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* Nota del editor del blog En el año 2009 la editorial Quadrata de Buenos Aires
me encargó la redacción de un libro introductorio sobre el filósofo Søren
Kierkegaard, en el marco de la colección Pensamientos Locales. Fue editado
finalmente en 2010 como Kierkegaard. Una Introducción. Escuchar una voz
(Escuchar una voz es el título que yo prefiero) y pronto su stock se agotó, o al
menos eso es lo que me comunicaron los representantes de Quadrata que me
encargaron el libro.
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título e idéntica tapa al porteño de 2010. Pedí una explicación a mis editores en
Buenos Aires y me dijeron algunas frases sobre un traspapelamiento, errores u
olvidos, cosas que no llegué a entender. Cosas que otros me comentan que
son usuales con la obra de escritores que jamás pueden controlar la circulación
de sus libros. Según me dicen ahora, solo hay 200 ejemplares en España
correspondientes a aquella primera edición de 2010, que se presentan a sus
posibles compradores españoles como un libro de 2017. Puedo atestiguar que
yo no escribí hasta hoy nada nuevo con este título ni tampoco recibí
compensación económica por ello. Cuando los editores de la versión original
porteña me explicaron lo del traspapelamiento y los olvidos, me dijeron que si
tuvieran que pagarme los derechos de autor por esos ejemplares que circulan
por España, una vez aplicadas todas las deducciones de impuestos, beneficios
para los diversos editores involucrados y las librerías y otros costos de
intermediarios, la suma que me correspondería sería tan exigua que me dejaría
al borde de tener que pagar yo unos pesos a quienes me editaron y están
vendiendo mi libro en España y otras localidades.
(O.A.C)
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¿Quién fue Søren Kierkegaard?
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que ocurrió realmente, es posible intuir que Kierkegaard tomó la decisión de
privilegiar su misión de escritor por sobre cualquier otro vínculo personal.
Hubo todavía otro suceso en su vida que iba a repercutir sobre su actuación
pública y que signó el último tramo de su obra. Es sabido que Kierkegaard fue
un hombre imbuido de un espíritu religioso, aunque siempre manifestó serias
reservas hacia las formas que la religiosidad adoptaba en su contexto social.
Esto lo llevó a establecer una distinción entre el cristianismo -esto es, la
experiencia de un vínculo personal e intransferible con el Cristo de los
Evangelios- y la cristiandad -con lo que aludía a una institución meramente
mundana, organizada alrededor de la iglesia cristiana en sus entonces 1900
años de historia. La muerte del obispo de Copenhague Jacob P. Mynster,
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ocurrida en enero de 1854, marcó un quiebre en esta relación conflictiva.
Mynster había sido pastor de su padre y muy allegado a su familia. El sucesor
de Mynster, el obispo Hans L. Martensen, pronunció el discurso fúnebre del
fallecido obispo, a quien llamó “testigo de la verdad” y “un nuevo eslabón de
una cadena sagrada cuyo origen se remontaba a Cristo y a sus apóstoles”.
Estas palabras tuvieron en Kierkegaard el efecto de un potente revulsivo. En su
diario escribió: “debo entender como mi máximo deber [...] lanzarme al ataque y
hacer una protesta, la protesta contra una predicación del cristianismo que a su
vez tendría necesidad de una explicación frente al Nuevo Testamento”.
Ese fue el punto de partida para una batalla pública contra la cristiandad oficial
que absorbió sus últimos meses de vida. En el periódico Fædrelandet N° 295
(19 de diciembre de 1854), publicó un artículo titulado “¿Fue el obispo Mynster
un ‘testigo de la verdad’, un verdadero ‘testigo de la verdad’? ¿Es esto
verdad?” en el que alegaba que un auténtico testigo de la verdad no podría
haber vivido con comodidad, entre placeres burgueses y honores. El verdadero
cristianismo, sostenía, consiste no en aceptar ese confort, sino en caminar
sobre las huellas de la pasión de Cristo. Poco después empezó a publicar un
periódico llamado El instante, en el que su virulencia contra la cristiandad oficial
se acrecentó. En el número 6 de El instante escribió: “Hay un mundo de
diferencia, un abismo, entre la filosofía de vida de Mynster (que en realidad es
epicúrea, es la filosofía del goce de la vida, de las ganas de vivir, propia de este
mundo) y la cristiana, que es la de los sufrimientos, la del entusiasmo por la
muerte, propia del otro mundo; sí, hay tal diferencia entre estas dos filosofías
de vida, que esta última (si es que hay que tomarla en serio y no exponerla
apenas una vez en un momento de meditación) debe parecerle al obispo
Mynster como una especie de locura”.
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Escuchar una voz
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privilegio y también el motivo de nuestra angustia. Escucha, posibilidad,
singularidad, angustia son palabras claves en la posición de pensamiento de
Kierkegard.
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que se sabe qué se está diciendo, pero en realidad sólo se logra amontonar
una cantidad de problemas bajo una misma etiqueta, sin ser capaces de
reconocer que cada autor es por sí mismo un problema y que una suma de
problemas nunca da como resultado una solución. De modo que prefiero aquí
obviar ese procedimiento que ubica a Kierkegaard como iniciador o como
precursor de una determinada escuela. Me valgo entonces, como clave
interpretativa, de la figura de la escucha. Kierkegaard es el pensador de la
escucha, sus desvelos giran alrededor de ese misterio que sucede cuando
alguien escucha una voz. Esta figura no es un simple invento mío: en torno a
ella se organiza, como vamos a ver, uno de sus libros principales, Temor y
Temblor. Mi propuesta afirma que la figura de la escucha permite organizar
también el sentido de los principales conceptos diseminados por su obra.
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“Levantóse, pues, Abraham de madrugada, aparejó su asno y tomó consigo a
dos mozos y a su hijo Isaac. Partió la leña del holocausto y se puso en marcha
hacia el lugar que le había dicho Dios”.
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incluye la conciencia de que él es incapaz de comprender del todo lo que esta
historia significa. El libro trata entonces no directamente de la experiencia de
Abraham al escuchar esa voz que le ordena hacer algo terrible (algo sagrado),
sino de la dificultad que tiene un lector de este relato por comprender de qué se
trata la misión de Abraham, de cómo Abraham puede escuchar una voz dirigida
exclusivamente a él y ser capaz de responder a esa voz.
Aun así no está todo dicho: el que relata la historia de ese lector obsesionado
por Abraham y por la voz que le habló no es directamente Kierkegaard, sino un
escritor llamado Johannes de Silentio. Para que se entienda: Kierkegaard crea
un personaje, Johannes de Silentio, para que escriba un libro, Temor y temblor,
que cuenta la historia de un hombre obsesionado por un relato del Antiguo
Testamento. Esto es lo que unos años después de Temor y Temblor
Kierkegaard declarará como su “estrategia de comunicación indirecta”, puesto
que lo que hay para comunicar no es un saber que se pueda trasmitir de modo
directo, sino algo que sólo se puede comprender de un modo oblicuo, en el que
el lector tiene que tomar una decisión acerca del sentido del mensaje que
recibe. Este juego de cajas chinas es el refinado mecanismo de escritura y de
pensamiento que Kierkegaard pone en marcha, muy lejos de ser una mera
presentación decorativa de algo que podría decirse de manera más sencilla.
Porque lo que Kierkegaard quiere resaltar es un obstáculo productivo (poiético,
en el sentido clásico) para la comprensión: la dificultad de ponerse en el lugar
de otro. Aquí, en un juego de espejos, hay varios otros: Abraham, el lector de la
historia de Abraham, el escritor de Temor y temblor -Johannes de Silentio-, y el
propio lector, es decir: cada singular de los que leen Temor y temblor. Lo que
así queda planteado es que estas posiciones son intransferibles, que hay un
sentido que atañe en cada caso a uno y sólo a uno y ese sentido no puede
trasmitirse como si se tratara de un saber. Kierkegaard, a través de Johannes
de Silentio, quiere hacernos pensar en la distancia que nos une a Abraham o
en la cercanía que nos separa de él:
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O bien, si hubieras tenido más fortaleza, ¿no se habría adelantado tu pie con
lentitud suma por la buena senda? ¿No habrías suspirado por los antiguos
senderos? Y cuando el llamado resonó, ¿guardaste silencio o respondiste muy
quedo, quizá con un susurro? Abraham no respondió así; con valor y júbilo,
lleno de confianza y a plena voz exclamó: «Aquí estoy»”. (Temor y temblor)
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decirlo, siempre trunca, no existe como una cosa o como un conjunto de cosas
en determinado lugar, disponible para ser manipulado cada vez. Si Kierkegaard
dispuso su obra como una polifonía de voces cuya unidad será siempre
problemática, es ante todo porque es el pensador que tematiza y cuestiona
para la filosofía occidental el problema de la comunicación indirecta, una forma
de dirigirse al otro que siempre está a la espera de que cada lector
desencadene un sentido que sólo a él, singularmente, le atañe.
El Kierkegaard estético
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desesperados, entregados a irónicos juegos del lenguaje. Pero ¿hay una clave
secreta que los unifica? ¿Es preciso mantener la pluralidad de sus diferencias?
¿Cómo leer entonces a Kierkegaard?
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propicio a todos los equívocos. Y la edición castellana de sus libros consuma
una catástrofe: sus obras fueron muchas veces editadas de la manera más
descuidada posible, en la mayor parte de los casos se omitió el problema de la
obra pseudónima, y en algunos casos (O lo uno o lo otro, por ejemplo) se lo
fragmentó de manera amorfa, inventando libros y títulos donde no los había
(Ética y estética en la formación de la personalidad, Estética del matrimonio,
por poner dos ejemplos). Sólo en 2008 se llegó a publicar en castellano O lo
uno o lo otro tal como el autor lo había concebido. Sólo en estos últimos años
se empezó a tomar con seriedad el problema de los pseudónimos a la hora de
leer cada libro. En los estudios kierkegaardianos aún hoy existen obstinad@s
en el error que todavía se molestan cuando se hace alusión a la cuestión de los
pseudónimos.
Existe también una manera más seria de salvar a Kierkegaard de este maltrato:
la escrupulosa lectura de sus textos, el intento de reparar la unidad plural de
sus voces, teniendo en cuenta la declaración que él hizo de su estrategia
literaria en Mi punto de vista y en el Postcriptum acientífico definitivo a las
Migajas filosóficas. En esos libros, él declara que no se debe atribuir a su
pensamiento ninguna idea que no haya firmado el propio Soren Kierkegaard y
que todo lo firmado con pseudónimos no le pertenece como autor porque -dice-
sólo ha sido la mano que escribió lo que le dictaron esas “voces”. Esta curiosa
declaración, propia de un autor que tiene la clara voluntad de desafiar al lector
a arriesgar interpretaciones, combinada con el espíritu lúdico propio de un
singular artista literario, muestra hasta qué punto el propio Kierkegaard quiso
volverse un problema para sus lectores. Desde una lectura más seria,
entonces, hace falta reconducir cada párrafo, cada frase escrita en los diversos
libros “estéticos” (los que firmó con pseudónimos, con excepción quizá de los
que firma el pseudónimo Anticlimacus), hacia la posición subyacente, que es la
que el autor asume cuando firma con su propio nombre: los Discursos
edificantes, Las obras del amor, su última intervención pública en El instante:
allí, podría suponerse, es donde habla Kierkegaard. Además, nunca se debe
perder de vista una remisión fundamental: el texto kierkegaardiano se escribe
siempre en referencia a una voz que lo precede, que lo rige, a una Autoridad a
la que siempre apela: la palabra del Nuevo Testamento.
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Una actitud más cuidadosa ante la obra kierkegaardiana es ineludible: no se
puede seguir leyendo a Kierkegaard sin tomarse en serio esta tarea, hay que
limpiar el camino de todas las malezas que se han dejado crecer a lo largo de
tantos años de lectura descuidada. Pero aún así no es suficiente: hace falta
advertir que esta opción no carece de otros problemas interpretativos; uno de
los más complejos es el de qué hacer con el Kierkegaard de los diarios. Porque
nuestro autor dejó anotados, a lo largo de varias décadas, sus pensamientos
ocasionales, sus ideas en germen, los borradores de los textos que después
serían publicados como libros, incluso las propias opiniones que un tiempo
después le merecían los libros que escribió, su manera de interpretarlos y
hasta de distanciarse al cabo de los años. ¿Qué hacemos con este
Kierkegaard de los diarios? ¿Es este el verdadero Kierkegaard? No lo creo. Es
ciertamente un invitado molesto. ¿Lo debemos tener en cuenta? Sí. ¿A título
de qué? ¿Como la clave secreta de todas las dificultades de sus lecturas? ¿Es
en los diarios donde están las respuestas? No. ¿Hay que reconducir todos sus
libros, no sólo los estéticos, sino también los religiosos, hacia los diarios, hacia
la “trastienda” de sus pensamientos? No me parece. Tomar semejante decisión
implicaría someter incluso los textos que él indicó como los privilegiados (los
que firmó con su propio nombre) a una lectura regida por las opiniones de la
persona Kierkegaard, quitándole soberanía al acto de la lectura del texto
posible. ¿Tenemos que postular la posibilidad de que Kierkegaard se nos haga
“presente” en sus diarios, para indicarnos cómo debemos entenderlo? No lo
pienso. ¿Hay una interpretación subyacente de su pensamiento que pudiera
quedar establecida de modo pacífico y definitivo si seguimos las indicaciones
que él nos hace en sus diarios o si tomamos al pie de la letra sólo los libros que
firmó con nombre propio? Definitivamente no adhiero a este cierre.
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cada uno de sus pseudónimos, modular nuestro oído con sus diversas
entonaciones (Stemning es una palabra clave a la que volveré en los post
siguientes, cuando tengamos que pensar las distintas tonalidades que puede
entonar una voz): Víctor Eremita, el juez Wihlhelm, Un Esposo, el Joven A, El
Seductor, Johannes Climacus, Johannes de Silentio, Constantin Constantius
son los distintos “autores” dispuestos por Kierekgaard para algunos de sus
libros más conocidos. Incluso a veces estos nombres cambiaron de estatus a lo
largo de su obra, pasando de ser personajes de algunos libros a autores de
otros. Leer todos estos pseudónimos por primera vez, dejar ser la proliferación
estética de pseudónimos y personajes como voces singulares, incluso al que
firma como Kierkegaard, animarse a dejar en suspenso provisoriamente al
escritor religioso, no precipitarse en suponer que detrás de todos estos
Kierkegaards hay finalmente uno que se halla más o menos oculto. Es posible
atreverse a aceptar la idea de que el pensamiento de Kierkegaard no se puede
reducir a una voz única, admitir que puede haber pensamientos entre la
pluralidad de sus voces, en el vacío que queda entre ellas, en sus hiatos y
silencios, y dejar subsistir todavía sus contradicciones y secretos como propios
de la vacilación de un pensamiento que lucha consigo mismo.
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Me angustio, soy (Escuchar una voz II)
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de la inmediatez y mediación son nombres para designar la energía que realiza
la realidad y la vuelve verdadera absolutamente. El Saber lo contiene todo
realmente y no de un modo representativo. No hay un otro que se resista. Todo
lo real es racional y todo lo racional es real.
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atraviesa el habla. Kierkegaard desecha esa confianza en la capacidad del
habla para hacer aparecer el pensamiento, la realidad y la verdad, e instala
esta sospecha como problema filosófico: siempre es una voz la que habla,
incluso en la filosofía que se pretende sistemática. "Una voz” señala una
singularidad, con una tonalidad que le es propia, no equivalente ni
intercambiable con otras voces. Kierkegaard pone en cuestión la engañosa
naturalidad con que la filosofía se arrogó la capacidad de pensar de modo
neutro e impersonal. Invita a pensar: ¿qué género literario es este que se
pretende abarcarlo todo, incluso a sí mismo? Como género literario, la filosofía
está sometida a ciertas regulaciones discursivas, necesita una retórica
persuasiva de elevación por sobre los intereses particulares, como si quien
hablara y escribiera filosóficamente no fuera una voz particular, situada siempre
en una posición relativa e interesada, como si esa apariencia desencarnada y
desinteresada no fuera una de las formas más engañosas de un discurso
interesado. Frente a la filosofía sistemática, Kierkegaard insinúa que toda
filosofía es un género literario y lo es precisamente en la medida en que, en su
pretensión de transparencia, se desconoce a sí misma. Así, queda destituida
de su posición de saber de saberes.
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desavenencias. Hacerlo no para terminar de interpretar con corrección a cada
uno de ellos (como si tal cosa fuera posible de modo inequívoco), sino para
encontrar en qué punto se halla nuestra época ante las cuestiones que estos
filósofos señalaron con sus propias palabras. Puede que ninguno (Hegel,
Kierkegaard, Marx, Nietzsche, Heidegger) tenga razón, ni tampoco que todos
estén equivocados, sino que no sea apropiado acercarse a la filosofía con la
intención de dirimir estas disputas tomando partido por uno cualquiera de ellos,
sin reconocer que sus voces responden a tensiones a las que todavía no
alcanzamos a visualizar. La filosofía podría no ser la busca de una tesis
correcta, sino una manifestación oscilante en la que todo fundamento se nos
escurre continuamente.
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singular kierkegaardiano no propicia esa acepción. Traducir Enkelte por
individuo es una decisión que desvía a Kierkegaard hacia las doctrinas de la
auto-afirmación, ajenas a su pensamiento. El Enkelte, solo en su soledad, se
halla escindido, desesperado por no querer ser sí mismo y, al mismo tiempo,
desesperado por querer serlo. No reposa en sí, no es consistente ni puede salir
de esa desesperación sin el encuentro con un otro no semejante (escuchar una
voz...). Se trata de nombrar lo que cada uno tiene de propio e intransferible.
Más praxis que atañe a cada uno que condición natural, no puede reducirse a
un concepto ni a una norma general. No es singular por naturaleza, sino que
deviene singular cuando emprende la tarea de llegar a serlo, lo que deriva de
una decisión personal, distanciándose de la civilización de masas a la que el
individualismo post-moderno es incapaz de sustraerse. Según Kierkegaard en
cada caso siempre habla un ser único, por más que se adjudique una
dimensión universal. Lamentablemente la lectura que durante muchos años se
hizo de sus obras desconoció esta clave, motivo por el cual se tomó con
literalidad lo que un pseudónimo decía en alguno de sus libros y se lo trató de
hacer compatible con lo que otro pseudónimo dijo en otro libro, para armar un
remedo de “sistema” kierkegaardiano, exaltador de la individualidad, que es
justo lo que él cuestionó.
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vincula con la idea de autor, no solo de él mismo como autor, sino de cualquier
autor. Y en especial de los autores que se ocultan detrás de voces
supuestamente desencarnadas.
La sutileza de esta operación es pasada por alto con frecuencia. Esto permitió
que fuera leído durante el siglo xx por sucesivas oleadas de filósofos de
diversas escuelas que construyeron un Kierkegaard a la medida de sus
intereses: Theodor Adorno, Georg Lukács, Jean Paul Sartre , Karl Jaspers,
Gabriel Marcel, Emmanuel Levinas: algunos de ellos se consideraron sus
discípulos, otros sus encarnizados oponentes. Muchas veces estos autores
conocían solo una parte de su obra pseudónima y le atribuyeron a Kierkegaard
lo que esos pseudónimos decían. Esta confusión pasa por alto que Kierkegaard
ni siquiera es neutral o equidistante respecto de cada uno de sus pseudónimos:
a veces es más irónico, en otros casos es difícil deslindar la distancia que lo
separa del pseudónimo o el grado de ironía que está aplicando. Para agravar el
problema, se desconoce completamente la pregunta de cómo puede tomarse
cada texto que Kierkegaard firma por sí mismo. Las estrategia de la
comunicación indirecta genera una onda expansiva que excede incluso sus
propósitos particulares: ¿quién habla cuando hablo?
Este interrogante señala a la vez qué le resulta posible decir a una determinada
voz y qué entonación (Stemning) se requiere para decirlo. Nunca un discurso
puede decirlo todo. Todo discurso está sometido a un régimen particular: quién
habla, a quién se dirige la palabra, qué género discursivo se ejerce, qué tono
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hay que emplear de acuerdo con el asunto del que se habla. Con entonaciones
diversas se pueden decir distintas cosas y hay cosas que no pueden decirse
sino en un determinado tono (a esto alude el título Temor y temblor). La palabra
danesa Stemning, que los traductores virtieron como "atmósfera", "preludio",
"ambiente", "temple", "temperamento" o "talante", contiene la raíz "Stemme",
que significa voz. El Stemning tiene una acepción musical que se refiere a la
tonalidad, el temple (en el sentido en que decimos "templar las cuerdas de una
guitarra" o "el clave bien temperado"). Equivale al alemán Stimmung -en
alemán, "voz" se dice Stimme- que después usaron Nietzsche y Heidegger y se
tradujo como "estado de ánimo", "temple" o "disposición afectiva". Vale la pena
conocer la familiaridad de todos estos términos traducidos de diversas
maneras, porque indica una afinidad de pensamiento. Cuando uno habla, lo
hace indefectiblemente en un determinado tono, incluso el que imposta un tono
neutro en un habla impersonal o teórica. Por ejemplo, si una sinfonía está
compuesta en do mayor y un instrumento toca en sol menor, va a sonar
desafinado, fuera de la tonalidad apropiada. Captar esa resonancia musical del
tono o la afinación puede ser crucial para comprender lo que Kierkegaard
dice.Si uno no acierta en la tonalidad, puede desbaratar el sentido de lo que
dice.
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concierne-. Se trata de mi vida, de lo que me atañe a mí y a nadie más (remito
a lo que dije en el post anterior acerca de Abraham y de la voz que se dirige
sólo a él). Si hablo teóricamente de la condición pecadora de la humanidad
tomada como un conjunto, me vuelvo cómico. De la primera manera, predico o
dialogo; de la segunda, teorizo. Cada una de estas dos formas de hablar tiene
una afinación propia.
Angustia y posibilidad
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Voy a citar ahora algunos párrafos del libro que resultan especialmente
reveladores. En el capítulo 5, capítulo final, dice:
“En uno de los cuentos de los hermanos Grimm se relata la historia de un mozo
que salió a correr aventuras con el solo fin de aprender a horrorizarse. Dejemos
a este aventurero que siga su camino sin preocuparnos si llegó o no a
encontrar algo capaz de infundirle espanto. Lo que sí quisiera dejar bien en
claro es que ésa es una aventura que todos los hombres tienen que correr, es
decir, que todos han de aprender a angustiarse. El que no lo aprenda, se busca
de una manera u otra su propia ruina: o porque nunca estuvo angustiado o por
haberse hundido del todo en la angustia. Por el contrario, quien haya aprendido
a angustiarse en la debida forma, ha alcanzado el saber supremo.
“El hombre no podría angustiarse si fuera una bestia o un ángel. Pero es una
síntesis y por eso puede angustiarse. Es más, tanto más perfecto será el
hombre cuanto mayor sea la profundidad de su angustia. Sin embargo, esto no
hay que entenderlo -como lo suele entender la mayoría de la gente- en el
sentido de una angustia por algo exterior, por algo que está fuera del hombre,
sino de tal manera que el hombre mismo sea la fuente de la angustia. Sólo en
ese sentido ha de entenderse sobre lo que se dice acerca de Cristo: “que se
angustió hasta la muerte”; y también así se ha de entender lo que el mismo
Cristo le dice a Judas: “Lo que haz de hacer, hazlo pronto.” Ni siquiera las
terribles palabras: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” que a
Lutero tanto le horrorizaban cada vez que predicaba sobre ellas..., ni siquiera
esas palabras, repito, expresan el dolor con tanta fuerza como las
anteriormente citadas. La razón es bien sencilla, ya que con las últimas
palabras se designa la situación en que Cristo se encontraba, mientras que con
las primeras se designa la relación con un estado todavía inexistente”.
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una posibilidad: la posibilidad que caracteriza el modo de ser humano. No viene
de algo que esté afuera, sino que radica en la propia intimidad. Una persona se
angustia cuando se experimenta a sí misma como lo que es: una posibilidad.
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demás le devuelven, no una cosa dentro del ámbito de las cosas. Cuando nos
experimentamos como cosa (como res, como algo meramente real) ocupamos
un lugar, nos definimos (nos delimitamos) por una profesión, por una identidad,
un nombre y un apellido, una nacionalidad, un género, una generación: el
hombre joven, el argentino, de género masculino, el profesor, el hijo de..., el
marido de... etc. Este modo de percibirnos nos lleva hacia la cosificación y el
conjunto de estas determinaciones que nos fijan en una identidad en el fondo
no es más que algo ajeno, porque no es eso lo que la persona más
propiamente es. Ni siquiera es la suma de esas determinaciones, es algo más,
que aún no está determinado y le da al singular un carácter abierto, práctico:
libre.
Cuando un hombre liga su propio ser a una mirada que le es ajena (el definirse
a sí mismo por su nacionalidad, su profesión, sus vínculos familiares, el perfil
que los otros le devuelven), cuando desea limitarse a eso y no percibir que
además puede ser otro, entonces uno no quiere ser él mismo, no quiere ser el
que es. El ser humano se apropia de sí cuando se percibe como posibilidad,
alguien cuyo ser no se acaba en su realidad efectiva. Este poder ser no es una
posibilidad puramente lógica, algo imaginario, sino que toca lo que él es más
auténticamente. La posibilidad está abierta hacia el futuro. Más que una cosa
en el espacio soy una posibilidad arrojada en el tiempo, hacia el futuro -un
proyecto, dirá Heidegger, siguiendo la línea abierta por Vigilius Haufniensis.
Captarnos en esta indeterminación pone de manifiesto nuestra precariedad:
esta es la experiencia de la angustia. No nos angustiamos ante una amenaza
exterior, sino por lo que somos. La angustia es la experiencia en la cual un
hombre se capta a sí mismo como ser posible.
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Meditaciones Metafísicas suele tomarse como el texto fundante de la filosofía
moderna. Descartes propone experimentar de una manera radical y extrema la
duda para llegar a asentarse finalmente en alguna certeza: ser cierto. ¿Qué es
lo que yo puedo saber por mí mismo y no porque me ha sido dado por otro?
¿Qué es lo que realmente sé? Para detectar si sé algo por mí mismo tengo que
someter a todas las cosas que hasta hoy creía saber, dice Descartes, a la
duda: si algo sobrevive a la posibilidad de duda, entonces eso lo sé de verdad.
Si algo me parece aunque sea mínimamente dudoso, entonces voy a hacer de
cuenta de que no lo sé de verdad, lo voy a dejar de lado. Manifiesto, en este
ejercicio subjetivo, la voluntad de negar lo incierto como si fuera falso.
Empiezo dudando de los que mi ojos ven, de lo que mis sentidos me trasmiten,
porque me doy cuenta de que mis sentidos a veces se contradicen y las cosas
pueden ser de un modo diferente a como ahora las veo; más tarde puedo
verlas de un modo distinto, por lo que resulta prudente desconfiar de los
sentidos. El célebre argumento del sueño dice que esto que estoy percibiendo
ahora puede que no sea realmente efectivo, ya que es posible que yo esté
durmiendo: puede que esté soñando que estoy leyendo este texto: me ha
pasado a veces el creer que estaba en una determinada situación, cuando en
realidad sólo se trataba de un sueño. Por lo tanto, quiero dudar de este dato
por su incerteza. Y así puedo seguir dudando. Llega el momento en que la
duda se extiende a todo. Descartes descubre que se puede dudar de cada una
de las cosas que hasta ahora creí como más ciertas; por ejemplo: de que 2
más 3 es igual a 5, cosas que nunca me atreví a concebir como si fueran
erróneas. En la época de Descartes una certeza semejante sólo la podían
otorgar las matemáticas. Dudar de la matemáticas, para un filósofo del siglo
XVII es terrible. Así el filósofo que busca la certeza indubitable llega a la
inquietante situación en que es posible dudar de todo. Si buscaba estar cierto
de algo, el resultado de esta voluntad de certeza es que dudo de todo. Yo
puedo poner voluntariamente todo en el campo de la duda, es decir: de lo falso.
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“La meditación que llevé a cabo ayer ha llenado mi espíritu de tantas dudas
que desde ahora ya no estará en mi poder el olvidarlo. Y sin embargo no veo
de qué manera podría resolverlas, pues como si de improviso hubiera caído en
aguas muy profundas, estoy tan sorprendido que no puedo afirmar los pies en
el fondo ni nadar para mantenerme a flote en la superficie”.
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Hay en la literatura argentina una novela escrita por Abelardo Castillo titulada
El que tiene sed. Está protagonizada por Esteban Espósito, un alcohólico. “El
que tiene sed” es una posible traducción para la palabra de origen griego
“dipsómano”. Es una figura eficaz para comprender una de las nociones
centrales del pensamiento de Kierkegaard: la desesperación. El que tiene sed
no la puede saciar con nada, la sed lo lleva a tomar y el tomar le da más sed y
entonces toma más. Esto desencadena una deriva infinita que, como tal, está
destina al fracaso, porque el dipsómano nunca va a saciar su sed. Un ejemplo
similar se halla en el cuento de Liliana Heker “Cuando todo brille”. Presenta a
una mujer obsesionada por la limpieza, presa de una compulsión que la lleva a
no poder parar nunca ante la insoportable idea de que el menor rastro de polvo
pueda ensuciarlo todo. Después de limpiar su departamento frenéticamente,
Margarita quiere detenerse a descansar pero algo la inquieta:
Es fácil imaginar que Margarita nunca logrará el reposo porque, a medida que
limpia, va desplazando y extendiendo más y más la suciedad que quiere
eliminar: “Fregó la pileta con el trapo y se dio cuenta de que si ahora lavaba el
trapo en la pileta esto iba a ser un cuento de nunca acabar”. Si limpia la pileta,
se le ensucia el trapo; y si limpia el trapo, se le ensucia otra cosa. Esto nos
vuelve a empujar hacia una deriva infinita, un cuento de nunca acabar. El título
“Cuando todo brille” parece estar señalando una imposibilidad. No va a llegar el
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día en que todo brille y esta obsesión por la limpieza va a llevarla a propagar la
suciedad incesantemente.
El hombre que al beber tiene más sed y la mujer que quiere que todo brille pero
ensucia su casa cada vez más son figuras muy aptas para ejemplificar la
desesperación. Se trata de una situación de la existencia en la que el ser
humano está tironeado entre lo finito y lo infinito. Somos finitos, es decir:
limitados; pero tenemos sed de infinito. Sentimos esa sed al mismo tiempo que
la imposibilidad de saciarla. Al advertirlo, pensamos: “todo está perdido”.
Kierkegaard define la desesperación con estas tres palabras pero también
señala la posibilidad de una salida. Se trata de una de las ideas más difíciles y
peor entendidas del pensamiento kierkegaardiano. A esta posibilidad que
permite salir de la desesperación se la conoció en las traducciones al
castellano como la repetición. La palabra danesa que usa Kierkegaard es
Gjentagelsen. Otra traducción posible y quizás más precisa sería
"recuperación".
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también trata de esta experiencia de advertir que “todo está perdido”, así como
de una posible salida a esa desesperación.
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amorosa luchan entre sí el presente y el futuro con el fin de alcanzar una
expresión eternizadora”.
Constantín vincula la pasión que está atravesando el joven con una experiencia
que él mismo vivió un tiempo atrás. Había viajado a Berlín y asistió a una
representación teatral que lo fascinó. Esa temporada fue para él inolvidable.
Recuerda el hotel, la habitación donde estuvo, la ventana por la que se
asomaba, el palco desde el que presenció la obra, los nombres de cada
integrante del elenco. Goza en el recuerdo. Tiempo después se propone repetir
esa experiencia feliz. Vuelve a la misma habitación del mismo hotel, al mismo
teatro, para ver la misma obra, desde el mismo palco, con el mismo elenco... ¡y
no vuelve a sentir el placer que experimentó la primera vez! Esto representa
una pérdida enorme. También él se plantea el problema de cómo recuperar lo
que continuamente va perdiéndose. La experiencia de la finitud humana no
impide una sed de infinito. Pero su Stemmning distante le permite contrapesar
la pérdida y no caer en la melancolía del muchacho.
La recuperación
Lo que el libro plantea es: ¿cómo es posible recuperar esta cima de felicidad?
¿cómo transitar esta experiencia sin que se vea amenazada continuamente por
el hastío, la ruina, la certeza de que lo que se tiene está perdiéndose? ¿O es
que no hay salida y todo está perdido?
35
indirecta. El lector no tiene más remedio que tratar de comprender al joven
desde el punto de vista de alguien que en el fondo no lo entiende:“Quizá no
haya comprendido bien al muchacho, quizá él me haya ocultado algo esencial,
quizá ame todavía ver a la joven que abandonó sin decir una palabra, ni la
menor explicación”.
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El joven enamorado de Gjentagelsen parece encontrar en Job un espejo de sus
desdichas, en realidad prefiguradas, porque a él todavía nada se le ha quitado,
sólo perdió el sosiego que se quitó a sí mismo al vivir lo que hoy tiene como si
ya lo hubiera perdido. El muchacho admira la entereza espiritual de Job para
sobreponerse a la pérdida. Le escribe a Constantín:
“¡Oh Job, déjame unirme a ti con mi dolor! Yo no he poseído las riquezas del
mundo, ni he tenido siete hijos y tres hijas, pero también el que ha perdido una
pequeña cosa puede afirmar con razón que lo ha perdido todo; también el que
perdió a la amada puede decir en cierto sentido que ha perdido a sus hijos y a
sus hijas; y también él que ha perdido el honor y la entereza, y con ellos la
fuerza y la razón de vivir, también él puede decir que está cubierto de malignas
y hediondas llagas”.
“Yo te conocía sólo de oídas/ mas ahora te han visto mis ojos. / Por eso me
retracto y me arrepiento / en el polvo y la ceniza” (Job, 42, 5-6).
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sometido y que él pudo superar. En esta restitución, el joven encuentra una
salida a su propia desesperación. Pero a la vez se da cuenta de la dificultad de
reconocer en qué consiste una prueba. No hay un saber posible respecto de
cuándo alguien está siendo sometido a una prueba y cómo ha de actuar frente
ella. No hay una ciencia de las pruebas. Cada prueba atañe a una persona
singular y solo a él. Se trata de ser capaz de quedarse sólo y sin saber frente a
un otro cuyos motivos no se comprenden. Constantín Constantius no entiende
cabalmente cómo el joven encuentra una salida en la posición de Job. El final
de este relato que giró alrededor del problema de la recuperación queda
envuelto en un aire enigmático.
Leí este libro varias veces y siempre me quedó la sensación de que la cuestión
decisiva está elidida, solo indicada de manera indirecta. Kierkegaard logra ese
efecto enigmático a través de la disposición formal de su obra: Constantín
Constantius, el que cuenta la historia, nunca termina de entenderla. ¿Cómo
sonaría una historia contada por un narrador que no la comprende del todo?
Así funciona la comunicación indirecta: merodear el asunto sin poder abarcarlo.
Cuando le comenté mi idea a otros expertos en estudios kierkegaardianos, no
fue muy bien recibida. Los lectores de filosofía están acostumbrados a leer
libros en los que quien enuncia dice saber de qué está hablando. En cambio, la
idea de un narrador que no comprende bien su historia no es tan extraña para
una literatura no filosófica. Gjentagelsen pertenece a un extraño género
literario, una especie de novela filosófica trunca, a pesar de que su "autor",
Constantín Constantius, la caracteriza como Un ensayo de psicología
experimental. Parece una broma, como muchas veces pasa con los títulos y los
subtítulos de los pseudónimos estéticos de Kierkegaard.
38
plantea la exigencia de una manifestación completa del saber absoluto, que no
puede resistir la voluntad de conocer. Dice en su Enciclopedia de las ciencias
filosóficas:
"La esencia primero oculta y cerrada del universo no tiene fuerza alguna que
pudiera prestar resistencia al coraje del conocimiento, tiene que abrirse a él y
poner ante sus ojos y dar a disfrutar su riqueza y profundidades".
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cosa, o más bien es difícil de comprenderlo. Claro que él mismo nos aclara (al
principio de la carta con que cierra el libro) que ha escrito de esa forma "para
que no puedan entenderlo los herejes". Por otra parte, no pretendiendo otra
cosa que tratar el tema estética y psicológicamente, era natural que la forma
fuese humorística. Tal efecto lo consigue admirablemente, unas veces
haciendo que las palabras signifiquen todo, otras significando lo más
insignificante. De esta suerte, el tránsito de un sentido a otro -o, mejor dicho, el
constante estar cayendo de las nubes- es provocado sin cesar por los
contrastes bufos que escalonan la obra".
"Perdona que te hable con tanta confianza, pero no te preocupes, que todo
quedará entre nosotros. Porque a pesar de ser un personaje ficticio, no eres
para mí una colectividad, una multitud indiferenciada, sino un singular.
Estamos, pues, los dos solos, tú y yo.
"Si admitimos de entrada que no son lectores verdaderos los que leen un libro
por razones fortuitas y baladíes, extrañas por completo al contenido del mismo,
entonces tendremos que afirmar categóricamente que incluso los autores más
leídos y celebrados no cuentan en realidad sino con un número muy reducido
de verdaderos lectores. ¿Quién, por ejemplo, desperdicia hoy ni un minuto de
su precioso tiempo entreteniéndose con esa idea peregrina de que ser un buen
lector es un auténtico arte? ¿Y, todavía menos, quién es el prodigio que intente
de veras ejercitarse en este arte de ser un buen lector? Este lamentable estado
de cosas no ha podido menos que ejercer una influencia decisiva en un autor a
quien conozco personalmente y que, a juicio mío, hace muy pero muy bien, a
imitación de Clemente de Alejandría, en escribir de tal manera que los herejes
no puedan comprenderlo".
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Constantín aprueba y emula ese proceder. Vigilius Haufniensis atribuye
imprecisamente esas palabras al propio Constantín. ¿Quién será ese autor a
quien Constantín conoce personalmente? ¿Tal vez el propio Kierkegaard? Esta
marginal nota al pie es reveladora de los procedimientos laberínticos de
enunciación que Kierkegaard pone en marcha a través de su remisión de
pseudónimos. Constantius le habla a un lector que él mismo define como un
personaje ficticio, querido y singular. Dice estar solo con ese ser ficticio a quien
escribe. Hoy sabemos que el propio Constantín es un personaje ficticio creado
por Kierkegaard para escribir Gjentagelsen, al que otro autor ficticio creado por
Kierkegaard, Vigilius, califica a la vez de original, errático e inconsecuente.
Parece claro que a través de estos reenvíos, en el vacío que estos textos
circundan, debe buscarse el sentido al que Kierkegaard se propone llevarnos.
Constantín epiloga su libro diciendo que es muy difícil que un autor encuentre a
un verdadero lector. Le adjudica a la buena lectura el rango de prodigio
artístico. Este encuentro anhelado se hace posible si el autor hace silencio
sobre lo decisivo y confía en que puede existir al menos un lector que sea
capaz de detectarlo solo. Cuando alguien escribe un texto pensando en un
lector singular que no sabe si existe, no puede estar seguro de que su silencio
será leído. Solamente un lector atento puede encontrar el silencio en medio de
un texto.
La repetición
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¿Podríamos a esta altura de nuestras lecturas re-titular la traducción y empezar
a hablar de un libro llamado La recuperación? No sin descalabrar toda una
literatura de comentaristas que giraron durante más de un siglo alrededor del
concepto de repetición. ¿Sería una traición a Kierkegaard traducirla como La
recuperación? No. ¿Haría ese pequeño cambio más comprensible el libro?
Puede ser. ¿Qué hacemos con los lectores célebres que en la filosofía y en el
psicoanálisis hicieron girar todos sus desarrollos a partir de la repetición? Dejar
que sigan. ¿Entienden bien aquello a lo que Kierkegaard apuntaba al crear al
autor Constantin Constantius? Quizás no. ¿Es este malentendido subsanable?
Es un poco tarde. ¿Podemos volver a empezar a leer a Kierkegaard
prescindiendo de un siglo y medio de lectores? Debemos volver a empezar a
leerlo prescindiendo de todos los lectores anteriores.
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certeza de que todo va a perderse les parecería un obstáculo penoso.
Entonces sigamos leyendo Gjentagelsen como La repetición / La recuperación.
Quedémonos en este vaivén que nos desorienta. Una oscilación es algo no
apropiado para acuñar un concepto teórico. Pero la teoría no es un problema
para el joven enamorado: tampoco parece serlo para Kierkegaard. Sí lo es para
Constantius, autor del "ensayo de psicología experimental", un espectador de
teatro, es decir, alguien preocupado no tanto por el amor y su posible pérdida
sino por la representación.
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mismo problema que Johannes de Silentio en Temor y temblor, una
interpretación que ninguno de ambos textos explicita. Gjentagelsen y Temor y
temblor son libros de tonalidades muy distintas, cuyo vínculo conceptual no
tiene la evidencia que le adjudica Vigilius. No es tan asombroso ahora que
sabemos que Kierkegaard los publicó el mismo día, como el lado A y el lado B
de un mismo asunto. Entonces: ¿eso que falta en Gjentagelsen debería estar
en Temor y temblor? ¿o tal vez lo que falta en uno falta también en el otro? Si
Gjentagelsen es, según la caracterización que hace Vigilius Haufniensis, una
obra de tonalidad bromística, Temor y temblor pertenece al género de los
relatos terroríficos.
¿Dónde está Kierkegaard? ¿En la broma de sacar dos libros, uno humorístico y
otro terrorífico, el mismo día, con distintas firmas? ¿Hay algo más detrás de
esta broma? ¿Radica la broma en escribir de tal manera que los herejes no
puedan comprenderlo, como dice Vigilius? Y si algunos no van a poder
entender esto porque el escritor mismo se lo propuso, ¿quién podrá
entenderlo? Kierkegaard dice que es un escritor religioso. ¿Nos permitiremos
decir que es un escritor que no sabemos dónde ubicar? ¿quién ubica hoy lo
religioso? Él no es un filósofo, no es un teólogo, no es un pastor, no es un
psicólogo ni un poeta. No sabemos bien qué es. En cuanto a nosotros,
¿podríamos leer a Kierkegaard y ubicarlo?
Se trata de una pérdida no solo aceptada con resignación sino decidida por el
mismo padre. El caso es aún más dramático que los de Gjentagelsen y del
Libro de Job. Porque a Job es Satán el que le inflige los daños y en
Gjentagelsen el joven tiene miedo de que el tiempo le quite a su amada, pero
en Temor y temblor es el propio Abraham el que tiene que disponerse ya a
sacrificar a su hijo. Tiene que empuñar el cuchillo para matarlo, de acuerdo con
el mandato de la voz divina. Johannes de Silentio dice que admira a Abraham
pero no lo puede entender.
45
Lo que tienen en común Job y Abraham es que en ambos casos se trata de
una prueba a la que un hombre es sometido. En Temor y temblor la prueba
consiste en ver si Abraham es capaz de recuperar la paternidad de Isaac, que
en primera instancia le fue otorgada por un don gratuito. La recuperación
depende solo de él. Para llegar a eso, tiene que hacer un primer movimiento:
darse cuenta de que Isaac, el hijo que tanto ama, ya está perdido, destinado a
morir, como todos, a perderse como todo lo que alguien tenga en la vida. Todo
lo obtenido en nuestra existencia va a perderse, así es como en algún
momento sentimos nuestra finitud. Abraham tiene que asumir la pérdida de su
hijo .En eso consiste resignarse, algo que, por más duro que sea, es
humanamente posible. Pero a la vez, mientras vive esa pérdida, Abraham
parece capaz de un acto más que humano: recuperar, en un doble movimiento,
a Isaac. Si lo logra, por primera vez se vuelve propiamente padre de Isaac. Si
Abraham no es capaz de empuñar el cuchillo, aceptando que Isaac ya está
perdido, entonces pierde a su hijo. La única manera de recuperarlo, es
empuñando el cuchillo. Esto es, por supuesto, una paradoja.
Abraham está llamado por una voz que los demás no pueden escuchar. La voz
que lo llamó por su propio nombre, le dijo: "Abraham". Y él respondió: "heme
aquí". Escuchar esta voz abre la posibilidad de que él recupere lo que de otra
forma ya está perdido. Abraham, dice Johannes de Silentio, no puede disponer
de esa voz que lo ha llamado, no puede inventarla, crearla desde sí, construirla
como un artista ni con la ayuda de los otros. Abraham puede escuchar o no
escuchar, puede responder o no a la llamada, pero no puede inventar esa voz.
46
Es la voz de otro. Hay una precondición que no es suya, que depende de algo
que excede a su voluntad, ante la cual él puede elegir responder o no, en el
instante en que es llamado.
Pero ¿cómo se reconoce que se trata de una prueba? Ya lo vimos con Job: no
hay una ciencia general de las pruebas. La recuperación presupone que
Abraham está sometido a una prueba. Y cuando Abraham es capaz de cumplir
con la prueba, es decir cuando alza el puñal, no antes, es cuando aparece el
mensajero que detiene la matanza y le devuelve a Isaac. En lugar de Isaac se
sacrifica a un cordero -como anticipo de otro cordero que se sacrificará en un
relato posterior.
¿Cómo se identifica que se trata de una prueba? Temor y temblor nos dice que
no hay ninguna regla, ninguna pista que pueda darse. Una prueba es algo que
concierne a cada persona en su absoluta singularidad y en soledad. No puede
hablarse de esto directamente. Ni la filosofía, ni el sermón del domingo, ni
ninguna tecnología del yo ni de las ciencias de la psiquis o de la sociedad,
nada puede decirnos cómo se enfrenta una prueba. Lo que está claro para
Johannes de Silentio, el autor que no comprende realmente cómo pudo hacer
Abraham para mantener la calma durante esos tres días, es que, si él no
empuñaba el cuchillo, a Isaac lo perdería definitivamente, porque la muerte los
iba a separar tarde o temprano.
47
Este acto es posible porque el vínculo, ahora transfigurado, ya no es entre dos:
el padre y su hijo. Si solo hubieran dos, no habría salida para la desesperación:
Abraham se habría aferrado a su hijo como a una pertenencia. Hay un tercero
que pidió que Isaac fuera algo más que su propio hijo para convertirse en un
prójimo. El puñal levantado cortó el vínculo del amor propio para fundar el amor
al prójimo. Si no confiara en ese tercero que llamó a Abraham a que sacrifique
a Isaac, estaría destinado a perderlo. Esa voz lo llamó y Abraham la escuchó.
Isaac fue recuperado.
El relámpago
“El contenido de este pequeño libro afirma, pues, lo que realmente significo
como escritor: que soy y he sido un escritor religioso, que la totalidad de mi
trabajo como escritor se relaciona con el cristianismo, con el problema de
«llegar a ser cristiano», con una polémica directa o indirecta contra la
monstruosa ilusión que llamamos cristiandad, o contra la ilusión de que en un
país como el nuestro todos somos cristianos”.
Todos sus libros, incluso los que denomina estéticos y firma bajo diversos
pseudónimos, aun aquellos en los que se refiere elípticamente a la cuestión o
48
en los que el tema directamente no aparece, están vinculados con el problema
de cómo llegar a ser cristiano. Esta posición está en lucha, remarca, contra la
“monstruosa ilusión” de la cristiandad. Ser cristiano, en sus términos, no
consiste en formar parte de determinada iglesia sino en entablar un vínculo
personal con Cristo. Este vínculo lleva a poner en suspenso una tradición de
1900 años para llegar a ser contemporáneo de Cristo.
Hay que dar un salto. Este salto no nos arranca de la época para llevarnos a
una intemporalidad abstracta, como van a interpretar después sus detractores.
Kierkegaard piensa la existencia singular en una encrucijada temporal en la
que cada uno a la vez sigue viviendo en el tiempo en que vive pero trasciende
la condición de ser un ejemplar de una cadena histórica. No abandono mi
época, pero me distingo, asumo mi carácter único, irreductible. Existo en una
tensión con la época por la que, solo, puedo hacer todo de nuevo. No nacemos
singulares: podemos llegar a serlo. Como entes finitos, no nos resulta posible
salirnos de la historia ni de los vínculos con los antecesores ni con la
comunidad con la que co-existimos. Pero cada uno tiene la posibilidad de
experimentar su tiempo también de otra forma, desde otra posición: en el
instante. Ahí donde el tiempo y la eternidad se cruzan. La cruz: una posición
inconcebible y a la vez la única salida de la desesperación por querer y por no
querer ser uno mismo.
49
o un ícono cultural es lo que caracteriza a la cristiandad que Kierkegaard
recusa. La primera alternativa, la de ser contemporáneo con Cristo, es la que
abre la puerta a ser cristiano. Kierkegaard declara que este es el problema
decisivo que articula toda su obra de escritor.
50
Kierkegaard propone un modo de lectura de los Evangelios radicalmente
nuevo, en abierta disputa con una tradición bimilenaria. Se trata de una lectura
post-iluminista y post-idealista. Por eso, si se la quiere encarar con
instrumentos conceptuales iluministas -como los que, por ejemplo, por su
misma época dispone Marx, o unas décadas después Nietzsche- el sentido de
la obra kierkegaardiana se nos escapa del todo. Se verá si somos capaces de
atravesar el iluminismo que nos constituye históricamente o, como buenos
tardomodernos, nos quedamos atascados en él.
51
barricada, El Instante. Llega a editar nueve números y dejará incompleto el
décimo. En el número 2 dice:
“Si el cristianismo tiene que instalarse aquí, antes que nada debe desaparecer
esta ilusión. Pero dado que esta ilusión, esta fantasía, consiste en que los
hombres se consideran cristianos, parece que instalar el cristianismo fuera
quitárselo. Sin embargo, es lo primero que debe hacerse: la ilusión tiene que
desaparecer”.
52
Alianza, 1968. En el “Coloquio sobre Kierkegaard” Jeanne Hersch, profesora de
la Universidad de Ginebra, dijo:
«Estoy un poco molesta por el hecho de que los cristianos reivindiquen una
especie de posibilidad exclusiva de comprender y leer a Kierkegaard, mientras
que los que no son cristianos reivindican para sí la posibilidad de encontrarse
con él. Si fuéramos kierkegaardianos, ¿no ocurriría lo contrario? Los cristianos,
en lucha con su cristianismo, como lo estuvo Kierkegaard, ofrecerían una
posibilidad de contacto y de comunicación mediante los no-cristianos; y al
revés, los no cristianos experimentarían, como lo experimento yo a cada
momento, el sentimiento de comprender a Kierkegaard por efracción, por una
especie de hurto».
53
busca retirarse tímidamente (“porque el amor es siempre tímido”) para que el
lector pueda tomar una decisión que concierne a su relación con la verdad.
54
El desconocido
55
la voz que le pide que sacrifique a su hijo. Incluso, más allá de Kierkegaard,
convoquemos al hombre que se debate en una duda que sabe que no podrá
olvidar (Descartes), a la mujer obsesionada por la limpieza que sólo logra
ensuciar todo cada vez más (Heker) y al hombre que cuanto más toma más
sed tiene (Castillo). Convoco aquí también a Nietzsche en su experiencia abisal
del Eterno Retorno, ante la que pretende erguirse atado al falo de su voluntad
de poder. Cada uno de ellos se choca con su límite, con esa sed que no se
sacia. Cada uno de ellos se sostiene ante ese temblor del suelo o sucumbe.
Algunos tratan de olvidar o se extravían, otros se dejan guiar sin saber,
confiando misteriosamente. La pregunta de Migajas filosóficas dice cómo es
posible que surja ese sabor de lo eterno en la vida temporal y si existe alguien,
un maestro, que pueda asistir a una persona en esas circunstancias.
56
otro completamente des-semejante. No se trata de un desarrollo inmanente de
la experiencia de la conciencia ni del reconocimiento de dos conciencias
semejantes y contrapuestas. No es una cuestión de conocimiento ni de
reconocimiento.
57
bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba de que sois
hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que
clama: ¡Abbá Padre! De modo que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo,
también heredero por voluntad de Dios». [Gál., 4, 4]
58
tampoco otra cosa que conozca. Llamemos a eso desconocido Dios”- dice
Climacus.
59
“Y sucedió que mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se
acercó y siguió con ellos; pero sus ojos estaban retenidos para que no le
conocieran. Él les dijo: «¿De qué discutís entre vosotros mientras vais
andando?» Ellos se pararon con aire entristecido.
"Él les dijo: «¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron
los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su
gloria?» Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les
explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras.
“Al acercarse al pueblo a donde iban, él hizo ademán de seguir adelante. Pero
ellos le forzaron diciéndole: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día
ya ha declinado». Y entró a quedarse con ellos. Y sucedió que, cuando se puso
a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iban
dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció
de su lado. Se dijeron el uno al otro: «¿No estaba ardiendo nuestro corazón
dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las
Escrituras?».”
60
desconocido. Acaece la verdad como des-velo. Es un instante y entonces
desaparece.
El signo de contradicción
La buena noticia que trae es que ese hombre [Ecce Homo] es la realeza que
todos estaban esperando, aunque los contemporáneos no lo reconozcan. Una
buena y una mala: lo matan. Lo distingue su falta de distinción, ser un
insignificante, juntarse con los débiles, con los pobres, mirar con desconfianza
a los ricos. Es fácil escandalizarse cuando él invita, cuando dice a los
atribulados que los va a aliviar. Por una brusca transfiguración del signo, su
insignificancia puede invertirse en la significación decisiva para mí, si yo confío.
62
es realidad para ti. Y de esta manera cualquier hombre solamente puede ser
contemporáneo: con el tiempo en que vive –y con una cosa más, con la vida de
Cristo sobre la tierra, ya que la vida de Cristo sobre la tierra, la historia sagrada,
se mantiene privilegiadamente por sí misma fuera de la historia.”
63
va a ver quién sos. Ese otro te pone ante una encrucijada: creés o te
escandalizás. Creer no es aceptar dogmáticamente una doctrina. Creer es,
dicho en término prácticos, amar a ese desconocido, confiarle. Esta posibilidad
de patencia es condición de la verdad, pero demanda de mi decisión:
64
Ni siquiera Dios puede comunicar directamente que él es la verdad, aunque
esté delante de mí y diga: “soy la verdad”. Todavía falta que cada uno se
decida. ¿Por qué tendrías que confiar en la verdad cuando ella te habla? ¿Por
qué confiar en un desconocido? No hay por qué: podés confiarle o no. Podés
perfectamente odiar al desconocido, darle la espalda, despreciarlo o serle
indiferente. La condensación de toda estas posibilidades negadoras es el
escándalo: la repulsa de la verdad. Si el singular no advierte esa posibilidad,
entonces tampoco puede elegir la fe. La posibilidad del escándalo es lo que le
da seriedad al dilema:
65
lo que es la verdad? Parece como que Pilatos está deseoso de saber,
dispuesto a aprender, pero verdaderamente su pregunta es disparatada del
todo, no porque pregunte «qué es la verdad» sino porque se lo pregunta a
Cristo, cuya vida es cabalmente la verdad y que, por eso mismo, en todo
momento muestra con su vida lo que es la verdad con mucha más fuerza que
todas las agudísimas y prolijísimas exposiciones de un pensador".
66
entre el precursor y el seguidor, imposible que lo haya de generación en
generación, aunque el mundo durase 18.000 años, porque la verdad no es
distinta del camino, sino que es cabalmente el camino". Por eso la cristiandad
es una estafa, porque finge que la fe es algo que puede transmitirse por
tradición. Por eso, también, Kierkegaard se aparta netamente de toda
concepción progresista de la historia. Porque con cada uno la verdad vuelve a
aparecer o a perderse, sin que pueda relevarse de uno a otro como en una
carrera de postas. En lo que respecta a la verdad nadie acumula puntaje para
otros. Incluso uno solo no puede dar por sabida una verdad y dejarla disponible
para volver a ella como a un recuerdo, sino que tiene que vivirla en cada
instante volviendo al inicio. En este contexto, con la verdad como camino y
como vida, la noción de recuperación (Gjentagelse) adquiere su sentido más
preciso.
Libertad y posibilidad
Por eso, en la contemporaneidad late una inquietud que nunca cesa. No existe
en el pensamiento kiekegaardiano un creyente que pueda ponerse a salvo de
la posibilidad del escándalo: si así fuera, junto con esta posibilidad se dejaría
atrás la misma fe. No hay tampoco una iglesia triunfante. Cada uno está
siempre en la encrucijada. Por eso dice Johannes Climacus en Migajas
filosóficas: “Si la generación contemporánea de los creyentes no tuvo tiempo
67
de triunfar, ninguna otra generación lo tiene, puesto que la tarea es la misma y
la fe está siempre en lucha; por ello mientras vuelva la lucha, hay posibilidad de
derrota y por ello en el ámbito de la fe nunca se triunfa antes de tiempo, es
decir, nunca en el tiempo.”
68
evangelios? ¿O solo son fuentes de dichos dogmáticos que reclaman una
posición de creyentes?
“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu
mente. Este es el mayor y primer mandamiento. El segundo es semejante a
este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos pende toda la ley y
los Profetas”. [Mateo, 22, 37-40]
69
la comunicación encontramos ideas muy fértiles en la escritura
kierkegaardiana.
Antes de explayarnos sobre la praxis del amor al prójimo que habita en el acto
de la escritura, vamos a detenernos a considerar cómo fue evaluada la posición
kierkegaardiana en términos prácticos y políticos. Vamos a detenernos en un
autor que en la primera mitad del siglo xx se constituyó en modelo
paradigmático de recepción adversa a la obra de Kierkegaard: el marxista
Georg Lukács.
70
del siglo xx: “se trata de un intento típico en la historia del irracionalismo por
frustrar el desarrollo ulterior de la dialéctica mediante la tergiversación del
verdadero problema que en cada período señala el camino hacia adelante”.
Para entender este “repudio constante” hay que trazar el escenario de ese
drama en el que Hegel y Marx son protagonistas principales y Kierkegaard una
especie de despreciable actor de reparto. Lukács sostiene que Hegel tuvo la
importancia de haber reducido a conceptos –si bien a través de una filosofía
idealista, lo cual para un marxista como él será una sería una evidente
objeción- las determinaciones y conexiones dialécticas más importantes de la
realidad. El aporte principal de Hegel sería así su concepción de la historia
universal como ámbito del despliegue del sentido de la realidad. La verdad es
el resultado de un proceso histórico. Cada individuo, cada pueblo, cada
realización cultural, son momentos de ese despliegue. El sentido y la verdad de
esos momentos particulares sólo pueden alcanzarse en la unificación: la
síntesis conceptual que hace el Espíritu (entendido universalmente como
espíritu de la humanidad en su conjunto y no como subjetividad individual) de la
totalidad de ese despliegue histórico, la Historia Universal. En su particularidad,
cada individuo, cada pueblo y cada época son momentos del despliegue que
solo tienen una realidad y una conciencia relativas; pero al mismo tiempo son
instrumentos involuntarios del trabajo del Espíritu, que excede sus intenciones
particulares. La falta de una conciencia total del proceso constituye la
abstracción, la finitud y la irrealidad de esas expresiones particulares. Sólo
cuando son pensadas como momentos de un devenir dialéctico guiado por el
trabajo interno del Espíritu, es decir, cuando son unificadas por el pensamiento
en el elemento concreto y único de la Historia Universal, sólo entonces, los
individuos, pueblos, realizaciones culturales y épocas adquieren su verdadero
sentido, que no será el que ellos creían saber.
71
cuales el Espíritu del mundo produce su Juicio y deviene absoluto. La historia
es la realización del Juicio Universal que dota a estas particularidades de su
verdad.
Lo que Hegel entiende por Historia Universal no debe confundirse con el simple
despliegue exterior de los hechos históricos. Esto constituye un paso necesario
de ese desarrollo pero, por su exterioridad, carece aún de verdad. La
universalidad es la manifestación para sí de la Historia: esto quiere decir: hay
historia sólo cuando hay una conciencia que unifica los hechos y descubre así
su sentido absoluto. Lo que la hace devenir universal es la conciencia una ante
la cual se manifiesta: es en el ámbito de la conciencia donde la Historia se
unifica y universaliza, negando, conservando y superando la relatividad de los
momentos históricos particulares, relativos y finitos. Estas particularidades de
los individuos, los pueblos y las épocas son la inmediatez desde la que “se
produce el Espíritu del mundo como ilimitado”. La Historia es, absolutamente,
auto-manifestación del Espíritu. “Para sí” indica que el Espíritu se despliega y
se absuelve en sí mismo a sí mismo.
Para el marxista Lukács hay algo que conservar y algo que superar en la
concepción hegeliana de la historia. Según sostiene, la dialéctica idealista de
Hegel mistifica -es decir: distorsiona y oculta- su origen, al atribuir a las
categorías lógicas del pensamiento un auto-movimiento, como si ellas no
dependieran de nada más que de sí mismas, cuando para el materialismo
lukacsiano sólo son una abstracción del movimiento de la realidad objetiva. Es
la realidad objetiva misma la que se desenvuelve dialécticamente y no el
Espíritu lo que se expresa a través de ella. Lukács sostiene que la realidad
material y objetiva se despliega por sí sola y que a posteriori el pensamiento
humano viene a reflejar ese movimiento en la filosofía dialéctica. Así reconoce
la validez de la dialéctica hegeliana como reflejo de la dialéctica real que ya se
encuentra en la naturaleza, pero le reprocha a Hegel el idealismo que significa
suponer que es el Espíritu el que se despliega en ese proceso de la Historia. La
dialéctica subjetiva refleja, en el conocimiento humano, a la dialéctica objetiva
de la realidad.
72
Lukács, apoyándose en una cita de Marx, afirma que sólo se trata de operar
una inversión del idealismo hegeliano, manteniendo su carácter dialéctico: “Lo
que ocurre es que en él [en Hegel] la dialéctica aparece invertida, vuelta del
revés. No hay más que darla vuelta, mejor dicho enderezarla y en seguida se
descubre bajo la corteza mística la semilla racional”. [Karl Marx, El capital]. Es
la relación reflejo-reflejado que se establece entre la lógica y la realidad la que
le da verdad al pensamiento, al contrario de Hegel, para quien el pensamiento
da sentido, valor y verdad a la mera exterioridad de los hechos objetivos. Los
defectos de la lógica hegeliana se superan mediante la captación científica de
aquel movimiento real, cuyo reflejo es el movimiento lógico, estableciendo así
la relación adecuada entre la realidad (lo reflejado) y la lógica (la imagen
refleja).
Va más allá de los límites de este texto determinar si lo que proponen Marx y
Lukács (en el caso de que propongan lo mismo) puede lograrse por la sola
inversión del idealismo hegeliano. ¿Cómo puede fundarse el carácter dialéctico
de la realidad objetiva, si no se presuponen de antemano las categorías de la
lógica dialéctica? ¿Podría hablarse siquiera de la objetividad de la dialéctica si
antes este concepto no hubiera aparecido en el idealismo hegeliano? ¿Se
podría acceder objetiva y científicamente a un presunto movimiento dialéctico
de lo real prescindiendo de la metafísica idealista? ¿Qué criterio epistemológico
puede validar esta “captación científica” del movimiento de lo real sin acudir a
un a priori metafísico ni caer en un empirismo grosero? ¿Cómo accede la
ciencia, entendida en el sentido lukacsiano, a la verdad de la realidad objetiva?
¿O esta afirmación de la dialéctica de lo real es un axioma incuestionable, algo
autoevidente e imposible de ponerse en duda? ¿No se esconderá detrás de
este círculo un malentendido en torno a la acepción hegeliana del Saber
Absoluto (Wissenschaft) y una equívoca sustitución de su significado por un
empirismo a-crítico? Dejo estas preguntas en suspenso para otra oportunidad.
73
racionalmente hacia la dialéctica materialista. Abandonan el camino de la
racionalidad y se dirigen hacia el irracionalismo. En el Kierkegaard de Lukács
esto supone la suplantación de la dialéctica por una pseudodialéctica
subjetivista que renuncia a captar la racionalidad objetiva de la historia.
Kierkegaard fundaría su posición, entonces, en “el individuo mentalmente
aislado de la historia y de su comunidad” y estatuiría un “solipsismo moral”. El
individuo kierkegaardiano establece una relación de contemporaneidad con
Cristo que pasa por alto -siempre según Lukács- los 2000 años de historia que
nos separan de él. El hecho histórico “Cristo” es, en la interpretación lukacsiana
de Kierkegaard, un hecho absoluto, al cual el individuo como tal se vincula
absolutamente, sin mediación de la historia. La historia nunca puede otorgar
una prueba decisiva a la fe, porque la historia es en el Kierkegaard de Lukács
un saber basado en la aproximación indefinida y siempre indecidible. Dado que
“El paso mismo de Cristo por la tierra constituye el punto culminante del
incógnito, ¿por dónde -se pregunta Lukács- va a saber la subjetividad religiosa
a quién y en qué actos o intenciones debe prestar acatamiento?”. La
incognoscibilidad de la historia, su incapacidad para decidir algo acerca del
único hecho que para Kierkegaard verdaderamente importa, son, a los ojos del
marxista húngaro, enteramente solidarios con el repudio kierkegaardiano del
conocimiento objetivo y su necesidad de borrar toda huella de objetividad. Por
eso, dice él, el cristianismo kierkegaardiano no puede fijarse en una doctrina
que sea comunicable. Confinado en el abismo mental del individuo,
Kierkegaard rechazaría toda experiencia comunitaria.
La comunicación de poder
74
No es casual que la recepción que hizo la izquierda marxista en la primera
mitad del siglo XX (de la cual Lukács es uno de los primeros y principales
exponentes, que inmediatamente inspiraría al joven Adorno) muestre una
radical incomprensión de todos los conceptos claves del pensamiento
kierkegaardiano: esta recepción no tiene en cuenta el planteo acerca de la
comunicación indirecta como comunicación de poder, diferenciada de la
comunicación directa como comunicación de saber; no presta atención a la
estrategia de los pseudónimos en el despliegue de la comunicación indirecta,
por lo que le atribuye erróneamente a Kierkegaard todas las proposiciones de
Víctor Eremita, Johannes de Silentio, Constantin Constantius, Johannes
Climacus, y Vigilius Haufniensis –autores respectivamente de O lo uno o lo
otro, Temor y temblor, La repetición, Migajas filosóficas y el Postcriptum y El
concepto de angustia; cita indistintamente el diario personal, las obras
pseudónimas y las firmadas por su propio nombre para armar un remedo de
sistema kierkegaardiano que desbarata la meditada arquitectura que
Kierkegaard quiso dar al conjunto de su obra; esquiva cuidadosamente el difícil
y decisivo concepto de recuperación (Gjentagelse), acuñado como alternativa a
la mediación hegeliana; y confunde constantemente la posición del singular
(Enkelte) con la de un individuo aislado en su subjetividad; desdibuja la noción
kierkegaardiana de contemporaneidad como rasgo distintivo de la verdad y le
atribuye una negación abstracta de la historia, negación encerrada en una
eternidad fantasmagórica que confunde con un idealismo tosco, ajeno a la
potencia práctica que la contemporaneidad tiene en Kierkegaard.
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Esta reducción de las posiciones kierkegaardianas se hace a partir de una
naturalización del concepto del poder, de la historia, de la posibilidad de
conocer la historia científicamente y de la posibilidad de obrar para hacer
avanzar la historia hacia una creciente racionalidad, como si todos estos
conceptos fueran comprensibles por sí mismos y sólo hubiera que optar por
ponerse al servicio de las fuerzas progresivas u oponerse irracionalmente a
ellas. Lo que queda afuera de estos discursos que reducen el pensamiento a
nociones políticas acríticas es una auténtica interrogación por la naturaleza del
poder y un escandaloso olvido por el propio poder encarnado en el discurso
que se ejerce. Porque si siempre y en todos los casos se trata de una lucha por
el poder, ¿cuál es el poder que se pone en juego al enunciar estas teorías
políticas? ¿Qué poder se ejerce, cómo aparece y qué es lo que queda oculto
cada vez que se habla teóricamente en nombre del progreso, de la historia y la
sociedad, de la racionalidad y del conocimiento objetivo, cada vez que se toma
a Kierkegaard o a cualquier otro como objetos clasificables en la cuadrícula de
las fuerzas políticas? Al decir, por ejemplo, que Kierkegaard es individualista,
burgués, reaccionario: ¿desde qué posición autoerigida en árbitro de la
racionalidad se puede hacer accesible la validez de semejante juicio? ¿Un
discurso se pone del lado del progreso siempre que denuncie a otro como
reaccionario y por el sólo hecho de denunciarlo? ¿Cómo procesa ese juicio su
propio poder? ¿O sólo puede enjuiciarse el poder del discurso de otro?
“A quien suponga que la filosofía jamás ha estado tan cerca como ahora de
resolver su problema (de explicar todos los secretos) puede que le parezca
raro, rebuscado y hasta ofensivo que yo elija la forma narrativa, en vez de dar
una mano, dentro de mis humildes posibilidades, poniendo la piedra que
concluya el sistema. Por otro lado, aquel que se haya convencido de que la
filosofía nunca ha estado tan fuera de su centro como ahora, tan confundida
pese a todas sus determinaciones (...), a ese le parecerá correcto que yo trate,
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aun por medio de la forma, de contrarrestar la detestable falsedad de la
filosofía moderna (Johannes Climacus o De omnibus dubitandum est, Serpent’s
Tail, London)”.
Vuelvo a las preguntas del comienzo: ¿quién habla en los textos filosóficos y
desde dónde lo hace? ¿qué puede hacer el que lee con la comunicación que
se le dirige? Con Kierkegaard, la filosofía abandona toda ingenuidad sobre la
práctica de la escritura y del decir teórico, porque el danés escribe pensando,
piensa escribiendo; y supone que lo mismo puede hacer el lector: leer
pensando y pensar leyendo.
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hace el propio Kierkegaard, cuando distingue la comunicación directa como
“comunicación de saber” de la comunicación indirecta como “comunicación de
poder”. En la comunicación de saber, impersonal y objetiva, con pretensión
científica, “no actúo lo que expongo, no soy lo que digo, no doy a la verdad
expuesta la forma más verdadera de ser existencialmente lo que digo: yo
solamente hablo de ella”.[S. Kierkegaard, La dialéctica de la comunicación ética
y ético-religiosa, Pap., VIII B2 89]. En la comunicación de saber se borra el ser
del que escribe y del que lee en favor del predominio del objeto acerca del cual
se habla. Y se escabulle el ser mismo de la escritura. No se deja ser al texto lo
que siempre es: posibilidad. Esta es la clave de la comunicación indirecta:
Kierkegaard la denomina “comunicación de poder”. Hace falta recordar lo que
ya dicho: en Mi punto de vista Kierkegaard expone su estrategia de escritor
destinada a instalar decisivamente la cuestión de la verdad en una comunidad
que él supone presa de la ilusión. ¿Cómo se instala lo decisivo? ¿Cómo
dirigirse al que se aferra al engaño? ¿Cómo escribirles a los que están
consolidados en la ilusión? Estas preguntas exceden el propósito particular de
Kierkegaard, el problema que él identifica como el principal de su obra: cómo
llegar a ser cristiano. Uno puede sentirse concernido por este problema o no.
Pero los estudios académico-filosóficos se mostraron ineptos para pensar en el
poder del discurso o se entregaron a pensarlo sólo teóricamente, como si la
filosofía estuviera condenada de antemano al discurso teórico, a la
comunicación de saber.
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que la posición política de Kierkegaard, lo que aquí se hace patente es nuestra
propia política. Ser autor, profesor, sacerdote, juez, periodista, político o
politólogo, dirigir un mensaje a los contemporáneos, son ejercitaciones del
poder de la comunicación. Kierkegaard no es un teórico del poder en sentido
clásico; sin embargo, muy pocos autores antes que él pusieron en cuestión la
praxis de la escritura como una posición de la existencia y una interpelación a
la comunidad. Ninguno antes que él cuestionó en acto su propia autoridad. Y
debe haber pocos autores que hayan planteado con más agudeza y
originalidad el vínculo que liga a un escritor con sus lectores, es decir: con
nosotros. Es como si Kierkegaard estuviera preguntándome todo el tiempo:
lector, ¿qué haces al leerme?
El amor al prójimo
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que hacer, pues? Ante todo no impacientarse. Si se impacienta, arremeterá
contra ella y no logrará nada. Un ataque directo sólo contribuye a fortalecer a
una persona en su ilusión y al mismo tiempo la amarga. Pocas cosas requieren
un trato tan cuidadoso como una ilusión, si es que uno quiere disiparla. Si algo
obliga a la futura presa a oponer su voluntad, todo está perdido. Y esto es lo
que logra un ataque directo, y además implica la presunción de requerir a un
hombre que haga a otra persona, o en su presencia, una concesión que puede
hacer mucho más provechosamente a sí mismo en privado. Eso es lo que logra
el método indirecto, el cual, amando y sirviendo la verdad, lo arregla todo
dialécticamente para la futura presa, y luego se retira tímidamente (porque el
amor es siempre tímido), para no presenciar el reconocimiento que él se hace a
sí mismo, a solas frente Dios, de que ha vivido hasta entonces en una ilusión.”
[Mi punto de vista]
En Las obras del amor, que Kierkegaard firmó con su propio nombre, desarrolla
un extenso análisis sobre el mandato cristiano de amar al prójimo, el ya citado
mandamiento principal: "Ama al prójimo como a ti mismo”. Una de las frases
más repetidas y menos comprendidas en dos mil años de civilización occidental
y cristiana -lo que él denominó la cristiandad- es desplegada en su libro a
través de centenares de páginas en las que se detiene a analizar
minuciosamente cada mínimo matiz de la expresión: el amor, el prójimo, el sí
mismo, el hacer del amor a sí mismo una medida para amar al prójimo y,
recíprocamente, el de amarse a sí mismo no con amor egoísta, sino como se
ama a un prójimo. La pregunta por las obras del amor -es decir: por la
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dimensión práctica que conlleva, por “los frutos” por los cuales se reconocerá al
amor- cuestionan las nociones asentadas por siglos, lo que el sentido común
terminó por cristalizar como una versión banal del amor predicado por Cristo en
los Evangelios.
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relación como una sospecha contra el amor, como si este no fuese lo
suficientemente abarcador, y en consecuencia, no hubiese infinito en el sentido
de la eternidad; esa otra cosa representa para el amor mismo una cierta
predisposición enfermiza. Y, consiguientemente, en esa sospecha habita
escondida la angustia que hace que el amor y la amistad dependan de su
objeto, la angustia capaz de encender los celos, la angustia capaz de llevarnos
hasta la desesperación”. [Las obras del amor]
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que se aburren, dejan de hacerlo y pasan a odiarse. El prójimo es el
insignificante, al que vas a amar no porque sea especial, sino porque es; es
decir: por amor.
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Ahora se trata de amar al forastero como a uno de los tuyos. Uno podría
entender que esa obligación radica en que el forastero ahora “reside junto a
vosotros”, es decir, que se volvió un vecino y en razón de esa vecindad está
cerca y por eso se lo debe amar. Sin embargo, el motivo que alega Yaveh es
que “forasteros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto”. Es decir: que la razón
para amarlo no sería exactamente la cercanía en que se encuentra el forastero,
sino el hecho de que forasteros somos todos.
“No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino
espada. Sí, he venido a enfrentar el hombre con su padre, a la hija con su
madre, a la nuera con su suegra; y enemigos de cada cual serán los que
conviven con él”. [Mateo 10, 34-36]
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ventaja interesada, al que amo solo porque es mi prójimo aunque sea mi
enemigo. En esta figura del enemigo amado está cifrado una vez más el
problema ya planteado en Ejercitación del cristianismo: ¿por qué razones
habría que amar a Jesús? ¿porque es elocuente, porque hace milagros?
Anticlimacus dice que Cristo es el incógnito, el hombre insignificante, que no
tiene ningún atributo exterior por el cual pueda ser reconocido como el amor. Y
sin embargo este prójimo es el amor. No hay manera de reconocerlo sino
amándolo. No se trata de ningún reconocimiento por el cual “yo me doy cuenta
de lo que vos sos y entonces te amo”. El acto de amor invierte la condición: el
amor hay que ponerlo antes. Si lo amás, entonces aparece el prójimo. El amor
precede al amante y al amado.
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