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yc VON CLAUSEWiz ja quer arte y ciencia de la guerra one y clencia: es dent 5 arc ro f mi 5a vase | ie y ciencia 5 la guerra i Hi: aqui un texto .verdaderamen- te clasico. De él se ha dicho que se trata de la obra fundamental de la filosofia de la guerra y, en efecto, su lectura ha inspirado profunda- mente el pensamiento de los gran- des tedricos revolucionarios, como Lenin y Mao Tsé-tuing y ha influi- do. notoriamenteen Ja moderna con- cepcién de’ ese 'feriémeno estricta- mente social qué esl’ guerra . .Es muy conocida la opinién de Clausewitz en el sentido de que Ja. guerra “es la continuacién de la po- litica por otros. medios”; sin embar- ees -go; el lector hallar4, en esta selec- . YON cin, que el contexto conceptual en SLAG ue-el autor se sitita es: todavia Ls USEWITZ Ee cio mAs rico, y complejo a la t yez, que-el:simple enunciado de tan famioso aforisino. .Ya Marx”y En- gels; “entre “otros,; vieron’ fas: coin- cidenciag! entre el tedrico: militar y f iones: metodoldgicas de ‘advierten ‘en ‘la ex- de Clausewitz. no el aportacién a ¢ atin pre- 5, sino: pa- \penietrar pre- ‘le’ inismo del 1. —Introduccidn Ante todo, vamos a estudiar los diferentes’ elementos constitutivos del tema que nos ocupa; después, ‘sus diver- sas partes 0 divisiones y, finalmente, procederemés al enfoque del conjunto. En nuestro estudio iremios, pues, | de lo mis simple a lo mas complejo. Mas, dada la indole - del tema a tratar, sera necesario echar un vistazo preli- minar a Ja naturaleza de dicho conjunto, toda vez que en éste mas que en ningin otro terreno la parte y el todo deben ser considerados conjuntamente. [zoe Mejor que formular una definicion, mas 0 menos pe- dante, de-la guerra, sera el considerar a ésta como lo que en esencia es: como un duelo, como un duelo a gran escala. Si quisiéramos resumir en un concepto general los innumerables duelos particulares le que la guerra se compone, habria que recurrir a la imagen de dos lucha- dores-personales empefiados en una lucha en la que cada uno de ellos trata de someter al otro a su voluntad me- diante el empleo de la fuerza fisica, y cuyo objetivo in- mediato es abatir a su antagonista con el fin de incapa- citarlo para toda resistencia. La guerra es, pucs, un acto de violencia encaminado @ forzar al adversario a someterse a nuestra voluntad. Para enfrentarse a la violencia, la violencia recurre al empleo de cuantas invenciones las artes [la técnica] y las ciencias_ponen a su alcance. La violencia bélica se impone a si misma unas infimas restricciones a las que bautiza con el nombre de leyes del derecho de gentes, Pero que, en realidad, tales leyes no aminoran en nada 9 gu fuerza. La violencia —es decir, la violencia fisica, to- fa vez que no existe violencia moral fuera de los con- tos de Estado y de Ley— constituye, por tanto, el me- ifn, asi como el fin consiste en imponer nuestra voluntad al enemigo. Para alcanzar, con entera seguridad, este fin, hay que desarmar al enemigo; siendo este desarme, por definicién, el objetivo propiamente dicho de’ las ope- Prciones «le guerra y constituyendo, en realidad, el pro- pio fin, al cual, por asi decirlo, sustituye y elimina como Fide algo que nu formara parte de la propia guerra se tratase. 3.—Uso ilimitado de la fuerza den en la idea de que Tal vez las almas filantropicas existe alguna manera, alguna forma artificiosa de des- armar y de vencer al adversario sin demasiada efusion dle sangre, y que a eso tiende el verdadero arte de la guerra, Por més deseable «ue ello parezca, tal idea no deja de constituir un error; un error que conviene elimi- nar, En asunto tan peligroso como es la-guerra, los erro res achacables a la bondadl cle corazon y a la grandeza de alma son precisamente los peores. Como el uso de la fuerza fisica no excluye en manera alguna el concurso de la inteligencia, quien haga uso sin piedad de esta fuerza y no retroceda ante ninguna necesidad de recurrir a la efusion de sangre, tomard venitaja sobre su adversa- Tio, si es-que éste no actia en lt misma forma, Con ello, dicta la ley a su enemigo, por mas que el uno fuerza al otro a extremosidades a fas que sdlo pone Himites el can trapeso existente en el lado opuesto. Asi, y sdlo asi, es como hay que consi de la guerra. El prescindir del elemento ¢ causa de la repugnancia que ésta inspira es un de fuerza, por no décir un error. Si las guerras entre naciones civilizadas som mucho menos’ crueles y destructoras que las habidas entre nacio~ nes no civilizadas, ello se debe a la situacién social iderar las cosas je brutalidad a despilfarro de 10 Se, s Estados: lo mismo a la suya propia que a la aquello’ 5 que jes imponen sus relaciones mutuas. De esta situa- Gon, y de lo que Ja condiciona, surge la guerra; y esas ondiciones que precisamente conforman, limitan y moderan la guerra. Pero tales elementos no pertenecen Ue por si a la guerra; tienen una existencia anterior a ella. No es posible introducir un principio moderador en la filosofia de la guerra sin incurrir en un absurdo. Fl conflicto, entre los hombres depende en r of aul de dos elementos diferentes: el sentimiento de hostilidad “Ta intencién hostil. De esos dos elementos, hemos es gido el tiltimo —por ser éste el mds general— para im- primir a nuestra definicién su rasgo mas distintivo. El sentimiento de odio mas enconado, mas salvaje y casi ins- tintivo es inconcebible si esta exento de intenciones hos- files; en tanto que existen intenciones hostiles sin mezcla de animosidad alguna, Entre los salvajes, predominan las intenciones inspiradas por la sensibilidad; en los pue- blos civilizados, las dictadas por la inteligencia. Sin em- bargo, esta diferencia no dimana de la naturaleza intrin- seca del salvajismo o de la civilizacién, sino de las cir- cunstancias concomitantes, de las instituciones, etc. Ella no se da, pues, necesariamente en cada caso particular, pero prevalece en Ja mayoria de los casos, En una pala- bra, aun las naciones més civilizadas pueden verse afee- tadag por el mas feroz de los odios. fo nos hace comprender cuanto nos alejariamos de la verdad si redujésemos la guerra entre pueblos civiliza- dos-a un acto puramente racional de los gobiernos, & un acto que se nos antojase libre de toda pasion, de suet te que, a fin de cuentas, no fuera ya necesario el peso fisico de las fuerzas armadas, siendo mutuamente sufi- cientes las relaciones tedricas;, una especie “le Algebra de la accién, en. suma. La teoria estaba encarrilandose en esa via cuandy los acontecimientos de las ‘tltimas guerras? Je imprimieron son las ¢ Las guerras napoleénicaé. mm) una nueva direccién. Si la guerra es un acto de violencia, umesariamente forma también parte de ella la sensibili- dad. Aunque la guerra no dimana de ésta, si incide, em- ero, mas o menos sobre ella; y este mas o menos no Mepende del grado de civilizacién, sino de la importancia y persistencia de los intereses enemigos. El que los pueblos civilizados se abstengan, ahora, de sacrificar a los prisioneros y de saquear ciudades, y cam- pos se debe a que la inteligencia influye ahora mas que ates en la forma de conducir la guerra, pues esta inte- figencia ha ensefiado a esos pueblos a emplear Ja fuerza de manera mas eficaz que en aquella brutal manifesta- clon. del instinto. : Fa] invento de la pélvora y los incesantes progresos en el desarrollo de las armas de fuego prueban de por si que su efecto '—la tendencia a destruir al enemigo, tendencia inherente al concepto mismo de la guerra— en manera alguna ha sido entorpecido o rechazaclo por el progreso de Ja civilizacién. Z Repetimos, pues, nuestra afirmacidn: la guerra es un acto de violencia, y no existe limite alguno a Ja manifes- tacién de esta violencia. Cada uno de los adversarios im- pone la ley al otro; de donde resulta una accion reciproca que, en tanto que concepto, debe ir hasta Jos extremos. Tal es la primera accién reciproca y el primer extremo con que nos encontramos. } (Primera accién reciproca.) 4.—El objetivo es desarmar al enemigo Como dijimos antes, el desarme del enemigo constitu- oe el objetivo de todo acto de guerra; vamos a probar atiora, cuando menos en teoria, que ello necesariamente © que ser asi. : ¢ noe que el adversario se someta a nuestra voluntad, , sO ponerlo en una situacién mas desventajosa que 12 set a que representaria al sacrificio que le exigimos. En to- do caso, Ja desventaja de su situacion no debe ser tran- sitoria 0, POT Jo menos, no tiene que parecerlo, pues, de Jo contraric, a adversario esperaria otra mas favorable coyuntura, Y no cederia en su resistencia. Por consiguien- te, todo cambio de situacion que entrafie ja prosecucién de las actividades bélicas debe, al menos en teoria, con- gucir al adversario a una situacién todavia mas desfavo- rable. La peor situacion para un beligerante es aquella. en que ést2 se encuentra completamente desarmado. Lue- fo, si mediante un acto de guerra queremos forzar al adversario a que ejecute nuestra voluntad, es menester, o bien desarmarlo realmente, 0 bien colocarlo en unas Condiciones por las que se sienta amenazado de tal con- fingencia. De donde resulta que el desarme 0 la derrota del enemigo debe constituir siempre el objetivo de la ac- cidn militar. ‘Ahora bien, la guerra no es la accién de una fuerza viva sobre una masa inerte, sino que; asi'como la no re- sistencia absoluta seria la negacién de la guerra, ella es iempre Ia colision de dos fuerzas vivas; y lo que hemos dicho sobre el objetivo supremo de los actos de guerra se aplica implicitamente a las dos partes. También aqui la accion: es reciproca. Mientras yo no haya abatido al adversario he de temer que él logre vencerme a mi. No soy duefio de mi miismo, toda vez que él me dicta su ley como yo le dicto la mia, Tal es Ja segunda accién rec proca, accién que nos conduce al segundo término. (Segunda accién reciproca.) 5.—Méximo despliegue de fucrzas Si se quiere vencer al adversario, habré que poner a contribucién un esfuerzo proporcionado @ la fuerza de resistencia de ste, Dicha fuerza es el producto, de dos factores inseparables: la magnitud de los medias de.que el adversario dispone y el vigor de su voluntad. 13 restablecer el equilibrio de fuerzas cuando la primera deci- sion fuere llevada a cabo con tal violencia que dicho equi- Kibrio’ resultara seriamente quebrantado, es lo que expli- caremos mas detenidamente a continuacién. Por el mo- mento nos basta con sefialar que la concentracién de to- das las -{uersas en un momento dado es contraria a la aturaleza de la guerra. Lo cual no constituye una razén para disminuir la intensidad de los esfuerzos con vistas a la primera decisién; una salida desfavorable es siempre una desventaja ‘a la que nadie se expondra deliberada- mente, pues aun cuando la primera operacién sea seguida de otras, la trascendencia de esta primera operacién sérd tanto mayor cuanto mds decisiva haya sido, Ahora bien, Ja repugnancia que siente el hombre por todo esfuerzo excesivo le lleva 2 refugiarse en la posibilidad de una decisin’ ulterior; de suerte que, en orden a la primera decision, el grado de concentracién y de tensién de sus recursos resulta inferior a lo que hubiese sido en caso contrario, Cualquiera que sea la pausa a que, por debilidad, recurra uno de los dos adversarios, esto se transforma para el otro en una razén objetiva, real, para atenuar sus propios esfuerzos; asi, gracias a esta accién reciproca, la tendencia hacia los extremos se ve una vez mis limitada a un determinado grado de esfuerzo. 9.—La guerra, considerada de acuerdo con sus resultados, nunca puede ser algo absoluto En-fin, la decisién final de cualquier guerra no siem- pre ha de ser considerada como un absoluto; con fre- cuencia el Estado vencido ve mas bien en stt derrota un mal transitorio al que las circunstancias politicas ulterio- res seran susceptibles de aportar remedio. Resulta evi- dente que también eso atenia considerablemente |2 Vier cia de la tensién y la intensidad del esfuerzo. 18 ngencia de la vida real ocupa el lugar de lo nti 10 Lo oy de lo absoluto del concepto extremo Todo acto de guerra deja asi de estar sometido a las leyes estrictas que arrastran a las fuerzas hacia los extre- Hy® gi no se busca el extremo y si tampoco se le rehtiye, mr finite del esfuerzo a Tealizar es cuestion que ha de feterminarse a través del discernimiento; y ello s6lo pue- de lograrse mediante deducciones, de acuerdo con las le- ‘yes del cdlculo de probabilidades, a partir de datos sumi- nistrados por los fendmenos del mundo real. Cuando los adversarios ya no son puras abstracciones sino Estados y gobiernos individuales; cuando la guerra, en lugar de una elucubracién tedrica, es una accién que se desenvuel- ve conforme a sus propias leyes, la situacidn real facilita los elementos de informacién sobre lo que es previsible, sobre la incégnita que queda por despejar. Cada una de las dos. partes en presencia tratara de prever la accién de Ja otra, sacando sus conclusiones so- bre el cardcter, las instituciones, la situacién y las con- diciones de su adversario, y adaptara a ella su propia seni sirviéndose de Jas leyes del cAlcuto de probabili- ades, [T—Reaparicién del objetivo politico Llegados a este punto, el tema que en el segundo apar- tado hemos dejado inconcluso es, a saber:, el objetivo po- litico de la guerra, requiere nuevamente nuestra atencién. Hasta ahora dicho tema quedé en cierto modo absorbido ot a Hey d€ los extremos, por la intencién de desarmar faa al enemigo, Tan pronto como esta ley suaviza st tee fa imtencién deja de alcanzar su blanco, el obje- las ae de la guerra forzosamente reaparece. Si to probenins Comsideraciones se reducen a un citeulo de | dleterminad, les a partir de personas y de circunstancias | as, el objetivo politico, en cuanto mévil inicial, 19 se transforma en un factor absolutamente ese cia: de ese producto. Cuanto mas pequefio sea el sacrificio que exija- prouel adversario, tanto mas podremos esperar que sean por si parte, mas débiles Los esfuerzos para negarnoslo. Per cuanto mas débiles sean esos esfuerzos, més po" dran serlo también los nuestros. Por otra parte, a medida que se reduzca la importancia de nuestro objetivo politico, menos valor le atribuiremos y mas dispuestos estaremos a- abandonarlo: razon suplementaria, ésta, para atenuar nuestros propios esfuerzos. ‘Asi el objetivo politico, como mévil inicial de la gue- rra que ¢€s, facilitara la medida, tanto de la finalidad a alcanzar por la accion militar, como de los esfuerzos ne- cesarios pard ello, No podré ésta ser una medida en si y! por si, pero como nos la habemos con realidades y no ‘con ptros conceptos, tal medida afectara a los dos Esta- dos eafrentados. Un mismo y tinico objetivo politico pue- de dar lugar, en naciones diferentes, y aun en una misma nacién, a reacciones diferentes en épocas diferentes. Esta ‘es la razon por la cual el objetivo politico no puede servir de medida mas que si se tiene en cuenta su influencia en las masas sobre las que incide. Se trata, pues, de tener pfesente la naturaleza de esas masas. Se comprendera sin dificultad que el resultado hhabra de ser completamente distinto segin que esas masas representen factores de re- fuerzos o de debilitamiento de la accién. Puede existir entre dos pueblos y dos Estados una tension tal y tal suma de elementos itostiles, que un motivo de guerra Per fectamente minimo en si mismo puede provocar un efecto desproporcionado, una verdadera explosié ee ott id, tanto para ls cstuerao¥ te objetivo Tidad que tal nd en los dos Estados, como para la fina- tus oomieaey ot eee asigne a la accion militar. En cier~ earaicha ae mismo objetivo politico suele convertirse guivta “defuse © (Por ejemplo, cuando se trata de is cot vo politico no a ene determinada); en otras, el oes de la accién mil ineo para’ constituir la finalidad isi ‘ar; en tal caso hay que escoger alguna 20 finatidad que pueda servir de equivalente o hacer las ve- ide tal a la hora de concluir la paz. Pero también aqui se presupone que las parneuleridedes de los Estados ac- tuantes son debidamente tenidas en cuenta. Ciertas cir- tua s cas exigen que el equivalente sea mucho mas con- siderable que el objetivo politico, si éste ha de ser alcanzado por medio de aquél. Cuanto mas indiferentes aleamias masas Y menos fuertes resulten las tensiones que en otros terrenos existen igualmente entre los dos Estados cus relaciones, el objetivo politico constituiré un factor fanto mis dominante en tanto que medida y tanto mas decisivo sera de por si. En determinados casos, éste llega a ser casi el tinico factor decisivo. ‘Ahora bien, si la finalidad del ‘acto de guerra es un equivalente del objetivo politico, este acto se ira debilitan- do a medida que se vaya reduciendo el objetivo politico, y esto sera tanto mas cierto cuanto mas predominante sea el objetivo. Ello explica el por qué, sin que exista contradiccién, pueden darse guerras de todas las clases y de todas las envergaduras, desde la guerra de exterminio hasta el simple reconocimiento militar. Pero esto nos Me- va a una cuestién de otro orden; cuestién que también merece ser analizada. 12—Lo que se acaba de exponer no explica todavia la , suspensin o cesacién temporal de las hostilidades _Por insignificantes que sean las reivindicaciones Po- liticas de ambos adversarios, por débiles “los medios em- pleados y por mediocre que sea la finalidad del acto de guerra, jpuede este acto entrafiar jamas un solo instante de tregua? Esta pregunta penetra Ia esencia misma del tema. _ Para que Ilegue a consumarse, toda accién exige un cierto tiempo que lamaremos su duracién, Puede ésta Ser mds 0 menos larga segtin que la persona actuante sea mas 0 menos rapida en su actuacién. 21 NE —La guerra, empero, sigue siendo siempi I Z re un medic importante para conseguir un objetivo doris _—Definiciones suplementarias : ‘Tal es la guerra, tal es el comandante que la dirige y Ia teorfa que la fige. Pero la guerra no es un. pasatiempo, ni pura y simple ambicién de triunfo o afan de riesgo, Tomo. tampoco es el fruto de un entusiasmo desénfrena- Sor es un medio serio para alcanzar un fin serio. Todo fl tornasolado prestigio de la fortuna que la guerra de- fara, todos los eétremecimientos de pasién.y de valor} de: imaginacién y de entusiasmo que ella lleva consigo, tno son mas que las propiedades particulares de ese medio. La guerra de una comunidad —de naciones enteras y, en particular, de naciones civilizadas—, nace siempre de una situacién politica y es el resultado de un motivo poli- tito. He ahi por que la guerra és un acto politico. Sin embargo, si éste-fuera un acto completamente indepen- diente’ ana manifestacion de violencia absoluta tal y como pudiera ser’ ésta extraida de su puro concepto, la guerra ocuparia el lugar de la politica en el instante mis- mo en que fuera provocada por ésta, a la que eliminarfa, y seguiria sus propias leyes como incumbe 2 lo que es completamente independiente; al igual que un proyectil que, una vez lanzado, ya no puede ser orientado en ‘otra discecién que aquella que le-fue impuesta desde el Pv cipio. Asi es como el problema ha sido abordado hasta ahora cada vez que la falta de armonia entre la politica y la conduccién ‘de la guerra: hizo surgir distinciones ted- ticas.de esta indole. Pero esta concepcién de las cosas ¢s radicalmente falsa. Hemos visto que en él mundo real de Ja guerra no es.ese punto extremo cuya de golpe; sino que mas bien opera mediante fuerzas que no se desarrollan en. todos los casos de jdéntica manera Y en la misma proporcién, y que, en wn momento dado, s¢ dlevad? al grade seoriario. para vencer Ja resistence que Je oponen la inercia y la discordia, mientras ave otro momento se muestran incapaces de producir el menor 30 ‘Asi, pues, la guerra ¢s en cierto modo una pulsa- dee sae ‘de la violencia, mas o menos presta a aflo- age a ensiones y a agotar sus fuerzas, 0, dicho de otro es guerra aleanza, con mas o menos rapidez, su an 6 pero siempre, sin embargo, dura lo suficiente objets Brana influencia sobre ese objetivo en el cur- pars oe evolucion, para orientarlo en este sentido o en el otro. Es decir, resumiendo: Ja guerra dura lo sufi- ciente para permanecer sumisa a la voluntad de una in- teligencia conductor. Luego si se piensa que la guerra rave de un designio politico, resilta natural que ese mo- tivo inicial del que ella brota siga constituyendo la con- sideracion primera y suprema que dicta la forma en que el conflicto bélico ha de ser conducido. Pero el objetivo politico no es un legislador despético. Tal objetivo debe adaptarse a la naturaleza de los medios de que dispone; Jo que con frecuencia le lleva a transformarse completa- mente, manteniéndose siempre, sin embargo,sen el pri- mer plano de nuestras consideraciones. Por eso la politica impregna completamente el acto de guerra, ejerciendo sobre éste una influencia constante en la medida en que lo permite la naturaleza de las fuerzas explosivas en accién. 24—La guerra es una simple continuacidn, por otros me- dios, de la politica __ Vemos, pues, que la guerra no ya sélo es un acto po- | litico, sino un verdadero instrumento politico, una con- tinuacién de las relaciones politicas, una realizacion de éstas por otros medios. El cardcter particular de toda , Buerra depende -estrictamente del cardcter particular de Jos medios que ésta pone a contribucién, El arte de la | fuera en general —y del comandante en cada caso esPe | Gfico— puede exigir que las tendencias y las intenciones le la politica no sean incompatibles con dichos medios —exigencia no despreciable, ciertamente—. Pero por muy 31 1 i ‘ a a a 4 a e 1 poderosamente que la guerra reaccione en ciertos casos contra las intenciones politicas, ello sdlo debe ser consi- derado como una modificacién de estas intenciones; Pues Ja-intencién politica constituye el fin, en tanto que la guerra es el medio, y no cabe concebir el medio indepen- diente del fin. 25.—Diversidad en la naturaleza de las guerras Cuanto mds grandes y poderosos sean los motivos: de guerra, cuanto mas afecten éstos a la propia existéncia de la nacién, mas violenta serd la tensién que precede a la guerra y mas conforme a su forma abstracta sera ésta; y cuanto mds busque la destruccién del enemigo, cuanto més coincidan la finalidad militar y Jos propésitos poli- ticos, mas puramente militar y menos politica parecera Ja guerra. Pero cuanto mas débiles sean los motivos y la tensién, cuanto més coincida Ja tendencia natural del elemento de guerra —la tendencia a la violencia— con las exigencias politicas, y cuanto mas se aparte la guerra de su tendencia natural, mas se ahondaré la diferencia entre el propésito politico y Ia finalidad de una guerra ideal, mds politica se ira haciendo la guerra. Pero para qué el lector no se forje ideas falsas, de- betnos sefialar aqui que, al hablar de fa tendencia natural de la guerra, solamente pensamos en su tendencia filo- séfica, en su ldgica pura, y en manera alguna en la de las fuerzas realmente empefiadas en el conflicto y que engloban, por ejemplo, hasta las pasiones y emociones de los combatientes. Bien es verdad que, en muchos casos, podrian excitarse estas pasiones y emociones hasta un Srado tal que resultase dificil mantenerlas en la via Po- litica; pero es mds corriente que tal contradiccién no se Produzca, pues la existencia de tan poderosas emociones pays Jgualmente la de un plan grandioso que

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