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Traduccién de ARMANDO SUAREZ SOCIOLOGIA DE LAS ENFERMEDADES MENTALES por . ROGER BASTIDE grupo editorial siglo veintiuno siglo xxi editores, México salto de pagina Gm w yy {NDICE INTRODUCCION uno siglo xxi editores, argentin: biblioteca nueva anthropos. mc /CE Coa RES B26S CUATRO portada de anhelo hernindez primera edi¢i6n en espaiiol, 1967 tindécima reimpresion, 2005 © siglo xxi editores, s.a. de ex. isbn 978-968-23-0071-4 primera edicién en francés, 1965 © flammarion éditcur, paris, titulo original: sociologie des maladies mentales derechos reservatlos conforme a la ley oe siatneso bajo demanda en documaste: unPtyoacan 1450, col del valle 03220 méxico, df. LA FORMACION Y EL DESARROLLO DE UNA SOCIOLOGIA DE LA ENFERMEDADES MENTA- Les 105 PROBLEMAS DE METODO 1, El método estadistico 2. Las historias de casos 3. La investigacion interdisciplinaria 4, El método experimental PROLEGOMENOS A UNA SOCIOLOGIA DE LAS ENFERMEDADES MENTALES 1. @Qué es un caso patolégico? 2. Lugar de la sociogénesis en Ia pato- genia de los trastornos mentales 8. gPueden volverse locas las socieda- des? DE LA ECOLOGIA AL ESTUDIO DE LAS CO- ‘MUNIDADES. 1. Gitdades y campifias 2. Las dreas ecolégicas urbanas y la dis- tribucién de las enfermedades men- tales en las ciudades 3. Aislamiento y movilidad 4. Conclusiones PSIQUIATRIA DE LA SOCIEDAD GLOBAL: DE LAS PROFESIONES Y LAS CLASES SOCIALES A LA SOGIEDAD INDUSTRIAL, [vn] 21 53 66 74 81 89 102 120 182 132 143 160 166 © apiTULO TERCERO pROLEGOMENOS A UNA SOCIOLOGIA DE LAS ENFERMEDADES MENTALES 88 105 PROKTPMAS DE Meg do una técnica de terapia de grupo a la que han mado “apetoterapia” y que consiste en luchar conf la apatia de los cnlermos despertando en ellos el sg] tido de la xeivindicacién contra el estado de cog La hipétesis se ha podide verificar mediante ung nucioso andlisis cuantitativo? Naturalmente que, g mo lo advierten los autores en sus conclusiones, bria todavia que comparar esta apetoterapia co ergoterapia o la ludoterapia empleadas con grupg) de entermos similaies, con el fin de ver si el elemenigl fundamental de la cura esta en el contenido de tarea (aqui la reivindicacién) 0 solamente en cl | cho de tener wna tarea a desempefiar en comin y no puede ser realizada sino por el grupo organi: *peo antes de abordar el conjunto de estas inves jones empiricas y de sus resultados, debemos res- der a un cierto mimero de cuestiones prelimina- pe Porque nuestras reflexiones precedentes, de orden Teabrico 0 de orden metodoldgico, han tropezado una otra vez con conceptos tales como los de “normal” Ve “patolégico”, cuyas definiciones hemos dejado etre paréntesis; 0 con problemas muy generales cu- jraolucién hemos dejado para mas tarde, como por gjemplo el de saber si la enfermedad mental puede tener causas sociales o no. La historia que hemos re- latado, y los métodos que hemos expuesto, suponen aaccién de lo social sobre lo psfquico y sobre lo or- ginico. Todas las investigaciones empiricas que resu- miremos en nuestros préximos capitulos postulan, 7 otra parte, la existencia de “‘factores sociales” de hasenfermedades mentales y se esfuerzan en descubrir- Jos; pero, gno es esto una ilusién? Hay aqui una cues- tién cuyo estudio no podemos ya aplazar por mds tiempo. No obstante, aun cuando al fin de la discu- sién descubriéramos que los “biologistas” tienen ra- z6n contra los “socidlogos", gno seria a pesar de todo conveniente elaborar una sociologia de las enferme- daces mentales, sociologia que se fundarfa, claro est4, sobre otros principios? Si es asi, zdénde podriamos encontrarlos? El presente capitulo serd consagrado a estos “pre- Ast, a medida que se multiplican las investigaciong aparecen nuevos métodos de investiga i que los antiguos se refinan cada vez mas. Dispone por tanto, de medios cada vez mas precisos para ej borar una sociologia de las enfermedades mentale] Qué resultados se han extraido de ellos? {89] *Courchet y Maucorps, op. cit. 90 PROLEGOMENOS A UNA SOCTOLOGiy supuestos” 2 toda teorfa sociolégica de las enferme dades mentales. Y en primer lugar a Ia definicién de lo normal y de lo patolégico. 1. eQué Es UN CASO PATOLOGICO? Lo normal es lo que es conforme a la norma. Peg como cada civilizacién tiene su propio sistema dg normas, gno seria posible considerar patoldgico e una civilizacién lo que es normal en otra y viceversa La cuestién es de evidente importancia para la etng psiquiatria. La sociologia de las enfermedades men tales, tal como Ja hemos definido en la introduccigg de este libro, podiia en rigor dejar de lado este pro. blema, porque aqui el enlermo y el psiquiatra per tenecen a Ja misma civilizacién y se inscriben, tanto uno como el otro, en cl mismo sistema de normas. Hay un consensy general subre los criterios que distinguen al hombre “sano de espiritu” del “loco”. Sin emhar go, no podemos ignorar enteramente las discusiong entabladas entre antropélogos y psiquiatras sobre la relatividad de lo normal y de lo patolégico, porque en el curso de estas discusiones se han ido despren- diendo nociones que interesan a la sociologia psiquié trica tanto como a la etnopsiquiatria. El punto de partida del debate ha sido el articu. lo, que se ha hecho ya célebre y es citado con frecuen: cia, de Ruth Bencdict: “Anthropology and the Abnor. mal”. Refiriéndose a un cierto ntimero de hechos re cogidos por los etnélogos, como la normalidad de tance en las socicdades chamanicas, la de Ja homo + Yuelto a plantear, por cjemplo, en Douglas G. Haring ed, Personal Character and cultwal Milieu, Syracuse Univ Pres, 1949, Cf, también, de R- Benedict, Patterns of Gulture, Boston, 1934 (Ei hombre y fa cultura, Sudamericana, Buenos Airs, 1939) y el cap 23 (de Gregory Bateson) cn Me V. Hunt ed, Personality and the Behawor Disorders, tomo u, Nueva Yok 1944. | 8 UN CASO PATOLGGIOO? 1 aut secualidad en las sociedades de “berdaches”, el ca- Soer paranoico de Jas culturas melanesias (Dobu) \ a aprobacién de la megalomania por los kwakiut, Yoncluye de ali que lo que nosotros los occidentales ‘onsideramos como un conjunto de hechos patolog Gs, es considerado, al contrario, como algo entera- mente normal en sociedades distintas de la nuestra. wes que el concepto de “normal” es una variante del concepto de “bueno”; una accién normal es una ac ign buena, aprobada por la colectividad y de acuer- de con el ideal del grupo. La cultura kwakiutl esta fundada sobre la costumbre del pouatch, es decir, de ja lucha por el prestigio; nosotros consideramos la constitucién paranoidle como patolégica, los kwakiud, er cambio, la consideran como una constitucién pri- vilegiada, porque es esta constitucién la que esta en el punto de partida de los torneos, 10s desatios, las batallas de dones y contradones; vayamos més lejos ain: toda la educacién tendera a cultivar en el niiio yadesarrollar dentro de él los gérmenes de Ja para- noia y sera el nifio demasiado pasivo, demasiado dul- ceo demasiado sumiso el que habra de ser conside- rao como “anormal”. En idéntica forma, es evidente que Ia sospecha que entre nosotros se traduciria por un delirio de persecucién ene que parecernos un uzstorno merital; pero entre los dobu la sospecha nunca se considera imaginaria, corresponde a una cultura “magica” en la que a cada momento son de temer ataques por parte de los brujos; desde ese mo- mento cl individuo predispuesto a la sospecha est plenamente adaptado a los valores tradicionales y la wiltura misma forzara al individuo que no lo es a yolverse predispuesto a sospechar de todo: La puesta en guardia de Ruth Benedict contra el ainocentrismo de los psiquiatras ha sido muy dtil. Antes de ella se pensaba con demasiada frecuencia que nuestros cuadros psiquidtricos tenian un valor uni- versal y que se aplicaban en todas partes y en todos 92 PROLEGOMENOS A UNA SOctOLOg los tiempos. Ruth Benedict nos exige no juzgar a jg) otros hombres a través de nuestro propio sistema qg| pia sociedad? No fundamenta la relatividad de: normal y lo patolégico a partir de las categorias ¢ cubiertas y clasificadas por la psiquiatria occident (histeria mistica, paranoia, etc.)? Cuando las reaccig nes que nos parecen mérbidas estan de hecho dei, minadas por las normas de la sociedad, no hay q hablar de la relatividad de lo anormal; estamos, efecto, fuera de lo patolégico, nos encontramos en pi sencia de mecanismos culturales normales. Por esi es por lo que, partiendo probablemente de a Benedict. pero superandola (al eliminar Jas Ultim huellas de etnocentrismo de que no pudo ella dep embarazarse completamente) Foley ha propuesto a criterio estadistico de la anormalidad.? El comportg miento anormal es el que se “desvia” de la normy es decir, de la tendencia central de una poblacién, comportamiento general de los hombres de un grup lo normal, al contrario, es lo que prevalece en momento dado, el comportamiento mds comin, mas usual, el que alcanza los ms altos porcentaj de presencia. El criterio de Foley tiene ciertament un mérito, que no se ha puesto suficientemente & relieve: constituye un esfuerzo para hacer salir el pro blema de lo patolégico de la subjetividad de los juk cios de valor y darle una base cientifica; no que é climine los valores, pero los valores se considera agqu{ como “hechos” colectivos, observables y cuati ficables, y no como “juicios de valor”. Encontramt 4 #Jobn P. Foley Jr, “The criterium of abnormality’ Journ, of Abn. and Soc. Psychi., xxx, 3). F gut #5 UN e450 FATOLSCIOO? woucepts of abnormality”, en Cl Penonality in Nature, Society and Culture, Nueva York, 1948. 98 jes aqui una tentativa andloga a la de Durkheisa Poo s reglas del método sociolégico para encontrar & Ujinicion objetiva de lo patolégico; pero justa- unm fe al hacerlo asi Durkheim rechazaba la ident fiacin de lo normal con el promedio. Marie Jahoda frerva que si cl ctiterio de Foley puede utilizarse en gnologia para una sociedad pequefia, pierde ya todo *| eislor en sociologia, es decir, para una sociedad como }, nuestra en que hay una uniformidad general me- wry donde el promedio no excluye puntos extremos Je la curva de los comportamientos.? Wegrocki por fo parte nota que Ia estadistica implica una escala de jomds y lo menos (se es mds 0 menos paranoico), ro no define la oposicién entre lo normal y lo pa- Pidgico: es cierto que hay anormalidades que depen- ten de una escala, pero hay otras que no pueden me- lise porque reposan sobre un substrato diferente. Pera resumir, la estadistica no puede fundarse sino sobre comportamientos observables; a partir de ahi puede revelar las “desviaciones", pero no se puede Inmar patolégico a un comportamiento por el simple hecho de que se “desvie” del comportamiento gene- nal del grupo; Jo importante es la “causa” del fend- meno. Si por ejemplo las alucinaciones de los indios dd Llano no son anormales no es porque constituyan un fendmeno general y normativamente impuesto por lncultura, sino porque estas alucinaciones no son 2ro- ducidas por un conflicto interno, como en nuestros equizofrénicos. Wegrocki concluye con una frase que resume admirablemente su pensamiento: “El compor- tamiento ‘anormal’ de los indios es andlogo al de los psicéticos, pero no homdlogo"* Henos aqui reexpedidos, al final de esta discusiéx ‘Marie Jahoda, en Arnold M. Rose, e«l., Mental Health and Metal Disorder, Nueva York, 1955. ‘Hemy G Wegrochi, "\ critique of culuural and statistical Kluckhorn_y H. A. Murray, 4 PROLEGOMENOS A UNA SOCIO} IN CASO PATOLOGIGO? 95 sue sv del “culturalismo” a la psiquiatria occidental, con gf para las anomalias sexuales o para los trastornos de- categorias de validez pretendidamente universal jjidamente menos Patolégicos y el tercero para las las que Ruth Benedict quiso hacernos escapar. “coxis funcionales.? En ocasiones agrega el criterio efecto, a fin de cuentas es el psiquiatra y sélo él, qujg’ | psiguidtrico al criterfo cultural haciendo observar que es capaz de dar los criterios que nos permitan dist | fos enfermos nientales figuran siempre entre los “‘des- guir una conducta patoldgica de una conducta gg} yiantes’; asi por ejemplo dice Kluckhohn: “Todas mal. Para Wegrocki, una reaccién de fuga frenigg) jas culturas tienen forzosamente que considerar como sanormales 10s sujetos cuyo comportamiento no pue- fie ser previsto en manera alguna con arreglo a las formas culturales o bien (y he aqui la adicién im- rtante) con los cuales es imposible comunicarse o ne en todo Momento son incapaces de ejercer un A fnimo control sobre sus pulsiones.”® O bien, como J enel caso de Linton, que distingue las anormalidades {bsolutas, que tienen una base constitucional y se encuentran en todas las sociedades, de las anormal {lades relativas, que miden el grado de aproximacién oalejamiento de la configuracion de ciertas persona- Iidades respecto de la personalidad de base, cultural- mente «lcterminada.® Las inyestigaciones etnolégicas confirman este punto de vista. Parece, en efecto, que tolls los pueblos distinguen varios tipos de anorma- lidades y que figuran entre ellas justamente las que nuestros psiquiatras definen como trastornos menta- les Para limitarnos a un solo ejemplo, los australia- nos dlistinguert los supranormales, los “hombres fucr- te" (margidjbu) , dotados de poderes sobrenaturales; Jos subnormales, que no viven “fuera del grupo”, pero que no acttian como los demas (lo que corresponde {} al criterio cultural) (bengwar) ; y finalmente las “vic- timas de los brujos” que han sido privados de sus epiitus y que son precisamente nuestros alienados ic o una lesién. Para Hsu, el enfermo es aquel que « acosado por su pasado, por sus experiencias infanj| les, hasta tal punto que ya no puede adaptarse sitttacién presente; el hombre normal es aquel ha reprimido su pasado para ajustarse al preseni Este punto de vista segiin el cual el psiquiatra tinico habilitado para definir lo que es un caso tolgico, es en general el punto de vista de la psiqui tria francesa; ciertamente que ésta admite que ciertg sindiomes psicdticos pueden revestir aspectos difere, tes segin los pueblos, que las conductas instin pueden tomar sus formas de habitos de vida que bian de una etnia a otra; pero el trastorno “prim vo", mds alla de cstos revestimientos superficiales,§ algo constante y son las perturbaciones biolégicas q Jo condicionan.* Ahora bien, si lo cultural es variy ble, lo biolégico se caracteriza por la universalidil y la permanencia de sus leyes. La psiquiatria norte americana ¢s mas reticente, aun cuando critiqu Ruth Benedict o a Foley. A veces admite, eclécti mente, los tres criterios a la vez, cultural, estadist y psiquiatrico, pero aplicndolos a dominios difer tes de Ia anormalidad, como lo hace Morgan: el pi meio serfa valido para las psiconeurosis, el segu Ed Bdlorse, The prychotogy of Abnormal People, Nue- ado por Marie Jahodla, ‘Le milieu et Ja santé mentale” (Pew int dev Sc. socuales, UNESCO, Xt, 1, 1959). *Ralpt Linton, Culture and Mental Disorders, Springfiel Mm 1956, oat “oY ancis L. K Hsu, “Anthropology and Psychiauy 3 of objectives and their ampheations” (Southwest Journ of Anthrop , vit, 2, 1952) . *Ver por ejemplo Y. Roumejon, “Le probléme de Vide des psychoses & travers les facteurs ethniques' 1956, 3). 96 PROLEGOMENOS A UNA sociorg 5 UN CASO PATOLSGICO? 97 te general afecta sobre todo a 1a etnopsiquiatria, fjigeusiones que ha provocado y de las que vamos i blar interesan de plano al objeto de este libro: ieciologia dle las enfermedades mentales. la sjsta recordar el tema de Ja relatividad cultural je lo normal y de lo patolégico, tal como lo hemos Jetinido a través de Ruth Benedict, para ver que lo wigrmal es Io conforme a la notma y que lo patolégico una “desviacién” de la norma. De abi la cuestién ue han planteado tanto etnélogos como psiquiatras: Me pueden identificar los fenémenos de desviacion gyn los de anormalidad patoldgica? Cuando Parsons fandia Ia desviacién, a la que define como la impo- fencia o la repugnancia del Yo a interiorizar ciertas reglas 0 incluso a conformar su comportamicnto a ks normas sociales, cita cuatro tipos posibles: el hi- pevconformista, el rebelde, el ritualista y el escapista. {hora bien, aunque los neuréticos pueden ser, mas ficilmente que otros, escapistas o ritualistas, la des- siacién sigue siendo en todo caso un fenédmeno so- Gologico y no psiquiitrico. Cuando los sociélogos anceses estudian los hechos del “‘marginalismo”, tér- nino que corresponde entre nosotros grosso modo al anglosajén de dlesviacién, clasifican entre los margina- dos a los inmigrantes todavia no arraigados, a los cri- ninales, a las prostitutas, a los vagabundos solitarios, tanto como a los enfermos mentales. También aqui resulta cierto que el vagabundo puede ser un débil rental, el criminal un paranoico y que el inmigrante puede atravesar, en una cierta etapa de su vida, por ua crisis neurdtica; no obstante, el marginalismo xcial no se confunde con Ia anormalidad psiquiatri- ca. El error de Ruth Benedict serfa, pues, haber mez- chdo los doy Grdenes de hechos, heterogéneos por nauralesa, 1a normatidad culunal y la salud mental Gin duda porque a menudo ambas cosas estin liga- das entre si) y haber generalisado la relatividad de laprimera (cada cultura tiene, en efecto, sus propios (criterio psiquidtrico) 1° En definitiva lo que que ria de la tesis del relativismo cultural serfa al meng J. La distribucién desigual de los diversos tipos enfermedades mentales segiin las razas y las civilip ciones, que habré que comprobar atin estadisticam te, pero que parece probable: el budismo, por ejem, es considerado como algo que protege a la person lidad esquizoide a través de sus practicas de ascetisty y su fuga de la realidad, impidiéndola Negar a la ge} quizofrenia; en la India habria dos o tres veces nos esquizofrénicos que en América. 2. La varied de las formas culturales que puede adoptar un misy tipo de enfermedad, es decir, la relatividad de sintomas, histeria Artica, Amok, Witigo de los indj ultura puede tolerar individuos que no serfan to rados en otra; ¢ incluso que puede encontrar mode de organizacién institucional que permitan integ a estos individuos en la sociedad!" Acabamos de resumir, lo mas brevemente que ng ha sido posible, el debate que ha enfrentado a p quiatras y sociélogos en el curso de los wltimos vein © veinticinco ajios. Con todo, hemos dejado de 1: un cierto numero de cuestiones implicadas en esi debate y sobre las cuales tenemos ahora que volver con cierta amplitud, porque si, como hemos dicho, el dé *R. M, Berndt and C. H. Berndt, “The concept of aby mality in an australian arborigenal society" en G. B. Witt y W. Quensterberger, Psychoanalysis and culture, Nueva Yo 1951. Linton, op. cit. Hemos tomado el ejemplo del budismo Dubois, "Some anthropological perspective on phychoanalysi® (Psychoan. Rev, xxiv, 1987) y una idea de George de V ‘A quantitative Rorschach assessment of maladjustment a idity in acculturating Japanese Americans” (Genetic Pry Monowaphs, 52, 1955). Se hallaré un buen resumen del est actual de Ia cuestién en Hemi Ellneberger, “Aspects cultui de la maladie mentale” (Mev. de psychol. des peuples, xv, , PROLEGOMENOS A UNA SOCIOL6g tipos de desviaciones) a la segunda normalidag, cual tendria un sustrato “humano” y no “cultup yaa? Ha sido Dévereux el que mejor ha puesto en q 10, quizi, esta confusién.!? En primer lugar. obseq que Ia adaptacién social no es, desde el punto j vista psiquiatrico, un signo de salud mental; el formismo puede adoptar formas patoldgicas, en pay | ticular sadomasoquista. En segundo lugar, suby ya que la desadaptacién es mas bien una consecueng que la causa de los trastornos mentales y que, por cop siguiente, plantea al psiquiatra problemas mas qq Jado oculto de la teoria del relativismo cultural y que si los individuos pueden ser enfermos, la sociedad es siempre y necesariamente normal, Jo que seria jy version moderna del viejo adagio: Vox populi, vp, Dei; mas adelante, en este capitulo, valveremns sobj los problemas de las entermedades de la sociedad; perp es evidente que si existen sociedades enfermas, el gy introyecta las normas del grupo introyecta en si nop mas morbidas; aqui el verdadero signo de salud met tal seria la rebelién y no la adaptacién. Contra Ruth Benedict 0 sus continuadores, muestra que el chama es un neurdtico, psiquidtricamente hablando, aun cuando esté adaptado y tenga una tuncién social realidad hay que distinguir entre un inconsciente nico 0 cultural, que comprende todo lo que ha sidp rechazado por la sociedad, y un inconsciente indivk dual; los conflictos neuréticos del chamén se log lizan en el sector del inconsciente étnico y ne en porcién idiosincrasica de su personalidad; y es esto por lo que puede controlar sus pulsiones y 4 John J. Homnan, “Toward a disuncuon between chiatric and social abnormality” (Social Forces, 31). ™ George Dévereux, “Normal and Abnormal: the Key pie blem of Psychiatric anthropology” (The Anthrop. Soc. of Ws ington, 1956). nismos gS UN CASO PATOLOGICO? 99 = qué jar sus conflictos segtin las convenciones de su_gru- ocial; pero junto, este inconsciente cultural que ma al negativismo social una posibilidad de inte- fin en la sociedad, existe otro inconsciente, mis Mifundo, el de los neurdticos o psicdticos, que han Pirerimentado traumas culturalmente atipicos; en es- eMaso el grupo no puede ya proporcionar los meca- de defensa tradicionales. Vemos asi que el pro- blema de las relaciones entre la adaptacién social (y, gn el caso del chamén se trata, desde luego, de adap- fain a un sector relativamente marginal de la so- Nedad) y Ia enfermedad mental es mucho mas com- Jicado de lo que pretende el culturalismo y que la Miaptacidn no es el criterio de la salud mental. Pero también se comprenden las razones que han jnducido a Ruth Benedict a formular su concepcién de Ja relatividad de las enfermedades mentales; aun- que los psiquiatras se hayan opuesto a ella, en reali- Gad son ellos los que se la han dictado. En efecto, si se define lo patolégico por un defecto de adaptacién al medio fisico y al medio social, al cambiar el medio social de un pueblo a otro, la adaptacién debe ser forzosamente relativa y cambiante como el medio. Asi pues, hay que ir més alla de esta primera definicién iquidtrica. Esto lo ha comprendido muy bien, por ejemplo, Goldstein, que define lo normal por Io “nor- mative” y no por el ajustamiento a Jas normas:1¢ un organismo enfermo puede estar ajustado a un medio restringido; los afasicos se adaptan al nivel de las conductas concretas limitando el campo de sus comu- nicaciones: el neurético encuentra, en idéntica forma, un nicho en un mundo protegido y sin problemas en el que puede continuar viviendo “normalmente”, El hombre sano es aquel que es capaz de responder a un mundo complejo y mévil, que puede a cada momen- "Kurt Goldstein, La structure de Vorganisme, . fr., Ga hmard, Paris, 1951, 100 PROLEGOMENOS A UNA SOCIO; to inventar nuevas normas de conducta, que, que ajustarse al mundo, es capaz de modificarlo, su parte G. Ganguilhem Hega a conclusiones an; gas}! se pueden, dice, describir objetivamente es turas 0 comportamientos, pero no se las puede aj minar patolégicas en funcién de ningin cri objetivo: lo normal y lo patoldgico son nociones q introducimos en el mundo de Ios valores; se pue; calificar de “normales” ciertos tipos o ciertas fun nes por referencia a la polaridad dindmica de la yj siendo para él la vida no solamente sumisién al dio, sino institucién de su propio medio, innovag y creacién perpetuas. Desde este punto de vista la fermedad es ya una norma de vida, pero es una n ma inferior, en el sentido de que no tolera ningy; desviacién en las condiciones de existencia, es coi vadora, aferrada al medio. El hombre no es sano sing en la medida en que es normativo relativamente: las fluctuaciones. del entorno, en que puede instit otros modelos de comportamiento, cambiar sus { mas de reaccién y transformar sus condiciones de vi Y el enfermo no esta curado sino cuando puede da a si mismo nuevas normas. En cierta medida en tramos la misma idea en Marie Jahoda cuando tr de encontrar los criterios de 1a salud mental y mera tres de ellos: la adaptacién al medio, la unid: dle la personalidad y la percepcién correcta de la lidad; cada uno de estos criterios en si mismo, di cs criticable: Ia percepcién correcta de 1a realid {incluida su propia realidad psicolégica) es dificil muchas personas consideradas como normales no alcanzan jamas, la unidad personal existe también Ia catatonia, el criterio no es, pues, valido sino cui do se trata de Ja unidad en la riqueza, no en Ja G, Ganguilhem, Essais sur quelques problémes concern le normal et le patologique, Publ. Fac. des Lettres de St bourg, 1950. . tog yf Es UN CASO PATOLSGICO? 101 @ prema del Yo; y en cuanto a la adaptacién al medio ges aqui donde encpntramos Ia analogia con Golds- on'y Ganguilhem) "no constituye un criterio sufi Kente, puesto que el hombre sano es aquel que sabe facerse independiente de las sugestiones o de las cons- tricciones de las situaciones en que se halla, que eli- fe, por tanto, © que crea.?® Al Hegar al fin de esta seccién nos invade una inquietud. Quizé los sabios actuales hayan dado de- finiciones mejores de lo normal y de lo patolégico. pero, de hecho, ¢no han vuelto a los juicios del senti- 4o comin? ¢No empalma el criterio psiquidtrico con distinciones de la masa entre el “loco” y el “sano”? parece entonces que no se ha logrado exorcizar a Ruth Benedict; es justamente por esto por lo que “aunque su teoria, digamoslo una vez mas, es una eorfa de etnopsiquiatria— no podfamos dispensar- nos de concederle un lugar en una sociologta de las enfermedades mentales. Tendremos que volver al fi- ral de este libro sobre estos juicios colectivos referen- tes al loco y al hombre sano de espiritu; el alienado ss aquel que busca por si mismo al psiquiatra para tratarse 0 cuyo internamiento solicita la famili no ¢s la policla. Ahora bien, como veremos, estos jui os de separacién entre los dos mundos varian en una nisma sociedad’ de un grupo a otro. No se puede, pues, escapar totalmente a Ja relatividad. El psiquia- tra es el encargado de buscar las “‘causas”, de “dar cuenta” del “porqué” de la enfermedad, pero es la sociedad la que designa los enfermos que debe tratar. Hay aqui un sutil juego de influencias en los dos sen- tides entre el médico y la masa; el médico —por Jos medios de masas 0 por otros— tiende a ampliar lis categorfas de los enfermos mentales, a hacer al piblico mds sensible a los trastorsios ligeros y que antes se atribufan a la “rareza” o a la “originalidad”’: *M Jahoda, op. cit, 102 PROLEGOMENOS A UNA sOciorg por otra parte acepta Ia definicién popular dé jy fermedad mental, contentandose con explicitar refinarla, introduciendo categorias en la “locura” quizofrenia, demencia_maniaco-depresiva, confy, mental, etc.) ; pero estableciendo estas categorias qj tro del grupo que le ha sido designado por el j popular como afectado de “locura”. 2. LUGAR DE LA SOCIOGENESIS EN LA PATOGENIA pe TRASTORNOS MENTALES Antes de abordar directamente 1a cuestién del de los factores sociales —no en la epidemiologia, de el acuerdo es casi general, sino en la etiolo donde la controversia adopta a menudo formas lentas— nos parece titil examinar ciertas variables lida sobre la posibilidad de una sociogénesis de trastornos mentales. Se han observado diferencias de porcentajes en los hombres y las mujeres. Pero como los porcentaj resultan invertidos segtin los casos, no podemos a mar que un sexo sea mis fragil que otro. Asi en sil los hombres dominaban en el giupo blanco y mujeres en el grupo negro, al menos hasta estos ti mos afios y la tinica explicacién posible era, para Dr. Nina Rodrigues, que la mujer blanca se de}. vivir bajo la dependencia de su padre y luego de marido, mientras que el jele de familia tenia t lis responsabilidades y debfa afrontar tos probl — dido = socrockNESIS 108 iddianos de la existen Al contrario, tras la su- colin de la esclavitud, el hombre negro no ha po- jntegrarse cn Ja nueva sociedad de clases en Ta fe encontraba ya ocupados por los inmigrantes eu- ge se todos los puestos que hubiera podido ocupar; Ja vivid como pardsito de las mujeres que han po- Myo inmiscuirse en Ia nueva estructura como lavan- pjeras, criadas, costureras, etc., y que se han visto ob! das a asumir la responsabilidad de sus familias. Asi jes no es el SEXO €N cuanto constitucién biolégica Jo que cuenta, sino el lugar del sexo en la organiz cign de la sociedad. Por lo que hace a la edad, en los Estados Unidos yentre 1929 y 1931, tenemos los siguientes promedios Je primeras admisiones en los hospitales: = Psicosis seniles: 74 afios, 5; = Psicosis con arterioesclerosis cerebrales: de 66 a 69 afios. — Melancolia 2.50 altos, 3: —Pardlisis general y psicosis alcohdlicas: 44 aiios, 4,7 45 aftos, 2; —Demencia precoz: 33 aiios, 9: —Psicosis maniaco-depresiva: 37 aiios; —Psiconeurosis y neurosis: 36 «fies, 3; = Personalidad psicopatica: 35 aios. Esto pareceria indicar que existen enfermedades de los jdvenes (como la demencia precoz, las psicosis li- julas a deficiencias mentales o a la epilepsia), enfer- medades de adultos (psicosis maniaco-lepresivas, psi- wos alcohélicas y pariiisis general, seguidas por Ja paranota y la melancolia involutiva) y enfermedades de la vejer (arterioesclerosis cerebral y demencia se- volutiva y paranoia: de 53 afios ‘or lo demiis, Jo que confirma que cl sexo no actia sino como categoria social es el hecho de que tambien en Afiica, en fa medida en que tenemos datos, el hombre domina (de 15 217 hombres por 1 mujer) 104 PROLEGOMENOS A UNA socio; nil) 18 Pero a propésito de estas enfermedades de: vejez, evidentemente no hay que confundir la seqj dad, que ¢s un fendmeno patoldgico, con la senectyg que es un estadio normal del ciclo de la vid, ahi que uno pueda preguntarse si la senilidad es yp consecuencia de la senectud o si no seria ms bien producto artificial de la sociedad que rechaza a | viejos.9 Es por esto por lo que el Dr. Repond ha dido escribir: 4 Hay fundamento para preguntarse si el viejo con, de demencia senil, resultado pretendidamente de 1 equipadas y dingidas, as{ como en internamientos en, hospitales psiquiduricos donde estos enfermos, frees mente abandonados a si mismos, privados de los est los pslquicos necesarios, aislados de todo interés vi no pueden hacer otra cosa que esperar un fin que estiin de acuerdo en desear que sea répido. Llegay a pretender incluso que el cuadro clinico de las deme a la carencia de cuidados y de esfuerzos de prever y rehabilitacién Durante mucho tiempo y casi hati nuestros dias el psiquiatra ha crefdo en 1a evolu demencial cast fatal de la mayorla de los casos de quizofrema .. Ahora sabemos que estos sindromes 4 perantes eran el resultado de carencias de atencio psicoldgicas sociales y médicas apropiadas. Estos sind ceido en los hospitales psiquidtricos Ya mes han desapa © una terapia combinada y activa, que se hi Benjamin Malzbeig, Social and nological axpects of mew tal disease, Nueva York, 1940 i OM. E. Linden y D. Courtney, “The human hfe cycle a its interruptions” en A. M. Rose, Mental health and Meni disorder, a sociological approach, Nueva York, 1955. = s0clocENESIS 105 sperar que suceda otro tante con los sindromes clisicos te tas demencias sgniles. Las etapas fisioldgicas que marcan el paso de un mento de la vida a otro y que han sido conside- mys como factores particularmente importantes en {paparicidn de las demencias, como la menopausia na la mujer, NO parecen actuar sino a través de la parficacion social y simbélica de estas etapas, no directamente. Son las representaciones colectivas de fe menopausia como fin de la vida sexual o como social las que constituyen el elemento patégeno. La raza, en fin, en el sentido exacto del término no la etnia (que se confunde con la cultura) pare- de una de esas categorias biolégicas que pudieran ser responsables de la diversidad de Jos trastornos men- tales cuando se compara a los europeos con los gsidticos o los africanos. El Dr. Aubin, uno de los pri- meros en aburdar este tema, ha opuesto las explosio- nes delirantes sucesivas, pero discontinuas, de los ihicanos, a los delirios sistematizados y crénicos de los europeos. Carothers pide que no se olvide que el rortex cerebral y la epidermis derivan de un mismo slemento embriolégico, el pleiblasto y que, en conse- cuencia, no serfa extrafio encontrar diferencias en cl corlex cerebral que pudieran exp i le patogenia; subraya también que, segtin ciertos au- cores, Tas circunyoluciones cerebrales serfan menos pronunciadas entre los africanos; su desarrollo histo- légico se opera con siete u ocho afios de retraso con respecto a los europeos; sin atreverse a afirmarlo, nos sugiere con todo que debe de haber condiciones biolé- ficas de la falta de integracién de la personalidad entre los negros, falta de integracién que daria cuenta isu ver de la poca estructuracién de sus psicosis y, a su lugar, de las explosiones delirantes.2¢ Pero esta crs J. © Carothers, The African Mind im Health and Disease, World Health Oxgamsanon, Ginebra, 1953, 106 posicién sobre el Yo del nifio de un Super-yo exterig el de Ja conciencia colectiva en el momento de la ig) ciacién, Todo lo cual haria que la raza actuara, el punto de vista de las diferencias psiquidtricas, como una categoria cultural que como categoria tural. Toda esta discus mado las “dimensiones bioldgicas” de las enferme des mentales no puede bastar para afirmar, sin examen, el valor de la hipétesis sociolégica. No p hacer otra cosa que familiarizarnos con la idea una sociogénesis. Porque aun cuando las categoria biolégicas no actiten sino a través de Jo social, no jan por eso de ser categorias bioldgicas. El probl fundamental que ha de ocuparnos aliwra es el de ber si lo patolégico deriva siempre, en ultima inst cia, de lo bioldgico, de lo constitucional o de lo h ditario, o si debemos conceder un puesto, y cudl seri a los factores sociales en la etiologia de las enf dades mentales. La historia de la psiquiatria nos proporcion: nuestras primeras informaciones.*! Al principio, ejemplo en Esquirol, se atribuyé Ja locura a cai morales € incluso Morel, en su teoria de la degen cién, no elimina este elemento moral; con él, sin e1 bargo, comienza el movimiento que busca la explic cién Ultima en las causas fisicas. Primero es, con M; nan, la tara hereditaria; después, en la segunda mit del siglo xrx, es a las constituciones a las que se hai responsables de las enfermedades mentales; se bi can entonces lesiones que atacan el cerebro, se 7 CEH. Duchéne, “Parts respectives de 'hérédité, de constitution et du milieu dans Ja pathogénie des troubles met taux" (Psychiatrie, 2, 1955). ¢ ENESIS =n Socios! ‘ede Jas explicaciones: 107 en especies anatomoclinicas rigurosamente distin- yomo la pardlisis general, la locura circular, la fas ee encia precor, etc, Y este movimiento Hega con {ijepelin a una clasificacién sistematica, que ha per- jurado durante mucho tiempo como base de la psi- {uiawia. Es verdad que ha habido resistencias, como fide Lemoine en 1862 que denunciaba la facilidad nada es més facil, escribia, que “uibuir siempre la locura a una predisposicién inna- fa oculta y decir que, si el individuo hubiera tenido gua naturaleza, no se habria vuelto loco. Al mismo tiempo, bajo la influencia de la escuela romdntica jlemana que busca las Ieyes del pensamiento simbé- lico, ast como bajo el influjo del interés concedido al hipnotismo y al magnetismo, se esboza una nueva co- mente que habria de desembocar en el psicoanilisis de Freud y que pondria el acento sobre la existencia de enfermedades mentales sin vinculos orgdnicos: las neurosis. Ahora bien, nos parece que si queremos compren- der este primer perfodo de la historia de la psiquia- ia cientilica, hay que situarla en el conjunto de las corrientes filosdficas del siglo x1x. Es la época en que explicar consiste en reducir lo superior a lo inferior, 's decir, siguiendo la regla cartesiana, lo mds com- plejo a lo mds simple; si el espiritu ¢s un epifend- meno del cuerpo, las enfermedades del espiritu se reducen a enfermedades del sistema nervioso; la ob- servacién de cadenas hereditarias no hizo mas que fortalecer esta conviccién en los psiquiatras. La teo- ria de las constituciones que presentan formas norma- les y patoldgicas, no siendo entonces la patolégica otra cosa que Ja caricatura de la forma normal, por ejem- plo la de Dupré en Francia, o la clasificacin de las entidades mérbidas de Kraepelin, respondia por su parte a una concepcién filoséfica, troquelada en las mentes por la ensefianza escolar, y que se remonta 2 Aristételes, 1a explicacién por la causalidad inter- 108 PROLEGOMENOS A UNA sOctoxy na, segtin la cual el comportamiento de cada esta determinado por su propia naturaleza. La cepcién galileica, que pretende, al contrario, que cosas estén determinadas por las condiciones en cuales surgen y que constituia la base de la fisica, habfa afectado todavia a las ciencias del hombre; bia que esperar forzosamente a que se generalizy al conjunto de la realidad para que fuera posible y concepcién sociolégica de las enfermedades mental es decir, habfa que esperar al siglo xx... No prete demos con esto decir que los psiquiatras de fines siglo x1x no hayan nutrido sus teorias de su experiey cia vivida ni hayan multiplicado sus observacio; clinicas, pero hay que tener siempre en cuenta ‘clima” filos6fico o intelectual en el que se elabi las doctrinas y que las hace tomar una cierta dij cién. Ast pues, la historia de la psiquiatria no no, permite decir que la organogénesis es falsa 0 al ma, nos exagerada, pero nos permite desmistificarla cuanto teoria cientitica; en nuestra opinién esa teor expresa la filosofia de un cierto instante del pen; miento mucho mas que el puro resultado de inves gaciones objetivas. EI siglo xx ha operado la inversién de este puri de vista aristotélico. No vamos a repetir aqui la his ria de Ia sociologia de las enfermedades mentales, la que hemos consagrado todo un capitulo. Pero ig) partidarios de la sociogénesis tropiezan siempre los partidarios de la organogénesis. Esta ultima co cepcién, sin embargo, ha revestido en el presente a pectos mucho mas validos. " En primer lugar, la teorfa de Ja herencia de li enfermedades mentales se ha fortificado por los de cubrimientos de las leyes de la genética. Ahora bieh el peso de la herencia aparece cuando se compart Jas concordancias en la uasmisién de Ja esquizolte nia entre gemelos idénticos (86.2%) y gemelos Ite ternos (14.5%). Rosenthal, después de pasar revisd © [a soci ocENESIS 109 Ja casi totalidad de 1a literatura sobre los aspectos naticos de 1a esquizofrenia, concluye también que ff vastornes mentales, aun cuando no terminen en f) hospitalizacién, se producen mas frecuentemente gn los gemelos idénticos que en los gemelos fraternos. fon toilo, existe un margen entre el 86.2% y el 100% ue deja sitio para otros factores distintos de los pu. ghmente genéticos. Jackson considera incluso que las vonclusiones de las investigaciones sobre los gemelos go son tan convincentes como parecen a primera vis- fi, porque cn ningtin estudio se ha controlado con- jenientemente los factores no genéticos. Asi pues, todo jo que se puede concluir de ahi es que los trastornos meniales se desarrollan mds favorablemente en ciertos terrenos que en otros o, para utilizar la expresién ge Duchéne, que la enfermedad requiere, como la combustion, combustible y oxigeno, pero que los dos sean necesarios no dispensa de la tarea de buscar en qué proporcién intervienen para modificar la com- tustién, es decir, que la teoria genética deja un sitio ala sociogénesis.2* Sobre todo, las leyes de la genética no desempe- jian forzosamente un papel sino dentro de cuadros sociales y los efectos de estas leyes dependen de las rglas de exogamia o de endogamia, que son de na- taraleza social. Es, por consigniente, la cultura la que inteiviene en Ultima instancia para orientar la co- niente genética de acuerdo con los modelos de matr: nonio, Ia eleccién de pareja, obligada, preferencial olibre; y puede intervenir también en la higiene men- tly en la planificacién de los nacimientos.?® La teo- og eg oe? aSiam ta ane Maar rede Sis Se va York, 1960 7 i sot Bs Sok tag" MeL our on 110 PROLEGOMENOS A UNA SOctOr, ria genética postula una toma de posicién previa orden sociolégico, no la destruye. La teorfa de Babinski, que distingue entre ¢ tornos lesionales y trastornos funcionales, debidos primeros a una afeccién de la arquitectura cereb; y los segundos a causas psiquicas, y que daria marge,” a una sociogénesis, en la medida en que nuestro quismo estd enteramente penetrado por lo social, ha debilitada mucho en nuestros dias, en que Io. progresos de la bioquimica han permitido =| accién de factores «lifusos (junto a las lesiones } lizadas) toxicos, vasculares y humorales que acti; sobre el conjunto del sistema nervioso. De ahi | teorias bioquimicas, en particular de la esquiz nia, como Ja de H. Baruk en Francia, la de Busc: en Italia 0 la de Heath en los Estados Unidos. § embargo, no nos parece que destruyan la posibilid; de una sociologia de las enfermedades mentales y 1 parece suficiente prueba de ello el hecho de que Dr. Baruk haya podido escribir una Psiquiatria mo y una Psiquiatria social. Las investigaciones en ¢ terreno son todavia demasiado recientes para que damos pronunciar un juicio definitive, pudiendo trastornos humorales provenir, en la cadena de causalidades, de choques emocionales violentos y diendo estos tltimos a su vez ser de origen social. lo demas, ciertos estudios han sido hechos demasia rapidamente, como el de los anilisis de orina de | esquizofrénicos y no esquizofrénicos del Instituto At ricano de Salud Mental, porque los esquizofrénic del hospital bebian café y las sustancias encontradas & la orina, y que fueron consideradas como caracterist: cas de Ja esquizofrenia, provenian simplemente acd ingestion del café. No obstante hemos de conservar ta teorfa, que volverernos a encontrar en Ia ultima te de este libro y cuyo alcance examinaremos enton a soclocENESIs ml en funcidn del objetivo que nos hemos asignado en este estudio. E La critica mas severa que ha podido hacerse en Francia a la posibilidad misma de una sociogénesis sigue siendo la critica del Dr. Ey. Hemos de exami- farla, pues, con algo mds de detalle. H. Ey no es ad- yersario de la psicologia social ni de Ja importancia ¥yel medio social para comprender la formacién y la qolucién de la personalidad, al contrario; pero la so- Giogénesis, si fuera cierta, no explicarfa mas que al hombre normal; lo que caracteriza a lo patolégico es justamente el hecho de que con ello cesa la sociogé- nesis.2° No se puede comprender la desorganizacién, mental y social, partiendo de las fuerzas de organiza- con 0 de vinculacién del ser con el mundo, porque eto significaria tanto como explicar la enfermedad or las leyes de Ja salud. Lo que es contradictorio en Jos términos. Lo psiquidtrico, dice, es el limite de Ja psicogénesis (y con mayor razén, por tanto, de Ia so- ciogénesis) . Si no se acepta que haya una diferencia de naturaleza entre el hombre sano de espiritu y el alienado, como pretende por ejemplo el psicoanilisis, que vincula las neurosis al propio destino del hombre, entonces existe forzosamente un continuo en que no se sabe exactaiente donde comienza y donde termina Ja salud mental; en lugar de una psiquiatria sélida y verdaderamente cientifica nos encontramos entonces ante una psiquiatria fluida, con sus semilocos y sus semirresponsables. Si se esti enfermo es porque las alteraciones del sustrato orgdnico impiden al in- dividuo afectado pensar o sentir como los otros hom- *Y. D, Sanua, op. cit. Ver en particular (ademds, naturatmente, ae H, Ey, £tu es psychtatniques, Tomo 1, Desclée de Brouwer, 1948), L. Bon- nafé, H. Ey. S. Follin, J. Lacan y J. Rouart, Le probléme de la psychogenése des névroses et des psychoses, Desclée de Brou- ner, Paris, 1950, f. S 2 12 PROLEGOMENOS A UNA sociotog bres y cortan las posibilidades de comunicacién termental. Es cierto también que el Dr. Ey no nicga la ¢, tencia de situaciones sociales aparentemente pat nas, pero no acepta la idea de “psicosis reactivas! decir, desencadenadas por estos acontecimicntos, estadisticas lo prueban, mostrando la constancia las psicosis cualquiera que sea el medio o la ép cia cuya relacién con el acontecimiento no fuera que una variable ocasional”; lo que justamente d rencia al hombre normal del alienado es que el hy bre normal reacciona ante los acontecimientos, adaptarse a los cambios de medio, mientras que psicotico es incapaz de todo esto; nunca es reacti Que la psicosis sobrevenga después de tal 0 cual aco tecimiento es posible. pero sucesién no es causalid: la tristeza, los celos, la ansiedad, son fendmenos nales, no se puede a partir de ellos explicar la en medad mental. En el desencadenamiento de las cosis hay siempre otra cosa; el psiquiatra que analj los delirios de los enfermos tropieza siempre con resto” que no puede explicar y que no puede ex; carselo justamente porque el trastorno es de ori orginico y no psiquico o social. Serfa en vano para justificarse, hiciera pasar lo patolégico del sy jeto (enfermo) al objeto (la situacién social), por) que frente a las mismas situaciones los norniales ro cionan de manera diferente a los enfermos; luego situacién no es Ia causa, sino el organismo del enfe. mo; si este tiltimo reacciona de una forma patologia es que hay una cierta “heterotipia” de éste respecte del hombre normal: “La conclusion cs, como hemi repetido cien veces, que la nocién de psicosis read va es una contradictio in adjecto. Porque si la enft medad depende siempre de las modalidades de 1a exit acncia, si se encuentra efcctivamente presa de li ns ia y especialmente de la red de relaciones con eouro, jamds se reduce. .. a no ser mas que ¢l efecto giuna situacién desdichada. La enfermedad comien- fistamente cuando, en dependencia del umbral de wxcion, depende de este umbral y no sdlo de la si- qaacion a : fs verdad, en fin, que el Dr. Ey es un adversario existenc ") gel mecanicismo organicista; toda neurosis y toda psi- Nosis admiten elementos psiquicos; el enfermo men- ff sigue en relacién con los acontecimientos, su. per- (pnalidad depende de su historia individual, tanto sjmo de Jas sittaciones sociales en las que se encuen- tra situado; pero Io que ¢5 psiquico o social en él es jo que queda cle intacto en su yo, de no afectado por ja enfermedad; el movimiento profundo de estos tras- tornos viene de otra parte; “si la causalidad psfquica ‘lesempefia un papel, permanece subordinada al de Jos factores orgdnicos; con esto no se condena en ab- oluto a Ja psicoterapia, pero ésta no actia sino en la medida en que los cambios de la personalidad, aun- que nos parezcan anormales, no son alo puramente jatoldgico”. Es sabido que el Dr. Fy se ronsidcra un lisctpulo de Jackson, que hace de los trastornos men- ales fendmenos de regresién y ce disolucién de las uncisnes superiores del espiritt, debidos a trastor- nes Iesionales 0 funcionales de los centros corticales: enfermedad no crea, I:bera”; son Ias alteraciones de Ja infraestructura orgiinica las que implican como wmsecuencia Tas modihicacioncs de las estructuras mentales. El error del psicoaniilisis es, pucs, el de tomar el efecto por la causa; la mentalidad infantil aal, anal 0 maucisisc: que se manifiesta no es Ja cau- igente desde el mxerior del inconsciente, sino un ecto de la disolucion de la mentilidad adulta, exac- tmente igual a como el bloquee afectivo se explic po una destauccién organica y no por una inhibi- ain de origen inconsciente. No se puede imaginar ina posicién mas opuesta a la socingénesis; todas fig ® 14 PROLECOMENOS A UNA SOCIOLGgfg ja SOCIOGENESIS 15 o varfa sensiblemente de una época a otra o de un eeplo a otro, el mimero de neurosis, por el contra- Fo, va multiplicandose con las transformaciones de estructuras sociales y las subversiones de los va- es, Esto puede suigerirnos que las neurosis son mas causas exploradas, el aislamiento, Ia falta de ategy el rechazo, etc., no son sino electos (0 no actiian si subordinadas a Ia causa orgénica, que es la tinica qu es realmente patégena) . No vamos a discutir Ja teorfa de H. Ey en si mg} 10! I ae : ma; ni nosotros somos psiquiatras ni éste es un susceptibles de tratamiento sociolégicd que las psi- de ‘psiquiatria; pero podemos preguntarnos si sis Sin duda la teoria de las neurosis de Freud re- teorfa, como la de la genética, cierra totalmente g | ¥posa sobre una base bioldgica, en el sentido de que PPneurosis ¢s un bloqueo de la libido en una etapa infantil de su desarrollo, en particular en el estadio edipico; pero Freud muestra que este bloqueo es de- pido a la constelacién familiar, es decir, en wltima jnstancia a un hecho sociolégico. E. Fromm va mis Icjos atin en esta sociologizacién, en la medida en que cimina del complejo de Edipo la rivalidad sexual para hacer de él un conflicto de autoridad entre la fibertad del nifio y la disciplina impuesta por los pares. Sullivan insiste en las relaciones interperso- nales y Karen Horney en el contflicto de los valores. Es decir que cuanto mds se estudia el origen y la naturaleza de las neurosis tanto mds tiende a predo- minar lo social sobre lo bioldgico.2* Y aun po: lo que se tefiere a las psicosis la constancia de las cifras no esuna prueba a prion del caracter constitucional u orginico de la enfermedad. Son posibles todavia otras Inpétesis. Cuando Goldhamer y Marshall, po: ejeu- plo, comprueban que si se tiene en cuenta el cambio de definicién de los tipos mérbidos en el curso del tiempo y el cambio de distribucién de las edades, no ha lubido aumento en el mtimero de psicéticos de los hoypitales ptiblicos © privados de Massachusetts enue lugar. Ahora bien, los socilogos franceses Durkh y Halbwachs han encontrado, a propésito del suicidig, una tesis andloga y le han respondido con toda gm zn: “Los trastornos organicos pertenecen a la jurl diccién de la psiquiatria. Pero al mismo tiempo to enfermo mental es un hombre que no est4 adapta do a su medio. Una enfermedad mental es un elemeniy de desequilibrio social y por este capitulo cae dentiy de la jurisdiccién de las ciencias sociales... Pued ser que entre todos los hombres que tengan razong para suicidarse sélo se maten los irritables, los ceptibles, los poco capaces de dominarse. Pero no por casualidad por lo que se encuentran en mayo; numero entre las profesiones liberales, industriales comerciales y en los grupos urbanos que en Ios otr Las estadisticas, al mustrar las variaciones de las fermedades mentales segtin los grupos sociales, play ten un problema que la teoria del origen purament organico deja sin respuesta. Y que habria que re: ver. j ‘Todo este parrafo sobre la situacién de la soci génesis en la patologia de Jos trastornos mentales hi sido consagrado a resumir las teorias que completay © contradicen Jas expuestas en el capitulo primers Si se las pone fiente a frente y yin tener que escogtt cutre unas y otras, vemos dibujarse un cierto mim de problemas que enumeraremos para terminar: 1. Recordemos en primer lugar la distincién entit las neurosis y las psicosis. Si el muimero de psi paso a los factores sociales o les deja todavia alg "Ver sobre esta evolu imi libro Suctologie et Paychana- ine, CE tambien B. Fromm, “Mndisidual and social origins of manos" en AM Rose, of) ext. EL estudio de L. § Kubie wine las reluciones entie Tas twerzas sociales y los procesos neu- os, en AT Leighton, J. A. Clausen and RUN. Wilson, Re. Heplorations im soctal ‘Prychiatry, Nueva York, 1957. Karl aibaum, Sostolagte «er Neurosen, Herlin, 1933. uz 116 PROLEGOMENOS A UNA socio; =,oclocENESIS splema, porque solamente el psiquiatra puede juz fore] papel de estos traumatismes cn el origen de Micosis 0 de as neurosis; lo que le interesa son ms psictros” gencrales (fayniliares, institucionales u én los que se desarrolla Ia’ existencia de los eg tanto normales como anoimales; y es cvilen- Heol accién de estos factores sociales gencrales ete Uiede ser (al contrario de Jo que ocurre con los no Recinientos) sino inconsciente. Y es justamente oer inconsciente por lo que esta intluencia de lo Bal sobre lo patologico escapa al psiquiaira; sdlo eM Gologo est4 habilitado para «escubtirlo. Spero acabamos de decir que estos curadios so- fiales son los mismos para la gente normal que va la anormal. Y esto plantea ct problema de las Miciones entre lo orgsinico y lo social 0, s1 se prefiere, Tyne las disposiciones personales y el tnedio ambien. fe entre cl terreno y las iniluencias que vienen del qxteiior. El debate que ha entrentado a los psiquia- fias entic si @ propdsito de los “acontecimientos” so- tre si son las causas eficientey o simplemente los pre- tipitudores de trastornos Iatentes, podrfa abrirse de nuevo sobre este nuevo terreno sociolégico. Diremos simplemente que el socidlogo no niega la herencia, bas lesiones organicas ni los trastornos bioquimicos. Los factores suciales no pueden actuar sobre el indi. viduo mas que a través de Ia herencia o Ia fisiologi no tenemos por qué privilegiarlos y reconocemos cn ambio la necesidad de tener en cuenta lo biolégico ohas disposiciones constitucionales junto a la influen- del medio. Todo lo que pedimos es que se 1eco- oxa esta influencia del medio. Volvemos a encon- ur aqui el problema planteado por A. Comte y que no puede ser ignorado: Ia correlacién entre los he- thos de desorganizacién personal y de desorgani «ién social; los hechos muestran de una manera im- pisionante que los desérdenes mentales son mis tumerosos en los sectores desintegrados que en los sec. 1840 y 1940, siendo asi que Ia estructura de la 4 dad americana ha sufrido entre estas dos fechas. trasmutacién considerable, no concluyen de aj rechazo de la sociogénesis; mas bien sugieren que habria que ver la prueba de que, como base de psicosis, las relaciones interpersonales son mag portantes que las estructuras globales, siendo en @ to estas relaciones mucho mas estables que las esi turas sociales.*? om conflictos doctrinales es quizd el hecho de qu términos “neurosis reactiva” 0 “psicosis reactiva” conducido a los psiquiatras hacia pistas falsas, poy do el acento en los “acontecimientos”, cuando ¢ mientos, hechos particulates y contingentes, en suing no socioldgicos. para Ia sociologfa de las enfermedades mentales 4 Ia psiquiatria stricto sensw. Esta iltima se inte| sa, en efecto, ante todo por la historia, la del indp} acontecimientos, cris jalonan la vida de este individuo. Ahora bien, se | puesto en claro al menos un punto y es que los a tecimientos no actéan —si es que actuan— sino en] medida en que son vividos; si esta historia tiene tay bién en cuenta los grandes acontecimientos colecting como las guerras y las revoluciones, no se toman @ convideracién estos acontecimientos colectivos sino g la medida en que repercuten en una conciencia, ph ra la que constituyen un “shock”. La sociologia dle enfermedades mentales deja enteramente de lado 2 Merbat Gobdh y Andiew Marshall, Pyyehous Guifcation two studs im the frequency of Glencoe, ML. 19" 118 PROLEGOMENOS A UNA soctorg puede deberse al puro azar. 3 4. Hasta este momento nos hemos reducidg ver la posibilidad de asignar un lugar a lo 59, en Ja etiologia de las enfermedades mentales, p la dificultad vuelve a plantearse en el momento que queremos definir lo social. De un lado hy visto a los psicoanalistas, cldsicos 0 modernos, Io que se refiere a las neurosis, y a Goldhamer. shall, por lo que respecta a las psicosis, definir 1g cial por las relaciones interpersonales y en particu por las relaciones padres-hijos en el curso de la py mera infancia. De otro lado hemos visto a los part darios de una sociologia de las enfermedades me tales que definen lo social por la.estructura de jy sociedad global. Los marxistas en particular denu cian a los que atribuyen los trastornos mentales hechos de interrelacién como “conservadores” preqg en sus ideologfas burguesas y que rehusan ver importancia de la lucha dle clases como el factor py ponderante de la “alienacién mental”.2 Pero toda via aqui hay lugar a hacer una subdivision entt aquellos que “atomizan” en cierta manera la socied; global en una serie de grupos y de institu que harfa que el sociélogo estudiase sucesivamey Ja influencia del factor familiar, del factor eco: mico, del factor politico, del factor religioso, ¢ sobre los trastornos mentales y aquellos que se 9} nen a un anilisis de los factores sociales, a los q\ habria que captar en su generalidad. Los prime s Sobre estas relaciones entre los desordenes orginicos y factores socioculiurales, ver por ejemplo Alexander HL ton, My name is Legion, Nueva York, 1959. %Citamos mas arriba al Dr. Le Guillant, En Francia se cuentran ideas andlogas en el Dr. Follin (cf. Bonnafé, Ey, lin, Lacan y Rouart, op. ett.) y en los Estados Unutos, en Ki Icy Davis, “Mental Hygiene and the class structure” (Psy try, 1938, pp. 56-65). Seba pa socsockNESIS 119 jenten impresionados por el hecho de que, dentro ge sit se Sina misma sociedad, hay enfermos y no-enfermos; ity que partir, pues, dle un andlisis de la sociedad aver cuales son los factores patégenos; hay que Pimgmentar” en cierta manera la relacién_persona- jdatmedio social en una serie de “variables” que fabrin de considerarse una tras otra. Los segundos, eu contrario, declaran que los individuos no reac- fonan a tal o cual factor determinado, puesto que ja sociedad es siempre interconexién de grupos o de fmstituciones que actéan y reaccionan unas sobre ouas, interpenetrandose para formar configuraciones Singulares, sino que reaccionan siempre a “‘situacio- hes corales”; 10 anormal, como Io normal, debe ser ‘studiado en sus dos dimensiones funcionales, orga- nica y psicolégica, por una parte, y como miembro de una comunidad y de una cultura “global”, por ours? ‘Al llegar a esta etapa nos es imposible decidir la cuestién y concluir. Hasta ahora nos hemos en- contrado tnicamente frente a teorias. Sin duda estas teorfas parten de datos y de observaciones, pero im- plican siempre un conjunto de hipétesis que superan Jos hechos. Asf pues nos es preciso comenzar por ex- poner los “hechos", tales como aparecen en las nume- tosas investigaciones empiricas interdisciplinarias cuya exposicidn comenzaremos en el capitulo préximo. Solamente cuando hayamos examinado las conclusio- nes de estas investigaciones empiricas y hayamos discu- tido su significacién nos serd posible concluir acerca de los problemas de la sociogénesis. Pero no antes. si no queremos mezclar nuestras preferencias subje- tivas con las comprobaciones de hecho. *Sobic estos conflictos entre las diveisas concepciones de bo socal en la. patologia dle lay enfermedades aneniales, apaite de los tests a catados er nota en este capil, ver Marvin ples, Culture, Paychianny and Human Palues, Sprngtiel ML, 1956, ad e eee 120 PROLEGOMENOS A UNA sociorg 8. gPUEDEN VOLVERSE LOCAS LAS SOCIEDADES? zPuede la sociologia de las enfermedades meng) reducirse exclusivamente al problema de la socig nesis? Al hacerlo, gno corremos el riesgo de reduch a la psiquiatria social, identificaci6n a la que hem, querido escapar desde nuestra introduccién? No bria otro sentido posible de 1a nueva ciencia que q remos exponer en este libro? Si la sociologia es la cia de los hechos colectivos y si los hechos colectivo se reducen a un polvo de individuos, la verd, sociologia de las enfermedades mentales gno el estudio de las formas colectivas de la locura, 1 tras que Ia psiquiatria social se interesarfa por | formas individuales solamente? De ahf el ulti que tratarlo paso a paso. Es decir, tenemos que minar en primer lugar las formas colectivas de locura dentro de las redes de comunicacién enti individuos, locuras de dos (folies 4 deux), locum multiples, de apartamento, de barrio, de comunid des, etc., formas sobre las que disponemos de obseryg ciones Clinicas, para estudiar después el problema, mas tedrico e hipotético, de saber si se puede gen ralizar lo patolégico de Jos individuos a los grupo enteros y hablar de sociedades neuréticas, para cas 0 esquizofrénicas, como pretenden ciertos autor Desde que en 1871 Legrand du Saulle introdul en psiquiatria el concepto de “persecucién com cada” 0 “delirio de dos o tres personas” la bibli graffa sobre la cuestién se ha vuelto inmensa. B: tenos recordar las principales etapas de los di brimientos hechos en este dominio. En 1877 Laségu y Faret destacan las tres leyes: de induccién (el tagio de Ia locura no es posible si no hay un indu més inteligente que el otro, que cree el delirio) —dd| medio cerrado (es preciso que el grupo en el que bi widneamente pponn VOLVERSE LOCAS TAS SOCIFDADES? 221 naga el delirio se encuentre aislado)— de credi- port jel delirio (para ser compartido el delitio dagonservit un cierto grado de \erosimilitud) . 880 E. Régis oponc a la comunicacién de las Yelirantes 10 que él Hama la “locura simulté- es decir aquella en la cual no hay ni inductores jucidos, sino que el delirio se desarrolla simul- en dos o més personas: esto. significd Unegran progreso, porque con ello saliamos de la wesibilidad para reconocer que los individuos en sition se enrolan personalmente en el delirio amin, toman cada uno una parte activa en su ela- foracién, siendo asi la obra delirante cl producto Paborado en que se entrelazan inextricablemente Gas diversas elaboraciones personales. Pasamos asf fe Ia psicologia intermental a Ja sociologia propia- mente dicha. Clérambault en 1900 completa esta Baologia, en primer lugar reconociendo que la fenviccién deliante puede ser mds fuerte en los jnductores, pero sobre todo formulando el principio de In “division del trabajo” dentro de las locuras mmiltiples, a las que cada uno aporta clementos dife- fentes, segiin su constitucién y sus preocupaciones propias. A partir de ahi asistimos a una revision de his antiguas conclusiones: asi, para Arnaud, contra. famente a Laségue y Faret, cuando hay induccion, Jlelemento inductor es a menudo menos inteligente que el elemento inducilo; para Delay y sus colabora- ores, la mujer es con mayor frecuencia que el marido delemento inductor; el articulo de Delay y de sus claboradores, por lo dernas, pasa revista a las diver- aportaciones de sus predecesores para ver en qué nedida las observaciones més recientes justifican 0 ay estas aportaciones; concluyen afirmando el valoi de la ley del “medio cerrado”, bien sea que el ais- bmiento se deba a Ia exclusién del grupo por la debe En Ii ideas nea i ind’ sxiedad en torno (caso frecuente de las familias de @tranjeros), sea que provenga de la reclusién yolun- 122 PROLEGOMENOS A UNA socion taria del grupo a consecuencia de la muerte det j de familia, de dificultades Linancieras o de otras ¢ sas; en este ultimo caso el factor desencadenante delirio es justamente aquel que interest no a tal cual individuo del grupo, sino al conjunto del gry, familiar; también parece justo el principio de 4 divisién del trabajo”, Io que explica por qué el ing namiento de un miembro (el considerado como jj ductor) no detiene Ia actividad delirante de los qi quedan libres; al contrario, a menudo justifica sentimiento de persecucién por parte de la ‘col vidad en torno (vecinos, barrio, etc.) ; en cambio jy ley de la verosimilitud no ha sido verificada, da que muchos delirios (de posesién demoniaca u otros), tienen wn cardcter netamente fantastico. Lo que hemos de retener de estos estudios de psiquiatria ¢ ante todo, que nos encontramos aqui fuera de Tos dominios de la herencia, por lo menos en los “Para Ja reconstruceién de esta historia nos hemos sery sobre todo de Delay, Deniker, Pichot, Lemperiére, Sado Délires & deux et a plusteurs: étude clinique de vingtdeux milles délivantes, Congrés des Aliénistes et Neurologistes (Ni Coueslant, Cahors, 1955. Se encontiaia también una estad| ca interesante en A, Gralnick, “Folic a deux, the psychosis association, A review of 103 cases and, the entire english lite | rature” (Psychiatre Quart, 16, 1942): Marido-mujer ‘Mujer-marido =e 11 combinaciones — 22 pers —10 pf * Hermanas gemelas (2) 5 Hermanas (3) 5 z ~ bon Hermanos gemelos (2) 3 +4 -~¢6@ - Hernianos (3) i -3 i Hermanas-hermanos 4 -~4 Hermanos-hermanas 2 4 -4 ® Madre-hija 16 é —B Padre-hija 1 - 2 Madhe-hij 8 ” ~ 16 Padre-hijo 1 7 - 2 Enfermo-enfermo 4 = - 38 ‘Amigo-amigo 5 = - 2 Foren VOLVERSE LOCAS LAS SOCIEDADES? 128 an que se trata de marido y mujer ** pero sobre todo ia division de trabajo tiene que tener en cuenta, fin pensamos, no s6lo los medios intelectuales 0 [estructura psicopatoldgica de cada persona en cues- Kon, sino la estructura familiar examinada a la luz de fr sociologia (lominacién legal del hombre, tipos derelaciones entre padres ¢ hijos, modelos de conduc- dados por la sociedad, ete.) en que el delirio va seguir las vias abiertas por estos modelos, regulando fs Felaciones interindividuales en un medio cerrado, ty como los tipos de conflictos, de “tensiones” que weden suscitar estos modelos. No obstante puede haber allf también abertura, o por lo menos ampliacién del delirio a un medio tras vasto que el medio familiar, El doctor Heuyer fa estudiado un delirio de cinco personas en que la jcosis se organiza en torno a una madre de familia yaun muchacho de catorce afios, que imagina toda una estenificacién de algazara en la que participé en primer lugar Ja casa y después todo el barrio, Asi Heuyer ha podido hablar de psicosis de piso, de casa 0 de barrio Nos acercamos con esto a la “locura colectiva” que afecta a masas todavia mayores; volve- remos sobre ello un poco mds adelante. Observemos igualmente que la propagacién del delirio, también aqui, sigue 1a3 vias abiertas por las redes de vecin- dad, es decir, que se opera dentro de un cierto marco social que le dicta previamente su circuito y sus I- mites. Pero permanecemos siempre en lo simultdneo. EI psicoandlisis nos revela, a propésito de la patolo- gia de la familia, otro tipo de propagacién dentro “Por otra parte, aun para las psicosis madre o padre-hi- jo puede uno preguntaise si, para la gente que vive en sitecha simbiosis, cl concepto de “‘co-inconsciente” que se des- arolla sobre la base de relaciones intimas no constituiria una nocidn mas heuristica que 1a de transmisién hereditaria, “Heuyer, “Les psychoses collectives” (Rev. du Praticien, v, 15, 1955). 124 de un mismo grupo, pero de generacién en cién; como dice Mead: “Padres ansiosos crean ansiosos que crecen para [roducir una sociedad, siosa, que a su vey crea pxdres cada vez mas ang, sos." Tropezamos de nucvo. por otro camino, coq locura social. Pero hay que tener cuidado: el puiy de partida no es una trancimsién hereditaria, sing aprendizaje: “Los conflic:3s neurdicus son ensept dos por los padres y mos ya insistido suficiencemente en otro libro so este aprendizaje de la enfermed.d mental a trayg| de la familia y la socialisacién de los nifios*® p, no tener que volver sobre ello de nuevo aqui. Po demis seria posible estudiar esta forma de propage cién por aprendizuje a través de Jos diversos sistema de parentesco, patri o matrilineal, para discernir ng jor su importancia. Concluyamos que la generalii cién de Io individual a lo colectivo puede seguir dg caminos, el de la locura simultinea y el de Ja proj gacién a través del tiempo, de una generacion a de los trastornos afectivos fundamentales, a la q podriamos Iamar, por analogia con el primer ténm) no, la “locura sucesiva”. Junto a estos delirios de varias personas, que 4 medio de todo no afectan sino a un numero redig do de individuos, se habla también de locuras col tivas, que se expanden como por‘ contagio a través los conventos o los campos, de pueblo en puebl que pueden, en el limite, afectar a masas consid bles de individuos.% Pero con esta sociologia no limos de la misma sociologia que constituye la b; de los estudios sobre lay locuras simultineas, es ded, 3 “John Dollaid y NE. Miller, Personality and Psy therapy: an anaiysis m terms of learning, thinking, cull Nueva York, 1956. 3 *R. Bastide, Sociolomse et Prych inalyse, P. U. F., Paris, I * CEG. Damas, “Comagion mentale, Epidemics menial Volies collecuyes. Fuhes giegaues” (Kev. plat, 4, 1916). — jepeN VOLVERSE, LOGAS LAS SOCIEDADES? 125 ja sociologia de Jas interrelaciones (y no de la ee ciencia colectiva) ; La intensidad acumuladora de las comunicaciones irra onales se ha observado en todas las épocas y, en su mniximo grado, en todas las -manifestaciones calificadas de psicosis colectivas. La accién inicial parte de un in- dividuo cuyo comportamiento anterior era ya irregular ‘0 que no se le reconoce como tal sino sibitamente, en una situacién social sensacional © conflictual determi- pada, Esta accién se encuentra considerablemente refor- zada por la conjuncién de este primer agente y de un segundo agente, cuya receptividad es electiva respecto del primero. La elaboracién de sus interrelaciones recl- procas les constituye en una pareja patégena: bruja-juez, poseido-exorcista. convulsionario-protector, desequilibra- do-débil. La contaminacién va ganando paulatinamente terreno favorecida por este tipo de conexiones, presentes en todas partes. En todo caso el drama se anuda al nivel de estas internelaciones.” Las psicosis colectivas se explican, pues, por las nismas Ieyes que rigen para la folic d deux (que por jo demas no es sino una etapa de su_produccién ey de induccién, ley de la division del trabajo deli- ante € incluso”la ley del medio cerrado (por més que la epidemia se extienda a un mayor numero de pesonas). El descubrimiento actual de nuevos me- dios de comunicacién como Ia radio o la television o incluso el periédico complican el fendmeno o le atienden todavia mas, pero no modifican verdadera- mente su proceso, como lo prueba el caso del panico povoailo por la emisién de Orson Welles sobre la ién de Jos marcianos.#® Ha habido un particu. inve Dr, Hamon, “Les psychoses collectives” (Congres des me: deny ahenstes’ 55, op et). HD Laswell, “Propaganda and mays insecurty” (Ps; einany, Xm, 1950, pp 283-94), 126 lar interés por estas locuras colectivas, sobre todo aquellas que ha revestido formas misticas: epid de posesién diabdlica desde Ia Edad Media hasy siglo xvn, el gran panico del afio 1000 0 el de lag yolucién francesa, las sectas religiosas extravagany los movimientos mesidnicos o “culto de liberacig como los Hama Lanternari, etc. Disponemos de portantes monografias sobre todos estos movimic debidas a historiadores, etndlo,,os 0 psiquiatra —si exceptuamos el mesianismo— tenemos muy estudios verdaderamente sociolégicos. Ahora bien, dos estos movimientos no se pueden explicar bien, simples hechos de contagio intermental; para prenderlos hay que apelar al estudio de los he politicos, econémicos ¢ incluso lingilisticos. A pr sito de esto tenemos puestas muchas esperanzas eng trabajo del P. Cernean sobre los posefdos de Loudi que mostrard en qué medida se inscribe esta posexig en el cuadro sociolégico nacional, escapando ast pa] el hecho mismo a un determinismo puramente pafp| ldgico, que no daria de él mas que una visin supat| ficial y fragmentaria. Giertos psiquiatras de hoy | han dado ya perfectamente cuenta, como lo prudh| el Dr. Deshaies cuando escribe: “Las psicosis y nei} alguna formas auténomas y especificas. Los rumote los panicos y las céleras destructoras 0 los estados naticos de la masa son movimientos colectivos q r a invocar a propésito de ellos la patologia ni a ¢ lificarla de social, sino por una metafora desafortit nada.”39 {No se podria decir mejor! | De hecho se retinen bajo un mismo vocablo fall fendmenos extremadamente diversos, de naturale frecuentemente opuesta. Indiquemos algunos de ella “Gabriel Deshaies, Psychopathologie générale, P. U- Paris, 1959, p. 180. = icos: 2 eprcomo en EN VOLVERSE LOCAS LAS SOCIEDADES? 127 en primer lugar una primera categoria de mo- Y tos que pueden a veces recibir en su seno a psi- tas, pero que en sf mismos no tienen nada de Ghrbidos, que son reacciones normales a_ciertas_si- miiciones sociales «le frustracién y que tienen tam- tian funciones Wiles: tales son los movimientos mesia- veces implican una distorsién de Ia realidad, Jos cultos del cargo, pero esta distorsién ey es scnsiblemente diferente de la que se encuen- fv en los mitos en las creencias colectivas, mas fin, hinca en ellas sus rafces. Hay una segunda cate- tia de hechos, como Ia Tarantella en Italia‘? que son mis propiamente de naturaleza psiquidtrica; no tampoco aqui se puede hablar de “locura co- [ativa’; hay solamente un modelo tradicional, dic- fado por un cierto medio cultural, un modelo comin le “la manera correcta de ser loco" y que se impone J todos los individuos en crisis. La tercera categoria de hechos es aquella a la que se aplica iuejor Ja frase, citada mas arriba, de Deshaies: panicos generaliza- ds, crists de agresividad colectiva, etc, lo que en ‘ouo tiempo se lamé “las locuras de las masas” 0 de lay multitudes y que estuvieron de moda en la época de Sighéle 0 de Le Bon. El empleo del término “lo- cura” reposa en este caso sobre el postulado de la qeencia en una conciencia colectiva, superior y exte- rior a los individuos; ahora bien, desde el momento en que la conciencia individual puede ser afecta- éacn su integridad por la enfermedad mental, se con- duia de aqui, por analogia, que podia ocurrir lo msmo con Ia conciencia colectiva, Giertamente estos novimientos irracionstley de as multitudes estén pro- weules por una pérdida de la censura social y por hemergencia de pulsiones instintivas, que hacen re- surgit las actividades inferiores del espiritu. cuando lis actividades cerebrales superiores son inhibidas 0 ya “Einesto de Martino, La terra det Rumoiso, Milan, 1961. 128 PROLECEMENOS A UNA soci uN VOLVERSE LOGAS LAS SOCIEDADES? 129 jedal, de manera que el psiquiatra participa de aifomo 10s

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