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El cuerpo no olvida nunca nada. En el envaramiento, en las crispaciones, en los dolores de los musculos de la espalda, de los miembros, del diafragma, y también los de la cara y los del sexo, se revela toda la historia de la persona, desde su nacimiento hasta e| dia de hoy. Desde los primeros meses de su vida, usted ha reaccionado ante presiones: "Ponte asi, ponte as. No toques eso, no toques aquello. No toques...” Usted se fue plegando como podia. y para conformarse, tuva que deformarse. Libérese de la programacion de su pasado: una mujer le cuenta su experiencia personal y profesional y le propone una anti-gimnasia. No una doma forzada del cuerpo-carne, del cuerpo considerado como un animal al que es preciso disciplinar, sino movimientos a los que Thérése Bertherat llama premisas. Mediante estos movimientos, usted podré realizar un retroceso a través del tiempo de su vida y encontrar su verdadero cuerpo, armanioso, equilibrado y auténomo. \ THERESE BERTHERAT CAROL BERNSTEIN “AUTO CURACION ANTI GIMNASIA FEeCSSSCSCSSCSSSSSSSSSSSSESEEEEEESSESESE Titulo de la edicién original scLe corps a ses raisons» Traduccién Fabid Garcla-Prieto Buendia ‘Sobrecubierta Rolando. Memelsdoritidisehadores © Editions du Seuil, 1972 © Para ta edicién espatola de bolsillo Editorial Argos Vergara, S.A. ‘Aragon, 390, Barcelona-13 (Espafa) ‘Queda hecho el depdsito de acuerdo a a ley 13, Sa re DEDICATORIAS A la sefiora A., célebre abogado, que teme perder autoridad si abandona Ia rigidez de su nuca y la expre- sién agresiva de su rostro y que confunde la imagen de si misma con su imagen de marca. ‘Al almirante B., que sintiéndose disminuido al lle- gar la edad del retiro, ha aprendido a respirar, a man- tener alta la cabeza (y no la mandibula)... y ha creci- do tres centimetros. Ala seftora C., que se ha hecho Ia cirugfa estética de la nariz, de los parpados, de los senos, pero que vierte autenticas lagrimas cuando se da cuenta de que no puede hacerse la cirugia estética de la vida, ‘A D., que lleva su cuerpo para que lo cuiden del saismo modo que lleva el coche al garaje. «Haga usted Jo que crea necesario. Yo 1 quiero ocuparme de eso.» ‘Sin embargo, no tengo nada que decirle que él no sepa ya en él fondo de si mismo. Ala seforita E., virgen y martir, que se ha pasado cuarenta afc: afirmande que le gustarfa eliminar su ‘vientre, grueso como él de una mujer en estado de ocho meses, Siempre sonriente y amable, se niega, no obstante, a ¢fectuar los movimientos que !a librarian de dl, Ala sefiora F., que odia su propio cuerpo, afirma que adora los que no se parecen al suyo, pero sélo tra ta de humillarlos. 8 EL CUERPO TIENE SUS RAZONES AG, que, cuando era una adolescente, supo cermar tan bien los ojos sobre si misma que, durante aos, Iegé a dormir dieciséis horas al dia. Con los hombros encorvados, la cabeza echada hacia atras, andaba por la vida come una sondmbula, hasta el dia en que, con los ojos desorbitados por la incredulidad, tropez en el espejo con una mujer avejentada, ‘Al conde de H., que considera que su salud es un vasunto de Estados, ya que se niega a admitir que pay dece una enfermedad si la Seguridad sucial no st hace cargo de los gastos. INTRODUCCION ‘SU CUERPO, ESA CASA QUE USTED NO HABITA En este momento, en é] Jugar preciso en que usted se encuentra, hay una casa que leva su nombre, Us- ted es su tinico propietario, pero hace mucho tiempo que ha perdido las llaves. Por eso permanece fuera y no conoce m4s que la fachada. No vive en ella. Esa casa, albergue de sus recuerdos més olvidados, mds rechazados, es su cuerpo. «Si las paredes oyesen.,.+ En la casa que es su cuerpo, si oyen. Las paredes que lo han ofdo todo y no han olvidado nada son sus misculos. En el envara- miento, en las crispaciones, en la debilidad y en los dolores de los misculos de la espalda, del cuello, de Jas piernas, de los brazos, y también en los de la cara y en los del sexo, se revela toda su historia, desde el nacimiento hasta el dia de hoy. siquicra darse cuenta, desde el primer mes de su vida reacciond a las presiones familiares, sociales, morales. «Ponte asi, @ asd. No toques eso. No te to- ques. Pértate bien. ;Pero, vamos, muévetel Date pri- sa. gAdénde vas tan de prisa...?» Confundido, s¢ plega- ba a todo como podia. Para conformarse, tuvo. que deformarse, Su verdadero cuerpo, naturalments armo- nioso, dindmico, alegre, se vio sustituido por un cuér- po extrafio al que acepta mal, que en el fondo de sf mismo rechaza. Es la vida —dice—. jQué le vamos a hacer!» eta kkk ak 10 EL CUERPO TIENE SUS RAZONES Pues yo le digo que si, que se puede hacer algo y que Sélo usted puede hacerlo. Auin no es demasiado tarde. Nunca es demasiado tarde para liberarse de la pro- gramacion del pasado, para hacerse cargo del propio cuerpo, para descubrir posibilidades todavia insospe- chadas. Existir significa nacer continuamente. Pero gcudn- tos hay que se-dejan morir un poco cada dia, integrin- dose tan bien en las estructuras de la vida contempo- rénea que pierden su vida al perderse de vista a si mismos? Dejamos a las médicos, a los psiquiatras, alos ar. quitectos, a los politicos, a los patronos, a nuestros €sposos, a nuestros amantes, a nuestros hijos el cul dado de nuestra salud, nuestro bienestar, nuestra s¢- guridad, nuestros placeres. Confiamos la’ responsabi- Tidad de nuestra vida, de nuestro cuerpo a Jos otros, a Veces a personas que no reclaman esa responsabili- dad, que les abruma, y con frecuencia a quienes for- man parte.de las instituciones cuyo primer objetivo consiste en tranquilizarnos y, en consecuencia, en re- primirnos, (¢¥ cudntas personas de toda edad existen Cuyo cuerpo pertenece todavia a sus padres? Hijos sue misos, esperan en vano a todo le largo de su vida el permiso para vivirla. Menores psicolégicamente, se rohben incluso el espectéculo de la vida de los de- ands, lo que no les impide convertirse en sus censores més estrictos.) Al renunciar a la autonomia, abdicamos de nuestra soberanta individual. Pertenecemos asia los poderes, @ los seres que nos han recuperado. Reivindicamos tanto la libertad precisamente porque inos sentimos esclavos; y los mds hicidos nos reconocemos como es- clavos-cémplices. ¢¥ c6mo podria ocurrir de otro modo puesto que nf siquiera somos ducfios de nues- tra primera casa, la casa de nuestro cuerpo? Sin embargo, es posible encontrar las laves de anrropucci6e it nuestro cuerpo, tomar posesién de él, habitarlo al fin, para hallar en él Ja vitalidad, la salud, la autonomfa a que tenemos derecho. éPero cémo? No, desde luego, consideranda el cuer- Po como una mfquina forzosamente defectuosa y molesta, como una maquina formada por piezas sepa- radas, cada una de las cuales (eabeza, espalda, pies, nervios...) ha de confiarse a un especialista, cuya autoridad y veredicto se aceptan ciegamente. No, des de luego, contentandose con ponerse de una vez por todas Ia etiqueta de «nervioso», «propenso a los in- somnios», «estrefiidos o «frdgil». ¥ no, desde luego, tratando de fortalecerse mediante la gimnasia, que no es mais que la doma forzada del cuerpo-carne, del cuer- Po considerado como no inteligente, come un animal al que es preciso disciplinar. ‘Nuestro cuerpo ¢s nosotros mismos. Somos lo que: parecemos ser. Pero'nos negamos a admitirlo, No nos atrevemos a miramos. Por lo demas, ni siquiera sabe- mos hacerlo. Confundimos lo visible con lo superficial. Solo nos interesamos én lo que no podemos ver. Lle- gamos incluso a despreciar e] cuerpo y a quienes se interesan por su cuerpo. Sin detenernos en la forma —el cuerpo —, nos apresuramos a interpretar el con tenido, las estructuras psicoldgicas, sociolégicas, téricas. Durante toda la vida hacemos juegos malaba- res con las palabras para que éstas nos revelen las ‘razones de nuestro comportamiento. ¢¥ si tratésemos de buscar, a través de las sensaciones, las razones del cuerpo? Nuestro cuerpo es nosotras mismos. El es nuestra nica realidad aprehensible. No se opone a la inteli- gencia, a los sentimientos, al alma. Los incluye y los alberga. Per ello, tomar conciencia del propio cuerpo significa abrirse el acceso a Ia totalidad del ser... pore que cuerpo y espiritu, lo psiquico y lo fisico, incluso. PSSSSSSSSEEESCESESESCESECEECEECEGEEEES EL CUERPO TIENE SUS RAZONES Ja fuerza y Ia debilidad, representan, no la dualidad del ser, sino su unidad, En ‘este libro trataré de exponer Jas interrogacio- nes y los métodos naturales de quienes consideran que el cuerpo es una unidad indisoluble, Propondré tam- bin movimientos que no embrutecen, sino que, al contrario, desarrollan la inteligencia muscular y exi- gen a priori la perspicacia de quienes los practican. Esos movimientos se originan en el interior del cuerpo; no vienen impuestos desde el exterior, No hay nada en ellos de mistico o de misterioso. Su objetivo no estriba en escapar del propio cuerpo, sino en evir tar que el cuerpo continie eseapindose de nosotros, y Ja vida con él. Hasta ahora, sélo hemos definide dichos movi- mientos por lo que no son: ni ejercicios ni gimnasia. Pero qué palabras pueden hacer comprender que el ‘cuerpo de un séry su vida son una y Ia misma cosa y que no vivir plenamente su vida si previamenté no ‘ha despertadé las zonas muertas de su cuerpo? Antes de redactar este libro, no me habia preocu- ‘pado nunca de encontrar la palabra, La prictica de los mowvimientos y su resultado me parecian una defini- cidn suficiente, A decir verdad, cuando me pregunta- ban qué era lo qué yo enseflaba, respondia: «Anti- gimnasia...» afiadiendo siempre que eso s6lo podia comprenderse mediante el cuerpo, a través de una experiencia vivida, ‘Pero un libro sdlo esta hecho de palabras. Enton- ces traté de inventar una para resumir lo esencial de esos movimientos, tinicamente conocidos hasta ahora por quienes los practicaban. Combiné en todos senti- dos una multitud de raices griegas’y latinas. Todos los resultados eran parcialmente apropiados, munca sulie cientemente satisfactorios. Y de pronto, un dia, un tér- mino que existia ya y que antiguamente habia servido como nombre comén, un término simple del que yo inrmopucci6n 15 ‘me servia con frecuencia, me soné justo, Premisa. Las Premisas. En consecuencia, llamaré Premisas a los movimientos que preparan el cuerpo —el ser en su totalidad — para vivir plenamente. A todo lo largo de este libro, y reunidas al final, se encontraré la descripcién de ciertas Premisas, gro- cias a las cuales se comprenderé que es posible dejar de desgastarse intitilmente, de envejecer prematura- mente, empleando, no diez o cien veces un exceso de energia, como se hace por regla general, sino sdlo Ja energia apropiada para cada gesto, ‘Asi podra usted permitirse el dejar caer las m4s- caras, los disfraces, las posturas afectadas, el no hacer ya de los nifios, descargarme de mis responsabilidades a su respecto, no significaba pre- tender encargarse de los tres, reducirnos a una imagen conformista de viuda y huérfanos débiles y agradeci- dos ante la autoridad que nos ha recuperado? Mas tarde me enteré de que los parientes de sus enfermos consiguieron que una callecita de los subur- ‘bios leve el nombre de «callején del Dr. Bertherat», Por fin un gesto que parecia justo, humano, Sin recursos ante la miscara sin cuerpo de la Autoridad, EL CUERPO FORTALEZA 33 proclamaban asi su malestar, porque, ciertamente, también ellos se sentian ea un callején sin salida. No recurri mas que a una persona, Suze L. me re- cibié en su despacho, una pequefia habitacién acol- chada que daa un jardin abandonado en Ja parte trasera de la casa. Sentada a mi lado, no me toca, Es- peraba a que yo pudiesc hablar. A través de una niebla ‘de imagenes, de recuerdos, yo buscaba la claridad de Jas palabras triviales. ¥ las encontré —Necesita trabajar. Carezco de recursos. —Si, si que los tiene. Si pudiera dedicarme a un trabajo como el suyo. Ya antes... —jEra eso lo que queria decirme? —Lo ha adivinado? No respondié. Cree que me seria posible? —lLa ayudaré, Primero hay que obtener un titulo, Y¥ tendré que aprender muchas cosas. —Pero zy lo que no se aprende? La serenidad. La paciencia. —Desengéfiese, Yo adquiri la serenidad, como us- ted dice, y eso era lo més dificil No consigo imagindrmela de otra manera. Antes yo era colérica, incluso violenta, —zAntes de trhbajai? —Antes de operarme. Sostenfa mi mirada. —Me han operado tres veces, Cancer de may {No en ese cuerpo s6lido y calido! Impasible que Ja muerte haya logrado entrar también en su cuerpo, ‘Me resbalaron las lagrimas a lo largo de la nariz. —Fue hace diez afios. Entonces todavia era. joven, Me Io tomé muy mal. Me sentia estropeada, también moralmente. No soflaba mds que en volver a ser como ITT TTT ee eee 36 EL CUERPO TIENE SUS RAZONES antes. No me imaginaba que podia Jlegar a ser infini- tamerte mejor. Le dije que no comprendia, Entonces me explicd edmo, a partir de un cuerpo disminuido, se habia onstruido un cuerpo fortaleza. Después de su operacién, no podia toser, ni hablar apenas era capaz de respirar sin encentrarse mal. Pa decia dolores agudos y constantes en el hombro, en el brazo, en todo el lado izquierdo. Imposible echar el brazo hacia atris. «¢¥ qué necesidad tiene de echarlo hacia atrés? —le habfa respondide su médico—., ¢No Je basta con seguir viviendo?» Pero, sometida a la opresién de su cuerpo, no par- ticipaba ya en la vida. Se sentia como un ser aparte, humillada, castigada, sola con su dolor, Como un ani- ‘mal cafdo en una trampa, no vela otra manera de es- capar al dolor que corténdose la parte dolorosa, de- jandola tras ella. Al fin, un ‘dia, leyé un articulp firmado per L, Ehrenfried, Se hablaba en él del cuerpo, no como de una méquiina maléfica que nos tiene a su merced, sino como de una materia labil, maleable, perfectible. Se acordé entonces de que, algunos afios antes, se habia dirigido a la sefiora Ehrenfried, una especialis- ta en los problemas de la zurderia, porque temia con- trariar a su hija, que no sé decidia a ser «una verda- dera zurda>. La sefiora Ehrenfried la habia tranquilizado a pro- pésito de su hija, Luego habia sugeride a Suze L. que trabajase con ella. Creyendo que la sefiora Ehrenfried queria que Ia ayudase en las conferencias que daba a Jos padres de los nifios que trataba, Suze L. se nego y no volvié mas a su casa. Pero ahora pensé en volver a verla, a aquella mu- jer extraordinaria que, huyendo del nazismo en 1933, ‘se habfa encontrado en Paris con un titulo de dector ‘EL CUERPO FORTALEZA 7 én medicina inutilizable en Francia. Sola, s¢ habia dade cuenta de que su primer refugio era su propio cuerpo. Lentamente, habia madurado un método de lo que se vela obligada a llamar «gimnasias a falta de palabra mejor. Su reputacién de te6rico esclarecido habia corrido de boca en boca y ahora contaba con centenares de alumnes entusiastas, La sefiora Ehrenfried obligaba siempre a trabajar primero un lado del cuerpo y luego el otro, porque ha- bfa descubierto que, cuando un lado vive plenamente, el otro no soporta ya su inferioridad. Se transforma en disponible para ia enseSanza de su «mitad mejor Asi, a través del método de Ia sefiora Bhrenfried, Suze L, dejé de pensar unicamente en su lado mutila- do y se concentré primero sobre el lado normal. Al contrarie que en la gimnasia clisica, que trata de desarrollar misculos ya superdesarrollados, apren- did movimientos suaves y precisos que Ia ayudsron a desentrabar los muisculos, a liberar una energia que no $e conoefa. Aprendié que tenia un hombro, un bra- zo, un lado sanos y fuertes, Henos de posibilidades que nunca habia sospechado. Aprendié'a verse de manera, just jones, y a reconocer por fin las torpezas. que la sefiora Ehrenfried debio de advertir afios an- tes, cuando sugirié a Suze L. que trabajase con ella. Porque no la habia visto come asistente, sino como alumna, Suze L., que nunca se habia planteada cuestiones sobre su propio cuerpo antes de que se hubiese con- vertido para ella en una fuente de dolores, se dio cuen- ta de que hasta entonces habia respirado de una manera superficial y entrecortéda.’ Retenfa el aliento Jo mismo que acostumbraba a retener sus emociones, su célera, Resignada desde hacia afios a no saber na- dar, se atrevié por fin a confiar su cuerpo relajado al agua profunda y descubrié que sabia nadar y encon- FFF Gt U FBC k kb 8 38 ‘EL CUERPO TIENE SUS RAZONES trar placer en la natacién. Antes inhabil, incapaz de fregar los cacharros sin romper un vaso © de llevarse una taza de café a la boca sin verter una parte, sus gestos se hicieron seguros, fluidos. ‘A través “de varios meses de trabajo preciso ¢ in- tenso, comprendié que su «lado buena» era mejor de Jo que ella crefa. Pero sobre todo descubrié que su hombro sano estaba unido por nervios, por misculos, al hombro delorido, que sus costillas estaban unidas fa una columna vertebral cuyas vértebras se hallaban todas articuladas entre sf, Se dio cuenta, en fin, de que quella energfa, aquella corriente de bienestar que sen- tia animar su lado buena podian, debian pasar al lado herido, al que era preciso no abandonar por mucrto, sino forzarlo a vivir como jamés habla vivido ante- tiormente. Al principio, su carne dolorida se resistia, temien- do nuevos suirimientos, fingiendo querer permaneoer aparte, fuera de la unidad del cuerpo. Pero se obsti- nd, ¥ Pronto su cuerpo, consciente de sus pequefios progresos, cobré confianza. Incluso le dio la impresion de que el cuerpo se adelantaba a la voluntad que ella le imponia, Pronto fue el mismo cuerpo el que parecié tratar de restablecer su unidad, el que parecié saber mejor que ella cémo actuar. ‘—Me dediqué a ayudar a todos los grupos, cinco © seis diarios. No hacia otra cosa, Mis pies, mis pier- nas, mi columna vertebral, mi respiracién, todo esta- ba por hacer, ¢Sabe? Resulta largo construir un euer- po que reconoce su fuerza. —¢Y ahora? —Contimio trabajando todos los dfas. Ensayo en im{ misma los movimientos que ensefio a mis alumnos. Tenge que comprenderlos con mi cuerpo antes de en- sefiarlos a otros cuerpos. Como todos los convencides, mi cuerpo quiere predicar lo que sabe, Pero a veces... EL CUERPO FORTALEZA 39 Descubriré usted que su nuevo oficio no se aprende en los libros, Su voz se torné mas dulce todavia. —Es un oficio terriblemente exigente. Un oficio anotador. Por aquel entonces no comprendi. bad eee teat t tat taut i 3 LA SALA DE MUSICA, Con treinta y seis aiios, estudiante retrasada, me inseribi en una escuela para obtener un titulo. Las alumnas temfan|a la directora que, sepxin se decia, ha- bia sido enfermera de ambulancia durante la guerra del 14. Cuando-me presenté, la mujer, alta y angulo- sa, 5€ acercé a mi, me golped enérgicamente en el hombro y me declaré rudamente: —No hablaremos sobre lo que le ha ocurrido. En ella encontré una aliada generosa que trabajé duramente para que yo consiguiese el éxito. ¥ me dediqué a aprender lo que hay bajo nuestra envoltura ; los huesos, con su ntimero increfble de en- talladuras, de tuberosidades, de tubéreulas ; los mdiscu- Jos, un ovillo de cintas que habia que desenrollar, bus- cando todos sus meandros; la complicada red de los nervios. Todo ello dibujado con gran propiedad, sir- viéndose de un cadaver, en los tomos del Rouvitre de que se habfa servido mi marido durante sus primeros afios de medicina. E] lenguaje me era familiar, pero a veocs me cos taba trabajo comprender que esos disefios estereati- pados, técnicos como los de una méquina, correspon- dian a la realidad de un cuerpe viviente, que concebla ahora siempre en movimiento, cargado de energia; una unidad y no un ensamblaje de piezas diversas. Peete eee UF FFF FUR b kkk 8S 42 EL CUERPO TIENE SUS RAZONES Una tarde, interrumpf stibitamente Ia lectura y Mamé a la seiiora Ehrenfried —Venga mafiana a mi clase de las cinco. Venga con diez, minutes de adelanto. Colgué, impresionada por la musicalidad de su voz, con un ligero acento aleman. Al dia siguiente, descubri a una mujer de cierta edad, ancha, sélida, de hermoso y corte pelo blanco. Su aguda mirada se posé en la parte superior de mi rostro. —Cref que seria usted rubia. —2Cémo dice? —Tiene usted voz de rubia. ‘Al fondo de la espaciosa y clara habitacién, con vis- tas sobre el cementerio Montparnasse, habia un in- menso piano de cola. Y por todas partes, allombras de vivos colores, ¥ flores, una superabundancia de flo- res, sobre el piano, en floreros colocados en el suclo por todos los rincones de la sala, Se volviéy —Perdéneme un momento. Siéntese. Pero no habia ninguna silla. Cuando regresé, me excuisé por haber egado demasiado pronto. —Quiza desea usted preparar su leccién... —Numca preparo mis lecciones. Hay que trabajar de acuerdo con los participantes. Basta con mirarlos para ver lo que necesitan. Una leccién preparada de antemano supone una leccién fallida de antemano. —gPero cémo se puede ver? —Hay que aprender primero a verse, después a ver a los otros y, por tiltimo, ayudarles a verse. En eso se resume una gran parte del trabajo para el que usted se prepara. 2Y los ejercicios? —ZLos qué? Su voz habia subide una octava. No me atrevi a repeticle la pregunta, LA SALA DE MdsICA “ —Esa palabra no existe én mi vocabulario y no debe existir en el suyo si pretende realizar un buen trabajo. Y luego, como si le importase que desaparecieran para siempre las falsss ideas que yo pudiera haber adquirido, me miré fijamente y se janzé a una expli- cacién del Fundamento de su método, Aqui no hacemos jams la repeticién mecdnica de un movimiento, Forzar a un cuerpo a actuar en con- tra de sus reflejos inconscientes no sirve para nada, para nada duradero. Tan pronto como Ja atencién fla- ‘quea, el cuerpo vuelve a sus antiguas costumbres. La. explicacién escolar se olvida inmediatamente. Noso- tros tratamos de converiir en perceptible para la sen- sacién lo que hay dé defectuose en las actitudes y en Jos movimientos cjecutados involuntariamente y desde ‘tiempo atrés. Lo que buscamos es la experiencia sen- sorial del cuerpo. ¢Se ha dado cuenta de que no hay nningin espejo en mi casa? En las paredes, estanterias repletas de viejos libros -eacuadernados, de titulos alemanes, de partituras mu- sicales. El alumno debe descubrirse, no desde el exte rior, sino desde el interior de sf mismo. No debe con tar con los ojos para descubrir lo que hace su cuerpo. Teda la atencién debe centrarse sobre e] desarrollo de sus percepciones no visuales. De todas maneras, los ‘ojos s6lo ven lo que se encuentra ante ellos. Asent{ con la cabeza para indicar que la segula pero no me miraba. —Cuando ¢} alumno consigue al fin tomar concien- ia de Ja torpeza de un movimiento o de la inmovilidad de una parte del cuerpo, experimenta un sentimiento desagradable, casi de malestar, Su cuerpo desea apren- der una mejor manera de moverse, una mejor postu- ra. A nosotros nos teca proporcionarle la ocasién de crear nuevos reflejos que le permitan el rendimiento FFF eee tT U UTR Uk Fb kk ES “4 EL CUERPO TIENE SUS RAZONES. maximo al que aspira. Porque el cuerpo estd construt do para funcionar al maximo. En caso contrario, s¢ deteriora. Y no s6lo los misculos, sino también los Srganos internos. Pero todo esto lo veré con mayor claridad més tarde, Basta con escuchar. —La escucharé, sefora Ehrenfried. Ne le servird de nada si no permanece también a Ja escucha de su propio cuerpo. . Llamaron a la puerta. Entraron varias personas de edades diversas, En conjunto, éramos una docena. Mis tarde supe que algunos de ellos eran kinesiterapeutas clisicos, insatisfechos de los resultados que obtenfan con sus pacientes: habfa también un médico acupun- tor, una maestra de minusvilidos mentales y dos per sonas con el cuerpo visiblemente deformado que ve- nian a reeducarse a s{ mismas. La sefiora Ehrenfried trajo un taburete de la en- trada y se senté. —Desperécense, No me thovi. No sabfa qué hacer, —iVamos! Desperécense cn todos los sentidos, como les apetezca. Como-un bebé, como un gato. No resulta facil desperezarse cen frfo». Cuando era nifia, me prohibian desperezarme, sobre todo cn la mesa. La sefiora Ehrenfried acudié en mi auail —Inclinense ligeramente hacia adelante. Levanten, sun poco los brazos hacia adelante. Piensen que toda Ja parte superior de su cuerpo se estira hacia el cielo. Ahora doblen, levemente, las rodillas. Los muslos, las piernas se estiran hacia Ia tierra. Imaginen que la cin- tura. es la frontera entre el cielo y Ia tierra. ¢¥ la es- palda? jAdvierten que sé estira? ‘Meneé Ia. cabeza, pero ella no esperaba ninguna res: puesta, —Ahora, échense boca arriba, por favor. Pensé que, aun de pie, Hendbamos ya suficiente- mente la habitacién, Los otros sc las arreglaron lo me- LA SALA DE mdsiCA a5 jor que pudieron, creindose mimiscules territorios ‘sobre las alfombras de colores. Sélo yo continuaba de Pie, arrinconada contra el piano. ‘ "No es usted tan alta como se imagina. Meta la cabeza debajo del piano. Asi tendré espacio suficiente. ‘Asi empezé una leccién durante la cual descubri que mi euello, que siempre habia crefdo largo y, en consecuencia, elegante, estaba en realidad rigido, sin cia. ee tina ver acosteda boca arriba, la sefiora Ehrentried me pregunté si sontia el peso de mi cabeza sobre el suelo. Estaba a punto de responder que naturalmente, puesto que sabia muy bien que la cabeza era pesada; incluso me habsan ensefiado que el peso medio de una cabeza oscila entre los cuatro y los cinco kilos. Pero vacilé. Me tomé el tiempo suficiente para darme cuen- ta de lo que experimentaba y averiglié que apenas sen- tia el peso de mi cabeza sobre ¢] suclo. Todo el peso de la cabeza se sostenia en la nuca. Me dijo entonces que permitiese a mi cabeza convertirse en una man- zama que cuelga al extremo de una rama. Siempre sen- tada en su taburete, a tres metros de mi, me ayudaba simplemente con sus palabras a sentir oémo la man- ana se volvia mas pesada y la rama més flexible. Me transmitié la sensacién de que mi nuca comen- zaba, no ya a la altura de los hombres, sine entre los omoplatos y que podia doblarse hacia adelante como el cuello de un cisne, Me gustaban esas imagenes anticuadas y sencillas, que atraian toda mi atencién hacia la parte del cuerpo de que se trataba. Mas tarde, con mis propios grupos, cuando me servia de ciertas versiones de esos movir mientos para ayudar a mis alumnas a relajarse, tra- taba de no utilizar imés que palabras, de no tocar a amis alumnos y de no demostrar los movimientos. No queria que me imitasen ni que sus cuerpos obedecie~ sen a las’presiones de mis manos, sino que lograsen etka katate a taka) 46 EL CUERPO TIENE SUS RAZONES por sf mismos el descubrimiento sensorial de su cuer- po. «Si se ve obligada a tocar, cs que no es capaz de indicar», decfa la sefiora Ehrenfried. Pero las palabras son tambidn cuestidn delicada. St la sefiora Ehrenfried me hubiera anunciado simple- mente: «Tiene usted la nuca rigidas, no la hubicra creido, porque encontraba muy bien mi nuca en su posicién habitual, Y si me hubicra dicho que me pre- paraba contra los golpes que esperaba o que me ne- gaba a conceder a mi cabeza su justo peso porque, hasta unas semanas antes, habia contade con otra cabeza que pensase por mf, hubiera desoido sus obser- vaciones. © bien me hubieran atemorizado sus percep- ciones, quizé demasiado acertadas. Decididamente, las imagenes sencillas, relacionadas con la naturaleza, son de gran utilidad en la medida en que permiten reco- rrer el propio camino hacia las realidades del compor- tamiento psiquico y corporal. En el transcurso de aquella primera leccién empe- cé a comprender que los movimientos que nos Indicae ba tenian una finalidad. Como notas de musica que se aGaden unas a otras para formar una gama, los mo- vimientos de la cabeza, los hombres, los brazos, las caderas, las jpiernas, se desarrollaban, revelando al cuerpo la. interdependencia de sus miembros. Qtro de los alumnos, un joven compositor que ha- bla estudiado con ella durante varios afios, llevaba ain amis lejos Is analogia musical. Decia que sus lecciones Je recordaban las lecciones de armonia. «Armonias, carmonioso»..., palabras que casi carecian para mi de sentido a fuerza de emplearlas para describir tantos estados anodinos. Pero, para él, el términe ! Y ese peligro que presenti con ocasién de mi pri mera clase... no surgirfa de la memoria? Desde mis primeras experiencias profesionales, y a través de afios de trabajo, he comprobado que cada nuevo alumno tiene de su cuerpo una conciencia par- cial, fragmentaria: *Cada pie marcha por su cuenta», sé dice cuando uno pretende burlarse de alguien. Ahora bien, en la 1, W, Reich, La Fonction de Forgasme, Paris, L'Arche, 1970, pégina 236, sett tats ttt seas kaa a ks ! [ 58 EL CUERPO THEME SUS RAZONES préctica, la disociacién, no sélo de los miembros, sino de todas las partes del cuerpo es habitual y s¢ consir dera como normal. No sabemos ¢6mo acta cada par te de nuestro cuerpo en relacién con las otvas, ni sa- bemos tampoce como se organizan y cudles som sus funciones y sus verdadcras pasibilidades. Adquirimos muy pronto un repertorio minimo de gestos, en Jos que no volvemos a pensar, Durante toda nuestra vida, repetimos esos escasos movimientos, sin Jamas tener conflictos con ellos, sin entender que.no representan mds que una muestra muy pequeha de nuestras posibilidades. Como si no hubiésemos apren- dido mas que las primeras letras del alfabeto y nos contentasemes con las escasas palabras que podemos componer con ellas. Si asi fuera, no slo. se reduciria nuestro vocabulario, sino también nuestra capacidad. de pensar, de razonar, de crear. Cuande una persona se sitve Unicamente de un centenar de palabras, que Forman su lenguaje, se dice que se trata de un débil mental. Sin embargo, la mayoria de nosotros no ém- pleamos més que algunas variaciones de un centenar entre los dos mil movimientos (al menos) de que es capaz el ser humano. Pero nunca tomariamos en serio a quien nos dijese que somos débiles motores... Si no nos sentimos en relacién con nuestro cuerpo, gno serd porque no sentimos Ja relacién de las diver- sas partes del cuerpo entre si? En cuanto a la relaciéa entre Ia cabeza y el cuerpo, se da con frecuencia una ruptura total. De ahj la falsa mocién de la separacion entre'los poderes psiquicos y los poderes fisicos. Para. muchos de nosotros, la cabeza ¢s la cabeza y el cuerpo es el cucrpo. Attn mas, El cuerpo es sobre todo el tron- co, que posee cuatro miembros, unidos a él no se sabe Dien cémo, No somos plenamente conscientes de que ‘nuestra cabeza se halla unida a Ja columna vertebral, Jo mismo que los brazos y las piernas. 7Es que la ca- LA CASA ENCANTADA 59 beza y los miembros no constituyen el cuerpo? ¢No son mas que una especie de apéndices? ‘De este modo, ignoramos que nos serfa posible au- mentar nuestras capacidades intelectuales descubris do primero cémo nos orientamos en el espacio, cémo organizames los mavimientas de nuestro cuerpo. Ni siquiera se nos ocurre la idea de que, mejorando la velocidad y Ia precisién de las conexiones nerviosas entre el cerebro y los misculos, mejoramos también el funcionamiento del cerebro. Tampoco establecemos Ia relaciém entre el cuerpo y la cabeza en tanto que centro emetaférico» de las ‘emociones y los recuerdos. Admitimos sin dificultad que nos hace falta tiempo y madurez para saber «lo que ocurre én nuestra cabeza. Pasamos la vida in- terrogindones sobre este problema, Feo el cuerpo, que no 8 menos misterioso, que no ¢s menos enoso- tros mismoss, que es de hecho indisociable de la cabeza, sobre el cuerpo sdlo nos formulamos cuestio- nes superficiales y mal planteadas. ‘Sentimos la rigidez del cuerpo, las restricciones que nos impone, hasta el rhalestar e incluso hasta el sufrimiento. Sin embargo, nos resulta pricticamente imposible analizarnos y conocer las causas reales de ese malestar. Su origen queda enmascarado por un detalle que retiene la atencién: un vientre prominen- te, un hombro més alto que otro, un dedo del pie que duele.., O bien uno es un enerviosos, padece de insom- ‘hio o digiere mal, A veces, un solo drbol puede ocultar el bosque. Por ello, el deseo profundo del sujeto que viene a xhacer gimnasias corresponde raras veces a 1a inten- cign expresada. Examinemos los propésitos mas co- rrientes: redueir ef vientre, hacer ejercicio porque la Vide sedentaria no mos permite sentirnos bien, poner. sé en forma para las vacaciones. etka keke k keke t ehh’ oo EL CUERPO TIENE $US RAZONES Reducir ef vientre ‘Si las personas se fijan en su vientre es porque no ven otra cosa, Literalmente. Los ojos humanos se ha- Han situados de tal forma que la mirada se dirige hoeia adelante y hacia la parte delantera del euerpo. Tan pronte como el vientre sobresale un poco, se le ve y, muy a menudo, sea abultado @ no, s¢ le ve como excesivo. ePor qué? Volvames a H., que queria climinar un vientre que no existia, me atreverfa a decir, mas que en su cabeza. Ya hemos visto cémo su cuerpo sé re belaba contra la educacién inculcada por su madre y cémo, por su actitud frente a su hija, renegaba de su. propia maternidad. ¢No cabe en Jo posible que «vien- tre» significase para clla emadres y desease, en reali- dad, desembarazarse de Ia influencia de su madre y de su presencia en ella misma? No intentemos demasiado extraer conclusiones. Pero no nos impidamos tampoco plantearnos cuestio- ‘nes. Sobre tode cuando se sabe que millones de mu- jeres no suefian mas que en «cepillar» su vientre, Ven su. vientre, redondo por naturaleza, como un vientre abultado. En aras de la moda, dicen, estan dispuestas a todo para tener el vientre que por definicién no pue- den tener: un vientre de muchacho. En cuanto a los hombres, se sienten con frecucn- cia humillades por tener un vientre «de mujers. No desearan acaso ser planos para no ver al bajar los ojos mas que su sexo en ereccién? Aunque s posible que esta imagen plana tan desea- da corresponda a nuestros miedos ocultos, pero tam- bien a la realidad de los limites de nuestras percepcio- ciones. "Las muy interesantes experiencias de Paul Schilder, que con frecuencia he hecho practicar a mis LA CASA ENCANTADA 61 alumnos, indican que nos vemos en dos dimensiones, no en 118s, La experiencia consiste en pedir a Ia persona que se describa como si encontrase frente a sf misma y se e, por Io tanto, desde el exterior. Se obtiene enton- ces Ia descripcién de una imagen fija, sin peso y sin volumen, como el reflejo en un espejo mal iluminado © una foto un poco velada y, frecuentemente, poco re ciente, De modo que, al desear set planos, parece qué tratamos de coincidir con la percepcién visual y limita- da de nosotros mismos. Una percepeién més profurda {mo nos conduciria, en consecuencia, hacia el corres: pondiente cuerpo en su plenitud? Para conocer nues- tra scapacidads, nuestra «cabidas, gno es preciso com siderarnos en volumen? Centro de gravedad del cuerpo, punto de conver- gencia de sus ejes, centro vital en que el alimento se convierte en energia, primer lazo, a través del cordéa umbilical, con la vida, el vientre no parece ser respe tado mas gue por los orientales. En Occidente, ese centro se ha convertido en blan- £0... de muestra desprecio. Consideramos la cabeza como el lugar mas destacado del cuerpo. Siguen el co- azn, los pulmones, la parte Hamada «noble». Y des- pués vienen las visceras, el vientre, los érganos geni- tales y ese nervio al que se llama «vergonz0s0 que los inerva: Ia parte inferior. Tan orgullosos nos senti- mos de tener pensamientos y sentimientes elevados como preferimos ignorar nuestras bajas sensaciones. Soportamos mal el vernos obligados a reconocer la existencia de nuestro vientre cuando sc muestra a nuestros ojos © euando se deja sentir, especialmente fa través del dolor. Ain recuerdo los consejos de un profesor de «urbanidad» que tenfamos en el colegio: Si en el transcurso de una comida, os sobreviené un célico 0 cualquier otro dolor de vientre, sera preferi- eek kkk kek kkk kk kkk ks ‘62 EL CUERPO TIENE SUS RATONES ble abandonar Ia mesa llevndose la mano a Ia frente, para que se piense en una jaqueca.», Molestias digestivas, estreiiimiento, dlceras... No se acabaria nunca de enumerar las enfermedades psico- somiticas que se sitian en la «parte inferior», Somos conscientes de nuestro vientre porque lo vemos, y tam bién porque nos causa sufrimiento, Porque la vista y el sufrimienta son los principales medios de percep: cién de aquellos que no poseen mas que una concien- cia parcial de su cuerpo. Todas estas consideraciones no pretenden, sin em- bargo, excluir el hecho de que existen vientres defor- mes y fidecides, y la voluntad valida de reducirlos y darles firmeza. gPero cémo se acta? ‘Se pedalea en el aire, se hacen las etijerass, la «bomba», Empefiindose en trabajar dnicamente los misculos abdominales — jay, los abdominales! —, no viendo mAs que a ellos, con una visién, por lo tanto, fragmentaria del cuerpo, s6lo se consigue las mas de Jas veces dafiar la regién lumbar. Claro est4, a fuerza de pedalear centenares de veces se llega a-conseguir un vientre duro. Pero, en la medida en que los ejerci- cios fuerzan a arquear la espalda, que, a su vez, em: puja el vientre’hacia adelante, se obtendra un vientre duro... y abultado, Ademds, su dureza no sera durade- ra salvo a condicién de no parar nunca de «hacer ejercicios y, en consecuencia, dé no parar nunca de dafiarse la espalda. ¢Por qué? Porque sdlo se tiene én cuenta el efecto —un vien ‘tre fldecide —, sin buscar mds all4 la causa. En reali dad, no €s én absoluto el vientre el que merece aten: cién, Lo urgente ¢s relajar las contraceiones de la espalda, Sélo después de relajar Jos misculos de la es- palda se verd aplanarse el vientre. En ¢] capitulo si- guiente, daremos explicaciones mds amplias a propé- sito de la espalda, esa parte de nosotros mismos que nos es desconocida, que escapa a nuestra mirada y, Tee t ttt ttt tke s sss k kkk kk kkk) ot EL CUERFO TIENE SUS RAZONES por Io tanto, a nuestro control, esa parte que los otros yen sin que sépainos 1 que revela sobre nosotres. Pero hay que empezar a comprender desde. ahora mismo la independencia entre les misculos anterio- res y los posteriores, Hevando a cabo esa pequeiia experiencia. Péngase de pie, con los pies paralelos y cuidadosamente juntos, los dedos gordos en contacto, Jas caras internas y los talones también. Compruebe ‘que los pies se encuentren bien orientados con. respec+ +0 al centro del cuerpo. Deje caer la cabeza hacia adelante. La parte supe ior def craneo debe dirigir el movimiento, haciendo que la nuca se incline y aproximando Ia barbilla al ‘esternén, Resulta facil decirlo, pero comprobara que este movimiento no es tan facil de realizar. O bien, simplemente, la cabeza no obedect y no baja en abso- Iuto, o bien la nuca no consigué ‘salir de entre ‘los hombros. O si la nuca logra doblarse como el cuello de un cisne o de un caballo, se producirén torsiones, ¢ incluso verdaderos dolores, en toda Ia espalda. ‘Si consigue que su nuca s¢ incline, deje actuar a toda la parte superior de la espalda. Los brazes deben pender hacia adelante, como las de un pelele. ¥ se dard cuenta en seguida de que los pies quieren apartarse. ¢Por qué motive? Para recobrar el equilibrio, se me dird, Pero existe una explicacién ms justa, que dare- mos més tarde. De momento, mantenga los pies jun- tos. ¥ contintie bajando. Pero no se esfuerce de nin- gin modo, no efectie movimientos de vaivén para poder legar més lejos. Simplemente, déjese bajar como si toda la espalda fuese lentamente arrastrada por el peso de Ia cabeza. Vea ahora hasta dénde Iegan las manos que pen- den. 2A Is altura de las rodillas? 2A la altura de las pantorrillas? gA la altura de les tobillos? ¢Hasta cl suelo? En el caso de que las manos lleguen hasta el suelo, mirese bien las rodillas. Tiene los ojos bien LA CASA ENCANTADA 65 situados para eso. Hay muchas oportunidades de que las rodillas se hayan vuelto la una hacia Ia otra. {¥en efecto, estin completamente hacia adentro! Examine- se los pies. Los dedos gordos st separan, acentuando un posible hailux valgus! o una callosidad en Ia base del dedo gordo. {Las palmas de las manos se apoyan en él suclo, planas, bien centradas con el cuerpo? Las rodillas se mantienen juntas, tensas, vueltas hacia el exterior? glas piernas estén rectas, con las rodillas situadas verticalmente respecto al astrigalo? ¢Y la cabeza? gEsté suelia, pendiente? Entonces, bravo! Estoy se- gura de que posee uri vientre plano, musculade, séli- do, y de que toda su musculatura pasteriar es flexible, relajada. Pero quizds haya abandonado ya hace tiempo por- que habra descubierto inmediatamente que ¢s «dema- siade corto, que le faltan de veinte a treinta centime- tros. Quizd ‘se haya dicho: «No tengo flexibilidad. Qué me ocurre?» Lo que ocurre es que Ia rigider que se siente en las piemas corresponde a la de la musculatura posterior en su totalidad, desde la parte de atrés de la cabeza hasta Ia planta de los pies. No se es «demasiado cor- to» por delante, sino por detrés. Las desviaciones de las rodillas y de las articulaciones de los pies lo de- muestran, Los huesos $e sitiian al sesgo cuando los miisculos se han acortado, y las articulaciones se’ de- forman cuando ese acortamiento se transforma en rigider permanente. El acortamiento dé toda la muscu- latura posterior es la causa de ese vientre prominente que tanto disgusto produce. La tension de Ia parte posterior del muslo origina esa parte delantera del muslo blanda y algodonosa que 1. Desviacidn del dedo gordo del pie. (Nota dat Traductor.) cease teat tulad =| ha | LA CASA ENCANTADA, a7 disgusta también (sin unos hermosos cuadriceps, no se disfrutard tampoco de una hermosa postura de la cabeza). ¥ la rotaciGn interna de las rodillas provoca los paquetes de grasa en las caderas que todos ‘los masajes son incapaces de disolver, salvo de manera temporal. La flaccidez de la parte anterior se debe a una excesiva tensin en la parte posterior. ‘Quizés estas conclusiones puedan sorprender; me explicaré més ampliamente. sobre ellas en el siguiente capitulo, No obstante, creo que se comenzard ya a comprender que los ejercicios cldsicos para muscular Jos muslos o el vientre actian en. contra del resultado ‘que se espera. Se ve bien claro que no se puede tra- bajar separadamente la parte del cuerpo que parece necesitarlo, AL contrario, El edefectos no es més que Ja consecuencia de una causa que se sittia en otra par- te ¥ que permanece a menudo oculta porque se halla, literalmente, a nuestras espaldas. Percibirnos de manera fragmentarla nos de} tan vulnerables como un avestruz y elimina [a posi lidad de actualizar tados los recursos de flexibilidad y belleza subyacentes en nuestro cuerpo, que es, lo se- pamos o no, una unidad indisoluble. Palpandose los misculos y tomindose el tlempo necesario para darse cuenta de Jo que uno siente, se empieza a conocer el cuerpo mejor que basindose s6lo fn el testimonio de los ojos. Quiz la pequedia explica- cién de la orgenizacién y la simetria del cuerpo que voy a exponer servira de ayuda para que cada uno comprenda mejor ¢l suyo. Confieso. que gracias a un dibujo de mi hijo de sie- te afios que representaba un monigote (a un drbol) se me aparecié bien clara Ia analogia entre los miem- bros superiores y los miembros inferiores. As{, tene- mos tm hueso en el brazo (el hiimero, con wna cabeza humoral que se articula con el oméplato) y un hueso en cl zusio (el fémur, con una cabeza femoral que se eta tease aU U UU kU 68 EL CUERPO TIENE SUS RAZONES articula en el hueso iliaco de la pelvis). El antebrazo y la pierna poseen dos huesos cada uno. La mano esta formada por veintisicte huesos y todas las articulacio- nes correspondientes, que le permiten una muy am- plia gama de movimientos, de una maravillosa preci- sién, El pie esté formado por veintiséis huesos_y to- das las articulaciones covrespondientes, que, normal- mente, le conceden posibilidades casi tan numerosas. (gPero cudntos de nosotros tenemos unas manos rig das, «torpes>, y unos pies que parecen fundides en un solo bloque, como pedestales més bien?) Lo mismo que las ramas y las raices de un drbol, las extremida. des del cuerpo humane van ramificindose, afinindose. Caja craneana, caja torfciea, pelvis' tienen en co- min, no sdlo sus nombres de recipientes, sino el he cho de hallarse las tres articuladas con Ja colurana vertebr: €¥ la columna vertebral? ;Qué misterio para Ia ma- yoria de la gente! Se sabe quiz4 que la constitayen. treinta y tres vértebras porque se acuerda uno de ha berlo leido u ofdo, Pero cuando se pide'a alguien que se eche boca arriba y diga cuantas vértebras siente contra el suelo, la respuesta oseila corrientemente enx tre dos y una docena. Olvidamos que la columna ver- tebral empieza en el crineo, que la primera vértebra (el atlas) lo sostiene. Y que la nuca y sus siete vérte- ‘bras forman parte de Ia columna. Con la misma fre- cuencia, a menos que algunas de las vértebras, mis salientes, se hagan sentir dolorosamente, se ignora Ia region dorsal, con sus doce vértebras, donde se articu- lan los doce pares de costillas. La regién lumbar pa- rece la mejor conocida, naturalmente porque se dafia con facilidad. Pere por regla general forma un arco de cireulo y no hay manera de sentir céme las cinco vértebras reposan sobre el suelo, El sacro s{ que re 1, Del latin pelvis, lebrillo, barrefo. (N. del T.) LA CASA ENCANTADA «@ posa sobre el suelo. Incliso a veces se encuentra uno ‘en equilibrio doloroso e inestable sobre él. Pero el mindsculo céccix sélo puede notarse cuando uno «cae sobre el céceix>, Sin embargo, se Je maltrata muy a menudo y aparece en extraiias posiciones —en forma de anmelo o.de sacacorchos — que afectan al resto de Ja columna, Raros son los que se dan cuenta de las semejanzas ‘entre la cabeza y la pelvis, ambas redondeadas y capa- ces de enrollarse armoniosamente la una hacia la otra, con todas las apéfisis espinosas aparentes... si alguna zona muerta no se lo impide. A-veces, los que han empezado a trabajar su cuer po se asustan (sdlo ellos saben por qué) y abandonan: «De acuerdo, Tengo una impresién fragmentaria de mi cuerpo. Mala suerte. De todas maneras, no es como si padeciese una enfermedad.» No les contradigo, No es mi misién persuadirlos 0 ensefiarles contra su voluntad, Pero en ocasiones me dan ganas de decirles que si, precisamente, que la per cepeiOn parcial del cuerpo se asemeja a una enferme- dad... a una enfermedad mental. ‘La que en el ser normal llamamos 1a fragmenta. cidn de las percepciones corporales puede llegar a Ii- mites patolégicos. No sélo el enfermo carece de la conciencia de su cuerpo como-de una unidad, como un lugar preciso y homogénco, sino que percibe sus di- versas partes coma parceladas, como fisicamente se- paradas unas de otras. Por ejemplo, sentado en su sillén, puede lanzar de pronto un grito de dolor por- que «su pie acaba de ser atropellado por un coche en. Ia plaza de la Concorde», o bien puede reclamar que se celebren funerales por su brazo, que «ha muerto mientras él dormfa». Naturalmente, no todo aquel que no pose una conciencia de su cuerpo como totalidad o cuyo cuerpo: sett t kkk eset kk uk taka 70 EL CUERPO TIENE StS RAZONES incluye numerosas zonas muertas ¢s forzosamente unt esquizofrénico potencial. Pero se trata sin la menor duda de un enfermo potencial, en Ia medida en que descuida ciertas partes de su cuerpo porque no exis- ten para él, abusa de las otras por compensacién y bloquea la: libre circulacién de la energia necesaria para su bienestar. Pero lo mas grave es que su enfermedad naciente, solapada y con frecuencia insopechada, resulta conta- giosa. Sus allegados — sus hijas especialmente — son Jos més vulnerables. ¢Cuéntas deformaciones — espal- das encorvadas, cabezas caidas, incurvaciones excesi- vas, andares de pato—, que preferimos achacar a la herencia, se deben en reslidad al mimetismo del nitio? Negarse a tomar conciencia del propia cuerpo cno sig- nifica negarse a aceptar una responsabilidad mucho mayor de, la que tenemos con respecto a nosotros mismos? ero no solamente abandonan su trabajo corporal quienes sabeh que sufren pequetios malestares corrien- tes. La abdicacién mis dramdtica de toda mi expe- riencia fue la de N., una mujer’ de cincuenta afios. Padecia una gravisima deformaci¢n de la columna vertebral que le producia una gran joroba, penosos trastornos. digestives, piernas amoratadas, ojos hin- chados y terribles jaquecas que la forzaban a guardar cama, N. detuvo su trabajo cn el mismo momento que se hizo patente que podia curarse, Desde el principio, parecié desafiarme a mejorar su condicién. Pero al mismo tiempo se comportaba ‘como si poseyese ya o hubiese poseido siempre un cuerpo normal, Mirando hacia otro lado, en tono indi- ferente, no hablaba mas que de modas, de sus nuevas adquisiciones vestimentarias, de sus veladas munda- nas. No tenia nada que decir sobre’su cuerpo. Eso no era un tema, No era el tema. La trataba siguiendo el método Mézitres, del que ‘LA CASA. ENCANTADA, n hablaré ampliamente en el préximo capitulo. Por el momento, digamos tan sélo que se trata de un método natural, que exige del enferma la conciencia de su cuerpo, su cooperacién total. Pero N. parecia ausente de su cuerpo, hasta el punto de no admitir jamés que sentia dolor, aunque yo sabia muy bien que mi actua- idm sobre su cuerpo tenia por fuerza que ser extre- madamente dolorosa. A causa de la gravedad de sus deformaciones y de su falta de participacién, me vi obligada a contratar una ayudante, para tratar de su- plir en cierto modo su presencia. Tras un afio de trabajo semanal, logramos resta- -blecer una circulacién sanguinea casi normal en las piernas, devolver la vida a Ia piel seca y escamosa de Ja espalda, eliminar los trastornos digestivos y redu- cir la agudeza y la frecuencia de las jaquecas. A cada etapa de sus progresos, N. se tornaba mas agresiva. Se hubiera dicho que se enfadaba contra su propio cuer- po por cooperar a pesar de ella, porque, en la penosa lucha que entablabames cada semana, su cuerpo se ponia de «mis lado mas que del suyo. ‘Al final del segundo afio de tratamiento, se hizo evidente que las exageradisimas curvaturas de la co- lumna se modificaban. N. habia crecido centimetro y medio. Al contarme que s¢ habia visto obligada a re- formarse la ropa, adoptaba un tono de reproche. Lo mismo que cuando me decia que por mi culpa «per dia dos horas en la autopista por cada hora que pa- saba conmigo. Al fin hubo una sesién en que dio un viraje decisi- vo, Su cuerpo cedia a nuestros esfuerzos, Incluso Ile- gamos, aunque sélo por un momento, a enderezarlo por completo. En mi alegria, le comuniqué que nos halldbamos a punto de recoger el fruto de nuestro tra bajo, que, a partir de las préximas sesiones, las trans- formaciones serfan visibles, innegables, Este eestimu- lo» produje, me temo, el efecto contrario al que yo eects s seas ttt k kkk k dee 2 EL CUERPO TIENE SUS RAZONES esperaba. En todo caso, al dia siguiente me telefones para decirme que no vendria mas, que estaba demasia- do ocupada. Y ademés, aquellas dos horas de camino. ‘Durante mucho tiempo traté de comprender. Me deeia que el conflicto le pertenecia, que se libraba su interior y que yo no tenia nada que ver en él. Pero me sentia implicada, frustrada, incluso culpable, Como si hubiera entrado como una intrusa en wna casa ou pada por fantasmas celosamente defensores de sus po- deres, Me hice muchas preguntas sobre el papel que yo habia representado en aquella oscura y ambigua batalla que ella precisaba perder para poder triunfar. Batalla en la que, a mi modo de ver, me consideraba, no como un aliado, sino come un adversario al que s6lo podria vencer con Ia astucia. —Desconfie del cuerpo —me dijo hace mucho tiempo un psicoanalista que habia asistido a una de mis clases —, Nuestros cuerpos pertenecen al dominio de la madre. Al abordar al ser a través del cuerpo, en tra usted directamente en las capas areaicas de la. per- sonalidad, ‘Transferencia, contratransferencia... Las etapas de la relacin entre el enfermo y el psicoanalista estén codificadas; hay que pasar por ellas. Pero en el sraba- jo del cuerpo, en este trabajo esencialmente no verbal, équé palabras utilizar? Qué cédigo puede ser el apro- piado, sino el —secreto, indecible— de las sensa- clones? Hacer ejercicio porque la vida sedentaria no nos per. mite sentirnos bien Hemes visto ya que tenemos una percepcién par- cial de nuestro cuerpo. Nos basamos principalmente en el testimonio de:los ojos, en las sensaciones de do- lor y en ¢l tacto para informamos sobre nosotros mis- ssn LA CASA ENCANTADA 3 mos. Al haber censurado nuestras sensaciones, al dis. minuir a nuestros propios ojos nuestras dimensiones reales, sentimos la impresién de no existir suficiente mente, Cuanto mas extrafio nos es nuestro cuerpo, mds extrafios permanecemos a la vida, No poseyendo el disfrute de nuestro cuerpo, no podemos disfrutar de él. Nos falta confianza; hay un sinfin de cosas a las que no nos atrevemos. Nos creemos ineapaces y, muy frecuentemente, no nos falta razén. Insatisfechos de nosotros mismos, qué hacemos entonces? En lugar de profundizar en el conecimien- to de nuestro cuerpo y de tratar de percibirlo desde el interior, aiiadimos elementos a su superficie. Rapa, sobre todo. Panemos un gran cuidado en efectuar una eleccién, juiciosa, balagadora, que proyecte una ima- gen Satisfactoria de nosotros, que aparte la atenciém de los defectos de nuestro cuerpo y los compense. En lager de trabajar el cuerpo para desarrollar su clegan- cia natural, confiamos en el trabajo de los disefiado- res, que nes proporcionarén una elegancia de confes- cién. Antes que invertir en nuestra cuerpo, invertimos en ropa. Mas que evar Ia ropa, es la ropa la que nos lleva, la que nos sostiene y la que se encarga de dar una apariencia de unidad, un estilo. “Musculos agarratados, movimientos mezquinos, no nos sentimos a nuestras anchas en el cuerpo. Entonces: tratamos de desbordarlo, de prolongarlo, para que nos deyuelva una imagen mejor. Lo hacemos cuando ésta- mos solos, pero sobre todo elaborames una imagen de hosotros mismns para aparecer en. piiblice. Porque la imagen de nosotros mismos la encontramos también, ya veces sobre todo, en la mirada de los demas. Por lo tanto, para ser «ruirablese, Hevamos tacones altas, pel- nados que sobrepasan la forma de la cabeza, joyas que Captan la luz, pestafias postizas, rellenos en_el pecho, falsas sonrisss de colores sintéticos. Rectificamos la forma de nuestra boca; buscamos efectos de voz; PEER ELITE RTE E SE! 4 EL CUERPO TIENE SUS RAZONES adoptantos él modo de andar de tal o cual estrella de cine; paseamos perros elegidos, conscientemente @ no, para subrayar nuestra imagen de nosotras mismos 0 hnifios vestidos y cadiestrados» para servir al mismo ‘objeto, Intentando de mil maneras animar el exterior de nuestro cuerpo, sélo conségutimos la mayoria de las ‘veces alejarnos més del centro, «No es bella la imagen que no expresa nada», dice Elie Faure, Cuando la imagen de nuestro cuerpo no expresa mas que otra imagen —tomada del cine o de una revista de modas— no puede haber en ella verda- dera belleza, puesto que esté alejada de Ia realidad, de una expresién auténtica. Por lo demés, es esta expre- sién la que nos esforzamos por disimular. Pero, precisamente, en este esfuerzo por esconder- nos, por protegernos, revelamos toda nuestra vulue rabilidad, Porque la imagen que creemos proyectar no corresponde forzosamente a la que los demas reciben. Entre nuestra intencién y el efecto que realmente pro- ducimos existe a menudo una falla. Los demas no ven en nuestra mascara imperfecta mas que la necesidad de Hevar una méscara, la necesidad de presentarnos como distintos a lo que somos, Pensamos crear una ilusién, pero somos nosotros los que vivimos en la ilusién de ser vistos como deseamos serlo. En efecto, detrs de nuestros disfraces, continua- mos encontrindonos mal a gusto. Al no sentir mues- tro cuerpo, decimas que no nos sentimos bien. (Este doble sentido revelador existe en varias de las lenguas ‘occidentales.) Nos quejamos de sostener con los de ids relactones superticiales, Nos. parecen secretos, inaccesibles, En realidad no los percibimos mejor de lo que nos percibimos a nosotros mismos. Si no conse- guimos stocar e] fondos de otra persona, gna se debe ‘@ que flotamos en la superficie de nuestra pro- pia realidad? Si reprochamas a los demds no saber o no quérér ponerse en nuestro lugar, gno es porque EA CASA ENCANTADA 3 nuestro «lugar» esté mal definido, nuestro sespacio» mal ocupado, porque nos hallamos en una falsa posi- ‘cién con respecte a nosotros mismos? A menudo atribuimos nuestro malestar a Ia vida sedentarla. Y¥ sunque el origen de nuestro envaramien- to y de nuestra falta de sensaciones remonta mucho mis lejos, no estamos completamente equivocados. Porque, efectivamente, la inmovilidad constituye un gran obstacule a la percepcién del cuerpo y existen partes de nuestro cuerpo que no se han movido desde hace afios. Cuanto mayor es él numero de nuestras 70+ nas muertas, menos vivientes nos sentimos. ‘Las percepeiones corporales sdlo puederi desarro- arse mediante la actividad. Pero no una actividad cualquiera, No la actividad mecdnica, la repeticién de un movimiento docenas de weces. Eso sirve tinicamen- te para ejercitar la obstinacién, para embrutecer. El movimiento no nos revela a nesotros mismos si no to- mamas congiencia de la forms en que se hace (0 no se hace). El caso de B., uno de los primeros hombres que participé en mis grupos, esclarece en un alto grado Varios aspects del problema. A mi pregunta: «¢Por qué quiete seguir estas clases?s, el hombre, de unos ‘cuarenta afios, contest6: *Porque no me encuentro bien.» La respuesta cebié de parecerle demasiado con- cisa porque afiadi6: «De vez en cuando padesco de lumbago.+ Echado en el suelo, tamborileaba nerviosamente sobre su estémago, Su malestar se traslucia a todo lo argo de su cuerpo, que mantenia un contacto minimo con el suelo. Los muscules posteriores de las piernas, tensos, dejaban un hueco detras de las rodillas. De las nalgas a Ios hombros, se apoyaba en el sacro y los omoplates. Me sorprendié. sobre todo la posicién de Ja cabeza: Ia barbilla dirigida hacia el techo, la nuca arqueada. Pedi al grupo que girasen la cabeza de de- eae Ty Tees eases k sk U UU kkk’ 16 ‘EL CUERPO TENE SUS RAZONES recha a izquierda, de izquierda a derecha, tratando de sentir su peso contra el suelo, Trabajo perdido, No consiguié moverla ni sentir-su peso. —Esté vacia — dijo. Sélo lograba desplazarla incorpordndose. El movi- miento parecia doloroso, hasta tal puato se mostra: ban contraidos los misculos de Ia mandibula y de la nuca. Dije que extendiesen los brazos y abriesen los de- dos. Espontineamente se produjeron en sus manos hormigueos «insoportables*, Dije que alzasen los hom. bros. Los suyos apenas se movicron, aunque parecia hacer grandes esfuerzas. —Son de madera — dijo, '¥ me conté que se habia educado en una familia en la. que se prohibfa a los nifias encogerse de hom- bros. Trabajamos los hombros lentamente, durante mu- cho tiempo, B, cerraba los ojos. Con el rostro grave, se aplicaba-a efectuar su viaje de retroceso a través del tiempo, Una sonrisa se dibujé en su cara cuando, al final de la sesiGn, le ordené que hicicse girar los hombros. Por muy ligero que fuese el movimiento, ad- virtié la diferencia. —Me da la sensacién de que me han engrasado los hombros —me confié. Fue el primer paso de un large trabajo en el que B., que al principio s6lo tenia conciencia de un males- tar general y un Iumbago ocasional, descubrié a tra- vés de movimientos precisos que todo su cuerpo es- taba rigido, insensible. Incluso empezé a buscar los motivos. En el curso de una sesién individual, mientras comprobabamos juntos la extremada limitacién de los movimientos a 10 largo de su brazos, debida a Ia re- tracclin de los pectorales, B. me contd que siempre se hhabfa avergonzado de la escasa anchura de su espalda. LA CASA ENCANTADA nn Durante toda su vida habia usado chaquetas con hom- breras de guata. Se acordaba de una vez, en su juven- tud, en que, encontrandose al borde de la piscina de un chalet en un dfa de canicula, nadie consiguié con- vencerle de que se quitara la chaqueta de lana. Ena- morado de la hija de sus huéspedes, no querfa de nin- gin modo que ella viese sus hombros. Desde el momento en que tomé conciencia de sus tensiones, ya no supe cémo llevar Ia cabeza, Le era im- posible conservar la rigidez anterior, pero estaba aiin lejos de encontrar la facilidad natural, «Me da la im- presién de tener ef trasero entre dos sillas», decia. En cuanto a los hormigueos de las manos, atribuia esta manifestacin nerviosa al hecho de querer esconderse, aunque, obligado a servirse de las manos, éstas, por su movimiento en el espacio, atraian la atencién sobre su persona, Cuando podia mantenerlas inertes, no era demasiado consciente de ellas, Pero, tan pronto como se veia forzado a extenderlas, protestaban con hormi- gueos. Ciertamente, Ia toma de conciencia 5 un primer ‘paso hacia el bienestar, pero no aporta el confort in- mediato. El trabajo puede ser largo y penoso. «El placer y la alegria de vivir —dice Reich' — son incon- cebibles sin lucha, sin experiencia dolorosa y sin desa- gradables conilictos consigo mismo.» El trabajo con B.no ha terminado atin, pero, como él dice, «cada vez finjo menos en Ia vida». En mi trabajo, no actio como intérprete del com- portamiento, de los descubrimientos de los demds. '¥ es importante que no busquen en mi un tal intér- prete, Sin embargo, de vez en cuando ocurre que mis alumnos me informan de que, tras haber comenzado a habitar su propio cuerpo, se sienten dispuestos a emprender un psicoanilisis. Otros, ya em proceso de 1. W. Relch, op. cit, pig, 160, see e tte esse essa UU U UU aad 8 EL CUERFO TIENE SUS RAZONES psicoanilisis, me anuncian a veces qué han dado un viraje decisivo o que su psicoanalisis, atascado desde meses antes, Iega a su término. En tode caso, la existencia simultinea en cada per- sona de perturbaciones psiquicas y fisicas es innega- ble, Pero cada uno debe restablecer esa vinculacién a su manera, Yo s6lo puedo indicarle uno de los cami- nos; la toma de conciencia de su cuerpo. Al encontrarnos mal, nos retiramos tras las apa- slencias, pero nos retiramos también en nuestro domi cilio, Dado que no nos sentimos como «en casas en nuestro cuerpo, recurrimos a un decorado (un cuerpo ‘extrafio) familiar para albergarnos. Todo el mundo conoce a alguna de esas personas «seguras de s{ mis- mas» a condicién de permanecer tras In mesa de su despacho, ebrillantes en sociedad» a condicién de ser ellos quicnes reciban en su casa. ‘Con frecuencia, los que vienen por primera ver a realizar un trabajo corporal consideran como una dura prueba el simple hecho de vestirse de manera no habitual, de verse descalzos, de echarse sobre el suelo desnudo, de encontrarse en una habitacién que no co» nocen. Uno de los ejemplos mAs dramaticos lo consti- tuyé un diplométice de cierta edad, muy cortés, ves- tido con un extremado refinamiento. Tras haberse puesto un short de gimnasia inmaculado, se echo en el suelo. Inmediatamente, le asaltaron las néuseas y le dio justo el tiempo de correr hacia los lavabos. Des- pués, me telefones varias veces para decirme que no se sentfa con valor para volver y que esperaba que yo le disculparia. Esperaba también, en mi opinign, que yo le explicaria su comportamiento. Pero, precisamen- te, eraa su cuerpo sl que hubiera debido interrogar, a ‘través del trabajo que no se atrevia a emprender. Nuestra educacién, las cortapisas que nos impone- mos desde muy pronto para evitarnos dolor y pla- cer, no son el tinfco obsticulo para el desarrollo de las LA CASA. ENCANTADA 9 percepciones. El medio ambiente contemporinco, la arquitectura estandardizada, desempeaian también un papel opresor. Dado que trabajamos durante todo el dia y durante todo el afio con luz artificial, no pode- mos contar con la rotacién del sol para darnos refe- re: temporales. Adems, como la luz no gira y, por lo tanto, tampéco la sombra, él cuerpo no sé modela ya mediante el juego continuo y natural de lo claro y lo oscuro. Nuestro relieve, nuestra tercera dimensién, nuestra presencia en el espacio resultan aplanados, reducidos. La luz artificial y siempre igual nos borra, nos aplasta. Nos priva también de esa otra prucba de nuestra existencia: la sombra, En cuanto al movi- miento natural de nuestro cuerpo hacia el sol, queda suprimide, Atrofiado as{ nuestro tropismo, perdemos una parte de nuestra «naturalezas, de nuestra vida ve- getal y animal. ‘Atravesar un amplio vestibulo, donde no hay ningin objeto a escala humana, nos hace sentirnos dismi- ntides, mina nuestra confianza. Concebido para ace- Ierar el movimiento de la multitud, el individuo aisla- do no encuentra alli su lugar y se obliga a modificar su ritmo en el espacio estructurado de un lugar de Paso que no conduce mas que a una escalera o a un ascensor. La exigencia de rentabilidad en los nuevos edificios obliga a situar la escalera en una columna en medio del inmueble. Al subir, no disponemos, pues, de nin- guna vista al exterior, de ningdin medio de situarnos en el espacio. Entonces perdemos literalmente el nor te. Pero también perdemos el sur. Si la escalera es circular, y los escalones de la misma dimensién y si- tuados @ intervalos iguales, la mirada dirigida hacia adelante no nos informa de que llegamos hasta los ltimos escalones. Casi inevitablemente, tanteamos con el pie o tropezamos antes de alcanzar el rellano. Y¥ una vez legados a la cita la incertidumbre o la tor- Beets ese e kde atta kek a kdl ed at 80 EL CUERPO TIENE SUS RAZONES peza condicionan negativamente nuestro comporta- miento. En lo que se refiere a los ascensores, perturban las referencias espaciales, pero tambign, a causa de la irritacién vestibular, la percepcién del peso corporal y de Ia relacién entre la cabeza y el cuerpo. Las im- presiones son complejas, pero, resumiendo, al subir, Tas piernas parecen mis pesadas. En el momento de detenerse, nos da la sensacién de que el cuerpo con- tintia subiendo, antes de volver @ bajar. La impresién de ligereza en el momento de la parada se acompa- fia de la sensacién de que el cuerpo se ha alargado, ‘como si la sustancia pesada interna se separase de los pies y quisiera salir por arriba. Al descenso, el cuerpo parece, no slo mis ligero, sino también mas largo, como si una parte de la cabeza no siguiese l movi miento y continuasc cn su lugar. Lo esencial es que, en el ascensor, Ja unidad corporal se ve atacada y que, a causa de ello, sufrimos un efecto psiquico desfavo- rable! Lugares alienantes, concebidos quizis, en ocasio nes, dentro de una politica de intimidacién, estamos, sin embargo, obligados a vivir en ellos. ¥ a pesar de todo, deseames alcanzar nuestra plenitud. La solucioén gno se encuentra acaso en considerar él cuerpo en pri- mer lugar y como el primer lugar de la vida? Habitar primero el propio cuerpo, saber organizar sus movi- mientos desde el interior, nos concede al menos la posibilidad de liberarnos de Is intimidacién de los es- pacios organizados para servir a un objetivo social. Sentirse bien en su cuerpo eno significa ante todo poder sentirse, admitir, percibir y desarrollar sus sen saciones? 1. Puede encontrarse una elaborada deseripciéa de estas sensaciones en L'lmage du corps, de Paul Schilder (traducciéa francesa de Frangois Gantherct y Paule Truffert), Paris, Gall mard, 1968. ‘LA CASA ENCANTADA 81 Ponerse en forma pera las vacaciones EI deporte: una panacea. Si no lo hacemos nos sentimos culpables y nos prometemos practicarlo, cuanto antes, Mientras lo hacemos, nos sentimos a ve- ces jévenes, vigorosos, en forma. Después, sinos marti rizan las agujetas, decimos que no estamos lo bastante entrenados o que no nos dédicamos a él con la bas- tante frecuencia, No buscamos més lejos la explica- cién del malestar... quiz por miedo @ encontrarla. En una época en que el deporte se ha convertido en un asunto de estado, € incluso én una Delegacién nacional, parece importante el someterlo a juicio. No existe ningun deporte cuya practica’ sea bendfica al cuerpo en su totalidad... a excepcién de la marcha a pie, No; no olvido la natacién, a la que se persiste en creer un deporte «completo», ¢ incluso terapéutico. En cuanto al deporte nacional francés, que el Tour de Francia ha exaltado hasta el paroxismo, presenta un Jado simpitico, francas ventajas ecoldgicas, pero, en ‘una palabra, es francamente perjudicial para la salud, Pero hablemnos primero de Ia natacién. Recientemente recib{ la visita de un amigo ameri. cano, titular de una cétedra de antropologta, apasiona~ do por la expresién corporal, especialista en kinesics, la mueva ciencia del andlisis del lenguaje corporal. —Mirame —me dijo seialandome su vientre—. Y sin embargo, nado una hora diaria en la piscina de Ja universidad. Y no de cualquier manera. Me crono- metro el tiempo. —iCémo te sientes? —Mnuy bien. No estoy enfermo, —gLos hombros? ¢La nuca? #La planta de los pies? —Ya te he dicho que todo iba bien. —2Ninguna tensién en Jos misculos? eet tats essa tate U Laka Ud 82 EL CUERPO TIENE SUS RAZONES —iTensién! jMira eémo me sobresale el estéma- go! gNo irds a decirme que esta tenso? —Voy a hacerte admitir una tensién de la que no te das cuenta. —iPero si te estoy diciendo. —tLa mandibula. Si los mtisculos masticatorios no estuviesen en tensién, Ia mandibula se te caeria y le- varias la boca completamente ablerta, gno? A esta ten sién natural, que no adviertes, se han afiadido a lo largo de los afios una multitud de otras tensiones que ignoras igualmente. Mira cémo mantienes los brazos. Un momento antes me habia hecho la demostra- cién del balanceo de los brazos en su marcha tipica- mente americana, Pero, en reposo, Ja rigidez de los hombros y los brazos —mantenidos muy separados del cuerpo— cra la de cualquier recluta ante el equi- po de revision. Se lo dije. Inicié una protesta, Le pedi que juntase las pies y que se inclinase hacia adelante, con la cabe- za baja y los brazos colgando. Era unos cincuenta cen- vimetros demasiado corto», Lo ves? Es el estémago lo que me impide... —De ningun modo... Empez6 a sudar abundantemente. Le temblaba la parte delantera de Jos muslos. Como era de esperar, a ‘todo Io largo de la espalda los misculos estaban du- ‘ros como piedras. Se levantd, sin aliento. iPues te juro que todos los dias nado una hora contra reloj! —Y contra ti mismo. Tus sesiones de autocompeti- cién perjudican tu bienestar, El agua es un elemento de juego maravilloso. Calma, relaja, nos sostiene y nos hace olvidar el peso del cuerpo y, a veces, incluso I: preocupaciones. Se diria que tiene él poder de «di- solvers las rigideces, Pero, sila conviertes en. campo de batalla, saldrés siempre perdiendo. —Eso es pura porsia — dijo, ofendido, LA CASA ENCANTADA 83 —Hablemos entonces de anitomfa, En el agua, adoptamos la posicién de la serpiente, que sdlo se sir- ve de los musculos espinales (que se insertan en su co- Jumna vertebral) para impulsarse. Te has fijado en Jos nadadores profesionales? Bajo cada brazo se ve una masa que, en los casos extremos, llega a recordar el ala de 1m murciélago. Es la masa del dorsal ancho, En esos nadadores, el dorsal ancho esta con frecuencia tan contrafdo que rechaza la punta del omoplato ha- cia fuera, en saliente sobre el contorno del térax cuan- do el brazo se halla alzado. —Gracias por la leccién de anatomia —me res- pondi—. ¢¥ qué? —Pues que todos los movimientos de natacién (braza, crol, crol espalda) n¢cesitan del dorsal ancho y de los misculos espinales.) a priori, es decir, antes de aprender los movimientos, esos musculos no son lo bastante largos, lo bastantes elfsticos —y ése es el caso mis normal—, nadar les hace contraerse y acortarse todavfa més. Lo mismo, por lo demés, que al resto de los misculos vertebrales. Por lo tanto, al nadar, obligamos a trabajar a los misculos posterio- res, precisamente los que no lo necesitan; al contra: rio, casi tedo el mundo los tiene. ya superdesarrolla- dos. ¥ cuando los miisculos superiores estén superde- sarrollados, los anteriores estarén por fuerza subdesa- rrollados. ¥ eso, amigo mfo, no €3 poesia ni politica, sino una verdad anatémica de Ia que puedo darte muchas pruebas si quieres emprender un trabajo cor- poral. —2Quieres decir que, al nadar, en Tugar de resolver el problema de mi vientre, lo agravo? —Frecisamente, Le aconsejé que no contimara forzando a su cuer- oa realizar los movimientos tradicionales, y encima, a velocidades competitivas. Lo primero es trabajar para flexibilizar la musculatura posterior, para pro- LITT Tee ETT a HL CUERPO TIENE SUS RAZONES porcionar al cuerpo Ia posibilidad de encontrar una distribucion mas justa de sus fuerzas. Después, se tre- taré de confiar e] cuerpo al agua, permanccer atento a las nuevas sensaciones en el agua. Y esto porque el cerebro aprende gracias a lo que el cuerpo sabe natu- ralmente —antes de haber padecido un adiestramien- to—. En cuanto a la velocidad, en cuanto a Ia belleza de los gestos, vendrin por si solas y no habré nunca necesidad de un cronémetro para decires si podéis 0 no estar satisfechos de vosotros mismos. Reich consideraba la bicicleta como un lamentable instrumento masturbatorio. Pero cabe hacerle repro- hes mucho mds graves... ¥ es urgente el hacérselos La bicicleta no posee ninguna de las virtudes terapéu- ticas gue se le atribuyen. Para montar en bicicleta sin peligro, haria falta un cuerpo que se encontrase ya en ‘un estado de equilibrio y robustez excepcionales. Por qué? Porque no se pedalea con las piernas, sino con la espalda. Basta cbn mirar a un ciclista de perfil. Con la nuca en hueco (naturalmente, necesita levantar la cabeza para ver por dénde va), la espalda redondeada, hace trabajar los mulscules de Ia regién lumbar..., méiscu- los ya excesivamente contraides puesto que se em- plean en todos los movimientos cotidianos. Por el contrario, el vientre permanece en una relajacion com- pleta. (Si alguien Io pone en duda, no tiene més que ensayar y comprobarle por s{ mismo. Invocar la altue ra del gufa o del sillin, que no cambia en absoluto el mecanismo del movimiento, no mejora las cosas en nada.) : De manera que, al montar en bicicleta, se fuerza'a trabajar a los misculos posteriores, ya excesivamente duros, lo que vuelve a sus antagonistas, los misculos anteriores, todavia mas flojes. Resultado: de una par- te, una retraccién de los miisculos de Ia ouca y los «rijones»; de otra, una pérdida de tonacidad en LA CASA ENCANTADA 85 Jos abdominales y una compresién del estémago, capaz de engendrar malestares digestives (muy corrientes entre los corredores profesionales). Si uno se obstina (siempre por el propio bien), ganara también crispa- siones en las mufiecas y las manos. Por otra parte, prdcticamente sin excepeiéa, los deportistas (y también los bailarines) se deforman el cuerpo, a veces monstruosamente, porque no tienen de él més que una conciencia parcial. Al no compren- der la interdependencia entre los miisculos y sus an- tagonistas, al no servirse de los mds apropiados para sus esfuerzos, sacan fuerzas de donde pueden. Se fuer« zan y, forzosamente, se hacen dafia. Por lo demds, for zarse, sobrepasarse constituye las mis de las veces la regla del juego. Ya sea para vencer aun rival o.para batir su propia marca, para uh deportista «batirse= termina por significar con la rhayor frecuencia casti- garse. Y en ese caso, gqué hacer? Si ni siquiera los campeones se libran... La soluciéa, la tmica, no es ter- minar con el deporte, sino empezar por el principio, empezar por el cuerpo y no por el deporte. Es antes de practicar un deporte cuando hay que adquirir una inteligencia muscular, sensorial, respiratoria, y servir~ se de ella todos los dias y no sdlo durante las vaca- ciones. En lugar dé encerrarse en gestos aprendidos, hay que dejar al‘cucrpo y al cerebro la. posibilidad de inventar los movimientos apropiados, Entonces se descubrird una aptitud para todos los deportes, que se conservard, no nicamente durante Ja juventud, sino hasta la muerte. Sea cual sea la actividad de que se trate, el cuerpo obedecerd... sin formular después «reprochess, «Cuanto mas débil es el cuerpo, més or- dena; cuanto mds fuerte, mas obedeces, ha dicho Jean- Jacques Rousseau. : . Hace muy poco tiempo, observaba yo a un grupo de esquiadores que se apeaban del tren en una esta- I toe 86 EL CUERPO TIENE SUS RAZONES cién deportiva. Con Ia espalda encorvada, el cuello ‘bundido entre los hombros, las rodillas que entrecho- caban a cada paso 0 con andares de pato para evitar que entrechocasen... Con tales vicios de forma aun yendo «de civil», no podia por menos de preguntarme cémo lograrfan mantenerse en equilibrio una vez so bre las pistas. 'Y ldgicamente, a menudo no se mantienen. A veces si, pero no con un verdadero equilibrio, sino con un equilibrio sin armonia, precario y que cuesta caro ab conjunto del organismo, porque se compone de mul- tiples compensaciones musculares. Son estos esquia- cores, que consiguen no obstante una buena velocidad e imitar las figuras clisicas, quienes padecerdn des- pués grandes fatigas y penosas rigideces. Pero las jux- garan normales, Incluso se mostraran orgullosos de su dolor, que consideran como un recibo por tanta energia gastada. Y cuando las contracciones musculares, una ver instaladas, conduzcan a dolores vertebrales y articula- res scrénicos», estarin muy Icjos de sospechar su ori- gen. Diréa que han caido enfermas, Pero uno no cae enfermo; se destiza en Ia enfermedad, y a veces len- tamente, largamente, durante alos de abusos © in- consciencia. —He practicado diecinueve deportes —me anun- cid con una leve nota de desafio en la voz una mujer de unos cincuenta afios. Parece haber venido a verme para afiadir la vigési- ma disciplina a su panoplia. —Tengo una artrosis de muca —me explicé —. Es Ja edad. No la contradije, pero Je pedf que se echase boca artiba. Daba pena ver las costillas separadas. La caja tordcica estaba rigida, como si fuese incapaz de espi- rar el exceso de aire acumulado durante toda una vida de inspiraciones forzadas. Los pics rigidos, como los LA-CASA ENCANTADA ar de una estatua yacente. La barbilla, dirigida hacia arriba, parec{a fijada en un gesto de superacién de si misma, Le dije que separase el dedo pequeiio del pie. Imposible, Le dije entonces que abriese todos los de- dos. Ni uno solo se movié. Se hubieran dicho dedos ostizos, ‘Confusa, pero recelosa, me pregunté que importan- cia podia revestir el hecho de no mover los dedos de los pies (efectivamente, esos movimientas parecen muy poca cosa). Le expliqué que, baséndose en una tal «pardlisiss de los dedos de los pies, en especial el quinto y el primero, incapaces de spartarse del eje del pie, hay que sospechar una rigidez o una dismorfia de la pierna. De ella, es posible remontar a todo el cuer~ PO, cuyas partes se sastienen uslas a otras. La nuca es responsable de la pierna; la pierna, del pic. Actuan- do sobre el pie, se actuard también sobre la nuca. La deportista se sent6 y, con las piernas extendi- das sobre el suelo, contemplé sus pies como si los vie- se por primera vez. Creo que en aquel momento com- prendié muchas cosas en relacién con un cuerpo del que s¢ habia servido peor de lo que pensaba, Me per- mitt decirle que se equivocaba al atribuir la artrosis a la edad, que nunca es el tiempo el causante de la rigidez, sino el uso inapropiado del cuerpo. Le pro- use tn trabajo lento y regular, a través del cual po- dria encontrar un nuevo bienestar que le impediria forzar a su cuerpo a obedecerla. Parecié trastornada y me respondié que me llamaria mds tarde para co- unicarme su decisién. No volvi a verla jamés. Durante los meses sigulen- tes, me envié a varios jévenes atletas, pero, al pare- cer, no tuvo el valor de someter su propio cuerpo, su propia vida, a discusién. A veces pienso en ella y lo Jamento, porque nunca es demasiado tarde para ofre cer al cuerpo hacer un alto. Se necesita un poco de umildad, pero se obtiene amplia recompensa en la fl | | | 88 FL CUERPO TIENE SUS RAZONES alegria del movimiento que s¢ ha convertide en presi 's0, ea el gesto que se ha hecho pleno, en la renovacién de las sensaciones, en un. cuerpo libre al fin de vivir su verdadera vida. «Toda perturbacién en la capacidad de sentir ple- namente el propio cuerpo ataca la confianza én s{ mis- mo y la unidad del sentimiento corporal; crea al mismo tiempo la necesidad de compensacién, ha ob- servado con gran justeza Wilhelm Reich? Para compensar Ia incapacidad de sentir el propio cuerpo, para eliminar el malestar inconsciente que procede de las zonas muertas, hay quien recurre a la imitacién, Asi vemos, por ejemplo, esos estereotipos del gesto deportivo, que no es otra cosa que la imi- tacién, mds 9 menos lograda, de un determinado campeén. Se trata entonces del adiestramiento del cuerpo y no de la toma de conciencia de movimientos que el individuo haya descubierto y madurade por sf mismo, a lizando tanto su cerebro como sus. miscue Pero jqué significa esa satisfaccién que se siente en Ja imitacién de los «grandes»? ¢No sera una am- pliacién de Ia que se experimenta simplemente al re vestir la panoplia del esquiadar? Con las gafas oscu- ras, Jos bastones en las manos y los esquis en. los pies, la imagen que nos hacemos de nosotras mismos resulta engrandecida, embellecida, sino profundizada. Por otfa parte, ya se trate de una raqueta de tenis, de un bastén de golf o de un florete, los objetos nos prolongan y prolongan nuestros gestos en ¢l espaci (Sin embargo, unir un objeto rigido a un brazo sin fiexibilidad no hace mas que prolongar nuestra rigi- dez.) Cuando nuestros gestos corresponden a los de otra persona, nos convertimos, mientras la imitamos, en esa otra persona, ademds de seguir siendo. noso- 1, W, Reich, op: cit, pig. 277 ‘LA CASA ENCANTADA 9 tros mismos. ¢Pero y después? Una vez que dejamos Jos esquis y abandonamos la actitud estudiada, nos quedames solos... con nuestro cansaneio, Y con esa tristeza, ese sentimiento de decepcién que padece el actor en su camerino una vez que se ha despojado del vestuario y el maquillaje tras la ultima representacin, dela temporada. También a nuestros hijos les imponemos el disfrar, jai in. A menudo, con el afin de favorecerles, Jes perjudicames, porque no percibimos mejor su ‘cuerpo que e] nuestro, Reconocemos mal él auténtico lenguaje corporal del niio —y sobre todo, el de nues- ros hijos — porque desciframos mal los mensajes de muestra propio cuerpo. Censuramos nuestros gestos y actitudes y nos negamos a verlos en los demas, par- ticularmente en nuestros «dobles». No exigimos que nuestros hijos sean fieles a si mismos, sino a una ima- gen que elegimos para ellos y que les imponemos. Nos vendria muy. bien que esa imagen fuese fija, por eso decimos sin cesar al nifio: «Estate quieto.» ero, para el nifio, moverse supone una necesidad tan fundamental como el comer o el dormir. Su desarrollo fisico, y también el intelectual, depende de ello. Por que el movimiento, antes de que 8 convierta en auto- mitico, exige coordinaciones neuromusculares y acti- vidad cerebral intensa, Por €50, la agitaciéns de los nilfios es una indagacién, no s6lo del mundo exterior, sino de sus propias posibilidades.' Cuando castigamos Ja actividad fisica de un nifio, reducimos su campo de experiencia, ponemos trabas al desarrollo de su inte- 1. _A veces, no obstante, la perpetua agitacida de fos nifios pequedos, «que no paran un minutos, mo demuestra ni una eu Posidad icreprimibie ni una inestabilidad de cardcter, sino Yna fuerte contraccién de la musculatura posterior, de la ue ‘ei nino trata de liberarse sin darse cuetia. £1 comportammients ‘Sorporal determinado por Ia rigider de Ia musculaltura poste ‘Hor serd estudiodo extensameate en el préxime capitulo, seta k aaa e eased eat kkk aka bal 90 EL CUERPO TIENE SUS RAZONES ligencia y le animamos a reprimir la expresién natural de sus emociones. Al dar a ese imitador genial que es cl nif el ejemplo dé movimientos restringidos @ rt gidos, le ensefiamos a adormecer sus sensacionés y le tendemos la trampa de Ia torpeza y la falta de con- fianza, de la cual le costar mucho tiempo librarse una, ‘ver adulto. Esperamos con impaciencia a que nuestros hijos puedan expresarse verbalmente; les felicitamos cuan- do hablan como los adultos, porque asi se hallan en situacin-de defendernos contra la cruda verdad que tratan. continuamente de expresar con su cuerpo, Nos sentimos tranquilizados cuando al fin pueden, como nosotros, servirse del lenguaje verbal como de una pantalla para ocultar sus verdaderas déséos, para mo- dificar sus impulsos naturales, para dominar sus scn- saciones. «jPero habla! Dime lo que sientes. Si no hablas, Ze6mo quieres que sepa lo que te ocurre?», di cen los padres mientras su hijo emite signos corpora- Jes de angustia que ellos no ven. Colette nos ha transmitido sus observaciones sobre Jos nifios en la playa. La época ha pasado} el proble- ma se mantiene, «Por una linda nifia rebosante de salud, rolliza y dorada, bien firme sobre unas panto- rrillas duds, jcudntos pequefios parisienses, victimas de una fe maternal y rutinaria: “El mar es tan bueno para los nifios..."! No hay mas que verlos, semidesou- dos, lamentables en su delgadez merviosa, con sus grandes rodillas, sus muslitos de grillo, sus vientres prominentes... Su delicada piel se ha ennegrecido en un mes hasta alcanzar el color oscuro de un cigarro puro. Eso es todo, pero se considera suficiente. Sus padres los ven robustos; no estén mAs que tefiidos. Han conservade las grandes ojeras, las ruines meji- Mas. El agua corrosiva pela las pobres pantorrillas, turba su suefia con una fiebre disria, y el menor inc LA. CASA" ENCANTADA a1 dente desencadena su risa o sus lagrimas de pequefios nerviesos pasades por jugo de tabaco mascado...s! No existe todavia una Delegacién Nacional de la Expresién Corporal, pero da la impresion de que no tardaran mucho cn crearla, En lugar de hacer deporte © gimnasia, la gente se precipita sobre la «expresién corporal, disciplina ambigua que se sitéa en un lugar indeterminado entre la danza interpretativa y el psi codrama. Pero si mo conocemes a priori las usos de nuestro | cuerpo, si nuestra repertorio de gestos y movimientos no incluye mas que una fraccién de las posibilidades del ser humano, si hasta ahora nos hemos servido de nuestro cuerpo tinicamente para reducir, traicionar © negar nuestras sensaciones, la éxpresién corporal no podra ser otra casa, lo mismo que el deporte, que iti facién, compensacién, adiestramiento. Por eso lo que se ve en Ins especticulos o las clases de expresién cor- poral constituye una especie de parodia, una represen: tacion melodramatica «al estilo antiguo> de ideas preconcebidas y, peor ati, de emociones preconcebi- das, (Hay que preguntarse si «preconcebides no es lo contrario de evivides.) En lugar de imitar a los campeones deportivos, se imita aqui a los actores, 0 a los bailarines, 0 a personajes represeatades en pine juras y esculturas. No, decididamente; la expresién corporal practicada por adultos que no tienen de su ‘cuerpo (y por lo tanto, de su vida) mas que un cona- ‘cimiento superficial y rotinario sdlo puede ser una falsa apariencia Para ejercitarse en una expresién corporal que valga para algo, hay que tomar concien« cia primero de las propias represiones corporales. En cuanto a la nueva ciencia que trata de interpre- 1. Colette, Les Vrities de Ia vigne, Paris, Hachette, cole ida «Le livre de poches, pig. 221. eet ete sce e seek ee kkk dukes 92 EL CUERPO TIENE SUS RAZONES tar el lenguaje corporal o Ia comunicacién no verbal, parece bien dificil analizar lo que significan los gestos © las actitudes de un sujeto sin saber previamente de qué es fisicamente capaz. Permanecer sentado, con Ias rodillas, Ios pies y las palmas de las manos hacia dentro, puede significar, en efecto, que el sujeto re- chaza los avances de su interlocutor. Pero puede ser también que su actitud exprese simplemente que la extremada contraccién. de sus miisculos posteriores le impide adoptar cualquier otra postura. Quizi, cual. quiera que sea la situaciGn, ese sujeto expresa siempre lo mismo: su incapacidad para servirse libremenie de un cuerpo demasiado rigido desde hace demasiado tiempo, Es licito, desde luego, considerar el lenguaje corporal sin tomar en consideracién el lenguaje ver. bal, pero, no seré necesario conocer ante todo los Ifmites del vocabulario muscular? Antes de hacer deporte, antes de practicar la ex presién corporal, antes de interpretar los gestos “de los demés, antes de confesarse «perdidos frente al comportamiento de los hijos, antes de iniciar un psi- coanailisis, antes de resignarse a los problemas sexua- les (hablaremos de ellos mAs tarde)... La toma de conciencia del cuerpo constituye un trabajo preli minar. ‘Como un pintor prepara su tela, un alfarero la tierra, debemos preparar nuestra cuerpo antes de secvirnos de ¢), antes de esperar «resultados satisfacto- rios». Es el estado a priori del cuerpo el que determi- na la riqueza de la experiencia vivida. Una vez des- pierto, el cuerpo toma iniciaitvas, ya no se contenta con recibir, con padecer, con «encajars. Al tomar com ciencia de nuestro cuerpo, le concedemos una influem cia sobre Ia vida. 5 FRANCOISE MEZIERES: UNA REVOLUCION Las experiencias profesionales que acabo de rela. tar estuve bien a punto de no tenerlas nunca. Hacia e] final de mis estudios me sentia dispuesta a abando- narlo todo, persuadida de que me habia equivocado de camino. Lo que yo deseaba era llevar a cabo un trabajo como el de Suze L. y la sefiora Ehrenfried, cuyo elemento esencial consistia en ayudar al sujeto ‘a despertar las sensaciones reprimidas, adormecidas, de su cuerpo, a encontrar de nuevo su unidad y, a tra- vés de ella, el bienestar, la salud, Pero resultaba que nadie me Bablaba ya de lo esencial ‘Me habfa embareado en un programa de estudios cuyo loable objetive era enseflarnos, en tres atios, el maximo de técnicas experimentadas y aprobadas apli- cables al trabajo de terapeuta. Constantemente se nos ponia en guardia para que no sobrepasisemas los It- mites, Por ejemplo, aprendiamos Ia anatomia segmen- to por segmento... hasta el cuello, La cabeza, precisa mente, rebasaba los limites de nuestro trabajo; por ‘jprudencia, pues, se nos dejaba en Ja ignorancia, Pri- mum non nocere, claro est. Pero a mi me parecia que, si bien no corriamos apenas ningxin riesgo de per- judicar, tampoco lo corrfamos apenas de curar. A no ser que se tratase de un individuo sin cabeza. En cuanto a mi propia cabeza, tenia la impresion de que se habia convertide en un gran fichero donde a saab dass esse ake k aad added oF EL CUERPO TIENE SUS RAZONES yo clasificaba conocimientos: 12, anatémicos; 2°, fi- siolagicos; 3, patologicos. Es decir, los nombres, los Angulos, las medidas de cada deformacién. De acuer- do con estos conccimientos, debia considerar como perfectamente ajustado al orden de las cosas el hecho, por ejemplo, de que una magnifica joven, sonriente, confiada, entrase en la sala de reeducacién con un dolor en la nuca y saliese de ella abrumada, oficial mente tullida, con una etiqueta, «cervicdlgica», y un volante para veinte sesiones de treinta minutos, du- rante las cuales se veria obligada a levantar trescien- tas veces la cabezs cargada con un saco de arena de uinientos gramos. Al entrar en la sala de reeducacin, haba xbando- nado el mundo de los sanos para pasar al de los en- fermos, para quedar reducida a un sujeto al que ma- nipular, Menos todavia, a una nuca que manipular. Algo en mi interior protestaba contra esta reJuccién, contra eta sumisién, ¢Pero dénde se situaba la fron- tera éntré 14 salud y la enfermedad y cémo evitar el cruzarla? ¢Cémo evitar caer en la trampa? Yo no sa- Dia nada. Sélo sabia que era preciso no dejarse redu- cir a un nombre de enfermedad; que era preciso no dejarse clasificar ea el fichero patolégico, so pena de no volver a salir jamds, a no ser-con la etiqueta de «ex cervicdigica», como una espada de Damocles. Pero no disponfa de tiempo suficiente para profun- dizar en esos pensamientos, demasiado ocupada pasar examenes de control, en asistir.a los cursillos de hospital, donde aprendia el arte de colgar las po- leas en el lugar adecuado cuando se trataba de meca- noterapia, dendé removia las marmitas de la fango- terapia, donde aiiimaba a los enfermos de lumbago, incapaces de reprimir sus muecas de dolor, a pedalear echados en mesas de masaje para muscularse el vien- tre. Los dias fastos, me era dado divisar al médico jefe en el pasillo durante el curso, de su visita € incluso, a a reanpoise mézufnes: UNA REVOLUCIGN 95 veces, lograba colarme detras de su séquito en la hav bitacién de un eeasos y, empinada sobre la punta de los pies, recoger algunas briznas de las frases que de- Jaba caer su boca. Al fin un dia, gracias a baberme mostrade como una alumna muy concienzuda, se me invité a asistir a una demostracién reservada normalmente a los clf- nicas titulados. Y a consecuencia de este honor, com- pletamente desconcertada, comprendi que no podia aceptar ni el trabajo de terapeuta ta] como se concibe tradicionalmente ni la visién del enfermo como una no personas, como un fragmento de cuerpo. El tema de la demostracién era una maquina ime presionante por sus dimensiones y por el niimero de manecillas, de correas, de cuadrantes. Uno a uno, di- ‘mos la vuelta a su alrededor, retrocedimos después y ‘esperamos en un silencio respetuoso. Una enfermera, entré en la sala, sujetando firmemente por un brazo a un chiguillo de sicte a ocho afios. A guisa de presen- tacién, dijor —Escaliosis dorsal derecha, lumbar izquierda, an- gulacin x grados. ‘Ni nombre, ni apellido. Mens atin diminutivo: el nombre de’una enfermedad. La monitora lo cogié por los hombres y nas lo mostré de espaldas, de per- fil, de frente, indicando sus deformaciones con. un ins- trumento metalico sostenido con Ja punta de los de- dos. Pero conserve pocos recuerdos del cuerpo del pequefio, Fueron sus ojos los que me impresionaron, unos grandes ojos oscuros, muy ablertos a causa del ‘terror. ¥ tenia motivos. Una vez expuesto a los cursillistas, «Escoliosis dorsal derecha, lumbar izquierdas volvié a manos de Ja enfermera, que le encasqueté en Ia cabeza un stubo+ ‘de tela de punto blanco, destinado al parecer a suje- tarle el pelo, y Je deslizé otro sobre el torax. Asi dis- eee TS STUUR OUR i 96 BL CUERPO TIENE SUS RAZONES frazado, Io acostaron en la maquina y Ie sujetaron Ia. cabeza, los hombros, la cintura, las piernas. El grado de desviacién de su columna vertebral ha bia sido ya medido. Ahora habia que regular la mé- quina en funcién de esas medidas. No pude evitar el pensar en la maquina descrita por Kafka en La calo- nia. penitenciaria, a la que se regulaba para inscribir en él cuerpo del culpable acostado sobre ella la sen- tencia: «Respeta a tu superior.» {Se podia forzar el cuerpo del muchachito a obedecer a Ia admonicién de Ja maquis ‘Mantente derecho»? La miiquina se puso en marcha. Estiraba — cen un ruido seco de reloj que atrasa— el cuerpo del chiqui- lo. Un giro de manivela, y la maquina se detuvo. El tiempo de comprobar las cifras, Luego volvié a fua- cionar. Parada, Comprobacién, Nueva puesta en mar cha. Parada. Comprobacién. Hasta que las cifras indi- Caron que el trabajo habia terminado. Todas las aten- clones se centrabn en la méquina. El nifio no recibla mis que una orden de cuando en cuando: no mover- se, no Horar, so pena de estropear el trabajo de la ma quina, Cuando al fin, hipande a causa de los sollozos contenidos, Jo retiraron de la maquina, fue para me terlo inmediatamente en un corsé que debia, al pa- recer, mantener las rectificaciones obtenidas, Abandoné la sala, temblorosa yo también, conven- cida de la-vanidad y Ia crueldad de los métodos que me habia esforzade por aprender. Sabia muy bien que acababa de ver una demostracién particularmen- ie dramética. Sin embargo, era representativa de ese desprecio por el ser humano, de esa confianza en los tratamientos mecdnicos, cuya eficacia slo podia ser momentanea, Tenia el sentimiento de mi impotencia ante la autoridad, de que no se me presentaba otra alternativa que neganie a seguir siendo cémplice y abandonar mis estudi.s. Fue entonces cuando una mu- Jer alta, vestida con el hibito de religiosa misionera FRANGOISE MBZIERES: UNA REVOLUCION 7 y que habia asistido también a la demostracién, me dirigié la palabra. —Resulta diabélico, gverdad? Felizmente, no es la —4Cémo dice? —Que felizmente existe el método Méziéres. —No lo conozco. —Claro esta que no lo conoce. No serd en Ia escuc- la donde se lo ensefien. El método de Francoise Mé- titres est en absoluta contradiccién con todo lo que se ensefia aguf. Se opone a todas las ideas sobre la salud y la enfermedad, a todas las técnicas que se ha decidido oficializar de una vez por todas. Aceplar a Frangoise Méziéres supone rechazar las bases de la gimnasia médica tal como se practica actualmente. Decir que juzgan m&s importante respetar él cuerpo humano que «1 cuerpo médico. —{OQué se puede hacer entonces? Francoise Méziéres acepta desde hace poco tiem ee tT TUT UU U Ud 98. EL CUERPO TIENE SUS RAZONES po ensefiar su método, pero sélo a profesionales. Por eso, le aconsejo terminar sus estudios y luego, si quic- re saber més, vaya usted a verla. Fui a verla, en efecto, Y ahora, por diversas razo- nes, tengo interés en describir en términos muy sim ples su trabajo, hasta el momento expuesto unicamen- te ante profesionales, Para todos aquellos que han aceptado aprender su método es evidente que éste produce resultados espec- taculares y durables, ya se trate de corregir defectos considerados como normales o de curar grandes de- formaciones. Curar, digo bien, Eliminar la causa de Ja deformaciéa, y no atenuar simplemente sus defoc- tos de manera provisional. «No podemos iolerar el fracaso», dice Frangoise Méziéres. 2¥ por qué su descubrimiento, que data ya de vein- ticinco aiios, y el método que de él se deduce y que no ha dejado nunca de profundizar y perfeccionar permaneceh ignoredos, no sdlo del publico, sino de a gran mayoria de los terapeutas? Sencillamente, por- que no pueden iacluirse en los programas de estudios tradicionales sin echarlos abajo, sin que esos progra: ‘mas y la visién del ser humano en que se basan hayan de ser enteramente revisados. Pero, para ver o revi- sar, hay que abrir bien los ojos, hay que observar el cuerpo en su totalidad, aunque esas observaciones contradigan las verdades sacrosantas. Y eso es preci samente lo qué las eautoridades», los especialistas, 00 estén atin dispuestos a hacer. La tinica esperanza de que un publica mds amplio se beneficie del trabajo de Frangoise Mézitres, gno se basa, pues) en informar- le directamente de un descubrimiento que, al fin y al cabo, todos y cada uno de nosotros, incluidos los pro- fesionales,. podemos comprobar con nuestros propios ojos, con I experiencia de nuestro cuerpo? ‘Voy a presentar, por lo tanto, una técnica revolu- FRANCOISE MEZIERES: UNA REVOLUCION 9 cionaria... pero también a una persona, Calificada por sus amigos de egenial», por sus detractores de «loca genial», es, como el método que Heva su nombre, ori- ginal, {ntegra, de un rigor perfecto, Pero empecemos por el principio... Provista de mi titulo, me inseribi en el cursillo de verano de Frangoi. se Méziéres, Tras diez horas de carretera, los caminos se hacian cada vez mds estrechos, las casas cada ver més raras y pobres, los rostros cada vez més cerrados. Entre el océano y la marisma del Poitou, un ciclo blanco, inmenso, una tierra Ilana, lodazales. Y de pronto, un camino que no va més lejos. ¢El final o el umbral del mundo? Al borde de una albufera, una gran casa baja, ante Ja cual alguien trabaja la tierra, Una cabeza de cabe- los blaneos como el cielo se yergue. Unos ojos claros, una mirada que mira. —gLe ha costado mucho trabajo Negar? Una voz grave, profunda, Si los drboles supieran hablar, tendrian una voz parecida, EI relato de mis tribulaciones le inspira una risa descarada, Se levanta y me tiende una mano dulce, muy firme; los dedos, juntos, continian Ia curva dé la mano, Una mano formada para amasar Ja tierra, un mano de alfarero. —cConque ha venido al antro del oso? . De verdad, nunca en mi vida he visto a nadie des- plazarse con tanta agilidad como a esta mujercita de sesenta y tres aflos. ‘Al oiro lado de Ia cass, algunos coches con, m: tricula de todas las regiones de Francia, Suiza, Bélgi- ca. Una decena de cursillistas trabajaremos aqui du- rante un mes, todos especialistas en gimnasia médica, ‘Ya estamos reunidos en Ia planta baja, en una gran sala, Absolutamente vacfa. Ni una sola mAquina. Ni un solo aparato especial. Ni siquiera una mesa de m: saje, Unicamente una pequefia alfombra. Sorprendi- settee ett t tastes seas e eeu aa 100 EL CUERPO TIENE SUS RAZONES dos, tal vez un poco desconfiados, lo que veremos y ‘oiremos a continuacién nos desconcertaré mucho mas todavia, 7 Frangoise Mériéres ocupa su lugar en el centro de Ja habitacién y nos invita a sentarnes en el suelo en ‘torno a ella. Amigos mfos, ¢quieren ustedes recordarme cuil es la causa principal de las deformaciones que van us- tedes a tratar? Algo que nos es familiar, tranquilizador, Varias vo- ces responden a la ver: la gravedad, la debilidad de los muisculos posteriores, el reumatismo, la artrosis, la artritis, la astenia, la descaleificacién. Frangoise Mézitres nos mira fijamente con sus. ojos claras. ‘Amigos mfos, st hace veinticinco afios me but ran formulado la misma pregunta, hubiera sacado a relucir las mismas estupidects que acaban ustedes de pronunciar. ‘Un pesado silencio en Ia sala, Tormentoso. Fran- golse Méziéres contimia: —La ensefianza clisica inhibe. Nos ensefia a medir con hilos de plomo, dé espirémetros, a diagnosticar y después a tratar, sirviéndonos de una rica panoplia de miiquinas cientificas, corsés, escayolas, las deforma- clones consideradas como curables por los métodos de la Kinesiterapia. En cuanto a los fisicos ingratos, desproporcionados, torcidos, hemos de aceptarlos como normales, bien porque son A medida que trabajamos e] cuello, vemos que la enferma se calma, y nuestra ayudante queda asombra, da al ver que las piernas, que la rechazaban con fuer- za, ceden, Sin tratar de actuar en otro punto, damos por terminada Ia sesién y citamos para quince dias PRaNgoise MbzifRes: UNA REvOLUCIN 119 mms tarde a nuestra paciente, que se sorprende al ver- se capaz de ponerse en pie y de calzarse por si sola. AL volver a examinarla, quince dias mds tarde, la enferma caminaba normalment Més tarde, cuando tuve mis proplos pacientes y alumnos, un incidente dramAtico me recordé el traba- jo de Frangoise Mézitres sobre el dolor oculto y me Hevé.a 1a conclusin de que su descubrimiento podia aplicarse también al dolor psiquico. Un dia, me hallaba ocupada en hacer que una mu jer joven ejecutase unos ligeros movimientos de cade- ra, Destinados a revelarle la factible flexibilidad de la regién pelviana, esos movimientos, muy suaves, con- sistentes en separar y juntar lentamente las piernas, no podian dafar a nadie. Be pronto, laned un grito dé terrible dolor. Rodé sobre s{ misma, gimiendo. Me sent tanto més perple- ja ante esta reaccién, que supuse de pare Minter rir low dolgres, dono fie que tor se alten. Se en- Sorat en In care exter del She poe encima del hues case feo, Pence el mall externo Chueae et cabll) el tendon dt Rgalea Manajear 20a aa, Chae Chong Punto pera tratar fos dolores de la gacganta. Se er uentra en Jn esquina inferior de ‘uae del pulgar (en el lado pe- do al indices decade, ano: Empajar eéa el flo de la ufia indice. En eso de un. principio cde angina, teagar la saliva al exis spociempe cue se empele 7 spe fir doa @ wet veces In operacicn fen ef curse del dia, Puede en Slesrse tambidn en el dentists, en os momentos dz dolor amido, (No dispensa Je vista al gencsta) ne |

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