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Literatura y filosofia* Hubo un tiempo en el cual tenfan sentido los términos «iz- quierda» y «derecha» en filosofla. Fue un tiempo de limites difusos, pero que desde luego incluye episodios como la dis- cusién entre la izquierda y la derecha hegelianas. Ain dura- 'oa ese tiempo cuando, a principios del siglo x« y durante la llamada disputa del positivismo en Alemania, estaba claro {que los neopositivistas, con su defensa de que la filosofia te- nla que someterse a los hechos (cuyo monopolio poseeria la iencia natural), constituian la derecha filoséfica, mientras que los neodialécticos, al empefiarse en el derecho de la filo- sofia 2 cuestionar fos hechos (un cuestionamiento que invo- lucraba una aproximacién a la ciencia social) representaban tuna izquierda filoséfica. En ambos casos, por supuesto, se trataba de una derecha y de una izquierda liberales (Popper y Adomo serian sus emblemas respectivos)’, puesto que las versiones reaccionarias de la izquierda y la derecha filosofi- cas (Lukics y Heidegger, respectivamente) se consideraban ‘entonces «superadas». Todo esto parece ahora muy simplifi- + «Mas Prozac y menos Platénm, Archipidlago n° 50, Barcelona, 2002, piginas nas {-E] cardcter liberal de ambas posiciones se manifiesta en que (i), aun- {que Popper se moviese en Ia esfera del positvismo, ya no era un verifcacio- nista ceri, sino que su concepto de falsabilidad representaba un triunfo de “la sociedad abierta» en epistemologla (una suerte de presuncin de ino- cencia aplicada al conocimiento cientifico), y (2) Adorno postulaba una version de la dialéctica sin negocién de la negacién, sin culminacién en un mate hstérico apotedsico. cador, y sin duda lo era, pero la simpleza tebrica de las ima- ‘genes no elimina su influencia practica, ya que tales rétulos se forjaron sobre la marcha y conforme iban surgiendo las necesidades de nombrar las posiciones en el fragot_ mismo del combate social e intelectual que se libraba. En este esce- nario, y para liberar a la filosofia de un apego a los «meros hhechos» que se entendia como vergonzosa legitimacién del establishment, la izquierda filoséfica echaba mano frecuen- temente del arte en general y de la literatura en particular (Walter Benjamin dejé una impronta imborrable en este te- reno) para procurar esa necesaria «distancia» con respecto a lo «fécticon, consiguiendo de este modo éxitos notables, Quiere decirse que la aproximacién de la filosofia a la litera- tra (generalmente mediante la ciencia social) era una posi- cin de izquierdas en sentido intelectual, al menos después de la Segunda Guerra Mundial, mientras que la repulsa de esta filosofia «literaria y la adhesin a la ciencia estricta (generalmente a través de la ciencia natural) era intelectual- mente de derechas. El hecho -que hoy puede resultarnos lla- ‘mativo- de que coincidieran en la misma posicién la aproxi- macién de Ia filosofia a la literatura y a la ciencia social se explica contextualmente porque en ese momento la filosofia que abogaba por la ciencia natural (o sea, la derecha filosé- fica liberal) consideraba a las ciencias sociales -y asi las ha seguido considerando hasta nuestros dias- como una clase més o menos benigna de «literatura». El testamento intelectual de Adorno fue una Teoria Esté- tica, El y Horkheimer se interesaron a menudo no solamente por ciencias sociales cuya cientificidad era manifiestamen- te despreciada por los epistemélogos duros, como el psico- andlisis, sino también por autores filoséficamente muy «lite- rarios», como Schopenhauer, Kierkegaard o Nietzsche. Estos dos tltimos, curiosamente, fueron también reivindicados por aquellos fildsofos a quienes se consideraba reaccionarios (es decir, de una derecha filoséfica no liberal), y especialmente por Heidegger, que, como es notorio, no sentia una especial querencia hacia la ciencia moderna en general (ni natural ni Leertura y flosofia aPs social). El hecho de que en Francia naciese una filosofia de gran audiencia -cl existencialismo-, sobre cuyo carécter de iz- 4quierdas no cabia duda alguna, pero que ademas procedia del ‘mismo tronco que el pensamiento de Heidegger y experimen- taba una cercania privilegiada hacia la literatura, fragué la posibilidad de una forma de ser de izquierdas en filosofia que ya no era liberal sino revolucionaria. Como puede percibirse: la situacién -la definicién de lo «conservadorn, lo x«pro- ‘gresistay 0 incluso lo «reaccionario»- se complica, El mo- Vimiento post-estructuralista 0 neo-nietzscheano, llama- do a realizar aquella posibilidad y esta complicacién, bebla a la vez en la fuente de la critica del cientifismo «natural de los dialéeticos y en la de la critica del cientifismo «social» de los existencialistas, y en consecuencia subrayé el acerca- miento de la filosofia a la literatura -y se desprendié de la ciencia social-t de manera tan radical que la distincién entre ambas llegé a hacerse aparentemente imposible (por ejemplo, cen los casos de Deleuze y su defensa de la fabulacién, de Fou- cault reconociendo que su «arqueologia» era una forma de ficcién, o de Derrida demoliendo la frontera entre discurso retdrico y discurso « serio» ). El tandem filosofia-literatura en- tonces ya no era s6lo de izquierdas sino «muy de izquierdas», revolucionario. Eran los afios sesenta y setenta. Los Estados Unidos, siempre atentos a todo lo que consi- gue un éxito social en Europa, y como ya antes habian hecho con el neopositivismo y con la Teorfa Critica, importaron ré- pidamente esta filosofia revolucionaria y la instalaron en sus departamentos de Literatura bajo el rétulo de Nueva Teoria Gritica (rétulo que, con el tiempo y sintomaticamente, se quedaria reducido al de «Teoria», perdiendo sucesivamente la novedad y la capacidad critica). Por supuesto que, en ‘América, este pensamiento izquierdista-revolucionatio, chizado ya en la total identificacién de la filosofia con la lite- 1. Motivo especialmente destacado por Francisco Vizquex en Hl retor node a prictca, recogido en Juan Antonio Rodrigues Tous (ed), HI ugar de a flosofi, Barcelona, Tusquets, 2.001, 285 Mais Prozac y menos Platén ratura (propiciada por su ubicaci6n universitaria), recibi6 al principio una contestacién corporativista por parte de los herederos locales del neopositivismo (ubicados en los duros departamentos universitarios de Filosofia de la Ciencia), es decir, la derecha liberal filoséfica (Searle, Strawson, etc.): «Si no hay diferencia entre literatura y filosofia, entre discurso de ficcién y discurso de verdad -venian a decir los liberales-, ‘entonces ya da lo mismo lo que se diga; si se ha perdido el sentido comin de que la verdad es la correspondencia entre las palabras y las cosas, si ya puede decirse cualquier cosa y convertirse en verdad sin importar cudles sean los hechos, entonces no sé adonde vamos a ir a parar, bueno, si que 10 sé, a donde hemos ido a parar, a Auschwitz y al Gulag, etcé- tera, etcéteray. Pero, enfrentados a una filosofia revolucio- rariai, los liberales ya no podian aparecer de otro modo que ‘como reaccionarios si se atrevian a defender que la verdad del discurso, que separaba a la filosofia y a la ciencia de la literatura, consistia en su correspondencia con unos supues- tos «hechos externos», por Io cual -como a nadie le agrada desempefiar el papel de reaccionario- abandonaron rapi mente este supuesto en cuanto los revolucionarios empeza- ron a llamarles fundamentalistas (que es lo dltimo que un li- beral de derechas querria ser llamado). En este punto -las dos tiltimas décadas-, el pensamiento anglonorteamericano hizo un gran descubrimiento: aprendien- do humildemente de los tedricas revolucionarios de los depar- tamentos de literatura, encontré una via (jla tercera?) para po- der seguir siendo liberal de derechas sin ser fundamentalista (fundamentalista de los chechos positives», se entiende, para lo cual tenia simplemente que retirar la distincién fuerte y dog- ‘matica entre literatura y ciencia, o entre literatura y filosofia), una via que a veces se ha llamado «comunitarismo», otras «neo- pragmatismo» y atin més frecuentemente «postmodernidadn. Se podia, en suma, aceptar la identificacién déla filosofia y la ciencia con la literatura -la ciencia y la literatura no serian mis que dos géneros discursivos que, a su manera, hacen pro- ‘gresar la sociedad: la una la hace mas eficaz, la otra mas tole- erature ylosfia rante, sin que en ningtin caso sea preciso apelar a una supues- ta «correspondencia» con hechos del mundo-, siempre que con eso no se quisiera hacer «teor‘a» (asi, después de perder su novedad y su capacidad critica, la «Teoria» perdia tam- bign su caracter teérico para convertirse tinicamente en ins- trumento pragmatic de las nuevas politicas de la identidad a la carta). ;De qué serviria entonces la filosofia? Bueno, la filo- sofia -en el mismo sentido que la literatura y las ciencias s0- ciales-, como diria el maximo defensor de Derrida en Esta- dos Unidos, Richard Rorty, tiene valor entendida como una coleccién de pricticas de perfeccionamiento personal, que atafie tinicamente al sujeto «ético-estéticon en cuanto indivi- duo privado (y no en cuanto agente social, econdmico o poll- tico) y a su foucaultiano «uidado de si», y es perfectamente aceptable siempre que no se proponga tener consecuencias iiblicas, porque entonces recaeria en el fundament ali smo «re- volucionario», tan peligroso al menos como el «reaccionarion. Identificada en este aspecto con la literatura (que también se habria convertido en una forma de «cuidado de sin del in- dividuo privado 0 lector solitario que se perfecciona y edifi- ca personalmente mediante la lectura, haciéndose mas tole- rante), esta nueva imagen de la filosofia en la cual se habia conseguido reunir, en magica componenda, el caracter tra- dicionalmente «izquierdista» del acercamiento filosofia-lite- ratura con el carécter tradicionalmente «derechistay de la rno-perturbacién de lo establecido (especialmente de la circu lacién mercantil establecida), los Estados Unidos re-exporta- ron a la Europa continental este prodigioso brebaje que con- tentaba a la vez a la izquierda sesentayochesca (que siempre pens6 que era abusivo que el Estado quisiera imponer a los individuos represivamente el modo en que tenian que cuidar de si mismos) y a la derecha neoliberal (que siempre estuvo convencida de que no era oficio del Estado cuidar de los in- dividuos, que de eso ya se encargaba el mercado), encontran- do para ello como terreno abonado el llamado «pensamiento bermenéutico», ese que antafio se habia considerado apresu- radamente «superado por su cardcter presuntamente con- 288 Ms Prozaey menos Platon servador. Tanto despotricar unos y otros contra la obsoleta figura del fildsofo-funcionario-del-Estado trajo como conse- ‘cuencia su relevo por la figura del fildsofo-empresario-del- mercado, estrella de los media, reportero de lujo, predicador religioso-periodistico y médico de los sentimientos (y tam- bién, si se me permite la broma local, renovador de la férmu- la magistral de la «abeceina» nacional). En efecto, gpara qué seguir dilapidando el erario piblico a costa de unos imposto- res intelectuales, pardsitos del sistema universitario que 20 cumplen papel alguno en la sociedad del conocimiento, si se les puede oftecer un nuevo empleo (en el sector privado) para {que se encarguen de atender la inteligencia emocional y las necesidades espirituales e identitarias de los ciudadanos que gozan de tiempo libre para dedicarse a la auto-edificacién, y de las instituciones que precisan asesores que prevengan el fundamentalismo en cualquiera de sus versiones? El fin del Estado Asistencial se nota también en esto: que, para reducir €l infladisimo gasto farmacéutico, la Seguridad Social debe ser liberada de la onerosa carga de tener que subvencionar el Prozac para cuidar a los empleados precarios estresados y deprimidos, sobre todo si puede transferir esta tarea al sector privado (editorial-literario), capaz de producir una literatu- ra-flosofia de facil consumo que puede alcanzar los mismos objetivos utilizando medios mucho més baratos (Platén, por ejemplo, cuyos derechos de autor estén ya suficientemente amortizados). Este es el motivo de que las franquicias euro- continentales de esa medicina angloamericana que ha hecho de la filosofia, no ya un género literario, sino un sub-género de [a literatura de auto-ayuda, hayan alcanzado tan alto grado de aceptacién general y tan pingiies beneficios. Y es también el motivo de que los términos «izquierda» y «derecha» no ten- gan hoy en filosofia un sentido claro. Todo lo anterior esté escrito, como se ha advertido, en el bien entendido de que los «restimenes» de las posiciones con- sideradas que se oftecen son violentamente esquematicos, y no pretenden representar «la verdad» de las «teoriasy en ‘cuestion, sino retratar el movimiento de la lucha simboli- Literatura yfilosfla “i ca que mantienen y en la que se registran las propias luchas -materiales y simbélicas- de la sociedad en la que se produ- cen. En este contexto, ¢ independientemente de que se sea ‘més 0 menos partidario de las «buenas relaciones» entre fi- losofia y literatura o de la «estricta separacién» entre ambas (aunque, como he sugerido, cada una de estas posiciones es dificimente explicable sin referencia a la contratia), la defen~ sa de la confusién de la filosofia con la literatura no me pa- rece hoy, para quienes entiendan que uno de los significados irrenunciables de «{ilosofia» es «criticay, un motivo estraté- gicamente muy adecuado. No porque no haya manera de ar- ticular la defensa de este motivo con una filosofla eritica, tampoco porque no haya pruebas, en nuestro propio pais, de tuna articulacién de ambas cosas en obras que ni por asomo se confunden con manuales de autoestima 0 con las fran- ‘quicias patrias de las multinacionales de la inteligencia emo~ ional y de la industria de las identidades a la carta antes aludidas, sino porque el motivo mismo -por circunstancias uramente histéricas y, si se quiere decir asi, contingentes- cesté enormemente desgastado por el uso que los enemigos de la critica filoséfica han hecho de él, y sobre todo porque en tuna gran mayoria de casos lo han hecho con la complicidad -si no con la complacencia- de sus amigos. Ast como Pierre Bourdieu mostro, en Las reglas del arte, que la posicién autén- ticamente critica (o, al menos, politicamente progresiva) en las letras decimonénicas no correspondia ni a quienes pro- pugnaban una literatura moralizante (con conciencia social) ni a quienes practicaban una literatura complaciente (repro- ductora de lo vigente) sino, paradéjicamente, a quienes de- fendian una literatura pura (el «arte por el arte»), teniendo ‘que cargar por ello con los calificativos contradictorios de cevulgares» y de «aristocréticosy, creo también que en la ac- tual coyuntura histérica la defensa de una (perdén) «filoso- fla pura» -lo que no significa «academicista» ni «escoldstica», desde luego- puede llegar a ser més politicamente relevante ue los ataques contra ella (por mucho que tales ataques ha- yan sido alguna vez politicamente relevantes y, probable- = Més Prozaey menae laton mente, puedan volver a serlo alguna vez, en otras circunstan- cias histéricas). Creo que deberiamos exigir a la Seguridad Social que siguiera subvencionando los antidepresivos (aun- que, como diria Amelia Valedrcel, seria preferible que sub- vencionase los langostinos en lugar del Prozac para estos fi- nes) y al mercado privado de las emociones inteligentes y los espiritualismos actualizados que devolviese a Platén al cir- cuito publico, que es su sitio.

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