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LA ERA DE LA MAQUINA (Introduccién a la 1.* edicién inglesa) Este libro fue concebido y escrito en los dltimos afios de la década 1950- 1960, un periodo que ha recibido diversos nombres: era de Ia’ retropropulsién, década de los detergentes, segunda revolucién industrial. Cualquier hecho digno de sefialarse durante estos afios estaré necesariamente ligado a algin aspecto de las transformaciones experimentadas por la ciencia y Ia tecnologia, trans- formaciones que han ejercido gran influencia sobre la vida del hombre y han abierto nuevas posibilidades de opcién en el ordenamiento de nuestro destino colectivo, Nuestro acceso a fuentes casi ilimitadas de energia se ve contrarresta- do por el riesgo de tornar inhabitable el planeta; pero esta situacién se equi- libra, al pisar los umbrales del espacio, con la creciente posibilidad de aban- dgnar nuestro insular planeta y echar raices en otro. Asimismo, nuestras explora- ciones sobre la naturaleza de la informacién han permitido, por una parte, encomendar a la electrénica la parte mds tediosa del pensamiento rutinario y, por otra, condicionar el pensamiento humano de modo que sirva a las necesi- dades de alguna élite gobernante de ideas estrechas. Estas son, por supuesto, las grandes perspectivas que afectan a la econo- mia, a la moral y a Ia sociologfa, tal como las afcctaron —cn la misma forma remota y estad{stica— la perfeccién de la caballeria, el crecimiento de las orga- nizaciones feudales, el surgimiento de la economia monetaria. Pero, a diferencia de estos procesos del pasado, que apenas rozaban los objetos de Ja vida diaria, la jerarquia de la familia y Ja estructura de las relaciones sociales, las revolucio- nes técnicas de nuestro tiempo nos sacuden con fuerza infinitamente mayor, pues también revolucionan visible y audiblemente las pequefias cosas de la vida cotidiana. El hombre que ain no posee una afeitadora eléctrica, al menos en el mundo occidentalizado, puede hoy extraer algin producto antes inconcebible —como por ejemplo una crema de afeitar preparada en forma de aerosol— de un recipiente a presidén, también sin precedentes en el pasado, y aceptar con ecua- nimidad el lujo de arrojar a la basura, todos los dias, instrumentos cortantes que generaciones anteriores hubicran cuidado durante afios enteros. El ama de casa que no posee una lavadora, extrae un detergente sintético de un envase de plistico sintético y lo aplica a tejidos sintéticos cuya calidad y comportamiento 1 relegan a mera trivialidad los secretos celosamente guatdados de la seda. El adolescente repantigado en un sillén con su receptor de transistores y circuito impreso, 0 con su tocadiscos portétil, escucha una mtsica literalmente inexisten- te antes de ser grabada en cinta magnética, reproducida con un nivel de calidad imposible de lograr hace diez afios a ningtin precio. Y el automédvil comin de hoy, deslizéndose sobre caminos especialmente creados para él, suministra un transporte més suntuoso, en vehiculos més opulentos, que el jamds sofiado por emperador alguno desde el vaivén de su palanquin. Numerosos adelantos técnicos han contribuido a esta revolucién domésti- ca, pero la mayorfa de ellos incide sobre nosotros en forma de méquinas pe- quefias: maquinillas de afeitar, cortadores y secadores de cabello; radio, teléfono. fonégrafo, grabador magnctofénico y televisién; batidoras, molinillos, caccrolas automiticas, lavadoras, neveras, aspiradoras eléctricas, enceradoras... El ama de casa dispone hoy, en general, de mayor potencia eléctrica que un obrero industrial a comienzos de siglo. En tal sentido entendemos la expresién «vivir en la Era de la Méquina». Durante casi un siglo y medio hemos vivido una Era Industrial, y con la actual revolucién en los mecanismos de control, quizds estemos entrando en una Segunda Era Industrial. Pero ya hemos entrado en Ia Segunda Era de la Méquina, la era de la electrénica en el hogar y de los productos quimicos sintéticos, y podemos mirar como periodo del pasado a la Primera Era de la Maquina, la era de la energia transmitida por medio de redes eléctricas y de la reduccién de las méquinas a la escala humana. Aunque las mas tempranas manifestaciones de esa Primera Era de la Méquina aparecieron con la disponibilidad del gas de hulla para la iluminacién y Ia calefaccidn, el elemento destinado a producir Iuz y calor fue siempre, como Jo era desde la Edad de la Piedra, una llama. La distribucién eléctrica significé en este terreno una alteracién decisiva, una de las més decisivas en la historia de la tecnologia doméstica, Ademds, introdujo en el hogar la maquinaria pe- quefia, al alcance del control femenino, sobre todo la aspiradora eléctrica. La electrotecnia produjo también el teléfono y por primera vez la comunicacién doméstica y social dejé de depender de mensajes escritos 0 recordados. La mé- quina portétil de escribir puso una mdquina en manos de los poetas; los primeros graméfonos hicieron de la misica un servicio doméstico, ya no una ceremonia social. Todos estos artefactos conviven con nosotros en la Segunda Era de la Miéquina, complementados y mejorados por los adelantos tecnolgicos més recientes, pero entre ambas ¢pocas existe una diferencia no sdlo cuantitativa. Hoy, los métodos altamente desarrollados de produccién en masa han extendido dispositivos electrénicos y productos quimicos sintéticos a amplios estratos de Ja sociedad; la televisién, simbolo de esta Segunda Era de la Méquina, se ha convertido en medio de comunicacién de masas, en distribuidor de entreteni- miento popular. Antes, en cambio, sélo el cinematdgrafo estaba al alcance de 12 un ptblico amplio, cuya vida doméstica quedaba —por lo demds— prictica- mente intacta frente a la revolucién tecnolégica; la Primera Era de la Maquina hizo su méximo impacto en hogares de la alta clase media, hogares cuyos medios les permitian adquirir elementos nuevos, convenientes y costosos, que colabora- ban a una vida més grata; hogares productores de arquitectos, pintores, poetas, periodistas, creadores de los mitos y simbolos mediante los cuales toda cultura se reconoce a sf misma. Asi, por ejemplo, la maquina simbdlica de la Primera Era, el automdvil, Ilegé a manos de una élite, no de Jas masas. El automdvil fue algo més que un stmbolo de poder; para la mayor parte de esa élite, fue también el capri- choso sabor de un nuevo tipo de poder.' Una de las curiosidades poco comen- tadas de comienzos de la Era Industrial es el hecho de que, pese a depender totalmente de la energia mecdnica, pocos integrantes de la élite —si acaso al- guno— ejercieron en forma personal el control de esa energia. Podian comprar su uso con dinero y viajar en los grandes barcos y en los famosos trenes expresos, pero no se ensuciaban las manos con los aparatos de control. Eso que- 1. Ningin escritor de la época expresé este aspecto del automovilismo mejor que John Davidson, quimico y periodista escocés, muerto en 1909. Davidson lo contrapuso @ la expe riencia colectiva de un viaje en ferrocarril, en un poema péstumo titulado The Testament o} Sir Simon Simplex Concerning Automobilism; los versos que siguen son tipicos del poema: Class, mass and mob for fifty years and more Had all to travel in the jangling roar Of railways, the nomadic caravan That stifled individual mind in man, Till automobilism arose at last! And things that socialism supposed extinct, Degree, nobility and noble strife, A form, a style, a privacy in life Will re-appear; and, crowning nature's plan The individual and the gentleman In England reassume bis lawful place... (Clases, masas y multitudes durante més de cincuenta afios tuvieron que visjar entre el rugido discordante de los ferrocarriles, 1a caravana némada que sofoca la mente individual del hombre, ihasta que el automovilismo al fin lleg6! Y las cosas que el socialismo creyé extintas, el grado, la nobleza y noble lid, una forma, un estilo y una vida privada, reaparecerén; y coronando el plan de la naturaleza el individuo y el caballero volverin a ocupar en Inglaterra su legitimo lugar...) 13

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