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Ceo Hoyos, Jost Alejandro, 1972- Cia evestamatar aun hombre: eats reales de las ‘comuns de Medel Jou Alejandro Casto Boga Grupo Editorial Norma, 2006 74:21 cm-- sors no contadas) ISBN 958.060135-4 1 Conunas-~ Medel (Colombia) 2 Violet urbana ~ Medellin (Colonia) 3 Skaros~ Medellin Colombi) 4. Nancrifco ~ Medellin (Colombia) LTA. IL. Sede, ab4as.el 20 ‘Auo72090 CCEP-Banco dela Repl Dibotca Las Angel Arango (Ode esta edn aorta Norma 8.4, 2005 Apartado Aéroo 53550 Bogs Derechos eens pars to el mundo Primers edi: Febrer de 2008 3 Diet de pra Mart Cn Sart, Fog potas Aa Coorto fea oe ab Pa x 8 a g sme ostoeo1ab4 ~ Poi a epreducein total o paca sia permis exited ioral 4 Impreso por Estorial Nomos S.A Impreso en Cole Printed in Colombia Este bro ecompaso en earacteres New Caledonia Contenido Cando la vida Te gana ala muerte n (Nota del editor) Prdloga de Héctor Abad Faciolinee ssn: 3S 1. Medellin vista desde arsiba 19 (amanera de presentacién) 1. Pap nome olides eee 38 nt,_gCvnto esta matar aun hombre? ” Iv, Beller de porta enon o ¥. Vida flr de un marco. 5: vi. Embellecedores de difuntos Vit, Bl azote de las mula nas vin. Policies encubiertos 1%. Alas dos en el parque San Antonio. a X._Elvendedor de hambunguesa wnsnsnn AST Cuando la vida le gana a la muerte “Que no nos vuelva.a pasar”, han escrito los vecinos de Santo Domingo Sabio, en la superficie de cemento repelado de una de las paredes de la iglesia parroquial Lacubren los nombres garabateados de los 386 mucha- chos del barrio asesinados, cualquier dia, sin motivo claro, durante los aiios aciagos de la guerra de bandas grupos urbanos de guerrilla y paramilitares en las calles de Medellin, Eran muertos andnimos hasta cuan- do, hace poco, la gente quiso recordarlos y dejar eseri- tos sus nombres y apellidos, en un ejercicio de perdén yy reconciliacién, de celebracién de vida. Un testimonio de esperanza. Porque alli en Santo Domingo Sabio, que fue en el pasado el barrio mas violento, al igual que en los cientos que conforman las diez pobres y satani- zadas comunas enelavaclas en las laderas del norte de la ciudad, la vida le ha logrado ganar ala muerte. En Medellin, hace quince afios, eada mes morfan asesinadas 529 personas. La mayoria jovenes. Habia 120 entierros semanales. Cada da los paisas, y sobre todo los mas pobres, loraban cerca de veinte amigos, parientes, conocidos, victimas de cualquier forma de violencia. En los barrios populares, hasta hace tres aos, gobern6 el miedo, la desconfianza, la zozobra. La Poli ‘fa no se atrevia a entrar para imponer el orden yale. Laintensidad y el drama de lostestimonios que se cuen- tan de aquellos its, como Tos que recoge en este libro el periodista José Alejandro Castaio, resultaban easi inverosimiles. Hasta que empezs a despejarse la oscu- ridad, y la tragedia y el absurdo parecen finalmente, empezar a formar parte del pasado, Enel 2005 no fueron mas de 65 los homicidios men- suales, una quinta parte de los ocurridos tres aios atras, en el 2002. Una estadistica que impacta y no como un simple dato fro, sino como una realidad que toma for maenlacotidianidad de los barrios de Manrique, Bue- nos Aires, El Popular, Castilla, Aranjuez, Santa Cruz, los grandes asentamientos localizados en el nororiente y el noroceidente del Valle de Aburré. Las calles, los negocios, los parques, las escuelas, los centros juveni- les, las reuniones comunitarias, los grupos barviales recuperaron su dingmica, Cambiaron el dislogo tinieo alrededor del “fierro”, la muerte o as visitas ala cércel dle Bellavista, por razones para vivir. Pasan semanas sin entierros. Nifios y muchachos, mujeres, madres, viue das, huérfanos y huérfanas, han logrado recomenzar su existencia en medio de la pobreza y las dificultades, ppero sin el miedo ala balacera, al atropello, ala intimi- acién, al desalojo, a la mala noticia en mitad de la noche, en la madrugada, Han logrado empezar a exor cizar el dolor para abriele espacio a alsin sueito, a al- ‘guna idea de futuro. Por eso, este libro, ¢Cudnto cuesta matara un hom- bre?, tiene un especial sentido en los momentos por los que atraviesa Medellin, Bs una apuesta. Para que estas historias duras y veraces, erdnieas de protagonis- tasde came yhueso, que aqui se narran, eontribuyan a enfrentar el olvido y a desterrar para siempre la cruel dad demencial, ese desasosiego, esa ausencia de senti- doy de posibilidades de vida que se instauré no sélo alli, sino en Colombia toda. Para que por la via de la ‘memoria, de la conciencia, se logren cimentar pilares que penmitan constrair un mafiana distinto, ligado con la vida, que garantice finalmente, como dice la gente de Santo Domingo Sabio, que “no nos vuelva a pasar” wv "Nora peL Eprron a Prélogo José Alejandro Casta ha sido capaz de una hazaiia que no le envidio: ha bajado al infiemo y se ha untado sus manos limpias con las manos més sueias de Medellin, Ha presenciado y ha olido y ha ofdo las histo- rias mas asquerosas, y ha sido eapaz de contarlas en tuna prosa distante, impasible, seca. Con toques de humor, a veces, de un humor teiiido de un negro més negro que el negro. Yo, al leerlo, tenfa a veces que for- zarine a seguir, porque en algunas péginas me sentia, sucio,salpicado de muerte. Hay muchas cosas horres das en la mayoria de estas historias, pero la més espan- tosa tal vez, es que no son ficcin, sino casi un recuento notarial de violencia asesina, de manoseo con la muerte, de fascinacién macabra por los recovevos mis s6rdi- dos de nuestra peor delincuencia. En sus p sintiendo que por dentro crece el més absoluto rechazo por la muerte. Hace algunos afios, canlolefese testimonio desga- rrador con el que sgané el premio Casa de las Américas de crénica, La isla de Morgan, su sensibili- dad lo preservaba més nitidamente. Su talento para ‘conmover con descripciones terribles de lo més horren- do, habia provocado algo todavia més horrible que lo hhorrendo: habfa abierto una caja de Pandora, al relatar ¢linfierno, y sélo habia conseguido empeorar el infier no. Suhonda compasién humana eseribia con una rabia aarrepentida, y el libro también era redondo, porque el descenso al infierno se compensaba con una aspiracion alimpiarse de todo eso Aqui parece que su prosa se hubiera hecho arin més descarmada, més dura, més hiriente, Hay siempre un gran peligro en el eronista de las paginas rojas: que acabe confundido, casi identificado con su objeto de estudio. Hay momentos, en estos relatos reales, en que la distancia se pierde. y José Alejandro Castafo parece ‘cede a la tanatofilia, Tanto nos ha hecho sufrir Mede- Ilin, la que fxera la ciudad més violenta del planeta, que en la narracién de su historia reciente parecemos haber cafdo en la insensibilidad, en el regoxleo espan- toso que casi nos hace cémplices de la muerte. En st trato familiar con los sicarios uno se pregamta si no de- berfa, simplemente, denunciarlos y hacerlos apresat, Estoy adolorido, Despnés de leer este libro el odio. por la muerte se ha vuelto més hondo, més nitido, més perfecto, Por un momento, leyendo, odié la falta de ccompusidn de José Alejandro Castato, no slo con los muertos, con las victimas, sino también eon los lecto- res, Pero ahora examino mi conciencia. Tal vez él haya «querido que yo sintiera esto: asco por la muerte. Es lo finico que puede salvamos y salvarlo: que esta horren- dacrudeza, que esta descarnada imagen de la peor vio lencia, sirva para producir este sentimiento de rechazo 6 lee tal de repugancis ests ganas de puifcacony de limpieza. Lo siento, lector, después de leer este libro tal vez te pase To mismo que a mi: perderis el apetto, y te darn ganas de darte una ducha muy larga, o de bafiar- te una semana entera en un rio cristal, para lavar tanta sangre y tanta muerte. Tendrés ganas de olvidar, ganas de no haberlo lefdo, ganas de defender a toda costa la vida contra tanta muerte. Me parece que ahi esti su mayor mérito. HECTOR ABAD FACIOLINCE ¥ pe Medellin, vista desde arriba (a manera de presentacin) Crees barrios bajos de Medellin quedan arriba, en el estrato natural més alto, justo en las faldas de las montaiias. Fueron construidos por fami- lias eampesinas expulsadas de sus casas. Las primeras egaron tras a guerra que las pandas partidistas desa- taron luego del asesinato de Jorge Eliécer Gaitin, el 9 de abril de 1948. Eran dias en que algunos sacerdotes azuzaban la barbarie desde los pilpitos y ofrecfan per ‘én a quienes mataran liberales, sentenciados por ser ‘enemigos de la Iglesia a fuerza de cuestionar la santi- dad de curas y monjas. Las iltimas familias en llegar empujadasa Medellin lo hicieron a finales de los afios noventa, echadas de sus tierras por la crueldad impuesta por las guerrillas y Jos paranilitares, que expropiaban tierras, decapitaban hombres, cercenaban nifios y fusilaban mujeres, a ve- ces con la complicidad del Ejército y la Policia, cuyos {Gansta mata aun hombre? hombres permitieron tales abusos y en ocasiones, in- cluso, se prestaron para cometerlos. Los primeros campesinos Hlegados a Medellin no sabfan nada de levantar casas ni de hacer calles, pero Ia prictica les otorgs una destreza asombrosa. Una déeada después, algunos ya eran constructores reco- nocidos. ‘Don Leonidas s.4., a quien todos llamaban asin el barrio Castilla por el ntimero de propiedades «que levant6, era un campesino del pueblo de Amalfi que munca fue a la escuela, ‘Jestis rascatechos’, otro agricultor analfabeta, se especializ6 en edificar casas de varios pisos en el barrio Pedregal, igual que “Jaime terrazas’, en Barrio Nuevo. “Pedro enchapes,, de Ro- bledo Aures, se unié a la saga de quienes se perfeccio- naron en dreas del ofiio,afios después, y embalddosaba baiios y cocinas. Lo mismo que ‘Carlos chispas’, en Manrique, un soldador que hacta rejas para antejardi- nes, y Juan pevecé’, en Fl popular, experto en reparar fagas en losimprovisados tubos que la gente usaba para Tlevar el agua hasta los solares de sus casas En un principio, el Estado intent6 frenar la expan- sién de los nuevos territorios y castigé el auge urbani- zadlor negéndole los servicios piblicos a los barrios en construccién. Sin embargo, con el tiempo, el gobierno no tuvo mas remedio que hacer vias, otongar licencias a empresas de transporte piiblico, extender redes de agua y luz y auspiciar congregaciones religiosas para que fundaran escuelas. La sorpresiva politica social Mant devas estaba motivada por el temor de que las comunidades, donde hacian presencia milicias subversivas, se convir- tieran en fortines guersilleros. Estados Unidos, a través del plan “Alianza para el pprogreso”, enviaba bultos de leche y materiales de cons- ‘ruccién para repartir entre la gente pobre. A cambio, algunos barrios y parques debieron llamarse John F. Kennedy, como el presidente norteamericano de enton- ces. En una casa vecina a la mia, recuerdo, habia una bandera de los Estados Unidos y un cartel en letras doradas que decia “Gracias! tre sigmos de admi- racién. El nino de esa casa se llama Kennedy Arturo, que entonces era un nombre popular para los recién nacidos, tanto como lo era Nikita 0 Stalin para los pe- Pero habia otro interés tras la repentina politica so- cial del Estado. La naciente industria antioquefia veia en los barrios altos una mano de obra barata y necesi- tada. Enefecto, hacia 1965, 1n alto porcentaje de las ma- dres y padres campesinos de las comunas del norte ya trabajaban en las textileras, las fibricas de calzado, las plantas frigorificas, las comercializadoras de alimentos ‘ylas embotelladoras de cerveza y gaseosas de la ciudad. ‘A pesar de que los alarios apenas justificaban las jorna- das de trabajo y las travesfas desde las lomas hasta las carreteras recién ampliadas, el Estado volvié a desen- tenderse de las comunas, sin hospitales, centros recrea- tivos y suficientes cupos escolares. Las familias continuaron sintiéndose atacadas por el Gobierno y los hijos de esos hogares crecfamos, sin remedio, con un profundo resentimiento y un debili- tado concepto de nacién. Los narcotraficantes, a fina- les de los afios setenta y comienzos de los ochenta, terminaron de crear un ecosistema propicio para la guerra que poco después se desaté en la ciudad y que cobré la vida de 65.000 personas entre 1982 y 1993. Los “traquetos”, como se llamé a los mafiosos por el estrépito de sus armas, irrumpieron en los barrios dé las periferias y comenzaron a reclutar jovenes para sus cescuadrones de seguridad. Cientos sucumbieron ante elespefismo de la riqueza y se enrolaron en los grupos de sicarios. Cuando el Estado quiso reaccionar, el lugar de au- toridad que nunca quiso ocupar ya estaba conquistado por un invertido orden de valores: primero estaba el dinero, después el dinero y por diltimo el dinero, Nada pudieron hacer los padres de esos j6venes, 0 muy poco. Su autoridad también fue rebasada por el poder se- ductor de los traquetos. Las moralejas de las historias de ubnegacién, miedo y brega infructuosa que les re- pitieron a sus hijos hasta el cansancio jugaron un efec- to devastador: los jovenes aprendieron tanto la Ieceién {que se negaron a ser reemplazo de unos padres en ex- tremo luchadores para dejarse vencer, pero demasi do buenos para levantarse en contra de quienes los pisaban, Los traquetos, perseguidos por la amenaza de ser eapturados y enviados a los Estados Unidos, se con- ccentraron en capacitar alos sicarios para acorralar all ‘gobierno y exigir la supresién de la politica de extradi- i6n, propésito que finalmente lograron al arrodillar a ‘César Gaviria Trujillo, que recibié la caprichosa fort na de ser elegido presidente en 1990, Inego del ase rato de Luis Carlos Galén Sarmiento a manos de los narcotraficantes. Los narcos constr barrios altos en donde los javenes rec dle disparo, fabricacién de explosivos yt bate. Una vez. superadas las primeras clases, los mejo- res alumnos eran traslados a fincas en las afueras de la ciudad para recibir adiestramiento bajo érdenes de mercenarios extranjeros y oficiales del Ejército ya Po- licia. Al cabo de unas poeas s nanas, los jOvenes se gra~ uaban como sicarios y volvfan a sus casas a esperar 6rdenes. Mientras tanto, se dedicaban a exhibir su con- icin de asesinos a sueldo ya reclutar su propiaescolta. Doso tres veces al mes, los narcos los mandaban llamar para pasarles revista, darles dinero y, sobre todo, veri- ficar su estado de homicidas calificados, En esas visitas casi siempre les encargaban tareas menores: robar tn. carro, asaltar un negocio 0 acrbillara alguien, a veces un compaiiero de curso seleccionado desde antes ‘como maniqui de entrenamiento. De regreso al barrio, con el examen superado y los bolsillos lenos de plata, los sicarios se consagraban a beber, consumir droga, asediar mujeres y demarcar el limite de sus territorios apoyados en el séquito de j6- venes que los segufan con veneracién. Su pragmatisimo resullaba desmesurado, aunque eficaz | Avveces ni siquiera importaba que la vietima fuera ‘un amigo o incluso un hermano o su padre. Quienes intentaban burlar sus dominios o euestionar el poder «que ejercian pagaban de contado vaciando las visceras sobre el pavimento, La tinica figura inmune ala feroc- dad de los sicarios era la madre, a quien se veneraba y por quien, repetian, estaban dispuestos a todo, incluso a morir en misiones suicidas a cambio del dinero suficiente para dejarla viviendo como una reina, ‘A medida que pasaban los meses y dependiendo del ‘grado de habilidad demostrada, ls siearios eran encar- gados de asesinar ministros, comandantes de la Polit, periodistas, empresarios, jueces, investigadores judiciae les, profesores universitarios, defensores de derechos hhumanos y eandidatos presideneiales. Todos los que apoyaban la aplicacién de la extradicién eran ajusticia- dlos sin importar la seguridad de la que se rodearan ola clandestinidad que emplearan, Fl poder corrosive de Tos traquetos penetraba cada nivel del Estado ya diario, les Hleyaba informacién clasificada desde las oficinas de la Policia, el Das, el Ejército y el Ministerio de De- fensa. Hasta los jueces sin rostro, figura con la que se pretendi garantizar el anonimato de los magistrados ‘1 é ic oy «que seguian procesos contra los narcotrafcantes, cafan abaleados justo antes de imponer condenss La verdad es que muchos en Medellin se lucraron del narcotrafico: las compaias textileras, las distri- buidorasde alimentos, las embotelladoras, os parques recreativos, las plazas de mercado, los concesionarios de vehiculos, los restaurantes, los periédicos, las importadoras de electrodoméstieos, los noticieros de television, las emisoras radiales, los supermercados, los partidos politicos, las cadenas de comida répida, los hoteles, las empresas de calzado, la industria construc- tora, todo el mundo. El dinero circulante era excesivo ‘la ciudad experiment6 una bonanza sin precedentes. Nadie se quej6, o muy pocos Las autoridades, aunque conscientes del origen del ‘mané que lloviay salpicaba todo, prefirieron el silencio, Unos y otros permitieron que los millones de délares que la mafia trafa a Medellin cada semana transitaran con libertad, Era un efreulo milagroso: los mafiosos compraban aviones, barcos, automdviles, fincas, equi- pos de fitbol, haciendas ganaderas, zooligicos privadlos ‘y mansiones en las que era comiin ver aex presidentes, alcaldes y ministros confundidos al compas de grupos vallenatos y vasos de whisky. Los traquetos mandaban aeedificar condominios, bodegas, restaurantes, discote- cas, hoteles, coliseos deportivos y centros comerciales, La bonanza hizo crecer al sector constructor hasta un nivel sin precedentes, por lo que debieron crearse cientos de nuevos empleos. Las familias de los obreros ‘ban a los almacenes y gastaban confiadas porque los empleos estaban asegurados. Fue la época en que las grandes cadlenas de supermercados experimentaron el ‘mayor esplendor y, claro, también para responder a la cereciente turba de consumidores, abrieron almacenes y erearon nuevos empleos. El vértigo del dinero lo inund6 todo y un sector de la Iglesia sucumbié al esplendor de la riqueza. En Castilla habia un templo consagrado a San Judas Tadeo, ppatrono de los miembros del cartel de Medellin por el ‘supuesto blindaje que el apéstol le otongaba a los ear ‘gamentos de cocaina enviados a Estados Unidos y Eu- ropa. Los miércoles, dia del santo, la iglesia se ‘de mafiosos que iban a agradecer el éxito de un ‘que, en muestra de gratitud, dejaban fortunas en el ccanasto de las ofrendas. En las afueras del templo, los vendedores de cirios, novenas, imagenes, escapularios xy sahumerios se lucraban con el apogeo de los feligre- ses adinerados. En sus homilias, los sacerdotes evita- ban hacer referencia a cualquier conducta relacionada con el narcotrafico y concentraban sus reflexiones en la necesidad de no caer en las tentaciones de la carne, preservar la unidad familiar y promover la solidaridad entre los hermanos. “Dios ainaal que da con generosi- dad’, se repetia por aquellos dias con insistencia. En Sabaneta, un municipio vecino de Medellin, al sur del Valle de Aburri, se popularizé el templo de Santa Ana, consagrado a Maria Auxiliadora, a quien los sicarios le concedian un don especial para afinarles lapunterfay aumentarles la sagacidad. Allilos martes, dia destinado a venerar a la dvina intercesora, el canasto de las ofrendas también se llenaba con fajos de dinero. Lo incresble era que con todo y las fortunas que pponfan a circular, los narcotraficantes no lograban gas- tar la totalidad de ganancias que la pasta de coca les dejaba y no tenfan més remedio que enterrar millones de dalares en los solares de sus propiedades para que Ia humedad y las lombrices los consumieran, ‘A mediados de los afios ochenta, miles de campe- sinos, parientes de los primeros pobladores de las ‘comunas, comenzaron aarribar con sus familias. El de- sempleo en el campo, provocado por la caida de la in- dustria cafetera y la guerra entre la subversién y los ‘grupos paramilitares, hizo que muchos le apostaran a la subienda econémica que vivia Medellin y que los pparientes emigrados dos décadas antes describfan en. cartas y telegramas, Parecia preferible abandonar las parcelas y conseguir trabajo como obrero en alguno de los numerosos proyectos de construccién. La mayorta, en efecto, loges vincularse como peén. ‘Otros, con més suerte y ambicin, consiguieron em- pleo en las fabricasy cadenas de supermercados como celadores, operarios, seadores, conductores y mensa- jeros. En poco tiempo, los que vivian en casas de her- ‘manos, primos y tos, tuvieron dinero para comenzar a cedificar sus hogares, Don Leonidas 5.., Jestis rascate- cchos, Pedro enchapes, Carlos chispas, juan pevecé y los demas maestros de obra de las comninas experim taron su propio auge constructor. Medellin prosperaba ‘gracias ala cocafna que los gringos y europeos aspira- ban como locos. Alabaclos eran, por su infinita bondad ymansedumbre, San Judas Tadeo y Marfa Ausiliadora Elproblema fue que una opulencia semejante, ferti- lizada sobre la desgracia de otros, engendré problemas que nadie quiso prever, La fama de los narcotraficantes {yu organizaci6n rebas6 los limites del pais. El gobie no de Estados Unidos se apresuré en ealifcarlos como los hombres mas peligrosos del mundo. Lo que alarmaba a los americanos no era tanto el ejército de zombis que sus envios de cocaina causaban en las calles de Nueva York, Miami, Las Vegas, San Francisco 0 Los Angeles sino, las toneladas de dinero que eso les representaba.a los traquetos. Sus ganancias legaron a ser tan excesivas que propusieron pagar la deuda externa del pais. EI Tio Sam, muerto mas de envidia que de vergtienza, le declaré la guerra a los narcos. En Washington sentenciaron que Colombia era unestado fracasado y que representaba um peligro para sus vecinos. Habia que intervenirla de inmediato por aque la colada de su drama social pareefa hervir y ame- nazaba verterse més alla de sus fronteras, Los dias de gloria de Medellin comenzaron su cuenta regresiva y entonces todos perdieron, incluso quienes, con con- ciencia o sin ella, se incraron de los bultos de dlares que arribaban a los hangares privados del aeropuerto Olaya Herrera Avisados de lo que se les venfa encima, los narcotra- ficantes resolvieron atacar primero y la matazén co- menz6. Los asesinatos de policis, jucces, magistrados, politicos y funcionarios comenzaron a ser asunto de cada dia, El gobierno no tuvo més remedio que hacer aun lado su indecisin y actuar. A finales de los aitos ‘ochenta se asesinaban 120 personas a la semana en los barrios de Medellin, Los sicarios eran, sin excepcién, :muchachos de las comunas. El 27 de noviembre de 1989, un avin de Avianca el 1K1803- fue dinamitado cuando viajaba de Bogo- ‘ia Cali, todo para mataral entonces candidato presi- dencial César Gaviria, que debia abordar el wuelo y ‘que, a ltimo momento, decidié no viajar. Bl sicario cencargado del atentado fue Dandenis Mufioz, un ma- tén del barrio Castilla al que apodaban ‘La kika El ide6 la manera de esconder el explosivo en un * paquete que burlara los controles del aeropuerto y se encargé de engafiar a un pasajero para que accionara 1 mecanismo de explosién diciéndole que se trataba de una prueba de rastreo satelital. 103 personas mu- rieron a once mil pies de altura y los restos del avién pulverizado cayeron en un radio de quince kilémetros. Producto de la guerra, el auge econémico de Me- dellin cayé herido de muerte. Las grandes obras de cconstruccién se suspendieron y el comercio se resin- tid. No sdlo comenzaron a venderse menos bultos de ‘cemento y varillas de acero, también cayé el comercio de cervera, zapatos, ropa, carros, golosinas, electrodo- résticos, came, joyas, planes turisticos, arroz.y espu- ma de afeitar, [as empresas empezaron a suprimir ‘cargos y a ubanclonar plantas de produccién. Decenas de almacenes en los centros comerciales cerraron sus puertas, lo mismo que las obras sociales que algunas [parroquias sufragaban con el dinero de los traquetos. Acorralado, el presidente César Gaviria Trujillo ne- _goci6 con los narcos la abolicién dela politica de extradi- ‘cin y la puesta en vigencia de una ley que les asegurara beneficios procesales, todo para convencerlos finalmen- te de que se entregaran por el bien del pai. Algo similar ocurre catorce aios después con el pro- cceso de paz con las autodefensas, que justo se hace sobre la base de evitar la extradicién de sus lideres. El mas importante de ellos es “Don Berna’, un antiguo socio del eartel de Medellin que, junto con Carlos Cas- taflo, los Rodriguez, Orejuela yl tolerancia del gobier- no, diseft6 y dirigié los Pepes, la fuerza irogular que logré lo que el Estado, por s{ mismo, no hubiera podi- do: aniquilar a Pablo Escobar y asus hombres. El2 de diciembre de 1993, la tarea estuvo conclul- da, Escobar fue asesinadlo en una casa del barrio Lau- reles. Los empresarios, los politicos, los medios de ‘comunicacién, las reinas de belleza y la Iglesia, al uni- sono, aplandieron su aniquilamiento, Todos estuvieron de acuerdo en que el narcotrifico era malo, produ muerte, dolor y desesperanza y que su brillo, aung esplendoroso, era efimero. César Gaviria, con el sem= blante repuesto, sentenci6 por television que la brecha de odio y muerte cansada porlos narcotraficantes que- ddaba zanjada. Que ahora s, dijo, Colombia se orienta- ‘ba hacia el progreso y rescat6 su frasecilla de posesién: “Bienvenidos al futuro”. Todos, de nuevo, volvieron equivocarse. La barbarie no se detuvo, La semilla de_ ‘odio qued6 sembrada en las paredes agujereadas de Tas casas de los barrios altos, por donde unos y otros pasaron corriendo, disparando a cualquier parte. Para entonces las bandas habian crecido tanto que ‘muchas terminaron enfrentadas por el control de sus zonas de influencia. Entrenadas, armacdas y familiar zadas con altos flujos de dinero, decidieron apostarle & otra guerra para quedarse con el derecho de cobrar mpuestos, principalmente alas empresas de transpor- te de pasajeros ya los carros repartidores de gaseosas y comida. Sélo un hombre fue capaz de acabar el pleito centre las bandas y contratarlas como su brazo armadbo: Don Bema. Fue él quien decidié crear una “liga de las estrellas” con lo peor de eada comuna para desapare- cer las milicias guerrlleras que, tras la muerte de Es- ccobar, regresaron a reclamar sus antiguos territorios. El mito de un jefe vinico, un gran eapo de bandas, se reinvent6 con él. Estas crénicas fueron escritas tras la mas reciente barbarie, Ia que impusieron las milicias guerrilleras y los paramilitares en los barrios altos de Medellin, La ngre vertida en las aceras, contrario alo que juraron os politicos, nunca se detave. Las erénicas auf contadas tal vez sirvan a modo de constancia, de fotos en blanco y negro de una historia «que estamos obligados a conocer y de la que ojala po- damos aprender. Dios quiera que no volvamos a equivocarnos. Papa, no me olvides al Icheimer: eso dicen que tienes. Tw no lo sabes, pero eso no importa, ya no, Ahora, mientras me iniras yrfes, yo te contaré una historia gRecuerdas que en el frente de Ta casa habia un jar din?, gte acuerdas, papa? All sembraste un arbol de uayaba, uno de ciruelas, tres de naranjay uno de man- darina que nunca dio fruto, pero que acentuaba el olor verde que se metia por la sala cuando la puerta estaba abierta y nos haefa creer que viviamos en un bosque. Habia tres palmas, cinco helechos, una mata de limon- cillo y un montén de rosas: blaneas, violetas,rosadas, amarillas, rojas... era sorprendente que en un espacio asi de pequefo, en mitad de un barrio de easas amon- tonadas en las faldas de Medellin, pudieran crecertan- tas plantas ‘Tu mayor disgusto era descubrira un muchacho ro- bando naranjas o pisando el jardin en busea de alguna pelota perdida, Pero la naturaleza,ingeniosa y aerobé- w recordaba, entonces se bajé y caminé uma parte del trayecto. El agua pasaba cristalina y poda ofse correr ppor el suelo limpio de yerbas y de hojas. El lunes mane 6 llamarte, paps, te dio el doble de sueldo y te con- traté en la planta donde empacaban el banano, un lugar aalasombray con agua para hidratarse. Después te ofre- ‘i6 una casa en el campamento de los trabajadores y nos fuimos a vivir alli los doce meses en que mam accedis vivir lejos de Medellin, Todo eso lo supe cuan- do yo era um adolescente y me quisiste ensefiar que el esfuerzo con atajos no sirve En realidad no s€ si aprendt, Cuando vengo a visitarte me pregunto qué puedo hacer por ti, y por mamé, que Hlora en silencio y tam- poco duuerme, A veces se queja, dice que no seré capaz. Debe bafiarte pero tii no te dejas y manoteas furioso sin entender qué pasa. Cuando yo te baiio y peleas te aprieto las manos. Tv cedes, humillado por mi fuerzay ime miras eon rabia, El otro dfa me preguntaste por qué te haefa eso, y yo no supe qué contestar-Te abrazo, paps Te quiero, te digo. Y tu me preguntas quién soy. Soy yo, papa. ¥ esta es mi manera, mi pequefia ma nera de decirte que, quizis, después de todo, aprendé laleccién, Este libro es un esfuerzo sin atajos, espero, wee oh ¢Cuanto cuesta matar a : un hombre? 1 disparo le entré por la espalda, atravesé el pul- mn izquierdo y le sali6 por el pecho, por un res- quicio entre la cuarta y la quinta vértebra. El hombre se derrumbé sobre la acera, con los brazos abiertos la boca inundada de sangre. ‘Narices’ jefe de la banda Los pinochos, se acere6 y disparé dos veces més. Las balas golpearon la nuca y la oreja izquierda, Por esa punterfa cobré un millén de pesos. El“eneargo” lo ha- ba recibido dias antes de un vecino acorralado por una deuda que no pensaba pagar. Fue un asesinato facil a victima andaba sola, desarmada y con una rutina caleada, Lo sorprendié en un callején, saliendo de la casa de una mujer a la que frecuentaba. Eran las diez dela noche y no habia gente en la calle, slo un perro sin cola que no atin6 a ladrar. Narices, ademés de pun- terfa, tiene olfato, Enenero, por una suma siete veces mayor, deseché un encargo porque le oli raro, a misin sin regreso. Debfa matar a un comerciante dentro de su casa sin disparar un solo tro, esa era la condicién. A los dieci- nueve afios Narices habia asfixiado a un hombre y, a los veinte afios, apniialado a dos més. Al primero To rmat6 sin darse cuenta, en una rita de calle, después de quitarle unapistola. Lo sujet porel cuello con los mu Ilos y se le ech6 encima, esperando que se calmara. Eran amigos y ya no recuerda por qué se fueron a las ‘manos. Estaban ebrios. Los otros dos sujetos fueron drogadictos del barrio sentenciados después de violar ‘una nifa sordomuda, La banda de la zona decidié congraeiarse con Ios vecinos y matarlos a pedradas. Narices dice que antes los apufialé para ahorrarles sufti- riento, primero en el vientre, después en la garganta. Pese a sus antecedentes, el jefe de Los pinochos se neg6 a asesinar al comerciante sin la ayuda de un arma de Fuego. La casa quedaba en un Tujoso condominio de El Poblado, el barrio més exclusivo de Medellin. Debia hacerse pasar como empleado de una empresa de television por cable. Incluso le dieron una tarjeta de presentacién para entregarle al vigilante de la por teria, del que le advirtieron que iba a revisarle la caja de herramientas y los bolsillos. La empleada del servi- «io autorizarfa su ingreso y, una vez.en la casa, Narices debia asesinar al hombre, que era mayor y andaba en ‘muletas, segin le djeron, Fue otro muchacho de Los pinochos quien acepts el encargo. Luego Narices se centeré por la radio: un comerciante habia disparado contra un supuesto téenico de television por cable cuan- do este habia intentado apuftaarlo por la espalda con tun destornillador. Segiin la version periodistica, el caso ‘era una prueba del nivel de inseguridad al que habia Tegado esa zona de Medellin y de la confianza excesiva de algunos ciudadanos que contrataban personal sin confirmar sus antecedentes. Narices sabia que el plan de matarlo era idea de la esposa y de su amante, un contador que administraba los negocios de la pareja Los pinochos no recuerdan a cusnta gente han ma- tado, No se acuerdan y ereo que prefieren no esforzar se por precisarlo. Sienten, quién lo creerfa, un pudor por ciertos crimenes cometidos, como ese de una joven {yu hermana alas que terminaron asesinando porque con la impresién del asalto no fueron capaces de recor dar las claves de sus tarjetas banearias. Las eazaron alas once de la noche, a tres cuadras del centro comercial Unicentro, muy cerca de la Universidad Pontificia Boli- variana, Era viemes. Acababan de salir de cine, hubfan visto la pelicula Matrix. ‘Pumpin’, uno de Los pino- cchos, estaba en el teatro seleccionando alguna parejita de novios. El plan, ejecutado otras veces, consistia en seguir alas vitimas después de que salieran del centro comercial y cerrarles el paso en algsin punto del reco- rrido, El resto de la banda esperaba afuera, en uno de los negocios de comidas répidas del puente de Bulerfas. Debian tener carita de nifios ricos y usar celulares y ropa de marca. Ese tipo de clientes son los mejores, dicen Los pinochos, porque munca van armados,siem= * pre llevan dinero y cargan tarjetas bancarias, ademés no se alebrestan y entregan todo con docilidad. ~i"Parceros” coronamos! Son dos “chimbas” j6ve~ nes estn solas ~recuerda Narices que le dijo Pumpin cuando lo llam6 al celular. La voz de Narices es gangosa, producto de haber perdido parte de las fosas nasales por el roce de un tiro de earabina. Ahora estamos sen- tados en una caja vacia de Coca-Cola ala que su mamé le cosi6 un cojin azul. Es el inico mueble en la sala de lacasa. Alrededor hay cinco tipos que escuchan la his- toria en silencio, de pie, recostados en los muros de adobe sin revocar: Las paredes tienen agujeros de balas. Los tipos comparten un cigarro de marihuana, Todos, menos Narices, estan sin camisa. Una parte del techo de la casa, justo el que da sobre la cocina, es de con- creto, El otro, el que cubre los cuartos y a sala donde ahora hablamos, es de tejas de zine. Algumas tejas tie- nen agujeros por las esquirlas de una granada que se les exploté por error hace como un aiio. Son las doce del dia. El so se filtra delgado por los orificios y en los ttineles de luz se ven flotar particulas de polvo. En no- ches de invierno el agua se escurre y la esposa de Nari- ‘ces debe mover las camas para esquivar las goteras. ~Pumpiin nos “eant6” las pintas de las peladas... nos que andaban en un Renault Clio, rojo, nuevo dice Narices. Esa era una de las condiciones més im= portantes para seleccionar las victimas: que anduvieran {en moto 0 en carro particular. Cierta experiencia le ha- ba ensefiado a Narices que intentar atracar a una pa- reja que viajaba en taxi complicaba las cosas porque Jos taxistas si andan armados y pueden terminar estro- peando todo al creer que les van a robar el carr. Era una “vuelta” facil. Prendimos las motos y nos repartimos ~dice Narices, yaspira el eigarro de yerba, que acaba de pasarle uno de los tipos sin camisa. Es tuna aspirada fuerte, como si tomara aire antes de su- ‘mergise en una piscina. A él, me dijo, las muertes de esas j6venes le parecen un error, y prefiere no hablar de e50. Yo le insisti durante meses. Es la primera vez que cuenta la historia. El jefe de Los pinochos da una segunda aspirada al cigarro sin botar el aire de la pri- mera y se traga el humo. Después sigue hablando. Las cazamos alas cinco cuadras, Les “pelamos” las armas y pararon de una. ‘Pelusa’ y yo nos subimos al carro con ellas, asf pareefamos parejitas de novios. Carlitos y Caremierda’ nos escoltaban en las motos. Esa noche, Los pinochos siguieron por la carretera al mar, hasta una curva oscura en tna de las laderas| orientales de la ciudad, justo después del motel Pen- thouse, un negocio al que Narices solia ir después de coronar una vuelta. Era un sitio fino, me dijo una vez, con habitaciones mas grandes que su casa, de pisos en madera, muebles en cuero y tinas circulares por las que salian unos chorritos de agua caliente con olor a eucalipto. : - Los pinochos parquearon el carro y caminaron por una zona de drboles hasta un sitio que ya habfan dis- puesto, Las jovenes secuestradas iban con los ojos ven- dados. Lloraban y rezaban. Se metieron en una casa ‘ahandonada. Un mes antes, en ese mismo lugar, habjan tenido a una pareja de ancianos. Les robaron plata de los cuentas de ahorros y tuvieron tiempo de ir a su apartamento, sacar una caja fuerte y Hevarsela al viejo para que la abriera. BI Ingar se habia convertido en la sede de Los pinochos para lo que ellos mismos llaman “rumbas de billete”. Las dos hermanas tropezaban a ‘cada rato y las obligaban a pararse con insultos. Laidea cera meterles tanto miedo que accedieran a cualquier exigencia. Ya en el sitio les quitaron los zapatos, los anillos y los aretes, después las amarraron a una reja rmetilica, entonces les pidieron las claves de las tarje- tas, Seguian vendadas. ~Solamente la mayor tenia tarjetas, La otra era una puta estudiante sin cinco, de esas que viven manteni das en lacasa..eran dos cuentas si tenfan plata porque en la billetera nos pillamos el recibo de un retiro de dos millones de pesos que hicieron ese mismo dia... la ‘malparida nos dio las claves. Carlitos y yo salimos por elbillete. Pelusay Caremierda se quedaron cuidando- las. No nos podiamos pasar de las doce de la noche. Los pinochos son delincuentes avezadlos. Saben que los cajeros permiten un monto méximo de retiro por dia. Por eso hacen un primer retiro antes de media noche y, justo después, hacen el siguiente, de esa ma- nera pueden hurtar una cantidad que, de otra forma, les tomaria veinticuatro horas. Cuando llegamos al cajero las claves no funciona- ron. Las escribimos dos veces y el aparato nos dijo que ‘eran niimeros, errados... eso nos putié el genio ~cuen- ta Narices y se tapa las orejas con las manos. Los pi- nochos también sabfan que errar tres veces la clave de tuna tarjeta bloquea la cuenta, por eso, antes de un tile timo intento fallido, decidieron volver donde las her- rmanas y corregir la informacién, Les pegamosen lacaray las separamos... le dijimos «Ja mayor que si las claves no funcionaban tbamos a matar ala hermana menor, que era la que mas chlla- ba. Ella nos dio los niimeros, pero nos dijo que ya no estaba segura, que la dejéramos llamar a la casa por. «que la mama se sabfa las claves... no le hicimos caso, ppensamos que era una trampay que la podian rastrear como en las peliculas. Volvimos a bajar al cajero. Ya ceran més de las doce. i El cajero estaba en la esquina de la calle Colombia con la avenida 80, a dos cuadras de la tv Brigada, una de las edificaciones més vigiladas de la ciudad. Narices recuerda que para entrar al cajero debian pasar al lado de un puesto de control militar. —(Es0s nimeros tampoco eran los de las putas cla- vest... de tanto joder, las cuentas se bloquearon dice Narices y levanta la voz. Los sujetos sin eamisa aeaban de armar otro cigarro de yerba. El pide encenderlo. ” | | 7 Cuando subimos a stio las encontramos en pelo- ta... Pelusa y Caremierda se las habfan comido. Todos ‘estabamos muy “timbrados"... yo no sé qué pas. A mf ime dio mucha puterfa verlas asf, tan hermosas y tan brutas.. les disparamos de pura piedra...con lo féeil que iba a ser esa vuelta y terminar ast, toda “sa da"... -Narices habla y enciende el cigarro de yerba, «que acaban de pasarle, De nuevo aspira como sitomara J ~gSabe que me da piedra, periodista? Que esas pe- ladas no se iban a morir. Yo habia pensado que nos {quedéramos con el carro y después botarlas por ahi, ppara que se fueran para la casa, pero cuando las encon- ‘tré-en pelota, lorando como unas perras, me Hené de \rabia. qué cagadal Hay otras muertes de las que Los pinochos hablan con desenfreno, por las que no hay que insist. Hay tuna en especial que los llena de ongullo: aquella de un conductor al que acrbillaron lanzaindole uma granada porque le estaba pasando informaci6n a la Policia, Era un tipo flaco, de 45 afios, que manejaba mo de los buses del barrio y que tenfa fama de bravucén. Esperaron hasta el domingo, que era su dia de deseanso, Sabian {que el tipo dormia hasta tarde y mandaron a un nifioa ‘que tocara Ia puerta de su casa para obligarlo a sali Eran las nueve de la mafiana. Cuando la esposa de ‘conductor abri6, el nifio se escondi. El pequetio hizo Jo mismo cuatro veces hasta que el conductor se desper- 16, abri6 la ventana de su cuarto, en el segundo piso de la casa, y salié a gritar. Entonces le anzaron la granada desde la acera. El tipo pensé que era una piedra y cuan- do quiso recogerla, explots. Parte de la cabeza y del tronco quedaron enredados en las cuerdas del alum- brado, a ocho metros de la ventana. Esa noche, Los pinochos pintaron un graff en lacasa del hombre: "Los sapos mueren explotados”. Ahora, cuando se acuerdan, de esa muerte, chocan las palmas de las manos y se felicitan como sicelebraran um gol. Narices ha asesina- doa.un comerciante por encargo de uno de sus socios. ‘Anum taxista, a solieitud de un familiar A un abogado, a pedido de un cliente al que este habia embargado su casa y el sueldo, A un brujo, por encargo de Ia mamé de una de las mujeres que habia violado mientras les hhacfa supuestas regresiones con narcéticos. Hubo un ceaso que, de puro miedo a que les eayera una mal cién, rechazaron Narices y los suyos: el de un joven homosexual que queria vengarse de un sacerdote por «que, les dijo, este le habia robado un dinero, Un primo, «de Narices les lev6 la peticién del joven al que egaronaver en persona. Elmuchacho, un seminarista, franciscano, les ofrecié como paga los cinco millones de pesos que el sacerdote tenfa guardados en una caja fuerte de la casa cural, Narices dice que matar a un ccura, asi sea marica, es pecado. Lo demés, casi todo, se puede pagar con arrepentimiento, a ues abe La casa de Narices es una vivienda de dos euartos, cen unade las laderas que bordean Medellin. Es de ladi- lio sin revocar, con orificis estratégicos en los muros que dan ala ciudad, por los que es posible advertir el arribo de visitantes indeseables. Esti en el segundo piso de una construccién abandonada que, a su vez, limita ‘con un patio al que el jefe de Los pinochos puede lan- zarse si fuera necesario. Lo conozco destle hace afios, desde mi época de redactor judicial. La vivienda esté ubicada en Villa del Socorro, en la comuna nororiental de Medellin, de la que son parte medio centenar de barrios, algunos de ellos con la cifra de muertos y heri- dos por arma de fuego mas alta del pais, Ahora la casa no tiene muebles, sélo dos eamas, la caja vacfa de Coca- Cola con el cojin azul y una nevera descompuesta en la «que Narices encaleta una escopeta doble cain calibre 12, un fusil ak 47 y un par de granadas de mano. El revélver, incluso mientras duerme, lolleva consigo. No le gustan las pistolas, dice, porque son inseguras y se disparan solas, Las lama doberman, como esos perros negros que atacan ineluso a quienes les dan de comer. =a¥ los muebles? “le pregunto, La familia se fue por la guerra ~dice Narices- Se Hevaron las matas, ls sillas, la mesa del comedor y los trastos de la cocina. La guerra de la que habla fue con Los triana, una de las bandas de sicarios més peligrosa del norte de Medellin. El tropel fue por el control de la “vacuna”, un impuesto de seguridad que deben pagarle los em- presarios de transporte a las bandas con influencia en los territorios donde estan los parqueaderos de los buses. Nadie sabe cusintos muertos dejé esta guerra, Del lado de Narices eayeron “El mono, ‘Nege cho’, Galil’, Sandra, ‘La mueca’, ‘Chila’, ‘Carlangas’, “Nun, Rosalia, ‘Risitas’,‘Don Mario’, El pibe’, Diego, Elizabeth, “Piolin’, Giovanni, ‘Cholo’, ‘Trespuntadas’ y cl ‘Viejo Santiago’, un testigo de Jehovd al que confin- dieron con uno de los miembros de Los pinochos. En ‘esa guerra murieron siete nifios. Nadie se acuerda de los porque a su edad atin no tenfan apodo. os siempre averiguando gilevonadas ~responde Narices a mi pregunta de cusinto cobra por matar aun hombre. No es la primera vez que recurro a él para tun trabajo de este tipo. Muchas veces, cuando habia tropeles en los barrios. de la comuna nororiental de Medellin, lo busqué para ‘que me diera informacién de primera mano, La nues- traes una relacién de luero. Yo me beneficiaba de los datos que me suministraba y su familia de las bolsas de viveres que les subja de cuando en cuando. En la casa de Narices, aunque suelen correrfajos de billetes, rara vex hay comida suficiente. La plata de los negocios ilicitos es plata del diablo, dicen los sicarios. Por eso se apresuran a gastarla en farras de dos y tres dias que incluyen aguardiente o whisky, cocaina, carne asada y uchachitas,j6venes hermosas que erecen en los bac 3 ues abe rrios populares con una prolijidad desconeertante, Después de eso, los dfas wuelven ala incertidumbre de siempre, Muy pocos sicarios, y Narices no es uno de ellos, invierten sus ganancias en bienestar para sus familias Las suyas son casas sucias, oscuras, con cortinas en los cuartos en vez de puertas, con sanitarios descompues- tos que hay que vaciar con baldes de agua, con pare- des desmoronadas por impactos de fusily esquirlas de ‘granadas y con servicios piiblicos conectados de con- trabando. Los duros, los patrones que dirigen las élites, ‘riminales del paisy que deciden la mayoria de los gran- des asesinatos y proveen las armas de alto calibre, los carros y las motos, sfsaben para qué es la plata Ells, a diferencia de los sicarios que contratan, suelen vivir en barrios de clase alta, con hijos ostentosos y esposas de cabellos tinturados y senos operados. Ellos, que posan de ciudadanos honestos y empresarios exitosos, se llevan los porcentajes mas altos, invierten, abren ne- ‘gocios, toman vacaciones y mandan a sus hijos a cole- gos privados donde les ensefian inglés e historia del arte. ~Asesinar wn man vale lo que eueste matarlo ~dice Narices, con una légica simple~: sitoca voltear mucho, vale mucho. No hay un promedio de cobro. El promedio del que habla Naricesse mide en millo- nes de pesos. Hay meses de sesenta millones y meses de nada, Hace unos aiios las autodefensas reclutaron & s Ja mayorfa de las seiscientas bandas que operaban en las periferias de Medellin y las obligaron a rendirle cuentas a un patrén. As los paramilitares crearon una suerte de “liga de las estrellas” con lo peor de cada barrio de la ciudad y le declararon la guerra alas mili-

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