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Los pingtiinos del sefior Popper NOMBRE: MIRANDA URBAN SOLANO GRADO: 3° “A” MATERIA: LIBRO DE LECTURA EDUCACION INTEGRAL MAESTRA: —_ MISS CECILIA SALAZAR CONTRERAS con CaLipap HUMANA pingilinos sehor Popper ichard y Florence Atwater Ilustraciones de Robert Lawson Traduccién de Olga Martin y Paula Botero Norma www.librerianorma.com Bogota, Buenos Aires, Caracas, Guatemala, Lima, México, Panama, Quito, San José, San Juan, Santiago de Chile Aviator, Hichand, 1892-1948 Low pltugtinos del sefor Popper / Richard Atwater, Mla Atwater; ilustudor Robert Lawson. -- Bogota : Grupo Editorial N win, 10 184 p.: il; 20.cm. -- (Coleccién Torre de Papel. Torte Haga ISBN 978-958-45-3517-7 1, Cuentos infantiles estadounidenses 2, Pingiinos « Coeitow infantiles 3. Historias de aventuras L. Avwater, Florence, 1896-1970 I sven Robert, il. IIL Tit. IV. Serie. 1813.4 ed 21 ed. A1297769 CEP-Banco de la Repiblica-Biblioteca Luis Angel Arango Titulo original: Mr. Popper's Penguins © 1938, Richard y Florence Atwa ter Capitulo I é © 2011, Editorial Norma S.A., para América Latina Stillwater Avenida Eldorado No. 90-10. ii IL Esta edicién fue publicada en acuerdo con Capitulo : 17 Little, Brown and Company, New York, La voz en el aire New York, EE.UU. Todos los derechos reservados. i Prohibida la reproduccié: H Id bi eapiode TT 25 rohibida la reproduccién total o parcial de esta obra, - por cualquier medio, sin permiso escrito de la editorial. Fuera del Antartico Impreso en México — Printed in Mexico Capitulo IV 35 Impreso por Cargraphics, S.A. de CVs itan Cook Primera impresién México, octubre 2012 El Capitan www librerianorma.com Capitulo WY Pan Leni 45 con un pingiiino Tlustracién de cubierta: Robert Lawson Problemas Disefio de cubierta: Paula Andrea Gutiérrez 4 Diagramacién: Andrea Rincon Granados Capitulo VI 53 Mas problemas CC. 26001680 ISBN: 978-958-45-3517-7 Ree Capftulo VII El Capitan Cook hace un nido Capitulo VIII El paseo del pingiiino Capitulo Ix En la barberia Capitulo X Sombras Capitulo XI Greta Capitulo XII Mas bocas que alimentar Capitulo XII Preocupaciones econémicas Capitulo XIV El sefior Greenbaum Capitulo XV Los Prodigiosos Pingitinos Popper Capitulo XVI De gira Capitulo XVII Fama 61 \ Be abel 153 69 1 Ie Dake 163 719 a Popper 173 85 91 99 109 115 123 135 145 a ne ee een ee eee Capitulo I Stillwater ra una tarde de finales de sep- tiembre. En la pequefia y agta- dable ciudad de Stillwater, el sefior Popper, pintor de casas, volvia a casa del trabajo. Llevaba sus baldes, sus es- caleras y sus listones, por lo que avan- zaba con bastante dificultad. Estaba salpicado de pintura y cal, y del pelo y del bigote le colgaban pedacitos de pa- pel tapiz, pues era un hombre mas bien desalifiado. h Los nifios que estaban jugando le- vantaban la mirada para sonrefrle cuando pasaba, y al verlo, las amas de casa decian: “Ay, Dios, tengo que acordarme de pedirle que me pinte la casa en primavera”. Nadie sabia qué pasaba por la cabeza del sefior Popper, y nadie imaginé que un dia se convertiria en la persona més famosa de Stillwater. Era un sofiador. Incluso cuando esta- ba ocupadisimo alisando el pegamento del papel tapiz, o pintando los exterio- res de las casas de otras personas, solia olvidarse de lo que estaba haciendo. Una vez, pinté tres lados de una coci- na de verde, y el otro de amarillo. La duefia de casa, en lugar de enojarse con él y pedirle que repitiera el traba- jo, habia quedado tan contenta que le habia pedido que lo dejara asi. Y al ver su cocina, las otras sefioras también la admiraban, de manera que, poco después, todo el mundo en Stillwater tenfa la cocina pintada de dos colores. La raz6n por la que el sefior Popper era tan distrafdo era porque siempre estaba sofiando con paises lejanos. Nunca habia salido de Stillwater. Pero no era infeliz. Tenia su casita, propia y agradable, y dos hijos, llamados Janie y Bill. Aun asf habria sido genial, pen- saba con frecuencia, si hubiera podido andar un poco el mundo antes de co- nocer ala sefiora Popper y echar raices. Nunca habja cazado tigres en la India it WM aveendido a la cima del Himalaya iil bueeado en busca de perlas en los mares del sur. Pero, sobre todo, nunca habfa visto los Polos. Eso era lo que mas lamentaba. Nun- ca habia visto esas blancas extensiones brillantes de hielo y nieve. Cudnto le habria gustado ser un cientifico, en vez de un: pintor de casas en Stillwater, para poder participar de las grandes ex- pediciones a los puntos mas septentrio- nales y australes de la Tierra. Y como no podia ir a los Polos, siempre estaba pensando en ellos. Cada vez que ofa que una pelicula sobre estas regiones habia llegado a la ciudad, era el primero en la fila de la bo- leteria, ycon frecuencia se las veia hasta tres veces. Cada vez que a la biblioteca ptblica legaba un nuevo libro sobre el Artico o el Antértico —el Polo Norte y el Polo Sur—, el sefor Popper era el primero en pedirlo prestado. De hecho, habia leido tanto acerca de los explora- dores polares, que podfa nombrarlos a todos y contar lo que habia hecho cada uno. Era toda una autoridad en la ma- teria. De todos los momentos del dfa, el que més le gustaba era la noche. En- tonces podia sentarse en su casa y leer acerca de esas regiones en la parte su- perior e inferior de la Tierra. Mientras lefa, tomaba en sus manos un peque- fio globo terrdqueo que Janie y Bill le habian regalado la Navidad anterior y buscaba el lugar exacto sobre el que es- taba leyendo. Y ahora, mientras recorria las calles camino a casa, estaba contento porque el dia habia terminado y porque era fi- nales de septiembre. Cuando Ilegé a la cerca de la pulcra casita ntimero 432 dela Avenida Proud- foot, entrd. wi —Bueno, amada mia dijo mien- tras ponia sus baldes' y escaleras y lis- tones en el piso, y lé’daba un beso a la sefiora Popper—, la temporada de de- coracién ha terminado. Ya pinté todas las cocinas de Stillwater y empapelé todos los cuartos en el nuevo edificio 3, 14 de apartamentos de la Calle Elm. No volveré a tener trabajo hasta la prima- vera, cuando la gente quiera pintar sus casas otra vez. La sefiora Popper suspiré. —A veces desearia que tuvieras uno de esos trabajos que duran todo el afto, y no solo desde la primavera hasta el otofio —dijo—. Sera muy bueno te- nerte en casa durante tus vacaciones, claro, pero es un poco dificil barrer con un hombre que se la pasa todo el dia leyendo. —Podria decorarte la casa. —iEso si que no! —dijo la sefiora Popper con firmeza—. El afio pasado pintaste el bafio cuatro veces porque no tenfas nada mas que hacer, creo que ya fue suficiente. Pero lo que me pteocu- paes el dinero. He ahorrado un poco, y supongo que alcanzaré para que nos las arreglemos como lo hemos hecho otros inviernos. De ahora en adelante, nada de rosbif y nada de helado, ni siquiera los domingos. —iTendremos que comer frijoles todos los dias? —preguntaron Janie y Bill, que venfan de jugar afuera. i —Me temo que si —dijo la sefiora Popper—. Ahora vayan a lavarse las manos que vamos comer. Y Papa, guar- da todas esas pinturas, pues no vas a necesitarlas por un buen tiempo. 15 Capitulo II La voz en el aire sa noche, después de acostar a los pequefios Popper, el se- | fior y la sefiora Popper se pu- sieron cémodos para disfrutar de una noche larga y tranqui- la. La prolija sala de la casa namero 432 de la Avenida Proudfoot era muy parecida a todas las otras salas de Stillwater, salvo por las fotos de la National Geographic que colgaban de sus paredes. La sefiora Popper retomé su te- jido mientras el sefior Popper sacaba su pipa, su libro y su globo. De Vex en cuando, la sefiora Popper dojaba eseapar un suspiro, pues pensaba en el largo invierno que se avecina- hia. /Tendrfan suficientes frijoles?, se preguntaba. Pero el sefior Popper no estaba preocupado. Mientras se ponia las ga- fas, se sentia bastante complacido ante la perspectiva de pasar un invierno en- tero leyendo gufas de viaje, sin ningtin trabajo que lo interrumpiera. Puso el globo terraqueo a su lado y empez6 a leer. —iQué estas leyendo? —pregunté la sefiora Popper. —Un libro titulado Aventuras antarti- cas. Es muy interesante. Habla de todas las personas que han ido al Polo Sur y de lo que han encontrado alli. —Nunca te cansas de leer sobre el Polo Sur? —No, no me canso. Claro que me gustaria mucho mas ir que leer sobre él. Pero como no puedo ir, esta es la mejor opcién que tengo. —Yo pienso que eso allé debe de ser muy aburrido —dijo la sefiora Popper—. Suena muy gris y frio, con todo ese hielo y esa nieve. —No, no —respondié el sefior Popper—. No pensarfas eso si hubie- ras ido conmigo al Cine Bijou a ver las peliculas de la Expedicién Drake el afo pasado. —Bueno, pues no fui, y no creo que ninguno de nosotros vaya a tener di- nero para ir al cine ahora —respondid la sefora Popper, un poco dura. No era para nada una mujer insoportable, pero se enfadaba bastante cuando esta- ba preocupada por el dinero. —Si hubieras ido, amada mia —siguid el sefior Popper—, habrias visto lo hermoso que es el Antértico. Pero creo que lo més simpatico de todo son los pingiiinos. No es de extrafiar que todos los de la expedicién se la pa- saran tan bien jugando con ellos. Son las aves més graciosas del mundo. No yuelan como las otras aves. Caminan erguidas, como hombrecitos. Y cuando se cansan de caminar, simplemente se echan sobre la panza y se deslizan. Se- rfa buenfsimo tener uno de mascota. | ~ exclamé la sefio- Mimero es Bill con el (ie quiere un perro, y luego fyindo por un gatito. TY ahora fi) Tis pingtiinos! Pero no tendré Miteotie aqui adentro. Ensucian toda li Cusu, y suficiente trabajo tengo ya tritundo de mantenerla ordenada. Sin hablar de lo que cuesta alimentar a una mascota. Ademas, ya tenemos el acua- rio con los peces. —Los pingiiinos son muy inteli- gentes —continué el sefior Popper—. Escucha esto, Mama, aqui dice que cuando quieren atrapar camarones, todos se aglomeran al borde de un monticulo de hielo. Solo que no saltan de inmediato, porque puede haber al- guna foca esperando para comérselos, Entonces se amontonan y se empujan hasta que hacen caer a alguno para ver si no hay peligro. Es decir, si no se lo comen, el resto de ellos sabe que puede lanzarse sin correr ningtin riesgo. —iSanto Dios! —exclamé la sefora Popper, horrorizada—. A mf me pare- cen unas aves medio salvajes. —Es curicso —dijo el sefior Popper—: que todos los osos polares vivan en el Polo Norte y todos los pin- gitinos en el Polo Sur. Yo creo que a los pingiiinos también les gustaria vivir en el Polo Norte sisupieran cémo llegar alli. A las diez, la sefiora Popper bostezd y dejé a un lado el tejido. —Bueno, si quieres, quédate leyen- do sobre esas aves salvajes, pero yo me voy a la cama. Mafiana es jueves, 30 de septiembre, y tengo que ir a la prime- ra reunion de la Sociedad Benéfica de Mujeres Misioneras. —i30 de septiembre! —exclamé el sefor Popper, entusiasmado—. iNo es- tards diciendo que hoy es miércoles, 29 de septiembre! —iPor qué? Si, supongo que si. {Qué pasa? El sefior Popper puso a un lado el li- bro de las Aventuras antdrticas y fue a toda prisa a encender el radio. —jiQue qué pasa?! —tepitid, opri- miendo el interruptor—. Pues que es la noche en que empieza la transmisién de la Expedicién Antdrtica Drake. —Bah, eso? —dijo la sefiora Popper—. No més que un montén de hombres en el extremo sur del mundo diciendo “Hola, Mam, hola, Papa”, —iChis! —ordené el sefior Popper, acercando el ofdo al radio. Primero hubo un zumbido, y luego, de repente, una voz apagada llegé flo- tando desde el Polo Sur hasta la sala de los Popper. “Habla el almirante Drake, Hola, Mami. Hola, Papd. Hola, sefior Popper”. —IDios Santo! —exclamé la se- fora Popper—. iDijo “Hola, sefior Popper”? “Hola, sefior Popper, en Stillwater. Gracias por su amable carta sobre las fotos de nuestra tltima expedicion. Espere nuestra respuesta. Pero no por carta, sefior Popper. Espere una sorpre- sa. Fin de la transmisién”. —iLe escribiste al almirante Drake? —Si, lo hice —admitié el sefior Popper—. Le escribi y le comenté lo graciosos que me parecian los pingti- nos, —Increible —dijo la sefiora Popper, muy impresionada. : El sefior Popper alzé su globo terra- queo y encontré el Antartico. —Y pensar que me hablé desde tan lejos. Incluso menciond mi nombre. Mama, /qué crees que quisiera decir con una sorpresa? —No tengo idea —respondié la se- fiora Popper—, pero me voy a la cama. No quiero llegar tarde a la reunion de la Sociedad Benéfica de Mujeres Mi- sioneras de mafiana. 23 Capitulo III Fuera del Antartico on la emocién de que el al- mirante Drake le hablara por 1a radio y la curiosidad por el mensaje que le habfa enviado, el sefior Popper no durmié muy bien esa noche. Se sentia incapaz de esperar para descubrir qué queria decir el almirante. Y cuando lle- g6 la mafiana, casi se lamenté de no tener que ir a ninguna parte, de no te- ner casas que pintar ni cuartos que em- papelar. Eso le habria ayudado a matar el tiempo. S cambie el papel pregunté a la se- ‘Tengo bastante papel (le Me sobré de la casa del , WO quiero —dijo la sefiora 1, tesuelta—, A mi me parece ijiie el que tenemos esta perfectamen- tw bien, Hoy es la primeta reunién de Ii Sociedad Benéfica de Mujeres Mi- sloneras y no quiero tener que limpiar ningtin desorden al volver a casa. —Muy bien, amada mia —dijo el sefor Popper décilmente y se senté con su pipa, su globo y su libro de Aven- turas antarticas. Pero, por alguna razon, no lograba concentrarse en las palabras impresas. Sus pensamientos se desvia- ban una y otra vez al almirante Drake. (Qué habria querido decir con que le tenia una sorpresa? Por suerte, y para su tranquilidad mental, no tuvo que esperar mucho tiempo. Pues esa tarde, mientras la sehora Popper estaba en su reunion, y Janie y Bill no habian regresado del colegio, timbraron a la puerta. “Supongo que no ser4 més que el cartero. No me tomaré el trabajo de abrir”, se dijo a si mismo. El timbre volvié a sonar, un poco més fuerte esta vez. Entonces se diri- gid a la puerta, refunfufiando para sus adentros. El que estaba alli no era el cartero. Era un hombre del servicio de mensa- jeria exprés, con la caja mds grande que el sefior Popper hubiera visto jamas. —iVive aqui alguien de apellido Popper? —Soy yo. —Muy bien, este paquete llegé por servicio exprés desde el Antartico. Ese sf que es un viaje, ino? El sefior Popper firmé el recibo y examiné la caja. Estaba toda cubierta de letreros. “DESEMPACAR DE INMEDIA- To”, decia uno. “MANTENGASE REFRIGE- RADO”, decia otro. Noté que la caja estaba perforada aqui y alla con orifi- cios para dejar pasar el aire. Tan pronto tuvo la caja dentro de la casa, el sefior Popper no tatd6é un se- gundo en traer el destornillador, pues, 27 PO alii adlivinado que esa HG WW Hpi del Almirante Drake. Ve Wali conseguido retirar las ta- Hila ile whens y parte del empaque, que PP i Cuipa de hielo seco, cuando, de pinto, del fondo de la caja de embala- We le Tog un “Ork” apagado. Se le paré w! eorazdn. El ya habia ofdo ese sonido ‘ites, ¢no? En las peliculas de la Expe- dieién Drake. Las manos le temblaban, por lo que a duras penas pudo despegar el tiltimo envoltorio. No quedaba la menor duda. Era un pingitino. El sefior Popper se quedé mudo de felicidad. Pero el pingtiino no estaba mudo en absoluto. —Ork —volvié a decir, y esta vez extendis sus aletas y salté por encima de los restos del embalaje. Era un sujeto pequeno y corpulento de unos setenta centimetros de altura. Aunque era del tamafio de un nifio, era mucho més parecido a un hombre- cito, con su chaleco liso y blanco por delinte y un largo frac negro que se J arrustraba un poco por detrds, Dos twdondeles blancos bordeaban sus ojos en su cabeza negra, que gird de un lado i otro para observar al sefior Popper, primero con un ojo, luego con el otro. El sefior Popper habia leido que los pingilinos son extremadamente curio- 808, y pronto comprob6 que esto era cierto, pues el visitante apreté el paso y empez6 a inspeccionar la casa. Salié por el corredor rumbo a los cuartos, con su caminadito extrafio y presun- tuoso. Y cuando entré al bafio, miré alrededor con una expresi6n de alegria en el rostro. “Puede ser—pens6 el sefior Popper— que todos estos azulejos blancos le re- cuerden el hielo y la nieve del Polo Sur. Pobrecito, tal vez tenga sed”. Entonees empez6 a Ilenat cuidado- samenite la bafiera con agua frfa. Esto era un poco dificil, pues el curioso per- sonajito no dejaba de atravesarse, tra- tando de morder la llave con su pico rojo afilado. Pero finalmente consiguid llenarla toda. Como el pingtiino seguia inspecciondndolo todo, el sefior Popper lo agarré y lo eché al agua. Al pingiiino no parecié molestarle. —Timido no eres, eso esté claro —dijo el sefior Popper—. Supongo que ya te habraés acostumbrado un poco a jugar con los exploradores del Polo. Cuando pens6 que el pingiiino ya es- taba harto del bafio, sacé el tapén del desagtie. Y estaba preguntandose qué hacer a continuacién cuando Janie y Bill llegaron del colegio y entraron co- rriendo. —Papa —gritaron al unisono desde la puerta del bafio—. (Qué es eso? —Un pingiiino del Polo Sur que me envio el almirante Drake. —iMiren! —dijo Bill—. Esta mar- chando. El pingiiino, en efecto, estaba mar- chando contentisimo. Desfilaba de un lado al otro dentro de la bafiera, ha- ciendo pequefios gestos de asentimien- to con su magnifica cabeza negra. A veces parecfa estar contando los pasos 31 que daba: seis pasos a lo largo, dos pa- 404 4 lo ancho, otros seis pasos a lo lar- #0, y dos més a lo ancho. —Da pasos muy pequefios para ser un ave tan grande. —Y miren cémo se le arrastra el abri- guito negro. Casi parece como si le que- dara demasiado grande —dijo Janie. Pero el pingiiino estaba cansado de marchar. Esta vez, al llegar al final de la bafiera, decidié saltar sobre la curva resbalosa. Luego se dio la vuelta y se desliz6 en tobogan sobre su panza blan- ca con las aletas extendidas. Entonces ellos pudieron ver que las aletas eran negras por encima, como las mangas de un frac, y blancas por debajo. —jGuk! jGuk! —dijo el pingiino, ensayando su nuevo juego una y otra vez. —iCémo se llama, Papé? —pregun- té Janie. ee —jGuk! jGuk! —dijo el pingitino, deslizindose una vez mas sobre su pan- za blanca brillante. —Suena como “Cook”, 0 algo asi —dijo el sefior Popper—. iClaro! Le pondremos Cook, Capitan Cook. 33 Capitulo IV is El Capitan Cook —pregunt6 la sefiora Poppet, que habfa entrado tan silen- ciosamente que ninguno de ellos la habia ofdo. —Pues al pingiiino —res- pondié el sefior Popper—. Estaba di- ciéndoles —continud después de que la sefiora Popper se sentara en el piso para recuperarse de la sorpresa— que podrfamos ponerle el nombre del Capi- tan Cook, un famoso explorador inglés que vivid por la época de la Revolucién 36 de los Estados Unidos. Navegé por lu- gares a los que nadie habia ido antes. No Ilegé hasta el Polo Sur, claro, pero hizo muchos descubrimientos cientifi- cos importantes acerca de las regiones antarticas. Era un hombre valiente y un lider bondadoso. Asi que creo que Capitan Cook seria un nombre muy adecuado para este pingiiino nuestro. —Es en serio? —dijo la sefiora Popper. —iGork! —dijo el Capitén Cook, que habia vuelto a animarse de repen- te. Agitando las aletas, brincéd de la ba- fiera al lavamanos y se quedé alli un momento, mirando hacia abajo. Luego salté al suelo, camin6 hacia la sefiora Popper y empez6 a picotearle el tobillo. —iDetenlo, Papa! —grité la sefiora Popper, batiéndose en retirada hacia el corredor. El Capitan Cook iba detrés, seguido a su vez por el sefior Popper y los nifios. Ella se detuvo en la sala. Y lo mismo hizo el Capitan Cook, pues habia quedado encantado con la habi- tacion. Es cierto que un pingilino se ve muy extrafio en medio de una sala, pero una sala también le parece muy extra: fia a un pingilino. Ni siquiera la sefiora Popper pudo evitar sonrefr al ver el ois Ilo de curiosidad en los ojos redondos y extticos del Capitan Cook, con su frac negro arrastrandose por detras de sus patitas rosdceas mientras iba de un sillén al otro, picotedéndolos para ver de qué estaban hechos. Luego se vol- teé de pronto y salié marchando hacia la cocina. ‘ — Tal vez tenga hambre —dijo Janie. El Capitan Cook se dirigié hacia el refrigerador de inmediato. —{Gork? —pregunt6, se dio la vuelta y ladeé la cabeza timidamente, lanzan- dole una mirada suplicante a la sefiora Popper con su ojo derecho. —No puede negarse que es tierno —dijo ella—. Supongo que tendré que perdonarlo por morderme el tobillo. Quiz4 solo lo haya hecho por curiosi- dad. Como sea, es un ave linda y pare- ce ser aseada. —Ork? —insistié el pingitino, mor- disqueando la manija de la puerta del reftigerador con su pico alargado. El sefior Popper le abrié la puerta, y el Capitan Cook se empiné e incli- né su cabeza negra, lisa y brillante para ver en su interior. Ahora que el sefior Popper no trabajarfa hasta después de que terminara el invierno, el refrigera- dor no estaba tan Ileno como de cos- tumbre, pero el pingtiino no Io sabia. —iQué crees que le guste comer? —pregunté la sefiora Popper. —Veamos —dijo el sefior Popper, mientras sacaba toda la comida y la 40 ponia sobre la mesa de la cocina—. Muy bien, Capitan Cook, échale un vistazo. El pingtiino salté a una silla y de alli al borde de la mesa, batiendo nue- vamente las aletas para recuperar el equilibrio. Después caminé con aire so- lemne alrededor de la mesa y por entre los platos de comida, inspecciondndolo todo con el mayor interés, pero sin to- car nada. Hasta que se quedd quieto finalmente, muy erguido, alzé el pico para apuntar hacia techo y emitié un sonido fuerte, casi como un ronroneo. —O-rrrrh, orth —gorjed. —Eso, en lenguaje pingitino, quiere decir que esté muy contento —dijo el sefior Popper, que lo habia lefdo en sus libros sobre el Antartico. Pero, al parecer, lo que el Capitan Cook querfa expresar era lo mucho que le alegraba su amabilidad, no tan- to la comida. Entonces, para sorpresa de todos, salté al piso y camino hacia el comedor. —Ya sé —dijo el sefior Popper—. Deberiamos conseguir mariscos, cama- rones enlatados, 0 algo asi. O quiza no tenga hambre todavia. He leido que los pingtiinos pueden pasar un mes sin co- ease Mama, Pap4! —erité Bill—. Ven- gan a ver lo que hizo el Capitan Cook. El Capitan Cook la habia hecho buena. Habja descubierto la pecera so- bre el alféizar del comedor. Y cuando la sefiora Popper se lanz6 para apartarlo de un tirdn, ya se habia tragado al vilti- mo de los pececitos de colores. —iPingitino malo, malo! —lo rega- f6 la sefiora Popper, fulmindndolo con la mirada. El Capitdn Cook agaché la cabeza con aire de culpabilidad, tratando de verse mds pequefio. —Sabe que ha hecho algo malo —dijo el sefior Popper—. iNo les pare- inteligente? 7 Tal Or enaes educarlo—dijola sefiora Popper—. Capitan malo, deso- bediente —le dijo, alzando la vor—. Los pececitos no se comen. —Y le dio una palmada en su cabeza negra y Te- donda. 41 Antes de que pudiera darle otra pal- mada, el Capitan Cook caminé a toda prisa hacia la cocina, contonedndose como un pato. Alli, los Popper lo encontraron tra- tando de esconderse en el refrigerador que atin estaba abierto. Estaba dgichn- do debajo de la bandeja del hielo, don- de a duras penas podfa entrar y solo cabia sentado. Los mitaba misteriosa- mente con sus ojos de redondel blan- co desde la penumbra del interior del congelador. —Creo que esa es m4s 0 menos la temperatura adecuada para él —dijo el sefior Popper—. Podriamos dejarlo dormir ahi por la noche. —iPero dénde pondré la comida? —pregunté la sefiora Popper. —Creo que podriamos comprar otro refrigerador para la comida —dijo el sefior Popper. —Miren —dij ie— oe jo Janie—. Se quedd El sefior Popper puso el interruptor del control de temperatura en la posi- cién mas fria para que el Capitan Cook pudiera dormir més cémodamente. Luego dejé la puerta entreabierta, de manera que el pingiiino tuviera sufi- ciente aire fresco para respirar. —Majiana Ilamaré al servicio téc- nico de frigorfficos y pediré que man- den a alguien que le haga unos orificios a la puerta, para que le entre el aire —dijo—. Luego podemos poner una manija por dentro de la puerta; asi el Capitan Cook podra entrar y salir de su refrigerador cuando quiera. —iVaya por Dios! iNunca pensé que fuéramos a tener a un. pingtiino de mascota! —dijo la sefiora Poppetr—. Pero en general se porta bastante bien, yes tan lindo y limpio, que quiz4 sea un buen ejemplo para ti y para los nifios. Y ahora propongo que nos pongamos manos a la obra. No hemos hecho mas que mirar al ave. Papa, ime ayudas a llevar los frijoles a la mesa, por favor? __En un segundo —respondié el se- fior Popper—. Se me acaba de ocurrir que el Capitan Cook no se sentir bien sobre la superficie del congelador. Los pingitinos hacen sus nidos con guijarros 43 y piedras. Asf que simplemente sacaré unos cubos de hielo de la bandeja y se los pondré dehajo. De esa forma, estard mds cémodo. 44 pee ee he Capitulo V Problemas con un pingilino 1 dia siguiente fue bastante agitado en la casa ntimero 432 de la Avenida Proudfoot. Pri- mero, fue el hombre del ser- vicio técnico de frigorificos, después el policia y luego el problema con el permiso. El Capitan Cook estaba en el cuarto de los nifios, mirando a Janie y a Bill armar un rompecabezas sobre el piso. Habja aprendido a no tocar las piezas después de que Bill le diera una palma- da por comerse una, y no oyé cuando N el hombre del servicio técnico tocé a la puerta trasera. La sefiora Popper habia salido a comprar camarones enlatados para el pingiiino, de modo que el sefior Popper estaba solo en la cocina y debia expli- carle al empleado lo que queria que le hiciera al refrigerador. El técnico de frigorificos puso su bolsa de herramientas en el piso de la cocina, miré el refrigerador y luego al sefior Popper, quien, a decir verdad, no se habfa afeitado atin y estaba un poco desarreglado. —Sefior —dijo—, usted no necesita orificios de ventilacién en esta puerta. —Es mi refrigerador y quiero que le abra unos orificios —dijo el sefior Popper. Entonces discutieron un buen rato. Para lograr que el técnico hiciera lo que él queria, el sefior Popper sabia que simplemente tenfa que explicar- le que iba a tener a un pingiiino vivo en el congelador y que queria que su mascota tuviera suficiente aire fresco, aun cuando la puerta estuviera cerrada toda la noche. Pero se empeciné en no decirselo. No queria hablarle del Capi- tan Cook a este empleado antipatico, que se habia quedado mirandolo como si creyera que no estaba del todo bien abeza. - Se haga lo que le digo —dijo el sefior Popper—. Le voy a pagar por sae qué? —pregunté el hombre del servicio técnico. El sefior Popper le dio un billete de cinco délares. Y sintié un poco de tris- teza al pensar en cudntos frfjoles habria podido comprar para la sefiora Popper y los nifios con ese dinero. Elempleado examiné el billete, como sinoconfiara mucho en el sefior Popper. Pero se lo guardé en el bolsillo final- mente, sacé un taladro de su bolsa de herramientas e hizo cinco huequitos for- mando un delicado disefio en la puerta del refrigerador. —Muy bien —dijoel sefior Popper—. Pero no se levante. Espere un momen- to. Necesito que haga otra cosa. 47 —iAhora qué? —dijo el técnico—. Supongo que querrd que saque la puer- ta de las bisagras para dejar entrar un poco més de aire. (O quiere que con- vierta su congelador en un radio? —No se ponga graciosito —dijo el senor Popper, indignado—. Esa no es forma de hablar. Aunque no lo crea, sé lo que estoy haciendo. Mejor dicho sé lo que quiero que haga. Quiero oie ponga una manija adicional dentro de la puerta, de manera que pueda abrirse desde el interior. —Esa —dijo el técnico—: es una idea fantastica. Quiere una manija adi- cional por dentro. Claro, claro. —Y alz6 su bolsa de herramientas. —INo va a hacerlo? —pregunté el sefior Popper. —Si, si, claro —dijo el empleado del servicio técnico, dirigiéndose a la puer- ta trasera. El sefior Popper se dio cuenta de que, a pesar de sus palabras de asen- timiento, el hombre no tenia ninguna intenci6n de poner la manija interior. —Cref que era un empleado del ser- vicio técnico —le dijo. —Lo soy. Esa es la primera cosa sen- sata que me ha dicho. —Pues qué maravilla de técnico, que ni siquiera sabe c6mo poner una manija adicional por dentro de la puer- ta de un refrigerador. Ah, ique no lo sé? No crea que no sé cémo. Incluso tengo una manija de repuesto en mi bolsa de herramientas, y muchos tornillos. Si quisiera, podria mostrarle que sé muy bien c6mo hacerlo. El sefor Popper se llevé la mano al bolsillo y le dio su tiltimo billete de cin- co délares. Estaba segurisimo de que la sefiora Popper se enojaria con él por habetse gastado todo ese dinero, pero no habia remedio. —Sefior —dijo el técnico—, usted gana. Le pondré la manija adicional. Y mientras lo hago, puede sentarse en esa silla de alld, frente a mi, donde pue- da mantenerlo vigilado. __Est4 bien —dijo el sefior Popper, al tiempo que se sentaba. 49 50 El técnico estaba atin en el suelo, poniendo los ultimos tornillos que sos- tenian la nueva manija en su lugar, cuando el pingiiino entré en la cocina con sus patitas rosadas y silenciosas, Sorprendido de ver a un desconoci- do sentado en el piso de la cocina, el Capitan Cook se le acercé y empezé a picotearlo con curiosidad. Pero el hombre estaba aun més sorprendido que el Capitan Cook. —iOrk! —dijo el pingtiino. O quizé fuera el hombre del servicio técnico. El sefior Popper no estaba seguro de lo que acababa de pasar cuando se levanté de su silla un minuto después. Habia caido una Iluvia de herramien- tas voladoras, habia sonado un portazo violento, y el hombre del servicio téc- nico se habfa esfumado. Estos sonidos repentinos, desde lue- go, habian hecho que los nifios vinieran corriendo. Y el sefior Popper les mostré cémo habia quedado el refrigerador, todo remodelado para el pingiiino. Se lo ensefié también al Capitan Cook, 52 encerrandolo dentro. El pingiiino notd la nueva y brillante manija interior y la mordié de inmediato con su curiosidad habitual. La puerta se abris, y el Capi- tan Cook salié de un salto. EL sefior Popper volvid a meterlo y cerré la puerta répidamente, para asegurarse de que hubiera aprendido. Al poco tiempo, el pingitino se habia vuelto bastante habil para salir y estaba listo para aprender a entrar cuando la puerta estuviera cerrada. Para cuando el policfa aparecié en la puerta trasera, el Capitan Cook ya en- traba y salfa del refrigerador con tan- ta facilidad como si hubiera vivido en uno de ellos toda su vida. Capitulo VI Mas problemas os nifios fueron los primeros en ver al policia. } _ Mira, Papa —dijo Bill—. Hay un policia en la puerta de atr4s. {Te va a arrestar? —Guk —dijo Capitan Cook, caminando con solemnidad ha- cia la puerta y tratando de asomar el i | mosquitero. sak i ne niimero 432 de la Avenida Proudfoot? __Si —respondié el sefior Popper. 54 —Bueno, supongo que estoy en el lugar correcto —dijo el policia y sefialé al Capitan Cook—. iEse bicho es suyo? —Si, asi es —dijo el sefior Popper, orgulloso. —tY a qué se dedica usted? —pre- guntd el policfa con severidad. _ —Papé es artista —dijo Janie. —Vive con la ropa toda manchada de pintura y cal —dijo Bill. —Soy pintor de casas, decorador —dijo el sefior Popper—. iQuiere pa- sar? —No —dijo el policfa—, a menos que tenga que hacerlo. —iJeje! —se rio Bill—. El policia le tiene miedo al Capitan Cook. —jGaw! —dijo el pingiiino, abrien- do de par en par su pico rojo, como si quisiera burlarse del policia. —iMe dejan hablar? —pregunté el policia—. iQué es eso, un papagayo gi- gante? —Es un pingitino —dijo Janie—. Es nuestra mascota. —Bueno, pues si no es mas que un ave... —dijo el policia, levantaéndose la gorra para rascarse la cabeza, medio desconcertado—. Por la forma como me grité el hombre de la bolsa de he- rramientas, pensé que tenfan un leén suelto por aqui dentro. —Mamai dice que el pelo de Papa a veces parece como el de un leén —dijo Bill. —CAllate —dijo Janie—. Al policfa no le importa cémo se ve el pelo de Papa. Ahora el policfa se rascaba la bar- billa. —Si no es mds que un ave, supongo que no habra problema si lo mantiene en una jaula. Nosotros lo tenemos en el refrige- ridor —«lijo Bill. Por mf, pueden ponerlo en el re- {riyerudor —dijo el policfa—. iQué clase de ave dijo que era? —Un pingiiino —respondié el sefior Popper—. Y, por cierto, tal vez lo sa- que a pasear. (Esta bien si lo llevo con una correa? —Verd —dijo el policfa—, honesta- mente, no sé qué diga la ley municipal con respecto a los pingtiinos, con o sin correa, en las calles ptiblicas. Le pre- guntaré a mi sargento. —iSerd que debo sacarle un permi- so? —sugirid el sefior Popper. —Pues, sin duda, es lo suficiente- mente grande como para necesitar un permiso —dijo el policfa—. Le diré qué hacer. Llame a la alcaldia y pregunte cudles son las normas acerca de los pingiiinos. Es un personajito bastante tierno, debo reconocer. Casi parece humano. Buen dia, Popper, y buen dia, sefor Pingtiino. Mientras el sefior Popper Ilama- ba a la alcaldia para averiguar por el permiso para el Capitén Cook, el pin- gitino hacia su mejor esfuerzo por des- conectar el teléfono, mordisqueando la cuerda verde. Tal vez pensara que era una nueva clase de anguila. Pero justo entonces la sefiora Popper regresé del mercado y abrié una lata de camaro- nes, de manera que el sefior Popper pudo quedarse tranquilo al teléfono. Aun asi, se dio cuenta de que no era facil saber si tenia que obtener un per- miso para su extrafia mascota o no. Cada vez que explicaba lo que queria, le decfan que esperara un momento, y mucho después una voz distinta volvfa a preguntarle qué queria. La llamada se prolong un largo rato. Hasta que una nueva voz parecié interesarse un poco enel caso. Contento de ofr esta amable voz, el sefior Popper volvié a contarle acerca del Capitan Cook. —iEs un capitan del ejército, un ca- pitén de la policfa o un capitan de la marina? —Nada de eso —dijo el sefior Popper—. Es un pingiiino. 57 58 —iPodria repetirme lo que dijo, por favor? —dijo la voz. El sefior Popper se lo repitié. La voz sugirié que tal vez seria mejor que lo deletreara. —Pi-n-g-ti-in-o —dijo el sefior Popper—. Pingtiino. —iOh! —dijo la voz—. iQuiere de- cir que el Capitan Cook es un canino? —No, ningtin canino. Pingiiino. Es un ave —dijo el sefior Popper. —iMe esta diciendo —dijo la voz del teléfono— que el Capitan Cook quiere un permiso para cazar aves? Lo siento. La temporada de caza no em- pieza sino hasta noviembre. Y, por fa- vor, trate de hablar un poco mas claro, sefior... /Topper me dijo? —Me llamo Popper, no Topper —grité el sefior Popper. —Si, sefior Potter. Ahora sf lo oigo bastante bien. —Entonces escuche —bramé el se- for Popper, esta vez completamente in- dignado—. Si ustedes los de la alcaldia ni siquiera saben qué es un pingiiino, supongo que no tendran ninguna nor- ma que diga que haya que registrarlos. No voy a sacarle ningtin permiso al Ca- pitan Cook. —Espere solo un momento, senor Popwell. Acaba de entrar nada més y nada menos que el sefior Treadbottom, nuestro hombre de la Oficina de Na- vegacién de Lagos, Rios, Pantanos y Arroyos. Voy a pasarselo para que ha- ble directamente con él. A lo mejor él conozcea a ese tal Canino Cook suyo. Un minuto después, uma nueva voz saludé al sefior Popper. — Buenos dfas. Esté comunicado con la Oficina de Licencias para Autom6- viles. 7Tenfa el mismo auto el afio pa- sado? En caso afirmativo, icual era el ndamero de la licencia? Habian pasado la llamada del sefior Popper a la Oficina del Condado. Decidié colgar. 59 Capitulo VII El Capitan Cook hace un nido e muy mala gana, Janie y Bill tuvieron que dejar al Capitan Cook para ir al co- legio. La sefiora Popper es- taba ocupada en la cocina, un poco atrasada lavando los platos del desayuno, y aunque no- taba vagamente que el pingiiino entra- ba y salia del refrigerador con mucha frecuencia, esto no le parecié raro al principio. Entre tanto, el sefior Popper habia dejado el teléfono y se habia puesto a afeitarse y arreglarse para hacer honor \ 62 al hecho de ser el duefio de un ave tan espléndida como el Capitan Cook. Pero a pesar de haber quedado desa- tendido por un momento, el pingiiino nose habia quedado quieto en absoluto. Debido a la agitacién inusual, y ha- biendo tenido que ir al mercado mds temprano de lo normal, la sefiora Popper no habfa tenido tiempo de arreglar las habitaciones. Era una ex- celente ama de casa. Sin embargo, con dos hijos como Janie y Bill y un esposo tan desordenado, era innegable que te- nia que ordenar la casa con bastante frecuencia. El Capitén Cook participaba ahora en los quehaceres. Merodeaba, hurgaba y picoteaba con minuciosidad por los tincones de todos los cuartos; escu- drifiaba en todos los armarios con sus ojos de redondel blanco; husmeaba con su techoncha figurita por debajo y por detras de todos los muebles, dando pequefios aullidos apagados de curiosi- dad, sorpresa y placer. Y cada vez que encontraba lo que parecfa estar buscando, lo agarraba con la punta negra de su pico rojo, lo lleva- ba a la cocina y lo metia en el refrige- tador, contonedndose orgulloso sobre sus patas anchas y rosadas. Hasta que a la sefiora Popper se le ocurrié preguntarse en qué diablos andaria tan ocupado el pingitino. Y 63 cuando lo descubrié, solo alcanzé a gri- tarle al sefior Popper que fuera de prisa a ver lo que habia hecho esta vez. El sefior Popper, que lucia fenome- nal, como notaria mds tarde la sefiora Popper, se quedé igualmente asombra- do mirando el interior del refrigerador. El Capitan Cook se les unié y les ayud6 a mirar. —Ork, ork —dijo, triunfante. La sefiora Popper se rio, y el sefior Popper dejé escapar un grito ahoga- do al ver el resultado de los recorridos exploratorios del Capitan Cook por la casa. Dos carretes de hilo, un alfil blanco y seis piezas de un rompecabezas... Una cucharita de té y una caja de fésforos sin abrir... Un rabano, dos monedas de un centavo, una de cincoy una bola de golf. Dos cabos de l4piz, una carta de juego doblada y un cenicero pequeiio. Cinco pinzas para el pelo, una acei- tuna, dos fichas de dominé y un calce- tin... Una lima de ufias, cuatro botones de distintos tamafios, siete canicas y una silla diminuta de mufiecas... Cinco fichas de damas chinas, un pedacito de galleta integral, un vaso de parqués y un borrador... La llave de una puerta, un broche y un trozo de papel aluminio arrugado... La mitad de un limén muy viejo, la cabeza de una mu- fieca de porcelana, la pipa del sefior Popper y la tapa de un refresco... El corcho de un frasco de tinta, dos torni- llos y la hebilla de un cintur6n... Seis cuentas de un collar de nifia, cinco piezas de un juego de bloques, un huevo decorativo, un hueso, una arménica pequefia y una piruleta mor- dida. Dos tapas de pasta dental y una libretita roja. —Supongo que esto es lo que lla- man un nido —dijo el sefior Popper—. Solo que no pudo encontrar ninguna piedra para hacerlo. —Bueno —dijo la sefiora Popper—, quizd estos pingtiinos tengan unas cos- tumbres salvajes en el Polo Sur, pero 65 reconozco que esta puede ser de gran ayuda en la casa. —jOrk! —dijo el Capitan Cook, y al entrar pavonedndose en la sala, tumb6 la mejor lampara que tenian. —Pap4 —dijo la sefiora Popper—, creo que ser mejor que saques al Ca- pitan Cook para que haga un poco de ejercicio. | Valgame Dios, pero si estas todo elegante! Te ves casi como un pingtiino. El sefior Popper se habia engomina- do el pelo y se habia afeitado las pati- llas. La sefiora Popper no tendria que teprocharle por verse como un leén nunca més. Se habia puesto una ca- misa blanca con una corbata blanca y pantalones blancos de franela, y un par de zapatos brillantes de cuero curtido y color granate. Habia sacado del arcén de cedro el viejo frac negro de etiqueta que habia usado en su matrimonio, lo habia cepillado con esmero y también lo llevaba puesto. De verdad se vefa un poco como un pingiiino. Entonces se dio la vuelta y se pavonedé como uno de ellos, para mos- trarle a la sefiora Popper. Pero no se olvidé de su deber para con el Capitan Cook. —Mami, /puedes darme unos cuan- tos metros de cuerda para tender ropa, por favor? —pregunt6. 67 Capitulo VIII El paseo del pingiiino oco después, el sefior Popper se dio cuenta de que no era facil sacar a pasear a un pin- ates gino. ee Al principio, al Capitan Cook no le gusté la idea de que lo amarraran a una cortea. Pero el sefior Popper se mantuvo firme. Até un ex- tremo de la cuerda de tender ropa al grueso cuello del pingiiino y el otro a su propia mufieca. —jOrk! —dijo el Capitan Cook, in- dignado. Aun asf, era un ave muy raz0- nable, y cuando se dio cuenta de que de nada le servia protestar, recobré su solemnidad habitual y decidié dejar que el sefior Popper lo condujera. El sefior Popper se puso su mejor sombrero de domingo, abrié la puer- ta de la entrada y salié con el Capitan Cook, contonedndose a su lado con elegancia. —Gaw —dijo el pingiiino y se detu- vo en el borde del porche para mirar los escalones. El sefior Popper le habfa dejado la cuerda bastante holgada. —iGuk! —dijo el Capitan Cook, y alzando las aletas, se inclindé valiente- mente hacia adelante y bajé los esca- lones, deslizandose en tobogan sobre la panza. El sefior Popper lo siguié, aunque no de la misma forma. El Capitén Cook se levanté rapidamente y se dirigié a la calle, pavonedndose por delante del sefior Popper, volteandose répida y frecuentemente y haciendo comenta- tios de satisfaccién ante el nuevo pa- norama. Por la Avenida Proudfoot se acerca- ba una vecina de los Popper, la seftora Callahan, con las compras del merca- do en los brazos. La mujer se qued6é mirando aténita al Capitén Cook y al sefior Popper, que lucia como un pin- giiino grande con su frac negro. —iSanto Dios! —exclamé cuando el pingiiino empezé a investigar las me- dias a rayas que levaba bajo la bata—. No es un bitho y tampoco es un ganso. —No —dijo el sefior Popper, alzan- do ligeramente su sombrero de domin- go—. Es un pingtino antartico, sefora Callahan. __Aléjate de mi —le dijo la sefiora Callahan al Capitén Cook—. (Un bi- cho aracnido? —No, ningtin bicho aracnido —ex- plicé el seftor Poppet—. Antartico. Me lo mandaron del Polo Sur. —Aleje su ganso del Polo Sur de mi enseguida —dijo la sefora Callahan. Elsefior Popper tiré obedientemente de la cuerda de tender ropa, mientras el Capitan Cook le daba un picotazo 71 de despedida a las medias a rayas de la sefora Callahan. —iDios nos guarde! —exclamé la sefiora Callahan—. Tengo que hablar con la sefiora Popper ya mismo. Esto es de no creer. Me marcho en este ins- tante. —Yo también —dijo el sefor Popper mientras el Capitan Cook lo arrastraba calle abajo. La siguiente parada fue la farmacia en la esquina de la Avenida Proudfoot con la Calle Main. Alli, el Capitan Cook insistié en explorar la vitrina, en la que habia varios paquetes abiertos de brillantes sales de boro. Evidente- mente, las habfa confundido con nieve polar, pues empez6 a picoteat la vitrina con fuerza. De repente, un auto frené con un chirrido contra el bordillo de la acera en la que estaban, y dos jévenes se ba- jaron de un brinco. Uno de ellos lleva- ba una cémara. —Tiene que ser este —dijo el pri- mer joven al otro. Sa Ht ave we ghd 26 —Son ellos, sin duda —dijo el se- gundo. El camarégrafo instalé un tripode sobre la acera. Para entonces, ya se habia agolpado una pequefia multi- tud alrededor, e incluso dos hombres de bata blanca habfan salido de la far- macia para mirar. El Capitan Cook, sin embargo, seguia demasiado interesado en lo que estaba expuesto en la vitrina como para tomarse la molestia de darse la vuelta. —Usted es el sefior Popper de la casa ntimero 432 de la Avenida Proudfoot, ino es verdad? —pregunté el segundo joven, sacando una libreta de su bolsillo. —Si—dijo el sefior Popper, y se dio cuenta de que estaban a punto de to- marle una foto para el periddico. En efecto, el policia les habia hablado de la extrafia ave a los dos jévenes, y ellos se dirigfan a la casa Popper en busca de una entrevista cuando vieron al Capi- tan Cook frente a la farmacia. —Oye, pelicano, date la vuelta y mira el pajarito —dijo el fotégrafo. —No es un pelicano —dijo el otro, que era reportero—. Los pelicanos tie- nen una bolsa debajo del pico. —Yo habria pensado que era un dodo, solo que los dodos estan extin- tos. Sera una foto muy elegante, si al- guna vez logro que se dé la vuelta. —Es un pingitino —dijo el sefor Popper con orgullo—. Y se llama Ca- pitan Cook. —iGuk! —dijo el pingiiino y se dio la vuelta ahora que estaban hablando de él. Al descubrir el tripode de la camara, se acercé y lo examin. —A lo mejor cree que es una cigtie- fia de tres patas —dijo el fotégrafo. Esta ave suya... —dijo el reporte- to—. iEs macho o hembra? El pablico querra saberlo. El sefior Popper titubes. —Pues yo le digo Capitdn Cook. —O sea que es un macho —dijo el reportero, mientras escribia rapida- mente en su libreta. Aun curioso, el Capitan Cook em- pez6 a dar vueltas y vueltas alrededor del tripode, hasta que la cuerda para tender ropa, el pingiiino, el sefor Popper y el tripode quedaron todos en- tedados. Gracias al consejo de uno de los transetntes, lograron desenredar el nudo haciendo que el sefior Popper ca- minara tres veces alrededor del tripode en la direccién contraria. Y el Capi- tén Cook, que segufa al lado del sefior Poppet, accedié al fin a posar. El sefior Popper se enderezé la cor- bata, y el camardégrafo tom6 la foto. El Capitan Cook cerré los ojos, y fue asf como esta foto aparecid més tarde en todos los periddicos. —Una tiltima pregunta —dijo el reportero—. (Cémo consiguid esta ex- trafia mascota? —Por el almirante Drake, el explo- rador del Polo Sur. El me lo mands de regalo. —Ajé —dijo el reportero—. Como sea, es una buena historia. Los dos jévenes subieron al auto con un brinco. El sefior Popper y el Capi- tin Cook reanudaron su paseo, con una multitud que los seguia y les hacia preguntas. Pero eran tantos que, para escapar de ellos, el sefior Popper con- dujo al Capitan Cook a una barberia. Hasta ese momento, el barbero ha- bia sido un muy buen amigo del sefior Popper. a7 Capitulo Ix En la barberia a barberfa estaba muy tranqui- la, y el barbero estaba afeitan- do a un hombre mayor. Al Capitan Cook le parecié muy interesante este espec- taculo, y para poder verlo me- jor, salté a la repisa del espejo. —iBuenas tardes! —dijo el barbero. El sefior sentado en la silla de la bar- berfa, que ya tenfa la cara blanca por la espuma, alz6 la cabeza a medias para ver qué habfa pasado. —jGuk! —dijo el pingilino, sacu- diendo las aletas y estirando su largo pico en direccién a la espuma en el ros- tro del sefior. El cliente se levanté de su posicién teclinada con un grito y un brinco, abandoné la silla de barbetia y huyé a la calle, sin detenerse siquiera por su abrigo 0 su sombrero. —-iGaw! —dijo el Capitan Cook. —iOye! —le dijo el barbero al se- for Popper—. Saca a ese bicho de mi negocio. Esto no es un zooldgico. (Qué te crees? —'Te molesta silo saco por la puerta de atras? —pregunté el sefior Popper. —Por la puerta que sea —dijo el barbero—, mientras que sea rapido. iYa esté mordiendo las cerdas de mis cepillos! El sefior Popper tomé al Capitan Cook en sus brazos, y en medio de chi- llidos de “{Quork? “jGawk!” y “jOrk!”, salié del local por el salén trasero hacia un callején. El Capitén Cook descubrid enton- ces su primera escalera de emergencia. Y el sefior Popper descubrié que cuando un pingiiino ha encontrado unos escalones que suben a cualquier lugar, es absolutamente imposible im- pedir que trepe por ellos. —Esta bien —jadeé el sefior Popper mientras subia por la escalera detrds del Capitan Cook—. Supongo que, al ser un ave, y una de las que no puede volar, tienes que subir al aire de algdn modo y por eso te gusta subir escaleras. Menos mal que este edificio solo tiene tres pisos. Vamos. Veamos qué etes ca- paz de hacer. Lento pero incansable, el Capitan Cook saltaba de un escalén al siguien- te, seguido por el sefior Popper al otro extremo de la cuerda. Hasta que por fin Ilegaron al descan- sillo superior. —1Y ahora qué? —pregunté el se- for Popper. Al ver que no habia mas escalones por subir, el Capitan Cook se dio la vuelta e inspeccioné los escalones que ahora conducian hacia abajo. Entonces levanté las aletas y se in- cliné hacia adelante. El sefior Popper, que no habia ter- minado de recobrar el aliento, nunca pensé que el ave decidida descenderia tan brusca y rpidamente. Pero tendria que haber recordado que un pingtiino se deslizara siempre que tenga la opor- tunidad. Y quiza habia sido poco prudente al atar un extremo de la cuerda a su pro- pia mufieca. Fuera como fuere, esta vez el sefior Popper se encontré a si mismo desli- zando repentinamente sobre su propia panza vestida toda de blanco por los tres tramos de escaleras. Y esto delei- t6 al pingiiino, que bajaba deslizandose por delante del sefior Popper. Cuando Ilegaron al final de las esca- leras, el Capitan Cook estaba tan im- paciente por volver a subir que el sefior Popper tuvo que parar un taxi para dis- traerlo. —iA la casa ntimero 432 de la Avenida Proudfoot! —le dijo el sefior Popper al conductor. El taxista, que era un hombre edu- cado, no se rio de esta pareja extrafia- mente dispareja sino hasta después de que le pagaron. —iDios santo! —dijo la sefiora Popper al abrirle la puerta a su espo- so—. Estabas tan arreglado y apuesto cuando saliste a dar tu paseo. iY ahora mirate! —Lo siento, amada mia —dijo el sefior Popper en tono humilde—, pero no siempre puedes adivinar lo que va a hacer un pingtiino. Y con estas palabras se fue a la cama, pues estaba exhausto de todo aquel ejercicio inusual. El Capitan Cook, por su parte, se dio una ducha e hizo una siesta en el refrigerador. Capitulo X Sombras 1 dia siguiente, la foto del se- fior Popper y el Capitan Cook aparecié en el Diario de la ma- fiana junto a un parrafo sobre el pintor de casas que habia re- ' cibido un pingiiino en una en- comienda aérea de parte del almirante Drake, desde el lejano Antartico. La agencia de noticias retomé la historia, y una semana después, la foto, en roto- grabado, aparecié en la edicién domi- nical de los periddicos mas importantes de las ciudades mds grandes del pais. \ Todos los Popper se sentian muy orgullosos y felices, légicamente. Pero el Capitan Cook no estaba feliz. Habia dejado sus pequefios paseos por la casa de un momento a otro, y ahora se pasa- ba la mayor parte del dia sentado, en- furrufiado, en el refrigerador. La sefiora Popper le habia sacado todos los obje- tos extrafios que tenia dentro, dejando solo las canicas y las damas chinas, de manera que ahora el Capitén Cook te- nia un nidito agradable y ordenado. —Ya ho juega con nosotros —dijo Bill—. Intenté tomar unas de mis cani- cas y él traté de morderme. —Capitdn Cook malo —dijo Janie. Es mejor que lo dejemos en paz, nifios —dijo la sefiora Popper—. Se siente alicafdo, supongo. Pero pronto quedé claro que el Ca- pitén Cook no estaba simplemente ali- caido. Se pasaba los dias mirando con sus ojitos de redondel blanco desde el refrigerador, con tristeza. Su pelaje ha- bia perdido la apariencia hermosa y bri- llante; su pancita redonda estaba cada dia més desinflada. Ahora se apartaba cuando la sefiora Popper le ofrecia ca- marones enlatados. Una noche, ella le tomé la tempera- tura. Estaba en 40 grados. —Ay, Papé —dijo—, creo que es mejor que Ilames al veterinario. Me temo que el Capitan Cook esta real- mente enfermo. Pero cuando llegé, el veterinario se limité a sacudir la cabeza. Era un muy buen doctor de animales, y aunque nunca habfa atendido a un pingiiino, sabia lo suficiente de aves como para darse cuenta de que estaba gravemen- te enfermo con un solo vistazo. —Les dejaré unas pastillas. Denle una cada hora. También pueden tratar de darle helados de agua y envolverlo en compresas de hielo. Pero no puedo darles esperanzas, pues me temo que es un caso perdido, Ustedes comprende- ran que esta clase de aves no fue hecha para este clima. Puedo ver que han cui- dado bien de él, pero un pingiiino antar- tico no puede crecer sano en. Stillwater. Los Popper pasaron toda la noche despiertos, turndndose para cambiarle las compresas de hielo. Era indtil. En la mafiana, la sefiora Popper volvié a tomarle la temperatu- ra al Capitan Cook. Habia subido a 41 grados. Todo el mundo demostré su apoyo y comprensién. El reportero del Diario de la manana pasd a preguntar por el pin- gilino. Los vecinos Ilevaron toda cla- se de caldos y gelatinas para tratar de tentar al personajito. Incluso la sefiora Callahan, que nunca habia estimado mucho al Capitén Cook, le hizo una crema helada deliciosa. Nada servia. El Capitan Cook ya no estaba allt. Ahora se pasaba el dia entero dor- mido en un estupor pesado, y todos de- cian que el fin estaba cerca. Todos los Popper le habfan tomado mucho carifio a la criaturita solemne y graciosa, y el coraz6n del sefior Popper estaba helado del terror. Sentia que su vida quedarfa muy vacia si el Capitan Cook se marchaba. Tenia gue haber alguien que supic- ra qué hacer por un pingiino enfermo. Deseaba que hubiera alguna forma de pedirle consejo al almirante Drake, alld abajo en el Polo Sur, pero no habfa tiempo. En su desespero, el sefor Popper tuvo una idea. Una carta le habia trai- do esta mascota. Asi que se sent y es- cribié otra carta. Estaba dirigida al Dr. Smith, con- setvador del acuario m4s grande del mundo. Si alguien tenia alguna idea que pudiera curar a un pingtiino mori- bundo, seria este hombre. Dos dias mas tarde, recibié una cat- ta del conservador. “Por desgracia”, le decia, “no es facil curar a un pingiii- no enfermo. Quiz4 no sepa que noso- tros también tenemos un pingtiino en nuestro acuario, una pingiiina antarti- ca. Esté deteriorandose rapidamente, a pesar de todo lo que hemos hecho por ella. Ultimamente, me he preguntado si no estard sufriendo de soledad. Tal vez sea eso lo que aqueja a su Capitan Cook. Por eso le estoy enviando, por separado, a nuestra pingtiina. Puede quedarse con ella. Existe una posibi- lidad de que a nuestras aves les vaya mejor juntas”. Y fue asf como Greta llegé a vivir a la casita ntimero 432 de la Avenida Proudfoot. Capitulo XI Greta 1 Capitan Cook no se murid, después de todo. Ahora habfa dos pingtiinos en el refrigerador: uno de pie y otro sentado en el nido bajo la bandeja del hielo. —Son idénticos como dos gotas de agua —dijo la sefiora Popper. —Como dos pingiiinos, querrés de- cir —dijo el sefior Popper. —Si, ipero cuél es cual? En ese momento, el pingitino que estaba de pie en el reftigerador salié de un brinco, buscé en el interior con una aleta, sacé una de las fichas de debajo del pingiiino sentado, que tenia los ojos cerrados porque estaba durmiendo, y la puso a los pies del sefior Popper. —Ves, Mamd, me est4 dando las gracias —dijo el sefior Popper, dan- dole una palmadita al pingtiino—. Asf demuestran su amistad los pingtiinos en el Polo Sur, solo que all4 usan una piedra en vez de una ficha. Este debe de ser el Capitén Cook, y quiere mos- trarnos su agradecimiento por haberle conseguido a Greta y salvarle la vida. —Si, ipero cémo vamos a distin- guirlos? Es muy desconcertante. —Bajaré al sétano y traeré pintura blanca para pintarles los nombres en sus lomos. El sefior Popper abrié la puerta del stano y empezé a bajar, y casi se tro- pieza cuando el Capitan Cook se des- liz6 en tobogan sorpresivamente detrés de él. Cuando volvieton a subir, el se- fior Popper llevaba una brocha y un pequefio bote de pintura en las manos, y el pingiiino lucia su nombre escrito con letras blancas en el lomo. —jGuk! —dijo el Capitan Cook, mostrandole su nombre orgullosamen- te a la pingitina en el refrigerador. —jGaw! —dijo la pingiiina que es- taba sentada. Después se contorsiono entre el nido y le dio la espalda al sefior Popper. , Entonces el sefior Popper se sento en el piso frente al refrigerador, mien- tras el Capitan Cook observaba, prime- ro con un ojo, luego con el otro. —iCémo le vas a poner? —pregun- t6 la sefiora Popper. —Greta. 93 E —Es un lindo nombre —dijo la se- fora Popper—. Y también parece ser un ave agradable. Pero los dos Ilenan el reftigerador, y muy pronto pondrén huevos, y antes de que te des cuenta, ya no cabran todos alli dentro. Ade- més, no has hecho nada para solucio- nar la cuestién de cémo voy a hacer para mantener fria la comida. —Lo haré, amada mfa —prometié el sefior Popper—. Ya est4 haciendo bas- tante frio para estar a mediados de oc- tubre, y dentro de poco har suficiente frio afuera como para que el Capitan Cook y Greta puedan salir. —Si —dijo la sefiora Popper—, pero si los mantienes fuera de la casa es probable que escapen. —Mama —dijo el sefior Popper—, ti vuelves a meter tu comida en el re- frigerador esta noche y dejamos a Greta y al Capitan Cook dentro de la casa. El Capitén Cook puede ayudarme a pasar el nido a la otra habitacién. Abriré to- das las ventanas y las dejaré abiertas, y asi los pingiiinos estaran cémodos. —Fstaran cémodos, desde luego —dijo la sefiora Popper—, (pero noso- tros qué? —Nosotros podemos usar nuestros gotros y abrigos de invierno en la casa —dijo el sefior Popper al levantarse y empezar a abrir todas las ventanas. —Hace mis frio, sin duda —dijo la sefora Popper con un estornudo. Los siguientes dias estuvieron aun mas frios, pero los Popper no tardaron en acostumbrarse a andar con sus abti- gos puestos. Y Greta y el Capitan Cook usaban siempre los asientos mas cerca- nos a las ventanas abiertas. Una noche de comienzos de no- viembre hubo una ventisca, y cuando los Popper se levantaron esa mafana, habia unos montones enormes de nie- ve por toda la casa. La sefiora Popper queria tomar su escoba y hacer que el sefior Popper tra- jera su pala para sacar los ctmulos de nieve, pero los pingiiinos estaban tan felices, que el sefior Popper insistio en que los dejaran tal como estaban. 32] Es mas, bajé al sétano en busca de una vieja manguera de jardin, y esa no- che estuvo echando agua hasta que se formé un charco de varios centimetros de altura. A la mafiana siguiente, todo el piso de la casa Popper estaba cubier- to por un hielo suave, con montones de nieve en los bordes cerca de las ven- tanas abiertas. Tanto Greta como el Capitan Cook estaban encantadisimos con todo ese hielo. Subjan a las montafitas de nieve en un extremo de la sala y bajaban al hielo uno detras del otro, hasta que al- canzaban tanta velocidad, que perdfan el equilibrio. Entonces se echaban so- bre la panza y patinaban sobre el hielo resbaladizo. Esto les parecié tan divertido a Janie ya Bill que intentaron hacer lo mismo y deslizarse sobre sus panzas con sus abri- gos. Y esto, a su vez, les encanté a los pingitinos. Entonces el sefior Popper pasé todos los muebles de la sala a un lado para que los pingiiinos y los ni- fios tuvieran suficiente espacio para deslizarse de verdad. Al principio fue un poco dificil mover los muebles por- que las patas de los sillones se habian congelado. El clima iba calentandose hacia la tarde, y el hielo empezaba a derretirse. —Bueno, Papaé —dijo la sefiora Popper—, tienes que hacer algo en se- tio. No podemos seguir asi. —Pero el Capitan Cook y Greta son gordos y dgiles, y los nifios no habian estado nunca tan rozagantes. —Puede que sea muy saludable —dijo la sefiora Popper mientras seca- ba la inundacién con un trapeador—, pero es una cochinada. —Me encargaré de eso mafana —dijo el sefior Popper. Capitulo XH Mas bocas que alimentar 1 dia siguiente, el sefior Popper llamé a un ingeniero experto en refrigeracién para que ins- talara una gran camara frigo- rifica en el sétano y se llevd al Capitan Cook y a Greta a vivir alli abajo. Después hizo que saca- ran la caldera y la pusieran en la sala. Se veia muy rara alli arriba, pero, como dijo la sefiora Popper, al menos era un alivio no tener que usar los abrigos todo el tiempo. K 100 El sefior Popper quedé bastante preocupado al descubrir que todos esos cambios serfan muy costosos. Y el inge- niero experto en refrigeracién también qued6 preocupado al descubrir que el sefior Popper no tenia casi dinero. En todo caso, el sefior Popper prometid pagarle tan pronto pudiera, y el inge- niero accedié a dejarle todo a crédito. Fue muy bueno que el sefior Popper trasladara a los pingiiinos cuando lo hizo, pues la sefiora Popper tenia ra- 26n con respecto a los huevos. Apenas habian bajado a la parejita al sétano, cuando Greta puso el primer huevo. Tres dias después, aparecié el segundo. Como el sefior Popper sabia que los pingtiinos solo ponen dos huevos por estacién, quedé pasmado cuando, poco después, encontraron un tercer huevo debajo de Greta. No sabia si era porque el cambio de clima habia alterado los habitos reproductivos de los pingiiinos, pero cada tercer dfa aparecia un huevo nuevo, hasta que hubo diez en total. Y como los huevos de pingtiino son tan grandes que la madre solo puede empollar dos a la vez, esto les planted un problema. Pero el sefior Popper lo resolvié distribuyendo los demas hue- vos debajo de botellas de agua caliente y almohadillas eléctricas que mante- nian justo a la temperatura corporal de los pingiiinos. Cuando empezaron a salir del casca- r6n, los pichones no tenfan las franjas blancas y negras tan definidas como su madre y su padre. Eran unas criaturitas peludas y graciosas que crecfan a una velocidad impresionante. Y el Capitan Cook y Greta estaban ocupadisimos 101 102 llevandoles comida, aun cuando los Popper les ayudaban. Al sefior Popper, que siempre ha- bia sido un gran lector, no le costé pensar en los nombres para los bebés pingilinos. Eran Nelson, Colén, Loui- sa, Jenny, Scott, Magallanes, Adelina Isabella, Ferdinand y Victoria. Y asi 5 todo, estaba bastante aliviado de no te- ner que bautizar a més de diez. La sefiora Popper también pensaba que diez pingtiinos eran suficientes: aunque en realidad no suponian ae gran, diferencia en sus labores domésti- cas, siempre y cuando el sefior Popper y los nifios recordaran cerrar la puerta entre el sétano y la cocina. A todos los pingiiinos les encanta- ba subir las escaleras que llevaban a la cocina, y la tinica manera de dete- ae eae la puerta cerrada. ntonces daban deslizaban en eee ie tas aba- jo. Esto producia un ruido bastante curioso cuando la sefiora Popper esta- ba trabajando en la cocina, pero ella termin6é acostumbrandose a ese ruidi- to, asi como a tantas otras cosas extra- has que sucedieron en ese invierno. La cAmara frigorffica que el sefor Popper habia instalado en el sétano para los pingiiinos era grande y buena. Y como hacfa unos bloques de hielo grandotes, en vez de cubitos, el sefior Popper no tard6 en construir una ¢s- pecie de castillo de hielo donde podian vivir los doce pingiiinos y al que podian trepar. El sefor Popper cavé también un hoyo enorme en el suelo del sdtano y les hizo una piscina en la que podian nadar y zambullirse, y de vez en cuan- do les echaba peces vivos para que los atraparan. Esto les resultaba muy refres- cante porque, a decir verdad, estaban un poco hartos de los camarones en- latados. El sefior Popper encargaba los peces y se los trafan especialmente en vagones cisterna y cajas de vidrio des- de la costa hasta la Avenida Proudfoot. Pero, desafortunadamente, eran bas- tante costosos. 103 104 Era divertido que hubiera tantos pingtiinos, pues cuando a dos de ellos (a Colén y a Nelson, por lo general) les daba por pelearse y pegarse con las ale- tas, los otros diez se apifiaban alrededor para ver la pelea y hacer comentarios alentadores. Era una pequefia escena muy interesante. El sefior Popper inundé también parte del sétano para hacer una pista de hielo, donde los pingiiinos solfan entrenar como si fueran un pequefio ejército, desfilando por el hielo con unos fantdsticos movimientos milita- res. La pingiiina Louisa parecia disfru- tar muchisimo siendo la lider de estos ejercicios. Y después de que al sefior Popper se le ocurriera la idea de amaes- trarla para que Ilevara en el pico una banderita mientras guiaba orgullosa- mente estos desfiles solemnes, era un verdadero espectaculo observarlos. Janie y Bill invitaban a casa a sus amigos después del colegio y pasaban horas en el sdtano contemplando a los pingtiinos. Por la noche, en vez de sentarse a leer y fumar su pipa en la sala, como era su costumbre, el sefior Popper se ponfa el abrigo y se llevaba sus cosas al sétano. Entonces se sentaba a leer con los mitones puestos, y alzaba la vista de tanto en tanto para ver qué estaban haciendo sus mascotas. Con frecuen- cia, se ponia a pensar en las regiones frias y lejanas que eran el verdadero hogar de estas pequefias criaturas. También pensaba en lo distinta que era su vida antes de que los pingitinos llegaran para llenar sus horas. Estaban en enero, y desde ya sentia terror de pensar en la llegada de la primavera, cuando tendrfa que separarse de ellos todo el dia y volver a pintar casas. 105 Capitulo XIII Preocupaciones econdémicas asta que llegé una noche en la que la sefiora Popper, después de acostar a los nifios, detuvo al sefior Popper de camino al sdtano. —Papd —le dijo—. Nece- sito hablar contigo. Ven y siéntate. —Si, amada mia —dijo el sefior Popper—, den qué estas pensando? —Papé —dijo la sefiora Popper—. Estoy feliz de ver que estés disfrutando tanto tus vacaciones. Y debo reconocer que ha sido més facil que de costumbre 110 mantener la casa limpia ahora que pa- sas todo el tiempo en el sétano. Pero, Papa, écé6mo vamos a hacer con el di- nero? —iCual es el problema? —pregunté el sefior Popper. —Los pingiiinos tienen que comer, por supuesto, /pero tienes idea de lo que suman las cuentas de todos esos peces vivos? Te aseguro que no sé cé6mo vamos a hacer para pagarlas. Y el inge- niero experto en refrigeracién no deja de tocar a la puerta para preguntar por su dinero. —iY ya se nos acab6é todo? —pre- gunté el sefior Popper con voz serena. —Casi todo. Claro que cuando yano quede nada, tal vez podrfamos aguan- tar un tiempo si nos comemos los doce pingiiinos. —Ay, no, Mama —dijo el sefior Popper—. No lo dices en serio. —Pues supongo que no disfrutaria te- ner que comérmelos, sobre todo a Gre- ta y a Isabella —dijo la sefiora Popper. —Y ademas eso les romperia el cora- 26n a los nifios —dijo el sefior Popper, que se quedé pensativo durante un rato. Hasta que dijo—: Tengo una idea, Mama. —A lo mejor podriamos vendérse- los a alguien, y entonces tendriamos un poco de dinero para aguantar un rato —dijo la sefiora Popper. —No —dijo el sefior Popper—. Ten- go una mejor idea. {Has ofdo hablar de la focas amaestradas que acttian en los teatros? —Por supuesto que he ofdo hablar de las focas amaestradas —respondié la sefiora Popper—. Alguna vez vi unas incluso. Sostenfan unas pelotas en la punta del hocico. —Muy bien —dijo el sefior Popper—. Si puede haber focas y perros amaes- trados, por qué no puede haber pin- giiinos amaestrados? —Quizé tengas razén, Papa. —Claro que tengo raz6én. Y ti pue- des ayudarme a amaestrarlos. Al dia siguiente, bajaron el piano al sotano y lo pusieron en un extremo de la pista de hielo. La sefiora Popper no habja vuelto a tocar el piano desde que 11 112 se casara con el sefior Popper, pero con un poco de practica, pronto empez6 a recordar algunas de las piezas que ha- bia olvidado. —Lo que a estos pingiiinos més les gusta hacer —dijo el sefior Popper— es marchar como un ejército, ver a Co- l6n y a Nelson peledndose, y subir las escaleras para luego bajar deslizandose en tobogdn. Asi que haremos nuestro acto en torno a estas gracias. —Ademés no necesitan disfraces —dijo la sefiora Popper, contemplan- do a los graciosos personajitos—. Pues ya estan disfrazados. La sefiora Popper escogi6 entonces tres melodias para tocar en el piano del sotano, una para cada parte del acto. Y poco tiempo después, con solo ofr la masica, los pingiiinos sabfan qué te- nian que hacer. Cuando debian desfilar cual solda- dos, la sefiora Popper tocaba la “Mar- cha militar” de Schubert. Cuando Nelson y Colén debian pe- lear y darse con sus aletas, la sefiora Popper tocaba el “Vals de la viuda ale- gre”. Cuando los pingtiinos debfan ascen- det y deslizarse en tobogan, Janie y Bill arrastraban hasta el centro de la pista dos escaleras portatiles y una tabla que el sefior Popper usaba cuando estaba pintando casas. Y la sefiora Popper to- caba una bella pieza descriptiva llama- da “Junto al arroyo”. En el sétano hacia frio, por supuesto, y la sefiora Popper tuvo que aprender a tocar al piano con los guantes puestos. Para finales de enero, el sefor Popper estaba seguro de que los pin- giiinos estaban listos para presentarse en cualquier teatro del pais. 113 Capitulo XIV El sefior Greenbaum ira esto! —dijo el sefior Popper una mafiana durante el desayuno—. En el Diario de la mafiana dice que el sefior Greenbaum, duejio del Tea- tro Palace, est4 en la ciudad. El hombre tiene una cadena de teatros en todo el pais, asf que creo que debe- rfamos ir a verlo. Esa noche —la del sabado 29 de enero—, la familia Popper y sus doce pingiiinos amaestrados, dos de ellos con banderas en el pico, salieron de casa rumbo al Teatro Palace. Los pingitinos estaban tan bien amaestrados ahora, que el sefior Popper decididé que no era necesario Ilevarlos con correas. En efecto, hicieron la cola del autobtis muy educadamente en el siguiente orden: subido y el autobtis se habia puesto en marcha de nuevo. —iDebo pagar media tarifa por las aves 0 viajan gratis? —pregunt6 el se- flor Popper. —Janie paga media tarifa, pero yo tengo diez afios —dijo Bill. Bill Popper Scott Ferdinand Janie Popper Isabella Louisa Greta Colén Setior Popper Capitén Cook Victoria Seitora Poppey El autobtis se detuvo en la esquina, y antes de que el desconcertado con- ductor pudiera protestar, todos habian —jChis! —exclamé6 la sefiora Popper cuando ella y los nifios encontraron dénde sentarse. Los pingiinos los si- guieron ordenadamente. 118 —Oiga, sefior —dijo el conduc- tor—, da dénde cree que va con seme- jante exhibicién? —AI centro —dijo el sefor Popper—. Tome. Digamos que son cincuenta centavos, y dejemos asi. —A decir verdad, perdi la cuenta cuando fueron entrando —dijo el con- ductor. —Es un acto de pingitinos amaes- trados —explicé el sefior Popper. —iDe verdad son aves? —pregunté el conductor. —Oh, si —dijo el sefior Popper—. Y voy a Ilevarlos al Palace para entre- vistarnos con el sefior Greenbaum, el gran empresario del espectaculo. —Pues si oigo cualquier queja, ten- dran que bajarse en la siguiente parada —dijo el conductor. —De acuerdo —dijo el sefior Popper, que queria pedirle tiquetes para trans- bordo en ese caso, pero decidié dejar asi. Los pingiiinos estaban comportan- dose muy bien, sentados educadamente de a dos por puesto, mientras los otros pasajeros los miraban. —Disculpen —dijo el sefior Popper, dirigiéndose a todo el autobtis—, pero tendré que abrir las ventanas. Estos son pingiiinos antarticos y estan acos- tumbrados a un clima mucho mas frio que este. El sefior Popper tardé un buen rato en abrir todas las ventanas, que estaban atascadas. Cuando lo logré, hubo mu- chos comentarios de los otros pasajeros. Muchos de ellos empezaron a quejarse con el conductor, quien le dijo al sefior Popper que bajara a sus aves del auto- bis. Tuvo que repetirselo varias veces, y finalmente se negé a seguir condu- ciendo si el sefior Popper no se bajaba. Pero para entonces el autobts estaba tan cerca del centro, que a ninguno le importé tener que bajar a la calle. Las luces del Teatro Palace brillaban a solo una cuadra de distancia. —iHola! —dijo el gerente del tea- tro cuando los Popper y los pingtiinos marcharon por su lado—. El sefior 119 120 Greenbaum esté aquf en mi oficina. Ha- bia oido hablar de sus aves, isabe?, pero no podia creerlo. Sefior Greenbaum, le presento a los Pingtiinos Popper. Y los dejo. Debo regresar a los bastidores. Los pingitinos, que se habfan orga- nizado en dos filas de a seis, miraron al sefior Greenbaum con curiosidad. Ha- bia una gran solemnidad en sus veinti- cuatro ojos de redondel blanco. —IEh! Todos los que estan fisgo- neandoen lapuerta, regresen asus pues- tos —ordené el sefior Greenbaum—. Esta es una reunion privada. Luego se levanté y cerré la puerta. Los Popper permanecieron sentados mientras el sefior Greenbaum se pasea- ba de un lado a otro junto a las dos filas de pingiiinos, estudidndolos. —Parece todo un acto —dijo. —Oh, lo es, sin duda alguna —dijo el sefior Popper—. Los Prodigiosos Pingiiinos Popper, ditectamente del Polo Sur, por primera vez en las tablas. Ely lasefiora Popper habian pensado ese nombre para el acto. —iY no podriamos ponerles los Primorosos Pingtiinos Popper? —pre- gunté el sefior Greenbaum. El sefior Popper se lo pensé un poco. —No —respondi6—. Me temo que no. Eso suena como a coro de nifias o bailarinas de ballet, y estas aves son muy serias. No creo que les guste. —De acuerdo —dijo el sefior Greenbaum—. Veamos el acto. —Va acompafiado de mtisica —dijo Janie—. Mama toca al piano. —iEs cierto eso, sefiora mia? —pre- gunt6 el sefior Greenbaum. —Si, sefior —respondié la sefiora Popper. iw hay un piano detras de usted —dijo el sefior Greenbaum—. Puede empezar, sefiora mfa. Quiero ver este acto. Si es bueno, habran venido al lu- gar indicado. Tengo teatros por todo el pais. Pero primero veamos actuar a sus pingtiinos. iLista, sefiora mia? —Deberiamos mover los muebles primero —dijo Bill. 121 Capitulo XV Los Prodigiosos Pingitinos Popper \ nese momento los interrum- pid el gerente del teatro, que entré en la oficina refunfu- fando. —iQué pasa? —preguntd el sefior Greenbaum. —Los Maravillosos Marcos, que cierran el programa, no aparecen. Y el ptiblico esta pidiendo que les devolva- mos el dinero. —iQué va a hacer? —pregunté el senior Greenbaum. 124 —Devolvérselo, supongo. Y justo hoy que es sdbado, la noche més im- portante de la semana. Odio pensar en tener que perder todo ese dinero. —Tengo una idea —dijo la sefiora Popper—. Quizé no tenga que perder- lo. Puesto que es el cierre del programa, épor qué no ponemos a los pingtiinos a ensayar alli, en un escenario real? Asi tendremos més espacio, y creo que el ptblico lo disfrutara. —Estad bien —dijo el gerente—. Ha- gamos el intento. Asi, los pingitinos tuvieron su pri- mer ensayo en un escenario real. El gerente salié a las tablas. —Damas y caballeros —dijo alzan- do una mano—, con su amable permi- 80, nos gustaria ensayar un pequefio espectdculo novedoso esta noche. Por motivos ajenos a nuestra voluntad, los Maravillosos Marcos no podran ac- tuar. De manera que les ofreceremos un ensayo de los Prodigiosos Pingitinos Popper. Muchas gracias. Los Popper y los pingiinos salieron al escenario con elegancia, y la sefiora Popper se senté al piano. —iNo piensa quitarse los guantes para tocar? —pregunto el gerente. —Oh, no —dijo ella—. Estoy tan acostumbrada a tocar con los guantes, que prefiero dejaérmelos puestos, si no le molesta. Entonces empezé la “Marcha mi- litar” de Schubert. Los pingitinos em- pezaron a marchar, dando media vuelta y cambiando sus formaciones con gran. precision, hasta que la sefiora Popper paré en medio de la pieza. El publico aplaudié enérgicamente. —Hay mas —explic6é la sefiora Popper, en parte al ptblico y en parte al gerente—. Pues también forman un cuadrado y marchan en esa formacién. Pero como es tarde, no lo haremos hoy y pasaremos a la segunda parte. —iEst4 segura de que no quiere quitarse los guantes, sefiora mia? —pre- gunté el gerente. 125 126 La sefiora Popper sacudié la cabeza con una sontisa y empezé el “Vals de la viuda alegre”. Diez de los pingiiinos formaron en- tonces un semicirculo entorno a Nel- son y Col6n, listos para representar su duelo. Ambos pingiiinos inclinaron sus tedondas cabezas negras hacia atrds Pata mitarse mutuamente con sus ojos de redondel blanco. —Gork —dijo Nelson antes de gol- pear a Colon en la panza con la aleta derecha y tratar de empujarlo con la izquierda, —Gaw —teplicé Colén, abrazando a Nelson y poniendo la cabeza encima de su hombro para devolverle el golpe. —iEh! iNo es justo! —exclamé el gerente. Colén y Nelson se separaron mien- tras los otros diez pingiiinos los obser- vaban y aplaudian con sus aletas. Colén forcejeé entonces cortés- mente con Nelson hasta que este le dio un golpe en el ojo, ante lo que Co- lén se aparté con un “Ork”, Los otros 128 pingtiinos volvieron a aplaudir, y el ptblico se les uni6. Cuando la sefiora Popper terminé el vals, Nelson y Colén bajaron las aletas y se quedaron inmé- viles, uno frente al otro. —iCuél gané? —¢ritaba el publico. —ifla! —dijeron los diez pingtiinos del semicirculo. Esto debe de haber significado “iMira!”, pues Nelson se dio la vuelta para mirarlos, y en ese instante, Colén lo golped en la panza con una aleta y lo tumbé con la otra. Nelson se que- dé echado en el suelo, con los ojos cerrados. Entonces Colén se alzé por encima de Nelson y conté hasta diez, y los otros diez pingtiinos volvieron a _aplaudir. —Eso es parte del acto —explicé Janie—. A los otros pingiiinos les gus- ta que gane Coldn, por eso dicen “ila!” al final. Eso hace que Nelson mire para otto lado y que Colén pueda derribarlo. Nelson se levanté, y todos los pin- giiinos se formaron en linea e hicieron una reverencia al gerente. 130 —Gracias —dijo el gerente, respon- diendo con otra reverencia. —Ahora viene la tercera parte —dijo el sefior Popper. —Ay, Papé —dijo la sefiora Popper—. iOlvidaste traer las dos es- caleras y la tabla! —No hay problema —dijo el geren- te—. Les pediré a los tramoyistas que se encarguen. En un santiamén, les trajeron un par de escaleras y una tabla, y el sefior Popper y los nifios les mostraron cémo habia que acomodar las escaleras con la tabla encima. Entonces la sefora Popper empez6 a tocar la bella pieza descriptiva “Junto al arroyo”. En este punto del acto, los pingitinos se olvidaban siempre de la disciplina, se emocionaban muchisimo y se empu- jaban unos a otros para ver cual seria el primero en subir las escaleras. Sin embargo, los nifos insistian en que el acto era mucho mas divertido con esa jugarreta, y el sefior Popper suponia que tenian raz6n. Entonces, en medio de una gran ile garabia, los pingitinos forcejaron y sue bieron las escaleras y se pascaron por la tabla en un desorden absoluto, tum- bandose entre si y apresurandose a des- lizarse en tobogén por la otra escalera y derribar a cualquier pingtiino que estu- viera tratando de trepar por ella. Esta parte del acto era muy dispara- tada y ruidosa pese a la delicada misi- ca de la sefiora Popper. El gerente y el publico se desternillaban de la risa. Finalmente, la sefiora Popper termi- no la pieza y se quité los guantes. —Tienen que sacar las escaleras del escenario o no podré volver a contro- lar nunca a estas aves —dijo el sefior Popper—. El telon debe caer en este momento. El gerente dio la sefial de que baja- ran el telén, y el piblico se puso de pie y aplaudié. Cuando se Ilevaron las escaleras, el gerente pidié que trajeran doce hela- dos para los pingtiinos. Pero como Bill y Janie se echaron a llorar, el gerente eh 132 pidié varios mas, y entonces hubo he- lados para todos. El sefior Greenbaum fue el primero en felicitar a los Popper. —Permitame decirle, sefior Popper, que tiene usted algo absolutamente unico con estas aves. Su acto es toda una sensaciOn. Y la manera como ayu- dé a mi amigo el gerente demuestra que ustedes son de los nuestros... jus- to lo que necesitamos en el mundo del espectaculo. Me atrevo a predecir que dentro de poco sus pingitinos llenaran los teatros mas grandes, de una costa a la otra. Y ahora hablemos de negocios, sefior Popper —continué—. iQué le parece un contrato de diez semanas, a cinco mil délares por semana? —iTe parece bien, Mama? gunté el sefior Popper. —Es una propuesta muy satisfacto- tia —respondié la sefiora Popper. —Muy bien —dijo el sefior Greenbaum—. Pues entonces solo tie- nen que firmar estos papeles y estar pre- preparados para empezar el préximo jueves en Seattle. —Y gracias de nuevo —dijo el ge- rente—. Sefiora Popper, dle moles: taria volver a ponerse los guantes un momentito? Me gustaria que tocara la “Marcha militar” una vez mas para que los pingiiinos desfilen otro poco. Quie- ro traer a mis acomodadores para que vean a estas aves. Sera toda una lec- cidn para ellos. 13 Capitulo XVI De gira 1 siguiente fue un dia muy ajetreado en la casa ntimero 432 de la Avenida Proudfoot. Tuvieron que comprar ropa nueva para todos y guardar la ropa vieja con bolas de nafta- lina. Luego, la sefiora Popper tuvo que fregar y lustrar y arreglar la casa entera, pues era demasiado buena ama de casa como para dejarla desordenada mien- tras estaban de viaje. El sefior Greenbaum les envis el pri- mer pago por adelantado. Y lo primero 136 que hicieron fue pagarle al ingeniero que habia instalado la cdmara frigorifi- ca en el sétano. El hombre estaba cada vez mds preocupado por su dinero; y al fin y al cabo, no habrian podido amaestrar a todos los pingiiinos sin la camara. Luego, mandaron un cheque a la empresa que les enviaba los peces vivos desde la costa. Cuando todo estuvo listo finalmen- te, el sefior Popper dio vuelta a la llave en la puerta de la casita. Llegaron un poco tarde a la esta- cién del tren debido a la discusi6n con el policfa de transito. Y el altercado se debié al accidente de los dos taxis. Con los cuatro Popper y los doce pingiiinos, por no mencionar las ocho maletas y el balde de agua con los pe- ces para el almuerzo de los pingiiinos, el sefior Popper opinaba que no cabrian todos en un taxi y entonces decidié lla- mar a otro. Cada uno de los taxistas estaba an- sioso por llegar a la estacién antes que el otro y sorprender a la gente al abrir las puertas y dejar salir a seis pingtiinos. Asi que recorrieron todo el camino en una carrera, intentaron adelantarse en la dltima cuadra y uno de los conten- dientes se salié de la via. Y esto no le gusté nada al policia de transito, l6gicamente. El tren estaba a punto de partir cuan- do llegaron. Y aunque los dos taxistas les ayudaron a pasar las puertas y las barandas para subir por el coche pano- ramico, casi no lo logran. Los pingiii- nos iban jadeando. Habian decidido que el sefior Popper irfa en el coche del equipaje con los pingtiinos para que estos no se inquietaran, mientras que la sefio- ra Popper y los nifios viajarian en un coche de pasajeros. Y como subieron por el tltimo coche del tren, el sefior Popper tuvo que guiar a los pingtlinos a lo largo de todo el tren. Atravesar el coche club fue bastante facil, incluso con el balde lleno de pe- ces vivos a cuestas. Pero el paso por los coches cama, donde el camarero habia empezado a tender las literas, fue un lio. 137 138 Las escaleras del camarero eran una tentacién demasiado grande para los pingitinos. Y al verlas, una docena de pi- cos frenéticos emitieron una docena de “Orks” extaticos. Los Prodigiosos Pin- glinos Popper olvidaron por completo su disciplina y empezaron a pelearse por subir las escaleras y trepar a las literas superiores. iPobre sefior Popper! Una anciana grité que se bajaria del tren, sin importar que fuera a cien- to cincuenta kilémetros por hora. Un hombre que Ilevaba cuello eclesiastico sugitié abrir una ventana para que los pingiiinos brincaran por ellas. Dos ca- mareros trataron de espantar a las aves de las literas. Hasta que finalmente el revisor y el guardafrenos acudieron en su auxilio con una linterna. El sefior Popper tardé un buen rato en llevar a sus mascotas sanas y salvas hasta el coche de equipajes. A la sefiora Popper le preocupaba un poco la idea de que Bill y Janie per- dieran diez semanas de clases mientras estaban de gira, pero esto no parecfa molestarles a los nifios. 140 —Y debes recordar, amada mia —decia el sefior Popper, que nunca habia salido de Stillwater, a pesar de todos sus suefios de paises lejanos—, que viajar es muy enriquecedor. Los pingtiinos fueron un éxito ro- tundo desde el principio. Incluso el es- treno en Seattle salié a pedir de boca; probablemente porque ya habian ensa- yado en un escenario de verdad. Fue alli donde los pingtiinos afiadie- ron por su cuenta una pequefia nove- dad al espectéculo. Eran los primeros en el programa, y cuando terminaron su acto habitual, el ptiblico estaba en- loquecido. Todos aplaudian con las manos y los pies y pedfan a gritos més piruetas de los Prodigiosos Pingitinos Popper. Janie y Bill ayudaron a su padre a arrear a las aves para que bajaran del escenario y dejaran paso al siguiente artista. Era un fundmbulo, llamado Mon- sieur Duval. Pero el problema fue que en vez de observarlo desde bastidores, como tendrian que haberlo hecho, los pingiiinos se interesaron y salieron al escenario para verlo mas de cerca. Desafortunadamente, Monsieur Du- val estaba haciendo una danza muy dificil sobre la cuerda en ese momen- to. Y el ptblico, que crefa que los pingitinos ya habian acabado, se alegré muchisimo al verlos regresar y formar una linea de espaldas al auditorio, con la vista alzada hacia Monsieur Duval, que se balanceaba con sumo cuidado en la cuerda por encima de sus cabezas. Esto los hizo reir a todos tan sonora- mente, que Monsieur Duval perdié el equilibrio. —jOrk! —dijeron los pingiiinos y se alejaron contonedndose a toda prisa para no estar debajo de él cuando cayera. Monsieur Duval recuperé el equili- brio ingeniosamente al agarrarse de la cuerda con la parte interior del codo. Y se puso furiosisimo al ver a los Prodi- giosos Pingitinos Popper con sus doce picos rojos abiertos de par en par, como si estuvieran riéndose de él. —iLArguense, bichos esttipidos! —les dijo en francés. 141 —iOrk? —dijeron los pinglilnos, fine giendo no entender e intercamblunde comentarios en lenguaje pingllino #0 bre Monsieur Duval. Y cuanto més intervenfan en los otros actos del programa, mas éxito tes!" nian entre el ptiblico cada vez que se presentaban. Capitulo XVII Fama I poco tiempo, los Prodigiosos Pingiiinos Popper se habian vuelto tan famosos que cada vez que anunciaban que se presentarfan en algiin teatro, el ptblico hacia colas de un kilémetro para comprar los tiquetes. Sin embargo, esto no hacia tan feli- ces a los otros artistas. En Minneapo- lis, una reconocida cantante de épera se molesté muchisimo al enterarse de que los Pingiiinos Popper se presenta- rian en el mismo programa. Es més, la \ 146 mujer se negé6 a salir al escenario si no encerraban a los pingtiinos. Entonces los tramoyistas ayudaron al sefior y a la sefiora Popper y a los nifios a sacar a las aves del escenario y a bajarlas a un séta- no que habia debajo, mientras el geren- te vigilaba la entrada al escenario para asegurarse de que no pudieran pasar. Abajo, en el sdtano, las aves descu- brieron répidamente otro pequefio tra- mo de escaleras, y minutos después, el ptiblico volvié a refrse a carcajadas al ver las cabezas que empezaban a apare- cer una por una en el foso de la orquesta. Los miisicos siguieron tocando, y al ver a los pingiiinos, la mujer del esce- nario empez6 a cantar aun més fuer- te para mostrar lo furiosa que estaba. Pero el ptiblico se refa tan fuerte, que nadie podia ofr lo que cantaba. El sefior Popper, que habia seguido a los pingtiinos escaleras arriba, se de- tuvo al darse cuenta de que llevaban al foso de la orquesta. —Creo que no deberia subir adon- de los mtisicos —le dijo a la sefora Popper. —Los pingiiinos ya lo hieleron dijo la sefiora Popper. —iPapa, lo mejor es que los suques antes de que empiecen a mordisquent las clavijas y las cuerdas de los violines! —dijo Bill. —Ay, Dios, no sé qué hacer —dijo el sefior Popper con un gesto de impo- tencia y se senté en el diltimo escalén. —Pues entonces los agarraré yo —dijo la sefiora Popper y pasé a toda prisa por su lado, seguida por Bill y Janie. Al ver que la sefiora Popper iba tras ellos, los pingtiinos se sintieron culpables porque sabfan que no debian estar alli. Y subieron de un brinco al escenario, pa- saron sobre las candilejas y se escondie- ron bajo las faldas azules de la cantante. Y esto puso punto final a su canto, salvo por una agudisima nota que no estaba en la partitura. Los pingiiinos estaban encantados con las luces de los teatros y las risas de los pablicos y los viajes. Siempre habia algo nuevo para ver. Viajaron desde Stillwater hasta la costa Pacifica, muy lejos de la casita lay 148 ntimero 432 de la Avenida Proudfoot, donde los Popper habian padecido tantas incertidumbres econdémicas. Y ahora recibian un cheque de cinco mil délares todas las semanas. Cuando no estaban presenténdose en algtin teatro, o viajando en tren de una ciudad a otra, pasaban sus dfas en los hoteles mas grandes. Habfa uno que otro hotelero descon- certado que se oponfa a que las aves se registraran en su hotel. —Pero si ni siquiera permitimos pe- tros falderos —decfa. —Bien. iPero tienen alguna norma en contra de los pingiiinos? —pregun- taba el sefior Popper. Entonces el hotelero tenia que re- conocer que no habia ninguna nor- ma acerca de los pingiiinos. Y, claro, al ver lo educados que eran, y que al hotel llegaban otros huéspedes con la esperanza de verlos, se alegraba mucho de haberlos recibido. Podria pensarse que un hotel grande oftecerfa muchi- simas oportunidades para las pilatu- nas de tantos pingiiinos, pero todos se portaban muy bien en general, y su peor travesura era subir y bajar muchas veces en el ascensor, y mordisquear de vez en cuando los broches dorados del uniforme de algtin botones. Cinco mil délares a la semana pue- de sonar a un monton. Pero los Popper estaban lejos de ser ricos, pues vivir en hoteles elegantes y moverse en taxi por las ciudades era muy costoso. El sefor Popper pensaba con frecuencia que los pingiiinos podrian caminar entre los hoteles y los teatros, pero cada trayec- to hecho a pie resultaba pareciéndose tanto a un desfile, que siempre termi- naban obstruyendo el tréfico. Y como no le gustaba incomodar a nadie, pre- ferfa viajar en taxi. También era costoso pedir que les llevaran a la habitacién los enormes trozos de hielo para tefrescar a los pin- giiinos. Y las cuentas de los restaurantes elegantes adonde solfan ir a comer los Popper con frecuencia resultaban es- candalosas. Por fortuna, en todo caso, la comida de los pingtiinos dejé de ser un gasto. Como ya no podian seguir 149 150 encargando vagones cisterna llenos de peces durante la gira porque era muy dificil lograr que llegaran a tiempo, los pingtiinos tuvieron que volver a la die- ta de camarones enlatados. Y esto ya no les costaba absoluta- mente nada porque el sefior Popper habia escrito una recomendacién en la que declaraba que a los Prodigiosos Pingiiinos Popper les fascinaban los Camarones Ocednicos de Owen. Esta declaracién habia aparecido con la foto de los doce pingiiinos en las revistas mas importantes, y la empresa de los Camarones Ocednicos de Owen le habia dado al sefior Popper un bono para reclamar latas de camarones gra- tis en cualquier tienda de cualquier lu- gar del pais. Muchas otras empresas, como la Asociacién de Cultivadores de Espi- nacas de Occidente y la Fabrica de Avena Energética para el Desayuno, le ofrecieron grandes sumas de dinero para que recomendara sus productos. Pero los pingtiinos se negaban a comer avena o espinacas, y el sefior Popper era demasiado sincero como para decir lo contrario, aun cuando sabfa que el dinero les vendria bien. De la costa Pacifica se dirigieron nuevamente hacia el este y atravesa- ron todo el pais. En esta breve gira, apenas alcanzaron a cubrir las ciudades mas grandes. Después de Minneapolis, actuaron en Milwaukee, Chicago, De- troit, Cleveland y Filadelfia. Dondequiera que iban, su fama lle- gaba primero. Y cuando pasaron por Boston, acomienzos de abril, habia mul- titudes gigantescas esperdndolos en la estaci6n del tren. Hasta entonces, no les habia cos- tado demasiado mantener c6modos a los pingitinos. Pero empezaba a soplar un célido viento primaveral, y el sefior Popper tuvo que pedir que les llevaran media tonelada de hielo a la habita- cién. Ahora se alegraba de que el contra- to por diez semanas estuviera por aca- barse, y de que la presentacién de los pingiiinos en Nueva York, a la semana siguiente, fuera la ultima. Y aunque el 151 152 sefor Greenbaum le escribia propo- niéndole un nuevo contrato, el sefior Popper empezaba a pensar que ya iba siendo hora de regresar a Stillwater, pues los pingtiinos empezaban a poner- se itritables. Capitulo XVIII Vientos de abril i Boston estaba mAs célido de lo normal para la estacién, en \Nueva York hacfa calor de verdad. En sus habitaciones del gran Hotel Tower, que daban al Central Park, el ca- lor empezaba a afectar realmente a los pingiiinos. El seftor Popper los Ilevé al jardin del tejado para que les diera cualquier mi- nima brisa que soplara. Todos los pin- gilinos quedaron encantados con las luces brillantes y el ajetreo de la ciudad. 154 Los mds j6venes empezaron a apifiar- se al borde del tejado para asomarse a ver los grandes cafiones que se abrian a sus pies. Y el sefior Popper se puso muy nervioso al verlos empujarse mu- tuamente, pues parecfa que en cual- quier momento lograrfan tumbar a alguno. Entonces recordé que los pin- giiinos del Polo Sur hacian esto para averiguar qué peligros los esperaban alla abajo, El tejado no era un lugar seguro para sus aves, y el sefior Popper no podia ol- vidar el miedo que habia sentido con la enfermedad del Capitan Cook, antes de que Ilegara Greta. No podfa arries- garse a perder a ninguno de ellos ahora. Cuando de sus pingiiinos se trata- ba, no escatimaba ningtin esfuerzo. De modo que volvié a bajar con todos a la habitacién y les dio una ducha fria en el bafio. Esto lo mantuvo ocupado duran- te una buena parte de la noche. A la mafiana siguiente, como habia dormido poco, el sefior Popper estaba bastante somnoliento cuando tuvo que llamar a los taxis para irse al teatro. Ademas, siempre habia sida un poeo despistado. Y fue asf como cometid su gran error, al decirle al taxista: —A\I Teatro Regal. —Si, sefior —dijo el conductor, abriéndose camino por entre el tréfico de la Calle Broadway, que les parecié interesantisima tanto a los nifios como a los pingtiinos. Casi habfan llegado cuando el con- ductor volteé la cabeza. —iOiga! —exclamé—. iNo me diga que estos pingtiinos van a presentarse en el mismo programa con las Focas de Finn Finnegan! —No sé qué mas habré en el progra- ma —dijo el sefior Popper y le pagé. Y se dirigieron a la entrada de los ar- tistas. En los bastidores se encontraron con un hombre grande, fornido y de cara roja. —iConque estos son los Prodigiosos Pingiiinos Popper? —dijo—. Permi- tame presentarme, sefior Popper. Soy Finn Finnegan, y mis focas estan en el escenario en este momento. Si a sus Vit 156 aves les da por hacer alguna pilatuna, las que pierden son ellas. Mis focas son tudas, isabe? Son capaces de comerse de a dos 0 tres pingttinos cada una. Desde el escenario les llegaban los aullidos roncos de las focas, que esta- ban en pleno acto. —Papd—dijolasefiora Popper—, los pingiiinos son lo tiltimo del programa. Corre a detener esos taxis para que los pingiiinos den una vuelta hasta que llegue la hora de su acto. El sefior Popper salié corriendo para alcanzar a los conductores. Pero cuando regres6 a los bastidores, era demasiado tarde. Los Prodigiosos Pingiiinos Popper habian descubierto ya a las Focas de Finn Finnegan. —iPapd, no puedo ver! —gritaban los nifios. En el escenario estallé6 una confu- sién espantosa, hubo un gran revuelo entre el ptblico, y el telén cay6 rapi- damente. Cuando los Popper irrumpieron en el tablado, tanto los pingiiinos como li, las focas habfan encontrado la escalera que llevaba al vestidor del sefior Finne- gan y se habian subido. —wNo quiero ni pensar en lo que es- tard sucediendo all4 arriba —dijo el se- fior Popper, estremeciéndose. El sefior Finnegan solo se refa. —Espero que sus aves estuvieran aseguradas —dijo—. iCudnto valian? En fin, subamos a ver. 158 —Sube tt, Papé —dijo la sefiora Popper—. Bill, vete corriendo a llamar a la policfa para que vengan a tratar de salvar a algunos de nuestros pingiiinos. —Yo iré a llamar a los bomberos —dijo Janie. Cuando llegaron los bomberos, con sus sirenas aullantes, y acomodaron sus escaleras para entrar por la ventana del vestidor del sefior Finnegan, quedaron un poco desconcertados al ver que no habianingtinincendio. Perocuandoen- contraron seis focas de bigote negro aullando en el centro de la habitacién, con doce pingiiinos desfilando alegre- mente en un circulo a su alrededor, se sintieron mejor. Luego llegaron los policias y subie- ron por la escalera que los bomberos habian dejado apoyada contra el edifi- cio. Y cuando entraron por la ventana, apenas podian dar crédito a sus ojos. Pues los bomberos les habian puesto sus cascos a los pingiiinos, y esto hacfa que los animales, que estaban encanta- dos, se vieran muy graciosos y un poco afeminados. Al ver que los bomberos se mosttite ban tan amigables con los pingliiiias, los policfas tomaron partido por lap for cas y les pusieron sus cascos, Con slit caras negras y sus bigotes negros y lat gos bajo los cascos, las focas se vefan muy temibles. Y cuando el senior Popper y el sefior Finnegan abrieron la puerta finalmen- te, los pingtiinos desfilaban con sus cascos de bomberos frente a los poli- cfas, mientras que las focas, con sus cascos de policfas, les aullaban a los bomberos. El sefior Popper se sent6. Estaba tan aliviado, que se qued6 mudo un ins- tante. —Ustedes, los policias, mejor les van quitando sus cascos a mis focas —dijo el sefior Finnegan—. Tengo que regre- sar al escenario a terminar mi acto ya mismo. Luego, él y sus seis focas abandona- ron la habitacién, con unos cuantos aullidos de despedida. —Adiés, queridos amigos —dijeron los bomberos al quitarles los cascos a iho 160 los pingtiinos, muy a su pesar, para vol- ver a ponérselos en sus propias cabezas. Luego desaparecieron por la escalera. Los pingitinos querfan seguirlos, por supuesto, pero el sefior Popper los con- tuvo. Justo en ese instante, la puerta se abrié de par en par, y el gerente del teatro irrumpié en la habitacién. —Detengan a ese hombre —les grité a los policias, sefialando al sefior Popper—. Tengo una orden de arresto para él. —iPara mi? -—pregunté el sefior Popper, aturdido—. iY yo qué hice? —Pues meterse en mi teatro y sem- brar el panico entre todo el mundo, eso es lo que hizo. Es un perturbador de la paz. —Pero si soy el sefior Popper, y estos son mis Prodigiosos Pingitinos, famosos de costa a costa. —Me importa un bledo quién sea usted. No se le ha perdido nada en mi teatro. —Pero si el sefior Greenhiui Wi pagarnos cinco mil délares por WAH Mle mana en cl Regal. —EI teatro del sefior Greenhut o# el Royal, no el Regal. Ha venido al tea: tro equivocado. iY ya vayanse! | sted y sus Pingiiinos Prodigiosos. La patrulla los espera afuera. Capitulo XIX El almirante Drake ue asi como despacharon al sefior Popper, con el Ca- pitan Cook, Greta, Colén, Louisa, Nelson, Jenny, Ma- gallanes, Adelina, Scott, s Isabella, Ferdinand y Vic- toria, al auto de la patrulla que los lle- v6 a la estacién de policia. Ninguna de sus stiplicas conmovi6é al sargento. —El gerente del teatro esta muy mo- lesto por la forma como entraron en su teatro, asi que tengo que arrestarlos. 164 Les daré una celda buena y tranquila, a no ser que paguen la fianza. Son qui- nientos délares por usted, y cien por cada una de las aves. Desde luego que el sefior Popper no tenia esa cantidad de dinero consigo. Ni la sefiora Popper, cuando la Ilama- ron al hotel. Habfa pagado la cuenta del hotel por adelantado, y no tenfa efectivo. Y el cheque del pago sema- nal llegaria solo al terminar la semana. Es mds, ahora parecia que los Popper nunca verfan ese cheque, pues no po- drian sacar a los pingiiinos de la car- cel a tiempo de presentar su acto en el Teatro Royal. El sefior Popper sabia que si hubie- ran podido ponerse en contacto con el sefior Greenbaum, este amable hombre los habria sacado. Pero estaba en Ho- llywood en alguna parte, por alld en la costa Pacifica, y los Popper no sabfan cémo localizarlo. Las aves se aburrian profundamente enlacrcel. Llegéel miércoles, y seguian sin noticias del sefior Greenbaum. Para el jueves, los pingitinos empezaban a 166 desfallecer. Y muy pronto se hizo evi- dente que la falta de ejercicio, combi- nada con el calor, era demasiado para ellos. No habfa mds gracias ni jugarre- tas felices. Hasta los mds jévenes se pasaban el dia entero en un silencio deprimente, y el sefior Popper no lo- graba animarlos. Tenia la esperanza de que el sefior Greenbaum quiz4 apareciera hacia el final de la semana, por lo de la renova- cién del contrato. Pero el viernes pasé también sin noticias de él. El sébado por la mafiana, el sefior Popper se levanté muy temprano y se peiné con las manos. Después les quité el polvo a sus pingtiinos lo mejor que pudo, pues queria que todos estuvieran lo més presentables posible en caso de que el sefior Greenbaum apareciera. Hacia las diez de la noche, oyé el ruido de unos pasos en el corredor, se- guidos por el cascabeleo de unas llaves, y la puerta de la celda se abrid. —Esta libre, sefior Popper. Por aqui estd un amigo suyo. El sefior Popper salié a la luz con los pingiinos. Estaba a punto de exclamar “iLlega usted apenas a tiempo, sefior Green- baum!”, pero entonces sus ojos volvie- ron a acostumbrarse a luz y miré de nuevo. No era el sefior Greenbaum quien estaba allt. Era un hombre grande y barbado, con un uniforme magnifico y un gran sonrisa, que le tendié la mano y dijo: —Soy el almirante Drake. —iAlmirante Drake! —dijo el se- for Popper con un grito ahogado—. iiDe vuelta ya del Polo Sur?! —Asi es —dijo el almirante—. El barco de la Expedicién Antartica Drake regres6 ayer. Deberia haber vis- to la bienvenida que nos dio la ciudad de Nueva York; puede verlo en el perié- dico de hoy. Pero entonces me enteré de los problemas que estaba teniendo con los pingtiinos, y por eso estoy aqui. Tengo una larga historia que contarle. 167 168 —iPodriamos ir a conversar en el hotel? —pregunté el sehor Popper—. Mi esposa estard ansiosa por volver a vernos. —Por supuesto —dijo el almiran- te. Y cuando se hubieron acomodado nuevamente en las habitaciones de los Popper en el hotel, con los pingtiinos amontonados alrededor para escuchar- lo, el almirante Drake empez6: —Naturalmente, cuando supe que regresaria a los Estados Unidos, pen- saba con frecuencia en el hombre a quien le habia mandado el pingiiino. Como las noticias tardan tanto en lle- gar hasta alla abajo, solfa preguntarme como le estaria yendo a usted con el ave. Anoche, en la cena que nos ofre- cid el alcalde, of hablar del acto de los pingiiinos maravillosamente amaestra- dos que han estado presentando por todo el pais. Y esta mafiana, al alzar el periédico, ilo primero que leo es que el sefior Popper y sus pingiiinos siguen en la carcel! Pero doce pingtiinos, se- for Popper... icémo rayos...? Entonces el sefior Popper le contd cémo Greta habia llegado para hacer- le compafifa al Capitan Cook, y como habian crecido los pichones, y cémo la inteligente pandillita les habia salvado el pellejo a los Popper cuando las cosas no pintaban nada bien. —Es increfble —dijo el almirante Drake—. He visto muchos pingiiinos en mi vida, pero nunca habia visto a unos tan educados como estos. Sin duda, es una muestra de lo que pueden hacer la paciencia y el entrenamiento. Pero vamos al grano, sefior Popper. Supon- go que usted sabe que ademas del Polo Sur, también he explorado el Polo Norte. —Oh, claro —dijo el sefior Popper con aire respetuoso—. He lefdo libros de sus expediciones tanto al Artico como al Antartico. —Pues bien —dijo el almirante—. Entonces puede que sepa por qué los exploradores preferimos el Polo Sur. —iPodria ser por los pingiiinos, se- fior almirante? —pregunté Janie, que escuchaba con mucha atencién. 169 170 El almirante Drake le dio una pal- madita en la cabeza. —Asi es, carifio. Esas largas no- ches polares pueden ser muy aburri- das cuando no tienes mascotas con las cuales jugar. Allé arriba hay osos po- lares, claro, pero no puedes jugar con ellos. Nadie sabe por qué no hay pin- giiinos en el Polo Norte. Y desde hace un buen tiempo, el gobierno de los Es- tados Unidos ha querido que dirija una expedicién al Artico con el objetivo de establecer una colonia de pingiiinos. Y ahora si vamos al grano, sefior Popper: ya que ha tenido un éxito tan extraor- dinario con estas aves suyas, ime per- mitiria llevarmelas al Polo Norte para empezar alli una raza de pingiiinos? El sefior Greenbaum y otro caballero llegaron justo en ese instante. Les die- ron la mano a todos y el sefior Popper les present6 al almirante. —Pues bien, Popper —dijo el sefior Greenbaum—, siento mucho lo de la confusién de los teatros. Pero no im- porta. Este es el sefior Klein, duefio de la Colossal Film Company. Y le trae una propuesta millonarla, [Dejard de ser pobre, sefior Popper! —iPobre! —exclamé el sefol Popper—. Yo no soy pobre. Fstay aves nos han dado cinco mil délares a la se° mana. —Oh, cinco mil délares —dijo el sefior Klein—. iQué son cinco mil dé- lares? iDinero de bolsillo! Yo pienso llevar a estas aves a la pantalla gran- de, sefior Popper. El departamento de guionistas ya ha empezado a escribir los guiones. Le daré a cada pingiiino un contrato que les permitira a usted y a su sefiora mudarse a una mansi6n y pasar alli el resto de sus vidas. —Papd —susurré la sefiora Pop- per—. No quiero mudarme a una man- sién. Quiero regresar a nuestra casita. —Piénselo bien, sefior Popper —dijo el almirante—. Yo no puedo ofrecerle nada parecido. —iUsted dice que los habitantes del Polo Norte se sienten solos porque no hay pingtiinos? —pregunté el sefior Popper. —Muy solos —dijo el almirante. iW 172 —Pero si hubiera pingiiinos alld arriba, ino se los comerian los osos po- lares? —Pues a unos pingiiinos normales, si —dijo el almirante con diploma- cia—, pero no a unas aves tan amaes- tradas como las suyas, sefior Popper. Me temo que son mis listas que cual- quier oso polar. Ahora le tocaba el turno al sefior Klein. —En todos los cines de los Estados Unidos, los nifios tendrian el placer de ver las historias actuadas por los Prodi- giosos Pingtiinos Popper —dijo. —Claro que si logramos establecer la colonia en el Polo Norte —intervino el almirante—, es probable que haya que cambiarles un poco el nombre. Supongo que en los siglos por venir los cientfficos los llamardn los Pingtiinos Popper del Artico. El sefior Popper guard6 silencio un momento. —Caballeros —dijo—, les agradez- co a los dos. Mafiana les comunicaré mi decisién. Capitulo XX Adiés, sefior Popper . ra una decisién dificil de to- \\ mar. Después de que los vi- sitantes se fueran, el sefior y la seflora Popper reflexiona- ron un buen rato acerca de lo que serfa mejor para todos. La sefiora Popper podia ver las ventajas de ambas propuestas, y las sefialé sin tratar de ejercer influencia en su marido. —Yo siento que los pingitinos son realmente tu responsabilidad —dijo—. Y eres ti el que debe tomar la decisién. 174 Al dia siguiente, un sefior Popper palido y demacrado estaba listo para anunciar su decisién. —Sefior Klein —empez6—, quiero que sepa cudnto agradezco su oferta de llevar a mis aves a la pantalla grande. Pero me temo que tendré que rechazar- Ja. No creo que la vida en Hollywood sea buena para mis pingiiinos. Entonces se dirigié al almirante. —Almirante Drake, voy a darle las aves. Al hacerlo, estoy pensando en el bienestar de los pingiiinos por encima de todo. Sé que han estado cémodos y felices conmigo. Pero tltimamente, con todas las emociones y el clima ca- lido, he estado preocupado por ellos. Y ellos han hecho tanto por mi, que debo pensar en lo que sea mejor para ellos. Después de todo, son animales de cli- ma frio. Y ademas no puedo dejar de compadecerme de las personas que viven en el Polo Norte, sin pingitinos que les ayuden a pasar el tiempo. —Su gobierno se lo agradeceré, se- fior Popper —respondié el almirante. 176 —Felicitaciones, almirante —dijo el sefior Klein—. Y quiz tenga usted raz6n, sefior Popper. Hollywood podria haber sido demasiado para las aves. Pero desearfa que me permitiera hacer un cortometraje de los pingitinos aqui en Nueva York, antes de que se va- yan. Solo unas cuantas imagenes de las cosas que hacen en el escenario, ide acuerdo? Mostrarfamos el corto en to- das partes y anunciarfamos que son los famosos Pingiiinos Popper que Ilevara al Polo Norte el almirante Drake, de la Expedicién Fundadora de Pingiiinos en el Artico, o algo asf. —Eso me encantaria —dijo el sefior Popper. —Se lo pagaremos, desde luego —agreg6 el sefior Klein—, No sera una fortuna como la que le habriamos pagado si hubiéramos firmado un con- trato, ¢pero le parecen bien unos vein- ticinco mil dolares? —No nos vendrian nada mal —dijo la sefiora Popper. —La casa ntimero 432 de la Avenida Proudfoot estar muy silenciosa —dijo el sefior Popper cuando todos se habfan ido. La sefiora Popper no dijo nada. Sa- bia que nada de lo que dijera podria consolarlo. —Sin embargo —continué el sefor Popper—, ahora que ya ha Ilegado la primavera, muchas personas querran pintar su casa, asi que mejor nos pone- mos en marcha. —Y nosotros —dijo Bill— hemos tenido diez semanas enteras de vaca- ciones en plena mitad del afio, y no hay -muchos nifios que puedan decir esto en Stillwater. Al dia siguiente, los camarégrafos fueron a hacer la pelicula sobre los pin- giiinos haciendo sus gracias. El acuer- do era que los Popper permanecerian en Nueva York hasta ver partir la ex- pedicién. Mientras tanto, en el puerto esta- ban preparando el barco del almirante Drake para su larga expedicién al Nor- te. Todos los dias subfan a bordo unas cajas enormes con provisiones de toda clase. Y las partes més cémodas del 177 178 barco se las asignaron a los pingiiinos, que eran el motivo del viaje. El Capitan Cook estaba bastante fa- miliarizado con el barco puesto que era el mismo en el que el almirante habia ido al Polo Sur, donde lo habfa visto con frecuencia. Greta también habia visto embarcaciones del estilo. Y los dos estaban muy ocupados mostrando- les y explicandoles todo a Nelson, Co- lén, Louisa, Jenny, Scott, Magallanes, Adelina, Isabella, Ferdinand y Victoria. Los marineros disfrutaban muchi- simo viendo a las pequefias y curiosas aves en sus exploraciones. —Parece que sera un viaje muy animado —decian—. Estos Pingiiinos Popper estén realmente a la altura de su reputacién. Todo estuvo listo finalmente, y llegd el dia en que los Popper debian des- pedirse. Bill y Janie se pusieron a co- rretear por todo el barco y no querian irse cuando llegé la hora de elevar la plancha. El almirante estreché la mano de los nifios y la sefiora Popper. Luego les dio las gracias por haber ayudado a amaestrar a los extraordinarios pingtii- nos, que serfan una verdadera contri- bucidn para la ciencia. El sefior Popper habia bajado a des- pedirse de sus aves en privado. Lo tini- co que hacfa que no se derrumbara era la certeza de que eta lo mejor para ellos. Primero se despidid de los pin- giiinos pequefios. Después de Greta, quien habia salvado al Capitan Cook. Por tiltimo, se inclin6 y le dio una espe- cial despedida al Capitan Cook, quien habia Ilegado para cambiarle la vida. * Después se enjug6 los ojos, se ende- rez6 y subié a cubierta para despedirse del almirante. —Adiés, almirante Drake —dijo. —iAdids? —repitid el almirante—. iPor qué? iCémo asi? iNo viene con nosotros? —Yo, con ustedes, al Polo Norte? —Pues claro, sefior Popper. —iPero cémo podria ir con ustedes? No soy ni explorador ni cientifico. Soy solo un pintor de casas. —Usted es el guardian de los pin- giiinos, io no? —rugid el almirante—. 179 Por Dios, ifacaso esos pingiiinos no son el motivo de toda esta expedicidn?! (Quién estar pendiente de que estén bien y felices si no es usted? Vaya a po- nerse uno de estos trajes de piel, como todos los demas. Levaremos anclas en cualquier momento. —Mama —le grité el sefior Popper a la sefiora Popper, que ya habia bajado a la plancha—. iYo también voy! iYo también voy! iEl almirante Drake dice que me necesita! Mami, éte importa si no vuelvo a casa en un par de afios? —Oh —dijo la sefiora Popper—, pues te echaré mucho de menos, queri- do mio. Pero tenemos dinero como para unos cuantos afios. Y sera mucho mas facil mantener la casa limpia en invier- no sin un hombre que se pase los dias enteros sentado por alli. Debo regresar ya a Stillwater. Mafiana es el dfa de la reunién de la Sociedad Benéfica de Mu- jeres Misioneras, y Ilegaré justo a tiem- po. Asf que adiés, amado mfo, y buena suerte. —iAdiés y buena suerte! —repitie- ron los nifios. 181 182 Y los pingiiinos, al ofr las voces, su- bieron a cubierta a toda prisa para po- nerse al lado del almirante y el sefior Popper. Entonces agitaron sus aletas solemnemente y se despidieron mien- tras el gran barco se alejaba lentamen- te por el rio rumbo al mar. CC : 26001680 ISBN 978958-45.3517-7 | www.librerianorma.com Los pingiiinos del sefior Popper El adorable senor Popper recibe un regalo inesperado: un pingiino de verdad. Muy pronto, a ese pingiiino se le suma otro... hasta que su casa queda convertida en un paraiso de nieve. Con el dinero justo para mantener a su familia, qué mds puede hacer el imaginativo sefior Popper sino entrenar a sus pingttinos en un hermoso show. Este clasico de la literatura infantil invita a los pequefios a imaginar, a sofiar y a creer que todo es posible. Richard y Florence Atwater Los pingiiinos del sefior Popper fue iniciado por Richard Atwater, periodista y profesor de la Universi- dad de Chicago. Pero cuando una seria enfermedad lo obligé a dejar de escribir, Florence Atwater, su esposa, complet la historia. Juntos crearon uno de los libros infantiles mas que- tidos de todos los tiempos. Robert Lawson Escritor e ilustra- dor de numerosos libros para nifios. Fue merecedor de varios premios internacionales, entre ellos la Cal- decott Medal, la Newbery Medal y el Newbery Honor, este ultimo por sus dibujos en blanco y negro de Los bingiinos del sefior Popper, que aportan tanto al encanito de este clasico como Ja historia misma.

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