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ALFAGUARA INFANTIL Un cuento de amor en mayo Silvia Schujer eriwciones de O'Ki- MG icombo. ¥ es tambi por ser mujer, hija de una faril tradicional. A Chicombu por ver Neg estatario de un esclavo liberto y cont El nuevo libro de Silvia Schujer Nos 0. de amor y aventuras presenta un relat pmienzos de la que transcurre en los cc Revolucion de Mayo. ALEAgUAK | INFANTIL seaguass | 2010, Aguilar, Altes, Taurus, Alfaguara S.A. ‘Ay Leandro N. Alem 720 (CIODTAAP) sewonanocne Un cuento de amor ieee ee an cons, en mayo tape td eon ee Dh eee Viotrts Noeuwoex Silvia Schujer lustraciones de O'Kif-MG Coordinaeién de Literature Infantil y Fuvenil Mania Benxanos Mancrenns Disenio de Ia coleceisn: Mawubt BsrRabs al del grupo Santi Espaia » Argentina » Bolivia Costa Rica * Chile Ecuador = Guatemala = Honduras * Mexico « P Peri » Portugal = Puerto Rico = Uruguay » Venezuela Paraguay ‘Dominicana, fetoquitco,clecudnico, magns spice, por fotocapla ‘cualquier oir, sin el permise previo por eaite dela eatonal a CapfiruLo 1 a = Cass Inés, por favor! —Noescuchonoescuchonoes... —iNo hagas esto, hija! —...cuchonoescuchonoescuchonees... —iQue abras la puerta, te digo! —...cuchonoescuchonoescuchonoescu. ;Vamos nifia Clarita, abra ya! —inten- 6 Tobiana. —Ya mismo Clara Inés —amenazé dofia Carmen—, porque si no. —Si no ;qué? —empezé Clara, encerra- da en el cuarto—. ;Mandarén al Regimiento de Patricios para voltearme la puerta? ;Al de Pardos y Morenos? Ah, qué miedo. ;Me encerrarén en un convento como a Ja pobre tia? {Me dejardn 8 sin comer? Si es por mi, que se Ileven la comida para los perros y las mulas, para los esqueletos, los moribundos y todos los demonios del universo. Clara estaba furiosa. Se habia pinchado por trigésima vez en una hora y, harta de chu- parse la sangre que le brotaba del dedo, habfa optado por estrellar el bordado contra el piso y salir corriendo a su habitacién. “{Se acabé!”, se habia repetido una y mil veces mientras arrastraba la silla, la cama, la mesita de noche y todo lo que encontraba a su paso con tal de trabar mejor fa puerta. Por qué tenia que pasarse las tardes bordando? Odiaba la costura, ;O aprendiendo a pegar los labios para comer, para tomar, para reitse, para saludat? ;Acaso no era mds facil hacer todo eso con la boca un poco abierta? Y el piano? ;Por qué tenia que tocar preludios, si sus dedos no hacian mds que tropezarse con las teclas? gPor qué lo que de verdad le gustaba no eta asunto de mujeres, como decfan las amigas de su madre? Esas cotorras cotolengas copetudas 9 que ademés despreciaban a Mariquita, su tia del alma, En eso pensaba Clara cuando oyé que golpeaban la puerta de calle. Cuando escuché que la puerta se abria y que alguien entraba a su casa En eso traté de seguir pensando cuando la voz de Tobiana le anuncié la llegada del pintor. — {Silo viera, amita Clara! Compéngase y salga que le va a gustar. = Cariruto 2 , Claratnés detos Angeles era hija de un rico comerciante criollo: José Agustin Orihuela. Y de una dama de la alta sociedad: dofia Maria del Carmen Ordéfiez y Velazco (de Orihuela y olé, como solfa bromear Mariquita). Clara habia nacido el 4 de abril de 1799 en una casona de la ciudad de Buenos Aires. Muy cerca del Cabildo y de la recova que dividia en dos alas la Plaza Mayor. Ahora tenia once afios y unos cuantos problemas: Odiaba bordar y lo deca. Tocaba mal el piano, bailaba peor el minué. Le encantaba correr, pero se enredaba con las cnaguas. Preferia la ropa de vardn y lo decfa. 2 Habja aprendido las letras con ayuda de su padre. Y queria leer pero no tenia qué, salvo las oraciones de la iglesia, que la hacfan bostezar También le gustaba el dibujo. Pero a nadie parecia importarle Pata Clara lo tinico que provocaban sus gustos eran disgustos. Y no entendia por qué. Y le daba rabia o tristeza, porque se sentia sola. Pero esto solo se lo decia a Tobiana, Ia criada que la acompatiaba desde que habia nacido y que siempre trataba de consolarla. A veces contindole cuentos, otras chismorredndole lo que escuchaba en el mercado ~ahf només, en la recova— cuando salfa de compras. Otras, Ilevindola a escondidas a Ia casa de los Thompson. Alli solia estar misia Mariquita con sus hijos y los hijos de sus criados, siempre dispuesta a recibir visitas, a sumarlas a su juego favorito de disfrazarse y actuar. Como en el teatro, decia, y a todos les daba un papel. Dofia Carmen queria a su hija, cémo no. Soportaba y hasta le causaban gracia algu- nos de sus “caprichos”, pero no podia permi- 2B tirlos. “Donde hay caprichos, nido de bichos”, repetfa. Que Clara fuera tan discola, pensaba ademés, la volyeria infeliz. gQué hombre rico, noble y decente quertia casarse con ella, si no sabia bordar, ni cerrar la boca cuando nadie le pedia opinién? ;Qué clase de marido podrfan con- seguirle, si lo tinico que la muchacha pretendia era imponer su voluntad? Para dofia Carmen el faturo de Clara era un enigma. Un criadero de problemas que disimulaba ante su marido, porque el hombre Ie habia confiado la educacién de la nena como quien ffa un tesoro Solo un detalle tranquilizaba a la mujer: su hija era linda como una fruta fresca. Tenfa los ojos grandes y claros como dos amaneceres. Una belleza. De ahi que aquella tarde, y con Clara todavia encerrada en el cuarto, legara un pintor a la casa. Dofia Carmen lo habfa conseguido en la Casa de Nifios Expésitos, a donde solia ir de visita para llevar ropa o pastelitos a los huérfanos 14 Se lo habia recomendado el propio director del albergue y ella habia aceptado probar a ese joven artista con la esperanza de que hiciera el retrato de su hija. Porque entonces, imaginaba la mujer, mientras Clara no estuviera madura pata ser presentada en sociedad, exhibirfa el cuadro en el salén de las certulias y lo demés vendria solo: los buenos pretendientes, el elegido y la boda a Carfruzo 3 , Pam qué me Iamaron? —empezé Clara con restos de cnojo—. ;¥ el tal pintor?! —insistié decepcionada. Y es que, al entrar en la sala donde supuestamente la esperaba un artista, lo Ginico que vio fue el dorso de un viejo caballe- te ya su madye nerviosa moviendo unas sillas. jCambia el tono, Clara Inés! —la frend dofia Carmen—. jAntes que cucnte hasta tres! —Pero dejé el sermén para otro momento porque justo en ese instante, de atras del caba- Ilete, se asomé un muchacho delgado y marrén, a con més cara de espanto que de ar —Miguel Soria, nifia Clara, mucho gusto. Conmovida con la timida y escuera apa- ticién, Clara hizo una reverencia que dejé muda 16 asu madre. “Asi que la mocosa sabia saludar”, se sorprendis, Y el pintor se animé un poco mas. —Miguel Soria, nifia Clara, pero puede lamarme Chicombit —Chico qué? —Chicombi. Clara tuvo que hacer un gran esfuerzo para contenerse, pero apenas pronuncié aquel nombre en voz alta “Cucomnd, Cuicomau”, la carcajada estallé sin control. Se le escaparon sin el menor decoro, esos cacareos interminables y contagiosos que tanto molestaban a los adultos, peto que ella no podia reprimir. Por su parte, pasado el primer susto y ven- cido por la tentacién, Chicombu empezé a reisse también. Y con todos los dientes, que eran parejos y blancos, igual que un teclado de perlas. —jA ver, a ver, Malaver! —interrumpié palmoteando dofia Carmen, contenta con que el humor de su hija hubiera mejorado, pero decidida a poner fin al desorden—, ;Qué tal si empezamos con el trabajo? 18. —Co-co como usté diga, dofia Ca-ca, dofia Ca-carmen —Chicombti habfa quedado tartamudo de tanto reitse —Dotia Cac! —solté Clara diver- tida—. {ofa Caca! —tepitié a los gritos sin fijarse en los ojos de su madre, que empezaban a flamear: Y todo hubiera terminado mal (muy mal!) de no haber sido porque en ese momento entré Tobiana a la sala con unos reftescos y una rada habladora ditigida a los chicos: “O se comportan o esto se arruina para siempre”, Eso dijeron sus ojos y asi se ordené la escena Dofia Carmen se senté en un rincén de Ia sala, cerca de la ventana que daba a Ia calle, y retomé su bordado. Decidié permanecer donde estaban “esos demonios”, pero haciendo de cuenta que se ocuparfa de la costura y no de ellos. “{Qué barbaridad!”, pensaba sofocada. Y agtadecia que su esposo estuviera de vi 19 Chicombi guié a Clara para que se acomodara en una silla, en un Angulo donde él Ia pudiera ver y a la vez pudiera tener ante sila hoja donde dibujarla. Después, mientras trazaba las primeras lineas, Clara se mantuvo quiera, contemplando al artista. Dofia Carmen, més tranquila, intenté reptimir unos bostezos, Hasta que se dejé Hevar por el silencio del ambiente —apenas si se ofa el Iejano runrtin de unas carretas— y se durmid. “Un rato, no més”: el tiempo suficiente para que durante aquella siesta Clara y Chicombt pudie- ran tomarse un recteo y hablar a” Capfruto 4 5, GC. los huérfanos vivo, nifta Clara. ¢En Casa de los Expésitos? —Si, ahi només. En la misma calle del correo. —Pero... gpor qué? {Desde cudndo? —Porque mi padre esté preso. —2Preso? —Si, en la cércel del Cabildo. Lo veo por una ventana cuando paso por ahf. Ya veces hasta podemos hablar. —a tu madre? —Murid. —De qué? —No sé. por qué esta preso tu padre? 22 —Se dice que por dibujar. —w cual es el delito? —Sus dibujos. —jMentiroso! Seguro ha de ser delin- cuente. Dibujar nunca ha estado prohibido. Chicombi prefirié cambiar de tema Pensé que no debfa hablar de las caricacuras de su padre; después de todo, habfan resultado ofen- sivas viniendo de un negro, y por eso lo habfan arrestado. Pero a él esos dibujos le gustaban. Més que las acuarelas en las que su padre pintaba la vida de este lado del océano 0 la que evocaba de su Africa ancestral. Mucho mds. Porque las caricaturas cran imégenes reales e irreales a la vez. Graciosas y audaces. Sobre todo la del virrey de Sobremonte con cara de virrey y cuerpo de gallina. O la de Cisneros sentado como un bebé adentro de una canasta repleta de pastelitos. La canasta, como una canoa, flotando sobre el Rio de la Placa —Mi pa’ es un buen padre —retomé Chicombt- Era esclavo de Jos Alvarez y 23 Araujo, donde mi ma’ era cocinera. Ahi la cono- cid, se casaron y naci. Se hizo un breve silencio. —Mi padre es un buen carpinteroy aunque estd preso ya es libre, no tiene més amo. Unos comerciantes le compraron Ia libertad porque querfan que trabajara para ellos sin tener que alquilirselo a nadie. ¥ ahora esta preso en la todo culpa de la libertad —No digas eso, pintor. —,Por qué no? Clara iba a decir algo mis, pero no supo qué qué palabras ponerle a lo que no compren- dia del todo. catcel., Cuando dofia Carmen se despertd, Chicombi ya no estaba. Se habia ido con el petmiso de Clara para llegar al albergue a la hora convenida con su tutor. Antes de despedirse, habia enrollado sus hojas y las habfa guardado con las carbonillas en un morral recosido. —Seré hasta mafiana —le habia dicho a | Clara. Y que se iba rapidito para asomarse a las | | ventanas del Cabildo y'saludar a su padre. | Z Capfruro 5 . Dacspués de aquet primer encuento, las visitas de Chicombi a casa de los Orihuela se hicieron costumbre. Llegaba después del almuerzo, tomaba un refresco que Tobiana preparaba con jengibre y se ubicaba detrds del caballete. Enganchaba sus hojas de trabajo y saca- ba una carbonilla. A veces, un lépiz pastel. Miraba a Clara, miraba la hoja, crazaba una linea y fruneia la frente. Miraba a Clara, miraba la hoja, trazaba una linea y. Clara entonces se quedaba quieta. Y bas- tante juiciosa. Hasta que su madre, con la costu- ra en una mano y el abanico en la otra, daba el primer cabezazo y se dormia. 26 Para dofia Carmen la siesta era sagrada. Y si habia aceptado recibir al “mocoso” en ese horario era para que Clara pudiera cumplir con el resto de sus obligaciones. “Si es preciso”, decia la sefiora, “tendremos que sacrificar Ia siesta”. Y agregaba: “No hay gran edificio sin gran sacrificio”. Pero lo cierto es que cada vez estaba més tranquila con el huérfano que habfa contratado. Del retrato de su hija no habia visto avances, pero desde que Chicombii habia pisado su casa, el humor de Clara era otro. Segufa pinchéndose con la costura y tocando el piano como si en vez de manos tuviera martillos. “Pero al menos”, pensaba dofia Carmen, “se deja peinar sin grufir. Y no vive esperando un descuido para escaparse alo de su tfa a jugar. Apenas dofia Carmen se dormia, cosa que los chicos notaban enseguida porque ron- caba como un cochero cansado, para Clara y Chicombit empezaba la fiesta. Abandonaban sus lugares fijos de pintor y modelo, y se iban de la sala. Tenian calculado el tiempo que la mujer 27 tardaba en despertarse, asi que, con Tobiana haciéndose Ia distrafda, se metian en el escri- torio de don José a mirar libros con mapas y a planear aventuras. A veces también se asomaban a la calle, Les gustaba ver a la gente que pasa- ba. No mucha a esa hora. Pero suficiente para entretenerlos: lavanderas con canastas Ilenas de ropa limpia volviendo del rio, funcionarios del Cabildo sofiolientos, carretas rumbeando ha: el puerto. Miraban muy bien lo que pasaba porque después jugaban a recordarlo: :De qué color era el cinto que sostenia el pantalén del aguatero? Cudntos chicos corrian detrés de misia Inés y su ctiada? Ganaba el que mas se acordaba y lo podia demoserar. Hasta que un mediodfa, ni mds ni menos apacible que los otros, ni mas ni menos otofial que todos los de aquel mayo de 1810, en casa de los Orihuela parecié que tronaba un cafién, a CapiTuLo 6 by —A movers, que llegé la hora! —arre- metié dofia Carmen cuando entré Chicombi. —La hora de qué? —pregunté Clara. —Usted se calla. La cosa es con él. —{Qué cosa, madre? —El retrato, Llegé la hora de que vea- mos el retrato. —yPero por qué tanto apuro! —zApuro? Ya ha pasado mucho tiempo. Y tu padre adelanté el regreso. —2Mi padre! ;Qué bien! {Para cudndo? —En pocos dias estaré en la casa. Y tendremos que prepararnos para sus reunio- nes. —

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