macro-Tukano, pero entre
los grupos indígenas pertenecientes a ambas, además de una distancia territorial grande, existen notables diferencias
económicas, sociales y culturales que es posible atribuir a la probable influencia de grupos Arawak entre los Tukano
occidentales.
222 Los Witoto que habitan entre los ríos Napo y Caquetá constituyen una familia lingüística aparte y según el antropólogo
Horacio Calle parece ser que migraron desde el Brasil en épocas remotas. Los grupos indígenas Caribes no tuvieron
asentamientos permanentes en la selva oriental colombiana, pero ejercieron gran influencia en sus habitantes en las
épocas pre- y pos-colombinas debido a sus incursiones comerciales y guerreras.
223 TAYLOR, Anne Christine. “Historia Pós – Colombiana da Alta Amazonia”. Núcleo de História Indígena e do Indigenismo.
Ed. História Dos Índios No Brasil. Sao Paulo: Organizaçao Manuela Carneiro Da Cunha. Compañía Das Letras, 1998. Págs.
120 213-238.
Indígena Siona. Fotografía de Milciadez
Chávez. C.a. 1945. Archivo fotográfico
ICANH.

darse repetidamente por múltiples cau-


sas que ya hemos mencionado, como
las enfermedades, las epidemias, los
alzamientos y/o las huidas de los in-
dios reducidos, incluida la persistente
dificultad para generar y garantizar, en
estos territorios de misión, una produc-
ción agrícola, manufacturera y de otros
recursos indispensables que hubiera
evitado la dependencia crónica de los
abastecimientos que debían llegar des-
de los Andes.

De modo concomitante, otros factores


contribuyeron también a su configura-
ción, como la falta de caminos transita-
bles en todo tiempo y adecuados para
una integración sostenida, y no menos
importantes, han sido la actitud y el
modelo (extractivos o depredadores) a
través de los cuales se ha accedido a los
recursos naturales en esta región y que
se ejercitaron desde el mismo siglo XVI
para allanarse a su territorio y usufruc-
tuar sus riquezas, es decir, sin la preten-
sión de invertir o generar riqueza allí, y
mucho menos fomentar núcleos de po-
blación permanentes.

Existen antiquísimas tradiciones, rela-


cionadas con los sistemas tecnológicos y de adaptación humana al medio a partir de los cuales se desarrolló la
domesticación y el aprovechamiento de ciertos animales, e igualmente de ciertos cultígenos, tanto en Europa
como en los Andes colombianos, el piedemonte (áreas de vertiente y de “varzea” y “tierra firme”) y la planicie
amazónica. Sin embargo, los europeos y sus descendientes criollos no comprendieron, y -hay que decirlo, ni se
interesaron en comprender-, los sistemas, los usos y las prácticas de producción agrícola –ni tampoco de otros
sistemas productivos- de los grupos aborígenes establecidos en esta última región a pesar de que, con el trans-
curso del tiempo, la supervivencia y la reproducción económica de los colonos “blancos” terminasen dependien-
do significativamente de tales sistemas, usos y prácticas nativos.

Es decir, tendrían que transcurrir varios siglos para que, después de vencer múltiples “obstáculos” (¡la selva vista
como un obstáculo!), se pudiera emprender, desde la perspectiva “blanca”, la “domesticación de la selva”, eso sí,
después de arrasar con la fauna vernácula y el bosque mismo para abrirle el paso a los pastos, el ganado vacuno
y los cultivos básicos. En síntesis, la frontera puso igualmente en evidencia la existencia de tradiciones agrícolas
y productivas diferentes y ella fue, en gran parte, un resultado de esa diferencia tanto como de las disimilitudes
entre otras muchas tradiciones.

121
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Varias de las imágenes y los relatos que se fueron elaborando sobre los grupos nativos del piedemonte, y la selva
misma, contribuyeron a construir también dicha frontera. Incluso, la versión del secular aislamiento de la región
amazónica, de su condición “baldía” y “despoblada”, también hizo parte de esa construcción ideológica. Cuando
el otrora presidente Rafael Reyes mencionaba que en la segunda mitad del siglo XIX todavía se creía que después
de Mocoa quedaba Portugal y que había quienes aún “poblaban esas selvas de monstruos y de terribles fieras”,
no hacía sino aludir, precisamente, a esa frontera. La posterior condición de “Territorio Nacional” y, más tarde,
de intendencia y comisaría, contribuyó a demarcar política y cartográficamente este espacio y años después, ya
avanzado el siglo XX, el piedemonte se estimaría como el límite, ya no entre la “civilización” y la “barbarie” sino
entre el “atraso” y el “desarrollo”.

Por consiguiente, los intentos de “integración” que se emprenderían desde mediados del siglo XIX por parte
del Estado, la Iglesia católica (especialmente a través de las misiones) y otros sectores de la sociedad, tanto en
el caso colombiano, como en el ecuatoriano, el peruano y el boliviano, estuvieron orientados a “llevar la luz de
la civilización y los beneficios del comercio y las industrias a esa multitud de hermanos nuestros, que se hallan
sumergidos en el horroroso estado del salvajismo”224,  tal y como desde los Andes y sus prejuicios se seguía pen-
sando la condición de los habitantes nativos del piedemonte y la selva amazónica en general, según lo ilustrara
Thierry Saignes:

“En la historia política y cultural de nuestro segundo milenio, el piedemonte amazónico aparece como un es-
pacio fronterizo entre dos universos radicalmente distintos: el de las ´altas’, en todos los sentidos del término,
culturas andinas, desarrolladas por campesinados densos y estratificados, y por otra parte el de las ‘bajas’
culturas amazónicas con múltiples grupos reducidos y esparcidos. Las primeras, con sus gobernantes incas
o ibéricos, lo consideraron como la línea divisoria entre la civilización y el salvajismo. Los repetidos fracasos
para integrar de modo efectivo en el Tawantinsuyu y en el virreinato peruano a los reacios moradores del
piedemonte atlántico reforzaron esta discontinuidad”225.

Más allá del hecho de haber escapado ideológica y políticamente de esos seculares prejuicios, muchos de los
cuales persisten todavía entre nosotros, es necesario relevar, en nuestro caso, que además de los destacados
trabajos pioneros de investigadores como Juan Friede y Milciades Cháves en los últimos años ha surgido un
interés investigativo y analítico explícito acerca de esas sociedades del piedemonte amazónico que se ha mate-
rializado en resultados importantes. Este renovado interés ha sido estimulado, en parte, por algunas corrientes
de investigación y en parte por investigadores andino-amazónicos que desde hace ya varias décadas han venido
produciendo trabajos relativos a las relaciones entre los Andes, sobre todo centrales, y la selva, lo mismo que
acerca de la Alta Amazonia en Perú, Ecuador y Bolivia.

No obstante dicho estímulo, es preciso atribuir también ese interés a la necesidad que hemos tenido –y conti-
nuamos teniendo como sociedad-, tanto de explicarnos múltiples “encuentros”, “desencuentros” y “confluen-
cias” como de develar numerosos conflictos, aún no superados y que desde tiempo atrás se concentran en esa
frontera, en el piedemonte.

Así mismo, los esfuerzos investigativos que ya se emprendieron –y los que deberán continuarse-, exigen en
consecuencia la construcción de herramientas conceptuales específicas para dar cuenta de las estrategias y los
sistemas que en el pasado y hasta el presente han desarrollado, “con éxito”, poblaciones indígenas y campesinas
de los flancos montañosos de los Andes septentrionales de Colombia, las cuales se caracterizan, en esencia, por
su capacidad de adaptación vital a terrenos de vertiente (especialmente `los Sibundoy y Kamsá de las cabeceras
del Putumayo´), según lo demostrara hace ya muchos años el profesor Gerardo Reichel-Dolmatoff226.  Por lo

224 HURTADO, E. “Mensaje del Presidente del Estado Soberano del Cauca dirigido al Ciudadano Presidente de la Unión”.
Popayán, marzo 31 de 1880. Registro Oficial Órgano del Gobierno del Estado Soberano del Cauca, Serie 1, No. 56, 31
marzo, 1880. Págs. 1-2. ACC.
225 SAIGNES, Thierry. “El Piedemonte Amazónico de los Andes meridionales: estado de la cuestión y problemas relativos a
su ocupación en los siglos XVI y XVII”. Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales –FLACSO-, Vol. X, Nos. 3-4, 1981.
Págs.141-176.
226 REICHEL-DOLMATOFF, Gerardo. “La Sierra Nevada: cambio cultural y conciencia ambiental”. Bogotá: Fondo “José Ce-
lestino Mutis”, FEN-Colombia, 1990. Ver también: GUARNIZO VÁSQUEZ, Ángel. Caribe Colombia. Bogotá: Fondo “José
122 Celestino Mutis”, FEN-Colombia, 1990. Pág. 203.
Felino macho con pintas
encontrado a orillas del Río
Vides. Los colonos integran
la mitología amazónica en la
toponimia con los nombres
de la fauna típica de la
zona selvática. Colección
particular del Profesor
Virgilio Becerra. 1999.
Frotage de un petroglifo
realizado por frotación
directa sobre la roca que
sirvió de soporte al antiguo
nativo para representar y
perpetuar un testimonio de
la fauna de la región.

tanto, los nuevos enfoques que surjan acerca del trasunto y la construcción social y territorial del piedemonte,
deberán recurrir forzosamente a esa historia, es decir, a la “memoria” y, en plural, a las “memorias” de todos
aquellos grupos humanos que han protagonizado esas adaptaciones ecológicas y, en últimas, han contribuido
a forjar esos “paisajes”, pero sólo si aceptamos, de una vez por todas, que la historia, más allá de un recuento
cronológico es, ante todo, construcción social del espacio.

Existen evidencias históricas ciertas de migraciones de grupos humanos que, procedentes de los Andes, se des-
plazaron hacia la Amazonia durante el periodo prehispánico, lo mismo que de la existencia de vínculos entre so-
ciedades de las tierras altas andinas con sociedades de las tierras bajas amazónicas: “diversos grupos indígenas
andinos preincaicos ocuparon con éxito los bosques de las vertientes orientales andinas, como lo evidencian
los numerosos restos arqueológicos. Los incas penetraron esporádicamente en la selva alta y hasta reubicaron
poblaciones en esa área, para cultivar coca y como castigo”227.  En la tradición de muchos grupos de los Andes es
posible advertir, igualmente, su origen amazónico.

Para el caso específico de los antiguos vínculos entre la Amazonia y los Andes colombianos, los investigadores
Héctor Llanos y Jorge Alarcón han analizado, desde la perspectiva arqueológica e histórica, las relaciones que
en el pasado debieron existir entre el alto Magdalena, particularmente la cultura de San Agustín, y la región
amazónica (alto río Caquetá) dada su “vecindad”, porque aunque se hallan separadas por la Cordillera Oriental
cuentan con “pasos naturales que las comunican” entre sí: “Es bueno recordar que el sur del alto Magdalena y
el alto Caquetá son dos regiones vecinas, con rutas naturales que pudieron servir como rutas de comunicación
en tiempos prehispánicos, así como lo fueron para los misioneros y comerciantes durante la Colonia y todavía lo
son en la actualidad, para los campesinos”228.

Los mismos autores, con base en el análisis y la comparación de los complejos cerámicos del alto Caquetá y el
alto Magdalena, sugieren antiguos nexos a la par que la probable presencia de la cultura agustiniana en el pri-
mero de estos ámbitos desde el periodo Formativo, lo que “significaría un contacto directo de esta cultura con
el territorio amazónico”, y aluden también al resultado de un análisis reciente de ADN mitocondrial, realizado
por Camilo Fernández a partir de restos óseos obtenidos de una urna excavada en el alto de Lavaderos, en el
complejo cultural de San Agustín, que refuerza la creencia en migraciones de origen amazónico hacia el alto
Magdalena229.

227 COMISIÓN AMAZÓNICA DE DESARROLLO Y MEDIO AMBIENTE. Amazonas sin mitos. (Colombia) s.c. Banco Interameri-
cano de Desarrollo, PNUD; Tratado de Cooperación Amazónica; Editorial Oveja Negra, 1994. Pág. 84.
228 LLANOS VARGAS, Héctor y ALARCÓN, Jorge. “Por los caminos del alto Caquetá”. Boletín de arqueología, Fundación de
Investigaciones Arqueológicas Nacionales. Año 15, No. 1, enero, 2000. Pág. 20.
229 Ibid. Pág. 39.
123
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Vasija de Indios Orejones. Julio Crevaux. América Pintoresca. Bogotá. El ANCORA Editores. 1987. Cerámica decorada
perteneciente a la etnia de los Orejones. Grupo indígena que habito el territorio del actual Putumayo.

Como parte del tema que aquí nos compete, es pertinente destacar, además, una de las conclusiones del texto ya
citado: “La contemporaneidad de los complejos cerámicos tardíos de Santa Rosa, Mocoa, Sibundoy, sur del alto
Magdalena y probablemente del valle de las Papas, está señalando que los indígenas Andaquí, Mocoas, Sibun-
doyes, Yalcones no estuvieron aislados, al compartir un proceso histórico regional, en la alta Amazonia, frontera
fluida en la que desarrollaron nuevas realidades culturales, resultantes del encuentro de tradiciones andinas y
amazónicas”230.

Además de los vínculos prehispánicos ya citados, de los Andes con la alta Amazonia, y las posibles migraciones
desde la región amazónica hacia el alto Magdalena, la investigadora María Clemencia Ramírez ha planteado, con
base en fundamentos ligüísticos, etnohistóricos y arqueológicos, que los habitantes del valle de Sibundoy (Kamsá
e Ingas) provinieron del sur, “tal vez del Perú y aún más allá de las zonas bajas selváticas”, habiendo conquistado
primero el valle el grupo Kamsá, hecho al cual ella atribuye “su profundo conocimiento agrícola”, y siglos después
llegaron los Ingano, “portadores de una cultura fundamentada en patrones nómades en cuanto a movimientos
comerciales se refiere, pero con los mismos rasgos de selva húmeda tropical”, tanto así que “hoy día los mismos
indígenas del valle de Sibundoy se reconocen como originarios y provenientes de la selva”231.

Según las propias creencias de los Kamsá o Kamentsa, ellos son originarios del valle de Sibundoy y el nombre con
el cual éste se distingue al presente le fue dado por disposición del “último gran Cacique que existió en la región”.
La hipótesis de la relación y/o el origen quillacinga de los Kamsá que algunos investigadores han pretendido de-
mostrar, no ha sido sin embargo aceptada por este grupo232, más aún si nos atenemos a la prueba de que en su

230 Ibid. Pág. 45.


231 RAMÍREZ DE JARA, María Clemencia. “Etnohistoria”. Texto inédito, 1985. Véase también: RAMÍREZ DE JARA, María
Clemencia y PINZÓN CASTAÑO, Carlos Ernesto. “Sibundoy Shamanism and Popular Culture…”. Págs. 287-303.
232 JOJOA JAMIOY, Ruby. “Mujeres Camentsás y prácticas etnomédicas”. Proyecto de tesis del Departamento de Antrop-
124 ología. Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2003.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Petroglifos cortesía del Profesor


Laureano Gómez

memoria ancestral los “primeros na-


tivos de Tabanok (apelativo con el
cual designan el valle de Sibundoy)
fueron los Kamentsa Biyáng”, quie-
nes además de lograr la plena gran
integración con el nuevo hábitat con-
vivieron en forma nuclear en el área
urbana de lo que hoy es Sibundoy, de
donde se desplazaban a sus chagras
para luego regresar, es decir, que
aquél, dicho hoy en día, es “nuestro
único centro de origen”233.

Los relatos de los Ingas de San Andrés no sólo permiten corroborar que proceden de las tierras bajas, sino que
su arribo al valle fue posterior al de los Ingas de Santiago. Las fuentes primarias nos han permitido establecer
también que los indios que dieron lugar a la población Inga de San Andrés, en el valle de Sibundoy, llegaron “des-
nudos”, huyendo de la persecución, según los propios testimonios de los habitantes de este pueblo y la versión
de sus “vecinos”, los Ingas de Santiago.

Aunque a partir de tal versión es improcedente aseverar de modo contundente que se trataba de las conocidas
persecuciones ejercidas por las tropas esclavistas, sí nos es posible sugerir que su establecimiento en el valle fue
tardío, es decir, se produjo probablemente en la época colonial, y también que éstos habían abandonado precipi-
tadamente su territorio ubicado en las tierras bajas, quizá en las riberas del Putumayo, para refugiarse en el valle,
donde los Ingas de Santiago los acogieron en sus tierras234.  La versión que el padre José Restrepo incluye en su
obra acerca del origen del pueblo de San Andrés nos confirma que “mucha gente venía del Bajo Putumayo desde
San Juan de Vides, y de allí siguieron río arriba hasta Cachupendo y Mansajoy”; en otras palabras, los ancestros
de los sanandresanos subieron por el cañón del río Putumayo desde San Miguel-Putumayo hasta Balsayaco235.

En relación con los Ingas de Santiago, gracias a su “memoria”, su historia y tradición oral, sabemos hoy que se
reconocen como “descendientes directos de las familias ‘Mitimak’ de los Incas del ‘Tawaintisuyu’ –Cultura de los
cuatro lugares del Sol-, quienes cumpliendo la misión de entablar relaciones culturales con otros pueblos, y en
algunos casos de avanzada militar, llegaron a estas tierras [del Putumayo] alrededor del siglo XV, donde fundaron
el pueblo de Manoy que después los misioneros bautizaron como Santiago”236.  A comienzos del siglo XX Miguel
Triana recogió en Sibundoy un testimonio algo similar acerca de los Ingas de Santiago y de San Andrés:

“(Los) de Santiago recuerdan claramente la época de su venida del Ecuador, y dicen que hicieron
alto allí, donde se radicaron, porque recibieron orden de no caer al plano del valle. Recuerdan tam-
bién la migración de los Putumayos, radicados más atrás, en el sitio de Chamanoy, denominado ac-
tualmente San Andrés. En aquel sitio vieron una tarde los santiagueños un humito, y se maravillaron
de que por ese lado pudiera andar gente; mandó el Gobernador a un alguacil a averiguar la causa,
y éste informó que era un matrimonio con su hija, quienes venían perdidos de las tierras bajas, de

233 PASUY, Rosa Dorayda. “Impacto de los proyectos de desarrollo en el pueblo Kamentsa – valle de Sibundoy”. Proyecto
de tesis del Departamento de Antropología, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2003.
234 INDÍGENAS DE LA PARCIALIDAD DE SANTIAGO. “Carta al Ciudadano Presidente del Estado Soberano del Cauca”. San-
tiago, 8 de septiembre de 1870…
235 RESTREPO LÓPEZ, José. El Putumayo en el tiempo… Pág.109.
236 JACANAMIJOY TISOY, Benjamín. “Los Ingas del valle de Sibundoy: de su territorio y lugares de vida”. En: GÓMEZ LÓPEZ,
Augusto Javier. Putumayo: una historia económica y sociocultural – Texto guía para la enseñanza. Texto inédito presen-
tado al Ministerio de Cultura, 1998, Gaia-Danida y Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2003. Págs. 212-232.
125
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Petroglifos cortesía del


Profesor Laureano Gómez

donde los había dispersado un amarón (boa constrictor) que arrasó la


población donde ellos vivían. El Gobernador les ofreció hospitalidad y
amparo; pero los emigrados no quisieron pasar de aquel punto, donde fundaron el actual pue-
blo de San Andrés de Putumayo, mezclándose con los santiagueños, pero conservando relativa
independencia”237.

A partir de estas perspectivas, podemos expresar, entonces, que los procesos históricos de ocupación y pobla-
miento permanente, tanto del valle de Sibundoy como del conjunto del piedemonte, entrañan una profunda
riqueza y complejidad en el tiempo que, en nuestro criterio, se han caracterizado por comprometer una gran di-
versidad étnica, cultural, lingüística y económica. Si el piedemonte ha sido interpretado conceptualmente como
una frontera en el sentido de barrera, obstáculo y límite, también el concepto compromete, de suyo, el signi-
ficado de confluencia y encuentro de horizontes culturales, políticos y económicos. Los documentos originales
del siglo XVI dan cuenta, sin pretenderlo, de esa gran diversidad lingüística y aun climática, pues en el conjunto
de esas “diecinueve Provincias que hay en Mocoa”, se hablaban “nueve lenguas diferentes unas de otras” y sus
nombres y respectivos climas (o “temperamentos”) eran como siguen:

“(…) ‘empezando de lo último de estas Provincias, que cae hacia los Sucumbíos’: Los Minsones (tie-
rra muy cálida); Caquetá (tierra muy cálida); Cuyoy (cálida); Mandiaco (menos caliente); Lasal (tierra
templada); Oñunga (muy cálida); El Pueblo Viejo (cálida); Pandía (muy fría); Tutangos (muy fría); Pa-
sabioy (fría); Urapí (fría); El Gorrilla (fría); Ozomena (muy frío); Ticunuyay (fría); Metusa (templada);
La Loma del Espada (cálida); Chiconque (templada) ‘(…) y otras provincias que se dejan de nombrar
tienen muy poquitos indios, y así no se ponen aquí y están casi inclusos entre estas otras provincias
últimas’”238.

Además de esa gran diversidad lingüística y cultural, un caso específico de esa frontera como lugar de confluen-
cia, puede advertirse en virtud de las relaciones que históricamente surgieron y se desarrollaron entre las tierras
bajas y las tierras altas, gracias a la existencia de grupos aborígenes que, establecidos en el piedemonte, hicie-
ron posible el vínculo secular entre la Amazonia y los Andes. Sendas investigaciones arqueológicas, históricas
y etnohistóricas han demostrado la existencia de un mundo amazónico más diverso, e integrado por nexos de
intercambio con el espacio andino durante el periodo prehispánico, sobre la base de una vasta red de circulación
de productos.

237 TRIANA, Miguel. Por el sur de Colombia… Pág. 373.


126 238 VÉLEZ ZÚÑIGA, Francisco. “Relación de los indios y provincias…“. Págs. 2-3.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Petroglifos cortesía del


Profesor Laureano Gómez

Los estudios iniciados por John V. Murra en la década de 1940 sobre Las Tribus Históricas del Ecuador, y que lo
condujeron en las décadas siguientes al planteamiento de El control vertical de un máximo de pisos ecológicos,
permitieron establecer que las “sociedades andinas”, desde un pasado aún preincaico, habían accedido a recur-
sos naturales de distintos pisos ecológicos, desde las playas del Pacífico hasta los áridos pináculos de la cadena
de montañas más alta del Nuevo Mundo, lo mismo que hacia la Amazonia. Posteriormente, los estudios de Udo
Oberem239  y Frank Salomon240  enriquecieron la comprensión de las relaciones entre las tierras altas de los Andes
y las bajas amazónicas, al describir y analizar los productos y las rutas seguidas por éstos dentro de la compleja
red de intercambios comerciales.

En cuanto a las relaciones específicas de intercambio prehispánico, entre las tierras bajas de la Amazonia y los
Andes, María Victoria Uribe elaboró un importante trabajo241 en el cual estableció y describió las direcciones de
los intercambios e identificó los productos comprometidos en el mismo durante el periodo que se conoce en la
arqueología colombiana como la Fase Tuza y que corresponde a los pastos históricos. Según ella, de la región
amazónica hacia los Andes subían plumas, esclavos, monos, loros, papagayos, contrahierba, cuentas de mopa-
mopa, oro de aluvión y, amén de las “plantas medicinales”, el “curanderismo y aprendizaje” mismo de su uso. Y
su texto ilustra también que “las relaciones comerciales con el oriente se efectuaban a través del valle del Chota.
Los serranos tenían en mucha estima los conocimientos medicinales y mágicos de los shamanes orientales. Los
productos orientales más estimados por los serranos eran, entre otros productos alimenticios (...) miel, pesca-
do seco y fresco, micos y papagayos secos y vivos y muchas carnes de monte y otras cosas que entre ellos se
estiman”242.  Desde los Andes hacia la zona amazónica circulaban, por su parte, perros, sal y hachas243.

En un contexto histórico, cronológico y cultural diferente al investigado por Uribe, las fuentes documentales
sugieren por igual la existencia de una activa red de intercambio entre los grupos étnicos del Putumayo y Ca-
quetá y los pobladores de la jurisdicción de Pasto, actividad que debió surgir desde épocas prehispánicas si se
observa, por ejemplo, la conocida tradición cerámica de los indios Pastos, cuyos detalles de fino trazo linear se
lograban recurriendo a la técnica de pintura al negativo, para la cual necesariamente se empleaba la cera de
abejas que históricamente se obtenía por intercambio con los grupos indígenas del Putumayo, el río Caquetá y
de sus afluentes.

239 OBEREM, Udo. Los Quijos… Pág. 202.


240 SALOMON, Frank. Los señores étnicos de Quito en la época de los Incas. Otavalo (Ecuador): Instituto Otavaleño de
Antropología, Centro Regional de Investigaciones, 1980. Págs. 174-175. Colección Pendoneros, No. 10.
241 URIBE, María Victoria. “Pastos y protopastos…”. Págs. 33-46.
242 Ordóñez de Cevallos, citado por URIBE, María Victoria (“Pastos y protopastos…”. Págs. 33-46).
243 Ibid. Pág. 42.
127
Indios Andaquíes reducidos sacando
pita en Descanse. Acuarela realizada
por Manuel María Paz. Álbum de la
Comisión Corográfica. Publicaciones de
Hojas de Cultura popular Colombiana.
La extracción y comercio de pita
constituyo una de las actividades más
importantes tanto de la amazonia
Colombiana como Ecuatoriana desde
los periodos prehispánicos y hasta
mediados del siglo XIX. Esta fibra vegetal
permite la fabricación de lazos, cuerdas
de amarre, alpargatas, enjalmas para
cargar bestias, empaques, amarres de
casa, líneas de pesca y mil usos más.

Las redes de intercambio de bienes,


entre las tierras bajas amazónicas
y las tierras altas de los Andes, su-
frieron profundas transformaciones
a partir del siglo XVI, cuando varias
de las comunidades comprometidas
en esta actividad comenzaron a ser
lentamente asimiladas por relacio-
nes sociales y económicas de carác-
ter colonial –como las encomiendas,
en el caso de los indios de Ágreda o
Mocoa, y las mitas y los resguardos
en el de las sociedades indígenas es-
tablecidas en los Andes-, entraron
en un proceso de desestabilización o
rompimiento de su estructura social
o, simplemente, se extinguieron al
contacto con los invasores europeos.
De igual manera, las antiguas redes
de caminos prehispánicos por donde
circulaban aquellos productos fueron
integradas, en muchos casos y de for-
ma paulatina, a la economía mercantil colonial y ellas sirvieron, por lo común, como huella e infraestructura
sobre la cual surgirían los “caminos reales” que permitieron la articulación del espacio colonial.

Los cambios socio-espaciales debidos al dominio colonial en áreas como por ejemplo la sierra ecuatoriana o el
altiplano nariñense, no conllevaron, empero, la desaparición total de los vínculos comerciales y culturales que
sus pobladores habían tejido con anterioridad a la Conquista. En muchos casos, por el contrario, el intercambio
de productos, como el oro que se extraía de Sucumbios, el Caquetá, el Putumayo y el Pacífico desde los tiempos
prehispánicos, como ya lo mencionamos, fue fomentado en aras de la nueva economía. Tanto así que todavía a
finales del siglo XVIII los documentos refieren el ingreso al Putumayo de “mitmas” o “mitimaes”, quienes proce-
dentes de la sierra ecuatoriana y de Pasto penetraban a los territorios amazónicos para hacer sus “rescates”, es
decir, los tratos y contratos con los indígenas de la región mediante los cuales obtenían oro, miel, cera de abejas,
mopa-mopa, y otros productos a cambio de herramientas y de “bujerías”, como en la época se denominaba a los
objetos de escaso valor244.

244 GOBERNADOR DE POPAYÁN. “Autos proferidos por el Gobernador de Popayán sobre la nueva Misión de Mocoa”. 1795-
128 1803. AGN: Colección Bernardo J. Caycedo, documento 3, “Misiones”. Fol. 91.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

En una de sus investigaciones –Frontera fluida entre Andes, piedemonte y selva: el caso del valle de Sibundoy,
siglos XVI-XVIII-, María Clemencia Ramírez analizó la importancia real de los grupos indígenas del valle de Si-
bundoy en el conjunto de las relaciones de intercambio entre los Andes, el Piedemonte y la selva amazónica,
desde el siglo XVI hasta el siglo XVIII, llegando a la conclusión de que tales nexos no sólo pervivieron hasta este
último siglo, sino que en ellos continuaron jugando un papel fundamental las comunidades de Ingas y Kamsás
del piedemonte, quienes se valieron del quechua, en su calidad de lengua general, para facilitar las actividades
de intercambio de bienes:

“(...) en el piedemonte se sintetizó el mundo andino y el selvático, dando lugar a la convivencia de


grupos de diferentes orígenes con sus respectivas autoridades y estructuras organizacionales que
en el caso del Valle de Sibundoy (habitado por Ingas y Kamsás) se comportaban como mitades, a
pesar de tratarse de grupos lingüísticos diferenciados, por ser complementarios en su estructura
organizacional y a su vez, jugaban un papel fundamental en el establecimiento de intercambios y
alianzas con los grupos andinos y selváticos. [...] la movilidad de los grupos de habla quechua asen-
tados a lo largo del Alto Caquetá y Putumayo, así como hacia el piedemonte ecuatoriano, frente a la
estabilidad de los grupos Quillacinga o Kamsá, permite suponer que los Inga eran los comerciantes
especializados; el ser hablantes del quechua, es otro indicador por cuanto se trataba de una lengua
general, ampliamente difundida tanto en época prehispánica como en la colonia, que les permitía
entrar en contacto con diversos grupos indígenas”245.

El hallazgo de nuevas fuentes documentales nos permite sustentar, además, que las redes de relaciones de inter-
cambio entre los grupos selváticos de la planicie amazónica y los Andes, favorecidas gracias a la intermediación
ejercida por varios de los grupos del piedemonte, no sólo persistieron hasta la centuria mencionada, sino que
continuaron activas hasta mediados del siglo XIX. Es procedente sugerir, incluso, que ellas se fomentaron, a la
par que se incrementaron, con Pasto y sus comerciantes, quienes, como había sucedido desde tiempos pretéri-
tos, continuaron visitando el piedemonte y los territorios indígenas orientales, a la sazón con el fin de introducir,
también, “efectos extranjeros”:

“(...) no sucede lo mismo respecto de la provincia de Pasto, cuyos habitantes han tenido desde tiempos atrás
comunicación y comercio con las dichas tribus [‘errantes del Caquetá’], que han penetrado y penetran fre-
cuentemente hasta los puntos más remotos del territorio, que tratan con los salvajes y conocen su idioma y
sacan de su comercio lucros de consideración respectivamente a los capitales que emplean”246.

Así mismo, en las fuentes primarias se ilustra que en el curso de la segunda mitad del siglo XIX los indígenas de
Sibundoy solían viajar a Pasto y visitaban, cada vez con mayor frecuencia, sus mercados. En este punto debe
llamarse la atención sobre el hecho que, además de las relaciones de intercambio comercial entre los Andes y
la selva amazónica, se mantenían también relaciones de intercambio de carácter interétnico intra-regional247.

245 RAMÍREZ DE JARA, María Clemencia. Frontera fluida entre Andes, piedemonte y selva: el caso del valle de Sibundoy,
siglos XVI-XVIII. Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura Hispánica, 1996. Pág. 127. Colección de Historia Colonial.
246 CÁRDENAS, Vicente. “Informe al Secretario de Estado del Despacho de Relaciones Exteriores y Mejoras Internas sobre
la posibilidad de apertura de un camino de Almaguer a Mocoa”. Popayán, 27 de abril de 1847. AGN: Sec. República, Fdo.
Gobernaciones Varias, T. 132, Fols. 490-491.
247 La reproducción social y económica de los grupos étnicos amazónicos, desde el periodo prehispánico y hasta bien
avanzado el siglo XIX, fue posible también gracias a la existencia y funcionamiento de extensas redes de intercambio
y complementariedad económica y cultural en el interior de la región. Es decir, dentro del conjunto de la Amazonia
Noroccidental surgieron y se desarrollaron históricamente complejas relaciones culturales y económicas entre las di-
versas sociedades aborígenes en virtud de la notoria especialización de muchas de éstas en la producción de bienes
específicos, como canastos y otros objetos de cestería, curares, barbascos, ralladores para el procesamiento de la yuca,
instrumentos de cacería y pesca y otras herramientas y utensilios. Se sabe, por ejemplo, de la extendida demanda en
la región de las variedades de curares producidos por los Makú y los Ticuna, destinados a la cacería, lo mismo que del
amplio uso en la Amazonia de los ralladores elaborados e intercambiados por los Curripaco; de las cerbatanas y canas-
tos Makú, de los bancos ceremoniales elaborados por los Tukano; de los célebres cedazos o “balays” para cernir la yuca,
producidos por los Wanano; de los canastos de los Desana; de las redes para pesca de los Bare; de las cestas para la
pesca de los Piratapuyo; de las afamadas canoas Tuyuca; de las cuerdas para la elaboración de hamacas de los Barasano,
129
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Investigadores y especialistas, entre ellos la especialista antes citada, han descrito y analizado el papel que gru-
pos como los Inga y los Kamsá del valle de Sibundoy tuvieron en relación con el “establecimiento de intercambios
y alianzas con los grupos andinos y selváticos”, y en esta misma perspectiva sería pertinente desarrollar en el
futuro una investigación relativa al rol que históricamente ha desempeñado Mocoa y, específicamente, su pobla-
ción indígena, también de habla quechua, como eslabón insoslayable en el conjunto de esas antiguas y seculares
relaciones de intercambio entre las tierras bajas y las tierras altas.

Existe información original, la que en breve citaremos en extenso, que invita a “mirar”, desde Mocoa, “hacia
arriba” y “hacia abajo” y gracias a la cual descubrimos que una buena parte de los productos obtenidos por los
grupos indígenas del Territorio del Caquetá y destinados por éstos al intercambio, como oro, barniz, caraña, miel,
cera de abejas y carnes de monte, entre muchos otros, eran conducidos a las tierras de los indios Mocoas, es
decir, a la población misma de Mocoa que por el año de 1845 estaba conformada exclusivamente por trescientos
indios y un misionero.

Esas mismas nuevas fuentes documentales son también las que nos han autorizado para describir el piedemonte
del Putumayo, más aún, el Territorio del Caquetá, como un espacio integrado entre sí y con los Andes a partir de
la producción e intercambio de bienes por parte de grupos indígenas, con territorialidades definidas y formas de
organización social y política propias, lejanos todavía de la injerencia de las autoridades civiles, militares y ecle-
siásticas de la naciente República, o de la sumisión a las mismas, tanto como de la servidumbre y la esclavitud
que sólo unas décadas después comenzarían a imponer, a modo de captación laboral, empresarios, comercian-
tes, traficantes y “patrones”:

“Los indígenas de todas aquellas poblaciones se ocupan habitual o constantemente, en los trabajos
e industrias siguientes: los sibundoyes, en cargar a sus espaldas tercios de efectos naturales y ex-
tranjeros que introducen al Territorio de Caquetá algunos comerciantes de esta ciudad [Pasto], para
venderlos a los indígenas que se hallan más al interior de aquel territorio y en labrar y cultivar sus
sementeras. Este pueblo está situado a la entrada de aquel país. Los indígenas de Santiago se ocu-
pan en labrar tablas de madera, en fabricar esteras de totoras, una especie de paja que se producen
en las ciénagas y en hacer bateas de madera y ollas de barro, todo lo que venden en esta ciudad.
Los putumayos ejercen la misma industria; los de Mocoa, en lavar oro en el río Caquetá y otras
quebradas; en sacar barniz y caraña, (una especie de resinas muy aromáticas) en cosechar unos
pequeños cocos que sirven para formar rosarios, en buscar colmenas de abejas, para extraer de
ellas la miel y la cera de este nombre, que venden en esta ciudad. Los de San Diego Nuevo y Viejo,
se emplean en pesquerías de peces y en la caza de monos, dantas, saínos y toda clase de cuadrú-
pedos que encuentran, con cuya carne se mantienen y venden parte a los mocoas; sacan también
achiote, que es una fruta de una corteza espinosa y que da un tinte rojo con que se pintan aquellos
indígenas varias partes de la cara y cuerpo; extraen la cera de castilla, que elaboran unas pequeñas
abejas en los huecos de los árboles y navegan frecuentemente en canoas en el río Putumayo, hasta
su embocadura en el río Marañón. Los de San Miguel, se ocupan en lavar oro y en navegar buscando
pesca y cacería. Los de Aguarico, tienen la misma ocupación, que los anteriores y además, elaboran
algunas minas de sal vijúa que existe en Charuta, a orillas del Marañón. Los de Descansé, lavan oro,
sacan barniz y pita de una penca y la resina de copal. Los yunguillos, lavan oro, sacan barniz y cera
negra. Los de Pacayaco, se ocupan finalmente, en lavar oro del río Caquetá, el cual es de muchos
quilates, siendo de advertir que las mujeres son las que más se emplean en este trabajo, pues son
más activas y laboriosas que los hombres, los que se dedican más a estar navegando con el objeto

etc. Véase al respecto: SEARING, Roberto M. “Heterogeneidad cultural en el noroeste de la hoya amazónica”. En: Revista
Antropológicas. No. 2, 1980. Págs.112-113.
De igual manera, otras sociedades aborígenes amazónicas fueron secularmente reconocidas por la producción de enseres
específicos que intercambiaban con grupos vecinos o más distantes, actividad que les permitía a su vez acceder a bienes
producidos por otras comunidades comprometidas directa o indirectamente en la amplia red de intercambios region-
ales, y algunas más se destacaron por la producción e intercambio que hacían de instrumentos como las hachas de pie-
dra, las cuales sólo tardíamente fueron reemplazadas por las de metal que poco a poco comenzaron a ser introducidas,
desde los tiempos coloniales, por los misioneros, y posteriormente por los empresarios caucheros, los traficantes de
130 esclavos e incluso los comerciantes andinos (mitmas y/o mitimáes), en particular los pastusos.
La india cuida los pájaros. Manuel María Albis.
1854. Curiosidades de la montaña y médico en casa.
Biblioteca Nacional de Torino-Italia. “…la casa [de
pájaros] ordinaria la hacen cada año cuando van
a cortar cera o a lavar oro: ya que están criados y
bien mansos los venden por chaquira, anzuelos o
plata o por alguna cosa que les guste a las indias
porque estos son bienes de ellas: quieren mucho la
plata para machacarla y hacer orejeras y si de este
metal llegan a conseguir quedan contentísimas por
haber logrado tan buena venta. Los pastusos son
aficionados a los loros, pieles de tigre y de nutria”.

de pescar y cazar, con cuyo fin transitan


hasta el Marañón, de donde traen la cera
de castilla. Todos los habitantes de estos
pueblos hacen el comercio de los produc-
tos de las industrias que ejercen y que
quedan expresadas con los mocoas y con
algunos individuos de esta ciudad [Pasto]
que, con igual objeto, entran en aquel te-
rritorio” 248.

Otras fuentes documentales aportan también, y


con frecuencia, extensas listas de los productos
obtenidos y elaborados por los grupos indígenas
del Territorio del Caquetá y la Amazonia. Estos
bienes, hasta mediados del siglo XIX, fueron
intercambiados por comerciantes que los desti-
naban a surtir las demandas de las respectivas
jurisdicciones de Pasto, Neiva, Popayán, lo mis-
mo que de Brasil y Perú, y gracias a ellos los indígenas pudieron garantizar el necesario acopio de la sal, tan
apreciada como escasa, y el acceso a las herramientas de metal.

En algunas de estas listas es posible identificar ciertos “ungüentos”, “aceites” y “esencias”, es decir, extractos y
sustancias de origen vegetal y animal que desde tiempo atrás eran apreciados en los Andes por su valor aromá-
tico, culinario y medicamentoso. Los curares o “pólvora” de los grupos cazadores amazónicos, y en general los
venenos y barbascos, lo mismo que la carne “de monte” –ahumada o “moquiada”-, fueron productos destinados
fundamentalmente a los intercambios interétnicos intra-regionales, al tiempo que la demanda indígena de pe-
rros para la cacería –criados al propósito en Nariño, Huila y Tolima-, parece haber sido creciente, lo mismo que
de ciertas bayetas y telas:

“La cera blanca, cera negra, zarza, vainilla, barniz, achiote preparado para manufacturas y para
guisar, copal, caraña, ungüento de María, ajengibre, flor de canela, pita, hamacas, venenos, bo-
doqueras, manteca de tortuga, peje (pez) salado, carne ahumada y oro, son artículos que forman
el comercio, extrayéndolos para Neiva, Popayán, Pasto, Perú y Brasil, quedando en consumo gran
parte de los venenos, la manteca y carnes ahumadas. En cambio de tales artículos vienen plata, sal,
lienzos, zarazas, bayetas, pailas, hierro bruto, herramientas, anzuelos, abalorios, espejos, cerdos y
perros de caza”249.

Los testimonios escritos dejados por misioneros, viajeros, exploradores y muchos otros individuos que recorrie-
ron y conocieron el Putumayo y su jurisdicción a mediados del siglo XIX, dan cuenta de la especial dedicación

248 RODRÍGUEZ, Manuel María. “Informe del Gobernador de la provincia de Pasto…”. Fols. 116-124.
249 QUINTERO, José M. “Informe sobre el Territorio del Caquetá…”.
131
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

de las indias a la cría de ciertos animales con el propósito, también, de intercambiarlos por otros géneros muy
apreciados por ellas:

“Es sin comparación la paciencia de que están revestidas las indias para criar animales, los indios cogen sus
polluelos en los hogares de su habitación, o flechados, monos y cuanto ellos atrapan, allí mismo se hace cargo
la india del animalito (éstas no dejan los maridos por donde quiera que andan) y con sincera amabilidad los
cuidan mejor que a sus mismos hijos; la caza ordinaria la hacen cada año cuando van a cortar cera o a lavar
oro; ya que están criados y bien mansos los venden por chaquira, anzuelos o plata o por alguna cosa que les
guste a las indias porque éstos son bienes de ellas: quieren mucho la plata para machacarla y hacen orejeras
y si de este metal llegan a conseguir quedan contentísimas por haber logrado tan buena venta. Los pastusos
son aficionados a los loros, pieles de tigre y de nutria”250.

Entre las poblaciones de los Andes se mantuvo invariablemente arraigada, desde la Colonia hasta el siglo XIX,
la creencia de que las plantas medicinales, pero también los conocimientos terapéuticos y curativos, tenían su
origen en la selva oriental. Como en efecto se ha constatado históricamente, antes de la Conquista –y hasta la
centuria mencionada- los grupos étnicos de las zonas bajas amazónicas mantenían relaciones de intercambio
con aquellos establecidos en la ceja de montaña o piedemonte amazónico, y tanto los conocimientos médicos
como las plantas y otros productos medicinales constituían la parte principal de tales cambios:

“Desde tiempos precolombinos los inganos servían como intermediarios entre las comunidades de la selva y
los Andes. Ellos contaban con tres asentamientos menores en las selvas del Bajo Putumayo y dos en las selvas
del Caquetá. Aprendían el quehacer chamánico principalmente con chamanes de la comunidad siona, cofán y
coreguaje, pertenecientes los tres a los grupos tukano occidental. Con ellos permanecían ya sea con estadías
continuas o bien periódicas, hasta cinco o 10 años, con cada uno de ellos. En esta forma recogían de la chagra
de cada uno de los chamanes del Bajo Putumayo las principales plantas de poder que luego sembraban en
sus jardines del Alto Putumayo”251.

Sabemos con certeza que productos tales como el mopa-mopa, las pieles, los loros, los micos y muchos otros
animales, lo mismo que un significativo número de plantas medicinales, siguieron siendo objeto de comercio
entre dichas zonas hasta mediados del siglo XIX y gracias a ellos los nativos de las tierras bajas pudieron asegurar
su tradicional acopio de sal, plata y herramientas de metal, entre otros, como ya se mencionó. A este respecto
llama la atención, incluso, la persistencia, también hasta la misma época, de la circulación de uno de los bienes
que, como la sal, fue fundamental desde el periodo prehispánico en el contexto de las relaciones de intercambio
entre los Andes, el piedemonte y la planicie amazónica.

A mediados del siglo XIX, Agustín Codazzi describió detalladamente la ardua travesía que implicaba proveer de
esta sustancia a los indios del Putumayo, quienes seguían obteniéndola a cambio del oro en polvo que extraían
en su propio territorio:

“Pocas son las personas que en el día lo bajan [el río Putumayo], excepto un mulato que vive con su
familia en Tapacuntí quien anualmente hace viajes en territorio de la república del Perú. Es digna
de mencionarse esta correría, en la cual se emplea un mes para bajar el Putumayo y de trecho en
trecho siembra maíz en las desiertas islas. Sube luego el Marañón durante dos meses pasando por
Tabatinga, que dista 50 leguas de la boca del Putumayo límite del Brasil en ese gran río. Sigue nave-
gándolo hasta la boca del río Guallaga que de Tabatinga dista 130 leguas. Remonta durante un mes
y más las aguas del Guallaga, cuyo curso es de 100 leguas, y allí el camino de tierra le permite llegar
a la salina de Chapapoyuco en la cual se saca la sal gema tan bien cristalizada y dura como sal com-
pactada de Zipaquirá con la diferencia de que ésta es necesario compactarla por la acción del fuego,
al paso que aquella es natural y no se necesita sino una barra para desprenderla de la masa principal
que es un cerro compuesto de este mineral. Compra allí la sal muy barata y la paga con el producto
de la zarzaparrilla que ha vendido en el tránsito, y con el oro en polvo que antes había cambiado
por sal a los indios del Putumayo. Cargada su canoa regresa bajando el Guallaga y el Amazonas en

250 ALBIS, Manuel María. Curiosidades de la montaña…


251 PINZÓN, Carlos E. y SUÁREZ, Rosa P. (1991) citados por: ZULUAGA, Germán. El aprendizaje de las plantas: en la senda
132 de un conocimiento olvidado. Santafé de Bogotá: Seguros Bolívar-Excelsior Impresores. 1994. Pág. 60.
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Augusto Javier Gómez López

poco más de mes y medio empleando casi dos para remontar el Putumayo; pero ya encuentra la
cosecha de su maíz que sembró seca en esta de llevarla a su casa, porque sus provisiones de subida
y bajada consisten en la caza y la pesca. En lugar de pan lleva saquitos de harina de casabe sobrado
que disuelto en agua le sirve a un tiempo de bebida y de alimento nutritivo. Duerme en las playas,
y con las hojas de las palmas improvisa sus rancherías. Su viaje dura 6 meses. Al regreso se regala
abundantemente con los huevos de tortuga y de terecay, cuya cosecha coincide con el período en
que las aguas están más bajas que es de enero a marzo, época en que empiezan a crecer los ríos”252.

La supervivencia de las relaciones de intercambio entre las tierras bajas de la Amazonia y las tierras altas de los
Andes, hasta mediados del siglo antepasado, fue posible, por lo tanto, gracias a la existencia y a la participación
del conjunto de los grupos indígenas del piedemonte ya enumerados al inicio de este capítulo, lo mismo que a
sus nexos con otras muchas comunidades identificadas en la época como “tribus salvajes del Territorio del Ca-
quetá” y, en general, de la planicie amazónica.

Las distintas agrupaciones de ambas zonas –valga decir también con sus igualmente diversas actividades, ofi-
cios y especializaciones y sus propias estructuras territoriales y de organización social-, configuraban por aquel
entonces un mapa caracterizado por la persistencia de vínculos de intercambio interétnico intra-regional e in-
ter-regional que formaban parte de antiguas estrategias de complementariedad económica y sociocultural que
todavía les permitían, como ya lo dijimos, acceder a sal, herramientas y todos aquellos recursos y bienes que
históricamente les habían sido proveídos desde los Andes.

En consecuencia, hasta la mitad del siglo XIX y en virtud del fracaso de los proyectos evangelizadores y civiliza-
dores, el piedemonte del Putumayo y, en su conjunto, el Territorio del Caquetá, constituían una frontera donde
pueblos y grupos indígenas ejercían sus actividades como agricultores, cargueros, comerciantes, lavadores de
oro, etc., obedeciendo a sus propias autoridades y habitando en sus territorios tradicionales, es decir, libres de la
perturbación de “blancos”, “forasteros” e intrusos y de la sujeción a otras instancias de gobierno, a no ser por la
visita esporádica de algún misionero, empeñado en predicarles la “doctrina” o administrarles cualquiera de los
sacramentos, o la de un comerciante o cacharrero.

Gracias también a las fuentes documentales de la época, hemos logrado reconstruir el mapa –con los cuadros
originales respectivos- de la “Población del Territorio del Caquetá en el año de 1845”, y establecer de paso el
orden de las magnitudes demográficas de las poblaciones asentadas en el piedemonte tanto como las de “las
tribus salvajes”, amén de sus actividades y los productos que comerciaban. Otras descripciones del mismo año
contribuyeron, por su parte, a completar el cuadro general de los asentamientos humanos en el piedemonte así:

“Las poblaciones de Sibundoy y Mocoa tienen una figura irregular porque los habitantes se hallan
diseminados en la área de la población, sin orden ni simetría alguna. Las casas de habitación tienen
todas una techumbre de paja y sus paredes son construidas de palos parados y unidos unos con
otros. Las otras poblaciones expresadas en el número anterior, son también pajizas y cerradas del
mismo modo. Es una figura circular porque, las pocas casas que la forman, se hallan alrededor de
la plaza que tiene la figura de un perfecto círculo. En los pueblos de Sibundoy, Mocoa, San Diego,
San Miguel, Aguarico, Descansé y Yunguillo, hay iglesia pajiza y sirve de cárcel la casa del Goberna-
dor indígena, en la que existe un cepo para aprisionar y castigar a los indígenas delincuentes o que
cometen algunas faltas; no hay en estos pueblos otro edificio destinado al servicio público. En Paca-
yaco hay iglesia pero no existe cárcel ni otro edificio público. Los sacramentos se administran a los
indígenas de Sibundoy por un cura párroco establecido allí. A los de Mocoa, por un misionero que
hace las veces de párroco. A los de San Diego, no se les administran, porque los misioneros nunca
pasan de Mocoa. A los de San Miguel y Aguarico, se les administran los sacramentos por un misione-
ro mandado allí con el carácter de párroco y que es uno de los más activos y puntuales en el desem-
peño de su ministerio y misión, y en Descansé, Yunguillo y Pecayaco, sólo reciben los sacramentos
cuando, por casualidad o por requerimientos que reciben los misioneros, pasan a esos pueblos”253.

252 Citado en: Viaje de la Comisión Corográfica por el Territorio del Caquetá 1857. Informe preliminar inédito presentado
al Concurso FEN Colombia; Coama- Gaia, Bogotá, 1996. Pág. 196.
253 RODRÍGUEZ, Manuel María. “Informe del Gobernador de la provincia de Pasto…”. Fols. 116-124.
133
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Como parte de esa frontera, y comprendidos entre los vastos terrenos del piedemonte del Putumayo, e incluso
del Aguarico, se hallaban por entonces numerosos grupos indígenas que, bajo el nombre de “Encabellados” y
“Cofanes”, entre otros apelativos, habían sido catalogados como parte de las “tribus salvajes” del Territorio del
Caquetá. Fray Plácido de Calella, misionero capuchino, relataba que, antiguamente, los Sionas fueron nombra-
dos “dañaguajes” (palabra derivada de dañá o cabello), denominación que, de hecho, debió tener relación con la
vieja designación de “Encabellados” que los monjes mismos emplearon desde el siglo XVII para referirse a ellos.
Según él, desde mucho tiempo atrás dichos indios consideraban “la región del río Putumayo, desde la desembo-
cadura del río Guineo hasta Caucayá” (hoy Puerto Leguízamo) como su territorio, habiéndose dispersado en el
pasado algunos de ellos hacia el Napo, y describió así sus vínculos y relaciones de parentesco con otros grupos254:

“El siona pertenece a la familia Tukano. Los Siona son parientes, con parentesco etnográfico y lin-
güístico, de los Koreguajes (de Koré, garrapata), Makaguajes (de maká, bosque), Tamas y Ankotéres
(enos), del grupo occidental; y de los Makunas, Yahunas, Yupúas y Tanimukas, del grupo oriental. To-
dos éstos son del Vicariato Apostólico del Caquetá. También son parientes de los Tetetes, que viven
en el Ecuador, probablemente en alguno de los afluentes del río Aguarico. Éstos se han hecho temi-
bles por su ferocidad. Los indios Sionas los llaman uitití (chonta pintada), airú-paí (gente del bosque)
y aukas (salvajes). Un indio Siona de los principales me dijo que el nombre propio de los Tetetes es
eteteguaje, de la palabra eteté, pájaro negro que anda por el río, o como dicen otros, de kiriteté”255.

Humberto Triana y Antorveza planteó, hace ya dos décadas, que el siona pertenecía al “grupo occidental de la fa-
milia lingüística tukano” y, de acuerdo con Sergio Elías Ortiz, quien a tal fin acotaba a Paul Rivet, la familia tukano,
aparte del grupo siona, comprendía los dialectos siguientes: “el amaguaje, el tama, el koreguaje, el ikaguate, el en-
cabellado, el pioje y seguramente el kato, agregado por Loukotka”. Y tal como había sucedido en el caso del idioma
quechua, los misioneros se preocuparon de difundir el siona e imponerlo como lengua general entre las “naciones
indígenas del Putumayo” y del Napo en la época colonial “por más común, pronunciable y fecundo”, según una cita
también de este mismo autor.256

Gracias al trabajo cartográfico y descriptivo elaborado por el padre Juan Magnín en el siglo XVIII, sabemos que,
además de las “naciones” y “parcialidades” que existían entre el Napo y el Putumayo –“payahuas, iquiabatas,
sucumbíos, uecuaris, Encabellados, yunguinguis, Rumos, yetes, guacas, ceños, Recobas, Chutias, yarasunos de
Archidona, los Tenas, Napos Canelos chitos y los de Ávila”-, entre el Caquetá y el Putumayo habitaban los Seones
o nación de “charuayes, Andaquíes, Macaguajes, Urinus, Curiguajes, Sensaguajes, ocoguajes, con otras Naciones
de Tamas, Murciélagos y Arionas”257.

Los “senones del Caquetá”, quienes también fueron descritos por este misionero, eran reconocidos por su cos-
tumbre de “desfigurarse” de forma particular. De igual manera, Magnín destacó como “el mejor y el más subido”
el veneno elaborado por los Charuayes, el cual lo hacían “ hasta de 23 ingredientes de raíces, bejucos, cáscaras y
palos cocinados juntamente y dado punto al agua ” y “que mata a cualquier animal, por donde quiera que se le
clave la punta de la saetilla o virote, que por medio de un poco de algodón, o lana de palo, que se envuelve, se
dispara con el soplo, por el hueco de una cerbatana, con tal que le saque sangre”258.

En las selvas del Aguarico, en las orillas del lago Cuyabeno, vivían los Angoteras, descritos como “antropófagos
que llevan siempre la victoria de las guerras que sostienen con otras tribus; esta es una de las más numerosas;

254 Misioneros, antropólogos y otros especialistas, como el mismo padre Marcelino de Castellví, han coincidido en clasificar
a los Siona y otros grupos como Tukanos y más específicamente como Tukano Occidentales. Siguiendo la clasificación de
las lenguas indígenas elaborada por Castellví en el año de 1950, en la antigua Comisaría Especial del Putumayo hacían
parte de los “Tukano del Grupo Occidental”, los Siona, los Makaguaje, los Eno o Ankotere (Piojé), los Tetete, los Tama
y los Koreguaje, los que en conjunto sumaban por entonces 348 habitantes. Tomado de: Centro de Investigaciones
Lingüísticas y Etnográficas de la Amazonia, 1962, Págs. 236-237.
255 CALELLA, Fray Plácido. “Apuntes sobre los indios Sionas del Putumayo”. Antropos, Vol. 35-36, Nos. 4-6, 1940-1941.
Pág.737.
256 TRIANA Y ANTORVEZA, Humberto. Las Lenguas indígenas… Pág. 171.
257 MAGNÍN, Juan. Breve descripción de la provincia de Quito… Págs. 97-98.
134 258 Ibid. Pág.105.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

su idioma es el siona; van hasta las márgenes del Putumayo; a su Jefe le es permitido tener hasta seis mujeres,
semejante al Tuchaba [cacique] de los Orejones”259.

En el siglo XIX, hasta antes del auge del caucho, los Sionas seguían conformando muchas agrupaciones “ligadas
entre sí por el idioma” y entre las cuales se incluía a los Tama y a los Macaguajes. Estos últimos, además del
cultivo de sus sementeras de maíz, plátano, yuca, caña y piñas se ocupaban de la explotación de zarzaparrilla y
cera de abejas:

“Los Sionas son de los más numerosos y ocupan una gran extensión del río Putumayo; se les en-
cuentra en el Aguarico; tengo conocimiento exacto que hay miles enselvados, formando así mu-
chas agrupaciones o reducidas tribus, ligadas entre sí por el idioma, y diseminadas por los odios
y venganzas. Se extienden a los Macaguajes; llámanse así 5 tribus que moran fijamente en una
hermosa faja de terreno entre el Putumayo y el Caquetá; se les encuentra también en éste último.
De manera, pues, que por la unidad del idioma, como porque hay de ellos muchos catecúmenos, se
hace por esa parte fácil la reducción, no solamente de los que hablan ese idioma, como porque gran
parte tratan con los salvajes de otras tribus, cuyos dialectos conocen. Me detengo a tratar de ellos
más extensamente porque en ellos veo un puente de apoyo para las misiones. Hay a las márgenes
del Putumayo 5 caseríos de Cionas (sic) algo civilizados, antiguos restos de los catequizados por los
Jesuitas. Esos pueblecitos están regularmente escalonados; se llaman San Diego, San José, Cuimbé,
Tapacunti y Yotentó (...)”260.

En el caserío de San Miguel ubicado en la margen derecha del río Aguarico, residían “restos de los catequizados
por el padre Ferrer” y pertenecientes a la “misma raza de los Cofanes: la historia nos dice que aquellos indígenas
eran tantos como las hojas de los árboles”. Algunos de dichos indígenas se habían separado “un día subiendo el
San Miguel”, donde habían formado otro caserío. En el mismo siglo XIX, uno de los prefectos provinciales del Ca-
quetá describió el territorio de los Cofanes (San Miguel de Sucumbíos) como lugar propicio para la fundación de
colonias y explicó que en las playas de dicho río los indios lavaban oro “de muy buena calidad”, lo mismo que en
La Bermeja, otro afluente del San Miguel caracterizado por ser “uno de los más ricos en oro porque los indios lo
han extraído siempre y lo están extrayendo de sus playas”, y también en el riachuelo llamado Guamayaco, donde,
siguiendo su informe, “también hay mucho oro; en esa misma travesía se halla un canalón, trabajo establecido,
sin duda por los españoles”261.

La rápida disminución de los indígenas Cofanes puede atribuirse, entre otras múltiples causas, a las expedicio-
nes de conquista y a las incursiones de los buscadores de oro que desde temprano penetraron y explotaron su
territorio. Así mismo, desde los inicios del siglo XVII, los misioneros visitaron frecuentemente sus heredades con
el propósito de reducir o establecer a los aborígenes en pueblos, proyecto que en ocasiones aparejó resultados
desastrosos para los religiosos, como sucedió en el año de 1611 en el caso del padre Rafael Ferrer, quien cayó
muerto como consecuencia de actos ejecutados por los mismos indios.

Diversos especialistas han destacado el acervo botánico y médico de los Cofán, y si se realizara una prospección
histórica y documental más detallada no dudaríamos en corroborar que el conocimiento chamánico y de los
secretos de los “seres de la selva”, el cual le ha sido atribuido en gran medida a muchos de los grupos indígenas
amazónicos, lo representan auténticamente los Cofán, siempre descritos como “inteligentes, altivos, muy bien
formados o musculados y magníficos bogas”262.  Aún en el siglo XX, y a pesar de la secular persecución y destruc-
ción que contra ellos se ha ejercido, investigadores como R. E. Schultes destacaron los importantes conocimien-

259 QUINTERO W., Alejandro. “Informe del señor Prefecto Provincial del Caquetá al Secretario de Gobierno del Departa-
mento del Cauca”. Mocoa, 12 de abril de 1890. En: Apéndice al Informe de la Gobernación del Departamento relaciona-
do con los Documentos correspondientes a la Secretaría de Gobierno. Popayán: Imprenta del Departamento. Director
A. Paz. 1890. Págs.325–332. ACC.
260 Ibid. Págs. 320-325
261 Ibid. Págs.325-332. Todas estas descripciones acerca de los Cofanes fueron realizadas por el Prefecto del Caquetá, Ale-
jandro Quintero W., quien recorrió en la segunda mitad del siglo XIX gran parte del territorio bajo su administración.
262 Ibid. Págs. 325-332. Así los describió, por ejemplo, el Prefecto Alejandro Quintero W., en el siglo XIX, en el mismo y
extenso Informe ya citado.
135
Indígena Kofán.
Nueva isla Puerto Hormiga.
Orlando Cifuentes. 2001.

tos en botánica y de la selva de que son


depositarios:

“Los Kofanes, hasta hace poco, eran


notables por la fabricación de curare y
otros venenos para flechas extraídos
de numerosas plantas, cuyo poder no
conocen y por tanto no usan otras
tribus de la región. Poseen, además,
la más extensa farmacopea vegetal
entre todas las tribus de la Amazonia
colombiana; también mascan coca y
ocasionalmente usan la ayahuasca o
yajé. Son indios amistosos, colabo-
radores y mantienen firmes lazos de
familia”263.

Aquellos grupos que lograron sobrevivir


en el piedemonte amazónico, como los
Inga y Kamsá –a los Andaquí, entre otros
de la región, los extinguieron la gripe y la
viruela-, y que estaban vinculados desde
el pasado a circuitos de intercambio de
mediana y larga distancia, continuaron
ejerciendo sus actividades no sólo como
“médicos” o chamanes sino como co-
merciantes de plantas y otros productos,
entre ellos los medicinales:

“En el altiplano o valle de Sibun-


doy, a 2.700 m.s.n.m., se encuen-
tran las tribus Ingano y Kamsá,
los primeros a veces confundidos
con los Ingas que habitan en zo-
nas más bajas cercanas a Mocoa.
Ambas tribus tienen un largo historial de resistencia a las presiones de los colonos foráneos y han
tratado de mantener sus esquemas culturales en medio de las tendencias a la transculturación.
Aún utilizan el traje tradicional, cusma, especie de manto de algodón y usan numerosos collares de
cuentas de vidrio que pesan varias libras. La lengua Kamsá parece relacionada con la Chibcha y la
usan unos 2.000 indígenas que están muy familiarizados con la flora andina de las montañas veci-
nas. El chamanismo aún se practica entre ellos y sus brujos o “médicos” cultivan numerosas plantas
medicinales incluyendo las lianas alucinógenas como el yajé y las Brugmansias, arbustos frondosos
con vistosas flores blancas, amarillas y rojas con formas de trompeta. Estos brujos son consultados
tanto por los indígenas como por los blancos de los pueblos vecinos, y a veces viajan a las ciudades
mayores a vender sus hierbas y pócimas”264.

Los grupos del piedemonte amazónico que históricamente habían logrado especializarse en el comercio de va-
rios productos, entre los cuales se destacaban las plantas medicinales, gracias a su resistencia a las actividades

263 SCHULTES, Richard Evans. El reino de los dioses… Pág.43.


136 264 Ibid. Pág.43.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Preparación de Yagé.
Comunidad Kamsá.
Fotografía Mioguel Ángel
Contreras

de los misioneros y a las incursiones de los “blancos” fueron apropiándose también, y poco a poco, de los cono-
cimientos de los poderes curativos de muchas especies vegetales que en épocas pretéritas habían sido conocidas
y utilizadas por los chamanes de las bocanas, es decir, por aquellos “payés”, “brujos” y especialistas de los grupos
étnicos antaño residentes en el bajo Caquetá, el bajo Putumayo, el Apaporis (afluente del río Caquetá) y el Me-
saya, entre otras áreas culturales tildadas desde temprano, por traficantes, empresarios, exploradores, viajeros
y aventureros blancos, de territorios de “brujos” y “hechiceros envenenadores”.

Estas comunidades de las tierras bajas amazónicas fueron víctimas, sobre todo a partir del siglo XVIII, de las
“jornadas pacificadoras”, la “guerra justa” y particularmente las “correrías” de tropas esclavistas, de tal manera
que sus integrantes, cuando no lograban fugarse, eran trasladados de forma compulsiva a otros territorios y en
algunos casos hasta se extinguieron, razón por la cual sus vínculos tradicionales de intercambio con los grupos
del piedemonte también comenzaron a reducirse, hasta desaparecer del todo. La reactivación de la trata de es-
clavos nativos desde mediados del siglo XIX, con motivo del primer auge cauchero, fue el factor que en últimas
provocó la ruptura definitiva de todas aquellas relaciones de reciprocidad.

En síntesis, el Putumayo, el área del piedemonte, el conjunto del llamado Territorio del Caquetá y, si se nos
permite la generalización, la selva oriental colombiana, estuvieron mucho más integrados –a pesar de lo que
hasta hace pocos años se creía- al espacio andino, articulación que, como ya lo explicamos, se remontaba a la
época prehispánica y logró pervivir hasta mediados del siglo XIX en forma de redes de intercambio y de com-
plementariedad social y económica en las cuales se destacó la circulación de conocimientos y de plantas me-
dicinales hacia los Andes; aún hoy, grupos humanos del piedemonte persisten, con sus saberes, sus “yerbas” y
sus prácticas especializadas, en atender y abastecer al mundo andino con su medicina y sus medicamentos. Así
lo sostiene el antropólogo australiano Michael Taussig:

“La división culturalmente codificada, entre las culturas de las tierras altas andinas y las tierras bajas del
oriente es muy significativa y data de hace mucho. Los etnobotánicos y arqueólogos han hallado mucha evi-
dencia de un tráfico de medicamentos de las tierras bajas orientales hacia los Andes, a lo largo de todo el
cordón andino, desde mucho antes de la conquista (...) Hay que destacar que muchas características de dicha
red tienen su origen en la persistencia de una estructura antiquísima. La conquista europea tuvo el efecto de
añadir nuevos elementos a esta estructura y amplió su abanico de referentes y representaciones. Uno de los
factores más importantes del sistema curanderista de los pueblos agroindustriales son los curanderos y hechi-
ceros indígenas del borde oriental de los Andes sobre la cuenca amazónica. Estos hombres instalan puestos
en los mercados que visitan regularmente o recorren las calles en busca de clientes o viejos contactos. En sus
bolsos llevan hierbas raras y plantas medicinales provenientes de toda Colombia; además venden amuletos,
hierro, trozos de azufre, picos y plumas de pájaros selváticos y garras disecadas de jaguar y de oso. De esta
manera los curanderos indígenas difunden el saber de la cuenca del Alto Amazonas por todo el suroccidente

137
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Medico tradicional después de beber: Borrachero


Munchivo. Richard Evans Schultes (1941-1961).
El Bejuco del Alma. Los médicos tradicionales de
la Amazonia colombiana, sus plantas y rituales.
Banco de la República. Ediciones Uniandes.
Editorial Universidad de Antioquia. Bogotá.1994.

colombiano, e inclusive, lo llevan más allá,


a los pueblos y ciudades del interior del país
como Bogotá, la capital nacional. Los curan-
deros indígenas de las tierras altas sostie-
nen que aprendieron el oficio y adquirieron
su poder de un chamán de las tierras bajas.
Para ellos la fuente del poder mágico yace
en la selva del Amazonas, en los chamanes
y en su remedio magistral, el alucinógeno
que denominan yagé que sólo crece en las
profundidades húmedas de la selva; los cu-
randeros de las tierras altas requieren del
patronazgo de un shamán de las tierras
bajas”265.

Sin duda, muchos grupos aborígenes fueron


diezmados o desaparecieron por entero vícti-
mas de la esclavitud, las enfermedades y las
epidemias en virtud del contacto motivado
por la explotación de los yacimientos aurífe-
ros del piedemonte, desde el siglo XVI hasta
finales del siglo XVIII, cuando ya era evidente
el fracaso de la labor misionera franciscana.
No obstante, en la primera mitad del siglo XIX
eran todavía muchos, y de diverso origen ét-
nico, los grupos indígenas que habían logra-
do sobrevivir en el Putumayo, Sucumbíos, el
Caquetá, etc., como puede apreciarse en el
mapa y los cuadros relativos a la “Población
del Putumayo en el año de 1845”.

Resulta parcial afirmar, sin embargo, que en buena parte del conjunto de la región amazónica las naciones y par-
cialidades más afectadas fueron aquellas que desde un lejano pasado habían surgido, hasta consolidarse, en las
zonas ribereñas o de “varzea”, porque algunos ríos amazónicos, especialmente los que sin mayores obstáculos
eran navegables, fueron la ruta “natural” de las primeras incursiones de los europeos y las de sus seguidores o
descendientes, quienes en calidad de expedicionarios, conquistadores, encomenderos, empresarios mineros,
misioneros o traficantes de esclavos iniciaron las transformaciones territoriales y socioculturales a las cuales se
debe atribuir, en general, el cambio gradual del “mapa” de las estructuras de los asentamientos humanos en la
región, particularmente en el piedemonte. Es decir, el impacto sobre las sociedades ribereñas también afectó a
muchas de las comunidades establecidas en el piedemonte, en especial a aquellas cuyos territorios hacían parte
de las rutas que unían los Andes y la planicie amazónica, o cuyas heredades coincidieron con la geografía de los
depósitos aluviales auríferos que comenzaron a explotarse a partir del siglo XVI, como fue el caso de muchos de
los Cofanes y de los grupos aborígenes pertenecientes a la jurisdicción de Mocoa.

Deben recordarse por igual los casos de muchos de los grupos cuyos miembros fueron arrancados de sus “natu-
rales” (territorios) para terminar sometidos a las labores mineras, tanto en el piedemonte mismo del Putumayo
como en Sucumbíos, y también de aquellos indígenas que fueron sacados a la fuerza de las misiones del Caquetá,
138 265 Michael Taussig (1982) citado por: ZULUAGA, Germán. El aprendizaje de las plantas… Págs. 56-57
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

también durante la época colonial, para que trabajaran en los yacimientos auríferos del Pacífico, como lo descri-
bió el historiador González Suárez ya citado.

En el transcurso de la segunda mitad del siglo XIX, cuando ya las quinas del interior del país habían sido devasta-
das –en el Sumapaz, el Magdalena Medio, la jurisdicción del pueblo de La Uribe (Meta) y el Cauca (por ejemplo
en Pitayó y en las “montañas del Patía”, entre otros)- la frontera extractiva hubo de desplazarse forzadamente
hasta el piedemonte amazónico del Putumayo y del Caquetá, donde estas plantas comenzaron a ser explotadas
en un nuevo ciclo extractivo que de nuevo fomentó el contacto con los grupos nativos supervivientes y generó
también un impacto negativo entre éstos, más aun con el establecimiento de la navegación a vapor por el río
Putumayo.

En efecto, por obra del inicio y la posterior consolidación de las actividades de extracción de las quinas silvestres en
el piedemonte, y de su corolario, la búsqueda de la ruta para unir los ríos Putumayo y Amazonas como vía de expor-
tación expedita de las cortezas hacia Europa y Estados Unidos, se estimuló la creación de campamentos y puestos
de acopio, tanto en las mismas áreas donde aquellas se depredaban como a lo largo del sendero que, buscando el
lugar más a propósito para realizar su embarque, conducía hasta las riberas del Putumayo.

Fue, entonces, en virtud de este episodio extractivo, que se tuvo noticia de nuevo, y con amplios detalles, acerca
de ciertos grupos indígenas, sus establecimientos y algunas de sus características266 pero también y muy pronto
de su disminución o dispersión y, en algunos casos concretos, de su extinción como consecuencia del notable in-
cremento del tráfico de esclavos nativos relacionado ya ésta vez con las caucherías, lo mismo que de su sujeción,
por deudas, a “patrones” que los llevaban lejos de sus territorios étnicos, y como efecto de las enfermedades y
epidemias que ocasionaron el derrumbe físico de otras muchas comunidades que hasta aquella época habían
logrado mantenerse lejos del contacto, el contagio, la esclavitud y el endeudamiento.

Es importante relevar para nuestro estudio que la explotación de caucho en las selvas de la Amazonia colombia-
na sólo inició hasta finales del siglo XIX. No obstante, y como puede apreciarse en el trabajo de Bárbara Weins-
tein, tanto la extracción como la exportación sistemática de esta materia prima habían comenzado en el Brasil
desde los albores de la centuria267,  hecho que explica la intensificación de las incursiones esclavistas brasileras
de las así denominadas “tropas de rescate” en los territorios indígenas del Putumayo, el Caquetá, el Napo, el
Río Negro, el Vaupés y otros afluentes del río Amazonas, con el fin de capturar la mano de obra necesaria para
satisfacer la creciente demanda internacional de un producto que por aquel entonces estaba alcanzando en los
mercados extranjeros los mejores precios. Y fue fundamentalmente por la reactivación de la esclavitud abori-
gen que a partir de la segunda mitad del siglo XIX las relaciones de intercambio ya descritas sufrieron drásticas
transformaciones, si bien la trata y las enfermedades, entre otros factores, ya habían empezado a alterarlas o
romperlas desde el siglo XVIII.

Así, muchos de los grupos indígenas del Territorio del Caquetá que habían estado comprometidos en esas redes se-
culares de intercambio, fueron “conquistados”, “endeudados” y obligados a extraer el prodigioso látex. El traslado,
especialmente de hombres jóvenes, hacia los campamentos caucheros de donde nunca regresaron y, como había
sucedido en los tiempos coloniales con motivo de las incursiones y del avance misionero, el “catarro”, las epide-
mias de gripe, viruela y otras enfermedades aniquilaron a un gran número de las comunidades nativas que habían
logrado sobrevivir, es decir, sembraron de nuevo la muerte y la desolación, en particular entre los asentamientos
ribereños del alto Putumayo y del alto Caquetá.

266 Véase “Mapa del Río Putumayo o Ica”, levantado por Francisco A. Bissau y Rafael Reyes en 1877.
267 La investigadora en referencia señala una producción brasilera de caucho de 31.365 kilos en el año de 1827, que en
1850 logró ascender a 1.446.550 kilos. Estas magnitudes, las que continuaron aumentando apreciablemente en los
años y décadas siguientes, se alcanzaron en virtud del trabajo “caboclo” pero también mediante la labor esclava del
creciente número de indígenas que fueron cazados en el Putumayo, en el Caquetá y en muchos otros de los afluentes
amazónicos y acabaron sometidos al trabajo extractivo en el interior de la selva. Véanse especialmente los capítulos I
y II de la obra: WEINSTEIN, Bárbara. A Borracha na Amazonia: Expansao e Decadencia. 1850-1920. Sao Paulo: Editora
Hucitec, Editora da Universidader de Sao Paulo, 1993).
139
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Riberas anegadas del Iza. Grabado de Julio Crevaux (1857-1882).


América Pintoresca. El Ancora Editores. Bogotá.

Además de la progresiva desarticulación y final desaparición de dichas redes de intercambio, el Putumayo y,


en general la Amazonia, vieron surgir otros circuitos comerciales suscitados por la introducción de herramien-
tas de metal (hachas, machetes, cuchillos, anzuelos, escopetas con su correspondiente munición, etc.), telas y
licores, entre muchas otras mercancías, a cambio de las cuales los comerciantes y empresarios obtenían látex.
Es importante observar, sin embargo, que esos nuevos circuitos y, en general, esas nuevas redes comerciales
sustentadas en la circulación de mercancías, hicieron parte de un sistema especulativo y coercitivo mediante
el cual se mantuvo cautiva la mano de obra indígena. Una vez concluidos el primer y segundo auge cauchero,
el interés comercial internacional se centró en la explotación de pieles, maderas preciosas y otros productos
selváticos.

Comúnmente, la explotación que se hizo y que se sigue haciendo de muchos de esas materias primas, incluso de
la fauna viva, se ha logrado, tanto en el pasado como al presente, gracias al “adelanto” y al “endeude” de indios
y “colonos”, quienes suelen obtener a precios elevados las mercancías introducidas en sus territorios por “pa-
trones”, comerciantes y empresarios, los que a su vez reciben en pago productos silvestres y/o cultivados a muy
bajo precio y que por lo común son destinados al comercio y la industria internacional. En gran medida, ha sido
bajo este sistema que en los últimos siglos se han explotado los recursos de la selva y a sus habitantes.

La comprensión de las estructuras, las territorialidades y las magnitudes de los asentamientos humanos en el
piedemonte del Putumayo, lo mismo que de las redes de relaciones entre los grupos selváticos de la planicie
amazónica y los Andes existentes hasta mediados del siglo XIX, resulta fundamental para el desarrollo analítico
de nuestro trabajo y el cabal entendimiento de los procesos extractivos y colonizadores a través de los cuales se
emprendió desde entonces la integración del piedemonte y de la frontera amazónica.
140
Indígena del Valle de Sibundoy. Archivo
fotográfico del INCORA. Putumayo.
Tomo IV, Año 1967. desde el episodio de
las caucherías, el consumo de bebidas
alcohólicas fue una estrategia para someter
a relaciones de endeude a la población
indígena del Putumayo y de la Amazonia.
Comerciantes, empresarios y hacendados
fomentaron el consumo de alcohol en el
siglo XX, pagando muchas veces trabajo
indígena y campesino con aguardientes. Estos
deprimidos y alcoholizados, fueron presa
de las enfermedades, de las epidemias y del
derrumbe, tanto espiritual como físico.

En otras palabras, y más allá del carácter


presuntamente “baldío” y “despoblado”
de ambos territorios, pretendemos de-
mostrar, con fundamentos históricos, que
los procesos pioneros de colonización en
el Putumayo, y específicamente en el pie-
demonte, desde el valle de Sibundoy hasta
Puerto Asís y su jurisdicción, se realizaron
dentro de la geografía misma de los asen-
tamientos de los grupos indígenas sobrevi-
vientes y que, mediante el engaño, la ame-
naza y el despojo, y en detrimento de las
territorialidades étnicas, surgió una nueva
geografía, la del colono y la de la coloni-
zación, al tiempo que los indios eran se-
ducidos u obligados a trabajar, en las que
hasta entonces habían sido sus tierras, al
servicio de los misioneros capuchinos o de
los colonizadores.

En otros casos, cuando no se los deste-


rraba, debían huir y se “enselvaban” para
mantenerse a salvo del peligro de las enfermedades, la explotación y el maltrato, cediendo de este modo sus
espacios y territorios al frente colonizador. Mucho tiempo después, y como una constante o patrón histórico, los
posteriores procesos de colonización surgidos “como resultado” (indirecto) de las actividades de exploración y
explotación petrolera, nacieron nuevamente en el interior de la geografía y la territorialidad indígena, fomentan-
do otra vez el despojo y el destierro.

3.2. Economía extractiva y baldíos


Desde el siglo XVI, la historia regional de la Amazonia colombiana se ha caracterizado por episodios extractivos
si se tiene en cuenta que desde aquella centuria comenzó la explotación aurífera en el piedemonte, la cual se
emprendió con mano de obra indígena, encomendada y esclavizada en las jurisdicciones de Mocoa (antigua
Ágreda) y Sucumbíos.

A dichos episodios han estado asociados, además, procesos de ocupación temporal del espacio en el sentido
de confluencias de individuos “enganchados” o ligados a actividades económicas extractivas, a fases o ciclos de
prosperidad, generalmente breves y efímeros en cuanto a su duración y que podemos resumir en las así llamadas
141
Tala de bosque nativo
zona del bajo San Juan.
Municipio de Orito.
Camino al Cabildo El
Espingo. Fotografía de
Rocío Claros. S.f.

“bonanzas” del oro, de las quinas, del caucho, de las pieles, de fauna viva, de maderas, del petróleo y nuevamente
del oro, entre muchos otros productos amazónicos cuya explotación continúa hoy realizándose bajo patrones
económicos y laborales específicos que nos permiten caracterizarlos sin ambages como extractivos porque, una
vez concluida la bonanza o el fugaz enriquecimiento, una gran parte de la riqueza producida en la región ha salido
de ésta sin beneficiarla.

Debe de insistirse en este fenómeno histórico regional, ya que en asocio con imágenes negativas, construidas y
difundidas acerca de la Amazonia y sus habitantes nativos, se tiene la convicción de que allí la vida humana, la
vida social permanente, no es posible, de tal forma que los grandes crecimientos demográficos regionales que
en distintas épocas han acompañado esos momentos de bonanza son tan solo un espejismo porque ante la apa-
rición de los primeros signos de crisis, esos transitorios residentes –generalmente de vida trashumante- que no
arraigan ni construyen una infraestructura habitacional duradera, suelen migrar hacia otras regiones e incluso a
otros países en busca de una mejor suerte.

Este comportamiento, característico de buena parte de las corrientes de inmigrantes que por lo común se han di-
rigido desde los Andes hacia las distintas áreas de la Amazonia, ha estado estrechamente relacionado con el rei-
terativo patrón extractivo que por siglos ha dominado y condicionado la economía regional, el cual, en esencia,
consiste en la explotación de recursos naturales (minerales, animales y vegetales), silvestres o cultivados, que en
diferentes periodos históricos han adquirido creciente demanda en los mercados internacionales, alcanzando en
ocasiones fabulosos precios, pero con el rasgo fundamental de que los beneficios obtenidos de la explotación,
el transporte y la comercialización de tales riquezas vernáculas no arraigan ni se materializan en la región misma
sino que, por el contrario, fluyen a otras regiones y a otros países268.

En este mismo orden de ideas, debe de entenderse que en buena parte las economías extractivas se distinguen
por el reducido o bajo valor agregado incorporado a los bienes o mercancías obtenidos. En otras palabras, el lá-
tex, las maderas, las pieles, el petróleo y, en general, los recursos explotados en la Amazonia, no han sido objeto,
históricamente, de procesos o procedimientos industriales que les confieran un mayor valor. Por el contrario,
esos y muchos otros recursos que se siguen explotando, han sido y continúan siendo exportados en bruto.

268 La obra de Bunker constituye un excelente análisis histórico acerca del subdesarrollo de la región amazónica, cuya
economía es caracterizada por él como predominantemente extractiva, es decir, basada en la extracción de valor de la
naturaleza más que en la creación de valor mediante el trabajo. Acorde también con sus planteamientos, la persistencia
de la Amazonia, como una frontera, tanto como la paradoja del desarrollo que destruye el medio ambiente del cual
depende, demanda explicaciones que no pueden ser proveídas por los paradigmas relativos al desarrollo y del subde-
sarrollo. Véase: BUNKER, Stephen G. Underdeveloping the Amazon: Extraction, Unequal Exchange, and the Failure of
142 the Modern State. Chicago: The University of Chicago Press, Chicago and London, 1988.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Aserrío en el río Orteguaza, abajo de Puerto Diago. Camino a tres esquinas, suministra madera para toda
La Tagua. Doctor Enrique Encizo y Doctor George Bevier. Abril de 1933. Informe sobre la inspección
de las condiciones sanitarias a lo largo de la vía principal de transportes entre Bogotá y la zona de guerra.
Archivo General de la Nación. S. 1ª. T. 1056. Legajo 53.

Este patrón, el del extractivismo, constituye en definitiva la constante histórica económica regional de los últimos
siglos y en él debe buscarse la explicación, en el largo plazo, de la pobreza y la miseria de los habitantes ama-
zónicos, tanto indígenas como mestizos (colonos); más aún, a su imposición se debe un empobrecimiento de la
región hasta el punto que su principal riqueza, es decir, su gente, ha sido también traficada, vendida y trasladada
a otras regiones y naciones como fuerza de trabajo esclava. Así, la pérdida de población destruye la riqueza social
construida y, a su vez, impide sembrar y cosechar bienestar en todo sentido.

Además del espejismo de prosperidad que crean las economías extractivas, en la medida que habitualmente
originan súbitos y acelerados crecimientos demográficos tanto como movimientos poblacionales y espaciales
significativos, amén de repentinos y ostensibles aumentos de demandas y ofertas de mercancías, ellas suelen
estar acompañadas de imágenes y discursos ideológicos tendientes a justificar el acceso rápido y voraz al recurso
o los recursos cuya creciente demanda, generalmente internacional, ha dado lugar a las bonanzas y al concomi-
tante despojo de los recursos que las alientan.

En este contexto es procedente recordar los argumentos ideológicos, ampliamente difundidos desde los tiem-
pos coloniales y de nuevo esgrimidos en el transcurso de los siglos XIX y XX, acerca de la condición “baldía” de
los territorios amazónicos y el carácter “degenerado” de la “raza de hombres” amerindios, caracterizado por el
“salvajismo” de las “tribus” de las selvas orientales, su “irracionalidad” y “natural pereza”. De este modo se quiso
justificar el despojo de los recursos, de las tierras y de los territorios indígenas mismos mediante políticas de
concesión de baldíos a empresas nacionales y extranjeras para emprender legalmente su explotación.

Existen muchos otros ejemplos que permiten ilustrar el surgimiento y el efecto práctico de tales construcciones
ideológicas, generalmente etnocéntricas y racistas, las cuales fueron encubiertas la mayoría de las veces en ideas 143
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

y actos paternalistas tendientes a legitimar la dominación y la expoliación. Si tomamos en cuenta la experiencia


colonial, es coherente afirmar, por consiguiente, que los procesos de dominación han estado acompañados de
imágenes y conceptos negativos por medio de los cuales se han justificado, como ya lo dijimos la sujeción y ex-
plotación seculares de la Amazonia; de ahí la condición “bárbara”, “caníbal” y “violenta” atribuida a ciertos gru-
pos y, en general, al conjunto de las sociedades que han padecido esa experiencia colonial y neocolonial, según
explica el historiador Guido Barona:

“Frente a los extensos territorios ‘baldíos’ del oriente del país, en su conjunto, los grupos gobernantes conti-
nuaron reproduciendo el imaginario fantasioso que por tres siglos había marcado con su impronta el proceso
de colonización y poblamiento de la Nueva Granada. Para ello no importaba el desconocimiento que se tenía
sobre estas regiones y mucho menos los riesgos de capital que esta fabulación generaba. Por ello, desde los
inicios de la Gran Colombia, en el Congreso de Cúcuta, se aprobaron leyes favoreciendo la inmigración de
hispanoamericanos de otros países del Continente y de naturales de otras regiones provenientes de Europa
y los Estados Unidos, principalmente. El argumento que sirvió para la aprobación de estas leyes fue triple: se
basaba en la promesa de ingentes riquezas minerales, agrícolas y forestales, en la escasez de población y en
la barbarie de los pobladores de las selvas y llanuras de la Orinoquía y la Amazonía; este último razonamiento
contenido implícitamente en la relación geográfica de Colombia publicada a raíz de la gestión diplomática
de Zea en la Gran Bretaña y en los informes de los misioneros, colonos y viajeros, que transitaban estos te-
rritorios en la búsqueda incansable de almas para convertir, de productos y materias primas para llevarlas al
‘interior’ y comerciar con ellas, y de especies animales y botánicas por describir”269.

Usualmente, y como ya lo hemos planteado en la primera parte, a las imágenes relativas al “canibalismo” de las
tribus amazónicas se han agregado otras que aluden ya no a los indios sino al carácter “inhóspito”, “pútrido”,
“miasmático” y “enfermizo” de los territorios en estudio tanto como al conjunto de la región270: ciertas áreas del
mundo, más precisamente del “Tercer Mundo”, como la Amazonia, incluso desde muchos años antes de la Se-
gunda Guerra Mundial (1939-1945), fueron asociadas con la noción de “enfermedades tropicales” y este prejui-
cio de larga tradición, que persistió durante el resto del siglo XX, en diverso grado y de múltiples formas comenzó
a influir sobre las nociones de la selva que venían desde el siglo XIX, cuando se propuso y planeó el aislamiento
de los convictos o se pensó en apartar y excluir a otros individuos y grupos humanos tenidos socialmente por
enfermos, es decir, que padecían patologías físicas o morales o andaban inmersos en la “vagancia” o estado de
inutilidad social.

Quizá no hay otra región del planeta que haya suscitado y siga alimentando hasta el presente tal diversidad de
mitos e imágenes como la Amazonia271.  Su presunto aislamiento ha hecho parte también de todas esas figura-
ciones, difundidas con la amplitud suficiente como para afirmar que ella no pertenece todavía al mapa espiritual
de los colombianos a pesar de que en su interior surgió, hace ya más de un siglo, una sociedad regional mestiza
o, si lo expresamos de otra manera, una sociedad no indígena de magnitudes demográficas hoy considerables. Y
es allí, precisamente, donde actualmente se está dirimiendo, en buena parte, la unidad territorial de la nación.

No ha sido, sin embargo, ese supuesto aislamiento el que ha mantenido en la pobreza a la gente de la región, ni
mucho menos que por tal ficticia condición sus recursos no hayan sido explotados; de hecho, y como lo hemos
venido demostrando, desde el siglo XVI se han venido extrayendo de sus entrañas riquezas, entre ellas el oro de
aluvión del Putumayo. Tanto así que la fiebre del oro amazónico suele reactivarse frecuentemente, al punto que,
y sin exageración alguna, podemos afirmar que la explotación aurífera siempre se ha mantenido, en uno u otro
sitio de la región, desde la Colonia hasta la actualidad; hoy en día, por ejemplo, se extrae con dragas y mercurio
del río Caquetá.

El intercambio y el tráfico de pieles de animales selváticos goza por igual de una larga tradición histórica si bien su
comercialización se intensificó durante las décadas de los años cincuentas y sesentas del siglo anterior, cuando

269 BARONA BECERRA, Guido. “Frente al camino de la Nación”... Pág. 24.


270 Cornelius Paw, en su obra América, señala que “.el Nuevo Mundo es una tierra totalmente ingrata, odiada por la natura-
leza (...). En las partes meridionales, y en casi todas las islas de América, la tierra estaba cubierta de aguas corrompidas,
dañinas, mortales”. Citado por: PERNETTY, José. “Disertación sobre América…”. Pág. 7.
271 Un trabajo específico y pertinente al respecto es el elaborado por el historiador Bernardo Tovar Zambrano (“Selva mito
144 y colonización…”. Págs.17-104).
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

entre los habitantes prósperos de Europa y Estados Unidos se puso de moda llevar literalmente un jaguar en los
hombros, o cuando el calzado italiano cobró fama internacional, al igual que las carteras de cuero y otros muchos
accesorios en los cuales aquellas pieles acababan transformadas.

La quina, el caucho, las maderas preciosas, la fauna viva (primates, peces, mariposas, serpientes y pájaros de las
más variadas especies, cantos y plumajes), el petróleo y al presente la coca, hacen parte de la extensa lista de
productos que históricamente han sido objeto de extracción y comercialización en la selva amazónica colombia-
na y cuyos beneficios nada le han reportado a sus habitantes:

“Por el contrario, la economía extractiva tiende a empobrecer a la región ya que le drena los fac-
tores productivos que permiten el desarrollo. De un lado salen los recursos de la tierra, llámense
quina, caucho, pieles o animales y, de otro lado, salen los recursos de trabajo, puesto que, aunque
tiende a producir crecimientos explosivos de población en las fases dinámicas de la producción,
ésta se hace a costa de la población autóctona que tiende a desaparecer o, luego, migra junto con
los extractores en los períodos de crisis. En otras palabras, tendencialmente la economía extractiva
produce explosiones poblacionales aparentes que, en realidad, conducen al despoblamiento cuan-
do esta actividad entra en crisis”272.

Acorde con nuestro propósito metodológico de privilegiar todos aquellos testimonios, reflexiones y descripcio-
nes de quienes vivieron en la región y con la finalidad de caracterizar los patrones de la economía extractiva
y explicar su funcionamiento en la región amazónica, citaremos a continuación algunos planteamientos –que
estimamos fundamentales para nuestro estudio- del Doctor Demetrio Salamanca Torres, quien pasó la mayor
parte de su vida en la región (desde 1876) como empleado público, explorador y empresario. Por esta razón lo
consideramos sin duda alguna como uno de los mejores conocedores de la Amazonia, aparte de destacado inte-
lectual y distinguido compañero de negocios de Rafael Reyes en la época de las quinas.

Ya en esa época, este personaje se había percatado de que los rendimientos o utilidades dejadas por la extrac-
ción del caucho no se radicaban en la región sino que salían del país para enriquecer a otros pueblos, y así mismo
resulta significativa, para nuestra reflexión, su caracterización de las poblaciones de Pará, Manaos e Iquitos, en el
sentido que carecían de “la vida propia que proviene de las industrias agrícolas y manufacturera”:

“La prosperidad que se observa en las ciudades del Pará, Manaos e Iquitos, es el resultado del comercio de
tránsito de los pueblos de la industria extractiva de goma elástica. Aquellos centros poblados no tienen la
vida propia que proviene de las industrias agrícolas y manufacturera, que aseguran el porvenir de los países
verdaderamente ricos y prósperos. La opulencia de aquellas tres ciudades es producida, repito, por el tránsito
comercial del caucho que viene de lejanos parajes del interior y pasa a los mercados europeos y americanos.
Aquel cuantioso tráfico comercial, da a las localidades amazónicas algún embellecimiento consistente en
palacios, teatros, parques, jardines, avenidas, acueductos, paseos, locomoción urbana y otras comodidades y
exigencias de la vida civilizada, que no constituyen fuente productora de riqueza. El ahorro pasa al extranjero,
para emplearse en seguras negociaciones y en fincas productivas de renta cierta y positiva. Se concibe que si
de un momento a otro descubriese la industria una sustancia artificial por combinaciones y mezclas químicas
que fuese elástica, impermeable e inconductible como goma elástica natural, la región amazónica volvería,
en corto tiempo, a quedar como lo estuvo cien años atrás. De allí la suprema necesidad de los Gobiernos y
de los propietarios urbanos de imprimir un impulso constante a fin de dar incremento a la poliagricultura,
a las industrias manufacturera y pecuaria en las localidades que sean adecuadas al efecto, para estimular la
radicación de los cuantiosos rendimientos de la industria extractiva que salen del país por falta de empleo a
enriquecer a todos pueblos”273.

En síntesis, la economía extractiva ha sido el modelo con base en el cual se ha realizado, primordialmente, la
explotación de los recursos regionales en los últimos siglos, de tal manera que lo que ha quedado en la Amazo-
nia es exiguo, al tiempo que los grandes beneficios económicos que históricamente se han generado salen hacia
otras regiones, hacia otros países. Por consiguiente, dichos beneficios ni se fijan ni se materializan en la región,
pero lo que sí es evidente es que la explotación de ciertos recursos ha originado y continúa generando profundas

272 DOMÍNGUEZ OSSA, Camilo A. y GÓMEZ LÓPEZ, Augusto Javier. La economía extractiva… Pág. 10.
273 SALAMANCA TORRES, Demetrio. La Amazonia colombiana…. Pág.78.
145
“Transporte y trabajadores
conflicto colombo-
peruano”. Ministerio de
Gobierno. Archivo General
de la Nación. S. 1ª. T. 1056.
Año 1933.

transformaciones socio-espaciales y a ella se deben por igual dramáticos impactos y conflictos sociales además
de la consabida destrucción ambiental274.

En la economía extractiva, los factores productivos se pierden o se destruyen no sólo como riqueza creada sino
también como riqueza potencial; por lo tanto, ese empobrecimiento del medio le roba a la región toda posibilidad
de mejorar las condiciones sociales hacia el futuro, condenándola así a la pobreza. Como en vez de propiciar el cre-
cimiento económico y el bienestar social, crea pobreza, esto permite entender por qué las más ricas áreas donde se
instaura este tipo de economía se convierten en focos de pobreza y, aun de extrema miseria.

La persistencia y la recurrencia de los patrones extractivos en ciertas áreas de la Amazonia colombiana, tanto
como su relación con determinadas actividades económicas, han estado asociadas en esta región con su secular
condición de frontera económica, pero también de frontera política y bélica, condición que todavía siguen man-
teniendo muchas de esas zonas. En otras palabras, la inestabilidad de los asentamientos humanos ligada a las
actividades económicas que tienen ese carácter extractivo, la persistencia de relaciones de explotación como las
de “endeude”, lo mismo que la puesta en práctica de sistemas coercitivos para el control de la fuerza de trabajo
y la recurrencia a métodos violentos para dirimir los conflictos, han caracterizado en los últimos siglos la historia
amazónica colombiana y siguen siendo rasgos distintivos de muchas de sus áreas que hasta hoy no han logrado
incorporarse plenamente.

La guerra que actualmente se libra entre las Fuerzas Armadas del Estado, los grupos de la insurgencia armada
y los paramilitares, ha hecho del piedemonte amazónico una frontera bélica, pero también política, territorial y

274 Las acciones represivas ejercidas por la policía y el ejército contra los cultivadores y los sembrados de plantas de coca,
en el piedemonte amazónico, incluidas, claro está, las fumigaciones con glifosato, han generado en los últimos años el
desplazamiento progresivo de los cultivos hacia las partes más orientales de la selva, alejándolos cada vez más del pi-
edemonte. Este hecho reviste varias implicaciones de carácter medioambiental, entre ellas la devastación acelerada de
la selva con el fin de establecer nuevos sembradíos en las áreas donde aún no se realizan las fumigaciones. De otro lado,
el desplazamiento de dichas plantaciones hacia el oriente ha conllevado la utilización de suelos considerablemente más
frágiles y pobres que los del piedemonte –especialmente los de tipo arenoso que han sido producto del aplanamiento
del Escudo de las Guayanas, como casi todos los suelos del Vaupés, sur del Guaviare y oriente del Caquetá-, es decir, de
suelos con una productividad mucho más baja, comparativamente, lo cual podría estimular la destrucción de zonas más
amplias, según parece estar ocurriendo. Por consiguiente, de persistir la demanda internacional, los favorables precios
que caracterizan este mercado y la política estatal de fumigación de los cultivos, el impacto de los venenos se extendería
cada vez más selva adentro.

146
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

económica, muy a pesar de los procesos de incorporación permanente que fueron avanzando e incluso consoli-
dándose en este territorio a lo largo del siglo XX.

Los resultados de las investigaciones recientes de Fernando Santos y Frederica Barclay acerca de la historia eco-
nómica y social de Loreto, entre los años 1850 a 2000, han demostrado, por ejemplo, que en la “etapa formativa
de la actividad productiva loretana desde 1851 hasta el colapso de la economía gomera en 1914”, persistieron
“muchas de las características que generalmente se atribuyen a las economías de frontera”, las cuales, en nues-
tro criterio, también caracterizaron el Putumayo durante el periodo en referencia y cuya vigencia, impacto y
persistencia es posible advertir al presente en algunas áreas de su piedemonte y en buena parte de nuestra
Amazonia:

“Estos rasgos [de las economías de frontera] comprenden la prevalencia de las actividades extractivas sobre
las productivas; la dependencia de la demanda y capital extranjeros; la persistencia de formas de producción
e intercambio precapitalistas y coercitivas; la ausencia de un mercado interno; bajos niveles de articulación
interna y con el resto del país; frentes demográficos inestables; élites efímeras y sin perspectiva de desarrollo
local, y un estado de anarquía caracterizado por la existencia de amplios sectores sociales carentes de dere-
chos civiles y por la resolución de conflictos mediante la violencia”275.

Respecto de las políticas del Estado colombiano relativas a la concesión o adjudicación de terrenos baldíos de
la región amazónica –tanto del piedemonte como de la planicie- y en relación con las solicitadas, tramitadas
y suscritas por personas naturales y jurídicas, podemos afirmar que ambas tuvieron por finalidad, en primera
instancia, acceder a grandes extensiones de bosques naturales con el propósito de explotar las quinas silvestres
o “cascarilla”, los árboles productores de látex y otros recursos forestales y minerales. De manera específica, y
según la documentación oficial, las únicas adjudicaciones legales de terrenos baldíos de la región amazónica que
se concedieron hasta los inicios del siglo XX fueron las 10.000 hectáreas otorgadas a “Juan B. Olaya y otro”, en el
año de 1873, y las 60.000 hectáreas adjudicadas a “Hermógenes Durán y otro” en el año de 1877276.

De acuerdo también con la misma documentación oficial, a partir de 1910 otra significativa parte de quienes
solicitaron adjudicación de baldíos buscó acceder por medio legales a porciones de tierra para emprender pro-
cesos de colonización sobre la base de la agricultura y de la ganadería277  o, sencillamente, para convertirse en
propietarios legales de los fundos y terrenos donde ya se habían incorporado cultivos, vivienda y mejoras. En
otros casos, la solicitud se hizo con el fin de reglamentar la propiedad de terrenos y solares en nuevos núcleos,
es decir, en los centros de población que fueron surgiendo desde los inicios del siglo XX en el valle de Sibundoy y
más tarde en el piedemonte y Mocoa, antigua fundación del siglo XVI cuyo papel como capital del Territorio del
Caquetá desde mediados del siglo XIX y, posteriormente, de las sucesivas Comisaría, Intendencia y Departamen-
to del Putumayo, contribuiría a convertirla, en su momento, en eje de episodios extractivos: desde mediados de
la década de 1870 pasó a ser la “capital de las quinas” y en el siglo XX se consolidó como el epicentro de procesos
de colonización que se fueron extendiendo hacia Puerto Limón y Villa Amazónica o Villa Garzón.

Las 60.000 hectáreas de terrenos baldíos otorgadas a “Hermógenes Durán y otro” –probablemente a la razón
social “Durán, Cuellar & Cia.”- fueron solicitadas por los interesados con el propósito de extraer las quinas del
Territorio del Caquetá en el año de 1877, época en la cual la “cascarilla”, como se denominaba coloquialmente a
la quina, gozaba de creciente demanda y excelentes precios en el mercado internacional. Sin embargo, las quinas
del Territorio del Caquetá estaban siendo explotadas a la sazón por la Compañía del Caquetá bajo la dirección
de Rafael Reyes.

275 SANTOS GRANERO, Fernando y BARCLAY, Frederica. La frontera domesticada: historia económica y social de Loreto
1850- 2000. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial, 2002. Pág. 27.
276 Según la relación oficial de los bonos y los títulos de tierras baldías adjudicadas presente en: CHAUX, Francisco José.
Memoria del Ministro de Industrias al Congreso Nacional en las sesiones ordinarias de 1931. Bogotá: Imprenta Nacional,
1931. Pág. 335.
277 Al respecto, en la obra de Legrand se analizan ampliamente las motivaciones de las personas naturales y jurídicas y los
usos que éstas dieron a los baldíos solicitados: LEGRAND, Catherine Carlisle. Colonización y protesta campesina….
147
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

En varias regiones del país, fueron frecuentes e intensos los conflictos suscitados entre pequeños, medianos y
grandes empresarios por el acceso legal o de hecho a los bosques de quinas silvestres. En el caso de las quinas
del Putumayo y el Caquetá, su explotación y usufructo económico, estuvo monopolizado en la práctica por los
hermanos Reyes, si bien algunas otras pequeñas empresas lograron prosperar a su sombra, como la sociedad de
los señores José Marcelino y Elías Cano con Rafael Vargas, un oriundo de Gigante (Huila), que con varios peones
y en busca de la corteza curativa ingresó a la zona donde años después se fundaría la población de Puerto Rico
(Caquetá). Lo que sí es claro, es que en todo este proceso extractivo, una buena parte de los indígenas y campesi-
nos de Nariño y del Putumayo, quienes se dedicaron temporalmente a la recolección de las quinas, dependieron,
en materia de comercialización de la corteza, de las tasas y los altibajos de la empresa administrada por Reyes,
mientras otros cientos de indios sencillamente trabajaron para éste recolectando, trasportando y empacando las
quinas para su exportación.

No obstante el dominio cierto ejercido allí por la empresa de los hermanos Reyes, desconocemos bajo cuáles títulos
de concesión, licencias, convenios o permisos –los que en teoría debían ser otorgados debidamente por instancias
del Estado como el Departamento de Baldíos del Ministerio de Industrias, por ejemplo- adelantaron la actividad
extractiva en dicho territorio, a no ser que se hubieran aprovechado de las normas, vigentes durante algunos años,
que permitían la libre explotación de los terrenos baldíos,278 como puede inferirse de uno de los informes del en-
tonces Prefecto del Distrito del Caquetá, Bernardo de la Espriella.

Aun así, las adjudicaciones concedidas a “Juan B. Olaya y otro” y a “Hermógenes Durán y otro” fueron las únicas
que en la segunda mitad del siglo XIX gozaron de autorización legal para extraer recursos silvestres en la Amazo-
nia, de tal manera que la empresa de los Reyes estuvo a punto de ser liquidada cuando el gobierno le adjudicó
a “Durán, Cuellar & Cia” una extensión baldía sobre la cual esta sociedad pretendía obtener los derechos exclu-
sivos de explotación de las quinas del piedemonte amazónico, tal y como lo informó el mencionado Prefecto:

“He entrado en todos estos detalles porque sé que la Compañía del Caquetá, que posee un vapor
propio para la navegación del Putumayo, y que, como se ha visto, ha hecho tantos bienes en este
territorio, habrá de liquidarse muy pronto si el Gobierno no ampara sus derechos a la libre explota-
ción de los terrenos baldíos, como lo ha pedido ya con motivo de la pretensión que otra compañía
del Tolima tiene de explotar exclusivamente los bosques quiníferos del Caquetá, en una extensión
mayor de 200.000 hectáreas, considerándolas comprendidas en la adjudicación de 60.000 hectá-
reas que, a título de compra, obtuvo del Gobierno General”279.

A pesar de todos estos obstáculos, la Compañía del Caquetá continuó en el piedemonte amazónico con su prós-
pero negocio de la cascarilla hasta la caída definitiva de los precios de las quinas silvestres en el mercado in-
ternacional, es decir, hasta 1884. Por su parte, los derechos adquiridos sobre vastas extensiones de terrenos
amazónicos por “Durán, Cuellar & Cia.” le permitieron a este grupo de empresarios, hasta los inicios del siglo XX,
gozar de la explotación y el usufructo legal de muchos otros recursos amazónicos, como la sal280  que se obtenía

278 La Ley 11 del 6 de abril del año de 1870 declaró libre la explotación de los bosques de las tierras baldías pertenecien-
tes a la Nación. La Ley 51 del 4 de mayo del año de 1871 no sólo reconfirmó la ley anterior, sino que adicionalmente
estableció, en relación con dicho uso, que “nadie necesita licencia de autoridad alguna, ni puede cobrarse por tal
motivo ningún derecho” (BOTERO VILLA, Juan José. Adjudicación, explotación y comercialización de baldíos y bosques
nacionales: evolución histórico-legislativa, 1830–1930. Bogotá: Banco de la República, 1994. Pág. 114-115. Colección
Bibliográfica).
279 ESPRIELLA, Bernardo de la. “Informe del Prefecto del distrito del Caquetá dirigido al Secretario de Gobierno del Es-
tado Soberano del Cauca”. Mocoa, 22 de febrero de 1880. Registro oficial órgano del gobierno del Estado Soberano del
Cauca, Serie 1, No. 56, 1880, Págs. 2-4. ACC.
280 La explotación de estas fuentes saladas, cercanas a Yunguillo, parece haber estado en manos de los indios Andaquí,
desde un tiempo pasado que desconocemos hasta los inicios del siglo XIX, cuando los últimos tres Andaquí sobrevivien-
tes se establecieron entre los Inga de Yunguillo. La sal obtenida por dichos indios durante la Colonia era destinada al
abastecimiento de otros grupos aborígenes de Huila, Tolima y Cauca y de varias de las poblaciones, también indígenas,
del piedemonte amazónico. Estas relaciones de intercambio de sal debieron hacer parte de la compleja y vasta red de
relaciones de intercambio interétnico que comprometió, aun hasta el siglo XIX, a una buena parte de las poblaciones
nativas de las tierras bajas amazónicas con aquellas de las tierras altas de los Andes, incluidas, por supuesto, las comu-
148 nidades del piedemonte.
Canoas. Acuarela realizada
por el Presbítero Manuel
María Albis. 1854. Viaje de
la Comisión Corográfica por
el territorio del Caquetá.
1857. Bogotá. 1996. El
manuscrito resalta las
penalidades de aquellos
que no tienen experiencia
en navegar en estas
embarcaciones.

de las fuentes cercanas al pueblo indígena de Yunguillo y cuya comercialización, entre las poblaciones de la parte
alta del Territorio del Caquetá y las del Gran Cauca, fue un negocio oportuno en vista de los problemas surgidos
para el normal abastecimiento de la sal de Zipaquirá durante las guerras civiles de la segunda mitad del siglo XIX,
especialmente la de los Mil Días:

“Al pie de la meseta sobre la cual está edificado el pueblo [de Yunguillo], desemboca en el Caquetá el río Vi-
llalobos, que viene de la Cordillera Oriental, la cual es la línea divisoria del territorio con el Tolima. Cerca de
este río está situada la salina de Santa Bárbara, fuente de agua salada perteneciente a la antigua razón social
Durán, Cuellar & Cia. En las épocas de guerra, sobre todo en la última, ha sido esa salina de gran recurso para
la parte alta del territorio. Sin ella, la sal del reino, como llaman en el Cauca la de Cundinamarca, hubiera subi-
do allí a precios fabulosos, fuera [...] de esas gentes, las más pobres del país, de suerte que las que allí comen
sal (que no son todas tampoco), hubieran tenido que abstenerse años enteros de este artículo de necesidad
tan imperiosa”281.

Con excepción de las dos adjudicaciones mencionadas, el acceso legal a terrenos baldíos con el propósito de
explotar determinados recursos forestales, especialmente los árboles productores de goma, fue mucho más dis-
pendioso, y los interesados tuvieron que celebrar ciertos contratos con el Estado ya que éste pretendió prohibir
la explotación de los bosques ricos en quina, caucho, tagua, entre otros, como se explicará más adelante.

Por su parte, los contratos celebrados con empresas privadas y personas particulares a fin de emprender o
reiniciar la navegación a vapor por los ríos Putumayo y Caquetá, tuvieron el propósito velado de acceder a apre-
ciables extensiones de baldíos aptos para la explotación de árboles de caucho negro (castilla), balata, siringa y
juansoco, por ejemplo. De manera similar, los contratos celebrados por particulares para la apertura o el arreglo
de los caminos que comunicarían la selva oriental con los Andes, se realizaron con el objetivo ulterior de extraer
caucho y, en menor proporción, algunos otros recursos naturales. Por consiguiente, no debe perderse de vista el
interés, que hasta la década de 1910 persistió entre los empresarios, de hacer fortuna alrededor de la extracción
de látex, de tal forma que la navegación a vapor o la adecuación de la infraestructura vial fue la “ruta” más pro-
picia para lograr la adjudicación de grandes extensiones de bosques, particularmente de áreas ricas en caucho.

Al respecto, conocemos de buena fuente el contrato celebrado en 1902, entre el Estado y el señor John Bildske
con la finalidad de fomentar la navegación de los ríos Putumayo, Caquetá y “otros que sean navegables en la

281 ROCHA, Joaquín. Memorandum de viaje… Pág. 28.


Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

región”. A cambio de dicho fomento, el gobierno nacional se comprometió a entregar “5.000 hectáreas de tierras
baldías por cada uno de los vapores” que introdujese la contraparte282.  Aunque este contrato finalmente no lo-
gró materializarse, su espíritu correspondió en todo sentido al auge cauchero que se vivía en la época.

En casos específicos, como el del piedemonte de los llanos del Meta, el Estado celebró un contrato con la Com-
pañía de Colombia en el cual ésta adquirió la obligación de abrir un camino que comunicara la Cordillera de los
Andes con los Llanos, desde la población de Colombia, en el Huila, hasta La Uribe, en el Meta, recibiendo en
contraprestación el derecho a explotar quinas en una vasta zona de este territorio. En relación con la Compañía
del Caquetá, sabemos que ella inauguró y sostuvo, hasta la quiebra de los precios de las quinas, la navegación a
vapor por el río Putumayo así no hubiera suscrito, como se presume, contrato alguno con el Estado ni obtuviera
concesión de baldíos, de tal manera que la navegación a vapor que adelantó por el Putumayo tuvo por finalidad
exclusiva la exportación de las quinas.

Como ya lo hemos sugerido, los registros oficiales no dan cuenta de la adjudicación de vastas extensiones de
baldíos destinadas expresamente a la explotación de las gomas. Esta circunstancia encuentra su explicación en la
ambigüedad que siempre distinguió al Estado nacional en relación con este asunto y también con el otorgamien-
to de permisos legales para emprender la explotación de bosques ricos en caucho. Debe expresarse, incluso, que
en 1920 el propio Estado los elevó a la calidad de “reservas”, si bien tardíamente porque ya había pasado el ciclo
de los buenos precios internacionales del caucho, los bosques nacionales en aquellas áreas no menores de 50
hectáreas donde prevalecieran “plantaciones naturales de tagua, caucho, balata, chicle, quina (...)”283.

A dicha política estatal se debió, en concreto, el que algunos empresarios suscribieran contratos para el estable-
cimiento de la navegación a vapor o para la apertura y mejoramiento de caminos como fórmula para acceder
legalmente a terrenos baldíos en los cuales podían extraer látex. A continuación presentaremos un caso típico de
este tipo de contratos, en concreto el que más polémica suscitó en virtud de los atropellos de los cuales se acusó
a la empresa favorecida de estar cometiendo en detrimento del fomento a la colonización.

A comienzos de 1905, el entonces Ministro de Obras Públicas, Modesto Garcés, debidamente autorizado por el
Presidente de la República, Rafael Reyes, firmó un contrato con la sociedad “Cano, Cuello y Compañía” –de la
cual eran socios Fidel Cuello, Elías Cano, Gerardo de la Espriella, Jacobo Céspedes y Pedro Antonio Pizarro-, “para
el mejoramiento y la conservación de las vías que conducen al Caquetá y establecimiento de la navegación por
vapor del río de este nombre y del Putumayo”.

Los concesionarios, por su parte, se obligaban a dar “inmediatamente” al servicio público, como vía nacional, “el
camino de Cano, Cuello y Compañía que pone en comunicación el Municipio de ´El Gigante’ en el sur de Tolima,
con la parte alta del río Oayas, en la región del Caquetá; a dar también inmediatamente al servicio público, como
vía nacional, el camino de herradura de Pedro Antonio Pizarro, que pone en comunicación el río Guadalupe, en
el sur del Tolima, con el río Hacha, y que termina en la colonia de Florencia, sobre el mismo río, en la región del
Caquetá”, y a establecer, también “inmediatamente” sin subvención alguna, la navegación a vapor por los ríos
Caquetá y Putumayo. Como parte también de sus obligaciones, debían “impedir enérgicamente la trata de indios
por todos los medios que estén a su alcance, y reducir a la civilización por medios humanitarios y los eficaces de
las transacciones comerciales, el mayor número posible de las tribus salvajes de aquellas regiones”, tal y como lo
referimos en una de nuestras anteriores obras, La economía extractiva en la Amazonia Colombiana. 1850-1930.

En compensación por tales deberes contractuales, el gobierno les otorgó a los concesionarios “el derecho exclu-
sivo por término de veinticinco años contados desde la fecha de aprobación de este contrato para la explotación

282 Se refiere al “Contrato del 14 de marzo de 1902. Celebrado con el señor John Bildske, sobre fomento de la navegación
de los ríos Caquetá, Putumayo, y los demás ríos de la región colombiana del Caquetá que sean navegables. Se auxilia a
la empresa con 5.000 hectáreas de tierras baldías por cada uno de los vapores que introduzca, en lotes alternados de
5.000 hectáreas”. Tomado de: Diario Oficial No. 11623.
283 Se refiere a la Ley 85 de 1920, que en su Artículo 7o. reza: “No podrán ser adjudicados como baldíos los bosques na-
cionales que se declaren o se hayan declarado reservados por el Gobierno, y aquellos donde prevalezcan, en lotes no
menores de 50 hectáreas, plantaciones naturales de tagua, caucho, balata, chicle, quina, henequén, jengibre o maderas
150 preciosas que se destinen a la exportación”.
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Augusto Javier Gómez López

Comando y calle principal en Venecia, con el río Orteguaza a la izquierda.


Doctor Enrique Encizo. 1933. Informe sobre una inspección de las condiciones
sanitarias a lo largo de la vía principal del transporte entre Bogotá y la zona
de guerra. Archivo General de la Nación. Ministerio de Gobierno. S. 1ª.T.1056.

de los bosques en la zona comprendida entre los siguientes linderos: de la desembocadura del río Sencella en
el río Caquetá línea recta hacia la Concepción en el Putumayo; de este río aguas abajo por su margen izquierda
hasta la desembocadura del Igarrapí-Mirí; de este punto línea recta hasta la margen derecha del río Caquetá y
de allí aguas arriba también por la margen derecha hasta la desembocadura del río Sencella ya mencionado,
siendo entendido, para mayor claridad, que el lindero de abajo lo forma una línea recta de la desembocadura del
Igarrapí-Mirí al Caquetá, que sea paralela a la que va de la Concepción a la desembocadura del Sencella”.

Adicionalmente, el gobierno los eximió de pagar los derechos de importación para los vapores y lanchas que in-
trodujeran y de liquidar el impuesto que gravaba la maquinaria destinada a la agricultura. Así mismo, aprobó que
a la expiración de contrato, es decir, 25 años después, “los concesionarios, o quienes sus derechos representen,
quedarían en propiedad y posesión de todos los terrenos cultivados o donde hayan establecido habitaciones y
labranzas, así como de las factorías, edificios, plantaciones, dehesas, minas y todas clase de obras procedentes
de su trabajo o fomento”284.

Desde su constitución misma –por escritura pública No. 48 de la notaría de Neiva, de 31 de enero de 1903-, la
referida sociedad ejerció un control irrestricto sobre la trocha, valga aclarar de uso privado, que unía a Gigante
con Puerto Rico, con lo cual garantizó su acceso exclusivo a la explotación del caucho comprendida entre ambos
puntos y colocó a sus dueños en la condición de abastecedores exclusivos de víveres y herramientas en esa mis-
ma zona, privilegio que obligó a los caucheros independientes a abastecerse de sus suministros. Esta situación,
aparte de endeudarlos con la empresa, los forzó además a venderles la goma por ellos extraída a un precio unila-
teralmente estipulado. Aún después de haberse celebrado el contrato entre el gobierno y la Sociedad que, como
lo expusimos, obligaba a ésta “a dar inmediatamente al Servico Público” dicha trocha, la situación de usufructo

284 Véase: Diario Oficial No. 12.272, de martes 7 de febrero de 1905. Pág. 99.
151
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Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

exclusivo continuó, como lo denunció el Alcalde del Municipio del Cagúan, y se propiciaron otras anomalías,
como los elevados costos que se cobraba a quienes debían pernoctar en los tambos de su propiedad:

“Ya que hablo de garantías para la colonización, debo significarle que el artículo 2 del contrato cele-
brado ante el señor Ministro de Obras Públicas y los señores Cano, Cuello y Compañía y Pedro An-
tonio Pizarro sobre mejoramiento y conservación de las vías que conducen al Caquetá, etc. firmado
en Bogotá el 27 de enero del corriente año, se está atropellando por los agentes de esta empresa,
desde el momento que cobran por la dormida de cada persona a 4 pesos... Son doce tambos para
sus dormidas obligadas, arroja pues un total de $48 por la entrada. ¿Podrá estarse fomentando la
emigración de los colombianos hacia esta región y dando facilidades comerciales a los trabajadores
de esta manera? Tienen positiva razón de no venir comerciantes, ni siquiera vivanderos, y el que
llega a venir, vender a precios excesivos, pues a lo pésimo de la trocha, las mil dificultades que se
presentan por causa de los ríos, se agrega este percance, el que quieren hacer efectivo hasta del
pobre que viene con mochila de bizcochos, lo que da por resultado que los empleados que vinimos,
víctimas de las grandes privaciones, no nos alcance el sueldo ni para comer; que nadie se venga a
vivir aquí, por lo caro que le cuesta su traslación, y que nadie viene con nada porque los caucheros
son todos pobres y no tienen de qué disponer por no existir para ellos más halago que el caucho,
el que cuando lo sacan ya lo están debiendo a estas empresas sin que los preocupe poner cultivo
alguno, siendo el sistema de éstos, cuando salen, hacerse un déficit hasta de $100.000 a favor de las
empresas sin que los preocupe poner cultivo alguno para su sustento, teniendo por lo regular que
darles las empresas hasta maíz y 3, el cumplimiento de esta disposición [el artículo 24 de la ley 56
que prohibía la explotación de bosques nacionales] en las actuales circunstancias sería un golpe fu-
nesto, pues los caucheros en el acto se saldrían porque, como le dejo dicho, su miramiento lo tienen
sólo en el caucho: salidos los cuales, las empresas tendrían obligatoriamente que cerrarlas, porque
éstas también hasta hoy no han mirado otro negocio que el del caucho, cambiándole a estas gentes
tal resina por mercancía, escopetas, pertrechos, sal, maíz y aguardiente”285.

Finalmente, en lo que al caucho se refiere, el Estado intentó estimular el cultivo de los árboles productores de
la goma entregando a los cultivadores 1.000 hectáreas de terrenos baldíos por cada 25.000 matas sembradas;
sin embargo, no se acometieron trabajos sistemáticos que amparasen dichas plantaciones y la totalidad de las
exportaciones que se hicieron de esta materia prima tuvo su origen en el caucho silvestre286.

Por último, es pertinente recordar que muy a pesar de la prolija legislación que durante los siglos XIX y XX se
expidió en relación con los terrenos baldíos y la explotación de ciertos recursos forestales, la explotación que de
todos ellos se hizo se realizó frecuentemente sin el cumplimiento de los requisitos exigidos, sobre todo en las
regiones de frontera donde el control de las escasas autoridades no llegaba.

En este sentido, cabe destacar también los establecimientos tipo campamento, tales como los surgidos en el
piedemonte del Putumayo con motivo de la explotación de las quinas –los cuales se instalaron así mismo en
las riberas de río homónimo para facilitar el acopio y posterior exportación de las cortezas-, tanto como los que
con iguales características se propagaron por el Putumayo y en el interior de la selva amazónica con motivo del
primer ciclo cauchero.

285 CAMACHO, Miguel. “Informe del Alcalde Municipal del Caguán”. Puerto (¿?), 1905. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio
de Gobierno, T. 59, Fols. 903-904. Véase también: OLARTE OLARTE, Vicente. “Carta solicitando amparo contra el Alcalde
de Vélez por decomiso del lote de caucho”. 20 de junio de 1899. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Industrias,
Depto. Baldíos, T. 19, Fol. 322. Además: GARCÉS, Norberto. “Oficio a los Sres. Cano Coello y Compañía, relacionado con
la explotación de caucho en el Caquetá”. 5 de abril de 1905. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Industrias, Depto.
Baldíos, T. 24, Fol. 447; y REINA Y MASA. “Queja hacia los señores Perdomo y Falla, que impiden la extracción de caucho
en el Caquetá”. 1 de febrero de 1909. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Industrias, Depto. Baldíos, T. 32, Fol. 624.
286 Se refiere al “Decreto legislativo número 23 de 10 de marzo de 1906. Cede a los cultivadores de caucho y cacao una
prima de 1.000 hectáreas de terrenos baldíos por cada 25,000 matas de caucho o de cacao sembradas o cultivadas por
152 ellos”. Tomado de: Diario Oficial, No. 12.623.
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Augusto Javier Gómez López

Todos ellos, sin embargo, desaparecieron tan pronto como los precios internacionales de ambos productos sil-
vestres bajaron, bien fuera de manera progresiva o abrupta porque, según lo advirtiera en el año 1896 el empre-
sario cauchero Rogerio María Becerra, “los explotadores de caucho no colonizan; por el contrario, es un hecho
averiguado por sabido, que talan y destruyen no dejando en pos de sí sino desolación y la inmoralidad en todas
las manifestaciones del vicio”287.  En otras palabras, ni la explotación de las quinas ni la del caucho impulsaron
en nuestra Amazonia procesos de poblamiento sostenidos y permanentes, aunque sí constituyeron un factor de
“enganche” y atracción de apreciables contingentes de población que “abrieron” la región y por efecto de esta
misma apertura favorecieron un conocimiento de la misma. Parte de esos individuos reclutados por las empresas
extractivas terminaron empero y de modo espontáneo haciendo vida y conformando familia en aquellas aldeas
y núcleos precarios que bajo otras dinámicas y con distintas características fueron surgiendo, recostados contra
la cordillera andina, en el piedemonte:

“No obstante que la economía extractiva busca apoderarse del máximo de recursos con el mínimo de
inversión, tiene la necesidad de crear una infraestructura mínima para llevar a cabo su actividad. Debe
abrir caminos, carreteras y otras vías de comunicación para sacar los productos; debe construir vivien-
das para los trabajadores y bodegas para almacenar la producción y los víveres; debe abrir cultivos y
potreros para la alimentación y para las bestias de carga. Además, debe adquirir el conocimiento nece-
sario de la región para poder utilizarla con éxito. Todo esto constituye un tipo de inversión permanente
que tiende a ser abandonada cuando se agota el elemento susceptible de extracción. Sin embargo,
cuando esa extracción es retomada por la colonización campesina, se convierte en una riqueza social
que adquiere un nuevo sentido espacial, pues se hace redistributiva y fluye internamente”288.

Todos estos comentarios en torno a las condiciones legales de adjudicación de baldíos destinados a las activida-
des extractivas de la quina y el caucho, han tenido el propósito, por un lado, de describir y analizar, después de
haberse malogrado los esfuerzos coloniales y de las misiones católicas franciscanas en particular, cómo se inició
desde mediados del siglo XIX la incorporación de la región amazónica y, del otro, contribuir a la discusión relativa
a las características e impacto regional de las economías extractivas en contraste con los procesos de coloniza-
ción. En otras palabras, hemos afirmado y constatado que en el largo plazo la historia regional amazónica co-
lombiana se ha caracterizado por los auges de ciertos productos cuya explotación se ha realizado bajo patrones
extractivos los cuales, en síntesis, no sólo no han “sembrado riqueza” en la región sino que la han empobrecido.
Adicionalmente, el carácter prototípico de frontera de la región misma, o de vastas áreas de ésta donde históri-
camente se han presentado esos episodios y ciclos extractivos, ha propiciado la instauración y permanencia de
relaciones laborales coercitivas asociadas a métodos violentos como fórmula de uso recurrente, bien sea para
dirimir conflictos con los trabajadores o aplastar cualquier insurrección en ciernes, y que deben entenderse
como patrones o modelos propios de este tipo de economías.

Otro de esos patrones que nos interesa destacar aquí tiene que ver en concreto con la inestabilidad de los esta-
blecimientos humanos vinculados a las actividades extractivas, en contraste con los movimientos de coloniza-
ción, espontáneos o fomentados por el Estado y/o los particulares, que de suyo, “siembran población”, crean y
cosechan riqueza y tienden a ocupar, pero también a recrear y trasformar, de manera permanente el espacio, ya
sea éste rural o urbano.

No obstante estas afirmaciones, parte del aporte que en la presente discusión podemos hacer al respecto consis-
te, precisamente, en advertir, pero también en describir y analizar, de qué manera otros procesos y episodios ex-
tractivos han contribuido a “sembrar población de manera permanente”, como en efecto ocurrió en el Putumayo
desde mediados de la década de 1960 con motivo de las labores de exploración y explotación del petróleo. El
solo hecho de haber emprendido esta investigación, que compromete un periodo de larga duración (1845-1970),
nos ha permitido, de hecho, contrastar algunos planteamientos y reflexiones teóricos con procesos históricos
regionales específicos como los que relataremos ahora.

287 BECERRA, Rogerio María. “Informe que presenta el Intendente Nacional del Putumayo al Excmo. Presidente de la
República por conducto del Sr. Ministro de Gobierno”. 1906. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, T. 502,
Parte Antigua, Fols. 10-34.
288 DOMÍNGUEZ OSSA, Camilo A. y GÓMEZ LÓPEZ, Augusto Javier. La economía extractiva…. Págs. 10-11.
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Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Tesalia. Asentamientos a orillas de la carretera en cercanías de Orito dirección Sur-Norte. Carretera petrolizada
en cuyas inmediaciones se asentaron comunidades negras, emigrantes de los departamentos de Cauca,
Valle y Risaralda. Colección de Virgilio Becerra. 1999.

Desde finales de la década de 1960, la Texas Petroleum Company comenzó a exportar el petróleo extraído del
Putumayo a través del oleoducto transandino que conectaba a Orito con Tumaco. La necesaria construcción de
carreteras, pozos, plataformas, campamentos, piscinas de desechos, tanques de almacenamiento, aeropuertos,
helipuertos y el tendido de 282 kilómetros del oleoducto principal y más de 400 kilómetros de oleoductos de co-
lecta –entre los pozos y los tanques de almacenamiento- exigieron un verdadero ejército de trabajadores, tanto
de técnicos como de braceros que en el área fueron conocidos con el sobrenombre de “veintiocheros”.

Desde 1964, cuando se emprendieron las primeras exploraciones, las actividades mismas de estudio, así como
las posteriores de explotación, promovieron indistintamente grandes oleadas de migración hacia la zona que
revirtieron en procesos graduales pero sostenidos de colonización a manera de asentamientos de colonos a las
orillas de las carreteras ya construidas y cerca de los campamentos petroleros. En consecuencia, y no obstante
haberse adelantado ambas bajo patrones específicamente extractivos, algunos de sus procedimientos, como
la apertura de las “trochas petroleras”, originaron este fenómeno sin que la empresa misma así se lo hubiera
propuesto, según veremos luego.

En resumidas cuentas, además de la necesaria caracterización de la economía extractiva –por medio de la cual
se analizaron ciertos episodios y procesos económicos y sociales de carácter regional-, y del propósito paralelo
de mostrar el impacto y las trasformaciones que tales patrones económicos extractivos han tenido en la Amazo-
nia colombiana, el énfasis puesto en dicha caracterización –a la cual contrastamos incluso con el decurso de la
colonización- tiene otro objetivo fundamental: el de aportar una reflexión que permita inducir modificaciones
estructurales en las políticas de concesión, explotación y usufructo de los recursos regionales y, por supuesto,
un cambio, también de políticas, que posibilite a la población de la región acceder a los beneficios derivados de

154
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

dicha explotación y disfrutar de los mismos. En otras palabras, y muy a pesar de las fundamentadas críticas que
hemos recibido desde cuando publicamos un trabajo preliminar acerca de la economía extractiva289, la persisten-
cia en este asunto deviene de nuestra convicción de que la creciente pobreza en la Amazonia se ha originado y
sigue originándose por obra del conjunto de relaciones económicas y sociales típicamente extractivas que aún
siguen vigentes, entre ellas la extracción del oro y del pescado, el saqueo y tráfico ilícito de maderas y de ejem-
plares vivos de ciertas especies de fauna y la producción y comercio ilegal de la cocaína.

Por consiguiente, nuestra reiteración al respecto, además de constituir una responsabilidad académica, hace
parte también de nuestro obcecado convencimiento de que, a propósito de la actual guerra que hoy se libra en
nuestra Amazonia y en muchas otras partes del territorio nacional, “el secreto de la paz emana de origen distinto
al del respeto que imponen las armas”, y que el sueño de alcanzarla será más viable de materializarse bajo la
consigna de una mayor y mejor redistribución de los beneficios generados por el trabajo productor de la riqueza.

3.3. La explotación de la quina290


Desde los tiempos coloniales la quina –también conocida como “cascarilla”- fue un apreciado recurso y su ex-
tracción, transporte y comercialización generó profundas transformaciones sociales y espaciales en varios de los
países hispanoamericanos recién independizados, como Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, donde gracias a las
bondades de la naturaleza ésta creció en silvestre abundancia.

Una buena parte de los esfuerzos de los miembros de las “expediciones botánicas” adelantadas bajo el dominio
español, en la segunda mitad del siglo XVIII, fueron dedicados al estudio de esta especie arbórea, sus variedades
y propiedades terapéuticas. José Celestino Mutis y Francisco José de Caldas fueron algunos entre los distintos
científicos que en aquella época se destacaron en virtud de sus trabajos de identificación y clasificación de las
quinas del Virreinato de la Nueva Granada, lo mismo que Joseph López Ruiz, quien no sólo adelantó exploracio-
nes en el Caquetá y Putumayo, “en busca de los árboles de quina”, sino que se preocupó de incentivar su cultivo
comercial por disposición real.

Además de la ya larga historia colonial de las quinas, desde los inicios del siglo XIX, gracias al desarrollo alcanzado
entonces por la botánica, la química y otras ciencias naturales, fue posible avanzar en la identificación de muchas
de sus variedades, lo mismo que en la determinación del grado de concentración de los alcaloides en ellas con-
tenidos, todo ello en medio de un ambiente de difusión y contagio del paludismo que describimos en nuestro
anterior trabajo acerca de la economía extractiva:

“La quina se impuso a escala mundial desde que los químicos franceses Pelletier y Caventou lo-
graron en 1820 aislar el alcaloide que denominaron quinina, el cual resultó ser el medicamento
perfecto contra las fiebres palúdicas. El alcaloide permitía dosificar la cantidad de medicamento por
suministrar, evitaba el suministro de falsas quinas y, sobre todo, concentraba sobre la enfermedad
la acción curativa del componente más enérgico contra las fiebres. Aunque el paludismo se conoce
hoy como una enfermedad tropical, por ser en esa faja del globo donde permanece, es bien sabido
que ella asoló gran parte de Europa y los Estados Unidos hasta finales del siglo XIX. El entusiasmo,
por ejemplo, con que el Cardenal Lugo acogió y difundió el uso de la corteza de quina en los hos-
pitales de Roma se debió a la gran cantidad de enfermos con fiebres palúdicas que se encontraban
allí. Tanto difundió su uso que durante mucho tiempo al polvo de quina se le denominó ‘polvo del
Cardenal’. Igualmente, durante la Guerra Civil de los Estados Unidos fue tanta la demanda de quina
que ésta ocasionó el último ‘auge’ en los precios para las quinas silvestres de América del Sur”291.

289 Ibid.
290 Este texto fue presentado en la Academia Nacional de Medicina en el año de 2004, cuando se preparaba su redacción
para ser incluido en el presente trabajo de tesis.
291 STEERE, William C. The Cinchona-Bark Industry of South America. Scientific Monthly. Vol. 61, 1945. Pág. 116. Citado en:
DOMÍNGUEZ OSSA, Camilo A. y GÓMEZ LÓPEZ, Augusto Javier. La economía extractiva…. Pág. 29.
155
Chinchona SP Quina.
Ilustración realizada por Juan Pablo Vergara.
1994. El aprendizaje de las plantas: En la senda
de un conocimiento olvidado.

Esos buenos precios alcanzados por las


quinas en la segunda mitad del siglo XIX,
fueron los responsables directos de su gran
devastación en el interior del país, como en
Cundinamarca –Tequendama, Fusagasugá
y el Sumapaz, por ejemplo- y a escala gra-
dual en Santander, donde uno de sus em-
presarios, el alemán Georg von Lengerke se
convirtió en una leyenda.

Ante la crisis, los empresarios de la quina y


sus trabajadores “enganchados” tuvieron
que buscar nuevos bosques; por esta causa
se fueron desplazando gradualmente hacia
la parte este de la Cordillera Oriental, donde
la Compañía de Colombia fundó el conocido
pueblo de La Uribe, el cual entró luego en
decadencia una vez se agotaron todas las re-
servas naturales.

Al ritmo febril de la explotación de la cor-


teza, la búsqueda y explotación de nuevos
reservorios de quinas silvestres terminó
enfilando hacia el suroeste del país, en una
época caracterizada, como ya lo expusimos, por una elevada demanda internacional del alcaloide que podía ali-
viar el creciente contagio de la malaria, pero también por el afán del “progreso”, que como tal se hizo sinónimo
de fomento de las exportaciones292.

A comienzos de la década de 1870 existían ya, en la ciudad de Popayán, importantes casas de exportación e im-
portación que mantenían relaciones comerciales y líneas de crédito con Estados Unidos y Europa, como la Casa
Elías Reyes y Hermanos. Por aquel entonces el principal producto de exportación eran las quinas que se extraía
de los bosques de Silvia –la quina de Pitayó en particular gozaba de aprecio mundial- y de la también caucana
Provincia de Caldas, las cuales, aparte de estar monopolizadas por la firma Olano y Marcos Valencia, se encon-
traban a la sazón prácticamente en extinción.

El régimen monopólico, tanto como el franco agotamiento de las quinas, obligaron a los interesados en su co-
mercialización a emprender nuevas exploraciones en los bosques de las montañas del Patía, Tajumbina, Potosí
(Provincia de Túquerres, cerca de Ipiales), Santa Rosa y El Diviso, entre La Cruz y Buesaco. Rafael Reyes y Leonidas
Pardo iniciaron, en consecuencia, viajes exploratorios y de reconocimiento de las quinas que los obligaron a en-
frentar los obstáculos debidos al mal estado de las trochas o a la falta misma de caminos, además de los riesgos
que conllevaba el tránsito por aquellas zonas de bandidos y salteadores, “cosa que por entonces era muy común
en todo el Cauca”293.

292 Un amplio análisis económico relativo a la historia de la quina en el siglo XIX en Colombia puede consultarse en:
OCAMPO, José Antonio. Colombia y la economía mundial 1830-1910. Bogotá: Fedesarrollo; Siglo XXI Editores, 1984.
Págs. 255-300. Véase también, en cuanto a las quinerías de la Compañía de Colombia: DOMÍNGUEZ OSSA, Camilo A. y
GÓMEZ LÓPEZ, Augusto Javier. La economía extractiva… Págs. 197-219.
156 293 REYES, Rafael. Memorias… Págs. 10-71.
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Viviendas de Indios civilizados en Cuembí (río Iza). Grabado de Julio Crevaux (1875-1882).
América Pintoresca. El Ancora Editores. Bogotá. 1987.

Rafael y su hermano, Elías Reyes, eran socios y trabajaban en el negocio de las quinas bajo la razón social Elías
Reyes y Hermanos. Rafael continuó el recorrido exploratorio de las montañas de Tajumbina, cerca de La Cruz, y
fue en el transcurso de esta marcha cuando por coincidencia alcanzó las márgenes de uno de los afluentes del río
Caquetá desde donde logró divisar las selvas orientales cuya exploración inició en 1873 y dio paso al pronto es-
tablecimiento de la navegación a vapor por el río Putumayo, aunque, siendo precisos, aparte de la introducción
de embarcaciones mecánicas, ésta no constituyó en sí misma una novedad en la medida que expedicionarios,
traficantes de esclavos nativos, comerciantes, aventureros y buscadores de fortuna habían surcado sus aguas en
una u otra dirección durante los siglos XVII y XVIII y comienzos del XIX, según se tenía noción.

Otras referencias históricas indican también que la vía comercial del Putumayo, entre Colombia y Brasil, era conoci-
da y transitada muchos años antes de la entrada de Rafael Reyes, ya que “desde 1835, varios comerciantes de Pasto
bajaban por el Putumayo y el Amazonas hasta Manaos y Belén de Pará, donde vendían zapatos, cigarros, barnices y
otras manufacturas colombianas, y compraban sal, hierro, licores y objetos industriales elaborados en el Brasil y en
Europa. Naturalmente que ese comercio no se hacía a vapor sino en balsas y canoas”294.

Inicialmente, las quinas extraídas de las faldas este de la Cordillera Oriental debían ser embarcadas en el Pacífico
para su exportación, después de recorrer grandes distancias. Por ello, de encontrase un río que aparte de ser na-
vegable condujera hacia el Amazonas, tanto su explotación como su posterior comercialización se podrían realizar
en condiciones más ventajosas, abriéndose así una prometedora ruta para el comercio hacia el exterior de los pro-
ductos colombianos, y esta fue la razón que motivó a los socios de la casa Elías Reyes y Hermanos a emprender las
exploraciones de los territorios orientales y la navegación de aquel curso.

En el transcurso del año de 1874 Rafael Reyes continuó las exploraciones en los afluentes del Amazonas; entre
tanto, su hermano Enrique siguió dirigiendo las explotaciones de quina en el Patía, pero al poco tiempo de esta-

294 PINELL, Fray Gaspar de. Excursión apostólica por los ríos Putumayo; San Miguel de Sucumbíos, Cuyabeno y Cagúan.
Bogotá: Imprenta Nacional, 1928. Pág. 49.
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Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Puente de Mampostería sobre el río Quinchoa, entre los pueblos indígenas de Santiago
y San Andrés. Comunidad Religiosa Capuchina. 1913. Misiones católicas del Putumayo.
Documentos oficiales relativos a esta comisaría. Bogotá. Imprenta Nacional.

blecerse la navegación a vapor por el Putumayo se le encomendó por igual la dirección de los trabajos extractivos
en las montañas de Mocoa, zona de donde salieron las primeras cortezas que se exportaron por este río.

Los caminos indígenas que desde tiempos remotos comunicaban los asentamientos humanos ribereños con los
del piedemonte y los Andes, y que durante el periodo colonial habían servido de huella sobre la cual avanzaron
los expedicionarios, los buscadores de oro, los encomenderos y los misioneros, se convirtieron a partir de la se-
gunda mitad del siglo XIX en los caminos de las quinas, cuyas cortezas llegaban al viejo continente para el bien de
la salud de los europeos después de un largo recorrido por montañas y selvas de la cordillera. El descenso desde
Pasto y otros pueblos cordilleranos de Nariño –y en general del “Gran Cauca”-, de quineros independientes y
trabajadores contratados y enganchados hacia los bosques del Putumayo fue dando lugar también a “entradas”,
trochas y caminos que acercaban a esos hombres a la codiciada corteza.

Muchas fueron también las incursiones de los buscadores de quina en los territorios del Putumayo, en los de
Sucumbíos y en otros limítrofes con el Ecuador y que por igual siguieron la huella de los antiguos senderos de
los indios. En el camino entre Pasto y Mocoa, pasando por el páramo de Bordoncillo, por Santiago y Sibundoy,
existían dos trochas utilizadas por los quineros de acuerdo con la investigación de María Victoria Uribe:

“El camino llevaba enseguida a los viajeros al pueblo de Sibundoy, localizado también en el valle; a
partir de éste comenzaba la travesía dura por entre el monte deshabitado, trasmontando El Porta-
chuelo de donde partían dos rutas: una de ellas, conocida como la trocha de La Tortuga, había sido

158
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

construida por la casa Reyes Hermanos en la época de la explotación de la quina y era utilizada para
movilizar ganado; la otra tomaba el estrecho cauce del río Minchoy para caer finalmente a la parte
plana de tierra caliente donde está asentada la ciudad de Mocoa. El trayecto total de la trocha de
Mocoa se hacía en trece días, los primeros cuatro en tierra fría poblada por indígenas y campesi-
nos y los nueve restantes por entre el monte deshabitado; ésta había sido trajinada desde épocas
prehispánicas por los indígenas de Pasto y por los habitantes del valle de Sibundoy que la utilizaban
para desplazarse al piedemonte selvático en busca de oro de aluvión, de la resina de mopa mopa y
de la cera de abejas”295.

Fue durante el auge de las quinas que se inauguró, como ya dijimos, la navegación a vapor por el río Putumayo,
suceso que afectó no sólo las aguas territoriales colombianas ya que Rafael Reyes obtuvo no sólo el permiso,
por parte del gobierno de Don Pedro II, para navegar por aguas brasileras, sino que fue eximido de cancelar, por
el término de quince años, los derechos que gravaban la importación y exportación en el río Amazonas y sus
afluentes.

El 2 de septiembre de 1875, el Ministro de Hacienda del Brasil sancionó con su firma la concesión que autorizaba
a la compañía Elías Reyes y Hermanos a realizar dichos negocios de exportación e importación en buques brasi-
leros y entre los puertos amazónicos de aquella vecina nación y los situados en el interior de Colombia por la vía
del río Putumayo. Gracias a esta concesión, la compañía de los Reyes navegó y realizó actividades de comercio
hasta el año de 1884, cuando fue liquidada, y se conoce también que ella estableció, a partir de mediados de la
década de 1870, el servicio de vapor con el Tundama, Apilú, La Roque y Colombia296.  A través de este novedoso
servicio se intentaba poner a disposición del comercio internacional los productos forestales y minerales de los
vastos territorios orientales colombianos:

“Apenas puede concebirse, cómo en esta época que el vapor anula las distancias, haya permanecido este
Territorio, que contiene tan valiosas riquezas y que ofrece tantas facilidades para el comercio, sin explotarse.
Sólo hace cuatro años que se formó en Bogotá una Compañía para explotar las quinas de la Cordillera Oriental
en las cabeceras de los ríos Caquetá y Putumayo, y que se propuso abrirse un camino de exportación al Atlán-
tico por vía del Putumayo y Amazonas atravesando las 1.000 leguas que hay del pie de la cordillera al Atlánti-
co. Este inmenso y rico territorio que se desprende de la Cordillera Oriental y se extiende por 400 leguas hacia
el Este, hasta las márgenes del Amazonas, cruzado por los ríos Caquetá, Putumayo y Napo, navegable a vapor
por los dos últimos, es un hermoso teatro de comercio y de trabajo que convida con sus riquezas vegetales y
minerales y las fáciles y multiplicadas vías fluviales, a los habitantes del sur de Colombia y norte de Ecuador, a
que salgan de la inercia y apatía que los dominan y se lancen sobre él a descuajar los montes extrayendo sus
valiosos vegetales, a perseguir sus ricos veneros de oro y a encontrar el comercio que les ofrece un pueblo
muy populoso como el Brasil”297.

Sin embargo, y dentro de ese contexto nacional e internacional del “progreso” en que se buscaba fomentar las
exportaciones, las facilidades que brindaba el servicio del vapor contrastaban con las dificultades que seguía
imponiendo el paso de los Andes, con lo cual la anhelada integración comercial, administrativa y religiosa de las
tierras altas con las bajas seguiría siendo tan sólo una esperanza hasta el siglo XX. Reyes mismo escribió sobre los
“sufrimientos” que entrañaba el recorrido entre Pasto y Sibundoy:

“De Pasto se va a caballo hasta el pueblo de indios de La Laguna, que queda en el extremo oriental
del plateau. De allí se penetra ya en las soledades de la masa de aquella cordillera; se asciende a
ella por precipicios, lodazales y rocas hasta llegar a la región del páramo descrita en la exploración
de Tajumbina. En aquella región hice la travesía por el extenso páramo de Bordoncillo en cuya cima
hay una laguna de profundas aguas negras y tristes. La Cocha que es su nombre indígena. En este
páramo que es más frío que el de Tajumbina, se repitieron los trabajos y sufrimientos de aquella

295 URIBE, María Victoria. “Caminos de los Andes del Sur: los caminos del sur del Cauca y de Nariño”. En: MORENO DE
ÁNGEL, Pilar. Caminos reales de Colombia. Santafé de Bogotá: FEN-Colombia, 1995. Pág. 70.
296 Véase al respecto el mapa anexo, levantado en la época por Francisco A. Bissau y Rafael Reyes como resultado de sus
viajes por el río Putumayo en la época del auge comercial de las quinas.
297 ANÓNIMO. “Comercio del Territorio del Caquetá y navegación a vapor del Río Putumayo”. Archivo Familiar de Joaquín
de Pombo Holguín. s.f., sin foliación.
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Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

expedición. De la cima de él y cuando ya principia una vegetación rastrera de plantas semejantes


al mangle, se desciende por una montaña sumamente abrupta a un vallecito llamado Sibundoy,
habitado por indios descendientes de los incas del Perú y del Ecuador, que hablan su idioma y que
habitan en un caserío llamado Santiago. A distancia de unas dos leguas de éste hay otro caserío lla-
mado Sibundoy, habitado por indios chibchas descendientes de los de la Sabana de Bogotá (...)”298.

La Amazonía, que tradicionalmente y hasta entonces había sido tenida por un territorio de salvajes y caníbales,
empezó a verse a la sazón como un nuevo Dorado, es decir, como lugar propicio para quienes soñaban en hacer
fortuna. A ese cambio de perspectiva contribuyeron también el desarrollo tecnológico –el vapor, especialmente-
y el creciente interés en los territorios orientales de científicos y viajeros europeos cuyas frecuentes expedicio-
nes encuentran explicación en el marco del auge industrial de la época, el que a su vez promovió la búsqueda y
el control de nuevas materias primas en todo el orbe.

Las quinas explotadas por la casa Elías Reyes y Hermanos, de calidades diversas según la zona, se encontraban en
abundancia en el vasto Territorio del Caquetá, en una extensión de cerca de quinientas millas, desde el caserío
de Descansé, cerca del nacimiento del río homónimo, hasta la desembocadura del Orteguaza, uno de sus afluen-
tes. En 1879, cuando la compañía de los Reyes ya había logrado consolidarse por entero en la región y tenía es-
tablecidos viajes regulares y relaciones comerciales permanentes con casas consignatarias y agentes extranjeros,
se descubrieron nuevos reservorios de quinas de apreciable rendimiento, según relató el propio Rafael Reyes:

“Justamente en aquella época fue cuando hicimos poderosos descubrimientos de quinas cúpreas,
con abundancia verdaderamente increíble: en la ribera Oriental del Caquetá, a partir de Descansé
hasta la desembocadura del Orteguaza, es decir, en una extensión de unas 500 millas, a una tem-
peratura de 24 a 30 grados centígrados, descubrimos quinales abundantísimos que al hacer los
respectivos análisis nos dieron un resultado de 3, 3 ½, 4, 4 ½ y hasta 6% de alcaloides; estos quinales
existen en una base de la cordillera y en los lugares planos de la hoya del río Caquetá; luego, ascen-
diendo, a una temperatura de 16 a 18 grados centígrados, se encuentra la quina naranja, que en lo
general da un resultado en el alcaloides de 3%, y después, ya en la zona fría, a una temperatura de
12 a 14 grados, se halla la quina tuna, de una riqueza del 3 al 4%, también de alcaloides”299.

Además de las quinas extraídas en el territorio comprendido entre la banda oriental del río Caquetá y la des-
embocadura del Orteguaza, la compañía de los Reyes explotó las quinas de las montañas de Mocoa y aquellas
existentes en los territorios indígenas de Santiago y Tambillo, entre otros. Fuera de la extensa lista de parientes
y particulares que se vincularon como socios y empleados a Elías Reyes y Hermanos –en su mayoría oriundos de
Santa Rosa de Viterbo, el Tolima, la Costa Atlántica, el Cauca, Nariño, etc.-, centenares de hombres indígenas y
campesinos del Putumayo y el Gran Cauca contribuyeron con su fuerza de trabajo a las labores que demandó la
búsqueda, extracción, empaque, transporte y comercialización de la corteza. Así, guías, macheteros, cargueros,
cocineros, bogas, marineros, pilotos y administradores dieron vida a una de las empresas más ambiciosas de la
época en Colombia.

Los quineros, en particular aquellos encargados del transporte de la corteza, debían cumplir largas y penosas
jornadas en virtud de la precariedad de las trochas y caminos, las dificultades para abastecerse de alimentos, la
accidentada topografía y las abismales distancias que separaban los lugares de extracción de los sitios de acopio
y los puertos fluviales de embarque. En todo este proceso, Mocoa terminó por convertirse en el principal centro
de almacenamiento de las quinas que la compañía de los Reyes exportaba por el río Putumayo y la antigua po-
blación, tantas veces arruinada desde su fundación, vio crecer su población y el fomento de los negocios, como
lo describiera Joaquín Rocha:

“En tiempo de los trabajos de quina, el caserío ocupaba mayor extensión, y estaba sin vacíos como
ahora, sino toda colmada de casas. Un buque de vapor navegaba el Putumayo, traía mercancías ex-
tranjeras y regresaba con cargamentos de quina; partidas de mulas y bueyes recorrían los caminos
298 REYES, Rafael. Memorias… Págs. 109-110.
299 Citado por: CALDERÓN, Florentino. Nuestros desiertos del Caquetá y del Amazonas y sus riquezas. Bogotá: Imprenta de
160 Luis H. Holguín, 1902. Pág. 16.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

y cruzaban las calles; pululaban en éstas traficantes y forasteros; había almacenes de mercancías y
muchas tiendas de telas, ropas y granos, y se oía en dondequiera el retintín de las onzas y cóndores
de oro y de los pesos fuertes colombianos, franceses, mejicanos y peruanos. Se ofrecían a la venta
todos los artículos necesarios no sólo al sustento del hombre sino además a su comodidad y aún
a su placer. Ni faltaba sociedad escogida de caballeros, pues es bien sabido que, en nuestra patria,
los nacidos y educados en medio del refinamiento y de las riquezas de las ciudades, los instruidos
y hasta los sabios abandonan los salones y el gabinete para acudir al campo, a las selvas y a los
desiertos, a donde quiera que tienen perspectiva de trabajo remunerador aunque aparezca difícil
y penoso”300.

Desde Mocoa, las quinas eran cargadas por hombres que se trasladaban a pie hasta Puerto Guineo, localidad
ubicada sobre un tributario del Putumayo de su mismo nombre. El trayecto, de seis leguas, era recorrido aproxi-
madamente en un día y desde allí éstos se transportaban en canoa en un viaje de dos días, pasando por La
Sofía, hasta Cuembí, un puerto donde podían atracar vapores que no calaran más de cuatro pies. En este sitio
continuaba la dispendiosa labor de transportar las quinas rumbo hacia el Atlántico, siguiendo la ruta por los ríos
Putumayo y Amazonas.

Para paliar en algo las dificultades que implicaba el transporte de las cortezas obtenidas en el piedemonte hasta
el Guineo, y de este puerto a Cuembí, la Compañía se apoyó en el trabajo de indios Kamsá e Ingas de Sibundoy,
cuya larga experiencia y tradición como cargueros ameritaba tal demanda, lo mismo que en los indígenas ribe-
reños del Putumayo, muchos de los cuales se extinguieron al poco tiempo de iniciadas las labores por efecto del
contacto y el contagio de la gripe no sin antes disfrutar de algunos bienes materiales introducidos por la empresa
quinera:

“Poco más de cuatro años hace que se estableció aquí una empresa de extracción de quina, por una atrevida
asociación que aventuró un considerable capital en lucha con el desierto. Principiados apenas los trabajos
de esa empresa que hoy lleva el nombre de ´Compañía del Caquetá’, los dos mil indios que habitan el valle
de Sibundoy, empezaron a disfrutar del bienestar consiguiente a la ocupación que, desde luego, les dio la
compañía (...). Las exportaciones por el Putumayo proporcionaron constante trabajo en la movilización de las
quinas a los indígenas de la parte alta de ese río, como a los de San Diego, San José y Cuembí, que eran antes
semisalvajes y hoy visten el traje común de las gentes civilizadas; usan sombrero y botines y tienen en sus
casas muebles que bien pueden llamarse de lujo en esas soledades”301.

Fueron varias las embarcaciones a vapor, de propiedad de Elías Reyes y Hermanos –a la sazón nueva Compañía
del Caquetá, o fletadas por cuenta de esta misma Casa, las que adelantaron la navegación por los ríos Putumayo
y Amazonas con el propósito de transportar las quinas extraídas en el Territorio del Caquetá. En estos mismos
barcos se introducían mercancías extranjeras, que luego se comercializaban en Mocoa y en Pasto o servían para
el mantenimiento y reproducción de la fuerza de trabajo vinculada a las labores de extracción, transporte y co-
mercialización de la corteza; en algunos casos, se las usaba para el intercambio o trueque con los indios.

Para llevar en persona las primeras quinas a Nueva York por la nueva ruta, Rafael Reyes se embarcó en el vapor
Tundama, en Belem de Pará: “Era la primera vez que este producto, que entonces era muy valioso (se vendía
hasta a un dólar la libra), venía por la vía del Amazonas; siempre se había embarcado del Perú, por el puerto de El
Callao; del Ecuador, por el de Guayaquil; de Colombia por los de Tumaco, Buenaventura y Sabanilla. (...) Consigné
el cargamento a la Casa de Ribon y Muñoz, se vendió inmediatamente y produjo más de cien mil dólares”302.

El éxito de la venta de este primer cargamento de quinas exportadas por la ruta Putumayo-Amazonas, abrió
nuevas y prometedoras perspectivas económicas para la compañía de los Reyes, la cual debió ampliar con este
fin sus trabajos de extracción a la par que organizar los nuevos envíos. Sin embargo, la caída ostensible de los
precios internacionales de esta materia prima a mediados del año de 1884, malogró el negocio en la medida que
su extracción y transporte se hicieron incosteables, y las ingentes cantidades de quinas, ya extraídas, empacadas

300 ROCHA, Joaquín. Memorándum…. Pág. 33.


301 ESPRIELLA, Bernardo de la. “Informe del Prefecto…”. Pág. 2.
302 REYES, Rafael. Memorias… Pág. 184.
161
Indio Sibundoy. Grabado de Julio Crevaux (1875-
1882). América Pintoresca. El Ancora Editores.
1987.

y listas para la exportación, tuvieron que ser


abandonadas.

Cabe resaltar que durante el tiempo que duró


la actividad extractiva murió un gran núme-
ro de trabajadores, entre ellos Néstor Reyes,
quién se suicidó en el río Putumayo, y Alejan-
dro Plazas Reyes y Nemesio Reyes, los que fe-
necieron por causa de enfermedades contraí-
das con anterioridad. Por su parte, muchos de
los grupos indígenas del Putumayo que habían
establecido relaciones con los miembros de la
empresa quinera, padecieron las consecuen-
cias del contacto y del contagio, entre ellas, la
extinción.

Al respecto, Reyes relató en sus Memorias el


episodio de la enfermedad y muerte de una
gran parte de los indios Cosacunty, grupo de
“unos quinientos indios hermosos y robustos”
al que había conocido en su primer viaje a va-
por y con el cual estableció desde entonces re-
laciones para abastecerse de leña. Cuando los
visitó por segunda vez, se percató que, salvo
una mujer y su hijo, todos habían perecido víc-
timas del contagio de una tuberculosis pulmo-
nar o “tisis galopante”:

“Cuando estuvimos a distancia de unos


cien metros de las chozas, percibí un
olor insoportable de putrefacción y pre-
sentí que algo espantoso había pasado a aquella tribu. Avancé teniendo que taparme las narices.
Cuando llegué a la cima de la colina, el nauseabundo olor era tan fuerte que no permitía respirar. De
las chozas o casas no se veía signo de vida. Con los dos marineros nos precipitamos rápidamente a
la casa del Jefe Otuchaba, cuya puerta de bambú estaba entreabierta. La empujé y el cuadro que se
presentó a mi vista fue tan horroroso que aun hoy, después de tantos años, al describirlo me horri-
pila. Yacían tendidos por el suelo más de treinta cadáveres de ancianos, de hombres, de mujeres y
de niños, en completa descomposición. Algunos conservaban aun los ojos que despedían llamas de
dolor y de sufrimiento. En una hamaca de paja se veía a una joven india que parecía un esqueleto
y sobre su pecho descarnado tenía un hijo de meses de edad. Respiraba todavía. Ordené a los ma-
rineros que tomaran la hamaca de un lado y yo del otro y corrimos fuera de esta casa, llevando en
nuestros hombros los dos únicos seres sobrevivientes y sin penetrar en las otras casas en donde se
repetía la misma escena dantesca, llegamos al vapor y abandonamos aquel lugar de horror. La india
a quien logramos salvar nos informó que poco después de nuestro paso por Cosacunty, había sido
atacada la tribu por una especie de tisis galopante, que he observado que el hombre civilizado lleva
a los salvajes del Amazonas, quienes le tienen tal horror que cuando oyen estornudar a un blanco,
huyen despavoridos. Para evitar un contagio y una epidemia, hubo necesidad de quemar las casas y

162
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

los cadáveres que en ellas había. La india me refirió que el mayor tormento que había tenido había
sido la sed y el hambre porque quedaron tan débiles que no tenían fuerzas para arrastrarse hasta las
orillas del río, ni para procurarse ni preparar alimentos. De esta tribu de los hospitalarios y queridos
Cosacuntys no se salvó sino la mujer y el hijo que encontramos moribundos. Es así como sufren
miserias y como desaparecen los salvajes de la región amazónica”303.

Por efecto también de la crisis de la quina, poblaciones que como la nombrada Mocoa se habían constituido du-
rante la bonanza en localidades prósperas, terminaron arruinadas por la depresión económica y la subsiguiente
despoblación:

“Si Mocoa fue lo que he escrito en tiempos de las quinas, y en los años de 1899 y 1900 cuando volví
para seguir a Iquitos en 1903, había llegado a un período de decadencia, vecino ya del total aniquila-
miento. Muchas de las casas estaban abandonadas y caídas y habían emigrado los negociantes ven-
dedores de mercancías y compradores de caucho porque no había a quien vender ni qué comprar.
(...) En consecuencia, actualmente no hay negocios en Mocoa y sólo hay, como ya se ha dicho, casas
en ruinas, soledad en las calles y tedio a todas horas. Si algún ruido se oye, es de las campanas que
llaman a los fieles a las misas o al rezo, tres veces al día o más o a los niños y los indios, a la enseñan-
za doctrinal, y no se ve pasar casi más gente por las calles que la que va a la iglesia o viene de allí”304.

En abierto contraste con la prosperidad que había vivido Mocoa en tiempos del auge de las quinas, tiendas y ne-
gocios cerraron sus puertas y los indios cargueros santiagueños y sibundoyes dejaron de ir y venir para transpor-
tar los bultos de corteza. Pero su crisis fue peor, pues aparte de que jamás logró recuperar su antiguo bienestar,
terminó abandonada, entre otras causales, por culpa de los abusos de los peones con sus habitantes indígenas,
quienes por aquel entonces constituían su mayor población. Sin embargo, la principal razón por la cual los indios
se retiraron del poblado y buscaron el aislamiento en las selvas fue el daño que los ganados ocasionaban todo el
tiempo a sus cultivos y sementeras. Desde el momento mismo en que comenzó la explotación de las quinas en
las montañas y el piedemonte del Putumayo, se fomentó la ganadería vacuna, no sólo por la demanda de su car-
ne entre la creciente población sino también porque con los cueros de los animales se fabricaban los empaques
en los cuales se exportaban las cortezas:

“Es de suma importancia dictar medidas eficaces para reducir a los poblados a los indígenas cris-
tianos y semicivilizados que, poco a poco, han ido retirándose de los pueblos para internarse y vivir
aislados entre las selvas. Permitirles esto, es autorizarlos para que vuelvan a la barbarie y a la vida
de nómadas. Los indios de este pueblo se ahuyentaron por los robos de los peones extractores
de quinas y después se han ido día por día alejando, enselvando más y más, huyendo del ganado
que les ha destruido sus sementeras, único recurso con que cuentan para vivir. En este lugar no ha
habido ganado sino de unos catorce años para acá, y la mayor parte de los introductores y dueños
los han mantenido en completa soltura, para que vivan en las chacras de los indios; aquí que no
hay pastos naturales y en donde los indígenas, no teniendo que guardar de animales dañinos sus
pequeñas y humildes labranzas, no han acostumbrado cercarlas. [...] Los indígenas de este lugar
ofrecen edificar sus habitaciones en el pueblo, si se les protege y ampara siempre contra los daños
de los ganados; esta Prefectura les ha prometido protegerlos, procurando que los dueños del gana-
do hagan potreros para mantener sus animales y, además, haciéndoles pagar los perjuicios que les
causen, de acuerdo con el Decreto citado. Estando los indios reunidos en pueblo, podrán ser vigila-
dos y amparados por la autoridad y los misioneros los tendrán cerca para enseñarles y predicarles
lo que ahora casi no pueden hacer porque son muy pocos los indios que salen y se reúnen en el
pueblo, para ir al templo”305.

La crisis definitiva de los precios internacionales de las quinas silvestres de Sudamérica constituye uno de los
episodios económicos, científicos y técnicos más ejemplarizantes en el contexto de la expoliación de los recursos

303 Ibid. Pág. 116.


304 ROCHA, Joaquín. Memorándum…. Págs. 33-35.
305 QUINTERO W., Alejandro. “Informe del Prefecto Provincial del Caquetá…”. Págs. 75-88.
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Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

naturales y debe ser tomado en cuenta por los países en vías de desarrollo en un contexto de globalización de
la economía como el actual, en el que la apropiación del conocimiento, mediante patentes y otros mecanismos
presuntamente legales, posibilita no sólo la privatización sino el usufructo incondicionado de los mismos. En el
presente caso se trata del papel que en el pasado, particularmente en el siglo XIX, cumplieron en concreto via-
jeros, naturalistas, botánicos, exploradores, coleccionistas de plantas y comisiones científicas, por ejemplo, en
el marco de las relaciones de poder económico ejercido por las potencias europeas en relación con el acceso al
conocimiento, el uso y el control de los recursos naturales.

3.4. La explotación del caucho306


La extracción sistemática de gomas obtenidas de diferentes especies de árboles silvestres productores de látex,
comenzó en la Amazonia brasilera a mediados del siglo XIX y al mismo ritmo en que creció la demanda interna-
cional de este recurso, empresarios y extractores fueron incursionando en las selvas de Bolivia, Perú, Ecuador,
Colombia y Venezuela, especialmente hacia finales de esa centuria.

Además de las características inherentes a este recurso natural, como su impermeabilidad y elasticidad, entre
otras, aquellas que mediante procedimientos industriales fueron poco a poco descubriéndose lograron incre-
mentar apreciablemente su pedido, generándose de este modo un ciclo de bonanza económica y de virtual pros-
peridad en aquellas poblaciones que, como Belem de Pará y Manaos, se convirtieron rápidamente en centros
importantes de acopio y comercialización307.

Respecto de la explotación del caucho en Colombia, se tiene noticia del aprovechamiento inicial, por la década
de 1860, de árboles silvestres productores de goma en la región Pacífica, es decir, por la misma época en que al
interior de la zona atlántica (selvas de los ríos Sinú y San Jorge), el antiguo Caldas y el Gran Tolima se extraía la
tagua o “marfil vegetal”308.  No obstante, su usufructo resultó efímero en las áreas mencionadas y muy pronto su
explotación se desplazó hacia el piedemonte amazónico y las selvas orientales, donde los trabajos de explotación
comenzaron alrededor de la década de 1880.

La comprensión del progresivo desplazamiento de la actividad extractiva del caucho es importante en la medida
que nos permite entender los varios aspectos –ambientales, biológicos, económicos y sociales- de su explotación
en el Putumayo, lo mismo que los cambios de lugar de los campamentos caucheros y, por supuesto, la movilidad
espacial de los diferentes grupos de empresarios y extractores que allí fueron confluyendo. En otras palabras, la
trashumancia fue una de las características básicas de dicha actividad y debe tenerse en cuenta que ella depen-
dió de múltiples factores, tales como la cuantía del rendimiento o beneficio que podía resultar de ciertas espe-
cies, la mayor o menor posibilidad de contar con fuerza de trabajo, los costos de abastecimiento de la misma y
las facilidades o dificultades para transportar la materia prima, entre muchos otros.

En relación con la explotación del caucho silvestre en el Putumayo, ésta se inició tan pronto se produjo la quiebra
del negocio de las quinas. Los socios de la Compañía del Caquetá, o antigua empresa quinera de los hermanos
Reyes, emprendieron a gran escala los trabajos de su extracción, para lo cual contrataron personal de Tolima,
Cauca, Cartagena, Santa Marta, Panamá, Buenaventura, Tumaco, etc., y con el mismo fin fundaron allí la “Esta-
ción Cauchera y Agrícola” de La Concepción. Sin embargo, este nuevo esfuerzo empresarial se vio rápidamente
frustrado por las dificultades de adaptación de los peones, en especial las repetidas epidemias de fiebre amarilla
que sacrificaron a las “tres cuartas partes de los trabajadores que habían llegado a La Concepción”. En conse-
cuencia, la Casa Reyes, que no sólo había asumido los altos costos del “enganche” laboral sino había costeado

306 Este texto constituye una síntesis de trabajos previos que el autor elaboró y publicó conjuntamente con el profesor
Camilo A. Domínguez Ossa, como La economía extractiva..., y el libro: DOMÍNGUEZ OSSA, Camilo A. y GÓMEZ LÓPEZ,
Augusto Javier. Nación y etnias: conflictos territoriales en la Amazonía, 1750-1933. Bogotá: COAMA-Unión Europea;
Gaia-Fundación Puerto Rastrojo; Disloque Editores, 1994. No obstante, incluye también información de nuevas fuentes
documentales inéditas hasta la fecha.
307 Según las cifras de exportación de caucho citadas por Bárbara Weinstein, en 1827 salieron, de Manaos y Belem de Pará,
31.365 kilos; en 1850, 1.446.550 kilos y en 1860, 2.673.000 kilos (A Borracha na Amazonia…. Pág. 23).
164 308 Véase al respecto: OCAMPO, José Antonio. Colombia y la economía…. Pág. 381.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Miembros de las guardiciones que servían para la represión ejercida por la Casa Arana. El Ciclo del caucho, Roberto
Pineda Camacho en Colombia Amazónica, Bogotá Fondo José Celestino Mutis, FEN-Colombia

y emprendido las exploraciones necesarias, en nada se benefició de la bonanza de los precios de este producto
que por entonces se registraba en el mercado internacional. Por todo esto, Rafael Reyes manifestó que de “las
caucherías descubiertas por nosotros no obtuvimos sino desgracias y pérdidas de capital; esta es la suerte de los
conquistadores”309.

No obstante, los trabajos de extracción, transporte y comercialización de las quinas habían propiciado el ingreso
de un gran número de individuos a la región del Putumayo y Caquetá y muchos de los que sobrevivieron perma-
necieron allí vinculados como extractores, comerciantes o empresarios caucheros. Enrique Reyes, por ejemplo,
se ocupó, con los cincuenta trabajadores de La Concepción que habían quedado vivos, de acometer la explo-
ración de los ríos Yuruá, Yavarí, Ucayalí, Napo y otros afluentes del Amazonas y al poco fundó una empresa de
explotación de caucho en compañía del francés Charles Mourrail, quien poseía una importante casa comercial
en Iquitos. El otrora machetero Benjamín Larrañaga, quién había acompañado a Rafael Reyes en su primer viaje
de exploración del Putumayo, estableció también trabajos de extracción y comercialización de caucho, empresa
gracias a la cual amasó una gran fortuna que “perdió” años más tarde, cuando estaba de socio de la firma “Arana,
Vega y Larrañaga”.

Hacia finales del siglo, la extracción de goma incluía ya el área de los ríos Napo y Putumayo. En las riberas del
primero, residían empresarios ecuatorianos y peruanos que poseían casas comerciales, adelantaban trabajos
agrícolas y estaban “gobernados lo mismo que los colombianos indígenas, por autoridades peruanas y ecuato-
rianas de reciente creación, las cuales hacen reconocer el territorio como ecuatoriano o como peruano y cobran
derechos de introducción de mercancías”310.

309 REYES, Rafael. Memorias…. Pág. 177.


310 OVIEDO, José. “Informe sobre la trata de esclavos indígenas del Napo y Aguarico hacia el Perú”. 1992. ACC: Archivo de
la Gobernación, Pág. 311, Leg. 57, Fols. 6-8.
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Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

“Cañonera America”. Embarcación a vapor, propiedad de la Casa Arana, en la que se transportaba las mercancías que
sirvieron para instaurar el régimen de endeude y esclavitud de los indios. La embarcación regresaba cargada de látex.
Caricatura publicada en el periódico peruano “La Felpa”. Imagen cortesía del investigador Jordan Goodman.

Otros empresarios, como Modesto Valdés, solicitaron la adjudicación de extensos territorios para acometer
la explotación del caucho, a través de “privilegios de explotación”, en los ríos Curaray-Tiputuni y Napo y en el
Aguarico, un negociante ecuatoriano de apellido Andrade llevaba a Iquitos el caucho que allí sacaba, donde
era exportado como producción peruana. Por su parte, Clemente Peña, dueño de una lancha a vapor, había
“fundado” trabajos de extracción de caucho en el río Putumayo, donde tenía un gran número de trabajadores
166
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

a los cuales sumó sesenta más en 1896. Este empresario, de origen peruano, exportaba el caucho que obtenía
como producción del Perú o el Brasil, según le conviniera.

Por esta época, las quejas relativas a la presencia de empresarios “extranjeros” en el Napo-Aguarico, donde
Colombia, hasta entonces, había ejercido formalmente su soberanía, eran ya más que frecuentes. En este mis-
mo contexto de avance de extranjeros (peruanos) en la región, el Cónsul de Colombia en Iquitos advirtió de los
efectos destructivos de tal avanzada sobre las tribus o comunidades indígenas vernáculas:

“Tras éste (Clemente Peña, peruano) irán muchos más especuladores al Putumayo y Colombia, en lugar de
aprovechar, pierde en todos los sentidos: no se coloniza esa región porque las partidas de caucheros no se es-
tablecen fijamente en ninguna parte; son como tribus nómadas: destruirán las tribus que hoy pueblan nues-
tros bosques como lo han hecho en los bosques peruanos donde se han cometido los mayores crímenes con
los infelices salvajes. Esta pobre gente, sin herramientas para trabajar, se juntan todos los de la tribu y valién-
dose del fuego, de hachas de piedra y de algunas otras medidas, hacen grandes desmontes donde hacen sus
siembras y las cultivan cuidadosamente para asegurarse su subsistencia, pero llegan los caucheros y se apro-
pian esas labranzas hechas con tanto sacrificio. El robo de sus labranzas es un crimen atroz, porque es matar
a sus dueños de hambre, pues no siempre pueden estos desgraciados encontrar frutas para alimentarse”311.

La desembocadura del río Aguarico, en el Napo, se constituyó desde temprano en un centro comercial de gran
importancia, ya que allí iban a parar todas las gomas que se extraían de la parte alta de los ríos colombianos y
ecuatorianos de aquella región, como el alto Putumayo, San Miguel, Aguarico, el alto Napo y todos sus afluentes,
lo mismo que buena parte del látex apropiado en la región del alto Caquetá y sus tributarios. Periódicamente,
subían a la bocana del Aguarico lanchas peruanas, procedentes de Iquitos, en las que se embarcaban las gomas
y se desembarcaban mercancías de varias clases. De la bocana se podía bajar a Guepí en un día “de buen andar”
en canoa, y de Caucayá, por donde la región del Caquetá se comunicaba con el Putumayo, en dos o tres jornadas,
según el nivel de las aguas. Guepí era también punto central de aquella región312.

En el Napo y el Putumayo, como en los demás territorios donde se explotó el caucho, las enfermedades y epide-
mias fueron un factor constante de devastación de las poblaciones indígenas, y los propios indios hablaban de
“pestes” y muertes por sarampión y “camatris que a uno se le ve la sangre en la orina”, circunstancias epidémi-
cas que provocaron la despoblación y obligaron a los sobrevivientes a migrar a lugares donde se creían a salvo de
aquellas. Los indígenas de Caucayá y de todos aquellos sitios poblados por éstos entre dicho punto y Yubineto,
desaparecieron en su gran mayoría por causa de las enfermedades:

“En Caucayá encontramos al Señor Jesús López, antiguo cauchero de los ríos Seguerí, Curiya, Peneyá, Yarica-
ya, Ancusiyá y Jubineto (o Yubineto), quién había tratado con indios de todos esos lugares. Nos contó que se
habían extinguido puede decirse que completamente a causa de fuertes epidemias de disentería, sarampión y
otras pestes graves, y que los pocos que se habían salvado casi en su totalidad se fueron reuniendo en Guepí.
En La Concepción el señor Ismael Narváez, que viajaba mucho por los afluentes del Putumayo, entre Caucayá
y Yubineto, pescando y balateando, me dijo que en todos esos lugares no había más gente que un pequeño
grupito de indios Huitotos escondidos en la región de Ancusiya, compuesto de unas doce o quince personas,
procedentes unos del Caraparaná, y otros de Guepí y una o dos familias originarias de aquel mismo río como
último residuo de tribus extinguidas (...)”313.

Al poco tiempo de que comenzara la explotación del caucho en el Putumayo, las autoridades del entonces De-
partamento Nacional del Cauca, desde donde se administraban los extensos territorios orientales, expidieron
“enérgicas instrucciones” destinadas a impedir la destrucción de los árboles. No obstante y a pesar de habérseles
dado a conocer dichas instrucciones a los caucheros, la práctica de destruir el árbol, para aprovechar su látex
por una sola vez, fue común en toda la región. El caucho negro, en especial, era tan abundante en la región del
Putumayo que parecía “esparcido en un océano de montañas”. Sin embargo, el producto de la leche era “muy

311 ESPINOSA, Manuel. “Expediente sobre las correrías de los caucheros para esclavizar a los indios del Putumayo y el robo
y destrucción que hacen de las labranzas de los nativos”. 1896. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, T. 13,
Fols. 263-264.
312 PINELL, Fray Gaspar de. Excursión apostólica… Pág. 46.
313 Ibid. Pág. 79.
167
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

miserable” si no se picaba todo el árbol, derribándolo, “pues no hay manchas densas que halaguen para que
el que las descubra encuentre una renta fija sangrando el árbol en pie; debe decirse lo mismo, y con menos es-
peranzas de contener el destrozo, del caucho blanco (vingero) que ocupa las hondonadas frías de la cordillera,
porque picándolo a la altura del brazo o más arriba con andamios, produce mucho menos, y no destila sino que
se coagula en la misma incisión que se le hace”314. En consecuencia, los enérgicos instructivos del gobierno local
fueron impracticables allí, donde además se carecía de autoridades que los hicieran cumplir.

De los ríos Putumayo, Aguarico y Napo (orilla izquierda) se sacaban anualmente muchas arrobas a pesar de las
pocas personas que por aquel entonces (1887) se dedicaban a esta labor extractiva. En poco tiempo, el método
empleado por los caucheros315 destruyó los árboles y tal devastación explica el “carácter errabundo” que adqui-
rieron en estas regiones, condición que los compelió a internarse cada vez más profundamente en la selva en
búsqueda de nuevos reservorios.

Es sabido que los explotadores de caucho, quienes no colonizaban y, por el contrario, talaban y destruían los árbo-
les, regresaban al lugar de origen, y esta realidad fue ostensible en los casos de los ríos Putumayo y Napo, cuyas
márgenes estuvieron pobladas, hasta poco antes del auge cauchero, por grupos indígenas que a comienzos de la
década de 1920 habían desaparecido casi por entero como una secuela más de la economía extractiva. Las estadís-
ticas de casas y habitantes de la región del Putumayo, de Puerto Asís hacia abajo, obtenidas en 1928, expresan el
grave estado de despoblación al que se había llegado hacia el final del auge cauchero, situación en torno a la cual
el antiguo empresario minero, Alfredo White Uribe, concluyó: “los que hemos conocido estos ríos poblados por
valientes y sufridos caucheros hace doce años y por comerciantes, nos pasmamos de la transformación sufrida en
tan corto lapso de tiempo. La caída del caucho, las leyes inconsultas sobre la explotación de los bosques nacionales,
despoblaron el territorio además de otras causas secundarias que no quiero enunciar aquí”316.

3.5. La trata de esclavos nativos


Uno de los problemas sociales históricos del Putumayo y de nuestra Amazonia, en general, ha sido la pérdida se-
cular de su población por diversas causas, asociadas por lo común a sistemas económicos y laborales coercitivos.
Entre ellas es preciso destacar la del tráfico de hombres, mujeres y de niños, porque dicha trata ha sido, quizá,
la que mayor destrucción ha generado en el conjunto de la región. En ocasiones, tanto la trata humana como la
sujeción se han camuflado en relaciones paternalistas y de servidumbre, lo mismo que bajo la aparente legalidad
del pago de deudas a empresarios y comerciantes.

El destacado historiador Federico González Suárez, en su análisis relativo a la decadencia y ruina de las misiones
franciscanas de los siglos XVII y XVIII en el Putumayo, Caquetá y Coca, argumentó que una de las causas de dicha
“postración” y fracaso misional fue, precisamente, la “saca” y esclavitud de los indios auspiciada inclusive por las
mismas autoridades de Popayán317.

La cacería de seres humanos –destinados como fuerza de trabajo esclavo en sus propios territorios ancestrales
o arrancados y desterrados de sus sociedades de origen para ser conducidos a lugares distantes de donde jamás
regresaron- fue una de las prácticas más comunes que caracterizaron la larga historia del Putumayo y de nuestras
regiones orientales desde que se iniciaran las relaciones de contacto esporádico, intermitente o permanente con
los europeos y sus descendientes a partir del siglo XVI. La trata de esclavos indígenas, en concreto, fue uno de
los sistemas tradicionalmente empleado para la captación de mano de obra en vastas áreas de los dominios de
España y Portugal en América, desde el siglo en mención, y en casos específicos ésta continuó, se reemprendió

314 URRUTIA, Pedro. “Informe sobre las enérgicas instrucciones de la Prefectura para impedir la destrucción del caucho
negro”. 1887. AGN: Sec. República, Fdo. Baldíos, T. 8, Fol. 37.
315 El método al que aludimos consistía en cortar el árbol de raíz, y una vez en el suelo se hacían incisiones, en el tronco y
en las ramas, hasta extraer la última gota de goma.
316 WHITE URIBE, Alfredo. “Bosquejo de la situación de la población de los dos ríos más importantes (Putumayo-Caquetá)
de la Comisaría. Extinción de pueblos por las enfermedades y epidemias”. 1923. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio
de Gobierno, Sec. Primera, T. 891, Fol. 435.
168 317 GONZÁLEZ SUÁREZ, Federico. Historia general… Págs. 121-122.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Huitotos alineados contra la pared en el depósito de la Chorrera. Richard Collier. C.a. 1905.
Según revelo Hardenburg, en doce años los hombres de Arana asesinaron a treinta mil Indios.
Amazonia colombiana: enfermedades y epidemias. Un estudio bioantropología histórica.
Ministerio de Cultura. Bogotá. 2000.

y/o se fomentó durante el siglo XIX y a comienzos del XX, cuando la primera y segunda Revolución industrial y
el desarrollo científico y técnico asociado a ellas demandaron nuevas materias primas, bienes forestales y de la
fauna que originaron nuevos mercados o ampliaran los ya existentes318.

La minería del oro y la extracción de muchos otros recursos también estuvieron asociadas en aquel entonces con
redes esclavistas proveedoras de fuerza de trabajo319.  La región amazónica en su conjunto, y la parte colombiana,
en particular, desde el piedemonte hasta los confines más orientales, fue escenario de la captura y esclavización
de individuos, familias y grupos de indígenas hasta los inicios del siglo XX.

En su relación escrita del viaje realizado a las montañas de los Andaquíes, o misiones de los ríos Caquetá y Pu-
tumayo, el botánico Don Sebastián José López Ruiz informó, en 1783, de los “intrusos (...) portugueses del Pará
y Marañón que cada año [se] internan en canoas grandes y botes armados, por las bocas del río Putumayo, o
Yza, como también por las de Río Negro y otras del Caquetá o Yapurá”, haciéndose de este modo dueños de los
muchos frutos preciosos producidos por “los países” de los indios320.  Es decir, confirmó el hecho de que los inten-
tos por “contener a los portugueses”, en su avance hacia la parte de la región amazónica que, según el Tratado
de Paz del año 1777, correspondía a la Corona de España, habían fracasado. Los traficantes luso-brasileros que

318 Véase al respecto, DOMÍNGUEZ OSSA, Camilo A. y GÓMEZ LÓPEZ, Augusto Javier. La economía extractiva…
319 No nos referimos aquí al vasto tráfico de seres africanos, destinados a servir como esclavos en las minas del Pacífico
colombiano y en las haciendas del Gran Cauca, especialmente desde finales del siglo XVII y a lo largo del siglo XVIII, sino
a la esclavitud indígena de la cual, en particular, no lograron escapar los grupos nativos de la Orinoquia. Durante el siglo
XVI, la actividad minera de la plata se realizó en Mariquita con fuerza de trabajo indígena del altiplano cundiboyacense.
Los indios destinados a esta labor fueron conducidos allí en condición de “mitayos”, pero en realidad su situación fue
la de esclavos. Existen también referencias relativas a indígenas arrancados del piedemonte amazónico colombiano,
presuntamente de filiación andaquí, quienes así mismo fueron trasladados en condición de esclavos a las minas de
Mariquita durante el siglo en mención.
320 LÓPEZ RUIZ, Sebastián José. “Exploraciones a las montañas de los Andaquíes o misiones de los ríos Caquetá y Putu-
mayo…”. Fol. 173.
169
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Cuadro primero: Los personeros de Arana/ flagelan una mujer /porque tal
les viene en gana/ y proporciona placer/ aquel cuerpo destrozado/
le dejan ellos podrir/ y entonces agusanada/ tiene al fin que sucumbir/.

incursionaban en los actuales territorios colombianos del Putumayo y el Caquetá, tenían trato con los indios de
estas jurisdicciones y a su intermediación se debió la trata de los esclavos nativos que se trasladaban a los fuertes
y otros establecimientos portugueses en Brasil.

Por su parte, la labor misional de “reducción y de civilización de los salvajes” del Putumayo y del Caquetá durante
el tiempo de existencia del Virreinato de la Nueva Granada rindió pocos frutos. Los indios neófitos (en la fe) de
los pueblos de misiones, las más de las veces habían huido de éstos después de recibir las herramientas y ob-
sequios que los misioneros acostumbraban a entregarles con el doble fin de atraerlos a su seno y fomentar las
nuevas fundaciones. Con frecuencia, también, las reducciones, en su mayoría de vida efímera, desaparecieron
como consecuencia del tráfico esclavista y de las enfermedades y epidemias que, como la gripe y la viruela, diez-
maron en la época poblaciones enteras. Así, “los pueblos más viejos del Putumayo fueron abandonados poco a
poco y, para finales del siglo XVIII, sólo subsistían los sitios, sin misioneros y sin vida urbana. El último esfuerzo
español por dominar la Amazonia Noroccidental, había fracasado”321.

A partir de mediados del siglo XIX, en el contexto económico del primer auge cauchero, el tráfico y la esclaviza-
ción de los indígenas se convirtió en un próspero negocio. Debe recordarse en este punto que la extracción de di-
ferentes clases de gomas se inició, de manera continua y sistemática, en la Amazonia brasilera desde comienzos
de dicha centuria, razón por la cual esta actividad demandó tempranamente grandes contingentes laborales322. 
Por consiguiente, para proveer de fuerza de trabajo a los empresarios y las Casas caucheras, los traficantes de

321 DOMÍNGUEZ OSSA, Camilo A. y GÓMEZ LÓPEZ, Augusto Javier. Nación y etnias... Pág. 25.
322 Al respecto, Bárbara Weinstein señala una producción brasileña de caucho de 31.365 kilos en 1827, la cual ascendió
en 1850 a 1.446.550 kilos. Estas magnitudes, crecientes en los años siguientes, se alcanzaron en virtud del trabajo
“caboclo”, pero también debido al cada vez mayor número de esclavos indígenas que fueron cautivados en los grandes
170 afluentes amazónicos. (A Borracha na Amazonia… Capítulos I y II).
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Cuadro segundo: Fonseca el gran criminal/ émulo de Satanás/ tira al blanco por detrás/
de indios que no hacen mal/ y con unción irrisoria/ que nos infunde pavor/
dice que esa es la mejor/ forma de «tocar a Gloria»/.

esclavos nativos estimularon las guerras entre los grupos indígenas con el único propósito de capturar, en medio
del desorden producido por éstas, hombres y mujeres que luego eran vendidos en aquellos centros y campa-
mentos donde se extraían, almacenaban o transportaban las gomas. Los prisioneros de las guerras inter-tribales
eran negociados de antemano por los esclavistas, quienes en pago de los futuros cautivos, como sucedió con los
Guaques, adelantaban herramientas y otras bujerías a los Huitotos o Witotos. De este modo, los antiguos enfren-
tamientos entre ambas comunidades se tornaron en cacería de indios por indios para satisfacer la demanda de
mano de obra esclava en las caucherías del Brasil.

En cuanto al tradicional comercio de la cera y otros productos amazónicos, éstos perdieron rentabilidad frente
al lucrativo comercio de esclavos. Además, los indios Guaques, que por el lado del Gran Caquetá eran sus más
frecuentes extractores, fueron de los primeros grupos en verse afectados por este tráfico durante la reactivación
de la trata.

Uno de los más tempranos testimonios, el de José A. Ordóñez, ex Corregidor del Mesayá (afluente del Caquetá) y el
territorio de los Guaques, permite establecer con entera precisión no sólo el origen de los traficantes y el destino de
la trata, sino la magnitud del mismo y el papel de intermediación desempeñado por los Huitotos en sus comienzos.
El propio Prefecto de la Provincia del Caquetá, Alejandro Quintero, pidió inclusive al gobierno, en 1891, que tomara
informes del Señor Ordóñez, quien “vivió largos años en la confluencia del río Putumayo con el Amazonas y regresó
a Colombia, su patria, en el año de 1888” ya que ninguno mejor que él podría ilustrar “sobre ese inicuo comercio
que los brasileros vienen haciendo desde hace más de treinta años, pues en un viaje que hizo al Brasil por el río

171
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Cuadro tercero: Aquileo, encadenado/ por sus verdugos esta/ y es de continuo ultrajado/ por Velarde y otros más/
victima de la codicia/ de un moderno Belcebú/ gime un hombre sin justicia/; sin justicia, en el Perú/ y sin que la autoridad/
oyendo estos atentados/ quisiera inquirir la verdad/ y antes, en la impunidad/ continúen los malvados./
Periódico La Felpa, Año I; Numero 1. Iquitos-Perú. Archivo General de la Nación. Fondo Ministerio de Relaciones
Exteriores. “Documentos relativos a las violaciones del territorio Colombiano en el Putumayo”

Caquetá en el año de 1860 presenció en el Cahuinarí, el afluente del río Caquetá, la extracción de centenares de
indiecitos que llevaban en grandes embarcaciones de remo (…)”323.

Ordóñez era una “baquiano” o conocedor de la región que se había desempeñado durante cuatro años –desde
junio de 1858- como corregidor de Mesayá y fue allí donde supo, por los indios “de esa tribu (Guaques), que los
comerciantes del Brasil subían frecuentemente hasta el ‘Salto Grande’ (Araracuara), en el río Caquetá, con el fin
de extraer zarza y otros artículos de los bosques (…) y que el principal comercio que hacían era comprar indios”.
Así las cosas, en el mes de abril de 1861 decidió “ir en busca de los comerciantes brasileros, porque a conse-
cuencia de la guerra, que en toda la república se generalizó en esta época, no llegaban a Mesayá los artículos de
primera necesidad para la vida”, y con este fin se embarcó en el Caquetá con ocho indios.

Tras vencer las incontables dificultades de la navegación, llegó finalmente a la desembocadura del río Cahuinarí,
afluente del Caquetá “que tiene su origen en el terrenos que median entre el Putumayo y Caquetá, donde habi-
tan varias tribus, entre ellas la de los Carapanaces, Jejenes, las que son en extremo numerosas”. Allí encontró en
relaciones comerciales con dichas tribus a varios brasileros, entre ellos a un señor Francisco de la Chácara Praya,
vecino de Santarem y residente en Tefé quien se titulaba “comandante de todas esas tribus y que decía había
sido nombrado tal por las autoridades” de esta última localidad.

323 QUINTERO, Alejandro. “Informe sobre la trata realizada por brasileros de los indígenas del Caquetá, Cahuinarí”. 1892.
172 Archivo Histórico Departamental de Nariño (Pasto), de aquí en adelante citado como, AHDN: PC (09), Fols. 6–17.
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Augusto Javier Gómez López

Después de fuertes altercados entre Ordóñez y de La Chácara, relativos a las respectivas soberanías de la Nueva
Granada y Brasil en aquellos territorios, aquél convocó a los indios del lugar a una reunión “a la que asistieron
cerca de trescientos y habiéndoles preguntado a qué nación pertenecían, uno de dichos indios, que era Capitán,
llamado Venso, dijo: ‘(…) que por sus mayores sabía que todo ese territorio pertenecía a la Nueva Granada y no al
Brasil’, haciendo igual manifestación varios otros de los capitanes”324. Luego de estos pronunciamientos, Ordóñez
pidió a de la Chácara que en su presencia declarara ante aquellos que él no era autoridad de ellos y que todos
esos terrenos pertenecían a la Nueva Granada. Con aquella confesión se manifestaron sumamente dichosos los
indios, “dando muestra de que no habían estado contentos con los brasileros porque decían que éstos los lleva-
ban cada año hasta Manaos a trabajar forzosamente”.

Según testimonios también de los mismos indios, los brasileros los llevaban “constantemente” a su país como
esclavos y sabían de cierto que en aquel momento “el señor Chácara tenía en su canoa algunos”, como pudo
comprobarlo Ordóñez, quien “habiendo ido a verla encontró en ella más de sesenta indios aprisionaos con gri-
llos de madera puestos a los pies de cada indio y remachados con clavos de hierro”. Ante aquel cuadro, exigió
la inmediata liberación de los cautivos, lo que en efecto se hizo, pero “por la noche los volvieron a coger y los
mandaron en distintas canoas para las poblaciones brasileras”, de lo cual Ordóñez tuvo conocimiento cuando ya
era demasiado tarde para intervenir.

Otros comerciantes brasileros que estaban en ese mismo lugar, entre ellos José Praia Sosa, vecino de Santarem, Lo-
cadio N. y Antonio Carvara de Tefé, quienes “también tenían indios para exportar”325,  al enterarse de la protesta de
Ordóñez los liberaron para, al poco tiempo, llevarlos al Brasil tal y como había sucedido con los anteriores libertos.

Vencido por las evidencias, Ordóñez terminó informando que, pese a sus protestas en contra de tal comercio,
nada se logró conseguir porque los brasileros continuaron “el saque” de indios para esclavizar. Adicionalmente

Cuadro cuarto: Mutilaciones atroces/ ejecutan sin cesar/


aquellos hombres feroces/ en apartado lugar/ y esa raza desdichada/
sin la menor protección/ es de continuo inmolada/ victima de la ambición/.

refirió que, según pudo constatar, era mayor el número de los que perecían durante el tránsito que el de los que
llegaban vivos al territorio del Imperio porque en los veinte días de su permanencia en el Cahuinarí, adonde
llegaban los comisionados para comprar indios, conoció las cifras de cuántos se habían comprado y cuántos
habían muerto, a la par que presenció el fenecimiento de varios de los que allí habían sido conducidos desde
los centros de las montañas: “Después de ese tiempo, hasta la fecha (24 de septiembre de 1870) ha continuado
el mismo comercio [que] anualmente entran de treinta a cuarenta canoas a sacar indios”. En el mes de abril de
1876, cuando partió para el Brasil por el río Caquetá, desde el punto de la confluencia del Cahuinarí con aquél,
se topó con varias canoas que entraban y salían por dicha arteria fluvial, y “todas iban con el fin de sacar indios”
y otros artículos de comercio.

Marcelino Silva y Máximo N., vecinos de Teffé, eran dos de aquellos comerciantes que por la época ascendían
el Caquetá para sacar indios. El negro Benedicto N., un vecino de Obidos “en el Imperio del Brasil”, solía remon-
tar también, en compañía de Manuel Cuellar, colombiano y agente de los brasileros, las aguas del Caquetá con
el mismo propósito. Cuando estos individuos fueron interrogados en Mesaya (en el punto de Cuemañi) por
Ordóñez, el 1 de abril de 1870, “no tuvieron embarazo en manifestarle que habían venido con el fin de sacar
caucho y que en el Salto Grande de Araracuara quedaban cuatro canoas brasileras con su tripulación respectiva
pertenecientes a José Praya Sosa, Romualdo N., Benedicto N., de Tefé, los que habían venido a comprar indios
salvajes y a contratar mesayinos; estos salvajes que llevan hoy los brasileros, son los que están ya en relación de
comercio con los traficantes colombianos y los que por primera vez trataron (con Ordóñez) en el año de 1862,
desde cuya fecha entraron en relación de comercio con los racionales”.

324 Ibid. Fols. 9-11.


325 Ibid. Fols. 10-11.
173
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

El Encanto. Fotografía realizada por Carlos Rey de Castro. 1914. Shammanism a study
in colonialism, and terror an the wildman healing. The university Chicago Press.
Chicago and London. Los avances expansivos de la Casa Arana le permitían
ondear el pabellón del Perú en regiones legalmente Colombianas.

En esa ocasión, Ordóñez no pudo más que prevenir a los indios de Cuemañi para que ninguno se comprometiera
a ir a Brasil, y así lo hicieron desistiendo entonces los comerciantes de su propósito si bien “Benedicto perdió
algunos efectos que había dado ya a los Guitotos (sic) o salvajes vecinos de Cuemañi, los que habían recibido en
cambio de los indios, por la oposición que encontraron (…) pero hasta la fecha no se ha dictado ninguna provi-
dencia para impedir el que los brasileros se lleven a los infelices indios para esclavizarlos”326.

Las referencias históricas relacionadas con el papel de grupos indígenas, como intermediarios en el tráfico de
esclavos nativos, son especialmente frecuentes en el lapso comprendido entre 1860 y 1900:

“En el año de 1884 estando de Tonantis, vi salir de ese lugar para el Ignara Paraná (sic), afluente del
río Putumayo una lancha a vapor de propiedad de un señor apellidado Remedios, que iba a recibir
los indios que tenían pagados a los de una tribu de Mirañas y que sirven de intermediarias para el
infame tráfico. En el mismo Tonantis (Tocantíns) vi en las casas de algunos de los vecinos del pueblo
indios arrancados por la fuerza de las selvas del Putumayo y Caquetá. De estos hechos puede dar
también razón el señor Antonio Angarita, ciudadano colombiano que entonces moraba en Tonantis
como yo, y hoy reside en Iquitos. Hace tres años que, surcando el río Putumayo de viaje por el Bra-
sil, encontré subiendo aquel río una lancha a vapor que iba al Ingará Paraná (sic) a recibir los indios
ya comprados y a pagar otros para el año venidero. Abordé la lancha, reconvine al capitán dueño
de ella manifestándole que hacían mal en hacer tráfico con aborígenes colombianos y aún le hice
presente que nuestro gobierno al saber aquellos inconvenientes se indignaría y con razón. Como en

326 ORDÓÑEZ, José A. “Informe sobre la necesidad de reducir a los indígenas de los ríos Caquetá y Putumayo”. 1870. ACC:
174 Archivo de la Gobernación, Pág. 108, Leg. 35, Fols. 8-11.
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absoluto no tenía ninguna fuerza, no pude impedir aquello. Es también verdad que están dejando
despobladas las márgenes y selvas del Putumayo, del Caquetá y todos los afluentes de éste”327.

La trata de indígenas se incrementó en el curso de la segunda mitad del siglo XIX y, por su causa, sociedades nati-
vas enteras de la región amazónica colombiana padecieron el destierro y el exterminio, fenómeno que ocasionó
la paralela desaparición del conjunto de todos los vínculos de intercambio interétnico que habían surgido desde
tiempos prehispánicos.

Rafael Reyes, quien en condición de empresario de las quinas recorriera el Putumayo en la década de 1870, des-
cribió así las circunstancias y la magnitud de este bárbaro tráfico humano:

“Estas tribus salvajes tienden a desaparecer, aniquiladas por las epidemias, abusadas y sacrificadas por lo que
hacen la caza y comercio de hombres, como en África, y por los negociantes en caucho. El comercio o trata
de indios se hacía en el tiempo que con mis hermanos Enrique y Néstor hicimos las primeras exploraciones.
Los tratantes de hombres penetraban en grandes canoas llamadas batelones en los ríos Putumayo y Caquetá
y excitaban a las tribus más fuertes a que hicieran guerra a las más débiles y les compraran los prisioneros, de
los cuales conservaban algunos para sacrificar en sus fiestas, dándoles en pago alcohol, tabaco y cuentas de
vidrios, espejos y otras baratijas. Después que los tratantes o compradores de indios recibían su mercancía,
embarcaban en los batelones apiñados unos sobre otros como sardinas hombres, mujeres y niños atados
con cuerdas de pies y manos, desnudos, devorados por los moscos y sin protección contra los rayos del sol,
que hacen subir la temperatura hasta cuarenta y cinco grados centígrados, y contra las copiosas lluvias. Los
alimentaban escasamente y en estas condiciones el cargamento humano gastaba varias semanas en llegar al
mercado de su destino en las márgenes del Amazonas. Muchos de estos individuos morían de hambre o de
mal tratamiento. Este bárbaro comercio puede compararse al de los negros en África. El cargamento humano,
una vez que llegaba a las aguas del Amazonas, se vendía en los caseríos y poblaciones de estas márgenes por
precios muchas veces mayores de su costo. Las madres se separaban de sus hijos, los maridos de sus mujeres
y eran destinados a lugares tan distantes unos de otros que no volvían a verse y se les trataba como esclavos.
La ley brasilera no autorizaba este bárbaro tráfico, pero en aquellos lugares despoblados la acción oficial po-
día fácilmente burlarse y la trata de carne humana se hacía a contentamiento de la mayoría de los habitantes
de las márgenes del gran río quienes utilizaban los indios-esclavos para la recolección del caucho, la pesca y
para la caza. Durante el tiempo que yo estuve con mis hermanos en aquellas exploraciones, logramos destruir
por completo el comercio de indios en territorio colombiano regado por los ríos Putumayo, Caquetá y sus
afluentes y para esto el gobierno del Brasil nos prestó su eficaz apoyo”328.

Hacia finales del siglo XIX, la explotación cauchera se realizaba, acorde con lo descrito, en las selvas del piede-
monte, y para su acometimiento los empresarios se valían de personal contratado o “enganchado” en Huila,
Tolima, el Gran Cauca y el actual departamento de Nariño.

Sin embrago, la rápida destrucción de los árboles productores de látex obligó a éstos y a los de caucho a des-
plazarse hacia las selvas más orientales donde, dadas las dificultades y los altos costos del aprovisionamiento
de los trabajadores mestizos, se fomentaron los mecanismos ya aludidos de conquista, endeude y esclavización
de los grupos indígenas existentes tanto en la planicie del Putumayo como en el conjunto de la región, y desde
entonces la disputa por la fuerza de trabajo nativa se convirtió en un hecho recurrente en la medida que los
traficantes y empresarios caucheros de Colombia debieron disputarse la “propiedad de sus indios” ya no sólo
con los tratantes brasileros sino también con los comerciantes y caucheros de Perú, según informes oficiales de
la época: “Hay cerca de 300 hombres peruanos explotando los cauchales del Putumayo y algunos de ellos se
dedican también a ejercer actos de piratería atacando a mano armada a los infelices indios exterminándolos o
tomándolos prisioneros para venderlos después”329.

Estas querellas entre empresarios colombianos y peruanos en torno a la fuerza de trabajo indígena y el caucho
silvestre se convirtieron años más tarde en pugnas territoriales y políticas fronterizas como las que dieron ori-
327 QUINTERO, Alejandro. “Informe sobre el tráfico de indios del Igara Paraná del que participan los Miraña como interme-
diarios”. 1890. AHDN: PC (09), Fols. 6-17.
328 REYES, Rafael. Memorias… Págs. 142-143.
329 ESPINOSA, Manuel. “Comunicación emitida desde el Consulado de Colombia en Iquitos, Perú, dirigida al Ministro de
Gobierno”. 1899. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sección primera, T. 13. Fol. 947.
175
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

El Liberal. Eugenio Robuchon. 1907. Shamanism a study in colonialism and terror an


the wild man healing. The university of Chicago Press. Chicago and London.
Vapor de la casa Arana para el transporte de caucho y mercancías.

gen al conflicto colombo-peruano de 1932, si bien el primer motivo de discordia, la captación de mano de obra
esclava, había perdido toda importancia dos lustros atrás (mediados de la década de 1910), como consecuencia
de la caída de los precios internacionales del látex, hecho que aparte de golpear las exportaciones contribuyó a
la progresiva disminución del comercio sistemático de seres humanos en el Putumayo y el conjunto de la región
amazónica.

A manera de cierre de esta primera parte, es pertinente manifestar que elegimos abrir esta obra emprendiendo
un largo y sinuoso peregrinaje por todos aquellos pensamientos, proyectos y sueños decimonónicos, y del siglo
XX, a veces laberínticos, de políticos, militares, empresarios, religiosos, funcionarios públicos, científicos, explo-
radores e incluso aventureros, quienes dejaron testimonios y hasta versiones de cómo integrar la Amazonia a la
“civilización”, al “progreso” y, ya muy avanzado el siglo pasado, al “desarrollo”.

En otras palabras, hicimos un recorrido por las más diversas y peregrinas propuestas, desde el cruce de sangres
entre “salvajes” y “civilizados” hasta los trazados más fantásticos de leñocarriles por el corazón de la selva y otras
grandes obras proyectadas para incorporar a la nación una “tierra sin hombres para hombres sin tierra”, y dimos
cuenta de un conjunto de fenómenos de muy diversa índole –económicos, demográficos, espaciales, territoria-
les, políticos y religiosos, entre otros- en virtud de los cuales se produjeron profundas trasformaciones en el pie-
demonte amazónico colombiano a partir del siglo XVI, como la explotación aurífera emprendida bajo el régimen
de la encomienda y el avance y retroceso de las misiones católicas durante los siglos XVII y XVIII, sin soslayar en
este importante punto el impacto y fracaso de las mismas y, por supuesto, la resistencia de los grupos indígenas
comprometidos en los procesos de evangelización y reducción intentados por los franciscanos.

De igual manera quisimos describir y caracterizar el conjunto de grupos étnicos que, después del declive misional
176 de la orden franciscana, siguieron siendo parte fundamental de las territorialidades secularmente construidas,
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

presumiblemente desde los tiempos prehispánicos, en el piedemonte. Así mismo, nos preocupamos de caracte-
rizar, demográfica, económica, cultural y territorialmente, los grupos indígenas establecidos y consolidados en
el piedemonte del Putumayo hasta mediados del siglo XIX, analizando y describiendo a la par cómo este ámbito
particular continuaba a la sazón sirviendo de espacio integrador entre las tierras altas de los Andes y las tierras
bajas de la planicie amazónica.

A manera de conclusión, recapitularemos que, una vez trascurridas las guerras de Independencia y surgidos los
sueños de la formación de una nación, se emprendieron los primeros esfuerzos republicanos destinados a aco-
meter la integración de la frontera amazónica mediante la creación del Territorio del Caquetá. El posterior auge
comercial internacional de las quinas y el caucho propició avances preliminares de empresarios y extractores so-
bre el piedemonte y la planicie y por obra de las características extractivas de esos episodios, los que conllevaron
la instauración del endeude, la servidumbre y la esclavitud nativa, se iniciaron profundas trasformaciones demo-
gráficas, económicas y socioculturales. Y desde finales del siglo XIX y a todo lo largo de la centuria siguiente, la
colonización avanzó sobre los territorios indígenas del piedemonte, en gran medida bajo la acción de la misión
capuchina, en lo que definimos como un lento y conflictivo proceso de integración en virtud del cual se fueron
dibujando nuevos mapas del piedemonte como resultado de la invasión y el despojo de los territorios indígenas,
proceso que desde mediados del siglo XX fue así mismo acicateado por la exploración y la explotación petroleras
y condujo a la avanzada colonizadora hasta las últimas fronteras de las tierras de indios.

Por consiguiente, la Segunda parte de este trabajo estará dedicada, a describir y analizar, de manera más profun-
da y detallada, dichos procesos de colonización e incorporación permanente del piedemonte del Putumayo, en
el marco general de expansión y definición territorial del Estado y sus fronteras, tanto internas como externas,
en el siglo XX.

177
Dialogo entre un Indígena del Valle de Sibundoy y un campesino del Huila. EGAR. 1972.
Archivo fotográfico INCORA. Tomo 1 Año 1972. La comprensión indígena del territorio al integrar
en ésta visión: lo mítico; lo histórico; lo social, contrasta con la visión especializada que se tiene
del universo por parte del conocimiento occidental.
Segunda parte
Indios, colonización y conflictos
Vista general del Valle de Sibundoy. Archivo fotográfico INCORA. Putumayo, Tomo 4 Año 1967. Allí surgieron, desde los
comienzos del siglo XX, extensas propiedades destinadas a la ganadería. La Misión capuchina y propietarios de Pasto
fueron apoderándose de las tierras del valle despojando de estas a los indios.
4. El valle de Sibundoy:
colonización y conflictos

Es necesario plantearlo de una vez por todas: no se puede seguir llamando “colonización” a la invasión y al des-
pojo de las sementeras, de las heredades y, en general, de los territorios indígenas. Ya no es posible continuar
ignorando la existencia de otras historias, otros procesos y otras territorialidades construidas desde un pasado,
profundo en el tiempo, como tampoco lo es insistir en excluir e invisibilizar al indio por medio de ese viejo
silencio, parecido al olvido, que en torno a él, su pasado y su real y vital existencia se ha mantenido de modo
persistente.

El valor de la obra Siervos de Dios y amos de indios y, por supuesto, el coraje civil de su autor, Víctor Daniel Boni-
lla, consiste en haber revelado no sólo esa historia de tal despojo, sino, de suyo, en haber develado la existencia
de los indios aun a costa de ser demandado por “calumnia” o acusado de incurrir en una “mentira”.

Más bien, en el caso específico del valle de Sibundoy, y en gran medida del piedemonte del Putumayo, la acep-
ción de colonización debe ser la de incorporación creciente de estos seculares espacios étnicos, de estas territo-
rialidades al mercado de tierras y a una nueva red de relaciones, que como cierto tipo de agricultura y la produc-
ción ganadera se fomentaron, se consolidaron progresivamente y se destinaron al abastecimiento de mercados
regionales e interregionales de Nariño, Cauca y Valle del Cauca. Fuera de estas implicaciones, en esencia eco-
nómicas, bajo la acepción que proponemos, la colonización debe entenderse también como un cambio funda-
mental en lo que al conjunto de relaciones sociales, culturales, políticas y religiosas de cohesión, administración,
adjudicación y uso del espacio –de las sementeras, caminos y chagras comunales, entre otros- se refiere, es decir,
y a manera de ejemplo, a la sustitución del cabildo y de los “taitas” y “ancianos” por la prefectura apostólica, por
un “cabildo” que, dirigido estatutariamente por la misión, y cuyos miembros también escogidos e impuestos por
los religiosos, fue adquiriendo el papel y la función de “concejo” municipal.

Estas, en principio, y otras que luego aparecerán, son por consiguiente las significaciones y dimensiones del con-
cepto de colonización que hemos querido esclarecer en el caso específico del valle de Sibundoy y el piedemonte
del Putumayo, dejando por fuera, en relación con estos ámbitos y por todas las razones hasta ahora expuestas,
la proverbial y equívoca figuración de espacios vacíos y despoblados, presumiblemente ocupados e integrados
por nuevos habitantes o inmigrantes.

Desde un pasado que se remonta al siglo XVI, la tierra en sí misma, tanto como el acceso a ella, a su usufructo
y propiedad, ha sido, sin duda, el principal factor de pugna económica, social y política que distingue el largo
proceso de formación y consolidación de la sociedad colombiana o nacional. Todavía hoy, ya entrado el siglo XXI,
cuando el mapa del país se caracteriza por la concentración de la mayor parte de su población en los ámbitos
urbanos, contrario a quienes opinan que el problema agrario ya está resuelto, las luchas por la tierra y, en gene-
ral, los conflictos agrarios no sólo persisten sino que constituyen una de las causales fundamentales de violencia.
Putumayo. Mocoa I, 1934. Militares
colombianos. Álbum personal del Mayor
Carlos Alberto Vergara Puertas. Propiedad
de Eduardo Ariza.

No se trata, repetimos, de un asunto


exclusivamente económico: la tierra ha
sido, desde el periodo colonial, fuente
de prestigio social, de “señorío”, lo mis-
mo que un factor imprescindible para
acceder al crédito, pero también, y des-
de el siglo XIX, a la ciudadanía y a ciertos
derechos civiles. Entre tanto, la tierra
entraña aún para los indígenas significa-
dos y valores mucho más profundos, al
punto que su tierra, la de sus ancestros,
la de sus querencias, donde habitan sus
“difuntos”, no es ni será nunca igual a
otra. En consecuencia, la naturaleza de
los conflictos suscitados allí donde la
pertenencia a una heredad comprome-
te vínculos más entrañables que la mera
propiedad, obliga por lo menos a inten-
tar la comprensión de una geografía
sacralizada, de un paisaje habitado por
seres ancestrales, míticos, que se con-
funden con las aguas, las montañas, los “ríos profundos” –acotando a Arguedas- y son, precisamente, expresión
de antiquísimos procesos de construcción de la territorialidad.

Ahora bien, desde una perspectiva más amplia, la historia de los conflictos por el espacio y sus recursos no se
inauguró en el valle de Sibundoy con la llegada de la misión capuchina, tal y como podría haberse sugerido,
pensado y proyectado en las últimas décadas. En parte, uno de los aportes de este trabajo, de este esfuerzo de
investigación fundamentado en nuevas fuentes documentales, es el de haber logrado demostrar que, más allá
de un idílico pasado indígena, y antes de la llegada de los monjes, surgieron intensas disputas territoriales entre
los indios mismos –incluso entre los pertenecientes a una misma etnia o al menos entre quienes compartían
una única lengua, como los de Santiago y San Andrés-, disputas que se materializaron hasta en enfrentamientos
físicos y que alcanzaron graves expresiones de violencia y crueldad entre los tradicionales pobladores del valle
de Sibundoy.

Así mismo, y en contra de la tan arraigada creencia y convicción de que la colonización se emprendió en el valle
de Sibundoy y de modo general en el Putumayo a partir del establecimiento de la misión capuchina, hemos lo-
grado dar cuenta de procesos como la fundación de la población de Molina por parte de colonos que posterior-
mente debieron vivenciar su incendio y deliberada destrucción por parte de indios que, según los testimonios,
actuaron bajo órdenes expresas de los capuchinos, quienes luego levantarían sobre sus cenizas la hacienda La
Granja.

Estos y otros aspectos históricos, económicos, políticos y jurídicos conexos, han sido desarrollados en este ca-
pítulo, en el cual nos hemos esmerado, también, en analizar y describir minuciosamente esa invasión y despojo
de las heredades indígenas por parte de la Misión y los colonos, lo mismo que en emprender el seguimiento de
la creación y legalización de un resguardo –que finalmente resultó siendo dos- cuya existencia, a finales de la
década de 1960, no logró ser establecida por los juristas y asesores del INCORA, quienes, sobra decirlo, tampoco
pudieron demostrar su vigencia, tal y como lo manifestó el destacado investigador Roque Roldán, funcionario a
quien se le encomendó institucionalmente la labor de desentrañar el asunto.
182
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

4.1. El valle de Sibundoy: las disputas territoriales entre


los Inga de Santiago y los Inga de San Andrés

“Al salir de los desmontes, se ofrece a la vista del viajero un extenso y hermoso valle, tan pleno y festivo como
la sabana de Bogotá: es el valle de Sibundoy. Aunque habíamos oído hablar de él, no teníamos cabal idea ni
de su formación, ni de su amplitud, ni de su importancia, ni de su riqueza: se goza de una sorpresa gratísima
al contemplarlo y se maravilla el hombre de algún criterio económico al considerar inmediatamente, cómo ha
podido conservarse esta riqueza ignorada y cómo desdeñada por la industria, a ocho leguas distante de una
ciudad, de tan laboriosos habitantes, como Pasto”330.

El valle de Sibundoy, descrito en los tiempos republicanos como uno de los paisajes más “pintorescos” y sorpren-
dentes, y una de las tierras más fértiles del sur del país, hace parte del conjunto de la así denominada “Región de
Sibundoy”, es decir, la cuenca superior de captación de aguas en las nacientes del río Putumayo, cuyo cauce, aún
estrecho en este tramo, cruza el valle y va aumentando a medida que se alimenta con la caída de las aguas del
San Pedro y muchas quebradas pequeñas. A unos 50 kilómetros de Pasto, el valle de Sibundoy, con un agradable
clima de 18°C y encerrado por elevadas montañas que partidas por una gigantesca garganta o rotura dan paso a
las aguas ya caudalosas del río Putumayo, ha sido territorio vernáculo de importantes grupos indígenas, así como
lugar de asentamiento y fundación de nuevas poblaciones que se fueron formando con la llegada progresiva de
colonos desde finales del siglo XIX. En este punto, permítasenos introducir aquí la necesaria perspectiva del geó-
grafo respecto de la formación de dicho valle y el origen y oficio de sus pobladores:

“Como producto del fuerte tectonismo, en el centro de esta hoya hidrográfica se ha formado un pequeño
valle por hundimiento, de unos doce kilómetros de longitud, en donde se ha acumulado, por muchos siglos,
cenizas y detritos volcánicos junto con los acarreos fluvio-glaciales de la cuenca. Esto ha formado suelos relati-
vamente buenos y profundos, aunque con cierto nivel de acidez que debe ser corregido desecando pantanos
y agregando cal. En las partes altas se cultiva papa, maíz y hortalizas, mientras que en la planicie hay ganadería
de leche y engorde, con un nivel de tecnificación mínimo. En una herradura alrededor del valle, con una altura
media de 2.000 metros, se ubica un cordón de pueblos, algunos de ellos de origen precolombino, habitados
por indígenas Ingano y Kamsá, predominantes en Sibundoy, San Andrés, Santiago y Colón, y por colonos
blancos y mestizos, asentados principalmente en San Francisco. La carretera, que viene de Pasto y sale hacia
Mocoa, rodea el valle comunicando todos estos pueblos entre sí”331.

Siguiendo los planteamientos de Roque Roldán, los especialistas han concordado en afirmar que la extensión to-
tal del valle de Sibundoy, es decir, si se suman la parte plana y la zona montañosa, alcanza una superficie de unas
40.000 hectáreas, de las cuales el valle propiamente dicho o área llana del mismo tiene cerca de 8.500 hectáreas.
Es pertinente señalar, en relación con esta última superficie, que una buena porción de estas tierras planas per-
manecían inundadas todo el tiempo, mientras que la otra se inundaba de modo periódico o estacional, y ambas,
en su conjunto, conformaban las tierras del valle conocidas comúnmente como “El Totoral,” las cuales abarcaban
un poco menos de la mitad de su extensión total332.  Sin embargo, durante el transcurso de la primera mitad del
siglo XX, una parte de los terrenos anegadizos fue progresivamente adecuada e incorporada, para la ganadería y
la agricultura, tanto por la Misión como por colonos e indígenas, mediante la construcción de zanjas.

330 TRIANA, Miguel. Por el sur de Colombia… Pág. 359.


331 DOMÍNGUEZ OSSA., Camilo A. “Construcción territorial…”. Págs. 57-74.
332 A mediados del siglo XX, el padre de Igualada describió el valle y la causa de su parcial inundación: “Como cosas no-
tables dentro de la orografía de nuestro ámbito misional, el valle de Sibundoy, a 2.200 metros de altura. Valle fertilísimo
tapizado de grandes y verdes prados dedicados a la ganadería y en el centro pequeñas lagunas formadas principalmente
por la confluencia de los ríos que bajan en todas direcciones para engrosar el Putumayo, que sale con un caudal res-
petable, aunque contenido por las rocas que le dejan un punto único de salida en el valle. Esto es lo que ocasiona las
mencionadas lagunas y, en sus alrededores, una gran extensión de terreno pantanoso improductivo, que podría dar
gran rendimiento agrícola si se volaran las rocas que resacan el río (...). Alturas notables, todas ellas a bastante más
de 3.000 metros, las de los cuatro colosos que rodean el valle de Sibundoy, el Patascoy, el Bordoncillo, el Cascabel y La
Tortuga (...)”. Tomado de: IGUALADA, Bartolomé de. “Testimonio acerca de los terrenos de la Misión Capuchina”. Abril
de 1962. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 198, carpeta 1738, Asuntos Indígenas, Fol. 21.
183
Festividades Kamsá. Gregorio Hernández de Alba. S.f.
Archivo fotográfico ICANH.

A comienzos de la década de 1960, cuando el


INCORA creó el Proyecto Putumayo número 1,
en virtud de la Resolución 143 del 6 de julio de
1964, la extensión que seguía inundada de ma-
nera permanente era de 2.038 hectáreas y la
que periódicamente se anegaba era de 1.951,6
hectáreas333.  En atención a esta situación, dicho
proyecto tenía precisamente contemplado, entre
sus objetivos principales, realizar las obras perti-
nentes a fin de regular los caudales de corrientes
–y así mediante acequias defender esa parte del
valle contra las inundaciones-, poner bajo “ex-
plotación intensiva” cerca de 7.000 hectáreas y
modificar la estructura de la tenencia de la tierra
asentando unas 450 familias indígenas en consi-
deración al hecho de que esta población estaba
siendo desplazada, cada vez más, hacia los cerros
o parte alta, donde tenía menos posibilidades de
sobrevivir.

El valle de Sibundoy ha sido, desde tiempos in-


memoriales, el hábitat de dos grupos indígenas
claramente defirenciados en cuanto a sus res-
pectivas territorialidades, lenguas y estructuras
de organización social. El primero lo conforman
los indios de habla quechua conocidos como “In-
gano” o “Inga de Santiago”, y los “Inga de San
Andrés”, a quienes en el pasado se les solía re-
conocer como “los Putumayo”; y el segundo lo
integran los Kamsá, o Sibundoyes, cuya lengua, designada peyorativamente como “coche”, presenta caracterís-
ticas muy específicas y sin nexos o similitudes lingüísticas con otras lenguas de grupos vecinos o más distantes,
según los especialistas. Siguiendo las propias versiones de los indígenas Inga del valle, los “Inga de Putumayo”, o
“Putumayos”, fueron los últimos en llegar al valle de Sibundoy y es probable, de acuerdo con nuestra perspectiva
de los hechos, que hubiesen arribado a la zona en tiempos coloniales.

Censo de 1904334
Territorio de Putumayo
(Datos recogidos en el archivo de la Intendencia)

Circunscripciones Indios Blancos Totales


San Andrés 700 0 700
Santiago 1.200 30 1.230
Sibundoy 800 40 840
San Francisco 0 200 200

333 ROLDÁN ORTEGA, Roque. Anotaciones sobre el problema jurídico de las tierras del valle de Sibundoy, Putumayo. Bogotá,
febrero de 1971. Instituto Colombiano de la Reforma Agraria. Subgerencia Jurídica. División de Adjudicaciones. Archivo
del INCORA, citado a partir de aquí como AI: No. 40.893, Fols.10-19.
184 334 Tomado de: TRIANA, Miguel. Por el sur de Colombia… Pág. 392.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Las características y drásticas trasformaciones demográficas del conjunto de estos grupos indígenas del valle
ameritan la elaboración de un trabajo histórico específico, por lo menos en lo que a su comportamiento en los
últimos siglos respecta. Las cifras, por ejemplo, del Censo de 1904 (véase Tabla), a nuestro criterio bastante
confiables y que fueron rescatadas de los censos locales por Miguel Triana a su paso por dicho valle a comienzos
del siglo XX, contrastan apreciablemente con las que ya hemos citado en un capítulo precedente. Así tenemos
que los Kamsá o “Sibundoyes”, según las cifras del año de 1845, sumaban 1.500 individuos y, según Triana, no
pasaban de 800 en 1904.

Esta notable reducción, teniendo en cuenta, precisamente, la confiabilidad de las fuentes citadas, debe ser ana-
lizada y explicada de modo satisfactorio desde una perspectiva histórica, quizá como consecuencia de las re-
currentes enfermedades y epidemias que padecieron en la segunda mitad del siglo XIX en virtud de la masiva
incorporación de los Sibundoyes a la extracción y trasporte de las quinas por parte de los hermanos Reyes y su
empresa. En esa época, la gripe tuvo fatales consecuencias entre ellos, tal y como el propio Rafael Reyes lo na-
rró en sus Memorias refiriéndose en concreto a la amenaza que le hiciera el cacique de los Sibundoyes, Pedro
Chindoy, de desterrarlo por el temor al “catarro”335 habida cuenta de las muchas muertes causadas años atrás
por la viruela, en la década de 1860, y a cuyo tratamiento curativo se resistieron obstinadamente los indios bajo
la convicción de que los “blancos” les inoculaban el virus deliberadamente para matarlos, según lo informó el
Prefecto Pedro Urrutia en 1868:

“(...) estos infelices, que ignoran todavía que la humanidad se ha salvado, se está salvando y se salvará de tan
terrible azote con la inoculación del virus, están sobrecogidos de la fatal idea de que los blancos traen esa
materia para matarlos (...). Es posible, Señor Secretario, que los demás pueblos del territorio, impuestos de
lo eficaz de la vacuna, como preservativo indudable de la viruela, abandonen el horror que le tienen como
a enemigo y la hagan el justo honor de salvador, para que más tarde acepten su aplicación sin resistencia de
ningún género”336.

En este mismo contexto, y desde los tiempos de la bonanza comercial de las quinas, deben contemplarse la hui-
da y los desplazamientos, hacia las montañas y las selvas, de un número indeterminado de familias al ritmo del
avance de los “blancos,” además de la dramática “época de los suicidios”, a comienzos del siglo XX, que coincidió,
precisamente, con la llegada de los primeros colonos y el arribo de los misioneros capuchinos, y durante la cual,
según testimonios directos y explícitos, “desaparecieron”, por razones que sin embargo soslayan esta circunstan-
cia, varios centenares de indios Kamsá o Sibundoyes:

“Para cerrar el cuadro sobre los sibundoyes, falta decir que practican la nefasta costumbre del suicidio. Allí
hay un panteón con más de cuatrocientos recientes imitadores del famoso Iscariote. Por una deuda de veinte
pesos, por una decepción de amor, por una azotina injusta, desatan la faja de su cintura y con ella se cuelgan
del primer árbol que encuentran. (…) Por esta razón, por la falta de higiene, por la supervivencia de hechice-
ros, médicos, brujos, envenenadores o como quiera llamárseles y por otros vicios, que nos conviene no hacer
notorios para no pasar como faltos de benevolencia, esta parcialidad está próxima a desaparecer”337.

En consecuencia, y tomando en consideración que el valle de Sibundoy, y de manera más general el piedemonte
del Putumayo, ha sido tradicionalmente un espacio de frontera, de confluencias económicas y culturales, pero
también de disputas y conflictos, es pertinente incorporar en este punto algunas reflexiones para “dibujar”, o
sencillamente esbozar los trazos del “mapa” que se fue configurando en el curso de los últimos siglos, con el
propósito adicional de ilustrar cómo, mucho antes del ingreso y el establecimiento progresivo de los colonos y
los misioneros capuchinos, este ámbito había sido ya escenario de pugnas territoriales entre los grupos indíge-
nas mismos, tal y como debió suceder también, en tiempos más lejanos, por causa de su importante ubicación
geoestratégica, la cual ha separado al igual que unido, durante siglos, el universo de las tierras bajas de la selva
amazónica con el de las tierras altas de los Andes.

335 GOMÉZ LÓPEZ, Augusto Javier; SOTOMAYOR TRIBÍN, Hugo Armando y LESMES PATIÑO, Ana Cristina. Amazonía colom-
biana: enfermedades y epidemias. Un estudio de bioantropología histórica. Premios Nacionales de Cultura, Ministerio
de Cultura. Bogotá, 1998. Pág. 110.
336 URRUTIA, Pedro. “Informe sobre las costumbres de los indios del Putumayo y sus concepciones sobre las causas de las
enfermedades”. 16 de febrero de 1868. ACC: Archivo de la gobernación, Pág. 99, Leg. 22, Fols. 9-18.
337 TRIANA, Miguel. Por el sur de Colombia… Pág. 366
185
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Sibundoy. A la derecha la casa de la misión; en medio la iglesia; en la izquierda la casa de las reverendas madres
franciscanas. Comunidad Religiosa Capuchina. 1917. Informes sobre las misiones del Caquetá Putumayo, Guajira,
Casanare, Meta, Vichada, Vaupés y Arauca. Bogotá. Imprenta Nacional.

En el siglo XIX, el “mapa” de los asentamientos humanos en la Amazonia se había transformado ya visiblemen-
te: la caza de esclavos nativos, las enfermedades, las epidemias, la labor misionera empeñada en “sacar de los
montes” a los aborígenes para fundar los pueblos de misiones, entre otros muchos factores, produjeron modifi-
caciones drásticas y profundas en cuanto a las territorialidades, las estructuras de los asentamientos humanos y
el orden de sus magnitudes demográficas.

Tal hecho se vivenció con fuerza, especialmente entre aquellos grupos ribereños que, por razones geográficas
e históricas comprensibles, estuvieron más próximos al contacto, lo mismo que las comunidades asentadas en
el piedemonte, las cuales debieron soportar las continuas entradas y salidas de expedicionarios, traficantes de
esclavos nativos –que pretendían repoblar el alto Magdalena, por ejemplo-, comerciantes y religiosos, quienes
obligaron a los indios a servir como acémilas, cargueros, “lenguaraces” o traductores y guías. En casos específi-
cos, como sucedió en el Putumayo, grupos aborígenes del piedemonte padecieron también, desde el siglo XVI,
la coerción de los encomenderos y de los misioneros y sus escoltas militares con el propósito de explotar los
yacimientos auríferos y servir de cargueros.

Según dijimos, y a manera de recapitulación, el piedemonte amazónico ha sido por tradición hábitat de múltiples
asentamientos y espacio de convergencia de las más variadas influencias lingüísticas y culturales, pero también
ha sido escenario de intensos conflictos y de una larga y compleja historia de desplazamientos, inmigraciones y
migraciones. Las disputas territoriales y, por supuesto, las pugnas por las rutas de comercio y los recursos –in-
cluida la mano de obra indígena- explican, en gran parte, los problemas allí suscitados.

La comprensión de los asentamientos humanos, de su formación y fragmentación y, en ocasiones, de la extinción


misma de las poblaciones del piedemonte, demanda una perspectiva histórica, es decir, una visión más profunda
en el tiempo, en tanto los acontecimientos más recientes y, en gran medida, lo sucedido a lo largo del siglo XX,
nos induce a pensar que los movimientos de población hacia esta zona han tenido exclusivamente la dirección
este-oeste, en otras palabras, que las corrientes de ocupación se han originado en los Andes. No obstante, una
arqueología del piedemonte nos enseñaría, probablemente, los vestigios de corrientes humanas que, provenien-
tes del oriente, fueron desplazándose con intención deliberada hacia el occidente, según se sugiere en la historia
y la tradición oral de muchos de los grupos amazónicos.

186
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

En cuanto a épocas más recientes, es útil recordar, a propósito, que en el transcurso de la Colonia, tanto como
en el decurso de los siglos XIX y XX, una parte apreciable de los movimientos de ocupación de este espacio se
originaron `pr una parte, en la planicie amazónica y por otra en el piedemonte ecuatoriano. Sólo desde esta
perspectiva puede entenderse por qué los conflictos territoriales –por los yacimientos auríferos, las aguas, las
áreas fértiles ribereñas, los caminos, los “varadores” y todos aquellos bienes que social y culturalmente, según la
época, se han considerado como recursos- no se suscitaron en el Putumayo, ni de manera específica en el valle
de Sibundoy, a partir del arribo de los capuchinos y los colonos, ni por causa de los procesos de privatización y
mercadeo de tierras que fue fomentándose desde los inicios del siglo XX, es decir, mucho antes de que comenza-
ra la colonización de ambas áreas por los capuchinos y los colonos –inicialmente nariñenses y caucanos y luego
huilenses, tolimenses, vallunos, caldenses, antioqueños así como gente venida de otros departamentos del país-
, se presentaron conflictos territoriales de disímil intensidad entre los grupos indígenas que las poblaban.

Corriendo “desnudos como la madre los echó al mundo”, presumiblemente expulsados de Sucumbíos, llegaron
al valle de Sibundoy los indígenas Putumayos, quienes poco a poco fueron formando el pueblo de San Andrés de
Putumayo. Huyendo “de la persecución de otras tribus” y de los asaltos que grupos indígenas comprometidos
con la trata de esclavos nativos acostumbraban adelantar introduciéndose a tal fin en otros territorios étnicos,
los Putumayos abandonaron presurosamente su territorio, conocido como Mansayoi, para radicarse, como diji-
mos, en el valle de Sibundoy y gracias al permiso, concedido por el entonces Cacique de los santiagueños, don
Carlos Tamabioi, hasta que pudiesen regresar a sus tierras, cosa que sin embargo nunca sucedió338.

Los Putumayos se establecieron en el valle, inicialmente, gracias al dicho permiso obtenido por su Cacique, Don
Francisco Criollo339, mas luego se presentaron conflictos territoriales entre éstos y sus antiguos anfitriones. Según
la versión de los santiagueños de 1871, habían transcurrido ya cerca de cinco o siete años de controversia con el
pueblo vecino de San Andrés de Putumayo y “esto acerca de nuestros respectivos límites que demarcan nuestros
linderos para con los del pueblo vecino, los cuales los demarcaron los visitadores en el año de mil setecientos
setenta y dos” pues “en los tiempos del Rey, este Señor habiéndoles dado la expresada licencia para que se radica-
sen en dicho punto de Putumayo los recién venidos indígenas del punto denominado Mansayoi (como hasta hoy
existen los vestigios de sus habitaciones) vino el Visitador Don Luis de Quiñónez y les repartió el pedazo en que
ellos debían estar hasta volver a sus habitaciones o pueblo ya expresado, Mansayoi, pero como esa descendencia
que de ese tiempo a este, aumentaron (sic), no han vuelto más a irse (...)”340.

Las fuentes permiten documentar una “larga desavenencia”, un prolongado conflicto expresado y materializado, a
veces, en episodios violentos entre los pueblos de Santiago y Putumayo –en el entonces corregimiento de Sibun-
doy- por los linderos de sus respectivos resguardos, querellas que en la segunda mitad del siglo XIX se agravaron
por causa de los ataques y ultrajes con que los santiagueños pretendían castigar a sus rivales, los Putumayos:

“Los atentados cometidos por los santiagueños con los Putumayos son los siguientes: a la una o dos de la
mañana del 17 de agosto último, una partida de indios de Santiago se apareció en el pueblo de Putumayo y,
aprehendiendo al Gobernador, que es un indio anciano y de blanca cabellera, le condujeron al pueblo de San-
tiago, arrastrado del pelo, y ultrajándolo de todas maneras, le pusieron en el cepo, le dieron 30 azotes con es-
carnio, le mantuvieron preso seis días, y no consiguió su libertad sino pagando una contribución de 12 pesos
que le exigió el Gobernador de Santiago. Igual número de azotes y de seis días de prisión sufrió otro notable
Putumayo que, compadecido, acompañaba a su Gobernador en la bárbara escena. Pero no paró todo aquí.

338 INDÍGENAS DE LA PARCIALIDAD DE SANTIAGO. “Carta al Ciudadano Presidente…”. Santiago, 8 de septiembre de 1870.
339 La versión de los santiagueños acerca del ingreso de los Putumayos al valle de Sibundoy y su establecimiento en el sitio
de Chamanoy, después conocido como San Andrés, confirma su origen de las tierras bajas: “En aquel sitio vieron una
tarde los santiagueños un humito y se maravillaron de que por ese lado pudiera andar gente; mandó el Gobernador
a un alguacil a averiguar la causa, y éste informó que era un matrimonio con su hija, quienes venían perdidos de las
tierras bajas, de donde los había dispersado un amarón (boa constrictor) que arrasó la población donde ellos vivían. El
Gobernador les ofreció hospitalidad y amparo; pero los emigrados no quisieron pasar de aquel punto, donde fundaron
el actual pueblo San Andrés de Putumayo, mezclándose con los santiagueños, pero conservando relativa independen-
cia” (TRIANA, Miguel. Por el sur de Colombia… Pág. 373).
340 INDÍGENAS DE LA PARCIALIDAD DE SANTIAGO. “Carta al Ciudadano Presidente del Estado Soberano del Cauca”. San-
tiago, 15 de septiembre de 1871. ACC: Leg. 30, Pág. 112, “Expediente sobre límites entre los pueblos de Santiago y
Putumayo en el Territorio del Caquetá”, sin foliación.
187
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Cuando amaneció dicho día, partidas de santiagueños se desplegaron por las tierras de Putumayo, llevando
el terror y el espanto por doquiera, pues en las lomas y llanadas capturaban a cuantos habían a las manos,
extrayendo a otros violentamente de sus casas, después de estropearlos, llevar gallinas y quebrar trastes. El
resultado de esta salvaje invasión fue la captura de 21 Putumayos, inclusas dos mujeres, y fueron conducidos
a Santiago donde sufrieron el martirio de 40 azotes cada uno, derramando torrentes de sangre varios de ellos
y quedando exánimes y uno postrado en cama una semana”341.

Efectivamente, y según el testimonio que por escrito dejara en 1871 el Prefecto del Caquetá, Lope Restrepo,
“desde el año de 1772, el Cacique de Santiago cedió una parte de sus terrenos a los Putumayos que se refugiaron
en ellos”, como él mismo pudo establecerlo leyendo el “voluminoso expediente” que los santiagueños le presen-
taron desde que entró al territorio, “el que según informes habían obtenido de una manera ilegal, extrayéndolo
furtivamente de un archivo de Quito”.

A partir de la lectura del expediente, Restrepo concluyó que los Putumayos, para vivir tranquilos, habían termi-
nado donando una parte de su terreno a los santiagueños y gracias a esta cesión se había logrado establecer
el convenio y firmar en 1772 el Acta que lo corroboraba. Sin embargo, se preocupó de manifestar que en dicho
documento se notaba una alteración maliciosa de “los linderos; pues se ve que con tinta y letra diferentes, se ha
enmendado en la parte que hace referencia a los límites entre uno y otro pueblo, por el lado donde se disputa
el terreno que quieren los santiagueños. Yo fui a recorrer la parte de terreno disputado y encontré que no es
sino una pequeña faja de tierra que no alcanzará a valer $20; pero que en atención a que los Putumayos están
reducidos a una rinconada de poca extensión, sí les hace falta esa pequeña porción de terreno, inter que los
santiagueños tienen un globo de tierra más que suficiente para trabajar”342.

Los conflictos en torno a los linderos de las tierras comunales, suscitados entre santiagueños y Putumayos des-
de 1867, se intentaron resolver inicialmente por oficios del Prefecto Pedro F. Urrutia mediante Acta firmada en
Mocoa por los respectivos representantes de los dos cabildos el día 13 de agosto del mismo año y cuyo texto
figuraba en el expediente arriba mencionado. No obstante el acuerdo así pactado, las pugnas persistieron y las
autoridades regionales acusaron a Narciso Reyes y a los “tinterillos de Pasto” de haberle hecho creer a los san-
tiagueños que se había adelantado un juicio contra los Putumayos y que en él se había fallado en su favor.

El nombrado Reyes, quien por aquel entonces convivía con aquellos, fue descrito luego por el Prefecto Restrepo
como un “vagabundo” que desde mucho tiempo antes se había internado en el río Mesaya, por el curso del Ca-
quetá, y después de haber viajado hasta la frontera con el Brasil remontando el Putumayo, había regresado para
establecerse en Santiago, donde gracias a su “genio avieso” había convencido a los indios de que era “brujo” y
podía “convertirse en el animal que quiere; y como todos los indios por lo general son supersticiosos, le han dado
entero crédito a este charlatán y como, por desgracia, sabe leer y escribir, tiene grande ascendiente entre los
indios”. Y que los “tinterillos de Pasto”, en asocio con dicho personaje, explotaban a los infelices indios:

“(…) hay en la ciudad de Pasto un circulito de hombres, sin fe, sin religión ni moral, que para proporcionarse
recursos, no se paran en los medios, y que le chupan la sangre al pobre sin compasión ni remordimiento;
estos tales son los que hace algún tiempo están explotando una California manteniendo a los pobres indios
de Santiago en idas y venidas, ya con cumaricos, ya con dinero para papel, ya con honorarios para abogados,
sostenedores de un pleito imaginario y mil otras cucañas más que inventa la mala fe y el hambre”343.

El conflicto así descrito tuvo la nefasta consecuencia de que los Putumayos vieran “en cada santiagueño su más
encarnizado enemigo, llegando su terror a tal término, que se han visto obligados a variar de caminos, tanto para
ir a Pasto como a Mocoa”344  y aún en el siglo XX la “antipatía” entre ambos pueblos persistía, según lo advirtiera
uno de los misioneros capuchinos: “Los habitantes de San Andrés conservan las mismas costumbres que los de

341 URRUTIA, Pedro. ”Informe del Prefecto…”.


342 RESTREPO, Lope. “Informe del Prefecto del Caquetá al Sr. Secretario de Gobierno del Estado Soberano del Cauca”. Si-
bundoy, 11 de noviembre de 1871. ACC: Leg. 30, Pág. 112, “Expediente sobre límites entre los pueblos de Santiago y
Putumayo en el Territorio del Caquetá”, sin foliación.
343 Ibid.
188 344 Ibid.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Una de las aserradoras hidráulicas en las inmediaciones de Santiago. Fotografía realizada por la C.R.C. 1917.
Informes sobre las misiones del Caquetá, Putumayo, Guajira, Casanare, Meta, Vichada,
Vaupés y Arauca. Bogotá. Imprenta Nacional.

Santiago: hablan el Inca y parecen de la misma tribu, aunque los santiagueños afirman que los de San Andrés son
de Sucumbíos, y que vinieron a fundar este pueblo huyendo de la persecución de otras tribus; se advierte cierta
antipatía entre estos dos pueblos, lo que es muy común entre indios”345.

En este ambiente de “antipatía entre los dos pueblos” fue que iniciaron su ingreso al Putumayo los misioneros
capuchinos, a finales del siglo XIX, y es probable que los recientes enfrentamientos entre las autoridades y los
pobladores de Santiago y San Andrés, tanto como la persistencia de las mutuas desavenencias, hayan contribui-
do a fortalecer a los monjes y sus sistemas coercitivos hasta bien avanzada la siguiente centuria.

De igual manera, y desde entonces, los conflictos de competencia jurisdiccional entre las autoridades del Putu-
mayo y las del Municipio de Pasto –y más tarde con las del Departamento de Nariño- darían lugar a una larga
historia de relaciones caracterizadas por la pugnacidad y la desconfianza mutuas: los gobiernos de estas circuns-
cripciones, lo mismo que muchos de sus vecinos, “empleados y gamonales”, acudieron, desde el siglo XIX y a lo
largo del siguiente, a los más diversos medios para agregar el valle de Sibundoy a su jurisdicción con la finalidad,
primero, de explotar a los indios y, muy pronto, de apropiarse de sus tierras. El propio Prefecto Restrepo ya había
advertido en su época que Narciso Reyes elaboraba “representaciones” y memoriales, en nombre de los indios
de las parcialidades de Santiago, Sibundoy y Putumayo, todas las cuales había firmando como “rogado por ellos,
(y) tal ha sucedido con la presente y juzgo lo mismo con la que se presentó a la última legislatura, pidiendo la
agregación de estos pueblos al Municipio de Pasto, porque los gobernadores y pequeños cabildos de los tres
pueblos referidos, me han dicho que ellos no han solicitado tal cosa, y han suplicado al Corregidor, les haga
una representación al Ciudadano Presidente haciéndole saber que ellos no han pedido ni quieren pertenecer a
Pasto”346.

345 VILLAVA, Ángel María. Una visita al Caquetá por un misionero capuchino de la custodia de la SMA Madre de Dios del
Ecuador-Colombia. Barcelona: Librería y Tipografía Católica, 1895. Pág. 14.
346 RESTREPO, Lope. “Informe del Prefecto…”.
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Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Años atrás, también el Prefecto Pedro F. Urrutia había ponderado el asunto en términos similares, manifestando
que Pasto y los “pastenses (serán) siempre una pésima vecina para la civilización de estas montañas” (del Putu-
mayo) pues aconsejan a los santiagueños para que (...) no obedezcan al prefecto ni admitan corregidor, porque
los indios no necesitan de autoridad blanca”347.

Por lo tanto, y más allá de la existencia de una presunta armonía entre los grupos indígenas que antaño habita-
ban en el valle de Sibundoy, los conflictos territoriales, los enfrentamientos y los episodios violentos entre los
Inga de Santiago y los Ingas de San Andrés, tanto como el ingreso de individuos y familias de colonos “blancos”348
a las tierras de los Sibundoyes y su posterior establecimiento en ellas, fueron, junto con la visita, el estableci-
miento y la progresiva consolidación de la misión de los capuchinos –amén del interés creciente de abogados,
tinterillos, especuladores de tierra, gamonales y políticos de Nariño, especialmente de Pasto- factores que ya a
finales del siglo XIX habían empezado a originar trasformaciones demográficas, sociales, espaciales, territoriales,
económicas, culturales y políticas que terminarían por configurar un “nuevo mapa” del piedemonte, las territo-
rialidades indígenas y las relaciones económicas y de poder en el trasunto del siglo XX.

4.2. La colonización pionera del pueblo de Molina y su destrucción


“(…) antiguamente era este pueblo (de Sibundoy) mucho más grande. Sin embargo, cuando los caras pálidas
tomaron asiento en gran número, incendiaron los pieles rojas muchos sitios y se replegaron a su selva”349.

De modo similar a como había acontecido con muchos de los quineros y caucheros en la segunda mitad del siglo
XIX (en el caso de los hermanos Gutiérrez, por ejemplo) y frecuentemente ocurriría a lo largo del siglo XX, una
parte de quienes migraron hacia el Territorio del Caquetá emprendieron su peregrinación huyendo de las derro-
tas militares y la persecución política

En 1885, por citar un caso relevante, veinte “forasteros” que residían en el pueblo de Sibundoy fueron calificados
por el Prefecto de “radicales, enemigos declarados del Gobierno”. Además de la población indígena que secular-

347 URRUTIA, Pedro F. “Informe del Prefecto…”.


348 Permítasenos el uso de esta designación de “blanco” tal y como habitualmente se la ha usado en la región amazónica
misma, es decir, para designar a todos aquellos individuos, personas y grupos humanos no indígenas (de comunidad),
más allá del color mismo de su piel pues, así como el indio Huitoto Aquileo Tobar destacaba en su historia de las cauch-
erías, “ el primer blanco que entró entre nosotros fue el negro Crisóstomo Hernández”. En ocasiones, y dentro de esa
misma designación de “blancos”, se incluye a individuos que habiendo tenido un cierto e inmediato origen indígena y
comunitario, ya no se reconocen ni quieren reconocerse como indígenas porque prefieren hablar con sus paisanos haci-
endo uso del idioma español y evitan emplear su lengua materna… ¡así se mueran de las ganas de comerse un mojojoy!
Aunque es cierto que este tipo de “blancos” constituyen con frecuencia un objeto de disimulada burla por parte de
sus “paisanos”, no por ello participan ni quieren participar de los vínculos comunitarios, esconden su rostro tras unas
gafas oscuras y deportivas y, comúnmente, viven y trabajan en los pueblos y ciudades “de los blancos”. Más allá de las
escuetas definiciones del diccionario, la semántica de esta designación de “blanco”, lo mismo que de la de “indígena”
e “indio”, e incluso la de “negro”, sólo puede comprenderse cabalmente (y sobre todo con sus respectivas cargas rac-
istas y peyorativas) desde la historia misma, es decir, desde los encuentros (¡ y desencuentros!) coloniales. Más allá de
querer simplificar la real y verdaderamente compleja problemática que entrañan los distintos significados de “blanco”,
dentro de esta designación se incluye un conjunto, muy variado por cierto, de individuos “criollos”, que somos quienes
en verdad constituimos la mayor parte de la población de las naciones hispanoamericanas con un evidente y apre-
ciable origen indio, naciones, en el sentido moderno, cuyas poblaciones muchas veces preferimos caracterizar bajo la
genérica (¡y tampoco exacta!) denominación de “mestizo” o “país mestizo”; designación que en realidad sólo alude en
sentido estricto al resultado del cruce entre blanco e indio. Frecuentemente, el uso de esas generalizaciones entraña,
precisamente, el ocultamiento de ideologías y actitudes racistas. En el caso específico del valle de Sibundoy, muchos
de los individuos y familias que en un comienzo iniciaron su ingreso y su establecimiento como colonos, desde finales
del siglo XIX, eran indígenas progresivamente convertidos en campesinos independientes en virtud de los procesos de
desintegración de muchos de los resguardos, la pérdida de la vida comunitaria, la extinción de sus respectivos cabildos
y el avance de las haciendas y de la propiedad privada sobre las tierras comunales a partir del siglo XIX y a todo lo largo
de la siguiente centuria.
349 BOXLER, Karl Von. Bei den Indianern am Putumayo Strom. Freiburg/Schmeiz: Papftl. Druckerei, 1924. Los textos citados
190 fueron traducidos del alemán por la antropóloga María Isabel Beltrán Ramírez.
“Calle del municipio de
Sibundoy, habitantes del
pueblo y funcionarios del
Incora”.

mente había habitado y seguía habitando en el valle de Sibundoy, serían ellos, los iniciales ocupantes forasteros,
quienes se encargarían de anunciar las transformaciones sociales y espaciales que a partir de entonces comen-
zarían a producirse en dicho valle y, de modo paulatino, en el conjunto del piedemonte del Putumayo.

Además de aquellos “enemigos declarados del Gobierno”, otros “blancos” (antiguos comerciantes, quineros y
caucheros) se habían ido estableciendo en el valle de Sibundoy antes de finalizar el siglo XIX, de acuerdo con el
relato de Fray Jacinto María de Quito:

“(...) y como estas materias habían en abundancia no sólo en Sibundoy sino también en Mocoa y otros lugares,
resultó que vinieron negociantes de varios pueblos de Nariño y del Cauca y viendo que el valle de Sibundoy
era muy atrayente por su clima y abundancia de aguas y terrenos muy feraces, muchos prefirieron quedarse
aquí para desarrollar el lucrativo negocio. Y como en aquellos tiempos no existía allí más habitaciones que las
de los indios, los blancos las iban ocupando por un arrendamiento baladí, como era una piedra de sal, algunas
varas de telas y otros objetos de bajo precio (...)”350.

Desde entonces, esos forasteros que habitaban ya en el pueblo de Sibundoy y sus inmediaciones fueron acusa-
dos de cometer tropelías de todo género contra los “sencillos indígenas”, quienes “con frecuencia reciben plana-
zos de peinilla porque reclaman sus derechos atropellados por los enemigos de todo orden”. Por ello, el Prefecto
solicitó “el auxilio de 25 hombres armados, para aprehender estos malhechores”, pues “sólo así podrá sentarse
un magnífico precedente para evitar con oportunidad las prácticas demagógicas y tiránicas que en todas partes
en que la autoridad se encuentra débil, quieren imponer los feroces e incendiarios radicales, alentados aun con
la esperanza de un triunfo”351.

Finalizando el siglo XIX, la población forastera radicada en el valle de Sibundoy fue creciendo y “varios blancos”
allí establecidos manifestaron sus quejas, ante las autoridades de Pasto, declarando “que los indios de Sibundoy
los querían despojar violentamente del área de población” que el Concejo de Mocoa había aprobado por medio
del Acuerdo No. 9 de noviembre de 1895, y se quejaron por igual de que el Prefecto de la Provincia no atendía
las “justas reclamaciones de los blancos”.

Así las cosas, el Concejo se vio forzado, mediante dicho Acuerdo, a segregar una porción de terreno del Sibun-
doy para que se constituyese en área de población de “blancos”352 y después de su aprobación oficial, por parte

350 QUITO, Jacinto María. Historia de la Fundación del pueblo de San Francisco. Pasto, 1952, Pág. 7. Citado por: CHARRY
SEDANO, Alicia Constanza. Contacto, colonización y conflicto en el valle de Sibundoy. 1870-1930. Tesis de Antropología.
Universidad de los Andes, Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales, Departamento de Antropología, Bogotá, 1991.
Pág. 33.
351 URRUTIA, Pedro. “Informe al jefe municipal de Pasto”. Pasto, Sibundoy, 19 de agosto de 1885. AHDN: PC (08), Fols. 10-
14.
352 Según Bonilla, se trataba de la “segregación de 70 hectáreas del Resguardo para la fundación de un pueblo que habría
de llamarse Molina” (BONILLA, Víctor Daniel. Siervos de Dios… Pág. 67; el subrayado es del autor).
191
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

del gobierno, la medida se llevó a efecto entre 1897 y 1898. No obstante, por aprobación del gobierno depar-
tamental, se ordenó trasladar dicha área a otro punto y, en consecuencia, los indígenas debieron de ceder las
tierras de Guairasacha, donde al cabo se fundaría la población de San Francisco. En 1899, se dispuso un término
de treinta días para que los colonos blancos de Sibundoy se trasladaran a ésta, en donde se les “adjudicaría en
devolución centuplicado el terreno que se les señaló en Sibundoy”. La nombrada población fue fundada el 13
de junio de 1903 y acto seguido se la inauguró formalmente como cabecera del Distrito de Sucre (lo que hoy
se conoce como Municipio de Colón). A partir de la fecha, los colonos iniciaron su traslado y en él gozaron “con
mayor ventaja que antes lo estaban en Sibundoy, por ser mejor y en mayor extensión el terreno señalado que el
que antes poseían”353.

En efecto, Huairasacha dejó de ser “un bosque o un desierto montañoso” para convertirse en un poblado que
en 1903 estaba conformado de 20 familias y contaba con una capilla y una casa municipal, aún en edificación,
y donde además se proyectaba construir en breve otros edificios públicos, entre ellos la cárcel y dos escuelas.
Según cálculos de las autoridades, “después de unos tres meses se habrá duplicado el número de pobladores y
de casas, porque hay bastante entusiasmo en edificar habitaciones y cultivar el terreno”354.

En consideración al hecho de que a partir del establecimiento de los primeros “blancos” en Sibundoy se habían
presentado conflictos con los indios, por tierras y linderos, la población de San Francisco se fundó con el propósi-
to de evitarlos de una vez por todas, separando para tal fin a unos de los otros: “la separación de los dos pueblos
ha sido reclamada como indispensable al bien común y a la prosperidad del distrito, porque la mezcla de ambas
razas ha sido motivo para riñas diarias, injusticias de una y otra parte, abusos y escándalos que han impedido el
progreso, el orden y la moralidad en todo el vecindario”355.

No obstante la cesión y legalización del terreno en favor de los colonos, así como la segregación de ambos po-
blados, los problemas territoriales y limítrofes continuaron. Si bien fue cierto que la mayoría de los blancos se
vieron obligados a trasladarse a la nueva población, algunos de ellos, a quienes también se les había hecho adju-
dicación de predios en Guairasacha o San Francisco, se negaron obstinadamente a trasladarse “reteniendo a los
indígenas el terreno de Sibundoy”. Otros más, quienes no habían edificado ni habitado en el área de esta última
población y residían por fuera de ella, en viviendas y predios arrebatados a los indígenas, es decir, sin haberles
pagado remuneración alguna y “prevalidos de la ignorancia y de la timidez de sus dueños” pretendieron seguir
usurpando y usufructuando las casas y tierras de los indios de Sibundoy. En consecuencia, los conflictos entre
indios y blancos persistieron también allí, y los afectados tuvieron que actuar muchas veces por cuenta propia
pues sus reiterados reclamos resultaron vanos.

Varios casos se presentaron, pero bástenos aquí con la descripción de tan sólo de uno de ellos en la medida que
caracteriza ejemplarmente que por entonces estaba sucediendo en el lugar:

“Un indígena no pudiendo recuperar su casa ocupada por un blanco, por el término ya de 18 años, sin pagar
arrendamiento, conociendo inútiles sus repetidos reclamos, ocurrió al Cabildo de la Parcialidad solicitando le
haga entregar desocupada su casa, pero habiendo resultado nuevamente vanas las reclamaciones y palabras,
dirigidas al ocupante, ocurrieron al expediente de desmantelar la casa, quitándole las tablas que formaban la
pared, para obligar de ese modo al morador a buscar otra posada, pero observando que ni este procedimien-
to dio el resultado que buscaban, tomó la resolución de destruir totalmente la casa y sacrificar así su propia
habitación a trueque de verse libre de su importuno huésped, y poniendo en obra su determinación, con la
ayuda de muchos otros indígenas, destruyó la casa; y, todavía, temeroso de que su tenaz inquilino se hiciera
dueño aun del material, tomó la paja y la madera, y sacándolas a un punto separado, las consumió con el
fuego. Otro indígena que se hallaba en igual caso, siguió el ejemplo, y también desmanteló su habitación y se
libró de su huésped. Esto ocurrió en el pueblo de indígenas de Sibundoy (...)”356.

353 OVIEDO, José. “Informe del Prefecto”. Pasto, 1903. AHDN: Pc (12), Fols. 2-2.
354 Ibid.
355 Ibid.
192 356 Ibid.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Obras de desecación y drenaje en el Valle de Sibundoy. Archivo fotográfico INCORA.


Tomo 1. 1969. Etapa final del drenaje y construcción de canales

Así las cosas, las quejas de los vecinos blancos, de “que los indios de Sibundoy los querían despojar violentamen-
te del área de población”, aparecían como ciertas y seguramente influyeron en la determinación de las autori-
dades de Pasto y Popayán de segregar a los indios de los blancos dando lugar a la población de San Francisco.

El “traslado” de los colonos que desde la segunda mitad del siglo XIX se habían ido estableciendo en el valle de
Sibundoy, y quienes ya habían empezado a dar vida al pueblo de Molina, fue resultado también de una creciente
disputa territorial que alcanzó sus expresiones más violentas cuando los indígenas, presuntamente aconsejados
y manipulados por los capuchinos ya establecidos en dicho valle, incendiaron las casas de habitación de los co-
lonos, destruyendo de paso el conjunto de la población y obligando con ello a sus vecinos blancos a trasladarse
forzosamente a las tierras de Guairasacha:

“En años recién pasados, desde la destrucción del pueblo de Molina (llamado así en agradecimiento al me-
ritísimo Dr. Don Pedro Antonio Molina, Gobernador del Cauca, quien decretó la fundación de ese pueblo) los
Concejos han venido extralimitándose, abusando de su autoridad, porque componiéndose ese cuerpo de
miembros tan ignorantes, han venido siendo ciegos instrumentos de los hombres de mala fe, a quienes ha
convenido que se dicten acuerdos hasta absurdos, como el de la traslación del pueblo citado al punto deno-
minado Guairasacha (San Francisco) que, como no pudieron trasladarse las sementeras, lo demolieron todo,
llegando hasta incendiar muchísimas casas. Absurdo ha sido también acordar que se dieran lotes de terreno
a niños de ocho a diez años. Como el pueblo de San Francisco va progresando, poblándose de gente, aunque
del campo, como las escuelas funcionan bien, pronto habrá un regular personal”357.

En la esquina sur-occidental del valle de Sibundoy, en los terrenos de Guairasacha cedidos por los indígenas,
donde surgió la nueva población de San Francisco, los misioneros fueron apoderándose de las tierras desmon-
tadas y adecuadas por los primeros colonizadores que allí habían llegado expulsados del pueblo de Sibundoy, y
muy pronto avanzaron sobre los terrenos que habían quedado “vacantes” en su jurisdicción por la misma causa.

357 BECERRA, Rogerio María. “Informe que presenta el Intendente Nacional…”. Fol. 13.
193
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

En el primer caso, se edificó allí la Cofradía de la Divina Pastora, la cual contó con el apoyo del entonces obispo
de Pasto, Ezequiel Moreno, quien obsequió varias cabezas de ganado vacuno y algunas ovejas que fueron intro-
ducidas por el camino de Tambillo o de Aponte.358 Más tarde y también en los mismos predios, se adecuó la que
luego se conocería como la hacienda de San Félix.

En el segundo caso, en las inmediaciones de Sibundoy y en los terrenos antes ocupados por la población de
Molina, surgió y se fue extendiendo el predio que se conocería como hacienda La Granja. A propósito de estos
hechos, y trascurridos ya algunos años, en 1914 el baquiano y antiguo empresario cauchero Joaquín Escandón,
en su condición de Comisario Especial del Putumayo, recordó que lustros atrás habían habitado “varias familias
de blancos” en el fértil valle de Sibundoy y que “los Misioneros levantaron a los indios, y en un momento dado
redujeron a cenizas las habitaciones de los blancos, quienes, desde entonces, sin techo ni pan, aun sobreviven
asilados en las miserables chozas de sus adversarios pagándoles arrendamiento que quizá no alcanzan a satis-
facer”. En una comunicación al Ministro de Gobierno, denunció igualmente que: “En cuanto a sus terrenos sólo
diré a Su Señoría que ellos forman una hacienda que benefician desde esa fecha los R.R.P.P. por sobre el derecho
de nuestros compatriotas”359.

Otras fuentes documentales primarias, del siglo XX, nos han permitido, también, rescatar la “memoria”, es decir
la versión de los colonos afectados y la de sus descendientes a partir de sus propios testimonios, y gracias a ellas
nos fue posible confirmar la injerencia, más aún, la participación premeditada de los capuchinos en los episodios
violentos que destruyeron la población de Molina y en el despojo de las posesiones y mejoras de los colonos de
San Francisco:

“(...) mis padres, a quienes tuve la desgracia de perderlos hace muchos años, fueron los colonos fundadores
de esta población de San Francisco. Cuando vinieron a este valle de Sibundoy ellos, fundaron la población de
‘Molina’ que fue destruida –según me informaban- por mandato de los Padres Capuchinos, incendiándola
en compañía de otras personas –así me lo referían mis padres-. Luego después de habernos sacado de allí,
de Sibundoy, nos vinimos a la montaña llamada por los indios ‘Guairasache’, que en castellano quiere decir
‘Monte de Viento’. Allí fundamos la población de San Francisco, en donde vivo actualmente con mi familia.
Mis padres, en compañía de algunos colonos, cogieron una porción de tierra baldía y le pusieron por nombre
‘El Común de San Francisco’. Allí pastábamos los ganados en comunidad con los demás habitantes. Luego que
estuvieron los potreros formados, los benditos Padres, engañando a los humildes moradores, les quitaron
esa posesión dizque para San Antonio, luego le pusieron el nombre de San Felipe y ahora levantaron planos y
pidieron la adjudicación los señores curas españoles, quienes nos quitaron el derecho que tenemos nosotros
los colombianos”360.

Con la destrucción deliberada del pueblo de Molina y el despojo de las posesiones y mejoras de los colonizado-
res de San Francisco, se inauguró entre la Misión y los colonos un largo y conflictivo proceso de disputa por el
acceso, el usufructo y la propiedad de la tierra en el valle de Sibundoy, pugna que se agravó desde temprano en
virtud de la expulsión del municipio de Sucre de unas cuantas familias de “raza blanca” y la matanza de ganado
mayor ordenadas a finales de 1905 por el misionero Fray Luis de Pupiales361.  Estas peleas se sumaron luego a los
conflictos, también por la tierra y sus demarcaciones, ya existentes entre los indios y los colonos desde que éstos
iniciaran su ocupación del valle, y entre las distintas comunidades indígenas que, como los Ingas de San Andrés
y los Ingas de Santiago, residían en el lugar desde la época colonial.

No obstante la gravedad, intensidad y complejidad de los conflictos suscitados entre los colonos y la Misión, lo
mismo que entre los indios y los colonos, la geofagia de aquella362, es decir, su incontestable avance sobre las

358 Citado por: CHARRY SEDANO, Alicia Constanza. Contacto, colonización y conflicto… Pág. 33.
359 ESCANDÓN, Joaquín. “Comunicación del Comisario Especial del Putumayo al Ministro de Gobierno”. 28 de enero de
1914. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 731, Fols. 115-130.
360 MUÑOZ, María Abigail de. “Solicitud al Ministro de la Economía Nacional de adjudicación o préstamo de veinte hectá-
reas en el valle de Sibundoy”. Junio 15 de 1940. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, carpeta 1, Fol. 51.
361 BECERRA, Rogerio María. “Informe del Intendente Nacional…”. Fol. 33.
362 El Diccionario de la Lengua Española, de la Real Academia Española, define la geofagia como el “hábito morboso de co-
mer tierra” (REAL ACADÉMIA ESPAÑOLA. Diccionario de la lengua española. Vigésima primera edición. Madrid: Espasa
194 Calpe, 1992, Pág. 1035). Esta imagen la hemos utilizado aquí con el propósito de poner énfasis en el avance permanente
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Obras de desecación del Valle de Sibundoy. Archivo fotográfico INCORA. Tomo 1 Año 1969.
La integración del piedemonte amazónico a las dinámicas económicas y políticas nacionales, contó con la
gestión del Incora que a partir de la década de 1960 reconfiguró el espacio agrario del Putumayo. El Incora
mediante la construcción de las obras de infraestructura y de canalización de aguas hizo posible la incorporación
de una vasta extensión de tierras del Valle de Sibundoy hasta entonces inundables las cuales muy pronto
fueron utilizadas en actividades agropecuarias.

tierras indígenas del valle de Sibundoy y su Reglamento para la trasformación de los “salvajes” en “ciudadanos
útiles a la Patria y al Progreso”, junto con la apertura y el fomento de las vías de comunicación y la fundación de
“pueblos de blancos” en las inmediaciones de las tierras indias como estrategia para la “civilización” e “integra-
ción” de sus pobladores, se constituyeron en los mecanismos habituales de la política expresa y fundamental
que desde finales del siglo XIX y a todo lo largo de la primera mitad de la centuria siguiente iniciaron de manera
consciente y sistemática la integración de la frontera amazónica, en general, y del piedemonte en particular: des-
de entonces, los “caras pálidas” irían avanzando y tomando asiento en gran número de estos poblados indios, al
tiempo que los “pieles rojas” serían expulsados y se irían replegando hacia las selvas, como lo describió el padre
alemán Karl von Boxler en una obra que refiere en una de sus partes lo acontecido en el valle de Sibundoy y tiene
el doble mérito de la visión y la vivencia, puesto que ella surgió a raíz de su incursión al Putumayo, en 1924, como
parte del itinerario de su excursión apostólica.

de la Misión capuchina sobre las tierras de los indios y en el despojo que los misioneros en referencia ejecutaron por
más de medio siglo de las tierras de los pobladores nativos, especialmente en el valle de Sibundoy, mediante los más
variados, tortuosos y degradantes sistemas coercitivos. Desde el pasado, pero sobre todo a lo largo del siglo XX, la tie-
rra, en concreto el acceso a ella tanto como su posesión y propiedad, fue la causa principal de los conflictos suscitados
en el valle de Sibundoy y en el conjunto del piedemonte del Putumayo, y en gran medida este trabajo ha centrado su
atención en la descripción y el análisis histórico de las diferentes modalidades que caracterizaron el despojo de dichas
tierras, por parte de la Misión y los colonos, lo mismo que en la actitud y la actuación de los indios, individual y colecti-
vamente, para impedir la usurpación total de sus heredades.
195
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

4.3. Indios, misión y colonos


“(...) es del caso poner en conocimiento de Su Señoría que los abusos que en este territorio se han cometido
contra los indígenas son infinitos, abusos que antes se cometieron por la fuerza y ahora con engaños, pues por
lo general los indígenas poco entienden de documentos, escrituras y demás instrumentos que reglamentan y
aseguran el derecho de la propiedad, con todo lo cual se les enmaraña y envuelve, quedando siempre burla-
dos sus derechos, pues el funcionario, cualquiera que sea su categoría, sólo puede ceñirse a las disposiciones
de Policía y de la Ley. Es un hecho que no hace muchos años todavía, el extenso y bellísimo valle de Sibundoy
pertenecía en su totalidad a los indígenas, hoy, por unas causas y otras, no cuentan en él con una totalidad
de ochenta hectáreas, pero sí existen bellísimas fincas con centenares de ganados que nada han costado a los
nuevos poseedores”363.

4.3.1. El establecimiento de la misión capuchina


y la amenaza de la integridad territorial de la nación

Con excepción del Corregimiento de Sibundoy, compuesto por “tierras de resguardo”, el conjunto del Territorio
del Caquetá era “exclusivamente baldío sin que ningún particular o corporación tenga que alegar propiedad a un
solo palmo de terreno”, según lo afirmó el Prefecto, Pedro F. Urrutia, en el año de 1869364.  No obstante, la me-
moria de la existencia de tierras de resguardo en Sibundoy se fue borrando deliberadamente a lo largo del siglo
XX365 y nada se volvió a mencionar, tampoco, acerca de aquel “voluminoso expediente” que le fuera presentado
por los indígenas santiagueños al Prefecto del Caquetá, Lope Restrepo, a comienzos de la década de 1870, en el
cual se establecían los linderos demarcados, en 1772, por el Visitador Don Luis de Quiñónez, en “los tiempos del
Rey”, entre los pueblos de Santiago y San Andrés366.

363 CADAVID, Ricardo. “Oficio dirigido por el Comisario Especial del Putumayo al Ministro de Gobierno acerca del litigio re-
lacionado con el terreno Ramos”. 18 de febrero, 7 de marzo de 1930. AGN: Sec. República. Fdo. Ministerio de Gobierno,
Sec. Primera, T. 985, Fol. 554.
364 Así lo expresó el Prefecto del Territorio del Caquetá. Prácticamente un siglo después, en el año de 1962, la Misión capu-
china, bajo la versión de Fray Bartolomé de Igualada, por entonces administrador General del Tesoro Misional, recono-
ció la existencia del “Resguardo constituido por la Corona y Protocolizado en la Cancillería Real de Quito, de cuyo título
fue el último poseedor el indio Francisco Tisoy, ya fallecido”. Por supuesto que, según el mismo padre Igualada, el título
ya “había prescrito” a la sazón (URRUTIA, Pedro F. “Informe del Prefecto…”).
365 Cuando el Comisario Especial, Joaquín Escandón, llamó la atención del gobierno, en el año de 1913, con el fin de esta-
blecer la propiedad de los indios sobre las tierras de Sibundoy, el Congreso ya había expedido la Ley 51 del 18 de no-
viembre de 1911, por medio de la cual determinó la adjudicación de las tierras del valle en favor del Departamento de
Nariño, la Misión capuchina y los colonos, desconociendo en la realidad los derechos de los indios, como se comentará
más adelante. Este asunto de los títulos coloniales del o de los resguardos indígenas de Sibundoy comprometió una
parte considerable del tiempo de investigación del autor en el Archivo Central del Cauca y en el Archivo General de la
Nación, en tanto que en él persiste aún la convicción de la existencia de los títulos coloniales de la propiedad colectiva
de dichas tierras o de parte de ellas. Todavía con la certeza de que este trabajo de investigación hubiera debido prestar
mayor atención a aspectos legales y de tradición de la propiedad raíz en el valle de Sibundoy, en el caso de haber ha-
llado los títulos de resguardo en referencia, y con la convicción de que el silencio acerca de estos documentos ha sido
una actitud deliberada e interesada, el autor se preocupó de explorar, detenida pero infructuosamente, el total de los
títulos protocolizados en la Notaría Primera de Popayán, específicamente los que fueron suscritos durante el periodo
colonial, en tanto Popayán fue, después de Quito, cabecera de una extensa jurisdicción notarial que en aquella época
incluyó a Pasto y al valle de Sibundoy. Otra debe ser la ruta que pudiera seguirse para buscar la documentación colonial,
presumiblemente del siglo XVIII, relacionada con los linderos de las tierras indígenas de Santiago y San Andrés, pues
como se sugiere en documentos originales de la segunda mitad del siglo XIX que ya se han citado, esos documentos
proceden de Quito. En el archivo de la Comunidad Capuchina en Barcelona, el autor logró acceder tan solo a una docu-
mentación muy general de la que, en gran medida, y por razones históricas y administrativas explicables, existen en los
archivos nacionales los originales o las copias correspondientes. Esto no significa, de suyo, que en dicho archivo de la
Comunidad Capuchina no exista un valioso y original patrimonio documental de gran importancia para Colombia. Parte
de éste lo constituye la vasta memoria fotográfica que allí se conserva, mucha de ella relacionada, por supuesto, con
el Putumayo, desde los inicios del siglo XX hasta la década de 1960, aproximadamente, memoria de gran significado y
utilidad para nosotros, y que el país debiera reproducir, lo mismo que la cartografía original allí existente. En cuanto a
los títulos coloniales sobre el resguardo o resguardos del valle de Sibundoy, probablemente en el futuro, cuando hayan
sanado ciertas heridas, serán sacados a la luz o se sabrá con certeza la suerte que corrieron.
196 366 RESTREPO, Lope. “Informe del Prefecto…”.
Valle de Sibundoy. Archivo
fotográfico INCORA. Tomo
IV. 1967. Allí surgieron,
desde los comienzos
del siglo XX, extensas
propiedades destinadas
a la ganadería. La misión
capuchina y propietarios de
Pasto fueron apoderándose
de las tierras del valle
despojando de estas a los
indios.

Además de los desinteresados y juiciosos testimonios de ambos prefectos, testimonios dignos del mayor crédito
si se tiene en cuenta que los dos funcionarios debieron enfrentar y resolver in situ los graves conflictos de lin-
deros surgidos entre los Ingas sanandresanos y los santiagueños, no se cuenta, hasta ahora, con otras fuentes
documentales fidedignas acerca de la demarcación, entrega o existencia de tierras de resguardo en el valle de
Sibundoy, a no ser por el testamento del Cacique Don Carlos Tamabioy (o Tamoabioy) al cual aludió Roque Rol-
dán en sus reflexiones acerca de la tradición histórica de aquellas:

“(...) al extinguirse la encomienda es muy posible que, como era costumbre de la Corona española, se hubie-
ran entregado las tierras encomendadas a los aborígenes en calidad de Resguardos. No hay constancia de tal
entrega, la cual, de existir, debió practicarse por las autoridades coloniales dependientes de Quito, con lo que
bien pudiere ocurrir que los documentos respectivos descansaran ahora en los archivos históricos de esta
última ciudad. Tampoco hay constancia de los resultados de la visita de Don Luis de Quiñónez, en el año de
1721367 al valle de Sibundoy, visita de la cual al parecer, se desprendía la necesidad de conformar Resguardos
a favor de los indígenas. El único documento conocido sobre la tradición histórica de los Resguardos del Valle
de Sibundoy es el testamento de Carlos Tamabioy (o Tamoabioy)... De este documento se desprende la con-
clusión de que los resguardos indígenas existían y de que los indígenas tenían una clara conciencia de este
hecho, conciencia que aún subsiste en un núcleo muy fuerte de la población nativa”368.

En el transcurso del siglo XX fue surgiendo una larga y compleja historia de lo que podríamos denominar “la
creación de un resguardo”, historia compleja, sí, pero sobre todo deliberadamente confusa al punto que a inicios
de la década de 1970 los especialistas y abogados del INCORA continuaban interrogándose, con incertidumbre,
si realmente los indígenas del valle de Sibundoy habían tenido alguna vez resguardo o resguardos o si “actual-
mente” (1971) éstos existían allí.

Lo que sí es cierto es que la “creación del resguardo” sirvió de pretexto a la misión capuchina, dado su interés en
despojar a los indios de sus tierras, para impedir que otros las usurparan. La ocupación de hecho, o simplemente
la intención de personas y de familias de colonos de establecerse en tierras indígenas o en sus inmediaciones,
fueron obstaculizadas de modo permanente por los misioneros bajo el argumento de que se trataba de tierras
de resguardo o tierras reservadas para la creación de uno de estos entes.

Cuando, pasados ya muchos años, e incluso décadas, instituciones del Estado promovieron con decisión la crea-
ción de resguardos en Sibundoy, los mismos interesados en apropiarse de las tierras de dicho valle, es decir,
capuchinos, hacendados, colonos y especuladores emprendieron demandas, pleitos, campañas e intrigas, y has-
367 Hacia el futuro y para quién se interese en explorar las fuentes documentales pertinentes, se debe tener en cuenta,
en relación con la visita y demarcación de linderos ordenadas por el Visitador Luis de Quiñónez, que unas fuentes se
refieren al año 1721 y otras al año 1772, como las que se citaron en este trabajo a propósito de los conflictos entre los
Ingas de San Andrés y Santiago. El lector encontrará más adelante la versión construida por los capuchinos acerca de las
tierras de resguardo de Sibundoy y de aquellas que se apropió en el mismo valle.
368 ROLDÁN ORTEGA, Roque. Anotaciones sobre el problema jurídico… Págs. 20-21.
197
Putumayo. Valle de Sibundoy. Álbum
personal del Mayor Carlos Alberto
Vergara Puertas, ex-combatiente en
el conflicto Colombo-Peruano. 1934.
Propiedad de Eduardo Ariza.

ta promovieron invasiones para im-


pedir que efectivamente se crearan,
obstaculizando y desmotivando así
la puesta en práctica de esas deci-
siones.

Entre tanto los indios, confundidos


por el lenguaje jurídico369 se vieron
obligados a emprender intermina-
bles peregrinajes en busca de testi-
gos, folios, tribunales, fallos, jueces,
notarios y ministros. Presas fáciles
de tinterillos y prevaricadores, vícti-
mas del miedo y el terror delibera-
damente provocados por la Misión,
y asediados por la geofagia de sus
nuevos guías espirituales y la de es-
peculadores y colonos, continuaron
siendo despojados de sus tierras
hasta bien avanzado el siglo XX.

Con el fin de comprometer el apoyo de la orden capuchina, y por iniciativa e invitación del obispo de Pasto,
Doctor Manuel José de Caicedo, dos de los misioneros, Ángel de Villaba y Francisco de Ibarra, emprendieron en
compañía del presbítero Enrique Collins una excursión al Caquetá y Putumayo, en el año de 1894, que tenía el
propósito inicial de establecer el estado en que se encontraban los grupos indígenas en la perspectiva de adelan-
tar su reducción y catequización:

“Un año después, dos misioneros de la misma Orden, venciendo graves dificultades y trasmontando la cordi-
llera que separa el departamento de Nariño del pueblo de Mocoa, donde se establecieron, haciendo prodigios
de celo, empezaron la reducción de los indígenas fundando allí al efecto una incómoda residencia. Los buenos
resultados alcanzados por estos misioneros los determinaron a establecer un nuevo centro de misión en los
pueblos de Santiago y Sibundoy”370.

Efectivamente, finalizando el siglo XIX, cuando la misión capuchina estaba aún en “germen”, “por vía de ensayo”
y “sin ningún compromiso formal todavía”, informes expedidos por los propios misioneros en 1899 daban cuenta
de la existencia en aquel territorio de unos nueve mil católicos, tres mil de los cuales eran “blancos” y los res-
tantes indígenas, sin saberse con certeza el número de los indios “infieles” –diseminados por los ríos y afluentes
del bajo Putumayo y el bajo Caquetá, del Aguarico hasta el Napo y de éste hasta el Amazonas-, cuya población
calculaban en unos cuarenta mil. Hasta entonces, el total de los religiosos allí establecidos era el de tres padres y
dos hermanos legos, cuya única residencia estaba en Mocoa, poblado desde donde habían emprendido ya trece
expediciones:

369 La confusión creció al ritmo de la promulgación y difusión de las normas, tanto las expedidas por las instancias del nivel
nacional, como las sancionadas por el nivel regional y local. Pero esa confusión en esos contextos y en esas circunstan-
cias fue un resultado deliberado, promovido por quienes tenían gran interés de propiciar efectos diferentes de los que
se pretendían con las normas promulgadas o del derecho positivo.
370 MEDINA, Leonidas. “Conferencia sobre las misiones del Caquetá y Putumayo dictada en la Basílica de Bogotá por el
ilustrísimo y reverendísimo señor Obispo de Pasto, doctor don Leonidas Medina el 12 de octubre de 1914”. Bogotá:
198 Imprenta de San Bernardo. Atrio de la Catedral, 1914. Pág. 7.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

“(…) dos al Alto Caquetá en donde existen cuatro pueblos, dos de los cuales son de indígenas y los otros dos
de mestizos. La distancia del último pueblo a la casa – residencia es de 36 leguas. Cinco expediciones al corre-
gimiento de Sucre, que se compone de tres pueblos, todos indígenas, con excepción de algunos blancos. El
último dista de Mocoa 26 leguas. Tres expediciones al pueblo llamado Limón, cuyos habitantes son indígenas
y dista de la casa-residencia 6 leguas. Los viajes a todos estos pueblos es preciso hacerlos a pie y por malísi-
mos caminos, subiendo y bajando elevadas montañas y cruzando multitud de ríos y quebradas. Finalmente se
han hecho otras tres excursiones a los ríos Putumayo y Aguarico. En los dos primeros viajes se visitaron nueve
pueblos, todos ellos de indígenas-cristianos. En el tercer viaje se han visitado además siete tribus de infieles,
cuyos nombres son Macaguajes, Orejones, Pacuyas de Lagarto, Pacuyas de Aguarico, Cocayas, Panayacos,
Sáparos y Pioges (sic.). El tiempo empleado en este último viaje es de cinco meses”371.

Después de la excursión por los afluentes del Caquetá hasta el Tolima, y luego de la larga exploración del terri-
torio de los “infieles Huitotos” realizada por los frailes Basilio de Pupiales y Conrado de Solsana en el año de
1900372, Fray Agustín de Artesa de Segre escribió al Delegado Apostólico, el 13 de enero de 1903, manifestándole
que, para aprovechar el viaje realizado desde España por el Padre Provincial, “hemos acordado tomar a nuestro
cargo de un modo definitivo la Misión del Caquetá” y rechazar la del Chocó para no distraer sus fuerzas373.

Aparte de su inicial residencia en Mocoa, asistida por los “tres Padres y dos Hermanos”, los misioneros fundaron
en 1899 las de Sibundoy y Santiago, pero esta última fue suspendida a finales de 1902 por falta de recursos. La
de Sibundoy, “con dos Padres y un Hermano”374, atendía entonces los tres pueblos de indios del valle –Sibundoy,
Santiago y San Andrés- y “a la fundación de otro pueblo de gente blanca”, San Francisco.

La forma de gobierno de esta orden religiosa, en varios países del continente donde estaba constituida, era la de
custodia dependiente de la Provincia de Aragón, en España. En Colombia, estaba conformada por los conventos
de Pasto y Túquerres y se había encargado de las misiones del Chocó y el Caquetá, habiendo renunciado pronto
a la primera, como ya se dijo, a fin de dedicar todos sus esfuerzos a la segunda. En 1899, contaba con un total de
62 religiosos, entre “padres y hermanos legos”375.

Siguiendo los informes del Ministerio de Relaciones Exteriores acerca de los logros y avances alcanzados por los
religiosos capuchinos a finales del siglo XIX en el Putumayo, y dentro del contexto del interés creciente del Estado
colombiano por asegurar la ocupación efectiva de los territorios de las fronteras internas y los límites interna-
cionales con los países amazónicos, pudimos colegir que tales logros y avances constituían ya “una base” para
“llevar pronto muy adelante la empresa de colonización en nuestras regiones del Oriente”376.

Es importante recordar que el país vivía por esos años dramáticos tiempos de consternación y luto por la guerra
de los Mil Días y muy pronto esas circunstancias contribuirían también a la “separación” de Panamá377, episodio
que tendría profundas repercusiones internas pero, sobre todo, favorecería desde entonces el apoyo guberna-

371 CUERVO MÁRQUEZ, Carlos. “Nota del Ministerio de Relaciones Exteriores…”. Fols. 126-133.
372 Véase: PUPIALES, Fray Basilio de. “Una exploración a los Huitotos, infieles del bajo Caquetá, hecha por un Misionero
Capuchino en el año de 1900”. Pasto, 13 de enero de 1903. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Relaciones Exteri-
ores, caja 600, Diplomática y consular, Documentos relativos a las violaciones del territorio colombiano en el Putumayo,
1903-1910, Fols. 1-8.
373 ARTESA DE SEGRE, Fray Agustín de. “Carta enviada al Delegado Apostólico”. Pasto, 13 de enero de 1903. AGN: Sec.
República, Fdo. Ministerio de Relaciones Exteriores, caja 600, Diplomática y consular, Documentos relativos a las vio-
laciones del territorio Colombiano en el Putumayo, 1903- 1910, Fols 1-2. Véase también respecto del ingreso de los
capuchinos a las misiones del Caquetá y Putumayo: CUERVO MÁRQUEZ, Carlos. “Nota del Ministerio de Relaciones
Exteriores…”. Fols. 126-133.
374 El padre colombiano Buenaventura de Pupiales, quien ha sido considerado como el “fundador de la residencia de Sibun-
doy en 1899”, se estableció en dicho valle en compañía del padre Lorenzo de Pupiales. En el año de 1900 fundaron otra
residencia en Santiago (CÓRDOBA CHÁVES, Álvaro. Historia de los Kamsa de Sibundoy: extracto de la tesis presentada
para optar al título de doctor en historia. Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana, Facultad de Ciencias Sociales, Depar-
tamento de Historia y Geografía, 1982. Pág. 16).
375 MÁRQUEZ, Carlos Cuervo. “Nota del Ministerio de Relaciones Exteriores…” Fols. 126-133.
376 Ibid. Fols. 129-130.
377 El día 3 de noviembre del año de 1903.
199
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

“Caricatura de Julio Cesar Arana” Caricatura alusiva al genocidio ejecutado por los jefes de las
Secciones de la Casa Arana en el Putumayo, denunciado por el periódico peruano
“La Felpa”. Imagen cortesía del investigador Jordan Goodman.

mental, eclesiástico y de destacados dirigentes de la vida política y social a los capuchinos y su política de “civili-
zación” y colonización, frente a la real y permanente amenaza, desde los inicios del siglo XX, de pérdida de una
gran porción del territorio del Putumayo en la medida que los intereses del magnate peruano del caucho, Julio
César Arana, empezaron a comprometer la soberanía e integridad territorial nacional, primero en su condición
de socio de la empresa “Arana, Vega y Larrañaga”, y luego, una vez “desaparecidos” los dos últimos, como único
amo y señor de la región.

El temor de perder otra considerable porción del solar patrio, es decir, que se repitiera con el Putumayo lo que
recientemente había sucedido con Panamá, fue un factor decisivo para que el Estado apoyara los proyectos ca-
puchinos y las administraciones gubernamentales que se sucedieron en el curso de las primeras tres décadas del
siglo XX guardaran casi siempre silencio ante las quejas y denuncias que reiteradamente le llegaban al gobierno
central, no sólo de parte de funcionarios del gobierno local y regional, sino de indios, colonos y particulares
quienes resentían las muchas “arbitrariedades”, “atropellos” e “infamias” que distinguían la labor de los monjes.
Y puesto que los religiosos comprendieron pronto ese latente y generalizado temor de perder otra vasta porción
del “Territorio de la Patria” y entendieron, además, y muy bien, la frustración que aún invadía a la sociedad
colombiana por lo sucedido con Panamá, ese temor y esa frustración terminaron por ser aprovechados delibe-
200 radamente y en beneficio propio por ellos, la mayoría de las veces con fines económicos, en la medida que se
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

cuidaron de recordarle de modo constante, a políticos, gobernantes y diversos sectores sociales, cuantas veces
les fue oportuno y necesario, los riesgos que corría la soberanía en el Putumayo, tal y como de modo reiterativo
lo hizo Fray Fidel de Montclar, destacado miembro de la Orden quien por muchos años ofició de Prefecto Apos-
tólico del Caquetá:

“(...) le mando también copia del Presupuesto que la casa Zarama me envía relativo a varias máquinas y he-
rramientas que hemos pedido para la Colonia de Puerto Asís. Cuando tuvimos conocimiento de que se había
votado la cantidad de cien mil pesos oro para la Colonización y evangelización del Caquetá y Putumayo, nos
propusimos dar a la Colonia todo el desarrollo posible. He aquí el motivo porque nos atrevimos a hacer gastos
de tanta consideración. Confiamos que el Gobierno secundará nuestros deseos, puesto que los esfuerzos de
los Misioneros serán de gran utilidad y provecho, no solamente para la evangelización de los indígenas, sino
también para asegurar sobre bases sólidas la soberanía de Colombia en el Putumayo”378.

Factores políticos y económicos, internos y externos, como la guerra civil de los Mil Días y la usurpación de Pa-
namá, que habían dejado tan exhausto al país, y las cada vez más frecuentes y ciertas noticias que llegaban del
Putumayo acerca de la invasión de la empresa peruana y de las atrocidades que allí se estaban cometiendo con-
tra los indios379,  contribuyeron, en consecuencia, entre otros muchos factores no menos importantes –e incluso
relacionados con los ya mencionados, como el interés de extender y consolidar las fronteras internas, ejercer
un real y mayor control de los límites exteriores, y acceder a ciertos recursos mineros y forestales exportables- a
que las autoridades eclesiásticas y civiles de Pasto, el gobierno central (en Bogotá), el Congreso mismo y el Poder
Ejecutivo dieran su apoyo a los capuchinos.

Por ésta y muchas otras razones, su poder real en una buena parte del Putumayo fue consolidándose tanto como
se reconfirmó su permanencia a partir de que la Santa Sede autorizase en 1904 la creación de la “Prefectura
Apostólica del Caquetá”, nombrando precisamente a Fray Fidel de Montclar380  para ejercer como Prefecto, cargo
del cual tomó “posesión material” el día 2 de febrero de 1906:

“Hasta 1904, el territorio del Putumayo y Caquetá dependió de la administración eclesiástica de la diócesis
de Pasto. Con el establecimiento definitivo de los Capuchinos, nació la Prefectura Apostólica, y en 1930 se
creó el Vicariato Apostólico, con autoridad episcopal propia y con carácter de Territorio de Misiones” (...). El
Convenio de Misiones de 1902 fue la base para la erección del Vicariato de la Misión del Caquetá. Su Vicario
debería establecer fundaciones en lugares limítrofes con Ecuador, Brasil y Perú. Mientras no se verificara la
erección en Vicariatos y Prefecturas, dependerían del Ordinario respectivo. El 20 de diciembre de 1904, la
Sagrada Congregación de Asuntos Extraordinarios expidió el decreto de erección de la Prefectura Apostólica
del Caquetá, siendo considerada por la Orden Capuchina como parte de la Custodia de Ecuador-Colombia”381.

378 MONTCLAR, Fray Fidel de. “Oficio dirigido al Ministro de Gobierno Pedro M. Carreño por el Prefecto Apostólico del Ca-
quetá”. Puerto Asís, 25 de febrero de 1913. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 711, Fol.
239.
379 Desde los inicios del siglo XX, el gobierno colombiano, específicamente los ministerios de Gobierno y de Relaciones
Exteriores, dispuso de información detallada acerca de lo que estaba sucediendo en el Putumayo. Existe una vasta
información original en los fondos documentales de dichos ministerios que incluye informes manuscritos elaborados
por los caucheros colombianos allí residentes. A manera de ilustración puede consultarse el expediente: “Documentos
relativos a las violaciones del territorio colombiano en el Putumayo. 1903-1910”. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio
de Relaciones Exteriores, caja 600, Diplomática y consular. Así mismo: GÓMEZ LÓPEZ, Augusto Javier; LESMES, Ana
Cristina y ROCHA Claudia. Caucherías y conflicto colombo-peruano: testimonios 1904-1934. Bogotá: Disloque editores;
Coama; Unión Europea, 1995.
380 Fidel de Montclar “fue el primer Prefecto Apostólico, nombrado el 24 de enero de 1905. Se posesionó en febrero de
1906. Nació en Montclar, Lérida, España, el 25 de diciembre de 1867. Vistió el hábito capuchino en 1882 y en 1892
recibió las Órdenes Sagradas. Profesor de la Escuela Seráfica de Tulcán, lector de filosofía en Túquerres, Guardián del
Convento de Pasto y organizador de la Misión Capuchina en Costa Rica”. Tomado de: CÓRDOBA CHÁVES, Álvaro. “Histo-
ria de los Kamsa…”. Pág. 18).
381 Ibid. Págs.16-17.
201
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

4.3.2. Las huellas de los viejos caminos y el trazado de los nuevos en la búsqueda
de la “civilización”, el “progreso” y la integración de la frontera amazónica

Desde el día mismo en que los capuchinos aceptaron formalmente hacerse cargo de manera definitiva de la
Misión del Caquetá (13 de enero de 1903), tuvieron la convicción de que los “buenos resultados para la Religión
y Colombia, de la Misión del Caquetá”, dependían de la apertura de un camino que comunicara los Andes con el
piedemonte y la planicie amazónica, como ya lo había manifestado el padre Agustín de Artesa años antes de vin-
cularse como Prefecto el dicho Montclar: “Pero estoy persuadido que para una y otra serán efímeros los frutos
que se obtengan, si no se abre el camino de Pasto a Mocoa”382.

No obstante la clara y temprana proyección de los capuchinos en relación con la importancia de crear tal vía, se
debe a los gobiernos liberales de mediados del siglo XIX, no sólo la iniciativa de haber estudiado las posibilidad
de colonizar e integrar el recién creado Territorio del Caquetá con las provincias del interior y el centro de la
República, sino la sugerencia original de abrir un camino que partiendo de Almaguer condujese a Mocoa a fin
de lograr la “civilización y la prosperidad de este Territorio”. Tal camino, que se pretendía fuese de herradura,
seguiría la huella de un antiguo sendero por el cual, en alguna época, se había transitado con cargas en bueyes y
servía, a pesar de la maleza, para introducir ganado vacuno:

“(...) se cree que habrá facilidad de abrir un camino de herradura desde esta Capital (nueva Mocoa) hasta
Almaguer; porque antiguamente lo ha habido, cuyas huellas se advierten a trechos, desde el páramo de Santa
Bárbara hasta la antigua Mocoa, atravesando por las poblaciones de Santa Rosa y Descansé, cuyas ruinas ve-
mos bajo las sombras de robustos árboles que las pisan con sus raíces, por el abandono de tantos años en que
las han dejado sus moradores. El páramo de Santa Bárbara está en los límites de este territorio, colindando
con la parroquia de El Rosal del Cantón de Almaguer, y la antigua Mocoa se encuentra a dos leguas distante
de esta Capital; es pues, esta la dirección que se solicita, en cuya línea se encuentran actualmente las pobla-
ciones de Yunguillo y Descansé (...)”383.

A pesar de la huella del camino ya existente entre las antiguas poblaciones de Mocoa y de Almaguer, las personas
que transitaban por allí gastaban en “tiempo de verano” veinte días para realizar el recorrido, sin detenerse en
ninguna parte y sin conducir cargas, y “en invierno” se demoraban por lo menos un mes.

En vista de tal demora, y la adicional imposibilidad de dicha vía de poner en contacto a los habitantes de esta
provincia con las “tribus errantes del Caquetá”, amén de otros factores como las enormes dificultades que los
viajeros debían vencer, la “pobreza” de los habitantes de Almaguer y su “poca dedicación al comercio”, se pre-
firió por lo tanto acoger la opinión del padre Laínez, conocedor del territorio, quien juzgó más realizable y útil
la “apertura de una vía de comunicación de Pasto a Mocoa, cuyos habitantes –los de Pasto- han tenido desde
tiempos atrás comunicación y comercio con las dichas tribus, que han penetrado y penetran frecuentemente
hasta los puntos más remotos del territorio, que tratan con los salvajes, entienden su idioma y sacan de su co-
mercio lucros de consideración (...)”384.

Pocos años después, en agosto de 1856, se estableció el convenio correspondiente, entre la Gobernación de
la Provincia de Pasto y la Prefectura del Caquetá, para iniciar los trabajos de apertura del camino entre Pasto y
Sibundoy385 aunque hasta ahora desconocemos las causas por las cuales la obra no se acometió en la época pre-
vista. Aún así, sabemos que las autoridades regionales y nacionales conocían la imperiosa necesidad de construir
dicho camino y valoraban su importancia como fundamento de su política expresa de integrar los territorios
orientales y civilizar a “los indígenas errantes” del Territorio del Caquetá.

382 ARTESA DE SEGRE, Fray Agustín de. “Carta enviada…”. Fol. 2.


383 RODRÍGUEZ, Manuel María. “Informe del Prefecto del Caquetá dirigido al Gobernador de la provincia de Popayán acerca
la apertura de un camino entre Mocoa y Almaguer”. Pasto 5 de mayo de 1847. AGN: Sec. República, Fdo. Gobernaciones
Varias, T. 132, Fols. 488-491.
384 CÁRDENAS, Vicente. “Informe dirigido al Señor Secretario de Estado…”. Fols. 490-491.
385 GOBERNADOR DE POPAYÁN. “Comunicación dirigida al Secretario de Estado del Despacho de Gobierno en relación con
la apertura del camino entre Pasto y Sibundoy”. Pasto, 21 de mayo de 1856. AGN: Sec. República, Fdo. Gobernaciones
202 Varias, T. 197, Fol. 903.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Puente de guaduas sobre el río Mocoa, a media hora del pueblo del mismo nombre. Comunidad Religiosa Capuchina.
1913. Misiones católicas del Putumayo. Documentos oficiales relativos a esta comisaría. Bogotá. Imprenta Nacional.

En otras palabras, el proyecto vial y, sobre todo, la incorporación del piedemonte, las selvas orientales y las “tri-
bus salvajes”, habían sido una decisión geopolítica de los regímenes liberales de mediados del siglo XIX, es decir,
éstos se habían adelantado casi cinco lustros a la labor emprendida por los capuchinos en relación con la plani-
ficación y futura administración de los trabajos de apertura del camino que de Pasto conduciría a Puerto Asís.

A pesar de los esfuerzos realizados con el propósito de definir y construir un camino que hiciera posible una
comunicación más fácil y expedita entre las tierras altas y las tierras bajas, a finales del siglo XIX la Provincia del
Caquetá aún permanecía aislada del resto del país precisamente porque carecía de las vías necesarias, y sus
vínculos con Pasto se mantenían a costa de las penosísimas jornadas que a pié emprendían cargueros indígenas
quienes además servían de acémilas.

Tanto Mocoa como el valle de Sibundoy habían permanecido desde los inicios de la era republicana en un total
aislamiento que sólo se vio interrumpido de manera esporádica por la incursión de los explotadores y comer-
cializadores de las quinas o el paso, así mismo transitorio, de todos aquellos quienes luego aparecieron atraídos
por la bonanza del caucho y que buscaban un “camino” para ingresar, no sin dificultad, a la planicie amazónica.

El Prefecto Provincial describió, en el año de 1890, la manera cómo en aquel entonces se viajaba hasta Mocoa:

“De la ciudad de Pasto se llega en cinco días a este pueblo, todo carguío se hace a espaldas; generalmente el
carguero carga 4 arrobas y no son raros los que cargan 6; sirven para este oficio o trabajo penosísimo, los indíge-
nas de Sibundoy, Santiago y San Andrés de Putumayo; pero lo hacen también los habitantes de otras provincias,
como las de Pasto, Túquerres y Obando, lo cual es una rémora para el progreso que no sabe andar a pie, mucho
menos a espaldas, porque sin esos cuasi racionales, los que se prestan para flete tan humillante, ya hubieran, las
203
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

tres provincias, hecho esfuerzos por tener caminos carreteros o, siquiera, de herradura y las acémilas humanas
servirían para mejorar la agricultura o para engrandecer las artes. El trayecto de Pasto aquí es penosísimo, con
frecuencia se encuentran puntos que horripilan. Las personas de contextura delicada van y vienen a espaldas, en
una posición ridícula, extravagante y penosa: liados con fardos y amarrados como cerdos”386.

Fue tan solo a comienzos del siglo XX, por decisión y encargo del antiguo quinero y explorador Rafael Reyes, a
la sazón Presidente de la República, que el Ingeniero Miguel Triana emprendió su labor en busca de la mejor y
más adecuada ruta entre Nariño y el Putumayo, es decir, el levantamiento y trazado de un camino viable entre la
altiplanicie andina y la región oriental amazónica.

En dicho estudio preliminar, incorporó “la extensión de las tierras colonizables de los cuencos de La Cocha, Si-
bundoy y valles de Orito y San Juan que beneficia una de las líneas, y las mesetas del Guamuéz, en las faldas del
Patascoy, que en parte beneficia la otra”, lo mismo que la información correspondiente “a la vía estratégica, de
mayor utilidad y fomento, y aquella que por estas ventajas podría construirse gratuitamente mediante la conce-
sión de tierras baldías a los constructores”387.

La prospección y determinación de la “línea del camino”, así como su trazado y ejecución, formaron parte de
una política estatal que pretendía hacerle frente a los riesgos que por entonces amenazaban la soberanía o in-
tegridad territorial de la nación en razón del avance de agentes y empresas extranjeras de países vecinos sobre
el Putumayo, contexto éste dentro del cual seguían pesando, también, la inquietud y el malestar generados por
el episodio todavía reciente de la usurpación de Panamá, tal y como se puede apreciar en el texto de Santiago
Pérez Triana –redactado en diciembre de 1907 en Londres- que sirvió de prólogo a la obra escrita por Triana a
propósito de su trabajo exploratorio para la definición de la línea del camino en cuestión:

“El señor Miguel Triana, autor del presente libro en que narra su viaje en busca de un camino práctico y viable
entre la región de Nariño y la del Putumayo, fue enviado por el Gobierno de Colombia; como podrá verlo el
lector, cumplió su cometido brava e hidalgamente; volvió de su expedición como un triunfador con el trofeo
de lo visto y de lo aprendido y lo ha ofrecido a la patria y al Gobierno como un germen generoso que la patria
y el Gobierno deben cuidar y desarrollar en bien de todos para asegurar la integridad de la soberanía nacional,
obrando con la rapidez y la energía que las circunstancias exigen, en estos días de apetitos internacionales
voraces y agresivos, que andan a caza de territorios, como en busca de su presa las fieras de la selva”388.

Por consiguiente, fue gracias a la decisión gubernamental, en concreto a la designación y encargo que hiciera
el Presidente Reyes al ingeniero Triana, que se estableció y decidió la ruta definitiva que debía unir a Pasto con
Mocoa y la población, todavía inexistente pero ya proyectada, que años más tarde llevaría el nombre de Puerto
Asís, después de los arduos y prolongados trabajos de prospección realizados por éste y su grupo acompañante
de baquianos por el Guáitara, el Guamués, el Putumayo, el Mocoa, etc. En otras palabras, es preciso destacar que
el proyecto de comunicación en referencia fue planteado por las instancias estatales correspondientes desde
mediados del mismo siglo XIX, como parte de las políticas de integración de los territorios de frontera orientales
y sus pobladores aborígenes, y luego volvió a retomarse, a comienzos de la siguiente centuria, también por ini-
ciativa del Estado, el cual hubo de delegar inicialmente, por falta de recursos, su ejecución y administración en la
Misión capuchina, según lo descrito por el investigador Justo Casas:

“Pero el gobierno por falta de recursos no pudo iniciar los trabajos. Entre tanto, los capuchinos presionaban
constantemente por el comienzo de éstos. El Prefecto Apostólico, padre Montclar, en oficio dirigido en sep-
tiembre de 1909 al Ministro de Obras, decía que la bella y rica región del Caquetá y Putumayo, se hallaba
expuesta a la rapacidad de los peruanos, quienes sí aprecian sus inmensas riquezas. Agregaba que cualquier
sacrificio que se hiciera por la región, sería recompensado con creces; hacía ver que no era una obra que
demandara grandes esfuerzos, pues era sólo un camino fácil de construir. Pedían los misioneros capuchinos
al gobierno un auxilio de $40.000 y la autorización para iniciar la obra. Ante la insistencia del prefecto, el go-
bierno les autorizó la continuación de la obra (la punta ya se hallaba en San Francisco), bajo la inspección del

386 QUINTERO W., Alejandro. “Informe del señor Prefecto…”.


387 Véase el “Informe oficial” en el “Apéndice” de la obra: TRIANA, Miguel. Por el sur de Colombia… Págs. 381-395.
388 Véase el “Prólogo” elaborado por Santiago Pérez Triana para la obra: TRIANA, Miguel. Por el sur de Colombia... Págs.
204 7-24.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Poblados del Valle de Sibundoy. 1967. Archivo fotográfico del INCORA. Tomo IV.

prefecto, o su reemplazo. El Gobierno destinó los $40.000 por giros mensuales de $2.000. En octubre de 1909
se organizaron e iniciaron los trabajos, bajo la inspectoría del Padre Fray Estanislao de las Corts; el cargo de
pagador se le encomendó al Padre Heliodoro de Túquerres [...] el camino del Putumayo no se detenía en Mo-
coa, sino que debía prolongarse hasta el río, en razón de que estaba destinado a cumplir un papel geopolítico
estratégico en la defensa de la soberanía nacional. Éste no sólo permitiría el trasporte de las fuerzas militares
en caso necesario, sino la penetración del colono y los misioneros”389.

El énfasis que hemos puesto en este asunto del camino, mejor, en la línea Pasto-Mocoa-Puerto Asís, es importan-
te para nuestro trabajo porque, a partir de su breve recuento histórico, pudimos defender el planteamiento de
que sí hubo unas políticas estatales explícitas, en relación con la integración del Territorio del Caquetá, a partir
de su creación como tal a mediados del siglo XIX. Así mismo, hemos aportado nueva información acerca de los
varios proyectos con los cuales se pretendió integrar al Putumayo, por vía terrestre, con el Gran Cauca y Nariño.
Todo ello, nos permitió, de una vez por todas, refutar el que la proyección de dicho camino y, sobre todo, la po-
lítica de integración de la región oriental amazónica que se proyectaba ejercer, entre otras acciones, mediante
su construcción, hubiesen sido resultado del plan misional de los capuchinos, como podría inferirse de cierta
literatura y documentación, deliberadamente interesadas pero históricamente inexactas.

Por el contrario, y expresándolo de manera escueta, la presencia y vinculación formal de la Misión capuchina al
Putumayo fue parte de las políticas del Estado mismo dentro del proceso general de integración de la frontera
amazónica hasta bien avanzado el siglo XX.

En consecuencia, bajo la orientación de Fray Fidel de Montclar, con mano de obra indígena del valle de Sibundoy
y la colaboración adicional prestada por la “colonia de blancos de San Francisco”, ésta emprendió los trabajos de
apertura del camino regular de siete leguas en dicho valle y de tres leguas en dirección a Pasto, trecho en el cual

389 CASAS AGUILAR, Justo. Evangelio y colonización: una aproximación a la historia del Putumayo desde la época prehis-
pánica a la colonización agropecuaria. Bogotá: ECOE Ediciones, 1999. Págs. 145-147.
205
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

trabajaron los indios del pueblo de La Laguna: “Por manera que sólo faltan cuatro leguas para unir los pueblos
de Sibundoy con La Laguna y Pasto. A romper esta parte de cordillera, dejando a un lado el temible páramo y
siguiendo el trazo del ingeniero Víctor (sic) Triana, se dirigen por ahora nuestros esfuerzos”390.

Fundar un nuevo pueblo en las tierras del resguardo indígena de La Laguna, en la boca del río Encano, que sirviera
de vínculo entre “el mundo salvaje y el civilizado”, prestase albergue a los viajeros, garantizase el mantenimiento
y conservación del camino y facilitase la extracción de maderas, fue desde entonces parte del plan general que se
propuso desarrollar Montclar.

4.3.3. Las tierras del valle de Sibundoy: memoria y testimonio del despojo de una heredad

La apertura y construcción del camino de Pasto a Sibundoy se consideró “la obra más notable” de todas las adelan-
tadas por la Misión capuchina hasta entonces. En efecto, y como desde un comienzo lo había previsto Fray Agustín
de Artesa, fue un factor decisivo para la integración definitiva y permanente de las tierras indígenas del valle de
Sibundoy y su progresiva valorización. Sin embargo, el hecho sirvió también para acelerar el despojo de dichas tie-
rras, como poco a poco ocurriría, también, en el transcurso del mismo siglo XX, con los territorios de otros grupos
indígenas en las respectivas jurisdicciones de Mocoa y Puerto Asís.

Efectivamente, muchos años después del ingreso de los capuchinos al valle de Sibundoy, los ancianos indígenas
narrarían a sus hijos cómo los misioneros se fueron apoderando de sus tierras –las que ya en los inicios de la
década de 1930 hacían parte de la Cofradía de San Andrés- y de otras haciendas y predios, que ya por entonces
eran de propiedad de la Misión, en nombre de la Iglesia católica. Allí mismo, en las que pocos años antes habían
sido sus tierras, los indios despojados seguían trabajando, o derribando montaña virgen, “bajo condiciones” es-
tablecidas en documentos privados de arrendamiento de terrenos baldíos suscritos por aquella:

“Por referencias de los mayores indígenas, he oído que la Misión Capuchina, por medio del Gober-
nador del Cabildo, cuando lo era Francisco Tisoy, padre del abogado Diego Tisoy, el cual aún vive,
han (sic) arrebatado a los indígenas del corregimiento de Santiago las grandes extensiones de te-
rreno que tiene, de las cuales unas manejan los sacerdotes directamente, las que están limpias de
malezas, que sirven de potreros, y las demás, por medio de los indígenas, las que tienen malezas,
a quienes tienen por permiso, a condición de limpiar los terrenos, empradizarlos y regresarlos a la
Misión cuando ésta lo exija, en veces con plazo de un año, según los documentos que hacen con tal
fin, muchos de los cuales me ha tocado hacer o escribir a mí, en mi condición de abogado o de Go-
bernador del Cabildo, que también lo he sido; varios de los indígenas del extinguido corregimiento
de San Andrés, que hoy integra el corregimiento de Santiago, están derrocando montaña virgen,
en los terrenos baldíos o de la nación, por cuenta de la Misión, quien les ha concedido permiso
para derrocar la montaña, limpiar, sembrar, y después para regresarle esos terrenos, como lo tengo
explicado; cuando se les dice a estos indígenas que soliciten adjudicación por su propia cuenta,
contestan que no lo hacen porque se ha de enojar la Misión”391.

De acuerdo con este testimonio del indígena Manuel Tisoy del año de 1934, y tomando en cuenta la usurpa-
ción que los misioneros habían realizado desde los inicios de su establecimiento en el valle de Sibundoy, tanto
de las tierras donde originalmente había surgido la población de Molina, como del “común de San Francisco”
y La Cofradía –tierras, valga reiterarlo, ya adecuadas por indígenas y colonos y por entonces puestas al servicio
de la agricultura y la ganadería392-, nos es posible afirmar que tanto la política de apropiación de las heredades

390 MONTCLAR, Fray Fidel de. Artículo titulado: “del Caquetá, Putumayo y camino a Mocoa”. 6 de noviembre de 1908,
Pasto, Hoja impresa, Imprenta Oficial. AGN: Sección República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 608, Fol.
329.
391 TISOY, Diego y TISOY, Manuel. “Declaraciones de los abogados de Santiago”. 2 y 3 de julio de 1934. AGN: Sec. República,
Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 1079, cuaderno 6, Fol. 143.
392 Con el propósito de ilustrar, por ejemplo, que las tierras de las cuales se apropió la Misión, desde los inicios de su esta-
blecimiento en el valle de Sibundoy, eran a la sazón cultivadas y habitadas por las familias indígenas, debe recordarse, a
propósito, el caso de la hacienda capuchina La Cofradía. Ésta se formó de varias porciones de terrenos de los indígenas
206 Manuel Tisoy, Joaquín Tandisoy, Salvador Chasoy, Alejo Chasoy, Nicolás Jacanamejoy y otros “quienes tuvieron que salir
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Sibundoy. La escuela de los Hermanos Maristas en el campo. Fotografía realizada por la Comunidad
Religiosa Capuchina. 1917. Informes sobre las misiones del Caquetá, Putumayo, Guajira, Casanare,
Meta, Vichada, Vaupés y Arauca. Bogotá. Imprenta Nacional.

indígenas como los procedimientos mediante los cuales se hizo efectiva, por parte de la Misión, fueron puestas
en práctica a comienzos del siglo XX, de tal manera que la mayor parte de las que luego pasarían a sus manos,
como propiedad o posesión legal, ya se encontraban de facto bajo su dominio a finales de la década de 1930.
Es decir, hacían parte real del inventario de sus bienes, según podrá apreciarse más adelante en el documento
oficial del “Censo Aproximado de las Propiedades de la Misión Capuchina en el Putumayo”, el cual fue elaborado
por el abogado encargado de la División de los Resguardos Indígenas después de concluir su visita a dicho valle a
mediados de 1939, visita que se adelantó con el propósito de realizar un estudio pormenorizado de los distintos
problemas que allí afectaban la posesión, el usufructo y la propiedad de las tierras.

En otras palabras, a finales de la década en mención se sabía ya que la Misión no sólo se había apoderado de
una buena parte del conjunto de las tierras indígenas del valle de Sibundoy –las cuales habían sido hasta en-
tonces útiles para la producción agropecuaria-, sino que había incorporado otra significativa extensión gracias
a los “contratos de arrendamiento” que a su nombre y para su beneficio logró suscribir con los indios a fin de
apoderarse y explotar tierras baldías e incultas, es decir, que pertenecían por ley a la nación y sobre las cuales no
tenía títulos, permisos ni mejoras.

En la década siguiente, el avance territorial de la Misión se concentró en aquellas tierras en proceso de rotu-
ración y adecuación. Para validar su expansión, se valió, entre otros muchos medios, de dichos contratos de

dejando sus habitaciones y cultivos porque los padres capuchinos los estrecharon desde hace siete años más o menos”.
Al respecto, uno de los principales miembros del Cabildo declaró, en el año de 1913: “hace seis años fui Gobernador
del Cabildo y me convocó al convento el R.P. Fray Fidel de Montclar, y una vez allí me leyó una póliza de escritura o
escritura, para que la firmase con todos los miembros. Por ella se nos obligaba a ceder a la misión el terreno de Pacay,
actualmente en disputa, cosa a la cual no convine por ser lesivo de nuestros derechos” (TISOY, Diego. “Carta del cabildo
indígena sobre derechos del terreno de Pacay: testimonios”. Santiago, 1913. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de
Gobierno, Sec. Primera, T. 731, Fol. 185).
207
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Ganadería de la Misión en Sibundoy. Fotografía realizada por la Comunidad Religiosa Capuchina. 1913. Misiones
católicas del Putumayo. Documentos oficiales relativos a esta comisaría. Bogotá. Imprenta Nacional.

arrendamiento, suscritos en gran parte con indígenas y en menor medida con colonos, y los terrenos acopiados
terminaron convertidos en potreros para el ganado vacuno.

Desde entonces, bien fuese mediante contratos de arrendamiento suscritos con indígenas, a través de solicitudes
de adjudicación dirigidas a las instancias gubernamentales pertinentes, o en virtud de amenazas y despojos ejecu-
tados contra indios y colonos, la Misión siguió avanzando, esta vez sobre los totorales o juncales, es decir, se aden-
tró en la geografía de las tierras hasta entonces permanentemente inundadas del valle, y tal avance continuó aun
después de los planes manifiestos del gobierno central –a partir del año de 1939, precisamente- de reservarse esa
extensión de tierras inundadas (cerca de 6.000 hectáreas) con el propósito de “establecer en el futuro una granja
agrícola” que sirviese como centro de abastecimiento de productos destinados a surtir las demandas del departa-
mento de Nariño y la propia Comisaría del Putumayo o, años después, permitiese cumplir con la finalidad de otor-
garle tierras a los indios del valle mediante la creación de un resguardo una vez hubiesen culminado los trabajos, ya
previstos a la sazón, de construcción de los canales de drenaje y demás obras de desecación.

Así las cosas, desde los primeros años del siglo XX se fue presentando un apreciable número de episodios que,
de manera preliminar y desprevenida, podría interpretarse como quejas, denuncias, reclamos y otras múltiples
acciones o manifestaciones relacionadas con conflictos, aparentemente “aislados”, entre los misioneros y los
indios –y, en algunas ocasiones entre éstos, aquellos, los colonos y las autoridades (indígenas y no indígenas) lo-
cales y regionales- como resultado “natural” del proceso de “civilización e incorporación de los salvajes a la vida
civil” y su “natural y obstinada resistencia” a todo aquello que no fuera “la costumbre”393.

393 Según testimonios de los propios capuchinos, desde el inicio mismo de su establecimiento en el valle de Sibundoy debi-
eron enfrentar una fuerte resistencia por parte de los indios, en especial de los ancianos, frente a todo aquello que no
fuera “la costombre” (sic.). Los indios “todavía están tan aferrados a las ridículas tradiciones prescritas por la venerada
costombre, recibida de sus mayores y conservada, particularmente por los ancianos (...). Es conveniente añadir aquí que
el gran obstáculo que impide una pronta evolución entre estos indios es el de los ancianos de los pueblos. Hay que ver
208 la tremenda resistencia que oponen a cualquier novedad que intente introducirse en el pueblo, y de un modo particular
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Lago Guamués. Eliécer Silva Celis. C.a. 1940.


Archivo fotográfico ICANH. A 23 Km. al este de Pasto.

Las fuentes documentales primarias nos proporcionaron abundante información sobre tal situación, y su lectura,
en primera instancia, induce a pensar en desacuerdos, desavenencias, incumplimientos y hasta en enfrentamientos
menores surgidos a raíz de la “rusticidad” y precariedad de las “zanjas” y otras formas de la demarcación de los
linderos de posesiones, sementeras y propiedades de predios en el valle, lo mismo que por causa de la supuesta
“deficiencia” del registro y la memoria de las adjudicaciones y el usufructo y/o la posesión de parcelas, chagras,
terrenos y predios que desde el pasado, de modo consuetudinario y hasta entonces, habían sido otorgados por las
autoridades indígenas, es decir, por los cabildos.

No obstante, la documentación es mucho más rica y compleja, y a manera de un rompecabezas, sus fragmentos,
asociados e interpretados en el tiempo, dan cuenta de procesos históricos que fueron construyendo una realidad
local y regional desde finales del siglo XIX y a lo largo del siglo XX: el despojo, la apropiación privada –por parte
de la Misión, algunos hacendados y colonos- y la incorporación de las tierras del valle de Sibundoy al mercado
de tierras y, en general, a la economía nacional, a través de la explotación agropecuaria, y simultánea y progre-
sivamente mediante la adecuación, valorización e incorporación de nuevas extensiones, bien sea de las áreas
periódica o permanentemente inundadas, las zonas de montaña y otras circunvecinas que se lograron captar en
virtud de la gradual incorporación de las mejoras realizadas por los indígenas, cuya mano de obra, como ya lo
explicamos, logró cautivarse gracias a contratos de arrendamiento de predios baldíos de la nación.

En esta realidad que deliberadamente se fue construyendo, debe destacarse el hecho que, de facto o jurídi-
camente394,  y por causa del creciente despojo de sus tierras, los indios del valle terminaron convertidos en

contra todo lo que de un modo o de otro tienda a semejarlos a los blancos, como es el de vestido, construcción de casas,
etc.” (CANET DE MAR, Benigno de. “Informe del Encargado de la Inspección General de Instrucción Pública… Fol. 27).
394 El Artículo 6o. de la Ley 51 de 1911 estableció: “(...) sea que los indígenas del Valle de Sibundoy no puedan comprobar
su derecho de propiedad sobre esos terrenos, o sea que sus derechos se refieran a una extensión menor de la que
corresponde a 2 hectáreas por cabeza de población, se les adjudicará preferentemente el terreno necesario para que
209
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

propietarios minifundistas sometidos a vivir en condiciones miserables, y esta condición se constituyó cada vez
más en un factor decisivo para la instauración y reproducción de las relaciones de servidumbre a las cuales fue
secularmente sometida no sólo la fuerza de trabajo indígena, sino aun más y estructuralmente, el conjunto de
los grupos indígenas del valle, sobre todo por parte de la Misión.

Trascurrida la primera década del siglo XX ya era evidente que ésta pretendía extender sus dominios terrenales
y territoriales mediante el despojo de las tierras indígenas en uso, es decir habitadas y cultivadas, tal y como el
anciano de la parcialidad de San Andrés, Diego Cuatindioy, de 84 años, lo declarara en 1913: “verdad es que se
hacen despojos frecuentes de terrenos, como aconteció últimamente con los terrenos del Gobernador y Juan
Guatindioy, cerrados por zanjas como lo observó la Comisaría el día de ayer”395.

Las quejas de los indios, dirigidas expresamente al Presidente de la República, informaban no sólo acerca de los
despojos de sus terrenos, sino también de los abusos cometidos por los religiosos, entre ellos el trabajo no remu-
nerado y otros excesos, castigos y vejámenes que tuvieron lugar en aquellos años durante los cuales se pretendió
avanzar con celeridad, en la apertura y prolongación del camino de Pasto a Mocoa –cuya administración, como
ya se dijo, le había sido delegada a la Misión-, por efecto, en buena parte, de los ataques perpetrados por fuerzas
armadas regulares del Perú, entre los días 10 y 12 del mes de julio de 1911, al puerto fluvial de La Pedrera. Di-
chas agresiones tuvieron la propiedad de volver a resucitar la incertidumbre relativa al destino de la integridad
soberana de Colombia en la Amazonia396.

En telegramas como el siguiente, los indios resumieron sus quejas contra la Misión al Presidente Carlos E. Restrepo:

“Siguen persecuciones indígenas Santiago, prisiones, trabajos forzados todos sexos sin remuneración, manda-
do Padre Jacinto Capuchino, expropiación terrenos, casas, finge autorización Gobierno. Disponed Gobernador
respetar propiedades devolución inmediata, prohibición. José Tandioy flagelado veinticuatro azotes, cepo.
Contestad, Juan Chasoy”397.

En esos años, las relaciones entre los indígenas y la Misión fueron especialmente conflictivas y se caracterizaron
por una manifiesta pugnacidad entre las autoridades indígenas mismas y los miembros y representantes de la
Misión, contexto dentro del cual se recogieron de manera cuidadosa y prolija quejas, denuncias y declaracio-
nes, como las del anciano indígena ya citado, que dieron lugar a voluminosos expedientes destinados, incluso,
a poner en conocimiento del Presidente de la República la gravedad de la situación suscitada en el valle de Si-
bundoy como consecuencia de los despojos de las tierras de los indios y los castigos y maltratos, incluso contra
los “mayorales” y gobernantes indígenas, perpetrados por los misioneros, según lo declaró el Gobernador de la
parcialidad indígena de San Andrés, Juan Santos Mojomboy:

“Ejerzo el cargo por elección popular desde enero de este año [1913] y lo he venido desempeñando hasta
esta fecha. Durante este tiempo y sin que mediase motivo justificable, el R.P. Narciso Batelt me ha privado de
ejercer mi cargo en cuatro ocasiones, arrancándome la vara de mis manos a viva fuerza (…), (y) ha cometido
las siguientes tropelías: por dos ocasiones y después de quitarme la vara me ha metido al cepo con sus pro-
pias manos, habiéndome tenido en ese tormento la última vez desde las seis de la tarde hasta las doce de la
noche, hora en la cual y no pudiendo resistir mandé a suplicar a dicho misionero me levantase el tormento,
lo que se efectuó por orden que le había impartido al Alcalde de mi Cabildo, haciéndome perder ante él toda
mi autoridad (...)”398.

a cada indígena, cualquiera que sea la edad al tiempo de la distribución, le corresponden las expresadas dos hectáreas
(...)”. Tomado de: Diario Oficial No. 14.453.
395 ESCANDÓN, Joaquín. “Informe del Comisario Especial del Putumayo dirigido al presidente de la República, Carlos E. Res-
trepo, en el cual ratifica las denuncias presentadas por los indígenas de San Andrés contra los misioneros capuchinos”.
San Francisco, 21 de septiembre de 1913. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 718, Fols.
342-347.
396 SALAMANCA TORRES, Demetrio. La Amazonia Colombiana… Págs. 131-132.
397 CHASOY, Juan. “Telegrama dirigido al Presidente de la República por indígenas de Santiago”. Pasto, 19 de agosto de
1912. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Cuarta, T. 78, Fol. 171.
210 398 SANTOS MOJOMBOY, Juan. Citado por: ESCANDÓN, Joaquín. “Informe del Comisario Especial…”. Fols. 342-347.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Este tipo de castigos, impuestos por la Misión y por lo común ejecutados por miembros de las autoridades indí-
genas, cuya elección fue la más de las veces “promovida” de manera selectiva desde que los misioneros se afian-
zaron en el territorio, recayeron con frecuencia, con propósitos ejemplarizantes, en ancianos y otras personas de
reconocida autoridad en sus comunidades, es decir, se aplicaron con la finalidad de desautorizar y desprestigiar a
los gobernantes que habían sido elegidos autónomamente y como parte del proceso de consolidación del poder
de la Misión en Sibundoy y todo el Putumayo.

Así mismo, y en casos como el denunciado por el Gobernador indígena de San Andrés, quien fue víctima del cepo,
pero sobre todo deshonrado y desprestigiado frente a sus súbditos, el castigo, además de público y ejemplarizan-
te, constituyó una retaliación del misionero en virtud de la resistencia de dicha autoridad a las pretensiones de
la Misión de apoderarse de otros predios indígenas según se desprende de las afirmaciones que este personaje
hizo un día después de terminada la inspección adelantada por la comisaría en los terrenos en cuestión: “nos ha
quitado la parte de nuestros terrenos de cultivo para anexarlos al convento, terrenos que están cerrados ya por
zanjas como pudo observarlo la comisaría el día de ayer, y no es que carezcan de terrenos pues tienen fincas y
haciendas en Balsayaco, Santiago, Sibundoy, Alosupamba, San Francisco, etc., tomadas a los indígenas del lugar
contra su consentimiento, sin indemnización alguna, en todas las cuales mantienen yegüerizo y vacadas”399.

En otras palabras, detrás de muchas de estas sanciones y castigos se ocultaban las causas y propósitos reales de
la Misión: continuar accediendo, libres de todo obstáculo, a la posesión, el usufructo y la propiedad de las tierras
indígenas –más feraces y ya adecuadas- y consolidar su autoridad y poder no sólo en el valle sino en el conjunto
de la jurisdicción de la Prefectura Apostólica, haciendo caso omiso de las autoridades indígenas y civiles, más
aún, menoscabando deliberadamente la influencia de cualquier otra autoridad, local o regional.

En este mismo orden de ideas y de manera específica, un Memorial de ocho puntos, firmado por Francisco Jan-
sasoy400 en su propia representación y la de 43 compañeros habitantes de la parcialidad de Santiago, resume en
gran medida, y desde la perspectiva indígena misma, el tipo de abusos cometidos contra ellos por la Misión, pero
expone de manera explícita, y eso es lo fundamental, los verdaderos propósitos que animaron a los misioneros
desde los primeros años de su vinculación al Putumayo y hasta bien avanzado el siglo XX respecto del control de
la mano de obra indígena, el uso y posesión de las tierras del valle y la elección de las autoridades indígenas, no
sin antes denunciar la “descarada esclavitud” a la cual los tenían reducidos los capuchinos: “Cansados de llevar
tan negra suerte, bajo el duro yugo de una tiranía desmedida que llevamos desde que por desgracia vinimos a
ser dominados por los R. P. Capuchinos, quienes entronizados en nuestro territorio como amos dueños y señores
de nuestras propiedades, de nuestras habitaciones, de nuestra población, de nuestra industria, de nuestras per-
sonas y nuestra libertad, pasamos la vida de viles esclavos (...).” Sus denuncias, figuran resumidas a continuación:

1) Se les obliga a destruir las habitaciones que han edificado en contorno a una plaza, desde la época de sus ante-
pasados.
2) Se apropian los Padres de todo terreno que les agrade y obligan a los indígenas a sembrarles allí ALFALFA401 y les
hacen cercar potreros con alambre, para mantener allí ganado vacuno y de corral.
3) Les hacen construir escuelas para ambos sexos y un suntuoso convento, además de otros edificios, sin más remu-
neración que el garrote y la prisión.
4) Los niños que supuestamente recogen para educar, son obligados a trabajar en zanjas y “cerraduras de potreros”,
sin darles tiempo a su educación.
5) Privan a los indígenas del derecho de autogobierno en la comunidad, “con notable infracción de la Ley 89 y de-
cretos que nos rigen (...). Dicen que por simples reclamos se les lleva a las cárceles de Pasto”.
6) Se les despoja de sus terrenos para atender con éstos a las gentes blancas.
7) No se les da tiempo para establecer sus sementeras con qué sustentar las necesidades de sus familias.

399 Ibid.
400 JANSASOY, Francisco. “Memorial dirigido al Ministro de Gobierno por indígenas de la parcialidad de Santiago”. Santiago,
28 de noviembre de 1912. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera. T. 712, Fols. 266-267.
401 Las mayúsculas son del documento original.
211
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

8) Se les quiere obligar por parte de los R. P. Capuchinos a derruir la buena iglesia que tienen, para construir otra
con trabajo personal indígena. Ruegan entonces que no se desconozca la autoridad de su Cabildo, prohibiendo la
injerencia de los Capuchinos en la elección del mismo.

Por aquella época, además del ataque peruano a La Pedrera, muchos otros episodios de orden y cualidad dife-
rentes fueron configurando un panorama que resultó, en su conjunto, coyunturalmente favorable a los ya mani-
fiestos intereses y proyectos de la Misión, no obstante la caída de Rafael Reyes, a mediados de 1909, la cual tuvo
como efecto la suspensión de los giros aprobados y destinados a dar continuidad a la construcción del camino
Pasto-Mocoa a pesar de las medidas tomadas por el Gobernador de Nariño y el Comisario del Putumayo, medi-
das que provocaron inocultable inquietud y malestar entre los misioneros.

Dicho Gobernador de Nariño, General Eliseo Gómez Jurado, actuando sobre la base de que la mayoría de los
habitantes de las tres agrupaciones indígenas del valle fomentaban las industrias agrícola y pecuaria, sabían leer
y escribir (según sus palabras poseían el castellano) y mantenían transacciones comerciales con los habitantes
de Pasto, Túquerres, Barbacoas, etc. con la mayor propiedad, declaró en consecuencia “reducidos ya a la vida
civil las poblaciones indígenas de San Andrés, Santiago y Sibundoy” por medio del Decreto 263 del 11 de julio de
1910. Por consiguiente, estas comunidades debían regirse, a partir de la fecha, por las leyes generales del país en
materia de resguardos indígenas conforme a lo dispuesto en los artículos 2 y siguientes de la Ley 89 de 1890402  y,
en fin, estando ya “civilizados”, su administración quedaba bajo la competencia del gobierno civil.

Esta decisión, confirmada por el Tribunal Superior de dicho departamento, resultaba lesiva para los intereses
de la Misión tanto como un conjunto de medidas, dictadas por el Comisario Joaquín Escandón y notificadas a
los cabildos indígenas de Sibundoy para su debido cumplimiento. Dentro de ellas, el funcionario prohibió a las
autoridades indígenas el uso del cepo, dictaminó los procedimientos que debían seguirse para el juzgamiento y
castigo de ciertos delitos y prohibió a los cabildantes la embriaguez en atención a las reiteradas quejas de que
“los cabildantes se embriagan a expensas de los que desean satisfacer venganzas personales”.

Así mismo, prohibió a las autoridades del Cabildo el “cercenamiento de las posesiones cultivadas por los indígenas
subordinados” e impuso la obligación de someter a aprobación del Alcalde municipal, y por escrito, toda adjudica-
ción de tierras. Por último, dictaminó que ni la Comisaría, el Alcalde municipal u alguna otra autoridad o corpora-
ción podrían disponer a su acomodo, ni en provecho propio, del trabajo personal de los indígenas del valle si no se
les remuneraba su jornal: “la Ley no reconoce otro impuesto o contribución personal que el trabajo de pisadura,
reglamentado por la Junta Municipal de Caminos, pagadero por los individuos mayores de veintiún años y menores
de sesenta; y eso no en más de tres días en el año e invertible en las obras públicas de imperiosa necesidad”403.

Todas estas medidas, las que oportunamente fueron dadas a conocer al Ministro de Gobierno y a las autorida-
des correspondientes por parte del propio Comisario, tuvieron el propósito explícito de controlar el creciente
poder de la Misión, su ambicioso avance sobre las tierras indígenas y la odiosa servidumbre a la que tenía sujeta
la población nativa, la cual, de manera obligada y amedrentada por los capuchinos trabajaba en la construcción
y el mantenimiento del camino de Pasto a Mocoa y en muchas otras obras que beneficiaban los intereses de
aquellos, sin recibir a cambio, como ya dijimos, remuneración alguna. Y fue este mismo funcionario quien ade-
más planteó el problema fundamental del valle de Sibundoy y sobre el cual se había mantenido un prolongado
y deliberado silencio, desde el siglo XIX, que ahora debía romperse para establecer, de una vez por todas, los
derechos de propiedad, con la esperanza, quizá, de recuperar el testimonio escrito, la memoria de un pasado
colonial cuando, presumiblemente, las autoridades de entonces habían otorgado la posesión comunal de varios
terrenos, mediante títulos de resguardo, a su naturales habitantes, los indios:

“(Todavía no) se ha iniciado el pleito entre la Nación y los indígenas del valle de Sibundoy para saber a quién
pertenecen legalmente los terrenos del mencionado valle; de manera que mientras este asunto no se ventile
y no se conozca el resultado, parece inútil expedir tales reglamentos. Sería, pues, conveniente providenciar
(sic) a fin de que dicha Ley se cumpla en cuanto al nombramiento del abogado que debe representar a los

402 ESCANDÓN, Joaquín. “Carta del Comisario Especial del Putumayo dirigida al Ministro de Gobierno”. San Francisco, 26 de
abril de 1913. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Cuarta, T. 77, Fols. 355-358.
212 403 Ibid.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

indios para que demande ante el Poder Judicial el derecho de propiedad de ellos sobre los terrenos ya men-
cionados, manera de promover así el litigio y que el asunto se solucione, como los de la Comisaría, y aun de
los mismos indígenas que sufren graves perjuicios con esta demora”404.

Con tales argumentos, Escandón pretendía, ya en el año de 1913, recordar y promover debidamente la ejecución
de lo dispuesto por la Ley 51 del 18 de noviembre de 1911 o aquella que comprometía al gobierno del depar-
tamento de Nariño a pagar el abogado que nombrara el gobierno con el fin de defender, ante el Poder Judicial,
los “derechos que puedan tener los indígenas que hoy viven en el valle de Sibundoy, a ese valle o a parte de su
territorio”. Dicha ley, según se infiere de su contenido, había sancionado de antemano la manera cómo debía
distribuirse la parte que resultara baldía después de concluido el proceso de defensa de los derechos indígenas
ante las instancias judiciales.

A pesar del interés expreso del Comisario en establecer legalmente los derechos de los indios a las tierras del valle
de Sibundoy, no logramos encontrar, sin embargo, la necesaria información adicional que nos hubiese permitido
confirmar si en efecto se llevó a cabo la designación del abogado y si la proyectada visita de éste, a fin de recibir los
poderes de mano de las autoridades indígenas de las distintas parcialidades, tal y como lo contemplaba la misma
ley, se realizó. Tampoco conocemos expedientes relacionados con la realización del juicio que debía adelantarse se-
gún lo estipulado en ella. No obstante, el secular interés de ciertos políticos, hacendados, comerciantes y “señores”
de la antigua “Provincia de Pasto” –posterior Departamento de Nariño- en apropiarse de las tierras del Sibundoy,
jugó un papel decisivo en la medida que brindó los mecanismos para que todos estos individuos terminase favore-
ciéndose del prometedor porvenir económico del valle, al tiempo que la Misión, bajo la influyente dirección del Pre-
fecto Montclar, logró en comunión y con rotundo éxito que el Congreso de la República aprobara, precisamente, la
Ley 51 de 1911 que cedió al departamento de Nariño “las tierras no ocupadas ni adecuadas del valle de Sibundoy”
y dictaminó su distribución, disposición que favoreció notoriamente la geofagia de dicha congregación, es decir, su
ambicioso y no disimulado objetivo de apoderarse de los territorios indígenas.

Esta ambición, al igual que los intereses nariñenses y el contexto dentro del cual aquella fue promulgada como
resultado, por supuesto, de la política deliberadamente orientada a reducir a los indios del valle a una situación
minifundista y miserable en terrenos exiguos –en virtud del pírrico otorgamiento “hasta de dos hectáreas”-, si se
compara lo que recibieron la Misión, el Departamento de Nariño y los colonos, puede apreciarse mejor a partir de
las reflexiones que al respecto hizo el destacado especialista Roque Roldán, cuyo estudio y concepto fueron decisi-
vos décadas después en cuanto a las políticas de redistribución de tierras puestas en práctica por el INCORA:

“Una cosa importante es que la mayor parte de los terrenos ocupados por la misión para la fecha a que
nos hemos referido, estaban situados dentro de las tierras que tradicionalmente los indígenas habían
mantenido, con amparo legal o no, como resguardos. Parece que la presión de los misioneros y tal vez
la de los colonos ya establecidos en el valle y la de los nuevos que iban llegando con la apertura del
camino Pasto – Mocoa, ya bastante adelante de Sibundoy, obligaron al Congreso a proferir la Ley 51
de 1911 por la cual prácticamente se declaraba baldío el valle de Sibundoy y se reglaba la distribución
de las tierras así: 300 hectáreas para cada uno de los cuatro pueblos existentes; 100 hectáreas para
los establecimientos de instrucción pública; 50 hectáreas para las granjas de los Hermanos Maristas;
100 hectáreas para la beneficencia de cada pueblo; 100 hectáreas para la iglesia de cada pueblo; para
colonos blancos 50 hectáreas a cada uno; 500 hectáreas para formar una hacienda de artes y oficios
del Departamento de Nariño; y, finalmente para los indígenas que no tuvieren tierra, un lote de hasta
2 hectáreas. El resto de las tierras fueron cedidas al Departamento de Nariño con la facultad para éste
de enajenarlas en pública subasta en unidades de 50 a 100 hectáreas” 405.

Contrario a las intenciones del Comisario Escandón, y frente a la posibilidad de tener que reconocer las tierras
del valle como resguardo406, la “generosidad” del Congreso de la República con la Misión, el Departamento de
Nariño y los colonos, se tradujo, gracias a la promulgación de la mencionada ley, en el despojo legalizado de las

404 ESCANDÓN, Joaquín. “Informe del Comisario Especial del Putumayo dirigido al Ministro de Gobierno”. San Francisco, 15
de mayo de 1913. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 718, Fols. 280-314.
405 ROLDÁN ORTEGA, Roque. Anotaciones sobre el problema jurídico… Págs. 3-4.
406 En cuanto a la defensa de las tierras indígenas del valle de Sibundoy, la Ley 106 estableció la creación de un Tribunal de
Arbitramento conformado por tres miembros: uno nombrado por el Gobernador de Nariño; otro por los indígenas y, el
213
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

tierras indígenas, política ésta que nuevamente el Congreso propició y complementó en virtud de la expedición
de la Ley 106 de 1913, la cual modificó la forma en que debían realizarse los repartos de tierra, creando a tal fin
una Junta de Baldíos en Pasto. Dicha Junta, conformada por el Prefecto Apostólico, el Gobernador de Nariño y un
ciudadano nombrado por el gobierno nacional. Debía, primero, ampliar al doble la extensión de los terrenos que
antes se le habían otorgado a los colonos para el desmonte y, segundo, ratificar las adjudicaciones a los indíge-
nas, “hasta por dos hectáreas”, aprobadas por la ley anterior, pero bajo la salvedad de que le fuesen entregadas
a los cabildos de cada pueblo para que realizasen las adjudicaciones respectivas:

“Mediante la Ley 106 se agilizó el proceso de expropiación de los indígenas y se trataba de impedir la dispersión
de su población, mediante la entrega de los terrenos asignados en forma de resguardo. A su vez, se aseguraba
la ventaja de los colonos ya asentados en el valle frente a los nuevos que fueran favorecidos por la Ley. Aunque
la Ley les otorgaba a los indígenas la posibilidad de efectuar acciones tendientes a demostrar sus derechos de
propiedad sobre las tierras del valle, no pudieron hacerlo: sus títulos de propiedad habían sido robados”407.

Como se puede apreciar, entre los años de 1910 y 1914, las instancias gubernamentales, tanto regionales como
centrales, en especial el Comisario del Putumayo, el Gobernador de Nariño y el Congreso de la República, se
demostraron bastante activas y prolijas en lo que a materia de legislación se refiere, en gran parte movidas por
el temor latente del avance territorial peruano sobre el Putumayo, aprehensión que no era del todo injustificada
dado lo sucedido en La Pedrera pocos años atrás.

Fuera de las circunstancias que amenazaban o parecían amenazar la integridad territorial de la nación, muchos
otros factores e “intereses nacionales”, pero también privados, explican así mismo la atención puesta por los le-
gisladores y otras instancias gubernamentales en el propósito explícito de: “facilitar la colonización de los territo-
rios del Putumayo por la vía de Pasto”; atender “la colonización del Caquetá y Putumayo con individuos y familias

Los vigilantes de los Huitotos incluían unos 400 adolescentes indígenas (“boys”) adiestrados desde la infancia
para matar. Collier. 1908. Nación y Etnias. Los conflictos territoriales en la Amazonía 1750-1933.
Camilo Domínguez; Augusto Gómez. COAMA. DISLOQUE Editores. Bogotá. 1987.

nacionales o extranjeras”; promover la colonización fundando nuevos “centros de población”, como Sucre, en
el mismo valle de Sibundoy; y, desde una perspectiva regional amazónica más amplia, crear colonias penales y
agrícolas, entre las cuales podemos citar a manera de ejemplo la del Orteguasa (Decreto número 208 de 1910).

No obstante el claro propósito de colonizar e integrar la región amazónica, en general, y del Putumayo, en parti-
cular, contenido en buena parte de la legislación promulgada por esos años, los misioneros capuchinos comen-
zaron a promover –valiéndose para sus fines de las dificultades fronterizas del país, especialmente frente al Perú,
es decir, de los “intereses nacionales”- la adopción subrepticia y a su favor de varias leyes, normas y reglamentos
que contribuyeron a su consolidación, tanto en el valle de Sibundoy como en buena parte del Putumayo y de
modo parcial y precario en el Caquetá.

tercero, por el Tribunal de Pasto. El Tribunal determinó un plazo de ocho (8) meses para que los indígenas demostraran
sus derechos de propiedad.
407 La versión acerca del robo de los títulos de resguardo es creíble. No obstante, como ocurrió y sigue ocurriendo desde
el siglo XVI en cuanto a las escrituras y títulos notariales, el interesado recibe copia auténtica de la escritura original
y ésta queda incluida en los respectivos protocolos notariales siguiendo una estricta secuencia cronológica. En otras
palabras, si los indígenas y sus autoridades perdieron las copias auténticas de sus títulos, el título original debería haber
permanecido como parte de los legajos notariales respectivos. Por último, y mirando hacia el futuro, es útil recordar
que en muchos archivos de herencia hispana existen fondos documentales bajo la designación de “Tierras” y otros bajo
las denominaciones de “Resguardos”, “Composiciones”, “Reales Cédulas”, etc., en los cuales, y por razones históricas
explicables, se conservan títulos originales y auténticos de predios particulares urbanos (“solares”) y rurales (haciendas,
minas, dehesas, etc.), lo mismo que títulos de resguardos de propiedad comunal. Otra hipótesis acerca de la pérdida de
los títulos indígenas de las tierras de Sibundoy está relacionada con el incendio, accidental o deliberado, de algunas con-
strucciones en el valle, el cual ocurrió, presuntamente, a finales del siglo XIX o hizo parte de los incendios promovidos
por la Misión en contra de los colonos del pueblo de Molina y sus viviendas a comienzos del siglo XX (CHARRY SEDANO,
214 Alicia Constanza. Contacto, colonización y conflicto… Págs. 59-60).
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Augusto Javier Gómez López

Taller de sombrerería. Las reverendas monjas franciscanas enseñando a los niños y niñas indígenas del
Putumayo la fabricación de sombreros. Fotografía realizada por la Comunidad Religiosa Capuchina. 1917.
Informes sobre las misiones del Putumayo. Bogotá. Imprenta Nacional.

En consecuencia, y además de las leyes y decretos mediante los cuales el Congreso de la República y el Presiden-
te, como principal representante del Poder Ejecutivo, otorgaron tierras y otros beneficios a la Misión capuchina,
se expidió el Decreto Número 1484 del 23 de diciembre de 1914 o conjunto de normas que sancionaban la ma-
nera en que debía gobernarse a los indígenas del Putumayo y Caquetá408.

Dichas normas configuraron un “Reglamento” o régimen de control de la vida de las agrupaciones indígenas
existentes y de los pueblos de indios que fueran fundando los misioneros. Se trataba, en términos jurídicos, de
establecer la estructura de autoridad de los concejos de cada pueblo indígena que, bajo la “presidencia” del
padre misionero, debía ejercer funciones policivas y de vigilancia de la “moralidad” e imponer “castigos correc-
cionales”. Así mismo, el decreto proponía trabajar para que todos los indígenas tuvieran casa en el pueblo y se
asegurase que los jefes de familia asistieran cada domingo a las celebraciones religiosas. Estas y otras de las me-
didas contempladas por la norma tendrían desde entonces hondas repercusiones en la vida diaria y comunitaria
si se estima, por ejemplo, la política de fomento al poblamiento urbano que en el mediano y largo plazo debió
propiciar el abandono de chagras y cultivos de familias indígenas cuyo sustento había dependido exclusivamen-
te, y hasta la expedición de aquel, del trabajo de la tierra.

Muchas otras consecuencias, más o menos inmediatas y graves para los indígenas, tanto en lo económico como
en lo social, se derivaron de dichas normas que bajo la celosa y férrea vigilancia de la Misión se pusieron en prác-
tica sin dilación alguna. No debe resultar sorprendente, por lo tanto, la afirmación de que uno de los primeros
efectos fuese, literalmente, el asalto a las tierras y los cultivos indígenas: durante su ausencia, los usurpadores
o quienes actuaban al servicio de éstos, destruían reiteradamente sus sementeras, zanjas, mojones y linderos
hasta aburrirlos; de este modo los compelían a vender sus heredades, posesiones, derechos y mejoras a precios

408 COLOMBIA, República de. Decreto número 1484 del año 1914. Firmado por José Vicente Concha. Bogotá, 23 de diciem-
bre de 1914. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 972, Fols. 382-383.
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Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

irrisorios, cuando no los expulsaban, simplemente. En otras palabras, los indios fueron obligados de modo deli-
berado a presentarse en esos pueblos, y en ocasiones a ausentarse por uno o más días de sus hogares y predios
rurales, para cumplir con el trabajo subsidiario o para pagar con éste –es decir, abriendo y adecuando caminos o
laborando en obras de la Misión- sanciones y castigos impuestos por las autoridades religiosas, las que actuaban
bajo el amparo de ciertas normas y reglamentos o llanamente bajo el pretexto de la presunta potestad que les
había sido conferida a partir de la firma del Concordato y la adopción del Convenio de Misiones suscrito entre la
Santa Sede y el Estado colombiano.

Más allá de la asistencia a los actos religiosos del domingo y otros días festivos, lo que de facto se fue promovien-
do en el transcurso de los años fue un poblamiento urbano si se tiene en cuenta que los indios fueron coaccio-
nados a construir sus viviendas en esos núcleos de población y en algunas ocasiones hasta se los presionó para
establecerse en ellos de manera permanente.

No obstante, otras de las normas contempladas en el nombrado Decreto, como las previstas en el Artículo 5,
tuvieron el propósito explícito de proteger de los abusos de los especuladores a los indios, en su condición de
“menores de edad”, y sus tierras. A tal fin se declararían nulas cualesquiera ventas o hipotecas de sus terrenos,
norma que sin embargo la Misión se encargó de violar reiteradamente, al igual que lo dispuesto en el Parágrafo f
del Artículo 2, es decir, la prohibición de destruir los bosques necesarios a la conservación de las fuentes de agua.

Tanto estas como otras de las medidas incluidas en el decreto ameritan reflexiones más minuciosas y, sobre todo,
resulta procedente, con fines históricos, establecer la forma como fueron aplicadas en la realidad, si se conside-
ra, por ejemplo, que décadas después la Misión sustentó los derechos de propiedad de muchas de sus tierras so-
bre la base de supuestas compras que de ellas había hecho a indígenas, es decir, tenía pleno conocimiento de la
ilegalidad de dichas transacciones al momento de efectuarlas. Por ello, y trascurridos muchos años, el Comisario
Especial del Putumayo, preocupado por la legalidad o no de tales ventas y en atención a los muchos litigios que
se estaban suscitando, consultó en 1931 al Ministro de Gobierno respecto de la jurisprudencia que debía aplicar-
se a los indígenas del valle de Sibundoy, es decir, si regía la legislación general de la República para los indígenas
“reducidos a la vida civilizada”, según lo dispuso la Resolución No. 34 del Ministerio de Gobierno de septiembre
11 de 1930, o el Decreto Ejecutivo N. 1484 que, según dijimos, declaraba nulas las ventas e hipotecas de tierras
celebradas por los indios y, en su Artículo 6, concedía a los concejos de los respectivos pueblos las atribuciones
para repartir los terrenos de la parcialidad.

Una buena parte de este problema tenía que ver con el hecho escueto de que en el valle no existían resguardos
legalmente constituidos y, por ello, en sentido estricto, no podían existir los concejos de los pueblos mencio-
nados por aquel decreto. Esto explica no sólo la ambigüedad existente en cuanto a la jurisprudencia que debía
aplicarse y la incertidumbre en que se encontraba el Comisario, sino el porqué la Misión jamás se interesó en
impulsar ni concretar la conformación legal de resguardos en el valle de Sibundoy. En otras palabras, al no existir
resguardos legalmente constituidos, tampoco podían tener fundamento de legitimidad los concejos o instancias
que legalmente debían dirimir los asuntos relativos a las tierras indígenas en las sendas parcialidades.

En consecuencia, al no existir resguardos ni concejos legalmente constituidos, quedaba abierta la posibilidad,


en primera instancia, de adquirir tierras en términos de propiedad privada y, en segundo lugar, que las transac-
ciones y ventas de posesiones y mejoras de tierras, suscritas individualmente por los indios, tuvieran validez o,
sencillamente, se careciera de mayores argumentos legales para declararlas nulas:

“Especialmente se presentan muchos litigios con respecto a derechos y posesión de terrenos, ya que el Artí-
culo 5 del precitado Decreto 1484, no ha obstado para que continuamente se hayan verificado transacciones
de ventas de terrenos y mejoras de ellos, las cuales se suelen llevar a cabo por medio de simples documentos
privados. Es el caso informar a Su Señoría, que en esta Comisaría no existe legalmente ninguna parcialidad ni
resguardo de indígenas. Por lo expuesto, Señor Ministro, es del caso que cuando quiera que se trate de indíge-
nas en litigio de posesión y mejoras de terrenos se aplique la legislación general del país, o que directamente
intervenga en tales litigios el Concejo de los pueblos de indígenas o cabildos?”409.

409 CADAVID, Ricardo. “Consulta del Comisario Especial del Putumayo al Ministro de Gobierno”. Mocoa, 1 de septiembre de
216 1931. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 1.000, Fol. 492.
Colección Bicentenario
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En cuanto a la protección de los bosques contemplada en el Parágrafo f del Artículo 2, la explotación de los
mismos y sus maderas preciosas, desde La Laguna hasta el valle de Sibundoy, se realizó de manera exclusiva y
sistemática durante medio siglo por la Misión, para su propio beneficio y con mano de obra indígena410.

El Prefecto, consecuente con su plan de colonización, había tramitado la importación de tres máquinas hidráuli-
cas de aserrar madera destinadas a funcionar en Santiago, San Francisco y Mocoa411  y desde temprano, cuando
se propuso fundar un pueblo en la boca del río Encano, en las tierras del resguardo indígena de La Laguna, lo hizo
también con el propósito de garantizar el mantenimiento del camino por el cual sacaría, como efectivamente
sacó, las maderas hacia Pasto, tal y como atrás se relató a propósito de la apertura del camino Pasto-Mocoa-
Puerto Asís.

Como ya lo habíamos planteado, también, en páginas anteriores, además del ataque peruano a La Pedrera,
muchos otros episodios de orden y cualidad diferentes fueron configurando un panorama que resultó, en su
conjunto, favorable a los intereses y proyectos de la Misión, de tal manera que los esfuerzos de ciertas auto-
ridades en beneficio de los indios y contra las pretensiones de los capuchinos, como los emprendidos por el
Comisario Joaquín Escandón y el Gobernador de Nariño, General Eliseo Gómez Jurado, resultaron infructuosos,
incluso después de las acusaciones directas y debidamente sustentadas y documentadas por dicho Comisario
contra los procedimientos y actuaciones de los misioneros y que eran ampliamente conocidas por el Ministro de
Gobierno412.

No obstante esas acusaciones, el silencio prolongado de ciertas autoridades del gobierno central frente a las
quejas y denuncias de los indígenas y algunos funcionarios del gobierno regional, quienes intentaron impedir
los abusos y aun castigar los delitos cometidos por la Misión en el valle y la generalidad del Putumayo, fue señal
suficiente para desautorizar sus acciones y decisiones al respecto.

Hospital de Puerto Asís durante el conflicto Colombo-Peruano. C.a. 1933. Amazonia colombiana:
un estudio de bioantropología histórica. Ministerio de Cultura. Bogotá. 2000.

Entre tanto, el Congreso y otras autoridades de la República se cuidaron de favorecer y atender sus terrenales
intereses. Desde una perspectiva histórica, resulta pertinente alertar que, a mediados de la década de 1910, los
misioneros capuchinos contaban ya no sólo con los instrumentos jurídicos sino con el necesario apoyo político y
económico del gobierno para avanzar en sus proyectos de colonización y lucro, dada su condición de propietarios
de tierras, haciendas ganaderas y aserríos, y que tanto los unos como el otro los disfrutaron sin cortapisa a todo
lo largo de las primeras tres décadas del siglo XX, bajo el régimen conservador.

Este tiempo le bastó con creces a la Misión para consolidar su poderío económico y político tanto como su
potestad, frente a las autoridades civiles regionales y a las parcialidades indígenas del valle de Sibundoy, y tal

410 Al respecto hace falta un trabajo específico que permita establecer cómo se realizó esa explotación, cuáles fueron los
mercados y los usos de dichas maderas, trabajo de mucha utilidad para replantear aquella versión tan generalizada que
señala al colono independiente como el autor principal de la destrucción de los bosques. Se olvida con frecuencia que
fueron fundamentalmente los empresarios, dueños del negocio, con su maquinaria y sus aserríos, como en el caso de
la Misión, los que constituyeron el motor principal de tal devastación.
411 MONTCLAR, Fray Fidel de. “Informe sobre la Colonia de Puerto Asís”. Sibundoy, 18 de octubre de 1912. AGN: Sec.
República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 694, Fols. 284-286.
412 Las acusaciones del Comisario contra los misioneros dieron lugar a varios expedientes y “cuadernillos” (algunos de los
cuales fueron sustraídos presumiblemente en esos mismos años) de importante valor testimonial en virtud de las de-
claraciones de hombres y mujeres indígenas que fueron objeto de castigos, maltratos y despojos por parte de los mis-
ioneros o por orden de éstos desde los primeros años de su establecimiento en el valle de Sibundoy. Véanse al respecto
los documentos: ESCANDÓN, Joaquín. “Sumario instruido contra algunos misioneros capuchinos en 86 hojas útiles y
enviado al Señor Ministro de Gobierno”. Mocoa, 7 de julio de 1913. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno,
Sec. Cuarta, T. 116, Fol. 371; “Sumario instruido contra el R.P. Fray Querubín de la Piña, por flagelación”. San Francisco,
17 de mayo de 1913. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Cuarta, T. 77, Fol. 366 y “Testimonios indí-
genas acerca de los maltratos recibidos de manos de los religiosos o por autoridades indígenas bajo instrucciones de los
curas”. San Francisco, 1913. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 731, Fols. 229-232.
217
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

revestimiento de poder le sirvió, incluso, para imponer sus candidatos a gobernadores y manipular la membresía
de los cabildos.

El fortalecimiento económico de la Misión continuó, entonces, mediante el usufructo del trabajo de los indígenas
y el despojo de sus tierras, para lo cual también contó con el correspondiente apoyo que le otorgaron ciertas
leyes y reglamentos y el silencio cómplice de instancias del gobierno, conocedoras de sus reiterados excesos y
atropellos, e incluso con el de algunos comisarios y otros funcionarios regionales y locales, según lo denunciaron
los propios afectados, quienes “implorando justicia”, por ejemplo, dirigieron en octubre de 1913 un telegrama al
Presidente de la República en el cual se quejaban, en esta ocasión, del Comisario Especial, puesto que se había
abstenido de protegerlos debidamente contra las arbitrariedades de los misioneros: “(...) éstos despójannos
terrenos cultivados inmediatos pueblo, será refugiarnos montaña”413.

Con el objetivo de describir y analizar el modus operandi mediante el cual la Misión fue apoderándose de las
tierras indígenas cultas recién establecida en el valle, hemos expuesto los mecanismos de los cuales se valió
para apropiarse del territorio donde originalmente surgió la población de Molina, lo mismo que de las tierras
del “común de San Francisco”, en Guairasacha. Igualmente, hemos citado algunos testimonios relacionados con
otros casos más de despojo territorial que, de acuerdo con la declaración de Gobernador de la parcialidad de
San Andrés, fueron “tomadas a los indígenas del lugar contra su consentimiento, sin indemnización alguna” y
donde, refiriéndose a las “fincas y haciendas en Balsayaco, Santiago, Sibundoy, Alosupamba, San Francisco, etc.”,
de propiedad de los capuchinos, se levantaba ganado vacuno y caballar.

Muchos otros medios y procedimientos, aparte de los mencionados, fueron puestos en práctica por la Misión,
como parte del conjunto de las acciones que emprendió desde inicios del siglo XX con el propósito de acceder,
extender y consolidar su dominio y propiedad sobre terrenos rurales y urbanos (solares) en el valle de Sibundoy,
lo mismo que para controlar y usufructuar la mano de obra indígena.

Para ilustrar lo dicho, expondremos a continuación algunos casos específicos que nos permitirán identificar y
conocer a fondo otras de sus estrategias y procedimientos pues, en concordancia con lo manifestado por el
Comisario Ricardo Cadavid, después de los infinitos abusos que se cometieron en un inicio con los indios, por
medio de la fuerza, más tarde se burlaron sus derechos con engaños y apelándose a escrituras y documentos que
reglamentaban torcidamente la propiedad y acerca de los cuales éstos poco entendían414.

Tales afirmaciones fueron expuestas por el dicho Comisario precisamente a raíz del pleito surgido entre la Misión
y el indígena Juan de la Cruz Ágreda con motivo de la posesión del predio Ramos. Los derechos del demandante
no sólo fueron burlados, sino que además se vio imposibilitado de confirmar la validez de su pertenencia porque
los testigos que citó a declarar a su favor, sus vecinos y paisanos, se cuidaron de no asistir por temor a las repre-
salias que pudiera ejercer la Misión si declaraban en contra de sus intereses.

A pesar del título de propiedad que éste presentó al Ministerio de Gobierno en el Corregimiento de Sibundoy,
y en el cual figuraba que el predio había sido adquirido mediante compra legal al ya difunto Mariano Guajivioy,
Fray Andrés de Cardona, en representación de la Misión, argumentó que Ramos era de su propiedad en virtud de
la “compra que de él se hizo por documento privado”, fechado el 20 de enero de 1922, al mismo Mariano Gua-
jivioy, documento “reforzado” por la Escritura No. 8 del 8 de febrero de 1929 expedida por la Notaría de Sucre.

Aunque el indígena intentó demostrar que había estado en posesión del terreno desde mucho tiempo atrás y
rogó a varios testigos que atestiguaran a su favor, hubo de admitir luego que “ninguno de éstos ha comparecido,
razón por la cual no tengo cómo acreditarlo y ni tampoco tengo más pruebas que presentar”415.

413 TISOY, Francisco e Hijos. “Telegrama enviado al Presidente de la República”. Octubre de 1913. AGN: Sec. República, Fdo.
Ministerio de Gobierno, Sec. Cuarta, T. 74, Fol. 52.
414 CADAVID, Ricardo. “Oficio dirigido por el Comisario Especial del Putumayo…”. Fol. 554.
415 AGREDA, Juan de la Cruz. “Copia de las diligencias levantadas en relación con la queja presentada por el indígena J. C.
Á., ante el Ministerio de Gobierno. 1929-1930”. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, Fols.
218 554-556.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

El Encanto. C.a. 1914. “Conflicto amazónico 1932-1934”. Villegas Editores

Es oportuno subrayar aquí, no sólo en relación con este caso sino con la generalidad de todos los similares,
que lo que en esencia se estaba imponiendo y extendiendo allí era, además de la propiedad privada de la tie-
rra, la vieja tradición hispana y occidental relativa a la certificación de los derechos de propiedad raíz. En otras
palabras, las escrituras o títulos notariales y lo escrito fueron imponiéndose como expresión auténtica de la
propiedad privada sobre la costumbre y la tradición que persistió hasta el siglo XX, entre muchos de los pueblos
ágrafos amerindios, de recurrir a los mayorales y ancianos y, desde los tiempos coloniales, también al Cabildo y
sus miembros, para confirmar la heredad y otros muchos derechos con el recurso de “su palabra” o testimonio.

Otro de los mecanismos puestos en práctica por la Misión, para apoderarse de las tierras indígenas, fue el de
negar u obstaculizarles a éstos el tránsito a sus sementeras y predios, haciendo caso omiso de las servidumbres
o prohibiéndoles el paso. Al respecto, un largo pleito debió enfrentar el indígena Diego Tisoy a fin de poder acce-
der, cruzando por un terreno de la Misión, a su predio Pacay, el cual se hallaba ubicado en el Corregimiento de
Santiago y había adquirido legalmente por adjudicación de la Comisaría.

A pesar de las reiteradas solicitudes de Tisoy a Fray Florentino de Barcelona para que le permitiera el paso, tuvo
que acudir a la Resolución del Ministerio de Industrias que establecía el derecho a servidumbre de los terrenos
baldíos adjudicados. El religioso, no sólo continuó renuente a ceder, sino que confiscó los animales de Juan Mon-
tero, otro indio a quien Tisoy le había arrendado su predio: “hace como un mes que el referido Padre me llamó al
convento y me dijo que al Juanito Montero no le estuviera arrendando el terreno, el mismo al que me vengo re-
firiendo y yo le contesté que, como era pobre, tenía necesidad de arrendárselo; hace tres días supe que el Padre
Florentino nombrado, ha hecho traer al Coso416  del Corregimiento de Santiago las bestias que Juan Montero te-

416 Desde los tiempos coloniales y hasta el siglo XX, el “Coso” ha sido el lugar destinado por las autoridades locales para
retener o confiscar temporalmente animales domésticos (burros, caballos, entre otros) que por andar sueltos en las
calles, se considera perturban la vida de las poblaciones o constituyen un riesgo para la salud de sus habitantes. Común-
mente, el propietario del animal confiscado debe pagar una multa para recuperarlo.
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Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

nía en ese terreno, el mío que le tenía dado en arrendamiento, hecho que supongo ha hecho ejecutar por motivo
de que se le usa el camino que pasa por el terreno de la Misión, ya que las caballerías estaban en mi terreno”417.

Otro caso explícito al respecto ocurrió con el predio Viachicoy situado en el Corregimiento de Santiago, el cual
había sido comprado a la “Misión Capuchina Española” por tres indígenas, mediante “documento privado”:

“(...) como los sacerdotes de la Misión nos prohibieron el camino de entrada a nuestro terreno, por interponerse
predios de la Misión, nos vimos obligados a venderlo, como así lo hicimos, dándolo en venta al señor Pedro Pablo
Santacruz, perdiendo mucho de lo que nos había importado, venta que disgustó mucho a los sacerdotes de la
Misión, tanto que el que estaba en Santiago en ese tiempo, de lo que hará unos ocho años, si mal no recuerdo,
se ocupó fuertemente contra nosotros, en esos días, en la iglesia, porque lo que se proponían había sido adquirir
de nuevo el terreno, por medio de la prohibición de la servidumbre de tránsito que nos quitaron”418.

Otro de los casos que hemos seleccionado caracteriza ampliamente las dimensiones de la autoridad y el poder
ejercidos por la Misión, su injerencia en los ámbitos más íntimos de la “vida privada” de los indios, sus familias y
comunidades y, por supuesto, la manera como esa potestad fue utilizada por los capuchinos para usufructuar el
trabajo indígena, acceder a nuevas tierras adecuadas por éstos e imponerles muchas veces su desalojo a manera
de sanción y castigo. Por supuesto que, en sentido estricto, dentro de esas relaciones de servidumbre impuestas
por los capuchinos a los indios, no hubo lugar para la “vida privada:” cada domingo y desde los púlpitos, por
ejemplo, estos misioneros ejercieron la censura y el control públicos contra todos aquellos hombres y mujeres
que, por su desobediencia o por su resistencia, provocaron la “ira santa” de los religiosos. A esa censura se refe-
ría, precisamente, Manuel Tisoy cuando expresaba, con motivo de la venta que hicieron del terreno Viachicoy en
contra del deseo de los misioneros, que el sacerdote de la Misión que estaba en Santiago “se ocupó fuertemente
contra nosotros, en esos días, en la iglesia.” Como se desprende de caso ya citado de Jacinto Sigindioy y de mu-
chos otros que aparte de Sibundoy se presentaron en la jurisdicción de Mocoa, se deduce que los misioneros
forzaron la realización de esos y otros matrimonios en los que, incluso, los “comprometidos” no se conocían.

Dicho caso ilustra, también, la forma cómo la Misión fue habilitando e incorporando, con trabajo indígena, nue-
vas tierras para la agricultura y la ganadería, además de la humillante servidumbre impuesta por los términos
de los contratos de arrendamiento, suscritos verbalmente o por escrito, mediante documentos privados, entre
aquella y los indios.

Lentamente despojados de sus tierras, los indios se vieron abocados, con mayor frecuencia, a suscribir con la Mi-
sión este tipo de contratos que involucraban tierras baldías de la nación y sobre las cuales ésta no poseía mejoras
ni derechos. Pero una vez estos terrenos habían sido adecuados y contaban con las mejoras introducidas por el
trabajo indígena, aquella daba por concluido el contrato de arrendamiento y procedía a exigir, unilateralmente, su
devolución; tal exigencia se hizo, en algunas ocasiones, como una forma de represalia de los capuchinos en contra
de los indígenas que se atrevían a manifestar su inconformidad ante ciertos de sus procedimientos y abusos.

Por orden del padre Fray Andrés de Cardona, los alguaciles del Cabildo capturaron al indígena Jacinto Sigindioy,
un soltero de 18 años, bajo la acusación de haber “amanecido durmiendo con la Josefa Satiaca”, una “indígena
vagabunda y de mala vida” con quien se encontraba trabajando en minga en los terrenos de Mariano Dejoy.

En castigo, Jacinto y Josefa fueron colgados en el cepo desde el mismo día de su captura, y llevado luego el pri-
mero ante la presencia del nombrado padre, negó vehementemente que hubiera tenido relaciones con la suso-
dicha. No obstante, el padre le exigió casarse con ella, a lo que el acusado respondió que:

“(…) me casaría pero con otra mujer, a lo que me repuso el Padre que si hasta el sábado próximo no me casaba
con otra mujer, que tenía que hacerlo con la Josefa, que no me daba más plazo, dejándome salir del convento,
una vez que hube dado como fiador al indígena Mariano Dajoy, a quien tuve que ir a buscarlo a su casa que
tiene en el campo, dejando en prenda ante el Gobernador, una cusma que tenía puesta (...). El día jueves diez
y siete de mayo citado, antes de que llegara la fecha de mi matrimonio, fuimos con mi padre ya nombrado a

417 TISOY, Diego y TISOY, Manuel. “Declaraciones de los abogados…”. Fol. 142.
220 418 Ibid. Fol. 143.
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ver si podíamos conseguir otra novia, pero como no la conseguimos, resolví no casarme y presentarme ante
el señor Alcalde a consultarle si se me podía casar sin mi voluntad, a lo que me contestó el señor Alcalde que
nadie podía obligarme a casarme sin que yo quisiera, y seguidamente me dio un oficio dirigido al expresado
Padre Fray Andrés de Cardona en el que le hacía presente su mal modo de proceder y otro oficio dirigido al
Corregidor de Las Casas, en el sentido de encargarlo vigilara que no me castiguen por mi negativa al matrimo-
nio. Después de todo lo que dejo relacionado, el Padre Fray Andrés de Cardona ha llamado a mis padres y les
ha intimado que desocupen el terreno, en donde trabajan la agricultura, por motivo de que he venido ante el
señor Alcalde con la queja de mi matrimonio (...)”419.

Por su parte, el padre de Jacinto declaró al respecto:

“Una vez ante el Padre Cardona, me dijo que habíamos venido ante el Alcalde con la queja de mi hijo Jacinto
sobre el matrimonio, que le desocupáramos el terreno inmediatamente; yo le contesté que yo no había ido
ante el señor Alcalde, ni mi esposa tampoco, y sin otra cosa, nos retiramos del convento, ya que el Padre nos
hizo saber que nos había mandado llamar para que desocupáramos el terreno. Hace unos cinco años que yo
le dije al Padre de Cardona que me diera permiso para trabajar en una parte montañosa, baldía de la Nación
y él convino, por lo que me trasladé a derrocar montaña virgen y me establecí con trabajaderos (sic) de agri-
cultura de varias clases, en un tanto de cuadra y media, conservando la posesión desde esa fecha y hasta hoy,
en que el maíz está floreciendo y cuyo terreno quiere que se lo entregue, sin pagarme nada de mis mejoras.
Como yo he sido persona ignorante en leyes, y esas montañas dicen que son de la Misión Capuchina española,
que es la que nos manda en todo, ahora no sabemos qué hacer, si desocupar o no el terreno, aclarando que
una muchedumbre de indígenas está en la misma condición de yo (sic.), derrocando montañas, en terrenos
baldíos o de la Nación, por permiso de la dicha Misión Capuchina, a quien tenemos que entregarles esos
terrenos cuando ellos lo exijan, sin que les cueste un solo centavo, sólo el sudor de nuestra frente, siendo el
fruto de nuestro trabajo únicamente, advirtiendo además, que es de esta manera como la Misión ha adquiri-
do las grandes porciones de terreno que tiene, y cuya misión de adquisición continúa todavía sobre la parte
montañosa que hay hacia la cordillera noroeste y otros lugares (...)”420.

La visita realizada por el abogado encargado de la División de Resguardos Indígenas, Adolfo Romero B., en el año
de 1939, confirmó que la misión capuchina, “como práctica consuetudinaria”, arrendaba a los indígenas del valle
de Sibundoy terrenos baldíos de la nación. Según Fray Marceliano de Vilafranca, el número de estos contratos
ascendía, en 1939, a 100, y el propio funcionario pudo constatar, por sí mismo, que la mayoría de las familias
indígenas del valle se hallaban vinculadas contractualmente con la Misión por medio de este tipo de acuerdos:

“(...) casi toda la población aborigen de Sibundoy está vinculada a la Misión con este género de contratos, vio-
latorios de los principios consignados en la Ley de Tierras, especialmente del que prohíbe el enriquecimiento
sin causa. De allí que sea francamente inquietante para el país que una misión de religiosos extranjeros, en
lugar de poner todo su empeño para lograr el progreso cultural de los primitivos, se haya dado a la tarea cons-
tante de arrendarle los baldíos nacionales, prevalidos de su superioridad mental y económica, con el exclusivo
fin de extender todos los días los linderos de sus propiedades, con detrimento del trabajo del indio y de las
reservas nacionales”421.

Cabe aclarar en este punto que dichos contratos obligaban a la Misión a entregarle en arrendamiento al indígena
un terreno con unas supuestas mejoras –pues no existían en la realidad-, por el término de un año. Éste, a su
vez, se comprometía a realizar “toda clase de mejoras” sin derecho alguno a que se le reconocieran al momento
de restituir el terreno:

“De allí que le exigiera al Padre Marceliano de Vilafranca, cuasi-párroco de Sibundoy y representante de los
intereses materiales de la misión en el Putumayo, los títulos sobre los terrenos que a la sazón cultivaban los

419 SIGINDIOY, Jacinto. “Declaración juramentada. Documentación ordenada levantar por la Comisaría Especial del Putu-
mayo y el Sr. Ministro de Gobierno: los sacerdotes de la Misión Capuchina, por medio de prisiones de Cepo, obligan a
los indígenas contraer sus matrimonios”. Cuaderno Primero. Sibundoy, 2 de mayo de 1934. AGN: Sec. Republica, Fdo.
Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 1079, Fols. 111-115.
420 Ibid. Fols. 115-116.
421 ROMERO B., Adolfo. “Informe presentado por el Abogado de la División de Resguardos Indígenas al Ministro de la
Economía Nacional como resultado de su comisión a la Comisaría del Putumayo”. Bogotá, 27 julio de 1939. AGN: Sec.
República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 185, carpeta 1551, Asuntos Indígenas, Fols, 8-28.
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Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

arrendatarios indígenas; y lo invitara a que me mostrara las mejoras que hubiera dado la misión últimamente
en usufructo; como respuesta obtuve que esta entidad eclesiástica carecía en forma absoluta de esos títulos,
toda vez que sólo obraban unas peticiones de adjudicación iniciadas desde 1926 y hoy perfectamente aban-
donadas en la Alcaldía de Colón por culpa de la misión; y la negativa a exhibirme las mejoras, pretextando
motivos de diversa índole”422.

El nombrado padre, que en aquel entonces ocupaba el cargo de Presidente del Cabildo de Indígenas de la par-
cialidad de Sibundoy, y hacía de “representante legal de los bienes de la Iglesia”, no sólo aceptó que dichos con-
tratos se habían celebrado con los indios sino que continuaban celebrándose; más aún, que el lapso de ellos se
había incrementado de uno a varios años, al término de los cuales se los podía renovar por otro tiempo igual, si
bien arguyó que la Iglesia no cambiaba a los indios de terreno ni lugar sin su expreso consentimiento.

Respecto de ciertos terrenos que desde temprano la Misión le había usurpado a los indios, como San Pedro,
San Félix y El Sauce, los que fueron solicitados en adjudicación por Fray Fidel de Montclar en 1926 en calidad de
“fundos baldíos” y cuya adecuación para la ganadería se realizó bajo el mismo género de contratos ya descrito,
Vilafranca declaró que:

“Es penoso y a la vez mortificante decirlo, pero la verdad es que en aquel tiempo no existían ni se conocían
en este valle ciertos elementos que más tarde entraron con el propósito de lucrar a los infelices e ignorantes
indígenas engañándolos y ofreciéndoles hacerlos respetar pero con la condición de que les cedieran a ellos
de por mitad de sus posesiones aun cuando en verdad pertenezcan a la iglesia y sofismándolos (sic) que la
posesión en que estaban les daba derecho a que las Leyes los hicieran respetar, sin tener en cuenta que tal
posesión no la conservaban en su propio nombre si no en el de la entidad que los había puesto en ella”423.

De cara a las investigaciones que a la sazón estaba adelantando el Ministerio de la Economía Nacional respecto
del arrendamiento de los terrenos baldíos de la nación y la situación de los indios del valle de Sibundoy y sus
tierras, el mismo padre dio su propia versión de la razón y manera por las cuales éstas habían pasado a ser pro-
piedad de la Misión:

“Es un hecho completamente cierto que la Iglesia de Sibundoy, por medio de sus representantes, ha compra-
do por sumas módicas las mejoras que han poseído en el mencionado valle algunos de los indígenas existen-
tes en él, compras éstas que se han llevado a cabo con la voluntad expresa de los mismos indígenas y, la mayor
de las veces, para evitar que ciertos individuos, llevados por la ambición, fueran a expropiarlos de sus terrenos
con amenazas y daños causados en sus sementeras, hechos éstos que se repetían con no poca frecuencia. Al
comprarles la Iglesia las mejoras a los indígenas, éstos estaban con la seguridad de continuar usufructuando
tanto las mejoras como el terreno en donde ellas existían, de por vida; y después de tal usufructo debían
seguir y seguían sus herederos, sin que ni unos ni otros erogaran emolumento alguno a la Iglesia, por el prés-
tamo que de tales mejoras se les hacía”424.

Las pesquisas emprendidas en el valle de Sibundoy y la generalidad del Putumayo, por el Ministerio de la Eco-
nomía Nacional, su Departamento de Tierras y de Resguardos Indígenas y otras instancias gubernamentales,
permitieron constatar la usurpación misional de las tierras indígenas, la “mala fe predominante en las transac-
ciones”, es decir, el acaparamiento y beneficio territoriales logrados por los capuchinos, y el ilegal aprovecha-
miento y explotación de los baldíos de la nación en detrimento del trabajo de los indios y la colonización, tal y
como oficialmente lo informó el comisionado y abogado de la División de Resguardos Indígenas al Ministro de
la Economía Nacional:

“En todo caso, puede constatarse una gran desproporción y una grave injusticia; a la par que los colombianos
en número de 425 sólo poseen 3.479 hectáreas en el Putumayo, la Misión Capuchina tiene más de 4.000

422 ROMERO B., Adolfo. “Texto parcial de la carta enviada por el Abogado Encargado de la División de Resguardos al Direc-
tor de El Espectador”. 16 de noviembre de 1939. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 185, carpeta
1551, Fols. 4-7.
423 VILAFRANCA, Marceliano de. “Carta del Representante legal de los bienes de la Iglesia en Sibundoy, dirigida al Comisio-
nado del Ministerio de la Economía Nacional”. Sibundoy, 21 de junio de 1939. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del
Interior, caja 185, carpeta 1551, Asuntos Indígenas, Fols. 43-45.
222 424 Ibid.
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Augusto Javier Gómez López

hectáreas. No se necesita, pues, hacer demagogia para ponerle punto final al acaparamiento de la tierra por
parte de la Misión. Los datos numéricos ya expresados, justifican la medida que limite el número de hectáreas
que puede poseer en el Putumayo la Misión Capuchina. (...) Contra tales vicios es indispensable reaccionar,
porque no es posible que la región más necesitada de colonizadores colombianos, por su situación fronteriza,
quede a merced de los hombres sin conciencia y de los que sólo anhelan tener una vasta propiedad que se
denomine ‘Putumayo’. Al buen criterio del Señor Ministro dejo la solución de estos problemas, que requieren
medidas legislativas de carácter radical”425.

En el transcurso de los años treinta, una vez concluido el conflicto con el Perú y definidas las fronteras de Colom-
bia con dicho país, amén de las políticas sociales y agrarias promovidas por los gobiernos liberales durante esta
época y a comienzos de la siguiente década, la importancia de la Misión capuchina, para la integridad territorial y
la defensa de la soberanía nacional, comenzó a decaer en abierto contraste con el papel que había desempeñado
durante la problemática geopolítica y fronteriza que caracterizó los seis primeros lustros del siglo XX, es decir,
desde la usurpación de Panamá en 1903, pasando por la latente amenaza de la Casa Arana, a partir de 1904, y el
ataque a La Pedrera hasta la culminación del conflicto colombo-peruano en 1933.

Dicho de otro modo y a modo de síntesis, la defensa de la integridad y la soberanía territoriales constituyeron
uno de los propósitos fundamentales para emprender la incorporación del Putumayo y el piedemonte amazó-
nico colombiano, desde mediados del siglo XIX y como respuesta a las incursiones de esclavistas y caucheros
de Brasil y Perú al otrora Territorio del Caquetá y demás territorios amazónicos colombianos. Por esta causa se
creó dicha división, se buscaron las rutas más adecuadas para comunicar los Andes con la Amazonia y años más
tarde se apoyaron el establecimiento de la Misión capuchina –después de suscrito el Concordato y el Convenio
de Misiones-, la construcción del camino que de Pasto conducía a Puerto Asís, y la fundación y fomento de esta
última población, entre muchas otras obras, acciones, leyes, inversiones y proyectos destinados a promover y
arraigar la colonización.

En la década de 1930, una vez finalizada la Hegemonía Conservadora, varios de los gobiernos liberales se pre-
ocuparon de estimular y garantizar la adjudicación de las tierras a quienes realmente las trabajaban y, en el caso
específico del Putumayo, escenario del reciente enfrentamiento militar con el Perú, hubo particular interés en
fomentar la colonización efectiva del valle de Sibundoy y su piedemonte, de tal manera que el “acaparamiento
de la mejor tierra por parte de la Misión” se vio como un impedimento para el avance de la obra colonizadora426 
y el desarrollo agrícola:

“En el año de 1930, como es sabido, ocurrió en Colombia el cambio de Gobierno. La Misión Capuchina que
había tenido un fuerte respaldo en los gobiernos anteriores a esa fecha, se vio en algunas dificultades. En
efecto, la solicitud de adjudicación iniciada en el año de 1926 todavía no había sido concretada en el año de
1936. En este último año vino a producirse la Ley 200 sobre tierras. Las presunciones consagradas en este
estatuto a favor de los campesinos que estaban trabajando en forma directa la tierra, hizo temer a los misio-
neros sobre las perspectivas reales de mantener las pretensiones de dominio sobre toda el área solicitada,
ya que buena parte de ésta estaba siendo explotada a través del arrendamiento y la aparcería. Vino entonces
una serie de negocios de venta de tales tierras a colonos blancos y a los pocos indígenas que tenían la facili-
dad económica de adquirirlos. Empero, la mayoría de los terrenos trabajados por arrendamiento y aparcería
fueron sencillamente “limpiados” de indígenas y convertidos en potreros”427.

425 ROMERO B., Adolfo. “Informe presentado por el Abogado…. Fols. 8-28.
426 Al respecto, el Abogado de la División de Resguardos Indígenas le planteó al Ministro de la Economía Nacional: “Este
ministerio debe impedir que la misión siga acaparando las tierras del Putumayo, porque en caso contrario, la labor colo-
nizadora de esa región quedaría definitivamente paralizada, habida circunstancia del deseo continuo de la misión para
apropiarse las mejores tierras, especialmente de las del valle de Sibundoy. Necesariamente, se impone la necesidad de
fijarle a la misión el máximum de hectáreas que pueda cultivar o beneficiar con ganados, porque sólo ésta posee más
de 4.000 hectáreas en el Putumayo y 425 propietarios en total de los corregimientos de El Encano, Santiago, Sibundoy
y San Francisco sólo tienen en posesión 3.479 hectáreas. Son datos demasiado elocuentes que hablan por sí solos de
la necesidad de poner en ejecución la medida propuesta”. Tomado de: ROMERO B. Adolfo. “Informe presentado por el
Abogado… Fol. 17.
427 ROLDÁN ORTEGA, Roque. Anotaciones sobre el problema jurídico… Pág. 5.
223
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Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Frente a ese acaparamiento de las mejores tierras por parte de la Misión, en cuyo poder y beneficio se hallaban
cerca de 4.000 hectáreas según pudo establecerlo in situ y de manera pormenorizada el nombrado comisio-
nado (véase el cuadro Censo Aproximado de las Propiedades de la misión capuchina en el Putumayo. Año
de 1939), éste planteó la necesidad de crear un resguardo en favor de los “indios Sibundoyes”, argumentando,
con razón, que carecían de tierras para sus cultivos. Igualmente, escribió otras importantes recomendaciones
que dirigió al Ministro de la Economía Nacional con el propósito de impedir, en el futuro, la usurpación de las
tierras que les fueran otorgadas a los indios, entre otras medidas que debían tomarse con el objeto de evitar la
injerencia de los misioneros en los asuntos del Cabildo y en la elección de las autoridades indígenas. Así mismo,
alertó sobre la necesidad de ponerle fin, tanto a la explotación de las maderas, que ya la Misión venía aprove-
chando428, como de otros recursos cuyos yacimientos habían sido recientemente descubiertos:

“1ª. Es urgente la creación del resguardo de Sibundoy, porque los indígenas de ese lugar no tienen tierras que
cultivar y porque si se les hace adjudicaciones en forma individual bien pronto serán desposeídos, ya por la
misión, ya por los colonos de otras razas que en la Comisaría del Putumayo se hallan establecidos. Como ya
se ha dicho, los indígenas de Sibundoy trabajan en terrenos baldíos que la misión indebidamente les da en
arrendamiento y sin que les reconozca, a la finalización del contrato, las mejoras que en el predio arrendado
hayan plantado.

2ª. El establecimiento del resguardo impide que los indígenas emigren hacia lugares inadecuados para su
progreso cultural, económico y sanitario; y el lugar escogido para resguardo ha sido sitio de querencia de la
parcialidad de Sibundoy.

3ª. El resguardo debe establecerse bajo la supervigilancia del Comisario del Putumayo y es indispensable pro-
hibir que otras personas extrañas a la raza indígena tomen las posiciones directivas del cabildo. Tal sucedería
si se permitiera que el padre Vilafranca presidiera el Cabildo de la parcialidad de Sibundoy, como es su deseo.
Si esta prohibición no se cumple, quedará la misión beneficiándose de las maderas existentes en la zona mon-
tañosa que se señala como resguardo y de los yacimientos auríferos descubiertos en las cabeceras de los ríos
San Francisco y San Pedro, dada la obediencia de los primitivos hacia los misioneros”429.

En relación con a la “absoluta miseria de los indios” Sibundoyes, su “extrema degeneración orgánica” y su
“fanatismo religioso” que, según el mismo abogado Romero los hacía “presa fácil de explotación”, volvió
a plantearse de nuevo el ya viejo proyecto de crear el resguardo con el fin de legalizarle oportunamente a
los Kamsá, de una vez por todas, la extensión de tierra necesaria. Así como muchos años atrás el entonces
comisario del Putumayo, Joaquín Escandón, propugnó por que se diera debido cumplimiento a lo ordenado
por la Ley 51 del 18 de noviembre de 1911, con el propósito de establecer legalmente los derechos de los
indígenas a las tierras del valle de Sibundoy, así mismo, en 1922, el también Comisario del Putumayo, Jorge E.
Mora, llamó la atención acerca de la venta que los indios del valle de Sibundoy estaban haciendo, por medio
de escrituras públicas, de los terrenos que habían cultivado y heredado de sus mayores, “ventas que no muy
tarde reducirán a los indios al pauperismo más amenazante”.

En consecuencia, llamó la atención del Ministro de Gobierno para que a través de esta instancia se determinara,
con entera precisión, las tierras que debían delimitarse como resguardo y mencionó la adjudicación de los terre-
nos que para tal fin, por esos mismos años, había decretado la Junta de Baldíos a favor de las parcialidades de
Sibundoy, Santiago y San Andrés, y cuyo título legal definitivo no había llegado aún:

“Como las ventas continúan, no obstante lo dispuesto en la Ley 89 de 1890, que es la que determina la mane-
ra como deben ser gobernados los salvajes que van reduciéndose a la vida civilizada, se hace necesario una
aclaración: Que se determine con precisión el globo de tierras que les debe quedar para Resguardo, o que se
resuelva que, siendo como son menores de edad ante la Ley, no pueden disponer de los terrenos que cultivan
o han heredado de sus padres. Hace más de dos años que la Junta de Baldíos del valle de Sibundoy adjudicó
de manera provisional los resguardos correspondientes a las parcialidades de Sibundoy, Santiago y San An-
drés, pero hasta la fecha no les ha llegado el título legal definitivo, expedido por el Ministerio de Agricultura
y Comercio, vacío que debe llenarse para atajar de todos modos el peligro que he apuntado para el futuro de
los indígenas del valle de Sibundoy”430.

428 La Misión tenía ya instalada “una rueda hidráulica para beneficiar maderas” en el predio La Granja.
224 429 Ibid. Fol. 16.
430 MORA, Jorge E. “Informe del Comisario Especial…”. Fols. 100-118.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Censo aproximado de las propiedades de la mision capuchina en el Putumayo.

Extensión
Lugar Nombre Observaciones
Hectáreas
Corregimiento de La Cofradía 70 a 80 No existe en ese predio montaña inculta. Se
San Andrés encuentra situado a la orilla derecha del río
Putumayo.
Corregimiento de La Cofradía de 100 Son potreros de muy buena calidad.
Santiago Santiago
Municipio de Colon 1 La misión no tiene sino 1 hectárea en donde esta
situada la iglesia y la casa cural.
Corregimiento de La Granja 1.000 450 cubiertas de pastos naturales; las restantes
Sibundoy incultas y que son precisamente las que la misión
promete ceder al resguardo de Sibundoy.

San Pedro, 2.500 No se pudo apreciar cuantas hectáreas están


San Félix y el cubiertas de pastos, porque el fundo tiene
El Sauce soluciones de continuidad. En todo caso, hay varios
potreros con bastantes ganados.

La Cofradía 3
El Machoy 3
1 Finalmente al lado de la iglesia.
Corregimiento de La Cofradía 35 Fue vendido a Gabriel Vargas y a otras personas
San Francisco hace un año mas o menos, a $100,00 hectárea.

La Cofradía 5
de la Divina
Pastora
Municipio de la iglesia 10 unas a inmediaciones de la población. Son potreros.
Mocoa.
Corregimiento de la Iglesia 250 Son potreros.
Puerto Asís
TOTAL 4.000 En total y aproximadamente posee la misión, sin
títulos de adjudicación una 4.000 hectáreas en la
Comisaría del Putumayo. Todas estas propiedades
están destinadas para la ganadería. No existen
cultivos de ninguna especie.

Fuente: ROMERO B., Adolfo. (Abogado de Resguardos indígenas). “Informe presentado al Ministro de la Economía Nacional por
Adolfo Romero B. Abogado de resguardos indígenas”. Bogotá, 27 de julio de 1939. AGN: Sec. República;
Fdo: Ministerio del Interior. Caja: 185; Carpeta No. 1551; Asuntos Indígenas. Fols 8-28.

225
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Estas y otras solicitudes explícitas y oportunas, elevadas ante las autoridades superiores correspondientes, no
fueron suficientes o, sencillamente, no lograron encontrar eco entre éstas. De este modo, el asunto de los de-
rechos indígenas a las tierras del valle se había “olvidado” reiteradamente y la defensa vehemente que algunos
miembros de las autoridades civiles regionales hicieron de esos derechos les costó literalmente “el puesto”,
como en el caso específico del dicho Joaquín Escandón, cuya destitución fue resultado de la retaliación de los ca-
puchinos431; su Prefecto, Fray Fidel de Montclar, lo amenazó, además, con otras “censuras”: “En consecuencia, y
haciendo uso de las armas que la Iglesia pone en manos de los Ordinarios Eclesiásticos para defender sus bienes
contra los atropellos de los que se hacen sordos a las voces de la conciencia, notifico a Usted y a su secretario que
si insisten en su contumacia y tratan de impedir por la fuerza la propiedad de la Iglesia, los declararé incursos en
las censuras de la Iglesia fulminadas contra los usurpadores de sus bienes”432.

También el Comisario Cadavid había llamado en su tiempo la atención acerca de la falta de resguardos indígenas
legalmente constituidos en el valle, las ventas de tierras que estaban haciendo los indios mediante documentos
privados y los problemas suscitados en virtud de la incertidumbre jurídica existente al respecto433.

Unas breves reflexiones más sobre este asunto, nos permitirán dibujar y contextualizar, de manera más amplia,
el panorama regional, e incluso nacional, relativo a las políticas que por esos años se pretendieron aprobar den-
tro de ese ambiente privatizador de las tierras comunales indígenas.

Las primeras décadas del siglo XX fueron, sin duda, contraproducentes para los intereses indígenas y, en especial,
para el reconocimiento legal de sus tierras. Así como lo habían pretendido –¡y en parte lo habían logrado!- en
algunas coyunturas ciertos sectores de la sociedad durante el siglo XIX, argumentando la urgente necesidad de
imponer y de ampliar el impuesto predial sobre las tierras de indios o privatizándolas como “solución“ a la crisis
financiera de los municipios, desde los inicios del siglo XX la privatización de las tierras comunales y de resguardo
fue una política reiteradamente promovida por quienes estuvieron interesados en usurparlas, y en el mejor de
los casos adquirirlas, con la finalidad de extender los linderos de sus haciendas.

Una larga historia de esos intentos y logros de privatización legal y de hecho puede elaborarse especialmente en
relación con las tierras indígenas del antiguo Estado Soberano del Cauca –en particular de aquellas ubicadas al
noreste del actual Departamento del Cauca-, los resguardos que todavía a comienzos del siglo XX habían logrado
mantenerse como tal en las vecindades de Popayán, como en Timbío, Yambitará y Cajibío, por ejemplo, las tierras
comunales del departamento de Nariño y, por supuesto, del Putumayo, ente que hacía antaño parte del Territorio
del Caquetá estuvo bajo la jurisdicción de la antigua Gobernación del Cauca hasta los inicios de esta misma centuria.

En esta historia de privatización de las tierras comunales indígenas, la década de 1920 resulta significativa en
virtud del apreciable avance de hacendados, colonos, especuladores de tierra y empresas petroleras y mineras
sobre éstas434,  las que en razón de la ampliación de la demanda interna de ciertos productos, el fomento de la
agricultura comercial y de exportación, además de otros múltiples factores, habían ido adquiriendo un mayor
431 Así lo declaró el indígena Diego Tisoy en el año de 1934: “(...) porque cuando las autoridades administrativas, como el
señor Comisario don Joaquín Escandón, trató de hacerles respetar sus derechos (a los indios), lo hicieron destituir al
poco tiempo, como pasó después con otros Comisarios que vinieron a reemplazar al señor Escandón, porque defendían
las propiedades a favor de los indígenas” (TISOY, Diego. “Declaraciones de los abogados…”. Fol. 142).
432 MONTCLAR, Fray Fidel de. “Oficio dirigido por el Prefecto…”. Fols. 192-198.
433 CADAVID, Ricardo. “Consulta del Comisario Especial…”. Fol. 492.
434 El avance sobre las tierras indígenas en la misma década de 1920 comprometió una vasta geografía que afectó las
territorialidades indígenas en zonas como el Magdalena Medio, la Sierra Nevada de Santa Marta, la Sierra Nevada del
Cocuy o “La Tunebia”, los Llanos de Casanare, Urabá, La Motilonia, etc. Más conocidos han sido los casos de presión y
despojo, pero también de resistencia, relacionados con las tierras indígenas del sur del Tolima, en Ortega, por ejemplo,
cuyas tierras defendió también Lame, lo mismo que lo acontecido en Coyaima y Natagaima y en las tierras indígenas
del antiguo El Caguán (Tolima). Allí, como en los otros territorios de esa vasta geografía, el avance de terratenientes, de
colonos y, a veces, literalmente, de las vacas (como en el conjunto de los Llanos Orientales y en el Sinú), suscitó en la
década de 1920 fuertes conflictos y violentos despojos, e incluso propició la cacería de indios en los Llanos de Arauca y
de Casanare, amén del impacto territorial causado en virtud del avance de las empresas de exploración y explotación de
hidrocarburos, con sus grupos armados y de exterminio, como los que efectivamente actuaron en La Motilonia. Acerca
226 de éstos y de muchos otros casos conocemos una vasta y detallada documentación que se puede consultar en el mismo
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Caucayá. Letrinas sobre el río Putumayo. Doctor Enrique Encimo. 1933. Informe sobre una inspección d
e las condiciones sanitarias a lo largo de la vida principal de transportes entre Bogotá y la zona de guerra.
Archivo General de la Nación. Ministerio de Gobierno. S.1ª. T. 1056.

valor comercial y, en consecuencia, fueron incorporadas a la ganadería, el cultivo del café y otros cultivos co-
merciales. La tenaz resistencia indígena en los años veinte, expresada pero también simbolizada en la lucha de
Manuel Quintín Lame, fue resultado, precisamente, del asedio creciente a las tierras de resguardo.

En efecto, las acciones que de hecho se estaban adelantando por aquella época en esa geografía indígena que
había logrado sobrevivir en el interior del Gran Cauca –Nariño, valle de Sibundoy y el alto Putumayo, entre otras
áreas- se pretendieron legalizar mediante el Proyecto de ley sobre división de resguardos indígenas que fue pre-
sentado al Congreso de la República por el político y poeta, doctor Guillermo Valencia, en el año de 1924. Este
texto, cuyo contenido logró ser aprobado en los tres debates reglamentarios del Senado pero no pasó la segunda
ronda en la Cámara de Representantes, fue nuevamente puesto a consideración del Congreso por los senadores
del Cauca, Francisco José Chaux y Luis C. Iragorri, en 1927.

Presentando la existencia de las parcialidades de indígenas como un “problema social, económico y fiscal” para
varios departamentos, el texto del proyecto proponía la división de los terrenos de resguardo, en toda la nación,
mediante “comisiones partidoras” que debían realizar su labor en un término no mayor de ocho meses. Una vez
concluida la respectiva segregación, los indígenas pasarían “a la condición común de nacionales colombianos, en
cuanto a las personas y en cuanto a los bienes”, medidas todas ellas justificadas en nombre de la “modernidad”,
el “progreso”, la “civilización” y en contra de la “protección de la barbarie”, tal y como se expresó en algunos de
sus apartados:

“Perdura en nuestra República la noción colonial, inaceptable en los estados modernos, de protección de los
indígenas, la cual prácticamente se reduce a secuestrar de la vida civilizada, a un número enorme de ciuda-
danos, a cultivar la ignorancia y proteger la barbarie, y a mantener fuera del comercio enormes extensiones

Fondo del Ministerio de Gobierno y que sustenta lo que de manera más general (¡y generalizada!!) estaba aconteciendo
con los indígenas, sus tierras y, por supuesto, sus recursos en el transcurso de la década de 1920.
227
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

de tierras que son hoy impenetrables e inútiles, verdaderas zonas sin conquista, donde está prohibida la vida
civilizada y donde se estrellan todas las corrientes del comercio y del progreso. (...) de manera que en las
poblaciones rodeadas de resguardos viven multitud de parásitos de la raza india, individuos que mantienen
su ociosidad o sus vicios con el pan cotidiano indebidamente arrebatado al tímido y rudimentario agricultor
habituado a su situación de inferioridad social y comercial. El avance del comercio y de la agricultura formal
sobre esas tierras que hoy carecen de valor comercial, la prudente posibilidad de que vayan a adquirirlas y a
laborar en ellas las gentes mejor preparadas, son ya indispensables por cuanto aspecto interesan a un país
civilizado”435.

En contraste, otras fueron las medidas y las propuestas surgidas en el transcurso de la década de 1930, una vez
derrotada la Hegemonía Conservadora, durante la presidencia de Enrique Olaya Herrera (1930–1934), la primera
administración de Alfonso López Pumarejo (1934-1938) y el mandato de Eduardo Santos (1938–1942), gobiernos
estos que precisamente porque debieron enfrentar las protestas agrarias campesinas se preocuparon de buscar
alternativas de solución a los crecientes conflictos en las zonas cafeteras y de colonización.

A tal fin se promulgó una legislación de tierras, y a través de la primera reforma constitucional del siglo (la de
1936) se reconocieron y privilegiaron hasta cierto punto los derechos de colonos y cultivadores frente a los de
los grandes propietarios y especuladores de tierra, especialmente en las áreas de colonización y de problemática
socioeconómica mayor.

Es factible presumir que los religiosos capuchinos percibieron, no sin aprehensión, algunos cambios de actitud,
más aun, de políticas, por parte del gobierno central tras la caída del largo régimen conservador, si hemos de dar
crédito, por ejemplo, al rumor que fuera difundido en un periódico de Pasto, en 1934, según el cual el padre Fray
Florentino de Barcelona, quien a la sazón oficiaba de sacerdote en Sibundoy, “había dicho en el púlpito, un día
domingo, en la misa, que había que concluir pronto el altar de la iglesia, para que lo venga a destruir el masón
de Alfonso López, quien haría destruir las iglesias y desterrar a los sacerdotes”436.

Muchos años después, el misionero capuchino Bartolomé de Igualada, al momento de justificar ciertas ventas de
terrenos y otras decisiones de la Misión acerca de sus propiedades en Sibundoy, había sido ya advertido por los
superiores de su comunidad, una vez finalizada la década de 1920 y en virtud de las visibles divisiones surgidas
al interior del conservatismo, que se “acercaban tiempos hostiles para la Iglesia”:

“Siendo Jefe de la Misión el Padre Fidel de Montclar en 1929 y con el nuevo Gobierno que se avecinaba, recibe
órdenes de Monseñor Herrera Restrepo para que la Misión robustezca sus fondos o proceda en consecuencia
a hacer fincas en el valle de Sibundoy, pero que en virtud de acercarse tiempos hostiles para la Iglesia como
presagio del nuevo Gobierno, las propiedades no debían ingresar al fondo de la Misión Capuchina sino a la
pertenencia de la Iglesia, así que en prevención de una posible expulsión de la Orden las propiedades queda-
rían vinculadas a la Prefectura Apostólica como representante auténtica de la Iglesia”437.

Fue precisamente en esos mismos años y en tal contexto que, con el propósito explícito de crear un resguardo
indígena en el corregimiento de Sibundoy en favor de los kamsá, el comisionado y abogado de Resguardos Indí-
genas, Adolfo Romero, en asocio con el ingeniero Enrique Vélez, realizó el 22 de junio de 1939 un censo de dicha
parcialidad indígena que arrojó los resultados siguientes: 179 familias y un total de 797 personas de las cuales
153 padres de familia se demostraron partidarios de crear el resguardo y 23 de que se aprobase la adjudicación
de parcelas en forma individual438.  El área escogida para el resguardo, por su parte, comprendía una extensión
aproximada de 6.887 hectáreas situadas en la parte alta de Sibundoy y que por entonces se hallaban “totalmente

435 CHAUX, Francisco José e IRAGORRI, Luis C. “Proyecto de ley sobre división de resguardos de indígenas presentado al
Congreso de la República”. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Cuarta, T. 231, Fols. 132-138.
436 NARVÁEZ CH. Clímaco de J. “Oficio dirigido por el Alcalde de Sibundoy al Juez Municipal”. Sibundoy, 28 de junio de 1934.
AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 1079, Fols. 154-155.
437 OSORIO SILVA, Jorge. “Entrevista realizada al padre Bartolomé de Igualada por el Jefe de resguardos y parcialidades
indígenas”. Abril de 1962. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 198, carpeta 1738, Asuntos Indígenas,
Fols. 103-106.
438 Según quienes levantaron el censo, faltaron por empadronar 50 familias que no comparecieron el día y la hora señala-
228 dos.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

incultas”. De ellas, se darían a cada familia al menos 39, las que se consideraban como “suficientes para el cultivo
y para un posible aumento de la población”:

“(…) preciso es hacer constar que dentro de los linderos generales que se dan para el Resguardo, quedan
comprendidas unas 500 hectáreas de montaña que hacen parte integrante del fundo ´La Granja’ solicitado
en adjudicación por la Misión capuchina, desde el 26 de diciembre de 1926 y en una extensión total de 1.000
hectáreas. El expediente sobre esta adjudicación se halla en la Alcaldía de Colón en espera de los planos que
se deben acompañar. (...) Fray Marceliano de Vilafranca, cura de Sibundoy y representante de la Misión, dice
que las 500 hectáreas de montaña que le corresponden a La Granja como el tanto más, las cede al Resguardo,
siempre que él tenga el carácter de Presidente permanente de la parcialidad de Sibundoy que, en caso con-
trario, la Misión no se desprende de ellas”439.

Además de la posibilidad de crear el resguardo, y con el propósito preventivo de sustraer de la geofagia de la


Misión otra considerable porción de tierras de la parte plana del valle, es decir, con el fin de acabar, “por sus-
tracción de materia”, con los contratos de arrendamiento celebrados por la Misión con los indios, el abogado
de la División de Resguardos Indígenas planteó al Ministro de la Economía Nacional que se decretara la reserva
de cerca de 6.000 hectáreas de terrenos baldíos correspondientes en su mayoría a las tierras permanentemen-
te inundadas de dicho valle, las que se hallaban cubiertas en su mayor parte de totoral y colindaban con San
Andrés, Santiago, Colón y Sibundoy. Esto, con la finalidad de fundar allí, en el futuro, una Granja Agrícola, útil
para el abastecimiento del Departamento de Nariño y del Putumayo o para la realización de otra obra de interés
nacional, aparte del beneficio de limitar el acaparamiento territorial de los capuchinos:

“(…) afortunadamente, hay un obstáculo natural que impide ese acaparamiento inmediato, y es que esas
6.000 hectáreas son terrenos pantanosos, cubiertos de totoral. Pero si las autoridades no toman ninguna pro-
videncia al respecto, la Misión las ocupará en breve término, para lo cual puede seguir construyendo zanjas
de desecación y de drenaje en todo el valle de Sibundoy, tal como lo ha hecho ya en el fundo ‘San Pedro’440
(…) Es tierra de magnífica calidad, según los entendidos, en donde se pueden producir todos los frutos de las
zonas frías. Su desecación costará muy poco, porque su proximidad al río Putumayo y la inclinación natural
del terreno, permite que los canales de drenaje no tengan una longitud considerable. Con esta medida se
lograría también recortar la aspiración permanente de la Misión, para extender sus propiedades por todo el
valle de Sibundoy”441.

Hasta entonces, el “mapa” que se había ido configurando en el valle de Sibundoy en relación con la tenencia de
la tierra, su utilidad y propiedad, lo mismo que respecto de la mano de obra –fundamentalmente indígena-, se
caracterizaba por una apreciable concentración de las mejores y ya adecuadas tierras en poder y usufructo real
de la Misión, si se considera, por ejemplo, que sólo en Sibundoy poseía en el año de 1939 y sin la debida adjudi-
cación, 3.507 hectáreas “de la mejor calidad, situadas todas a inmediaciones del carreteable, en sitios planos y
con magníficas corrientes de agua”442.

Siguiendo las cifras establecidas al respecto por el mismo Abogado de Tierras del Ministerio, 425 personas po-
seían 3.479 hectáreas en el Putumayo, específicamente en el valle de Sibundoy y El Encano. En otras palabras,
y de manera explícita, el conjunto de las tierras de la parte plana del valle estaban ocupadas, con excepción del
área permanentemente inundada, la cual comenzaba ya a ser objeto de drenaje y adecuación, mediante zanjas
de desagüe, por parte de la Misión y algunos colonos.

En este orden de ideas, cabe afirmar que la vasta y rica extensión llana del valle ya había sido incorporada, en
términos económicos, con base en la agricultura y la ganadería, pero sólo una parte reducida de ella contaba
con los debidos títulos de propiedad. Por consiguiente, una gran mayoría del territorio del valle, es decir, de
terrenos en posesión, con sementeras, casas y otras mejoras, permanecía aún sin titular y pertenecía a algunos
cientos de poseedores, indígenas y colonos. De acuerdo con la Ley 106 de 1913 –que adicionó y reformó la Ley
51 de 1911-, se había establecido que en los alrededores de los pueblos de Santiago, San Andrés y Sibundoy la

439 ROMERO B., Adolfo. “Informe presentado por el Abogado…”. Fols. 9-11. El subrayado figura en el original.
440 Ibid. Fols. 13-14.
441 Ibid. Fol. 14.
442 Así lo describió y confirmó el mismo abogado en su “Informe” a propósito de su visita al valle de Sibundoy.
229
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Junta de Baldíos procedería a señalar los respectivos globos de terreno para adjudicar a cada indígena de dichos
poblados “dos hectáreas por cabeza”. Sin embargo, al cabo de casi más de dos décadas, no sólo no se habían
señalado tales globos sino que tampoco se habían realizado las respectivas adjudicaciones de las mencionadas
hectáreas por individuo.

Entre tanto, sin que se hubiese constituido resguardo alguno en estos pueblos, y más allá de la existencia y fun-
cionamiento de los respectivos cabildos indígenas, que como ya se dijo dirigían y manipulaban los misioneros,
en los “corregimientos más poblados de dicho valle” se levantaron, en el primer semestre del año de 1937, las
respectivas listas y relaciones pormenorizadas de las tierras en posesión, las dimensiones de éstas y los nombres
de sus poseedores.

Este importante registro histórico nos ha permitido establecer, con detalle y realismo, las dimensiones de la
tenencia de la tierra. Además de las extensiones ya indicadas, en poder y usufructo de la Misión, los indios y
colonos de valle poseían, en la época en referencia, las hectáreas cuya distribución figura en el cuadro inferior.

Relación de los poseedores de terrenos baldíos sin título de propiedad. (Año 1937)

Corregimiento Poseedores Hectáreas


Sibundoy 41 637
Santiago 163 1.512
San Francisco 83 549
El Encano 138 781
Fuente: información seleccionada del AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 185, carpeta 1551,
Asuntos indígenas, Fols. 98-105. Documentos recolectados del año 1939.

A falta de resguardos explícitamente constituidos y en real funcionamiento, es perceptible, en lo que respecta a


las heredades indígenas, que por esos años se estaba produciendo un proceso de afianzamiento, en manos ini-
cialmente de los indígenas mismos, de posesión y apropiación privada de tierras del valle de Sibundoy que hasta
entonces habían sido de propiedad comunal, es decir, del resguardo, y cuya distribución y redistribución había
sido por tradición una tarea de los cabildos443.  Hasta entonces, y como una consecuencia más de la ausencia de
resguardos, las posesiones de tierra de los indios, en los corregimientos antes mencionados, figuraban ya dentro
del conjunto general de las propiedades territoriales y hacían parte de las listas de poseedores que incluían a
los colonos y a la Misión y sus terrenos. De hecho, las reiteradas denuncias de los comisarios y otras autorida-
des citadas páginas atrás, aludían cada vez con mayor frecuencia a las ventas, que de sus heredades y mejoras
estaban efectuando, por medio de documentos privados, los indios, es decir, cual si se tratara ya de tierras de
propiedad privada.

Este proceso entraña, en términos históricos, cambios cualitativos y significativos en lo cultural y, por supuesto, en
lo económico, cambios por entero drásticos y profundos que deben interpretarse, además, como resultado del pro-
ceso general de integración del valle de Sibundoy y sus tierras al nuevo orden nacional, económico y sociocultural,
el cual, por supuesto, conllevaba también trasformaciones en cuanto a los patrones de autoridad y los vínculos con
la tierra. Por lo tanto, haremos a continuación una breve reflexión a fin de explicar mejor este fenómeno.

Desde una perspectiva histórica, a partir del surgimiento de los resguardos en la época colonial, la tierra com-
prendida entre los linderos de cada una de estas reservas fue y ha sido jurídicamente de propiedad comunal, y la

443 A manera de ejemplo, cuando la Misión pretendió despojar al indígena Diego Tisoy de “su” predio, éste le solicitó al
Comisario “que se me haga respetar una adjudicación que el Cabildo me ha adjudicado por mejoras, que es poseído
por espacio de treinta años sin perturbación ninguna. Adjunto copia autenticada del título que se me ha expedido por
el Cabildo.” Y más adelante agregaba en el mismo documento que: “Si fuese necesario comprobar mi propiedad cito
como testigos al señor Gobernador de esta parcialidad y todos los miembros mayorales de este pueblo (...)”. De estas
citas se desprende que el Cabildo, en efecto, había sido hasta años atrás la autoridad que adjudicaba los predios de la
parcialidad, pero también es coherente deducir que todavía los indios recurrían a la dignidad y veracidad del testimonio
de la autoridad del Gobernador y a la de sus mayores (“Solicitud del indígena al Comisario Especial del Putumayo para
que sea respetado su predio”. Santiago, 19 de septiembre de 1913. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno,
230 Sec. Primera, T. 731, Fol. 175).
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Lancha con obreros llegando a Curiplaya. 1933. Informe sobre una inspección de las
condiciones sanitarias a lo largo de la vía principal de transporte entre Bogotá y la
zona de guerra. Archivo General de la Nación. Ministerio de Gobierno. S. 1ª. T. 1056.

posesión de partes y parcelas se ha otorgado según decisión de los respectivos cabildos indígenas. Es decir, dada
la condición colectiva y comunitaria de la propiedad de la tierras de resguardo, los cabildos tuvieron, han tenido
y tienen aún la función de asignar, para la posesión y el usufructo temporal –por uno o más años, según sea el
caso-, las extensiones de terreno que estiman suficientes o pertinentes para cada una de las familias nucleares
de su parcialidad. El Cabildo puede, por lo tanto, asignarle un nuevo terreno en posesión a una familia y quitarle
la posesión y el uso del aquel que inicialmente le había concedido.

En este orden de ideas, lo que estamos planteando es que los terrenos que los indígenas cabeza de familia que
tenían posesión en el valle de Sibundoy, los que les habían otorgados sus autoridades en épocas pasadas, fueron
quedando no sólo bajo posesión sino también bajo propiedad de aquellas y sus herederos como parte de un pro-
ceso de creciente privatización de las tierras comunales y de resguardo, promovido indudablemente por quienes
tenían gran interés en adquirir o usurpar dichas tierras444.

444 Como prueba de ello, las fuentes documentales permiten establecer que los cabildos, aunque sólo de manera excep-
cional, siguieron ejerciendo su papel tradicional de asignación y reasignación de las tierras de sus respectivas parcia-
lidades y cuando lo hicieron fue bajo la “orientación” y la presión de los capuchinos. En este mismo orden de ideas,
los cabildos tampoco impidieron las ventas que de hecho sabían estaban realizando a la sazón indígenas miembros de
sus parcialidades, como si se tratara de posesiones y terrenos de propiedad privada, ventas que, además, la legislación
había declarado nulas, según el Artículo 5 del Decreto No. 1484, el cual consideró a los indios “como menores de edad
para efectos de venta e hipoteca de sus terrenos”. Ese silencio, sumado a la falta de control y de autoridad de los cabil-
dos frente a las ventas crecientes de los terrenos por parte de personas de sus respectivas parcialidades, fue el camino
deliberadamente tomado para satisfacer la creciente e irreversible privatización de las tierras comunales indígenas. En
otras palabras, tanto el silencio como la falta de control no fueron más que el resultado, premeditado y promovido por
la Misión, de su descarada intervención en las elecciones del gobierno indígena, la imposición de los miembros de los
cabildos y el humillante despojo de la autoridad de éstos bajo el apabullante desprecio y público desconocimiento de
sus fueros.
231
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Al servicio de los propósitos terrenales y premeditados de la Misión, los cabildos actuaron bajo las órdenes
expresas de los capuchinos, como los indígenas y los colonos bien lo sabían ya y como aquellos lo expresaron
verbalmente, lamentándose además del hecho de que no se hubiera podido llevar a cabo la medida de acabar
con los resguardos en toda la República:

“(...) medida que fue aceptada por toda la gente amante del progreso, ya que tendía y tiende a que el indivi-
duo, cualquiera que sea su condición, tenga su pejugal para regarle con el sudor de su frente y sirva también
de patrimonio a sus hijos, sin que autoridades sin autoridad, como son los Cabildos, tengan que intervenir
para hacer las distribuciones a su antojo o por mandato de autoridades superiores, sean ellas eclesiásticas o
civiles, porque es bien sabido que en estas regiones, como en otras del país, los que ordenan hacer la distri-
bución de las parcelas son los curas y ellos, aun cuando está mal el decir, no favorecen sino al que incondicio-
nalmente les rinde pleitesía”445.

Igualmente, y a manera de ejemplo, cuando el comisario Jorge E. Mora realizó la visita oficial a la oficina del Ca-
bildo de indígenas de la parcialidad de Sibundoy, que a la sazón se hallaba presidido por el padre Andrés de Car-
dona, sus miembros declararon, en relación con las ventas de tierras hechas por algunos indígenas, que “la Junta
se ha preocupado ordinariamente de impedir a los indios las ventas de sus terrenos, pero por circunstancias es-
pecialísimas, los resultados no han correspondido a los anhelos de la Junta y al fin que se propuso el legislador”.

Por su parte, las declaraciones de la membresía del Cabildo de la parcialidad de Santiago fueron todavía más
escuetas: “el Cabildo no ha dado cumplimiento, ante los jueces ordinarios, de las consiguientes demandas de
nulidad y reivindicación de las ventas de terrenos comunales. Como se deja dicho, el Cabildo se ha desatendido
de establecer las demandas relacionadas con las ventas de terrenos comunales”446.

No obstante que la legislación había prohibido la adjudicación de terrenos baldíos ocupados por los indios447,
poco a poco, y unos más rápido que otros, los indígenas fueron advirtiendo que, cual si se tratara de colonos,
debían acceder a los títulos de propiedad de sus parcelas, de sus sementeras y, en general, de sus posesiones
de tierra; más aún teniendo en cuenta que desde los albores del siglo XX la ley fue dándole un tratamiento a sus
posesiones y terrenos, incluso al conjunto de las tierras de las parcialidades indígenas mismas, de tierras baldías
de la nación.

Si bien es cierto que los cabildos y muchos de sus miembros realizaron múltiples esfuerzos, en calidad de grupo,
parcialidad y comunidad, para que se les reconocieran y adjudicaran ciertas extensiones de tierra como resguar-
do, una gran cantidad de indios, por iniciativa individual y de manera simultánea, emprendieron las gestiones y
los trámites necesarios a fin de obtener los títulos de propiedad privada de sus terrenos –algunos de los cuales
incluían casa y mejoras-, terrenos cuya posesión, sin duda, les había sido otorgada por el Cabildo, desde tiempo
atrás, a ellos o a sus padres y abuelos, y que al presente debían defender enfrentando grandes dificultades y
oposiciones.

Los “caminos” para el acceso a la propiedad de las tierras públicas o baldíos nacionales constituyeron un laberin-
to en cuyo tenebroso recorrido el interesado debía enfrentarse a una copiosa e ininteligible legislación. Tratán-
dose de aquellos recónditos e ignorados lugares aldeanos que hasta ahora estaban siendo incluidos en el “mapa
nacional” y en la “geografía espiritual” y económica de los colombianos; la legislación que hasta entonces se ha-
bía expedido en materia de estas tierras y bosques nacionales era allí, según presumimos, todavía desconocida.
Aparte de las leyes y su alcance, es preciso tener en cuenta, en este asunto, que muchos de aquellos indígenas

445 CAIPE, Benjamín y MAVISOY, Ramón. “Oficio dirigido al Abogado de Tierras del Ministerio de la Economía Nacional”. Si-
bundoy, 24 de junio de 1939. AGN: Sec. Republica, Fdo. Ministerio del Interior, caja 1, carpeta 1, Despacho del Ministro,
Fol. 14.
446 MORA, Jorge E. “Actas de las visitas practicadas por el Comisario Especial del Putumayo a los Cabildos de indígenas de
las parcialidades de Sibundoy y de Santiago”. Sucre, 24 de febrero de 1923. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de
Gobierno, Sec. Primera, T. 886, Fols. 189-192.
447 Se trata específicamente del Artículo 3 de la Ley 60 del 6 de diciembre de 1916. Dicha ley facultó al gobierno para ordenar
la demarcación de resguardos en los terrenos baldíos en que habitaran indígenas, escogiéndose a propósito los sitios de
“querencia de las tribus o parcialidades y consultando las condiciones de fertilidad, aguas, frutos naturales, etc.”. Véase
232 al respecto el Artículo 1 de la citada Ley que figura en: CONCHA, José Vicente. “Texto de la Ley 60…”. Fol. 426.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Pueblo de Coreguajes. San Miguel en el río Pescado. Doctor Enrique Encizo.


1933. Informe sobre una inspección de las condiciones sanitarias a lo largo de
la vía principal de transporte entre Bogotá y la zona de guerra.
Archivo General de la Nación. Ministerio de Gobierno. S. 1ª. T. 1056.

vivían en el desconocimiento del “idioma nacional”, e incluso muchos colonos y campesinos debían resolver el
trámite de memoriales, planos y escrituras sin saber leer ni escribir; esta carencia, explica, en parte, el porqué
indios y colonos fueron víctimas y presas fáciles de tinterillos, tramitadores, abogados, charlatanes, supuestos
funcionarios y prevaricadores.

Además de esos obstáculos que el interesado debía recorrer y superar dentro del intrincado camino hacia la
legalización de sus posesiones y mejoras, otros muchos factores contribuyen a explicar, en su conjunto, por qué
hasta entonces sólo una pequeña parte de los terrenos ocupados y en usufructo gozaba en el valle de Sibundoy
de títulos de propiedad –cerca del 5% en el año de 1939, según el abogado de Resguardos indígenas-, entre ellos:
la falta de agrimensores y topógrafos; la “completa ignorancia de los peritos oficiales que no saben cumplir con
su cometido”; las “enormes distancias” y los malos caminos que debían de recorrer los poseedores de tierras
para asistir a las cabeceras municipales con el fin de realizar las declaraciones ante el Juez Municipal del respec-
tivo distrito y continuar, luego, con los trámites establecidos; los altos costos que debían de sufragar los interesa-
dos con el propósito de costear el trabajo de los peritos y la concurrencia de los tres testigos cuyas declaraciones
ordenaba la ley; el interés de los poseedores de terrenos, casas y mejoras, de evadir el “pago del catastro”, es
decir, del impuesto predial legalmente establecido a partir de la legalización de los predios.

“De los terrenos cultivados por colonos, mediante el carácter de cultivadores, se encuentra en su mayor parte
sin adjudicar, existiendo más o menos adjudicados la décima parte. La causa para ello es que muchos de éstos,
en primer lugar, lo hacen para rehusarse del pago sobre catastro; segundo que por motivos de las distancias,
no pueden obtener las declaraciones de los testigos, con las cuales deben comprobar los cultivos establecidos
con casa de habitación, como lo exige la Ley 28 de 1932, las cuales según esta misma Ley, se deben tomar ante

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Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

el Juez Municipal del respectivo distrito donde está ubicado el terreno que se pretende solicitar en adjudica-
ción y ante la presencia del señor Personero Municipal”448.

Estos y muchos otros factores no sólo ilustran la realidad del estado de la posesión y la propiedad de la tierra
en el valle de Sibundoy y áreas vecinas, a finales de la década de 1930 y comienzos de la década de 1940, sino
que aclaran porqué les resultaba tan oneroso y dispendioso, a los indígenas y los “pobres colonos”, acceder a la
propiedad, según lo describió oportunamente el Alcalde de Colón:

“Al llegar al frente del puesto que vengo ocupando, observé la irregularidad que dejo anotada, de que la
mayor parte de los Corregidores comisionados para esta clase de diligencias, imponían a los aspirantes a ad-
judicación, de que tenían que pagar una suma considerable de dinero a los peritos por su trabajo que iban a
ejecutar, sumas éstas que fijaban en diez, quince y hasta veinte pesos por cada perito, lo cual lo hacían pagar
a los pobres colonos que pretendían hacerse al título de propiedad de los terrenos donde tenían establecidas
sus mejoras, cuyas diligencias en esta forma les venía a importar un jurgo de dinero, ante lo cual los individuos
que no estaban en capacidades pecuniarias de poder aportar estos gastos, se eximían de hacer la correspon-
diente solicitud de adjudicación (...)”449.

Con notoria prontitud, tal y como el abogado Romero lo había sugerido al Ministro de la Economía Nacional
con el propósito ulterior de sustraer de la geofagia de la Misión la única extensión aún no ocupada de la parte
plana del valle por haber estado hasta entonces permanentemente inundada y cubierta de totoral, el Presidente
Eduardo Santos expidió el Decreto No. 2104 del 2 de noviembre de 1939 por medio del cual el Estado se “re-
servó 5.000 hectáreas de terrenos baldíos” que serían ocupadas y adjudicadas en la forma en que dicho ente lo
estimase más conveniente.

Según lo dijimos antes, con este acto jurídico se pretendió, fuera de impedir que aquella continuara extendien-
do sus dominios territoriales; eliminar, por sustracción de materia, los contratos de arrendamiento y, con ello,
ponerle fin, también, a la explotación del trabajo de los indígenas y de sus familias que venían haciendo los
misioneros y gracias al cual fueron adecuadas nuevas tierras del valle las que, sembradas de pastos, terminaron
convertidas en potreros para la ganadería.

Así mismo, el gobierno de Santos aprobó la creación del resguardo para los indígenas Sibundoyes (Ingas o Ka-
mtzá), habitantes del Corregimiento de Sibundoy pertenecientes todos a “una misma raza” y hablantes del “dia-
lecto Coche”. Situado en la parte alta de Sibundoy, el terreno destinado para el resguardo tenía una extensión
aproximada de 6.887 hectáreas, las cuales se encontraban “totalmente incultas” en el año de 1939, según el
testimonio ya citado del abogado de Resguardos Indígenas.

Habían transcurrido en realidad más de tres años desde que el Comisario del pueblo de Sibundoy, Juan Pedro
Chindoy Juagibioy, en su nombre y en el de los demás indígenas de su pueblo, había solicitado originalmente, el
13 de febrero de 1936, al Ministro de Industrias y Trabajo, la aprobación del resguardo450, cuyos terrenos, según
se afirmó entonces, no sólo eran de su “querencia” sino que en el interior de dichos linderos “no existe actual-
mente ningún colono y es completamente baldío”. Los propios indígenas, cuyo número ascendía en la época a
1.725 individuos que conformaban 380 familias, fundamentaron y motivaron su solicitud de aprobación esgri-
miendo los siguientes argumentos:

- La dificultad en que se hallaban de quedarse sin terrenos para el cultivo a causa de las ventas que con insistencia
les proponían los colonos advenedizos, ventas que muchas veces se realizaban en condiciones desfavorables para
los indios.
- La necesidad y la conveniencia de dejar a sus hijos las tierras necesarias para su subsistencia y para el desarrollo
de la parcialidad.

448 LUNA F., Campo Elías. “Informe del Alcalde del distrito de Colón…”. Fols. 30-35.
449 Ibid.
450 En su solicitud, los indígenas sugirieron los linderos del resguardo correspondientes al texto de la Resolución No. 706
234 del 20 de diciembre de 1939.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

- La necesidad de impedir la dispersión de los miembros de la parcialidad y de los niños y niñas, con el fin de que
pudieran educarse en las escuelas oficiales y de Las Casas.
- Y poder defender eficazmente los intereses de los indígenas, con base en las disposiciones de la Ley 89 de 1890,
“cosa difícil de lograr sin la existencia de los resguardos”451.
Por su parte, el nuevo Comisario, A. Restrepo J., conceptuó, después de visitar personalmente la región, que era
de suprema urgencia conceder los resguardos a los indígenas, exponiendo varios motivos:

- Que el valle de Sibundoy era un semillero de pleitos relacionados con la adjudicación de minas y de baldíos, en
los cuales los indios estaban llevando la peor parte.
- Que las tierras del mismo valle habían adquirido un elevado precio (“hoy vale una fanegada $120 y $200 según
el sitio”) y por esa razón se había despertado una desmedida ambición entre los “blancos”, especialmente entre
“una serie de tinterillos del departamento de Nariño, quienes quieren quedarse con las propiedades de los indios
por centavos.”
- Que el sistema adoptado para despojar a los indios de sus tierras consiste en ponerlos a pelear con la Misión
capuchina, con razón o sin ella, teniendo el indio que vender de todas maneras sus haberes “para pagar los ho-
norarios del rábula iniciador del pleito”452.
Pasados ya más de tres años desde que se hiciera la solicitud inicial, los miembros de la parcialidad de Sibun-
doy continuaron insistiendo, ante las autoridades del gobierno central, en la urgencia de obtener la aprobación
del resguardo y en atención a esta finalidad otorgaron poder al abogado Adalberto Vergara y Vergara para que
representara sus intereses en los trámites correspondientes. Éste, atendiendo al compromiso adquirido con los
indios, realizó las gestiones pertinentes y sustentó ante el Ministro de la Economía Nacional la necesidad de di-
cha licencia arguyendo que era “la única manera de conservarlos en esa región, pues mientras puedan disponer
de los terrenos que ocupan y cultivan, los venden a cualquier precio, ínfimo e irrisorio, a quienes van llegando,
y tienen que irse a otra parte a buscar en dónde establecerse, o quedan reducidos a la indigencia, como está
sucediendo”453.

Gracias a que el Poder Ejecutivo, por medio del Decreto No. 2075 del 28 de octubre de 1939, había destinado ya
a la parcialidad de Sibundoy, en el Corregimiento del mismo nombre y dentro de la jurisdicción del Municipio de
Colón, una demarcación específica de terrenos baldíos, y en vista de que aquella había cumplido con todos los
requisitos legales, como el necesario levantamiento del plano, entre otros, el Ministerio de la Economía Nacional
expidió la Resolución No. 706 del 20 de diciembre de 1939, la cual destinó “definitivamente” a la comunidad el
área acordada.

No obstante las declaraciones del abogado de Resguardos Indígenas y la de los propios indios, respecto de que
las tierras solicitadas como resguardo se encontraban “totalmente incultas” y que en el interior de sus linderos
no existía “ningún colono”, es decir, se trataba de un “terreno completamente baldío”, la versión de los colonos
sustentaba, al contrario, que allí habitaban varias familias de colonos quienes se habían encargado de realizar
mejoras y “quiebras” o desmontes, y que la supuesta existencia de un resguardo no era sino una estrategia de la
Misión encaminada a darle continuidad a la explotación de las maderas e impedir el asentamiento y usufructo
de los colonizadores:

“Señor Ministro, nosotros como colonos y colombianos hacemos la última petición a Vuestra Señoría, si no
nos reconoce como colonos y nos saca de nuestras posesiones que tenemos en cultivos, nos vemos obliga-
dos a retirarnos de esta Colonia a otro lugar, puesto que los indígenas no son los que piden resguardo, sino

451 CHINDOY JUAGIBIOY, Juan Pedro. “Memorial de los indígenas de Sibundoy enviado al Ministro de Industrias”. Sibundoy,
28 de agosto de 1937. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 185, carpeta 1551, Asuntos Indígenas. Fols.
96-97.
452 RESTREPO, A. J. “Concepto del Comisario Especial del Putumayo sobre el establecimiento de resguardos indígenas en
el valle de Sibundoy”. Mocoa, 22 de noviembre de 1937. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 185,
carpeta 1551, Asuntos Indígenas, Fol. 84.
453 VERGARA Y VERGARA, Adalberto. “Solicitud de reconocimiento como apoderado de los indígenas de Sibundoy, dirigida
al Ministro de la Economía Nacional”. Bogotá, 14 abril de 1939. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja
185, carpeta 1551, Asuntos Indígenas, Fols. 69-70.
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Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

los capuchinos extranjeros para tener las montañas paradas sin ningún adelanto para mi (sic) gobierno. Los
capuchinos piden las montañas es con el fin de ellos tener las maderas libres puesto que tienen hidráulica ase-
rradora para tener ventas de las maderas; con ese fin es que ellos no nos permiten los descuajes en esa zona;
somos muchos los colonos que tenemos las quiebras (desmontes) en esa zona y más de cien familias que
están sin saber en dónde entrar a quebrar montaña puesto que los capuchinos meten pleitos en donde nos
metemos a quebrar montañas. Además le comunicamos que el lote que piden los indígenas como resguardo
lo hemos litigado y les ganamos los colonos blancos el pleito por segunda instancia. (...) Le comunicamos,
también, que los indígenas el lote que piden como resguardo no hay sino tres indígenas, los demás somos
blancos; está la montaña completamente parada, sólo estamos colonos blancos, los demás indígenas que
piden resguardo están en distintas partes con terrenos adjudicados (...)”454.

Más aún, dichos colonos le manifestaron al Ministro de la Economía Nacional que si en realidad se estaba con-
siderando la creación de un resguardo, ello era “a todas luces inconveniente, ya que lo que se persigue con eso
es estancar el proceso de los baldíos y obstaculizar su adquisición, para tener un poco de esclavos, antes que
ciudadanos que den honra y timbre a la Nación”. Con la referencia a los “esclavos”, los memorialistas querían
subrayar la condición a la que estaban sometidos los indígenas, por obra de la Misión, y cuyo trabajo, mediante
los consabidos contratos de arrendamiento, había permitido a los capuchinos la adecuación y expansión de sus
predios y ganaderías.

Arciniegas, Zambranos, Herreras, Roseros, Tapias, Rodríguez, Tobares, Delgados, lo mismo que Chicunques, Si-
gindioys, Mabisoys, Tisoys, y muchos otros, entre “colonos blancos e indígenas”, tuvieron la convicción de que
la creación del resguardo no era más que el camino seguido por los capuchinos para continuar acaparando las
tierras de Sibundoy, incluidas, claro está, las tierras altas que lo circunscribían y hacia donde los colonizadores
estaban realmente avanzando con sus desmontes y sus mejoras. Desde la perspectiva de éstos, pero también de
algunos indígenas, la creación del resguardo no era sino otra argucia de la Misión para obstaculizar el avance de
la colonización, más aún cuando los capuchinos habían perdido en el juicio entablado en su contra por el colono
Manuel Silva y gracias al cual se impidió la adjudicación de ciertas extensiones de baldíos en su favor. Por ello, “al
ver burladas sus esperanzas han acudido al medio del establecimiento de un resguardo”:

“Éstas y otras más razones que nos guardamos para no distraer la atención del Señor Ministro, pesarán en su
clara comprensión para no acceder a la creación de tal Resguardo, ya que en los terrenos que para tal creación
se quieren destinar, tenemos derechos adquiridos, pues tenemos los más establecidos nuestros trabajos y he-
cho derroque de montaña virgen, para que siquiera nuestros hijos disfruten algún día el fruto de nuestro tra-
bajo, porque es bien sabido que la cosecha viene muchas veces después de que el sembrador se haya ido”455.

De acuerdo con lo expuesto en páginas anteriores, y tomando como referencia el testimonio que muchas déca-
das después rindiera el misionero Bartolomé de Igualada, desde que los altos jerarcas católicos advirtieron que
se “acercaban tiempos hostiles para la Iglesia”, en virtud de la caída de la Hegemonía Conservadora y el inicio de
regímenes liberales a comienzos de los años treinta, se preocuparon de aconsejarle a los superiores de la Misión
capuchina que robusteciesen sus fondos e hiciesen fincas en el valle, amén de otras recomendaciones como que
los bienes adquiridos figurasen ya no a su nombre sino al de la Iglesia o la Prefectura dado que se temía, no sin
fundamento, que ésta fuese expulsada.

De hecho, varias de las fincas y haciendas de los misioneros, especialmente aquellas dedicadas a la ganadería,
se habían ido creando, fomentando y ampliando en el transcurso de las primeras tres décadas del siglo XX sobre
la base del despojo de las heredades indígenas y la usurpación de los territorios de las parcialidades indígenas y
las tierras que ya ocupaban familias de colonos pioneros antes de la llegada de la Misión, como fue el caso de la
población de Molina.

454 COLONOS DE SIBUNDOY. “Solicitud al Ministro de la Economía Nacional”. Sibundoy, 15 de abril de 1939. AGN: Sec.
República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 1, carpeta 1, Despacho del Ministro, Fols. 4-5.
455 COLONOS E INDÍGENAS DEL CORREGIMIENTO DE SIBUNDOY. “Memorial dirigido al Ministro de la Economía Nacional”.
Sibundoy, 23 de julio de 1939. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 1, carpeta 1, Despacho del Ministro,
236 Fol. 20.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Después de la década de 1930, el avance de ésta sobre otras posesiones y predios de indígenas continuó y su
voracidad se centró posteriormente en otras áreas, tanto de la parte plana como de las tierras altas del valle.
De este modo lograron establecer nuevas fincas y predios rurales o sencillamente ampliaron las posesiones y
propiedades ya existentes, como lo describiremos más adelante.

De acuerdo con la versión del padre Igualada, la Misión prosiguió “robusteciendo sus fondos”, tal y como lo venía
haciendo desde su vinculación al Putumayo. Sin embargo, lo más significativo al respecto fue el considerable
número de ventas de tierras que realizó desde finales de la década de 1930 y en los primeros años de la década
de 1940.

Más allá del temor a una expulsión, y siguiendo los planteamientos del investigador Roque Roldán, en respuesta
a la entrada en vigor de Ley 200 de 1936, o Ley de tierras con base en la cual se pretendió favorecer a los cam-
pesinos que se encontraban trabajando de manera directa la tierra, los capuchinos, al menos así lo presumimos,
comenzaron a ver como remotas las posibilidades de seguir manteniendo el dominio sobre vastas extensiones
cuya adjudicación, a pesar de haberse solicitado en 1926, todavía en 1936 no se había concretado.

El problema para la Misión consistía, según se desprende de este hecho, que dichas tierras no sólo seguían sien-
do baldíos nacionales sino que ellas “estaban siendo explotadas a través del arrendamiento y la aparcería. Vino
entonces, una serie de negocios de venta de tales tierras a colonos blancos y a los pocos indígenas que tenían
la facilidad económica de adquirirlos”456. Dadas las irregularidades relacionadas con esas ventas y que compro-
metían a la Misión, la situación fue aprovechada por un indígena, Ramón Mavisoy, y un colono, Benjamín Caipe,
quienes se habían visto involucrados en varios conflictos de tierras con los capuchinos y por tal causa habían
denunciado su proceder ante el Ministerio de la Economía Nacional:

“Por vía de información y para que Usted vea si hay legalidad o no en el procedimiento del representante de la
Misión, nos permitimos informarle que este sacerdote, sin tener la Misión adjudicación alguna del Gobierno
Nacional, han vendido varios lotes de terrenos baldíos a muchos individuos, principiando por el señor César
Guerrero, abogado de la Misión, a quien le regalaron como quince hectáreas de terreno, quitándolo a los
indígenas poseedores; y han vendido a los siguientes, entre otros muchos (...)”457.

Los autores de la denuncia que con entendible indignación elevaron al Ministro de la Economía, se referían
específicamente a las ventas que “a buen precio” se hallaba realizando a la sazón la Misión a favor de terceros
y que, a su juicio, constituían un “magnífico negocio” porque se trataba del baldío San Félix –el cual pasó a ma-
nos de Camilo Cabrera, Jorge Chamorro, Miguel Arciniegas, Cipriano Jacanamijoy, Gabriel Jacanamijoy, Salvador
Jacanamijoy, Justo Juajivioy, Casimiro Jacanamijoy y otros-, el terreno de la célebre hacienda La Granja –que
fue vendido por partes a Jesús Ochoa y Luis Gavilanes, quien compró las secciones San Pedro y Los Muriel- y
el predio Ramos –entregado a César Guerrero-. Todas estas extensiones no sólo sumaban en su conjunto “más
de mil hectáreas” de las mejores tierras del valle, sino que todas se hallaban “establecidas” y trabajadas por los
indígenas o “primitivos dueños de esos terrenos”458  de los cuales fueron despojados.

Con el fin de probar tales despojos, y denunciar las ventas que ilícitamente estaba haciendo la Misión, tanto de
los terrenos usurpados a los indios como de los baldíos de propiedad de la nación, indígenas y colonos solicitaron
la revisión y constatación de la autenticidad de las escrituras y títulos de propiedad con los que presuntamente
ésta respaldaba las transacciones:

“Con justo deber le llamamos la atención a Vuestra Excelencia, que se haga revisión de las escrituras de todos
los terrenos vendidos por los misioneros extranjeros a espaldas del Gobierno, de las leyes del Estado, sin pleno
derecho jurídico y en qué se invierten aquellas grandes sumas de ventas y productos del extenso territorio del
patrimonio nacional bajo el dominio de extranjeros con el nombre de Nuestra Misión Apostólica. Éstas servirán

456 ROLDÁN ORTEGA, Roque. Anotaciones sobre el problema jurídico… Pág. 5.


457 CAIPE, Benjamín y MAVISOY, Ramón. “Oficio dirigido al Abogado…”. Fol. 14.
458 MAVISOY, Ramón. “Derecho de petición dirigido al Ministro de la Economía Nacional para que intervenga en la defensa
de predios, con títulos de adjudicación, que está cercando y trochando la Misión”. Pasto, 5 de abril de 1940. AGN: Sec.
República. Fdo. Ministerio del Interior, caja 1, carpeta 1, Despacho del Ministro, Fol. 40.
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Indios y Colonos

Resguardo Indígena de la comunidad Awa. Cabildo Playa Larga,


Villa Garzón. Fotografía de María Fernanda Sañudo. 2001.

sin equivocación para reconstruir sus conventos destruidos por sus mismos elementos revolucionarios, según
ciertas indicaciones de los mismos, aun cuando al Gobierno lo engañarán que se han invertido en obras públi-
cas (sic.). En más de 30 años que llevan por aquí, no se han visto obras públicas a pesar de las cuantiosas sumas
que los anteriores gobiernos derrocharon inútilmente del tesoro nacional durante tantos años”459.

Las ventas de tierras usurpadas aumentaron la indignación de indígenas y colonos en contra los “Capuchos”, como
despectivamente se les denominó, indignación que ya había desbordado los límites entre la gente del valle por la
manera violenta y hasta dramática como éstos habían despojado, e inclusive desterrado a varias personas y familias
de indígenas y colonos, valiéndose, en algunos casos, de la complicidad de las autoridades locales o de su silencio.

El caso, por ejemplo, de Benjamín Caipe, denunciado por el indígena José Pajajoy, suscitó un gran escándalo por-
que Corregidor de Sibundoy y su Secretario, cumpliendo la voluntad de los capuchinos, rompieron la puerta de
su casa y le sacaron hasta las cobijas sin considerar que su esposa, Raquel Realpe, acababa de dar a luz. Según se
supo también, “el agente de policía la prensó contra el suelo sólo porque clamaba que la dejaran cumplir la dieta,
pero ¡nada!, que de nuevo la arrojaron en el suelo donde la tenían como clavada de las manos”.

Tenemos así mismo el caso de Miguel Chindoy, a quien después de haber luchado por muchos años con la mon-
taña para hacerse a una tierra dónde sembrar, construir su vivienda y mantener sus animales, se le presentó un
capuchino que le dijo “ya esta tierra te ha dado maíz, yerbas, etc., ahora te mando que te vas al monte en busca
de tierra, pues que la otra la necesita la Iglesia, la Santa Madre para que te acoja en el Reino de los Cielos. Pero
he aquí que Miguel se le ha plantado, que de nada le valdrá, porque el rato menos pensado irá el Alcalde o el
Corregidor a poner en ejecución el mandato del capuchino Marceliano de Villafranca, uno de los primeros en
venirse a la América desde los primeros días del Gobierno de Manuel Azaña”. E igual le sucedió a Miguel Dejoy
para que les dejara la tierra y se fuera “monte adentro a buscar otra tierra”.
238 459 CAIPE, Benjamín y MAVISOY, Ramón. “Oficio dirigido al Abogado…”. Fols. 18-20.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Territorio del resguardo Playa Larga. Municipio de Villa Garzón.


María Fernanda Sañudo. 2001.

Del terreno Ramos fueron sacados a la fuerza la indígena Andrea y su hermano Mutumbajoy y se sabe que éste
le fue regalado luego a la Misión por su propio amanuense, César Guerrero. Otro de los despojados del mismo
predio fue Juan Antonio Chicunque, “por decir que estaba amancebado (...) y no dicen que no hay pena de con-
fiscación?, y que ya no es delito el vivir con una mujer sin haber pagado los doce pesos al cura?”. El terreno de
Juan Antonio fue vendido por el capuchino Villafranca a un hijo de Alejo Jacanamijoy. También la indígena Mer-
cedes Chincoy fue expulsada, con su familia, de su tierra, Cedro, y según los testimonios la “mandaron arriba a
la montaña y el dicho terreno Cedro lo acaban de vender a un señor Zoilo Delgado, que dicen que es uno de los
grandes gamonales latifundistas.”

Estos y muchos otros casos, descritos y denunciados por el indígena José Pajajoy y ampliamente conocidos de los
indígenas, los colonos y las autoridades del valle, fueron expresión del propósito de usurpar las tierras y ponerlas
a la venta:

“y por este estilo la Misión se armó a más de nueve leguas cuadradas en el valle para hoy estar vendiendo a
los blancos, pero de esos más gamonales, que pueden tener en días de ira de los sus defensores por tener
los mismos comunes intereses. En resumen tenemos que la Misión capuchina es la que manda, da leyes y las
ejecuta de manera muy sencilla, con sólo comprar todas las nóminas de los empleados: dime quién te da el
pan y te diré quién eres”.

El mismo Pajajoy fue víctima también de su ambición puesto que la Misión lo despojó de su parcela con la ayuda
de las autoridades locales: “Ya me echó cerca de alambre el capuchino, ya me dejó sin esa tierra de mis sudores
y, lo peor de todo, con la ayuda cínica de las autoridades del valle de Sibundoy, que la Misión capuchina se las
tiene compradas, las manda como a sus sirvientes”460.

460 PAJAJOY, José. “Denuncias dirigidas a los Sres. Ministros de la Economía Nacional y de Gobierno, y solicitud para que en
bien de la raza indígena se de por caducado el contrato celebrado entre Vicente Concha y Fray Fidel de Montclar”. AGN:
Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, carpeta 1, caja 1, Despacho del Ministro, Fols. 32 y siguientes (sin numeración).
239
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Estos y muchos otros casos de despojo de las tierras de indios y de colonos, promovidos por la Misión desde los
inicios del siglo XX, provocaron actitudes crecientemente adversas en contra de los capuchinos, e incluso susci-
taron sentimientos nacionalistas expresados, por ejemplo, en solicitudes y memoriales en los que se pedía que
fueran reemplazados:

“Porqué no se les reemplaza con sacerdotes colombianos?; esto sí sería labor de colombianismo. Y el español
no hay cuándo se convierta a la República, jamás dejará su espíritu de conquistador de tierras y no el evange-
lizador de almas. Es de que se piense en agradecerles que se vuelvan a su tierra, ahora que el General Franco
los espera en el poder, amo de España”.

Además de la animadversión contra los capuchinos, las quejas de los indios comprometían de manera insoslaya-
ble el comportamiento de algunos funcionarios, en la medida que cuando eran enviados desde Bogotá a visitar el
valle, en calidad de comisionados o representantes de las autoridades centrales, eran conducidos inmediatamen-
te al “palacio de la Misión donde les dan de beber vino que llaman añejo mientras el indio ni tiene qué darles, ni
siquiera se sabe cuándo es que llegan al valle los tales emisarios”. Por este proceder, era común que manifestasen,
con sobrada razón, que “para nosotros no hay Patria ni autoridades”.

Por último, en relación también con el mismo tema del despojo y las ventas ilegales de tierras, el nombrado José
Pajajoy advirtió y planteó lo que para él, como indígena, constituía “el problema” fundamental y por ello solicitó,
de manera radical, la culminación del acuerdo que había dado lugar al establecimiento de los capuchinos en el
valle:

“Lo bueno es que el problema está planteado entre el español y el indio; la indiada acabará por rebelarse
sangrientamente como sucedió en el Azuay del Ecuador y repetidas veces en el Perú, aunque sea para morir
las víctimas rebeldes agujereadas de las balas de la República: Ni sé si aré en el viento y sembré en la mar,
visión del Libertador. Sus esfuerzos, sus sufrimientos, todos sus dolores en vano porque a España le ha su-
cedido el burgués, la Misión Capuchina. España se ha quedado muy adentro de nuestra patria para seguir
amargándonos la vida: para estar negociando con los terrenos de la nación. Pido en bien personal y en bien de
mi raza que se estudie el asunto y en el próximo Congreso que se legisle, que se declare caducado el contrato
que el Doctor José Vicente Concha celebró con Fray Fidel de Montclar, finado en tierras españolas; por ese
contrato se le confirió el poder de legislar y administrar justicia, así es como se hizo dueña del valle la Misión
capuchina”461.

A comienzos de la década de 1940 cundió por todo el valle el rumor de que el gobierno nacional, con el único
fin de apoyar a la Iglesia católica, había concedido, mediante decreto, una nueva adjudicación de tierras a favor
de la Misión, las cuales abarcaban una extensión total de 5.000 hectáreas que hacían parte del Corregimiento
de Sibundoy (Municipio de Colón). Si bien nunca se conoció el origen de la murmuración, no faltó quienes pre-
sumieran que se había tratado de un acto malicioso y deliberado que buscaba denunciar la voracidad territorial
de la Misión tanto como su incesante avance sobre aquel espacio inundado y de totoral que la nación se había
reservado, como ya dijimos, bajo la presidencia del doctor Eduardo Santos, a fin de que fuera ocupado y adjudi-
cado en la forma como el Ministerio de la Economía Nacional lo determinara.

Existen motivos para pensar, también, que la propia Misión se encargó de difundir el rumor para así justificar
ciertas actividades y obras que ya había emprendido. No obstante, el disgusto y la preocupación de los indígenas
y colonos del valle auguraban el surgimiento de “un problema social”, como ellos mismos lo manifestaron, por
“tratarse de un despojo inmotivado” que perjudicaba a muchos de quienes estaban “en posesión y con títulos y
como lo que se trata apenas es buscar un motivo de lucro para la Misión, que con el pretexto de favorecer a la
Iglesia, consiguen terrenos para venderlos a buen precio a terceros (...)”.

Aunque hasta entonces la adjudicación o cesión de las 5.000 hectáreas a favor de la Iglesia era sólo eso, un ru-
mor, la propagación del mismo sirvió, primero, para establecer en la realidad que la Misión se encontraba cons-
truyendo trochas y extendiendo cercas para la demarcación de los vastos terrenos, y segundo, para confirmar
que en el interior de la reserva estatal habían surgido posesiones y propiedades, de indios y colonos, que con-

240 461 Ibid.


Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

taban con títulos legales según quedó consignado de manera explícita en el Derecho de petición que el indígena
Ramón Mavisoy le dirigió en 1940 al Ministro de la Economía Nacional:

“Pero ocurre que al amparo de la cesión, la Misión capuchina ha venido ya iniciando el trabajo de trochas para
delimitar tan enorme extensión y al hacerlo, abarca numerosas propiedades particulares de indígenas, entre
ellas la mía, ubicada en el lote San Antonio, que se me adjudicó por ese Ministerio en el año de 1938 y de la
cual estoy posesionado debidamente. Pero hay más, la cesión comprende terrenos de que están en posesión
otras personas, como me ocurre, y con los respectivos títulos de adjudicación. Cito entre los que recuerdo y
que serán perjudicados con la cesión, a Bautista Chicunque, Lisandro Mavisoy, Pedro Mavisoy, Salvador Mavi-
soy, Salvador Ágreda, Ángel Mavisoy, Diego Zatiaca, Gregorio Muchavisoy, Joaquín Mavisoy, Cipriano Mavisoy,
Salvador Mavisoy, Mariano Chicunque, Joaquín Jamioy y otros, todos los cuales están cercados y debidamen-
te circunscritos, dentro de ellos existen labrantíos de toda clase y ganados de toda especie, lo mismo que ca-
sas de habitación. (...) Por lo mismo, pedimos una vez que la Misión capuchina está cercando y trochando una
extensión inmensa de terrenos, con el pretexto de que se le ha cedido, dentro de la cual abarca numerosas
propiedades de indígenas, os dignéis INTERVENIR ojalá enviando un observador especial e ingenieros para
los planos, una vez que de lo contrario, nos veremos despojados como es costumbre con la anuencia de las
autoridades comisariales a las que es inútil acudir (...)”462.

Debieron de transcurrir más de quince años para que los interesados en apropiarse legalmente de los terrenos de
la reserva –de los cuales ya se habían apoderado y poseían de facto- lograran convertir en realidad lo que antaño
había sido tan sólo un rumor. Apelando a la consideración de que en ellos no se había adelantado la labor agrícola
especial que presuntamente debía haberse acometido bajo la orientación del ya desaparecido Ministerio de la
Economía Nacional y dado que en su gran mayoría “se encontraban ocupados y explotados desde hace varios
años por blancos e indígenas, quienes no habían podido realizar una explotación estable por el temor de que pue-
dan ser privados de esas tierras”, el Teniente General Gustavo Rojas Pinilla, arguyendo además que en el valle exis-
tían numerosos indígenas carentes de parcelas en donde establecerse con sus familias y era más que conveniente
“fomentar la propiedad individual en esas regiones”, procedió, mediante el Decreto No. 0109 del 20 de enero de
1954, a derogar el Decreto No. 2104. Con esta medida se pretendía facultar a la Comisión Divisoria de Resguardos
Indígenas del Departamento de Nariño, la cual dependía por aquel entonces del Ministerio de Agricultura, para
que, luego de identificar los terrenos que aún permanecían sin ocupar ni explotar en el interior de la antigua zona
de reserva, procediera a adjudicárselos a los indígenas que a la fecha se encontrasen sin tierras.

Si bien es cierto que, al menos en el papel, el espíritu de dicho decreto aspiraba a dotar de tierra a los indios
carentes del valle, los capuchinos y demás ocupantes y poseedores de terrenos en el interior de la vieja reserva
encontraron en éste los mecanismos para legalizar sus posesiones en la medida que solamente las áreas libres
de ocupación y explotación podían ser objeto de concesión.

En otras palabras, quienes de buena fe o actuando maliciosamente, como intrusos e ilícitamente, habían ido
ocupando, habilitando y, en fin, incorporando las tierras de la reserva, encontraron entonces la oportunidad de
acceder legalmente a la propiedad que se habían abrogado de hecho, y cabe presumir que dicho decreto fue más
bien un logro de todos los usurpadores, es decir, fomentó la privatización, no sólo de la zona reservada sino de
las tierras del resguardo de la zona alta que había sido creado, como ya dijimos, mediante el Decreto No. 2075 de
1939, y posteriormente confirmado en virtud de la Resolución No. 706 del 20 de diciembre de 1939.

Tal privatización, en el último caso, se justificó bajo el argumento de que los indígenas no ocupaban sino una
parte de aquel y que las tierras que lo conformaban eran parcialmente inútiles. En consecuencia, el Ministerio
de Agricultura ordenó su parcelación a través de la Resolución No. 37 del 12 de enero de 1954, pero poco tiem-
po después, en respuesta a las crecientes protestas de los indígenas, el presidente Rojas Pinilla dictó el Decreto
No. 1414 del 21 de junio de 1956, por medio del cual se destinó a la parcialidad indígena de Sibundoy, en forma
de resguardo, los terrenos de la antigua zona de reserva que, al momento de expedirse el Decreto 0109, aún
conservaban la calidad de baldíos.

Sin embargo, y más allá de la “Torre de Babel” y el laberinto jurídico que se fue construyendo, en nuestro crite-
rio, de modo deliberado, en relación con la condición, el uso y la propiedad de las tierras del valle, el asunto del

462 MAVISOY, Ramón. “Derecho de petición…”. Fol. 40.


241
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Territorio y vivienda en el Resguardo de la Comunidad Awa.


Villa Garzón. María Fernanda Sañudo. 2001.

resguardo continuó siendo, durante el gobierno militar, y tal como lo había sido antes, apenas un pretexto si se
estima que las tierras con las cuales éste debía conformarse eran precisamente aquellas que carecían de títulos y
no habían sido objeto de explotación económica con anterioridad a la constitución de la reserva:

“La medida de levantar la Reserva, como es de suponerse, no trajo mayores consecuencias; ya tales tierras es-
taban ocupadas por colonos, un área muy reducida por indígenas y una buena parte de la Misión capuchina.
No ocurrió lo mismo con la Resolución que ordenaba liquidar el resguardo. Esta medida, en efecto, favorecía
en forma exclusiva los intereses de unos pocos colonos que ya habían entrado a la zona, dejando el resto de
la superficie abierta a la colonización. Los conflictos entre indígenas y blancos se acentuaron en tal forma por
motivo de las tierras del Resguardo de la montaña que el Gobierno se vio precisado a dar un paliativo a las
quejas de los indígenas, constituyendo en Resguardo lo que antes había sido Reserva; fue así como en el año
de 1956 y por medio del Decreto 1414 se destinó para la parcialidad indígena de Sibundoy y en calidad de
resguardo, los terrenos baldíos que se encuentran en la zona (ubicada en el valle de Sibundoy y comprendida
entre los linderos de la Reserva Nacional que fuera creada por el Decreto número 2104, del 2 de noviembre
de 1939). (…) En resumen, los indígenas perdieron el resguardo real y adquirieron otro ficticio”463.

Años después, a comienzos de la década de 1960, los capuchinos se ingeniaron un relato mediante el cual pre-
tendieron “demostrar” los derechos de la “Iglesia desde tiempos inmemoriales” sobre ciertas extensiones del
valle de Sibundoy las cuales incluían, por supuesto, parte de los terrenos pantanosos que se encontraban en el
área decretada como reserva en 1939.

En este orden de ideas, y siguiendo una variante del relato del padre Bartolomé de Igualada, descubrimos la
existencia de un título, dado por un Virrey a raíz “de haber visto el valle de Sibundoy”, mediante el cual le hacía
adjudicación de éste a los indígenas: “hubo testigos que vieron el título, el cual, a causa de los intereses creados,
ha venido a desaparecer.”

242 463 ROLDÁN ORTEGA, Roque. Anotaciones sobre el problema jurídico… Págs. 6-7.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Con base en este documento, los indígenas habrían señalado unos terrenos para la Iglesia en la zona de San Pe-
dro y en la de Santiago: “en Santiago descansaba un acta por la cual el Cabildo señalaba una gran extensión de
terreno a la Iglesia. Eran sus límites: desde el río Quinchoa, hasta la loma de Machoy y de allí una recta a la boca
del mismo río Quinchoa. Al otro lado determinaba el lindero el río Tamauca.”

El acta en referencia había permanecido en el Cabildo de Santiago desde la época colonial, “hasta que un día,
Mateo Wesaquillo, un indígena de la localidad, fue a Barbacoas y compró por cinco pesos chicos unas cabezas
de ganado; y como no había misioneros, las soltó en el terreno señalado arriba. Cuando él mismo llegó a ser
Gobernador, destruyó el acta que estaba en el archivo del Cabildo. Téngase presente que en aquel entonces no
había misioneros fijos todavía”.

A inicios del siglo XX, cuando los misioneros llegaron al valle de Sibundoy, “en el año de 1901, los mismos indíge-
nas llevaron cargado al Prefecto Apostólico para hacerle ver los terrenos señalados para la Iglesia desde tiempos
inmemoriales. Los linderos habían sido conservados con zanjas artificiales hechas con peinado en las lomas y con
cercas. La extensión abarcaba unas 50 hectáreas de terreno pantanoso”464.

Siguiendo el mismo testimonio, lo primero que hicieron los padres capuchinos fue “desmontar e intentar encau-
sar las aguas del totoral hacia el río San Pedro por medio de grandes zanjas. El experimento dio resultado y gran
parte del terreno desmontado quedó bonificado”. Años más tarde, en 1938, una parte de esos terrenos fueron
“entregados” –vendidos, en realidad- por el padre Marceliano de Vilafranca a algunos indígenas (y a comprado-
res no indígenas o colonos), quienes le reconocieron “de una manera u otra las mejoras a la Misión” y luego “se
hicieron adjudicar legalmente y por su cuenta los predios así adquiridos”.

El saldo o sobrante de tierras que quedó a favor de la Misión una vez culminadas estas ventas consistió en los
“lotes de San Pedro, San Félix y El Sauce, que le fueron adjudicados en el año de 1946”465.

Posteriormente, ésta “cedió (vendió) a algunos blancos” el predio de “El Sauce y parte de San Pedro, por necesi-
dades económicas. No hay que olvidar, empero, que estos lotes quedaron como saldo porque eran pantanosos
todavía y por eso los indígenas los habían rechazado cuando la Misión se los había ofrecido”466.

En realidad, y más allá de la versión capuchina acerca de cómo había adquirido derechos, “desde tiempos inme-
moriales”, a tierras, “pantanos” y, aun a las áreas permanentemente inundadas del valle de Sibundoy, la zona de
lo que había sido en un inicio reserva nacional y después resguardo, se convirtió en objeto de ocupación por par-
te de colonos, indígenas y misioneros desde que se decretó su primera condición, y tal ocupación avanzó inclu-
sive sobre las partes periódica o permanentemente inundadas después de habérsela declarado como resguardo.

Sin embargo, dicho resguardo no pasó de ser más que una figura jurídica y una verdadera ficción, como puede
deducirse de la carta enviada por el Gobernador del Cabildo de indígenas de Sibundoy al señor Presidente de la
República, doctor Alberto Lleras Camargo, en el año de 1962, es decir, que los terrenos destinados legalmente a
tal fin comprendían tan solo aquellos que, en el interior de los linderos de la antigua área de la reserva, todavía
conservaban la calidad de baldíos:

“Deseamos que se aclare de una vez por todas si realmente existe una zona baldía dentro del resguardo del
valle de Sibundoy sobre la cual puedan tener derecho los indígenas. Para esto rogamos a Vuestra Excelencia
enviar una comisión integrada por un ingeniero y un abogado competentes, para que en el menor tiempo
posible hagan la demarcación precisa de los terrenos que blancos e indígenas poseen dentro del resguardo,
incluso dentro de la zona pantanosa, para lo cual el Cabildo les prestará toda la colaboración posible, siempre
con base en los títulos debidamente aprobados por el Gobierno Nacional y aquellos derechos adquiridos con
anterioridad a la creación del mismo resguardo. El abogado designado por el Gobierno actuaría de oficio para

464 IGUALADA, Bartolomé de. “Testimonio acerca de los terrenos…”. Fols. 131-134.
465 Véase: Diario Oficial, Vol. 82, No. 26273, del 6 de noviembre de 1946. Pág. 451.
466 IGUALADA, Bartolomé de. “Testimonios acerca de los terrenos…”. Fols. 131-134.
243
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

entregarnos saneado el resto del terreno pagando el Gobierno los empleados y también las mejoras de los
blancos que han entrado después de creado el resguardo (...)”467.

En la misma carta, por medio de la vocería del Gobernador, los indígenas se quejaban de la falta de una “actitud
firme”, de parte del gobierno, mediante la cual hacer valer sus derechos. Así mismo, denunciaban que varios
individuos, cuyas tierras colindaban o estaban dentro del resguardo, se valían de los títulos antiguos para “coger
más tierra de la que les pertenece y otros alegan derechos de posesión que quizá no los tienen”468.

Todavía en el año de 1963, el Gobernador del Cabildo de Sibundoy, Joaquín Mavisoy, en unión con los alcaldes
mayores y los alguaciles, continuaba solicitándole vehementemente a las autoridades que se procediera a levan-
tar los planos del terreno del resguardo, se dictara la “resolución definitiva de adjudicación a la comunidad” y se
hiciera “la entrega real y material de las tierras del resguardo para que de este modo se contrarreste la invasión
por parte de quienes no tienen derecho a ellas, ya que por la demora en hacer efectiva la determinación del Go-
bierno, mucha parte de estos terrenos se hallan ocupados arbitrariamente.”

Adicionalmente, estas mismas autoridades denunciaban que, a pesar de las disposiciones relativas al impedi-
mento de ocupar o invadir esos terrenos, tenían conocimiento de la expedición de títulos de adjudicación de
predios dentro del resguardo debido a la “irresponsabilidad de los funcionarios” que habían tramitado las peti-
ciones sin tener en cuenta el cumplimiento de los requisitos legales469.

En síntesis, y retomando los planteamientos hechos al inicio de este capítulo, podemos afirmar que en los albo-
res del siglo XX comenzó a gestarse una larga y compleja historia de “la creación de un resguardo”. No obstante,
a mediados de la década de 1960, el resguardo conocido como “resguardo de arriba” o “resguardo de la mon-
taña”, el cual fue creado, como expusimos, por el Decreto No. 2075 del 28 de octubre de 1939 y posteriormente
ratificado mediante la Resolución No. 706 del 20 de diciembre de 1939, había sido suprimido de modo legal, en
virtud de la Resolución No. 37 del 12 de enero de 1954, así en la realidad jamás hubiese existido como tal.

A mediados de esta misma década, el resguardo que fuera creado durante el gobierno del General Rojas Pinilla,
en la antigua zona de reserva, mediante el Decreto No. 1414 del 21 de junio de 1956, era apenas una figura jurí-
dica vigente que tampoco había alcanzado a tener una existencia real. Ya por entonces, la Ley 135 de 1961 había
creado el Instituto Colombiano de la Reforma Agraria (INCORA) y esta institución, con la pretensión expresa de
modificar la estructura de la propiedad de la tierra en el valle de Sibundoy, dictó la Resolución No. 143 del 6 de
julio de 1964 por medio de la cual se instituyó el Proyecto Putumayo número 1.

Sin embargo, los esfuerzos emprendidos desde esta época por los especialistas y abogados de la nueva entidad,
para clarificar el asunto del resguardo, resultaron vanos, y así éstos continuaron interrogándose, con incertidum-
bre, sí era cierto o no que los indígenas del valle habían tenido alguna vez resguardo o resguardos y sí “actual-
mente” (1971) existían tales entes territoriales: “uno de los asuntos más debatidos en relación con los problemas
que han afectado al valle de Sibundoy y especialmente a su población nativa ha sido el de si esta última ha tenido
y tiene actualmente Resguardos Indígenas”470.

4.3.4. Dispositivos ideológicos, disciplinarios y morales de dominación

“Actualmente se está siguiendo un juicio a uno de los misioneros por la flagelación de una india, quien murió
después de algunos días de haber sido azotada. Qué espectáculo, Señor Ministro, el que presenta una india
puesta de rodillas, las espaldas mal cubiertas, en presencia de su esposo o de sus padres, o de sus hijos, reci-
biendo azotes con una correa de cuero torcido y tieso, que no debe usarse ni para las bestias. El espectáculo

467 JUAJIBIOY CHINDOY, Salvador. “Carta del Gobernador del Cabildo de Indígenas de Sibundoy y de otros indígenas de la
parcialidad, dirigida al presidente Alberto Lleras Camargo”. Sibundoy, 29 de enero de 1962. AGN: Sec. República, Fdo.
Ministerio del Interior, caja 196, carpeta 1714, Asuntos Indígenas, Fols. 25-26.
468 Ibid. Fol. 25.
469 MAVISOY, Joaquín. “Carta de los miembros del Cabildo…”. Fol. 51.
244 470 ROLDÁN ORTEGA, Roque. Anotaciones sobre el problema jurídico… Pág. 20.
“Ignorase cuál es el hombre” [Macaguaje].
Acuarela realizada por el Presbítero Manuel
María Albis. “Estos indios tienen sus
habitaciones por el río Mecaya arriba, Sencella
y el Caucayá”. Presbítero Manuel María Albis.
1854. Curiosidades de la montaña y médico en
casa. Biblioteca Nacional de Torino-Italia.

es más patético si es un misionero el


que flagela. La mujer queda enferma fí-
sica y moralmente, llagada las espaldas
y herido el corazón”471.

Uno de los aspectos relacionados con el


proceso histórico de incorporación de la
región amazónica, fue el tratamiento jurí-
dico, político e ideológico dado por el Es-
tado colombiano, durante el siglo XIX y a
comienzos del siglo XX, a los “territorios
de misiones” y, por supuesto, a la pobla-
ción indígena que se encontraba ubicada
en ellos.

Éste delegó en la Iglesia, particularmente


en las misiones católicas, la administración
de los indios designados jurídicamente
como “salvajes” en virtud de su supues-
ta incapacidad para ejercer sus funciones
como tal en aquellas regiones que aún per-
manecían sin integrar al ámbito económi-
co y sociocultural de la nación. Después de
habérseles considerado por ley iguales al
resto de los ciudadanos colombianos –gra-
cias a aquella viva preocupación vigente en
los años de la Independencia de “decretar”
la igualdad para todos-, con el tiempo se fue estableciendo una diferencia entre los indios “civilizados” y los “in-
dios” a secas, lo cual, como es de suponer, entrañó por igual tratamientos legales también diferenciados. Así, en
este nuevo contexto jurídico, el indio tildado de salvaje fue visto como un obstáculo para el “adelanto” y el “pro-
greso”, en tanto suponía un peligro para el tránsito de comerciantes y mercancías en “aquellas regiones donde
estos salvajes reinaban”. Algunas leyes expedidas en el siglo XIX y a comienzos de la centuria siguiente reflejaron
el interés que ocasionalmente animó al legislador de fomentar la “civilización de los salvajes” a fin de garantizar
la soberanía nacional en aquellas regiones fronterizas donde la injerencia del Estado no alcanzaba.

Además de los rasgos paternalistas que caracterizaron a algunas de las normas promulgadas durante estos siglos,
su propósito fundamental fue el de retomar los esfuerzos truncos que se habían acometido durante el régimen
colonial, es decir, reiniciar el trabajo de incorporación de los salvajes a un modelo de sociedad que se conside-
raba a sí misma civilizada y se sostenía en pilares tales como el sedentarismo, la vida en poblaciones nucleares,
la adhesión al catolicismo, la instauración de una y única lengua y la mística por la búsqueda de los caminos del
“progreso”.

Así, los indígenas debían convertirse en “brazos útiles para la labor” y, de hecho, dentro del contexto regional
amazónico colombiano, la condición de “indio salvaje” o de “indio civilizado” dependió, esencialmente, de su
vinculación o no a las actividades extractivas y, en general, a las actividades económicas establecidas allí por los
471 BECERRA, Rogerio María. “Informe que presenta el Intendente Nacional del Putumayo…”. Fol. 21.
245
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

“blancos” y ligadas, claro está, a las redes comerciales interregionales e internacionales.  Muchos grupos indíge-
nas sobrevivieron al régimen colonial, especialmente aquellos establecidos en regiones de frontera. En el trans-
curso del siglo XIX, y a comienzos del XX, con la expansión de las economías extractivas de la quina, el caucho, el
oro y el petróleo, muchos de esos grupos, o algunos de sus miembros, fueron asimilados e identificados como
“civilizados” por el mero hecho de estar al servicio de tales actividades productivas destinadas fundamentalmen-
te a la exportación.

No obstante las pretensiones de los regímenes republicanos decimonónicos de incorporar a los “salvajes a la
vida civil”, las instancias gubernamentales, tanto nacionales como regionales, no estuvieron inicialmente en la
capacidad de aplicar y materializar lo dispuesto por las leyes que progresivamente se fueron expidiendo472.

Dichas leyes, en esencia, expresaban el interés del Estado en incorporar a los indígenas “errantes y salvajes”
mediante la acción misionera, la adjudicación de tierras, la colonización y la formación de pueblos o parroquias:

“Respecto de los indígenas salvajes, que según cálculos ascienden a unos 200.000, la República ha expedido
varias leyes con el fin de reducirlos a poblaciones y civilizarlos. Hemos hablado de esas leyes y hemos visto
que los medios que establecen para lograr su objeto han sido las misiones y el fomento de la colonización de
los territorios ocupados por los indígenas. Debemos agregar que casi ninguna de dichas leyes se ha cumplido,
y que lo poco que se ha hecho en el asunto, no ha producido ningún resultado satisfactorio. Ese poco, puede
decirse, se ha limitado a la expedición de las leyes. Parece que ya se piensa en hacer algo de provecho, puesto
que se ha comenzado a gastar dinero en las misiones, que son en nuestro concepto el mejor medio de civilizar
a los indios. Pueda ser que llegue el día en que no se hable de salvajes colombianos, porque no los haya”473.

Después de que se firmó el Concordato entre el Estado colombiano y la Santa Sede, la posterior aprobación de
la Ley 89 de 1890 se constituyó en la jurisprudencia fundamental que regularía las relaciones entre éste y las
comunidades indígenas. Esta Ley, que con algunas modificaciones se mantendría vigente hasta la aprobación
de la nueva Constitución Nacional, en 1991, dividió a las “tribus”del país en dos grupos: el primero, compuesto
“por los salvajes que vayan reduciéndose a la civilización por medio de Misiones” y el segundo, el integrado por
aquellas “comunidades indígenas reducidas ya a la vida civil”474.

Desde los primeros años del siglo XX, la Misión capuchina, en cabeza de Fray Fidel de Montclar, insistió en carac-
terizar “a los indígenas de los pueblos del valle de Sibundoy y demás de la Provincia de Mocoa” como seres que
“apenas pueden ser contados entre los que van reduciéndose a la vida civilizada”, en plena concordancia con lo
expuesto por el entonces Gobernador de Nariño, Julián Buchelli, y este concepto fue al que se aferraron para
elaborar el Reglamento bajo el cual debía de gobernarse a los indios del Putumayo y que luego de ser aprobado
por la Gobernación, en el mes de agosto del año de 1908, se publicó en el órgano o diario oficial del dicho De-
partamento475.

Tiempo después, otro de los gobernadores de Nariño, Eliseo Gómez Jurado, expidió el Decreto No. 263 del mes
de junio de 1910, el cual declaró que estando ya los indios de los pueblos de Sibundoy reducidos a la vida civil,
éstos debían de regirse, en consecuencia, por las Leyes generales del país sobre Resguardos Indígenas, es decir,
acorde por lo dispuesto en los artículos Segundo y siguientes de la Ley 89 de 1890. En otras palabras, se los sujetó
en lo civil a sus respectivos cabildos, corregidores y alcaldes y no a la autoridad del misionero.

472 La legislación que en materia de indígenas se produjo a lo largo del siglo XIX fue prolífica. No obstante, sólo hasta finales
del siglo XIX algunas de las normas dictadas se pusieron en práctica.
473 CONSEJO DE ESTADO. “Estudio sobre la legislación y la doctrina relativa al gobierno de los indígenas de la Nación y a la
propiedad de sus resguardos”. 1922. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 972, Fols. 385-
395.
474 BONILLA, Víctor Daniel. Siervos de Dios… Págs. 60-61.
475 MONTCLAR, Fray Fidel de. “Carta del Prefecto Apostólico del Caquetá y Putumayo dirigida al General Joaquín Escandón,
comisario especial del Putumayo”. Mocoa, 12 de diciembre de 1912. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno,
246 Sec. Cuarta, T. 70, Fol. 260.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Como ya lo hemos expuesto en páginas anteriores, y por expresa influencia de los capuchinos, el Decreto No.
263 fue derogado y, en contravía, el Gobierno aprobó, en 1914, el Decreto 1484.

En el contexto jurídico y político de finales del siglo XIX, estando ya vigente la Ley 89 de 1890, los parámetros
económicos y socioculturales, que de hecho seguían sirviendo de fundamento para establecer si una sociedad
indígena era o no civilizada, se relacionaban con “la aversión (de los indios) a reunirse en pueblos”, “el vestido”,
“la lengua”, “las supersticiones”, “la intimidad y comercio con los blancos”, entre otros rasgos. Debe recordarse
al respecto que desde finales de esta centuria, los indígenas del Putumayo, en especial los del valle de Sibundoy,
habían sido circunscritos a la administración de la Misión capuchina, y por esta circunstancia, cuando la comu-
nidad de Sibundoy se dispuso a nombrar sus propias autoridades cabildantes, el padre Fray Fidel de Montclar
se opuso argumentando en contra lo que, según él, persistía en la “raza salvaje” de dicha región, es decir, puso
en evidencia aquellos rasgos que por entonces seguían constituyendo las fronteras ideológicas entre la “civiliza-
ción” y el “salvajismo”:

“No creo que a nadie le ocurra contar a los indios del Caquetá y Putumayo entre los civilizados, pues aunque la
Misión ha conseguido muchísimo en ese sentido, falta todavía mucho por hacer: una raza salvaje no se civiliza
en algunos años, deben transcurrir varias generaciones para que dejen sus hábitos repugnantes y absurdas
tradiciones y abandonen su innata pereza dedicándose sus individuos al trabajo y pequeñas industrias. El ves-
tido, el lenguaje, los instintos, las supersticiones, la aversión a reunirse en pueblos, y otras mil circunstancias
convencen a cualquiera que visite estos lugares que los indios de estos pueblos no son todavía civilizados. El
mismo General Don José Diago, Comisario Especial del Putumayo, que por su enemistad con los misioneros
ha trabajado para que ese Ministerio dicte una resolución contraria a la Misión, ha dicho varias veces en mi
presencia las siguientes palabras: “los indios de estos pueblos me causan asco, no aguanto su presencia, me
repugnan por su salvajismo”. Ese es el modo de pensar y hablar de cuantos no están imbuidos en el espíri-
tu de caridad respecto a estos pobres indígenas. No deben causar repugnancia a nadie, pues son nuestros
hermanos, y con paciencia y tiempo lograremos colocarlos a nivel de los indios que pueblan una parte de la
Provincia de Pasto, Túquerres y Obando. Estos indios sí pueden contarse entre los civilizados, pues debido a la
labor constante de la iglesia durante muchas generaciones, y al continuo roce con los blancos en el transcurso
de bastantes años, constituyen hoy pueblos indígenas en que sus individuos han olvidado las tradiciones y
supersticiones ridículas de los antepasados, practican con relativa pureza la religión cristiana, no hablan otra
lengua que el castellano, cultivan la tierra con regular esmero, tratan con intimidad con los blancos, comercian
con ellos y se dedican a pequeñas industrias. Estos indios están identificados con las costumbres de los civili-
zados y se han apropiado la mayor parte de sus usos; tanto es así que nuestros indios de la Misión, inclusive
los de Santiago que se han dirigido a ese Ministerio, llaman blancos a los otros indios, procedentes del Depar-
tamento de Nariño, porque llevan calzones y visten como los civilizados”476.

Analizando las implicaciones ideológicas del texto de Montclar, podemos afirmar que se había vuelto a recurrir
a la ya secular oposición contenida en las metáforas clásicas de “civilización” y “barbarie”. De esta manera, la
civilización de los grupos indígenas considerados salvajes fue interpretada como la progresiva integración de
aquellos grupos selváticos, o de los reductos de éstos, a labores e “industrias extractivas” y a la “doctrina cristia-
na” en condición de subordinados y “menores de edad,” es decir, como seres aún carentes de ciertos atributos
humanos indispensables al ejercicio de ciertas actividades, según se desprende del trato jurídico que se les dio
hasta bien avanzado el siglo XX.

En una obra reciente, el investigador Santiago Mora alude precisamente a lo dicho analizando la imagen de los
indios amazónicos proyectada por viajeros decimonónicos europeos:

“James Orton, quien viajara por la Amazonia a finales del siglo diecinueve, explicaba la mentalidad de los
indígenas de una manera muy sencilla: Fuera de tener otra ocupación que la de evitar morir de hambre, sus
mentes están completamente en blanco. En realidad los habitantes de la Amazonía fueron vistos por muchos
de los europeos y norteamericanos que los describieran en esa época como criaturas elementales, más seme-
jantes a los animales que a los humanos”477.

476 MONTCLAR, Fray Fidel. “Informe dirigido al Ministro de Agricultura y Comercio sobre la condición jurídica de los indios
del Putumayo”. 1917. AGN: Sec. Republica, Fdo. Baldíos, T. 41, Fols. 363-367.
477 MORA CAMARGO, Santiago. Amazonía. Pasado y presente de un territorio remoto: el ámbito, la historia y la cultura vista
por antropólogos y arqueólogos. En edición, diciembre de 2004, Págs. 8-9.
247
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Indios civilizados de
Cuemby. Julio Creveaux. (1857-1882). América
Pintoresca. El Ancora Editores. Bogotá. 1987.

La idea de establecer en pueblos y caseríos a los


salvajes, a manera de fórmula para lograr su ci-
vilización, persistió durante la primera mitad del
siglo XX, tanto en el Putumayo como en los te-
rritorios amazónicos y de frontera, en la medida
que se siguió considerando que, de permanecer
dispersos en los montes, no prestarían servicio
alguno al municipio, la Misión, el comercio y el
progreso. De igual manera, y con la misma finali-
dad, a los “blancos” se les debía permitir vivir en
los mismos pueblos de indios pero, sobre todo,
se debía obligar a éstos a vivir con aquellos: “de
los enlaces y entronques de las dos razas saldrá
una nueva, capaz de dar grandes hombres”478.

No obstante, y después de más de cuatrocien-


tos años de continuo trato entre los indios del
Putumayo –específicamente aquellos del valle
de Sibundoy- y los habitantes de lo que hoy son
Cauca y Nariño, los gobernantes del Putumayo
se quejaban de la persistencia de costumbres
“bárbaras” ya que “no han perdido ni sus idio-
mas, ni sus supersticiones estúpidas, ni sus cos-
tumbres salvajes. Todavía se les ve en las calles,
templos y casas de las capitales de Nariño y Cau-
ca, sin sombrero, sin camisa y sin pantalones;
medio cubiertos con un lienzo sucio y hediondo
que llaman cusma. A haber cruzado su sangre,
¡cuántos ocuparan los bancos de las Cámaras!,
cuántos fueran ministros del culto”479.

Dentro de esta perspectiva, tomando en cuenta que ciertos “rasgos”, usos y costumbres hacían parte del es-
tereotipo ideológicamente construido y vigente por entonces acerca del “salvajismo”, y admitiendo el persis-
tente interés de los capuchinos en declarar a los habitantes indígenas del valle de Sibundoy “salvajes”, para así
mantenerlos bajo su tutela, la afirmación del entonces Comisario Especial, Ricardo Cadavid, resulta por entero
comprensible respecto de las pretensiones de la dominación misional: “Estos núcleos de población no tienen de
indígenas sino los vestidos y eso porque los P.P. Capuchinos se han empeñado mucho en que no los dejen, por
especiales circunstancias que sólo tienden a determinados intereses muy ajenos a los de los indígenas y a los de
la Patria”480.

Bajo el peso de estos prejuicios raciales y racistas, pero también echando mano del pretexto del “salvajismo de
los indios”, la Misión capuchina inició, desarrolló, extendió y consolidó su poderío, entre los grupos indígenas
Inga y Kamsá del valle de Sibundoy, con el único propósito de usurpar sus tierras, y controlar y usufructuar su tra-
478 La “esperanza” del “mejoramiento de la raza” se fundamentaría, entonces, en el cruce biológico, “de sangres”, con miras
al “blanqueamiento”. Éste no debía limitarse tan solo a lo genotípico y a lo fenotípico sino que debía complementarse,
paralelamente, con la extirpación de las costumbres “bárbaras” que aún persistían.
479 BECERRA, Rogerio María. “Informe del Intendente Nacional del Putumayo…”. Fols. 10-34.
480 CADAVID, Ricardo. “Oficio dirigido al Ministro de Gobierno por el Comisario Especial del Putumayo”. Mocoa, 20 de
248 marzo de 1934. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 1076, Fols. 44-45.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

bajo, tal y como ya lo describimos y analizamos en el texto precedente, finalidad que logró cumplir cabalmente
poniendo en práctica, durante más de medio siglo, diversos dispositivos e instrumentos de dominación del orden
ideológico, disciplinario y moral.

El Estado, por diversas razones, contribuyó también al fortalecimiento y consolidación de la Misión aprobando, pri-
mero, un Reglamento según el cual los “pueblos que funde la Misión estarán directamente gobernados por ésta”
(Artículo No.9 del Decreto 1484 del 23 de diciembre de 1914), es decir, que un sacerdote de dicha congregación
debía encabezar las respectivas autoridades indígenas o “Concejo del Pueblo” (cabildos)481, y segundo, promulgan-
do una legislación que, en su conjunto, le otorgó generosos derechos sobre apreciables extensiones de tierra, le
dio el control del gobierno indígena y de la educación y la hizo beneficiaria de la periódica recepción de los recursos
económicos destinados para tales fines por el Tesoro Nacional, e incluso de aquellos necesarios a la realización y
administración de importantes obras públicas, como la construcción del camino que de Pasto llevaba a Puerto Asís.

El poder y la opresión ejercidos por la Misión a través de estos dispositivos afectaron de manera deliberada las
más íntimas y entrañables creencias y costumbres (personales, familiares y colectivas), lo mismo que vínculos
fundamentales y, por supuesto, patrones económicos y culturales esenciales, no sin la manifiesta resistencia in-
dígena, tipificada en gran medida en la tenaz oposición de los ancianos, mujeres y mayorales, como los propios
misioneros lo expresaron con preocupación y en reiteradas oportunidades, según lo señalamos antes.

Ha llamado nuestra atención el hecho de que varios de los dispositivos de los cuales se valieron los capuchinos
para controlar, dominar y amedrentar a los indios del valle, y a parte de los que residían en Mocoa, muestran,
en lo fundamental, una coincidencia con los que la empresa cauchera de Julio César Arana –Casa Arana- impuso
también entre los indios del Putumayo, en los ríos Cará-Paraná e Igará-Paraná482, por esos mismos años, y más
aún cuando estos mecanismos de opresión se aplicaron, de manera implacable y con la mayor severidad, en
contra de los ancianos y ancianas, es decir, que también en los campamentos, “Estaciones” y “Secciones” de la
nombrada empresa, la “gente vieja” de las respectivas naciones y grupos indígenas cautivos, la cual era respe-
tada entre los suyos por su habilidad de aconsejar sabiamente, fue sindicada, y en consecuencia castigada, de
“dar un mal consejo”, haber “prevenido a los crédulos o a los menos experimentados en contra del esclavizador
blanco” y haber exhortado a los indios a huir o resistir, tal y como ya lo hemos planteado y descrito en el texto
acerca de la explotación cauchera.

De manera específica, el látigo y el cepo fueron dos de esos instrumentos cuyo uso fue fomentado por los capu-
chinos en el valle de Sibundoy y en relación con los cuales Sir Roger Casement había ya expresado, refiriéndose a
su utilización por parte de los empleados de la Casa Arana, a la cual debió investigar por encargo del parlamento
británico, que para “un noventa y nueve por ciento de los indígenas el látigo era aplicado como un instrumento
de tortura y de terror” y que los cepos jugaban un papel importante dada su capacidad de aterrorizar a los indí-
genas. En el Putumayo, por su parte, constituían “instrumentos de tortura, ilegalidad y crueldad en extremo: a
hombres, mujeres y niños se les confinaba en estos cepos durante días, semanas y muy frecuentemente durante
meses”, y el empleo de ambos, tanto como de otros similares, fue promovido por los capuchinos con la única
finalidad de escarmentar brutalmente y suscitar entre los indios un pánico y terror continuos como fórmula para
mantener cautiva y bajo su control a la población indígena.

Con frecuencia, las sanciones y los castigos impuestos a los indios se ejecutaron en escenarios públicos y ante
los respectivos cónyuges, padres, madres, hijos y cualesquiera otros parientes de la víctima con el propósito ya
dicho de suscitar un terror colectivo a la par que ofrecer un espectáculo de carácter ejemplarizante.

Diversos testimonios históricos nos han permitido confirmar que entre los grupos indígenas que han habitado en
el valle de Sibundoy, la flagelación ha sido una forma de castigo ejercida por sus autoridades, presumiblemente
desde los tempranos tiempos coloniales, la cual ha recaído, por lo habitual, en el Gobernador y los cabildantes,

481 La norma señalaba que en cada pueblo de indígenas del Caquetá y Putumayo debía haber un Comisario y seis vice-
comisarios, quienes debían de estar bajo la presidencia del padre misionero, conformando todos en conjunto el “Con-
cejo del Pueblo,” entre cuyas funciones se encontraban las policivas que comprendían la vigilancia de la moralidad y la
imposición de castigos correccionales.
482 Estos ríos pertenecen al Departamento del Amazonas, pero son parte actual del Resguardo Predio Putumayo.
249
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

El Castigo del Cepo, aplicado en la Laguna. Grabado realizado por Edouard André.
1875-1882. América Pintoresca. El Ancora Editores. Bogotá. 1987.

es decir, dicha práctica se tenía por costumbre483  desde mucho antes del establecimiento de los capuchinos, tal
y como puede constatarse en la documentación citada, por ejemplo, a propósito de los conflictos surgidos en la
segunda mitad del siglo XIX entre las parcialidades de San Andrés y Santiago.

No obstante, y ateniéndonos a las observaciones del Intendente del Putumayo, Rogerio María Becerra, hechas
apenas iniciándose el siglo XX, “parece que los misioneros no se conforman con que se acabe la costumbre de
flagelar a los indios. Yo no hallo en ninguna Ley ni Ordenanza que autoricen semejante castigo, que sólo puede con-
servarse por escasez de ingenio y de delicados sentimientos para imponer penas correccionales apropiadas al linaje
humano”484. En consecuencia, refirió al Presidente de la República las flagelaciones que los capuchinos inflingían a
los indios a su cuidado bajo la convicción, o el llano pretexto, que el látigo era “sagrado” y “salvaba las almas”, acla-
rándole de paso que “el infamante castigo no se aplica solamente por faltas a la moral sino por toda falta”.

Así mismo, denunció la sediciosa flagelación a la cual había sometido Fray Jacinto de Pupiales al indio Mariano,
un miembro del Cabildo485, y el testimonio adicional del fraile ilustra también la violencia con que los monjes
imponían su autoridad a los cabildantes indígenas:

483 A comienzos del siglo XX, uno de los misioneros capuchinos establecido en Mocoa tenía la convicción de que la “pena
de azotes” era una de las más inveteradas costumbres entre los indios, es decir, de más difícil desarraigo: “en primer
lugar, el dolor tiene una eficacia misteriosa que lo defiende. Yo he observado que los indios se quedan muy tranquilos
y hasta festivos, después de una azotaína; la víctima tiene por esto obligación de decir después de ella, Dios le pague.
Si no dice así, manda el Gobernador que le den tres azotes más, hasta cuando el castigado pierde la ira y se manifiesta
agradecido. Los azotes mantienen entre los indios el principio de autoridad, la docilidad de carácter y la pureza de cos-
tumbres; son, pues, la base de las mismas costumbres. En segundo lugar, son los indios, como Gobernadores, y para
conservar la constitución social no escrita que ellos obedecen ciegamente en sus prácticas gubernamentales, quienes
mantienen en vigor la pena de azotes. (Citado por: TRIANA, Miguel. Por el sur de Colombia… Pág. 351). No obstante, y
más allá de las mencionadas convicciones del misionero en cuestión, los miembros de la Orden capuchina se cuidaron
de promover tan “inveterada costumbre”, no sólo entre los indios de Mocoa sino, y muy especialmente, entre los del
valle de Sibundoy.
484 BECERRA, Rogerio María. “Informe que presenta el Intendente Nacional del Putumayo…”. Fol. 21.
485 Si bien es cierto que flagelación era una costumbre entre los indígenas de Sibundoy y que ella era ejercida por sus auto-
250 ridades, es claro que la legislación republicana no la auspició como sistema de castigo: en el Artículo 5 de la Ley 89 del
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

“Ayer domingo di al indio Mariano 7 látigos por dos faltas que cometió: 1ª por haber nombrado síndicos sin
nuestra autorización, lo cual sólo toca al cura; y, 2ª por haber dejado en libertad a un indio incumplido, que
por urgente necesidad lo mandamos a Pasto a traer objetos para la iglesia y ya hace 1 mes que se ha quedado
con plata y todo y nosotros esperando; ahora el indio se ha quejado al Alcalde y éste sin averiguar cómo es,
ha oído al indio y está siguiendo juicio contra mí por los látigos y supongo que ese escrito irá a Usted. Yo lo
que le digo es que, cuantas veces falte el Mariano o cualquier otro indio, no le perdono la diana, por razón
de que es una ley sagrada el látigo entre los indios, y aun por caridad, para que por ese medio se salven”486.

En concepto de algunos funcionarios civiles, las relaciones que existían por entonces (1912) entre los indígenas y
los misioneros eran precisamente las que debían de “hallarse entre los pueblos primitivos y sus conductores”, si
bien a veces admitían que algunos indios estaban descontentos con los monjes, “pero esto depende de que les
es muy doloroso abandonar sus viejas costumbres de degradación y vicio”487.

En abierto contraste, muchos otros funcionarios y reconocidos ingenieros, militares, empresarios y colonos que
habían vivido en el Putumayo o habían visitado su territorio en ejercicio de sus funciones o de su profesión, ad-
hirieron públicamente y por escrito a las denuncias contra los misioneros capuchinos presentadas por el Señor
Gabriel Martínez, en el año de 1913, al Procurador General de la Nación.

En esa ocasión, tanto éste como el Presidente de la República y los ministros de Gobierno y de Obras Públicas
recibieron el documento en el cual, aparte de consignarse los cargos contra “los inquisidores extranjeros” se le
solicitaba al gobierno garantías para los colombianos allí donde, según los memorialistas, la vida era insostenible,
es decir, en aquella “desgraciada tierra convertida en feudo particular de los capuchinos”.

Éstos fueron acusados específicamente de “flagelación despiadada en indígenas de Sibundoy, Santiago, San An-
drés, Mocoa”; expatriación de indígenas; tentativa de violencia; abandono total de los deberes de su ministerio;
coacción de indígenas en tiempo de elecciones; gran fraude de la Renta de Aguardiente; estafa de caudales
públicos y privados; corrupción de indígenas mediante la Cátedra Sagrada; usurpación y allanamiento de propie-
dades de indígenas y de blancos del valle; extorsión a colombianos; y malos tratos a los peones de la Colonia de
Puerto Asís, entre otros488.  Los cargos así formalmente presentados fueron suscritos en cabeza de Alfredo White
Uribe y muchas otras personas que, habiendo vivido y trabajado en el Putumayo, tenían conocimiento directo
de los “bárbaros hechos” cometidos por los misioneros. Gracias a este memorial, los temores que desde los ini-
cios del siglo XX habían manifestado destacados intelectuales y profesionales, como Miguel Triana, respecto de
a la entrega de una “provincia limítrofe” de la patria a religiosos extranjeros, pudieron confirmarse con creces y
argumentos de peso:

“La Historia Patria, para que conmueva y edifique el corazón de los niños, debe contarse con los ojos húme-
dos de ternura, con la voz conmovida por la admiración, emociones de que son incapaces los que gozarían
en ver que nos despedazábamos con el odio banderizo, como perros rabiosos. La importación de religiosos
extranjeros, cuando no ecuatorianos, para entregarles como a misioneros y curas de almas el cariño popular,
así como el consentimiento de prelados españoles, en cuyo corazón alienta el odio contra la República y no
abriga el amor del país, será una desacertada preparación para una provincia limítrofe, para consolidar por el
fuego sagrado del amor a la Patria, los vínculos de la familia colombiana, relajados por un régimen empírico
y desmoralizador”489.

Muchos y muy variados fueron los testimonios, entre quejas y denuncias, de los indígenas que desde los inicios
del siglo XX habían sido sometidos a flagelaciones, a manera de sanción aplicada por los religiosos o ejecuta-

25 de noviembre de 1890 se determinó que “las faltas que cometieren los indígenas contra la moral, serán castigadas
por el Gobernador del Cabildo respectivo con penas correccionales que no excedan de uno a dos días”.
486 PUPIALES, Fray Basilio. “Carta enviada al Intendente General del Putumayo Rogerio María Becerra”. Sibundoy, 7 de julio
de 1905. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, parte antigua, T. 502, Fols. 29-30.
487 CHÁVES, Samuel. “Respuesta del Inspector General del Camino al Putumayo al Ministro de Gobierno”. Pasto, 8 de abril
de 1902. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Cuarta, T. 78, Fols. 151-153.
488 WHITE URIBE, Alfredo y otros autores. “Texto de la denuncia contra los capuchinos, acusados de cometer varios deli-
tos”. Mocoa, 30 de octubre de 1913. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Cuarta, T. 74, Fol. 63.
489 Miguel Triana. Por el sur de Colombia… Pág. 86.
251
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

da por las autoridades indígenas en cumplimiento de sus órdenes. El látigo fue uno de los instrumentos cuya
aplicación indiscriminada, es decir, sin distinciones de género y edad, prevaleció por sobre otros métodos en el
valle puesto que con él se pretendió sancionar, corregir y controlar una gran variedad de “delitos” y “faltas” que
contradecían los preceptos religiosos y morales tanto como las tareas y obligaciones impuestas a los indios por
la Misión. Y a él se acudió recurrentemente como herramienta disciplinaria cada vez que era necesario “persua-
dir” o recordarles a aquellos su impostergable deber de cumplir las obligaciones laborales, por cierto gratuitas,
contraídas con la Iglesia, pero también para castigar y reprimir ciertos comportamientos y “excesos” femeninos,
de acuerdo con los testimonios de los indios Bautista Chicunque y Mariano Buesaquillo490.

El castigo del cepo, por su parte, constituía por igual un infame suplicio que consistía en mantener a las víctimas,
por uno, dos o más días, con sus respectivas noches, colgadas de las piernas, atrapadas del cuello o argolladas
las manos sin permitírseles ingerir alimento alguno ni atender sus necesidades corporales, todo lo cual producía
un gran quebranto físico. Según el Comisario Joaquín Escandón, dicha pena era aplicada, por las autoridades in-
dígenas, en cabeza del misionero y del Gobernador, para sancionar los delitos de robo y hurto de ganado, mayor
y menor, y las heridas causadas en virtud de adulterios y amancebamientos, sin respetar que el Código Penal por
entonces vigente contemplaba penas específicas para cada uno de los delitos en referencia y que el juzgamiento
de los mismos le competía tan solo a los jueces ordinarios491.

Como ya lo habíamos señalado a propósito de los episodios de violencia y terror que se presentaron en las cau-
cherías del Putumayo y en los cuales la flagelación jugó un papel destacado, el mencionado Casement expresó,
en relación con el uso del cepo, que éste estaba asociado, en las mentes europeas, a un instrumento obsoleto
de desenmascaramiento más que de detención permanente, “una argolla en donde el malhechor es por un
momento sometido a la mirada de los curiosos y a los insultos y mofa de una multitud farisaica”; en Sibundoy,
además de prestarse para castigar a las víctimas, sirvió para exhibirlas públicamente, es decir, se lo utilizó para
amedrentar y aterrorizar colectivamente a los indios, tanto a hombres como a mujeres.

Es sabido que desde los inicios mismos del siglo XX el Ministerio de Gobierno tuvo amplio conocimiento del uso
que los capuchinos hacían del cepo, pero debieron pasar antes varias décadas para que al fin se lo intentase pros-
cribir. Durante la administración Olaya Herrera, el Ministro de esta cartera quiso impedir su aplicación –aunque
sin éxito-, invocando para ello la ayuda del Director General de Prisiones:

“De unas informaciones que se han presentado a este Despacho relativas a ciertos procedimientos adoptados
por los misioneros Capuchinos que actúan en la Comisaría del Putumayo, se ha impuesto este Ministerio de
que los Padres de la Misión castigan a los indios con la pena del cepo. Como esta clase de penas están prohi-
bidas por la Ley 5ª. de 1931, ruego a Usted dictar las providencias conducentes para impedir que se viole la
Ley mencionada”492.

Los cabildos actuaron bajo órdenes expresas de los capuchinos, al servicio de los propósitos terrenales y preme-
ditados de la Misión, y muchos de sus miembros, incluidos sus respectivos gobernadores y alguaciles, terminaron
ejerciendo el papel de verdugos de sus propios paisanos a fin de cumplir “las órdenes y las instrucciones de los
curas”, tal y como se advierte en reiterados testimonios que fueron rendidos por los propios indios a lo largo de
la primera mitad del siglo XX. Entre ellos, cabe destacar el de Jacinto Sigindioy (1934): “Aclaro que el Gobernador
de indígenas, para proceder, las más de las veces, tiene que consultar con el Padre de Cardona, porque es quien
manda en todo sobre nosotros los indígenas, castigándonos por conducto del Gobernador, cuando faltamos a
la misa los domingos, haciéndonos trabajar una semana en limpieza de la plaza o en otro trabajo semejante”493.

490 Veáse al respecto: ESCANDÓN, Joaquín. “Testimonios de los indígenas Bautista Chicunque y Mariano Buesaquillo…”.
Fols. 229-232.
491 ESCANDÓN, Joaquín. “Sumario instruido contra Mariano Buesaquillo, Gobernador de la parcialidad de indígenas de Sibundoy,
por fuerza y violencia.” 17 de octubre de 1913. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 731, Fols.
241-242
492 MINISTRO DE GOBIERNO. “Oficio del M. de G. enviado al Director General de Prisiones”. Bogotá, septiembre de 1934.
AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 1076, Fol. 198.
252 493 SIGINDIOY, Jacinto. “Declaración juramentada…” Fol. 119.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Los alguaciles indígenas, según se sabe, regresaban de madrugada a sus casas, después de haber recorrido los
campos durante toda la noche, iluminándose en el trayecto con sus lámparas de petróleo. Dichas correrías las
realizaban en cumplimiento de las comisiones que los sacerdotes les asignaban en las horas de la tarde del día
anterior y de fallar en su cometido se los colgaba “en el Cepo, costumbre que existe hasta hoy”. Su obligación, en
concreto, consistía en “ir a notificar a los indígenas que deben casarse o cuando tienen que imponerles algunos
otros castigos o para que concurran ante el Padre a arreglar las fiestas (aclaro además que el Padre de Barcelona
tiene fijada su tarifa de imponer a cada indígena quince pesos oro como aporte para cada fiesta)”494.

En Sibundoy, ya tocando el tema electoral, fue “costumbre de los sacerdotes dirigir los debates electorales, pre-
dicando en la iglesia que debían sufragar por la lista de la Misión, cuyos votos repartían en el Convento en cada
elección”495.  El sumario instruido contra Mariano Buesaquillo, Gobernador de la Parcialidad de Indígenas de
Sibundoy, por los cargos de “fuerza y violencia”, es un ejemplo de la abierta y temprana intervención de los capu-
chinos en la elección de las autoridades nativas y del papel de verdugos que en este contexto fue desempeñado
por algunos de sus miembros, quienes voluntariamente o a la fuerza se pusieron al servicio de sus intereses.

Gracias al expediente de investigación judicial que resume las indagaciones relativas a los motivos que llevaron
a la prisión al indígena Miguel Chicunque –el cual fue torturado previamente en el cepo por orden de uno de los
misioneros-, y que así mismo recoge las acusaciones de los indígenas de Sibundoy contra el padre Ignacio de Bar-
celona por llevar a un gran número de sus habitantes a sufragar en la elección de concejales del pueblo de San
Francisco, logramos saber que aquellos (al menos en este caso concreto, lo cual no elimina la posibilidad de una
práctica habitual y generalizada), los habían dotado “con papeletas a favor de la candidatura de los misioneros
Capuchinos (...)”. Así, “las elecciones fueron ganadas por los misioneros”. En relación con tales acontecimientos
el Alguacil del Cabildo, Gaspar Jamioy, hizo la siguiente declaración:

“El día domingo, cinco de este mes, después de la misa en Sibundoy, el Padre Prefecto Fray Fidel de Montclar,
ordenó a todos los indios fuésemos a dar nuestro voto en la elección de concejales que tenía lugar en ese día
en ese pueblo de San Francisco, y yo, como Alguacil del Cabildo, me fui por mandato del padre y del Gober-
nador Mariano Buesaquillo a rodear a los indios en sus casas y mandarlos fuesen a la votación. En eso me
ocupé y por lo tanto se me hizo tarde y no fui yo a votar, y como me encontré en el pueblo de Sibundoy con
el Padre Ignacio de Barcelona, José Burk, Hipólito Benett y otros y me preguntaron si ya había ido a votar y
les contesté que no, sin más causa que aquella, me tomaron entre todos los nombrados y me llevaron a casa
del Gobernador Mariano Buesaquillo, siendo de advertir que no solamente me llevaron a mí como preso sino
también y sin duda por el mismo motivo, a Juan Pedro Chindoy y Bautista Chicunque. El Gobernador Buesa-
quillo no estuvo en su casa en aquel momento y por mandato del Padre Ignacio de Barcelona nos metieron a
los tres al cepo y le echaron llave los mismos que acompañaban al Padre. Toda la noche estuvimos en el cepo
colgados de las piernas y al siguiente día se nos sacó para hacernos trabajar pisando barro en el Convento
de Capuchinos. Por la tarde del lunes nos metieron nuevamente al cepo, pero como a las nueve de la noche
nos soltaron y quedamos, eso sí, como presos en la casa del Gobernador, vigilados por él. Así permanecimos
durante toda la semana, de noche detenidos y de día trabajando en pisar barro, por cuyo trabajo ni se nos dio
un bocado de comida. El día domingo doce de este mes, dio la orden el Gobernador Mariano Buesaquillo para
que metiesen en el cepo a Miguel Chicunque, en donde permaneció todo el día domingo y la noche siguiente
hasta el lunes por la mañana que ordenó se lo soltara. A mí me hizo dar seis látigos el Gobernador Buesaquillo
porque no concurrí al Cabildo; me dio los látigos Manuel Janioy”496.

Muchos años después de haberse levantado el referido expediente judicial contra Mariano Buesaquillo, y gra-
cias al cual se constataron las manipulaciones electorales de los capuchinos, el dominio de la Misión sobre los

494 TISOY, Diego. “Declaración juramentada: documentación ordenada levantar por la Comisaría Especial del Putumayo y
el Sr. Ministro de Gobierno, declaraciones de los Abogados de Santiago, los Indígenas Diego y Manuel Tisoy”. Cuaderno
Sexto. Sibundoy, 2 de julio de 1934. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 1079, Fol. 143.
Como dato complementario, aportamos que en la población del Corregimiento de Santiago había dos cepos, en el Cor-
regimiento de San Andrés uno e igual número en Sibundoy.
495 TISOY, Manuel. “Declaración juramentada: documentación ordenada levantar por la Comisaría Especial del Putumayo y
el Señor Ministro de Gobierno, declaraciones de los Abogados de Santiago, los Indígenas Diego y Manuel Tisoy”. Cuad-
erno Sexto. Sibundoy, 3 de julio de 1934. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 1079, Fol.
143.
496 ESCANDÓN, Joaquín. “Sumario Instruido contra Mariano Buesaquillo…”. Fols. 206-228.
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Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

indios no sólo no había cejado sino que se había consolidado al punto que los correligionarios ejercían un control
todavía más severo, si se quiere, de los cabildos y sus gobernadores, tal y como quedó establecido en las decla-
raciones que fueron tomadas por el Alcalde del Corregimiento de San Francisco, Clímaco de J. Narváez, a varios
de los colonos en 1934.

Estos testimonios describen cómo los misioneros seguían manteniendo a los indios “en condición de esclavos,
haciendo la voluntad en todo cuanto quieren los sacerdotes” y que era “un hecho público” que se les obligaba a
perjurar en sus declaraciones cuando les tocaba gestionar asuntos del interés de aquellos, puesto que si se ne-
gaban a hacerlo, “los cuelgan del Cepo, por conducto de los Gobernadores de los Cabildos, a los cuales indígenas
los mantienen alejados de todo trato común con los ciudadanos blancos, especialmente a las mujeres”497.

Como presumiblemente había sucedido desde un lejano pasado en el valle de Sibundoy, quizá a comienzos del
siglo XVI, cuando conquistadores, encomenderos y empresarios emprendieron la explotación de yacimientos
auríferos en el piedemonte del Putumayo, en la jurisdicción de Mocoa, la enseñanza de la doctrina cristiana,
que a partir de entonces se le comenzó a impartir a los indios, fue construyendo una suerte de fe y de tradición,
emanada del catolicismo, la cual debió fundirse y reproducirse con otras prácticas religiosas y otros complejos y
ancestrales sistemas de creencias.

Como quiera que haya sido, existe una extensa relación de misioneros y religiosos del clero secular que ingre-
saron y se establecieron entre los indios de Sibundoy desde los tempranos tiempos coloniales y cuya labor
evangelizadora y de adoctrinamiento fue sembrando la semilla de dicha religión; sin embargo, escapa a los
propósitos de este trabajo el establecer la “autenticidad” y la “pureza” con que los indios del valle practicaron
otrora la nueva fe. No obstante, nos interesa la caracterización que de éstos legaron los capuchinos en los tér-
minos siguientes: son “indígenas cristianos bastante entrados en nuestra civilización, situados en centro de vida
parroquial” y que gozan de la asistencia constante del misionero498.

Según lo hemos descrito y analizado antes, en los territorios indígenas del valle de Sibundoy surgieron desde los
inicios del siglo XX haciendas y predios, de propiedad de los capuchinos, bajo la figura ya mencionada de cofra-
días, las cuales se obtuvieron mediante el despojo gradual que de aquellos realizaron los misioneros quienes,
además de valerse de castigos físicos, recurrieron a las amenazas y a una serie de prácticas de punición como la
exclusión religiosa o excomunión y la expulsión de los lugares sagrados de todos aquellos que osaron resistirse
a su voracidad o geofagia:

“Por varias veces oí a este sacerdote Fray de Barcelona, excomulgar a varios indígenas porque éstos sostenían
sus propiedades o terrenos, poseídos por muchos años; esto es, unos por más de veinte años y otros por
tiempo mucho más, de manera pacífica y tranquila, en el Corregimiento de Santiago de este Distrito, en don-
de eran las excomuniones que hacía, hasta que podía la Misión armarse a esa propiedades, por conducto de
los sacerdotes, uno de ellos Fray de Barcelona, cuyas propiedades eran sumamente valiosas, pues que eran
extensas, unas valiosas de más de quince mil pesos, propiedades que arrebataban alegando que eran para la
iglesia y las cuales conservan hasta hoy, siendo una de ellas por donde pasa el camino de ir a mi finca, que me
niega el referido sacerdote. Es verdad que a los que ellos excomulgaban no los dejaban acercarse a la iglesia,
y cuando notaban que habían entrado a ella, los hacían sacar a viva fuerza con los otros indígenas, prohibien-
do que conversaran con los excomulgados; entre los que recuerdo como excomulgados son, Juan Chasoy de
Uxapamba, Manuel Tandioy, Domingo Tisoy, Francisco Tisoy, Mariano Jacanamijoy, Salvador Tandioy, Juan
Buesaquillo, Francisco Tandioy, todos éstos, por motivo de que no querían dejarse arrebatar sus propiedades,
como lo dejo dicho, pero las que al fin fueron a formar las grandes propiedades de la Misión, que conserva,
sin haberles costado nada más que esas excomuniones, porque cuando las autoridades administrativas, como
el Señor Comisario Don Joaquín Escandón, trató de hacerles respetar sus derechos, lo hicieron destituir a
poco tiempo, como pasó después con otros Comisarios que vinieron a reemplazar al Señor Escandón, porque
defendían las propiedades a favor de los indígenas”499.

497 NARVÁEZ CH. Clímaco de J. “Oficio dirigido por el Alcalde de Sibundoy…”. Fols. 154-155.
498 IGUALADA. Francisco de. Indios Amazónicos. Referencias e impresiones sobre indígenas de la Amazonia colombiana.
Barcelona: Imprenta Myria, 1948. Dos partes. Pág. 35.
254 499 TISOY, Diego. “Declaración juramentada…”. Fols. 142.
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Los capuchinos advirtieron y manipularon desde temprano el miedo de los indios del valle a ser enterrados
fuera de las tierras y los lugares sagrados, miedo devenido, quizá, de creencias ancestrales. Ateniéndonos a los
comentarios del padre Montclar, pudimos saber que ciertas formas de enterramiento servían para amedrentar-
los500  y que el profundo temor de no recibir cristiana sepultura y dejar sus cuerpos inermes como presa de las
aves carroñeras les sirvió para acallar a todos aquellos quienes, aparte de demostrarse reacios a ceder sus tierras
a la misión, estuvieron dispuestos a denunciar, ante las autoridades civiles competentes, las pretensiones y las
acciones de despojo de los misioneros:

“Estos capuchinos tienen este negocio: a cada indio le dan por documento una porción alinderada de las mon-
tañas baldías y cuando ya se ha aparecido la tierra propicia a la agricultura, entonces dice el capuchino: esta
tierra ya te ha dado de comer, qué más quieres?. Ahora la quiere la Santa Madre Iglesia que te dará el reino de
los cielos. Y en seguida, a la fuerza, la familia entera la echan más arriba al monte. Y el capuchino dice: el que
avise al Gobierno no lo confesará ni le dará sepultura, que morirá como caguay, que te comerá el gallinazo”501.

Los dispositivos ideológicos, disciplinarios y morales de dominación fueron puestos en práctica por la Misión no
sólo con el objeto de apoderarse de las tierras y del trabajo indígena –en cualquiera de sus múltiples variantes,
como el así llamado “trabajo subsidiario”, por ejemplo- sino a fin de ejercer un control estricto y permanente
sobre los indios y sus familias en los más diversos asuntos de la vida cotidiana, comunal e individual, con especial
énfasis en los ámbitos religioso y educativo.

La concurrencia a la misa y a otras celebraciones religiosas, dominicales y en días festivos, lo mismo que la asis-
tencia de los niños y las niñas a la escuela, fueron de manera especial actividades sobre las cuales los misioneros
ejercieron estricto control y el incumplimiento de estas obligaciones, según los testimonios, se sancionó severa-
mente.

El padre Karl von Boxler, quien como ya dijimos recorrió el Putumayo en los años veinte, refirió al respecto que
los misioneros buscaban ganarse el corazón de los indios a través de la bondad y que las hermanas religiosas re-
galaban a los pequeños comestibles y vestidos con igual finalidad. No obstante, como esto, según él, no ayudaba
mucho, debió entonces recurrirse a la fuerza, de tal manera que la policía sacaba a los “falibles” de la selva y,
para que no huyeran, los amarraba en la escuela y a los padres que escondían a sus hijos para que no asistieran
a las clases se los retenía en los cepos “hasta que prometieran mejoría”. Pero las sanciones fueron más allá y
quienes se resistían a ir a la escuela, además del látigo, eran víctimas de uno de los más humillantes castigos, cual
lo era entre los indígenas, por tradición cultural, la pérdida de su cabellera:

“Las niñas más grandes buscaban despojarse de su obligación (de asistir a la escuela) a través de viajes fre-
cuentes. Pero, oh dolor! Cuando ellas eran atrapadas, el jefe indio podía cortarles el pelo. Cómo obraba eso!
Pues pequeños y grandes, mujeres y hombres son por aquí orgullosos de su bonita y abundante cabellera. Sin
este adorno parecen ellos proscritos”502.

El mismo Boxler describió el caso de una adolescente indígena, de quince años, quien por haber emprendido una
“vida inestable” no había querido volver a la escuela ni permanecer en la casa de sus padres. Una vez la policía,
que la había buscado reiteradamente, la encontró, fue llevada nuevamente adonde las hermanas y allí, junto
con el Cacique, el padre y un policía, todos los alumnos fueron reunidos, habiendo tenido ella que dar un paso al
frente. El Cacique la increpó entonces en su propia lengua, recordándole cómo Dios había encomendado honrar
a padre y madre, e igual hizo su progenitor:

“También el padre tomaba la palabra. Él exponía todo lo que la hija rebelde había hecho, todo lo que a él
y a la madre tanto disgusto había causado. Entonces la niña tuvo que ofrecer disculpas delante de todos y
prometer mejoría. El padre y el cacique aceptaron disculpas y promesas y le dieron la bendición. Pero alto!.

500 IGUALADA, Francisco de. Indios amazónicos... Pág. 147.


501 PAJAJOY, José. “Denuncias dirigidas a los Sres. Ministros de la Economía Nacional y de Gobierno…”. Fols. 32 y siguientes
(sin numeración).
502 BOXLER, Karl von. Bei den Indianern... Pág.24.
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Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Falta algo!. Se debe aplicar un castigo para que las buenas premisas penetren hondo. Una señal del cacique y
el policía le dio quince azotes a la hija desobediente con su cinturón de cuero en frente de toda la reunión”503.

La cabal comprensión de los dispositivos ideológicos, disciplinarios y morales de dominación y de las hondas
repercusiones provocadas en virtud de su aplicación en los más entrañables sistemas de creencias, de valores y
costumbres, tanto como en los vínculos familiares y colectivos fundamentales, demanda un conocimiento más
profundo del devenir histórico y de las estructuras culturales de los grupos indígenas del valle.

Los misioneros capuchinos tuvieron el tiempo y gozaron de la compenetración suficiente con esos grupos como
para advertir entre los indios, por ejemplo, su ancestral temor a vivir entre los “aucas” de las tierras bajas y por
ello, precisamente, propusieron y en efecto eligieron, para lugar de condena, la colonia Penal de Caucayá, en
aquellos años durante los cuales, según éstos, los indígenas robaban con frecuencia las reses de los prósperos
hatos de la Misión504. Así mismo, comprendieron que el despojo de los collares de chaquiras (cuentas de cristal)
con los cuales solían adornar sus cuellos constituía para éstos una de las sanciones más degradantes y ofensivas.

Las dimensiones del impacto de esos dispositivos de dominación entre los indios, en este caso los Ingas y Kamsá,
sólo es comprensible, en consecuencia, desde los sistemas de valores y los simbolismos por ellos construidos y
sus diversos actos y manifestaciones de resistencia, individuales y colectivos, como los centenares de suicidios
ocurridos a comienzos del siglo XX en el valle, ameritan también un largo capítulo.

Las formas atroces y públicas de sanción y castigo, es decir, el látigo, el cepo, la condena y el señalamiento abier-
to y desde el púlpito durante la misa, la excomunión, el corte del cabello, la amenaza del destierro y de no ente-
rrarlos cristianamente y lanzarlos en vez a los totorales, entre otras, fueron procedimientos mediante los cuales
se configuró una pedagogía del miedo, una pedagogía en la que el terror fue el soporte del ejemplo.

El espanto, el pavor físico, eran imágenes que debían grabarse colectivamente como fórmula de control y so-
metimiento. El carácter ejemplarizante de esas prácticas estuvo asociado, también, con esas visiones negativas
que ya habían surgido acerca del “salvajismo” y el “canibalismo ancestral” de los indios del valle505  y a las cuales
apelarían reiteradamente los capuchinos506 para justificar cuanto sistema coercitivo y de terror ejercitaron en
contra de los nativos.

503 Ibid. Pág. 51.


504 Los capuchinos, quienes conocían el secular temor que los indios del valle de Sibundoy sentían ante los grupos nativos
de las tierras bajas de la planicie amazónica –territorio ancestralmente considerado como de “aucas,” “hechiceros” y
“envenenadores”-, propugnaron por la creación de la Colonia Penal de Caucayá, como eficaz medida de control contra
el creciente hurto de ganado en dicho valle: “esta clase de delitos es muy común a los indígenas civilizados del valle de
Sibundoy, pero en buena hora y debido a los esfuerzos de la Comisaría y de la Reverenda Misión Capuchina, el Min-
isterio de Gobierno tuvo a bien establecer un principio de Colonia Penal en un lugar denominado Caucayá, situado a
unos 550 kilómetros de Puerto Asís; a este lugar se han principiado a enviar algunos rateros, vagos y perniciosos, con
lo cual ya se ha podido apreciar los magníficos resultados tendientes a subsanar los delitos e irregularidades de que se
ha hablado. Recientemente, cuando el suscrito Comisario practicó visita oficial a las poblaciones del valle de Sibundoy
pudo apreciar aclamaciones populares manifestando su agradecimiento al Gobierno por las medidas últimamente to-
madas. En el Corregimiento de Santiago se observó que los hurtos y robos habían disminuido en los últimos tiempos en
no menos de un 80%”. Tomado de: CADAVID, Ricardo. “Informe que el señor Comisario Especial del Putumayo rinde al
señor Ministro de Gobierno…”. Fols. 464-491.
505 El padre Boxler sugirió incluso que, antes de la llegada de los capuchinos al valle, sus pobladores eran caníbales: “Cu-
ando la Prefectura Apostólica fue levantada y los hijos del Santo Francisco comenzaron formalmente a evangelizar, se
mostraron los aborígenes por mucho tiempo díscolos. No es costumbre, rezongaban siempre, cuando se trataba de ir
a la escuela o a la iglesia, permaneciendo en la calle correctamente vestidos. Hoy vienen la mayoría a la misa del do-
mingo, especialmente los niños (...) así se puede apenas creer que esta tierra alguna vez era selva, que antes vivían aquí
caníbales” (BOXLER, Karl von. Bei den Indianern... Págs. 26-27).
506 El señor Sergio Moncayo, en condición de Comisario Especial “Encargado” del Putumayo, dirigió un extenso documento
a las autoridades indígenas de Sibundoy solicitándoles, en uno de sus puntos, que con su comportamiento negaran la
condición de “salvajes” que pública y deliberadamente se venía difundiendo acerca de ellos por parte de los capuchinos
y a favor y en beneficio de sí mismos: “El buen o mal comportamiento será una lección que ustedes leguen a las gen-
256 eraciones que les sucedan, y es menester que desdigan, con su buen proceder, de ese decantado salvajismo con que
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4.4. Indios, colonos y misión


“Esto que sucedió (el “odio a muerte entre indios y blancos”) antes de la apertura del camino nacional que
comunica el Territorio con el Departamento de Nariño, o sea en aquellos tiempos en que pocos, poquísimos,
eran los que entraban a la región, debido a las grandes dificultades que había que vencer para llegar al valle,
aumentó de un modo extraordinario desde el momento en que se allanaron aquellos peligros, merced a la
nueva vía. Entonces fue cuando muchos llegaron al referido valle poseídos por una ambición inmensa que
los indujo a cometer los más detestables atropellos contra los indígenas; tanto es así que hubo sujeto que en
su afán de poseer tierras comenzó a despojar a los indios que tenían sementeras lindantes con lo poco que
él había trabajado: a unos les rompió las cercas que resguardaban su propiedad, y soltando el ganado en los
sembrados, se los dejaba arrastrados, condenando así al indio a la más espantosa miseria, puesto que, como
es sabido, éste no posee otros bienes ni vive casi de otra cosa que de lo poco que se cosecha en sus semen-
teras. A otros se les presentaba a la choza, y con amenazas y en último término apelando a la violencia, les
obligaba a vender su terreno por precios irrisorios; si alguna vez el indio se resistía negándose a abandonarle
su propiedad, le arrojaba tres o cuatro pesos al suelo, con lo que le forzaba a abandonarla”507.

Habían trascurrido ya muchos años, y aun décadas, y la destrucción deliberada del pueblo de Molina, en la que
“tuvieron su asiento varias familias de blancos, con habitaciones cómodas y porciones más o menos extensas
que les proporcionaron subsistencia”, seguía siendo recordada, todavía en 1903, como un episodio “trágico” y de
gran resonancia en el país en virtud de que los misioneros levantaron a los indios y en un momento redujeron a
cenizas la naciente colonia508.  Desde entonces, los colonos despojados, “sin techo ni pan”, sobrevivían “asilados
en las miserables chozas de sus adversarios” y respecto de los terrenos por ellos ocupados éstos formaban a la
sazón “una hacienda que benefician desde esa fecha los R.P. por sobre el derecho de nuestros compatriotas”509.

Más de cincuenta familias de colonos damnificados recibieron, junto al Camino Nacional –de cuatro leguas de
longitud que desde el pueblo de Santiago al de San Francisco recorría el fértil valle de Sibundoy-, y en las partes
vecinas montañosas, lotes de 40 metros de frente por 20 de fondo con el fin de que construyeran allí sus vivien-
das bajo el compromiso de contribuir a la conservación y el mejoramiento de la vía.

Finalizando el siglo XIX, y todavía careciendo de caminos adecuados, ya un buen número de personas y familias se ha-
bían agrupado en ciertos establecimientos permanentes nacidos de procesos de colonización como el que dio origen
al pueblo de Molina, según vimos en páginas anteriores. Pero a comienzos de la siguiente centuria, cuando se inicia-
ron los trabajos de apertura del Camino Nacional o aquel que unía a Pasto con Mocoa, se “despertó un entusiasmo
raro no solamente de los habitantes del Departamento de Nariño sino también de otros lugares del país en cuanto a
la colonización” del valle de Sibundoy y el piedemonte del Putumayo y desde entonces empezó a “verse el empuje
del trabajo en campos hasta ayer no más hollados únicamente por los moradores salvajes de esta comarca”510.

Desde que iniciaron los primeros procesos colonizadores en el valle de Sibundoy, es decir, desde finales del siglo
XIX y en el decurso de la primera mitad del XX, la “apertura”, “adecuación” e introducción de mejoras realizadas
por colonos se hicieron sobre terrenos hasta entonces considerados jurídicamente como baldíos, si bien en lo
sustancial la geografía de la colonización de este territorio coincidió y continúo haciéndolo, con el “viejo mapa”
de las labranzas, de las heredades y, en general, de las territorialidades indígenas.

En otras palabras, tanto los “nuevos” establecimientos agrarios como los noveles núcleos de población no indí-
gena que de manera gradual fueron surgiendo allí, deben su origen al asalto y despojo de las tierras de indios y

los vienen presentando ante la Nación quienes buscan en ello medros personales, y que a fuerza de decirlo, ustedes
mismos se creen en la barbarie (...)”. Tomado de: MONCAYO, Sergio. “Oficio dirigido por el Comisario Especial Encargado
del Putumayo al Gobernador del Cabildo de Indígenas de Sibundoy”. San Francisco, 19 de marzo de 1913. AGN: Sec.
República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Cuarta, T. 77, Fols. 363-365.
507 CANET DE MAR, Benigno de. Las misiones católicas en Colombia. Labor de los misioneros en el Caquetá y Putumayo,
Magdalena y Arauca. Informes años 1918-1919. Bogotá: Imprenta Nacional, 1919. Pág. 23.
508 ESCANDÓN, Joaquín. “Informe dirigido al Ministro de Gobierno”. San Francisco, 28 de enero de 1914. AGN: Sec. Repúbli-
ca, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 731, Fol. 116.
509 Ibid.
510 ESCANDÓN, Joaquín. “Informe del Comisario Especial del Putumayo...”. Fols. 280-314.
257
Ganadería en el Valle de Sibundoy. Archivo fotográfico
INCORA. 1968. La concentración de grandes propiedades
de tierras dedicadas a la ganadería fueron posibles por el
impulso que la Comunidad Capuchina hizo a la cría bovina.
Posteriormente, en la década de 1960 el INCORA intento
democratizar esta actividad al otorgar créditos para la cría
del ganado a los colonos del Putumayo.

de las compras, comúnmente fraudulentas, hechas por


forasteros y advenedizos, según lo denunció el Gober-
nador de Sibundoy en 1914:

“Blancos atropéllanos posesiones, sólo pretenden


usurparnos terrenos trabajados. Rodéanos pose-
siones cultivadas alambre e impídenos reestablecer
sementeras, destrúyenos cercos. Ojalá ordenara go-
bierno terminantemente blancos suspender trabajos
hasta que Junta Baldíos valle de Sibundoy arregle
asunto terrenos. Suplícoles nombre comunidad indí-
gena ordenar Comisario Especial inspeccionar atro-
pellos cometidos blancos posesiones nuestras”511.

En el mejor de los casos, cuando capuchinos, colonos y


hacendados avanzaron más allá de las tierras en pose-
sión y usufructo indígena, lo hicieron mediante la ade-
cuación e incorporación progresivas de las tierras per-
manente o periódicamente inundadas de la parte llana
del valle. En aquellos casos en los que no participaron
los misioneros, la adecuación se llevó a cabo talando
los bosques de ciertas áreas en las montañas circun-
vecinas, para luego ocupar los espacios libres con vi-
viendas, cultivos, pastos y ganados, todo lo cual supuso, para los colonos y algunos hacendados, enfrentarse a la
férrea e interesada oposición de la Misión y, en menor grado, a la resistencia de los indios.

Refiriéndose precisamente al avance de la colonización sobre las áreas inundadas y pantanosas de dicho valle, el
Prefecto Apostólico, Fray Fidel de Montclar, manifestó en 1927 que:

“En épocas remotas (el valle de Sibundoy) había sido un gran lago que se ha ido secando poco a poco. Cuando
llegaron los misioneros el centro del valle era todavía una gran ciénaga e inmenso pantano. Con profundos
y extensos canales hemos ido recogiendo las aguas de un sinnúmero de vertientes y quebradas que lo inun-
daban. Los canales suman alrededor de 22 kilómetros de longitud y con ellos hemos logrado convertir en
hermosas dehesas, donde pacen algunos centenares de cabezas de ganado, lo que antes eran profundos
pantanos. Hemos logrado, así mismo, que mejore el estado sanitario del valle de Sibundoy. El ejemplo de la
Misión lo van siguiendo no pocos vecinos, y confiamos que después de algunos años habrá desaparecido, si
no en su totalidad, sí en gran parte el centro pantanoso del valle. La Misión ha introducido grandes cantidades
de semillas de pastos nacionales y extranjeros y un buen número de cabezas de ganado de raza dorhan. Se
ha conseguido con esto un progreso muy apreciable en el ramo de la ganadería. Los terrenos de este valle,
que pocos años antes no tenían ningún valor, hoy, debido al camino abierto por la Misión y los trabajos antes
mencionados, son sumamente apreciados y se venden a precios superiores al de algunas regiones civilizadas
del Departamento de Nariño”512.

511 ORDÓÑEZ, Salvador. “Memorial dirigido por el Gobernador Indígena de Sibundoy a los ministros de Gobierno y de Ob-
ras Públicas”. Sibundoy, 1 de mayo de 1914. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Cuarta, T. 81, Fols.
76-77.
512 MONTCLAR, Fray Fidel de. “Oficio dirigido por el Prefecto Apostólico del Putumayo al Presidente de la Cámara de Rep-
258 resentantes”. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 956, Fols. 323-332.
Trabajos de desecación y drenaje de 8500 hectáreas.
Proyecto Putumayo 1. 1968. Archivo fotográfico INCORA.
Tomo 1 Año 1968.

Por consiguiente, desde finales del siglo XIX y a todo lo


largo de la siguiente centuria, la colonización del valle
de Sibundoy se realizó ocupando las tierras cultas des-
pojadas a los indios, hecho que éstos no cesaron de
denunciar hasta la década de 1960. Durante el trans-
curso de estos años, cuando el INCORA proyectó y
emprendió la adecuación de las áreas inundadas y de
las proclives a llenarse de agua, a fin de otorgárselas a
las familias indígenas sin posesión territorial alguna, el
proceso colonizador ya se había extendido sobre bue-
na parte de éstas, e incluso las grandes extensiones
que continuaban inundadas de manera permanente
habían sido ya objeto de titulación fraudulenta, pues
las instancias gubernamentales correspondientes
expidieron títulos sobre considerables porciones en
favor de la Misión o de hacendados, colonos y espe-
culadores de tierra cual si se tratara de tierras con
labranzas, viviendas, mejoras y linderos. Así, los títu-
los de propiedad se expidieron con la aprobación in-
debida de funcionarios prevaricadores al servicio de
las instituciones del Estado encargadas de estudiar las
solicitudes de concesión de terrenos baldíos: inicial-
mente el Departamento de Baldíos del Ministerio de
Industrias, luego el Ministerio de la Economía Nacio-
nal y décadas después el INCORA. No obstante, para el
caso específico del Putumayo, fue la Junta de Baldíos,
creada en el año de 1913 y conformada por el Prefecto Apostólico, el Gobernador de Nariño y un ciudadano
nombrado por el gobierno nacional, la que fundamentalmente promulgó y ejecutó las políticas de adjudicación
de terrenos baldíos.

Años más tarde, en la década de 1960, cuando se planearon e intentaron ejecutar las políticas de reforma agraria
en el valle, el INCORA tuvo que comprar predios con títulos fraudulentos, inclusive de aquellas extensiones todavía
inundadas de manera permanente que también habían sido tituladas a nombre de la Misión y los particulares.

En complemento de la Junta de Baldíos se creó la Junta de Inmigración, mediante la Ley 52 de 1913, la cual fue
instalada en enero de 1914 por Fray Fidel de Montclar, en su condición de Prefecto Apostólico, el Gobernador
de Nariño y Hermógenes Zarama, un delegado del Ministerio de Gobierno, y ambas compartieron las finalidades
comunes de promover la inmigración y la colonización del Putumayo, emprender la fundación de poblaciones
nuevas y fomentar las ya existentes como parte de una política explícita de poblamiento y control territorial,
local y soberano, en respuesta a las pretensiones expansionistas de algunos países vecinos.

En plena concordancia con ciertos patrones ideológicos vigentes en la época –estrechamente relacionados con
las aspiraciones de “civilización” y “progreso”-, la Junta de Inmigración se propuso en un inicio introducir a tres-
cientas familias nativas de Francia, para lo cual la Embajada de Colombia en dicha nación emprendió los trámites
preliminares; sin embargo, los mismos debieron ser suspendidos al poco tiempo una vez se hizo evidente que
el traslado entrañaba considerables e impagables costos513.  Paralelamente, surgieron ciertas objeciones y se es-
cucharon varias voces de protesta en relación con el auspicio estatal a la inmigración extranjera si bien algunos

513 CHARRY SEDANO, Alicia Constanza. Contacto, colonización y conflicto… Pág. 31.
259
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

sectores interesados insistieron en la concesión de privilegios y estímulos al fomento de aquella, como en el caso
particular de los capuchinos, cuyo representante, según se dijo, hacía parte de la Junta de Inmigración.

Persuadido de que la “falta de brazos” era la causa del “atraso moral y material” del territorio de la Misión, el
Prefecto Montclar “pensó seriamente en traer colonos europeos”, específicamente familias de agricultores de
Cataluña, lo cual intentó justificar aludiendo a la buena experiencia reportada por la traída, de España, de un
carpintero y un herrero.

La propuesta consistía en traer anualmente de Europa, con destino al Putumayo, de cinco o diez familias, y los
gastos, es decir, el costeo de un jornal equitativo y de la alimentación, se cubrirían con las partidas destinadas
a la sazón por el gobierno para “la colonización y evangelización de indígenas”. A las familias escogidas, se les
financiaría, además, el viaje, y ellas trabajarían, por tres años, en los terrenos que, según el Concordato, el go-
bierno destinaba a cada una de las Residencias de la Misión, es decir, mil hectáreas. El producto de dicha labor
quedaría para la Misión y serviría, adicionalmente, para expandir la colonización y evangelización de los indios514.

Este plan del Prefecto de estimular la inmigración de familias catalanas, debió enfrentar por igual una manifiesta
oposición que recurrió, incluso, a argumentos de carácter nacionalista los cuales fueron esgrimidos por políticos y
miembros de la sociedad de Nariño, tanto como por gente del común de este mismo departamento que veía en el Pu-
tumayo, especialmente en las pródigas tierras del valle de Sibundoy, una esperanza de redención social y económica.

Según lo expusimos antes, las leyes y los procedimientos que se promovieron y aprobaron con el propósito de
establecer los derechos de los indígenas a las tierras de dicho valle no fueron cumplidos en la medida que en la
práctica se las declaró baldías, en virtud de la Ley 51 de 1911, favoreciéndose así mismo, con su expedición, los
intereses territoriales de la Misión, y en particular del Departamento de Nariño porque se le otorgaron “las tie-
rras no ocupadas ni adecuadas del valle de Sibundoy” bajo el compromiso expreso de acometer allí la fundación
de una nueva población de “blancos”.

Poco tiempo después, los interesados lograron que se aprobara la Ley 106 de 1913 que ordenó dicha fundación,
textualmente, “para facilitar la colonización de los territorios del Putumayo, vía Pasto”, destinándose 10.000
hectáreas de terreno para repartir entre los colonizadores; de esta manera surgió lo que hoy conocemos como
Sucre. Por medio de ella se logró perfeccionar igualmente el procedimiento de reparto de las “tierras baldías”,
para lo cual se creó la ya mencionada Junta de Baldíos, y se le concedió a los colonos el doble de la extensión de
tierra que hubieren desmontado; de paso, se ratificó la adjudicación, “hasta de dos hectáreas” a los indígenas
carentes de tierra.

En medio de los más diversos intereses, y las más airadas protestas de algunos sectores interesados de Pasto y
Sibundoy, el Consejo de Estado dictó sentencia favorable al Acuerdo expedido por la Junta de Baldíos. Gracias
a éste, se reglamentaron la fundación de Sucre y el reparto de los terrenos cedidos a sus colonizadores bajo la
convicción, o simplemente bajo el pretexto de los capuchinos de que con ello se “abrirían las puertas del Orien-
te”, se “aseguraría la soberanía nacional” y se “proporcionaría tierras feraces a un sinnúmero de pobres” que,
en concepto del padre Montclar, podrían socavar en un futuro la estabilidad de la sociedad nariñense de no
atendérselos:

“La fundación de la ciudad de Sucre se impone, se hará porque debe hacerse; la necesitan los pobres de Na-
riño, la necesitan los indios del valle de Sibundoy, la necesita Pasto y sobre todo la Nación. Para nadie es un
misterio el malestar que se nota entre la clase obrera de Pasto y los proletarios de algunos pueblos del Depar-
tamento. Si no se remedia oportunamente ese mal, pueden surgir cataclismos que conmuevan hondamente
las bases de la sociedad nariñense. El odio de clase que tantos males ha ocasionado a las viejas naciones de
Europa, puede encontrar campo abonado entre nosotros si las personas a quienes compete no se preocupan
de la suerte de los indigentes”515.

514 DE MONTCLAR, Fray Fidel. “Informe sobre la colonia de Puerto Asís”… Fols. 285-286.
515 MONTCLAR, Fray Fidel de. “¡A Sucre! Hoja volante publicada por la Imprenta de la Diócesis”. Pasto, 12 de octubre de
260 1916. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 771, Fol. 179.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Presentación y saludo de los indígenas del Valle del Sibundoy y campesinos Huilenses.

Sin dilación, el proyecto de fundación de la nueva población se llevó a cabo y según reportes del año 1917 la
población de la colonia de Sucre continuó aumentando gracias a la concurrencia de muchas familias procedentes
de varios pueblos de Nariño: “el progreso es muy notable, pues en el corto espacio de tiempo trascurrido desde
el día en que se verificó su fundación hasta hoy, se han edificado 92 casas de habitación inclusas en este número
17 que no están terminadas pero que después de pocos días estarán concluidas y habitadas”516.

La Ley 69 del 12 de noviembre de 1914, que como se dijo reglamentó la fundación de Sucre y la adjudicación de
las ya citadas 10.000 hectáreas entre los colonos que se dirigieran a la nueva población –en lotes de diez hectá-
reas para cada cabeza de familia-, determinó por igual las indemnizaciones correspondientes a los pobladores
previamente establecidos en el lugar.

En consecuencia, y tomando en cuenta que el área plana del valle de Sibundoy –al menos la zona que hasta enton-
ces podía aprovecharse- era precisamente de cerca de 10.000 hectáreas, dicha ley, de facto, dejó a los indígenas
sin opción a reclamar sus derechos sobre ningún terreno. Más aun, el área sobre la cual se efectuó la fundación de
Sucre estaba originalmente ocupada por los Inga, y a pesar de lo estipulado por la ley éstos fueron desalojados517 sin
recibir sino hasta varios años después la debida indemnización: “los predios adecuados sumaban cerca de 100 hec-
táreas, las casas eran más de 70 y todas fueron destruidas. En los primeros años de la década del veinte la Misión
reconoció por fin la indemnización a los indígenas consiguiendo la entrega de los terrenos de Tacangayaco y una
parte del área de población de Sucre en dónde edificar sus casas”518.

516 DIAGO, José. “Carta dirigida al Sr. Ministro de Gobierno…”. Fols. 371-381.
517 Según las declaraciones de varios de los colonos beneficiados, las tierras y los solares donde se fundó Sucre pertenecían
a los indios. Inicialmente les fueron “prestados” por el Concejo de la nueva población y luego les fueron adjudicados
por la Junta de Baldíos. Tomado de: ABADÍA MÉNDEZ, Miguel. “Telegrama al Comisario del Putumayo”. Bogotá, 18 de
abril de 1925. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 922, Fols. 198-204. Entre los folios 199
a 204 se encuentran las respectivas declaraciones de varios de los colonos.
518 CHARRY SEDANO, Alicia Constanza. Contacto, colonización y conflicto… Págs. 78-79.
261
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

En medio de fuertes oposiciones, controversias y palabras de agravio que se llegaron a expresar, incluso, en hojas
volantes y publicaciones anónimas519, la Asamblea de Nariño expidió la Ordenanza No. 85 del mes de mayo de 1916,
la cual contribuyó a suscitar, cuando no a aumentar, el rechazo contra la fundación de Sucre y la Misión capuchina.

La Ordenanza en cuestión generó adicionalmente preocupación entre sus pobladores respecto de la extensión
de los predios y solares que debían ser entregados a los colonizadores y fue causal de un fuerte malestar, entre
los colonos ya avecindados en el valle y quienes tenían también allí propiedades, en la medida que estableció un
plazo máximo de 90 días para que los ocupantes de terrenos exhibieran ante la Junta de Baldíos los correspon-
dientes títulos, es decir, pudiesen acreditar su condición de “colonos cultivadores”.

De este modo, ella “se encargaría de calificar los títulos presentados y decidiría sobre sus derechos. En caso de no
confirmarse el dominio, la Junta tomaba posesión de éstos y los asignaría de acuerdo con lo dispuesto. La Ordenan-
za encargaba a la Junta de efectuar las indemnizaciones a los indígenas habitantes de los predios destinados a la
fundación de Sucre y ordenaba, además, $14.000 para los gastos necesarios para la ejecución de la Ordenanza”520.

Las reacciones de quienes vieron afectados sus intereses en virtud de la vigencia de dicha Ordenanza, lo mismo
que las amplias atribuciones que por disposición suya le fueron otorgadas a la Junta, constituyeron factores ad-
versos los cuales, en su conjunto, contribuyeron a que los perjudicados la demandaran ante el Tribunal de Pasto,
demanda que, según los capuchinos, ponía en entredicho las mejoras y trabajos realizados ya por los colonos
favorecidos con las adjudicaciones previstas en la Ley 106.

De acuerdo con los argumentos del Prefecto de la Orden, quien paradójicamente521 atacaba la gran propiedad
por sus bajos niveles de productividad, ésta, que a la sazón se hallaba concentrada en “media docena de ricos”,
no debía fomentarse de manera alguna en el valle: “basta ver los lugares donde no hay sino grandes propieda-
des, las que, salvo honrosas y contadas excepciones presentan un aspecto poco halagüeño por el descuido en
la agricultura”522.

Al respecto, la investigadora Alicia Charry, quien describió y analizó el caso específico de la creación de Sucre y la
política capuchina de colonización del valle, planteó que:

“Al suspenderse la vigencia de la Ordenanza N°85, la Misión asumió los gastos que implicó la puesta en eje-
cución de la Ley de colonización del territorio con el trazado y el amojonamiento de las 10.000 hectáreas de
Sucre asignadas por la Ley a los colonos al igual que asumió los gastos de la Junta, los del abogado asesor y los
de los abogados del Tribunal de Arbitramento. La Prefectura en calidad de miembro de Junta de Baldíos del
valle de Sibundoy estuvo profundamente interesada en el desarrollo de una colonización dirigida y selecta.
Este hecho le otorgaba supremacía sobre la población que se dirigía hacia el valle y de hecho la convertía en
un grupo de apoyo en sus enfrentamientos con numerosos colonos establecidos años atrás. Los nuevos colo-
nos se sumarían a la población indígena en la oferta de fuerza de trabajo para el desarrollo de las labores agrí-
colas de la Misión. Su presencia además ayudaría al descenso de los salarios, a una disminución de los costos
de producción y a un aumento de la competitividad de la producción del valle en los mercados regionales. La
colonización no era, entonces, una respuesta al sentimiento cristiano de favorecer a gentes desposeídas, sino
de contribuir a fortalecer la empresa de la Misión”523.

519 Fray Fidel de Montclar publicó y difundió ampliamente un escrito bajo el título “La legalidad del embudo”. Dicho es-
crito fue hecho en respuesta a una publicación intitulada “A la legalidad”, la cual había sido redactada, según éste, por
quienes “desean llevarse los terrenos del valle de Sibundoy destinados a los pobres de Pasto y pueblos de Nariño.” Al
respecto manifestó también: “Jamás nos habíamos imaginado que nuestra sencilla hoja titulada ¡A Sucre! había de cau-
sar tan violenta explosión de cólera en el ánimo de los opuestos a la fundación de aquella importante colonia; explosión
que produjo una chaparrona de insultos, ultrajes y palabras gordas contra los Misioneros Capuchinos del Oriente”.
Tomado de: MONTCLAR, Fray Fidel. “¡A Sucre!”... Fol. 180.
520 CHARRY SEDANO, Alicia Constanza. Contacto, colonización y conflicto… Págs. 71-72.
521 Paradójicamente, el propio Prefecto de los capuchinos se pronunció en contra del fomento de la gran propiedad agraria
en el valle de Sibundoy. Paradójicamente, decimos, sí, porque la Misión era la gran propietaria de las tierras de éste.
522 DE MONTCLAR, Fray Fidel. “¡A Sucre!”... Fol. 179.
262 523 CHARRY SEDANO, Alicia Constanza. Contacto, colonización y conflicto… Pág. 75.
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No obstante los esfuerzos de la Misión destinados a la consolidación y fomento de la población de Sucre, no sólo
sus colonizadores, sino los indios y los colonos que poblaban otras partes del valle, se llenaron de justa apre-
hensión puesto que, sujetos como lo estaban a las leyes expedidas en materia de tierras, advirtieron las serias
dificultades legales que debían sortear en la medida que sus posesiones, otorgadas por la Junta de Baldíos, ca-
recían de títulos válidos de propiedad. En otras palabras, ésta les había hecho entrega de los predios de manera
provisional, y si bien la Prefectura Apostólica intentó presuntamente establecer, ante el Ministerio de Agricultu-
ra, los requisitos y procedimientos relativos a su entrega y legalización definitivos, la situación jurídica de dichas
adjudicaciones y posesiones siguió siendo ambigua.

Todo ello redundó a la postre en un gran desestímulo de los procesos de colonización524, a la par que favoreció a
los geófagos, es decir, a los especuladores y acaparadores de tierra, quienes se aprovecharon de la situación para
extender los linderos de sus tierras y adquirir nuevos predios a bajo precio canalizando a su favor la incertidum-
bre de colonos e indígenas labriegos jurídicamente desprotegidos.

En este mismo orden de ideas, y en concordancia con lo expuesto y analizado en otro apartado, es preciso re-
cordar aquí la secular ambigüedad jurídica que caracterizó la tenencia de la tierra indígena a partir del estable-
cimiento de los capuchinos en el valle de Sibundoy, hasta el punto de que los presuntos resguardos creados por
la Misión, a favor y en defensa de los indios frente al asedio de los colonos, resultaron sin fundamento jurídico.

En otras palabras, esta imprecisión jurídica parece haber sido una política deliberada de los misioneros y se la
tuvo como fórmula para acaparar tierras y ejercitar su poder, de modo indisputable, en detrimento de las aspi-
raciones y los derechos de ambas clases de pobladores, y a ella habría que sumársele, además, la presunta alte-
ración del orden de las magnitudes y de la realidad respecto de las extensiones de tierra que fueron otorgadas y
el número de familias beneficiadas por el reparto:

Minga Páez. Adecuación de caminos. Cabildo San Luís Picudito.


Fotografía de María Fernanda Sañudo. 2001.

“La adecuación real de las tierras de los predios entregados en Sucre no era efectiva. El 92% de los predios
entregados a cabezas de familias no tenían cultivos. La afluencia de colonos a la población no se dio como se
planeó. La Prefectura enseñó cifras de una población de 2.000 habitantes con 200 casas construidas, pero el
censo de población de 1918 desmintió estas cifras. La población total de Sucre era de 611 personas entre las
cuales se contaba con 259 indígenas”525.

A pesar de que los logros alcanzados en materia de la colonización dirigida fueron menores a los que original-
mente se proyectaron con la creación de Sucre, la fundación de ésta y la ocupación progresiva y permanente de
su entorno, como expresión misma de colonización, no resultaron un fracaso, como sí sucedería por esos mismos
años, por ejemplo, con Alvernia, en las cercanías de Mocoa.

De todas maneras, las cifras oficiales de adjudicación de baldíos, especialmente entre los años de 1922 a 1931
sugieren, para el caso específico de Sucre, la progresiva consolidación de un proceso de apropiación del espacio
que, aunque lento, fue dibujando el nuevo mapa de la propiedad privada de ese espacio cuya posesión y usufructo
había obedecido hasta entonces a otras tradiciones, usos y costumbres: ahora, los mecanismos de adjudicación y
titulación de tierras, así como la propiedad territorial en sí misma, tipificada y respaldada por el impuesto predial,
terminarían por imprimirle un nuevo significado, pero sobre todo un precio a la tierra –como una mercancía más-

524 Ibid. Pág 76. En la misma obra ya citada, la antropóloga Charry establece que en el año de 1917 las labores de la Misión
en Sucre prosperaron de tal manera que la entrega de predios creció rápidamente pues, según lo había informado la
Misión, en ese año habitaban allí “391 blancos quienes hasta ese momento habían adecuado 225 hectáreas”, y el total
de predios otorgados ascendía a 444. No obstante, ella informa que en un informe a todas luces contradictorio, aquella
reportó, dos años después de dicha entrega, apenas 120 lotes, con sus respectivos solares, los cuales fueron adjudica-
dos a un número igual de solicitantes.
525 Ibid.
263
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

todo lo cual fue expresión y resultado del avance del nuevo orden sobre una de las últimas fronteras indígenas de
la llamada “civilización”.

A la población que fuera fundada originalmente como Sucre se le cambió de nombre unos años después por
el de Colón. El plano de la misma, elaborado en el año de 1939 (véase Plano de Colón de 1939), permite com-
prender las proyecciones, las características y las dimensiones que desde un comienzo fueron planeadas por los
capuchinos respecto de lo que “debía ser” y el papel que debía cumplir Sucre (Colón) en el contexto de los pro-
cesos de incorporación del valle de Sibundoy, del Putumayo y del piedemonte amazónico en general, con base,
por supuesto, en una población colona, no indígena.

POBLACIÓN BLANCA E INDÍGENA DE SIBUNDOY ENTRE 1920-1970

Año Blancos % de Aumento Indígenas % de Aumento


1920 1550 -- -- --
1939 2100 33.5 1500 --
1950 3250 35.4 1550 3.2
1960 4364 25.5 2081 25.5
1970 6268 30.4 2629 20.8
Fuente: AVAS, No. 3, caja 1: Curia del Vicariato, carpeta 1-21 Estadística

Se observa progreso demográfico en ambos grupos, pero ostensiblemente inferior en los indígenas. Mientras
éstos tenían 1550 en el año 1950, esa cantidad ya la poseían los colonos en 1920. Los colonos o blancos, fueron
aumentando gradualmente su número hasta duplicarlo en 1950. La población es católica en su totalidad, excepción
hecha de algunos extranjeros que llegan temporalmente y practican otros credos.

HABITANTES BLANCOS, INDÍGENAS Y EXTRANJEROS EN LA


CUASIPARROQUIA DE SIBUNDOY ENTRE 1952-1970

Año Blancos Indígenas Extranjeros Total


1952 1841 1861 16 3538
1953 1804 1728 12 3544
1954 1860 1783 21 3664
1955 1949 1770 18 1729
1956 2009 1794 17 3820
1957 2128 1908 21 4057
1958 2157 2165 19 4341
1959 2157 2165 19 4341
1960 2183 2081 19 4183
1961 2183 2081 19 4183
1963 3000 2000 -- 5000
1964 3100 2060 -- 5160
1965 3200 2247 -- 5447
1966 3222 2312 -- 5534
1967 3341 2375 -- 5716
1968 3445 2480 -- 5925
1969 3533 2585 -- 6118
1970 3639 2629 -- 6288

Fuentes. AVAS, No. 3, caja 1: Curia del Vicariato, carpeta 1-21: Estadísticas, “Hoja para la estadística anual –
Cuasiparroquia de San Pablo de Sibundoy”.
Fuente: CORDOBA CHAVES, Alvaro. Historia de los Kamsa de Sibunboy. Extracto de la Tesis presentada para optar al título de Doctor en Historia.
264 Pontificia Universidad Javeriana. Bogotá. D.E. 1982. Pp. 42-45.
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Las dimensiones físicas y urbanísticas de la nueva fundación consistían en 52 manzanas, cinco plazas, avenidas
de 40 metros y calles de 20 metros, y en su plano se previeron, también, la Casa de Gobierno, la plaza de merca-
do y, sobra decirlo, la iglesia. Sin embargo, la creación, el fomento y la consolidación de Sucre formó parte de un
plan más amplio, el cual fue expuesto, de manera explícita por los capuchinos en aquello que denominamos su
política de colonización del Putumayo.

Así, las fundaciones de Sucre, Alvernia y Puerto Asís fueron concebidas por la Misión a modo de tres ejes a par-
tir de los cuales se debía ir asimilando, civilizando e incorporando las poblaciones indígenas de sus respectivos
entornos, bajo la premisa de que a los indios no sólo debía de permitírseles vivir entre los “blancos,” sino obli-
gárselos a cohabitar con aquellos habida la esperanza y convicción de que ese contacto permanente rendiría los
frutos civilizadores esperados.

Sin embargo, la geografía del avance colonizador en el valle de Sibundoy no se inició realmente con la creación
de Sucre puesto que, algunas décadas atrás, ella había comenzado por la población de Molina, según lo hemos
señalado ya en varias oportunidades, y había continuado con el surgimiento de San Francisco, donde se estable-
cieron nuevos colonos. Igual sucedió de manera gradual en Santiago, localidad en la cual los colonos “blancos”
también fomentaron sus cultivos, pastos y ganados a la usanza de lo que, con varios años de antelación, venía
acaeciendo en Sibundoy y sus contornos.

Así mismo, al ritmo del desarrollo de haciendas, fincas y predios productivos más modestos que demandaban
mano de obra de indígenas y campesinos, surgieron asentamientos y núcleos de población, incipientes en sus
comienzos, algunos de los cuales lograrían crecer y consolidarse como núcleos de población típicos de vereda:

“Con los peones de la Misión van formándose en los contornos varias casas o centros que con el tiempo segu-
ramente llegarán a ser pueblos. Uno se llama San Félix, tiene ya 60 individuos y las casas se han construido en
forma de pueblo. Otro se denomina San Pedro y luego seguirá el ejemplo del primero. Otros tienen el nombre
de El Rosario, La Madre de Dios, La Inmaculada, la Divina Pastora, La Granja (...)”526.

El avance colonizador en el valle continuó prosperando sobre la base del despojo, la amenaza y el engaño ejer-
cidos contra los indios y, en el mejor de los casos, los colonos se hicieron a las heredades indígenas mediante la
compra, generalmente fraudulenta y en apariencia voluntaria y consentida por los propios indios, tal y como lo
denunciara Fernando Jurado al Ministro de Gobierno en año de 1914: “Indígenas valle Sibundoy venden a blan-
cos por escritura publica sus terrenos. ¿Es legal?”527

Aparte del mecanismo fraudulento, debe relevarse, también, la usurpación de otros terrenos colindantes que los
geófagos incorporaban con frecuencia como parte de dichas compraventas, hecho que dio origen a los largos e
interminables pleitos y a los voluminosos expedientes de denuncia que caracterizaron la historia de la propiedad
de la tierra en el esta región hasta bien adelantada la primera mitad del siglo XX:

“Respecto Ley refiérese su atento del 21 tiende evitar graves peligros he apuntado para futuro indígenas valle
Sibundoy, quienes sin hallarse bajo imperio leyes generales República venden, por medio escrituras públicas,
terrenos han cultivado heredado sus mayores, sin tener noción precio, siendo frecuentemente víctimas los
más audaces, quienes para satisfacer propios instintos ambición compradores incluyen en ventas, muchas
veces, terrenos cultivados vecinos o parientes. Concepto según consta apartes publicó “Nuevo Tiempo” dos
(2) agosto pasado, rendí Ministerio, indígenas son menores edad y no pueden vender terrenos, cultivos sin
los requisitos de la ley 89 de 1890 como acertadamente lo proyectó Dr. Benavides Guerrero el cual para bien
indígenas este territorio debe ser cuanto antes Ley República”528.

El ingreso progresivo al valle, tanto de colonos como de misioneros y especuladores, no significó, por lo tanto,
más que un asedio creciente a las tierras indígenas. Las fuentes documentales ofrecen una interminable rela-
526 MISIÓN CAPUCHINA. Informe sobre las misiones del Putumayo. Bogotá: Imprenta Nacional, 1916. Pág. 41.
527 JURADO, Fernando. “Telegrama dirigido al Ministro de Gobierno”. Puerto Asís, 8 de julio de 1914. AGN: Sec. República,
Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Cuarta, T. 81, Fol. 99.
528 ERASO CHÁVES, Braulio. “Telegrama dirigido al Ministro de Gobierno”. Sucre, 25 de septiembre de 1922. AGN: Sec.
República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Cuarta, T. 174, Fol. 379.
265
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

ción de casos y episodios que, en lo fundamental, contribuyen a ilustrar esa secular historia de destrucción de
sementeras y, en fin, del despojo de las heredades indígenas gracias a la intermediación de usurpadores y a los
ya consabidos sistemas, infames y violentos, que desde los tiempos coloniales de la Nueva Granada no sólo han
trasformado el mapa de la propiedad de la tierra sino, más aun, han condenado al hambre y al peregrinaje a
grandes sectores de la población rural, como lo confirma la siguiente cita529:

“Es verdad y no podemos desconocer el abuso que cometen los Señores Colonos con los indígenas. A todas
partes llegan colonos poco escrupulosos en asuntos de propiedades. Comienzan por perturbar a los aboríge-
nes en diversas formas, ya por medio de compras indecorosas, ya por medio de malos cercos en los potreros
vecinos a los cultivos de los indígenas, constantemente el ganado se come las sementeras; lógicamente se
presentan los pleitos en los cuales siempre pierde el aborigen. Estos al ver malogrados sus trabajos, ya des-
esperados venden sus parcelas al mismo perturbador a cualquier precio. En esta forma el indígena se queda
sin terreno y sin casa; y lo que es más, sin amparo y sin protección de las autoridades que, por el contrario,
siempre lo humillan, lo rebajan, lo atemorizan. La Ley 60 de 1946 en su Artículo 3° dice: Se prohíbe la adju-
dicación de terrenos baldíos ocupados por indios. La Ley 135 de 1961 ratifica esta prohibición; su artículo 29
es tan claro cuando dice: Así mismo no podrán hacerse adjudicaciones de baldíos que estén ocupados por
indígenas, sin el concepto favorable de la División de Asuntos Indígenas. Los Artículos 94, 95 y 96 de la misma
Ley hablan de la protección que se debe dar a los aborígenes; entonces pregunto, Doctor, por qué no se están
cumpliendo estas leyes en el territorio del Putumayo?”530.

Sin duda fue esa secular historia de despojos la que quiso describir también el padre Gabriel al referirse a la
llegada de los “blancos” al valle de Sibundoy: “Llegaron luego los blancos y empezaron a comprar los solares de
los indios. Dado el caso que no hubiesen querido vender, entonces los vejaban tanto, ya macheteando sus ani-
males de corral, ya soltando los propios en sus huertas, que el indio debía entablar un pleito del cual nunca salía
ganador. Al fin el indio vendía”531.

Otra dimensión de esa larga e interminable historia de usurpaciones, despojos y destierros, que mal podríamos
ocultar bajo el nombre de “colonización”, estuvo relacionada con la Misión capuchina, como ya lo hemos descri-
to y analizado previamente. No obstante, es preciso advertir que, como parte de ese mismo proceso de avance
de colonos, hacendados y especuladores de fundos sobre las tierras indígenas del valle, aquella, aduciendo el
pretexto de la defensa de las tierras indígenas, emprendió las más diversas acciones contra los colonizadores con
el fin de impedir no sólo su acceso sino la adquisición de propiedades:

“Es verdad que el público en general de esta región del Putumayo tiene muy mal concepto de la misión
capuchina española, radicada en el corregimiento de Las Casas de este distrito, lugar de mi residencia des-
de hace algunos años, considerándose a dicha misión como el mayor obstáculo del progreso intelectual y
material en estos lugares, la cual posee grandes porciones de terreno, a costa de los pobres indígenas, a
quienes mantienen derrocando las montañas vírgenes en los terrenos baldíos, para agrandar cada día más las
grandes parcelas que tiene la misión; y cuando algún colono trata de entrar a las montañas de esos terrenos

529 Las fuentes documentales primarias de los fondos coloniales del Archivo General de la Nación, lo mismo que las de
otros archivos históricos, locales y regionales, conservan una vasta información acerca de los medios utilizados prácti-
camente desde el mismo siglo XVI por encomenderos, hacendados, “señores”, “vecinos blancos” y aun mestizos, con
el propósito de despojar a los indios de sus tierras. Se trata en concreto de fondos como los de “Tierras,” “Criminales”
y “Resguardos”, entre otros, en cuyos documentos los indios se quejaban reiteradamente de los ganados de los blan-
cos que destruyen sus sementeras “hasta aburrirlos”, lo mismo que de los avances de las zanjas, muros y cercas que
dichos vecinos construían o levantaban con el fin de ampliar los linderos de sus predios en detrimento de las tierras
indígenas. En otros casos, los indios informaron y describieron las pérdidas de sus cosechas y las hambrunas de sus fa-
milias y comunidades con el propósito de solicitarle “piedad al Rey” para que les condonara el pago del tributo habida
la destrucción que habían sufrido sus cultivos y la pérdida de sus animales como consecuencia de las perturbaciones y
usurpaciones de los “blancos.” La destrucción deliberada de siembras y el aniquilamiento de los animales domésticos
ha sido también parte de la historia del secular desalojo de grandes sectores de población campesina, especialmente en
aquellas zonas agrarias en proceso de valorización; en este sentido, la documentación de los siglos XIX y XX es también
dramáticamente abundante al respecto.
530 RODRÍGUEZ, Ignacio Salomón. “Oficio dirigido por el Promotor de Asuntos Indígenas del Putumayo al Director de Pro-
gramas del INCORA para Nariño y Putumayo”. Santiago, 15 de noviembre de 1967. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio
del Interior, caja 209, carpeta 1918, Asuntos Indígenas, Fols. 106-108. El subrayado es del autor.
266 531 Citado por OSORIO SILVA, Jorge. “Problemas indígenas en el Putumayo”… Fols. 119-134.
Mujeres colonas en el Putumayo. Fotografía de
Juan Friede. C.a. 1946. Archivo fotográfico ICANH.
Un apreciable número de familias campesinas,
expulsadas de sus tierras en el Claustro Andino,
especialmente de Nariño y del Cauca, en las
primeras décadas del siglo XX, migraron al
Putumayo en busca de nuevas tierras. Más tarde
desde mediados del siglo XX, el Putumayo sería
el destino de nuevos contingentes de población
expulsados de las áreas donde la violencia política
bipartidista se ejerció con mayores signos de
crueldad: Tolima, Huila; Norte del Valle, “Antiguo
Caldas” y Antioquia.

baldíos, les proponen pleitos por conducto


de los cabildos de indígenas o por medio de
las autoridades de policía, y les perturban
de todos modos, hasta quedarse con los
terrenos”532.

Es cierto que desde los inicios del siglo XX y


hasta bien avanzado éste los capuchinos fue-
ron objeto de la animadversión de muchos
indígenas del valle, pero sobre todo de un
considerable número de “blancos” y mestizos
avecindados allí o en Pasto. Aunque aún no
se ha elaborado un trabajo sistemático acer-
ca de las diversas modalidades de resistencia
de Ingas y Kamsá contra la Misión, las que se
presentaron a todo lo largo del lapso referido,
hechos como el saqueo de reses o la destruc-
ción de parte de la maquinaria hidráulica in-
troducida por los misioneros con el propósito
de fomentar su negocio maderero, fueron,
entre muchos otros más, expresión de dicha
oposición.

No obstante, la documentación histórica es mucho más explícita en cuanto a los conflictos crecientes entre
la Misión y los colonos, que progresivamente fueron intentando establecerse en el valle y sus inmediaciones.
Como parte de ello, se destacan los continuos enfrentamientos entre aquella y ciertos personajes “ricos”, es
decir, propietarios de fincas que se hallaban indistintamente avecindados en el lugar o en Pasto, y cuya causa,
presumimos, radica en su supuesta defensa de las tierras indígenas y los colonos pobres, pero también en las
colisiones de intereses entre los misioneros y algunos hacendados, tanto por tierras como por la mano de obra:

“Pueden también influir algo algunos ricos, descontentos con la Misión Capuchina porque ésta, en cumpli-
miento del deber que le impone el Convenio de Misiones, ha defendido a los indios y colonos pobres de las
arbitrariedades que con frecuencia han pretendido cometer con ellos algunos ricos de Pasto, que han pre-
tendido hacerse a grandes fincas a costa de las pequeñas propiedades de los indios y colonos pobres (...)”533.

532 ROSERO, Abel. “Declaraciones de un colono de Sibundoy”. Sibundoy, 28 de junio de 1934. AGN: Sec. República, Fdo.
Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 1079, Fol. 120.
533 PROCURADOR DE MISIONES CAPUCHINAS EN COLOMBIA. ” Memorando del Procurador de Misiones sobre la incon-
veniencia de agregar el valle de Sibundoy al departamento de Nariño”. Bogotá, 20 de septiembre de 1928. AGN: Sec.
República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 966, Fols. 377-387.
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Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

La designación de “colonos” empleada para referirse al creciente número de individuos y familias que fueron
ingresando al valle desde finales del siglo XIX y a todo lo largo del siglo XX, constituye una generalización impro-
cedente si se toman en cuenta el origen tan diverso y la condición heterogénea de todas estas personas; por
ello, no contribuye a caracterizar, en modo alguno, el estado económico y sociocultural de aquellos “forasteros”
que fueron avecindándose a través de los años. No obstante, ciertos vecinos de Nariño, especialmente de Pasto,
quienes detentaban poder económico o político, o poseían prestigio social, pretendieron –y en algunos casos
hasta lo lograron- acceder a tierras no sólo en el valle, como sucedió al inicio, sino también, y más tarde, en las
inmediaciones de Mocoa, Villagarzón y Puerto Asís.

Si bien no se compagina con nuestros propósitos el incluir aquí una lista de todas las familias, vecinas de Pasto,
que efectivamente lograron extender sus intereses económicos, pero también políticos, hacia el valle y otras
áreas del Putumayo al ritmo del avance del siglo XX, no obsta ello para nombrar algunas de las más relevantes
en el conjunto de los procesos de construcción regional, entre ellas las de los Benavides, Paredes, Eraso, Chávez,
Silva, Santacruz, Realpe, Narváez, Rosero, López, Garzón, Guerrero, Zambrano y Arciniegas.

Fue frecuente, por consiguiente, que pioneros de dichas familias figuraran como aspirantes a la adjudicación de
baldíos y en otros trámites y asuntos concomitantes, aunque también fue usual que aun siendo propietarios de
tierras se valieran de la supuesta condición de “colonos” pobres de solemnidad como estrategia para acceder a
extensiones mayores en el valle y el resto del Putumayo:

“Colonos valle Sibundoy hallámonos trabajando montañas baldíos. Capuchinos españoles so pretexto denun-
ciaron cuatro mil –4.000- hectáreas terrenos sácannos nuestros trabajos por medio Autoridad que hállase
esclavizada ante Capuchinos. Si S.S. no nos protege dejaremos de ser centinelas Patria colombiana. Españoles
antes ser dueños, impídennos trabajar montañas madres hasta aguas. Oposiciones hicimos tiempo hábil, a
pesar de pobreza entablaremos juicio ordinario ante jueces Pasto. También calles pueblo Sibundoy encuén-
transe alambrados, con puertas llave fin prohibirnos roce social con indígenas; qué colonización es esta?.
Respetuosos pedimos hacernos respetar porciones tenemos adquiridas y ordenar retirar inicuo alambrado.
Colonos”534.

Los capuchinos esgrimieron y difundieron permanentemente la versión de la existencia de resguardos indígenas


legalmente delimitados, tanto en la parte plana del valle como en su áreas elevadas, con el propósito de impedir
allí la formación de asentamientos de colonizadores. No obstante, colonos con sus familias fueron asentándose a
lo largo del siglo XX en el valle y en los bosques de las montañas de sus inmediaciones, de donde de modo recu-
rrente eran desalojados por orden de la Misión, víctimas de los atropellos y de la destrucción de sus posesiones
(casas, sementeras y mejoras), destrucción autorizada por los capuchinos sin previo aviso y que, por supuesto,
no contemplaba indemnización alguna.

Además del dominio y el despojo progresivos que desde los inicios de su establecimiento fue ejerciendo la Mi-
sión sobre los terrenos y, en general, sobre los territorios indígenas del valle, su ansia expansionista se enfiló
también hacia las montañas vírgenes y los baldíos nacionales, los cuales, sin habérseles adjudicado bajo ningún
concepto, entregaban por medio de contratos de arrendamiento a indios, colonos y labriegos pobres, quienes
luego de haber “talado la montaña” y sembrado sus sementeras debían regresarlos a la Misión tan pronto como
ésta lo exigía, perdiendo así su esfuerzo y el trabajo dedicado a la adecuación de esas tierras:

“Mientras que la extensa porción que absorben los de la misión bajo el dominio de los MM. extranjeros,
muchos colonos colombianos no tenemos ni un palmo de terreno dónde podernos alojar y ni dónde poder
edificar una pobre choza para poder alojar nuestra familia por numerosa que ésta sea, y nuestras súplicas y
reclamaciones no tienen eco ante dichos misioneros y de esta manera tendremos que vivir en la carretera,
mientras los extranjeros son dueños de nuestro patrimonio nacional so pretexto de “Nuestra misión de la
Iglesia” para con este pretexto explotarlo con amplia libertad. Por lo que se ha observado y se ve que ellos
tienen el control de autoridad civil y eclesiástica, en el hecho de que los colombianos no tenemos derecho a
lo nuestro, ni podemos tomar ni un palmo de terreno ni comprado, ni vendido, ni prestado, ni del baldío sin
encontrar rotunda negativa por parte de dichos misioneros, y el que lo desee tiene que comprarlo muy caro

534 COLONOS. “Telegrama enviado por colonos al Ministro de Industrias”. Sucre, 20 de marzo de 1927. AGN: Sec. República,
268 Fdo. Baldíos, T. 67, Fol. 125.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

o quedarse en la carretera, sin amparo alguno ni civil ni eclesiástico. También han tenido y tienen un sistema
de dar prestado algunos trozos de terreno en lugares montañosos incluso en baldíos, a gentes pobres, para
que desmonten, hagan limpieza y siembren y una vez limpio y en estado lucrativo lo desalojan, lo declaran
vendido o lo trasladan a otro lugar. En esta forma viven muchos indios e infelices blancos que al fin quedan
en la miseria”535.

A pesar de la tenacidad con la que la Misión intentó impedir el ingreso y el establecimiento de los colonos y
sus familias, hacia mediados del siglo XX, en parte como resultado de las determinaciones tomadas durante el
gobierno de Rojas Pinilla, acerca de las tierras del valle de Sibundoy, y en parte obedeciendo al avance creciente
hacia éste y el piedemonte amazónico de corrientes de inmigrantes que buscaban escapar de la violencia bipar-
tidista, una buena extensión de las tierras útiles de dicho valle se hallaban ya a la sazón en manos de noveles
familias de colonos e incluso de aquellas descendientes de antiguos pioneros.

Otras circunstancias y procesos más tempranos nos permiten explicar también cómo y porqué se fueron esta-
bleciendo muchas de estas agrupaciones, tanto en la parte plana como en las elevaciones del valle, entre ellas las
ventas de tierras que, por ejemplo, realizaron los capuchinos y beneficiaron a un apreciable número de personas
y de familias –como las de los Paredes y Benavides, la del ecuatoriano Gavilanes y la de Walter Kraus- y, por su-
puesto, a todos aquellos que en condición de colonos se fueron estableciendo desde las primeras décadas del
siglo XX a propósito de la fundación y consolidación de la población de Sucre.

Por estas y otras no menos importantes causas, los colonos habían logrado avanzar sobre una considerable por-
ción de la geografía del valle y en la década de 1960 su situación aparecía como privilegiada frente a la de los
indios, de acuerdo con las apreciaciones del Promotor de Asuntos Indígenas: “El indígena del valle ha sido expo-
liado tremendamente por colonos inescrupulosos en asuntos de tierras. Se vienen ventilando algunos asuntos
pero las autoridades corregimentales en todos los casos están de acuerdo con los colonos, situación difícil para
el indígena”536.

En consecuencia, bien avanzado ya el siglo, las familias indígenas del valle –despojadas de sus tierras, viviendas y
cultivos y desterradas de sus heredades-, empezaron a migrar “hacia las tierras más altas de las cordilleras, don-
de construían su infeliz bohío en medio de la selva, en condiciones por demás precarias”, mientras que algunos
individuos, en su afán de escapar de la miseria, emprendieron largos viajes hacia el interior del país, e incluso se
dirigieron a otras naciones, con la esperanza de vender sus productos regionales (yerbas, raíces, semillas y mil
otros elementos medicamentosos para curar toda clase de enfermedades) y la ilusión de regresar a comprar una
parcela con lo ganado.

Incorporados a la religión católica, sabiendo leer y escribir, es decir, letrados y católicos, pero condenados a un
incesante peregrinaje, como unos parias, su vida, su existencia, no parecía ser mejor que la que llevaban antes
de ser catequizados:

“Hoy paradójicamente encontramos que el indígena catequizado vive más miserablemente que en su estado
primitivo, pues el 80% de sus tierras está ocupado con la empresa ganadera de las misiones, reducido a una
mínima parcela con una vivienda en nada modificada a la rústica y primitiva casa de bahareque en unos casos
y en otros a la de un techo de paja cercada con estacones o tablas, duerme en el suelo, generalmente en cuero
de res y cobijado con el sayo que lo defiende de los rigores de la intemperie durante el día”537.

535 COLONOS E INDÍGENAS DEL CORREGIMIENTO DE SIBUNDOY. “Memorial dirigido al Representante a la Cámara Julio
César Enríquez”. Sibundoy, 23 de abril de 1938. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Interior, caja 261, carpeta 2475,
Asuntos Indígenas, Fols. 18-20.
536 RODRÍGUEZ, Ignacio Salomón. “Informe del Promotor de Asuntos Indígenas dirigido al Jefe de la Sección de la Comisión
de Asuntos Indígenas”. Santiago, 30 de marzo de 1967. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 210, car-
peta 1924, Fols. 46-53.
537 PAREDES CHÁVEZ, Ricardo. “El valle de Sibundoy”. Sibundoy. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 196,
carpeta 1714, Asuntos Indígenas, Fols. 1-5.
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Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

4.5. El “nuevo mapa” del valle de Sibundoy


“Finalmente quiero agregar que la política indígena como la entiende esta División, lleva en definitiva y de
manera racional y justa a convertir el indígena, con su propio beneplácito y no con el sistema de imposiciones
desgraciadamente tradicionales, en un buen y próspero campesino”538.

El asedio y el avance de los colonos, de los especuladores de tierra, de los tinterillos y de hacendados sobre las
tierras indígenas del valle de Sibundoy, cultas y no cultas, continuó en el curso de la década de 1960: incluso los
“blancos” solicitaron al INCORA que parcelara a su favor las tierras del resguardo que años atrás había sido crea-
do en la parte plana y anegadiza de aquel, argumentando al respecto que los indios no las trabajaban y carecían
de interés en ellas539.

A pesar de la expresa prohibición de invadir las tierras del resguardo otorgado en beneficio de la parcialidad in-
dígena de Sibundoy mediante el Decreto Ejecutivo 1414 del 21 de junio de 1956 –y que correspondía al área de
la otrora Reserva Nacional creada por el Decreto 2104 de 1939- la adjudicación de títulos de propiedad sobre las
mismas no cesó; inclusive, muchos funcionarios se prestaron para diligenciar y aprobar peticiones, adelantadas
por particulares.

Así, un gran número de adjudicaciones fueron aprobadas sin el debido cumplimiento de los requisitos legales
y se concedieron títulos legales aun sobre terrenos que nunca habían sido ocupados ni explotados por quienes
luego se beneficiarían como sus propietarios540.

Fueron, en consecuencia, cada vez más frecuentes los casos de individuos, de familias y de grupos de familias in-
dígenas del valle de Sibundoy que, a medida que eran acosados en su propia tierra, se vieron forzados por la cir-
cunstancias a abrir y adecuar nuevas tierras en las áreas adyacentes o más distantes en condición de colonos541.

A comienzos de la década de 1960, la condición legal y jurídica de las tierras, amén de los derechos de propiedad
sobre éstas, era confusa y problemática y, por supuesto, un considerable número de predios carecía de títulos a
la par que muchos otros poseían alguna promesa, escritura, “título” o documento, de por sí incompletos, ambi-
guos y carentes de la validez jurídica necesaria.

En este mismo contexto de problemas e incertidumbres relativas a la propiedad territorial, la Reserva Nacional
que allí fuera creada en el año de 1939, y protocolizada en 1943, fue extinguida en virtud del Decreto 104 de
1954. Entre los años de 1954 a 1956, cuando por obra del Decreto 1414 se constituyó el resguardo de Sibun-
doy542, se realizaron parcelaciones y adjudicaciones de tierras a particulares y se expidieron títulos de propiedad,
según dijimos ya.

538 HERNÁNDEZ DE ALBA, Gregorio. “Oficio del Jefe de la División de Asuntos Indígenas al Gerente General…”. Fols. 3-4.
539 IGUALADA, Fray Bartolomé. “Carta dirigida por un misionero al Jefe de la División de Asuntos Indígenas, Dr. Gregorio
Hernández de Alba”. Sibundoy, 26 de agosto de 1963. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 198, carpeta
1738, Asuntos Indígenas, Fol. 41.
540 MAVISOY, Joaquín. “Carta del Gobernador del Cabildo Indígena de Sibundoy…”. Fols. 51-52.
541 Se trataba de tierras en proceso de colonización, caracterizadas por su difícil acceso. Los indígenas, víctimas del despojo
y del destierro, hacían por entonces grandes esfuerzos por adecuar los caminos y acceder a dichas tierras: “(...) para ir
a nuestras tierras de trabajo tenemos que pasar por trochas peligrosas, pues hay rocas por donde es imposible pasar.
Tales rocas pueden arreglarse con dinamita y hacerse caminos aceptables para poder acudir a nuestras labores. Somos
21 indígenas que estamos urgidos de que se nos ayude con el suministro de herramientas para ese fin, y en este sentido
me dirijo a usted para que ordene que se nos proporcione la muy justa ayuda que solicitamos”. Tomado de: MOJOM-
BOY, José. “Carta de indígenas colonos dirigida al Director de Asuntos Indígenas del Ministerio de Gobierno”. Santiago, 1
de mayo de 1930. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 198, carpeta 1738, Asuntos Indígenas, Fol. 56.
542 Mediante el Decreto 1414 de 1956 se “reestableció” el resguardo del valle. En el año de 1939 se había dado creación,
además, a otro resguardo que se dio en llamar el “resguardo de arriba” y quedaba ubicado en las laderas de los montes,
270 al norte del valle (Resolución 706).
INCORA. Valla del Proyecto
Putumayo 1. El INCORA
adelanto este proyecto a
partir del año de 1964, con
el propósito de delimitar las
tierras comunales indígenas,
lo mismo que las posesiones
de los colonos que poco a poco
se habían ido estableciendo en
las tierras ubicadas a lo largo
de las cabeceras Pasto-Mocoa-
Puerto Asís. Conjuntamente
se realizaron obras de drenaje
y canalización de aguas que
posibilitaron la incorporación de
una vasta extensión de tierras
del Valle de Sibundoy. Archivo
fotográfico INCORA. Tomo 1
Año 1968.

Por esta época, también, tal


y como había ocurrido en el
pasado, los propios indíge-
nas protagonizaron ventas de
tierras de aquellas compren-
didas dentro de los linderos
del resguardo, contravinien-
do así la jurisprudencia que
impedía las enajenaciones,
en particular el Artículo 4 del
Decreto 109. Según el testi-
monio del Jefe de la Comisión
de Asistencia y Protección
Indígena de Nariño, “de tal
enajenación de terrenos en
la que intervinieron los tinte-
rillos, se derivó una clase de
indígenas proletaria e infeliz
en los diferentes pueblos” del
Putumayo543.

Desde el inicio del siglo XX se


habían venido expidiendo títulos de propiedad (privada) sobre ciertos predios del valle que aparecen fechados en
los años 1909 y 1927, por ejemplo. En 1943 se protocolizó la escritura No. 37 o aquella por medio de la cual se
creó el resguardo de Sibundoy, es decir, el resguardo que desde entonces sería coloquialmente conocido como el
“resguardo de arriba” y que era independiente de aquel del valle, propiamente dicho544.

543 Así lo manifestó el doctor Bolívar Córdoba, uno de los empleados más antiguos de la División de Asuntos Indígenas, por
entonces (1962) Jefe de la Comisión de Asistencia y Protección Indígena de Nariño a cuyo cargo estaban 54 resguardos.
Véase: “Entrevista al Jefe de la Comisión de Asistencia y Protección Indígena de Nariño”. 1962. AGN: Sec. Republica, Fdo
Ministerio del Interior, caja 198, carpeta 1738, Asuntos Indígenas, Fols. 119-134.
544 Una breve descripción del valle de Sibundoy del año de 1962 confirma una vez más lo que ya hemos planteado acerca
de la usurpación de las tierras del resguardo de Sibundoy en el valle mismo o parte plana: “Sibundoy es lo que pudiéra-
mos llamar Capital Centro con una población indígena de 2.165 Koches, Kamsá, Sibundoyes al fin, que viven entregados
al cultivo de la tierra que en poca cantidad poseen hoy en la parte alta en donde tiene asiento actualmente el ‘res-
guardo de arriba’, ya que la parte baja, o sea el mismo valle, salió de su pertenencia para ser propiedad de la Misión”
(OSORIO SILVA, Jorge. “Observación y análisis de los diversos aspectos indígenas del Putumayo”. Abril de 1962. AGN:
271
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Varias personas tenían títulos de propiedad sobre predios del valle y, en algunos casos, sobre lotes ubicados
en el interior de los límites de los resguardos. Estos títulos fueron otorgados, por ejemplo, por el Ministerio de
Agricultura y se los ajustó a las disposiciones legales, como en los casos de los señores Lara y Moreno, por citar
apenas algunos. En consecuencia, y siguiendo el autorizado concepto del Jefe de la Comisión de Asistencia y Pro-
tección Indígena de Nariño, la demarcación y definición del resguardo indígena de Sibundoy, es decir, del creado
en el año de 1956, aun si se hubiera contado con la voluntad política de las autoridades regionales y nacionales,
obligaba a:

“(...) remedir los predios de cada finca adjudicados a los no indígenas; iniciar acción reivindicatoria por cada
caso de enajenación de predios constitutivos del resguardo, a favor de los indígenas. De lo cual resultaría que
muchas de las enajenaciones fueron ilegales y que en último término, el mismo indígena infractor de la Ley
resultaría beneficiado. Esta magna labor requeriría tiempo y dinero. Además el terreno del valle requiere una
desecación para que los indígenas lo pudieran utilizar. Si los actuales poseedores han beneficiado el terreno,
es preciso reconocerles las mejoras: dada la distribución de las parcelas del resguardo como está hecha hoy,
y por las muchas asignaciones legales como va a resultar distribuido entre varios dueños, se perdió la esencia
del resguardo, pues no se cumplen las condiciones de continuidad cultural y aislamiento de los indígenas”545.

Habían transcurrido ya muchas décadas desde que se emprendiera la apertura del camino Pasto-Mocoa-Puerto
Asís y los colonos se volcaran masivamente hacia el valle de Sibundoy y el piedemonte amazónico, despojando
a los indios de sus tierras. Ahora, en número creciente y empeñados en conservar y consolidar su nueva geo-
grafía, argumentando la “pereza y el nomadismo de los indios”, sus dueños ancestrales, los colonos exigieron al
Presidente Guillermo León Valencia derogar la creación del resguardo indígena de Sibundoy aduciendo para ello
que ya existía el resguardo que el “Gobierno de la Dictadura” había demarcado a favor de los indios en la “parte
de arriba”546.  Así mismo, le manifestaron que el terreno comprendido por dicho resguardo se hallaba ya “total-
mente ocupado” por ellos y que era precisamente allí donde habían empeñado sus escasos dineros y todos sus
esfuerzos construyendo drenajes con el propósito de mantenerlo seco.

Recurriendo, incluso, y sin mayor sutileza, a la difícil situación que se vivía por entonces en materia de orden pú-
blico y queriéndole recordar, quizá, los crecientes riesgos con la insurgencia, le advirtieron por demás al manda-
tario que la derogatoria del resguardo de la parte plana “contribuiría a mantener la tranquilidad pública y social
del Putumayo en provecho de todos los colonos y del mismo Gobierno” y en caso de hacerse caso omiso de la
solicitud “no menos de quinientas familias quedarían al margen de sus tierras y afectadas consecuencialmente
por la parcelación y en la miseria y echarían la responsabilidad de los hechos, no al Gobierno de la Dictadura,
sino al Gobierno actual” del Frente Nacional:

“Al parecer, darle a los indígenas los terrenos ya cultivados y nuestros, se originarían muchos pleitos por esas
tierras, en los que tendríamos que gastar nuestros dineros, que más que en ningún tiempo nos hace falta,
para nuestros hijos y esposas y, aun más, se llegaría a represalias personales, creando así un foco de intranqui-
lidad pública y social en el Putumayo, pretexto para que otros elementos empeñados en perturbar el orden
público y crear problemas al actual gobierno, aprovecharían este incidente para extender las zonas de sus
picardías a estas regiones en donde, a Dios gracias, hasta el momento gozamos de completa tranquilidad”547.

Además de la creciente “rivalidad entre blancos e indígenas” y de la problemática situación legal de muchas de
las heredades, posesiones y parcelas en los ámbitos rurales del valle –la que por igual afectaba a los solares inser-
tos en las antiguas fundaciones y en los nuevos núcleos de población de donde también los indios habían venido
siendo expulsados paulatinamente-, los tinterillos o aquellos abogados improvisados, sin estudio, se valían de
la confusión para suscitar, de manera deliberada y reiterada, interminables pleitos, dando lugar así a que se les
tuviese por “elementos de discordia, pues inducen a las partes a pleitos costosos haciéndoles creer que tie-

Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 198, carpeta 1738, Asuntos Indígenas, Fols 98-118). Este documento
fue elaborado a partir de la Comisión realizada en el mes de abril de 1962 y se le dirigió al Jefe de la División de Asuntos
Indígenas, Gregorio Hernández de Alba, por el Jefe de Resguardos y Parcialidades Indígenas.
545 CÓRDOBA, Bolívar. “Entrevista al Jefe de la Comisión de Asistencia y Protección Indígena de Nariño…”. Fol. 128.
546 La situación de las familias indígenas establecidas en este resguardo “de arriba” fue dramática.
547 COLONOS DE SIBUNDOY. “Memorial dirigido al Presidente de la República”. Sibundoy, 7 de noviembre de 1963. AGN:
272 Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 205, carpeta 1852, Asuntos Indígenas, Fols. 2-5.
Trabajos de desecación y drenaje de
8500 hectáreas. Proyecto Putumayo
1. 1968. Archivo fotográfico INCORA.
Tomo 1 Año 1968.

nen derechos que reclamar. Operan


en Santiago, Colón, Sibundoy, San
Francisco y Mocoa”548.

Como parte de la descripción que


antaño hiciera de la situación social
y territorial del valle de Sibundoy y
el Putumayo, el ya citado Jefe de la
Comisión de Asistencia Indígena de
Nariño se refirió también al alcoho-
lismo, “como una verdadera tara de
los indios” y a la servil sujeción de
éstos a los capuchinos. Además del
despojo de las heredades indígenas,
lo mismo que del destierro de sus
dueños, las descripciones y los tes-
timonios aportados por los misione-
ros, respecto de la “embriaguez” y la
“miseria” de los naturales, comple-
mentan el “nuevo mapa” del valle de
Sibundoy, caracterizado a la sazón
por el derrumbe físico y espiritual
de los nativos, según lo comunicó el
sacerdote capuchino Igualada al Jefe
de la División de Asuntos Indígenas,
Gregorio Hernández de Alba:

“(...) y ante todo que usted se


preocupe para que se den y se
cumplan disposiciones legales a
fin de evitar tanta embriaguez
entre los indígenas. Sería larguí-
simo relatar la serie de miserias
que sobrevienen a la raza indí-
gena por este vicio: hay actualmente un gran número de sentenciados y encarcelados por los efectos de la
embriaguez. Parece que muchos quieren enmendarse, pero como les ponen la ocasión en cada paso, no la
resisten. Para defenderse en sus delitos tienen que pagar abogado, etc., ... y lo primero es vender el terreno
por lo que les den. En una palabra, la miseria”549.

Pero este “nuevo mapa” que así se fue configurando, no era nuevo tan sólo por las trasformaciones en cuanto
al “lugar” y la preponderancia que habían ido adquiriendo los colonos, como poseedores y propietarios de las
tierras que décadas atrás constituían, sin duda alguna, los territorios respectivos e indiscutibles de Ingas y Kam-
sá, quienes ahora permanecían unidos a la tierra en condición de peones y jornaleros, vivían confinados en los
riñones de las montañas o habían emprendiendo un largo peregrinaje por “nuevos caminos” sobreviviendo en
calidad de curanderos.

548 CÓRDOBA, Bolívar. “Entrevista al Jefe de la Comisión de Asistencia y Protección Indígena de Nariño…”. Fol. 127.
549 IGUALADA, Bartolomé de. “Carta dirigida al Jefe de la División de Asuntos Indígenas”. Sibundoy, 16 de febrero de 1963.
AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 198, carpeta 1738, Asuntos Indígenas, Fols. 74-75.
273
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

En la primera mitad de la década de 1960, el ruido cada vez más frecuente de motores y el creciente bullicio de
transeúntes, comerciantes y forasteros rumbo al bajo Putumayo, anunciaron súbitamente los recientes hallazgos
de petróleo. Las noticias ciertas de los hallazgos del “oro negro”, no sólo propiciaron la sorprendente y masiva mi-
gración, desde el interior del país, de miles de campesinos sin tierra, tanto como de desempleados y aventureros,
sino que despertó un inusitado interés en el gobierno, de muchas de sus agencias e instancias, por la situación y
suerte de la Comisaría y, por supuesto, por la de aquel maravilloso valle, ahora ruta terrestre y obligada hacia la
nueva “Tierra Prometida” del desarrollo:

“Llegaron así, a todas las agencias del Estado, originadas en diversas fuentes, las noticias al principio frag-
mentarias sobre la zona donde al parecer una numerosa población aborigen se extinguía en forma callada,
víctima de los propios fenómenos naturales que hacen inutilizable una gran parte del área plana cubierta
de totorales, víctima del despojo de sus tierras por elementos no indígenas, especialmente por los propios
misioneros capuchinos y víctimas del analfabetismo, la subalimentación y, en general, todas las condiciones
que caracterizan el marginalismo”550.

En este clima, el Instituto Colombiano de la Reforma Agraria creó el Proyecto Putumayo número 1, median-
te la Resolución No. 143 del 6 de julio de 1964, cuyo propósito fundamental se centró en la ejecución de
obras de defensa contra las inundaciones del valle de Sibundoy, es decir, de obras que regularan el caudal de
corrientes y de avenamiento con el fin de poner bajo explotación intensiva cerca de 7.000 hectáreas. Estas
tierras, una vez adquiridas, y apenas culminadas las obras, se otorgarían a cerca de 450 familias, con prefe-
rencia a las de origen indígena que progresivamente habían sido desplazadas hacia los cerros, donde tenían
muy pocas posibilidades de sobrevivir por medio de la agricultura.

Hasta entonces, la actividad económica predominante había sido la ganadería y ella ocupaba la mayor extensión
del valle con ganados mejorados (cruce de ganado Holstein, Normando y Pardo Suizo) y pastos de buena calidad.
La producción pecuaria, que en 1965 rondaba unos seis mil litros diarios de leche los cuales se vendían a $0,60
cada uno para ser luego trasformados en mantequilla y queso, abastecía principalmente los mercados del depar-
tamento de Nariño y Valle del Cauca.

A esta industria no tenían, empero, acceso los indios, pues muy pocos poseían fincas y sólo algunos poseían
ganados en pequeña cantidad. Por lo tanto, el sustento de la población indígena devenía en lo esencial de la
agricultura, valga redundar de subsistencia, y de algún mercadeo, en poblaciones vecinas, de productos como el
maíz, la papa, las habas, el fríjol y algunos frutales (curubas y lulos):

“La economía indígena se complementa con el trabajo a jornal, hombres, y mujeres que devengan tres y
cinco pesos diarios con la alimentación; los viajes que frecuentemente realizan a otros lugares del país para
vender brebajes y chucherías, en la mayoría de los casos con buen éxito; las obras manuales de artesanía en
madera, como bancos, platos, cucharas, máscaras y otros. Las mujeres construyen esteras de totora, planta
acuática de los pantanos y extraen la materia prima de la misma planta para la hechura de tapetes que fabri-
can los blancos y mestizos. No hay posibilidad de extender la producción agrícola porque el indígena carece
de tierras para el cultivo. La solución de este problema, que gravita fuertemente en la vida diaria del indígena,
pues un alto porcentaje de esta población deambula sin ocupación fija y la presencia de un buen número de
mendigos, solamente se alcanzará con la ejecución del Proyecto INCORA. Mejoraremos y tecnificaremos los
sistemas de explotación y buscaremos otras fuentes de recursos (...)”551.

Las prospecciones y los trabajos realizados por los funcionarios del INCORA con el propósito de conocer la situa-
ción de la tenencia de la tierra en el valle de Sibundoy, además de establecer que una apreciable extensión de los
predios titulados a la Misión y algunos particulares seguían haciendo parte del área permanentemente inundada
–320 hectáreas, por ejemplo, correspondían a las fincas La Primavera, de Próspero Herrera y Las Cochas y Sauce
Grande de los capuchinos- determinaron también que otros habían sido titulados a favor de particulares sin
que éstos hubieran cumplido la debida antigüedad (20 años) como poseedores, es decir, carecían de cualquier

550 ROLDAN ORTEGA, Roque. Anotaciones sobre el problema jurídico…


551 REYES ROA, Ángel. “Informe Trimestral de la Comisión Indígena del Putumayo: marzo-mayo de 1965”. Colón, 22 de ju-
nio de 1965. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 205, carpeta 1841, Asuntos Indígenas, Fols. 99-106.
274 Documento elaborado por el Jefe de la comisión indígena del Putumayo. El subrayado es del autor.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Entrega de crédito para ganado. EGAR.


1966. Archivo fotográfico INCORA. Tomo 1
Año 1966.

prueba para acreditar que dichas tierras


habían sido tituladas o habían salido le-
galmente del dominio del Estado.

En este mismo orden de ideas, y siguien-


do la serie de Informes que realizara el ya
nombrado Roque Roldán para la División
de Adjudicaciones del INCORA, en rela-
ción también con la ejecución del Proyec-
to Putumayo número 1, se supo que el
minifundio y la falta de tierra eran domi-
nantes y característicos allí donde estaba
especialmente concentrada la población
indígena, como también el hecho de una
“menor disponibilidad de tierra apta, es
decir, económicamente rentable”, según
sucedía, por ejemplo, en el Corregimien-
to de Santiago.

Este investigador descubrió así mismo


que si se tomaban en cuenta las extensio-
nes de tierras de los indios en el resguar-
do de la parte alta, más algunos lotes dis-
persos en la zona quebrada del valle (unas
1.685 hectáreas), éstos apenas poseían el
6.23% del área montañosa total ocupada
y el 9.88% del total de aquel552.

En cuanto a la tenencia de la tierra en


la parte plana del valle, es decir la única
porción respecto de la cual existían deli-
mitaciones y avalúos completos, estable-
ció que: “De las 8.869,0432 hectáreas, un
65.3% están en poder de un 45.58%, colo-
nos o poseedores ´blancos’, mientras que
la inmensa masa de campesinos indígenas (un 54.09% de los propietarios) detentan apenas el 21.02% de la super-
ficie del aludido valle. El resto de la tierra se halla en poder de otras entidades como INCORA, Misión Capuchina,
Comisaría del Putumayo, etc.”553.

En síntesis, los diagnósticos realizados por los funcionarios y especialistas que por entonces adelantaron las
respectivas prospecciones y levantaron la información in situ, dibujaron también un “nuevo mapa del valle de
Sibundoy” caracterizado por una marcada tendencia hacia la concentración de la propiedad rural a favor de los
no indígenas, lo mismo que por la preponderancia del minifundio entre los miembros de las comunidades nati-
vas y la concentración de las unidades de explotación más adecuadas en la población de los llamados “blancos”
y “mestizos”.

552 Según Roque Roldán, entre los agrimensores, ingenieros y especialistas era comúnmente aceptado por entonces que
la superficie total del valle de Sibundoy, es decir, la suma de la extensión de la parte plana y la parte montañosa, era de
cerca de 40.000 hectáreas, siendo de unas 8.500 hectáreas la extensión de la parte plana (ROLDÁN ORTEGA, Roque.
Anotaciones sobre el problema jurídico… Pág. 10).
553 Ibid.
275
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

A pesar de los ingentes esfuerzos que desde los inicios del siglo XX realizaran capuchinos, colonos e indígenas
para drenar, secar y adecuar progresivamente vastas extensiones del valle de Sibundoy, todavía a finales de la
década de 1960 se estimaba que el área permanentemente inundada, o “cubierta de totora”, era de más de
2.000 hectáreas, mientras que un número similar se inundaba de modo periódico o estacionario, es decir, en
ciertas épocas del año.

Por lo tanto, y con el propósito de hacer realidad uno de los principales objetivos del Proyecto Putumayo núme-
ro1, cual era la adecuación de la mayor extensión posible de las tierras del valle, el INCORA celebró con la firma
Samel Ltda., el 30 de diciembre de 1963, el Contrato No. 350 destinado a ejecutar la elaboración de los planos
necesarios así como a brindar la asesoría técnica pertinente a fin de regular el caudal de corrientes hidráulicas y
el avenamiento.

Según las denuncias de ciertas personas interesadas, el contrato y su realización fueron sin embargo “mal eje-
cutados”, lo cual obligó a ampliar los plazos y a autorizar obras adicionales554.  Así, el 24 de diciembre de 1967,
y como parte también del nombrado proyecto, se adjudicó el Contrato No. 305 a la Sociedad Nieto, Arciniegas,
Ávila, Ortiz y Cia. Ltda. para que ésta se encargase de construir la primera etapa del control del sistema de inun-
daciones y avenamiento del valle.

Aunque esta sociedad logró avanzar apreciablemente en su cometido, el contrato le fue rescindido abruptamen-
te en virtud de incumplimientos de carácter técnico por parte del INCORA. La suspensión de las obras generó
continuas y vastas inundaciones en perjuicio de un gran número de propietarios de los predios en estado produc-
tivo y suscitó demandas y protestas de los damnificados dentro de un ambiente ya álgido de por sí, como conse-
cuencia de los crecientes conflictos entre la Misión, los indios, los colonos, los “propietarios ricos” y el INCORA.

Estas protestas se suscitaron, además, en medio de un clima tenso, creado por rumores e informaciones deli-
beradamente falsas en torno a la presunta confiscación o “despojo” que adelantaría dicho instituto respecto de
tierras de colonos e indígenas, e incluso de aquellas legalmente tituladas por el propio Estado.

Y fueron tantos los rumores y tan maliciosos los comentarios relativos a los supuestos beneficiarios de las ad-
judicaciones de las tierras en proceso de adecuación y a las condiciones económicas y contractuales que serían
impuestas por el gobierno, específicamente el INCORA, a quienes pretendieran acceder a la propiedad, que se
propició un ambiente de incertidumbre mayor, según se puede apreciar en el memorial dirigido por el indígena
Silvestre Chindoy a Gregorio Hernández de Alba:

“Tenemos por sabido que a este valle de Sibundoy han venido varias comisiones del INCORA, las cuales
unas han verificado recorridos y trabajos de levantamientos de planos, como también otras han llegado
para ponernos la grave impresión de que la mayor parte de los fundos que están en propiedad de algunos
indígenas serán parcelados en compañía de las de otros que pertenecen a los blancos: pues me interesa
saber hasta dónde irá este asunto, si será verdad que se parcelará las propiedades de nosotros los indíge-
nas y de los blancos; pues esas porciones de terreno primero se hallan prestando una ligera producción
tanto agrícola como lechera, en segundo, son porciones tituladas por el Gobierno formalmente y, tercero,
que estas tierras las hemos adquirido legalmente a fuerza de rudos sacrificios, como colonos y cultivadores
desde hace más de cincuenta años atrás a ésta; es decir, que el gobierno nos despojaría de propiedades le-
galmente adquiridas so pretexto de mejorarlas, como también que nos las pagarán al precio que consta en
el avalúo catastral oficial, perjudicando así a la mayoría, tanto materialmente como moralmente, es decir,
que nos despojarán de nuestras propiedades y hasta, tal vez, nos obligarán a que nuevamente le compre-
mos al gobierno por las mejoras que existen en tales terrenos, las cuales fueron introducidas y mejorados
por nosotros que somos sus verdaderos propietarios”555.

554 CABEZA QUIÑÓNEZ, Carlos. Despilfarros del Incora en el alto Putumayo (Valle de Sibundoy). S. C.: S.E., 1971. Texto
publicado, sin fecha y sin editorial, a propósito del debate que su autor, como Representante a la Cámara, por el depar-
tamento de Nariño, pretendió realizar en el segundo semestre de 1971.
555 CHINDOY, Silvestre. “Carta de un indígena de Sibundoy, dirigida al Jefe de la División de Asuntos Indígenas”. Sibundoy,
11 de marzo de 1965. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerior del Interior, caja 205, carpeta 1852, Asuntos Indígenas, Fol.
276 65.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

El malestar generalizado entre las gentes del valle, en virtud de los daños causados por las frecuentes inundacio-
nes y la creciente incertidumbre de indígenas, colonos, misioneros, y otros grupos y personas interesados en la
suerte futura de las tierras en proceso de adecuación, terminó propiciando el surgimiento de una campaña de
oposición organizada en contra del referido proyecto del INCORA, campaña que encabezó la Misión y fue respal-
dada por muchos indios aconsejados y seducidos por ésta.

Los capuchinos habían emprendido así mismo una “tremenda campaña” con el propósito de impedir la reali-
zación, auspiciada y programada por la Comisión Indígena del Putumayo y la División de Asuntos Indígenas, de
las elecciones de los cabildos indígenas de Sibundoy, pero ahora sin la injerencia de la Misión, cuyos prelados
seguían reclamando obstinadamente su condición de presidentes de los respectivos entes según había sido su
costumbre hasta entonces.

En otras palabras, la Misión enfiló contra varios de los organismos del Estado y su propio obispo se encargó
de prohibir a los indios, años atrás, que se hicieran titular tierras bajo el argumento de que el “Gobierno sólo
pretendía con esa medida el aumento de los impuestos”556.

Los funcionarios de la Comisión Indígena del Putumayo fueron acusados reiteradamente por los capuchinos de
“promover ideas contrarias a la Misión” y adelantar campañas contra ella y varios fueron tildados o señalados
de “comunistas”, incluido el antropólogo Gregorio Hernández de Alba, quien por aquella época ocupaba el
cargo de Jefe de la División de Asuntos Indígenas. Aunque desde comienzos de siglo los monjes habían tenido
por costumbre acusar de “liberales” a todos aquellos empleados públicos, personas y familias que considera-
ban como sus adversarios, es necesario advertir que, en la década de 1960, el sólo señalamiento de comunista
entrañaba graves consecuencias, frente a ciertas organizaciones y, por ello, no dudaron en estigmatizar así a
sus presuntos o reales opositores a medida que los representantes de las agencias estatales menoscababan su
autoridad y poderío sobre los indios.

Adicionalmente, éstos mismos, empeñados como estaban en la elección autónoma de sus cabildos, empezaron
a protestar en contra de los religiosos, entre ellos el párroco de Colón, Fray Martín Rossell, quien por intentar
oponerse a las elecciones provocó el levantamiento y los reproches de aquellos:

“(...) qué están haciendo ustedes por nosotros?. Lo que hicieron fue quitarles las tierras a los antiguos, en ellas
tienen hoy miles de vacas, sacan miles de botellas de leche y nunca regalan ni un vaso para un niño (...) todos
los días se mueren en este valle niños de hambre y cuándo ustedes nos botan una gota de leche?. En cambio
la Comisión indigenista nos está dando enseñanza, nos está enseñando a cultivar la tierra en una forma téc-
nica, nuestras esposas e hijas están aprendiendo modistería y nuestros hijos carpintería, además nos están
ayudando para mejorar nuestras viviendas, y por esa ayuda usted dijo en la casa del Cabildo que la comisión
indigenista era comunista. Otro indígena dijo: ustedes predican la caridad pero no la hacen, y agregó: siempre
tenemos que pagar hasta para que nos apliquen una inyección en el hospital de caridad, nos cobran $0.30.
Otro dijo: La misión tiene tierras que dicen ser de la iglesia y qué beneficio hacen con el producido?. Para la
educación tienen presupuesto, para el hospital también, entonces, cuál es el beneficio que nos hacen?. (…)
yo me eduqué con ustedes, pero recuerdo muy bien que nunca me regalaron ni un cuaderno ni un lápiz”557.

Además de este tipo de enfrentamientos entre la Misión, los indios y ciertos funcionarios del Estado, los proble-
mas estrictamente relacionados con las tierras del valle, cual la adecuación, adjudicación y apropiación de las
mismas, continúo generando gran incertidumbre y malestar colectivos.

De acuerdo con las leyes 135 de 1961 y la de 1968 que fundamentaron la política de reforma agraria, este terri-
torio había quedado bajo la figura de “Distrito de Riego” y por consiguiente el INCORA debía de adquirir todas
las tierras que ya estaba adecuando con el propósito de redistribuirlas posteriormente. Esta circunstancia, que
impedía de hecho la adjudicación sin previa adecuación, avivó el descontento y la desconfianza de indígenas y

556 DURÁN GÓMEZ, Camilo. “Comunicación del Ministerio de Gobierno al Jefe de la División de Asuntos Indígenas”. Bogotá,
16 de diciembre de 1961. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 190, carpeta 1620, Fol. 15.
557 RODRÍGUEZ, Ignacio Salomón. “Informe del Jefe de la Comisión de Asistencia y Protección Indígena del Putumayo…”.
Santiago, 24 de noviembre de 1966. Fols. 358-359.
277
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

colonos, una vez se enteraron de la disposición, frente al INCORA, especialmente las 434 familias que habitaban
la parte plana del valle558.

Según lo expuesto por el investigador Álvaro Córdoba Cháves, ya en 1966 la Misión capuchina había tomado la
decisión de retirarse del Putumayo “por falta de personal”. Entre tanto, y dada la circunstancia legal que obligaba
al instituto a adquirir los predios comprometidos en el Proyecto Putumayo número 1 con el fin de realizar las
obras de control de las inundaciones y de avenamiento del valle, éste comenzó a adquirir parte de sus tierras,
entre ellas San Félix, Las Cochas, Santiago y San Andrés.

Parcialmente, la decisión de los capuchinos de retirarse del Putumayo puede atribuirse a sus cada vez más fre-
cuentes enfrentamientos con una parte de los indios del valle, quienes contaban con el apoyo explícito de los
funcionarios de algunas instituciones estatales, e incluso de los miembros extranjeros de los Cuerpos de Paz.

Así mismo, la publicación de la obra del investigador Víctor Daniel Bonilla, Siervos de Dios y amos de indios, cau-
só hondo sentimiento y malestar entre los misioneros y propició las más diversas reacciones entre la gente del
Putumayo y, por supuesto, entre los habitantes de Nariño.

Aunque el libro fue demandado por los capuchinos, quienes alegaron ante la Procuraduría General de la Nación
que en él se los calumniaba559, lo cierto es que éste “causó en la región un tremendo impacto”, según palabras
textuales del Promotor de Asuntos Indígenas del Putumayo, quien por los días en que el escrito apareció a la luz
había regresado al valle:

“A mi llegada los comentarios fueron alarmantes, los funcionarios de la Comisión estaban un tanto alarmados,
pues el cuasipárroco de Santiago, José Oriol, se dio a la tarea de denigrar desde el púlpito, tanto del autor,
de la obra, como del indigenismo y especialmente de la Comisión a mi cargo. En comentarios que hace con
algunos vecinos dizque dice: ‘esas son cosas del indigenismo y de Rodríguez, debemos luchar por todos los
medios para sacarlo de aquí, etc.’ Tengo entendido que se están organizando en un Comité denominado Pro
Defensa Misionera Católica. Algunos de sus integrantes son los protegidos en todos los tiempos por ellos, en
su mayoría cursillistas seglares. También fui informado que promoverán una gran manifestación por todos
los corregimientos del valle y otras poblaciones de la Comisaría, que lanzarán toda clase de ultrajes tanto al
autor como a los integrantes de la Comisión, y que el fin principal será lograr el retiro de la Comisión de este
territorio (...)”560.

Cuando finalmente los capuchinos se retiraron del Putumayo, en el año de 1970, y concentraron sus labores en
la Prefectura Apostólica de Leticia561, los problemas con las tierras continuaron en el valle, si bien entre algunos
indios había renacido la esperanza de poseer su propio predio con motivo de la decisión, tomada un año antes
por el INCORA, de entregar la finca de San Pablo de Tatangayaco, de 64 hectáreas, a favor de ocho familias indí-
genas de Colón y Sibundoy. Y decimos esperanza porque los indios jamás pensaron que los predios adquiridos
por este instituto revertirían a su favor sino que pasarían a manos de los colonos quienes, una vez en posesión,
los arrojarían definitivamente de allí.

Sin embargo, el obstáculo no provino de ellos sino de sus propios coterráneos, puesto que con motivo de la
referida adjudicación a las ocho familias, las cuales se comprometieron a pagar las parcelas por cuotas –en el
curso de 17 años siendo los dos primeros considerados “muertos”-, los indígenas de San Andrés y Santiago, por
ejemplo, se negaron a recibir tierras bajo tales condiciones:

558 RODRÍGUEZ, Ignacio Salomón. “Informe del Jefe de Asuntos Indígenas del Putumayo…”. Santiago, 24 de octubre de 1968. Fol.
52.
559 CÓRDOBA CHÁVES, Álvaro. Historia de los Kamsá de Sibundoy… Pág. 75.
560 RODRÍGUEZ, Ignacio Salomón. “Informe del Jefe de Asuntos Indígenas del Putumayo, acerca de la publicación de la obra
de Víctor Daniel Bonilla…”. Fols. 28-29.
561 Los hermanos redentoristas asumieron la tarea pastoral y parte de la labor educativa en el Putumayo en virtud del retiro
278 de los capuchinos.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

“(...) los indígenas se encuentran reacios a recibir (parcelas), arguyendo que si no pueden pagar se las qui-
tarán y que no quieren quedar apegados a nadie, que si pueden comprar y pagar de contado lo harán, de lo
contrario prefieren seguir así, que así no más está bien; esto lo han manifestado después de un sinnúmero
de reuniones que con ellos hemos tenido, y no ha sido posible encontrar a la o las personas que les estén
infundiendo la idea de que el INCORA los halaga para que reciban las parcelas, que ellos pagarán unos años y
cuando por alguna circunstancia no lo puedan hacer, que revertirá el terreno al INCORA sin devolvérseles un
centavo de lo que han pagado, quedando ellos sin lo que tenían y sin la parcela por el INCORA adjudicada”562.

A pesar de las buenas intenciones del proyecto bandera del INCORA, y de otros proyectos, programas, inversio-
nes y esfuerzos debidos al Estado nacional, a finales de los años sesenta, lejos de haberse convertido en “prós-
peros campesinos,” como lo había propuesto el Director de la División de Asuntos Indígenas, no sólo persistía la
incertidumbre acerca de la suerte de los indígenas, de sus familias y de las tierras del valle de Sibundoy, sino que
ahora, y con mayor frecuencia que antaño, muchos indios emprendieron largos peregrinajes llevando entre sus
bolsos flores, raíces, semillas, garras y colmillos de tigre, “para la buena suerte” y “para el amor” y en contra de
maleficios y enfermedades; otros, entre tanto, continuaron deambulando por los riñones de la planicie, en busca
de un jornal, o como mendigos en la que había sido… ¡Su propia tierra!

562 RODRÍGUEZ, Ignacio Salomón. “Informe del Promotor Indígena del Putumayo”. Santiago, 30 de marzo de 1969. AGN:
Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 215, carpeta 1997, Asuntos Indígenas, Fol. 19.
279
Degradación ambiental por la acumulación de residuos, ocasionada por la explotación
petrolera. Santa Rosa del Guamués. Archivo personal de Virgilio Becerra. 1999.
5. Las nuevas fronteras extractivas
y de colonización

5.1. Los territorios indígenas y los frentes pioneros de colonización


“No sólo los inganos habían abandonado el empleo de la coca, sino que ya no existían los bosques del alto
Putumayo. En las estribaciones que descienden hasta la vasta llanura en Villagarzón y luego hacia el sur, a
lo largo de los diminutos poblados esparcidos por la carretera de Puerto Asís, no vimos sino haciendas de
ganado y cultivos de yuca y de arroz, pueblos miserables, iglesias de cemento, comerciantes gordos y filas de
almacenes con televisores, casetes y ungüentos inútiles importados de Francia”563. 

Muchos años después de haberse creado el Territorio del Caquetá, el Prefecto Pedro F. Urrutia advirtió, con
severidad, que “el mundo” tomaría cuentas del uso que hasta entonces se había hecho de esa inconmensura-
ble zona del Nuevo Continente, “llamada a ser por la Providencia otra tierra de Canaán, para tantos hijos de la
humanidad, desheredados”564  y rememoraría así mismo cómo, bajo el régimen central de la Nueva Granada,
se habían sentado las bases para la “civilización en este desierto”, distinguiéndose en esa “obra humanitaria las
administraciones liberales del inmortal Santander, de López y la progresista de Mosquera, en su más gloriosa era
administrativa de 1845 a 1849. (...) pero, desde que se plantaron las piedras fundamentales de este edificio –que
es lo mismo que haber trazado en el espacio, una línea, pero fecunda- hasta la época presente (1869), no se ha
agregado una arena más”565.

Efectivamente, el gobierno de la Nueva Granada creó el Territorio del Caquetá en el año de 1845 y nombró al
Coronel Anselmo Pineda como su primer Prefecto, por un periodo de cuatro años, con la esperanza de “extender
los beneficios de la sociedad y de la civilización” a la vastedad de aquellos territorios, y aprovechar y dar movi-
miento a los recursos de aquellas “despobladas” pero “ricas comarcas”.

Pineda, consciente de las privaciones y dificultades que conllevaba “vivir largo tiempo entre salvajes,” planteó
como metas de su administración la promoción de relaciones, en especial las comerciales con los países vecinos,
si bien se impuso como propósito fundamental el logro de la inmigración de nuevos habitantes que se dedica-
ran a la agricultura y otras artes, es decir, de “pobladores laboriosos que facilitarán poco a poco el trabajo y la
vida de aquellas comarcas”. A tal fin, se les concederían privilegios y propiedades a las familias pobladoras y

563 Descripción de Davis Wade del piedemonte del Putumayo a comienzos de la década de 1970. Este botánico elaboró
dicha descripción a propósito del hallazgo que en cercanías a Mocoa realizó Richard Evans Schultes, en 1941, de un
espécimen de coca que el prestigioso investigador no logró identificar. Davis, alumno de Schultes, con visible desilusión,
comenta en su obra que el espécimen fue imposible de identificar como consecuencia de los drásticos cambios, ambi-
entales, demográficos y socioculturales, producidos ya en el piedemonte. Tomado de: WADE, Davis. El río: exploraciones
y descubrimientos en la selva amazónica. Bogotá: Banco de la República; El Áncora Editores, 2001. Págs. 229-230.
564 Canaán: nombre bíblico, que designa la tierra prometida. Antiguo nombre de Palestina o “Tierra de Promisión”.
565 URRUTIA, Pedro F. “Informe del Prefecto del territorio del Caquetá…”.
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

amplias exenciones al comercio, sin relegar, por supuesto, valiéndose, el papel que podrían desempeñar misio-
neros ilustrados capaces de “llevar la cruz evangélica a las tribus bárbaras para irlas acercando a sus semejantes
civilizados”566. 

Más allá, entonces, de la política colonial poblacional que operaba mediante la reducción de indígenas a pue-
blos, como en el pasado lo habían intentado allí los franciscanos, por ejemplo, era claro que los regímenes libera-
les que habían dado vida legal al nombrado Territorio pretendían su incorporación estimulando la inmigración de
“vecinos de Pasto o de otras provincias”, es decir, de “blancos” o mestizos nacionales y extranjeros, otorgándoles
pare ello, como ya se dijo, incentivos y privilegios a través de una legislación acorde al propósito:

“El Poder Ejecutivo podrá conceder en propiedad hasta ciento cincuenta fanegadas de tierras baldías a cada una
de las familias que se hallen establecidas o que se establezcan en adelante en el Territorio del Caquetá (...). Los
individuos nacionales o extranjeros actualmente establecidos en el Territorio del Caquetá y los que en adelante
se establezcan, no pagarán ninguna clase de contribuciones por el término de diez años (...). Quedan exentos
de toda clase de derechos los efectos que se importen a la República por los ríos del Territorio del Caquetá, que
tributan sus aguas al Amazonas (...)”567. 

Desde aquellos años se tuvo la certeza de que la primera necesidad de dicho Territorio consistía en “ponerlo
en inmediata y fácil comunicación con los centros de población”, por medio de caminos transitables para toda
clase de personas, y así, allegar “habitantes civilizados” para que se establecieran allí. Sin embargo, como el
“Gobierno de la Nación” no se encontraba en condiciones de acometer empresas de tal envergadura, pues
carecía de fondos, era preciso atraer el interés de los particulares, brindándoles facilidades y seguridades para
el ejercicio del comercio.

En atención a esta finalidad, ya en 1873 la Ley había declarado francos todos los puertos del Caquetá, como un
medio para fomentar no sólo esta indispensable actividad sino la población misma, y el gobierno del Cauca par-
ticipó concediendo también “un privilegio para la apertura de un camino de bueyes”, sobre el cual podía estable-
cerse luego otro de herradura. Pocos años después, en 1878, se planteó el proyecto de construir un camino de
herradura que condujese desde Ipiales hasta el río Putumayo u otro río navegable que desembocara en éste568. 

No obstante la formulación de estos y otros proyectos relativos a la construcción de caminos y la navegación,


ninguno se puso en práctica, lo cual explica las quejas y el comentario severo emitido por el Prefecto Urrutia en
1869, pero al año siguiente, es decir a inicios de la década de 1870, “nuevos vientos de progreso” parecieron
soplar a favor del Territorio del Caquetá, especialmente a partir del establecimiento de la navegación a vapor
del río Putumayo por iniciativa de la compañía quinera de Rafael Reyes y sus hermanos. Desde entonces, las ex-
portaciones de las cortezas por esta vía proporcionaron una fuente constante de trabajo en la medida que para
movilizarlas se requería, al menos, cerca de 2.000 indios, entre recolectores y cargueros, del valle de Sibundoy, e
igual respecto de los habitantes de San Diego, San José y Cuembí, quienes “eran antes semisalvajes y hoy visten
el traje común de las gentes civilizadas, usan sombrero y botines y tienen en sus casas muebles que bien pueden
llamarse de lujo en esas soledades”569. 

Como ya lo hemos descrito y analizado en el capítulo dedicado al auge y la crisis de las quinas en el Putumayo,
la extracción, el trasporte y la exportación de las cortezas, además del establecimiento de la navegación a vapor
por este río, produjo un efecto de “renacimiento” en la vieja población de Mocoa, es decir, contribuyó al aumen-

566 PINEDA, Anselmo. “Carta abierta del Prefecto del Territorio del Caquetá”. Quito, agosto de 1845. Véase: DOMÍNGUEZ
OSSA, Camilo A. y GÓMEZ LOPÉZ, Augusto Javier. Nación y etnias… Pág. 27.
567 Ibid. Págs.29-30.
568 En 1878 cursó en el Congreso un Proyecto de ley, originario de la Cámara de Representantes, en el cual se trataba de
garantizar, por ocho años, la vigencia del inciso 4, Artículo 17, del Código Fiscal y se declaraban libres de impuestos
nacionales todas las mercancías extranjeras que se importasen al Territorio del Caquetá. En dicho Proyecto se trataba,
además, del tema del camino que se planeaba construir desde Ipiales hasta el río Putumayo (HURTADO, E. “Informe del
Prefecto del distrito del Caquetá dirigido a la Secretaría de Gobierno del Estado Soberano del Cauca”. Registro Oficial
Órgano del Gobierno del Estado, Serie 1, No. 56, 31 marzo, 1880. Pág.1. ACC).
282 569 ESPRIELLA Bernardo de la. “Informe del Prefecto del Distrito del Caquetá…”. Pág. 2.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Casa de techo pajizo y encerrada en esterilla.


Shamanism a study in colonialism and terror and the wild man healing.
The University of Chicago Press. Chicago and London. Michael Taussig

to de sus habitantes y actividades económicas y redundó en el mejoramiento de los caminos y, por supuesto, de
la comunicación de esta antiquísima fundación colonial con centros poblados de Nariño, Cauca y el Gran Tolima:

“(...) antes de fundada esta empresa, Mocoa, la Capital del Distrito, sólo contaba con cuatro chozas misera-
bles y hoy tiene más de cuarenta regulares casas. La agricultura ha tomado visible incremento y la industria
pecuaria comienza a establecerse gracias a las nuevas vías que el Distrito ha podido abrir con los recursos
que le proporciona el impuesto sobre el consumo de los víveres que introduce la Compañía del Caquetá”570. 

Su población, que en 1845 era apenas de trescientos indios y un misionero, comenzó a variar en la época del
auge de las quinas, en cuanto a su magnitud y composición, gracias al ingreso de blancos o mestizos que en ca-
lidad de comerciantes o como colonos fueron estableciéndose en el poblado mismo o en sus inmediaciones, al
tiempo que los indios comenzaron a abandonar sus tierras, es decir, sus viviendas y cultivos, para huir hacia las
selvas, agobiados por el avance de los “blancos” y los ganados introducidos por éstos, los cuales destruían sus
sementeras según lo explicamos antes: “los indios de este pueblo se ahuyentaron por los robos de los peones
extractores de quinas y, después, se han ido día por día alejando, enselvando más y más, huyendo del ganado
que les ha destruido sus sementeras, único recurso conque cuentan, para vivir”571. 

Aunque los indígenas habían prometido permanecer en sus tierras, en los alrededores de Mocoa, y aun edificar
sus habitaciones en el pueblo mismo siempre y cuando se les protegiera y “amparara contra los daños de los
ganados”, esto no sucedió, y sólo a mediados de la década de 1880, cuando sobrevino la crisis del comercio
internacional de las quinas silvestres, en algo se alivió su agobio, al menos en lo que respecta a los robos a
que por costumbre los tenían sometidos los peones. Años después cesó finalmente la destrucción de las se-

570 Ibid.
571 QUINTERO W., Alejandro. “Informes del Prefecto Provincial del Caquetá…”. Págs. 75-88.
283
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Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

menteras que causaban los ganados porque éstos fueron víctimas “del murciélago vampiro que se multiplicó
horrorosamente”572.

A comienzos de la década de 1890, la población de Mocoa era de unas quinientas almas, entre “blancos y
aborígenes”573.  Decadencia y ruina fueron las expresiones empleadas por Joaquín Rocha para describir la situa-
ción de este pueblo después del auge de las quinas. Pero la situación del pueblo y de sus pobladores empeoró
a comienzos del siglo XX, y el mismo Rocha se refirió a ella como de “total aniquilamiento” cuando pasó por allí,
rumbo a Iquitos, en el año de 1903. Ya sabemos que la extracción del caucho negro o de Castilla había producido
una esperanza de prosperidad hacia 1899 que luego se apagó, abruptamente, como consecuencia del cierre de
los mercados de Pasto y del alto Magdalena y la parálisis general de la economía provocados por la guerra de los
Mil Días574.

Por todo ello, Mocoa había quedado excluida como paso obligado del comercio entre la planicie y el interior del
país. Así, la comercialización del látex y el centro de aprovisionamiento de los empresarios caucheros debieron
desplazarse, entre tanto, hacia Iquitos. No obstante dicha crisis, a comienzos del siglo XX Mocoa era el único
pueblo digno de ese nombre en toda la Amazonia colombiana: “aunque sus casas eran de yaripa (guadua o
palma rayada), había un número suficiente para formar una plaza y algunas calles en donde existían almacenes
que vendían artículos extranjeros lo cual indica un nivel de ingresos alto y una circulación monetaria activa”575. 

Sin embargo, la explotación de las quinas no fue la única actividad en hacer surgir una ilusión de prosperidad
entre la gente de Mocoa y el Putumayo. La ya muy antigua tradición de la minería aurífera en la región, la cual se
distinguía aún entre las actividades económicas de muchos de los grupos indígenas del piedemonte, se convirtió
así mismo en fundamento del nuevo sueño del progreso, según lo vaticinaron algunos prefectos: “Este Distrito
está llamado a un gran progreso por las muchas y ricas minas de oro y plata que se encuentran en el suelo. Varias
de esas minas han sido ya denunciadas y algunas las están ya montando, como la de Curiaco, rica mina de oro y
plata que fue trabajada por los españoles y está en la misma región de las minas de la antigua plata”576. 

Al fin y al cabo, las viejas fundaciones, los establecimientos y pueblos del alto Caquetá, conformados por indígenas
Inganos y un pequeño núcleo de mestizos o blancos pobres, como era el caso de Mocoa, Yunguillo, Condagua,
Limón y de los poblados de negros y mulatos, cual Iscancé, seguían subsistiendo gracias a su antigua tradición
económica de lavar oro, lo que hasta entonces les había permitido mantener una economía modesta pero estable.

En consecuencia, en la segunda mitad del siglo XIX, grupos y reductos indígenas, lo mismo que negros y mestizos
del piedemonte del Putumayo con tradición en el laboreo de los placeres aluviales auríferos, continuaron traba-
jando como mineros sin menoscabo de sus otras actividades: agricultura, horticultura, caza, pesca, transporte
(como cargueros), etc. Más que por sometimiento a “patrones”, estos indígenas, negros y mestizos seguían ex-
trayendo ciertas cantidades del metal para “saldar” sus deudas con los comerciantes que, procedentes de Pasto
o del Tolima, los abastecían de ciertas herramientas, sal, telas, espejos, chaquira y muchas otras baratijas. Tales
deudas, por supuesto, nunca terminaban por saldarse, pues parte de la estrategia de los comerciantes y cacha-
rreros consistía, precisamente, en reproducir los vínculos del “endeude”.

Entre tanto, un buen número de empresas dedicadas a actividades extractivas buscaron también acceder a
los yacimientos mineros auríferos –en unos casos de aluvión y en otros casos de veta- en áreas de reconocida
tradición minera, como lo habían sido la Bota Caucana y el alto Putumayo. Lorenzana y Montoya, importantes
empresarios que tiempo antes habían sido socios principales de la Compañía de Colombia –la cual se dedicaba a
extraer las quinas del piedemonte de la Cordillera Oriental, en el Meta, donde se fundó La Uribe-, descubrieron
y accedieron, entre los años de 1888 a 1891, a un apreciable número de yacimientos, especialmente en Curiaco
y Platayaco.

572 ROCHA Joaquín. Memorandum de viaje… Pág.49.


573 QUINTERO W., Alejandro. “Informes del Prefecto Provincial del Caquetá…”. Págs. 320-332.
574 ROCHA, Joaquín. Memorandum de viaje… Págs. 30-39.
575 DOMÍNGUEZ OSSA, Camilo A. y GÓMEZ LOPÉZ, Augusto Javier. Nación y etnias… Pág. 57.
284 576 QUINTERO W., Alejandro. “Informes del Prefecto Provincial del Caquetá…”. Págs. 75-88.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Fotografía de Milciadez Chávez.


C.a. 1946. Archivo fotográfico ICANH.
Además del grupo familiar, el registro
fotográfico reseña: cerbatanas y redes
de pesca, implementos tradicionales
que permitían el adecuado acceso a
fuentes de alimento que el entorno les
brindaba.

Algunas de las minas adjudicadas a


Lorenzana y Montoya, entre los años
ya mencionados, fueron: “Prime-
ra”, “Segunda”, “Tercera” y “Cuarta”
mina, “La Española de Curiaco”, “Ce-
rro Alto de Curiaco”, “El Crucero de
Curiaco” y “Platayaco”, entre muchas
otras.

De igual manera, la Arquidiócesis de


Popayán, entre los años de 1907 a
1936, fue propietaria de varios yaci-
mientos como “La Cascada de Curia-
co”, “El Porvenir”, “La Centella”, “Jun-
tas de Granadillo” y “La Chorrera”577.

Llama la atención, también, en algu-


nos casos, el apreciable número de
adjudicaciones otorgadas por las au-
toridades correspondientes a ciertas
personas. Al señor Antonio Caldas,
por ejemplo, tan solo en el transcur-
so del año de 1910 le fueron adju-
dicadas 13 minas: `El Páramo´, `Las
Minas´, `Cerro Alto de Curiaco´, `La
Española de Curiaco´, `La Toma´, `Las
Quebradas´, `EL Rincón´ y muchas
otras, cuyos respectivos nombres fi-
guran en los registros de la época578,
ubicadas por igual en Curiaco.

Otro individuo no menos favorecido fue el señor Emilio Bizot, a quien le fueron adjudicadas 14 entre 1911 y
1921. Con menor número de adjudicaciones, pero también favorecidos, figuraban Juan Bautista González, Gon-
zalo Chávez M., Gómez L. Román, José Guerrero, Gonzalo Lourido y Luis Chede.

De acuerdo con la documentación consultada579 es posible argumentar que entre 1888 y 1944 no sólo fueron
adjudicados muchos de los yacimientos auríferos (antiguos y nuevos) en la Bota Caucana y el Putumayo, sino,
además, que la adjudicación y el usufructo de éstos se caracterizó en la época por la notable concentración en
manos de muy pocas personas. Queda también la sensación de que la injerencia política y administrativa que por

577 Véase: Registro Oficial, Estado Soberano del Cauca, Año I, No. 1, 1873 y hasta el año XXVIII, No. 2.166 de 1937. Véase
también del ACC: Fondo Minas, Legajo 269.
578 Ibid.
579 Ibid.
285
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

esos mismos años mantuvo el gobierno de Popayán sirvió para que se privilegiara a ciertas personas, en lo que a
adjudicaciones se refiere, así éstas, según parece, jamás visitaran las minas que les fueron otorgadas.

Igualmente, dejando de lado el prejuicio de aislamiento con que se figuraba al Putumayo y la Amazonia entera y
tal y como había sucedido notoriamente desde mediados del siglo XIX,580 los “viajeros científicos”, las “expedicio-
nes científicas”, los “botánicos” y “naturalistas” siguieron incursionando en la región en la primera mitad del siglo
XX, algunos incluso sin el permiso correspondiente ni el conocimiento del gobierno colombiano, con el propósito
de ubicar, explorar y recoger muestras de yacimientos auríferos y de otros recursos.

Muy poco se sabe, en el caso específico de la Amazonia, de las frecuentes expediciones que con los objetivos ya
señalados arribaron procedentes de Europa y Estados Unidos. No obstante, fueron más frecuentes y aún más
tempranas de lo que se pueda suponer. En esencia, se trató de grupos que, integrados por geólogos e ingenieros,
tuvieron interés especial en yacimientos auríferos (y petrolíferos), tal y como el que a continuación citamos a
manera de ejemplo:

“Los señores Marshall Page, Servard y Massey vinieron a este territorio el año pasado a hacer excursiones mine-
ras: fueron a los Estados Unidos y regresaron en septiembre último; se han ocupado exclusivamente en excur-
siones mineras, examinando yacimientos auríferos que les han indicado los vecinos de esta región: han ocupado
como operarios exclusivamente gente colombiana conocedora de las regiones mineras; sin embargo, se les ha
vigilado constantemente, por si tuvieran otras minas ocultas (…)”581.

A comienzos del mismo siglo, el Comisario Especial de Putumayo informó al Ministro de Gobierno del reciente
descubrimiento de una “región aurífera” que parecía ser muy rica en cuanto a las calidades y cantidades del
precioso metal, pero puesto que no existía un “informe exacto” y elaborado por una persona competente
acerca de la realidad y magnitud de tal riqueza aurífera recomendó a éste que se designara al destacado inge-
niero Alfredo White Uribe, quien a la sazón se encontraba en la zona y además se había ofrecido a emprender
una exploración de las tierras aludidas y a rendir el consiguiente ”informe científico, sin exigir ninguna retri-
bución por su trabajo”:

“Tengo el honor de informar a Su Señoría que en jurisdicción de este Distrito Capital de la Comisaría y a inmedia-
ciones del pequeño puerto fluvial de Umbría, se ha descubierto una región aurífera, que según datos obtenidos,
demuestra ser sumamente rica, y en este caso, su explotación sería muy importante y benéfica, en primer lugar
para los intereses nacionales, y en segundo, para nuestros compatriotas que se dediquen a la explotación y be-
neficio de estas minas, redundando en una gran fuente de prosperidad para estos pueblos y de útil y civilizadora
ocupación de sus moradores, ya que la industria de extracción de caucho en que antes se ocupaban se halla
postrada a consecuencia de la depreciación de este artículo en los mercados europeos”582.

580 El territorio del Putumayo tampoco escapó del avance y la expansión que el capitalismo decimonónico, y de comienzos
del siglo XX, emprendió sobre nuevos espacios en el continente americano en busca de materias primas, entre otros
múltiples propósitos de carácter económico y geopolítico. Además de las importantes expediciones de Alexander von
Humboldt (1800), Karl Friedrich Philipp von Martius (1820), Alfred Russell Wallace (1848), Richard Spruce (1849), Lewis
Herndon (1853), Jules Crevaux (1877) y muchas otras más de finales del siglo XIX y comienzos del XX, ingenieros, geólo-
gos, etc., ingresaron también a la Amazonia, en particular al Putumayo, en busca de muchos y muy variados recursos
dentro de ese contexto internacional de que nos hablaran Domínguez y Mejía: “En el siglo XIX, con el desarrollo de las
luchas imperialistas y la revolución industrial, se produjo una verdadera fiebre por descubrir nuevos territorios y nuevas
fuentes de materias primas. Directa o indirectamente los viajes de los grandes naturalistas y geógrafos respondían a
esas exigencias de la política y de la industria. El idealismo o la sagacidad de esos notables viajeros científicos sirvieron
para colocar la Amazonía al servicio de Europa y, luego, de los Estados Unidos” (DOMÍNGUEZ OSSA, Camilo A. y MEJÍA
GUTIÉRREZ, Mario. “Científicos y viajeros occidentales en la Amazonía”. En: Colombia Amazónica. Bogotá: Universidad
Nacional de Colombia; Fondo FEN–Colombia, 1987. Págs. 23-32).
581 GONZÁLEZ, Guillermo. “Carta del Comisario Especial del Putumayo dirigida al Ministro de Gobierno”. Mocoa, 21 de
octubre de 1915. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 755, Fols. 446-447.
582 GONZÁLEZ, Guillermo. “Comunicación del Comisario Especial del Putumayo dirigida al Ministro de Gobierno”. 28 de
286 Agosto de 1914. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera. T. 731, Fols. 168-170.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Aunque desconocemos si el ingeniero White elaboró el informe prometido, nos es posible afirmar sin embargo
que la zona se pobló y que esas riquezas no sólo fueron objeto de explotación sino que ya tenían dueño, según
lo informó el Comisario Enrique Puertas unos pocos años después:

“(…) llegué a Puerto Umbría, erigido en Corregimiento por Decreto No. 30 de 11 de agosto del año anterior.
Me tocó practicar la primera visita y cabe observar que sus moradores están dedicados de lleno al laboreo
de la mina de oro El Zambico, de propiedad del Doctor White Uribe mediante el sistema de arrendamiento
semanal, que permite al trabajador sacar el mineral a su costa, pagando al dueño la insignificante cuota de
$0.50 por semana. El río Caquetá y el Putumayo en sus afluentes el Orito y el San Juan, son ricos en minerales
de oro, y parece que esta industria ha debido ser la base para la colonización, sobre todo en lo que se refiere
a la colonia antioqueña que fracasó en Alvernia y que fue de bastante costo para el tesoro nacional”583.

En 1930, el también Comisario Especial del Putumayo Ricardo Cadavid informó al gobierno que muchos indi-
viduos, sin conocimientos geológicos de ninguna clase, habían encontrado en ese territorio minas de oro y las
estaban trabajando, y que “muchas gentes pobres se dedican en la región de Umbría al lavado de oro, y es rela-
tivamente considerable la cantidad que se vende de este precioso metal”584.  En ese mismo año, dicho Comisario
le solicitó al Ministerio de Gobierno que se erigiera en Corregimiento a Puerto Umbría argumentando que allí
vivían “alrededor de setecientos colonos blancos”585 dedicados sin duda al laboreo de los yacimientos auríferos.

Cabe revelar, además, que desde finales del siglo XIX y a lo largo del siglo XX fueron ingresando paulatinamente
al piedemonte, en particular al Putumayo, familias e individuos desprendidos de los Andes, muchos de los cua-
les encontraron en la labor minera una fuente para su sostenimiento. Es decir, tal y como había sucedido en la
segunda mitad del siglo XVIII, cuando esclavos negros huidos del Gran Cauca crearon los palenques de Cascabel
y Cascabelito, en el Putumayo, y vivieron de la explotación minera; en la época en mención, llegaron a la región
personas y agrupaciones con una tradición históricamente reconocida en las actividades de explotación aurífera
aluvial, como en el caso de los grupos negros del Pacífico y aquellos del norte del Departamento del Cauca con
una larga experiencia en el aprovechamiento de las arenas auríferas de ríos y quebradas desde que sus ancestros
bozales fueran esclavizados en la explotación de los Siete Reales de Minas de Quinamayó.

Es pertinente recordar también que la gente oriunda de Almaguer y otras áreas de la Bota Caucana gozaba así
mismo de una reconocida tradición minera que se remontaba a los tempranos tiempos coloniales. Por ello, no
debe sorprender que los misioneros capuchinos sedujeran o coaccionaran, precisamente, a familias y poblacio-
nes enteras del piedemonte para que abandonaran sus pueblos, que a la sazón pertenecían al ámbito político-
administrativo del Cauca, y se trasladaran a aquellos territorios del Putumayo que hacían parte de su jurisdicción
eclesiástica según lo ilustraremos con mayor detalle en otro apartado.

Como quiera que sea, la explotación de los yacimientos auríferos en el Putumayo, que se había iniciado en el
periodo prehispánico y continuó en la era colonial, fue también una importante actividad que estimuló la inmi-
gración y la colonización en los siglos XIX y XX, tal y como lo documentaron los investigadores Fernando Franco
y Hernando Valdés, quienes realizaron un estudio social y económico de la minería del oro en la jurisdicción de
Mocoa, en el interior de la cual distinguieron tres zonas productivas donde se laboraba con métodos de extrac-
ción diferentes: Puerto Limón (minería artesanal); El Jauno (minería de cerro); y Santa Lucía (minería arrastrada).

Ateniéndonos a sus planteamientos, se trata de una actividad que, sin permitir acumulaciones de capital, com-
bina productivamente la agricultura con la minería de subsistencia. Según su criterio, la minería, al igual que la
colonización campesina, les ha permitido a sus actores vivir y propiciar dinámicas de crecimiento local y regional
de importancia, más por la falta de alternativas que por su tamaño:

583 PUERTAS, Enrique. “Informe del Comisario Especial del Putumayo al Ministro de Gobierno”. Sucre, 2 de julio de 1924.
AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 905, Fols. 237–249.
584 CADAVID, Ricardo. “Informe del Comisario Especial del Putumayo…”. Puerto Asís, 28 de abril de 1930… Fols. 561-571.
585 CADAVID Ricardo. “Oficio dirigido al Ministro de Gobierno por el Comisario Especial del Putumayo”. 13 de noviembre de
1930. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de gobierno, Sec. Primera, T. 985, Fols. 592-593.
287
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

“No es aventurado afirmar que, en alta proporción, estas familias provienen de otras de campesinos pobres,
minifundistas, desarraigados, que no encontraron dentro de la estructura de la tenencia de la tierra de la zona
andina una solución a sus expectativas vitales, y se vieron precisadas a buscar en estas áreas de colonización
una perspectiva distinta, incluida la minería dentro de ella (…) Que entre los mineros de Mocoa, la intención
de migrar fuera por la posesión de la tierra, se fundamenta en el hecho de que el 70% son propietarios o
tenedores de fincas”586.

En síntesis, la minería aurífera, especialmente la de aluvión, ha sido en el Putumayo una actividad económica
que se remonta a los tiempos prehispánicos e históricamente ha hecho parte de complejos sistemas culturales
y de reproducción de distintas sociedades indígenas, lo mismo que de grupos humanos muy diversos los cuales
han encontrado en el aprovechamiento de los yacimientos una fuente importante de complementariedad eco-
nómica, es decir, apto para el intercambio y el aprovisionamiento de otros recursos y otras mercancías, más allá
de la simple acumulación.

Como había sucedido desde el siglo XVI, la búsqueda y el aprovechamiento de yacimientos auríferos fue también
en los siglos XIX y XX un factor más de atracción, hacia el piedemonte del Putumayo, de individuos, familias y gru-
pos humanos procedentes de los Andes y el Pacífico, como ya dijimos. Entre tanto, los intentos de crear pueblos
o reducciones con indígenas amazónicos, como parte de las políticas gubernamentales de poblar e incorporar el
territorio, se fueron abandonando desde mediados del siglo XIX. Desde entonces se procuró más bien fomentar
la inmigración y la debida conformación de núcleos de población blanca mediante estímulos, como la adjudica-
ción de tierras y otras concesiones, en particular a partir de la época en que los regímenes liberales decidieron
emprender la creación del Territorio del Caquetá, según comentamos al inicio de este capítulo.

El incentivo a la inmigración y fundación de establecimientos de blancos se convirtió así en el fundamento de las


posteriores políticas de colonización e incorporación territorial permanente del piedemonte y de toda la frontera
amazónica. Durante muchos años, y especialmente durante las décadas de labor misional capuchina, dichas polí-
ticas buscaron también y de manera deliberada que los nuevos centros poblacionales se fundaran y fomentaran
en el interior de la geografía de los territorios étnicos con el propósito de servir de ejemplo “civilizador” y de
integración de los grupos indígenas.

En la práctica se trataba de poner al servicio de los colonos (y, en general, de la colonización), a una apreciable
población indígena que, en contraste con el piedemonte del Caquetá, en el Putumayo conformaba varios pue-
blos, es decir, una fuerza de trabajo extraordinariamente adaptada a aquellos ambientes y paisajes, una fuerza
de trabajo que, calificada de “servicial”, fue útil para los nuevos habitantes en la medida que resultaba barata,
cuando no gratuita o enteramente sometida a ignominiosa servidumbre:

“También me aventuro a decir que se debe empezar con la catequización y colonización del Putumayo, porque
todos quieren ir al Putumayo y raros al Caquetá, a no ser con repugnancia, porque en el Putumayo hay cinco pue-
blos de indígenas catecúmenos muy serviciales y regularmente escalonados; tales indios entienden castellano y
muchos de ellos saben dialectos de las tribus salvajes, con quienes se comunican”587.

Tal política de población con base en inmigrantes blancos fue fundamental dentro del proceso de colonización,
como expresamente lo planteó la Misión capuchina desde que se estableció en el Putumayo, a finales del si-
glo XIX, y se llevó a la práctica en los albores de la nueva centuria. En plena concordancia con los objetivos de
aquella, los capuchinos estimularon y ayudaron a conformar deliberadamente “colonias de blancos” dentro de
los territorios indígenas. En consecuencia, tanto la política como su ejecución caracterizaron desde entonces la
colonización del Putumayo y, en gran medida, el proceso de incorporación de la frontera amazónica colombiana:

586 FRANCO, Fernando y VALDÉS CARRILLO, Hernando. “Minería artesanal del oro en Mocoa”. En: GÓMEZ LÓPEZ, Augusto
Javier. (Ed.) Putumayo. Una historia económica y sociocultural– Texto guía para la enseñanza. Texto inédito presentado
al Ministerio de Cultura, 1998, Gaia-Danida y Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2003. Págs. 618-638.
587 Véase: “Informe del Prefecto de la Provincia del Caquetá”, Mocoa, 12 de abril de 1890 (QUINTERO W., Alejandro. “In-
288 formes del Prefecto Provincial del Caquetá…”. Págs. 75-88).
Cofanes pescando con barbasco. Río
Guamués-Putumayo. Richard Evans Schultes.
(1941-1961). El Bejuco del Alma. Los médicos
tradicionales de la Amazonía colombiana,
sus plantas y rituales. Banco de la República
Uniandes. Editorial Universidad de Antioquia.
1994. Bogotá.

“Poco después (de construido el camino


a Mocoa), con el fin de impulsar el movi-
miento colonizador, procuramos la inmi-
gración intensiva, fundando en diferentes
tiempos las colonias de Puerto Asís, Alver-
nia y Sucre. Todos estos centros están en
lugares a propósito para que sus habitan-
tes, con los hábitos de trabajo y forma de
vida, sirvan de estímulo a los naturales y
los familiaricen con la civilización. Alvernia
está fundada en dirección al Caquetá y cer-
ca de los pueblos de indios de Condagua
y Yunguillo; Puerto Asís está en las riberas
del Putumayo, y desde allá extiende su
benéfica influencia entre las numerosas
tribus de indios existentes en dicho río; Su-
cre, por fin, está en medio de los tres pue-
blos de indígenas que existen en el valle de
Sibundoy”588. 

Desde finales del siglo XIX, y de manera


más sostenida y creciente desde que se
inició el XX, se incentivaron procesos de
colonización que se fueron extendiendo
desde Mocoa hacia las tierras de asentamientos indígenas bajo su influencia y jurisdicción: Condagua, Puerto
Limón, Yunguillo y luego Villagarzón. La antigua población de Mocoa, por su parte, continuó siendo el epicen-
tro o estratégico lugar de confluencia y avance de individuos, familias y grupos de inmigrantes que, proceden-
tes de los Andes, fueron poco a poco estableciéndose en el piedemonte; muchos de ellos, sin embargo, prosi-
guieron su peregrinaje en busca del río Putumayo o de las tierras de la recién fundada colonia de Puerto Asís.

Contrario a la imagen que se ha difundido, y mucho antes de iniciarse la llamada Violencia, dichos procesos de
ocupación y colonización se habían emprendido ya desde los comienzos del siglo XX, de tal manera que indivi-
duos y familias procedentes especialmente de Nariño y Cauca, fueron descendiendo de la Cordillera, dando lugar
así a nuevos establecimientos rurales y urbanos y provocando una presión creciente sobre los indígenas y sus
territorios. Esta situación continuó y aun se intensificó en las décadas de 1950 y 1960 por efecto de las nuevas
corrientes migratorias, es decir, de oleadas de campesinos que habían sido expulsados de los Andes y los valles
profundos del Cauca y el Magdalena a raíz de los conflictos bipartidistas y como consecuencia de los procesos de
despojo y posterior concentración de las tierras económicamente activas, en particular de aquellas dedicadas a
la producción cafetera en el Antiguo Caldas y en el norte del Valle del Cauca y de Tolima.

588 CANET DE MAR, Benigno de. Las misiones católicas en Colombia... Pág. 16.
289
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Es preciso destacar también aquí que la imagen difundida en el curso de la segunda mitad del siglo XX, según
la cual los colonos que fueron ocupando las tierras del piedemonte amazónico del Putumayo, y que en tal con-
dición de ocupantes talaban el bosque y adecuaban e incorporaban “tierras nuevas”, con hacha y machete, no
es del todo exacta. La documentación a la cual tuvimos acceso nos permitió establecer, por el contrario, que
comúnmente los colonos pioneros emprendieron en sus comienzos la ocupación y el despojo de las tierras ya
cultas y cultivadas por los grupos y reductos de la población indígena sobreviviente.

Los indios fueron frecuentemente incorporados como mano de obra endeudada y servil, según lo constató el
investigador Milciades Cháves, y gracias a ella se fomentaron la agricultura y la ganadería en las que hasta en-
tonces habían sido sus propias tierras, chagras y sementeras. Entre tanto, otros prefirieron emprender un largo
peregrinaje para así escapar del trato con colonos, misioneros, comerciantes y los nuevos empresarios y especu-
ladores de tierra, tanto como de sus abusos:

“Toda esta colonización, desde su primera entrada, encontró al elemento indígena perfectamente adaptado al
medio. En la Comisaría del Putumayo estaban asentados los grupos Ingano, Siona y Kofán. En el choque de estas
dos culturas y al contacto de los dos tipos de economía, necesariamente tuvo que salir perdiendo el indígena:
el colono, siguiendo un proceso lógico de la vida económica, explotó a aquél, lo engañó de mil formas y lo hizo
trabajar para sí. Éste, para defenderse, no encontró otro camino que replegarse a las regiones donde el colono
no había llegado, cediendo su posición y buscando otras regiones de menor valor económico”589.

Haciendo acopio de todos estos planteamientos y perspectivas relativos a la colonización pionera del piedemonte
del Putumayo, y buscando esclarecer el subsiguiente avance de los colonos y la pérdida de los territorios indíge-
nas, al igual que la servidumbre de éstos y su expulsión, hemos construido una síntesis de dichos procesos apo-
yándonos en los casos específicos de Yunguillo, Condagua, Puerto Limón. Así mismo, nos referiremos al surgimien-
to de Villagarzón y las respectivas fundaciones de Alvernia y Puerto Asís, cuya influencia, en el último poblado,
se fue incrementando desde el momento en que se iniciaron los trabajos de exploración petrolera y todavía más
cuando los hallazgos del mineral fueron confirmados.

Con el propósito de contribuir, por lo tanto, a la comprensión histórica de esos procesos de colonización y su
impacto en los indígenas y sus territorios, elaboramos las síntesis respectivas con la esperanza de dar cuenta
del conjunto de los procesos de colonización en el piedemonte amazónico y en particular en el piedemonte del
Putumayo. Hemos preferido referirnos en primera instancia al caso de Yunguillo, por ser éste el establecimiento
inga más septentrional y más distante bajo la jurisdicción de Mocoa, e incluso donde la influencia y el choque de
la colonización blanca acaecieron mucho después en la medida que sólo alcanzó las tierras indígenas ya avan-
zada la segunda mitad del siglo XX y por efecto de la conjugación de diversos factores que ahora expondremos.

5.1.1. Yunguillo

De lengua inga, los indígenas de Yunguillo fueron, quizá, la avanzada más septentrional del idioma quechua,
la misma que a comienzos del siglo XX se seguía hablando allí en Condagua, Mocoa y sus caseríos adyacentes
hasta San Vicente, en el Putumayo, así como en Santiago y San Andrés, en el valle de Sibundoy, y en Aponte, en
Nariño590. 

A comienzos del siglo XX, Yunguillo, que en quechua significa “valle caliente” (780 m.s.n.m. y una temperatura
media de 27°) estaba situado todavía en una meseta que es una mina de aluvión y cerca de la cual desemboca
en el Caquetá el río Villalobos.

La formación de Yunguillo, según Miguel Triana591, estuvo relacionada con la dispersión de los indios Mocoas.
Dicha dispersión se produjo como consecuencia del ingreso de los blancos, en los albores del siglo XVI, a Mocoa,
donde efectivamente y bajo la institución de la encomienda se explotaron los yacimientos auríferos del piede-

589 CHÁVES CH., Milciades. “La Colonización de la Comisaría del Putumayo…”. Pág. 587.
590 ROCHA, Joaquín. Memorando de viaje… Págs. 24-25.
290 591 TRIANA, Miguel. Por el sur de Colombia… Págs. 349.
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Augusto Javier Gómez López

monte, en especial los localizados en las cercanías de Sucumbíos y la antigua Ágreda, la cual, según menciona-
mos ya, se fundó de nuevo bajo el nombre de Mocoa.

Las fuentes históricas han permitido establecer que a comienzos del siglo XX los indígenas de Yunguillo tenían
como base de su economía la caza; para realizarla, emprendían largas jornadas de varios días, e incluso de sema-
nas. Aparte de esta actividad, se dedicaban también a la agricultura, la minería aurífera y la ganadería vacuna,
cuya adopción y adaptación databa de mediados del siglo XIX, cuando de manera gradual fueron incorporándose
reses. Sin embargo, su cría y levante fue lesionada por la devastación que de los ganados hicieron los murcié-
lagos hematófagos de acuerdo con la descripción del presbítero Manuel María Albis592, quien además dejó una
sucinta relación de las costumbres de los indios:  

“Mientras las mujeres trabajan, pasan los varones la vida dentro de sus moradas disfrutando del dulce placer
de no hacer nada, ó á veces afuera en cacerías, como va dicho, que duran varios días y aun semanas. Antes de
emprenderlas, y al entrar al monte, tienen la singular costumbre de purgarse con una yerba que llaman yoco. No
tienen escopetas, pues son muy pobres para comprarlas, ni flechas con arco, sino simplemente bodoqueras de
flecha herbolada con el veneno que preparan los carijonas del Yarí, ó que se trae de Iquitos. Y sólo por descansar
algunos días del ocio ó de la caza, se ocupan entonces en lavar oro que siempre están debiendo á negociantes de
Mocoa ó del Tolima, sin que estas deudas, lo mismo que las de los descanseños, lleguen á saldarse por completo
jamás”593. 

Los habitantes indígenas de Yunguillo hicieron parte de una red más amplia de circulación de productos entre las
tierras bajas y altas y viceversa, pero desconocemos las dimensiones históricas y temporales durante las cuales
ejercieron ese papel de intermediarios. De todas maneras, sabemos con precisión que en el siglo XIX estuvieron
vinculados al comercio de la sal, de cuyo intercambio se habrían ocupado algunos indios de Yunguillo para, de
mano de los Andaquíes, recibirla e introducirla con el fin de abastecer a otros grupos establecidos en el piede-
monte y el interior de la Amazonia.

A mediados de la centuria, José María Quintero “cocinaba” sal “prieta y medio amarga” extraída de los salados
de Yunguillo. La explotación y comercialización de la sal fue, por lo tanto, uno de los factores de atracción inicial
de inmigrantes del Gran Tolima hacia los territorios de los indios Andaquíes y de los Inga de Yunguillo a partir de
la década de 1890, cuando aquellos, que secularmente se habían resistido a todas las campañas de pacificación,
se encontraban en la más lamentable decadencia y extinción:

“Corre la tradición de que un indio de Yunguillo comerciaba con los Andaquíes en artículos traídos de Pasto a
Mocoa, a cambio de sal. Una vez le mostraron aquellos indios un trozo de sal vijua y le prometieron indicarle la
mina. Al siguiente viaje, temeroso de un engaño, aunque él era muy querido de sus parroquianos, llevó consigo
un compañero, a quien los Andaquíes le quemaron los pies durante el sueño; amedrentado el de Yunguillo, re-
gresó sin conocer el banco de sal y suspendió su comercio. Los tolimenses continuaron entonces un comercio
análogo que han conservado hasta el presente, y vienen a Yunguillo y Mocoa con la misma sal, a trueque de
oro corrido. Así se descubrió la fuente de Santa Bárbara al comercio de los blancos de uno y otro lado de la
cordillera”594.

Entre Pitalito y Mocoa había una trocha, cuyo origen debió ser el de un viejo camino prehispánico, por la cual
transitaban todavía indios cargueros ya avanzado el siglo XX595.  En tiempos de las quinas, es decir, durante la
década de 1870 y comienzos de la de 1880, bueyes y caballos entraban cerca de Yunguillo para introducir víveres
con los que se abastecía a los extractores de las cortezas.

592 Citado por: DOMÍNGUEZ OSSA, Camilo A.; GÓMEZ LÓPEZ, Augusto Javier y BARONA BECERRA, Guido. Geografía física y
política… Pág. 127.
593 ROCHA, Joaquín. Memorandum de viaje… Pág. 27.
594 TRIANA, Miguel. Por el sur de Colombia… Pág. 353.
595 PREFECTO APOSTÓLICO DEL PUTUMAYO. “Informe al Ministro de Gobierno acerca de la apertura de caminos”. Sucre, 21
de abril de 1921. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 1081, Fols. 59-60.
291
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Hasta inicios del siglo XX se consideró que entre el pueblo de Yunguillo y el de Descansé o Iscansé, como se lo
llamaba en tiempos coloniales, se encontraba la frontera, por aquellos lados, entre “la civilización y la barbarie”:
“Descanse el último escalón de la civilización colombiana, está todavía dentro de la civilización, en tanto que
Yunguillo es ya la entrada al piélago de la barbarie caquetense”596. 

No obstante, la fuente de agua salada o salina de Santa Bárbara, cerca del río Villalobos, que virtualmente fuera
dada en concesión, en una extensión de cuarenta mil hectáreas, a la razón social Durán Cuellar & Compañía
en el año de 1891, fue un factor de atracción de extractores y comerciantes del Gran Tolima durante la guerra
de los Mil Días. Gracias a ella fue posible abastecer con este preciado recurso a muchas de las poblaciones del
Gran Cauca y el Gran Tolima, las que, por lo general y hasta antes del conflicto, solían adquirirlo en las salinas de
Zipaquirá.

La pretensión de los capuchinos de establecer allí colonos a comienzos de la década de 1920 −pues según cálcu-
los del Prefecto Apostólico “acomodaríanse holgadamente 30.000” de ellos-, se vio obstaculizada por los benefi-
ciarios de la referida concesión; de hecho, de acuerdo también con el mismo Prefecto, varias familias de las que
ya se habían establecido fueron obligadas a retirarse por presiones de los adjudicatarios597. 

El Comisario de Putumayo, Joaquín Escandón, había propuesto ya formalmente en 1912 que los caseríos de
Yunguillo, Descansé, Condagua y Santa Rosa, pertenecientes a la sazón al Departamento del Cauca, fueran agre-
gados a la Comisaría a su cargo porque así resultaría mucho más fácil administrarlos. El interés de las autoridades
civiles del Putumayo, pero sobre todo las políticas capuchinas de fomentar la colonización y la población en el
área de su jurisdicción eclesiástica, propiciaron acciones de facto en este sentido.

Gracias a las diversas maneras en que los misioneros sedujeron a los indios, se logró el “traslado del pueblo” de
Yunguillo a la banda derecha del río Caquetá, donde ya por el año de 1928 éstos habían iniciado obras de cons-
trucción de casas, escuelas e iglesia, permaneciendo inalterables, eso sí, en la banda izquierda, los tradicionales
terrenos de cultivos y pastos de las familias inganas.

Según lo manifestó el Secretario de Gobierno del Cauca al Ministro de Gobierno, dicho traslado lo habían llevado
a cabo los indios, “instigados por los Reverendos Padres Capuchinos”598. Aunque tarde, el Gobernador del Cauca
los acusó ante instancias superiores por esta acción, y si bien el traslado era ya un hecho cumplido los misioneros
se afanaron en dar respuesta a sus acusaciones pues ya eran muchas más las que cundían a la sazón en contra
suya por causa de su “arbitrariedad y esclavización de los indios”:

“Procurador Misiones Capuchinos. Lamento la queja del Gobernador del Cauca. Indios Yunguillo tenían el pue-
blo al lado izquierdo del río Caquetá que corresponde al Cauca y se pasaron al frente o sea a la banda derecha
que pertenece a la Comisaría del Putumayo y no a la de Nariño como se me dice. Ningún Misionero intervino
en este cambio que fue de exclusiva iniciativa de los indios como puedo probar fehacientemente. Se trató de
disuadirlos y empeñáronse en trasladar el pueblo. No nos opusimos por varias razones. Primera:- Por carecer los
Misioneros de la autorización legal para impedirlo. Segunda:- Nuestra oposición hubiera servido a los enemigos
para acusarnos de arbitrariedad y esclavización de indios pues ya lo han publicado sin fundamento en otras
ocasiones, llegando a impresionar desfavorablemente al Ministro. Puede calcularse, qué (sic) sería dándoles
fundamento. Tercera- No alejarlos de influencias catequización misioneros. Cuarto- Al oponernos se hubieran
alejado mucho, con detrimento de la cristiana civilización. Puedo decir Ministro que el Cauca expónese a que
desaparezcan también los pueblos de Sta. Rosa, Descansé, pues constantemente los tienen muy quejosos por-
que no tienen camino, mantienen alcaldes inmorales que los turban y porque les exigen los mismos impuestos
que a los pueblos civilizados del departamento (...)”599.

596 ROCHA, Joaquín. Memorandum de viaje… Pág. 31.


597 PREFECTO APOSTÓLICO DEL PUTUMAYO. “Informe al Ministro de Gobierno…”. Fols. 59-60.
598 VELASCO, Luis. “Oficio del Secretario de Gobierno del departamento del Cauca dirigido al Ministro de Gobierno”.
Popayán, 29 de diciembre de 1928. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 964, Fol. 636.
599 TOTANA, Alfredo M. de. “Memorial del Procurador de las Misiones Capuchinas en Colombia dirigido al Ministro de Go-
292 bierno”. 11 de febrero de 1929. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 975, Fol. 498.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

A mediados del siglo XX y conscientes de la amenaza que podría significar para ellos y sus territorios el arribo de
colonos, los indios de esta localidad le solicitaron al Ministro de Agricultura que ordenara la aprobación, como
resguardo indígena, de un globo de terreno cuyos linderos y características describieron en el respectivo memo-
rial. Con un total de 330 habitantes, entre mayores y menores de edad, dedicados a la agricultura y la ganadería
y en comunicaciones permanentes con Descansé y Mocoa, los peticionarios declararon tener, dentro del área so-
licitada como resguardo, unas 800 hectáreas cultivadas con pastos artificiales y naturales; 400 hectáreas dedica-
das al cultivo de maíz, plátano, yuca, caña de azúcar, hortalizas, árboles frutales, etc.; 500 hectáreas de rastrojos;
y una casa de habitación en los respectivos “lotes de mejoras agrícolas” aparte de las viviendas que algunos de
ellos poseían en el (nuevo) pueblo de Yunguillo, en la margen derecha del río Caquetá, frente a la desemboca-
dura de su afluente Villalobos. Incluso disponían, todavía, de una buena parte de sus posesiones y mejoras agrí-
colas en la margen izquierda del gran río, es decir, donde décadas atrás se había establecido el antiguo poblado.

No obstante la declaración de los indios de que sus cultivos todavía estaban lejos de la influencia colonizadora,
temían las dificultades y molestias causadas por los colonos y la dispersión, como ya estaba sucediendo con las
parcialidades vecinas:

“La región cultivada por nosotros está aislada de la colonización del Putumayo y del Cauca, pero tememos que
en un día no muy lejano vendrán familias colonizadoras de los departamentos vecinos con lo cual nos crearán
dificultades para conservar nuestra mejoras y cultivos antiguos. Bien conoce ese ministerio las dispersiones de
las parcialidades indígenas debido a los pleitos y molestias de personas sin conciencia y abusivos con nuestra
debilidad. Las parcialidades indígenas de Mocoa y Pto. Limón están dispersas en su totalidad por los motivos
indicados”600. 

El por entonces obispo y vicario apostólico de Sibundoy, le encomendó también al Ministro de Agricultura que se
preocupase de dar curso a la solicitud de creación del resguardo elevada por los indígenas de Yunguillo el 28 de
junio de 1952 “para asegurar los terrenos de cultivo”, porque sólo así se podría evitar que colonos procedentes
de otros lugares los invadiesen. Incluso argumentó que “la experiencia ha demostrado que, si no es a base de
resguardo, ellos abandonan fácilmente sus terrenos ante cualquier molestia o importunidad de los colonos, y se
alejan del poblado, con las graves consecuencias que esto supone”601. 

Pocos meses después, el prelado recibió una copia del Decreto 2536 del 29 de septiembre de 1953 mediante la
cual se sancionó, para beneficio de la parcialidad de indígenas de Yunguillo, la destinación de los terrenos bal-
díos del Corregimiento comisarial de Mocoa602, y en ese mismo año se practicó una visita ocular con el objeto de
reconocer los terrenos solicitados como resguardo.

En los documentos resultantes de dicha visita se expresó que allí no había colonos y se informó, además, del
considerable aislamiento en que vivían los pobladores de este pueblo por obra de la escabrosa topografía y de la
literal inexistencia de caminos, factores estos últimos que no sólo permitían explicar en gran medida dicho aisla-
miento sino la ausencia, hasta entonces, de avanzadas de colonos y, por supuesto, de procesos de colonización
en dirección a Yunguillo:

“Para penetrar al lote de Yunguillo no existen vías propiamente dichas, porque solamente existen unas mal traza-
das trochas o brechas que los indígenas han construido por las riberas escabrosas del río Caquetá. Para penetrar
Yunguillo por Santa Rosa (Cauca) necesariamente el valiente colono se ve obligado a construir una brecha por
entre la manigua –mediante el sable filoso- para recorrer unos 30 kilómetros en dos días, pero esto en tiempos

600 INDÍGENAS DE LA PARCIALIDAD DE YUNGUILLLO. “Memorial de varios miembros de la parcialidad de Yunguillo, dirigido
al Ministro de Agricultura y Ganadería”. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 187, carpeta 1569, Asun-
tos Indígenas, Fols. 36-39.
601 OBISPO DE SIBUNDOY. “Comunicación de Fray Plácido, Obispo Vicario Apostólico de Sibundoy, dirigida al Ministro de
Agricultura”. Sibundoy, 22 de julio de 1952. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 187, carpeta 1569,
Asuntos Indígenas, Fols. 27-28.
602 FORERO VALDÉS, Jaime. “Copia del Decreto número 2536, enviada por el Director del Departamento de Recursos Na-
turales al Vicario Apostólico de Sibundoy”. 14 de enero de 1953. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja
187, carpeta 1569, Asuntos Indígenas, Fols. 1-2.
293
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

de verano. Para penetrar a Yunguillo por Mocoa-Condagua se recorre un camino de herradura de unos 25 kiló-
metros hasta un punto llamado Zancudo, para abrirse luego por entre la selva construyendo trocha que siguen
por la margen derecha del río Caquetá –gastando en llegar unos dos días en tiempo de invierno y uno en tiempo
de verano-”603. 

En la providencia ministerial del 11 de diciembre de 1952 relativa a la creación del resguardo se observó que
era indispensable reducir el área de resguardo “a 6.600 hectáreas, de conformidad con el número de habi-
tantes (330) y lo dispuesto en el Artículo 1 de la Ley 60 de 1916”604, y el 29 de septiembre de 1953, en virtud
de la aplicación del mencionado Decreto 2536, se destinaron “4.320 hectáreas de terrenos baldíos” para la
parcialidad indígena de Yunguillo, incluido el levantamiento del plano respectivo605.  Sin embargo, la inquietud
y preocupación de los indios, en vez de mermar, se acentuó en ese mismo año por causa de la cercanía del
avance colonizador y así reiteraron la urgente necesidad de crear el resguardo:

“También manifestamos al ministerio que urge la creación de este resguardo por cuanto las colonizaciones de
individuos procedentes de Nariño y del Cauca ya están muy aproximadas al lote que pedimos. Nosotros que-
remos evitar querellas y pleitos como los que suceden a nuestros compañeros de Condagua y otros conglo-
merados indígenas del Putumayo, que se han dispersado por pleitos y molestias con familias de colonos”606. 

Sin refutar del todo tales temores, cabe aclarar al respecto que en los años sesenta, en contra de sus propios
pronósticos, sus tierras comunales no habían sido aún objeto de disputa ni de la presión colonizadora y que
los indígenas continuaban en el mismo aislamiento de las décadas anteriores, primero, porque no se había
emprendido obra alguna de construcción ni adecuación de caminos y, segundo, porque las drásticas medidas
de los misioneros, en particular la política expresa del padre Isidoro de impedir el ingreso de los llamados
blancos, habían contribuido hasta entonces al mantenimiento de aquel estado.

Minga Inga. Río Quebradon. Archivo particular María Fernanda Sañudo. 2001.
Mantenimiento de caminos y pasos sobre el río Quebradon por medio del trabajo comunitario.

Aunque el nombrado padre había sido contundente al ordenar a los miembros de su comunidad que le exigie-
sen a cualquier “blanco” que allí ingresase un pase o salvoconducto militar como único medio de identificación,
puesto que la cédula de ciudadanía carecía de valor alguno, no por ello esta supuesta defensa de los intereses
de los indios lo eximió de convertirse en objeto de múltiples acusaciones originadas en los destierros, las agre-
siones verbales, las multas y sanciones y, en fin, todos aquellos excesos cometidos en contra de sus feligreses,
fuera de su renuencia a impedir la presencia de otras autoridades distintas a las de su orden, según lo denunció
el Comandante del puesto de policía de Yunguillo:

“Respetuosamente me permito informar a ese comando, que esta región es apta para la ganadería y agricul-
tura, como también hay minas de oro, únicamente hace falta un camino de herradura, con el fin de poder
transportar los productos a Mocoa. Esta región se encuentra habitada aproximadamente por unas 100 fami-
lias indígenas, quienes se encuentran al mando del padre ISIDORO, a quien ellos obedecen y puede decirse
son sus esclavos (les tiene prohibido dar posada a gentes blancas, y tampoco deja que los indígenas les ven-
dan nada), motivo por el cual los nativos no tienen nada de propiedad. El padre Isidoro me manifestó que aquí
no tenía ningún blanco porqué venir a meterse a trabajar, que él tenía un globo de terreno de 5000 hectáreas
como resguardo de los indígenas, para que exclusivamente trabajaran los indios en conjunto y nadie más (...).

603 SÁNCHEZ, José Celestino. “Acta de la visita ocular practicada por el Inspector Nacional de Recursos Naturales en los ter-
renos solicitados para la creación del resguardo de Yunguillo”. 1953. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior,
caja 187, carpeta 1569, Asuntos Indígenas, Fols. 28-29.
604 SÁNCHEZ, José Celestino. “Comunicación del Inspector Nacional de Recursos Naturales dirigida a la comunidad de Yun-
guillo”. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 187, carpeta 1569, Asuntos Indígenas, Fol. 35.
605 COLOMBIA, República de. “Decreto número 4320, por medio del cual se destinan terrenos para la Parcialidad de Yun-
guillo”. 29 de septiembre de 1953. AGN: Sec. Republica, Fdo. Ministerio de Gobierno, caja 187, carpeta 1569, Fols. 3-6.
Véase, también, sobre el mismo asunto: COLOMBIA, República de. “Decreto número 2536”. 29 de septiembre de 1953.
AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 198, carpeta 1738, Fols. 12-13.
294 606 INDÍGENAS DE LA PARCIALIDAD DE YUNGUILLO. “Memorial de varios miembros de la Parcialidad de Yunguillo...”. Fol. 12.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

El Señor Gobernador de los indígenas tiene órdenes especiales para los que no porten el salvoconducto, los
amarren bien de patas y manos, le den rejo y los traigan después para Mocoa”607.

El padre Isidoro atendía, además de los deberes religiosos, los asuntos civiles, criminales y de policía. Por causa
de su abierta “hostilidad con los blancos”, no sólo el Comando policial tuvo que retirar la comisión de agentes allí
destacados sino que se encargó de sancionar a varios indígenas: Rafael Chindoy fue obligado a embalastrar 30
metros de camino por haberle dado posada al blanco Rubén Enríquez, vecino de Condagua, e instruyó al Cabildo
para que a Eulalia Becerra, viuda y pobre de solemnidad quien había tenido un hijo sin estar desposada, fuera de
despojársela, se “la sacara del vecindario y le quemaran su chocita y no la dejaran trabajar en un lotecito de me-
dia hectárea que es lo único que posee”. Adicionalmente, ordenó a las dos hijas mayores a que la abandonaran
y por esta persecución la mujer debió esconderse.

El padre fue acusado también de “ultrajar soezmente” a sus feligreses, de obra y de palabra, incluso durante la
misa −a veces por el simple hecho de que éstos no lograban responderle sus preguntas acerca del catecismo-, y
se denunció, inclusive, que había enviado a la cárcel al Gobernador indígena, Salvador Chindoy, sin que hubiera
cometido falta ni delito alguno que justificaran tal pena608.

Así, y bajo el régimen impuesto por el despiadado misionero, todavía en 1967 ningún colono o blanco se hallaba
entre los indígenas de Yunguillo, a no ser el maestro de la escuela y su esposa, quienes ejercían la docencia con-
tratados por los propios capuchinos pues éstos dirigían aún la educación subvencionada por el gobierno.

El tradicional aislamiento del poblado, que como ya mencionamos se había mantenido por la falta de vías de
comunicación, contribuyó a que el transporte de mercancías, el cual debía emprenderse por abruptos caminos,
lo siguiesen realizando hombres a pie y a excesivos costos.

Por esta razón, sus habitantes debían consumir casi todos los bienes que producían, con excepción de los obteni-
dos del ganado vacuno y porcino, cuya cría, levante y engorde se constituyeron, en pocos casos, en una fuente de
riqueza importante para algunos de los indios que vendían los semovientes a comerciantes que a tal fin acudían
desde Mocoa.

En consecuencia, a pesar de la proliferación de las políticas, los planes y programas de “fomento” agropecuario e
industrial que caracterizaron los gobiernos de la época −los que en esencia obedecían a la necesidad de instaurar
un modelo de “desarrollo”-, y de las intenciones del Programa de Desarrollo Económico y Social para las Culturas
Indígenas de la Comisaría Especial del Putumayo 1968-1973 tendientes a la “integración”, ni ese “desarrollo” ni
esa “integración” se habían producido aún.

Aunque con la molesta falta de acueducto y otros servicios públicos, ese aislamiento había favorecido, de suyo,
el mantenimiento de vínculos comunitarios y la reproducción de ciertos patrones culturales, e incluso la insti-
tución indígena del cabildo, pero sobre todo había contribuido al usufructo y tenencia “quieta y pacífica” de las
tierras indígenas, es decir, lejos de las perturbaciones que, en virtud del avance de la colonización, ya se venían
produciendo en otras áreas del Putumayo pobladas por indios:

“La salud es allí un don de Dios, solamente disponen de sus plantas medicinales para aliviar sus dolencias y no
tienen ´curaca’ como en otras parcialidades. Para luz utilizan petróleo y algunas resinas vegetales. La alimen-
tación gira alrededor del plátano y el maíz; preparan bebidas de este producto: la de plátano la denominan
chucula y la de maíz chicha – como en todas partes. También, preparan una saludable bebida a base de chon-
taduro; cultivan y consumen yuca, cacao y café. Varias familias son acomodadas; tienen un buen número de
cabezas de ganado, fuente de riqueza y de comercio de la comunidad por ser lo único que venden a negocian-
tes que viajan desde Mocoa, pues, ninguno de los artículos que allí producen los dan a la venta a causa de lo

607 MORENO VIZCAÍNO, Jesús. “Informe del Comandante del Puesto de Policía de Yunguillo”. Mocoa, 17 de julio de 1963.
AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 205, carpeta 1852, Asuntos Indígenas, Fols. 32-33. Las mayúsculas
son del original.
608 GUERRERO QUIRÓS, Segundo J. “Informe del Inspector de Policía de Yunguillo dirigido al Contra-Almirante Jefe de
Operaciones Navales”. 4 de enero de 1963. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 205, carpeta 1852,
Asuntos Indígenas, Fols. 24-29.
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Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

caro del transporte que es humano solamente. La llevada de una arroba de allí a Mocoa o viceversa vale $30.
oo, entonces son autoconsumidores de sus productos. Sin embargo, con la cría y engorde de ganado vacuno
y cerdos existe un buen numero de familias pudientes”609. 

No obstante la imperturbable tranquilidad de la cual todavía disfrutaban los indígenas de Yunguillo, amén de la
relativa prosperidad que algunos habían logrado con sus actividades ganaderas, las noticias que a partir de 1967
se empezaron a difundir, respecto de la legalidad de los títulos de las tierras de su resguardo, anunciaban ya las
dificultades, las presiones y los conflictos que en los próximos años surgirían al ritmo de los procesos de integra-
ción económica y sociocultural del piedemonte amazónico y en particular de aquella población que a comienzos
del siglo XX aún se tenía por frontera entre la civilización y la barbarie.

A pesar de todos los esfuerzos en que se había comprometido la comunidad indígena de Yunguillo en el pasado
para legalizar sus tierras bajo la figura de resguardo, los conceptos de funcionarios autorizados, como el que fue-
ra expresado por el Jefe de Asuntos Indígenas del Putumayo, Ignacio Salomón Rodríguez, pusieron en evidencia
la vulnerabilidad de aquellos y sus terrenos comunales frente al orden jurídico establecido por el Estado:

“El resguardo de Yunguillo tiene un título de sus terrenos, pero a mi modo de ver no es legal, pues solamente tie-
ne la copia de la Resolución del Ministerio de Agricultura, mas no está protocolizada en ninguna Notaria, ni regis-
trada, tal como lo ordena la Ley. En tales circunstancias solicito saber si todavía estamos dentro del término que
contempla el Decreto 02413, para levantar la titulación del Resguardo, tal como lo ordena la Ley 81 de 1958”610. 

Nuevamente, y como había sucedido en otros casos de titulación y legalización de tierras comunales indígenas,
la recurrente lentitud de los organismos estatales pertinentes constituía la única explicación a la prolongada
indefinición e incertidumbre respecto de la legalización definitiva de los títulos de resguardo correspondientes.
Entre tanto, como si esa consuetudinaria lentitud fuera una suerte de camino abierto para que los geófagos y los
especuladores de tierra continuaran su avance, las invasiones y los conflictos inherentes al adelanto colonizador
habían comenzado ya a perturbar, a comienzos de la década de 1970, la tranquilidad de los habitantes de Yun-
guillo, cuyos viejos títulos fueron ahora desconocidos:

“Posesión y tenencia de tierras. Con relación a la posesión y tenencia de tierras es una de las mayores preocu-
paciones de los indígenas del Putumayo. En el valle de Sibundoy, como en el bajo Putumayo, tienen serios pro-
blemas especialmente quienes viven dentro de las zonas de reserva o resguardos o sea propiedades comunales
y a toda costa han impedido el fraccionamiento de sus tierras en propiedades privadas, para ello cuentan con el
respaldo del cabildo. Estas autoridades preservan el territorio de las invasiones de los blancos, sin embargo se
han presentado casos de invasiones especialmente en el bajo Putumayo: en estos momentos tenemos los casos
de San Miguel, Yarinal, Santa Rosa del Guamués, La Samaritana, Yunguillo quienes por no tener sus títulos de sus
posesiones, hecho que conduce a que continuamente sean desplazados por los colonos. Que aun cuando ellos
tienen una zona delimitada, no ha sido definida su situación de posesión y legalización de sus títulos debido a la
lentitud de los organismos que tienen que ver con la colonización en cuanto se refiere a colonos indígenas”611.

5.1.2. Condagua

Condagua fue otro de los establecimientos humanos que surgió en el siglo XVI como consecuencia de la diáspora
de los indios que originalmente habitaban en Mocoa, dispersión que se produjo a raíz de la incursión de expedi-
cionarios blancos en busca de oro y mano de obra nativa. Esta fiebre del oro redundó al poco en el establecimien-
to de entables mineros, no sólo en esta jurisdicción sino también en San Miguel de Sucumbíos, donde el mineral

609 RODRÍGUEZ, Ignacio Salomón. “Informe de la visita practicada por el Jefe de Asuntos Indígenas del Putumayo”. Junio de
1967. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 209, carpeta 1918, Asuntos Indígenas, Fols. 5-11.
610 RODRÍGUEZ, Ignacio Salomón. “Comunicación del Jefe de Asuntos Indígenas del Putumayo, dirigida al Jefe de la División
de Asuntos Indígenas, Gregorio Hernández de Alba”. Santiago, 22 de julio de 1967. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio
del Interior, caja 209, carpeta 1918, Asuntos Indígenas, Fol. 12.
611 MONTENEGRO, José Olmedo. “Informe del Jefe de la Comisión de Asuntos Indígenas del Putumayo dirigida al Jefe
Nacional División Operativa de Asuntos Indígenas”. Santiago, 9 de abril 1973. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del
296 Interior, caja 217, carpeta 2032, Asuntos Indígenas, Fols. 19-23.
Fotografía de Milciadez Chávez. C.a.
1946. Archivo fotográfico ICANH. Los
patrones de movilidad en búsqueda
de un relativo aislamiento, permitían
la viabilidad de los diferentes grupos
Sionas.

se comenzó a explotar gracias a la


adjudicación de indios encomen-
dados, quienes fueron sujetos y
esclavizados para tal propósito.
Miguel Triana, autor de lo expues-
to, estimó que los indios de Con-
dagua hacían parte de un grupo
étnico uniforme que, aunque ha-
blaba la lengua inga, parecía ser
originario no del Ecuador sino de
las llanuras amazónicas, donde
había sido sojuzgado, sucesiva-
mente, por los Caribes, los Caras
y los Quichuas612.

A comienzos del siglo XX, el pobla-


do formaba parte todavía del Dis-
trito municipal de Santa Rosa del
Alto Caquetá de la Provincia de
Caldas, en jurisdicción de la Go-
bernación del Cauca. Sus habitan-
tes fueron víctimas de las políticas
de población de los misioneros
capuchinos, quienes así mismo
intentaron obligarlos a trasladar-
se al nuevo pueblo donde por
esos mismos años se había forzado a los indígenas del antiguo Yunguillo a establecerse, pues de este modo se
aseguraría que ambos quedasen no en el Cauca sino bajo su jurisdicción eclesiástica en el Putumayo. Pero los
pobladores de Condagua manifestaron sin ambages su descontento contra las pretensiones de los capuchinos
argumentando que dicho pueblo se hallaba muy distante de Mocoa, o sea la única y más “civilizada y comercial”
población proveedora de sus necesidades en la región, y que en Condagua tenían sus casas de habitación, sus
sementeras e industrias necesarias para asegurar su manutención. Así mismo, protestaron contra todas las abu-
sivas estratagemas empleadas por los monjes para forzar su traslado:

“Actualmente los RR. PP. citados, con tal fin, suprimieron la Escuela alternada que había donde estábamos
haciendo educar a nuestros hijos y tenemos conocimiento que el R. P. Florentino de Barcelona, ordenó al
Señor Corregidor de Yunguillo, en que venga con vecinos de esa población, a llevarse las imágenes y demás
ornamentos de nuestra capilla, los que fueron adquiridos con nuestros propios esfuerzos”613. 

Condagua había sido desde el pasado una población útil para los viajeros y comerciantes que tenían sus ne-
gocios en Nariño, en la Comisaría Especial del Putumayo, lo mismo que para los caucanos y huilenses que allí

612 TRIANA, Miguel. Por el sur de Colombia… Pág. 349.


613 VERNAZA, Carlos. “Oficio del Gobernador del Cauca, dirigido al Ministro de Gobierno”. Popayán, 14 de febrero de 1928.
AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 964, Fols. 542-546.
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Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

acudían o por donde transitaban. La cercanía del caserío con Mocoa (18 km), la acostumbrada y frecuente
confluencia de gente forastera, la feracidad de sus tierras e incluso la existencia de los indígenas mismos como
fuente de mano de obra, fueron factores que propiciaron el avance de la colonización en esa dirección, de tal
manera que a mediados del siglo XX los indios ya habían sido desplazados por los colonos y éstos ocupaban
las que otrora fuesen sus tierras. Por esta causa, los indios desterrados se fueron estableciendo en las abrup-
tas vertientes de El Carmelo como única alternativa para librarse del avance colonizador, del contacto con los
colonos y de su habitual enemistad:

“Condagua. Un pequeño caserío situado a 18 kilómetros de Mocoa, habitado por colonos y 186 indígenas ingas,
de los cuales sólo hay una familia en el caserío; los demás han sido desplazados por colonos. Se encuentran
trabajando en sus pequeñas chagras a uno o dos días de distancia en vertientes de peligrosas quebradas que
cruzan una región denominada El Carmelo, ya en el departamento del Cauca. La comunidad esta totalmente
desorganizada; tiene su cabildo, y sólo con la llegada del jefe de la comisión indigenista, el 10 de mayo, se po-
sesionó, pese de haber sido elegido para posesionarse el 10 de enero. El gobernador de Condagua es el señor
Roque Mutumbajoy. Condagua necesita para los indígenas el amparo en sus posesiones por parte de las autori-
dades comisariales y la titulación de las mismas por el INCORA, antes de que sean desplazados nuevamente de
las posesiones que actualmente ocupan. Al no ejercer ese amparo y titulación se verán abocados a retirarse a
una distancia superior a los tres y cinco días del caserío y de los colonos, principales enemigos en toda zona de
refugio indígena, de éstos”614. 

Expulsados por el avance colonizador y lejos de su antiguo pueblo, los capuchinos seguían gravando a los
indios con las “cuotas obligatorias” para la construcción de la Capilla, la misma que pretendieron despojar
cuando quisieron trasladarlos al nuevo pueblo de Yunguillo615.

5.1.3. Puerto Limón

Puerto Limón era un antiguo asentamiento de carácter disperso, es decir, no nuclear, de indígenas Inganos, el
cual había sido fundado por Fray Anselmo de Olott, un misionero capuchino avecindado en Mocoa616, y aun-
que las costumbres de los indios de este pueblo eran semejantes a las de los Inganos de Yunguillo, Condagua y
Mocoa, aquellos habían adoptado el uso del yagé, característico entre los Siona, quizá en razón de su cercanía
y de su frecuente trato con éstos, adopción que también había ocurrido entre los Inganos de San Vicente y El
Guineo617. 

Joaquín Rocha, quien a comienzos del siglo XX visitó Puerto Limón, lo describió como un caserío de indios Inga-
nos con iglesia y que gozaba de fama en Mocoa y el bajo río no sólo por su riqueza aurífera, pues muchos de sus
pobladores se dedicaban al lavado de las arenas para obtener el precioso metal, sino también por sus alegres
carnavales, a los cuales solían concurrír muchos blancos: “Según se me ha dicho, á semejanza de los carnavales
holandeses que describe Edmundo de Amicis, son éstas aquí como allá, fiestas en que la prostitución campea y
en que las pobres indias se entregan, en los clamorosos bailes, á la postre de las abundantes libaciones de aguar-
diente, de chicha y de guarapo”618.

A distancia de una jornada con carga desde Mocoa, Puerto Limón se convirtió, a inicios del siglo XX, en uno de los
destinos más frecuentes de inmigrantes, buscadores de oro, comerciantes de río y colonos, precisamente porque
desde su locación era posible navegar por el río Caquetá en canoa, ya que antes del caserío le caían las aguas
del río Mocoa, asumiendo así las dimensiones de un gran río, y los torrentosos chorros o rápidos y el declive
impedían del todo su navegación.

614 RODRÍGUEZ, Ignacio Salomón. “Informe de la visita practicada por el Jefe de Asuntos Indígenas del Putumayo”. Junio de
1967… Fols. 5-11.
615 RODRÍGUEZ, Ignacio Salomón. “Comunicación del Jefe de Asuntos Indígenas del Putumayo, dirigida al Jefe de la División
de Asuntos Indígenas…”. Fols. 101.
616 BRAVO MUÑOZ, Eleazar. “Informe del Putumayo…”. Fols. 164-192.
617 ROCHA, Joaquín. Memorandum de viaje... Págs. 43-46.
298 618 Ibid. Pág. 42.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Históricamente, una buena parte de los episodios de ocupación temporal −por ejemplo los acaecidos durante el
primer ciclo de las caucherías- y de los procesos de colonización de aquella parte del Caquetá se emprendieron
desde Puerto Limón y tal circunstancia permite entender porqué éste desapareció tempranamente como caserío
de indígenas, es decir, explica la causa por la cual las familias inganas se fueron desplazando hacia otras áreas de
la región lejanas de las presiones de los colonizadores y de la maquinaria de sujeción de los capuchinos.

El padre Karl von Boxler, quien visitó Puerto Limón a comienzos de los años veinte, lo describió en un relato
posterior como “un nido de indios pobres” que “asemejaba ser un puerto para la navegación”619.  Sin embargo, a
comienzos de la década siguiente, los indios prácticamente habían desaparecido del lugar, es decir, habían aban-
donado el caserío y sus tierras de labranza para establecerse en la ribera izquierda del río Caquetá o aquella que
caía bajo jurisdicción de la Comisaría Especial del Caquetá, destino que también habían preferido algunos de los
indios de Mocoa para mantenerse a salvo de los colonos y los misioneros.

La reacción de estos últimos no tardó en manifestarse, por supuesto en contra de los indios pero también de las
autoridades del Caquetá que no cedieron a sus presiones ni pretensiones de obligar a aquellos a retornar a sus
antiguas reducciones o pueblos:

“Hace poco que tuve conocimiento de que algunos indios de Mocoa y de Limón, se han separado de sus respec-
tivos pueblos y se han pasado al río Fragua, en la jurisdicción de esa Comisaría Especial. No ignoro tampoco que
el Dr. Miller Puyo, Comisario Especial que cesó hace poco en el empleo, apoyó a esos indígenas en sus preten-
siones, si bien hay que ser leal en confesar que lo hizo con buen fin y que si no dio contraorden fue porque al
comunicarle los inconvenientes que ese apoyo prestado por él representa, casi no le quedó tiempo material para
enmendar la equivocación, puesto que le fue comunicado el caso en vigilias de salir de esa”620. 

El Doctor Florentino Claes con indígenas que le proporcionaron bejucos de Yagé y Yoco. Pinell. C.a. 1928. Amazonia
colombiana: enfermedades y epidemias. Un estudio de bioantropología histórica. Ministerio de Cultura. Bogotá. 2000

Los misioneros, bajo la convicción o el pretexto de mantener los núcleos de indios de Mocoa y El Limón
(Puerto Limón) “reunidos en pueblos”, a fin de “realizar una obra seria y fecunda para la cristiana civilización
de estos indígenas”, recurrieron a lo establecido en una legislación hecha sin duda a su medida, es decir, es-
grimieron las ordenanzas del Decreto 1993 que había sido aprobado por el Poder Ejecutivo el 7 de diciembre
de 1927 y posteriormente publicado en el Diario Oficial No. 20.670 del 16 del mes y año referidos, donde en
el Artículo 3 se estipulaba que ningún indígena podría cambiar de tribu o pueblo sino por motivo fundado
y previa la aprobación del Consejo del Pueblo y del de la tribu a la cual quería pertenecer. Según el Prefecto
Apostólico Benigno de Canet De Mar, esta norma, que en un principio tuvo vigencia tan solo para la Comisaría
Especial del Caquetá, había sido extendida luego a las de Putumayo y Amazonas de acuerdo con lo establecido
mediante el Decreto Ejecutivo 2.064 del 16 de diciembre de 1929 que había sido publicado en el Diario Oficial
No. 21.281 del 2 de enero del año siguiente.

Gracias a este soporte legal, el Prefecto pudo demostrar que los indígenas de Mocoa y El Limón se habían trasla-
dado sin el consentimiento de los respectivos concejos a las orillas del río Fragua, lugar donde además no habi-
taba ninguna otra tribu, y por ello le solicitó al Comisario Especial del Caquetá la restitución de todos los indios
a sus antiguos pueblos, advirtiendo, eso sí, de los inconvenientes que se suscitarían de no hacerlo y citando a
continuación la excusa dada por aquellos para justificar el abandono de sus caseríos y terrenos adyacentes:

“Además, sé que dan como excusa de su conducta que los blancos les quitan los terrenos y que en los respecti-
vos pueblos no tienen ya donde sembrar, lo cual evidentemente es un absurdo que salta a la vista, ya que viven
rodeados de terrenos baldíos que pueden cultivar si quisieren, y además hay la particularidad de que tienen

619 BOXLER, Karl von. Bei den Indianern… Pág. 95. Los textos citados fueron traducidos del alemán por la antropóloga María
Isabel Beltrán Ramírez.
620 CANET de MAR, Benigno de. “Comunicación del Prefecto Apostólico del Caquetá dirigida al Comisario Especial.” 4 de
marzo de 1930. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno. Sec. Primera, T. 985, Fols. 360-365.
299
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

segregado un globo de terreno cedido por el Gobierno Nacional para esos indígenas. (...) Finalmente no hay que
perder de vista que permitiendo ahora que esos indígenas queden dispersos, abrimos la puerta para que sigan
en distintas direcciones los que quedan en ambos pueblos, con lo cual veríamos anulado el trabajo de una serie
de años, y perdidos los esfuerzos y desvelos invertidos en la cristiana civilización de esos indígenas, lo cual evi-
dentemente precisa evitar a toda costa”621. 

A pesar de las amenazas proferidas por los capuchinos en contra de los indios y las autoridades del Caquetá
−el padre Crisóstomo, de Mocoa, amenazó por ejemplo con viajar en compañía del Corregidor de Limón para
traer los indios que se habían retirado al Fragua-, estas últimas en particular, molestas con los misioneros, se
opusieron al traslado de los indios citándoles además los artículos 22 y 23 de la Constitución por entonces
vigente (1886) que decían: “No habrá esclavos en Colombia, y nadie podrá ser molestado en su persona o
familia”622. 

No obstante todas estas disputas, lo cierto es que la población indígena que por años había habitado en Puerto
Limón prácticamente había desaparecido de allí. Según el Comisario de Putumayo, en 1930 no quedaban en el
lugar sino apenas dos o tres familias:

“(...) el importante núcleo de indígenas que venía residiendo en el sitio denominado Limón, ha dejado de vivir
en tal lugar, por cuanto la mayor parte de los indígenas se han trasladado a la Comisaría del Caquetá, sin que
lo haya podido evitar esta Comisaría, que ha hecho esfuerzos por conservar y dar vida a ese núcleo indígena,
tendiente a lo cual, se creó en tal lugar un Corregimiento; que ya, por las dos o tres familias de indígenas que
residen en el expresado lugar, no es del caso mantener el Corregimiento (...)”623.

Décadas después, a finales de los años sesenta, cuando los Inganos que habían sido despojados de sus an-
tiguas tierras en la jurisdicción de Puerto Limón vivían a la sazón dispersos por las riberas del Caquetá, el
Gobernador de la comunidad, Nazario Jamioy, le contó al Jefe de Asuntos Indígenas del Putumayo, Ignacio
Salomón Rodríguez, cómo su gente había sido “sacada” de sus antiguas tierras y que al presente se la estaba
perturbando nuevamente en sus posesiones:

“Puerto Limón. Fue en épocas pasadas un Resguardo habitado por indígenas Ingas muy bien organizados, según
cuenta el cacique y hoy gobernador de la comunidad, señor Nazario Jamioy, que a lo largo de 12 kilómetros se
encuentra diseminada en las márgenes del Caquetá. Hablando el Gobernador Jamioy dijo: ‘Empezaron a llegar
blancos y negros de todas partes y como era tan bonito, nos sacaron, unos vendieron a cualquier precio, otros
donaron a la misión, y a los buenos señores que les regalaban media de trago, sal, carne, petróleo, etc., buenos
mientras les cogieron los documentos, ahora ni los vuelven a mirar’. Los indígenas de Puerto Limón tienen serios
problemas; entre los más apremiantes se pueden citar los relacionados con la tenencia de la tierra, ellos no viven
en resguardo sino que tienen sus posesiones sin títulos, sin documento alguno. Cada familia tiene de 6 a 20 hec-
táreas que cultivan de plátano, maíz, yuca, y otros productos de clima cálido; también, tienen algunas cabezas
de ganado vacuno. En la visita practicada pidieron al protector de indígenas se les adjudiquen sus parcelas a la
mayor brevedad, pues están siendo perturbados en sus posesiones diariamente, citaron casos concretos”624. 

Además de los problemas de usufructo, tenencia y titulación de sus tierras, otro de los asuntos que ago-
biaba grandemente a los indios de Puerto Limón era el de las enfermedades, las que hemos de presumir se
volvieron epidémicas a medida que su relación con los colonos se hizo más frecuente. Entre ellas, según los
testimonios, destacó el “pián”, cuyos efectos infundían verdadera pena: “Da lástima ver personas con llagas
horribles, los llamados clavos en los pies”625. 

621 Ibid.
622 ZAMORANO, Ulpiano. “Comunicación dirigida por el Secretario de la Comisaría Especial del Caquetá al Corregidor de
Belén”. 21 de Junio de 1930. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 985, Fols. 363-365.
623 CADAVID, Ricardo. “Oficio del Comisario Especial del Putumayo dirigido al Ministro de Gobierno, relacionado con el
Decreto número 63 de 1930”. Puerto Asís, noviembre 13 de 1930. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno,
Sec. Primera, T. 985, Fols. 594-598.
624 RODRÍGUEZ C., Ignacio Salomón. “Resultados de la visita practicada por el Jefe de la Comisión de Asuntos Indígenas
del Putumayo”. Santiago, Putumayo, junio de 1967. AGN: Sec. República. Fdo. Ministerio del Interior, caja 209, carpeta
1918, Asuntos Indígenas, Fols. 5-11.
300 625 IGUALADA, Francisco de. Indios amazónicos... Pág. 84.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Al igual que había ocurrido en otros casos, y continuaría sucediendo reiteradamente, las autoridades locales
y regionales dilataron muchas veces los trámites tendientes a demarcar y legalizar las tierras indígenas como
resguardo o simplemente como parcelas a título individual, opción esta última a la que se recurrió con frecuen-
cia cuando la notoria desmembración de los vínculos comunitarios y la apreciable dispersión de sus miembros
hicieron poco menos que impracticable el reconocimiento de la propiedad colectiva de la tierra.

Apenas iniciándose la década de 1940, cuando las familias de la vieja comunidad de Puerto Limón se hallaban ya
dispersas, el Secretario del Ministro de la Economía Nacional le exigió al Comisario Especial del Putumayo que le
hiciese llegar la información que desde agosto de 1939 le había solicitado con el propósito de iniciar los trámites
relativos a la legalización de las tierras de los indígenas de esta localidad en calidad de resguardo. Como ya lo
hemos hecho antes, nuevamente cabe aquí que reiteremos la frecuente negligencia de las autoridades locales y
regionales respecto de los asuntos relacionados con las posibles legalizaciones de tierras a favor de los indígenas.

Este mecanismo de silencios prolongados, parecidos al olvido, que tuvo la intención de dilatar deliberadamente
dichos trámites a fin de privilegiar otros intereses en detrimento de los indígenas e incluso, en otros contextos,
de perjudicar a colonos pobres y desprotegidos, sólo en muy pocos casos pudo detectarse en documentos simi-
lares al siguiente:

“Con oficio 4794 de 9 de agosto del año pasado, se le remitió un croquis de los terrenos que posiblemente se
van a destinar para el resguardo de indígenas de Puerto Limón y se le pormenorizaron otros datos para calcular
la superficie del mismo. Como los datos en referencia aun no han sido remitidos, no obstante el tiempo transcu-
rrido, por esa razón, me permito exigírselos nuevamente, con el fin de dictar la providencia administrativa que
sea conveniente”626.

De esta guisa transcurrieron varias décadas sin que se le resolviera a los Ingas de Puerto Limón, quienes en reali-
dad ya no eran de allí, la situación de sus tierras, es decir, la titulación de aquellas que se pretendió otorgárseles
en los años sesenta para subsanar el hecho de que vivían dispersos desde muchos lustros atrás en las riberas del
Caquetá, donde al cabo del tiempo nuevamente resultaron víctimas de la presión colonizadora y otras múltiples
dificultades para su supervivencia:

“La comunidad indígena de Puerto Limón fue desplazada por los colonos del caserío, hoy se encuentran dise-
minados en más de siete kilómetros en las márgenes del río Caquetá. Esta comunidad tendrá que desaparecer
muy pronto si no se le da amparo y protección, pues las inclemencias del terreno, las dificultades del transpor-
te, la falta de servicios médicos, las enfermedades como la tuberculosis y los colonos por otra parte, diezman
diariamente la población de 220 indígenas ingas que allí se encuentran sedentarizados”627. 

Dispersos en las riberas del Caquetá, enfermos de tuberculosis y forzados a adecuar nuevas tierras donde
eran “diariamente atacados” por las culebras venenosas, los indígenas luchaban al presente contra la corrien-
te del río Caquetá a fin de trasportar y poner luego a la venta sus productos en Puerto Limón, salvando con
dificultad los chorros de Yocopeña que ya se habían tragado mucha gente, canoas y motores628. 

Por fin, después de muchas décadas de espera, el Jefe de Asuntos Indígenas del Putumayo, quien en calidad
de tal ejerció por esos años una intensa tarea en favor de los indígenas y la legalización de sus tierras, anunció
su viaje al bajo Putumayo el día 20 de septiembre de 1968: “Mañana viajaré cabildos bajo Putumayo fin iniciar
titulación unidades agrícolas a indígenas Puerto Limón, Nápoles, Alguacil, Condagua. Acompáñame abogado
INCORA, dos topógrafos, un artesano”629.

626 RUIZ A., Francisco. “Carta del Secretario del Ministro de la Economía Nacional dirigida al Comisario Especial del Putu-
mayo”. 25 de junio de 1940. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 267, carpeta 2539, Asuntos Indígenas,
Fol. 2.
627 RODRÍGUEZ, Ignacio Salomón. “Informe del Jefe de Asuntos Indígenas del Putumayo”. 30 de junio de 1967. AGN: Sec.
Republica, Fdo. Ministerio del Interior, caja 210, carpeta 1924, Asuntos Indígenas, Fol. 163.
628 RODRÍGUEZ, Ignacio Salomón. “Resultados de la visita practicada por el Jefe de Asuntos Indígenas…”. Fols. 5-11.
629 RODRÍGUEZ, Ignacio Salomón. “Telegrama del Jefe de Asuntos Indígenas del Putumayo”. Santiago, 20 de septiembre de
1968. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 213, carpeta 1965, Asuntos Indígenas, Fol. 59.
301
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Extracción de Niguas. Grabado de Julio Crevaux 1875-1882.


América Pintoresca. El Ancora Editores. Bogotá. 1987.

A pesar de los buenos propósitos del diligente funcionario, éste logró tan solo la titulación de ocho (8) parcelas
a favor de indígenas de Puerto Limón, como él mismo lo informó el 30 de diciembre630.  En consecuencia, y to-
mando en cuenta que, según los censos levantados por éste, en 1967 habitaban allí 220 Ingas, podemos concluir
que una gran porción de ellos continuaría sumida en la incertidumbre respecto de la posesión y propiedad de
sus tierras.

A comienzos de la década de 1960, el “mapa” de los asentamientos humanos en Puerto Limón y su jurisdicción se
había modificado: los indígenas habían desaparecido del lugar, diezmados por las enfermedades o simplemente
porque habían debido emprender un largo e incesante peregrinaje en virtud del despojo de sus antiguas tierras.

La naturaleza de los problemas y las necesidades que desde entonces habían ido surgiendo allí cambió sin em-
bargo sustancialmente en la medida que se trataba ya de otra gente, víctima habitual de la usurpación de las
tierras que poseía en el interior del país o que para huir del acoso de las persecuciones políticas había iniciado o
continuado una prolongada trashumancia en busca de nuevos terruños y mejor suerte.

Impelidas por otras necesidades y otras expectativas, todas estas personas se fueron estableciendo gradualmen-
te como colonos en el Putumayo, donde pretendieron acercarse, lo más pronto posible, a los mercados y los
nuevos centros de población que lograron conformarse en el piedemonte, con el objeto de vender sus productos
y hacer su “remesa”. En este sentido, la apertura de trochas, de caminos, e incluso de vías carreteables, fue para
los nuevos colonos uno de sus principales propósitos, según lo interpretó y trasmitió al Ministro de Gobierno el
Comisario encargado del Putumayo:

630 RODRÍGUEZ, Ignacio Salomón. “Informe trimestral presentado por el Jefe de la Comisión Indígena del Putumayo”. 30 de
302 diciembre de 1968. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 215, carpeta 1997, Asuntos Indígenas, Fol. 4.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

“Poseedor extraordinarias tierras campo abierto colonización habitado gentes pacíficas trabajadoras no azo-
tólo violencia. Este hecho convirtiólo apetecido lugar desplazados exiliados otros departamentos en busca
trabajo pan tranquilidad. Escasos recursos falta vías penetración dificultan labores estas gentes quienes por
encontrarse zona pacífica no han recibido auxilios rehabilitación. Justificaríase intervención dicha oficina fin
ayudarlas construcción carreteables como el de Puerto Limón, Angosturas y Puerto Asís Cocaya. Angosturas
fueron iniciados Comisaría (...)”631.

Despojados y perseguidos en los Andes, muchos de quienes ingresaron al Putumayo y al Caquetá, ahora en con-
dición de colonos, serían presa, nuevamente, del temor y muy pronto también del desplazamiento, como si estu-
vieran condenados a llevar, inevitablemente, una vida errabunda, como si arrastraran consigo el conflicto cuyos
inicios ya anunciaba, en 1961, la llegada a Puerto Limón de familias que, desalojadas de sus antiguos terruños,
debieron abandonar allende la cordillera habitación, sembrados y ganados:

“La presencia forajidos márgenes río Caquetá desplazó totalidad colonos abandonando sus bienes fruto grandes
sacrificios más ciento cincuenta personas encontrámonos esta población sin recursos y completo abandono
otros emigraron Solano urge proteger nuestras vidas intereses instalando retenes fuerza pública lugares estra-
tégicos siguen llegando desplazados. Hemos solicitado auxilio víveres comisario sin ningún resultado rogámosle
atender angustiosa situación regresar labranzas”632. 

En 1962, la población de Puerto Limón era de aproximadamente 3.400 habitantes, quienes en su gran ma-
yoría vivían dedicados al cultivo del arroz, el plátano y la yuca y a la ganadería vacuna y porcina. La minería
aurífera, justificada por la abundancia del metal en los ríos y quebradas y que antaño había sido una de las
principales actividades de los indios para surtir sus intercambios con los Andes, se constituyó, también, en una
fuente importante de riqueza para muchos de los colonos que progresivamente se fueron estableciendo allí
a lo largo del siglo XX, e igual sucedió con otros oficios tradicionales como la pesca, la caza y la explotación de
maderas, las que favorecieron y emplearon sobre todo a las personas de más bajos recursos económicos633.

5.1.4. Alvernia

Alvernia nació en 1915 de un proyecto de colonización concebido, promovido y adelantado por los misioneros
capuchinos, quienes así pretendieron “sembrar” población en las tierras donde una importante empresa qui-
nera había establecido sus campamentos en la segunda mitad del siglo XIX. Sin embargo, ésta hacía parte de
un plan mucho más amplio de colonización e integración, tanto del valle de Sibundoy como del piedemonte del
Putumayo.

Según los propios misioneros, Alvernia, Puerto Asís y Sucre, eran fundaciones creadas en lugares a propósito
para que sus habitantes, con sus hábitos de trabajo y su forma de vida, sirvieran de ejemplo y estímulo a los
naturales, es decir, a los indios, porque de este modo se lograría familiarizarlos con la “civilización”, como ya lo
hemos expuesto previamente. En otras palabras, el poblado de Alvernia fundado al noroeste de Mocoa, a trece
y medio kilómetros de distancia de ésta en dirección hacia el Caquetá, ejercería un benéfico influjo en Condagua
y Yunguillo, e igual lo harían Puerto Asís, cuya “benéfica influencia” irradiaría a “las tribus” establecidas en las
riberas del Putumayo, y Sucre, un caserío estratégicamente ubicado en medio de los tres pueblos indígenas del
valle de Sibundoy.

Con los propósitos indicados y a fin de impulsar el “movimiento colonizador” y procurar la “inmigración intensi-
va”, los capuchinos, respaldados por la Junta de Inmigración, promovieron, “con propaganda en toda Colombia”,
la inmigración “hacia este paraíso”, cuidándose de enfatizar en la fructífera cualidad de la tierra, su excelente
clima y la facilidad para sostener la vida mediante ayudas materiales concretas:

631 CANO JARAMILLO, Fidel. “Telegrama dirigido por el Comisario Encargado del Putumayo al Ministro de Gobierno”. Mo-
coa, 30 de septiembre de 1960. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 9, carpeta 77, Despacho del Min-
istro, Fol. 37.
632 QUIÑÓNEZ, Pedro y PÉREZ, Lisandro. “Telegrama dirigido al Presidente de la República”. Puerto Limón, 12 de diciembre
de 1961. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 19, carpeta 169, Despacho del Ministro, Fol. 10.
633 BRAVO MUÑOZ, Eleazar. “Informe del Putumayo”… Fols 164-192.
303
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

“En nombre del gobierno y en nuestro nombre se hizo el más bello ofrecimiento a todos aquellos que quisie-
ran venir: Todos los víveres del viaje gratis; para cada cuatro personas gratuitamente se pone a disposición
una bestia de carga; en la colonia es asignada una porción de tierra para el cultivo; durante medio año los
bienes, herramientas y medios de subsistencia de los colonos son gratis; cada familia obtiene una vivienda
terminada o 50 dólares para la construcción de una; después de dos años la tierra cultivada y la casa pasan a
ser de su propiedad. Todos aquellos que tengan confirmación católica pública y gocen de buena reputación,
deben venir”634.

No obstante la propaganda que, según expresaron los misioneros se había adelantado en toda Colombia, y
después de “muchos ensayos, con resultado vario”, se les “ocurrió traer antioqueños, cuya fama de trabaja-
dores es proverbial en toda la República”: “Recorrimos buena parte de Antioquia y, con la ayuda de un joven
antioqueño, José María Arango, logramos reunir un número regular de familias como colonos del Putumayo”.
Se trataba de 23 familias escogidas bajo la convicción de ser sus miembros excelentes católicos y muy a pro-
pósito para acometer la labor colonizadora pues, según había probado la experiencia, sus coterráneos habían
emprendido y consolidado exitosamente la ocupación permanente del antiguo Caldas, Norte del Tolima, Nor-
te del Valle del Cauca, etc., con base, eso sí, en el cultivo del café, un producto comercial que había logrado
posesionarse en el mercado internacional desde finales del siglo XIX:

“Finalmente fue reunida una tropa de 130 personas. Con ellas se comenzó el viaje que duró 40 días y que casi se
asemejaba al viaje de los israelitas a través del desierto. Amplias zonas de Colombia tuvieron que atravesarse, y
con hombres, mujeres y niños quienes tenían todavía miedo de morir en la ribera del Putumayo por la fiebre y
la miseria o de convertirse en el alimento de algún animal salvaje”635. 

Pleno de optimismo, y confiando en que “el progreso del Putumayo” sería pronto una realidad, el Prefecto
Apostólico llegó a Mocoa el 8 de agosto de 1915 en compañía de las familias antioqueñas636. La nueva “colonia
agrícola” de Alvernia, como se la llamó, contó con el apoyo de la Junta Nacional de Colonización y al poco
tiempo se pensó en elevarla a la condición de corregimiento bajo jurisdicción del Municipio de Mocoa.

Sin embargo, el entusiasmo inicial trocó en preocupación y consternación ya que muy pronto varios de los inmi-
grantes antioqueños, decepcionados de las pocas facilidades del lugar, abandonaron su propósito colonizador y
algunos regresaron a Antioquia dejando atrás y para siempre la falaz tierra de promisión:

“Llegamos por fin a Mocoa, y como varios de los antioqueños, que tal vez se habían figurado que les darían
en el Putumayo haciendas con ganado y todo, vieron que tenían que trabajar para lograr todo aquello, co-
menzaron a desbandarse y tomar diferentes rumbos. (De algunos de éstos, que regresaron a Antioquia, se
dijo que se fueron en estado de miseria). Con los que quedaron formamos la colonia de Alvernia en el lugar
más sano de todos los que existen en los contornos de Mocoa, a tres leguas y media de esa población y a mil
metros sobre el nivel del mar; lugar que por su salubridad había sido ocupado ya en tiempo de las quinas por
una poderosa compañía”637.

Las noticias del abandono llegaron hasta el Congreso de la República, y en la Cámara de Representantes, en
particular, se debatió enconadamente el proyecto colonizador de los capuchinos. Durante las sesiones se los
acusó de haber intentado esclavizar a los antioqueños y de haber faltado a las promesas de ayuda material
que figuraban en el prospecto que le fue presentado a la Junta de Inmigración.

Los misioneros, por su parte, acusaron a algunos sujetos liberales y, aun, a ciertas publicaciones de la misma
tendencia política, de instigar y organizar una campaña difamatoria contra la Misión −téngase en cuenta al
respecto que los monjes tildaron reiteradamente de “liberales” a quienes osaron criticar sus actividades o se
opusieron a sus proyectos, y que años más tarde, especialmente a partir de la década de 1960, optaron por
desacreditar y estigmatizar a sus críticos y opositores valiéndose esta vez del calificativo de “comunistas”-.

634 BOXLER, Karl von. Bei den Indianern… Pág. 79.


635 Ibid. Pág. 80.
636 GONZÁLEZ, Guillermo. “Telegrama del Comisario Especial del Putumayo dirigido al Ministro de Gobierno”. Mocoa, 19
de agosto de 1915. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sección Primera, T. 755, Fol. 437.
304 637 CANET DE MAR, Benigno de. Las misiones católicas en Colombia… Pág. 83.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

El horizonte. Desmonte en Alvernia. Colonia antioqueña. Quinta parte del desmonte.


Comunidad Religiosa Capuchina. Informe sobre las misiones del Putumayo. Bogotá. Imprenta Nacional.

En medio de un debate que tomó proporciones poco menos que nacionales, ciertos grupos de Pasto y otras lo-
calidades de Nariño, que seguían considerando que el Putumayo les pertenecía y estaban interesados, además,
en acceder a sus tierras o en establecer negocios allí, aprovecharon la ocasión de la desbandada de las primeras
familias antioqueñas para difundir el fracaso capuchino, proceder que en gran medida estuvo motivado por un
sentimiento de agravio en la medida que desde mucho tiempo atrás se venían sintiendo deliberadamente exclui-
dos de los planes colonizadores de la Misión por la promoción que ésta hacía de vincular inmigrantes de otras
regiones, e incluso de estimular la inmigración de extranjeros:

“Por ese mismo tiempo se emprendió contra la Misión una campaña difamatoria espantosa, sostenida en Na-
riño por el único periódico liberal que allá se publica. Ese periódico, haciéndose eco de las diatribas lanzadas
en plena Cámara de Representantes, o mejor aún, obedeciendo a una misma consigna, nos atacó rudamente,
presentándonos como esclavizadores de los antioqueños, asegurando que no habíamos cumplido lo que se
les ofreció en el Prospecto de Junta de Inmigración, y que mediante extorsiones, o cosa así, les habíamos
obligado a salir del Territorio”638.

En 1917, Alvernia contaba con 237 habitantes, pero cuando la desbandada de los restantes inmigrantes an-
tioqueños se produjo de manera definitiva, la otrora colonia agrícola feneció físicamente y como proyecto
colonizador, si bien los capuchinos albergaron por algún tiempo más la esperanza de revivirla promoviendo el
establecimiento de pobladores de La Cruz y de La Mesa, plan que a la postre nunca llegó a concretarse639. Sin
embargo, más allá de los aspectos coyunturales, es decir, de las controversias y episodios conflictivos caracte-

638 Ibid. Pág. 35.


639 Ibid. Pág. 38. Al respecto, el propio padre Canet comentó: “Debido a ese malestar que reflejan las acusaciones a que
hemos hecho referencia, y a las instigaciones de algunos sujetos de fuera del Territorio, ese centro ha disminuido algo,
pero no han logrado destruirlo, como han pretendido. Pero aunque consiguiesen hacer salir a todos los antioqueños,
no por eso se perdería la colonia, puesto que hay muchos habitantes de los pueblos de La Cruz, La Mesa, etc., que es-
305
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

rizados por las mutuas recriminaciones entre los capuchinos, sus adeptos y los opositores, resulta procedente
explorar las causas profundas del fracaso de la colonia. Para ello, puede argumentarse que una de las prin-
cipales causales fue, precisamente, el literal aislamiento espacial, social y comercial en que aquella intentó
prosperar.

Esta insularidad le impidió el ejercicio de la actividad mercantil, del trueque, el comercio y, en general, de los
negocios, a individuos procedentes de una región caracterizada por una fuerte vocación comercial. Aunque es
cierto que este rasgo de la cultura antioqueña resulta difícil de documentar y sustentar de manera específica, lo
que sí puede fundamentarse con creces es el aislamiento de la colonia, tanto así que los propios misioneros eran
conscientes de la falta de una vía de comunicación que les permitiera a los colonos expender sus productos, y
por ésta y ninguna otra razón pretendieron justificar el fracaso de la colonia, y responsabilizaron al gobierno de
haberse demostrado incapaz de emprender la construcción del camino que debía comunicar con el Huila:

“Los colonos perdieron el ánimo y se marcharon pocos años después (...). Los colonos trabajaron y obtuvie-
ron una gran abundancia de productos. Únicamente el gobierno no fue capaz de instalar el camino hacia el
Huila. Así no había posibilidad de vender los productos”640. 

5.1.5. Villagarzón

Villagarzón (Villa Garzón) o Villa Amazónica, como también se conoció en sus comienzos a este pueblo surgido a
inicios de la década de 1950, fue desde entonces una de las poblaciones del Putumayo que más rápido y mayor
crecimiento presentó. Sus habitantes colonos, nariñenses y “norteños”641 dedicados en gran medida a la gana-
dería y al cultivo de pastos, arroz y yuca, establecieron desde temprano relaciones de comercio interregional a
fin de abastecer de ganado a Cali y otros centros de consumo del interior del país642.

Desde mediados del siglo XX, cuando se formó el núcleo original que pronto dio origen a esta población, habi-
taban todavía en el área de su jurisdicción algunas familias de Ingas −según datos del año 1962, 113 indígenas
vivían en las tierras del lugar conocido como Alguacil-, las cuales, a medida que se adentraba en su territorio la
nueva avanzada colonizadora, volvieron a ser víctimas de maltratos, amenazas y despojos de sus tierras por obra
de las más diversas estrategias.

No obstante la plena vigencia de una jurisprudencia que prohibía la adjudicación de terrenos baldíos ocupados
por los indios643, en la Comisaría del Putumayo se continuaba “haciendo adjudicaciones de terrenos ocupados
por indígenas, (quienes) otras veces son engañados comprándoles sus mejoras por cualquier $100. ó $200 y
luego sí va la adjudicación al expoliador”644. 

A medida que la avanzada colonizadora cejaba, las quejas de los indios acerca de la usurpación de sus terrenos
fueron haciéndose cada vez más frecuentes: Alberto Jojoa Buesaquillo, habitante de San Miguel del Putumayo,
denunció por ejemplo, en el año de 1967, que el señor Pascual Carvajal había llegado allí en busca de una finca
y que para lograr su cometido le había ofrecido a los indígenas transporte gratis en carro, herramientas, drogas

tán deseosos de entrar allá, y si no lo han hecho es por temores que, debido al carácter de aquellos antioqueños, han
concebido”.
640 BOXLER Karl von. Bei den Indianern… Pág. 80.
641 BECERRA MANTILLA, Joaquín. “Telegrama dirigido al Ministro de Gobierno”. Villagarzón, 10 de diciembre de 1960. AGN:
Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 13, carpeta 105, Despacho del Ministro, Fol. 7.
642 BRAVO MUÑOZ, Eleazar. “Informe del Putumayo”… Fols. 164-192.
643 Según el Promotor de Asuntos Indígenas del Putumayo, Ignacio Salomón Rodríguez, en el Artículo 3 de la Ley 60 de
1946 –y también el Artículo 29 de la Ley 135 de 1961 que en igual sentido ratificó dicha prohibición-, se estipulaba lo
siguiente: “Así mismo no podrán hacerse adjudicaciones de baldíos que estén ocupados por indígenas, sin el concepto
favorable de la División de Asuntos Indígenas. Los Artículos 94, 95 y 96 de la misma Ley, hablan, además, de la protec-
ción que debe dárseles a los indígenas (RODRÍGUEZ, Ignacio Salomón. “Oficio número 146 del Promotor de Asuntos In-
dígenas del Putumayo dirigido al Director de los Programas del INCORA para Nariño y Putumayo.” AGN: Sec. República,
Fdo. Ministerio del Interior, caja 209, carpeta 1918, Asuntos Indígenas, Fols. 106-108).
306 644 Ibid.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Villa Garzón. Fotografía de Nazario Morales. 1960. Este municipio vivió un esporádico auge económico hacia la mitad
de la década de 1960, época en la cual se comerciaba en dólares, frutos exiguos de la explotación petrolera

y otras miles de cosas, pero como ninguno quiso venderle sus tierras negoció “una posesión” con José Valencia,
un colono vecino de aquellos. Y una vez éste se la entregó, Carvajal comenzó a “atropellar” las posesiones de los
indios manifestando que el INCORA le había adjudicado esos terrenos, en concreto, pretendió quitarle a Jojoa
Buesaquillo una faja de terreno de diez hectáreas de la cual había estado en posesión “toda la vida”:

“(...) este señor ya no sólo nos quiere quitar nuestras tierras sino que está amenazando, dice que es Mayor
del Ejército y siempre va armado de un revólver y amedrentarnos, muestra unos papeles y dice que son los
títulos que le dio el Incora. Últimamente nos está prohibiendo la caza y la pesca en nuestro río, y agrega que
va a traer policía para que nos prohíba. Nosotros todos los indígenas hemos vivido toda la vida de la cacería y
la pesca, la agricultura también la cultivamos pero por lo lejos, y malos los caminos y como no tenemos caba-
llerías, se nos dificulta sacar a vender los productos como el plátano, la yuca, el arroz, el maíz para comprar la
carne y la sal, entonces ahora ¿qué vamos hacer con este señor que ya nos prohibió hasta nuestro sustento?
Ya nos quiere sacar de la región. Siempre hemos vivido tranquilos y así queremos seguir para no poner pro-
blemas a nadie, entonces pedimos que nos den protección y no se le adjudique esa tierra a ese mal vecino,
por otra parte esas tierras siempre han sido nuestras, tenemos un Cabildo legalmente constituido, somos 22
familias con 118 habitantes”645.

En fuerte cohesión, los colonos de Villagarzón y de las veredas a las que fueron dando lugar libraron vastos mo-
vimientos de protesta social con el propósito de exigir al gobierno local, regional y central, la construcción de
los puentes, los caminos y, en general, de las vías de comunicación que les permitieran sacar a los mercados los
ganados y productos de la tierra.

En el mes de noviembre de 1969, las autoridades de Villagarzón informaron con carácter de urgencia de la alte-
ración del orden público por una “enfurecida manifestación de colonos” que reclamaban la construcción de la
carretera Villagarzón-río Guineo-río Putumayo.

645 Ibid.
307
“Panorámica de Villa Garzón”, cortesía
del Profesor Laureano Gómez

Los “perturbadores” destruyeron, por


ejemplo, puentes y alcantarillas en la
vía Pasto-Puerto Asís, sector de esta
misma localidad, y se temió entonces
que tales “brotes de violencia” fueran
apenas el inicio de protestas similares
en las distintas áreas colonizadas y que
ellas acabarían por generalizarse dado
que a la sazón, según las fuentes docu-
mentales, “otras zonas de colonización
están en igual situación de inconformidad debido a que no pueden sacar sus productos al mercado ni abaste-
cerse por no existir vías sino pésimas trochas que no sirven ni en verano”646.  Cabe aclarar aquí que el contrato
para la construcción de la vía Villa Garzón-río Putumayo había sido adjudicado ya por Caminos Vecinales, pero
el inicio de los trabajos se había pospuesto hasta el momento, inicialmente a causa del prolongado trámite de
adjudicación presupuestal y después en virtud de la larga espera para hacer efectivo el pago a los contratistas.

A propósito del tema, el problema de las vías de comunicación y del transporte entraña problemáticas más pro-
fundas relacionadas con el modelo económico capitalista que, como un continuum, intenta establecerse en las
fronteras de colonización agraria y ganadera: nos referimos en concreto a la producción de bienes que, como
valores de cambio, es decir, como mercancías, le permite a los colonos integrarse a las redes de relaciones mer-
cantiles a partir de las cuales les es posible, a su vez, acceder a otras mercancías en aquellos pueblos y centros
que se van conformando en las mismas áreas de colonización.

De este modo, la estructuración social y económica del espacio que se va configurando y fomentando en dichas
zonas, empezará a caracterizarse por la siembra, cría o producción de uno o más bienes destinados al mercado.
En otros casos, el establecimiento de plantaciones sustentadas en la inversión de capitales y el enganche de
mano de obra de regiones distantes, u originaria de otros países, terminará por integrar, de manera definitiva, el
área específica al mercado, e incluso directamente a un mercado de tipo internacional.

En este orden de ideas, hacemos caer en la cuenta cuán contrastante es el paisaje que se va formando en la fron-
tera, donde, según dijimos, no se está intentando más que re-producir el modelo característico de la economía
de mercado, respecto del paisaje (social cultural, económico, etc.) construido y re-construido por las sociedades
indígenas cuyos ámbitos y miembros aún no han sido integrados a las redes del mercado.

Se trata, por consiguiente, de estructuraciones históricas diferenciadas, de “horizontes culturales” distintos, con
propósitos también diversos, cuyas tradiciones e historias, a manera de “mapas”, es posible leer espacialmente
si se acepta que la historia es, por principio, una construcción social del espacio.

En consecuencia, y más allá de las consideraciones clásicas acerca de los campesinos y del “campesinado” como
sociedades productoras de bienes de uso para el autoconsumo, la realidad de los colonos, en nuestro caso es-
pecífico, estuvo caracterizada por la tendencia a incorporar sus espacios y, por supuesto su producción, o parte
de ésta, a ese continum; de allí la histórica demanda de los colonos por lograr hacer efectivas la construcción, el
mejoramiento y el mantenimiento de vías de comunicación. De hecho, y a la altura de la década de 1960, dicha
demanda no sólo fue una pretensión de vincularse a los mercados sino, también, una condición de su supervi-
vencia dentro de las reglas del juego establecido en el contexto de una producción agraria de tipo capitalista, en

646 PALACIOS, Jorge A. “Informe del Intendente del Putumayo sobre orden público dirigido al Ministro de Gobierno”. Mo-
coa, 13 de noviembre de 1969. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 252, carpeta 2380, Secretaría
308 General, Fols. 15-16.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

plena vigencia, que vinculaba ya a una buena porción de los colonos del Putumayo con base en los empréstitos
y programas del INCORA:

“(...) con el fin de pedirle se sirva intervenir para que se nos construya la vía Villa Garzón-río Putumayo, a fin
de que por falta de ésta, los préstamos de INCORA no nos haga víctimas de un fracaso total, ya que por falta de
esta vía no podremos sacar al mercado lo que producimos y, como es obvio, no podremos tampoco pagar las
deudas a las entidades crediticias, ni siquiera llevar a nuestras parcelas lo que necesitamos para sobrellevar
nuestra precaria existencia”647.

Desde que comenzaron los movimientos de colonización mediante los cuales se fue despojando de sus tierras
a los indios de Mocoa, Puerto Limón, y posteriormente a los aborígenes de muchos otros territorios étnicos del
piedemonte, habían transcurrido varias décadas, y las modificaciones que acompañaron este proceso y se ma-
nifestaron en las estribaciones que descienden hasta la vasta llanura, en Villagarzón y hacia el sur hasta Puerto
Asís, no consistían ya sólo en la destrucción de los bosques sino, también, en la expansión de haciendas ganade-
ras y la proliferación de una cadena de “pueblos miserables” de acuerdo con la descripción hecha por el investi-
gador Davis Wade a quien previamente hemos citado. En consecuencia, a finales de la década de 1960 se había
configurado en el piedemonte un “nuevo mapa” caracterizado ahora por una mayor y pujante estructuración
urbana de los asentamientos humanos y el avance de una economía de mercado cuya expansión y consolidación
estuvo relacionada, sin duda, con el crecimiento de Puerto Asís con motivo del aumento de la inmigración y el
auge petrolero que se presentó en su jurisdicción.

5.1.6. Puerto Asís

“Mocoa, nos explicó (Jorge Feuerbringer), siguió siendo un pueblo soñoliento incluso después de la guerra
con el Perú y de la construcción del camino de los capuchinos. Los cambios empezaron a finales de la década
de 1940, bastante después de la primera visita de Schultes, cuando la violencia en el altiplano dispersó a los
campesinos hacia la selva como las hojas de un árbol. Después, en la década de 1950, la Texaco descubrió
petróleo y los habitantes de Puerto Asís se triplicaron en tres años. Antes de que uno se diera cuenta, añadió,
hubo más comerciantes, ingenieros, soldados y mujeres de tacón alto que indios”648. 

La fundación de Puerto Asís obedeció a un plan más amplio de colonización proyectado por los capuchinos
desde los primeros años de su establecimiento en el Putumayo y de aquel habían hecho parte también las fun-
daciones de Sucre y de Alvernia, según lo explicamos antes. De acuerdo con el relato de Miguel Triana, a quien
el gobierno le encomendó la misión de encontrar un camino viable entre Nariño y el Putumayo, ya a principios
del siglo XX los misioneros de esta orden establecidos por aquel entonces en Mocoa “acariciaban el ensueño de
construir una ciudad”, la “ciudad de Asís”, a partir de la cual se “encabezara” la incorporación de esa “gran región
colonizable”649.

Para los misioneros había sido muy importante, por lo tanto, la apertura de la vía que inicialmente comunicó a
Mocoa con Sibundoy y Pasto. En 1910, por propia iniciativa, habían emprendido la construcción de un camino
de herradura que recibió luego el apoyo del gobier­no nacional, apoyo que estuvo motivado por los resultados
del combate de La Pedrera acaecido en 1911 en contra los peruanos. Al año siguiente, en marzo, el camino había
logrado llegar hasta Mocoa y en noviembre se dio por terminada una segunda etapa a la altura de Umbría, sobre
el río Uchipayaco, pero “en febrero de 1913 el Gobierno Nacional dio la orden de suspender los trabajos, por lo
cual quedó paralizado el camino en Umbría. Y de allí no se pudo adelantar más hasta que lo tomaron nuevamen-
te de su cuenta los misioneros en 1928”650. 

647 MONTES DE OCA, Doris. “Solicitud dirigida al Ministro de Obras”. Tuluá, 31 de agosto de 1970. AGN: Sec. República, Fdo.
Ministerio del Interior, caja 259, carpeta 2460, Secretaría General, Fol. 47.
648 Jorge Fuerbringer, conocido por entonces en el Putumayo como “el alemán,” había abandonado Alemania, junto con su
hermano, poco después de la Primera Guerra Mundial. Este último se estableció en Nueva York en tanto que Jorge fue
a dar a Mocoa. Allí, lavando oro, logró levantar una granja lechera donde Schultes lo conoció en el año de 1941 (WADE,
Davis. EL río: exploraciones y descubrimientos… Págs. 219-222).
649 TRIANA, Miguel. Por el sur de Colombia… Págs. 343-352.
650 CROUS, Plácido Camilo. Puerto Asís ayer y hoy: breves apuntes sobre su fundación y desarrollo. 1912-1962. Sibundoy,
s.e, 1962. Pág. 22.
309
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Calle de Puerto Asís. 1913. Fotografía realizada por la Comunidad Religiosa Capuchina. Misiones católicas del Putumayo.
Documentos oficiales relativos a esta comisaría. Bogotá. Imprenta Nacional.

El ataque a La Pedrera incitó al go­bierno a dar su apoyo para que los misioneros capuchinos realizaran fundacio-
nes Putumayo adentro con el objeto explícito de contener el avance de los peruanos por ese río, y de acuerdo
con el proyecto aprobado se envió una comisión para escoger el lugar más apropiado a dicho propósito.

Para dirigir este trabajo fueron designados los monjes Stanislao de Les Corts e Ildefonso de Tulcán, quienes después
de recorrer varios parajes de su ribera seleccionaron al fin el lugar de la nueva colonia a la cual nombraron Puerto
Asís, si bien cabe ilustrar aquí que muchas décadas atrás, en la época dorada de la prosperidad comercial de las
quinas, en ese mismo punto se había levantado un establecimiento con el nombre de Cantinera, importante y estra-
tégico lugar habitado por indígenas651 donde se realizaba el acopio de las variedades de la corteza medicinal extraída
del piedemonte. De la nueva fundación, vale citar los siguientes pormenores:

“Con los obreros llevados expresamente para esto y algunos indígenas de la región, construyeron
pronto una casa amplia, de 25 metros de largo por 10 de ancho, y de dos pisos. En su planta baja se
improvisó una capilla. (...) El 3 de mayo de 1912 se celebró la Santa Misa de instalación o inaugura-

651 Gracias al mapa que fuera levantado por Francisco A. Bissau y Rafael Reyes en 1877, el cual aparece bajo el título “Mapa
del Río Putumayo o Ica”, es posible advertir la existencia, en la época, de los “indios San Miguel”, “indios Picudos”, “in-
dios Montepas”, “indios Macaguages”, “indios Beneció”, lo mismo que poblaciones indígenas como Yosotoaró, Cuembí,
Montepa y Abacunte, en el río Putumayo y en algunos de los afluentes de su parte alta. Así mismo, dicho mapa nos per-
mite reconocer la existencia de establecimientos, bajo nombres nuevos, como Cantinera y Duitama, donde habitaban
y laboraban individuos y familias indígenas al servicio de la Casa Elías Reyes y Hermanos o Compañía del Caquetá, bien
sea acopiando y transportando quinas o cortando y alistando leña para los vapores. Véase al respecto la pieza cartográ-
310 fica correspondiente.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

ción, con la cual quedó oficialmente fundada Puerto Asís. EI 5 de septiembre de 1912 llegó a Puerto
Asís una Guarnición Militar que se hospedó en la Casa Misión. La Misión cedió también a la tropa
un lote de terreno ya cultivado, cuyas dimensiones constan en el acta de entrega que se firmó”652. 

Durante las primeras décadas del siglo XX, los avances relativos al proceso colonizador del Putumayo estu-
vieron marcados hasta 1933, en gran medida, por las numerosas coyunturas de los arreglos limítrofes con el
Perú: cada vez que resurgían o aumentaban las tensiones, el gobierno enviaba tropas, promovía la fundación
de pueblos y la cons­trucción de carreteras e incrementaba el presupuesto regional. En los tiempos de calma,
por el contrario, se desen­tendía por completo de la región y todas las obras acometidas terminaban paraliza-
das. En 1923, por ejemplo, y conscientes los capuchinos de las ventajas de Colombia respecto de Perú, en par-
ticular por su acceso al río Putumayo, se quejaron del retiro de la guarnición militar ordenado por el gobierno,
lo mismo que de la disminución del presupuesto y el apoyo económico comprometidos para el sostenimiento
de la colonia:

“Especificando o particularizando más nuestro razonamiento, y concretándolo a Puerto Asís, que bien pue-
de llamársele dique de contención y muro protector, diremos que si no se presta pronto y eficaz auxilio a
aquella colonia, irremisiblemente caerá por inanición. Antes tenía allá el gobierno un número regular de
soldados, quienes además de prestar el importante servicio de guardar las fronteras, daban vida y movi-
miento a la colonia; nos ayudaban a soportar algo de la carga que sobre nosotros pesaba; pero debido a
las difíciles circunstancias en que se hallaba el erario público, fue suprimida la fuerza armada del Territorio,
y entonces proseguimos solos soportando con trabajos y esfuerzos inauditos el sostenimiento de aquella
población”653.

Menos traumáticas fueron siempre las relaciones de Colombia con el Ecuador. Sin embargo, el arreglo de límites,
ocurrido en 1916, implicó un drástico reordenamiento territorial como consecuencia de la repatriación de los
caucheros e indígenas colombianos que se habían asentado al sur del río San Miguel: desde el Aguarico y el Napo
fueron repatriados grupos de colombianos que terminaron asentándose especialmente en Güepí y a lo largo del
río Putumayo, y los habitantes que vivían en la orilla derecha del río San Miguel se trasladaron hacia Puerto Asís
o se reubicaron en San Antonio del Guamués. Así, este arreglo conllevó el fin de todo el antiguo Corregimiento
de Aguarico que había sido fundado en el siglo XIX y provocó la primera segregación del Corregimiento de Güepí,
el cual sería entregado luego a Perú como parte del acuerdo limítrofe de 1922.

Entre 1923 y 1927 soplaron vientos de guerra entre Colombia y Perú y por ello el Putumayo recibió nueva
atención. La Colonia Penal de Caucayá que años después sería conocida como Leguízamo −la cual había sido
erigida en 1919 pero posteriormente desertada por causa de las protestas peruanas-, volvió a recuperarse y se
construyó un buen camino para comunicarla con La Tagua, en el río Caquetá. Luego, en 1924, se fundó Puerto
Ospina, frente a la boca del río San Miguel en la orilla izquierda del Putumayo y se tomó la importante decisión
de continuar los trabajos destinados a concluir el camino de herradura, entre Pasto y Puerto Asís, que habían
sido paralizados en Umbría, como ya lo dijimos, desde 1923:

“En 1927 el Gobierno Nacional decidió encomendar a los misioneros (capuchinos) la continua-
ción del camino por contrato celebrado entre el Ministerio de Industrias y el Padre Prefecto. En
febrero de 1928 el Herma­no Fray Gaspar de Berneck continuó los trabajos desde Umbría (...). En
1929 quedaba abierto el camino hasta San Pedro, en un trayecto de 32 kilómetros y medio (...). En
1930 celebrose un nuevo contrato entre el Gobierno y la Misión para continuarlo hasta Puerto Asís.
Correspondió al Padre Stanislao de Les Corts −quien había dirigido los trabajos del camino Pasto-
Mocoa- llevar a término esta obra. El 20 de julio de 1931 inaugurose solem­nemente el camino de
herradura en Puerto Asís”654. 

652 CROUS, Plácido Camilo. Puerto Asís ayer y hoy… Págs. 3-5.
653 MISIONES CATÓLICAS DE COLOMBIA. “Los salvajes del Putumayo: esclavitud de los indios”. Apartes de los informes de
los años de 1922 y 1923 de las Misiones Católicas de Colombia. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec.
Primera, T. 973, Fols. 148-150.
654 CROUS, Plácido Camilo. Puerto Asís ayer y hoy… Págs. 22-23.
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Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

La situación sanitaria de las poblaciones que fueron surgiendo en el piedemonte, inclusive las fundadas por los
propios misioneros, no fue la mejor. Se decía, por ejemplo, que Puerto Asís había sido levantada en una zona baja
y pantanosa, semillero de zancudos y mosquitos. En este caso, el convento de las madres franciscanas, donde
se mantenía un orfelinato y las habitaciones de los indios, se hallaba construido en la parte alta de la población
desde donde desaguaban al río Putumayo varias letrinas que infectaban las aguas del río, las mismas que a
diario tomaban los vecinos. Por consiguiente, la disentería, el paludismo, la uncinariasis y otras enfermedades
tanto más graves se habían hecho endémicas hasta el punto de que no había habitante que no padeciera, por
lo menos, dos de las nombradas, las cuales, por si fuera poco, se recrudecían en época de verano. Sin embargo,
la ubicación de Puerto Asís hacía imposible su saneamiento y al respecto se había argumentado que realizarlo
conllevaría la inversión de muchos millones de pesos.

Según los informes del doctor Guzmán, los niños morían en el vientre de la madre o en los primeros días de su
nacimiento; los infantes del orfanato, por su parte, estaban palúdicos y uncinariáticos, especialmente los pe-
queños indígenas, a causa de la miseria de sus padres. De acuerdo también con sus análisis, las enfermedades
cundían así mismo por la escasez de alimentos y la falta de industrias y de trabajo; en efecto, productos indis-
pensables de la dieta, como el plátano, la yuca, la caña, el arroz, el maíz y las frutas “poco podían producirse en
aquellos terrenos” y por esta circunstancia “todo” tenían “que traerlo de Pasto o Mocoa”655. 

Según el testimonio de los padres capuchinos Gaspar de Pinell y Bartolomé de Igualada, quienes visitaron duran-
te su excursión apostólica (15 de diciembre de 1926 a 31 de mayo de 1927) el pueblo de San Antonio, los indios
Sionas que entonces lo ocupaban porque antaño habían residido en Yocoropui, acostumbraban ya por esa época
a viajar con frecuencia a la población de Puerto Asís, donde tenían a sus hijos en el orfanato por ser este el lugar
en el cual recibían las clases de catequismo.

Como parte de la misma excursión, los misioneros se presentaron en el Piñuña Blanco, donde residía “otro grupo
de indios sionas: la antigua tribu de montepas”656.  Y de ésta y otras de sus visitas dejaron observaciones que hoy
resultan pertinentes para comprender la magnitud de las drásticas transformaciones sociales, económicas, cul-
turales y demográficas que alteraron la existencia de los Siona y, en general de los grupos Tukano Occidentales,
como consecuencia de las políticas misioneras puesto que, actuando bajo la convicción de la dificultad de evan-
gelizar a los adultos, optaron por arrancar de sus hogares, desde tierna edad, a los niños indígenas. Para lograr su
cometido, sedujeron falsamente u obligaron a las familias a dejar a sus hijos en las casas de “orfanato”, donde a
manera de confinamiento, se les impedía hablar su propia lengua y se les expurgaban sus “bárbaras costumbres”
(véase el Mapa Etnico del Caquetá - Putumayo -Amazones levantado por los capuchinos, en la década de 1920,
en relación con la ubicación de los grupos indígenas aquí mencionados).

Existe también una amplia documentación con base en la cual es posible afirmar que desde los inicios del siglo
XX los desplazamientos espaciales de estos grupos indígenas fueron cada vez más frecuentes, y que ellos fueron
una forma de respuesta a las presiones de misioneros, traficantes, comerciantes, empresarios y colonos, en
particular, el permanente temor al contagio de enfermedades, a las cuales, por supuesto, estuvieron cada vez
más expuestos en virtud de la presencia creciente y más permanente no sólo de los grupos ya mencionados sino
también de contingentes de soldados, especialmente a partir del desarrollo del conflicto colombo-peruano. Así
tenemos que, desplazarse, crear un nuevo asentamiento, lejos del contacto con extraños, e incluso huir e inter-
narse en la selva, fue una actitud reiterada y la mejor profilaxis.

Uno de los informes más representativos, en relación con el contagio y el impacto de las enfermedades y epi-
demias entre los indígenas y, en general, entre los pobladores de aquellos territorios, fue elaborado por Alfredo
White. Este ingeniero y propietario de minas en el Putumayo, escribió en 1923 que los colombianos continuaban
emigrando a Ecuador, entre ellos muchos indígenas que deseaban escapar de las enfermedades de lugares infec-
tos, como Puerto Asís: “los pueblos de indios de San José y San Diego en el Putumayo ya no existen; el del Guineo
en Umbría ya toca a su fin, el de San Miguel, en el río del mismo nombre, se ha desbandado a Ecuador, los indios
de San Antonio en el Putumayo huyen por las selvas para evitar las pestes; Yocorocué y Montepa extinguidos, los

655 MORA, Jorge E. “Acta de visita practicada por el Comisario Especial del Putumayo al Médico de Sanidad de Puerto Asís”.
26 de mayo de 1923. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 887, Fols. 164-166.
312 656 PINELL, Gaspar de. Excursión apostólica... Pág.19.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

pocos que quedaron se internaron en el río Sencella. Los indios del Limón perecen de disentería; los habitantes
de Quinoró y Curiplaya en el Caquetá inutilizados por las bubas y en la más espantosa miseria, sin medios y sin
trabajo. Otros lugares y colonias que no alcancé a poner en el plano, no vale la pena ni de enunciarlos, Alvernia
no existe ya, Yunguillo y Condagua, pueblos de indios en el alto Caquetá, presas de la anemia tropical y del ham-
bre”. E igualmente señaló, con pesadumbre, que “los que hemos conocido estos ríos, poblados por valientes y
sufridos caucheros hace doce años y por comerciantes, nos pasmamos de la transformación sufrida en tan corto
lapso de tiempo”657.

Los informes de sanidad del Putumayo se cuidaron de denunciar, también en el mismo año, que la epidemia de
la disentería “amenaza concluir con los habitantes de la región del Caquetá-Putumayo con caracteres de tanta
gravedad como casi no hay recuerdos de otra época igual. Además de la disentería se presentaba una fiebre per-
niciosa en distintos puntos del territorio, lo mismo que un paludismo crónico que mina la vida de los ciudadanos,
enfermedades cuyo germen principal radica en la falta de higiene y metodización de la vida privada”658.

El padre Calella, quien en su condición de misionero debió permanecer durante muchos años entre los indios del
Putumayo, señaló a finales de la década de 1930 que por entonces existían en el Putumayo “tres pueblecitos o
caseríos sionas: San Diego de Orito, Piñuña Blanco (Bo-piñú-ya) y Comandante-playa (Comandante-Kú)”, y otros
pocos dispersos en el mismo río, y que tomados en su conjunto, no pasaban, en total, de 300 personas. Según
él, la disminución de la población Siona debía atribuírsele a las enfermedades tanto como a los enfrentamientos
entre los mismos indios, y que el paludismo, el sarampión, la disentería y el catarro eran las enfermedades más
frecuentes entre éstos659.

Durante el conflicto colombo-peruano, el ingreso de tropas cuyos miembros, por lo general, provenían de Boya-
cá, Cundinamarca, Tolima, Huila, Cauca y la costa Atlántica, ocasionó un nuevo episodio epidémico en las regio-
nes del Caquetá y el Putumayo, y cabe relevar, tomando como fuente los partes médicos emitidos en esos años,
el resurgimiento, a lo largo de la ruta que las tropas siguieron desde Neiva, pasando por Florencia, Tres Esquinas,
La Tagua y Caucayá, de males como la sífilis, el paludismo, la fiebre tifoidea y las enfermedades venéreas.

El ingreso y la permanencia de los contingentes de soldados en el Putumayo, incluso hasta el año 1934, generó
una ostensible presión en los reductos de población indígena de la región, sobre todo en las mujeres, hasta el
punto que los médicos militares recomendaron la contratación de prostitutas, quienes en calidad de “lavande-
ras” debían satisfacer las necesidades de la tropa, bien fuese llevándolas “al frente de batalla” o acomodándolas
en centros urbanos como Florencia.

A mediados del siglo, el investigador Milciades Cháves, quien según dijimos visitó con frecuencia el Putumayo
por aquella época, fue testigo presencial de estos y otros hechos y, como tal, nos legó su excepcional testimonio
acerca de las profundas trasformaciones que comenzaron a alterar irreversiblemente el piedemonte, las cuales
lesionaron especialmente a los grupos Siona y Kofán: “en los momentos actuales todos los indígenas comienzan
a ponerse en contacto con los colonos y por consiguiente a sufrir las consecuencias de su inferioridad cultural:
son despojados de sus cultivos y, lo que es peor, las enfermedades como la gripe, el tifo, fiebre amarilla y palu-
dismo diezman su población”660.  Así mismo, advirtió que las enfermedades constituían una de las principales
causas de la disminución y extinción de la población indígena, y que ellas eran responsables, por igual, de su
dispersión geográfica: “Al presentarse alguna enfermedad contagiosa fácilmente los indios se dispersan, y si
después vuelven a reunirse, ordinariamente es en un punto distinto del que antes habitaban. Este es uno de los
motivos, probablemente el principal, del traslado frecuente de un lugar a otro”661. 

657 WHITE URIBE, Alfredo. “Explicaciones del plano de los ríos Caquetá y Putumayo”. Sucre, Putumayo, 1 septiembre de
1923. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 891, Fols. 435-436.
658 MORA, Jorge E. “Telegrama dirigido por el Comisario Especial del Putumayo al Ministro de Gobierno informando acerca
de las epidemias que afectan a algunos pueblos”. 20 de marzo de 1923. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobi-
erno, Sec. Primera, T. 887, Fols. 11-12.
659 CALELLA, Fray Plácido de. “Apuntes sobre los indios Sionas del Putumayo.”… Pág. 739.
660 CHÁVES CH., Milciades. “La Colonización de la Comisaría del Putumayo…” Pág. 588.
661 CALELLA, Fray Plácido de. “Apuntes sobre los indios Sionas del Putumayo...” Pág. 739.
313
Indígena vestido de soldado.
General Mora Antequeira.
C.a. 1932. Museo Militar. Álbum número 3.

A comienzos de la década de 1960, Puerto Asís


y su jurisdicción fueron escenario de un febril
proceso de colonización gracias al cual esta
área logró convertirse en uno de los epicentros
económicos más populosos e importantes de
la Amazonia colombiana. (véase a propósito
el mapa de 1959 Intendencia del Putumayo.
Asentamientos y colonización, el cual fue ela-
borado con base en la muy detallada informa-
ción del Servicio de Erradicación de la Malaria
−SEM-).

Puerto Asís fue lugar privilegiado de los especula-


dores que realizaban sus compras de oro, pieles y
productos extraídos o elaborados por los indíge-
nas. Allí, donde todavía funcionaba el Internado
Indígena, confluía el contrabando y persistía la
vieja modalidad de endeudar a los indios, como
lo seguía poniendo en práctica, por ejemplo, el
comerciante Carlos Ríos, quien solía embriagarlos
con aguardiente peruano o pisco para que jamás
pudiesen saldar sus pagos pendientes según lo
denunció el Jefe de Resguardos y Parcialidades
Indígenas, Jorge Osorio Silva662. 

A cinco horas de Puerto Asís, río Putumayo


abajo, se encontraba el poblado siona de Bue-
navista, cuyos habitantes ya habían caído bajo
la órbita religiosa de la misión evangélica del
Instituto Lingüístico de Verano que operaba en
Limón Cocha, Ecuador. Francisco Payoguaje era
en aquella época el guía espiritual de la pobla-
ción y su casa, ubicada en la margen derecha del Putumayo, servía de lugar de reunión para quienes habitaban
en una y otra banda del río663.

A dos horas de este pueblo se hallaba otra concentración de indígenas Sionas, el así llamado Piñuña Blanco. Sus
habitantes, “familiares casi todos de los de Buenavista” y dedicados a la agricultura, “ante la influencia de los co-
lonos ya usan tanto hombres como mujeres vestidos de campesinos”. A poca distancia de éste había otro caserío,
también siona: el de Piñuña Negro. En Puerto Ospina, pequeña población y puerto naval de avanzada sobre la
margen colombiana, se congregaba por su parte un buen número de Sionas, Huitotos y Coreguajes:

“(...) en este sitio tiene su almacén el señor Londoño quien explota a 80 familias de indios ecuatorianos
que le traen sus mercancías como pieles, arroz, y otros artículos agrícolas, oro, etc. Esta explotación
está autorizada por un permiso del Gobierno del Ecuador. A nosotros nos tocó presenciar la llegada de
una familia de indios que desnudos huían de su amo. Poco tiempo después llegó la policía ecuatoriana

662 OSORIO SILVA, Jorge. “Informe dirigido a Gregorio Hernández de Alba Jefe de la División de Asuntos Indígenas”. Abril de
1962. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 198, carpeta 1738, Asuntos Indígenas, Fols. 114-116.
314 663 Ibid. Fols. 98-118.
Puerto Asís. Fotografía de Nereo López Mesa.
1967. Homenaje Nacional de Fotografía.
Ministerio de Cultura. Bogotá. 1998.

en su busca, pues debían dinero a su


patrón. Al explicarles que este proce-
der atentaba contra elementales sen-
timientos humanitarios, los sabuesos
aceptaron las razones y respetaron el
´asilo territorial’. Allí desemboca en el
Putumayo el río San Miguel que sirve
de límite con el Ecuador hasta Cuembí
y es asiento de numerosas tribus ecua-
torianas, en estado salvaje, especial-
mente los temibles Tetetes”664. 

Ya por entonces, la “extraordinaria afluen-


cia de gentes desplazadas por la violencia”
estaba tocando el piedemonte, en especial
la jurisdicción de Puerto Asís, y se sabía que
venían, “con el fin de colonizar y vivir en
sana paz”, quienes en su gran mayoría eran
“familias del Tolima, Caldas y Valle, casi en
su totalidad de filiación liberal”665.  Pero, al
igual que los anteriores contingentes colo-
nizadores, los recién llegados terminarían
ejerciendo sobre los indios y sus tierras una
presión inaguantable.

Según lo denunciaron las propias autorida-


des del Putumayo, éstos acabaron siendo
“víctimas en muchos casos de los colonos
inescrupulosos que los engañan para apro-
piarse de algunos de sus bienes y muchas
veces hasta de sus parcelitas cultivadas,
obligándolos a emigrar en procura de otra
parcela en lugares lejanos, casi inaccesibles”666.

Además de las gentes desplazadas por la violencia política, las noticias “halagüeñas” acerca de los hallazgos de
petróleo estimularon también la inmigración de individuos o familias desde los primeros años de la década de
1960. Muchos marcharon en pos de las huellas de las trochas petroleras mientras que otros se dedicaron a hacer
del hecho un negocio puesto que colocaban sus ranchos y levantaban cercas y cultivos en los lugares donde las
empresas petroleras proyectaban abrir caminos y realizar obras de infraestructura para luego cobrar las mejoras
a precios elevados, tal y como lo informaron, en la época, los sendos representantes de Asuntos Indígenas y el
Ministerio del Trabajo:

“Así se verificó un reclamo hecho por un ingeniero de apellido Ruiz, quien teniendo en tramite la
adjudicación de una finca en las riberas del río Guamués, en desembocadura del Río Sucio, plena

664 Ibid.
665 COLONOS DEL PUTUMAYO. “Memorial de varios colonos del Putumayo dirigido al Secretario Privado de la Presidencia,
Favio Lozano Simonelli”. Mocoa, 26 de abril de 1960. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 9, carpeta
77, Despacho del Ministro, Fol. 85.
666 BRAVO MUÑOZ, Eleazar. “Informe del Putumayo”… Fols. 164-192.
315
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Indios Sionas preparando sus bodoqueras para flechar Peruanos.


Puerto Asís. 1932. Fotografía de Luís Esparza. Museo Militar.

selva, construyó una caseta, plantó unos colinos de plátano, sembró maíz, precisamente por donde
va a pasar el oleoducto Tras-andino; ahora cobra a la compañía mejoras, perjuicios, etc. Y amenaza
con poner abogado si no le pagan todo, sin mirar el beneficio que va a recibir con la carretera que la
compañía lleva precisamente hasta la finca, carretera que le dará algún valor y que el gobierno no
hubiera podido construir ni en 50 años”667. 

Desde que se realizó la fundación de Puerto Asís, grandes extensiones de tierra quedaron bajo su formal juris-
dicción incluyendo, por supuesto, vastos territorios de los grupos de indígenas Siona, Kofán e Inga. Tanto la vio-
lencia bipartidista como los hallazgos de petróleo propiciaron un avance sobre dichos territorios e incentivaron
por igual la especulación y el acaparamiento de tierras en áreas tan predilectas cual, por ejemplo, el valle del
Guamués y en general en una amplia extensión que, en virtud del auge petrolero era previsible que se valorara
promisoriamente.

En consecuencia, muy pronto esas tierras (¡y territorios indígenas!) fueron cayendo en poder de geófagos, es de-
cir de especuladores, latifundistas y personajes adinerados o influyentes (gerentes de bancos y políticos locales
y regionales) que aprovechaban su condición cercana a la empresa, como los pilotos al servicio de la compañía
Texas Petroleum, para acapararlas bajo la figura y condición jurídica de “tierras baldías”:

“En el Guamués el Dr. Ernesto Ruiz N. ha encerrado con trocha, sobre la margen izquierda del río del
mismo nombre y en la parte oriental de la quebrada Guisia, un lote de 2.800 has. Dentro de dicho
lote existen colonos antiguos con mejoras establecidas. Accidentalmente me encontré en Puerto
Asís con el topógrafo que hizo el levantamiento de la tierra aludida, señor Silvio Chacón, quien me
informó que ya estaban haciendo diligencias tendientes a obtener del INCORA la adjudicación de
tales tierras. Me informó que, para lograrlo, presentarán 28 solicitudes (…). En el mismo Guamués,
zona aledaña a la ya vista, el Dr. Parménides Revelo ha encerrado también con trochas una zona

667 RODRÍGUEZ, Ignacio Salomón y CÁRDENAS ULLOA, Tito. “Informe de la Comisión al Putumayo para investigar los prob-
lemas Texas-colonos en zona de reserva de Orito”. Bogotá, 1 de Mayo de 1968. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del
316 Interior, caja 209, carpeta 1918, Asuntos Indígenas, Fol. 139.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

más o menos igual a la pretendida por el Dr. Ruiz N. Sobre la margen derecha de la quebrada La
Hormiga, que desemboca en el río San Miguel, encontré un señor de nombre Luis Alfonso Largo. Se
encontraba encerrando con trochas un lote de una 600 o 700 has. Dentro del lote en mención viven
establecidos con sus familia y tienen casa y mejoras Olmedo Patiño y otros colonos. Dijo el señor
Largo que los trabajos de la trocha los estaba haciendo por cuenta de unos pilotos de la compañía
Texas, quienes querían hacer allí una finca”668.

Si a mediados del siglo la situación de los indígenas y sus territorios ya era crítica, la gravedad de su estado se
tornaría peor aún luego de que se intensificara el proceso colonizador allí donde la Texas Petroleum Company
había emprendido los trabajos de exploración y más tarde de explotación petrolera, es decir, cuando sus trochas
y carreteras comenzaron a alcanzar sus heredades, facilitando así el avance de los colonos y su inevitable secue-
la: la invasión y el despojo de esos territorios, “por la fuerza” o mediante engaños, y el ulterior desplazamiento
de los naturales hacia los últimos rincones de la selva.

Sin duda alguna, el auge petrolero se convirtió, en la década de 1960, en el factor fundamental de trasformación
de las territorialidades indígenas en el piedemonte del Putumayo, donde dio lugar a otro “nuevo mapa” de los
asentamientos humanos dentro del ya largo proceso de integración nacional de la frontera amazónica.

5.2. Petróleo: inmigración, colonización y conflictos


en las últimas fronteras indígenas

“Hasta hace algunos meses los indígenas de aquel lugar vivieron con tranquilidad y paz, pero hoy
con el halago del oro negro, el petróleo, que precisamente están los pozos en sus alrededores,
han llegado un sinnúmero de colonos de todas las regiones de Colombia; llegaron a hacer fincas, a
comprarles a cualquier precio algunas que tienen fuera del resguardo y a perturbarlos en sus pose-
siones, ejerciendo toda clase de abusos con ellos. Todos estos hechos conducen a que los aboríge-
nes inicien la fuga de su bella región; ya se retiraron de allí dos familias por estas causas. Es que el
aborigen al ver malogrado su trabajo, al ver perturbada su tranquilidad y amenazada su seguridad
personal y la de sus bienes, se mortifica y abandona cuanto tiene. Para ellos vale más su tranquili-
dad, su seguridad, que la riqueza que exista en la superficie de la tierra”669. 

Desde un pasado relativamente lejano comenzaron a circular noticias acerca de la existencia de petróleo en
el Putumayo, tal y como se había insinuado ya a comienzos del siglo XX, cuando se adelantaron exploraciones
en el piedemonte amazónico en busca de la mejor ruta para el trazado y la construcción del camino que, par-
tiendo de Pasto y pasando por el valle de Sibundoy y Mocoa, uniría los Andes con un punto navegable del río
Putumayo.

A principios de la década de 1920 se insistió, con vehemencia, en la necesidad de construir un camino entre la
zona andina y Puerto Asís con la finalidad de explotar y comercializar las riquezas naturales de la región, como
gomas, resinas, cacao, tagua, carbón, petróleo, oro, platino y mármoles, pues se tenía conciencia de que el “Pu-
tumayo es pobre y seguirá así mientras no se le den facilidades para la exportación de sus ricos y abundantes
productos”670.

668 ROLDÁN ORTEGA, Roque. “Informe de la Comisión adelantada a las comunidades indígenas y a la zona petrolera de
Orito entre los días 6 y 24 de febrero de 1968”. 1 de Marzo de 1968. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior,
caja 213, carpeta 1965, Asuntos Indígenas, Fols. 216-221.
669 RODRÍGUEZ, Ignacio Salomón. “Resultados de la visita practicada por el Jefe de la Comisión Putumayo”… Fols. 5-11.
670 ERASO CHÁVES, Braulio. “Informe del Comisario Especial del Putumayo”. 22 de mayo de 1920. AGN: Sec. República, Fdo.
Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 842, Fols. 154-1170.
317
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

En esta misma década, el Comisario Especial del Putumayo, Jorge E. Mora, anunció la llegada de los ingenieros
Juan Richards, Garzón, Ernesto Kornel y Francisco Milinux, miembros de una compañía poderosa estadouni-
dense quienes debían estudiar los recursos naturales de la región. Éstos arribaron en la nave peruana Callao,
cumpliendo el recorrido Caucayá-Puerto Asís-Güepí, lugares donde prospectaron la existencia de yacimientos de
petróleo. En uno de sus informes de gestión, el dicho funcionario dio cuenta de las muestras de petróleo obteni-
das, así como de otros descubrimientos:

“En materia de minerales, a pesar de que estas selvas están aún sin explorar, sabemos que hay oro en abundan-
cia, plata, platino y cobre, carbón de piedra, asfalto y petróleo; mármol, yeso y piedra de cal de la mejor calidad
y quién sabe cuántas riquezas más, que yacen escondidas en el seno de estos bosques seculares. Como dato de
suma importancia no puedo menos de anotar aquí que el explorador americano Sr. Dn. John Richards, de la Pure
Oil Co, de Ohio, en el viaje que puedo decir hizo a vuelo de pájaro del Amazonas a Pasto por la vía del Putumayo
sacó, muy satisfecho de este territorio, nueve muestras de petróleo y dos de asfalto. Posteriormente el Sr. Ernes-
to Kornel, empleado de la misma compañía, ha hecho mejores y más numerosos descubrimientos, lo que revela
la riqueza de nuestro Oriente en materia de asfaltos y petróleos”671.

Anexa al informe del Comisario figuraba una carta de Ernesto Kornel, dirigida al Presidente Pedro Nel Ospina, en
la que éste afirmaba que:

“Todos esos territorios son de una riqueza incalculable. El jefe de la expedición de la Pure Oil Co. al despe-
dirse de mi persona aquí en Pasto, me dijo: ‘Mr. Kornel, Ud. nos ha traído a los terrenos más ricos, bellos e
interesantes que jamás había visto sino ahora’. (...) Me hago un deber de informar a V.E. que la poderosa casa
petrolera Sinclair Exploration Co. está interesada en el petróleo de esas regiones. A este fin le he mandado
muchas muestras. Pronto terminaré mis exploraciones en el Oriente, debiendo luego hacerlas en el litoral del
Pacífico, en donde igualmente enviaré a esa casa muchas muestras”672. 

5.2.1. Los inicios de las exploraciones y la explotación petrolera

Si bien es cierto que desde la década de 1920 se sabía con certeza de la existencia de petróleo en el Putumayo, la
noticia se mantuvo en reserva y lejos del conocimiento público durante tres décadas y sólo hasta 1949, durante
el gobierno de Laureano Gómez, se emprendieron las exploraciones por parte de la Texas Petroleum Company. A
comienzos de los años sesenta, entre las diferentes riquezas minerales que abundaban en esta región, se cono-
cían los yacimientos de petróleo de Condagua, Puerto Asís y Mayoyoque, y ya no era secreto “que la compañía
TEXAS hizo varias exploraciones y tiene marcados los sitios más ricos y por ellos estaba pagando un porcentaje
al gobierno con el fin de no permitir la explotación por parte de otras compañías”673.

Después de más de dos lustros de exploraciones, en el año de 1963 se perforó el primer pozo petrolífero en el
área indígena Siona conocida como Oritos, junto al río Orito Pungo. La complejidad de las labores de exploración
y, más tarde, de explotación petrolera, obligó a la Texas a trabajar coordinadamente con empresas contratistas
como: Geodesical Services Incorporated (GSI), especialista en estudios de geodesia y geología que se encargaba
de la apertura de trochas con fines exploratorios; Lofland Brothers y Parker Drilling Co., encargadas de la per-
foración de pozos; las firmas nacionales Colombiana de Construcciones (−Comway-, la cual contaba un elevado
número de trabajadores) y Explanaciones del Sur, encargadas de la construcción de carreteras entre Santana y
Orito; y Schumberger, especializada en construcción y administración.

Otra empresa muy importante en la primera fase, es decir, en la del levantamiento de la infraestructura básica,
fue la Hannibal Co., a la cual se delegó la construcción del oleoducto Trasandino, lo mismo que Halliburton y He-
licol S.A., las que también participaron en el transporte y la construcción del oleoducto. Las características geo-

671 MORA, Jorge. “Informe del Comisario Especial del Putumayo al Ministro de Gobierno sobre la administración del ter-
ritorio a su mando”. Sucre, 20 de mayo de 1922. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 887,
Fols. 100-118.
672 MORA, Jorge. “Memorandum del Comisario Especial del Putumayo”. Pasto, 25 de junio de 1923. AGN: Sec. República,
Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 887, Fols 254-258.
318 673 BRAVO MUÑOZ, Eleazar. “Informe del Putumayo”… Fols. 164-165.
Sombra de helicóptero sobre campo árido.
Nereo López Mesa. 1963. Homenaje Nacional de
fotografía. Ministerio de Cultura. Bogotá. 1998.

gráficas regionales, unidas a la falta de caminos


apropiados para el ingreso de personal y maqui-
naria, fueron obstáculos fundamentales y expli-
can en gran medida la dificultad y la complejidad
de las obras que debieron realizarse durante el
proceso de instalación del nombrado oleoducto.

Por entonces se contaba apenas con la vía Pas-


to-Puerto Asís, cuyo primer tramo de herradu-
ra había sido construido bajo la dirección de los
misioneros capuchinos en contrato con el Minis-
terio de Industrias. Posteriormente, dicho tramo
fue empalizado por un contingente a propósito
de la guerra con Perú, aunque sólo se inauguró,
es decir, se tuvo terminado, hasta noviembre de
1957.

Esta vía, que se había construido con el fin de


servir de carreteable de emergencia para re-
solver el transporte de tropas y provisiones, se
convirtió luego en canal de un proceso de pobla-
ción, lineal y disperso, que permitió una tempra-
na especulación de la tierra, en parte debido a
su importancia como vía estratégica que conec-
taba la región, tanto con el centro del país como
con el río Putumayo, dando así la posibilidad de
navegarlo, en su totalidad, hasta su unión con el
río Amazonas.

Sin embargo, apenas comenzaron los trabajos


exploratorios, e incluso antes, cuando principia-
ron a introducirse los equipos destinados a la
perforación, se percibieron las dificultades y los
elevados costos que exigiría la labor, como se constata en el siguiente comunicado: “Primeramente se envió por
barco por los afluentes del Amazonas un aparejo de perforación y 10 explanadoras abrieron una senda de 40
kilómetros de largo hasta el sitio de la perforación en Oritos, tarea que llevó 93 días. El camino fue destruido por
una lluvia de 500 mm”674.

Inicialmente, con el propósito de construir e instalar la infraestructura necesaria, la maquinaria se transportó


por barco, desde Barranquilla hasta el puerto de Tumaco; otra parte entró desde Perú, por el río Amazonas hasta
Leticia y de allí siguió por el río Putumayo: se trataba de tractores, camiones, planchones, remolcadores, maqui-
naria de movimiento de tierra, implementos eléctricos y más de 6.000 tubos destinados a la instalación de los
pozos y la construcción del oleoducto.

El posterior trayecto de Tumaco a Orito se hizo con remolcadores que debieron superar obstáculos como la au-
sencia de carreteras, los constantes derrumbes y los abruptos ascensos y descensos. Las características de la sel-
va que, como ya se expresó, impiden la consolidación de trochas o carreteras por las constantes lluvias que arra-

674 Citado de la Revista Progreso, julio-agosto 1967, Págs. 21-28/88 (DOMÍNGUEZ OSSA, Camilo A. Puerto Asís: migración,
desarrollo y conflicto en áreas petroleras. Tesis de Grado de Licenciatura en Sociología. Universidad Nacional de Colom-
bia, Facultad de Ciencias Humanas, Departamento de Sociología, Bogotá, mayo de 1969. Pág. 50).
319
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Proyecto Unicornio. Transporte aéreo utilizado en la exploración petrolera del Putumayo a cargo de ECOPETROL. 1992-
1994. Los trabajos de exploración de crudo y adecuación de lugares para la explotación del mismo,
se realizaron utilizando menor mano de obra no especializada. Las dificultades y altos costos para
transportar equipos por trochas exigen el uso de equipos especializados, para que su manejo requiera
poca mano de obra y en contraste, altamente especializada.

san todo lo hecho en este sentido, lo mismo que el entramado del bosque que cerraba el paso de la maquinaria
pesada, entre muchas otras dificultades, fueron retos logísticos a los cuales debieron enfrentarse las compañías
petroleras a fin de transportar el personal, los equipos y las herramientas a los sitios previamente demarcados.

Estas limitaciones fueron suficientes para que se considerara la posibilidad de realizar el trasporte de personal y
maquinaria, lo mismo que la ejecución de muchas otras labores, mediante operaciones aéreas. La subsiguiente
Operación Putumayo fue reconocida en la época como una de las más técnicas y arriesgadas empresas en la his-
toria de la aeronáutica: Helicópteros de Colombia (Helicol S.A.), una filial de Avianca, adelantó las operaciones
aéreas en Colombia y Ecuador, tanto con el objeto de trazar vías como de localizar pozos y trasportar personal,
maquinaria y abastecimientos, y para la ejecución de otras tareas se emplearon avionetas Fairchild Porter Stol
(conocidas localmente como “La Machaca”), tres helicópteros Bell 204B (con capacidad de carga de 1.800 kilos)
y cuatro 47B-2 más pequeños.

Con relativa frecuencia, la navegación aérea debía realizarse bajo condiciones climáticas adversas y cambiantes
y, en muchas ocasiones, con el combustible exacto para poder ejecutar las diferentes maniobras, puesto que
no sólo se trababa de una simple labor de transporte sino de la construcción y montaje del oleoducto por vía
aérea675.

Tanto los estudios de ingeniería, como el diseño del oleoducto, estuvieron a cargo de la Williams Brothers Com-
pany y tuvieron una duración de nueve meses. El oleoducto en cuestión se extendería, según las prospecciones,

675 DOMÍNGUEZ OSSA, Camilo A. “Petróleo, inmigración y trasformaciones socio-espaciales a mediados del siglo XX”. En:
GÓMEZ LÓPEZ, Augusto Javier. (Ed.) Putumayo. Una historia económica y sociocultural. Texto inédito. Universidad Na-
320 cional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas, Departamento de Sociología, Bogotá, mayo de 1969. Págs. 238-257.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

por un trayecto de 310 kilómetros: ascendería, en Orito, desde los 328 m.s.n.m. a los 3.505 m.s.n.m., en la punta
de la Cordillera Central, en Alisales y, volvería a descender a los 3 m.s.n.m. en el puerto de Tumaco676.  Esta obra,
que por su magnitud casi épica fue denominada con acierto Hannibal Operation, se inauguró el 10 de mayo de
1969, unos meses antes de lo planificado, uniéndose uno de sus ductos a una línea de 58 kilómetros procedente
de los campos Acaé, San Miguel, Loro y Hormiga y el otro con los campos Churuyaco, Sucumbíos, San Antonio y
Caribe, y tanto en Orito como en el terminal de Tumaco se dispuso de tanques de almacenamiento para 240.000
y 900.000 barriles, respectivamente. El diámetro del oleoducto, por su parte, variaba así: 18´´ en trayecto de 50
kms.; 14´´ en 245 kms.; y 10´´ en 9.6 Kms. Su capacidad de bombeo era de 120.000 bpd y contaba con cuatro
estaciones de bombeo y cuatro de reducción de presión.

Según datos aportados por Humberto Cáceres y Plutarco Teatín, el costo aproximado del oleoducto fue de
U.S.D.$60´000.000677  y según Camilo A. Domínguez Ossa, quien al respecto citó los informes proveídos por la
revista Time678, fue de U.S.D.$100 millones, lo que obligó a la Texas a asociarse con la Gulf Oil Company para
financiar la obra.

Desde los mismos años sesenta se fue nutriendo una gran expectativa respecto de los beneficios que traería
el petróleo putumayense y se proyectaba con optimismo que la producción petrolera nacional se duplicaría
gracias al aprovechamiento de los nuevos yacimientos descubiertos en la prolífica región: “Una vez terminado
el oleoducto de los Andes, que actualmente se construye entre el Orito, corregimiento de Puerto Asís y Tumaco
(mediados de 1968), la producción petrolera colombiana, que actualmente es algo superior a los doscientos mil
barriles diarios, será aumentada, gracias al petróleo del Putumayo a unos cuatrocientos mil barriles diarios, con
posibilidades de ensanche y creciente aumento”679. 

Otra de las inversiones y logro importante fue la construcción de la refinería en Orito, la cual tenía una capacidad
de 1.000 barriles diarios de crudo y originaba una producción aproximada de 750 barriles diarios de diferentes
derivados del hidrocarburo, como gasolina, ACPM, aceite, grasas y kerosene, entre otros. De este modo se pre-
tendía abastecer de combustible a la región amazónica y al suroeste de Colombia pero, como bien observara el
investigador Domínguez Ossa, el alto costo del transporte hacía de este objetivo una empresa poco menos que
imposible porque resultaba más económico y rentable transportarlo hacia Buenaventura, y de allí a Pasto, que
de Puerto Asís a la capital de Nariño.

5.2.2. Petróleo, inmigración y colonización

Desde el inicio de las exploraciones, la compañía petrolera −tanto como las empresas subcontratadas para la
apertura de trochas y caminos o las que debían velar por el trasporte, la instalación y el permanente traslado
de los operarios y equipos de sondeo y perforación- necesitó un apreciable y creciente número de trabajadores,
guías, bogas o lancheros, macheteros, cargueros, cadeneros, cocineros, y aun de baquianos y cazadores, sin los
cuales hubiera sido impensable la prospección y demarcación de caminos por entre la selva y la subsistencia
misma de los contingentes obreros.

En la primera mitad de la década de 1960, la demanda de mano de obra, aparte de la alta cuantía, se tornó más
exigente puesto que la necesidad de construir una infraestructura, ahora de carácter permanente, requería de
trabajadores especializados. Este fenómeno, que sirvió de foco de atracción a miles de personas, contribuyó a
delinear un nuevo mapa −o recomponer el anterior-, un mapa en el que se irían dibujando noveles “cicatrices”

676 Los datos aportados por ECOPETROL y publicados en el informe de Cáceres y Teatín varían así: Extensión del oleoducto:
304,6 Km.; altura de Orito: 335 m.s.n.m.; altura de Alisales: 3.500 m.s.n.m. (CÁCERES, Humberto y TEATÍN, Plutarco.
“Cuenca del Putumayo: provincia petrolera meridional de Colombia”. Bogotá: ECOPETROL, División de Exploración,
Departamento de Geología, 1985).
677 Ibíd. Págs. 70-72.
678 DOMÍNGUEZ OSSA, Camilo A. “Petróleo, inmigración y trasformaciones socio-espaciales...”. Págs. 17-18.
679 RODRÍGUEZ, Ignacio Salomón (Jefe de la Comisión indígena del Putumayo) y CÁRDENAS ULLOA, Tito R. (Abogado con-
sultor de la División de asuntos campesinos, del Ministerio de Trabajo). “Informe relacionado con la Comisión al Putu-
mayo para investigar los problemas Texas-colonos en zona de reserva Orito”. Bogotá, 28 de diciembre de 1967. AGN:
Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 209, carpeta 1918, Asuntos Indígenas. Fols. 152-166.
321
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

entre la selva a medida que en ella fue concluyendo el largo y sinuoso peregrinaje emprendido desde los An-
des por cientos de hombres −y también de mujeres no obstante las prohibiciones perentorias de las empresas
petroleras de evitar la presencia de éstas en las cercanías de sus campamentos e instalaciones-, seducidos y
esperanzados por los rumores de los altos salarios devengados en los nuevos frentes de trabajo680, es decir, con
“las petroleras”.

Rolf Hirgen Wesche dio cuenta del personal que laboraba con las diferentes empresas contratistas en el año
de 1965: la Geophisical Survey contaba con 250 trabajadores, mientras que Lofland, Schlumbrger, Halliburton,
Southern Mud y Helicol S.A. empleaban a otros 250 y las operaciones directas de la Texas ocupaban alrededor
de 1000681. Aun así, los trabajadores vinculados laboralmente constituían apenas una pequeña porción de una
masa creciente de inmigrantes que, ansiosa, esperaba en los alrededores de los campamentos, o en los bordes
de las nuevas trochas, la oportunidad de engancharse.

En 1951 la población de la Comisaría del Putumayo era de 28.105 habitantes y en 1964 de 56.284, es decir, en
sólo 13 años ésta se había incrementado a una tasa anual del 55%682 si bien dicho crecimiento no fue igual en
todos los municipios ni obedeció exclusivamente a las exploraciones y la explotación de petróleo; en cambio,
las noticias ciertas de los hallazgos de éste, unidas a los favorables salarios y jornales, sí constituyeron factores
fundamentales de atracción de inmigrantes, en especial desde la primera mitad de la década de 1960.

El proceso exploratorio preliminar había logrado enganchar, desde 1949, a varios trabajadores y colonos, en
su mayoría provenientes de las jurisdicciones de Nariño, Cauca y Caquetá. Posteriormente, fueron llegando
e integrándose, también, personas de Valle del Cauca, Caldas, Tolima, Antioquia, la Costa Atlántica y los san-
tanderes, entre otros, y algunos de los recién llegados gozaban de la necesaria capacitación para el ejercicio
de ciertas labores que, en el interior del campo petrolero, demandaban cierta especialización, pues habían
trabajado previamente en zonas petroleras como Campo Velásquez o Barrancabermeja.

La creciente inmigración que hacia el piedemonte amazónico (y el Putumayo) entre los años cincuenta y sesenta,
no debe explicarse empero tan solo en virtud de la atracción ejercida por la esperanza de empleo y de los bue-
nos jornales y salarios asociados al auge petrolero, sino que ella fue también consecuencia de otros múltiples
factores extra-regionales, como los procesos de desplazamiento propiciados desde la región Andina y los valles
profundos del Magdalena y el Cauca a raíz del avance de la violencia bipartidista en los campos y veredas, y en
los ámbitos urbanos de muchos municipios, violencia que con su pavorosa tanatomía y crueldad desterró y des-
arraigó tanto física como espiritualmente a grandes porciones de población:

“(…) centenares de desplazados de las zonas de violencia, colonos de Antioquia, Boyacá, Nariño, Tolima, los
santanderes, la Costa y Huila, etc., convirtiéndose así, Puerto Asís y Orito su corregimiento, especialmente en
centro de llegada y de trabajo de los colonos, los descontentos de otras regiones, comerciantes, aventureros,
etc., muchos de los cuales encuentran trabajo en las compañías petroleras o se dedican a descuajar montaña,
adelantando en verdad una prodigiosa colonización espontánea”683. 

Entre las numerosas, continuas y heterogéneas oleadas de inmigrantes que, víctimas de la violencia, fueron
descendiendo hacia el Putumayo, era posible advertir, también, la gran diversidad de motivaciones, sueños y
propósitos que las animaban: algunos migraron con el ánimo de ser enganchados o empleados por las empre-
sas petroleras o sus subcontratistas; otros partieron en busca de nuevas tierras para cultivar y establecerse,
aprovechándose, para tal finalidad, de los cursos de los ríos o las trochas abiertas por la empresa; y no faltaron
quienes, gracias a su vocación de cacharreros o comerciantes, se desplazaron con el objeto de emprender ventas
destinadas a abastecer de víveres, combustibles y herramientas a antiguos y nuevos pobladores, o abrir estable-

680 El salario básico nacional para un obrero raso era de $10 pesos, mientras que en la zona petrolera se manejaban salarios
de entre $30 y $35 pesos (DOMÍNGUEZ OSSA, Camilo A. “Petróleo, inmigración y transformaciones socio-espaciales…”.
Pág. 17).
681 Ibid. Pág 9. Citado por Rolf Hirgen Wesche.
682 Ibid. Pág. 11.
683 RODRÍGUEZ, Ignacio Salomón y CÁRDENAS ULLOA, Tito R. “Informe relacionado con la Comisión al Putumayo…”. Bo-
322 gotá, 28 de diciembre de 1967. Pág. 165.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Pozo de exploración. Locación del Proyecto Unicornio. Putumayo.


Archivo fotográfico ECOPETROL. 1992-1994.

cimientos donde se podía, desde muy temprano, hacer negocio con la nostalgia y la “soledad de los hombres”,
es decir, las consabidas cantinas y prostíbulos, tan prósperos cuando, como allí, se vive atrapado en la selva y
confinado en campamentos.

Hubo también quienes instalaron “hoteles” y posadas, especie de refugios que simultáneamente prestaban ser-
vicio como restaurantes, y también misceláneas, tiendas y almacenes especializados en víveres, vestuario y artí-
culos de lujo, los que por lo usual eran comprados por las prostitutas y los obreros rasos que recién recibían su
paga.

En aquellas incipientes y precarias concentraciones que se fueron configurando como zonas urbanas, hubo una
preponderancia de población masculina, no sólo por la disposición de este sexo a los trabajos más pesados sino,
como ya se dijo, por la prohibición expresa de la petrolera al ingreso de mujeres, las que de todas maneras se las
ingeniaron para abrirse paso y trabajar en lo propio:

“Muchas de las prostitutas son mujeres que van detrás de los altos ingresos de los trabajadores, algunas
trabajan por temporadas para reunir el suficiente dinero para montar un negocio, en un principio corriendo
el riesgo de ser desalojadas por la fuerza o incluso de ser rapadas. Las casas de citas contaban con cierta je-
rarquía, por ejemplo en la mejor casa de citas de Puerto Asís únicamente se atendía a los gringos y de pronto
a algún alto funcionario colombiano”684.

Durante las diferentes etapas que comprendía la exploración y la posterior producción del crudo se necesitó
abundante mano de obra, principalmente para la apertura de trochas y el despeje de áreas destinadas a los
helicópteros −en este caso de los así denominados “macheteros”, cuya función era la de “empalancar” y derri-

684 ZAPATA SALAZAR, Tulio Arlex. Aventura en el Caquetá y Putumayo. Cali: Talleres gráficos de gráficas de Colombia, 1999.
Pág. 37.
323
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Proyecto Unicornio. Trabajos iníciales de evacuación del terreno para permitir la exploración. Putumayo.
Archivo fotográfico de ECOPETROL. 1992-1994. El desarrollo tecnológico en la explotación petrolera que
disminuye la contratación de personal, junto con la escasa inversión de las regalías derivadas de la explotación
petrolera para los municipios del Putumayo, hacen que cada vez sean mas exiguos los beneficios locales frente
a los altos costos que esta explotación genera.

bar árboles-, y también para ejercer vigilancia, atender la alimentación de las cuadrillas y realizar muchas otras
labores que no requerían mayor especialización.

Otros grupos de trabajadores se caracterizaron, sin embargo, por poseer un cierto grado de especialización,
como las cuadrillas de taladros, aquellos que se encargaban de los estudios de topografía y quienes atendían
las labores de mecánica y carpintería, entre otros. Por lo general, estos grupos se hallaban conformados por
inmigrantes, puesto que en la Comisaría no existía, hasta entonces, personal con formación técnica que desem-
peñara oficios especializados.

Progresivamente, y a medida que las exploraciones petroleras fueron avanzando, pero sobre todo una vez se
emprendió la construcción de la infraestructura necesaria para explorar los yacimientos, la demanda de este
tipo de mano de obra especializada comenzó a incrementarse y ella se suplió con trabajadores provenientes del
interior del país, de Barrancabermeja y la región Atlántica.

Por último, un sector laboral especializado, menos numeroso, laboralmente más estable y con la más alta remu-
neración, se estableció y creció en las áreas petroleras, en sus estaciones y campamentos en el Putumayo: se
trataba del integrado por ingenieros, pilotos, administradores y ejecutivos, en su mayoría de origen extranjero,
principalmente de Estados Unidos, o colombianos provenientes de grandes ciudades como Bogotá.

Tanto los trocheros como los macheteros y muchos de los técnicos que hacían parte de las cuadrillas de taladros,
topografía, mecánica y carpintería, se enganchaban comúnmente a través de los contratistas y subcontratistas, a
manera de un mecanismo contractual mediante el cual la empresa se “evitaba problemas laborales”, es decir, se
324
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

ahorraba las prestaciones sociales, las primas, las indemnizaciones por accidente y, sobre todo, la conformación
de sindicatos.

A partir de un sueldo básico inicial, aportado por la petrolera y que incluía las prestaciones exigidas por ley, el
contratista tomaba una comisión por servicios y luego entregaba el dinero a un subcontratista quien realizaba la
misma operación hasta dejar reducido a la mitad el monto original, y en vez de firmarse un contrato se hacía un
“arreglo” de forma verbal y sólo por 28 días −de allí la denominación de “veintiocheo” (lapso) y de “veinteoche-
ro” (el trabajador sometido a este trato)- para evitar que, pasados los 45 días de trabajo, el obrero exigiera sus
derechos laborales puesto que durante ese lapso figuraba ante la ley como “rechazado en periodo de prueba”685.

Según un cálculo realizado en 1967, la fuerza laboral del conjunto de las compañías petroleras que operaban
en todo el Putumayo era de aproximadamente 3.000 trabajadores. Aparte de ésta existía una masa flotante de
unos 1.000 individuos que laboraban en términos similares a los arriba explicados, es decir, se los enganchaba
por medio de contratos de 28 días si bien la relación laboral se interrumpía cada semana, al final de la cual se los
volvía a contratar por otros 28 días; de este modo se los mantenía continuamente como trabajadores ocasiona-
les, accidentales o transitorios.

A lo dicho debemos añadir que los despidos colectivos no sólo eran frecuentes sino que en tal hecho ni mediaba
la autorización del Ministerio ni siquiera el aviso debido al correspondiente inspector de trabajo686. 

En el transcurso de las diversas etapas del proceso general de exploración y explotación petrolera, todos estos
grupos laborales fueron variando, sin embargo, en cuanto a su número y composición: en un primer momento,
el de las exploraciones, un gran número de “macheteros” o “trocheros” trabajó lado a lado con el personal “pe-
trolero” de geólogos, ingenieros, topógrafos y técnicos; durante la etapa de construcción de la infraestructura, el
número de obreros rasos y de técnicos con cierta especialización casi prevaleció, pero cuando ya el conjunto de
ésta ya se había instalado y la refinería comenzó a funcionar −con mano de obra especializada- la demanda de
trabajadores no especializados decayó considerablemente y numerosas personas se vieron compelidas a buscar
una “nueva vida” explorando otras alternativas laborales para su sostenimiento; muchas de ellas la encontraron,
allí mismo en el Putumayo, en la agricultura, al tiempo que otras optaron por el comercio.

La extracción maderera fue así mismo otra importante fuente laboral y de ingresos económicos para muchos de
quienes no lograron encontrar ya trabajo en las empresas petroleras: grupos de hombres se organizaron como
aserradores y, avanzando entre los bosques, comenzaron a talar selectivamente la selva.

La captura y el tráfico de fauna viva y de pieles −actividades que ya desde la década de 1930 ejercían indios y
mestizos como parte complementaria de su economía- congregó también a un gran número de desempleados
y a ellas se dedicaron, con cierta predilección, algunos de los antiguos trocheros y macheteros que habían que-
dado cesantes.

Dicha actividad, que ya era próspera desde la década de 1950, continuó siéndolo a lo largo de los años sesenta
en virtud de la creciente demanda de pieles exóticas en los mercados de la moda de Europa y Estados Unidos,
aunque vale aclarar al respecto que, aunque la acabamos de designar como si se tratara de una sola, ella entrañó
múltiples facetas en cuanto a los procesos mismos de elección y captura de ciertos ejemplares, es decir de es-
pecies específicas de felinos, primates, reptiles y ofidios, entre otras. El precio de estos animales, y de sus pieles,
estuvo determinado en gran medida por la demanda selectiva tanto de los traficantes como de los intermedia-
rios a cuyo cargo recaía finalmente la labor de abastecer los mercados externos.

La vinculación laboral a las petroleras fue, según lo ilustramos, una de las motivaciones principales que animaron
a los inmigrantes, que descendiendo de los Andes, fueron avanzando por el piedemonte amazónico. No obs-
tante, el origen rural y la vocación agraria y campesina de los vastos contingentes de personas que fueron con-
fluyendo al Putumayo, ejercieron una creciente presión social destinada a obligar a la administración local, re-

685 DOMÍNGUEZ OSSA, Camilo A. “Petróleo, inmigración y transformaciones socio-espaciales…”.


686 Ibid.
325
Tala de bosque en inmediaciones de la
carretera. Santa Rosa de Guamués. Archivo
fotográfico Virgilio Becerra. 1999. El avance
de la colonización el Putumayo, estuvo
acompañado de la extracción de maderas
preciosas. Desde comienzos del siglo XX
los misioneros capuchinos y empresarios
establecieron aserríos en la frontera móvil
extractiva maderera. En las décadas mas
recientes la selva continua siendo desnudada
para dar paso a los pastos para los ganados,
a cultivos comerciales y a la siembra de coca.
Para la racionalidad inherente a ese modelo de
colonización la selva es un obstáculo que hay
que tumbar para “civilizar”.

gional y nacional, a abrir trochas, caminos y


carreteables que hicieran posible el vínculo
de los nuevos frentes de colonización, de las
nuevas tierras roturadas, con los antiguos y
noveles centros de población, tal y como lo
informó uno de los inspectores comisariales
a propósito de la llegada de nuevos colonos
“paisas”:

“Todos los colonos de la hoya del


río Guamués en sentido general por
medio de un memorial nos estamos
dirigiendo al Gerente del Incora, en
Bogotá, solicitándole que, por Dios,
se nos haga un carreteable de Puerto
Asís a San Antonio, con el fin de des-
embotellar a esta gran región de gran-
des perspectivas, en el futuro, que
espera la llegada de hombres justos,
ojalá de Antioquia y Caldas, para que
descuajen montaña y hagan patria;
el subsuelo (es rico) en minas como
petróleo, manganeso, yesos, antimonio, oro, cobre, estaño, etc., según concepto de un suizo que
estuvo por acá hace pocos años”687.

Detrás de la sensación de prosperidad y “desarrollo” que ya por entonces se había ido generalizando entre las
autoridades nacionales y regionales y entre muchos de los habitantes del Putumayo, especialmente a raíz de
las expectativas de riqueza suscitadas por los hallazgos de petróleo, se agitaba una percepción menos luminosa
porque el ingreso de los inmigrantes estuvo asociado, desde los mismos años cincuentas, a un latente temor y
puede afirmarse, incluso, que la sociedad regional del Putumayo que se fue estructurando por esos años surgió
contaminada de la sospecha que pesaba sobre aquellos.

Se tenía la convicción, por ejemplo, de que tales inmigrantes eran “prófugos”, “maleantes”, convictos o ex convic-
tos y, poco a poco, y por razones históricas explicables, esas imágenes negativas fueron derivando en “guerrille-
ros”. En consecuencia, la seguridad se fue convirtiendo en uno de los problemas principales para las autoridades
locales y regionales del Putumayo y, bajo ese persistente temor, se estableció el registro obligatorio de los inmi-

687 JARAMILLO URIBE, Eduardo. “Memorial del Inspector Comisarial al Jefe de Territorios Nacionales”. 9 de abril de 1965.
326 AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 204, carpeta 1822, Asuntos Indígenas. Fols. 30-32.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

grantes en Mocoa y se crearon grupos de control armados, como el Departamento Administrativo de Seguridad
(DAS):

“La identificación de gentes desconocidas, que con la ponderación de la Texas, llegan a pretextos de pedir traba-
jo y al no encontrarlo, se quedan ambulantes y unos de ellos de malos antecedentes hacen por matar al que le
sienten plata y así, en ese sentido, cuántos prófugos y maleantes, estarán tranquilos”688.

Las noticias relativas a los conflictos suscitados entre inmigrantes, colonos, trabajadores y las empresas petrole-
ras, en los frentes de exploración, en las trochas, en los campamentos y aun en las tierras de sus inmediaciones,
comenzaron a llegar, cada vez con mayor frecuencia, al despacho de la presidencia y a ciertos ministerios e
instancias gubernamentales. Por ello, las autoridades civiles y militares comenzaron a albergar un permanente
temor: el ataque armado que podía realizarse contra el personal y las instalaciones petroleras.

Movidas por ese miedo latente, las autoridades civiles y las Fuerzas Armadas, so pretexto de defender las insta-
laciones petroleras y la vida de sus funcionarios, comenzaron a reprimir con violencia las protestas y los justos
reclamos de los colonos en contra de los abusos, por ejemplo, de la Texas, mientras que el periódico El Tiempo
contribuyó por su parte a proyectar y difundir las imágenes negativas que deliberadamente se habían ido elabo-
rando respecto de aquellos y que sirvieron para justificar dicho trato violento ante la opinión pública: “Como la
mayor parte de los que integran estas colonizaciones son gentes desplazadas de las zonas de violencia, algunos
pertenecieron a las guerrillas o son elementos buscados por la justicia o que tuvieron cuentas con ella, se ha ido
formando un ‘grupo de resistencia’ contra las compañías y aun contra los mismos funcionarios”689.

5.2.3. La concesión petrolera y los conflictos

Con la apertura del pozo Orito 1, en el año de 1963, se inició la producción petrolera en la zona, y la posición del
mismo determinó tanto la ubicación de las instalaciones de la empresa como la de la población cesante y aquella
que habitaría el naciente pueblo de Orito.

Una vez comenzada, la perforación de pozos avanzó con apreciable eficacia y rapidez, tanto que en 1968 se cal-
culaban en 30 los pozos abiertos, todos los cuales pertenecían a la misma zona de Orito690. Allí, en el punto cono-
cido como “Caldero”, residía un elevado número de colonos, quienes habían levantado sus viviendas y realizado
mejoras incluso mucho tiempo antes de la entrada de la petrolera.

Tras los efectivos resultados de las exploraciones acometidas en el año de 1959, la Texas Petroleum Company ob-
tuvo luego, junto con su asociada, la Colombian Gulf Oil Company o la encargada de los trabajos prácticos sobre
el terreno, una concesión para explorar y explotar una extensión de 10.000 km2 por 30 años691.

La totalidad de la concesión, de 1’600.000 hectáreas, era la más grande de todas las dadas hasta entonces en el
territorio nacional y superaba con creces el límite establecido por la Ley 10 de 1961 que determinaba, como área
máxima de concesión, 100.000 hectáreas aunque permitía un área acumulable máxima ilimitada692. 

688 RIASCOS MEJÍA, Eduardo. “oficio dirigido por el presidente de la Junta de Acción Comunal de la vereda La Eme, al Min-
istro de Gobierno, referente a la TEXAS PETROLEUM”. Mocoa, 17 de julio de 1964. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio
del Interior, caja 48, carpeta 397, Despacho del Ministro, Fol. 38.
689 CAMACHO RAMÍREZ, Alfredo. “Invasión de Colonos en Putumayo”. Bogotá, 7 de enero de1968. El Tiempo, Bogotá,
viernes 28 de junio de 1968. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 108, carpeta 796, Despacho del Min-
istro. Fols. 82-83. Este documento es dirigido por el Visitador Nacional de Gobierno a Misael Pastrana Borrero, Ministro
de Gobierno.
690 ROLDÁN ORTEGA, Roque. “Informe sobre visita a Orito”. Bogotá, 3 de enero de 1968. AGN: Sec. República, Ministerio
del Interior, caja 213, carpeta 1965, Asuntos Indígenas, Fols. 222-225.
691 RAMÍREZ, Roberto. “Conflictos sociales en el Putumayo”. En: GONZÁLES, J.J.; VALENCIA, A. y BARBOSA R. (Eds.). Conflic-
tos regionales Amazonía y Orinoquía. Bogotá: IEPRI, FESCOL, 1999.
692 DOMÍNGUEZ OSSA, Camilo A. “Petróleo, inmigración y transformaciones socio-espaciales…”.
327
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Por Resolución No. 128 de 1966, la Junta Directiva del INCORA autorizó sustraer parte del área de influencia de
colonización de la reserva forestal de la Amazonia y en virtud de la Resolución No. 168 de 1968 destinó la sus-
tracción a una colonización especial693. Un año antes, “por acta de fecha abril 10 de 1967, suscrita entre la Texas
Petroleum Company y el Gobierno Nacional, en desarrollo de las atribuciones que se otorgan a este último por el
Artículo 156 del Decreto 1056 de 1953 (Código de Petróleos), se reservó en favor de la compañía una extensión
de 4.200 hectáreas”694 si bien en el Artículo 26 se estipuló que a los colonos que hubiesen introducido mejoras
antes del otorgamiento de la concesión debía pagárseles la correspondiente indemnización:

“Se entiende que la superficie encerrada dentro de los límites de un contrato de exploración y explotación podrá
ser objeto de las aplicaciones que contemplan las leyes sobre baldíos, en cuanto no se estorbe el ejercicio de
las servidumbres establecidas a favor de la industria del petróleo, de que trata el artículo 9º. de este código; y
que respecto de cultivadores o colonos establecidos con anterioridad al contrato o a la apertura de los pozos, el
contratista debe pagarles previamente en caso de que ocupe sus mejoras parcialmente para el ejercicio de tales
servidumbres, la indemnización de que trata el código de minas vigente. Si la ocupación es total, se aplicará lo
dispuesto en el artículo 4º. del presente código”695.

Según la reglamentación del mismo código (Decreto 1056 de 1953), quedaba prohibida la colonización, cerca
a pozos e instalaciones petroleras, en un radio de 500 metros, y tanto las adjudicaciones como las titulaciones
de tierras debían contar con la autorización del concesionario (Artículo152) para que éste formulara las peti-
ciones que le permitieran hacer efectivos los derechos que la ley consagraba a su favor.

En los casos en los que los terrenos estuvieran ocupados antes del otorgamiento de la concesión, la empresa
debía pagar servidumbres e indemnizar a los campesinos por medio del pago de mejoras, es decir, del trabajo
incorporado a la tierra (por ejemplo, cultivos afectados, vivienda, cercas, corrales) mas no el valor de ésta. Y an-
tes de la desocupación (previa evaluación del perito) o en caso de que el colono se negara a vender o a recibir el
valor de las mejoras, la empresa podía hacer uso del derecho de expropiación, el cual se hallaba expresado en la
fórmula las “áreas actuales y futuras” de poblaciones y caseríos no serán susceptibles de expropiación (Artículo
4º, 26).

En relación con régimen de servidumbres696 a favor de los mineros, el Código de Petróleos contemplaba el de-
recho a ejecutar los trabajos necesarios como la construcción de edificios y el laboreo de las minas, a tomar los
elementos necesarios para estos trabajos697, a transitar por fincas y predios entre la mina y el camino público
que conducía al distrito, y a tomar el predio en donde se encontraban los pozos (Artículo 9). Adicionalmente, la
empresa gozaba del derecho de servidumbre del acueducto, y podía llevarlo por un rumbo que permitiera su
descenso pero sin perjudicar los terrenos cultivados; en caso de dificultar la comunicación con predios vecinos,
ésta debía, en contraprestación, construir puentes y canales que solucionaran el problema.

Así mismo, la empresa estaba obligada a permitir el uso público de las vías construidas y las que se construyeran
con motivo de la explotación, vías que serían siempre de propiedad de la nación y sin que se hiciera reconoci-
miento económico alguno por ellas si bien aquella podía impedir el tránsito de vehículos que las deterioraran;

693 DEVIA, Claudia Yolima. “Orito y la explotación petrolera: un caso de colonización en el medio Putumayo 1963-1985”.
Tesis para optar por el título de Antropóloga, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2004. Pág. 57.
694 Según los datos de Franco Romo, en 1978 el gobierno nacional otorgó a la Texas y a la Gulf Oil Company el 50% de cada
una de seis concesiones de explotación por un total de 940.000 hectáreas, durante 30 años prorrogables por 10 más,
repartidas así: Orito, 94.000 hectáreas (39 pozos); Acaé, 98.000 hectáreas; Churuyaco, 95.000 hectáreas; San Miguel,
75.000 hectáreas; Caimán, Tambor, Mandur y Río Mocoa, 578.000 hectáreas (ROLDÁN ORTEGA, Roque. “Informe sobre
visita a Orito”… Fols. 223-224).
695 Ibid. Se refiere al Código Nacional de Petróleos.
696 Se incluye la servidumbre de oleoductos como derecho de utilización de los terrenos suficientes para la construcción
de estaciones de bombeo y demás dependencias para el oleoducto, muelles, cargaderos, tuberías submarinas y sub-
fluviales. El concesionario tiene el ejercicio de servidumbre en una zona de 30 metros de ancho a cada lado de la línea
principal, sus ramales y dependencias en general.
697 En el caso de las maderas, si su explotación implicaba la deforestación, debía contar con la autorización de la entidad
328 encargada del control de bosques a fin de que ésta fuera “racional”.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

sin embargo, en el caso que nos ocupa, jamás hubo necesidad de tomar esta medida porque el conjunto de los
automotores le perteneció desde un principio.

Cuando la zona de 4.200 hectáreas fue declarada reserva en favor de la Texas, esto implicó, en términos legales,
la prohibición de ocupación del terreno, por parte de terceras personas, sin su autorización. Dicha prohibición
generó múltiples conflictos entre diversos actores, en un principio con quienes habían ocupado tierras con an-
telación a la entrada de la compañía petrolera pero carecían de títulos de propiedad debido a que la zona en
cuestión hacía parte de la reserva forestal, razón por la cual estaban impedidos de acceder al pago de mejoras
porque éste era el único reconocimiento económico que no incluía el valor del terreno. El diario El Tiempo, en su
artículo “Invasión de colonos en Putumayo”, publicado el viernes 28 de junio de 1968, describió el conflicto y el
drama de las familias de colonos en torno a la ocupación de las tierras de la concesión:

“En Orito, donde la Texas tiene sus instalaciones, se registra delicada situación con los colonos que
han ocupado terrenos de la refinería por lo cual existe entre la compañía y aquellos grave enfren-
tamiento. Según el alcalde Paredes, en esa región existen 1.750 familias colonizadoras, las cuales
viven en condiciones infrahumanas, pero que se mantienen en ese estado de abandono, en el em-
peño de romper selva y buscar fortuna. Empero, según el funcionario, la compañía petrolera había
ofrecido la fundación de la localidad e intentó calles, sin previa planeación y sin primero dotarla de
servicios adecuados como agua y alcantarillado”698. 

Este artículo, al igual que muchas otras manifestaciones, no fue más que el anuncio incipiente de lo que con el
tiempo se tornaría en un estado de tensiones sociales crecientes que configurarían escenarios de violencia. Por
ello, la compañía apeló a la “intervención de la fuerza pública” para que ésta se encargara de efectuar los desalo-
jos y protegiese paralelamente sus instalaciones y lo que denominaban “los intereses de la nación”.

La presencia y actuación de grupos de la fuerza pública sirvieron en efecto para dirimir los conflictos mediante
vías de hecho, en contra de los colonos y a favor de la empresa petrolera, y tal proceder se justificó con el argu-
mento −cierto tan sólo en unos casos- de que muchas personas llegaban a la zona de reserva para plantar “me-
joras con el único y exclusivo fin de exigir sumas exageradas de dinero por ellas, interrumpiendo con tal proceder
los trabajos que viene adelantando la compañía”699.

El problema más notorio y grave de orden legal consistía, empero, en que las autoridades comisariales habían
promulgado el Decreto No. 158 del 21 de noviembre de 1967 − por medio del cual se dictaron medidas de orden
público y que sirvió luego de fundamento para reglamentar el Acta de abril 10 de 1967 emitida por el Ministerio
de Minas y Petróleos- sin que la zona de reserva hubiera sido todavía debidamente delimitada ni deslindada,
es decir, la norma sirvió “de pretexto para que agentes secundarios de las compañías junto con autoridades
venales y contemporizadoras hayan establecido una serie de restricciones peligrosas y establecido incruentas
persecuciones contra los colonos allí establecidos”700.  Por otra parte, de acuerdo con observaciones emitidas en
uno de los informes oficiales de la Comisión al Putumayo, el referido decreto no sólo no había sido aprobado por
el Ministerio de Gobierno sino que las autoridades comisariales estaban ejecutando el acto administrativo sin
estar sujetas a la legalidad y haciendo un uso indebido de la fuerza, amén de los “excesos” y abusos cometidos
por varios de los funcionarios:

“(…) los soldados acantonados en ORITO han destruido, tumbado o demolido las casas de los colonos OC-
TAVIANO JARAMILLO, FRANCISCO ANTONIO VARGAS, DOMICIANO ANGULO, SANTIAGO Y LEONEX CHAUX,
NECTALI OYOLA, JOSE TOMAS GUERRERO y otros, hechos éstos, que junto con las trasquiladas de mujeres,
violaciones nocturnas de domicilios, hurto y robo, detención arbitraria, etc., han sembrado el terror en la
región y llevado a las gentes a un grado de frustración, desconfianza y zozobra que podría ser aprovechado
por emisarios, agentes o merodeadores del llamado Ejército de Liberación Nacional, teniendo en cuenta que
aquellas son regiones fronterizas con el Ecuador, constituidas por inmensas y encubridoras selvas con abun-
dante caza y ríos con copiosa pesca. (...) El Personero Provisional de Puerto Asís, Sr. Julio Beltrán, quien de

698 CAMACHO, Alfredo. “Invasión de colonos en Putumayo”… Fols. 82-83.


699 ROLDÁN, Roque. “Informe sobre visita a Orito”... Fols. 222-225.
700 RODRÍGUEZ, Salomón y CARDENAS, Tito R. “Informe relacionado con la Comisión al Putumayo…”. Fols. 152-166.
329
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

hecho tiene desplazado al alcalde, actúa como inspector de policía y capataz de la Texas, hombre de carácter
subversivo y muy hábil en engendrar conflictos, manifestó haber pedido tropas entrenadas de otras regiones
para enfrentarlas a los colonos arguyendo que todos eran unos bandidos”701.

La Texas, en cambio, tuvo “el cuidado” de incorporar a su personal, más específicamente, como su representante
o jefe en asuntos de tierras, a Víctor Manuel Bulla, más conocido allí como el Land Man, cuyas órdenes y actua-
ciones de allanamiento, desalojo, persecución y tortura contra los colonos y sus familias sembraron el horror y
la desesperanza. Más lamentable aún que dicho personaje fue la actitud obsecuente de los escuadrones de la
Infantería de Marina y otras autoridades regionales y locales que ejecutaron, con sevicia y crueldad, las órdenes
de tan tenebroso “representante”:

“Tanto el Inspector de Policía de Orito –quien no tiene oficina ni elemento alguno para trabajar-, como el Cabo
Comandante del puesto militar, manifiestan en sus declaraciones que es el Sr. Víctor Manuel Bulla, jefe de
tierras de la Texas en Orito, quien imparte a las autoridades locales las órdenes para la ocupación de mejoras,
tumba de casas, etc. Con lo cual, fuera de la usurpación de funciones públicas contemplada en el Código Pe-
nal, se configurarían otras acciones punibles como la de despojo, etc.”702. 

Si bien fue cierto que algunos “colonos profesionales” (entiéndase suplantadores o falsos colonizadores) lle-
gados de otras zonas petroleras del país ocuparon deliberadamente terrenos bajo la certeza de que obras de
la petrolera se realizarían en ellos, los conflictos más generalizados, suscitados entre la petrolera y los colonos
“antiguos”, tuvieron que ver, como ya lo anticipamos, con la muy tardía demarcación de la zona de reserva con-
cedida por el Estado a la Texas y, por supuesto, con los desalojos y atropellos acaudillados por ésta, sus funcio-
narios y algunas de las autoridades locales contra personas y familias que, en reconocida condición de colonos,
se habían establecido en ciertas áreas y terrenos que posteriormente resultaron útiles a medida que avanzaban
los procesos exploratorios y cuando se emprendió ya la explotación petrolera:

“Nosotros sabemos que el Gobierno concedió una reserva en este lugar a la Compañía, pero no
sabemos cuáles son los linderos y si estamos o no dentro de ella; nosotros respetamos la determi-
nación tomada por el Gobierno y apoyamos a la Compañía, pues nos están dando trabajo y nos es-
tán trayendo el progreso, pero lo que no convenimos es que siendo colonos antiguos, trabajadores
sanos, se nos venga a ultrajar, a humillar y a prohibir todo acto que ejecutemos dentro de nuestras
propiedades, pedimos señores visitadores que intervengan ante el Gobierno central, para que nos
paguen a precios justos nuestras mejoras y con gusto las vendemos a la Compañía. También que
utilicen las vías legales establecidas en nuestros códigos para esta clase de negociaciones, cuando
las partes no se pongan de acuerdo. No estamos dispuestos, repetimos, a aceptar los abusos y atro-
pellos. Por último pedimos se nos demarque una zona técnicamente aconsejable para construir allí
nuestras casas (aquí hablaron en nombre de los colonos los señores Jacinto Lozada Sarria, Apolinar
Bastos y Eduardo Jaramillo Uribe). Así se terminó la reunión en Orito”703.

Las fuentes primarias permiten el seguimiento de muchos de los casos y episodios de conflicto entre la petrolera
y los colonos, como los denunciados, por ejemplo, por Jacinto Lozada, Apolinar Bastos y los hermanos Chaux,
unos de los primeros colonos de la zona quienes efectivamente poseían títulos de sus tierras registrados por el
INCORA.

A pesar de contar con títulos legales y de haber vendido parcelas a nuevos colonos, ni vendedores ni compra-
dores podían hacer sin embargo uso de esas tierras porque la Texas, aparte de impedirles la realización de cua-
lesquier mejoras, tanto en las viviendas como en los cultivos, tampoco les reconocía el derecho, aun con títulos
legales, al pago de las mismas.

701 Ibid. Las mayúsculas son del original.


702 Ibid.
703 RODRÍGUEZ, Ignacio Salomón y CÁRDENAS ULLOA, Tito. “Informe relacionado con la Comisión al Putumayo para in-
vestigar los problemas Texas-colonos en zona de reserva Orito. Informe dirigido a Misael Pastrana Borrero, Ministro
de Gobierno, y a Carlos Augusto Noriega, Ministro de Trabajo”. Bogotá, 5 de enero de 1968. AGN: Sec. República, Fdo.
330 Ministerio del Interior, caja 209, carpeta 1918, Asuntos Indígenas. Fols. 139-151.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Los testimonios de los colonos afectados, recogidos in situ en la época, dan cuenta elocuentemente de la violen-
cia ejercida por destacamentos militares, es decir, por las propias autoridades, contra los colonos y a favor de los
intereses de la empresa:

“(…) en otras parcelas que vienen cultivando y en donde tienen sus casas de habitación, cometieron toda
clase de abusos y atropellos, entre otros sacarlos de su propia casa encañonados, propinarles culatazos y
puntapiés e intimidarlos para que ellos mismos tumbaran su casa; como no lo hicieron, los sentaron frente a
la misma y en su presencia la tumbaron, les esparcieron sus ropas, les regaron sus víveres, les asustaron 20
gallinas, que hasta las perdieron”704.

Muchos colonos hicieron manifiesto su malestar, ante autoridades del gobierno nacional, en virtud del manejo
dado por el tenebroso Land Man, señor Bulla, a las negociaciones de mejoras con la ayuda de miembros de au-
toridades locales, y también se quejaron, de manera reiterada, del abuso de poder y de la arbitrariedad de éste
respecto de su injerencia en la determinación de los precios de las mejoras en los casos que habían caído bajo
su directa competencia o cuando, sencillamente, se había visto obligado a negociar. Sus reclamos comprome-
tían, incluso, a miembros de las autoridades locales y regionales que cohonestaban abiertamente y con ciertos
procedimientos por entero ilegales:

“(...) sucede que cuando la poderosa Texas necesita un terreno que está habitado y con mejoras, mandan un
negociador que no ofrece más del 40% de lo que legalmente vale la propiedad; si el colono se niega a vender,
bien sea porque no quiere desprenderse de lo que le ha costado más que lágrimas o porque considera que
el precio no es el justo, entonces viene el Juez Territorial de Puerto Asís, el señor Inspector Corregimental, el
representante de la Texas, un empleado de la Caja Agraria, otro de Incora, cinco o seis policías que van a traer
al colono de donde esté y como de lugar, sin previa notificación, una especie de captura; ya en presencia de la
‘fuerza’, lo obligan a escoger un solo perito, sea idóneo o no, pero en todo caso dejan en una mínima minoría
al indefenso colono. Si en esta forma el colono se abstiene en no vender, entonces lo amenazan con lanzarlo
por orden de la autoridad y en esta forma obligan a recibir un cheque por lo que el negociador quiere... esto
se puede de calificar de intimidación!”705. 

Los colonos también manifestaron su inconformidad porque no eran atendidos en sus denuncias o reclamos en
la medida que, por ejemplo, el Secretario de Gobierno Comisarial, Doctor Manuel López Cabrera, ejercía simul-
táneamente el cargo de abogado de la empresa. Por ello, el temor y la incertidumbre crecieron entre los colonos
en cuanto al reconocimiento de la pertenencia de sus tierras, pues las entidades encargadas de la agrimensura y
titulación de las posesiones y mejoras obraron con negligencia o simplemente actuaron con lentitud de manera
deliberada, poniendo así en grave riesgo los derechos de los poseedores frente al posible avance de la petrolera
sobre las tierras ocupadas y mejoradas:

“Dicen que es un hecho que el Incora viene atajando en forma sistemática desde hace más de cuatro años
la titulación del baldíos, en tierras que se encuentran ya mejoradas y habitadas por los colonos; que esta
intencionada demora los deja a merced de la poderosa compañía petrolera Texas Oil Company (…) Agregan
que hace dos años fue a esta Comisaría una comisión del Incora con el propósito de medir y titular las tierras
ocupadas por los colonos pero que, al parecer por influencias de la Texas, se suspendieron las diligencias”706. 

Los representantes de la empresa petrolera argumentaron de modo reiterativo, en contra de las pretensiones
de los colonos, que en esas regiones no existía derecho a la propiedad por tratarse de terrenos baldíos y que
“independientemente de las razones jurídicas expuestas debe la inspección tener en cuenta que cohonestar la
construcción de viviendas en inmediaciones del sector industrial de Orito, es no solo perjudicial sino inseguro
para los mismos colonos”707. Por su parte, los perjudicados arguyeron que las tierras pertenecían a la nación

704 Ibid.
705 Ibid.
706 ESCOBAR MARULANDA, Mario. “Carta del Procurador Delegado Agrario al Comisario Especial del Putumayo, referente a
la Texas Pretoleum”. Bogotá, 23 de enero 23 de 1968. AGN: Sec. Republica, Fdo. Ministerio del Interior, caja 108, carpeta
796, Despacho del Ministro, Fols. 111-112.
707 RUEDA CARO, Francisco. “Carta del apoderado de Texas Petroleum Co. al Inspector de Policía de Orito”. Bogotá, 15 de
julio de 1969. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 252, carpeta 2380, Secretaría General, Fols. 39-40.
331
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Proyecto Unicornio .La explotación


petrolera en el departamento del Putumayo
iniciada en la década de 1960, exigió
la construcción de carreteras y ramales
por cuenta de las compañías petroleras,
hecho que permitió que aserradores y
colonos iniciaran procesos de explotación
y colonización en los terrenos aledaños a
las nuevas vías. En los últimos años han
aumentado las exploraciones de nuevos
campos petroleros, como es el caso de
El Picudo y Toroyaco, en la Cuenca del
Caquetá, y de la zona de El Cedral y el azul
en el río San Miguel.

y que “solo después del descuaje y lu-


cha contra todas la intemperancias, por
hombres audaces y de férrea voluntad,
se convirtieron en propiedad privada y,
en consecuencia en ciudades, hacien-
das, industrias etc.”708.

En uno de los informes más detallados


y reveladores, elaborado directamente
por funcionarios del gobierno central en
las áreas de exploración y explotación
petrolera donde se venían suscitando
los conflictos entre la Texas y los colonos,
aunque se reconocía el derecho legal de
aquella al manejo y control del territorio
de la concesión, se advirtió el deber que
tenía la compañía de pagar justamente
las mejoras a ocupar.

Con este propósito, sus autores le re-


comendaron demostrar mayor bene-
volencia hacia los colonos por tratarse
de personas pacíficas y a fin de evitar
problemas de orden público. Así mismo,
plantearon la necesidad de investigar y vigilar a los empleados comprometidos en esos problemas, además de
buscar la participación de expertos agrícolas oficiales en las negociaciones de mejoras. Finalmente, sugirieron la
demarcación y fundación del nuevo caserío de Orito, a fin de que se trasladaran allí los colonos que por entonces
ocupaban la zona de reserva, y propusieron que se abriese la oficina de Inspección del Trabajo y Asuntos Cam-
pesinos en Puerto Asís y se crease, como cuerpo independiente de las compañías petroleras, una inspección de
policía en Orito.

No obstante las propuestas planteadas con el fin de superar los reiterados conflictos en las áreas de exploración
y explotación petrolera, los trabajadores enganchados laboralmente en las empresas, al igual que los colonos y
sus familias, continuaron siendo víctimas de hostigamientos, capturas y detenciones injustificadas, además de
chantajes y maltratos,709  acciones éstas que fueron ejecutadas, de modo sistemático, por un destacamento de

708 Ibid.
709 También las prostitutas fueron víctimas de la persecución, el maltrato, otros vejámenes y, sobre todo, de morbosa
exhibición y perturbación pues estaba prohibida la entrada de mujeres y de licor (excepto para un subcontratista) a las
332 zonas cercanas a las instalaciones de la empresa petrolera. Estas mujeres fueron permanentemente amedrentadas por
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

la Infantería de Marina desde que algunas autoridades locales, en asocio con dicho cuerpo armado, encontraron
en las “multas” una nueva fuente de ingresos:

“Batidas nocturnas en forma indiscriminada a colonos (hombres y mujeres), trabajadores de la compañía, etc. A
estas personas algunas veces les da libertad la misma tropa, si le dan dinero a esta última. En otras oportunida-
des son conducidas a Puerto Asís, no sin antes someterlos a los vejámenes más vulgares en el cuartel del desta-
camento de la tropa en ‘Orito’. En Puerto Asís detienen a estas gentes días enteros, sin ninguna razón ni motivo
conocido y les dan libertad cuando pagan una multa impuesta caprichosamente por el inspector de policía, el
alcalde etc.; el valor de tales multas varía entre $100.oo y $ 500.oo y de ellas no les da ningún recibo”710. 

A manera de recapitulación y en un contexto de creciente temor motivado por el avance de grupos organiza-
dos de la insurgencia, o la presencia y consolidación de alguno de estos en el piedemonte amazónico junto
con la formación de sindicatos obreros y campesinos, los funcionarios y asesores gubernamentales, preten-
diendo evitar una mayor alteración del orden público se decidieron a propugnar por la “equidad” después de
reconocer los abusos de la Texas en contra los colonos y los “ilícitos” cometidos por el Ejército en respaldo de
la misma so pretexto de defender la “reserva” otorgada a ésta por el Estado:

“Es verdad que la Compañía Texas Petroleum Company ha abusado de los colonos, ha usurpado funciones pú-
blicas y auspiciado el Ejército para que cometiesen una serie de ilícitos, todo esto persiguiendo el amparo de las
tierras en la reserva hecha por el Estado. Las autoridades en general han contemporizado los procederes de las
compañías que se dejan anotados y omitieron dar aviso al Gobierno Central en Bogotá una vez tuvieron cono-
cimiento tanto de la grave situación de orden público, como de los problemas laborales existentes; los colonos
por su parte, como se dijo anteriormente, sean o no gentes belicosas, están trabajando y desean colaborar con
el gobierno y con la compañía. Sería muy conveniente que el Gobierno Nacional tome cartas en el asunto para
solucionar los problemas en una forma equitativa, en la seguridad de que tanto empresarios como colonos que-
darán satisfechos y agradecidos por la determinación”711.

5.2.4. El surgimiento de la población urbana de Orito

Durante los primeros años de la labor de exploración y explotación petrolíferas, Puerto Asís recibió un creciente
número de inmigrantes que buscaba empleo dada la gran demanda de mano de obra y los altos salarios paga-
dos por la Texas. Pero la considerable afluencia de esta gente excedió rápidamente la capacidad de Puerto Asís
provocando un fenómeno de hacinamiento cuyas consecuencias sanitarias y sociales concomitantes pusieron en
evidencia la improvisación, la deficiencia de los servicios públicos y otros múltiples problemas característicos de
la miseria y la marginalidad urbanas.

Muy pronto, gracias a los hallazgos petroleros en Orito, primero, y a la construcción del oleoducto y la refinería,
después, con el subsiguiente traslado de las instalaciones centrales de la empresa petrolera, los inmigrantes en-
contraron en la nueva “Tierra Prometida” lo que estimaban como reales posibilidades de empleo. Trabajadores,
en espera de ser enganchados, antiguos colonos que habían parcelado y vendido sus lotes a los recién llegados
y, por supuesto, comerciantes, prostitutas y tenderos, entre otros, comenzaron a confluir y a poblar febrilmente
el asentamiento primigenio de Orito.

Ese primer asentamiento fue, precisamente, el denominado “Filo de Hambre”, el cual se bautizó de este modo
tan expresivo por tratarse de una franja de improvisados bohíos de paja y yaripa donde sus habitantes aguan-
taban hambre mientras esperaban un “veintiocho”.

la así llamada “fuerza pública”. Se supo entonces de “doce mujeres de vida licenciosa que en mayo fueron rasuradas
sus cabelleras porque tenían negocios (cantinas) en el lugar denominado Filo de Hambre y, como no los abandonasen,
fueron sometidas a este castigo. Dicen que después de rasurarlas las llevaron a Puerto Asís perdiendo cuanto allí te-
nían”. Tomado de: ROGRÍGUEZ, Ignacio Salomón y CÁRDENAS ULLOA, Tito R. “Informe relacionado con la Comisión al
Putumayo…”. Fols. 147-149.
710 ROLDÁN, Roque. “Informe sobre visita a Orito”….
711 RODRÍGUEZ, Ignacio Salomón y CÁRDENAS ULLOA, Tito R. “Informe relacionado con la Comisión al Putumayo…”. Bo-
gotá, 1 de mayo de 1968… Fol. 139.
333
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Sector urbano del municipio de Orito Putumayo. Fotografía Red de Solidaridad Social. 2000.

Salvando la prohibición de levantar casas o de hacer mejoras en el área de la concesión, éste comenzó a formarse
en 1966, pero por cuenta de la misma se convirtió muy pronto en escenario de múltiples atropellos y abusos
algunos de los cuales ya hemos descrito anteriormente.

A pesar de tales desmanes, el asentamiento original tuvo sin embargo un rápido e insospechado crecimiento,
tal y como puede apreciarse en la descripción que de él se hiciera apenas un año después de haberse dado su
espontáneo nacimiento:

“La población de Orito, corregimiento de Puerto Asís, donde se han encontrado los más ricos yacimientos
de petróleo, se compone de unas 240 familias actualmente, lo que da un cálculo aproximado de unos mil
doscientos colonos, carentes de todos los servicios públicos y de toda especie de protección religiosa, moral
y legal. Es allí donde se concentra la parte más neurálgica del problema laboral y campesino, aumentado por
los diarios abusos de una pequeña y aislada agrupación de la Infantería de Marina allí destacada, al mando
de un cabo, quien declaró que ‘los infantes bajo su mando habían, sin orden judicial ni superior, derribado las
casas de varios campesinos’”712.

En el año de 1968 se suspendió la prohibición de construir y esta decisión contribuyó al crecimiento urbano de
Orito. A la sazón existían allí 60 casas destinadas a las funciones siguientes: diez restaurantes o comedores, 25
bares y cantinas, seis almacenes, cinco tiendas, una casa dentistería, una escuela y 12 casas.

Las casas y los restaurantes funcionaban a la vez como hospedajes para los trabajadores, y aunque no contaban
con servicios básicos sanitarios se cobraban precios elevados por su habitación; inclusive, hasta se pagaba el
“turno para usar la cama” y por esta causa fue configurándose, en conjunto, una grave situación de hacinamien-

712 RODRÍGUEZ, Ignacio Salomón y CÁRDENAS, Tito R. “Informe relacionado con la Comisión al Putumayo …”. Bogotá, 28 de
334 diciembre de 1967… Fols. 152-166.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

to. En las exiguas tiendas era habitual encontrar artículos básicos y de lujo, los que gozaban de gran demanda
entre obreros y prostitutas713, y también existían pequeñas empresas caseras y de tipo artesanal.

Los pobladores pioneros de Orito procedían de los más diversos lugares de la geografía del país pero, como solía
ocurrir por aquel entonces en otras áreas de colonización del Putumayo, su origen y raigambre eran predomi-
nantemente nariñenses: “Orito todavía no tiene una verdadera identidad cultural, sin embargo hay una influen-
cia de la cultura nariñense, en cuanto a costumbres y fiestas (ejemplo carnavales de blancos y negros) y algunos
rituales de la Costa del Pacífico como los famosos Chigualos y fiestas a santos con bombo y otros instrumentos
propios de la costa nariñense”714.

Orito fue en sus inicios una Inspección de Policía dependiente del Municipio de Puerto Asís715  y los primeros
asentamientos que se fueron consolidando en él se conocerían posteriormente como los barrios Marco Fidel
Suárez (Filo de Hambre), Colombia, Vergel, Chapinero y Jardín. Algunos de los primeros colonos habían logrado
tomarse grandes extensiones de tierra que progresivamente parcelaron y vendieron, proceso que dio origen al
nacimiento de los barrios citados y luego la Texas inició la construcción de la urbanización obrera “El Porvenir”,
la cual, ubicada al otro extremo de las instalaciones de la petrolera y el Filo de Hambre, fue destinada para sus
empleados:

“Texaco (Texas), consciente de la creación del pueblo, construyó la urbanización ´El Porvenir’, dotándola de
acueducto y alcantarillado y donando un lote y colocando la primera piedra para la iglesia (...) la iniciativa fue
impulsada por el entonces subgerente administrativo de Texaco, Nicolás Escobar Soto, y por el ingeniero Luis
A. Sierra, quienes prestaron su valioso apoyo y entregaron las primeras 36 casas a los trabajadores, el 9 de
diciembre de 1972”716.

Con esta iniciativa se sugirió un tipo de organización del espacio realmente urbano, pues en los comienzos no
se trataba de este barrio sino de la construcción del pueblo de Orito717,  el cual, según la planeación original, se
ubicaría en el área del Yarumo −la misma donde se encontraba “El Porvenir”-, lugar que fue seleccionado bajo
conceptos técnicos tales como su cualidad de planicie, su localización junto a dos ríos, y la seguridad y tran-
quilidad de encontrase por fuera de la zona industrial, entre otros que aludían a la “experiencia adquirida por
la Texas” en la elección y fundación de Puerto Boyacá, en Campo Velásquez, todo lo cual garantizaría que la lo-
calidad terminase convertida en una gran ciudad de la que sus habitantes se sentirían, sin duda, orgullosos718.
No obstante, los esfuerzos por guiar la conformación de la malla urbana resultaron vanos porque, fue a partir
de las instalaciones, el Filo, El Yarumo y las vías que los unían, que terminó estructurándose su núcleo urbano.

Con el tiempo, las diferencias entre los distintos grupos sociales que allí coexistían, incluso entre colombianos y
extranjeros, comenzaron a destacarse notoriamente: por una parte, se vivía una evidente discriminación, en el
ámbito laboral, en cuanto a los turnos de descanso, el uso de los campamentos y otros servicios, entre el per-
sonal nacional y el extranjero, aun dentro de las mismas categorías de trabajadores. Pero esta discriminación se

713 DOMÍNGUEZ OSSA, Camilo A. “Petróleo, inmigración y transformaciones socio-espaciales…”.


714 QUIÑÓNEZ ORTIZ, Arley José. Orito: Su historia y sus cuellos de botella. Orito: Tipografía Orito, 1997. Pág. 9.
715 Orito está localizado a 0 grados 38´ de latitud norte y 76 grados de longitud oeste de Greenwich. Antiguamente, el Mu-
nicipio de Puerto Asís limitaba con Villagarzón, al norte; el Departamento de Nariño, al occidente; Puerto Leguízamo,
al oriente; y la vecina República de Ecuador, al sur. En la actualidad, limita al norte con los municipios de Villagarzón y
Puerto Caicedo, por el oriente con los municipios de Puerto Asís y el Valle del Guamués, por el occidente con el Depar-
tamento de Nariño, y por el sur con el Municipio del Valle del Guamués y la República del Ecuador. Está situado a una
altura de 300 m.s.n.m. y tiene una temperatura de 27º C; la lluviosidad es constante a lo largo del año y sus condiciones
ambientales son las de un clima tropical lluvioso. El río Orito atraviesa el municipio y le da el nombre. Otros ríos impor-
tantes son: Guamués, Luzón, Caldero, San Juan, Yarumo, Acaé y Quebradón.
716 TEXACO. Historia de una epopeya. Bogotá. s.e., 1991. Pág. 89. Citado por: DEVIA, Claudia Yolima. “Orito y la explotación
petrolera…”. Pag.124.
717 “Se inició la construcción del pueblo de Orito. Queda en el Yarumo”. Noticias Texaco, Bogotá, Vol. XII, No. 1969, S. F.
Citado por: DEVIA, Claudia Yolima. “Orito y la explotación petrolera…”. Pag.124.
718 Ibid. Pág. 5.
335
“Niñez Siona”. Milciadez
Chávez. C.a. 1946. Archivo
fotográfico ICANH.

reflejó y materializó, fundamentalmente y de manera espacial, según si se habitaba por fuera o en el interior del
área enmallada circundante a las instalaciones de la empresa petrolera.

La vinculación informal de los obreros, por medio del “veintiocheo”, terminó excluyéndolos del acceso y disfrute
de ciertas comodidades y derechos otorgados a los trabajadores formales, es decir, a campamentos, alimenta-
ción, salud y otros servicios básicos. Las condiciones de existencia en el Filo, y posteriormente en los barrios que
fueron surgiendo, contrastaban con la vida que llevaban quienes trabajaban en los campamentos e instalaciones
petroleras: sin agua potable ni energía eléctrica y alcantarillado, la diferencia y, por supuesto, la discriminación,
era evidente pues, como lo expresara el sociólogo Camilo A. Domínguez Ossa, quien por esos años visitó el lugar
y realizó allí su investigación académica, la malla marcaba una “separación en estratos que día a día se hacía más
odiosa para los trabajadores y que se hacía fuente de continuos conflictos menores y aun de accidentes y muer-
tes debidos a odios al parecer gratuitos pero cuyos orígenes debían buscarse en esa separación”719. Así, la malla,
además de ser una expresión de la división física y social, fue causal también de la exaltación de los conflictos y
las hostilidades entre los colonos y la empresa.

336 719 DOMÍNGUEZ OSSA, Camilo A. “Petróleo, inmigración y transformaciones socio-espaciales…”. Pág. 18.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

Las marcadas diferencias entre los empleados de la petrolera y los colonizadores motivaron la resistencia de al-
gunos sectores de obreros y de colonos, quienes se apoyaron, para clamar por sus derechos, en la estructura del
sindicato y fueron respaldados por trabajadores ya sindicalizados que provenían de otros lugares de explotación.

El “veintiocheo”, según se explicó antes, permitía la existencia de un ejército de mano de obra siempre disponi-
ble en la medida que permitía rotar constantemente a los trabajadores so pretexto de permitir que “todo mundo
se empleara y se beneficiara” de la empresa. Por eso, tanto para la Texas como para los contratistas, dicho mo-
delo laboral resultó extremadamente beneficioso porque así se evitaban la temida formación de sindicatos, las
protestas y los levantamientos en un clima de creciente inconformidad, especialmente entre quienes estaban “al
otro lado de la malla”.

Una apreciable “población cesante” o, simplemente, una considerable población inmigrante que nunca logró
engancharse con las petroleras, se vio forzada a recurrir entonces a otras alternativas de sustento, como la ex-
tracción maderera, la apertura y adecuación de tierras, la agricultura, la ganadería y el comercio ribereño, entre
otras actividades y oficios distintivos del proceso de avance de la colonización y, en general, de la incorporación
de “tierras nuevas”, circunstancia a la cual contribuyó, sin proponérselo, el propio auge petrolero con la apertura
de trochas y “cicatrices” entre la selva y la atracción masiva de gente que buscaba trabajo, y de mejor remune-
ración.

Sin embargo, muchas personas, en particular las ya avecindadas desde tiempo atrás, no lograron cumplir sus sue-
ños y por ello terminaron más postradas que antes y víctimas de la frustración:

“Al llegar las compañías petroleras a este territorio, nos ofrecieron toda clase de ayudas tales como: prés-
tamos, transporte terrestre, fluvial, drogas y empleo en los diferentes trabajos a realizar. Cosa esta que de
cumplirse, ayudaba a mejorar en parte nuestra angustiosa situación. Pero todo fue falso y se ha producido
todo lo contrario”720. 

5.2.5. Petróleo, invasión y destierro en las últimas fronteras indígenas

“La actividad petrolera, como empresa económica y comercial en Colombia, ha comprometido, desde sus
inicios en este siglo, la suerte de las poblaciones indígenas ocupantes de las tierras donde se ha realizado”721.

La apertura de caminos, de carreteras y, en general, de vías de comunicación, por los años cincuenta y en el
transcurso de los sesenta, estuvo entrañablemente ligada a la febril búsqueda del “desarrollo”. La selva amazó-
nica, en su conjunto, no logró escapar de aquellos proyectos, planes y programas que en esas décadas de furor
desarrollista imaginaron, trazaron, e incluso construyeron carreteras con el propósito de emprender su coloniza-
ción y acceder así mediante ciertos recursos y materias primas, como el petróleo mismo. En el Putumayo, buena
parte de esa labor de apertura de trochas y senderos corrió, precisamente, por cuenta de quienes emprendieron
las exploraciones y explotaciones petroleras, los que también, y sin proponérselo en un inicio, terminaron “des-
cuajando” porciones de selva, facilitándoles así el acceso de colonos a territorios indígenas cuyos pobladores
nativos sólo habían mantenido, hasta entonces, contactos esporádicos o intermitentes con misioneros y otros,
muy pocos, representantes de los llamados “blancos”.

En consecuencia, después de los esfuerzos de apertura del camino Pasto-Sibundoy-Mocoa-Puerto Asís −el cual,
según dijimos, se realizó en parte bajo la estrecha vigilancia y coordinación de los capuchinos y fue adecuado
luego en uno de sus tramos con motivo de la guerra con el Perú- puede afirmarse que otra buena porción de la
infraestructura vial del Putumayo fue resultado de obras ejecutadas por la Texas y las compañías subsidiarias.
Hasta 1968, éstas habían construido la carretera que unía a Orito con la carretera nacional (49 kilómetros), así
como pequeñas trochas que comunicaban con los pozos perforados y en proceso de perforación, y en ese año
se trabajaba ya en una vía que debía unir a Orito con San Miguel, en la frontera con Ecuador (75 kilómetros,
aproximadamente).

720 COLONOS DE ORITO. “Memorial al Presidente de la República, Carlos Lleras Restrepo”. Cali, 10 de julio 10 de 1967. AGN:
Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 205, carpeta 1852, Asuntos Indígenas, Fols. 111-116.
721 ROLDÁN ORTEGA, Roque. “Informe sobre visita a Orito”… Pág. 266.
337
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Esta vía, en particular, revestía suma importancia debido al reciente hallazgo de hidrocarburos, en la zona limí-
trofe con Colombia −principalmente en Lago Agrio-, cuya explotación también le había sido concedida a la Texas,
y por ella se desplazaron la maquinaria y la mano de obra que quedó cesante cuando se concluyeron las obras
en Orito.

El oleoducto Orito-Tumaco hacía parte fundamental de la explotación con el vecino país puesto que por allí sería
transportado el crudo ecuatoriano. Con éste y la extracción simultánea en los dos países, se creía favorecería “la
integración fronteriza colombo-ecuatoriana en materia de petróleos (y) que dada la proyectada refinería de Ori-
to y las industrias aledañas y subsidiarias, se contribuiría grandemente al desarrollo de los planes de integración
fronteriza trazados por las organizaciones internacionales”722. 

El “gran aporte” de la industria petrolera se resumía, en concreto, en 140 kilómetros de vías destinadas a interco-
municar los 16.000 kilómetros cuadrados de la concesión723.  Entre tanto, de acuerdo con el Plan Vial del Putuma-
yo, la necesidad de contar con nuevas vías, desprendidas de la vía Pasto-Puerto Asís y la carretera Mocoa-Pitalito,
para “desembotellar” la región, favorecer la economía regional y hacer más cómodos los costos del transporte
era nada menos que imperiosa. Fue, entonces, en estas circunstancias, que las trochas y los caminos petroleros
−de hecho muy pronto convertidos en carreteables- propiciaron progresivamente la colonización, es decir, la
incorporación permanente de vastas áreas de la selva, pero también les permitieron a los colonos alcanzar los
territorios de los grupos indígenas establecidos en el piedemonte del Putumayo e incluso más allá de la frontera
Ecuador, a la par que adentrase en ellos, en virtud de las exploraciones y la explotación del petróleo que por
aquella época se adelantaban también en el vecino país por obra de la misma Texas:

“Una de las regiones de mayor desarrollo en el Putumayo, es la del Guamués, por las inversiones de la Texas
y por la calidad de las tierras, que reúnen condiciones que favorecen la colonización masiva. Con la construc-
ción de la carretera entre Orito y la frontera con el Ecuador en el río San Miguel, el caserío de San Antonio
ha quedado aislado y su vía, que siempre ha sido el río, ofrece peligros entre Picudo y la citada población y
se inutiliza en épocas de verano. Con la construcción de tres kilómetros de carretera entre San Antonio y la
carretera de la Texas, aquel lugar se desembotellará definitivamente, y se aprovecharán en tal trayecto tierras
famosamente buenas”724.

Los indígenas del medio y bajo Putumayo pertenecían a las familias inga, cofán, siona, huitoto y coreguaje y to-
dos ellos, con excepción de los Ingas, dependían para su sustento de una economía de subsistencia y, en general,
mantenían sus sistemas tradicionales de organización económica y sociocultural725, pero desde que se dio inicio
a las primeras exploraciones y a los subsiguientes procesos de cimentación de la infraestructura y consolidación
de la producción petrolera, la industria del oro negro comenzó a producir profundas trasformaciones sociales,
culturales, demográficas y territoriales entre aquellos, particularmente en los grupos establecidos en el piede-
monte:

“Las dispersas familias (indígenas) que vivían sobre algunos ríos, como el Guamués, el Vides, el Orito, inter-
cambiaron frecuentes visitas para comentar los sucesos que incluyeron, primero, los hechos señalados; más
adelante, los anchos y larguísimos caminos abiertos en el bosque y las explosiones que hacían huir las dantas
y las borugas; después, el levantamiento de campamentos y las torres que se alzaban desafiantes sustituyen-
do los árboles caídos; de pronto la llegada inusitada de alguno de aquellos zumbadores aéreos que alzaban
un torbellino antes de posarse sobre la playa vecina y los hombres que descendían y arrimaban preguntando
por el valor del rancho, los veinte colinos de plátano, la yuquera y las cinco palmas de chontaduro, porque
en cosa de días aquel recodo del río sería de la compañía. Nadie tenía una respuesta a tantas preguntas. Y
antes de que consiguieran ensayar alguna comprensible, varias familias habían tenido que desalojar chagras
y viviendas, para meterse monte adentro, a donde el agua no tuviera el sabor del aceite negro escapado de

722 RODRÍGUEZ, Ignacio Salomón y CÁRDENAS, Tito R. “Informe relacionado con la Comisión al Putumayo…”. Bogotá, 28 de
diciembre de 1967… Fols. 152-166.
723 DOMÍNGUEZ OSSA, Camilo A. “Petróleo, inmigración y transformaciones socio-espaciales…”.
724 SECRETARÍA DE OBRAS PÚBLICAS DEL PUTUMAYO. “Plan Vial del Putumayo – Proyecto”. 1969. AGN: Sec. República, Fdo.
Ministerio del Interior, caja 248, carpeta 2336, Asuntos Indígenas, Fols. 54-62.
338 725 Ibid. Pág. 274.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

los pozos recién abiertos y los grandes aparatos zumbadores no llevaran a su paso la cumbrera del rancho. No
pasaron más de 3 o 4 años, cuando llegaron las máquinas abriendo carreteables”726. 

En San Diego, un poblado nativo situado a orillas del río Oritopungo, se hallaba la así denominada “Casa del
Yagé”: allí se asentaba una comunidad de indios Siona que, debido a la muerte del curaca y a la llegada de la
Texas, desapareció. Hacia el año de 1967 se contaba en el bajo Putumayo con “dos culturas” que “no residen o
no se encuentran sedentarizadas propiamente dentro de la zona de Reserva”, sino a 22 kilómetros de Orito, por
la trocha del Oleoducto y la carretera que a la sazón se estaba construyendo hacia el Ecuador.

En San Antonio del Guamués, por su parte, habitaban 280 Kofanes, quienes a la sazón ocupaban una zona “re-
servada por la nación”, sin títulos ni documento alguno que los acreditara como propietarios de su “resguardo”
y, según las visitas, cada vez más frecuentes, realizadas por miembros de la Comisión de Asuntos Indígenas, se
tenía conocimiento directo de los 510 Ingas cuyos territorios se hallaban en las inmediaciones de las quebradas
La Hormiga y Aguarico y en las riberas del río San Miguel (límites con el Ecuador).

Estos grupos habían logrado mantenerse en un relativo aislamiento respecto de los “blancos” y solo esporádica-
mente recibían la visita de algún misionero o de un comerciante que les distribuía herramientas de metal, sal o
chaquiras a cambio de oro, pieles, barniz, aceites vegetales, miel y otros productos que recolectaban en la selva.
Según uno de los informes de la Comisión al Putumayo, “su sustento consiste en derivados de la caza, la pesca y
unos pocos cultivos de arroz, plátano y yuca. Existen algunas familias trashumantes o nómadas, por lo cual sería
aconsejable que el gobierno ordenase al INCORA constituir reservas para sedentarizar esas familias indígenas y
asegurarles protección”727. 

Pozo de desechos de la extracción petrolera. Fotografía propiedad de Martín Pérez. 1998. Estos residuos contaminantes
permanecen allí desde la década de 1960 en la que la compañía TEXAS inicio la explotación.

Por entonces, el asedio, la invasión y el despojo de los territorios indígenas se produjo esta vez tanto por el inte-
rés de las petroleras en apoderarse de ciertos terrenos por donde debían de construirse las trochas que agiliza-
rían los trabajos exploratorios como por la finalidad de construir la infraestructura necesaria para la extracción,
el procesamiento, el almacenamiento, el bombeo y el trasporte del hidrocarburo.

De otro lado, los colonos, quienes generalmente iban en pos de la huella dejada por los avances petroleros, fue-
ron invadiendo los territorios indígenas, en algunos casos usurpando o destruyendo las sementeras, fenómeno
que desató aniquiladoras hambrunas y forzó a los agobiados indios a someterse a destierros involuntarios. En
consecuencia, éstos emprendieron, a partir de entonces, largos peregrinajes hacia el interior de las selvas como
única manera de huir del avance y las perturbaciones de los colonos y sustraerse del contagio de la gripa, la
viruela y muchas otras enfermedades que, con sus síntomas y agonías febriles, les causaban horror y espanto.

Para lograr su sueño colonizador, los colonos, “con engaños y ofertas desalojan a los indios de sus bienes obligán-
dolos a emigrar en busca de otros bienes y otras parcelas”728: 

“(…) digamos la invasión de los territorios indígenas empezó por Oritopungo que fue con los compañeros
Sionas que vivieron allí en esos lados, pues en ese entonces estaba poblado. Según ellos dicen, que en ese en-
tonces había por lo menos unos 3.000 indígenas ahí en Oritopungo y cuando fue llegando la compañía, pues
la gente empezó a despoblar poco a poco y también les afectaron muchas enfermedades desconocidas, dicen
que especialmente la viruela. Entonces, se despobló totalmente la comunidad y quedaron por los lados de
Puerto Asís, abajo, Buena Vista, la bocana de San Miguel. Anduvieron por muchos lados. En este momento no

726 Ibid. Págs. 274-275.


727 RODRÍGUEZ, Ignacio Salomón y CÁRDENAS, Tito R. “Informe relacionado con la Comisión al Putumayo…”. Bogotá, 28 de
diciembre de 1967… Fols. 152-166.
728 BRAVO MUÑOZ, Eleazar. “Informe del Putumayo”… Fols. 164-192.
339
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

recuerdo los sitios por donde ellos estuvieron, a donde se volaron, cuando empezó a dar la viruela, pero fue
con la llegada de los colonos (…). Y por último terminaron en Buena Vista. Y de ahí, después, fue que empezó
la desolación, la desolación de los Kofanes”729.

Antes de finalizar la década de 1960, el territorio que habían ocupado los Kofanes −estimado en aquella época en
50.000 hectáreas correspondientes a los pequeños valles, altos y medios del río Orito-, ya estaba invadido por los
obreros desvinculados de las compañías petroleras, quienes optaron por colonizar después del desempleo que
siguió a la culminación de las exploraciones y las obras de infraestructura. Así mismo, inmigrantes que seguían
desprendiéndose desde los Andes, muchos de ellos campesinos sin tierra, “entraban a mañana y tarde por las
nuevas vías”, por las trochas, los caminos y las huellas dejadas a su paso por las petroleras.

Ante estos hechos, los Sionas se dividieron y desplazaron progresivamente hacia el sureste: en un principio ha-
bitaron en Orito-Pungo o San Diego, en la desembocadura de la quebrada Orito, a 25 kilómetros de Puerto Asís;
de allí, migraron aguas abajo hasta Nueva Granada, donde se establecieron en Piñuña Blanco, en la desemboca-
dura de la quebrada del mismo nombre en el río Putumayo; y por último se desplazaron hacia Buenavista, entre
Puerto Asís y Puerto Ospina, la cual había sido fundada en 1930 y decretada reserva por el INCORA en 1974. Los
Kofanes, por su parte, se dirigieron hacia San Miguel de Sucumbíos, en la zona alta del río San Miguel, junto a
la frontera con Ecuador; de allí siguieron a Luzón, lugar donde el río Luzónyaco desemboca en el Guamués; y de
Santa Rosa del Guamués, cerca de San Antonio, entre Orito y La Hormiga y Yarinal-Afiladores, se encaminaron
hacia la parte baja del río San Miguel, en las cercanías de la quebrada La Hormiga730.

A comienzos de la década de 1970, las comunidades inga y kofán tuvieron que padecer las consecuencias de la
construcción de vías que partieron su territorio de norte a sur, como el carreteable paralelo a la vía Orito-río San
Miguel, en el valle del Guamués y la quebrada La Hormiga. Aunque si bien es cierto que en un primer momento
la construcción de esta vía fue considerada ventajosa por la propia comunidad indígena, muy pronto se la vio
como una amenaza debido a la incontenible entrada de colonos, ladrones y miembros del Ejército y la guerrilla.

La construcción de la carretera sirvió igualmente para ejercer presión sobre la población indígena, tanto por sus
tierras como por la mano de obra que podía aportar, y desde entonces ingresaron, también, la delincuencia, el
robo, la violencia y el licor a la vida de estas comunidades, las que desde esa época han estado, cada vez más,
sujetas a las leyes del mercado, aparte de que han debido enfrentar grandes e innumerables dificultades para
producir y vender, amén del agotamiento de sus recursos de caza y pesca, la destrucción de sus bosques (al ritmo
del avance de la explotación maderera comercial) y la contaminación generalizada de lo que les queda de territo-
rio, situación que afecta dramáticamente y por igual a las agrupaciones establecidas en Santa Rosa del Guamués,
Santa Rosa de Sucumbíos, Yarinal, El Afilador y San Marcelino:

“Al lado de los problemas territoriales y económicos, los indígenas han tenido que enfrentar los enormes
daños ocasionados por la acción petrolera y su secuela forzosa, la colonización, en el medio ambiente del
entorno que habitan. Los bosques que cubrían hace 30 años las tierras de los valles del Guamués y del Orito,
han desaparecido, y con ellos, todas las especies de fauna silvestre que constituían la base proteínica de la ali-
mentación de los indígenas. Las aguas de la región, como los ríos Guamués y Orito y la quebrada La Hormiga,
que años atrás representaban, por su riqueza pesquera, una fuente de vida para los nativos, se hallan hoy con-
vertidas en desagües y alcantarillas que cumplen la caritativa, aunque funesta, labor de limpiar los poblados,
los espacios de cultivo y las instalaciones petroleras, de las cargas de sobras domésticas no degradables, de
los residuos químicos del petróleo y de los abonos, fungicidas, pesticidas y otras sustancias tóxicas empleadas
en el cultivo y procesamiento de la coca (...)”731. 

Según los diagnósticos e informes realizados en la década de 1960, la difícil situación padecida por estos reduc-
tos de población indígena se había agravado por problemas de salud, muchos de ellos compartidos con la po-

729 ROLDÁN ORTEGA, Roque. “Informe sobre visita a Orito”… Pág. 276.
730 DEVIA, Claudia Yolima. “Orito y la explotación petrolera…”. Pag.124.
340 731 ROLDÁN ORTEGA, Roque. “Informe sobre visita a Orito”… Pág. 275.
Puente internacional de San Miguel. Archivo
personal de Virgilio Becerra. 1999. Obra de
ingeniería en territorio Kofán, cuya construcción
se hizo sin licencia ambiental.

blación campesina y que en su gran mayoría


se debían a la falta de condiciones higiéni-
cas, la mala condición del agua y la escasez
de personal médico732, situación que explica
porqué se prefería recurrir a curanderos.

El peor problema era la malaria, mal por


cuya magnitud la región presentaba en
aquel entonces el índice de mortalidad más
alto del país, sin contar las fumigaciones
con DDT que afectaban a la población de
animales domésticos, los controladores na-
turales de plagas y los cultivos de sustento
y que por esta causa fueron rechazadas733. 

Según las fuentes documentales que se


consultaron al respecto, las enfermedades
que en aquellos años diezmaban la pobla-
ción en el Putumayo eran: el paludismo, la
anemia, el parasitismo intestinal, la tuber-
culosis, la bronquitis, la bronconeumonía,
la tosferina, la neumonía, la enteritis, la di-
sentería, la sífilis, los partos distócicos, el
tétano, la fiebre tifoidea, la lepra, la fiebre
amarilla y las gripas y los catarros que so-
lían ser mortales por la falta de cuidados
básicos734.

La causa fundamental de los problemas que


afectaban a los indígenas del piedemonte
del Putumayo, y la que más enfrentamien-
tos y vejámenes les había causado, espe-
cialmente a lo largo de las décadas de 1950 y 1960, fue la posesión y el usufructo de sus tierras. La incertidum-
bre al respecto afectaba por igual a todos los grupos sobrevivientes, pero más a aquellos que no contaban con
resguardos constituidos, es decir, a la mayoría, porque las autoridades correspondientes se demoraron años y
aun décadas en atender y tramitar las solicitudes hechas por los propios indios o sus gobiernos, en concreto
“unas pocas familias en Sibundoy –la totalidad de Yunguillo y los de San Antonio del Guamués, paraje El Alguacil
jurisdicción de Villa Garzón, Puerto Limón, Condagua y San Miguel”. Adicionalmente, los indígenas asentados en
La Hormiga −un poblado que como explicamos fue fundado por indios Sionas-, “fueron desplazados por colonos
que por la ambición del petróleo han llegado a aquellas regiones en número muy elevado de familias”735. 

732 “Reposan en los archivos informes de la Comisión Indigenista del Putumayo del Ministerio del Interior”, la cual se hal-
laba conformada por “un experto agrícola, mejoradora de hogar, auxiliar de enfermería, artesano albañil, artesano car-
pintero” (RODRÍGUEZ, Salomón Ignacio. Santiago, 3 de junio de 1967. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno,
caja 210, carpeta 1924, Asuntos indígenas, Fols. 158-170).
733 DOMÍNGUEZ OSSA, Camilo A. “Petróleo, inmigración y transformaciones socio-espaciales…”. Pág. 16.
734 BRAVO MUÑOZ, Eleazar. “Informe del Putumayo”… Fols. 164-192.
735 RODRÍGUEZ, Ignacio Salomón. “Programas de desarrollo económico y social para las culturas indígenas de la Comisaría
Especial del Putumayo…”. Fol. 66.
341
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

El hecho de haberse otorgado tierra a ciertos indígenas individualmente y no en calidad de resguardo, es decir,
como propiedad privada y no comunal, efectivamente ocurrió en algunos casos, fue una desventaja para la
protección de los grupos y sus territorios étnicos en la medida que facilitó aún más, si se quiere, la compra
y el asalto progresivo de las tierras, como lo advirtió oportunamente el Asesor Jurídico Intendencial, Ricardo
Paredes Cháves:

“La titulación de tierras hechas en forma individual a favor del que hace cabeza de familia, no es una solución
adecuada, por cuanto a las consecuencias de ello sería que éstas pasen a mano de los colonizadores por
venta voluntaria en algunos casos, en la mayoría de veces por coacción, amenaza o violencia, sin descartar el
abandono voluntario por emigración a lugares apartados, por cuanto el temperamento de los nativos no es el
de entrar a defender sus tierras a pesar del amparo que las autoridades intendenciales les prodigan y ofrecen
en forma eficaz”736.

El problema de la titulación de las tierras indígenas, tanto de aquellos grupos que habían pertenecido por años
a las respectivas jurisdicciones de Mocoa (Yunguillo, Puerto Limón, Condagua) y Puerto Asís, amerita en este
punto un comentario específico porque, contrario a lo que pudiera pensarse, desde comienzos del siglo XX hubo
quienes solicitaron su agrimensura y adjudicación definitiva previendo, precisamente, la geofagia de los especu-
ladores y el avance de los colonos.

Tal y como sucedió con las tierras de Sibundoy, la creación de resguardos no logró concretarse ni materializarse
en los pocos casos intentados hasta mediados de la centuria. Lo que comúnmente ocurrió fue la postergación,
por años y décadas, inclusive, tanto de los levantamientos de los censos de la población indígena como de los
terrenos y planos correspondientes. Al respecto, la documentación de que disponemos nos permite afirmar, ca-
tegóricamente, que no hubo voluntad ni decisión de conformar ni confirmar esos resguardos, no sólo en Sibun-
doy sino en todo el piedemonte del Putumayo. Apenas a partir de la década de 1960 es posible observar cierto
interés y la voluntad real de algunos funcionarios que tuvieron la convicción social y política suficiente como para
legalizarles a los indígenas del Putumayo sus tierras, aunque ya muchas habían pasado a otras manos.

En ocasiones, hemos tenido que utilizar la palabra resguardo entre comillas, precisamente porque muchos de
los que figuraron como tal no habían sido reconocidos en el pasado ni lo serían en el futuro, según lo había seña-
lado años atrás el investigador Roque Roldán, quien en uno de sus Informes del año 1969 describió la situación
de algunos de los “resguardos”: en Santa Rosa, la presión para ceder o vender tierras, por parte de los colonos,
era significativa, razón por la que sus habitantes solicitaban la legalización de su “actual zona” (1.000 has, 2.130
Kofanes); el “resguardo” de Yarinal (1.500 has, 412 Ingas) no estaba legalmente constituido y enfrentaba simila-
res problemas que los demás, aparte de que las relaciones entre los Ingas y los Kofanes eran poco amistosas; el
“resguardo” de Puerto Limón (220 has) carecía de títulos y las familias se encontraban dispersas; finalmente, en
relación con el “resguardo” de San Miguel del Putumayo (140 has), se aconsejaba “iniciar prontamente la titula-
ción para evitar que avance la invasión de los colonos”737.

Por esos mismos años, sendas comisiones del Ministerio de Gobierno visitaron Yarinal (límite con el Ecuador
en el río San Miguel) y San Antonio del Guamués con el fin de medir los terrenos para constituir dos reservas,
una para los Ingas y otra para los Kofanes, y realizar un considerable número de parcelaciones, es decir, adjudi-
caciones a título individual, en Sibundoy y el piedemonte. Al concluir su misión, los comisionados hicieron las
recomendaciones siguientes:

“La constitución de reserva para las culturas Kofán, Ingas de Yarinal y Sionas de Buenavista; la titulación de
584 parcelas a indígenas de Santiago, San Andrés, Colón en el Alto Putumayo. Y en el bajo, la titulación de 12
a indígenas de San Miguel del Putumayo, 8 a los de Puerto Limón, 11 a Sionas y Huitotos sedentarizados entre
Buenavista y El Hacha (debajo de Puerto Ospina), 3 a kofanes del Guamués y la extensión de crédito supervisado

736 PAREDES CHÁVES, Ricardo. “Informe del Asesor Jurídico Intendencial a la División de Asuntos Indígenas”. Mocoa, 14 de
mayo de 1970. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 217, carpeta 2027, Asuntos Indígenas. Fols 10-12.
737 ROLDÁN ORTEGA, Roque. “Informe de la Comisión adelantada a las comunidades indígenas y a la zona petrolera de
342 Orito…”. Fols. 216-221.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

a varias familias, lo mismo que ayuda en efectivo para la construcción de una escuela para la vereda de Casacajo
del corregimiento de Santiago y un acueducto para los indígenas de Colón”738. 

La situación de los indígenas y sus tierras, en el piedemonte del Putumayo, se tornó grave a medida que se inten-
sificaba la colonización. Consciente del hecho, el asesor jurídico de la Intendencia ya mencionado propugnó por la
realización de un programa de defensa y asistencia social para frenar la invasión de los terrenos que todavía ocu-
paban los indígenas y enfatizó en la necesidad de brindarles a dichas tierras una adecuada protección con el fin de
mejorar la condición de vida de aquellos a la par que organizarlos “como tribus sedentarias”:

“Debe de inmediato decretarse las reservas de terrenos de indígenas en los sectores donde éstos están ubicados
a efectos de poderles dar una adecuada protección, de otra manera esas tribus desaparecen como grupos etno-
gráficos caracterizados, por cuanto el indígena no hace ninguna resistencia, en todos los casos de colonización
estos abandonan el lugar emigrando a sitios en los cuales la acción del gobierno se vuelve imposible para aten-
derlos y vincularlos a la vida nacional”739.

En 1973, la colonización había ocupado entre el 60% y el 70% de los territorios indígenas, mientras que éstos
conservaban tan sólo 30.000 has de todo lo que antaño habían poseído. Ese mismo año se entregaron al fin las
reservas de tierra (13.563 has) destinadas a los Kofanes de Santa Rosa del Guamués y a los Kofanes e Ingas de
Yarinal y en 1976 se dieron reservas (4.454 has), en Afilador y Santa Rosa de Sucumbíos, a dos grupos kofán, para
un total de cuatro lotes que en su conjunto medían 28.017 has. Para las comunidades adjudicatarias de tierras
en las cuencas y valles de los ríos Guamués y Orito, por su parte, se constituyó en 1975 un resguardo de 2.500
has que sólo pudo beneficiar al único núcleo sobreviviente de 15 familias asentadas en las inmediaciones del río
Orito740. Sin embargo, la titulación de las tierras, en contra de lo previsto por el gobierno, no bastó para defender
los territorios indígenas, por ejemplo en el caso del resguardo de Santa Rosa del Guamués, y lo que sucedió con
éste y sus habitantes bien puede tomarse como el patrón general de vida de los indios del Putumayo desde que
la región se integró al sistema de expoliación capitalista y dio cabida a los males sociales nunca resueltos en otras
zonas del país:

“Esta reserva, por la ocupación que de ella hizo la colonización inducida por los carreteables de la petrolera,
fue legalmente abolida por el gobierno apenas 10 años después. Y, a 16 y 19 años de haberse constituido las
reservas de tierras en el Guamués, las cuatro comunidades titulares apenas alcanzaban, con los exiguos lotes
que mantenían, y de acuerdo con un estudio en 1992, a sumar un total no superior a las 4.570 hectáreas, lo
que equivale a señalar que en menos de dos décadas habían perdido poco menos del 84% de las áreas legal-
mente adjudicadas. Como es apenas natural, a la estrechez de las tierras deben sumarse los problemas con-
comitantes: la pérdida de las fuentes tradicionales de subsistencia de la cacería y de la pesca, el paso forzoso a
la actividad agrícola con perspectivas comerciales como centro de su vida económica, la total desarticulación
de sus formas tradicionales de organización familiar y política, el olvido acelerado del idioma”741.

738 RODRÍGUEZ, Ignacio Salomón. “Informe trimestral octubre a diciembre de la Comisión Indigenista del Putumayo…”. Fol.
14.
739 PAREDES CHÁVES, Ricardo. “Informe del Asesor Jurídico Intendencial…”. Fols. 10-12.
740 ROLDÁN ORTEGA, Roque. “Aproximación histórica a la explotación de petróleo…”. Pág. 275.
741 Ibid. Págs. 261-303.
343
Epílogo
La alternativa del indio:
¿pintarse de blanco?...
(A manera de epílogo)

La esperanza de convertir “salvajes” en “civilizados” e indios en “prósperos campesinos”, como lo planteara en la


década de 1960 el Doctor Gregorio Hernández de Alba, Jefe de la División de Asuntos Indígenas, hacía ya parte
de los derroteros que debían seguirse en el camino hacia el “desarrollo”. No obstante, los indios, desterrados de
sus heredades y presa de una profunda incertidumbre, terminaron deambulando por los que otrora fueran sus
propios territorios, en busca de un jornal o como mendigos, porque la promesa de la “civilización”, el “progreso”
y el “desarrollo” no les reservó siquiera el lugar de los jornaleros y los peones; por el contrario, les usurpó sus
territorialidades y los despojó de sus creencias y dioses condenándolos a la miseria, el silencio y el olvido.

Lo que había sucedido con los indios del Putumayo y sus territorios desde que se emprendieran allí los procesos
de colonización, lo mismo que las exploraciones y la explotación petroleras, obedecía a fenómenos económicos
y geopolíticos más amplios y estructurales surgidos a partir de la Segunda Guerra Mundial.

Se trataba de una expansión sin precedentes del capitalismo que, bajo la ideología del “desarrollo”, avanzó de
manera incontenible sobre vastos ámbitos, hasta entonces no incorporados, con el propósito de ampliar las fron-
teras de la economía de mercado y explorar y explotar fuentes energéticas, recursos naturales y materias primas
fundamentales para abastecer la próspera industria de los países “desarrollados”.

De otro lado, entre nosotros, en Colombia, la llamada Violencia había obrado como un mecanismo de expulsión
de “excedentes de población” de la región Andina y los valles del Magdalena y del Cauca, excedentes que no fue-
ron más que resultado del destierro y el despojo de grandes masas de población campesina en favor de un pro-
ceso irreversible de concentración de la propiedad agraria y de tierras productivas y valorizadas, ¡por supuesto!

Tal y como había sucedido en el Putumayo y el piedemonte amazónico colombiano, más allá de las fronteras
nacionales, en el piedemonte amazónico del Ecuador y del Perú, la exploración y la explotación petrolera habían
avanzado simultáneamente, lo mismo que la inmigración de contingentes de población que, desprendidos de los
Andes, habían emprendido también la colonización de la “Alta Amazonia”, de la “Ceja de Selva”. Allí, la intrusión
de las compañías petroleras y de los inmigrantes incidiría por igual, profunda y negativamente, en los grupos y
reductos de población indígena, y auspiciaría drásticas y aun irreparables trasformaciones de sus territorios y
territorialidades.

El caso de los Secoya y su desplazamiento del Ecuador hacia Perú, y de allí a Colombia, es un ejemplo que carac-
teriza el contacto compulsivo, el destierro y, en fin, esa larga y compleja historia de esclavización, etnocidio y ge-
nocidio que allende las demarcaciones nacionales produjo el avance de las economías extractivas y los procesos
de colonización en las últimas fronteras indígenas de la “civilización”.
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

Vivienda Kofán en Santa Rosa de Guamués. Fotografía propiedad de Martín Pérez. 1998.

En el segundo semestre del año de 1969, misioneros ecuatorianos fueron asesinados por los Siona y Secoyas y
este sorprendente hecho produjo gran consternación en Ecuador. Hasta entonces, estos indios “habían tenido
una historia afortunada de escapes de la influencia y la dominación de los blancos”742, pero hacia finales de la
década de 1960 las exploraciones petroleras comenzaron a alcanzar su territorio a medida que los estudios
adelantados por el consorcio conformado por las compañías Texaco y Gulf principiaron a arrojar resultados
positivos: en 1967 se descubrieron grandes reservas petroleras en las áreas de Lago Agrio y Shushufindi, y a fin
de continuar las prospecciones exploratorias ambas empresas instalaron campamentos en diversos lugares del
Aguarico y el Cuyabeno.

Varios hombres Siona Secoyas fueron contratados temporalmente entonces, con el propósito de que despejasen
aquellos lugares, a fin de acomodar los campamentos, y para abrir “y limpiar trochas a través de la selva. (...)
después de un mes o dos, sin embargo, los indígenas se cansaban de la monótona rutina y de estar separados
de sus familias. Se preocupaban del estado de sus huertos, y de si sus mujeres e hijos estaban teniendo carne
para comer”743. 

Como hecho distintivo de su larga historia de resistencia ante el contacto con los blancos, los Siona Secoya acos-
tumbraban mudarse a otros lugares, selva adentro, “bajo la convicción de que el bosque era muy grande” y, por
consiguiente, los libraría de la presencia de los forasteros.

Esas mudanzas y esos movimientos emprendidos comúnmente hacia el oriente para soslayar el avance, desde
el occidente, de los colonos y otros incómodos visitantes, sobre sus aldeas, se habían convertido, según el in-

742 Así lo afirmó el investigador William T. Vickers. Según sus planteamientos, “los Siona del Putumayo son parientes cerca-
nos de los Siona y Secoyas del Aguarico y comparten tradiciones culturales similares”. Tomado de: VICKERS T., William.
Los Sionas y Secoyas. Su adaptación al ambiente amazónico. Quito: Ediciones ABYA YALA, S.A. Págs. 72-73. Colección
500 Años, No. 9.
346 743 Ibid. Pág. 73.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

vestigador William T. Vickers, en una estrategia y “parte integral de su adaptación” o readaptación, como cabría
también interpretarse744.

En la Amazonia ecuatoriana, de suyo motivados por sus convicciones religiosas, los misioneros se habían em-
peñado frecuente y obstinadamente en internarse en los territorios de comunidades indígenas que por siglos
habían rechazado, con decisión, el contacto con los blancos, como los Secoya y un conjunto de grupos a los que
se tildaba, de modo peyorativo y despectivo, de “aucas” o “jíbaros”. Allí, sin embargo, víctimas por entero de su
propia imprudencia, varios de ellos habían sido atacados y asesinados con lanzas y flechas745. 

En ocasiones, las empresas petroleras, so pretexto de brindar apoyo desinteresado a los evangelizadores, se
servían de éstos para iniciar tratos preliminares con grupos nativos “hostiles” facilitándoles el trasporte en he-
licópteros y regalos para los indios. Fue, según presumimos, en este contexto de avance de las exploraciones
petroleras bajo el cual los Secoya dieron muerte a varios de los misioneros que irrumpieron en su territorio en el
año de 1969. No obstante, en la misma época se dieron otras explicaciones de lo sucedido.

Felipe Helsen, un belga residente en Iquitos que era propietario del hotel Imperial Amazonas y tenía previsto
construir un albergue para turistas cercano a los indios, viajó por el Napo hasta la frontera con el Ecuador, donde
entabló relaciones con algunos curacas (gobernantes) de los Anguteros y Piojés, quienes, según su relato, eran
comúnmente “conocidos con el nombre genérico de Secoyas, que en quechua significa salvaje (los cuales) viven
en una región que abarca las fronteras de Ecuador, Colombia y Perú”746. Estando allí, recogió dos versiones acerca
de las causas que motivaron a los indios a asesinar a los misioneros:

“Los Anguteros y Piojes no utilizan armas de fuego en la cacería y no gusta de que otros lo hagan dentro de
sus dominios porque esto les ahuyenta la caza. Los misioneros católicos las habrían utilizado contra toda
advertencia. Los Anguteros y Piojoes acostumbran ofrecer a sus ocasionales visitantes, como demostración
máxima de hospitalidad, jóvenes vírgenes de la tribu con quienes el homenajeado debe convivir durante todo
el tiempo que permanezca con ellos. Los misioneros habrían rehusado aceptar tal presente irrogando con ello
gran injuria a los Secoyas”747. 

Cuando en Quito se conoció la noticia de la muerte de los misioneros, el gobierno “despachó una misión punitiva
que obligó a los Anguteros y Piojés a refugiarse en territorio peruano”, donde más tarde serían objeto, nueva-
mente, de persecución y víctimas de las “operaciones de reblandecimiento” ordenadas por Oscar Peñafiel, “amo
y señor de vidas y haciendas”:

“En Monte Rico, fundo cercano al caserío de Santa María sobre el Napo, vive el ciudadano peruano OSCAR
PEÑAFIEL, amo y señor de vidas y haciendas por todos esos contornos, personaje que parece extraído de las
paginas de La Vorágine y quien gracias a sus poderosas influencias en Lima y en Iquitos goza de inmunidad
y de impunidad. Oscar Peñafiel negocia con todo lo que se puede extraer de las entrañas de la selva: caza,
pesca, pieles, caucho, aceite de palo de rosa, chicle, jebe, balata, maderas, etc. Para él trabajan como esclavos
centenares de indígenas a quienes tiene sometidos por el terror. Para doblegarlos, actúa directamente sobre
los curacas o caciques. Cuando no logra atraerlos con regalos, aguardiente o comilonas, pone en práctica la
“operación reblandecimiento”: incendio sistematizado de los cultivos de yuca y plátanos; incendio de los tam-
bos; flagelación de los indios más influyentes ante el curaca; atentados contra la vida de las mujeres e hijos del
curaca. Y si todo ese progresivo sistema de reblandecimiento no produce sus resultados, apela al asesinato de

744 Ibid. Pág. 258.


745 Existen auténticos testimonios fotográficos y periodísticos de esos asesinatos de misioneros, especialmente de episo-
dios ocurridos en las décadas de 1960 y 1970. En los años de 1984 y 1985, el autor de este trabajo conoció en Ecuador
varios documentos fotográficos al respecto, algunos de los cuales fueron publicados por la prensa, en Quito.
746 ARRIETA LARA, Enrique. “Carta del Jefe de la División de Asuntos Consulares, al Jefe de la División Operativa de Asun-
tos Indígenas”. Bogotá, 2 de marzo de 1970. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 216, carpeta 2015,
Asuntos Indígenas, Fols. 2-3. Dicha comunicación contiene a manera de anexo el Oficio 2918 fechado en Iquitos el 12 de
febrero de 1970: Min. Exteriores – No. 00029/18 – II-12-70 Consulbia- Iquitos– “Informe sobre Actividades Generales”.
747 Ibid.
347
Cultivo de Coca. Putumayo. Foto propiedad de
Martín Pérez. 1998.

los más allegados al cacique y al incendio


masivo de tambos y cultivos hasta que el
rebelde curaca se somete y pone sus súb-
ditos a disposición de Peñafiel”748.

Enterado éste de que los Anguteros y Pio-


joes habían penetrado a territorio peruano
huyendo de la represión de las autoridades
de Ecuador, se apresuró a enviar mensajeros
a los curacas para darles a conocer las condi-
ciones en que les sería permitido vivir en sus
nuevas tierras, pero acostumbrados como
estaban estos indígenas a no tener más ley
que la de su tribu, rechazaron las propues-
tas. Entonces, Peñafiel les aplicó la “opera-
ción reblandecimiento” arriba descrita.

Perseguidos tanto en Ecuador como Perú,


los Secoyas traspasaron la frontera y pene-
traron en territorio colombiano. Peñafiel,
acostumbrado a hacerse obedecer, envió
emisarios que

al parecer los sacaron a la viva fuerza, repi-


tiendo así la “hazaña” de la Casa Arana, a
raíz del conflicto colombo-peruano, cuando
2.000 familias de las tribus de los Huitotos,
Boras y Ocainas fueron obligadas a dejar las
tierras y los plantíos que tenían en la saba-
na, entre los ríos Putumayo y Caquetá, “y
a trasladarse en forma definitiva a la mar-
gen derecha del Putumayo, en territorio
peruano”749.

Aun a costa de ser reiterativos, es pertinente recordar aquí lo que había sucedido a comienzos del siglo XX con
los indígenas del río San Miguel, indígenas cuyos antepasados eran originarios del Alto Napo, de Ávila, Loreto,
Concepción y Cotapino. Durante los tiempos de la fiebre del caucho, Daniel Peñafiel −quizá el padre o el abuelo
de Oscar Peñafiel-, por medio del sistema de endeude, esclavizó e hizo trabajar para él, “Napo abajo”, a un gran
número de indígenas.

Este personaje, que había llegado de Quito probablemente trayendo mercancías para endeudar a los nativos,
enganchó a 50 indígenas de Concepción, 50 de Loreto, 50 de Ávila, 30 de Payamino y 25 de Archidona, incluidos
“guaguas (niños), mujeres y abuelos”, los cuales estableció en la bocana del Sunu por un año y tres meses, donde
recogían caucho que era luego vendido en Iquitos.

Más tarde, y durante un lapso de diez años, la misma gente fue trasladada al lugar donde después se fundaría
Rocafuerte. Allí, también a su servicio, fueron obligados a extraer distintas variedades de caucho: “leche-caspi,
shiringa, gota-birche, chicle, balatá blanco y colorado”. Por aquel entonces, una libra de caucho valía cien soles y

748 Ibid.
348 749 Ibid.
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

cada familia recogía hasta 200 libras semanales. En pago, los indios recibían del patrón un pantalón, una camisa,
un vestido de mujer o anzuelos.

En la historia o tradición oral de la gente del río San Miguel se recuerda que “había muchísima otra gente de la
selva que, como nosotros, estaba bajo patrón. Había muchos patrones que hacían trabajar Napo abajo, Putuma-
yo abajo, Marañón abajo, bastante gente traída como nosotros desde las cabeceras de los ríos, viviendo como
esclavos, trabajando sólo para el patrón, engañados, explotados, sin poder regresar a sus tierras”750. 

Más allá de una mera coincidencia, los casos citados que involucran a los Peñafiel ilustran la persistencia de los
sistemas y patrones que históricamente fueron puestos en práctica para explotar los recursos de la selva con las
obvias consecuencias de esclavización y aniquilamiento de los grupos indígenas. Las exploraciones petroleras en
la Amazonia colombiana han continuado en el curso de las décadas recientes, e incluso han alcanzado los otrora
remotos territorios de las últimas sociedades aborígenes cazadoras-recolectoras en los riñones de la selva, como
los Nukak Makú, cuyo territorio ignoto fue explorado en 1992 cuando la empresa Fronteras de Explotación Co-
lombiana, Inc. recibió licencia por parte de ECOPETROL.

De modo similar, episodios más recientes, como los relacionados con la siembra, la recolección y la comercializa-
ción de la coca, no sólo han perpetuado el sistema del endeude sino que, además, amenazan con destruir para
siempre los últimos reductos de población indígena y sus vínculos comunitarios. Las acciones policivas y de con-
trol de los cultivos ilícitos, especialmente en el Putumayo, han originado un desplazamiento de los mismos hacia
las áreas más recónditas de la selva, donde hoy invaden los últimos refugios de los indígenas sobrevivientes.

Por otra parte, la presencia, en especial, en las últimas décadas, de los grupos insurgentes, junto con el incre-
mento y fortalecimiento técnico, bélico y del pie de fuerza de las Fuerzas Armadas y la actuación creciente de
grupos paramilitares, no sólo ha hecho más difícil la vida de los grupos humanos allí establecidos sino que ha
contribuido a configurar un “nuevo mapa” delineado esta vez por la guerra permanente, los continuos despla-
zamientos de población, el envenenamiento de los territorios, el terror colectivo, la incertidumbre y la muerte.

750 FOLETI-CASTEGNARO, Alexandra. Tradición oral de los Quichuas amazónicos del Aguarico y San Miguel. Quito: Edicio-
nes ABYA YALA, 1985. Págs. 165-167.
349
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Biblioteca Nacional de Colombia (Bogotá, D.C., Colombia): BNC
Dpto.: Departamento
Est.: Estante
Fdo.: Fondo
Fol.: Folio
Fols.: Folios
Leg.: Legajo
Paq.: Paquete
PC.: falta definir
Pza.: Pieza
Sec.: Sección
s.c.: sin ciudad
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Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

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de Gobierno, Sec. Cuarta, T. 77, Fols. 362-365.
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en el cual ratifica las denuncias presentadas por los indígenas de San Andrés contra los misioneros ca-
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Sec. Primera, T. 718, Fols. 342-347.
_____. “Informe del Comisario Especial del Putumayo dirigido al Ministro de Gobierno”. San Francisco, 15 de
mayo de 1913. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 718, Fols. 280-314.
_____. “Informe dirigido al Ministro de Gobierno”. San Francisco, 28 de enero de 1914. AGN: Sec. República, Fdo.
Ministerio de Gobierno. Sec. Primera. T. 731, Fols. 115-130.
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1913. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Cuarta, T. 77, Fol. 366.
_____. “Sumario instruido contra Mariano Buesaquillo, Gobernador de la Parcialidad de Indígenas de Sibundoy,
por fuerza y violencia”. San Francisco, 17 de octubre de 1913. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de
Gobierno, Sec. Primera, T. 731, Fols. 206-242.
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Gobierno, T. 13, Fols. 263-264.
FORERO VALDÉS, Jaime. “Copia del Decreto número 2536, enviada por el Director del Departamento de Recursos
Naturales al Vicario Apostólico de Sibundoy”. 14 de enero de 1953. AGN: Sec. República, Fdo. Ministe-
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camino entre Pasto y Sibundoy”. Pasto, 21 de mayo de 1856. AGN: Sec. República, Fdo. Gobernaciones
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Sec. Colecciones, Colección Bernardo J. Caicedo, Vol. único, caja 23, documento 3, “Misiones”, Fols. 1-91.

355
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

GONZÁLEZ, Guillermo. “Carta del Comisario Especial del Putumayo dirigida al Ministro de Gobierno”. Mocoa,
21 de octubre de 1915. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 755, Fols.
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_____. “Comunicación del Comisario Especial del Putumayo dirigida al Ministro de Gobierno”. 28 de Agosto de
1914. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 731, Fols. 168-170.
_____. “Telegrama del Comisario Especial del Putumayo dirigido al Ministro de Gobierno”. Mocoa, 19 de agosto
de 1915. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sección Primera, T. 755, Fol. 437.
GUERRERO QUIRÓS, Segundo J. “Informe del Inspector de Policía de Yunguillo dirigido al Contra Almirante Jefe
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GUTIÉRREZ, Juan Antonio del Rosario. “Carta enviada al Guardián del Colegio de Misiones de Popayán en la que
se da noticia de la huida de dos misioneros”. Popayán, 14 de noviembre de 1792. ACC: Sala Colonia, Est.
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HERNÁNDEZ DE ALBA, Gregorio. “Carta del Jefe de la División de Asuntos Indígenas al Comisario Especial del
Putumayo”. Bogotá, 6 de junio de 1968. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 213,
carpeta 1965, Asuntos Indígenas, Fol. 113.
_____. “Oficio del Jefe de la División de Asuntos Indígenas al Sr. A. L. Ronald Scheman, Secretario Administrativo
de Pan American Development Foundation”. Bogotá, 1965. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del
Interior, caja 203, carpeta 1806, Asuntos Indígenas, Fol. 2.
_____. “Oficio del Jefe de la División de Asuntos Indígenas al Gerente General del INCORA Enrique Peñalosa Ca-
margo”. Bogotá, 14 de noviembre de 1966. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 198,
carpeta 1738, Asuntos Indígenas, Fols. 3-4.
IBÁÑES, Fray Fermín. “Informe presentado a la Real Audiencia de Santafé por F. F. I., religioso franciscano del
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IGUALADA, Fray Bartolomé de. “Carta dirigida al Jefe de la División de Asuntos Indígenas”. Sibundoy, 16 de
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_____. “Carta dirigida por un misionero al Jefe de la División de Asuntos Indígenas, Dr. Gregorio Hernández de
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_____. “Testimonio acerca de los terrenos de la Misión Capuchina”. Abril de 1962. AGN: Sec. República, Fdo.
Ministerio del Interior, caja 198, carpeta 1738, Asuntos Indígenas, Fols. 131-134.
INDÍGENAS DE LA PARCIALIDAD DE SANTIAGO. “Carta al Ciudadano Presidente del Estado Soberano del Cauca”.
Santiago, 8 de septiembre de 1870. ACC: Leg. 30, Paq. 112, “Expediente sobre límites entre los pueblos
de Santiago y Putumayo en el Territorio del Caquetá”, s.f.
_____. “Carta al Ciudadano Presidente del Estado Soberano del Cauca”. Santiago, 15 de septiembre de 1871.
ACC: Leg. 30, Paq. 112, “Expediente sobre límites entre los pueblos de Santiago y Putumayo en el Te-
rritorio del Caquetá”, s.f.
INDÍGENAS DE LA PARCIALIDAD DE YUNGUILLO. “Memorial de varios miembros de la parcialidad de Yunguillo,
dirigido al Ministro de Agricultura y Ganadería”. Yunguillo, 1 de junio de 1953. AGN: Sec. República,
Fdo. Ministerio del Interior, caja 187, carpeta 1569, Asuntos Indígenas, Fols. 36-39.
JANSASOY, Francisco. “Memorial dirigido al Ministro de Gobierno por indígenas de la parcialidad de Santiago”.
Santiago, 28 de noviembre de 1912. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera.
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JARAMILLO URIBE. Eduardo. “Memorial del Inspector Comisarial al Jefe de Territorios Nacionales”. 9 de abril de
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356
Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

JUAJIBIOY CHINDOY, Salvador. “Carta del Gobernador del Cabildo de Indígenas de Sibundoy y de otros indígenas
de la Parcialidad, dirigida al Presidente Alberto Lleras Camargo”. Sibundoy, 29 de enero de 1962. AGN:
Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 196, carpeta 1714, Asuntos Indígenas, Fols. 25-26.
JURADO, Fernando. “Telegrama dirigido al Ministro de Gobierno”. Puerto Asís, 8 de julio de 1914. AGN: Sec. Re-
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KORNEL, Ernesto. “Carta dirigida a Pedro Nel Ospina”. 1923. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno,
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LÓPEZ Ruiz, Sebastián José. “Exploraciones a las montañas de los Andaquíes o misiones de los ríos Caquetá y
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de Indias, D. José de Galvéz”. Santafé, 1783. BNC: Sec. Libros Raros y Curiosos, libro 169, Pza. 9, Fols.
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_____. “Informe al Virrey Caballero y Góngora sobre la cera de abejas que se extrae de los montes de los ríos
Orteguaza, Caquetá y Putumayo que circuyen las misiones franciscanas del Colegio de Propaganda de
Popayán”. 1783. BNC: Sala libros raros y curiosos, libro 169, Pza. 10, Fols.193-199.
LUGARI CASTRILLÓN, Paolo. “Carta dirigida por el Promotor de la Acción Comunal de la Comisaría Especial del
Putumayo a Jorge Osorio de la División de Asuntos Indígenas”. Mocoa, 19 junio de 1962. AGN: Sec.
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LUNA F., Campo Elías. “Informe del Alcalde del distrito de Colón dirigido al Comisionado del Departamento de
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Ministerio del Interior, caja 185, carpeta 1551, Asuntos Indígenas, Fols. 30-35.
MAVISOY, Joaquín. “Carta de los miembros del Cabildo Indígena de Sibundoy dirigida al Jefe de la División de
Asuntos Indígenas”. Sibundoy, 12 de junio de 1963. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior,
caja 198, carpeta 1738, Asuntos Indígenas, Fols. 51-52.
MAVISOY, Ramón. “Derecho de petición dirigido al Ministro de la Economía Nacional para que intervenga en la
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abril de 1940. AGN: Sec. República. Fdo. Ministerio del Interior, caja 1, carpeta 1, Despacho del Minis-
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Gobierno, Sec. Primera, T. 645, Fols. 191-194.
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MOJOMBOY, José. “Carta de indígenas colonos dirigida al Director de Asuntos Indígenas del Ministerio de Go-
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Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

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MONTENEGRO, José Olmedo. “Informe del Jefe de la Comisión de Asuntos Indígenas del Putumayo dirigida al
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Fdo. Ministerio del Interior, caja 217, carpeta 2032, Asuntos Indígenas, Fols. 19-23.
MONTES DE OCA, Doris. “Solicitud dirigida al Ministro de Obras”. Tulúa, 31 de agosto de 1970. AGN: Sec. Repú-
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MONTOYA, Julio. “Informe y decretos acerca de la administración de los territorios orientales”. 1919. AGN: Sec.
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MORA, Jorge E. “Acta de visita practicada por el Comisario Especial del Putumayo al Médico de Sanidad de Puer-
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_____. “Actas de las visitas practicadas por el Comisario Especial del Putumayo a los cabildos de indígenas de
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Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 886, Fols. 189-192.
_____. “Carta dirigida al señor Ministro de Gobierno”. 1925. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno,
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_____. “Informe del Comisario Especial del Putumayo al Ministro de Gobierno sobre la administración del terri-
torio a su mando”. Sucre, 20 de mayo de 1922. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec.
Primera, T. 887, Fols. 100-118.
_____. “Informe que el Comisario Especial del Putumayo rinde al Sr. Ministro de Gobierno sobre la marcha de la
administración pública en la Comisaría”. 1923. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec.
Primera, T. 887, Fols. 74-99.
_____. “Memorandum del Comisario Especial del Putumayo”. Pasto, 25 de junio de 1923. AGN: Sec. República,
Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 887, Fols. 254-258.
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MORENO VIZCAÍNO, Jesús. “Informe del Comandante del Puesto de Policía de Yunguillo”. Mocoa, 17 de julio de
1963. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 205, carpeta 1852, Asuntos Indígenas, Fols.
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MUÑOZ, María Abigail de. “Solicitud al Ministro de la Economía Nacional de adjudicación o préstamo de veinte
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NARVÁEZ CH., Clímaco de J. “Oficio dirigido por el Alcalde de Sibundoy al Juez Municipal”. Sibundoy, 28 de junio
de 1934. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 1079, Fols. 154-155.
OBISPO DE SIBUNDOY. “Comunicación de Fray Plácido, Obispo Vicario Apostólico de Sibundoy, dirigida al Minis-
tro de Agricultura”. Sibundoy, 22 de julio de 1952. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja
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Colección Bicentenario
Augusto Javier Gómez López

OLARTE OLARTE, Vicente. “Carta solicitando amparo contra el Alcalde de Vélez por decomiso del lote de caucho”.
20 de junio de 1999. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Industrias, Depto. Baldíos, T. 19, Fol. 322.
ORDÓÑEZ, José A. “Informe sobre la necesidad de reducir a los indígenas de los ríos Caquetá y Putumayo”. 1870.
ACC: Archivo de la Gobernación, Paq. 108, Leg. 35, Fols. 8-11.
ORDÓÑEZ, Salvador. “Memorial dirigido por el Gobernador Indígena de Sibundoy a los ministros de Gobierno y
de Obras Públicas”. Sibundoy, 1 de mayo de 1914. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio de Gobierno,
Sec. Cuarta, T. 81, Fols. 76-77.
OSORIO SILVA, Jorge. “Informe dirigido a Gregorio Hernández de Alba Jefe de la División de Asuntos Indígenas”.
Abril de 1962. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 198, carpeta 1738, Asuntos Indí-
genas, Fols. 98-118.
_____. “Entrevista realizada al padre Bartolomé de Igualada por el Jefe de Resguardos y Parcialidades Indígenas”.
Abril de 1962. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 198, carpeta 1738, Asuntos Indí-
genas, Fols. 103-106.
_____. “Observación y análisis de los diversos aspectos indígenas del Putumayo”. 1962. AGN: Sec. República,
Fdo. Ministerio del Interior, caja 196, carpeta 1714, Asuntos Indígenas, Fols. 127-152.
_____. “Observación y análisis de los diversos aspectos indígenas del Putumayo”. Abril de 1962. AGN: Sec. Repú-
blica, Fdo. Ministerio del Interior, caja 198, carpeta 1738, Asuntos Indígenas, Fols 98-118.
_____. “Problemas indígenas en el Putumayo”. 1912. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 198,
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OVIEDO, José. “Informe del Prefecto”. Pasto, 1903. AHDN: PC (12), Fol. 2-2.
_____. “Informe sobre la trata de esclavos indígenas del Napo y Aguarico hacia el Perú”. 1992. ACC: Archivo de
la Gobernación, Paq. 311, Leg. 57, Fols. 6-8.
PALACIOS, Jorge A. “Informe del Intendente del Putumayo sobre orden público dirigido al Ministro de Gobierno”.
Mocoa, 13 de noviembre de 1969. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 252, carpeta
2380, Secretaría General, Fols. 15-16.
PAJAJOY, José. “Denuncias dirigidas a los Sres. Ministros de la economía nacional y de gobierno, y solicitud para
que en bien de la raza indígena se de por caducado el contrato celebrado entre Vicente Concha y Fray
Fidel de Montclar”. AGN: Sec. República. Fdo. Ministerio del Interior, carpeta 1, caja 1, Despacho del
Ministro, Fols. 32 (y siguientes sin numeración).
PAREDES, Bautista. “Informe del estado del Territorio del Caquetá presentado por el Prefecto al Sr. Secretario de
Gobierno”. Mocoa, 25 de Abril de 1857. AGN: Paq. 4.509, s. f. (paquete sin clasificar).
PAREDES CHÁVES, Ricardo. “Carta dirigida al Sr. Presidente de la República, Dr. Carlos Lleras Restrepo, acerca de
la incorporación de los Territorios Nacionales”. Villagarzón, 12 de agosto de 1966. AGN: Sec. República,
Fdo. Ministerio del Interior, caja 72, carpeta 553, Despacho del Ministro, Fols. 88-95.
_____. “El Valle de Sibundoy”. Sibundoy, s.f. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 196, carpeta
1714, Asuntos Indígenas, Fols. 1-5.
_____. “Informe del Asesor Jurídico Intendencial a la División de Asuntos Indígenas”. Mocoa, 14 de mayo de
1970. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 217, carpeta 2027, Asuntos Indígenas, Fols.
10-12.
PASTRANA BORRERO, Misael. “Carta del Ministro de Gobierno a Jaime Parra Ramírez, Comandante de la Armada
Nacional”. Bogotá, 19 de octubre de 1967. AGN: Sec. República, Fdo. Ministerio del Interior, caja 80,
carpeta 600, Despacho del Ministro, Fols. 32-33.
PINELL, Fray Gaspar del y ACEVEDO, Luis. “Memorandum sobre las posibilidades de constituir una compañía par-
ticular para la navegación del río Putumayo”. Bogotá, 22 de enero de 1930. AGN: Sec. República, Fdo.
Ministerio de Gobierno, Sec. Primera, T. 992, Fols. 158-160.
PREFECTO APOSTÓLICO DEL PUTUMAYO. “Informe al Ministro de Gobierno acerca de la apertura de caminos”.
Sucre, 21 de abril de 1921. AGN: Sec. República. Fdo. Ministerio de Gobierno. Sec. Primera. T. 1081,
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359
Colección Bicentenario
Putumayo, Misioneros,
Indios y Colonos

PROCURADOR DE MISIONES CAPUCHINAS EN COLOMBIA. “Memorando del Procurador de Misiones sobre la


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