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os 219 ~ EI ladron de ladrones Un dia se sentaron ante una pobre casa un viejo con su mujer para descansar un poco del trabajo. De pronto aparecié un lujoso cartuaje tirado por cuatro caballos negros, del que se bajé un se fior ricamente vestido El campesino se levanté, se acercé al sefior y le pregunté qué deseaba y en qué podia servirle. El forastero le dio la mano y le dijo —No deseo mas que probat una comida campesina. Prepa- radme patatas como las que acostumbrais a comer vosotros: me sentaré con vosotros a la mesa y las comeré con gusto. El campesino se ti y dijo: ~Sois un conde 9 in principe @ incluso wn duque; la gente noble tiene a veces tales caprichos. Vuestro deseo sera cumplido. La mujer se fue a la cocina y comenz6 a lavar patatas y a ra llatlas, porque queria preparar con ellas albéndigas como las que comen los campesinos. Mientras ella estaba trabajando, el campe sino le dijo al forastero: —Venid entretanto conmigo al jardin de la casa, donde toda- via tengo algo que hacer. En el jardin habia cavado hoyos y ahora iba a plantar étboles en ellos —£No tenéis ningin hijo que os ayude en ef trabajo? —pre- gunté el extranjero. No —contesté el campesino—. La verdad es que tuve un hijo —afladié—, pero se fue hace ya mucho tiempo por el mun- do. Era un joven discolo, listo y agudo, pero no queria aprender nada y no hacia més que travesuras; por fin se marché y, desde entonces, no sé nada de él EI viejo cogié un arbolito, lo planté en un aguiero y clavé una estaca al lado; cuando ya lo habia rodeado de tierra y lo tenia bien sujeto con una cuerda, até el tronco fuertemente a la estaca por abajo, por arriba y por el centro. Pero dime —dijo el sefior—. Por qué no atas también a una estaca ese arbol torcido y nudoso de la esquina, que casi se inclina hasta el suelo, para que crezca derecho El viejo sonrié y dijo: —Seiior, habléis como sabéis; pero bien se ve que no os ha- béis ocupado nunca de jardineria. Ese arbol es viejo yestdendu. recido y nadie lo puede ya enderezar: a los Arboles hay que ende- rezarlos cuando son jévenes. Cuentos de nifios y del hogar —Es el caso de tu hijo —dijo el forastero—. Si lo hubieras en- derezado cuando era joven. no se hubiera ido; ahora se habra he- cho ya viejo y duro. —Naturalmente —contesté el anciano—. Ya hace mucho tiempo y habra cambiado. —<éLo reconocerias si lo vieras ahora? Por la cara, lo dudo —contesté el anciano—. Pero tiene en la espalda un lunar en forma de judia. Al ofr esto, el forastero se quits la chaqueta, se descubrié el hombro y le enseiié al campesino la judia. —iDios mio! —dijo el anciano—. Td eres en verdad mi hijo. Y el carifio por su hijo se desperté en su corazén. —Pero —aiiadi6—, ccdmo puedes ser ti mi hijo? Eres un ¥ gran sefior y vives en la riqueza y en la abundancia. éA donde has ido a parar? —iAy, padre! —respondié el hijo—. El joven Arbol no fue ata- do a ninguna estaca y ha crecido torcido; ahora ya es muy mayor y no podra enderezarse. éQue cémo he conseguido todo esto? Muy sencillo: soy ladrén. Pero no te asustes: soy ladrén de ladro- nes. Para mi no hay cerraduras ni cerrojos seguros: lo que me apetece es mio. Y no creas que robo como un vulgar ladron: yo s6lo cojo lo que les sobra a los ricos. La gente pobie esta segura. y yo con gusto les doy a ellos algo antes que quitarles nada. Es decir, todo lo que puedo coger sin esfuerzo, astucia y habilidad. eso no lo toc —Ay, hijo mio dijo el padre—, no me gusta nada: un la drén es siempre un ladrén y te digo que eso no acabara bien. Lo llevé ante su madre y. al ofr que era su hijo. lloré de ale grfa: pero. cuando le dijo que se habia hecho ladrén de ladrones, dos enormes ldgrimas le cayeron por la cara. Finalmente dijo: —Aunque sea un ladrdn. sigue siendo mi hijo. y mis ojos lo han visto una vez mas. Se sentaron a la mesa, y él comié con sus padres la pobre co mida que hacia tiempo que no habia comido. El padre dijo: —Si nuestro sefior en el castillo se entera de quién eres y lo que haces, desde luego que no te tomara en brazos y te mecera. como hizo cuando te sostuvo en la pila del bautismo. sino que de- jar que te columpies en la cuerda de la horca. —No te preocupes, padre mio: él no me hard nada. pues yo f entiendo mi oficio. Y voy a ir hoy mismo a verlo. Cuando se acercé la noche, el ladrén se subié en su catruaje y se dirigié al palacio. “221 El ladron de ladrones El conde lo recibié con amabilidad, porque !o tuvo por un ele- gante sefior. Pero cuando el extranjero se dio a conocer, se callé durante un tiempo, Finalmente dijo: —TG eres mi ahijado. por eso haré valer la gracia en lugar del derecho y seré tolerante contigo. Como te precias de ser ladrén de ladrones. quiero poner a prueba tu arte; pero si no fa superas, haré que celebres tu boda con la hija del cordelero *, y el grufiido de los cuervos sera tu musica —Sefior conde —contesté el maestro—, pensad tres pruebas todo lo dificiles que querdis. El conde medité durante unos momentos y dijo: —Bien, en primer lugar tendrés que robarme el caballo del \ establo: luego quitarnos a mi y a mi esposa la saébana de debajo del cuerpo mientras dormimos, sin que lo notemos, a la vez que la alianza de mi esposa; y en tercer lugar tienes que sacarme al parroco y al sacristan de la iglesia, pero ten bien en cuenta que con esto te juegas la vida. El ladrén se fue a la ciudad mds préxima. Alli le compré a una campesina mayor sus vestidos y se los puso, luego se pinté la cara de marrén y se pint también arrugas. de modo que no lo hubiera reconocido nadie. Finalmente llené un cubete con vino de Hungria reciente, en el cual habia mezclado un fuerte bebedizo para dormir. Colocé el cubete en una cesta. se lo eché a la espal da y fue con pasos vacilantes y tambaleantes al palacio del conde Ya era de noche cuando llega: se senté en el patio en una pie- dra, comenz6 a toser como si estuviera enferma del pecho y se frotaba las manos como si tuviera frio. Ante la puerta del establo de los caballos estaban los soldados alrededor del fuego; uno de ellos se dio cuenta de la presencia de la mujer y grité: —Acéreate, abuelita, y caliéntate con nosotros. Ta no tienes donde pasar la noche y tomas el primer lugar que encuentras al paso, La anciana se acercé dando pasitos, pidié que le quitaran la cesta de la espalda y se senté con ellos junto al fuego. —ZEh, vieja, qué tienes ahi? —pregunt6 uno. —-Un buen trago de vino —-contesté ella—. Yo vivo del nego: cio: por dinero y buenas palabras os daré con gusto un vaso. —Bien, trae —dijo el soldado; y, cuando hubo bebido un "Es decir, con la horea -“s Cuentos de nifios y del hogar vaso, afiadié—: Pues si que es bueno el vino; beberé con gusto un vaso mas. Se dejé llenar el vaso una vez mas y los otros siguieron su ejemplo. —Eh, camaradas —grité a los que estaban sentados en el es tablo—, aqui hay una vieja que tiene vino tan viejo como ella misma; echaos también un trago, que eso os calentara el est6ma- go mejor que el fuego. La vieja llev6 el cubete al establo. Uno estaba sentado en el caballo ensillado, otro tenia la brida en la mano y el tercero le ha- bia cogido por el rabo. Ella sirvié todo lo que se le pidis hasta que se acabé la fuente. Poco tiempo después, a uno se le cayé la brida de la mano, se ' desplomé y comenz6 a roncar; el otro solté el rabo y roncé toda via més fuerte: el que estaba sentado en la silla de montar se do- bid con la cabeza casi hasta el cuello del caballo, dormia y sopla- ba con, la boca como el fuelle de un herrero, Los soldados de afuera se habian dormido hacia ya tiempo y estaban tirados por el suelo y tan inméviles como si fueran de piedra. Cuando el ladrén de ladrones vio que todo le habia salido bien, al uno, en vez de brida, le puso una cuerda en la mano, y al otro, que habia sosteni- do el rabo. un estropajo. éPero qué hacer con el que estaba sen tado en la silla de montar? Tirarlo no queria, pues se hubiera des. pertado y provocado un buen alboroto. Pero tuvo una buena idea: desaté la cincha. até a la silla un par de cuerdas que colga. ban de los aros en la pared y elevé al caballeto dormido con la si lla y todo a las alturas; luego enrollé las cuerdas en el poste y lo até. Desaté rapidamente al caballo de Ja cadena y, para no hacer ruido en el pavimento de piedra del patio que pudiera oirse en el castillo, le envolvié las herraduras con trapos viejos. lo sacé con precaucién, se monté en él y salié de alli. Cuando despunté el dia, salt6 el ladrén sobre el caballo roba- do en direccién al palacio. El conde acababa de levantarse y esta ba mirando por la ventana. —Buenos dias, sefior conde —le grité—. Aqui esta el caballo que he tenido la suerte de sacar del establo. Mirad lo tranquilos y felices que duermen vuestros soldados y, si queréis ir al establo, veréis lo cémodos que estan yuestros centinelas El conde se eché a reir y luego dijo Una vez te ha salido bien, pero la segunda vez no te saldra tan bien; y te prevengo: si te presentas como ladrén, serds tratado como ladrén El ladrén de ladrones Cuando la condesa se fue por la noche a la cama. cerré fuer- temente la mano con la alianza, y el conde dijo: —Todas las puertas estan cerradas y con el cerrojo echado; yo permaneceré despierto y esperaré al ladron; si sube por la ven: tana, le dispararé El ladrén de ladvones fue en la oscuridad a la horca, descolgé. aun pobre pecador que habian ahorcado y se lo Ilevo a la espal- da al palacio. Colocé una escalera ante la ventana de la habita- cin, se eché al muerto a la espalda y empez6 a subir. Llegé arri- ba y, al asomar la cabeza del muerto, el conde, que acechaba en la cama, aparecié en la ventana y disparé una pistola contra él: rapidamente el ladrén dejo caer al pobre pecador. salté répida- mente de la escalera y se escondié en una esquina. Habia luna y estaba tan clara que el ladrén pudo ver claramente cémo e} con- de saltaba por la ventana. bajaba por la escalera y se llevaba al muerto al jardin, donde empez6 a cavar un hoyo. «Ahora —pensé el ladron— ha llegado el momento favorable.» Se desliz6 veloz desde su esquina y subi6 por la escalera al dormitorio de la condesa: Querida mujer —empezé imitando la voz del conde-. el ladrén esté muerto, pero es mi ahijado y mas un picaro que un malvado: no quiero exponerlo a la vergiienza ptiblica. pues tam- bién sus pobres padres me dan pena. Voy a enterrarlo yo mismo en el jardin antes de que sea de dia para que la cosa no se haga piiblica. Dame la sdbana para envolver el cadaver y lo enterraré como un perro. La condesa le dio la sébana —éSabes una cosa? —dijo el ladyén—. Me ha dado un ata- que de generosidad: dame el anillo y, ya que el desgraciado ha arriesgado su vida por él. que se lo lleve a la tumba Ella no queria Ilevarlé la contraria al conde y, aunque a dis- gusto, se quité el anillo del dedo y se lo dio. El ladrén se fue con las dos piezas y llego felizmente a casa, antes de que el conde hu- biera terminado con su trabajo de enterrador en el jardin. iQué cara puso el conde cuando a la majiana siguiente lleg6 e\ ladron de ladrones con la sdbana y el anillo! —iPero ti eres un brujo! éQuién te ha sacado de la tumba donde yo mismo te enterré y te ha resucitado? —-No me habéis enterrado a mf —dijo el ladrén—, sino al po- bre pecador de la horca. Le conté con todo detalle todo lo que habia sucedido, y el conde tuvo que confesar que era un ladrén listo y astuto. 223) Cuentos de nifios y del hogar —Pero todavia no hemos llegado al final —afiadic—. Aun tienes que superar la tercera prueba y, si no te sale bien. no te sal vara nadie. El ladrén se rié sin contestar. Cuando ya habia caido la noche, fue hasta la iglesia del pue- blo con un gran saco a la espalda, un paquete bajo el brazo y una linterna en la mano. En el saco lievaba cangrejos y un paquete de velas pequefias. Entré en el camposanto, sacé un cangrejo y le pegé una vela a la espalda; luego encendié la lucecita, puso el cangrejo en el suelo y lo dejé que se arrastrara. Sacé otro cangrejo del saco e hizo lo mismo, y asi prosiguié pegando velas hasta que hubo sa- cado el tiltimo cangrejo. Luego se puso una larga ttinica negra. que parecia un habito de monje, y se planté una barba gris en la barbilla. Cuando estuvo convenientemente disfrazado, cogié el saco donde habian estado los cangrejos. fue a la iglesia y se subio al pulpito; la torre de reloj daba precisamente las doce; al dar la altima campanada, grité con voz alta y estridente: —iOid, pecadores! iHa llegado el fin de todas las cosas y el jui cio final esta préximo! iOid, ofd! El que quiera venir al cielo con migo que se meta en el saco. Yo soy San Pedro, el que abre y cie- tra la puerta del cielo, iMirad cémo en el camposanto andan los muertos recogiendo sus huesos! iVenid. venid! iEntrad en el saco. que el mundo se acaba! Los gritos resonaron por todo el pueblo. El parroco y el sacris: tan, que vivian cerca de la iglesia. fueron los primeros que los oyeron y, al ver las luces, que andaban dando vueltas por el cam posanto, se dieron cuenta de que pasaba algo insdlito y entraron en la iglesia. Oyeron el sermén durante un rato. y entonces el sa ctistan le dio un codazo al parroco. diciendo: —Podriamos aprovechar la ocasién e¢ irnos juntos antes de la legada del juicio final; asf entrariamos de forma facil en el cielo. —Naturalmente, eso mismo estaba pensando yo. Si os parece podemos ponernos en camino. —Si—contesté el sacristan—. pero vos. sefior parroco. pasad delante, que yo os sigo. El parroco fue delante y subié al piilpito. donde el ladrén le abrié el saco. El p&rroco entré primero y Juego el sacristén. Rapidamente cerré el saco, lo cogid de un brazado y bajé las escaleras del piil- pito; cada vez que las cabezas de los dos estipidos daban en la escalera gritaba (2257 El ladrén de ladrones Ahora vamos por las montafias. Luego los Ilev de la misma manera por el pueblo y, cuando llegaban a los charcos. decia: Ahora pasamos por las htimedas nubes. Finalmente, cuando subia la escalera del palacio, gritaba de esta manera: ~—Ahora estamos en la escalera del cielo y pronto estaremos en el patio, Al llegar arriba eché el saco en el palomar. Como las palomas empezaron a revolotear, dijo: —-Oid cémo se alegran los angeles y mueven las alas. Luego eché el cerrojo y se marché. A la mafiana siguiente fue a ver al conde y le dijo que habia superado también la tercera prueba, pues habia sacado al cura y y al sacristan de la iglesia. Dénde los has dejado? —pregunté el sefior Estén metidos en un saco ahi arriba, en el palomar, y creen que estan en el cielo. El conde subié él mismo y se convencié de que habia dicho la verdad. Cuando hubo liberado al parroco y al sacristén de la prisién, dijo —Ciertamente eres un ladron de ladrones y has ganado. Por esta vez sales sano y salvo, pero espabila y sal de mi pais, pues si vuelves a pisarlo, puedes contar con tu subida a la horca. E} ladrén de ladrones se despidié de sus padres, se fue por el ancho mundo y nadie ha sabido mas de él.

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