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220. ENTRE BASTIDORES cs - 19/0 x/X fh ‘b é bas lor eS el - BIZ lain Corbin " bods has tele 8, PP” La educacién sentimental y la frecuentacién tradicional Elamor _ La configuracién del sentimiento amoroso y las conductas que \/ roméntico inspira revelan a la vez los suenos eréticos y las tensiones que atraviesan la sociedad. También en este terreno, modelos imagina- rios y practicas sociales sufren una permanente evolucién. La histo- ria contemporénea ha olvidado, sin embargo, este aspecto de las mentalidades. Aficionada a las series, ha preferido el estudio cuan- titativo de los embarazos prenupciales al de las correspondencias intimas. Las prisiones de larga duracién se muestran en este caso particu- larmente s6lidas; conviene, por tanto, no perder nunca de vista los c6digos antiguos que, subterréneamente, contintan ordenando los LA RELACION fNTIMA O LOS PLACERES DEL INTERCAMBIO. 221 sentimientos. El amor cortés y sus procedimientos de liberaci6n, el ‘theoplatonismo del Renacimiento y su antropologia angélica, el dis- curso cldsico sobre el huracdn de las pasiones, y la condenacién del loco amor» por los clérigos de la Reforma cat6lica pesan sobre los comportamientos de los amantes del siglo xix, lo sepan o no. Es evidente qué sé muestran mas apremiantes todavia Tos sistemas heredados del siglo de las Luces. La reflexion de los metafisicos sobre la esencia del alma, la de los médicos y los psiquiatras sobre el estatuto de la pasi6n, la existencia de dos naturalezas sexuales y los peligros del exceso fisiolégico, asi como el pensamiento de los tedlogos sobre la gravedad relativa de la falta sexual forman las conductas amorosas. Pero no deja de ser lo esencial la elaboracién y Iuego el declive del amor rom4ntico. Las teorias multiformes y movedizas que defi- nen las modalidades de la relacién entre el alma y el cuerpo forman el tiltimo plano de esta nueva organizacién del sentimiento amoroso; no vamos a volver sobre ello. Mejor sera detenerse en la bipolaridad de la naturaleza femenina, igualmente indispensable para la com- prensin de las mentalidades de la época. Marcada-con el séllo de la antigua alianza con el demonio, la hija de Eva corre en todo momento el riesgo de precipitarse en el pecado; su misma naturaleza hace imprescindible el exorcismo. La mujer, cercana al mundo or- ganico, disfruta de un conocimiento intimo de los mecanismos de la vida y de la muerte. Al tiempo que tiende a identificarse con la naturaleza vive permanentemente bajo la amenaza de sus fuerzas teliiricas cuya existencia ponen de manifiesto los excesos de la nin- fomana y de la histérica. Cuando estas lavas hirvientes logran esca- parse sin retencién, el sexo débil se desencadena, insaciable en sus amores, fanatico en sus creencias, espantoso como el loco en sus. gesticul laciones. Inspirados por esie sistema de representaciones Teorganizado al final del Antiguo Régimen, los artistas de la segunda mitad del siglo x1x pondrén el acento sobre el enigma de la femini- dad. -Marmérea y feroz a la vez, la mujer esfinge, cefiida por la serpienie, los 098 enceadidos por un fulgoPsataie, Tesponde al cédigo hieratico del modern style, tal como lo ha analizado brillan- temente Claude Quiguer. Los novelistas, Zola en concreto, harén deslizarse este inquietante modelo de devoradora hasta el seno de la poblacion de los suburbios. Para los hombres de la época, ase- diados por el miedo a la mujer, se imponé més que nunca la urgencia de apaciguar la sexualidad de su compaiiera y someterla al orden masculino. Entonces interviene el c6digo religioso. La descendiente de Eva es también hija espiritual de Maria. Se perfila asi el polo positivo de la feminidad. Ya el metodismo habia exaltado a las redentoras. El siglo xix va a buscar en ella al angel bueno del hombre. Accesible ‘"Wla piedad, nacida para la caridad, la mujer tiene la misi6n de ser mensajera del ideal. El lamartinismo manifiesta aqui su influencia. La existencia, indudable, de seres inmateriales —los éngeles— im- plica la de criaturas intermedias sin las cuales la escala divina se veria interrumpida. La mujer tiene como vocacién su propia eleva- cién a fin de ocupar su puesto de mediadora, y poder luego inclinarse hacia el hombre y revel 222. ENTRE BASTIDORES EI simbolismo de fin de siglo marcé profundamente la imagen de la mujer. ‘Acentuando la dicotomia de las, figuras de la feminidad, a la vez clérea y venenosa, tradujo a st manera el miedo que su compafia hacia sentir a los hombres de centonces. (Paul Albert Steck, La ‘melodia, Paris, museo del Luxemburgo.) LA RELACION INTIMA O LOS PLACERES DEL INTERCAMBIO. 223 Nadie mejor que el pintor Louis Janmot para evocar el ambiguo ‘entendimiento de los amantes roménticos, disfanos, etéreos. El felino cruel tendido a los pies de la joven virgen recuerda la amenaza castradora de la que corre el riesgo de ser victima esta pareja luminosa que tiende a reconstruir fa unidad primordial del androgino. (Louis Janmot, Virginitas, Lyon, museo de Bellas Artes.) Antes incluso de la promulgacién del dogma de la Inmaculada Concepcién (1854) y el auge de Ia mariofania (1846-1871), la litera- fura piadosa y la pintura mistica expresan esta huida lejos de las. pesanteces del cuerpo, este impulso del angelismo diafano, Conce- bida en ef'seno del iluminismo Tionés, la pintura de Louis Janmot, concretamente la bella serie Virginitas, pone de relieve esta inspira- ‘ cién. La joven mujer levanta los ojos hacia el azul, asegura la a comunicaci6n entre su compafiero y el mundo invisible. Desde esta perspectiva, el amor ser4 el segundo cielo, la afinidad vivida en la comiin aventura espiritual. // Entre los procedimientos de la confesion y la dialéctica amorosa se entreteje un estrecho vinculo, como si, segin advierte Lucienne Frappicr-Mazur, lo reprimido siguiera, para su retorno, las sendas asociativas utilizadas durante la represién ALa experiencia romantica del amor toma en préstamo del sacramento el lenguaje religioso de. _/ la confesién, la funcioi redentora del sufrimiento, Ta espera de la // recompensa:-Aqui-es la mujer quiet conserva el magisterio espiri- tual; es ella la que justifica las opciones Pero el amor roméntico encierra una complejidad mucho mayor; el lenguaje religioso se combina con el nuevo estatuto de la pasion. Los desdrdenes del coraz6n, el cataclismo del ser, el delirio, en una palabra, el cédigo elaborado cuando menos en el siglo XVII y rema- chado entre 1720 y 1760 quedan relegados a un segundo plano. En Francia concretamente, de 1820 a 1860, se lleva a cabo una auténtica 224 ENTRE BASTIDORES » Feinvencion del sentimiento. La pasi6n no va a ser en adelante mas que una energia; es la que provoca ese choque eléctrico del ser, ercloao del amor. Este dltimo, lazo entre dos individuos a la vez n comin en el seno de una esfera magica, asegura el Gaatn del orden natural al orden patties, Este seatimiento implica _ tal afinidad espiritual que cada uno de los dos integrantes de Ia / pareja adquiere la certidumbre de la eternidad del acuerdo. «El amor en su plenitud —escribe Paul Hoffmann— escapa a lo real y vive én la fronteras de la vida donde se confunden la presencia y la ausencia, el rostro del amado y las imagenes del recuerdo y del suefio.» A la mujer es a la que corresponde provocar en el hombre este despertar, esta «turbulencia del alma», mantener la inextinguible nostalgia de un mundo ideal. Fue Rousseau quien le propuso al mundo romAntico esta perfecta complementaci6n. Fue él quien per- fil6 de nuevo el mito de un andr6gino espiritual; y equivaldria a una reduccién excesiva no ver en Sophie mas que la imagen machista de una compafiera sometida. Una reactualizacion asi de la antigua nostalgia de Ja indivision primitiva, de la totalidad original y mitica, engendra la indecisién sexual de la pareja, tan perceptible en pintura de un Janmot. Y esta indiferenciaci6n justifica el impulso fraternal hacia lo ideal. Entonces se cierra el circulo y reaparece, inesperado, el polo negro de la feminidad. La virgen etérea, didfana, niega hasta tal punto la sexualidad de su compafiero, que se vuelve inquietante, insidiosamente castradora. El hombre descubre que es la victima de aquélla a la que ha izado a la escala de los angeles a fin de que pudiese exorcizar mejor su animalidad. ICION FRANCESA A LA GRAN GUERRA ROMO ae eit P-4 BAJO LA DIRECCION DE ALAIN CORBIN JEAN-JACQUES COURTINE 4 GEORGES VIGARELLO macs i ae HISTORIA se Ow, eee ae Ss _. Alan Corbin = ~ Cver pos” pp. 1W/ -178: Elcuerpo y la historia natural del hombre y de la mujer Hace mucho que los historiadores escudrifiaron los textos del doctor Roussel®, Virey y muchos otros idedlogos cuyos escritos influyeron en la ima- gen del cuerpo, en la atraccidn que éste ejerce, y probablemente en la natu- Aeeste respecto, varias légicas actian simul primera es bien conocidat la Naturaleza creé el cuerpo femenino y masculino para perpetuar la especie. Toda su morfologfa deriva de este | fin, Desde esta perspectiva, ambos sexos no sdlo difieren en la configura- * cién de sus érganos genitales, sino en toda su constitucién fisica y moral,/ Para comprender bien este dimorfismo, es necesario recapitular’. Desde hace més de mil afios, si nos arenemos a los escritos de Galeno, se habfa im- puesto la idea de que los érganos sexuales de la mujer tenian la misma es- tructura que los del hombre, aunque se situaban en el interior del cuerpo para estar protegidos y garantizar el buen desarrollo de la gestacién. Aristé- tcles pensaba que la mujer no era mds que un vaso destinado a reci | milla masculina. Por el contrario, segiin la tradicién hipocratica, nada llega Sfx ala existencia gi no existe el placer. Por tanto, el goce parece ser necesario © para concebirflas fricciones de la vagina y del cuello del, icero provocan el calentai necesario para la emisién de una simiente interna. Se pensa- ba que en la mujer el ardor aumentaba con menor rapidez que en el hom- ‘bre, por lo que el placer era menos intenso pero més sostenido, a menos que el goce se produjera en el momento dela eyaculacién masculina. Este mo- delo hipocratico y galénico de las dos semillas reflejaba el orden césmico. Se pensaba que una friccién imaginaria podfa desencadenar el apogeo del pla- cer femenino, el momento de la emisién del liquido seminal. Por eso, las j6- venes ptiberes se satisfacian con placeres nocturnos y solitarios, y las viudas podfan descargar un semen viscoso, por haber estado retenido durante mu- cho tiempo. Estas convicciones llevaban a considerar el orgasmo femenino como sin- toma de la buena circulacién de los humores y de la apertura del titero, accesi- ble entonces a la simiente del hombre, El placer era percibido como resulta- do de una coccién de igual indole que la que afectaba a los demds fluidos. Por tanto, para lograr concebir parecia necesario calentar el cuerpo hasta que la parte més sutil de la sangre fuera transformada en simiente y después fue- ra expulsada con un Series epileptiforme. As{ se establecfa, de forma {totalmente natural, una relacién logica entre placery fecundidad, entre frie“ gidez y esterilidad. Se creia que las prostitutas, privadas del calentamiento nacido del desco y del placer, no corrian el riesgo de quedarse embarazadas. ‘En consecuencia, era responsabilidad del hombre preparar ala mujer ex- cesivamente lenta, afin de obtener la emisién simultdnea de las semillas. En la pareja, el placer sexual compensaba de antemano el malestar del embara- 20 y los suftimientos del parto. Sin esta satisfaccién previa, la mujer se ne- El encanto dels cueros | garfa, esto es, dejarfa de velar por la perpetuacién de la especie, El que cada vez se prestara més atencién al clitoris no implicaba abandonar la creencia en la homologia de los 6rganos sexuales, en la medida en que el clitoris pa- recia un equivalente del pene. A partir del Renacimiento, pero sobre todo durante el siglo xvilly prin- cipios del siglo x1, la nueva biologia cuestiona todas estas convicciones. Poco a poco, la ciencia médica deja de considerar que el orgasmo femenino es titil para la reproduccién. En lo sucesivo, la concepcién se percibe como uin proceso secreto que no precisa de manifestacién alguna de signos exter- nos. Debido a ello, segtin destaca Thomas Laqueur, el orgasmo femenino se ve desplazado a la periferia de la fisiglogfa humana: se convierte en una sim- ple sensacién, intensa pero intiti}YAT mismo tiempo, como veremos des- pués, cada vez se cuestiona mas lcreencia en la homologia de estructura y funcién de los érganos sexuales. Desde entonces, no dejan de destacarse como naturales las diferencias entre sexos. Una serie de contrastes, que afec- tan al cuerpo y a la mente, alo fisico y lo moral, son descritos de manera més clara que cuando triunfaba la medicina humoral, que oponfa el calor y la sequedad del vardn al frfo y la humedad de la mujer. No hay que olvidar que el paradigma humoral daba carta de naturaleza a la diferencia entre sexos, y que la carne, la piel, la pilosidad, la voz y hasta las caracteristicas de la in- teligencia o el cardcter de la mujer se ponfan en relacién con la naturaleza de los humores. La acentuacién de la divergencia se ha relacionado a menudo con la conmocién del orden social y el desarrollo del liberalismo. Este nuevo modelo engendra simulténeamente una nueva imagen de lo femenino y un miedo inédito a la mujer. Su disfrute, desde el punto de vis- tade los médicos dedicados a la observacién clinica, parece atin més temible por innecesario. Las manifestaciones epilépticas del orgasmo femenino, su proximidad a la histeria, cuya amenaza se acenttia y se transforma, sugieren el riesgo de una liberacién de fuerzas teltiricas. ‘A partir de ese momento se redefinen todas las relaciones entre hombres y mujeres. Los partidarios de la sumisién femenina recurren a la biologfa. Jean-Jacques Rousseau, en el quinto libro de su Emilio, habfa destacado las diferencias «naturales» que distinguen a ambos sexos. El hombre, activo y fuerte, sélo es hombre en ciertos momentos. La mujer es mujer en cada ins- tante de su vida. Tode en ella le recuerda su sexo, por lo que requiere una educacién particular. La creencia en que los progresos de la civilizacién acentiian la diferencia entre el hombre y la mujer afianza sélidamente la se- 145 | Historia bet cuEnro sit todo el co- paracién de los roles, Se considera que esta diferencia debe ujer des mercio social, especialmente el discurso y el juego amoroso. La m cubre el deseo cuando centra sus sentimientos en un individuo. El hombre. \ puede estar dominado por la necesidad de una mujer, que podré satis! una pareja ocasional. Esta diferencia radical en las modalidades del d establece un doble rasero en fa moral, Los descubrimientos de la biclogia® apoyan y acentian progresivamente la revolucin de tepresentaciones y normas. Los especialistas no dejan de explorar las diferencias entre la mujer y el hombre en materia de anatomia y fisiologia. A comienzos del siglo XIX, se descubre que hay mamiferos que ovulan espontaneamente en periodos de celo recurrentes y regulares. En 1827, Karl Ernst von Baer prueba este proceso en una perra, aunque consi- dera que la relacién sexual es necesaria para desencadenarlo. La auténtica re- volucién se produce aftos después. Theodor L. W. Bischoff (1843) demues- tra que en a perra la ovulacién es esponténea e independiente de la monta 0 de cualquier manifestacién de placer. En(1847)Pouchet, en su Théorie posi- tive de ovulation spontanée et de la fecondation des mammiferes et de la esp2- ce humaine, afirma —con raz6n pero sin pruebas— que la ovulacién en la mujer también. -es independiente de oyc sundacién. A partir de ese | momento, los ovarios van a definir la esencia de la feminidad y el orgasmo de la mujer parecer imitil para la procreacién. Estos descubrimientos fir- man la sentencia de muerte de la antigua fisiologia del placer y, més atin, de Ia doctrina de la homologia anarémica. gains Karbehlery Catherine Fovgvet, Ka_femme et Ls Medicines Peas, Hach ee, 1993” PD) Tomas 42 qvevr, fa Jubingie de sexe, cogs of /e genre £7 OF dent, Paris, Galhonand, pepe ond amarket econoany 5 i Sesval ces Es eps revolute, ” Doma Staton Cot) History dorm of servality , Michigan y Unwersity Pees, queur Ensayos Arte Catedra Erika Bornay Las hijas de Lilith Ensayos Arte Catedra Es éste un libro singular sobre la iconografia de la «mujer fatal» como tipo artistico y literario en la segunda mitad del siglo xix y comienzos del xx, como reflejo de una sociedad sexofobica y misogi- na, imagen enraizada en el miedo a la mujer y en su conversion, mas o menos subconsciente, en algo perverso y peligroso que representa muy bien la diablesa Lilith Comienza la obra con una introduccién al perso- naje de Lilith, quien, segin los textos religiosos hebraicos, fue la primera esposa de Adan; se exa- minan después las distintas corrientes artisticas relacionadas con la creacién delmitordelafoiliine fatale, y por altimo se exponen los antecedentes literarios y poéticos del mito y su eclosién en las postrimerias de siglo, para terminar con el analisis del repertorio iconografico de los multiples rostros bajo los que surgen las imagenes de las hijas de Lilith, ISBN 978-84-376-0868-6 CAPITULO IV La mujer en la clase ociosa del siglo XIX: «Dolce far niente» / /1a dicotomia Maria-Eva, viejo concepto de la supuesta naturaleza dual del eterno femenino, vino a reafirmarse en el siglo XIX por las circunstancias economicas y sociales, ya comentadas en anteriores paginas. Aquel papel que Rousseau reclamé para la especificidad de la mujer, ante las veleidades de al- gin que otro pensador del Siglo de las Luces, se realizaria plenamente en el 1800, muy en particular el papel de madre, aspecto no especialmente valora- do en siglos anteriores! a Al acceder a la clase burguesa, sobre todo urbana, la mujer vio reducida sensiblemente la multiplicidad de papeles y de responsabilidades a las cuales se habia visto obligada'en-offas Epoeas, tanto com cxposa de agricultor como de artesano, cuando la familia estaba organizada como una unidad produc- tiva. En el clan familiar preindustrial, todos sus miembros, sin excepcidn, de- sempefiaban un papel itil, pero, a partir de la revolucién industrial, la mujer de las clases media y alta pasara paulatinamente a depender econémicamente / de su marido, y se mantendré al margen de su negocio o empresa. A medida que avanza la época se ir encontrando con mas_y mas_tiempo libre y nada. que hacer, puesto que aquellos productos de primera necesidad (ropa, ali- Mentos y enseres domésticos), que tradicionalmente hacia o producia, pasa ahora a comprarlos. Finalmente ver reducidas sus actividades a las estrictas J de esposa y madre educadora. Se convierte, en fin, en lo que atin hoy se de- signa como «mujer de interior», y, muy en particular, «ama de casa, es decir. duefia, soberana y Angel protector del hogar y la familia burguesa. (Recorde- mOs a este propdsito aquellas lineas de Freud a su futura esposa: «...sabras onvertir una casa en un paraiso (...) Te dejaré gobernar nuestro hogar con /entera libertad...»)2, Este restringido destino es el que Proudhon considerard V Ia primordial ambicién de la mujer: «Les femmes n’aspirent a se marier que pour devenir souveraines d'un petit Etat qu’elles appellent leur ménage»>. | E, Shorter, op. eit., véase cap. 5 «Mire et nourrisons», pags. 209-253. 2 Cfr. supra, nota 51, del capitulo I. 3 Gran Dictionnaire Universel du X1Xe siécle, vol. 12, «Ménage». Citado por D. Flamant- Paparatti, Bien-Pensantes, Cocodettes et Bas-bleus, Paris, 1984, pag. 75. 68 ¥ | Pero, aun alcanzada esta «corona», nunca la mujer burguesa ha estado més ociosa, ha Rermanecido més pasiva y se ha visto mas desprovista de res- ponsabilidades de otro orden que no sea el referido al estricto espacio domés- tico. El famoso ennui del decadente, aunque de otra calidad y procedencia, era el mismo que debieron sentir —y padecer— muchas de las esposas de la opulenta sociedad bien pensante del siglo’. _ Muchas lo solucionaron sublimando su papel, revistiendo de ideal y de jas funciones a las que habian sido destinadas. A esta sublimacién con- tribuyé, sin duda, la aparicion dé un feminismo paternalista que se revelé como la tnica alternativa a la tradicional misoginiaS. En estas nuevas teorias la-mujer apaReSS SOHiG Uns’ a de encanto, bondad y delicadeza,. es atierna, débil, compasiva, timida y coqueta Galatea Afios mas tarde, alrededor de la mitad del siglo, los intelectuales france- ses, Jules Michelet y Auguste Comte, se haran eco de esta nueva concepcién del eterno femenino —una vez mas el cémo y quién es Ella—’, y ahondando en Ia misma, van a proclamar su cristiana mision y a cantar los elogios de una mujer-monja, cuyo convento seria el hogar de ia familia burguesa®. Michelet en una panegirica obra, lege a desribria como la exencia mis- ma de la pureza no terrenaly afirma, categoricamente «La femme est une re- ligiom®- EL papel de Ta mujer, ala que sitda en un lugar mas alto que el hom: bre, es el de la entrega absoluta, el de salvar a los otros: «Elle est la flamme d’amour et la flamme du foyer (...) Elle est l’'auteb»!, Mas fragil que un nifio, + J. K. Huysmans, relata en A rebours, cémo la madre de Des Esseintes muere de con- suncién, 3 Sobre este tema ver P. Darmon, op. cit., cap. 9, «Domination bourgeoise et féminisme paternaliste xvitie-xIxe sitele», pags. 174-194 & P. Roussel, Systéme physique et moral de la femme ou Tableau philosophique de la cons- titution de Vétat organique, du tempérament, des moeurs et des fonctions propres au sexe, Paris, 1775. (Citado por P. Darmon, op. cit., pag. 175. El libro del doctor Roussel, reeditado varias veces en el siglo XIX, se convertiré en la Biblia de los feministas paternalistas. 7 Ernest Jones en su biografia de Freud relata que éste una ve7 le dijo a Maria Bonaparte: «La pregunta fundamental que nunca ha tenido respuesta y que yo mismo no puedo contestar ain, a pesar de mis treinta afios de investigacién sobre el alma femenina,-es ésta:«jqué-eslo que quiere la mujer». Citado por E. Figes, op. cit., pag. 150. wR. Dijkstra, “Tait of PeDeaiy. Fantasies of feminine Evil in Firede-Sitele culture, Nueva York, 1986, pag. II. °” La femme, Paris, 1859, pag. 117. Los escritos de este historiador sobre la mujer y sobre el amor tuvieron una alta difusién no sélo en Francia, sino también en otros paises, incluido Estados Unidos. 0 [bid., pag. 118. La imposibilidad de tener una esposa-monja 0 una moderna madonna, ala manera de un doble de la Inmaculada Concepcién, debié de ser, desde luego, un enojoso inconveniente que, al parecer A. Comte intent6 superar. Ello explicaria el que en el volumen IV Ge su obra System of Positive Polity (1854), y con una audacia de mente que anticipaba la rea- lidad de los logros cientificos del siglo xx, Comte sugiriera la «atrevida hipotesis», segiin la ca- lified él mismo, de que se investigase en el campo de la inseminacién artificial con el propésito de tener a la mujer lo més prOxima posible a aquel ideal de Virgen, pero sin privarla de seguir ejerciendo sus funciones de madre. Para Comte, esta idea representaba, asimismo, un entusiasta «presentimiento del grado en que la mujer, incluso en sus funciones fisicas, podia llegar a ser independiente del hombre». (Citado por Dijkstra, op. cit., pag. 19.) 69 70 Ch. A. Collins, Pensamientos conventuales, 1850-51, 6le0, Ashomolean Museum, Oxford. Marie Sportalli Stillman, Convent Lily, 1891, dleo. v Aan 0 mas delicada que una flor, la mujer requiere absolutamente de nuetros cuidado: / Oh, la femme, le vase fragile de l’incomparable albatre out briile la lampe de Dieu, il faut bien la ménager, la porter d’une main pieuse ou la garder au plus prés dans la chaleur de son sein!!! La retérica de Michelet sobre la natural santidad del sexo femenino en- contré al otro lado del canal un nada timido eco en John Ruskin, quien en su obra Sesame and Lilies (1865) insta también a la mujer a considerarse a si misma como la esposa-monja!2, En el fondo de todos estos edulcorados discursos, subyacian, mas 0 me- nos conscientemente, las teorias darwinianas: el hombre posee la fortaleza, el coraje, la energia y la creatividad, contra la mujer que es pasiva, doméstica —y domesticable— mas emotiva, menos inteligente y, desde luego, mas in- fantil'?. La proteccién del hombre sera, pues, no sdlo pertinente, sino de obli- gacion agus ae Lineas atras hemos hecho referencia a la ociosidad, al ennui del sexo fe- menino. Hay en el arte de la €poca infinidad de creaciones plasticas que cap- tan_aquella languidez, aquella indolencia, tal _vez_enfermedad... El culto a la «sublime consuncién» fue ms acentuado que el de la espo- sa-monja, aunque existié una evidente imbricacion. Una apariencia de debi- litamiento fisico, de vigor disminuido, casi de constante desmayo'* represen- taba para muchos el colmo de la feminidad, e incluso era el reflejo de la suma espiritualidad, de una «santa disposicion del alma». Mas y mas, la mitologia de la época empezé a asociar una vigorosa salud y energia con «peligrosas actitude: Pronto, sit embargo, iban a dejarse oir las primeras voces de denuncia. Alrededor de los afios cincuenta, la inglesa Sarah Ellis, autora de manuales de buena educacién y de etiqueta, y del libro Women of England, comentaria: Yo no sé si a otros puede afectarles, pero el nimero de languidas, indo- lentes ¢ inertes jvenes damas reclinadas sobre sus sofas murmurando y que- jandose ante cualquier peticién que comporte un esfuerzo personal, es para ‘mi un espectdculo verdaderamente penoso', NJ, Michelet, op. cit, pag. 327. 2B, Dijkstra, op. cit., pag. 13. Ch. Darwin, Teoria de la evolucién, Barcelona, 1975, pag. 65. Feuillet, La morte, Paris, 1986. Aliette, una de las dos protagonistas de esta novela, es una imagen representativa de este arquetipo de mujer. 15” B. Dijkstra, op. cit., pag. 26. En O. Feuillet, op. cit., Sabina, la contraimagen de Aliette, es una mujer fuerte y decidida que provoca en su amante, Bernard, el comentario de que carece de los rasgos fisicos de su sexo, pag. 201. "6 Citado por F. Harrison, op. cit., pag. 30. 72 James Tissot, Convaleciente, 1875-76, dleo, 75 * 98, Sheffield City, Art Galeries. Incluso en Estados Unidos, donde también tuvo una innegable influencia el anacrénico discurso de invernadero de Michelet, surgié la voz de enérgico rechazo de Abba Goold Woolson, quien en el capitulo titulado «Invalidism as a Pursuit» (La invalidez como objetivo) de su libro Woman in American Society (1873) afirma que la mujer americana aparece «afectada por la debi- lidad y la enfermedad (...) Entre nosotros ser una verdadera dama equivale a mostrar falta de vida, insustancialidad, inanicién...»!7 y al tiempo que se- lala que ta-«invalidem femenina ha llegado a ser un verdadero culto entre las mujeres de la clase ociosa, dice de modo recriminatorio: En lugar de estar logicamente avergonzadas de‘sus enfermedades, nues- tras elegantes damas aspiran a ser llamadas invalides, y pronuncian la ilti- ma silaba de la palabra con un largo acento francés creyendo que esto las reviste de un encanto peculiar # 17 Gitado por B. Dijkstra, op. cit, pag. 27. " Ibid., op. cit., pag, 27. 73 ‘eal ERIC HOBSBAWM Peer a ire rere rome conclusidin de este gran historiador y Recren ore sista en afirmar que ¢s necesario un cambio, reconacer que no se sabe hacia dénde hay que cambiar y avisar que sila sociedad no cambia, lo que nos espera es la mas, ferns eemeer “Nada como este excelente libro, tan rico en hechos perfectamente ensambl eer explicar al lector la historia, tan proxima y sin emt mal conocida, que ha moldeado este mundo desorientado y lo i rey eer ay ee a seca eee Troe Contra Tai Erie Hobsbawm cultiva la historia como un relaco necesario de los progresos y ee ence es eer ena ea tees nea ae acerca) abyeccién de los stibditos, de la evidencia de que las cosas deben y pueden mejo- Sataer ar Tree nes eee ee oe eee ere ee Peet reer RONDA TEA? Una axigica recreacién del periodo mis creative y destructive de la historia humana, del m, ore E a fees tre con tanta claridad nuestro pasado inmediato, y que precisimente por ello nos ilumine tanto acerca de nuestros posibles futuros. Mr Pee eR ee en en ene mtny tiempo que no silo ha estudiado, sino que también ha vivido, en sus mas diver sos escenarios y en tocis sus dimensiones, Ello hace de su fibro no sélo la histo- eee Meee reso enone restr eM, 1965360-3, nt VISTA PANORAMICA DEL SIGLO XX 21 mm fw paralelismo puede establecerse entre el mundo de 1914 y el de los afios noventa? Este cuenta con cinco o seis mil millones de seres_ hu niorit a uni ndmiero mas elevado de seres humanos que en, ningan otro perio- do de la historia. Una éstimacién reciente cifra el ntimero de muertes regis- trado durante la centuria en 187 millones de personas (Brzezinski, 1993), lo que equivale a més del 10 por 100 de la poblacién total del mundo en 1900. La mayor parte de los habitantes que pueblan el n el decenio de 1990 son mas altos ¥ de mayor pes alimentados muchos ms aflos, aunque las catdstrofes de los afios ochenta y noventa en Africa, América Latina y la ex Union Soviética hacen que esto sea dificil de creer. E1 mundo es incomparablemente ms rico de lo que lo ha sido nunca por lo que respecta a su capacic lucir bienes y servicios \ HISTORIA DEL SIGLO XX | ¥.por la infinita variedad de los mismos. De no haber sido asf habria resulta~ | do imposible mantener una poblacidn mundial varias veces mas numerosa que en cualquier otro periodo de la historia del mundo. Hasta el decenio de | 1980, Ia mayor parte de Ia gente vivia mejor que sus padres y, en las econo~ mias avanzadas, mejor de lo que nunca podrfan haber imaginado. Durante algunas décadas, a mediados del siglo, parecié incluso que se habfa encon- trado la manera de distribuir entre los trabajadores de los pafses més ricos al menos una parte de tan enorme riqueza, con un cierto sentido de justicia, pero al terminar el siglo predomina de nuevo la desigualdad. Esta se ha en- sefioreado también de los antiguos paises «socialistas», donde previamente reinaba una cierta igualdad en la pobreza. La humanidad es mucho més ins- truida que én 1514. Be hecho, probablemenié por primera vez en la historia puede Garse el Calificativo de alfabetizados, al menos en las estadisticas ofi- ciales, a la mayor parte de los seres humanos. Sin embargo, en los afios fina- les del siglo es mucho menos patente que en 1914 la trascendencia de ese logro, pues es enorme, y cada vez mayor, el abismo existente entre el mini- mo de compeiéncia necesario para ser calificado oficialmente como alfabeti- zado (frecuentemente se traduce en un «analfabetismo funcional») y el domi- nio de la lectura y Ia escritura que ain se espera en niveles més elevados de instruccién./ El mundo esta dominado por una tecnologia revolucionaria que avanza sin cesar, basada en los progrésos de la ciencia natural que, aunque ya se pre- vefan en 1914, empezaron a alcanzarse mucho mds tarde. La consecuencia de mayor alcance de esos progresos ha sido, tal vez, la revoluci6n de los siste- mas de transporte y comunicaciones, que practicamente han eliminado el tiempo y la distancia. El mundo se ha transformado de tal forma que cada dia, cada hora y en.todos Tos hogares Ta poblacién comin dispone de més informacién y.oportunidades de esparcimiento de la.que disponfan los empe- yres.en.1914, Esa tecnologia hace posible que personas separadas por océanos y continentes puedan conversar con s6lo pulsar unos botones y ha eliminado las ventajas culturales de la ciudad sobre el campo. {Cémo explicar, pues, que el siglo no concluya en un clima de triunfo, por ese progreso extraordinario e inigualable, sino de desasosiego? {Por qué, como se constata en la introduccién de este capitulo, las reflexiones de tan- tas mentes brillantes acerca del siglo estan tefiidas de insatisfaccin y de des- confianza hacia el futuro? No es s6lo porque ha sido el siglo ms mortifero de la historia a causa de la envergadura, la frecuencia y duracién de los con- flictos bélicos que lo han asolado sin interrupcién (excepto durante un breve periodo en los afios veinte), sino también por las catdstrofes humanas, sin parangén posible, que ha causado, desde las mayores hambrunas de la histo- ria hasta el genocidio sistematico. A diferencia del «siglo xix largo», que parecié —y que fue— un periodo de progreso material, intelectual y moral casi ininterrumpido, es decir, de mejora de las condiciones de la vida civi zada, desde 1914 se ha registrado un marcado retroceso desde los niveles que se consideraban normales en los paises desarllados en las capas medias ~~ de la poblacién y que se creia que se estaban difundiendo hacia las regiones més atrasadas y los segmentos menos ilustrados de la poblacién. rarge el mundo de finales del siglo xx con el que existia a comienzos del periodo. Es un mundo cualitativamente distinto, al menos en tres aspectos. — En ido la decadencia y la caida de Europa, que al comenzar el siglo era todavia sin embargo, a la hora de hacer un balance hist6rico, no puede compa- imer lugar, no es ya eurocéntrico. A lo largo del siglo se ha produ-- 22 HISTORIA DEL SIGLO XX el centro incuestionado del poder, la riqueza, la inteligencia y la «civilizaci6n ‘ccidentil». Los europeos y sus descendientes han pasado de aproximada- mente 1/3 a 1/6, como maximo, de la humanidad, Son, por tanto, una mino- ria en disminucién que vive en unos paises con un infimo, o nulo, indice de reproduccién vegetativa y la mayor parte de los cuales —con algunas nota- bles excepciones como la de los Estados Unidos (hasta el decenio de 1990)— se protegen de la presi6n de la inmigracién procedente de las zonas més pobres. Las industrias que Europa inicié emigran a otros continentes y los paises que en otro tiempo buscaban en Europa, al otro lado de los océa- nos, el punto de referencia, dirigen ahora su mirada hacia otras partes. Aus tralia, Nueva Zelanda e incluso los Estados Unidos (pais biocednico) ven el futuro en el Pacifico, si bien no es facil decir qué significa eso exactamente. (Las «grandes potencias» de 1914, todas ellas europeas, han desaparecido, como Ta URSS, heredera de la Rusia zarista, o han quedado reducidas a una magnitud regional o provincial, tal vez con la excepcién de Alemania. El mismo intento de crear una «Comunidad Europea» supranacional y de inven- tar un sentimiento de identidad europeo correspondiente a ese concepto, en sustitucién de las viejas lealtades a las naciones y estados histéricos, demues- tra la profundidad del declive. iEs acaso un cambio de“Auténtica importancia, excepto para los histo- riadores politicos? Tal vez no, pues s6lo refleja alteraciones de escasa enver- gadura en la configuracién econdmica, intelectual y cultural del mundo. Ya en 1914 los Estados Unidos eran la principal economia industrial y el princi- pal pionero, modelo y fuerza impulsora de la produccién y la cultura de masas que conquistaria el mundo durante el siglo xx. Los Estados Unidos, pese a sus numerosas peculiaridades, son_la prolongacién, en ultramar, de Europa y se alinean junto al viejo continente para constituir la «civilizacion Seales Sean cuales fueren sus perspectivas de futuro, lo que ven los ‘tados Unidos al dirigir la vista atrés en la década de 1990 es «el siglo ame- ricano», una época que ha contemplado su eclosién y su victoria. El conjun- to de los paises que protagonizaron la industrializacién del siglo xIx sigue /suponiendo, colectivamente, la mayor concentraci6n de riqueza y de poder econdmico y cientifico-tecnolégico del mundo, y en el que la poblacién dis- fruta del més elevado nivel de vida. En los afios finales del siglo eso com- pénsa con creces la desindustrializacién y el desplazamiento de la produc- cidn hacia otros continentes. Desde ese punto de vista, la impresién de un \do eurocéntrico u «occidental» en plena decadencia es superficial. rmacion es més significativa. Entre 1914 y el comien- , el mundo ha avanzado notablemente en el camino que ha de convertirlo en una tinica unidad operativa, Io que era imposible en 1914. De hecho, en muchos aspectos, particularmente en las cuestiones eco- némicas, el mundo es ahora Ja principal unidad operativa y. las antiguas uni- dades, como las «economias nacionales», definidas por la politica de los estados territoriales, han quedado reducidas a la condicién de complicaciones de las actividades transnacionales. Tal vez, los observadores de mediados del 23 VISTA PANORAMICA DEL SIGLO XX siglo xt considerarén que el estadio alcanzado en 1990 en la construccién de la «aldea global» —la expresién fue acuiiada en Tos afios sesénta (Mac- hifan, 1962)— no es muy avanzado, pero lo cierto es que no sélo se han transformado ya algunas actividades econémicas y técnicas, y el funciona- miento de Ta ciencia, sino tambien importantes aspectos de la vida privada, principalme ofa a la inimaginable aceleracién de las comunicaciones y el transporte /Posiblemenie, la caracteristica mas destacada de este’ periodo final del siglo’ xx es la incapacidad de las instituciones puiblicas y del com- portamiento colectivo de los seres humanos de estar a la altura de ese acele- rado proceso de mundializacién, Curiosamente, el comportamiento indi dual del ser humano ha tenido menos dificultades para adaptarse al mundo de la television por satélite, el correo electrénico, las vacaciones en las Seyche- _lles_y los trayectos transocednicos. fa tercera transformacién, que es también la més perturbadora en algu- nos aspectos, es la desintegracién de las antiguas pautas por las que se regian las relaciones sociales entre los seres humanos y, con ella, la ruptura de los » vineulos entre las generaciones, es decir, entre pasado y presente. Esto es sobre todo evidente en los paises més desarrollados del capitalismo occiden- tal, en los que han aleanzado una posicin preponderante los valores de un individuatismo asocial absoluto, tanto en la ideologia oficial como privada, aunque quienes los sustentan deploran con frecuencia sus consecuencias sociales. De cualquier forma, esas tendencias existen en todas partes, refor- zadas por Ia erosiOn de las sociedades y las religiones tradicionales y por la destruccién, 0 autodestruccién, de las sociedades del «socialismo real». Una sociedad de esas caracteristicas, constituida por un conjunto de indi- , viduios egocéntricos completamente desconectados entre si y que persiguen taa.séle su propia gratificacién (ya se le denomine beneficio, placer o de otra forma), estuvo siempre implicita en la teoria de la economia capitalista. Des- de la era de las revoluciones, observadores de muy diverso ropaje ideolégico qunciaron 1a desintegracién de los vinculos sociales vigentes y siguieron con atenci6n el desarrollo de ese proceso. Es bien conocido el reconocimien- to que se hace en el Manifiesto Comunista del papel revolucionario del capi- talismo («la burguesia ... ha destruido de manera implacable los numerosos lazos feudales que ligaban al hombre con sus “superiores naturales” y ya no i6n entre los hombres qu aterés personal»). embargo, la nueva y revolucionaria sociedad capitalista no ha funciona- do plenamente segtin esos parametros. | En la practica, la nueva sociedad no ha destruido completamente toda la herencia del pasado, sino que la ha adaptado de forma selectiva. No puede Verse un «enigma sociol6gico» en el hecho de que la sociedad burguesa aspi- rara @ iniroducir «un individualismo radical en la economia y ... a poner fin para conseguirlo a todas las relaciones sociales tradicionales» (cuando fuera necesario), y que al mismo tiempo temiera «el individualismo experimental radical» en la cultura (o en el dmbito del comportamiento y la moralidad) (Daniel Bell, 1976, p. 18). La forma mds eficaz de construir una economia “ Y 24 HISTORIA DEL SIGLO Xx industrial basada en la empresa privada era utilizar conceptos que nada tenfan que ver con la légica del libre mercado, por ejemplo, la ética protes- tante, la renuncia a la gratificacién inmediata, la ética del trabajo arduo y las obligaciones para con la familia y la confianza en la misma, pero desde 0 no el de la rebelién del in \dividuo. FO Marx y todos aquellos que profetizaron la desintegracién de los vie- {jos valores y relaciones sociales estaban en lo cierto. El capitalismo era una fuerza revolucionaria permanente y continua. Légicamente, acabaria por desintegrar incluso aquellos aspectos del pasado precapitalista que le habia resultado conveniente —e incluso esencial— conservar para su desarrollo. Terminaria por derribar al menos uno de los fundamentos en los que se sus- tentaba, Y esto es lo que est4 ocurriendo desde mediados del siglo. Bajo los efectos de la extraordinaria explosién econémica registrada durante la edad de oro y en los afios posteriores, con los consiguientes cambios sociales y culturales, la revolucién més profunda ocurrida en la sociedad desde la Edad de Piedra, esos cimientos ian comenzado a resquebrajarse. En las postri- merfas de esta centuria ha sido posible, por primera vez, vislumbrar cémo puede ser un mundo en el que el pasado ha perdido su funcién, incluido el pasado en el presente, en el que los viejos mapas que guiaban a los seres humanos, individual y colectivamente, por ef trayecto de la vida ya no repro- ducen el paisaje en el que nos desplazamos y el océano por el que navegamo: Un mundo en el que no s6lo no sabemos adénde nos dirigimos, sino tampo- co adénde deberfamos dirigirnos,/ Esta es la situacién a la que debe adaptarse una parte de la humanidad en este fin de siglo y en el nuevo milenio. Sin embargo, es posible que para entonces se aprecie con mayor claridad hacia d6nde se dirige la humanidad. Podemos volver la mirada atrés para contemplar el camino que nos ha con- ducido hasta aqui, y eso es lo que yo he intentado hacer en este libro. Igno- ramos cudles serdn los elementos que darén forma al futuro, aunque no he resistido la tentacién de reflexionar sobre alguno de los problemas que deja pendientes el perfodo que acaba de concluir. Confiemos en que el futuro nos depare un mundo mejor, mas justo y mas viable. El viejo siglo no ha termi- nado bien. Zygmunt Bauman ILA SOCIEDAD SITIADA emer CR Me oR uC ie ue ely Cul ol RT te MMe Ceel (oy SMSC MT see be Lo) Pen Re Cre eMC CML rc rm cae my creacién de regularidades, normas y patrones comunes. Empefiados en COV aa ate MMe cer Coie cola Me Dor Me eleCo) ole Lo) CO ee he ee eeu once GEC etme ae tel eM aed Copan ast Hoy la sociedad estd sitiada, el estado-nacion sufre un doble acoso: SCRE sere oA A Mot Cen nl Melee DR cola Peete ea CRC eur ie eur ome rete eel tele CCTM as ole CCD aL COM CS ontody ee ec ca Ca aS (eee Ra Recs Me crt Re et or erotic) Re ae Ue a Mu oe A a ee otc cy sentirse a salvo, RMR Ms Cc ile me Mole te Co Mec ee Mc) Brera eee MCR Te eee We RceraT tor a MT More a eect et oe i eeccun orcas Oa sible, entonces, seguir pensando sociolégicamente? Pare au oC Cie ae er Cie Ca cuit aR Ces ccd Cee Ge Eoin oot Sura ee au Ceat cure eee a ee ot eon Sorin y audaces de nuestro tiempo. TSBN_950-55?-ble-9 wmv | 186 POLITICAS DE VIDA Ni tener ni ser El discurso moderno sobre la felicidad solfa girar alrededor de la oposicién enitte ery fener. Ta eleccion de “tener”, o Bien, de “ser” era lo que separaba los modelos competitivos de felicidad y todos los ideales relacionados —la buena vida, la vida virtuosa, la vida significativa~. La posesién, y mas preci- _J samente la posesién de b ia a considerarse adversa a la © plenitud del ser. El “tener” no debia aspirar a dominar al “ser”. El “tener” ¢s, y deberia seguir siendo, el humilde servidor del “ser”, dado que todo su sig- nificado se deriva de ese servicio, y que no tiene ningiin significado propio. El “tener” debia justificatse en términos del servicio que le prestaba al “ser”, y no al revés. Fl ser-para-tener, un ser de a la adquisicidn, a la acumue lacién de posesiones, no serfa mas que otro ejemplo de la perversa tendencia— de los medios a convertirse en fines, u otro caso en el que, por falta de cuida-_ do, se acaba permitiendo que el genio maligno salga Seria tentador decir que la emergencia de la sociedad de consumo sefiala el intercambio de los roles tradicionalmente asignados al “tener” y al “ser”, y la inversi6n de la relacién ideal entre el “tener” y el “ser” a la que los filésofos éticos pretendian que la realidad social obedeciera. También seria tentador decir que finalmente resolvié la larga disputa de manera contraria a las inten- ciones, expectativas y esperanzas de los filésofos éticos. Seria tentador, pero equivocado, rendirse ante esa tentacién. Puede que el “tener” y el “ser” se hayan puesto tenazmente, pero esto no habria sido asi si no hubieran compartido yn terreno comiin delimitado por suposiciones aceptadas por ambas partes.Puede que el “tener” y el “ser” ha- yan seguido diferentes filosofias de vida, pero ambas filosofias ofrecfan mati- es de una concepcidn similar de la condicién humana. El “tener” hacia én- fasis. s que uno podia estar; el. “ser” enfatizaba los seres umanos con con los que uno podia estar. Ambas partes, sin embargo, velan ese “estar con” como un estado a largo plazo, quizds permanente, que habia que preservar y cuidar a diario y por. un largo tiempo’ Richard Sennett recuerda un dibujo que vio cuando era nifio: John D. Rockefeller retratado “como un-elefante aplastando a indefensos trabajadores bajo sus grandes patas, agarrando locomororas y torres de extraccién de pe- tréleo con la trompa’.””Puede que Rockefeller haya sentido poco amor 0 compasién por sus trabajadores (su relaci6n, como Carlyle ya lo habia adver- tido cien afios antes, se habfa reducido a un “nexo de dinero”), pero “queria poser pozos petroliferos, edificios, maquinaria y ferrocarriles por el largo pla- 20”. Esa actitud por parte de Rockefeller lama particularmente la atencién si se la compara con la conducta de Bill Gates, el nuevo campedn de la primera ® Richard Sennett, The Corrosion of Character: The Personal Consequences of Work in the New Capitalism, ob. cite, pp. 61-62. LA (IN)FELICIDAD DE LOS PLACERES INCIERTOS 187 tiené “Ta a capacidad de dejar ir, sino de dar”. Rockefeller estaba claramente_ del fado del “tener”. En qué consistiria la otra alternativa, estar del lado del “ser”, lo podemos leer en Max Scheler. Consistirfa, as{ se nos informa, en “unirse al otro” para tender a la perfeccidn, esforzindose por “asistirlo, potenciarlo, bendecirlo” abandondndose “para compartir y formar parte de otro ser como un ens in- wy tentionale”* No-se trata-aqut de aplastar a los otros bajos los propios pies, si- no de ayudarlos, a cualquier piesa en la buisqueda comuin de la perfeccién, una biisqueda que impide que cualquiera de los companeros se vuelva “parte del otro”. / Aparentemente, serfa dificil concebir dos formulas para la vida més en- frentadas la una con la otra. La oposicién entre “tener” y “ser” no podria ser més tajante y absoluta. Y sin embargo, habia un elemento comtin presente en amibas estrategias que, tras haberlas enfrentado como alternativas enemi- gas, les petmitia competit. Ese elemento era el compromise: el compromiso y la obligacién de hacerlo durar. Se esperaba que cualquier compromiso que se asuimiera a Targo plazo, por un tiempo indefinido, se mantuviera firme tanto en la salud como en la enfermedad, para bien o para mal, “hasta que la muerte los separe”. Y ese mismo elemento es el que hoy en dfa, mayorita- riamente, y de manera més notoria atin, falta. El compromiso, particular- mente el compromiso a largo plazo, y més especialmente el compromiso in: condicional, es visto cada vez més como la antitesis de una buena (posible, feliz, placentera) vida. De méd6 que el suelo en el que descansaba la oposicién ortodoxa entre_ “tener” y “ser” se ha derrumbado. Ninguna de las dos opciones parece ser = pecialmente atractiva; ambas producen rechazo, y tienden a ser evitadas. Am- bas implican una dependencia: la primera en posesi segunda en otra. gente; y la dependencia es un estado del que hay que escapar a toda costa, ya que para sobrevivir en un mundo incierto, y ni qué hablar de prosperar, uno tiene que estar constantemente preparado para el cambio, un cambio espon- taneo, sin aviso previo. Uno tiene que estar listo para viajar, en el espacio fi- 2% Max Scheler, “Ordo amoris", en: Schriften aus dem Nachlass. Zut Ethik und Erkentnisslebre aqui citado de Selected Philosophical Essays, Northwestern University Press, 1973, p. 110. ‘Traduccién de David R. Lachterman [trad. esp.: Ordo Amoris, Madrid, Caparrés, 1996]. 188 POLITICAS DE VIDA Aico 0 en el socials y aquel que viaja con poco equipaje viaja mas rapido y mas “cémodamente. Los compromisos a largo plazo y los lazos duraderos atan de pies y manos, como Ta misma palabra lo-sugiere. Por To tanto, ni “tenet” hi “ser” parecen seguir siendo una opcién razonable. Es un lugar comin describir las condiciones bajo las que vivimos como las de una “sociedad de consumo”, Lo que es mucho menos comin es el he- cho de reconocer que la nuestra es una sociedad de consumo muy extrafia si se la juzga por las actitudes y los patrones de conducta que alguna vez se es- peraban de los consumidores, y por los cuales, tradicionalmente, solia defi- nirse el “consumismo” /Quizds lo mds desconcertante sea la desaparicién del impllso, alguna vez supremo, que conducia a la acumulacién de posesiones/ Uno ya no se apropia de un objeto (humano o no, es lo mismo) para con- mpo, quizés para siempre. Uno se apropia del objeto sarlo,probablementc en ese mismo momentos para tenerlo durante ¢ dh a un uso”, tambien ha cambiado. Ya no lac eee ale capacidad del objeto de prestar el servicio para el que se lo habia adquirido, sino al deseo que quien lo adquirié siente por sus servicios. Puede que el objeto esté en perfec- tas condiciones de Funicionamiento, pero si sus usos han perdido el valor agre- gado de la novedad 0 si otros objetos “ofrecen servicios més tentadores (quiz sélo porque atin no se los probs), “no sirve mas”. Usiepa un valioso espacio que deberian ocupar otros objetos, nuevos y mejorados, dg modo que se con- vierte en basura, cuyo lugar natural debe ser el basa? Al parecer, la economia de consumo encuentra su mejor funcionamiento \ al teducir el tiempo que separa'el uso de un objeto de su envio al cesto dela. basura, y sus principales (y mas cuantiosamente distribuidos) productos no son, mds alld de las apariencias, objetos utilizables, sino objetos que ya no sir- ven para el uso: basura, al fin y al cabo. Podria argumentarse que la costum- bre de medir el “crecimiento econémico” por el volumen de nuevos produc- tos antes que por el de los desechos se debe mas que nada a una convencién contable largamente perimida pero nunca reformada. De hecho, de lo que uno puede estar seguro es que cuanto més alto sea el puesto de un pais en la jerarquia de “desarrollo econémico”, mayor ser4 la masa de desechos que pro- duzca, incluso aunque otros indices de bienestar no hayan podido alcanzar_ un nivel respetable. El “desecho” es un invento esencialmente moderno, p - ro la economfa de consumo ha Ilevado la inventiva en esa area a alturas sin precedentes. Zygmunt Bauman Carlo, Bordoni Estado de crisis P PAIDOS Zygmunt Bauman Carlo, Bordoni geen Eee a Mea Ua Sete ene Co) Per isan cette cme ate tees nce EME eM Wee eet a: Cece ane: OSM ut eet Ee on Cen meatlor Tt a CN RC aenc meee CMe Tee mNCmLeRee nT Etuto Cie rme vac Cem: Moe OR ie mre Tama Le Pe Eee CoE e eek Cn Caer e ten Cnr SM Ree cw een Ronn Celera Com tt disponen los Hstados-nacion individuales para afrontarlos es a Gres WeceeU Tt totam Met ereaten re ceo Bere (Nm ca reece Te Cre res CMe ti eorccre REMC Me eterno Prectrmenirte Rene cies Me Toes Tee Men San TnL enicn wee Eat ECM ae Menarini ca eSreconoy Cer eer sm een tac Renee amr tee some enero nei POM ena eMen aoc: ic tcacc Marne Rae er eee uty error mre ree a ie Mane Mas eC Seco ine ROSE Lsy CAP RMS OSes es ee eRe ones sociales y politicas de la actual crisis y sostienen que las so. Cee eer Cn Coe Ene tae MTOM. eC ne Wats (eyr RUS enn GREE ee Teen Ce RT eRe mC CET Can Caren Naat eke cotter inet i 188N 978-6077. AM La democracia en crisis 181 = Sig’ x ‘Estoy pensando en lo que, en otro de mis * escritos (concretamente, en Vida de consumo), he Wamado.el «sindro- me gonsumista».” 7 El sindrome consumista concibe la totalidad del mundo habitada —con todos sus ocupantes, inanimados y animados, animales y hu- manos— como una especie de enorme contenedor rebosante de ob- jetos de con ) potencial y nada més. Por lo tanto, justifica y fo- menta la per i6n, la valoracién y la evaluacién de todos y cada uno de los entes terrenales conforme a los criterios fijados en las 182 Estado de crisis practicas de los mercados de consumo. Esos criterios establecen unas relaciones descarnadamente asimétricas entre clientes y mer- cancias, entre consumidores y bienes de consumo. Los primeros no esperan de los segundos otra cosa que una satisfaccién de sus necesi- dades, sus deseos y sus carencias, mientras que los segundos derivan todo su sentido y su valor de la medida en que colman esas expecta- tivas. Los consumidores son libres de apartar los objetos deseables de los indeseables 0 indiferentes, y son libres también de determinar hasta qué punto los objetos considerados como deseables cumplen con sus expectativas y durante cuanto tiempo conservan indemne su supuesta deseabilidad, los Gnicos que importan (ante todo y por encima de todo) son los deseos de los consumidores. Solo en los anuncios publi- citarios (recuerdo en este momento, por ejemplo, aquel memorable spot televisivo en el que aparecian columnas enteras de setas desfilan- do al grito de «Make room for the Mushrooms!» [«jDejen paso a las setas!»]) los objetos de deseo comparten los placeres de sus consumi- dores o sufren remordimientos de conciencia cuando defraudan las expectativas de estos. Nadie cree de verdad que los objetos de consu- mo —verdaderos arquetipos de las «cosas» desprovistas de sentidos, pensamientos y emociones propias— se molestarén porque los recha- cen 0 los dejen de utilizar (es decir, cuando los arrojen al cubo de la basura). Por muy satisfactorias que hayan sido las sensaciones al con- sumitlos, fos beneficiarios de esa satisfaccién no deben a esas fuentes de placer nada a cambio. Desde luego, no tienen necesidad alguna de jurar lealtad infinita a los objetos de consumo, Las «cosas» destinadas a ser consumidas conservan su utilidad para los consumidores —su sola y exclusiva razén de ser— tnicamente en la medida en que su capacidad estimada para dar placer se mantiene sin merma (y ni un segundo més). / En cuanto la capacidad de generacién de placer de ese objeto cae por debajo del nivel postulado o soportable/aceptable, es el mo- mento oportuno para librarse de la cosa anodina y deprimente: esa burda e insulsa imitacién (cuando no desagradable caricatura) del objeto que, en su momento, se abrié camino —reluciente, tenta- dor— hacia el primer plano de nuestros deseos. La causa de su de- gradacién y su conversién en basura no es necesariamente un cam- bio inoportuno (0 cualquier tipo de cambio) que se haya producido La democracia en crisis 183 en el objeto en si; podria muy bien ser (como muy a menudo es) algo acaecido en el contenido de la galeria donde se exhiben, se buscan, se contemplan y se aprecian los objetos potenciales de deseo, y don- de se toma posesién de ellos: acabamos de ver en el escaparate 0 en una estanteria de una tienda un objeto que antes no estaba alli (o que habiamos pasado por alto) y que, por lo que sea, esta mejor equipado ahora para prodigarnos sensaciones placenteras y, por consiguiente, resulta mas prometedor y tentador que el que ya po- seemos y usamos. O quizés hemos usado/disfrutado el actual objeto de deseo durante el tiempo suficiente como para provocar una espe- cie de «fatiga de satisfaccién», sobre todo, porque, como no hemos probado todavia sus sustitutos potenciales, estos nos auguran place- res nuevos que no hemos vivido, conocido ni gozado hasta este ins- tante y que, por eso mismo, creemos superiores a los anteriores y, por lo tanto, dotados (por el momento, al menos) de un mayor po- der de seduccién./Cualquiera que sea la raz6n, se nos hace entonces cada vez més dificil (qué digo dificil, ;imposible!) imaginar por qué la cosa‘que ha perdido gran parte (o la totalidad) de su capacidad de entretenernos no ha de ser debidamente enviada al lugar que ahora le corresponde: el vertedero./ Ahora bien, equé sucede si la «cosa» en cuestién es otro ente sensible y consciente, que tiene sentimientos, que piensa, que juzga y que elige; es decir, otro ser humano? Por extrafia que pueda parecer- nos, esta pregunta no es ni mucho menos descabellada. Hace ya al- giin tiempo, Anthony Giddens, uno de los socidlogos mas influyentes de las tiltimas décadas, anuncié el advenimiento de las lamadas «re- laciones puras», es decir, relaciones no limitadas por el compromiso. de una duracién y un alcance indefinidos. Las «relaciones puras» es- tan fundadas exclusivamente en la gratificacién que proporcionan, y en cuanto esa gratificacién mengua y se desvanece (0 palidece en comparacién con otra gratificacién disponible y mas profunda ain), dejan de tener razén alguna para continuar. Fijese, sin embargo, que, en este caso, lo de «sentirse gratificados» es cosa «de dos». Para com- poner una «relacién pura», «ambos» miembros tienen que esperar. de ella una gratificacién de sus deseos. Sin embargo, para des-com- ponerla, basta con el descontento y la desafeccién de «uno» solo de los miembros. Para formar la relaci6n se necesita una decisién bilate- ral, pero se puede separar unilateralmente. 184 Estado de crisis / cada uno de los dos miembros de una relacién pura intenta—por turnos o simultaneamente— ser el sujeto del objeto que es el otro. Cada uno, por turnos 0 simulténeamente, puede, sin embargo, encon- trarse con un objeto que se niega tenazmente a aceptar el papel de «cosa» y que intenta por su parte degradar a su coprotagonista a ese estatus «cosificado» y, por lo tanto, trata de frustrar las pretensiones y las aspiraciones de su pareja a alcanzar el estatus de «sujeto». Hay ahi, pues, una paradoja de imposible soluci6n: cada miembro de la pareja se integra en una «relacién pura» dando por asumido su propio dere- cho a la subjetividad y a relegar/someter a su pareja al estatus de cosa; no obstante, si cualquiera de los dos consigue hacer realidad ese su- puesto que da por asumido (es decir, si de verdad despoja al otro 0 a la otra del derecho de este 0 esta a la subjetividad), estara anunciando el comienzo del fin de la relacién,/ JUna «relacién pura» se basa, pues, en una ficcién y no sobrevivi- ria a la revelacién de su verdad, que es la imposibilidad esencial de transferir la divisién sujeto/objeto intrinseca del patrén consumista al terreno de las relaciones interhumanas. El rechazo puede presen- tarse en cualquier momento, sin previo aviso (0 sin casi ninguno); los lazos no son realmente vinculantes, ya que son permanentemente inestables y poco fiables, Estamos, pues, ante una ms de las incégni- tas no despejadas y generadoras de ansiedad en esa insoportable ecuacién que llamamos «la vida». Mientras su relacién siga siendo «pura» y, por lo tanto, no esté anclada en un puerto mas seguro que el de la gratificacién del deseo, ambos participantes estaran condena- dos a vivir con el tormento del temor a un posible rechazo o a verse despertados traumdticamente de sus ilusiones. Ese despertar sera inevitablemente més duro si cabe por el hecho de que los participan- tes en la relacién no habran reconocido de antemano la paradoja que subyace a la «pureza» de la misma y, por consiguiente, no habran hecho lo suficiente (si es que legan a hacer algo) para negociar un compromiso satisfactorio (0, cuando menos, llevadero) entre estatus irreconciliables. Ese advenimiento y esa prevalencia de las «relaciones puras» han sido interpretados de forma bastante generalizada (aunque errénea) como un colosal paso adelante en el camino hacia la «liberacién» del individuo (reinterpretado este a su vez como un ser libre de las atadu- | ras que toda obligacion para con los demés impone necesariamente a La democracia en crisis 185 Ja libertad de eleccién de cada persona). Pero esa interpretacién es ‘Gi@stionable, y lo es porque incorpora necesariamente la nocién de «mutualidad», que, en este caso, es una burda e infundada exagera- cién. La coincidencia de dos personas en una relacién en la que ambas se sientan simultaneamente satisfechas no implica forzosamente una mutualidad; a fin de cuentas, no significa mas que el hecho de que cada uno de los individuos participant la relacién esté satisfecho «al mismo tiempo» que el otro. Pero lo que impide que la relacién Ilegue a ser de genuina mutualidad es la expectativa intrinseca (conso- Jadora a veces, pero también inquietante y angustiosa otras) que hay en ella: ambos miembros saben que su relacién también supone nunca desdefiable limitacién de la libertad individual. Lo que disi gue esencialmente a las «redes» —el nombre preferido en estos mo- mentos para sustituir a los ya anticuados conceptos de «comunidad» © «comunién»— es precisamente ese derecho de sus ‘participantes a darse de baja «unilateralmente». A diferencia de lo que sucede con las comunidades, son los individuos quienes forman las redes y son ellos también quienes las reorganizan o las desmontan. La pervivencia de las redes depende tinicamente de la volatil voluntad individual. Ahora bien, en una relacién, son «dos» individuos los que coinciden. Un in- izado» en el plano moral (es decir, alguien que esté (0 para no tener en cuenta en absoluto el bienes- es si simulténeamente —lo quiera o no— receptor de la insensibilidad moral de aquellas personas que él convierte en objetos de su propia insensibilidad. Las

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