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EN aleihorl Revista del Centro de Estudiantes de Filosofia y Letras JULIO DE 1954 Buenos Aires CENTRO. El Centro de Estudiantes de Filosofia y Letras, afiliado a Ja Federaciéa Universitaria de Buenos Aires, edita la Revista “CENTRO”, cuya aparicién, prevista en los estatutos de la en- tidad, tiene por objeto ofrecer jugar de publicacién a los trabajos intelectuales de todos lo alumnos de la Facultad de Filosofia y Letras. Las colaboraciones ce seleccionarin de acuerdo a la calidad literaria y pueden versar sobre distintos temas, Se aceptarin ensayos, poesia, cuentos, notas, comentarios bibliogriticos, etc, debiendo remitirse los trabajos a la secretaria de esta Revista, Las colaboraciones deben ser enviadas bajo sobre cerrado, en tres (3) copias escritas a miquina con margen y dos (2) interlineas,, firmadas con seud6nimo y el nombze en sobre aparte, Comision pe Revista Seleccién de trabajos Rodolfo Borello Susana Maggiora Adelaida Gigli Alicia Pintos Avisos y distribucién Beatriz Baqueiro SECRETARIA: Recuero 2701 - (63-3261) Los originales no se devuelven, No se mantiene correspon- dencia acerca de las colaboraciones recibidas. La responsabilidad de los juicios emitidos queda a cargo de los autores, Precio de venta de este Niimero; mSn, 5.— el ejemplar. Condiciones de suscripcién por 4 (cuatro) ejemplares: Argentina ........, 18.— m$n. Sudaméric: + 20. mn. Norteamé + 3.50 délares ica. La reproduccién de los trabajos contenidos en el presente ejemplar s6lo seri posible mediante qutorizacién previa. FILOSOFIA nistoRIA LITERATURA LNcotsrica. LIBRERIA VERBVM VIAMONTE «2zhe 7. £ ateates BUENOS AIRES NOVEDADES Jean James - Historia de Ia ifsico (Breviario N° 84..... $ 20.00 Lavalle Louis - introduccién o fo ontologia (Breviorio N* 85} $ 9.00 Wilson John - Le cuitura egipcia Castro Leal Antonio ~ La poesia mexicana moderna .... Villaurrutia Xavier - Poesic y teatro compleios......... Séioumé Laurette - Supervivencias de un mundo mégico Caso Alfonso - | oveblo del So Nuevo Revista de Filologia Hispdnice, afo VIN® 4 ..... $ 20.00 Nueva Revista de Filologia Hispénica, ao Vil Neos. 1 y 2 ‘Homenaje a Amado Alonso! empicenivey $4008 wwoerevoencia uz FONDO DE CULTURA ECONOMICA sucvos aines SOCIEDAD IMPRESORA AMERICANA S. A, ADHESION LABARDEN 155 P LCA. INGENIEROS civies ASOCiADOS CONSTRUCCIONES Fes ACURA DE FIGUEROA 137 agar VAN RIEL GALERIA DE ARTE BUENOS AIRES FLORIDA 659 ae “ADVANCED E£ NUIVA ENSINANZA DEL IDIOMA Clete para Ninos: Curso Infantil Femme, Primer Afio Preparatorlo Segundo Ajio Preparatorio Adultos y Adolescentes: rimero, Segundo y Tercer Ai T.E. 31-0225 CRAMER 680 (Frente a la Estacion Colo Biblioteca circulante PARANA 1097 PUNA 3841 1. E, 26.4732 NGLISH SC INGLES — 3 Afios bE sstupio ete Escuela y recibiré ta informacion nace am.le.s, Revistas del exterior Libros-Naipes-Papeleria Imprenta-Encuadernacién T. E. 41-8849 UNAPRINT Impresiones Circulares a Mimedgrafo Impresiones on general WILDENSTEIN ARTE s. a. FLORIDA s14 HOOL” de8 minimes 12 oftos fio ia para decidirsu ingreso tiles) « 13 = 1405 Libreria LETRAS VIAMONTE 472 31 - 2612 * Bibliografia completa para los Estudiantes de la Facultad de Filosofia y Letras. Alberto Rodriguez Galdn Carlos Manuel Mufiz ABOGADO ABOGADO Lavalle 1454, 5° Piso Lavalle 1454, 5* Piso 38 - 2847 38 - 2847 DONACION Segundo Concurso organizado por “Centro” para todos los universitarios del pais De acuerdo con lo declarado en el Editorial y res- petando la aparicién trianual de Centro”, Ikimase a concurso para la recepeién de trabajos referidos a los siguientes temas. PRIMER LLAMADO: La fecha de recepeién vence el 15 de Marzo. I—El pensamiento en Hispanoamérica. 2) problematica; b) figuras representativas. IL—El escritor argentino: Alberto Gerchunoff. SEGUNDO LLAMADO: La fecha de recepeién ven- ce el 10 de Julio. I—E] pensamiento en Hispanoamérica. a) problematica; b) figuras representativas. I1—EI escritor argentino: Ezequiel Martinez Estrada, TERCER LLAMADO: La fecha de recepeién ven- ce el 15 de Setiembre. I—El pensamiento en Hispanoamérica. a) problematica; b) figuras representativas. II —E] eseritor argentino: Francisco Romero. Detalles: Vencida la fecha de recepeién el comité de se- leecién de CENTRO escogera el mejor trabajo corres- pondiente a cada tema y lo dar a publicidad en la re- vista (los subtemas indicados no son exhaustivos, ni res- ‘ivos) . Las colaboraciones deben dirigirse a CONCURSO “LITERARTO, Monteagudo 247, Ramos Mejia - Bs. As., “bajo sobre cerrado certificado, en tres (3) copias escri- tas a maquina con margen y dos (2) interlineas, firma- dos con pseudénimos y el nombre en sobre aparte. Los originales no se devuelven. et Editorial Universitaria CENTRO inaugura su coleccién de ensayos: RAMON ALCALDE: HERMANN HESSE SU VIDA Y SU OBRA EI presente ensayo es una ampliacién de dos ar tieulos aparecidos en los ntimeros 1 y 2 de la revista. Su autor Ramén Alcalde ha completado el anilisis te- mitico con un eshozo biogrifico y un examen de la téenica novelistica de Hesse. La comparacién entre Tos temas de sus novelas y las peripecias de eu vida interior, tal cual a conocemos por sus Cartas demuestra cémo concibe Hesse Ia crea- cién artistica. El trabajo incluye una bibliografia que abarea todas las obras de Hesse, los principales estudios criticos y otras fuentes bibliogrificas. $ Oe ADOLFO PRIETO: BORGES Y LA NUEVA GENERACION Este trabajo es el severo andlisis de una generacién Titeraria acometido por quien se siente frente a ella con deberes distintos y quiere asenter a partir de esa dis- crepancia, una nueva posicién ante el acto responsable de escribir. os Boleta de suscripcién de CENTRO Nombre y apellido Domicilio Me suscribo por los Nos (Giro - Cheque - o bien con previo aviso se pasaré a cobrar) CONTORNO REVISTA MENSUAL Ne. 2 DEDICADO A ROBERTO ARLT LA MENTIRA DE ARLT, de Gabriel Conte Reyes. UNA EXPRESION, UN SIGNO, de Ismael Vifias. ERDOSAIN Y EL PLANO OBLICUO, de Ramén Florio. —_ | ROBERTO ARLT Y EL PECADO DE TODOS, de Fran- cisco J. Solero. ROBERTO ARLT, UNA AUTOBIOGRAFIA, de Marta C. Molinaxi. EL PERIODISTA, de Fernando Kiernan. EL UNICO ROSTRO DE JANO, de Adelaida Gigli. Notas y comentarios: H. A. MURENA Y LA VIDA PECAMINOSA. de Carlos Correas. KUSCH Y EL TEMA DE AMERICA, de A. Prior. i ESTELA CANTO (Una novela), de A. A. Goutman. sane Ca VERBUM No. 90 Publicado en 1948 con el sig inte sumario: G. de Ruggiero — Mitos @ Idecles G. de Torre — EI existencialismo y Ia literatura comprometida H. A. Murena — keflexiones sobre ef pecado criginal de América. G. R. Kusch — Socieded e individuo en filosofia Poetas del Rio D. Devoto — El jozz y la misica moderna R. Rago — Cine argentino y cine nacionel Encuesta — Notas bibliogrdaficas ESTA EN VENTA § 3.50 Esta en venta la coleccién de CENTRO NUMEROS SUELTOS 1. Agotado 2-3... . $122- cu 4-5-6. . . $10-cju ENCUADERNADO (2 al 7) . . . $ 100- CENTRO aRoiv | TULIO DE 1954 NUM. 6 EDITORIAL CenrRo no considera innecesario rejerirse una vex més, con las limitaciones de las circunstancias. al viejo pro- blema de la libertad del intelectual y su posicién ante la sociedad, Se ha revetido con frecuencia en la historia la men- tira de que ésta consiste en el derecho de cada uno a pen- sar aquello que le dicte su conciencia. Este enunciado, ta- cita o explicitamente emana del Poder coexistente con el intelectual. Si apuramos la manifestacién de esa libertad sui generis, veremos que todos pueden pensar lo que jus- guen conveniente, pero les esté vedado dar a conocer tales opiniones. Los petigros de tal afirmacién son aquellos en que cae con frecuencia el intelectual quien cree que cum: plido el primer paso ha terminado la misién que debe rea- lizar ante la sociedad. Esto supone considerar al uso de la inteligencia como autosuficiente, a cada hombre como un universo cerrado e incomunicable, exento de deberes pura con los otros que son quienes dan sentido a su ser como hombr. Suponiendo posible la comunicacién, todo aquel ca- pacitado para descubrir la verdad en los problemas que afectan la vida de la comunidad, la accién y existencia de sus miembros, se encuentra obligado a hacer Negar su pa- lubra a quienes, formando parte de ella, no pueden alcan- zarla por si mismos, Poseer la verdad en casos tales implica el deber de darla, de comunicarla, La verdad sélo cumple su sentido ejercida, realizada “en” y “con” los otros. Re- chazar este segundo paso es no cumplir con la misién re- servada al intelectual. 2 — CENTRO Atin en el plano de Io religioso este axioma se cumple. Cristo y Buda ganaron la limitada inmortalidad de la me- moria humana porque poseyendo una verdad que cretan cierta se vieron acuciados a entregarla, a comunicarla, Sé- crates, en otro tiempo, da su vida como una tragica leccién: con ella entrega a los més jévenes lo que él consideraba Ta verdad y la justicia, La libertad del intelectual implica un derecho y con- secuentemente un deber: el de poder comunicar a ios de- més su verdad; el de comunicarla aun a costa de todos los peligros, ‘ En el plano de lo comunitario las verdades no son de quien las ha seialado, sino deben pasar a los otros, al tt, que es cuando dejan de ser mero ejercicio intelectual ¥ adquieren resonancia histérica y valor ético. Cuando ese segundo paso esti impedido por los po- deres externos es que la libertad intelectual no estd en pe- ligro, porque ese es su clima cotidiano, sino ha desapare- cido totalmente. Hablar de ella en caso tal es sumar una falacia mas a la serie de mentiras con que el pobre animal humano se niega a cumplir con los deberes de su condicién. CENTRO ALBERTO GERCHUNOFE Rovouro A. Borri.o Todo juicio critico sobre Ia obra de un escritor como Alherto Gerchunoff implica una valoracién més de sus circunstancias, de sus aspectos vitales y personales que de los volimenes que cteribié. Es sintomatico observar que todas las palabras pro- nunciadas e impresas acerca de él, antes y Iuego de su muerte, s6lo ponen Ia atencién en cl hombre, en la figura humana con sus cualidades personales. Y se refieren, siempre en forma ene miistica, al estilo, que brilla con su mas alto esplendor en Los Gauchos Judios y en La Jofuina Maravillosa. Es natural que asi sea. No logré © no pudo dar nacimiento a una creacién auténoma, a un hijo de su espiritu que fuera capaz de existir ceparado de quien le dié vida. Sus intentos novelescos (porque son eso: in. tentos; jamés nos dié ni Ju pintura de un ambiente, de un climac, ni la de um personaje. No nos referimos a las tan diversificudas formas en que se ha desarrollado técnicamente la novela durante este siglo, pues las dos citadas fueron las sinicas que al parecer le interesaron} sus cuentos, y las obras de menor aliento, no resisten el calificativo de logradas: carecen de ese elemento difieilmente precisable que hace a un libro pervivir més allé del instante en que fué ejecutado. Es probable que su con- tinuada labor on la prensa nos haya robado la posibilidad de leer una obra suya que nos diera la verdadera imagen de su talento, de su capacidad ereadora; pero no creemos que se haya visto impedido de darle cima. Cada hombre de su temple da tiempre de si lo mas alto; justificar con posibilidades no logra- das los hechos irrealizados es vana labor refiida con la verdad Ninguno de los libros, ni Los Gauchos ni La Jofaina, con su estilo tan distinto y a la vez admirables, dejan de ser ehras de tono menor. Uno de los hechos que casi siempre dan nacimiento a todas las ereaciones literarias es que el autor parte, en el primer ino- mento, de incitaciones externas o eircunstanciales que Ie Hevan a comenzarla, pero la gran obra literaria se logra sélo cuando el ereador supera aquel estimulo inicial y ve los problemes y Plantea las situaciones desde una perspectiva mucho mis amplia, més consciente y objetiva. Es lo que un pocta célebre deneming “Idgica de la emocién”, y significa que si se siguen viviendo plenamente aquellos estados animicos se ha logrado contem. 4 — CENTRO plarlos desde Ja palabra y encajarlos en cl todo unitario que es In obra de arte; Gerchunoff no alcanzé a salvar Ja distancia que va desde el planteo inicial a la realizacién cuidadosa e inteligente, Todas sus obras Jo muestran participe de las emociones que des. cribe, y las ficciones son simplemente el producto de hechos presenciados y vividos por el mismo creador, trasladados con ciertos cambios al papel y en los que asoma, ya en cl adjetivo, ya_en la sintaxis, cuando no en las afirmaciones directas, Ia vehemente alegria o la condena que tales circunstancias prover caron en él. No es raro el hecho de que se lograra identificar muchos de Ios personajes de sus obras con los hombres reales que los inspiraron. Y ello no por sentirse como muchos eteri tores contemporineos, testizo, expectador implacable de un hecho que deben relatar, sino simplemente no poseyé talento ereador; no logré salir de si, asomarse al mundo con los ojos imparciales pero apasionados de un novelista auténtico. Carecis también de esa marayillosa intuicién para Ia vivencia de las situaciones humanas no conocidas, para relatar con verdad los hechos y los caracteres dificilmente presenciables. El uso constante de la primera persona en todos sus rela- tos, muestra una dificultad téenica no salvada, testimonio efceti- vo de aquella incapacidad de objetivacién que en el género sic- nifica creacién; ha escrito M. Murry que cuando lo eserito tiende al juicio, necesita de la accién predominante de lo racional, entonces el medio apropiado es Ja prosa. En la novela ocurre que la emocién nos nace porque hemos tenido contacto con el hecho por medio de la inteligencia, y Ia posesién de todas las cireunstancias que Jo rodean nos arrastra, por Ia fuerza de lo que presenciamos, a un estado de animo perseguido conciente- mente por cl creador. Nos acongoja La Metamorfosis de Katka por la manera implacable con que nos relata —pareciera que él mismo no se da cuenta de lo tremendo que cuenta— los hechos més atroces con as palabras mis sencillas. La emocién no esti explicita, no In nombra siquiera. La soledad de Samea aletea y nos va ahogando el pecho como una garra; pero somes nosotros Jos que sentimos, somos los lectores Ios que sufrimos por ima emocién hija de esas circunstancias puestas ante nuestros ojos, Y¥ que Ientamente nos colocan en Ia situscién del protaconista haciéndonos de pronto coparticipes de su angustia. En ningiin momento es el sefior Kafka el que se siente emocionado y nos lo dices él participa, claro que si, participa, pero ha Ievantado un muro intelectual que implica genio creador y dominio de todos los resortes neeesarios para esa comunicacién. Gerchunoff siempre escribié con una carga emocional excesiva, por ello las obras de encargo, las hechas para el periddico cotidiano 16 CENTRO — 5 muestran més sereno y mas duefio de los hechos que aquellas ejecutadas por satisfaceién propia. Siempre estuvo interesado en Ia accién que relataba, y esa emocién, viviente en el adjetivo brillante y en la sintaxis hecha de dominio estilistico y gracia peicolégica, se asoma y esté muchas veces explicita, No logré ver y contar separando relato y narrador; y sus propios dolores © alegrias no bastan para despertarlos en el lector. Ello es Jo que nos hace sentir como una suave efusion lirica su libro sobre Heine que él Hamé “devocionario”. Escrito con amor y tentimiento, campea en él una tal suma de equivocos, de faltas de precisién y justeza, que asombran los aplausos de quienes en su tiempo Io leyeron. Sus opiniones sobre Goethe, sus juicios ro- ménticos nos hacen sonreir y asombra que pertenezcan al que escribié contra Irigoyen articulos ejecutados con tal claridad en la critica de los contecimientos, y en la profundizacién de low problemas que pesaban sobre el pais. Se dié en él una bien conocida caracteristica de nuestros hombres de letras. Exceptuando unos pocos nombres, parec ra que Ja critica literaria debiera excluir el uso de la intelic gencia, y bastara para Mevarla a cabo el arranque sentimental o Ja visién incompleta de los hechos. Gerchunoff, como todos los hombres de su época, comprendiendo a Lugones, Quiroga o Borges, colocados en un mismo ciclo aunque algo separados tem: poralmente, carecieron de penetracién y cuidado critico. Los afanes, y en especial las opiniones de Gerchunoff, fue- ron las del autodidacta que por naturaleza sabe del bien y del mal y no necesita ahondar con exceso para justificar éticamente ideas 0 acciones. Su mirada a los problemas sociales, politicos y culturales parte de esta confiada creencia en la bondad innata del hombre Sus palabras sobre tales cuestiones son las del que siente que la dignidad ajena es parte de la propia, y se sabe obligado a defender ambas porque son una sola. Y reacciona con el santo furor del justo y la bondad del generoso. Por eso sus ideas en torno a tales hechos no se forjaron en el examen desopa- cionado de las causas y los efectos, en una busqueda intelectual, que separindose de los factores inmediatos los contempla desde un plano mis alto, tinica forma de asegurar su certeza, De alli que las ideas de “La Clinica del Dr. Mefistéfeles” despierten nues- tras simpatias, pero como las razones y soluciones son hijas de una reaccién cireunstancial, tefiida de emotividad, estan atadas a las condiciones que motivaron el fallo, y pocos afios mis tarde resultan viejas, gastadas; dos décadas después las sentimos in- genuamente anacrénicas, alejadas de nosotros y sélo a medias Justificadas por la sinceridad de quien las expres: Se ha hablado repetidamente de la aetitud satirica de Ger- 6 — CENTRO chunoff, de su capacidad para tal género, y crcemos que no es Ja denominacién que le corresponde. Tuvo un fino sentido del ridicnlo que anida en los fatuos y en los vanidosos, de las men- tiras con que entre nosotros —como en cualquier pais, aunque con desesperante freeuencia en éte— se construye una repu- tacién honorable y se callan las verdades dolorosas; ejemplo logrado es su novela El hombre Importante, en la que hemos creido ver wna velada alusién a Irigoyen, pero que no puede Nevar el nombre de sitira porque esta dentro de su linea de fu- ror hondadoso. El autor se rie del tipo social que presenta, pero no hay aquella despiadada pintura de un pais y de sus Iacras como la que nos entregé Swift en sus Viajes de Gulliver. “...el satirico se indigna porque hay un abismo insalvable entre la realidad y su suefio. La sétira es, en suma, una comedia metafi- sica; ...5¢ basa en un método de contraste. El satirico esta en- tregado a medir la monstruosa aberracién de lo real respecto del ideal. La aberracién esta toda de un lado: cl satirico no mantiene una posicién intermedia, como cl comedidgrafo, Sin ne que mantenerse igualmente sereno, pnes su acti- embargo t vidad es eminentemente intelectual... le esta vedado el arrebato del pasquinero 0 del predicador fulminante”; en Gerchunoff no podia haber el deseo de mostrar la enorme diferencia que va de una forma de vida ante la vigente en sn momento, contra la que se quiere levantar lanzas, porque no tuyo una visin coherente de otra posible y perfecta organizacién social, politica y econd- mica, Sélo quiso mostrar Jo cémico y lo ridiculo por medio de una velada ironia que era el vehiculo de su propia indignacién. Resultan también gratuitas las afirmaciones de su desencanto 0 de su escepticismo volteriano, cosas ambas que no alcanzamos a ver en toda su obra Lo que en verdad dejé Gerchunoff como logrado fueron sus hermosas paginas sobre el Quijote. Una rara similitud parecia anidar en su alma respecto de la de Cervantes. La Jofaina Ma- ravillosa esta escrita en una prosa tinica en las letras de nuestra patria. Alli alcanzé su mejor manifestacin Ia carga de amor apasionado y limpio que su autor pareeia poscer de modo admi- rablemente inagotable: Esa prosa nada tiene que ver con Ja de Sarmiento o Mansilla, cuyo ritmo intimo y sintactico se corr ponden, pues son una misma cosa; ambos dependen, condicio- nindose mutuamente, del caminar de la comunicacién intelec- tual. Esta prosa, desprendida casi totalmente de las formas en que se ha desenvuelto la espafiola, reclama un urgente estudio cuidadoso que sélo sera posible el dia en que la historia de la peninsular se efectue. La lectura de los clasicos, y en especial del libro cervantino le levaron al dominio casi perfecto de los CENTRO — 7 modos de decir, y del vocabulario del Quijote, que es en verdad donde reside su’ nota distintiva. La sintaxis no es la del libro inmortal, aunque en muchas partes bien puede afirmarse que podria llevar la firma de Cervantes. Supo utilizar con gracia, revitalizar por imitacin primero, y Inego por identificacion casi total, palabras que parecian vedadas a un escritor argentino con intenciones estéticas, Esta capacidad de vivencia de una lengua en un momento de su desarrollo se repite en aquellas breves paginas sobre Helena de Troya (en La Asamblea de la Bohardi- Wa) esta vex con respecto a una época que él no podia conocer a la perfeccién. Otro rasgo también destacable: Gerchunoff supo mantener con habilidad Ja diferencia que va del escritor estilista a la del hombre del periodismo y en ambas logré prestigio por su do- minio del instrumento expresivo; ninguna cercania parece haber entre una biografia sobre un hombre célebre pergefiada en horas y las paginas de su querida Agenda del libro de los ideales, Alguna vez nos detendremos con el enidado y la precision in- dispensables en la prosa cervantina de Gerchunoff para sejialar sus caracteristicas, objeto no perseguido en estas paginas. La cercania temporal de su vida y de eu muerte, obliga a la referencia hacia sus fundamentales preocupaciones y a los va- lores permanentes de su nombre. Gerchunoff, mas que un crea- dor fué una conciencia y una yocacién, Muchos actos de su vida Jo colocan entre ese breve mimero de hombres de letras que, dominando Ia palabra, supieron de las responsabilidades con que carga el que puede ver y difundir la verdad. No fué de los que callaron, no fué de los que vendieron este pobre mundo de los hombres a cambio de la tranquilidad, Los defectos y las tibie- zas que asoman en muchas de sus palabras, ese infantil deseo de paz, de benevolencia y alegria eran el clima natural de su alma, nunca una conciente actitud de estar en error por conve- niencia. Fué valiente y sereno, y si su gran bondad lo salvé del odio no Je eximié de decir su opinién cuando creyé necesario hacerlo. Hay ademas otra faccta ejemplar: su autobiografia es un escueto documento de Ia valentia con que enfrentd y cons- truyé su propio destino; del sereno ardor con que lev ade- lante la existencia que ereia era la verdadera. Por ello vemos en él no al creador frustrado sino a un her- moso y raro ejemplo de valor y de fe. El romantico y socialista Gerch creia en Ia bondad natural del alma humana, en un mejor futuro para Ia enfermedad cutanea de Ia tierra. Confié en el poder del Verbo, y por sobre todo, este judio-argentino, nacido en Rusia, sintidse y actué como los hombres dignos: Hizo en cada caso aquello que le dicté eu conciencia. Alberto Cerchunoff en el meiique Apetatpa Grol Alberto Gerchunoff se maneja con facilidad entre las cosas del mundo, no porque esté de vuelta de ellas sino porque las ama- Hay algo de socarrona ingenuidad en su ironia, en esa fe de progresista o de empecinado sagaz, que adopta concientemen- te csa fe para superar la cara fea del mundo. para poder vivir, para alentar a las gentes. Porque también cree en la humanidad y en el amor y en la belleza, En sus proyectos hay redimidos y condenados, queriendo deseubrir el mundo asi, para solucionarlo, para hallar un sentido que legitimice la dolorosa aventura, para no perderse en Jo monstruoso. Sin embargo, nunca deja de comprender que detras de 1a verdad que ha elegido se esconde la desesperacién absoluta, otra verdad que es la injusticia. Por eso trata azarosa- mente de eliminar la duda, ya que conociendo mucho el dolor se ariesga a vetarlo —esquivando el remordimiento— para enno- hlecerse, proclamando una realidad mejor. Porque también eree en el pueblo y en la liberacién del hombre, y exalta el plan que concibe, materializéndolo casi, casi haciéndolo deseable. Improvisa y determina, Vaticina y valora, sin confeccionar una humanidad puerilmente higienizada sino una humanidad rescatada, ducfia de las pequefias mezquindades y de la gloria, una auténtica humanidad laboriosa. Son los mismoa seves de sie pre, ahora embellecidos misteriosamente. Y todo esto es su men- saje, dicho con sus trabajadas palabras de hombre que puede admirar a otros y de otros recibir el credo, ¥ todo esto con los gauchos judios: la historia maravilloas de un pueblo respetuoso, duciio de avaricias y de grandes sue- fios —éstos eran atin irrealizables— que busca en la costa ex- traiia y amplia su derecho milenariamente negado. Son los judios arrastrando sus libros y sus recuerdos crueles; los judios engrandecidos por el extraiio fenémeno de tradicion, de ser no lo que se es, sino Io que se ha acumulado a través de Jag generaciones y de la fabula, por ese extraiio poder que otorga —delante de los otros pueblos— cl sufrimiento, el ser pricticamente menos, la impotencia, la aceptacién, la humildad, poder que quiere decir “no peligrosos, ya vencidos”. Y Gerchu. CENTRO — 9 noff lo sabia. Sabia que arraigindose en las distintas naciones, alterada la raza al contacto de los nuevos cielos (mis amplios pero menos conmovedores que el de Jerusalem, menos yeridicos, menos certeros), derrotada y nuevamente temida, se conseguiria la paz. No queria perdurar en el pecado; queria —si— adquirir todos los ‘dones siniestros de la vida, queria ser igual a todos, queria resucitar y desmentir el mito de las razas. Porque los vi- cios con comunes a todos y la virtud igualmente asequible. Y este su primer libro —el mas hermoso, el més fresco, el més genuino, no por ignorancia sino por sabidm Alberto Gerchunoff, mancjando diestramente la narracién, consigue la imagen exacta de ese cxtraordinario ensamble que propicia: el de su triste pueblo, con ese otro barbaro e impugnable; los judios conocedores de Dios, rebeldes sdlo a su orden, con los gauchos incultos y taimados, poseedores —apenas— de una confusa le- yenda de guerrillas recientes y de toscas payadas; el hombre legendario y dolido, con el facén ligero y malvado; las largas huidas inmaculadas, con la tierra caliente y oscura. Y de este conflict surge vietorioso el gaucho judio, el hombre que eva- diendo la liturgia cerrada de su raza, perdido el poder divino, alcanza la libertad al ser igual a todos, positivo, esencial (es la imagen de Raquel, o de Rebeca, o de Sara, o de Débora que, suel- ta la cabellera —simbolo de rebeldia y liberacién— en #ncas de an caballo criollo se pierde en cl horizonte de la Hanura). La magnificencia del relato radica en Ja espiritual natura- leza del autor, que consigne precisar sin prejuicios aparentes, sin preferencias (porque esta abierto a todas las cosas bellas, a las que erige como verdad univoca) a los personajes, como si es- tuviese confesando al mundo (asi el rencor del matarife —el con- sejero— contra los judios adaptados; asi el rencor del ladeao —el peén— contra los solemmes gringos) . Tanta ea sn imparcialidad que no nos trasmite una vigo- rosa historia autobiogrifica, sino una erénica que es poesia, Hle- na de ternura (ternura y objetividad a la vez, tanto para na- rrar la muerte de su padre, como para deseribir a la mona que seca el sudor de su frente con Ia trenza). Todo es lo mismo, el mismo fragor, el mismo carifio; su pasién no radica en el acen- to de la narracién, sino en la adjetivacién. Su pasién y su espe- culacién: otorga a los personajes profundidad poética, senci- Hamente, al determinarlos con epitetos precisos y preciosos (los judios son talmidicos-biblicos-arcaicos) que poseen de por si contenido magico. Con este ardid no necesita explayarse mis. el encanto se ha conseguido, estén descriptas ya las muchachas siempre hermosas y las mujeres abnegadas y lamentables. El paisaje brota calladamente, no como personaje indivi- to — CENTRO dualizado, sino como ambito, necesitando sélo de leves connota- ciones. ¥ es Entre Rios y no otro lugar. Y son hombres y muje- res, al fin nacidos del mismo misterio, aterrorizados por iguales cosas. Asi la narracién fluye espontancamente, dandole calidad de fabula, como en Ja Biblia, con la emocién de las pequefius sa- bidurias, que en este caso es el canto al vivir bien, a Ja climi- nacién de lo fatidico para elegir Ia paz, una vez legalizado el pasado. Es que Alberto Gerchunoff da su vida, ocultamente, como Cristo, para salvar ¢ inducir a los suyos, sin alardes, como si estnviese inventando algo muy sofiado y lejano. Una esensa, nna ley, una apologia, Tres novelistas argentinos por orden cronolégico Davy Vidas BERNARDO VERBITSKY (1907) La creencia en el hombre determina extremas singulares: desde afirmar que el complejo social es el culpable de su de- gradacién, hasta proponer una religién de la humanidad, La no creencia, contrariamente, puede contribuir a la bisqueda de si- miles zoolégicos (lobo, cerdo, camaleén) 0 a la practica de la eugenesia, Los dos extremos, si no son falsos, por lo menos, re- sultan unilaterales, Y todo unilateralidad da una visién demasia- do simple de las cosas. Verbitsky tiene una visién optimista del hombre. Cree a pie juntillas en su buena naturaleza y en su necesaria salvaciéh lo que para un pastor protestante resultaria un tdnico de la vo- luntad, en el caso de un novelista se convierte en una peticién de prineipios. Es decir, algo que se da por sobreentendido y que no se euestiona, pero que dentro del mbito de la narracién, de Ja ficcién, constrifie a los personajes a cumplir una parabola inexorable entre un término a quo y un término ad quem, a vi- vir en funcién de su nacimiento y de su muerte. Esto significa la justifieacién de esos personajes y de su ambito vital, pues su- pone la creeneia de que todo esta ordenado en funcién de al- gin principio que no solamente le otorga sentido, sino que ademas lo conduce a un perfeccionamiento, a su bien. En aspecto, cl optimismo de Verbitsky —més un temple de énimo que una concepeién— participa de un “optimismo del pasado” (de un primitivismo) y de un “optimismo del futuro” (pro- gresismo). El bien aparece por todas partes 0 —por lo menos— esta detrés de cualquicr cosa. Y no se crea que se trata de un me- liorimo en mayor o menor grado reducible a etapas, no: sino que esos personajes tienen impuesto un signo de salvacién. Los personajes de Verbitsky estén condenados @ salvarse. De ahi que no tengan la menor libertad, porque ésta tiene mas de una direceién, mas de un sentido. De ahi que estén privados de la calidad de la criatura y de su posibilidad de eleccién pa- 12 — CENTRO ra no ser nada mas que ejemplos. El bien pierde su cardeter de relativa aspiracion para trocarse en presencia total; deja de ser un ideal para convertirse en una causa; y como tal actiia, de- termina, condicione ¢ influye. Y desbarata las novelas, No es nada extraiio, por lo tanto, que las de Verbitsky puedan servir de adoctrinamiento, zTenemos que pensar entonces que sus novelas son ojem- plares? {Que muestran un caso que por sus caracteristicas pue- da servir de norma a la vez que desarrolla algo verdaderamen- te tipico? Pareciera que él pretende extraer lo normative de la tipificacién, ciertas leyes teftidas de esperanza que han de regir si se dan tales y cuales circunstancias, pero que han de ser implacables on su advenimiento y realizacién, ,Debemos creer, por lo tanto que se trata de una suerte de mesianismo? Las pequefias familias tienen que resolver sus problemas domé ticos, los muchachos porteiios tienen que superarse ya sea en virtud del amor o de la amistad. Y asi como otros novelistas niegan toda posibilidad de salvacién, Verbitsky se complace en demostrar lo contrario: el odio es furia pasajera; el deseo, es- piritual comunién; la miseria, transitorio estado; la chatura, confortable bienestar. Todo un universo de aristas ablandadas y de comprensién y de respeto mutuo, donde si se encuentran dificultades, solamente surgen al principio, porque todo se arre- glard algin dia. Algdn dia no lejano. Todo. J. CARLOS ONETTI (1909) El mundo novelistico de Onetti carece de personajes, y no te trata de que hayan desaparecido o se conserven restos como los de una antigua civilizacién. No. De ninguna manera. Como tampoco se quiere significar que no aparezcan hombres que ha blen y que picnsen de una forma u otra. No hay personajes en cl sentido de que no existe espacio entre uno y otro: no bay lugar para que se observen entre ellos, no cabe el insulto mi el puiietazo. Ni el didlogo ni el discurso ni la polémico. Fstan echados de tal manera unos encima de otros que constity una masa densa y sin insterticios: un caldo espeso o un jugo gelatinoso, que en ningtin momento —atin en los de mayor dis. persién— abandona el estado coloidal. Y eso son las novelas de Onetti: estados, ambionte, temperaturas, climas, que nunca son transitados, dentro de los cuales nada ni nadie se desplaza, La vida que alli dentro se celebra transcurre en una forma lor. val o intrauterina. Consiguientemente la respiracién resulta dic ficultosa, el aire enrarceido, las figuras despojadas de forma y de color, los contornos desvaidos y la vida de relacién limite da a un frotamiento miso menos elocuente, « lo estrictamente CENTRO — 13 posible en base a Ios sentidos, especialmente al que reside en Ia piel: no se habla ni se escucha ni ae huele. Todo se reduce a un tanteo elemental. No hay recuerdos ni ideas, Solamente sensa- ciones, ¥ éstas no entendidas como “modos confusos de pen- ser” o “como representaciones confusas”, sino como tinico Ten- guaje. Estamos ante novelas de la vida vegetativa; de la exis- tencia visceral. De ahi que los tinicos altibajos estén siznifica dos por una mayor o menor intensidad, que de ser clasificados, tendrian que ordenarse en categorias luminosas, vibrantes, ci- nestésicas, pero sin que se pudicra resolver el problema de su localizacién: vibra algo en alin lugar o chirria o se estreme- ce. ¥ a esto se limita toda la actividad. Estamos, por lo tanto, en un inframundo submarino y elemental, en el que todo el es. pacio esti repleto de una materia orgénica sensible, pero indi- ferenciada. 2¥ cual es la mayor 0, por Io menos, la mas constante de Jas sensaciones del mundo de Onetti? El tiempo. No como di- visién ni como medida de lo temporal, sino como la afirmacin total de devenir, la negacién de lo permanente y del ser: el movimiento de una mano —por ejemplo— se reduce a ess. al movimiento, a la suma de instantes, desdefiando el elemento que acciona, el sujeto, que es la mano misma. A oscuras con un hombre que respira, se tiene Ia sensacién de un comienzo. de un durante y hasta de un final; pero en ningtin momento exis. te Ia certidumbre de una presencia. Mucho menos la eviden- cia. De ahi esa invariable sensacién que prodiga el mundo de Onetti: s¢ oyen gemidos, lamentos, imprecaciones, Tamados, to- das son hojas que se estremecen y que tiemblan, todos son frag. mentos de algo. Los Arboles, impalpables; los cuerpos, perdi- dos. Habitamos un mundo inconexo y desvaido. Un pozo de descomposicién en su sentido més lato. Un universo fantasmal donde las cosas no viven sino duran; y donde se ansia Ia muer- te para obtener un término cierto, para concluir de una bue- na vez con ese mundo tautolégico donde no se hace otra cosa que desplegar y explicar y reiterar el primer enunciado. Todo esto configura una téenica en Ia que algunos han que- rido vislimbrar una influencia de Faulkner, confundiendo recursos (flujo de conciencia, paréntesis, reiteraciones, etc.) con estilo: aquéllos ya son elementos mostrencos, como en otra época y en otro orden de cosas pudieron ser la columna, el ar- quitrabe o la metopa; porque en Io que se refiere a la perso. nalidad del novelista tanto en su temitica como en su proble- mitica, las diferencias son fundamentales, En un grado tal, que si en el novelista norteamericano se siente el peso del pecado ¥ tu atormentadora culpa, en el argentino, slo conocemos el 14 — CENTRO castigo, sin conocer jamas sus causas ni motivaciones. Sentimos, correlativamente, que hemos Ilegado a un proceso iniciado ha- ce tiempo, no se sabe cuando ni cémo, Que estamos en presen- cia de una deidad que solamente oprime con sus manos. JOSE BIANCO (1915) En algunos pintores impresionistas desaparece el relieve por Ia falta de dosificacién de las sombras en relacién a las hu ces: hay una veladura de Ja imagen, una imprecisin en los perfiles, un afin por lograr reconditeces en torno a los prime- ros planos que deja lugar a toda suerte de interrogaciones: ;qué hay mas alla, en ese rincén, detrés de ese pafio? Se da Tugar asia la adivinacién. Las cosas no estin expuestas totalmente, eon huidizas, se asomen fugaces, no existe un foco central, Ine Juetas no con las trasmisoras de los efectos, el movimiento se lo- gra en base a una forma confusa. Hay ambigiiedades. Y la lua misma sirve para destacar lo secundario y velar lo primordial. Tal es el arte novelistico de Bianco: evita las cosas “reducidas a sus limites estrictos” y prefiere los tonos neutros que se des- Tizan y se conjugan en cl misterio de lo mimisculo: cl rineén de un desvan o de un jardin, el brazo de un sillén, un cnadro, dos o tres peldafios de ima escalera, una macizo de tumbergias, un gesto, una palabra aislada. Es un mundo de rincones donde lo intimo adquiere una importancia gigentesca: el marco de un cuadro 0 el borde una hoja o la nervadura de esa misma hoj Un mundo de impresiones, de verdaderas percepeiones vivaces De lo fugaz: los momentos intermedios no cuentan, slo impo: ta tal o cual instante: aquello que pasé en determinado instante Es decir: un mundo de rinconcites en el tiempo, de pequefios insterticios donde se incrusté una impresién. Y todo eso es lo que queda en un segundo plano, lo que se tiene que adivinar ¥ que configura el misterio: los personajes no concluyen una conversacién, Ia eshozan; no ejecutan actos decisivos, apenas inician ademanes; no cumplen una vida, solamente tienen in: tantes. Pero cuando also definitivo acontece, el Iaconismo es tan evidente, tan puesto de relieve, que por contraste resulta efectista. Asi, las noticias terribles ce aislan entre puntos apar- te: “Y se eché a Morar”. “Julio se habia suicidado”. Son los tonos calidos que intentan ejecutar el juego dramético; es el patetismo de que se empaiia Bianco cuando intenta ser con~ vineente. De la misma manera que la evidente insereién de clementos argentinos resulta forzada: las alusiones a Roca y a Juavez Cel man 0 a los Baring Brothers o a la casa de inquilinato de la calle Paso. Son concesiones del mismo calibre que un supuesto corace- CENTRO — 15 ro pintado por Cézanne. Eso no es nada més que el resto de un prejuicio: dar color local a ua cosa que debe prescindir de ese ingrediente. En otras palabras: ¢s la falta de valentia de admi- tir la condicién de miniaturista, de reconocer el material con el que se esta claborando algo: si es loza, aceptarlo, y no intentar escamotearla por arcilla. Es el pudor inverso del que describien- do gauchos, pretende poner de manifiesto sus afios de “Aliance frangaise”. Dentro de este mundo misterioso de espejos y pasillos, don- de se exhibe una insistente erudicién que ademas de trilingiie trasciende la miisica para invadir los campos mas espinosos de In biologia y de 1a sociologia, los personajes tienen un caracter singular: detrés de las mascaras clisicas se encuentra un humor acuoso y no precisamente un haz de voliciones o de sentimien- tos, lo que no quiere significar que sean inasibles. No. Son tan sélidos como puede serlo un pelele: uno puede tomar a uno de esos mufiecos y zemarrearlo con Ia perfecta conviceién de que tiene algo entre manos; incluso lo puede rasgufiar y sacarle el ase- trin, los recortes de diarios y los pedazos de alambre que tiene adentro; pero es indudable que les falta un soporte, una sustan- cia, un pivote, a causa de estar rellenos de las cosas mas hetero- géneas y extraiias. Todo lo que tienen dentro es ajeno: pedazos de otras cosas. No tienen ni un fundamento ni una unidad: y sus pecados no suman ninguna perversién; consecnentemente no existe ni inmoralidad ni amoralidad porque no hay ni oposicién nj indiferencia ante los valores. A lo sumo, una moral relachée, que es Ja ética del pelele. El ideal de Bianco, sin duda almuna, hubiera sido desarrollar un pecado teolégico: pero al realizarlo, no ha obtenido nada mas que Ia restriccién mental. De ahi que de sus personajes se pueda afirmar que no tienen algo perma- nente a través de todos los cambios: no tienen cardcter, sélo ma- neras. O como responde uno de ellos ante el requerimiento de su opinién sobre otro: “—No tengo ninguna —contesté Ju- lio—, Es un personaje sin consistencia”. A propésito de BL JURA, de WH. A. Murena” Le6N RozitcHNER Para quienes han seguido el rapido proceso de la experien- cia literaria de Murena, el interés que ella desperté no es un dato despreciable. Toda eleccidn es reconocimiento de una falta, y faltaba entre nosotros, al parecer, quien planteara como él los problemas inherentes a nuestra situacién. Asi lo reconocen aquellos que lo proponen a los lectores —por medio del diario y la revista— y quienes lo leen ante la sugerencia, Sea enal fuere ese proceso, Io cierto es que Murena parte de esta realidad den- tro de Ia cual nos esforzamos por crear “nuestra posibilidad de vivir” con un deseo manifiesto de esclarecimiento y @e reen- suentro, para acabar con nuestra recclosa dispersion. En un medio en el cual hasta la voluntad de proponerse scmejante tarea roza ya lo novedoso, no es extrafio que Murena, con las dotes de su expresién, lo haya logrado. Pero el caracter de novedoso es en si mismo cl aspecto efi- mero de lo comunicable, ¥ es otro aspecto: lo que de sélida- mente adquirido pueda haber en él, que nos proponemos consi- derar aqui. Murena emprendié con decisién el camino de Ia propia btisqueda. Lo prueha su “Primer testamento”,? obra de purifi- cacién y afrontamiento donde, de vuelta ya de Dios y de Satin, construia con alegria eu barca cuya proa, decia, “no tendra ja- mas como rumbo esa isla lejana donde reeuena lentamente la voz de sirena de todas las campanas de la eternidad”. Pero 1945 est ya lejos. Siguieron Iuego sus ensayos sobre el pecado orizinal de América y su existencia para Ia sola voracidad, que es la macula originaria de todo lo americano*; su articulo, a propisito de Poe‘, sobre el sentimiento de culpabilidad del americano, des- terrado que esté en estas tierras, y Ia necesidad del parricidio para terminar con la culpa, Vino asimismo otro sobre nuestra 2 “El juez", Buenos Aires, Sudamorieana, 355 pag. 1953 2 “Primer ito”, Buenos Aires, Ameriealee. 1945. 3 “BI pecado original de América”, Vérbum. N9 90, pag. 20. en Realidad, N° 17:18, 1949, CENTRO — 17 desposesién °, orfandad intolerable que es alejamiento de la ér- bita de la historia. Reclamé en Nietzsche la necesidad de sen- tar a Dios racionalmente y, a propésito del Canto generel de Neruda’ erigid lo épico como forma tnica de nuestra creacién poética, Pero es sobre todo en “El demonio de Florencio Sin- chez” ® y en El Jucz donde intenta definir los caracteres metafi- sicos que estructuran nuestra situacién actual, y el particular tipo de relacién humana que en ella se establece. El problema de la comunicacién 0, mejor dicho, el afan de establecerla, ocu- pa asi el centro de esa investigacién suya; porque el silencio en medio del cual vivimos y Ja incapacidad que mostramos para poblarlo puede terminar por convertirnos en “una sociedad de reciprocos verdugos”. T Estan en El Juez todos los elementos que constituyen la ba- te estable de los planteos de Murena: el parricidio, el peeado y su subseeuente culpa. Esté el problema de la comunicacién de Ja superacién del silencio por 1a modulacién del “vos” y del ritmo propio del silencio— y esta la tragedia expuesta con excesiva decisién formal de tragedia mediante el uso de un len- guaje explicitamente tragic. Pero no son estos los aspectos di cutibles que nos han de interesar aqui Sin lugar a dudas esta obra de teatro se inscribe con earde- ter simbdlico en el descubrimiento del que eernos participar. Porque en Murena, dadas las pret insistentemente repite y de las cuales parte para su estimact de toda actividad americana, no es coneebible que la expresién attistiea esté desconeetada de ellas, que es el cauce por donde se encamina la pasién que nutre toda su obra. Y no olvidemos, ademis que ante las infinitas implicaciones del silencio dice: “corresponde a la labor ereadora y no a la analit formas en que éstas se harén patentes”. Sus personajes ¢ 4 ser, pues, personajes esenciales de una situacién nuestra. ideas encarnadas, teatro de tesis en fin, Nosotros nos proponemos mostrar que el sentido de Fl Juez no enciende ninguna luz sobre el problema de nuestra incomu- isas que 5 “Martinez Estrada: la leceién a los desposeidos", Sur, N° 209, pig. 9. @ “Nietzsche y la desuniversalizacién del mundo”, Sur, NO 192/91, 1951 1 “A propésito del Canto General, de Pablo Neruda”, Suc, N? 198, p. 55, “EI demonio de Florencio Sanchez”, La Nacién, Bs. As. 29/X1/53, seee 2, pL y “La eneructjads de un dramaturgo", id. 13/X11/53, seer, 2p. 18 — CENTRO nicabilidad, antes bien es en si un indice més para explicérnosla. Y¥ que por el contrario la moral que subtiende el autor a través de la obra —como sentido de su totalidad— nos sume, pese a su pretendida orieinalidad americana, en una de las estériles mo- rales tradicionales. ‘Veemos cémo se definen los personajes principales. Eatin, por un lado, quienes viven en Ja positividad del “pecado”. Ejem- plo el padre. que es también el Juez, en quien el arrivismo —el ascenso a la Suprema Corte— es el fin que todo lo justifiea, la via por donde el “peeado” —Ia situacién social y sus implica- ciones morales— se introduce y se expande en Ja familia. Fl cer Ael Tuez se modela en el “pecado” para conquistarlo. Y Aentra del hovar. es la acumulseién de la paternidad y la leza- Tidad. No hav disvuntiva nara el nadre entre lo exterior v lo in- terior: es le exterioridad inflexible ante la cual no sélo_ cede Ta esnosa v Ia tia, sino que exize ademas el sacrificio de los hijos, orderando nara uno Ia eareel, para la hiia el hosnici Fiemplo también la tia, cuvo triste amor de adiiltera marca Jos limites de Ia arentacién del “pecado”. Pero en clla la culpa se estnblere en profndidad: “el snfrimiento de ser, aunque no se hava hecho nada. —dice— es lo aue nos hace sentir culpa- bles de un necado: el castigo de nacer”. Es el “pecado™ interio- rizada ya, desnaindo de eu contingente condicién humana, con- vertido. de primitiva represién social o familiar, en falta abso- Inte. irreductible naturaleza que confieura al ser: “la vida es el litieo ane nos hace sentir culpables”; “se nuede hacer lo que se cuiera. Siemore, siempre se es un acusado”, Fs un eer dismi- nuido desde dentro ane no aspira a reducir al “pecado” sino a volver tolerable su existencia en él, que ha decantado Ia aabi- duria de Ja aceptacién: “Fn In vida es forzoso transar”, Y frente a ellos esta In hija, que es rebelién tanto contra In exterioridad del “necado” como contra sn interioridad, contra el padre y contra Ja tia. Pero esta rebeldia hajia en Ia afecti familiar. que acrega otra dim dencia: la del afecto que irremisiblemente nos une a los padres, aun dentro de nuestro rechavo, y que nos impulsa, en el afin de unidad, a buscar un imnosible equilibrio. Quiso buscar Ja Jiher- tad evadiéndose de la situacién paterna, abandonar el “pecado” para no transigir con él. Y quiso también arrastrar a los suyos, con el padre y al final sin él, poniendo al desnudo Ja frustra- cién y el engafio en que Ja transigencia los habia sumido. Esta evidencia trae consizo Ja rnina de Ja casa paterna, a Ja cual to- dos sucumben. Incluso ella. Pero veamos mas de cerca el movimiento de su aniquilacién. Esta sola, definitivamente, alli donde Ja légica de sus actos CENTRO — 19 a conducia: ante la asuncién de su ser. Piensa olvidar. no hay nada que pueda acusarla, ni siquiera Ia viva réplica que son sus padres y su tia muertos. precipitados en el desastre ante la ve: dad que ella les mostré. Pero cn su conciencia comienna ar lo: se ha rebelado contra el “pecado”. F-e i pa Te yas ndo los familiares que quedan sol se realiza en ella el rapido balance de sm conciencia de peear que la acusa: el rigor ext acusa: Ja casa destruida Hamdndola desde los cailiv nto, Cuanto”, —se dice. “Esto fué lo que t sintieron ellos”. Y pagaron, “Tenian + i Ipeando, Golpeando”. “¥ es to tinien que El orden que vuelve después de la cor (sin bastardilla en el or decir, el error de haberse levantado contra el “peealo™ hacia su tia: “Tenias razén’ ce “mutis” hacia ba La hija quigo evadirse de la acusacisn. Pero que acusa es como un ser indomable deatro del aqui asuncidn de la situacidn y también su evasion, Cada uno ¢ estos movimientos representa un intento frustrado de vencerlos entregindose 0 rebelindose. No hay otra alternativ El impulso de Ia hija es 5 » bu nieblas que en el momento decisive resulta ser a ¥ reconocimiento contra si de aquello frente a lo er Ninguna moraleja parece mas adecuada ante este final que aque Ma que Gide ponia en boca del prodigo: “Yo quisiera evitarte el regreso evitindote la partida”. Porque esta obra es la re ticién bajo otra forma y supu icolégicos, del mismo mite sollozante de la imposibilidad de la rebeld EI personaje central no es asuncién de un destino sino de- feceién de un destino. La situacién no es trigica, no marcha en una sola ¢ irreversible mano, no hay ninguna fatalidad inctafi- siea en el drama que justifique Ia aniquilacion en masa a la cual asistimos. Como si sélo existiese la culpabilidad en brute, pri mitiva y social, —o la muerte, Como si la vide fuese una all nativa que se jueza entre esos dos momentos. FE: Murena piensa toda tragedia individual en térmi tras. eendencia sociolégica, como si los personajes viviesen en las s0- las disyuntivas de la proyeccidn social. Lo que realmente apare- ce aqui en juego, como impulso primordial, es el retorno, caro al autor, a la complejidad del sentimiento familiar. No cs el simple asentimiento ni la simple destruccién de la casa puterna To que esta en juego. Hay algo mis que se ha matado con ella. tal vez la posibilidad tinica y definitive de un postergado acuerdo euya nostalgia nox abrama- na mueva rust Yol dlaien bis U done de si al luchaha 20 — CENTRO El drama no es, pues, metafisico: es slo psicolégico. ¥ los elementos metafisicos que el lector encuentra introducidos expli- citamente, no crean el aspecto metafisico del drama sino que lo evaden, Es simplemente cl drama de la indigencia metafisica de los personajes, de la falta de totalidad, del caos que no se reco- noce como tal ni dentro del orden ni fuera de él. Quisiéramos ser bien comprendidos: no es que la vivencia de la culpa no exista; no es, tampoco, que ésta pueda dejar de sentiree, tal vez, cuando asumimos nuestros actos. Vayamos mis allé de toda cuestin sobre la existencia de la culpa ontolégica- mente considerada. Demos, como hace Murena, resuelta por un si la pregunta sobre su existencia, Entonces veremos que de los posibles caminos que la culpa ofrece, Murena tomé sélo uno. Es lo que se hace evidente en El Juez. La pesada conciencia de haber provocado el drama, su culpabilidad, aparece en Ia hija cuando, muertos ya todos, no sae qué hacer de su disponibili- dad, de esa libertad anhelada. Se siente entonces sumergida por la culpa de no haber transigido con la vida; siente como una evidencia irrefutable que Ia conciencia acusa siempre, cualquie- ra sea nuestra situacién, y que la verdad no puede ser suscitada entre los seres porque Jos Teva a la destruccidn y a la muerte. Murena tomé de la vivencia de la culpa su vertiente nega- tiva y cristiana, y no para aclararla. Ignoré cl momento positivo de Ia culpa, en que el individuo retoma sobre si su propia histo- ria sin anonadarse ni ecntirse reo por causa de una culpa tras- cendente y religiosa, contra la cual nada es posible. No aparece en su obra el sentimiento de la culpa ante nuestros propios actos, que marca el sentido de su euperacién, que en Ia coneiencia de ese pasado nuestro al cual nuestro ser no puede adherir hace nacer la posibilidad de superarlo al superarnos. Sélo esti aqui aquél que leva a la irremisible pérdida de um ser acabado. Hay en la hija una doble claudicacién en el reconocimiento de su culpa: la primera, el renunciamiento a los propios valores que estructuran su revuelta para caer cn el movimiento contra- rio, en el reconocimiento de los que aceptaron el “pecado”: la segunda, el suicidio por no poder aceptar las consecuencias de ese primer desconocimiento, su redencién por la muerte. Hay en toda esta tragedia una cierta frivolidad de lo tragico. La conciencia de la culpa que acaba cn el suicidio ¢s instantinea, 3 el salto mortal, fuera de la vida, los ojos cerrados. Es la into- lerancia del propio cer como propio: es cl fin de toda trazedia personal por eupresién de Ja posibilidad de Ja tragedia: por Ja supresién de la persona. Es el aspecto de lo tragico que mira hacia el espectador de Ja platea, no el aspecto de lo verdadera- mente tragico que es la intimidad de si mismo asumida y que tole- CENTRO — 21 ta en si la brasa viva de lo intolerable, Es que Ja culpabilidad se presta admirablemente para implantar en el hombre lo trascen- dente, Ese sentimiento es en el fondo desdoblamiento de aquello que va unido, inmanencia hecha trascendeneia, que realize el movimiemto de crear ese “algo” frente a Io cual se es culpable. Esto no es nunca un desdoblamiento de la coneiencia que apa- rece como tal a la conciencia, sino un desdoblamiento de la con- ciencia que aparece como existiendo realmente: una coneiencia culpable y otra —absoluta por su dominio— ante la cual se es culpable, que estructura los valores por defeccién a los cuales nos acusamos. Y si la comunicacién tampoco aparece lograda, lo es sobre todo porque los acontecimientos que quieren tocar un drama contemporaneo con elementos contemporineos, se ven obliga- dos a prescindir de ellos: se ven obligados a plantearlos al borde de nuestra actualidad sin contenerla. El verdadero drama no pue- de quedar planteado en los términos en que lo expone porque Jos elementos del drama faltan para involuerar en él nuestra incomunicabilidad actual, La fecha en que el autor lo sitia es claramente sn indice: 1942. No se repara en que uno de los prin- cipales factores actuales (no de la generacién de la seiora Ocampo ni del sefior Mallea, por ejemplo) que hace imposible la comunicacién en nuestro medio es el miedo, el miedo que mana directamente de fuerzas cuya substancialidad, cuya mate- rialidad, carnosidad o como se la quiera designar, —pero que no cs nunca ningtin sutil aspecto de nuestra humana relacién con ningin Dios—, es tan visible en la prictica, que basta sélo el indice, y no ya articulos cerrados de teologia para dar cuenta de su existencia. Que no es la nuestra, si de culpabilidad se trata, aquella que rastreaba un Kafka sin saber quién acusaba ni por qué, y a la cual se remite al parecer Murena: es el miedo nues- tro que no va tan lejos y que surge alli donde Ja palabra se ape- santa para no ser reprimida. Vivimos expresando lo marginal, lo no vedado, porque el temor nos carcome, y Iuego nos pregun- tamos de dénde nuestra falta de expresividad, —trabados como estamos por mil mitos—, y asi remitimos la respuesta a instan- cias que tienen si su razén de ser, que de cierta manera influ- yen sobre lo expresive —mas tal vex sobre cierta expresividad profesionalmente literaria— pero que frente a la conerecién de nuestro caso aparecen tan sutilmente espirituales, tan solamente formales, que su expresién marea profundamente el reinado del miedo bien en lo hondo dentro del alma. Asi lo dramatico no es el drama que se expone en El Juez y en los dos articulos de “La Nacién”. El drama es el de nuestra imposibilidad de ex- ponerlo. 22 — CENTRO No sé tal vez, pero pienso, yo que tampoco tengo part ele- gir el solo planteamiento que Murena concibe, que su obra en nada aclara su situacién frente al silencio, que en nada nos libe- ra de su “sofocante abrazo” y que ella no es sino la expresi de un erréneo planteamiento y de una errénea soluciin. Pues no sin impunidad se plantean nuestros problemas en los usados términos del terror discursive propios de una tcologia abusiva, el pecado, la culpa y el Demonio. Murena ha caido asi en la moral que de ellos resulta. Se me dira que su obra esta alli como un objeto mas, fuera ya del autor ¥ tal vez en estos momentos extrafia a él; que no puede, en fin, toleray este andlisis. Pero cuando un drama como el que nos ecupa viene de quien tanto insistié en las earaeteristieas de lo americano y sus expresiones, y hasta en la orientacién vital con © emprende la intima y azarosa experiencia de realizar la propia vida, en ese drama, ‘pienso, debiera encontrarse desplesada en profundidad la tragedia de ese silencio nuestro y una ética acorde- De alli mi desconcierto. L Es que existe una intima conexién entre los supuestos meta- fisicos desde los cuales se alza Murena y su concepeién del hom- bre y la cultura, En su articulo publicado en “La Nacién” Ja expreca claramente, Vesmosla, Cuando la palabra del hombre no ha comenzado 0 cesa —dice—,-el silencio fundamental del mundo en bruto que se alza desde la creacién se hace sensible bajo el asedio del Demonio. La cultura ha eubierto ee silencio y s6lo irrumpe a través de sus intersticios: cl desorden. la sole- dad, la noche, ete. El Demonio del silencio pone al desnudo Ja miseria y el pavor del homb Pero “el silencio de la ereacidn es Ia presencia de Dios”. ¥ es el Demonio, cuya personalidad se va definiendo asi, quien nos Jo anuneia, Porque slo un Demonio podria querer precipitarnos en él, pues “ay de quicn caiga en manos del Dios vivo, porque quema, agosta y anonada”. Sélo muy pocos hombres —expliea— pueden vencer el designio del Demonio y obscrvar a Dios en pleno rostro, aislados frente a la creacién, La humanidad ha necesitado protegerse contra Dios, “ucallar el silencio” y redu- cirlo a términos humanos. Y en esto estriba la finalidad de la cultura, de toda cultura y de toda forma de cultura. Una vex establecida una cultura —contina Murena—, olvi- dando el trabajoso esfuerzo y el payor primero, los hombre “pueden afirmar que la siembra metédies —en lugar de la acei- dental— se realizé por razones econémieas y no con el fin de aplacar a un dios estacional”; pueden afirmar que a la filosofia CENTRO — 23 no le atafie el problema de Dios, pueden jactarse de su suber erudito; pueden destruir la cultura —su concepcién de la divi- nidad— y proclamar que “Dios ha muerto”. En realidad —dice Murena—, es esa cultura muerta la que les impide percibirlo, y bien pronto el silencio, infiltrandose nuevamente por medio del Demonio, nos hace al cabo aproximarnos otra vex al Dios que negébamos, Toda cultura que muere conduce a Ja forja de una palabra més exacta, de una més clara interpretacién del silencio original, de Dios. afirmaciones encuentran asi otras suyas anteriores sobre el nihilismo del hombre que niega a Dios y sobre a imposibilidad de toda comunicacién fuera de él, formulada a propésito de Nietzsche. * Trataremos de mostrar brevemente —dado el alcance de esta critica: a) que a pesar de los problemas que encara, por la indole de sus soluciones y por sus imperativos, su obra tiene para nosotros caracteres francamente regresivos; b) que la ac- titad de Murena tiene como momento positivo el de Ja evasién ante los problemas que nuestra época plantea; c) que su método “impresionista” busca antes el asentimiento sentimental que la consolidacién de un conocimiento; d) que este modo de encarar nuestros problemas niega mas que establece In comunicacién. a) Murena no ve, por ejemplo, que esa concepcién de la cultura, como adecuacién a la’ debilidad del nombre ir Dios, le quita precisamente aquello que condiciona su vi cién, No repara en que la autenticidad en e] hombre lo lleva a evadiree precisamente de la consolacién, que lo metafisico es la imposibilidad de darse la respuesta que apacigua sélo porque apacigua; que Ja cultura pensada como instrumentalidad solo es posible para el sentimiento paternalista de los creadores de religiones 0 de vaticanos, que piensan en los solos términos de In utilidad y la mundanidad. Asi los creadores de cultura son los mediadores entre Dios y los sub-hombres, ‘de todos los que ho pueden afrontar a Dios al descubierto”. Otra forma del sa- cerdocio en accién, mediador entre Ja masa y la élite. La cultura asi definida es la pantalla de nuestro pavor, el abanico de nucs- tras angustias, pues nos priva del veridico y para Murena ano- nadante silencio del mundo. Resulta evidente que esta concep- cién sélo puede ser pensada en funcién de la comunidad sobre Ja cual se la quiere imponer; porque desde el punto de vista estrictamente personal —en el cual aparentemente se sittia Mu- rena, y mas atin para el hombre con su componente dionisiaco que él concibe para estas tierras— es imposible creer como real © Véase nota 6. 24 — CENTRO aquello que el mismo hombre ha sentado como un subterfugio, como una reduecién desvirtuadora, 3i cl deseo de perdurar nos mueve a evitar el contacto con la divinidad, sabiendo que ella est alli, al aleance de nuestra mirada, es forzoso reconoce: a cultara que asi se considera es uma cultura de ocultam de repuesto, de mala fe. De mas mala fe ain para aquellos que han hecho girar todo su problema alrededor de Dios. Es que la existencia de Dios erigida para justificar Ia tras- lacién de lo obscuro de si mismo a una obscuridad que lo t cienda, muestra la necesidad de reservar un recinto al misterio, de invocar potencialidades ocultas para infundir en el hombre un misterio activo. {Qué es sino misterio, misterio activo, vo- luntad de misterio, euperflua irracionalidad, el drama de la con- encia frente a la fatalidad ineludible que nos hace culpables? Ante el doloroso accidente que provocs la “muerte de Dios” en algin callején del siglo pasado, es el de Murena un intento apresurado de restaiar heridas, de negar eso que Hama “nihii lismo”, de restablecer alguna fe en su sitio, aceptar aquello mo que negébamos, antes que esta tremenda situacién en la cual no hay garantia externa, easa de cambio contra la cual girar nuestras ilusiones. De alli su mirada dirigida hacia el fataro contado por generaciones, resultados que él no vera pero enyo advenimiento le es anunciado por signos extrafios y secretos *, La tentacién era grande, La estructuracién de una trascendencia simplifiea mucho nuestros problemas. Todo absoluto entrevisto marca al punto Ja tarea de acercarsele. Pero seamos consecuen- tes: es en medio de esa falta de absoluto que se descubre el ineludible drama de la vida. Es la ocasién entonees de sacar im- pulsos para vivir, aun cuando Murena diga que “no hay impulso para vivir cuando la vida es lo vinico que se nos ofrece™ ™, Negar una trascendencia que nos sustente es nihilismo s6lo para quienes no saben qué hacer con Ja sola vida. El pensamien- 19 “Tan grave y iniea me parece esta situacién [la de Amériea] que —como parece cada vez con mayor elaridad— sus caracteristicas esen: ciales son ya estables, o sea que no han de sufrir cambios hasicos, si ter. mina por afianzarse un tipo de hombre y de comunidad plasmados por esis caracte me atrevo a arriesgar Ia profecia de que cuando se haya superado y asimilado esta terrible experiencia (contemos en términos de siglos) se consumara en Amérien —gracias a sus potontisimos y secretos resortes— y en las figuras de algunas de sus personalidades, el. siguiente aso, més allé de Oriente y Oceidente, de 1a marcha que, pese a las caidas y los retrocesos, Ia humanidad cumple incesantemente desde antes que co- menzara su historia por un camino de superhumanizacién que es espiritua lizacién, desmundanizacién, acereamiemta a Dios". (“La Naeién, 20/X1/53) 11 “Nietzsche y Ia desuniversalizacién,.. etc.”, pig. 80. CENTRO — 25 to que niega a Dios, que desconoce y liquida el problema de cual- quier “revelacién” —imica forma de conocer a Dios— que con- feriria sentido a la vida del hombre, sélo es nihilista en el mismo sentido en que lo es el pensamiento revolucionario para todo conservadorismo que teme un cambio radical en la solucién de los problemas tradicionales, una negacién de lo metafisicamente necesario para el mantenimiento del orden establecido. Para él, ese pensamiento sera consecuentemente nihil porque lo precipita en el caos, en el desorden, en la catistrofe. Asi considerado todo pensamiento es nihilista respecto del unes- tro cuando nos lo niega. Y lo sera también el que aqui exponcmos respecto del de Murena. b) Pero esta predileccién de Murena por ciertos problemas y el enfoque que a.todos aplica tiene una significacién precisa En la reduccion de todo problema hay una jerarquia de expli- exciones, como hay una jerarquia de necesidades, y las expli- eaciones se ordenan de acuerdo con ellas. La jerarquia es asi el indice de nuestra urgencia, el signo de nuestra temporalidad: de cémo la hemos afrontado. Y si convenimos entonces con Murena en que “lo estético puro implica una demora en el obje- to que nuestras circunstancias vitales, nuestra tensa, preocupada vida... no toler” (clave suya para interpretar lo literario), también nos parece necesario convenir en que el elevado juego de su dudosa metafisica, al posponer la inmediatez de necesi- dades mis urgentes y tampoco satisfechas de nuestra preocupa- da y tensa vida, indica que su intima jerarquia trabaja por omi- sién, y al posarse en aspectos que también implican una demora en el objeto, lo hace en el equivalente estético de los problemas humanos. Asi vemos que, para Murena, este aspecto metafisico —en realidad meta-metafisico— rige primariamente en la con- sideracién de toda realidad: “Toda expresién cultural —desde laa prdcticas agricolas hasta las filoséficas— es, antes que intento de satisfacer necesidades econémicas o de verdad, un rito de conjuracién del Dios, la voluntad de alejarlo y aplacarlo”™*. Aparte de cuanto tiene de asercién dogmatica, esta manera de considerar toda actividad humana escamotea la contemporan dad, la lucha actual de nuestras circunstancias vitales, lucha in- mediata y mortal, de una mortalidad que ningiin rito puede conjurar. Escamotea asi toda esa dimensién de lo real que no depende, en su evidencia, de ninguna especial sutileza —pero que requiere ser vista— y que es la lucha del hombre que existe ete.” Sus, NO 198, pag. 55. 18 “La Nacién”, 29/X1/53, 2% — CENTRO aqui y ahora por acceder a los medios en los cuales esa otra dimension metafisica podra reivindicarse como necesaria. La visién de Murena, en cambio, lima todas las asperezas, y ya nada separa a unos hombres de los otros. Y yo aqui, autes que afén de verdad, antes que bisqueda de definicién, celebro un rito de conjuracion de la divinidad. Todos estamos complotados en cate tragico ritual —hermanos al fin, hermanos— en 1a conjuracién del Dios. Su afin de sublimacién lo Meva a este juego de antitesis de la mis pura preponderancia espiritual- Contraponiéndose por ejemplo a la visién marxista de la historia (en la que el espiritu de una sociedad esti implicado en su método de produccién), en las afirmaciones que consideramos la primacia espirituali zante hace aparecer a Dios implicando en forma absoluta todo hacer humano, eoncediéndole una totalidad sélo concilia- ble con el pensamiento teoldgico. Aqui entre nosotros, donde las tareas y los deberes son un tanto obscuros, estas asereiones lites rarias que aspiran a lo filoséfico vi in mas la obseuridad, a pesar del sincero afin del autor, y a reerear, entre tantos absolutismos, otro en lo espiritual que, asi encarado, es también inereia pura de lo espiritual, no Iejos del pensamiento de que aeaso Dios, quién sabe, en su infinita benevolencia. tam- bién cumple. nen a espesar a ©) Estos caracteres que psicolégicamente condieionan su biisqueda, también se traslucen en eu método. Porque en medio de nuestra depresién, el entusiasmo y el presentimiento hacen figura de método. Naturalmente, el autor escribe su obra como otros desarrollan un teorema o hilvanan silogismos. Pero tal vee para no hilvanarlos, Asi con El Juez, que en el sentido de la creacién de Murena adquiere, para mi, un cardcter demostrativo: el de la necesidad, una vez mis, de su imperiosa “ley del pa- rricidio”, Es preciso saber que el simbolo de lo trigieo es para Mu- rena la relacién entre padres e hijos, 0 mejor dicho, la relacién de parricido que se establece. “El hombre es un parricida por- que, como a causa del espiritn imaging ser inmortal, le resulta tolerable las pruebas de su origen” ™. En este simbolo del pa- rricidio se incluye la situacién del americano ante Ia cultura 15 “Desde la mitologia hasta Ias oxistencias individuales, pasando por las historias de los pueblos, se extiende esta ley del parricidio que inevite- blemente debe acatar toda vida. Es obvi que en el caso de América debia ropetirse, y 10 repite”, “Los parricidas”, pig, 140. CENTRO -- 27 europea, Ia del argentino respect al pecado de nuestros ma- yores y-Ja situacién personal frente a nuestros legitimos padres en Io biolégico '*. De esta hererogeneidad nacié la universalidad de su ley. Es visible el riesgo que entrafia trasponer como simi- lares situaciones que configuran muy distintas cstrueturas de conciencia —que constituyen por lo tanto formas irreductibles en su comprensién. Pero la ventaja de esta explicacién se en- cnentra en que el asentimiento a una de sus formulaciones, nu- trido tal vez por Ja afectividad de un sentimiento que nos es personal (Ia situacién familiar, por ejemplo), arrastra en cas- cada, al lector apresurado, a In aceptacién de una generalizacin imposible, Porque este particular método en la concepeién de lo histérico necesita verse apuntalado por el desarrollo vivo de la metifora que escogié para simbolizarlo. Y eso es El Juez. Porque la sangre de sus simbolos comunica, y lo que pueda tener de necesario el parricidio a Ja altura de nuestra estructura fami realzaré el valor discursive y sentimental de la necesidad histé- tica de matar a nuestros padres culturales —los europeos—, de matar en nuestros mayores el pecado que arrastran, para poder al fin reconciliarnos con ellos y con él. “Todo el que quiere vivir tiene que matar, y sélo después del asesinato podra recon- ciliarse con los muertos” ". {No sera entonees que también sentimos lo metodolégico como “una demora cn nuestra urgente necesidad de decir”? Murena nos demuestra en su articulo que prefiere buscar el specto de encadenacidn religiosa o de sentimentalidad literaria que nuestra realidad encierra, desechando otros a través de los cuales esa misma realidad aflora con caracteres menos fantésti- cos pero més elucidables. No ignoramos que esté en lo suyo, que es lo propio de una visidn literaria © ensayistica buscar los caracteres mas generales y a veces més significativos de una situacién. Ello resulta Kieito mientras la expresién se mantenga dentro de los limites que una utilizacién coherente y cierta de aus elementos tolera, Quiero decir que si pretendemos m nos dentro de las exigencias metodolégicas y de informacién que Ja forma escoyida exige, que wna interpretacién exhaustiva de 18 “La perpetuacién de los padres exige que se I ex In médula de Ia vids, y tiene esta formulacién: finitud dentro de Ie in- finitud”, Td. pag. 141. “Se dice que los impulsos patricidas son una enfermedad, pero el hom- bre los tiene porque tiene espiritu, que es ilimitado, y no soporta las It mitaciones de sm origen y las limitaciones que esos origenes (padres) impli- ean con su existencia”. pag. 138. 17 Td, pig. 138. 28 — CENTRO una idea, por ejemplo, requiere, no es posible despachar a He degger, a Sartre, a Jaspers, a Marcel, a Lavelle, a Zubiri, y al existencialismo, y al irracionalismo, y agregar que: “Como se ve, basta con analizar apenas superficialmente la filosofia de Nietzs- che para Hegar a la conclusién, ete.”**, por mis que nuestra urgencia americana lo solicite. Esto no impide, naturalmente, que cada cual se dé, frente a los problemas capitales y a los fil6sofos principales, las respuestas provisorias que su propia sub- jetivided elabora y requiere. Pero si existe entre nosotros el pro- blema de la comunicacién y de Ja revalidacién de la palabra, Io que mis podemos inicialmente hacer por ella es respetar los caracteres tacitos que cada estilo de comunicacién exige. De lo contrario entronizamos atin més entre nosotros la confusién, la desconfianza y Ia falta de comunicacién. d) Esta negacién de la comunicacién, pese a su voluntad explicita de recrearla, esta también en la violencia de su afir- macién teolégica, “Al eliminar a Dios —dice—, el mundo y cada hombre quedan sumidos, aislades en si mismos, como si se hu- biese cegado la fuente de 1a comunicabilidad. Entonces “Ia razén debe conferir un si referente a la existencia de Dios” pues “la necesidad de afirmar a Dios” surge como “cualidad esencialisi- ma de ese constitutivo de la existencia que es la razn” Este razonamiento de Murena, que encierra como todas sus asersiones una presuposicién idealista que no corresponde ana- lizar aqui, nos muestra mas bien que Dios esta en el camino de la comunicacién, pero no estableciéndola, como piensa, sino ne- gandola. Porque el caso es que si la razén le permite a Murena demostrar la existencia de Dios infligiéndome la violencia de tener que pensar a Dios como consecuencia de mi racionalidad —pero sin que esa racionalidad mia pueda, como me ocurre, concluir su existencia—, su posicién afirmativa me obliga: a) 0 bien a someterme a la autoridad de la razon de Murena, ineapaz como soy de realizar en mi el proceso que lo Mevé a esa evi- dencia (con Jo cual Ia relacién de comunicacién, que es reeipro- ca, aparece negada) 0, bh) simplemente me obligara a excluirme de su relacién para impedir la violencia que Murena me infiere, sino declino ante él mi capacidad de razonar, En ambos casos su afirmacin universal de Dios nos pone fuera de la comuni- cacién. Porque Ia razén que legisla més allé de sus limites es inhumana, y se corre el peligro al querer hablar a Dios de si- lenciar al hombre. “Nietzsche y Ia desuniversalizacién... etc. 10 Td. pig. 82, pig. 84, CENTRO — 29 Téngase sin embargo presente que nosotros no pretendemos negar —;cémo podriamos sostencrlo?— la necesidad de la ela- boracién metafisica. Pero es partiendo de otros principios que, slo entonces, podremos estar de acuerdo en que lo metafisico, como expresién del hombre permite, mediante una lectura ade- euada, reecontrar nuevamente su situacién. Pero el caso es que falta aqui entre nosotros, todavia, ponernos de acuerdo sobre 1a tignificacién de los simples datos empiricos, que nos han de per- mitir luego alzarnos a una interpretacién mas general, O afinar tal vez. atin més nuestra subjetividad para no sentar, a partir de ella, una psendouniversalizacién que no es sino particularizacién, Lo que en un caso asi nos queda, al parecer, es simplemente dar a conocer nuestra experiencia con el caricter singular y subjetivo que le es propia, para qne su verdad, en cuanto expresién de una experiencia profunda de nuestra realidad, reencuentre nego en cada uno de nosotros —y esto es comunicacién— los aspectos anilogos o dispares que la integren, tratar en fin de converger hacia la experiencia ajena mediante la comnnicaciin de la pro- pia, sin imponerla, La metafisica del hombre esta inscripta en as cosas, en los actos, pero sélo una interpretacién que comienza pacientemente por realizar esa tarea podra luego aspirar a la visién total y de conjunto que todos, con Murena, pretendemos. Asi entonces, no debe parecernos extraordinario que, pese a Ja lucubracién sobre nuestra incomunicada vida que realiza en sng articulos, su traduceién hecha ya expresién artistiea, labor ereadora que se quiso estuviese mas allé de Ia simplemente ana- litica®, no aleance a repetir mas que las ideas y los sentimientos que, como es tradicién, viene dindonos Ja literatura acritica de nuestro medio, aun cuando participe de otros mis fecudos. Forzoso es entonces reconocer que no sabe bien de qué se trata, qué commicar, sino que el malestar evidenciado tan desespera- damente —y con razén— tiene raices atin no rastreadas, las eua- les (bueno es repetirlo) no por haber nacido en una situacién de privilegio, como es la de ser americanos, nos son dadas de inmediato. Pues el malestar no se sittia s6lo alli donde Murena pretende, a Ja altura de nuestra situacién americana y nada mas que en ella; pues aqui también nnestra experiencia tiene mucho que aprender de la ajena. Que tampoco es cierto que la palabra que Murena considera ajena y extrafia a la nuestra (en lo filo- s6fico, por ejemplo), y para ci easo, la palabra europea sea “poco profunda”; pues nos sera necesaria mientras nos demos las sa- ‘ciones con las que Murena pretende dar por resucltos nues- 20 Vase nota 8, 30 — CENTRO tros problemas. Pues ,de qué:sirve, nos preguntamos, el andlisis de nuestra sitnacién, si se Jo cireunscrile a la dudoza estructura del pecado, si no se ha superado todavia el estado psicolégico de vivir en pecado? ;De qué vale sobrellevar compungidos el fina- mente dramatizado y descripto sentimiento de culpa, si no se ha analizado la probable falacia de la estructura de la culna? De qué nuestros descos de comnnicacién, si +c encara privilegiada- mente nuestro problema en los solos términos del len la expresividad formal, de la profecia y de la relacis 4Qué se pretende entonces de nosotros. que nada sabemos de Dios ni del pecado ni de la culpa, y a quienes no nos hasta tam- poco la utilizacién sublimada del “vos” como tampoco le asté a Murena para establecer, entre nosotros, la comunicacién por medio de su teatro? Y sin embaryo —y esto e+ To que nos decia- mos al leer sus articulos y lo que queriamos ahora decirle—- no estamos fuera de la tragedia de nuestro medio, pra enearar Ja cual su palabra actual no nos ayuda. LOS MUERTOS (FRAGMENTO) Oscar Masorra a David Vinas. El ancho taco del boreceni se clava en la tierra. eava hoyos pequefios, invisibles en el pasto crecide, Los hombres “ionen nna muda comunicacién con la tierra, Una expe tepara las piernzs del resto del cuerpo. La palma tujeta la culats, fresea, metalica, pero la sensacién no va mas alli de esa corta rovién de carne, El peso de! fusil el antebrazo y en el codo. F hombro entnmee mano payasea un movimiento Inrgo, desde el casaca hasta el cinturén de! hombre que m Ia altura del cinturén”. Los ojos vigilan a la mano iz pero la curiosidad, siempre Ia hay, la leve cvriosidad atiende a Ia tierra que cede un poco a cada golpe del horceaui, —Sin compas. La compafiia se ablenda, deja de golpear Fl ofdo crece, a de con solicitnd al sises que cuarenta pares de suclas errancan al pasto. El sargento mi a sus propios pies. Grita, largenda las pal —Sin compas no quiere decir a destie: cinco meses de mi La compaiiia no puede contestar; es wn aris, peseda, sumergida en ese paso blando y csmole que las leva hacia tres pequefios arhustos, “punia de referencia”, que estin indicando la cercania del arroyo, Los hombres se sienten purificados: un truco injusto les obliga a career con esos vostros, a caminar de esa maners. EI sargento abandona la zaza y corre hacia cl centro del pelotén. —Usted... Cuando va a dar pie con hola? El hombre vuelve In cabeza hacia cl sargento. Las piernat se esfuerzan, quicren alcanzar el ritmo. jAbh. Es Gémez el saltefio, Gémez, Gémez!— Gémer hacia el centro de la compsiia, después bras con pri po. reclutones... pA a corpulenta, conti —jRedoblado!— ruge el sargento, Es una oportunidad para que Gémez retome el paso. 32 — CENTRO —jReclutén! ;Cuando vas aprender a caminar, a caminar, reclutén? — Gémez golpea el euelo exactamente dos veces por cada paso de los demas. El sargento se introduce en la escuadra. Las hotas se golpean contra los horeeguies. Se desarticula la linea. Le hacen lugar. El sargento camina junto al hombre y picanea con los dedos el térax flaco. Una gruesa, suplicante, vergonzosa gota de sudor resbala por el horde de la nariz. Las piernas fusti- gan cl suelo sin resultado. —aY? 2¥? Los dedos hnesudos y cortos se hunden una y otra ver. en las costillas. —aY? 2Y? Los dedos cortos se introducen por la abertura de la chaqueta y la palma se cierra sobre el género. El sargento atrae al cuerpo hacia el suyo y con dos flexiones del brazo arrastra al hombre fuera del pelotén. —{Oime! —dice el sargento gozando su propia voz, moduliin- dola—. {Para cuando Gémez? ;Para cuando se vaya de baja, Gémez? La compafiia contimia sola, ajena, muda, Los tacos de los horcequies golpean furiosamente la tierra, Los hombres imaginan los finos labios de Gémez que no atinan a acomodarse sobre los dientes: la sonrisa es una mueca molesta, indecente. El peloton, compacto, una bestia cuadrada y acéfala, avanza en direceidn al agua. Apuran. Cuarenta metros atris, el sargento hunde los dedos: en el trax de Gémez, Si no da pronto el alto, la tierna y brusea terquedad del pelotén mojara la ropa provista en el arroyo. Los dedos del sargento se hunden en la carne de Gémez con redobla- da fuerza; cuando lo suelta, 1a primera linea de los treinta y nucve cémplices esta a dos pasos del agua, El sargento comprende, La vor mecanica y autométiea le Hega a la garganta: —iUha! Los dedos apretan la bandolera, la quijada baja hasta el pe- cho, Mirando hacia el suelo, el pasto escapando hacia atris, el sargento camina hacia el pelotén, Gémez le sigue, callado, mien- tras se arregla Ia casaca. La vor raspa nuevamente la garganta, estentérea: iA retaguardia, earrora, marr... El pelotén se deshace, los cuerpos giran y las nubes se des- vanecen en un ciclo en media luna. Los hombres corren con la esperanza de que la contraorden Megue antes que el eansancio, mucho antes, poco antes que el cansancio que se avisa subiendo por las pantorrillas hasta los huesos de las caderas. Los dedos hurguetean reflexivamente el bolsillo alto de la chaqueta, Demoran. Un rencor vacilante va de los hombres al CENTRO — 33 sargento y del sargento a los hombres. El sargento se lleva el silbato a ia boca y el sonido es corto y metilico. El cielo se cierra. El peloton sabe: corre hacia el sargento. —iFormen! Los hombres buscan el contacto, tocarse, “codo con codo”, “el talén izquierdo dirigido hacia la punta’ del pie derecho”, “largo el descanso”, “codo con codo”, “y la mano sujetando la correa del fusil”, “apretando”, “duro el dedo”, “los cuatro dedos por delantes, juntos”, “que no se vea el pulgar’. El pelotén queda compacto. Cuarenta rostros mirando hacia adelante, rigidos, uni- dos por un pequefio y secreto orgullo. —jCuerpo a tierra! — grita, y un insulto se le queda atascado entre los dientes. Treinta y nueve vientres golpean el suelo. Molesta la hebilla del cinturén o tal vex un botén, El mal humor es una pasta dcida, un bicho volador que no encuentra lugar para posarse. El sol se siente en Ia nuca. Los hombres ja- dean. Con diserecién Gémez se coloca delante del surgento. —a¥ usted? —Permiso, mi sargento. Los dedos se clavan otra ves. en las costillas, pero el sargento esté en un momento intermedi, como preguntandose si vale la pena hacerse mala sangre en serio. Tal vez. el temor; los hombres lo creen: el sargento es personal de tropa; tal vez Ia propia cara de Gomez con una nariz en gancho, una rara mezcla de pajaro © indio. —Vaya, vaya. Gémez corre y busca su Ingar, se pega a la tierra, también jadea. El jadeo une a los cuarenta hombres en un cuerpo com- pacto, décil al sargento, aunque nadie lo mire, aunque los ojos estén estiipidamente fijos en la tierra, los ojos a cinco centimetros de la tierra, Un verdadero rebaiio de horregos, el vientre pegado al suelo, El sargento se adelanta, se acerca al primer hombre de la inquierda y le apoya el pie sobre la espalda. Empuja hacia abajo con fuerza, una y otra vex. —La pancita hay que pegarla a la tierra, ;0 tiene miedo de ensuciarse? El pie queda apoyado sobre la espalda del primé hombre de la izquierda, sobre toda la compaiiia: cuarenta hom- bres sumisos, quietos, unidos por el jadeo. El pie queda apoyado sobre un animal entontecido, de carne, grande y cuadrado. Martin incliné el jarro y el liquido se le escurris entre los Iabios, bajé cosquilleante por Ia quijada y gotes sobre el pecho, 34 — CENTRO por dentro de Ja camisa, Eeperé a que corriera: unas delgadas Yenas calientes en la superficie de la piel, Bajé cl jarro y miré @ Benatar: el otro bebia despacio, con pulcritud: Martin se alegré. En el fondo de su jarro se habia decantado Ia yerba. Martin lo vertié contra la pared blanea, de un golpe y se lo colg6 en la precilla del pantalén, La mano roz6 Ia nalga: Ja carta dibujaba Jos hordes sobre el género, le ocupaba completamente el bolsillo. “Sentimos comunicarle que sc encuentra separado del Partido por disposictén. ..’: el mundo lo rechazaba; un dedo gordo, tres me- ses atras, Un dedo gordo que parecia hecho de Ja misma sustancia que la de aquel rostro, una carne opulenta ¢ hinchada. La bola del mundo. el rostro, el dedo, La sustancia se parecia a la carne magra y tracpirada de los predicadores. “Usted”, lo habia gritado la sus taneia. “qué ex lo que quiere, qué?”: Y él, Martin, habia tenido un sobresalto. Aquella sustancia no era su préjimo, anngue ere- yera las mismas cosas que él, aunque usara Jas mismas palabr: Ruroués, Proletario, Pequefio bursués. Verbalismo, oportunismo, “Y la cosa gira. Y si cuando se detiene uno tiene conciencia, es deer: uno presiente las palabras, les desconfia por demasiado re- petidas, entonces uno puede dedicarse a otra cosa, sf, mejor. Pero ese no era su caco, Y sin embargo aquella cara cuadrada no cra su protimo, vero podria Hegar a serlo: habia que esforzarse, propo- nerse. Habia cme Mesar a convertirse en esa sustancia surcada, trasoirada... Martin largé un resoplido y'ee topé con la sonrisa verde de Benasar: —Lo tomo porque hoy no me traicron comida, de otra ma- nera tengo como norma no probar absolutamente nada —se inte- rrumnié— absolutamente. Benasar tenfa los labios hiimedos, Martin se seeé los suvos contra la manva y sacé un atado de cigarrillos: lo extendid. Be- nasar le tomé Ia mano y la atrajo hacia siz miré la marca: Fon- tanares. Martin sentia la presién de los dedos del otro, el roce de Ja piel. esverd. —Déialos —diio Benasar con tono objetivo— mama sahe lo que es Ia necesidad del tabaco. “Estudionte universitario, acomodado”. Martin se anoyé con- tra Ja pared, Benasar sacé wma caja chata, de cartén blanco. La habia envuelto en el pafiuelo, Dos mundos: uno Jo habia recha- zado, el mundo del dedo gordo ¢ hinchado; por el otro se estre- mecia de asco, {Era para tanto? “La caja estaba sin comenzar, los cigarrillos eran objetos breves, discretos, blancos, ordenados. “Si, era para tanto”, ‘—Momé... dijo Benasar, pero se interrumpié. Martin mira ba hacia adelante. La pared del dormitorio estaba reparada por cien metros de pasto de la verja, Una atmésfera estéril colgaba CENTRO — 35 sobre la Ruta a Rosario, Los rayos del sol se habian detenido entre las nubes, Filtraban una luz opaca, htimeda sobre el pasto. Mama y no: mi mama. Un recuerdo de la nifiez, una vieja im- presién. Martin tomé el cigarrillo y se lo pegé al lahio inferior, lo dejé colgando, sin apretarlo. Algo con qué entretenerse cuando se habla con tipos como Benasar. Mama y no: ini mamé. La di- ferencia estaba en el adjetivo. Cuando él nombraba a su madre decia mi mama y cuando lo decia se le ocurria que se notaba la pobreza encubierta de su casa su madre empecinada por la lim- ieza, los pisos encerados, hasta los de mosaicos, aquellos trapos de franela con los que se debia caminar. Los otros decian mama: tun engranaje limpio, acomodado, sin gritos. Y él, lo respetaba. Un recuerdo de la nifiez, Le hubicra gustado ser como esos compafic- tos. ¥ estaban los otros, los que decian mi’amé. Mami, mi man mi’amé. A él le hubiera gustado ser como los que deeian mama Yevitaba parecerse a los que decian mi’ama, Un sentimicnto de clase media. “Clase media: un conglomerado de empleados y co- merciantes histérieamente atrasados que cree en el cooperativis. mo... y si se lo apura hasta en Ia limosna”. Pero Martin pensaba hacia atrés, en los diez afios, va, una perfecta conciencia de clase. Un aparato receptor de lo cotidiano, su madre trataba de arreular a casa con gusto... jy los detalles?; una radio vieja y descom- Puesta sobre el ropero del dormitorio. Martin se felicité por la memoria: recordar cl significado de aquel viejo detalle, lo que habia sentido frente a Ta clase de combinacién que hacian dos muebles. Fabuloso, Una radio descompuesta arriba de un Benasar le acereé un fésforo, Una luz sin fuerza o: el campo. Martin junté los pies y extendié las piernas, di que el peso del cuerpo eayera sobre la espalda. Tiré el humo h abajo, hacia los horceguies y dijo: —;Cuanto te falta para recibirte? —Con suerte, digamos, dos afios. Benasar era lento para contestar, pesado. 4¥ este aiio perdido? — pregunté Martin, erdaderamente es un aiio perdido. Benasar hizo una mueca como introduccién a lo que iba a decir: —Yo lo he perdido por propio gusto... Si... antes que me torlearan me querian acomodar en algtin ministerio » en Rosario mismo. En Rosario conozco personalmente a casi todos los ofici: es —Benasar tomé un aire grave—, pero quise hacerla donde me correspondiera por estricto sorteo. Bueno, particularmente “Particularmente”, pens6 Martin. “Esta en universiturio y no leys ni la mitad del papel impreso que me tragué yo". particularmente creo que los argentinos, Ia juventud es 36 — CENTRO demasiado eémoda, despreocupada. .. Martin miraba hacia el portén del destacamento. “Puerta uno”, Era una vieja tranquera, El soldado de guardia la recorria de extremo a extremo. Las palabras de Benasar resbalaban sobre Martin. —... aqui deseonocemos lo que es el mas minimo sacrificio. Benasar se apretaba un codo con una mano, con la otra soste- nia el cigarrillo cerea de la cara, Martin tird el suyo y lo apagé haciendo girar la suela sobre la tierra. —No tenemos sentido del heroismo —continué Benasar— no sabemos lo que es —eavilé: —No estamos preparados. —iMenos Séfocles, Benasar, menos Séfocles! Era un impacto. —Pero, jno es cierto acaco? — replied Benasar en un re- pentino acceso de acritud. —Los argentinos, ;n0? — afiadié Martin. Un palito de yerba se le habia pegado en el horde interior de una mucla, —ZY los peruanos, y los brasileros, y los chilenos, y los uruguayos? —-se metié un dedo en Ja boca—, ZY los holivianos? —;Bolivia? —Si — dijo Martin, —Hace poco.., —Benasar buseaba el tono adecuado— un grupo de obreros holivianos fué condenado a muerte... —Mar- tin esperaba, la cara de Benasar tomé una repentina expresién Kumana, yerdaderamente seria, una gravedad que interesaha— bueno... el pelotén esta frente a los hombres que van a morir, una orden colérica del capitan, {Una invencién! — dijo B nasar subiendo el tono de Ia vor. Internamente una parte suya se Je separaba para observar cl efecto de sus palabras en el otro, Benasar acariciaba el borde del holsillo, el filo de la carta — ...el eapitin decide que se les fusile con eafiones... hueno. de un lado una fila de hombres, del otro los cafiones, cuatro cafiones, de donde habia sacado tanto odio cse capitiin? —los Jabios de Benasar eran una canaleta horizontal a donde flnia toda la saliva— ...hay espectadores, pero nadie se ha interpues- to. nadie ahria la hoca. Fl asesinato se va a Mevar a cho — centencié Benasar y Martin se encontré frente a una pelabra demasiado fuerte. “Asesinato”. Si, aunque se tratara de obrero “Asesinato”. “Verborragia”. Martin acariciaba el borde la carta el dedo gordo se habia vuelto, pegado contra Ia palma de la mano y toda la sustancia traspirada habia gritado: “Verborra- gia, joven, Verborragia”. La misma palabra. Martin descubria a Benasar. lo veia, “Qué es lo que quiere”. Otra vez las mismas palabras, El vefa a Benasar y el que lo habia expulsado lo habia visto a él. Benasar coqueteaba. ;¥ él? Un frio hnimedo le corrié CENTRO — 37 por la nuca. Habria querido ser el otro, aquel otro, no un se- mejante, sino el otro mismo, sentia algo parecido al temor. Y ala vergiienza—... bueno, y cuando el general va a dar la orden de fuego un grupo de mujeres se pone en el medio, entre los cafiones y los hombres... —Ser aquella cara cuadrada de pre- dieador, si, de predicador y no de obrero. —Si — dijo Martin. —Atiéndeme, —“; Atiéndeme; después Je preguntaron 4 aquellas mujeres porqué lo hacian, porque todas no eran fami- Tiares de los condenados, aquellas mujeres bolivianas contesta- ron muy eencillamente: Van a matar a nuestros hombres y a nosotras no nos queda otra cosa que interponer nuestros cuerpos a los cafiones. .. . Martin escuché las iltimas palabras. “Me sube la sangre ala cabeza”. El sentido y el sonido de las ultimas palabras. Si, aquello de la chatura argentina, Chato. Chato — largé Martin, Lo invadia una alegria formidable, colérica. Benasar chupaba la saliva que le habia quedado por delante de los dien- tes, Benasar tenia que decir algo importante. —Bolivia — dijo Benasa —2Y Chile? ,Qué es? No es chato? Una guerra y hace tiempo. ..— Lo habia leido en un folleto, recientemente, un fo- Hleto que deducia la situacién econdmica chilena de 1a polities talitrera. Nada que ver con lo que habia dicho Benasar. Martin se did cuenta y subié el tono de la voz, Los ojos de Benasar se habian recubierto de hilos mimiseulos y rojos — ...ganaron aquella famosa guerra y creyeron que podian vivir de la sal eternamente.’..— estaba explicando el folleto que tenia una tapa amarilla con una caricatura del Tio Sam arrastrando una bolsa de oro. Las letras eran rojas: Por qué hay miseria en Chile? Nada que ver. Martin subia la voz — ...pero otros sabian que no podria hacerlo. ..— E] hombre gordo de la caricatura. Martin se interrumpié, habia recalcado la ultima frase. El otro lo mira: ba. Martin sacé la mano de arriba de la carta y la apoyé sobre Ja rodilla, Estaba inelinado. La luz caia sobre el dormitorio, y sobre todo el pasto que tenian a la vista. Era una luz real pero algo se detenia entre las nubes. No, no estaba en desacuerdo con todo lo que Benasar habia dicho... pero conocia “Conozeo”: Jas palabras de la verdad o de la semiverdad en cualquier boca pero sin uso posible, sin destino. —Queria decir que en la Argentina hay algo quicto. —jTodos sienten asi en Rosario? —La pregunta habia sa- Tido en tono de itonia y Martin queria terminar. Aclaré Ia voz: —{Digo, al menos la gente joven? —*Se interesa” pensé Benasar y tuvo un estertor de alegria, Pensé en lo que iba a decir, en algo 38 — CENTRO que no contestaba a la pregunta de Martin, lo pensé con una gravedad cosquillante, lo dijo: ~El argentino es el prototipo del hombre sin heroismo. Martin entrecerré los parpados. Entre dos lineas oscuras yeia al soldado pasearse frente al portén. Tiré el cigarrillo contra Ja pared y se escuché el golpe seco. Benasar miraba la picl apretada en arrugas alrededor de los ojos de Martin, —Si — dijo Martin y comenzé a fregarse el pafuelo contra los dientes, la tela se manché de verde. Benasar miré hacia atris, hacia donde miraba Martin, Un sentimiento edificante esperaba por Benasar, un deber intimo: no se podia negar: —Los argentinos disfrutamos de una libertad engaiosa. La libertad suficiente para poder vivir. Estamos en el medio — “gQuién esta en el medio? el medio?” — Si, no Nuestra libertad ni la libertad norteame- era tiene el vigor y el desenfreno de ricana, ‘Si, si—. Los rasgos de Martin se acomodaron, el rostro volviéd a su expresién natural. Guardé el paiuelo en el bolsillo empnjndolo contra la punta de los dedos. —-Pero, ;qué haces por todo eso que pensis? —Espera —dijo Benasar. “@Espora? Ahora me trata de ti: Pul.” Benasar vacilé: Martin se le escapaba. Pasé revista répida- mente a todo lo que habia dicho. Le parecia que estaba enro- jecido. “Hacer, hacer; es viejo, muy viejo” —Decia que ha sido una cosa de mi propia cuenta el hacer el servicio militar. —{De tu cuenta? Que me habria sido muy ficil haberme acomodado, Vos no conoeés lo que es mi familia... —se quejé Benasar. Si el cuerpo. Habia que dejar -+- ya desde mucho tiempo atris habia decidido hacerlo fRme todos, como uno cualquiera. Creo que para la gente que Heva una vida como la mia le es saludable cambiar: Una época estrieta, ajustada a una serie de obligaciones fisicas. Mi familia tiene campos pero yo no sé qué es un caballo. —Me parece que no se pueden arreglar lax cosas conociendo qué es un caballo. i vos sabés lo que quiero decir. —Oime —dijo Martin; no sabia qué hacer con las manos, Metié los dedos en el cinturén y los codos se le agitaron, “TE. CENTRO — 39 reventado”— eso suena a jugador de tenis que hace régimen voluntario para mantener cl estado- Benasar estaba seguro de que habia enrojecido. —Si, si, es cierto. Pero habria que preguntarse cuintos lo hacen. Que? —Lo que yo hice. —ZQué hiciste? Benasar vacilaba, no contesté: habria tartamudeado, El sol aparecié de pronto y una sombra escalé la pared: un oficial. Benasar giré el cuerpo y saludé. Los dos se quedaron ticsos. El oficial hizo una sefia con la mano. —Estén e6modos —dijo y se alejé. Benasar se volvié hacia Martin con una expresién ambigua. {Qué dijo? —pregunté Martin. —Que estemos cémodos —explies Benasar con aire soca- rrén; queria estar en paz con Martin; agregé. —La vieja palabra conocida de todos: provincian rinos y porteiios. La palabrita: cémodos. La tensién habia desaparecido. —Dame otro de esos cigarrillos —dijo Martin, Benasar sacé la caja y se la extendi6. Martin olié el tabaco. —Son buenos —afirmé Martin. —Buen tabaco —corrigid Benasar. La ola de furor se habia apagado. Martin retenia el humo en la boca antes de tragarlo y lo expulsaba con lentitud. El cielo se descubria y el campo cambiaba de aspecto. —Esperé —dijo Benasar y hurgé en el bolsillo izquierdo del pantalén. Sacé una caja cuadrada de lata, —Otros cigarrillos? —No. Es chocolate holandés. Benasar abrié la caja haciendo fuerza contra el pecho, Mar- tin miraba en silencio. —Todavia no la empecé. Martin entorné los ojos: en el portén estaba cambiando la guardia. Un soldado se desprendié del grupo y comenzé a cru- zar el trecho de campo pleno de sol. Por la manera de caminar, con las piernas abiertas, pareeia Gémez. Benasar ofrecié la ca a Martin, Los chocolates estaban cortados en pequefios cuadra- ditos envueltos en papel plateado, Martin quiso tomar uno pero os dedos Je resbalaban. Habia que volear la caja hacia abajo. —No quiero —dijo Martin, —Expera. Benasar se senté y eché los chocolates sobre Ja ticrra. Mar- ba acercarse al soldado. 40 — CENTRO —Sentite. Martin se senté. “Obsecuencia...” Pero quedaba poco tiem- po de descanso y después habia que volver a limpiar durante dos 0 tres horas los caballos més limpios del mundo. Martin to- mé un chocolate y Io pelé ayndandose con las uiias y los dientes, La sombra del soldado se recortaba oscura contra el sol: no podia verle Ia cara, —éQué hora es? —pregunté Martin. —Seran las doce. —Si, por el cambio de guardia. El pasto brillaba bajo el sol. En el aire habia un retlejo que tenia tres meses de antigiiedad, Tendria cuatro, después cin- co, hasta cumplir catoree. Quince a lo maximo, Y después uno lo olvidaria para siempre. —Hola, Gomez. Gémez no contests. Se quedé de pie, la vista fija en Martin. Dié una ojeada répida a Ia caja pero no adiviné de qué se trataba, —{Hiciste guardia? Martin Ie ofrecié pero el saltefio permanccia hermético, tie. %0 mirando Jos cuadraditos. —Tomi, es chocolate. Gomez se senté y pegé el hombro contra el brazo de Martin, noté que Benatar buscaba algo en el bolsillo posterior del pan. talon. Tres dias seguidos de guardia —exclamé Gémez con tono provinciano, espirado. Benasar extendié a Martin una billetera abierta con una fotografia bajo un sujetador de celuloide, —2¥ ésto? Mi hermano, corroboré Benasar con tono pastoso. Un hombre joven vestido con un saco claro en medio de un puente de cruce de ferrocarriles. Un puente demasiado eran: de, Gémez se inclinaba para ver. zrTambién cra comunista, —agregé Benasar. “Era”, —aY ahora? —Ahora esté en Norte América. Juega al basquet. Ese Puente que se ve alli es el puente de Broocklin. Martin se sintié apresado. Benasar se apretaba contra él, y del otro lado estaba Gémez. Tenia simpatia por la sencilles y Jn tosquedad de Gémez pero ahora no era mas que un cuerpo que se apretaba contra él, Martin estaba on el medio. CENTRO — 41 Qué es? —pregunté Gémez. —Hay una ironia —explieé Benasar—. ;No te das cuenta tenia el aire de quien va a decir una cosa ingeniosa. —No, no me doy cuenta— Martin estaba a la espera —Esté tocando el puente con un dedo. Era cierto: el tipo del saco claro tenia un brazo extendido hacia una viga. —Tocar con un dedo el puente de Broocklin —repitis Benasar. jué es? —pregunté Gémez: estaba interesado. Martin le extendié la fotografia. —El hermano de Benasar que esta tocando el puente de Broocklin con un dedo. Martin pensaba que tenia Ia boca empastada de chocolate. Que se le pegaba al paladar y que la lengua Ie chasqueaba. “Me enroiio” pensaba Martin. “Me enroiio”, A Don Augusto Krausse, que trajo el primer piano a las costas del Rio Salado Nicois Cécaro a Exofsa Gurienrez A usted, Don Augusto Krause, que vino a lenar el coraje de coraje europeos a su fervor ilustre de pastor aguerrido guarecido en una pampa sin nombre y sin linaje. Quiza sus manos presintieron un largo aprendizaje de muertes a] acariciar un pufiado de tierra o alguna espiga de trigales criollos. En el dia repicarian Jos martillos de la herreria de caballos © el golpe en las maderas de las volantas ©, acaso, sus ojos azules se Ilenarian de paisajes al pasar las carretas camino de Las Salinas. Por las noches se dibujaria su sombra en los muros de la casa y su mano cansada descansaria entre los cabellos rubios con el “en un principio era el verbo” del Antiguo Testamento. Tal vez, se esperanzaria, como en un arroyo de estrellas, escuchando las notas del “lied” en el primer piano que traian las carretas a las tierras de Chivileo. A usted, Don Angusto Krausse, mitrista y hombrazo de estos campos, misterioso trabajador de las manos y de la mente, Yo no sé si Ilegard a la harina de sus huesos este fervor mio del siglo veinte, pero su memoria me acompafia pastor sin multitudes, hermano de Sarmiento. 'Y toda esta evocacién se la Heva la ceniza porque ni un verso, tal vez, diga de su vida més de lo que hizo su noble amor prusiano y su voluntad, que pulsa mi canto de estos dias. SAN MARTIN Y VIAMONTE “EL JUEZ": H. A, Murena (Sudamericana, Buenos Aires, 1953) En dos ensayos aparecidos poco después de “El juez": “El demonio de Sinchez” y “La encrucijada de un dramaturgo”, nos ha dado Murena Ja clave de su obra. Murena propone alli la ereacién de un teatro del si lencio, del silencio que es el obstéculo ante el cual se encuentra todo dra- ‘maturgo argentino, americano, y que se acomoda antes que nada al term rumento de Murena, “El silencio fundamental del mundo en bruto, el silencio que so alza desde Ja creacién cuando la palabra del hombre’ no ha comenzado o cesa”. (La Nacién, 29 de noviembre de 1953). No se trata pues de In consumacién de las palabras como en la poesia surrealista, producto de un mundo que ha agotado el lenguaje, ni de lo incomunicable de Jas experiencias misticas, Murena no se propone ni in. ventar el silencio ni descubrir Jo inefable que hay mis alla de las palabras. Por su condicién de americano y de eseritor, Murena ya esta en el silencio, ¢ poseido por él. Ni un acto de terrorismo ni un éxtasis mistico, ol silencio es, para Murena, simplemente una realidad objetiva, y Ia arriesgada aren ue se propono en “El juez” es fijar ese silencio en’el papel, traducitlo en palabras, callarce por eserito, convertir ese silencio natural y sin recursos en un silencio volumtario, estndiado, artistico, en un silencio articulado, expresado, comunicable. Este sentido no podri captarse tal vez plenamente mediante Ia leetura sino en Ia representacién teatral. Es el actor quien debe trasmilitlo. pues mis que en las frases se encierra en el tono desganado con que deben ser dichas, en 1a monotonia de la voz, en el acento cansudo, en el ritmo lento y sobre todo en Ias pausas que constantemente Jas paralizan y las quicbran, Esas pausas densas, espesas. cargadas de gestos, de mirada, de intenciones, de expresiones intensas 0 sutiles, constituyen Ja verdadera comunicacién entre los personajes, el verdadero didlogo. De ahi que las indicaciones entre pa- réntesis sean a veces mis reveladoras que el didlogo mismo, esas aco. taciones absurdamente literarias, poéticas, que a la iniluencia de Faulkner suma Ia retérica hispanoamericana: “defensiva terquedad”, “brusque- dad amable”, “sareéstica amargura”, “serenidad lenta © hiriente’, “patéica obstinacién”, “desequilibrada ironia”, “desesperada ingenuidad, “imperati- va serenidad”, “suplicante impaciencia”, “muerta furia”, “colérica ‘moles tia”, “impacionte decepcién”, “dolorida indignacién”, “serenidad cargada de sentido”, “furiosa obediencia”, “intensidad nacida ‘mis de la. desespera. clén que del apasionamiento'. La vida, el sentido de Ia obra se encuentra entre el punto y aparte y el comienzo de la otra frase. El didlogo no es sino un breve intervalo entre dos nadas. Cadu punto, eada pausa ec un aniqui, Jamiento del mundo que vuclve a tomar forma unos instantes después, Cada personaje debe volver # recomenzar la conversacién cada vez, emerger de Ja nada, saltar desde el ubismo sin trampolin ni impulso. Cada frase es unu isla, rodeada de silencio, separada de Ia otra por una espesura do vacio, Por un agujero, por una distancia, por una ausencia, En algunas paginas el blanco rodea, ahoga a esos pequefios trazos negros, dando In sensacién de ‘un didlogo abierto, agujereado, haciendo aguas por toda® partes, naw. fragando. La estructura interna de Ix obra parceo ser Ja yuxteposicién, Ins frases 44 — CENTRO no se continian, so yustaponen en un contrapunto de monélogos entrecor tados. Cada personaje est demasiado ocupado, preocupado, obsediovate or su propia persona como para escuchar al otro. “En esis casa noe ne Partimos Jas preocupaciones —diré Ia Tia—. La desgracia es que cade uno fe ocupe sélo de las suyas”. El didlogo fluye con dificultad, como dice tae de los personajes, siempre se esta esperando que se empiece a hablac reek mente, De ahi las constantes pregunias, las reiteraciones, el recordar a cade momento que se esti hablando como si se estuviera hablando. una leneus fxtraniera, sprendida y no In propia, De ahi la acumulacién de palabion 1a repeticién obsesiva en la forma de tema con variaciones: "—{Rewaiat @Resueitar?”, “Me lo creia todo, Todo me lo excia’, “Por qué? bao dpor qué?”. Esas frases en las que resuena el eco de otras trates, pare an Ge Puedan arganizarse entre ellas, comunicarse, encajarse, esas {eaves gu SR 28 seledad Maman a otras frases sin poder aleansarlac, ests voces tue Gruzan (el aire sin saludarse, son como un esfuerzo abortado de sctalins jundas hacia la existencia de carne y hueto que mo poscen 0 sea hati ud fenguaje, pero un esfuerzo tan repotado, un movimento. tan ineris que parece encorvarte, volverse sobre si mismo, desesperarse de ai minme eae, Zi setplente que se muerde Ia cola. El sordo, impoiente e incomannens Som fodos, es el resumen de todos los demés personajes. cl sordo que ela oye lo que oyen los sordos: una vor interior que Te acuss por sus becadne Ei silencio —aue no es solamente una téenica, un instrumento, un me, tho al servicio de un fin exterior— esté expresando por 4i misite ora monet ium Particular visién del mundo de la manera en que un gesio express toda 1s verdad de un hombre. El anilisis de la forma de “El jucs’ nos tat dogs 1 explicacién de su contenido, de su mensaje. Ya estamos oo condense de decirlo. Para Murena, en el brutal mundo amevicano mo hay videa eis destinos, no hay biogralias sino historias, y todos los destino: pertanccen ma clase determinada de destinos, marcada por una enfermedad incurable, un sino fatal, una maldicién, un pecado ot La voluniad de desnudez, de catérsis que obliga a estos ago én miitua hasta convertir Jains tno en el verdugo del otro, no es eomo en “lluisclor” a quion we un primer momento nos recordara, producto de un impulse absoliuneessn pepe uae gina, gue estin obrando bajo una necesidad que. lor sobrenacn, ade, una fatalidad. Como la Tia cree haber deseubierto, es la vide lat aug Jos acusa, aunque no hayan hecho mada, porque al fin’ el. pecade eens SR haber nacido. “EI sufrimiento que cada hora trae, que un minute dercsiee ie Pronto entze lox hombros, aunque no hayas hecho. nada, es lo geass face sentir culpable de un pecado. Es tu conciencia In que te imine ce fer tantemente que debes haber hecho algo muy malo pars ser mornedony te iastigo de nacer. La vida es el Iétigo que cada din nos hace nome eit ables, acusados”. Nadie puede ser el acusador, nadie es juez, ni aun el padre, sino acu: Sites, enlpables, sin saber quién los acusa como en un process Lakin, Paniwien cometio el peeado ni ain en qué consiste el pecado, que tor sing Todos eyeng,tampoce mas importancia qua la de ser una excusn para fae {gdor vayan slatiéndose ealpables y definan su posicién freme a In Cale, Fut me se defiende como puede y esgrime su razén. “Unos con le wane Hsencia, otros con el corazén. Con Ia eatucia, como topor em la cerca Siado, sabajando basta agotarse, adulando. En este mundo. Kezande, send, Teigpindose, burlindose. En este tribunal al que hemos side lender, 14 Abuela pretende mogar Ia Culpa conservando'a toda cosie ol ona ae soeet ugwente, manteniendo Ia limpieza y el orden aunque la. cose tees se bunds. El Pedrino lo confiesa en piblico y “como de sige mennie ne ‘rarte para entender, habla de esas pobres faltas porque no encuentra ace CENTRO — 45 otra cosa puede haberlo ensuciado”. El Padre, orgulloso e invulnerable como un Dios, es Ja aceptacién, Ia afirmacién viviento de Ia Culpa. La Ma. dre permanece indecisa entre la resignacién y la rebeldia. La Tia busea io en el alcohol quo “estrangula por un momento cualquier acusa- La Amiga se hunde en la frivolidad y In charla banal. Bl Novio huye La Hija se rebela pero sin atreverse a la revolucién, al parricidio. porque al fin necesita del Padre para justificar eu cobardia. Murena quiere mostrar con la mala fe, las fugas, las claudieaciones, los remordimientos, las excusas, los miedos, las traiciones. los errores de sus personajes y sobre todo con la renuncia final de In Hija a su libertad. que son libres. Pero esa libertad encuadrada no es mas que libre albedrio, los personajes no erean el Bien y el Mal, se limitan a elegir entro un Bien y un Mal establecidos a priori, 0 sea a obedecer o desobeidecer las srdenes del Pa- dre, El conflicto no es el de Ia libertad consigo misma, sino de la libertad con el orden exterior, de 1a voluntad personal con el destino adverso. Murena no se plantea el conflicto de la condicién humana sino un viejo y ortodoxe ronflicto de moralistas y tedlogos, aplicado ahora a la realidad americana, “EL juez” podria compararse en esto aspecto a los misterios, milagros, mo- ralidades 0 antos del siglo XV, con su mundo alegérico. sus personajes ejemplifieadores y sus preocupaciones didicticas. Ya en el Murena yista, se notaba una perniciosa tendoncia hacia el lenguaje profético, biblien Murena no se limita a mostrar: valoriza, condena, adopta el punto de vista de Dios en el Juicio Final, pone en perspectiva los acontecimientos. quiere darnos In versién verdadera de Ia historia, el revés de la trama. Por eso su mundo no ¢s el mundo real, nuestro mundo, sino una creacién artis tica. La vida es ambigua y no hay manera de conocer el sentido verdadero de nuestros actos. Las acciones humanas no admiten un solo motive ni uns sola explicacién, no hay rétulos que resuman el contenido en férmula com “peeado original de América”, “parricidio” o “silencio americano”. Nuestro inevitable destino es ser vistos por los demas, distintos de como nos vemos nosotros mismo, por eso sentimos que las acusaciones que nos vienen desde afuera no nos conciernen del todo. La. contingencia {un damental de nuestra vida —el hecho de que no hemos elegido el lugar de nuestro nacimiento y que ann la actitud quo adoptemos deliberadamente fremte al “pecado original que implica haber nacido en América” ex una necesidad, porque aunque podamos elegir cualquier actitud no. podemos dejar de elegir alguna— hace que nos sintamos extranjeros del proeeso que nos hacen. Nunca podremos sentimnos absolutamente inocentes pero por la misma razén nunca podremos sentirnos absolutamente eulpables. Los personajes de “El juez” por el contrario se ven desde afucra, se ven como los demés Ios ven y pueden por esa razén descansar en tna con- cieneia social, en wna responsabilidad colectiva, que liberindolos de las responsabilidades individuales y justifieando sus vidas fracasadas, los sos tiene en un estado hipnético de arrepentimiento continuo, de remordimiento municipal. No hay redencién para ellos porque viven en un pasado inn. table, las cuentas ostin cerradas y las faltas no pueden borrarse, El mas conseenente y légico de todos, el Padrino, ce dediea a hojear un album de fotografias viejas y dice: “Soy yo el culpable. Porque no entiendy nads fuera de lo que alguna ver entendi. Un sordo esti encerrado para sempre ¥ yo me empefio en salir. Un sordo es asunto terminado y yo me empeno fm salir”; “Porque si tn viejo esti aferrado al patado, se sabe, un sordo lo e El hombro de Murena ex un muerto insepulto, encerrado dentro de jana vida compacta, impenetrable, conguluda, Empastado de si mismo, sin postbilidades, es lo que es y no puede ser otra cosa que Io que es, Slo 46 — CENTRO habla por Io tanto on el modo del eallar, porque ya esti todo dicho y “hemos Wegado al momento en que se deja de hablar” y cuando entre pausa y pausa habla con palabras, su lenguaje es fijo, inmanente, cosificado, aun el “voceo” en su boca se convierte en una lengua muerta, no por haber sido clevado a Ia categoria del “ta” sino porque no se trasciende, porque no logra hacer al lector 0 al espectador contempordneo de In aecién, Cada frase que se dice es densa, definitiva, afirmative, Japidaria, como wna sentenciu oun proverbio, frases petrificadas de contornos netos, frases de predicador. Por momentos pareceria que Murena hubiera escrito frases sueltas y Inego las hubiera unido: “Nadie habla nunca més que consigo mismo”, “Todo puede esperar un minuto”. “Pero siempre es tan poco lo que se enliende”, “Siem- pre se puede mis", “Cada uno sabe cuil es su deber”, “A nadie le importa nada de nadie”, “Cada hombre es una equivocacién”, “Las Haves estan echa- das”, “Todas las puertas estén cerradas”, “Que todos seamos perdona- dos”. Pero este diilogo epigramético, de oratoria, de retériea, resulta por aiiadidura un didlogo efieazmente teatral. El teatro exige un didlogo cons ereto, conciso, pleno de significado, ecencial. Los personajes deben ser elo cuentes y a la vez lacénicos —precisamente como los de “El juex"—. deben hacer desarrollar los acontecimientos hablando Io menos posible, shorran- do tiempo, descartando lo supérfluo, de manera que Ia accién se reduzea a Io central, comprimiéndose en pequefios intensos resiimenes. La accién teatral es relatada mas que vivida. El tiempo teatral no coincide con el tiempo real. Una determinada manera de pensar exige siempre un determinado es tilo para expresarse: es la quivocada metafisica del autor To que ha im puesto a “El juez” esa estilizacién, ese uttificio, esa esquematizacién, en que consiste precisamente el juego teatral. Por eso esta obra construida en base al planteo aprioristico de las teorias sobre América de un ensayista —antes que poeta, novelista 0 dramaturgo— que sélo teatraliza con dific cultad y esfuerzo, ofrece no obstinte In apariencia de una ereacién natural ¥ espontineamente teatral Juan José Senne EDUARDO MALLEA: Chaves, Losada, 1953. Chaves no aprendié nunca a hablar. El silencio era “su mansién_ natal”. El protagonista de la novela os el silencio. Chaves tenia el convencimiento de Ta inutilidad de las palabras, de Io poco que puede lograrse con ellas. Se vié obligado a defender lo iinico que quito en Ia vida, y se Mend de palabras, a veces tontas, sin sentido; intuia que si dejaba de hablar todo estaria perdido (“Necesitaba hablar, hablar, decir y volver a decir, contar y volver a contar...”). Creia apresar Ia vida con palabras, él, que wanes ‘supo usarlas. De cada una de estas incursiones por la palabra, reconcentrado, mis callado, mas convencide del valor del silen« do ya no tuvo nada que defender, cuando sélo le quedé el seguir hiro del silencio su tinico semejante, Hay en Chaves una absoluta ineapacidad de comunicacién. Se encierra en eu soledad y In proteje “como sacra cosa suya”, Ias cosas exteriores ape~ nas Jo rozan, las mira indiferente, sin asombro. La eapacidad de asombrarse Je fué quitada junto eon su mujer y con sm hija, (Chaves » easo porque nunea pensé en una Los héroes de Mallea casi siempre soportan su vida has ta el fin, Tienen wn pasado que no conocemos, y que poco a poro se va aclarando, y es a cauta de ese pasado que el mundo de los hombres los ha encontrado ya sin temor, para decirlo con palabras del propio Mallea. Sélo deseaha vivir, sobrevivir, y el trato con los hombres se cifid «esa necesidad iviendo, CENTRO — 47 de ganar Io necesario para ello, Chaves ocupa un lugar entre los eternos solitarios de Mallea. Recon- centrados, taciturnos, hombres a quienes les duele la. vida, para quienes €l hecho de existir no es algo gratuito y sin sentido. Se impone la comparacidn con Nicanor Cruz, el hombre hecho de tic- xa y soledad de Todo verdor perecerd. Digo se impone, porque son per- sonajes que tienen algunos rasgos comunes. En primer Iugar el silencio. Son silencios distintos. El silencio de Nicanor Cruz es un silencio Heno de rencor, de amargura, de inferioridad. La inferioridad del macho que. cree que callando, mo entrogindose, se es més hombre. El silencio de Chaves es mie animal, Bs el silencio del que no quiere hablar porque no contia en cl valor de las palabras, y prefiere anularse ante In Naturaleza, hundirse en Ia contemplacién del agua fluyente de un rio 0 de unas Ices’ lejana Muy diferente es también le actitud do ambos frente a la mujer. Chaves hhabla_ para retencrla, para no perderla, Niconor Cruz calla obstinadamente para ir perdiéndols. Pero no es esta la oportunidad para continuar estas comparaciones, sélo queriamos anotur cierta relacién de dependencia entre estos dos personales No interesa si ella ha existido o no en el ponsamiento del autor. Chaves nada agrega a la novelistica de Malles. Es un personaje mis de su extensa galeria, bien trazado, bien delineado, como Mallen sabe muy bien hacerlo. Y aqui esti precisamente su mayor defecto. So ve el oficto Hay en este libro un intento conciente de ir puliendo la lengua y el es Lilo, Posiblemente esta misma preocupacién hace que resulte alejado, litera: rio. No xélo el estilo, sino también el personaje, No se Io siente a Chavos co- mo a un ser de carne y hueso, no nos Hegan sus desgracias. Quizd el momento mis logrado de Ia novela sea In eseena de la muerte de Ia hija, Nos angus tin la figura grotesea do Chaves queriendo ver en un palo rigido y astllado, tun soldado con casaca roja. Pero fuera de esta escena y algunos otros a tos menores, vemos a Chaves a través de una niebla, sin sentimnos en ningin momento junto a él. Mallea no ha Iogrado infundirle el hilito de los gran- dlos personajes. Ha quedado en abstraccién literaria. Contribuye acentuar esta sensacién de lejanfa que anotébamos, la falta de didlogo. Todo nos e+ contado, en un estilo casi impersonal, Tejano, que luce «quo el personaje resulte también extrafio a nosotros. Y este es um rasgo distintive de los personajes de Mallea: su Iejania, su intemporalidad, su falta de vida. Son literatios, pesados en Ia tranquilidad de eu euarto de estadios no eres de carne y hueso, arrancados de In realidad, de esa realidad argentina de que tanto nos ha hablado Mallea Slo nos ha hablado, porque no ce ha atrevide a dejar esa esquematizacién tedrica, y salir a Ia calle para buscar sus pe sonajes. Seres reales y concretos, que hablen y actien como nosotcos, alos que podamos reconocer como semejantes. Mallea después de Historia. de tuna pasién argentina en que miré de frente a nucsira realidad, ereyéndose ya a salvo, por ese arranque de sinceridad, cerrd Ios ojos a esos proble mas que creiamos se habfan hecho carne en él, y desde emonces estam: esperando su gran obra que no es precisamente Ia que nos ocupa. Siguid hhablindonos del hombre argentino que él cree existe debajo de esa capa de falsedad y “snobismo”, mentira y corrapcién, pero munca legs a mos. tramos un hombre argentino, Chaves queda pues, como una novela mis de Mallea, 0 acaso seria mat acertado decir como una novela menos. Aurcia Prxtos DEL CENTRO ANTE LA NUEVA LEY UNIVERSITARIA La Federacién Universitaria de Buenos Aires cree imprescindible I mar Ja atencién respecto a las caracteristicas de la nueva ley universitaria. Desde la saneién de Ia ley 13031, que ya condendramos en su oportuni- dad se han producido en la Universidad cambios sustanciales encaminados a incorporarla al engeanaje gubernamental. Se la adapta ahora al 2° Plan Quin- quenal, que establece: “En materia de educacién, el objetivo fundamental de la Nacién seré realizar Ja formacién moral, intelectual y fisica del pue- blo sobre la base de los principios fundamentales de Ja docirina nacional eronista”, Frente a esto, los primeros interesados, los que se debiera_consultar para la formulacién de una ley universitaria, los estudiantes, insistimos en que sélo en la libertad puede orgonizarse In Universidad: de lo contrari todo articulado es vano. Es evidente entonces que esta ley que ignora a Ia Universidad y a los universitarios slo puede ser un reglamento para Ii administracién de una oficina piblica. La libertad no es un elemento mas que pueda agcegarse al status un versitario; es la condicién previa y posibilitadora de la Universidad; ex constitutiva de In actividad universitaria. Por ello, el deber del Estado es el de respetar In organizacién auténoma en que pueda cumplirse la mision de Ia Universidad; no puede por tanto, “resolverse a coneeder y negar gra- ciablemente In autodeterminscién que reclama Ia actividad docente de wouerdo con su peculiar estructura, estructura que el derecho politico no puede deseonocer, sino que debe considerar como preexistente. La anto- noma da entonces Ia estructura que posibilita el ejereicio y la responsabili dad en cada paso de Ja vida universitaria, por parte de los profesores, alum- nos y egresados, 1) en la actividad de aprender y ensefiar, 2) en el gobierno y en Ia consideracién de los problemas de estos tres estados, 3) en Iu pro- yeecién de la Universidad hacia el medi En caso que estas condiciones no se cumplan, es contradictorio hablar de misién para una universidid que ha renunciado a lo que es fundamental para su existencia. Signifiea que todas Ins ditposiciones que, como la pre- tente ley desconocen ese principio, eaen en el vacio, slo pueden organizar ‘una oficina més. Pese a ser tan pobres sus propésitos, en la Exposicién de Motivos se enmeian como fines de esta Jey: la autonomia universitaria, In divisién del pais en zonas universitarias, 1a gratuidad de In encefianza, In vinculacién de Tos egresados con Ia universidad, fines estos quo Ia ley tergiverst on cada una de sus disposiciones: 1. En cuanto a Ia autonomia El Rector de Ia Universidad seré designado por el Poder Ejecutivo (art. 9) Son atribuciones del Rector: elegir a los decanos (art. 1, inc. 6), de- signar y remover al personal docente, auxiliar de In docencia y técnico pro- fesional. Proponer al Poder Ejecutivo, para su confirmacién, el personal ad- ministrative que hubiece nombrado (art. 11, ine. 9) El Consejo Universitario estari integrado por el Rector, que lo preside, CENTRO — 49 ¥ los Decanos y Vicedecanos de cada fucultad (art, 1 - Recordar quien lo lige al rector y quien a los decanos). El Consejo. Nacional Universitario estard constituido por los Reetor de todas las Universidades presidido por el Ministro de Edueacién (art. 60). Este organismo, que constituye ef tope de Ia jerarquia universitaria, esté formado por delegados del P. Ex los Rectores, y presidide por un Secretario de Estado, el Ministro de Edueacidn. Ademis, este Consejo. que debiera coordinar las necesidades y las realizaciones de cada una de las regiones universitarias, deja sin efecto la presunta diversificacion regi nal ennneiada en el art. 4, al unificar irvacionalmente Tos planes de estudios. Y las citas podrian multipliearse. Seiialemos mad capital: Ins finanzas. Es bizantino diseutir sobre autonon sidad si ésta no cuemta con un patrimonio propio, del que pueda disponer sin cortapisas ni controles extraiivs a su estructura, Por el art. 7 de la ley, parece habérsele concedide todo esto, pero esias facultades quedan desteui- das mas abajo, al someterse a Ia autorizacién del P, E. Ja ateibucién del Consejo Universitario de vender los hienes inmuebles. titulos y valores per tenecientes a Ja Universidad (art. 15, ine. 15) En cuando a las entradas, éstas serdn fijadas por el P. E. al cometer al reso el presmpuesto general de la Navin (arts. 62 y 63). Cuando Tos gastos decididos por los organismos universitarios no cuenten con kt por tinente antorizacién de erédito en los respectivos presupuestos, © eaando ello importe la modificacién de la estructura presupuestaria o un nuevo compromiso de gastos para ejercicios futuros, deberd requeriese la prev conformidad del P. E, (art. 64). 2. En euanto a los profesores. Los profesores titulares serin designados por el P. E., de una terna de candidatos clevada por la Universidad, previo concucso de méritos aptitudes téenieas y pedagdsicas, titulos, ontecedentes y trabajos (art. 36) Aparte del hecho de que el Ejecutivo interviene en una én para Ts cual no tiene ninguna competoneia, el procedimiento previo de seleccién el que hasta ahora se ha practicado, con los resultados desastrosos que todos conocemos: acceso a la eitedra de Ios mis i por ol sélo hecho de sus vinculaciones politicas, y el consiguiemte alejamiento de los verdaderos maestros. Este sistema, ademas, quita toda posibilidad a la doveneia libre. Pensamos que debid adoptarse el sistema de concurso por oposieid EL articulo que acabamos de comentar, junto con aquel que dispone aque cumplidos 4 aos de su designacién, el profesor udjunto, para seguir signdolo, deberi ser confirmado por el Consejo Universitario (art. 47) y el Consejo Universitario, a propuesta del Consejo de la Facultad, podria pedir al Poder Ejecutivo a contratacién de profesores extraordinarios. por ho mais de 2 ajios. da el golpe de gracia a Ia “autonomia docente y cient fiea” de que habla el art. 6 de esta misma ley. 3. En cuanto a los estudiantes. Dispone el art. 58 que los estudiantes tendran una representacién en los Consejos Directivos de cada Facultad por medio de un delegudo de entidad gremial reconocida. Tendré voto solamente en aquellas cucstiones que directamente afecten a los intereses. set les. As, la representacién ante las autoridades universitarias, sera asmmida no por los delegados que el slumno elija, sino por el representante de una tidad gremial reeonocida”. La ley no establece «i con qué eriterie lizard este veconocimiento; ereemos que el reconacimiento de la re tatividud de una agrupacién estadiantil no compete a lis autoridad sino que ella surge de aquellos a quienes representa, Por otra parte ereemos 50 — CENTRO que los representantes estudiantiles deben ser elegidos libremente por los estudiantes. Ademis se limita el derecho de voto a aquellas enestiones que afecten directamente a los e:tudiantes. Toda distincién que se haga en este sentid seri necesariamente arbitearia porque en Ia vida de una Facultad es di concebir algo que no afecte dircctamente a los intereseses estudiant Dehe sefalarse también que euestiones fundamentales como las eondiciones de admisién, eategorias, promociones, concurs de heeas. etc. han side sus traidas del ‘control estudiantil al ser resueltas por el Consejo Nacional Universitario, ante el cual los estudiantes no tienen representacion (art. 60). Por lo tanto, al negarle legitima ingerencia en los érganos de gobierno de 1a Universidad, se vulneran todos sus derechos fundamentales: en primer Ingar a la antonomia y ejercicio delegado de la autoridad en culaboracis con los otros érdenes universitarios, pero también a Ia organiza propio trabajo, en In que debiera influir controlando los planes de estudio y la actuacién de los docent 4. En cuanto a los egresados. Por el articulo 59 se dispone Ia organizacién de Ia enseiianza graduados ordenindose Ia constitucién de ua centro de egresados. vinculacién de los egresados con la Universidad. Ademas una ley universitaria no debe reglamentar su én sino establecer condiciones favorables para comenzar a ejercer las respeetivas profesiones, vinculindolos a los euerpos investigadores y docentes de cada facultad. Del anilisis previo y ew comparacién con Ia aplicacién privctica de Ja anterior ley universitaria re desprende que la nueva ley no innova ni cambia, De hecho nadie se engafiaba ya respecto a la eleceidn de Deeano por el Consejo en Ia forma y por el Ejecutivo en la realidad, nadie creia en Ia egalidad de los concursos para prover cétedras cuando en ellos pesaban preponderantes influencias, nadie duda que no existen diferencias entce el delegado estudiamtil de In entidad actualmente reconocida. miembro ahora del Consejo, y el emplesdo de ta C. G. U. en el pasillo del Consejo, Nada se altera, Nosotros somos la Universidad. Porque seguimos en Ia plena posesién de Jos principios que esta ley desconoce, porque contimuamos sin desmayos en Ja lucha para implantarlos, FEDERACION UNIVERSITARIA DE BUENOS AIRES FEDERACION UNIVERSITARIA DE BUENOS AIRES CENTRO DE ESTUDIANTES DE FILOSOFIA Y LETRAS COMISION DIRECTIVA (Beriodo 1953 - 1954) Presidencia . . Secretaria de Notas . Secretaria de Ateneo Secretaria de Publicaciones . Secretaria de Docencia . Secretaria de Hacienda + Rodolfo Mario Pandolfi Secretaria de Actas .,. ++++ Noemi Fiorito Secretaria de Relaciones Universitarias. Roxana Balay Rafael Aragé Ana B, Istein ‘Martha Mariani Susana Maggiora + Amanda Toubes DELEGADOS 2do, Avio Lucfa Mendizizal Ser, secre see Beatriz, Baqueiro Ato. Gloria Cucullu A. A. Goutman SUMARIO EDITORIAL, pég. 1; RODOLFO A. BORELLO: Alberto Ger- chunoff, pag. 3; ADELAIDA GIGLI: Alberto Gerchunoif . 8; DAVID VINAS: Tres novelistas argentinos por orden cronolégico, pég. 11; LEON RO- ZITCHNER: A propésito de EL JUEZ, de H. A. Murena, pag. 15; OSCAR MASOTTA: Los Muertos, pég. 31; NICO- LAS COCARO: A Don Auguste Krause, pag, 42; SAN MARTIN Y VIAMONTE: Juan José Sebrelli, Alicia Pintos, pag. 43; DEL CENTRO: pég. 48. ¢ 5. mien

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