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Luigi Giussani EI sentido religioso j Curso basico de cristianismo i # CONSPIRATIO ‘Cuando menos Jo advierta: Vendré casi un perdén de cuanto hace morir, : Vendré a hacerme cierto De su tesoro y el mio, Vendré como alimento De sus penas y las mias, Vendré, acaso ya viene su ‘Murmullo® 2. El signo Una cosa que se ve y se toca, y que al verla y tocar- la me mueve hacia otra cosa, ge6mo se llama? Signo. El signo, por tanto, es una experiencia real que me remite a otra cosa, El signo es una realidad cuyo sen- tido es otra realidad distinta; una realidad experi- mentable que adquiere su significado al conducir a otra realidad diferente. Pues éste es el método con el que la naturaleza nos ama a otra cosa distinta de ella misma: el método del signo. Pero también es el modo normal en que se pro- ducen las relaciones entre nosotros, los hombres, porque Jas maneras en que busco decirte mi verdad y comunicarte mi amor son signos. Si un marciano, de visita en la tierra, viera a una madre dar un beso a su hijo, se preguntarfa el por qué de ese gesto, se veria solicitado por la realidad de ese gesto a inda- gar qué es lo que podria querer decir. La realidad le provocarfa a buscar otra cosa. Este es el fenémeno del signo. 1 ©. Rebors, eDesde la imagen tensa», en L. Giussani, Mi let, op fie, p65 203 3. Negacién iracional Ante este fendmeno no serfa racional —es decir, no estarfa de acuerdo con la naturaleza del hombre— negar la existencia de esa cosa distinta, Frente a una sefial de trafico que indica una bifurcacién, pretender reducir el sentido de la cosa a la existencia del poste y de la flecha que hay en el cartel, negando que exis- ta aquello otro a lo que se refieren, no seria racional. La visién del fenémeno no resultaria adecuada a la energia que produce en el hombre el impacto de su mirada con el poste y la flecha. No seria humanamen- te adecuado participar en ese fenémeno reduciendo la experiencia que se tiene de él a su aspecto inmediato. Imaginemos que yo entrara en tu habitacién, que viese un vaso con un samillete de violetas y dijera: “(Qué bonito! Quién te lo ha dado?”. Supongamos que tt no me respondes, y yo insisto: “:Quién ha puesto ahi ese ramillete?”, Y que entonces tii me res- pondes: “Esté ahf porque est ahi”. Mientras ri te mantuvieras en esta respuesta yo permaneceria insa- tisfecho, hasta que dijeras, por ejemplo: “Me lo ha dado mi madre”. “|Ah!” diria entonces yo, tranqui- Jo, En efecto, una visién humana del fendmeno de la presencia del ramillete de violetas exige que se acep- te le invitacién que estd contenida en él. Y la invita- cién es una provocacién a preguntar: “gCémo es es0?”. La presencia del vaso de flores es signo de otra cosa. Pondré otro ejemplo. Supongamos que tii y yo estamos andando por la montafia, y caminamos un poco jadeantes porque hace un sol terrible, De pron- to se oye un grito: “|Socorro!”. Primera reaccién: nos paramos. Algunos segundos después, otra v. “jSocorro!”. Y yo echo a correr en la direccién de la 204 que parece venir Ja voz, mientras que ti te quedas alli impeztérrito y me dices: “:Qué haces?”. “Pues, que estén pidiendo ayuda”. “Pero no, hombre, equé vas a hacer?”. “iQue estén pidiendo socorro!”. “(Qué va! Tié has ofdo una vibracién del aire que ha resonado s-0-c-0-r-r-0; has oido siete sonidos, pero no puedes deducir de eso que haya alguien pidiendo socorro”. Esto no serfa una forma humana de perci- bir cl fenémeno. No seria racional reducir la expe- riencia de aquel grito solamente a su aspecto audit. vo inmediato. Andlogamente, tampoco es humano afrontar la realidad del mundo frenando la capacidad humana de adentrarse en la biisqueda de lo otro, tal como nos impele a hacer la presencia de las cosas por el simple hecho de ser hombres. Esta es, como ya he dicho, la postura positivista: el bloqueo total del ser humano. Las exigencias iltimas de las que hemos hablado anteriormente son lo que determina el intento inago- table de buscar respuesta a las preguntas: ¢Por qué? 2Cémo? Es algo que nunca se para en nosotros. 4. Cancter exigente de la vida Quiero ampliar esta tltima observacién. Lo que documenta experimentalmente el hecho de que el impacto del hombre con la realidad produzea por su propia naturaleza este presentimiento 0 biisqueda de lo otro es que la vida tiene un carieter exigente, el cardcter exigente que tiene la experiencia existencial. Quiero decir con ello que el tejido mismo de la vida es una trama de exigencias, trama que podria resumirse en dos categorfas fundamentales, pero una y otra con corolarios tan decisives que podrfan 205 también formar parte de Ja lista como categorfas ori- sginales por si mismas: a) La primera categorfa de exigencias se resume en la exigencia de la verdad, es decir, sencillamente en la exigencia del significado que tienen las cosas, del significado de la existencia. Supongamos que tuvie- rais ante vuestros ojos un mecanismo que no habéis visto nunca, Lo podéis analizar todo lo que querdis, hasta el detalle més pequefio de todos sus componen- tes; pero, al final, no podriais decir que conocéis esta méquina si después de todo el examen no hubierais llegado a entender para qué sirve. Porque la verdad de la maquina est en su significado, o sea, en la res- puesta a esta pregunta: “zCudl es su funcién?”. Esta pregunta busca conocer el nexo que hay entre todos Jos engranajes que lo componen y la totalidad del mecanismo, es decir, su finalidad, la parte que tiene Ja maquina en la totalidad de lo real. En este sentido, cuanto més seriamente detalla el hombre la composicién de las cosas, més se exacerba su pregunta por el significado que tienen. ‘Asi, pues, la exigencia de la verdad implica siem- pre la identificacién de la verdad tltima, porque no se puede definir verdaderamente una verdad parcial sino en relacién con lo tiltimo. No se puede conocer nada fuera de la relacién que tiene, aunque sea veloz, todo lo implicita que se quiera, entre ella y Ia totali- dad. Sin entrever al menos su perspectiva tiltima, les cosas se vuelven monstruosas La exigencia de la verdad implica, sosticne y traspasa también [a curiosidad constante con la que el hombre desciende cada dia con ms detalle a cono- cer la estructura de la realidad. Nada le aquieta, nada. “¢Quid enim fortius desiderat anima quam 206 veritatem 2”, decia san Agustin. “gQué desea cl hom- bre mas ardientemente que Ia verdad >”*. La verdad, el significado real de cada cosa, radica en el nexo que percibimos que tiene con a totalidad, con el fondo, con lo tiltimo, Este es el momento ilgido de ese nivel de Ja naturaleza en el que ésta llega a convertirse en “yo”. Una vez, Sécrates, que estaba ensefiando en el Agora de Atenas, en el momento culminante de su disléctica, cuando todos los rostros de sus diseipulos estaban draméticamente pendientes de él, paré de golpe su razonamiento, suspendié su discurso y dijo: “Amigos, gno es verdad que cuando hablamos de la verdad nos olvidamos hasta de las mujeres?””. La humanidad de una sociedad, su grado de civi lizacién, se define por el apoyo que su educacién con- cede a mantener abierta de par en par esta apertura insaciable, a pesar de todas las conveniencias ¢ inte- reses que la quieren cerrar prematuramente. ¢Podemos imaginar que alguna vez el hombre, dentro de cien afios, de mil, de mil millones de siglos, Iegue a decir “Lo sabemos todo”? Estaria acabado, no le quedarfa més que suicidarse. Habria terminado como hombre; es imposible hasta concebirlo, Porque el hombre, cuanto més se introduce en lo real —el impacto con lo cual le ha solicitado y provocado irre mediablemente—, més cae en la cuenta de que todo aquello cuyo conocimiento va alcanzando, tal como cit4bamos antes de Francesco Severi, estd “en fun- cién de un absoluto que se opone como una barrera eléstica a verse superado con los medios cognosciti- vos”, 2 San Agustin, Comentario al evanglo de sar uae 26,5 > CE, Platén, EY donguete, XXX, axib-2128, 4, Seved, Dale sina ale fede, op p. 103 207 b) La segunda exigencia, que pertenece también a la primera categorfa por su naturaleza, es la exigencia de justicia, Hace muchos afios se produjo un gran debate en la prensa inglesa a causa de un hombre a quien, des- pués de haber sido condenado a muerte y ajusticiado, se le reconocis més tarde que era inocente. jEl pobrecillo no habia parado de gritar en Ia cércel que no habfa sido él! Al leer esta tragedia me ensimismé con aquel individuo que fue al patibulo siendo ino- cente. ¢Quién le harfa justicia?

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