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girs. DE UA TIERRA, EL CELO Y EL f Garrard Gestr ara — perte. Direceion editorial: M. Angélica Fuster ltustraciones y cubierta: Cristiin Lungenstrass Diagramacién: Mauricio Fresard © Maria dela Luz Soto © Ediciones sm Chile S.A Pocuto 2087, Providencia, Santiago. ISBN: 956-264-293-X Deposito legal: 139.525 (Guarta ecicin, junio de 2009, 2.000 ejemplares. Impresién: Salesianos impresores S.A. Gral. Gana 1486, Santiago IMPRESO EN CHILE PRINTED IN CHILE {NDICE EL jardin 4 Las gotas ~~ 22 La princesa del mar 39 Eljardin Cvanvo LOS rayos del sol ca- lentaban con fuerza la tierra, la maripo- sa Mapi, visité nuestro jardin. Ahi en- contré a las flores jugando alrededor de tres girasoles, que cada cierto rato, mos- traban su cara al sol. Todo el jardin tenia los: ojos cerrados. A lacuenta de diez, los abrian para sorprender el movimiento de los gira- soles, pero nunca Jo lograban. A todas las flores esto les causaba isas y el jardin entero era una gran car- cajada. Batiendo sus alas de nitidos y bri- antes colores, la mariposa se pos6 so- bre la rama de un jazmin que se encon- traba leno de blancas y perfumadas flo- res. ane —Qué tal? —dijo Mapi—, iqué bien perfumas hoy!, todo el ambiente se lena de tu aroma. —Gracias,—respondié el jaz- min—. El hermano sol me acaricia de tal manera que mi perfume se vuelve ex- quisito y penetrante. Mapi vol6 hacia una dalia rosada, muy grande y la saludé. —Buenos dias amiga, ;cémo te en- cuentras? —Muy bien, muy bien, sélo que mi corola ha crecido tanto, que creo que mi tallo va a doblarse en cualquier instan- te. —2Y ti, querida Mapi?, gqué cuen- tas? —pregunté educada la dalia. —Yo aqui muy feliz, disfrutando la alegria de vivir, visitandolas a todas, respondié la mariposa. De allf salt6 sobre los claveles. ave —jHola amigos! Se les ve muy alegres y perfuman muy bien hoy dia. —Como siempre, —respondieron los claveles a coro— como siempre. —El jardin esta bellisimo. Sin embargo, huelo un perfume muy especial, nuevo, extrafio —comenté la mariposa —mientras daba vueltas por elaire. —Somos nosotros, claro, siempre aromatizamos bien, fuera de ser visto- sos, elegantes y alegres —manifestaron ufanos los claveles. —No, —dijo Mapi— su aroma lo conozco bien. Este del que hablo no es el de ustedes. Los claveles se miraron muy sorprendidos, como si hubiesen es- cuchado un imposible. —Debo ser yo, —dijo una bella y altanera rosa— moviendo su roja y aterciopelada corola. Ya sabes que mi perfume es el més exquisito y preferido de todos. —No, no —dijo Mapi— insisto en que es algo nuevo. —Recuerdo lo que sucedié el dia del baile de principes y princesas, —in- sistié la rosa. Teniamos puestos los anti- faces y el viejo arco iris nos prest6 sus nuevos colores para nuestras corolas, asi, nadie sabria quienes éramos. Sin embar- 0, a mi todos me reconocfan por mi aro- ma y no pude participar en el juego de las adivinanzas. —Tal vez soy yo, —agregé algo avergonzado un jacinto— , mi perfume es suave pero muy agradable. —Si, es verdad —continué Mapi— hueles muy bien, pero no es tu perfume el que huelo hoy. —Vaya, soy yo, :quién otra podria ser? Era la margarita que, muy erguida, saturaba el ambiente con su perfume pe- netrante y algo sofisticado. | —¢T? —se burl6 la rosa—, tu olor es muy fuerte. Yome mareo, me mareo, me mareo, —decia bromista— la rosa, mientras giraba y giraba su corola a pun- tode perder la cabeza Entretanto, Mapi volaba de un lado a otro buscando el nuevo perfume. Otras flores se asomaron como para ser toma- das en cuenta. oO 13 —Creo que no he podido identificarlo por ahora. Debo irme amigos, expresé la mariposa. —Nos dejas molestas—, dijo la rosa. —Molestos estamos— compartie- ron los claveles a una sola voz. —Perdénenme, dijo Mapi, —yo no quise molestarlos—, lo que sucede es que ustedes se han vuelto muy engref- dos por su belleza y aromas. —Es que somos bellas—, agregé la dalia. —Es verdad —sigui diciendo Mapi-—, pero es algo que les ha sido dado por el Creador para que lo regalen a otros. Ahora la molesta soy yo. Me des- agrada la actitud de ustedes. Qué ga- nan con ser bellas y exquisitas si son envidiosas y egoistas? Se ponen muy feas con esos aires superiores. Creo que han perdido lo que las hacia realmente hermosas. 15 ated —Si, es mejor que no sigas buscan- do— grité desde el fondo del jardin un heliotropo cuyo fuerte perfume impreg- naba el sector donde se encontraba— tengo que ser yo. jlmaginate, quién otro podria aromatizar tanto! —Té— coment la rosa —eres un cargante, yo no te soporto. —2Y si fuese yo?, preguntaba en voz baja un alheli rosado, estirando su largo tallo. —{Qué dices? —vociferaron Jos cla- veles—, si casi pasas desapercibido. Tt no eres nada comparado con nosotros: variedad de colores, mezela de tonos y refinado aroma. —iNo se comparen conmigo! —in- sisti6 la rosa. |Eso jamés! —Me da mucha risa, exclamé la azucena. No se han acordado de mi y Seguro que es mi perfume el que tiene confundida a Mapi. —Querida azucena, ti eres real- mente hermosa, pero tu aroma es muy caracteristico y yo no te confundiria, aclaré Mapi. Y cuando ya estaba por decir adiés, Sus ojos se fijaron en una flor pequefia, casi escondida, a ras de suelo. Despacio, Mapi se acercé y descubrié a la que per- famaba tan exquisitamente al jardin. Era la violeta que, con la humildad que la caracteriza, enrollé sus finos pétalos para pasar desapercibida. 19 ae —iEres ti quién huele tan bien! — exclamé Mapi, {por qué te escondes? Lavvioleta ya no pudo negarlo, algo incémoda se movié suavemente, inun- dando el ambiente con su exquisito per- fume. De hoy en adelante serds mi flor preferida, asegur6é Mapi. Me gustas como amiga: sencilla, agradable, suave y muy alegre La violeta, feliz, mostré su rostro de fondo amarillo y se despidis de la ma- riposa. Al dia siguiente, cuando el sol alumbraba con todo su poder, el jardin tenia un especial y nuevo aroma; olfa a felicidad y armonia, luciendo espléndi- do en,hermosura y sencillez. ‘24 aw Las gotas GOTAS de agua viviamos y bajando os Recuerdo que fue en el mes de sep- tiembre, tiempo en que las aguas bajan de las montafias, cuando mamé Nieve, nos llamé para decirnos: —Nifias, vengan aqui. Iremos a des- pedirnos de sus abuelas, las Nieves Eter- nas . Es el momento de bajar de las mon- Més tarde, muy entusiasmadas con nuestro viaje, nos despedimos de mama __—Queridas nifias, permanezcan unidas y alegres —dijo mama Nieve— moviendo su blanco pafiuelo en sefial de despedida De todas las casas se escuchaban besos y adioses para nosotras. Todas las gotas bajamos cantando viejas canciones mientras recorriamos las quebradas y nos desliz4bamos por las laderas de los cerros. —Aqui nos detendremos a descan- ae Asf fue como formamos una gran laguna azul, como si fuéramos un espe- jo de los cielos. Al dia siguiente, algunas Gotas se quedaron en la laguna y otras seguimos nuestro camino. En alocadas carreras éramos rios, y otras veces, m4s tranquilas, éramos her- mosos lagos. —jQué bien te queda el verde es- meralda Gota Tranquila! —jte ves pre- ciosa!—, comentaba Gota Delgada. —No soy yo la que tiene color — respondi6 Gota Delgada— es el verde de los arboles y de toda la vegetacion que se mira en nosotras cuando somos ios. \. —iQué divertido! ;Qué divertido! —Yo nunca pensé que este viaje fuera tan divertido —refa Gota Dulee—. —Yo creo que atin no ha empezado Jo mejor —dijo muy seria la Gota Ma- yor—. Al otto dia, las Gotas iban corrien- do entre rocas y sorteando troncos y pie- dras, hasta caer con gran fuerza forman- do una extraordinaria eS SS \, 28 —jUf, por fin el descanso! Ha sido un dia agotador queridas mias —excla- m6 Gota Menor—. Esa noche habian formado una pre- ciosa laguna y las gotas se divirtieron en grande. Curiosas, miraban a la luna pei- nar sus cabellos plateados y bafiarse en las aguas hasta el amanecer. 29 —Bueno nifias—, ya no podemos seguir todas juntas. Formaremos varios Gota Mayor. —T Gota Menor—, con tus herma- nas y primas, irdna regar los campos. —Td Gota Delgada y tu grupo— van a ir hasta las represas de centrales eléctricas. —Mis compaiieras y yo— siguié di- ciendo Gota Mayor—, nos convertire- mos en agua potable. —Gota Dulce con sus amigas y pa- rientes— se quedardn aqui en el lago. Luego, viajardn a las nubes. —jLas nubes! jLas nubes! —La verdad, eso queria yo— dijo Gota Revoltosa. Deseo irme a las nubes para luego dejarme caer en forma de llu- via sobre la tierra y sorprender a las per- sonas con un buen chaparrén, por algo me llamo asi! —Cuando muchas de nosotros nos reundmos, formaremos un rio de gran caudal. Si el lugar por donde pasemos es profundo, jel rio sera navegable! — gritaron a coro otras integrantes de la fa- milia Gotas. —No olviden que todos los insec- tos nocturnos —grillos y luciémagas—, unidos a las ranas y sapos que viven a a orilla del rio, nos saludarén con sus conocidos sonidos —gritaron las amigas de las Gotas. Al ritmo de esas melodias las Go- tas canturreaban y danzaban. ° Estaban en eso cuando ocurrié algo mégico, alguien abrié a una gran ami- ga, la seftora Llave, y muchas integran- tes del grupo de las Gotas...jsalieron nuevamente a la luz! Lo més divertido sucedia cuando estébamos en un vaso de agua y alguna persona ponia sobre nosotros una pasti- lla efervescente, Se formaban tantas bur- bujas que nos hacian muchas cosquillas y Nos moviamos tanto como si nos fué- ramos a salir Seo > : i Lo més feliz sucedié cuando al fi- nal de nuestro recorrido, todas las inte- grantes de la familia Gotas volvimos a encontraros al llegar al mar. Ahi nos quedamos danzandoy cantando duran- te muchos afios, al ritmo alegre de las olas. Alenterarse de este destino, se es- cuché una voz que a los lejos decia: —No, para siempre no— pues yo cumpliré mi suefto de ser nuevamente lluvia, dijo la Gota Revoltosa, opt “Peay “PP La princesa del mar CCatrucura s& sents sobre la arena tibia y amarilla de la playa a espe- rarasu padre Pedro Cayupan, mientras éste iba al pueblo cercano a vender sus ovejas. 39 Lanifia, cuyo nombre en su lengua significa Piedra Azul, pas mucho rato haciendo y deshaciendo cerros de arena hiimeda. Cuando el mar empezé a golpear con la fuerza que caracteriza al Pacifico, Ja pequeiia abandoné el lugar donde se sentaba. Sin embargo, le parecié que las olas querian jugar con ella y corrié hacia la orilla. En un ir y venir, Calfucura se mo- via avanzando y retrocediendo, tratan- do de impedir que el agua la alcanzara. —jNo me mojaras! —gritaba la nifia, cuando vio que el mar habia aban- donado algo en su recogida: una gran caracola blanca. a we Calfucura la tomé y se fue a sentar a un sitio seco donde estuvo observan- dola por largo rato. Luego, la-acercé a su ofdo para es- cuchar el canto del mar, tal como habia visto hacer a sus mayores. Pero, cudl seria su sorpresa, en vez de rumor de olas, escuché su propio nombre. —Calfucura, amiga de las trenzas negras. Muy asustada, Calfucura solté la caracola, Pero, su curiosidad pudo més que su temor y volvié a ponerla en su oido. —Calfucura, Calfucura... La voz que la llamaba era clara y dulce. —Calfucura, zte gustaria conocer a nuestra princesa? —pregunté la voz. Y continus: : —Ella esté muy triste y aburrida y ya no sabemos cémo entretenerla. La idea de conocer a una princesa Ie encant6 a Calfucura, y répidamente, pregunt6 qué debia hacer para verla. —Sélo debes cerrar tus ojos, desear ver a la princesa y respirar profunda- mente en el hueco de la caracola —res- pondié la voz. Asi lo hizo la nifia de las trenzas negras y, como por encanto, se encontré al pie de una larga escalinata. ‘Dos hermosas nifias la estaban es- perando y le seftalaron la puerta de en- 45 Calfucura entré y vio pequefias ca- sitas ordenadas y brillantes, construidas en nacar, naturalmente. Al fondo, el palacio de nacar gris, cuyos reflejos encandilaban al mirarlos. Tras abrirse las puertas del palacio, se vio el trono colocado en Jo alto. Sentada en él, una bella nifia, sostenia con la mano su cabeza y en su gesto se veia en verdad, que sufria de un hastio enfer- mizo. —Es la princesa Brisa Marina, dijeron a dio las dos acompafiantes. —jHola! —saluds la pequefia visi- tante—, me llamo Piedra Azul. Lo dijo en espafiol, pensando que nada sabria Ia princesa de su lengua natal. —jHola! — respondié la princesa, 194,02 apenas audible, y agregé: Azul— puedes contarme 2 22ooe6009° "6 Saag Gener 47 —Bueno, —dijo Calfucura— qué te parece si te hablo del lugar en que vivo? ___—Est bien —respondié Brisa Ma- rina—, no muy animada. Calfucura le cont6 de su pueblo mapuche, la playa, la escuela. Nada parecia motivar a la princesa a sonreir, ni siquiera un poco. Otros nifios habian visitado el lu- gar antes que nuestra pequefia e inten- taron, igualmente, alegrar a Brisa Mari- na, contandole casi las mismas cosas. Entonces, al verla sentada en su tro- no de perlas, tan hermosa y seria como una persona mayor, Calfucura sinti6 tan- ta pena que decidié retirarse derrotada. 49 De pronto, se le ocurrié una gran idea. Decidida a ayudar pregunt6: —Princesa Brisa Marina, te gusta- ria jugar a algo? —jJugar? —repitio la nifia del mar—como sin comprender. —St, jugar, yo te ensefiaré —dijo Calfucura—. Baja de tu trono. La princesa se paré y las dos acom- pafiantes le tomaron el cabello rubio do- rado que le cafa como un largo velo y le arrastraba por el suelo. —Haremos una ronda, propuso la forastera, te gustara. Canté Calfucura varias rondas, mientras que, tomadas de las manos, gi- raban y reian. 51 skee Las megjillas de la princesa que an- tes estaban blancas y brillantes como el nécar de su palacio, ahora eran rojas y Tuminosas. Se veia mas hermosa atin. El cabello de la nifia del mar se iba enrollando alrededor de ellas dos, como una cinta de oro. ‘Terminaron tan apretadas que ro- daron por el suelo entre cantos y risas. Al verlas en esta situacion, las dos acompafiantes fueron a pedir ayuda. No qued6 mas remedio que cortar el velo rubio, estaba tan enmarafiado, que era imposible desenredarlo! Cuando Calfucura se dio cuenta de lo sucedido, pensé que la entretencién habja terminado y la magia del encuen- tro acababa ahi. | I { t Brisa Marina, sin embargo, ni si- quiera volvié a ponerse su corona de perlas. Jugaron a las escondidas, ahora ju- gaban cuatro, pues las acompafiantes fueron invitadas por la princesa a la di- version. Luego, saltaron en un pie, corrieron y una perla de tonos rosados fue una pelota que pasé de mano en mano. Unos pequefios pedestales que ser- vian de adorno en el palacio, fueron palitroques y de la competencia termi- naron cansadas y felices. La pelota rosa volvié a escena, si bien no daba botes como una pelota, sir- vi6 para los propésitos de las nifias ro- dando por el espejo de nacar de los pi- sos. La corona fue un aro que pas6 por entre las pequefias dando giros ante los ojos de sorpresa de Brisa Marina. jEstaban tan alegres y entretenidas! Solo les faltaba saltar, pero en la Ciudad de Nacar no existian las cuer- das. A Calfucura se le ocurrié trenzar el pelo cortado de la princesa. Era costum- bre en su pueblo trenzar los crines de los caballos. La diversion llegé a conver- tirse en una verdader: La princesa, las dos acompafiantes y Calfucura terminaron tiradas en el sue- io. Las risas llenaban el palacio y la ciu- dad entera. Entonces la nifia de la Gran Ciudad de Nacar exclamé: —Jamés volveré a esta aburrida y triste, larpere log G '6i5ingiin nifio de Salieron del palacio y empezaron a cantar rondas. Poco a poco fueron saliendo de sus casas los nifios palidos del color del n- car. Toda la Gran Ciudad aprendié los juegos de los nifios de la tierra y canté sus canciones. Cansada, y pensando que su padre estaria preocupado por su ausencia, Calfucura pidié volver a la playa. Brisa Marina le dio un gran abrazo y la lamé querida amiga. Por sus rosadas mejillas corrieron algunas lagrimas de perlas. —No llores —rog6 la visitante—, tal vez volvamos a vernos. 59 —Llémame Calfucura —dijo la nifia mapuche— que es el nombre que i —No,—respondié la princesa—, i més volveremos a vernos. Ningtin nifio aes de la tierra puede volver aqui. L me dio mi pueblo en la lengua de mis —Nos veremos, le aseguré antepasados. | Calfucura. Yo sé que sofiaré contigo, El sol estaba muy alto y Calfucura | quizés ta también me tengas en tus sue- f resintié en su cara el calor; se enderez6 | los. | un poco y bostez6 pensando que habia | jAdiés princesa del mar! { tenido el mds maravilloso de los suefios. —jHasta siempre Piedra Azul, nifia En su mano derecha —atin empu- de la tierra! fiada— encontré una hermosa perla de visos azules. | | | 60 61

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