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Root nA ' Consejo Editorial: ; Bolivar Echeverria Neus Espresate [editora] Olac Fuentes Rubén Jiménez Ricérdez ‘Asa Cristina Laurell Héctor Manjarrez eee Be Ruy Mauro Marini Carlos Pereyra 4 i 1 Succripeién por cuatro mimeros | "México correo ordinario: §4,80000 M.N. {(aéreo. $8,000.00, MLN.) Cefimnamnériea, Sudemérica, Estados Unidos y Canada: i “US Die, 18.00 (acreo US Dis, 22.00) — Buropa: US Dis, 1800 (aéreo US Dis. 35.00) i Tnmpeeso on México por Imprenta Mere, S. A. de © v, ‘Avena 102, 05810 México, D. Fe PULIUIOUD Ce — Revista trimestral publicada por Ediciones Era 1) Numero 48 [] México, D. F., coctubre-diciembre de 1986 Apartado postal 74-092, 09080 México, D. F. indice oe AOR VAM XOCHIMILCO ‘SERVICIOS DE INFORMACION * wwe 26 ony * En este ntimero /2 CIONES PER ODI Alan Knight _PUBLIG-CIONES PER | : La Revolucién Mexicans” jburguesa, nacionalista, o simplemente wna gburgs pl “gran rebelién”? / 5 Fernand Braudel ‘A manera de conelusién / 33 Carlos Antonio ‘Aguirre Rojas Hacer 1a historia, saber la historia: entre Marx y Braudel / 45 Eric Hobsbawm Marx y la historia / 73 Ellen Meiksins Wood El marxismo y el curso de la historia / 82 Carlos M. Vilas El impacto de la transicién revoluefonaria en las clases populares: la clase obrera en Ja revolucién sandinista / 92 Colaboradores / 115 gburguesa, nacionalista, o < simplemente una “gran rebelién / 2Qué clase de revolucién fue Ja Revolucién Mexicana? La naturaleza de la pregunta es tal que cualquier respuesta —especialmente una respuesta breve como a presente— de- be ser tentativa: pues involucra no s6lo consideraciones acer. ca de un amplio y complejo proceso histérico (sobre et cual ede haber” grandes, desteuerdos. empiticos) , sina también, la aplicacin de teorias 0 conceptos de organizacién apro! piados (sobre los que los supuestos a priori pueden diferir radicalmente). Por supuesto, los argumentos histéricos nunca son del todo empiricos, y siempre dependen de la aplicacién de teorfas/conceptos/“leyes” exdgenas: los modelés tedricos (el marxismo, la modernizacién 0 Ia teorfa de la dependen. cia), las leyes hempelianas o —leyes que se imponen por su altisonancia— las maximas del “sentido comin”. Fn lo que concierne a algunas cuestiones histéricas, se pasa por alto la.“teoria” exégera: “los hechos hablan por st mismos”. Pero éstos son mis extrafios de lo que coménmente se pien. sa. Muchas cuestiones, expecialmente cuestiones importantes, requieren de algin significado teérico, conceptual 0 compa. rativo, Los historiadores —y algunos mis— qe rechezan cualquier acercamiento de esta naturaleza (ya sea téeilamen- te 0, en el caso de Richard Cobb, en términos un tanto agre- sivos),* se perjudican por doble partida: a} excluyen una - amplia y legitima gama de indagacién historiea y b] se en- gafian a sf mismos, en la medida en que la alardeada ausencia de teoria/conceptos/comparaciones “impuestos” y “extraiios”, abren Ia puerta hacie In oscuridad, la arbitrariedad y ef uso disfrazado del “sentido coman”. Algunos historiadores de la Revolucién Mexicana van en esta direceién, Otros, y esto es algo a su favor, introducen teorias y conceptos generales: pero muy a menudo lo hacen de una manera dudose. Un especticulo triste y comin es el del historiador narrativo que (por lo general en un breve prefacio 0 conclusién) se aferra instintivamente a un salva- vidas marxista que, totalmente inadecuado para tal propdsito, se desinfla con rapidez para dejar a la vietima librada a sus propios medios. En su reciente libro La gran rebelién, que aparece en otra serie mas de “Lag Revoluciones en cl Mundo . Moderno", Ramén Ruiz afirma que México no swfrié una revolucién sino una “gran rebelién”. Esto lamativo argumen- to (zqué habré opinaio el editor de In serie?) se deriva lel modelo que Ruiz tiene de la revolucién del siglo xx, In ‘Richard Cobb (1972), The Police and the People: French Po. pular Protest, 1789-1820 (Oxford), pp. xvit-xix. que —éomo en Rusia, China o Cubs— debe lograr “una ~* transformacién de la estructura basica de la sociedad”, cam- biando radicalmente “la estructura’ de clase, y los patrones de riqueza y de distribucién de las ganancias”, y ademés “modificando Ia, naturaleza de Ja dependencia econdmica del pais respecto al mundo exterior”? De esta manera, 1917 nos proporciona una medida y, comparados con los bolche- viques, los “revolucionarios” mexicanos son un grupo apo- cado; meros “rebeldes”: “comparado con los niveles de Lenin y sus discipilos {...] [Zapata] queda lamentablemente le- jos de ser un xevolucionario”.* Debemos noter, para uso pos- terior, que’de buena gana Ruiz otorga a la Revolucién fran- cesa ef estatus de “revolucionaria”; y reconoce una vaga afi- nidad entre Ja Revolucién francesa y la mexicana —en que cota fltima “se remonta” a la primera. Pero mientras que en Francia la revolucién “dio fin al Antiguo Régimen y lo rem- laz6 con un Estado cepitalista mancjado por la burguesia”, féxico no experiment una transformacién tan dramatica; fen el mejor de los casos se traté de una rebelién, o de una forma de “protesta burguesa”, que sélo,podia “perfeccionar icar” un capitalismo preexistente. Para 1910 Ja tinica Tevoliiei6n pfopiamente dicha —merecedora de ese nombre— era una revolucién socialista. La agenda histérica —el trans- currir del “tiempo del mundo”, para utilizar un término de moda hizo que esto fuera inevitable ' De esta manera el salvavides de Ruiz se desinfla y lo arrastra hasta el fondo. Otros se aferran con fuerza y se les puede ver por algin tiempo dando manotazos en el agua, James Cockeroft, por ejemplo, esta convencido de la natu- .saloen capitalist Ge la sociedad porfiriana y, por Jo tanto, acoge con agrado Ja teoria general de Frank acerca de la ‘omnipresencia del capitalismo en América Latina a partir de la Conquista.® La definieién que Cockcroft da del capi- talisino, como la de Frank, acentia Ins rclaciones de inter- cambio mis que las de produccién; de mangra inversa, ve el feudalismo como una forma de “economfa cerrada”, de un “2 Rumén Eduardo Ruiz (1980), The Great Rebellion Mexico, 1905. 1994, Uuoes York). pp. 84. Clay ed. cats Bd Bro) 4, 7, 409.10. {Thode "Botnet (1980), States and Revolutions. A, Comparative Analyste of France, Russia and China’ (Cambridge), p, 23; retomado jor Walter L. Goldirank (1979), “Theories of, Revolution and. Ke- Toluton without Theory”, Theory and. Society, 7: 13565. Tenet Be Gockerott (1976), Jatellectual Precursors of the, Me- aican Rewolutions 1900-1919.(Austiny Londres), pp. ait, 6, 15, 29- S034. TEA. casa: Silos XXUL modo radicalmente diferente al de Kula o Banjai.’ Pero si Ia economia de mercado y monetaria son primordiales, Cock- croft también sefiala que el crecimiento esta acompaiiado por un “desarrollo correspondiente del trabajo asalariado”, ue él afirma como un hecho empirico en Ia sociedad porfi- Tiana: el 80% de las fuerzas de trabajo estaban conformadas por el proletariado agricola.’ Asi, In economia mexicana era innegablemente. capitalist, antes, dugante después de Te Ttevalucign, Entonees, qué es Jo. que logrd la Tevolucin? “Apenas logrs derrocar a Porfirio Diaz y modificar parte de Ix idéologia” de cambio ‘social.”* No hubo “cambios ra- dicales-en la estructura de-clases ni en Jas relaciones de poder . entre ellas”. Sin embargo, la Revolucién sf fue el producto le un Cofiflicto de clases: de la “explosiva confrontacién entre proletarios y capitalistas”. Fue, en efecto, una revolucién pro- ~letati/socialista fallida, que desafié, pero no pudo vencer,. aun orden burgués establecido, y que ha dejado como he- ~ encia un “intenso conflicto de’ clases”. La tarea del histo- Hiadot (radical) consiste entoncés én subrayar el papel del Movimiento Precursor (especialmente el Partido Liberal Me- xicano) y ssimilarlo a una tradicién ininterrumpida de pro- testa revgluclonaria que ye. de Flores Mogén haste Zapata y el Sindicato Petrolero de los afios treinta, hasta Lucio Ca- bafias. La tesis de la revolucién interrumpida de Adolfo Gilly es _sustancialmente la” maisin.""— Aunque eta “tieiieel inérito de enfatizar ol papel central ‘de | a s-Wéilas actisar de manera independiente, no inerte moldeado por la voluntad de unos es poco eritica y a menudo roméntica en su representacién de estas fuerzas.** Diferencias y_antago- nismos mayores se vuelven borrosos a medida que los gru- pos se amontonan hajo la ribrica revolucionaria; el papel fe los actores hist5ricos, como el PEM, y las fucrzas histo ricas, como e! “antimperialismo”, se exageran enormemente; retaciin + Ibid, p, 29¢ compérese con Witold Kule (1976), An, Economie Theory of the Feudal Syatem: Towards a Model of ihe Polish Eco. ‘noms, 1500-1600 (Londres); J. Banjoi (1977), “Modes of Prod in"a Materialist Conception of History”, Capitol and Class 3: 144, ¥ eapecialmente pp. 1827. # Cockerott, Intellectual Precursors, pp. 29-30, 2 Ibid. x¥- Adolfo Gilly (1971), La revelucién inte 2 Ibid, ae cote rrumpida,’ Mexico 1910-1920: una guerra campesina por da terra y al pader (México) ; y Donald Hodges y Ross Gandy (1983), Mexico 910-1982; Reform’ and Revolution (Londres) ; para un favorable co- ‘mentatio eobre. Gilly, véase p. 83. Gilly, p. 396 . : por eso es posible trazar un guién histérico reconstituido que sirve para argitir asuntos contemporéneos.* Ante todo, esta interpretacién debe. acentuar el caricter {allido —o “inte- rrumpido”— de la Revolucién. La Revolucién_es importante no por lo que hizo, sino por lo que no hizo (no establecié al socialismo) 0 por lo que, en un tiempo futuro, después de una larga “interrupoién”,, podria hacer todavia, Ruiz, Cockcroft y Gilly rechazan Ia nocién de 1910 como una revolucién burguesa (Gilly repudia enféticamente esto por considerarlo una herejia “centro-socialista y pequefioburgue- sa”) Ruiz y Cockeroft lo hacen porque a] coneiben ala tiguo régimen como capitalista de todas maneras; y b] ue se adhieren a una nocién exigente, simplista, pero comin le “revolucién”. Para ellos, como para Theda Skocpol en eu reciente y algo inflado estudio comparativo, las revoluciones son “‘transformaciones répidas y basieas del Estado y de las estructuras sociales de una sociedad, acompafiadas y en parte Hevadas a cabo por una revuelta de hase clasista surgida de abajo”; para pertenecer a este selecto grupo pues, como Skoc- pol reconoce, estos grupos son “ocurrencias relativamente extrafias en la historia del mundo modero”), una revolucién que aspire a serlo debe incluir “exitosas transformaciones { soviopoliticas: un cambio verdadero del Estado y de la es 3 fitietura de clases” (las cursivas son de ella).1* Ruiz y Cock- croft son atin més exigentes (por este motive, Skocpol esta Aispuesta a concederle a Ia Revolucién Mexicana el estatus de revolucionaria; veremés por qué en in momento). Para ellos, silo puede haber revoluciones “burgueses” y “socialistas”, "y aquéllas se excluyen tanto por razones empfriens como” por razones teéricas. Implicita-en su teoria esta uria nocién equi: vocadla de lo que es una revolucién “burguesa”. Rutz, ya lo hhemos notado, acepta 1789 como una revolucién burguesa, Pero los histotindores ya no creen que 1789 (esto es, que el proceso de cambio iniciado en 1789 y continuado hasta, di- gamos, 1815) destruyera el “feudalismo” e instalara el “ca. pitalismo”. Con respecto a las relaciones sociales y de propie- dad, la Revolucién francesa ni expropié clases enteras, ni perturb el patrén de la,tenencia de la tierra anterior a 1789; Ia transferencia de la propiedad causada por In Revolucion fue [...] mucho menos radical que ln efectuada por los 32 Ibid, pp. 48, 22627; Hodges y Gandy, pp. 180-81; Armando Bartra (1983), “La revoluctén mexicana de 1910 en la perspectiva del magonisino", en Adolfo Gilly ot al., Interpretaciones de la Re- roluciée Mexicana (México), pp. 91-108, . 39 Gilly, pp. 387-88, 44 Skocpol, ‘pp. 45. levantamientos sociales de este siglo”."* Tampoco parece que los campesinos franceses del siglo x1x —los supuestos benefi- ciarios del cambio revolucionario— vivieran ‘mucho mejor que sus padres y sus abuelos.* El paralelo con México, evi- dente en estas conclusiones, se refueraa si se ineluyen los cam- bios politicos, y tengo en’ mente el agudo anilisis de Toc- queville: “Ia Revolucién tuvo [...] dos fases diferentes: una en la que el dinico objetivo [...] parecia ser acabar de cuajo con el pasado; y otra en el que se intents salvar {ragmentos del naufragio del viejo orden”; como resultado de ello, emer- gid. “un gobierno mas fuerte. y mucho mas autocritico que el que Ia Revolucién habia derrocado”.2" Por Io tanto, Ruiz es poco coherente al otorger a la Revo- lucién francesa ol estatus de “revolucionaria” que le niega a ln mexicana. De un modo més general, es antihistérico y tedricamente embrutecedor esperar que la Revolucién Mexi- eana —o cualquier otra revolucién, especialmente ima revolu- eién burguesa, “tocquevilleana”— lograra cambios profundos cen las xelaciones sociales (0, mis especfficamente, en las relaciones de produccién), en un plazo relativamente cor- to, « través de violentas ‘medidas politicas. Aun las revo: Tuciones leninistas, socialistas, son procesos mis que acon- tecimientos discontinuos (esto es, son procesos inicindos @ interrumpidos por eventos sobresulientes; la Revoluctén china es, en este respecto, un ejemplo mejor ain que In rusa). ¥, en comparacién, las revoluciones burguesas son asuntos lentos. Por eso la imagen de Enrique Semo de ondas de revolucién burguesa sucesivas —1810, 1854, 1910— re- sulta mas convincente, realista e histéricamente més fiel.® Aqui, la revolucién en las relaciones de produccién es ma- teria para la longue durée, pero esti puntueda y decisiva- mente acelerada por acontecimientos politicos y conflictos so- ciales. FJ paralelismo con Francia —1789, 1830, 1848— es evidente. Los historiadores no deberian buscar el golyie tni- 38 Norman Hampson (1976), A Social History of the French Rev. gution (Londres), pp. 251, 284: Toger Price (1981), dn Economic History of Modern France, 1730-1914. (Londres), pp. 68, $3.84, slega que os cambios decisives en el desarrollo socicecandmico francés so Heron a finales del siglo xix, con el desarrollo de Jos ferrocarrilos, 38 Algunos —Jos “grandes ‘kulaks"— Jo eran; Ia mayoria proba. Dlemente no. Véase Roger Magraw (1983), France 18119140 The Bourgeois Century (Londres), pp. 106-13, 31 Alexis de Tocqueville (1964), L’dncien Régime (Oxford), pp. 4a Borique Semo (1978), Historia Mexicana: economée y lucha de clases (Mixico), p- 23. a 7 Mucha de 8 Thid., pp. 284800, co, of nocaut revolucionario, sino In acumulacién de golpes que despachan el viejo orden social; deberian evaluar_su im. _pacto individual y sus relaciones ‘secuenciales. Esto, en el espacio permitido, es lo que intentaré llevar a cabo. ‘Cualquier ejercicio de esta naturaleza, sin embargo, corre cl rieagp de caer on aquello en que gran parte de los anélisis, marxistas/marxizantes —no sélo aquellos que se ocupan de la Revolucién Mexicana— ha incurrido: un descenso hacia algin tipo de funcionalismo marxista.?® Algunos autores, cons- tientes de las complejidades del registro histérico, y que con raz6n rechazan una transicién tosca e instantanea de To “feu- dal” a lo “burgués”, han logrado multipSicar ingeniosamonte sus conceplos explicatorios, produciendo hibrides grotescos come ol porlrito feudoeapialita de ‘Manuel Aguilar Mora, Juan Felipe Leal ha construido toda una cronologia {uncio- nalista del ancien régime: creacion de un Estado capitalists (co. 1854) ; hegemonia de la fraccién terrateniente-liberal, bajo una forma parlamentaria (1867-76) ; crisis hegeménica (1876.80) ; en 1880, recomposictén del bloque de poder, he- gemonia de la faccién imperialista de la burguesfa, dictadura ejecutiva de In burguesia; 1890, inrupeién de los industriales Durguesee mexicanos, “‘transformacién y diversificacién de los terratenientes”, y “nuevos eomponentes del bloque de poder”; 1908, “expulsion de un sector de los terratenientes del bloque de poder”. Gran parte de esto esta abierto no sélo aun cucs- tignamfento empfrico —sobre todo, con base en que se ve tuna ruptura donde hay continuidad, y que se hacen atribu- Clones politicas bastante erréneas, por ejemplo, Ja supuesta fornia “parlamentaria” de 1867-76—" sino que teGricamente también resulta ducloso, en el sentido de que se apropia de la historia politica “burguesa” convencional —a menudo muy Zonvencional— y después la inviste de un supuesto contenido J ima supuesta significactén de clase. Los periodes presiden- Zidles se’ reducen’ mecénicamente a clases 0 fracciones de lases; los cambios en la superestructura se atribuyen a pro- fundos movimientos sismicos de abajo. Aunque, puede haber precedentes en tales anélisis entre los clésicos del marxismo, Boino por ejemplo en La lucha de clases en Francia de 1848 2 Aidan FosterCarter (1978), “The Modes of Production Con- troversy”", New Left Review, 107; 4477. Dr Manuel Aguilar Mora, “Estado y rovolucién en el proceso me ican", en Gilly et al, Interpretaciones de la Revolucién Mexicana, 1. Ps tion Felipe Leal, (1973.74), “EL Estado y_ ol bloaue de poder cen Mesieo: IBO7-1914", Historia "Mexicana 28; 100-21. 2 Colapicese con Laurens Ballard Perry (1970), Juaree and Diaz: Machine Politics in Mexiro (DeKalb). a 1850 de Marx, éstos no constituyen las autoridades te6ri- cas de mds relevancia: Sin embargo, este acercamiento —a través del cual las atribuciones de clase se deducen de la narrativa politica convencional— es demasiado comin; co- mo, por ejemplo, lo sugieren el trabajo y la influencia de Nicos Poulantzas. “Tn lugar de teorfas bagadas en el_andli- ‘sie dela aelintilactén y la hicha de clases”, se ha sefialado, Jos exponentes de este acercamiento “utilizan Ios conceptos politicos de Poulantzas —'bloque de poder’, ‘hegemonia’, felase gobernante’, eteétera— como casilleros que pucden re- Menarse con los conceptos relevantes de un analisis politico de In estructura de clases de cualquier Estado”. También son usuales andlisis similares de Ia Revolucién, en que fac- clones politicas como el villismo y el carrancismo se redu- ccon a clases 0 a fracoiones de clase, por lo general con base cen obiter dicta ideolégicos y/o una débil prosopografias ya he ofrecido criticas de este enfoque en otra parte.” Dos, variantes en particular de esta interpretacion de la ““fracetin de clase” de la revohicién merecen ser examinadas HAs atentamente. Primero, existe una moda de explicaciones Honapartistas (que, de nuevo, exhibe la influencia de Poulant., 7as y de au esccla).*° Segin esto anélisi, la Revolucién esta- blecté un régimen bonapartista en el que el estancamiento de las fuerzas de clase permitié que el liderazgo revolucionatio —el “caudillismo revolucionario” de los sonorenses— astmiera SI conteol politico, relativamente auténomo de la fuerza de elaseg (aumque, en sltima instancia, en el interés de Ta burgue- sia) *" De nuevo, existen grandes problemas, teéricos y emp: ricos, La formulaeién original que Marx hizo del bonapastismo teen sf, conlusa, La burguesia, que en un momento gobierna ‘de manera absclita”, entrega después el poder a Luis Na- poleén, y “todas las clases, igualmente impotentes ¢ igualmen- te mucas caen de rodillas ante la culata del rifle”; el Estado no silo es “relativamente auténomo”, sino que parece “com: 24 John Holloway and Sol Piceiotto (eds.) (1978), State ond Captitt: A Marxist Debate. (Londres), p. 9 TE Atan Knight, (2900), “Peasant and Caudillo in the Mexican Re- olution", en B.A. Dradiog (ed.), Gaudilo and Peasant in the Me Hoge Raton (Cambridge), pe, 3988 SB Neos Poulanteas (1978), Poder politico y elases sociales en el Estado cepitalists (Madrid), ‘pp. 39641. reece flistoria Mexiemo, pp- 240, 298; Iodace y Candy, p- 259 Rog GH Boolass Antal. Shulgovsld 97D), Mesico len $e, lcliada de au hisovia. (Mexico), pp. 4243 y passim; Steve te exerted fog), Aararian Populism and the Mexican. State: Feat lor Land tn’ Sonora (Berkeley), por ejemplo p. 29. /_Hltamente independiente" Pero, all mismo tiempo, “el po- x del Estado no esta suspendido en el aire, Bonaparte re- presenta a una clase [...] la de los pequeiios campesinos propietarios”.2* Previamente debemos notar que es el lum- penproletariado —“Ia escoria, la basura [y] los rechazados . de todas clases”— el que previamente constituye “la dnica clase sobre la que se puede basar incondicionalmente”.*® Y, en el poder, Bonaparte se ve “obligado a crear una casta attificial”, esto es, la burocracia, que “junto con las verda- deras clases de la sociedad” sostiene su régimen.®! Finalmen- te —como Jo enfatizan quienes proponen esta teoria—, el bonapartismo sostiene fundamentalmente al capitalismo bur- gués; Bonaparte “‘siente que su misién es salvaguardar ‘el orden burgués “1 Bullcigo y polémico, replto de parado- jas y epigramas, El Dieciocho Brumario de Marx dificilmente esuna pieza de teorizactén rigurosa. Pero ha formado la base de todo un paisaje de construcciones teéricas; el bonapartis- ‘mo, el cesarismo, el “excepcional” y “relativamente auténo- mo” Estado capitaliste, las interpretaciones del fascismo en Buropa y del populismo en América Latina (para algunos, honapartismo y populismo son casi intercambiables).! No es sorprendente que; debido a la fragilidad de estos funda- mentos te6ricos, ‘estas construcciones no sean muy” firmes. Ademés, abundando en la irresponsabilided de sus arquitec- tos, abren sus puertas a todos sin excepcién. ‘Tantos regime- nes son admitidos al salén cesarista/bonapartista que la mis- ma “excepcionalidad” (que teéricamente constituye su razén de ser) comienza a lucir dudosa: los Estados relativamente auténomos son a diez-por-centavo. La entrada resulta facil, porque el eriterio para aceptar Ja membresia es amplio. El popwlismo, se ha discutido de mancra convincente, ofre- ce un concepto organizativo pobre para entender cl desarrollo histérico de América Latina. Y, en el caso especifico de México, el bonapartismo ejerce una atraccién en virtud de su misma flacidez ideolégica. Y, sin embargo, hay fuertes 28 Karl Marg (1977), The Highteeath Bramaire of Louis Bonaparte (Mose), pp. 52, 103, 105. 2 Ibid., p- 108. zas, pp. 336-415 y, del mismo autor, Fascism and Dicta- torship: The Third International and the Problem of Fascism (Lon- dres, 1974), Notes el comentario de Marx acerca del “cesarismo” Nagheenik Bronlre oe * 34 Tan Roxborough (1984), “Unity and Diversity in Latin Ameri- can History”, Journal of Latin American Studies 16; 1-26. objeciones cmpiricas: ninguna “burocracia enorme, bien abastecida y bien alimentada” gobernaba el México de 1920; tampoco el estado de Sonora, como lo discutiré, era In “in- mensa organizacién burocratica y militar” que (segtn la teoria) sostuvo al gobierno bonapartista en Francia y le con- fini at Estado gu decisiva autonomia relative Sencilamente el Estado mexicano de los afios veinte era demasiado débil para erigirse por encima de las clases como lo hizo Ronepar. te; y el hecho de que el Estado no era agente de una sola clase hegeménica indica menos su relativa autonomie, ‘que su papel como objeto y victima de un conflicto de clase. Ergo, las clases no estaban “impotentes [...] y mudas ante Ja culata del rifle”, sino mis bien actives y elocuentes en su intento de pasar la culata del rifle de su lado. Tal vez ésta era una situactén “excepcional”, pero continué, yo sugeriria, hhasta fines de los afios cuarenta, cuando la batalla, por el poder del Estado fue ganada y perdi, y el Estado asumis su papel “normal”, en el cual la “relativa autonomfa” fue {a niveles que podrian debatirse) débil o inexistente. Vinculada a esta interpretacién esti la nodién comin de un gran giro —logrado por In Revolucién— de In hegemonia del comprador a Ta de la burguesia nacional. La Revolucion pudo no haber desmiantelado el feudalismo, pero Ie arrebats el poder a una fraccién de clase y so lo otorgé a otra cuyo “proyecto” diferia radicalmente respecto a la politica econd- mica y las actitudes hacia el comercio y Ia inversién extran- jeros. Sin embargo, como deben admitir los ilustres propo: nentes de esta interpretacién, Ia recién acomodada burguesia nacional exhibié una extrafia ambivalencia y dificilmente | zo entrega de la mercancia: durante los aftos veinte ol co. mercio y Ia inversién extranjeros aumentaron y Ia dependen- cia respecto de los Estados Unidos erecié.** Lo que para ellos 38 Marx, pp, 104, 110 8 Arnaldo Cérdova (1977), La ideologia de la Revolucién Mexi- cana: la formacién det nuevo réginen (México), ye “Ia. Ive tra In dictadura.(porfiista)” como que fue "desde el principio, dle la manera. mas" coleronte, ‘una Wucho contra. la. dominacién ex: tranjera; sin embergo, admite que, en itima instancie, Te revolution fo cambié. ni intents hacerlo’ Ie. “dependencia ecandmica™ de México, ver pp. 218, 260." Compirese con Lorenzo Meyer (1971), “Historical roots of the authoritarian. state in Mexico", en Aubert tarignism in Meateo, José Luis Reyna y Richard. ‘Weinter (edn) {fiedellin) 177 Hécor Aguas, Cain, “The Relevant Trdit Sonoran Leaders ta the Revolution”, on Caudillo and. Peassent, ing. (ed.), pp. 12223, donde laménta la docadencia de’ tn otrors ‘igoroas burguesfa. nacional y eft, para corroborarlo, In peblieecton comunista BP Machete (Iavorable entonces, agosto de 1927. at “Trento undo” de Stalin, a pesar de Shonen) 2 cs un rompeeabezas y/o una traicién es, de hecho, bastante poco problematico y coherente si a] el proyecto del régimen revolucionario es visto como esencialmente moderado, prag- mitico y evolucionario, yb] si se rastrea su pedigree al porfiriato, en vez de a una génesis mitica al calor de Ja re- Nolucién popular. Los. revolucionarios fallaron —de hecho, apenas si lo intentaron— en romper la “dependencia” mexi- cana porque nunca tuvieron la intencién de hacerlo, Como sus predecesores Cientificos del 1900, s6l6 buscaron la rene gociacién de las relaciones mexicanas con el capital extran- Jero, de conformidad con los cambios traidos por una gene- racién de crecimiento porfirista. Este desenlace era totalmen- te predecible dadas sus declaraciones y su politica durante 1910-20, asi como por Ia relativa ausencia de una profunda enofobia popular (disigida contra el capitalismo extranje- 10; los inmigrantes chinos y espaii les eran un asunto dife. yeate), En este eentide, a Revalucién no fue tina revolucién nacionalista; ni siquicra fue una revolucién nacionalista trai- cionada. Hasta ahora el argumento ha sido nogativo: Ia degradacién de Ia Revolucién a una simple rebelién —como quiera que fen ie grande" es tebricamente embrulecedora; cl pro: tmiscuo engendramicnto de fracciones de clase autoriza un corte de Ia navajn de Oczam. Ni bonapartitn ni revolucién: de la burguesia nacional representan hipétesis convincentes.. {Qué aliernative(s) positivals) puedo(n) offeceree a manera §oiina conceptualizacion general de la Revolucion, su earée- ter y resultados? Entre los numerosos estudios sobre “la re- Yolucién” ahora disponibles (la mayoria de Ios cuales omi- thé) dos definiciones distintas son las que parecen predomi. ar? Ing que llamaré descriptiva y funcional. Aiin més, los argumentos acerca de lo que constituye una “verdadera” Te. yolucién se apoyan sobre una ‘obediencia (no reconocida) a estas definiciones. Una dofinicién descriptiva dice cémo se Se una revolucién: por lo general se ocupa de violencia en tran escala, los conflictos politicos —tal vez. de clase— serios BrP Saeligano cecil resultant. Bin esta definicfon In revolu- cién se distingue de una rebelién menor © de un cuartelazo; tina vieja distinelOn convencional y stil compendiada por el famoso intercambio entre Luis XVI y el Duque de Ja Roche- foucauld-Liancourt.** Siguiendo la misma vena, los historia- Set de fn Revelucién Mexieana han hecho. una distincién JerGedosa'y tazonable entre la Revolucin y las revoluelones, © Lois XVIz gBs os une revolucién®: (AI enterarse revuelta?"; el Duque: “No, Su Majested, Ve enida de la’ Bastille.) es decir, golpes individuales y revueltas menores.#* Pero une montafia "revolucionaria” puede esforzarse en parir un ratén posrevolucionario: Jos resultados histéricos no estén en pro- porcién directa a la violencia y los muertos que los hacen bles. En el caso de Francia, por ejemplo, “existe. .. una Miaifiencién aparente para considerar @ ln ftevolucfén como tun fenémeno bisicamente efimero cuya relativa violencia, en época acostumbrada a una estabilidad mayor que la nues- una tra, Hevd a que se le acreditara una mayor significacién Guradera de Ja gue realmente tuvo"s® Igualmente, existen revoluciones “fallidas” como la de Taiping 0 Ia de 1905 que fueron descriptivamente revolucionarias y juncionalmente po- co efectivas, excepto en la medida en que (tal vez) sentaron las bases para posteriores revoluciones exitosas. Para ir mis alli: una definicién descriptive vélida deberia contener, yo ria, tres elementos fundamentales que se interrelacionan ¥ istinguen a una revolucién (exitosa 0 no) de un golpe le Estado 0 de una’ rebelién (de nuevo, exitosa 0 no); ¥ que, asi conserva la especificidad de las “grandes revolucio- nnes"*° Estos elementos son: i] )genuina participacis siva; ii] le lucha entre visiones/ideologias rivales (que pue- den ‘0 ino estar basadas en Ja lucha de clases: no descaria excluir movimientos multiclasistas de, digamos, persuasion nacionalista o religiosa: el Puritanismo inglés, el Risorgimen- to italiajo, los movimientos nacionates anticolonialistas) ; y iii) ‘una batalla consecuente y seria por la autoridad politica, Estos tres elementos van juntos. Una revolucién incluye una participacién genuina de las masas (aunque, necesaria- mente, s6lo una minoria de la masa esté directamente invo- lucrada). La participacién es genuing en el sentido en que Jas masas no son tan solo carne de’ cafién; hay un grado significativo de autonomia, de movilizacién voluntaria, Dicho en las palabras de Trotsky: “la historia de una revolucién ‘es para nosotros, antes que nada, Ja ‘historia de Ja entrada vigorosa de las ‘masas al reino del gobierno de su propio destino”. No es necesario decir que esta situacién es rela- 38 Michocl C. Moyer (1972), Huerta: A Political Portrait (Lin- oD Pepin, p26. Tek Medin (1972), Ideotogin irmpeod, p, 256. Taxi Medin (1972), ¥ praxis tatiea de’ Lazofo" Cardenas (Menten), p. 8, hace un, eomentara, ee janie scerea de Ja: Revolucién, Mexicana, wO'Crene. Driaton (1965), The. Anatomy of Revolution (Nu York {publicedo inilolmente en 1900) enltis ‘In. especiaidad I randes elses cl en tf preter on ue thtos estudios posterores: por ejemplo, ef de Skocpol, pp. th 2 Sen Trotky. (901), The History of the Russian’ Revolution, 3 vol. (Londres)y woh. t, Pe 1S. oe tivamente rara y generalmente effmera —como lo fue en Mé. xico, donde a sugerencia de muchos, jamis sucedié en abso- luto.. Sin embargo, mientras ,dura,” Ia movilizacién_ masiva requiere de una serie de compromises: religiosos, milenarios, nacionalistas, regionales, personalistes 0 clasistas. Estos atrac- tivos populares pueden’ —n .los ojos.de los criticos ex post facto— parecer ingenuos, engafiosos y aun indicativos de una lamentable falsa conciencia: esti el caso de los campesinos “no-revolucionarios” de Oaxaca que siguieron a sus eaciques serranos a la batalla después de 1910, como lo habian hecho antes en los aiios alrededor de 1870; campésinos que no as- pasedd para que les ayuden y les‘ presten sus nombres, gti- tos de batalla y atuendos, a fin de asi representar Ia, nueva escena de la historia mundial en ese disfraz.honrado por el tiempo y en ese lenguaje prestado. 4 De hecho, una interpretacion estricta. de esta regia reque- riria que descartéramos al zapatismo y a una multitud de movimientos populares menores que, durante 1910-15, desafia- ron el status quo y revolucicnaron el pais, pero basindose, en gran medida, en simbolos y normas legales que retomaban del pasado. -": ue piraban a grandes metas, esto.es, metas funcionalmente revo- 77. -Esto da lugar at segundo criterio de estatus “revoluciona- weionarias, sino-que desempefiaron un papel descriptivamente revolucionario en el sentido en que participaron de manera directa y efectiva’ en la, Revoluctén, al servicio de lo que consideraron. sus .propios intereses, en vez de acluar como victimas tiranizadas de la leva.t? Se.ha llamado “no-revolu- cionatios” estos participantes porque se adhirieron a obje- tivos atrasados, “conservadores”” y, por lo tanto, “no-revolu: cionarios”; lo ‘cual, en sf, es en términos generales cierto y valide, Peto si, exponiendo lo que Thompson ha lamado la “enorme condescendencia de la posterided’, sentemos un solo criterio funcional,, y,procedemos a segregar las ovejas “re- volucionarias” do las cabras “no-revolucionarias”, nos arries- gamos a imponer una division atbitraria que perjudica enor: memente la comprensién de la historia? Los movimientos populares. que luchan por ideales atrasados, “conservadores” (“reactivos” en el vocabulario de TTilly),** han jugado un papet primordial en las revoluciones; esto ha sido confirma- do por autoridades tan diversas como Lawrence Stone y Karl larx:*® justo cuando [los vivos} parecen comprometides ‘en revo lucionarse a. sf mismos y las cosas, en crear algo que ja- mis ha existido, precisamente en.tales periodos de crisis revolucionaria angustiosamente conjuran a los espiritus.del 42 Te Waterbury, “Noh Revolutionary Peasants: Oaxaca Compared to Morelos, in the ‘Mexican Revolution’, Comparative Studies in So- ciety and History 17; 41042. E. P. Thompson (1972), The Making of the English Working Class (Elarmondsworth), p._ 15. 44 Charles ‘Tilly, Louise Tilly y Richard ‘Tilly (1975), The Rebe- ious Century, 1838-1930 (Cambridge), pp..5152, 249, . 45 Lawrences Stone (1970), “The English Revolution”, en Ta cidn de Robert Foster y Jack P. Greene de Preconditions of Revo lution in Early Modern Europe (Baltimore), pp. 50-60; Marx, Eigh- teenth Brumaire, yp. 10-11, de ahi ta eita, rio”, que puede ser invocado en detrimento de movimientos tradicionales como el zapatismo, Las revoluciones son Junge: das —correctamente— segin su aspecto y segin lo que lo- gran, Aqui, 1905 y 1917 estén en dos polos distintos. Existen muchas formulaciones aterea.de lo que una revolucién debe lograr furicionalmente para ser calificada como tal, aunque muchas son variaciones de un mismo tema(s). Ya hemos visto que Skocpol combina un requisito funcional (una “transfor. macién bisica y répida del Estado y,de la estructura social de una sociedad”) con un, corolario descriptivo (“acompa- fiado y en parte Ilevado « cabo por una revuelta de base cla- sista surgida de abajo”). “Una revolucién”, dice Huntington, “ea un cambio rapido, violento y fundamental en los valores mitos dominantes de una sociedad, en sus instit Tnicas, en su estructura social, sw lderoage ya bernamental y su politica’. Algunos historindores de la Revolucién Mexicana, coms Ruiz, postulan criterios funcio- nales tan exigentes que la Revolticin se vuelve una rebelién (uma degradacién que otras “grandes” revoluciones —desde Tuego aquellas de cardcter “burgués"— sufririan si se les inspeccionara de manera similar), y a todo un grupo de par- ticipantes revolucionarios, se les niega, en. efecto, el estatus de revolucionarios”. Mientras tanto, otros historiadores —co- “mo Cockeroft— le conceden el estatus “revolucionario” porque ereen que asimila a los participantes en una norma prefer: daz la del militante, proletario y anticapitalista PLM? embargo, -movimientos preeminentemente, reheldes, como el “zapatismo, no pueden ser asimilados de esta manera: no fue- ron ni proletarios ni socialistes; y, especialmente en sus pri- ~fhiefos aos, no abrigaban ningin gran proyecto para la trans- 4 Samuel P. Haatington (1971), Political Order in Chonging So- tes (Yale), »p.. 264. It Ver Cockeroft, especialmente los. ct 143.44, 177-83. ftules 68, y. los paginss formacién_{utura_de. México.** Como tampoco los Cedillo se dispissieron a contrnir Jerusalén en el placido y verde Valle del Maiz, Por mis que se hable de “comunismo”, los Cedillos, previeron —y Saturnino Cedillo lo implements después— una solucién local, rural, personalista y restauradora para sus agravios.** Zapata y los Cedillo (y muchos como ellos) eran, en un sentido, reformistas que solo podian implementar sus deseadas reformas a través de la guerrilla revolucionaria; 8, Mision, que low impulss (pues as visiones, los mitos y los imperativos morales resultaban crucfales) estaban toms- dos del pasado, aunque tal vez estaban adornados para la ccasién, Arnaldo Cérdova, quien entiende esto muy bien, es coherente y Iégico al contrastarlo con su propia definicién (ftncionel). de le Revolucion 2Podemos hablar legitimamente de una revolucién en el aso del movimiento zapatista? Mucho de Io que ahora sabemos acerca de Zapata y del zapatismo [...] sugiere jue no. El retomo al pasado en el que se bass el localismo Az movimiento le alle tanto de un proyecto de desarrollo, nacional como de una concepeién del Estado, son elementos que nos impiden concebirlo como una revolucién. Una re- volucién, social o politica, nunca es local, nunca busca res- taurar el pasado; una revolucién es nacional y por ese misma rason la toma del poder politico es su objetivo pri mordial. Siguiendo a Stone y a Marx, yo discreparia. Y lo haria, primero, por el sentido comin y bases seménticas: negar el cardcter “revolucionario” del zapatismo y de la mayoria de Jos movimientos populares de la Revolucién Mexicana (sic) es pedante y falco; y, segundo, porque implica una segrega- cin @ priori de los movimientos rebeldes/revolucionarios ‘con base en un solo criterio impuesto y exagerado: el de In aeologia: posioién ideolégicn. Por lo tanto exalta la i en ella se basa la distincién fundamental progresista/con vista al 48 John Womack Jr. (1969), Zapata and the Mexican Revolution (Nueva York), pp. 87, 393-404 Led. cast: Siglo XXIJ; Cordova, pp. 15455, “> Cedillo es el tema de dos excelentes monografias: Romana Fal- cin (1964), Revolucién y caciquismo, San Luis Potost, 1910-1938 (esto), Dudey “Rosson “Agrarian “Warlord, 1908 ‘Ankaaen presenta & Cedllo como un, goncivo. populist, egrarl, en -contraste Eon la vsién més maquiavélien de Felodn; ningun de las dos vie slones choca con mi argumento serlamente, aunque el de Ankereon se ajusta’ mejor. 5 Cordova, p. 154, pasado, “proactiva”/“reactiva”, Igualmente, desatiende el ompromiso activo y ls eficacia, nada menos que en términos de la lucha de clases. Los zapatistas carecieron tal vez del refinamiento ideoldgico de Flores Magén; pero hicieron mu- cho més por desgarrar el viejo orden e intentar Ja creacién de algo radicalmente distinto. Y este-algo radicalmente di- ferente, aunque no fue el socialist, ef presents: un gido contraste al status quo ante porfiriano. El zapatismo, y mu- chos movimnientos menores similares, Iuchaban por Ia imple: mentacién de una visién alternativa que pudiera obtener una acendrada lealtad popular (lo mismo se aplica a ciertos gru- pos serranos). Si la visién era nostélgica, Ia accién era re- volucionaria; a menudo revolucionaria con conciencia de cla- se. ¥ no es extrafio que visiones nostalgicas y “tradicioneles” se transmuten —especialmente al calor de la revolucién— en ieologias con uma visin mis adelantada y radical: fue as como las milenatistes tradiciones de los campesinos rusos thinos (evidencladas en los rebeldea rasolnt y ‘Teiping) alimenté a los movimientos revolucionarios del siglo xx; mientras que en’México las rebeliones locales e inarticuladas de 1910-15 a menudo abrieron el camino a mejores y mas complejas protests. posteriores, ‘especialmente en los_afios treinta.* Esto me lleva al tercer y mas breve elemento de mi definicién descriptiva y que es planteado también por la frase final de Cérdova, citada mas arriba, Puede ser cierto que movimientos populares como el zapatismo estuvieran”po- cco dispuestos a tomar el poder del Estado, y que esto resul- tara una debilidad fatal. Pero su movilizacién de las imasas yurales, tras un programa genuinamente popular, incluyé una ran. confrontacién con el Estado, y ayndé de manera signi- ficativa a su disolucién (el cual, como Lorenzo Meyer ha sefialado, habia dejado de existir de manera efectiva para 1914). Por Jo tanto ellos contribuyeron a la creacién —ya que no a Ia resolucién— de una situacién que sc ha visto {por los proponentes de lo que Skocpol llama el enfoque “conflictive-politico”) como distintivamente revolucionay to es, la competencia por el poder politico entre fuerzas riva- Jes que leva a una “soberania miltiple”: es decir, el des- moronamiento del Estado México fue un ejemplo clisico esto. 7 . . © Por ejemplo, Paul Friedrich (1970), Agrarian Revolt in a Me- ican Village (Englewood Cliffs), sobre’ el caso de Naranja. Otro 200 (mayor) ria cl de la Lagusa;_y otro caso (menor) Ometepec, ‘(Wer la note 104, donde se mencionan ottoe ejemplos.) 22 Lorenzo Moyer {ivig 78), “El Batado mexicano conemporines" Historia Mesicana, 28; 8 Skocpol, pp. 10-11. Por lo tanto, yo justificaria el uso del término “revoluci nario” para describir a los thovimientos populares que tienen poderosas visiones rivales y se enfrascan en una lucha sos- tenida (politica, militar, ideologica), en una situacién de so- “berania miltiple. Independientemente del resultado. y de la funcién, la Revolucién Mexicana claramente se amolda a estos criterios descriptivos y su utilizacién comin es por lo tanto vilida. Pero antes de pasar al segundo y mis contencioso te- ma de In funcién, seré necesario abundar en la descripcién ya presentada, Ya he sugerido en otra parte que la Revolu- ién Mexicana puede analizarse mejor en términes no de dos contendientes (antiguo régimen y revolucién), sino de cua- tro: antigno régimen (el porfiriato y el huertismo) ; los re- formistas liberales (principalmente, aunque no exclusivamen- te, Ja clase media urbana) ; Jos movimientos populares (sub: dlivididos en agraristas y' serranos); y la sintesis nacio- nal, el carraneismo/eonstitucionalismo, que se convirtié, sin una innovacién genética significativa, en la coalicién gober- nante de los afios veinte."* De inmediato se notara que estas » son categorine homdlogas, por ejemplo, regimencs, clases leologias. Son, miis bien, actores histérieds, que representan conjuntos de intereses en los que la clase es crucial, pero otras Tealtades -—ideolégicas, regionales, clientelistas—. también compiten; son iitiles a este nivel muy general de andlisis, pe- ro, por supuesto, deben descomponerse para otros propdsitos smaliticos. La clase social puede considerarse central para algunas de estas divisiones hasicas; por ejemplo, nacional- mente entre el antiguo régimen y el movimiento popular y Tocalmente, en ensos especticos como Moreloy La Tragun af Valle del "Yaqui, la Huasteca, Otras divisiones, tales como aquellas entre el villismo (una seccién hipertrofiada del mo: vimiento popular) y el carrancismo (una categorfa por de- recho propio), no pueden ser reducidas a intereses de clase, ni siquiera en “el iltimo andlisis”. Tampoco lo puede ser Sa eristiada de los afios veinte. La negacién de una ajustada congrucncia entre facciones politicas intereses de clase no resta valor, de acuerdo a mi Acfinicién, al caracter revolucionario del proceso iniciedo en 1910, Aqui, es la fuerza y a autonomia de tos movimientos populares lo que cuenta. Recientes informes revisionistas que niegan esta earacteristica de la revolucion, estin, ereo yo, bisicamente equivocados y a veces se encuentran en conflicto con Ia evidencia que ellos mismos producen, Algunos niegan ‘© minimizan seriamente Ia importancia de la rebelién cam: 5 Knight, “Peasant and Caudillo”, pesina, subrayando en cambio Ja pasividad de los campesi- hos; otros enfatizan mis bien el papel revolucionario de la clase media, las gentes con recursos, o los abiora populates ran- cheros (los rancheros y los campesinos son conveniente -pero inexactamente segregados, merced nada menos al signo del “comunalismo”) .* A menudo existe también una implicacién subyacente de que para considerarse una clase “revoluciona- rin, el campesinado debe exhibir un nivel de compromiso revolucionario —en términos de actividad mayoritaria y sos- tenida, un amplio apoyo geogrifico, conciencia de clase y sofisticacién politica— que muy pocas clases (burguesa, pro- letaria o campesina) han obtenido jamés, A este respecto, los viejos historiadores “populistas” (como Tannenbaum) y —a esar de sus errores— los nuevos marxistas (Cockcroft, Gilly, emo) por lo menos comprenden que la Revelueion fae, 0 mo sus participantes comprendian de sobra, un_movimiento popular masivo en que se enfrentaron grupos hostiles, clases € ideologias, y que revelé, de manera dramitica, Ia quiebra del antiguo régimen. Fl cardcter de Ia Revolucién popular, ideol6gico, pro- fundo— tuvo implicaciones obvias para su ‘desenlace; la de- finicin y Ja funcién por lo tanto se traslapan. El rechazo ola deseifatizacton del eardcter profunde, peptlar, de la Te. volucién, tiende a alentar una vision de su desenlace que subraya la continuidad sobre el cambio, Pero la discusién del - resultado de la Revolucién es muy compleja, y cualquier in- tento debe estar precedido por cierta clarificacién preliminar. Podemos tratar dle detener el reloj y preguntar “zqué ha cam- biado?”’; pero debemos ser cuidadosos de relacionar el cambio con la Reyolucién, es decir, no debemos caer en el error post hoe ergo propter hoc, por el cual todos los desarrollos posre- volucionarios son atribuidos a Ia Revolucién, aun aquellos tte eran inmanentes al México anterior a 1910; y debemos Uesidir'en qué punto detener el reloj --g1917, 1520, 1923, 1929, 1934, 1940, 1985? Cuanto mis tardia es la fecha, ma: yor es el riesgo de contrabandear cambios “revolucionarios” cuyo origen no es primariamente revolucionario (por ejem- 85 Estudios revisioni recientes (cuyo mérite seadémico reeo- ‘nozeo ampliamente, aun estoy en desacuerdo con algunas de eu conclusiones) ineluirian: Jean Meyer (1973), La Révolution Mextcaine (Paris); Hans Wemer Tobler (1982), “Conclusion: Peasant Movi Hisation ‘and the Revolution”, en Couditlo and Peasant, de lirading, Pp, 745.55; Ian Jacoba (1962), Ranchero Revolt. The’ Mexican, Ret volution in Guerrero (Austin)! ‘Romana. Faleba’ (1979), “Los ori anes populares de le revolveién de 1910. Bl caso de San Luis Potos!", istoria Mexicana 29: 197-240, y de la misma autora Revolucién ¥ caciquismo, por ejemplo pp. 271-73, plo, el nacionalismo econémico de los afios treinta, que debe ser visto tanto en un contexto global, como nacional y posre- volucionario)."° Sin embargo, si el enfoque de Semo es co- recto (y creo que lo es), seria errénco detener ef reloj en, digamos, 1920, aun si {uc importante esa coyuntura en la eristalizactén del régimen posrevolucionario, Igualmente, seria tun error cerrar un andlisis general de la Revolucién francesa con Termidor, o aun con la Restauracién (véase la dtima frase de este ensayo). Por Jo tanto, nos enfrentamos a un problema familiar: ge6mo cortar Ia prenda sin costuras que ¢ In historia? Pero el problema se vuelve especialmente agu- do cuando —como el manto multicolor de José— la prenda es rica y abigarrada, y objeto de una enconada contienda. 1920, por ejemplo, puede permitir una posicién ventajosa para juzgar ciertos cambios coyunturales politicos; pero aun 1985 puede ser demasiado pronto para llegar a una conclu. siin firme acerca de Ta histéroa sigifiacién de Ta Revo: lucién, La solucién dptima, sugeriré, es una combinacién de pers- pectivas de plazo largo y corto: estas iltimas se enfocan en los afios veinte (el resultado inmediato), y las primeras en Jas consecuencias generales hasta nuestros dias. Pero cl andl sis de las consecuencias generales implica una dificultad par- ticular que debe abordarse desde el principio. La discusién de la historia mexicana posterior a Ia Revolucién a menudo esti confinada dentro de una camisa de fuerza teleolégica. La Revoluefén pone a México sobre lineas fijas de desarrollo, por lo que todo proceso posterior (utilizo el término de ma- nera neutral) puede rastrearse hasta Ja Revolucién, a la orien- tacién y al impulso que confirid, Son tres las principales te- leologias més influyentes. Primero, esta la vieja ortodoxia revolticionaria que ve Ja Rovolucién como wma experiencia hacional nica: Gesta Dei per Mexicanos. Gracias a la Re- volucién, México ha marchado —y afin marcha— hacia la justicia social, el desarrollo econémico y la integracién na- ional, Esto constituye ef repertorio de los candidatos prifstas que recorren el pais con sus discursos. La implicacién his. 6 Cérdova, p, 262, ve Ia “sirtual conclusiéa” de la Reyolucién en 1917 y_ Cockcroft, p.'5,, patece estar de acuerdo; yo concluyo mi es tuudio “de préxime ‘aparieién eobre Ia Revolucién” (armada) con Ta echa convencional de 1920; Ruiz da 1923. En lo que respects al desarrollo del nacionslismo econémico “revolucionario”, vénse Alsi Kaiht, the polite eamnamy of revolutionary Merico, 19001940" en Christopher “Abel and Colin M. Lewis (1985), Latin, America. Economie imperialism ‘and the State (Londres), pp. 288317 (aun Haut tenerprecancin: ete aielo see wnn ceria editorial 1 Lirica es que todos los participantes de la Revolucién (inclu. yendo a aguéllos que elearon 7 22 mataron entre si) hicieron tuna contribucién a ese desenlace feliz. Esta teleologia, que tiene gran fuerza dentro de la retorica del régimen, es me- nos evidente en la historiografia seria —aungue pueden en- contrarse elementos. Dos teleologias alternativas representan criticas radicales esta interpretacin, Una da prioridad a la progresiva mar- cha del capitalismo, a la que fa Revolucién y todos los rej nenes “revolucionarios” han contribuido, no obstante los dis- cursos oficiales. La Revolucién, en si, fue una revolucién bur- guesa (al menos en el débil sentido de que no fue una revo- lucién socialista y tal vez ineluyd Ja derrota de las fuerzas campesinas y proletarias a manos de los burgueses; on oca- jones, también, en el sentido mas fuerte de que deseché un ancien régime feudal, 0 al. menos precapitalita; y/o que represent6 el proyecto consciente de la burguesia nacioral) Y los regimenes siguientes, incluido el de Cardenas, han alen- tado este desarrollo capitalista a su manera.** Segiin esto —lo que podria lamarse Ia escncla “‘légica del apital”— el Es- tado ha servido como agente del capitalismo, nacional y/o Ineriacionala es) en ee argot de un. debate, un. Estado “instrumental”. "Una tercera e influyente teleologia rival también deriva gu concepto principal (el Estado “relativa- mente auténomo”) de la tcoria. Aquijsel Estado —anterior al capital, y por lo tanto relativamente auténomo de é— Se vuelve’ ef motor, principal del desarrollo mexicano, y el surgimiento del Estado domina la historia mexicana (al me- tnos desde Ia Revolucién) de la misma manera que !a ascen- dente clase media dominé 1a interpretacién whig de ta his- toria britinica, Cuando se le enmarea en un discurso marxis. ta, este acereamiento subraya necesariamente Ia relatividad de la autonomfa del Estado, y por lo tanto, se mezcla a me- nudo con la teoria bonapartista mencionada con anteriori- dad. Los no-marxistas, por otra parte, para quienes la auto- nomia del Estado no es causa de una’ molestia tedrica, viran hacia una especie de estatolatria que ahora impregna una 1 Por ejemplo, Robert E; Quirk (1970), The Mexican Revolution, 191415: The Convention of Aguascalientes (Nueva York), pp. 292 93. ‘8 Arturo Anguiano (1975), EU Estado y la. politica obrera det Cordenismo (México); Octavio Tanni (2977), EL Estado capiatisia ‘en [a época de Cérdenas (México) ‘© Nora Hamilton (1982), The Limits of State Autonomy: Post- revolutionary Mezico (Princeton), pp. 415; comparar con Holloway y Pieciotto, ‘p. 3. (Bd. cast.: ed: Exa.] buena parte de los estudios histérieos recientes. “A fin de ctientas” concluye una magnifica monografia reciente, “todas las complejidades de Ja Revolucién Mexicana pueden red cirse a una sola dimensi6n: el Estado”.®* En sti estudio. an: tropolégico acerca de la sierra de Morelos, Guillermo de la Peia toma una perspectiva mas amplia: “el tema del Estado”, smuncia al principio, “recorre todo el libro” y, lo que es mas, se remonta al periodo colonials ef Estado —o, mis bien, sw “Grea de poder"— constituye “el poder externo que ha defi- nido las metas comunales; desde los tributes coloniales y ol control del trabajo, hasta’ la distribucién de la tierra y la actual recoleceién de impuestos”; Ia “fuerza historica del Fs- lado” consigue “penetrar la economia y Ia politica, Ia reli gion y el parentesco, In etnicidad y la clase” .*® Nadie, por supuesto, duda de le importancia del Estados como tampoeo de la. importancia de Ia. clase. Como tates cuestiones histéricas éta es una de grado, aunque un grado que no puede ser cuantificado con facilidad, En términos lla- nos puede preguntarse: “debe verse el surgimiento del Es. o'tado posrevolucionario como. el desarrollo formativo, erucial en Ia historia moderna de México?” En otras palabras, 308 el Estado el concepto organizativo fundamental para el enten- dimiento de la- historia? Mi argumento es que aquellos que han virado hacia la estaiolatria han ido demasiado. lejos, y © Bjemplos de estatolatria: Cénova (vcore det Extado “superoecono'y el Peale coro sreuledoe ae Ja economia; In “casi absoluta dependencia” de, Tos grupos sociales érganieados, respecto del Estado, y Ia inependencia tolal_ de este timo de Jos dems grupos). Hs ‘similar el concepto de Hodges y Gandy acerca de la Revolucién como politica y buracréttea, marca por la “perpetuaciin en el poder polftico de una nuova’ clase. gor hernante: Ia burocracia” (pp. 122 £5). La estatolatrfa comparatia y grande ea evidente en Skoepel, por ejemplo en las pp. 35, 285, 287; sin ‘embargo, leg preferenciae adjetivales. de" Skocpel, con tendencia a To aubjetivo *"¢9. au califcativo favorito para’ Ine conseeven arias), dificultan Ia evaluacién de ‘qué tam Tejos Mega Ia estatolatsia. ZAeaso es (como ‘yo. reo)” in uevo y atidaz eulto, © simplemente una. critica. agnéstiew “de. lox is y desacreditados ‘dioses dal reduccionismo econsmica? 2 Jucabsy De 167, " | 2 Guillermo’ de la Pefin (1962), 4 Legacy of Promises: Agricul. ture, Politics and Ritual in the Marelos Ilighlonds of Mexico. (Man: chester), pp. 8, 12, 258.54. Y-—un elenplo entze Jos muchos ene] campo dela Misioria del trabajo en México lal Trejo ne (1926), “The Mexican Labour Movement, 1917-1915", Latin Amer 183, habla. weerea dein elsge trehajadora por "Ing necesidades det Estado’, cl. cual exitosumente lcemovilizacin” Ue los trabajadores “impotentes", mientras ituciones oficiales de los ais treiuta “perfeccionan™ esta relacion jerdrquica, pp. 228-30, 262, 290, 322 can Research Review 8: mioldeada, que intercambiar el reducciorismo de clase por Ia estatolatria no es ninguna ganancia; de hecho, lo mas probable es que represente una pérdida. Existen tres objeciones fundementa- les a ésta, Ia mas a la moda de las tres teleologias. Primero, imparte una especie de unilaeralidad whigiana a la historia moderna de México, en el sentido de que todo desarrollo ma- yor, en todos los periodos, ext enlazado a esta maquinaria bisica de cambio. Y la maquina continéa en marcha, en Ia misma direceién: esto es, hacia In centralizacion, In corpora. tizacién y Ia burocracia, Segundo, esta visién exagera em. piricamente el poder y el papel ilel Estado, especialmente del perlodo mas temprano (digamos que anterior a 1940). Sus proponentes creen ver el Estat moderno mexicano —con st desarrollada burocracia y sus estrueturas corporatives, su pre- supuesto masivo, su omnipresencia econémica y su gran lon. evidad— en una edad en que no existia; cuando el Leviatin le hoy era aiin el pececillo de ayer. Por lo demés, la gene. racién del Leviatin no necesariamente se prevefa, No debe. mos pasir por alto —como Maitland nos lo récordé— que cosas que hoy se encuentran afianzadas en el pasado al- guna vex fueron parte de un futuro desconacido. El Estado que dirigian Jos sonorenses en, los afios veinte era precario, y su autorided estaba amenazade por el caudillo y por la Iglesia catélica; su supervivencia dependia del fa. vor de Washington, y sti caricter, segin James Wilkio, atin bisicamente “pasivo”.** Incluso la presidencia de Cir. denas —concretamente vista como un periodo clave para el desarrollo del Estado mexicano— comenz6 con un gran cis- ma dentro del oparato estate y terminé con la traumiticn cleccién de 1940, cuando el presidente saliente, aunque opt6 por un sucesor modlerado y seguro, tuvo que enfrentarse a wna oposicién acérrima, a una votacién mayoritaria contra el candidato oficial, y a un legado de amargura e inquietud politica, 1910 revel6 las limitaciones, ast como la fuerza, el Fstado revolucionario que estaba en proceso de maduracién (y, de hecho, si Cardenas hubiera optado por Magica en vez de por Avila Camacho, por su candidato preferide en ver dle por el mas seguro, estas limitaciones se hubieran revelado de una manera mas drastica). Tercer punto —derivado del anterior—: In estatolatria con: cibe al Estado en términos antropomorfos: es una entidad aparte, como um individuo que actia sobre otros (mas de lo que actitan sobre él) y tiene metas, intereses y poderes que & James W. Wilkie, (1970), The Mexican Revolution: Federal Fapenditure and Social’ Change since 1910 (Berkeley), pp. 37, 62.65, ripidamente van ampliéndose. Este no es cl Estado liberal y plurilisia (la arena neutral donde los intereses chocan y se restielven) ; ni tampoco es el clisico Estado “instrumental” marxista que sirve a los intereses de clase, —pues estos in- tereses raramente son especificades—: més bien, es un actor independiente, es decir muy relativo o incluso absolutamente AiilSHiIO; tina fuerza generadora que no puede ser dividida aeevivtes tras la gual mada ni nadie puede diecernitae, Los grupos de interés de Ia teorfa pluralista y las clases sociales Mnarxistas no Jo afectan; y, si lo hacen, es como suplicantes, como receptores de los favores del Estado, 0 como victimas de su ira. En versiones ‘extremas, este Estado antropomorfo: dle liccho asumte forma lumana y se supone que “el destino dle México se hace y se deshace en Los Pinos y en los depar- tamentos gubernamentales, y que el pueblo no es sino la ma- teria prima con la que el gobernante —sabio 0 no— mol- dea Ia historia de la nacién’.* Los estatdlatras tienen tina concepetén errénea del Estado mexicano, Antes de 1940 (para establecer una vaga Tinea divisoria), dl Estado era mis débil, a menudo mucho mas debi de To que suponen; después de 1940 era mucho menos auténomo, De hecho, seria diffeil encontrar un Estado en ‘América Latina que, en los iiltimos cuarenta afios, haya pro- ducide tan consistente y exitosamente politicas favorubles a a acumulacién de capital y a los cimientos sociopolitices que Jo sosticnen (éste es un punto al que regresaré en Ta conchi- sién). Por lo tanto, las tres teleologias deben ser rechazadas. No existen bases para homogencizar todo el periodo posrevo- Iucionario, La Revolucién no colocd al pais en un curso fijo ¢ inmutable, Mis bien, a corto plazo (tomande como punto le mira los afios veinte), 1a Revohucién efectud varios cam- bios importantes, algunos’ de los cuales son irreversibles. AGn mas, a largo plazo, la Revolucién hizo posibles ciertos desarro- Ilos posteriores, a ta vez pelab que estas oportunidades se tomaran dependeria de eventos Posteriores, ellos inismos producto de contlictos politicos y so- tiales. La primera tarea, por lo tanto, consiste en especilicar qué habia cambiado ya, de manera irrevocable y significa. tiva, en los aiios veinte; después, hay que considerar de qué manera Ins opetones posterieres —en el campo de la reforma agraria, la construceiin del Estado, el nacionalisino econé- mico— se presentaron, se aceptaron o se rechazaron.® 6+ Seino, Historia Mexicona, pp. ,157-59. ¢ Homilton, p. 271, yuxtapone “Ine reatrieciones y Ins opciones wwe cancelaba algunos otros. En otras . ras, abrid las ventanas de la oportunidad; aunque el _ En lo que respecta a los afios veinte, dos tipos de cambio Sueron evidentes, A nivel formal —d nivel de las leyes, los decretos, Ia politica oficial y las disposiciones constituciona. Jes— el grado de cambio real puede exagerarse con facilidad. Es cierto,’ la tiueva Cosistiiticion prometia cosas buenas tecediendo a Ia Constitucién Soviétics”; y el nuevo régimen estaba imbuido de retérica populista® Pero, como hha suce- dido tan a menudo en el pasado, la tcoria y la realidad di- vergen. Como en log afios de 1860 y 1870, los revolucionarios victoriosos habjan heredado un pais abatido y un gobierno caético: por ende antepusieron un gobierno fuerte y Ia, re- construcelén econéimica (tuna frase tecurrente en cl periods posterior a 1917, tal y como lo habia sido cincuenta afios antes), a la fidelidad constitucional 7 a fas reformas prome- lidas.°t La promesa maderista de “Sufragio Efectivo, No Recleccién” apenas fue respetada; atin menos si se prefiere Ja traduccién de Womack: “A real vole and no boss rule”. Las elecciones estaban arregladas, los patrones —como “Don Melchor” de Paracho— ain gobernaban, y la version sono- Tense de In reeleosign_sélo puto ser impedida por las bales de Toral.® Tampoco las realidades de In politica laborista —tipificada por Morones y la CROM— reflejaban fielmente el articulo 123, La reforma leg al sector agrario: entre 1915 y 1928, 5.3 millones de hectéceas fueron distrihuidas entre imés de medio millén de beneficiaries on nas 1 500 comtinidaces.? Aunque para 1930, la propiedad ejidal cons- tituia sélo el 6.3% de la propiedad agricola nacional (por rea) y el 9.4% (por valor), habia estados donde los por- centajes respectives eran mucho mas altos (Morelos: 59 y 62; Yucatan: 30 y 153 Distrito Federal: 25 y 13; Tlaxcala: 19'y 21). Por lo tanto, en los.estados del centro en particu- lar, la reforma agraria habia cambiado sustancialmente las relaciones de tcnencia de Ia propiedad y del poder portiristas, ‘aun antes de las amplias reformas cardenistas. Es necesario desconfias de las enérgicas proclamas de continuismo agra- cestructurales”; a nnente en eus’ andi 00 Frank R, Brandenburg (1965), The Making of Modern Mexico (Englewood Cliffe), pp. 55-56. sr Perry, pp. 349.50; Cérdova, pp- 208-75. 88 Womack, pp. 54-55. ® Carleton’ Beals (1931), Mexican Meze (Filedoltin), pp, 205-13, ofroce un retrato » an, si un pocs exagerado; del tipico caci- ‘que revalucionario, don’ Melchor. ‘To Lorenzo Meyer (1978), Historia de la Revolucién, Mexicana, Periodo 1928-34: EL conflicto social y los gobiernos det maximato (México), p. 188. 1¢ Jas primeras figuran de manera més promi. rio." Sin embargo, las consecuencias pricticas de esta limi- tada pero significativa reforma formal dependieron, en gran medida, del contexto informal dentro del cual fag pros geda, al cual regresaré en un momento, ‘Tomados por si mnis- mos, los datos de la reforma formal (cuya exactitud puede ser cuestionada)" deen sélo parte de la historia, El papel del nacionalismo econémico dentro de las politicas “sevolusionatiag”™ restantes, ya lo he sugerido, se exagera con facilidad. Ademés de las disputes rectirrentes con {as com paiiias petroleras (en los afios veinte y treinta, el petréleo era un caso especial), los sonorenses no mostraron Ia menor disposicién a limiter fa inversién extranjera, o a cambiar de manera radical las relaciones econdmicas de México con el “centro” capitalista. Mas bien, durante gran parte de los afios veinte, el mayor compromizo gubernamental de reforma ha dicho también, ef cardeniems hood con los “mites de la autonomia del Estado; con todo, aun dentro de es0s limites, el cardenismo divergié del “proyecto” de Ale- mn y sus sucesores; como Goldwater treinta afios después, Cardenas ofrecié una alternativa, no un eco. Q, utilizando os cuidedosos términos de Semo, Ins reformas ‘cardenistas “mmestran tendencias a sobrepasar los limites burgueses”." Esto seria especialmente cierto en el caso de la reforma agra- ria, donde las politias cardenista fueron més allé-de la des truccién dela. hacierida, “tradicional”~ (gor esto,” implicita Tae, mas allé de las reformas que mas tarde tomaria -Revolitin boiviana) y atstaron 2 empresas capitlisas o- ‘no lag plantaciones de La Laguna o Nueva Lombardia, Aun- que las reformas éardenistas, agrarias y de otro tipo, fueron integradas més tarde a un proyecto de acumylacién de capi- tal, de industrializacién y de “autoritarismo modernizado”, éta no fue ni su intencién. subjetiva, ni_su consecuencia objetiva durante el‘periodo cardenista, Y, dado que esta al- ternativa radical era —en términos de ideologie, liderazgo ¢ inspiracién— hija de la Revolucién, debe concederse que Ja Revolucién contenia el potencial genético necesario para dar a luz distintos tipos de retofios. El proyecto posterior a los aiios euarenta —al proyecto, digamos, de. Aleman fue quizé el nieto de la Revolucién, pero también el hijo de la Guerra Mundial y de la Guerra Fria, Como el estalinismo, @ alemanismo fue une posibilidad revolucionaria, pero no una certidumbre revolucionaria, La teleologia y Ja unilinealidad deben ser rechazadas por- que distorsionan nuestra comprensién de los periodos histé- ricos —de Ja Revolucién, del cardenismo— pero también, porque pueden coger nuestra percepeién del presente, Si el pasido est tan abrumadoramente “sobredeterminado”, tam én (puede suponerse) To esta el aqui y aliora, Sin embargo, extrafiamente, aquellos que hacen hineapié en la dominacion pura del Estado y del capital a partir de circa 1920, son a menudo los més ansiosos por encontrar grictas en el status quo contemporaneo, # través de las cuales pudieran filtrarse Jas corrientes radicales, Harfan mejor en reconocer que la 2115 Hamition, pp, 280-06, = una discustén sensible. 39 Semo, Historia Mesttana, 808, dominacién del Estado y del capital nunca ha sido- monoli- tica, que Ia historia del México posrevolucionario ha sido una historia de conflicto dialéctico y de cambio —no de pro- greso unilinesl— y que esta historia ha dejado su huella en In sociedad contemporanea. Los campesinos (especialmente los ejidatarios) pueden ser-proletariog sustitutos, pero Ta re constitucién que la Revolucién hizo del campesinado ha deja- na herencia organizativa e ideolégica que no puede, ser igiorada; segin dicen algunos, la formulacién de Amin (“ob- jetivamente proletarizado, el campesino sigue siendo, al nivel de la conciencia de clase, un pequefio productor”) puede apli- carse a México, y esto tiene impliceciones politicas."** Ello 311 Amin_y Vergopoulos, p. 58 Compirese con Bartra, en ‘“Pea- ants and Political Power*, pp. 14044, y Paré, pp. 162-71 quienes, de manera simile, ds politiese de la sobrevivencia “eampesinas” (que Bar- sh), a pee de Ia ore actin compesina {aun como proletarios de facto) sun sistema de apitaisme, agrario. Hodges y Gandy, pe 21, aden eat pow loma.y edoptan Ja posieién extrema de que 1a ‘constante recreacién que el régimen hace del campesinado (como campesinos, no como pro} fia la légica del capitel y representa Ja ‘“necesidad politica” que, tiene eracia de una “base compesina”; de aqui {gue le, divioién fundamental dentro de In sociedad, mexicana no sca In clisica entre trabajadotes y capitalists, sino més bien entre “ca- pitalistas y burderatas” (pp. 219, 225). No puedo estar de acuerdo. se vincula, por ejemplo, con el mantenimiento de retérica agrarista y —en el caso de Echeverrfa— con la practica agra- rista del régimen.!" Las consecuencias de In Revolucion « largo plazo pueden ser un Estado leviatén y un capitalismo “Ginamico, pero éstos son en si mismos productos histéricos f@ experiencia nacional singular, moldeada no sélo desde arriba, sino también desde abajo por los levantamientos po- lares de 1810, 1854 y 1910. Ni la represién ni lx coopta- Gién, pueden climiner este pasado. Por Io tanto, resultaria precipitado afirmar que todas las “opciones estructurales” crendas por la Revolucién se han agotado, que la herencla de la Revolucién ha terminado, que el resultado es ahora claro, fijo, inmutable y unilineal. 1a. xeforma agraria se de- claré concluida (por Calles) en 1930; desde entonces, se ha Broclamado Ia muerie de la Revolucin en muches ocasiones odemos comentar de manera legitima las consecuencias de a Revolucién a corto plazo, pero, a largo plazo, resumimos su, significacién histérica bajo. nuestro propio. riesgo. Como “dijo Mao’ ctiéndo s6 le pregunt6 su opinion acerca del re: sultado de la Revolucin francesa: “Atin es muy pronto pi ra decirlo”. [Tomado de Latin American Research, vol..4, n, 2, Londres, 1985. ‘Traducctén: Laura Emilia Pacheco] 378 Sanderson, cap. 7-

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