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Maria Moira Mackinnon Mario Alberto Petrone compiladores POPULISMO y NEOPOPVLISMO EN AMERICA LATINA cl problema de ls Cenicienta eudeba Carrera de Sociologia Facultad de Ciencias Sociales Universidad de Buenos Aires Cardenismo: zcoloso o catramina?* Alan Knight** Todos los historiadores concuerdan en que Ja presidencia de Cardenas constituy6 un pe- riodo crucial en el desarrollo del México del siglo veinte. No se pondrian de acuerdo, sin embargo, en torno a las razones de tal rele- vancia.' La gama de interpretaciones es tan amplia y, a veces, tan variada, que resulta pe- ligroso tratar de resumir los desacuerdos sub- yacentes. No obstante, existen ciertas dife- rencias clave que se pueden destacar; y comenzaré este articulo con una rpida revi- sin de lo que yo considero tales diferencias clave Hay cuatro preguntas interrelacionadas de gran importancia: 1) Hasta qué punto fue radical el régi- men cardenista, en términos de sus metas y politica’? En otras palabras, ghasta qué punto rompi6 con el pasado y busc6 transformar la sociedad mexicana? 2) ¢Hasta qué punto se concebia la po- litica en las altas esferas y se la dictaba a los de abajo (dicho de otra manera, hasta qué punto se diseftaba la politica en la ciu- dad de México y se imponia a las provin- cias), en lugar de ser determinada ya sea por presiones populares (de abajo hacia arriba) o provinciales (de la periferia hacia adentro)’ En otras palabras, zhasta qué punto fue democratico el cardenismo, en oposicién a la idea de autoritario?? 3) «Cuan poderosos fueron el régimen y el movimiento cardenista? Es decir, ¢qué ca- pacidad tuvo de lograr sus metas, especial- mente frente a la resistencia? 4) Por tltimo, y en consecuencia, chasta qué punto fue radical el régimen cardenista en tér- minos de sus /ogros en la practic’ En owas palabras, zhasta qué punto puso en prictica, y no simplemente auspici6, cambios radicales? * Este articulo fue publicado en Journal of Latin American Studies, N°26, p. 73-107, Cambridge University Press, 1994. Traducido por Maria Moira Mackinnon y Celina Suarez ™ Alan Knight es Profesor de Historia Latinoamericana en la Universidad de Oxlord, Oxford, Inglaterra. El autor quisiera agradecer al Sr. Alberto Partida del Archivo General de la Nacién, de la Ciudad de México, por su valosa ayuda en la investigacién de archivo, y a John Gledhill por sus comentarios sobre el borrador de este articulo 1. Samuel Ledn, "Cardenas en el poder (I)", en Javier Garciadiego et al., Evolucin del estado mexicano. Reestructuracion, 1910-1940, México, 1986, p. 219. 2, Por “democratico” no necesariamente quiero decir “liberal-democrético” (como aclaro més adelante en este mismo articulo). “Democratico” simplemente significa una medida genuina de representacion. que Puede tomar diversas formas. *Autoritario” significa ia ausencia de representacién popular: toma oe decisiones desde arriba. 197 Alan Knight 2Cual fue el legado que perduré? Una revisién de la literatura, tanto contemporaénea como reciente, sugiere que los andlisis se pueden categorizar aproximadamente, segiin las respuestas que se dan a estas cuatro preguntas: ;Qué se proponia el Estado? ;A quién repre- sentaba el Estado? ;Cudn fuerte era el Estado? Y ccudl fue el resultado a largo plazo de la politica estatal? Las pregun- tas dos y tres requieren un anilisis del Estado revolucionario: un tema polémi- co, generador de multiples opiniones conflictivas. Las preguntas uno y cuatro presentan el viejo problema ~conocido por todos los historiadores- de Ia conti- nuidad versus el cambio. ;El cardenismo fue -en su intencién y en la prictica— un _movimiento/proyecto/régimen radi- cal transformador? ¢O representé mas de lo mismo, una continuacién, con ciertos ajustes limitados, de la politica post-revo- lucionaria (o tal vez hasta porfiriana)? Por supuesto, tales diferencias de interpre- taci6n se revelan mejor tomadas en un con- texto de continuidad mas que en comparti- mientos estancos. A menudo, las diferencias son de énfasis -y de un énfasis no cuantificable- mis que de mera polaridad. Sin embargo, no se pueden tratar en forma lige- ra. La vision oficial del PRI (por lo que pudie- ra valer) ubica a Cardenas dentro del contex- to del progreso teleolégico de la Revolucién Mexicana: enfatiza la continuidad y las contribuciones acumulativas de los suce- sivos gobiernos al avance de la Revolu- ci6n. De esta forma, produciendo cierta incomodidad en el PRI actual que se en- frenta a un fuerte’ desafio neocardenista, los iconos ¢ardenistas tapizan el panora- ma politico, tanto en forma literal como figurativa. Un busto de bronce de Lazaro CArdenas hace guardia a la entrada de Los Pi- nos. Cabe destacar que este énfasis oficial sobre la continuidad tiende a acompafiara una creencia declarada en el caracter democrati- coy popular del cardenismo, y de la Revolu- cidn en su totalidad. En respuesta a la pre- gunta dos, los apologistas del partido tende- rian a destacar el cardcter genuinamente po- pular del cardenismo. La imagen opuesta de la visiGn oficial es la que plantean numerosos académicos (quie- nes, en forma tentativa, se podrian denomi- nar “revisionistas").* También ellos enfatizan la continuidad del cardenismo, pero desde un punto de vista critico. Surgen dos tipos de revisionismo. Uno, inclinado hacia un punto de vista marxista en sentido amplio, concep- tualiza la revolucién institucional como un motor del desarrollo capitalista y de la acu- mulacién de capital. Por lo menos desde la derrota de los movimientos populares de 1910-15, sucesivos regimenes han represen- tado a los intereses de Ja burguesia: ya sea (como implicarfa una teoria “agente” o “ins- trumentalista” del estado) llevando a cabo el deseo politico de la burguesia, 0, dado cierto 3. "Revisionista” no es un término injurioso y no tiene nada que ver con Eduard Bernstein. Denota una Corriente reciente de interpretacién histérica que, reaccionando contra las opiniones ortodoxas sobre la Revolucién Mexicana, tiende a destacar las tendencias de arriba-abajo, elitistas, constructoras de! estado, y antipopulares de la Revolucion. Los expertos pueden tener opiniones distintas respecto de lo que es exactamente el “revisionismo"; pero la mayoria cree en su exislencia y no tienen problema en usar el término, a veces, hasta aplicandolo a si mismos. 198 grado de autonomfa del estado, tomando la iniciativa para promover los intereses de la burguesia; en algunas versiones, hasta ali- mentando a la incipiente burguesia misma.* El régimen de Cardenas no es la excepcion Segtin esta vision, sus politicas sirvieron para cooptar a los movimientos populares, para subordinarlos al estado, y para desarrollar el mercado interno en beneficio del capital.’ Al- gunos historiadores destacarian que estas po- liticas fueron adoptadas en forma consciente yadrede.* Otros abordan el resultado, sin im- putar necesariamente una intencién; Warman considera al periodo de finales de la década del '30 como el lapso en que se adopté en forma definitiva un camino de desarrollo ca- pitalista; Haber argumenta que el sector em- Presario mexicano florecié durante la década del 30 y obtuvo beneficios significativos de la politica gubemamental; Garrido considera que el cardenista PNR “respaldaba el proyec- to de una burguesfa nacional”, La segunda variante de la tesis revisionista de la continuidad se centra en el estado (y puede implicar o no un anilisis de clase). Debido a su interés primordial, podemos re- Cardenismo: gcoloso 0 catramina? ferirnos a ella como a una interpretacién estatista, algunas veces marxista, otras no. Arnaldo Cérdova hace hincapié en el surgi- miento del Estado en tanto se mantiene den- tro del campo marxista (de hecho, pone gran empeiio para defender su ortodoxia marxista contra las supuestas imputaciones de desvi cin). Para él, el cardenismo representa la culminaci6n exitosa de la revolucionaria poli- tica de masas; la subordinaci6n de las clases populares al poderoso Estado revolucionario.* Sin duda, esta vision concuerda estrechamente con la de Anguiano: la diferencia, a mi juicio, reside en el énfasis relativo que se le da al stado y a su capacidad para la accion auto- noma. Mientras la primera perspectiva consi- dera que el Estado acttia como el protagonis- ta del capital que provee la raison d'etre de la politica estatal, las interpretaciones estatis- tas suponen que el Estado tiene un grado con- siderable de autonomia (por ello, a menudo introducen el concepto impreciso de bonapartismo’).” Podemos considerar que estas diferencias dentro de Ja historiografia marxista de México reflejan diferencias teOricas mAs amplias que han agitado (y 4. Véase la discusién en Nora Hamilton, The Limits of State Autonomy: Post-Revolutionary Mexico, Princeton, 1982, cap. 1 5. La exposicion mas convincente sobre este punto de vista pertenece a Arturo Anguiano, EI Estado y la poltica obrera del cardenismo, 9 ed., México, 1984. 6. "Los seguidores de Cardenas [...] pensaban fundamentalmente en términos de la modernizacion del sistema Capitalista de la libre empresa a fin asegurar mejor su supervivencia’: Albert L.. Michaels y Marvin Bernstein, The Modernization of the Old Order: Organization and Periodization of Twentieth-Century Mexican History", en dames C. Wilkie, Michae! C. Meyer y Edna Monzén de Wilkie (eds.), Contemporary Mexico, Berkeley, 1976, p. 701, véase también Anguiano, E! Estado, pp. 42-45, 65, 79-80; Hamilton, Limits of State Autonomy, pp. 139-40; y Heather Fowler Salamini, Agrarian Radicalism in Veracruz, 1920-38, Lincoin, 1978, pp. 112-13, 7. Arturo Warman, ¥ venimos a contradecir: los campesinos de Moreios y el estado nacional, México, 1976, p. “95; Stephen R. Haber, industry and Underdevelopment: The Industrialization in Mexico, 1890-1940, Stantord, 389, cap. 10; Luis Javier Garrido, E/ Partido de la Revolucion Institucionalizada, México, 1986, p. 294. aide Cérdova, La politica de masas del cardenismo, 2 ed., México, 1976. 7 Knight, “The Mexican Revolution: Bourgeois? Nationalist? Or just a ‘Great Rebellion’?", en Bulletin of American Research, Vol. 4, N2, 1985, pp. 4-5, para consultar algunas dudas sobre el bonapartismo. 199 Alen Knight -quecido) la teoria marxista en forma mas general.” sin embargo, en la mexicana como en otras historiografias, el enfoque estatista no es monopolio de los marxistas. La preocu- pacién por “el regreso del estado” atraviesa las fronteras teGricas (marxistas y no marxis- tas). En el caso mexicano, muchos acadé- micos no marxistas (dudo en llamarlos “bur- gueses” ya que, en cierto sentido, no son mas “burgueses” que sus colegas marxistas) han considerado el surgimiento del estado como el sello distintivo de la historia mexi- cana moderna y, en consecuencia, han des- tacado la continuidad del proceso de cons- truccién del estado a través del periodo post-revolucionario (y, aun también a tr vés del periodo porfiriano).” Para ellos, Car- denas contintia con el trabajo de Calles, Obregon, y tal vez hasta de Diaz; se desta ca la continuidad en oposici6n a la ruptura. Ademis, estos académicos destacan el éxi- to de este proceso. Se describe el estado revolucionario como un poderoso Leviatan, que progresivamente subordina a la socie- dad civil a su imperiosa voluntad. Esta vi- sin resulta evidente en muchos estudios regionales y locales que han profundizado nuestro conocimiento de Ja historia mexi- cana, asi como también en estudios sintéti- cos del régimen postrevolucionario!* De esto se deduce que el gobierno de Carde- nas no sélo encaja perfectamente dentro de una secuencia de largo plazo de gobiernos constructores del estado, sino que también ejemplifica ~quiz4 por excelencia- un pro- ceso verticalista de centralizacion, de im- posicién cultural, de aumento de las facul- tades del estado, més que las del pueblo." El cardenismo “consolida y perfecciona’ el sistema politico vigente; y el mismo Carde- nas asume un rol autocratico, “amo y sefior de México”, no tanto como el zorro de San Francisco sino mas bien como un ladino zorro, maquiavélico (o, lo que es atin peor, un z0- tro con sayal franciscano)."* En respuesta a las preguntas dos y tres (cual fue el carac- ter del estado cardenista? y ;cudn poderoso fue?) estos académicos responderian “auto- ritario” y “muy”. Para ellos ~en los térmi- nos del titulo de este articulo— el cardenismo fue un Coloso, dirigido por un resuelto conductor. En oposici6n a estos puntos de vista, con sus diferentes énfasis pero con el acento comtin sobre la continuidad, aparece una opinion contraria que sostiene el cardcter distintivo del cardenismo, su contenido 40. John Holloway y Sol Picciotto, State and Capital: A Marxist Debate, Londres, 1978, es una compilacion uti 11. Peter Evans et al. (eds.), Bringing the State Back in, Cambridge, 1985. 42. Alan Knight, “The Mexican Revolution...”, p. 11; Presentaci6n, en Garciac Mexicano, p. 11 .go et al., Evolucin del Estado 13. Jean Meyer, La Revolucién Mexicana, 1910-40, Barcelona, 1973. 14 Marjorie Becker, “Lézaro Cérdenas, cultural cartographers, and the limits of everyday resistance in Michoacan, 5934-40", trabajo presentado en la 46% Conferencia Internacional de Americanistas, Amsterdam, 1988; Enrique Krauze General misionero: Lazaro Cardenas, México, 1987, pp. 39, 147, define a Cardenas como “un manipula- - 5 acable de las masas” que, segun palabras de Rubén Salazar Mallén (1939), presidié un “nuevo portirismo". +5 Anguano, E/ Estado, p. 65; Tomas Martinez Saldafia, “Formacién y transformacién de una oligarquia: ef caso de Arancas. Jalisco", en Martinez Saldana y Leticia Gandara Mendoza, Politica y sociedad en México. ef caso ae los Altos de Jalisco, México, 1976, p. 109; Krauze, El general misionero, p. 87. radical, sus metas y, quizés logros, transformadores. Nuevamente, vale la pena repetir que estas opiniones se encuentran diseminadas en un amplio continuum; y un debate minucioso implicaria realizar consi- deraciones sobre la definicion (;qué fue el cardenismo?; ¢quignes fueron los cardenis- tas?), el lugar (¢qué estados 0 regiones es- tamos analizando?) y el tiempo (;destaca- mos el cardenismo mis radical y seguro de 1936-38, o el cardenismo mis cauteloso y timido posterior a 1938?). Pero creo que no se puede negar que, en oposici6n a los ar- gumentos en favor de la continuidad y la uniformidad que sostienen los autores an- teriormente citados, algunos historiadores han enfatizado la discontinuidad, el radica- lismo y la “especificidad” del cardenismo: David Raby, Fernando Benitez, Nora Hamil- ton, Anatol Shulgovski y Tzvi Medin (para quienes el cardenismo es la “negacién” del callismo).'® Adolfo Gilly, quien sostuvo que la revolucién popular de 1910-17 habia sido “interrumpida” por la derrota de Villa y de Zapata y por la instalaci6n de un régimen bonapartista pequefio-burgués, considera al (proto-) cardenismo como una segunda ola “ Cardenismo: gcoloso o catramina? genuinamente radical, y al actual neo-carde- nismo como una continuaci6én de estas co- rrientes populares y radicalés.”” En resumen, la literatura sobre el cardenismo sugiere algunas diferencias de opiniorfsignificativas, que a su vez, implican interpretaciones contrastantes sobre la revo- luci6n. Las diferencias parecen girar alrede- dor de las siguientes cuestiones vinculadas: 1) continuidad versus ruptura a nivel de las politicas; 2) la relaci6n entre Estado y socie- dad civil; 3) el poder del Estado; y, 4) la con- tinuidad en oposicién a la ruptura a nivel de los logros perdurables. También cabe recor dar que estas cuestiones no son nada nue- vas. En su momento, el cardenismo desper- t6 fuertes opiniones, a favor y en contra. Exis- tieron criticos catélicos y liberales que consi- deraban que Cardenas encajaba dentro de la trayectoria (lamentable) de la Revolucién: sus puntos de vista eran exactamente lo con- trario de la linea oficial.'* Antes de 1935, tam- bién el Partido Comunista Mexicano se ne- gaba a hacer distinciones entre Calles y Car- denas; después de 1938, la alianza del Parti- do con el gobierno dio lugar a la aparicin de graves tensiones y divisiones internas.” 16. Liisa North y David Raby, “The Dynamics of Revolution and Counter-revolution: Mexico under Cardenas, 1934-40", en Latin American Research Unit Studies, vol. 2, N°1, 1977; Fernando Benitez, Lazaro Cardenas y fa Revolucién Mexicana, t. \\l; El Cardenismo, México, 1978; Hamilton, The Limits of State Autonomy, Anatol Shulgovski, México en la encrucijada de su historia, México, 1968; Tzvi Medin, Ideologia y praxis politica de Lazaro Cardenas, 14° ed., México, 1987, p. 225. 17. Adolfo Gilly, La revoluci6n interrumpida, México, 1971, cap. 10; Cartas a Cuauhtémoc Cardenas, México. 1989. En breve, Gilly publicaré un importante estudio sobre el gobierno de Cardenas. 18. Para los criticos catélicos, la Revolucién se desvirtué aproximadamente en 1913; los criticos liberales/maderistas (por ejemplo, Federico Gonzalez Garza) podrian fechar la caida de la Revolucién en forma similar; otros (por ejemplo, Cabrera), preferirian datarla aproximadamente en 1920 0 (por ejemplo, Vasconcelos) alrededor de 1924 La oposici6n liberal se incliné a recibir refuerzos cada vez que la maquinaria politica giraba y se creaba una nueva tanda de “expulsados" politicos: véase nota 20. “9 Barry Carr, “Crisis in Mexican Communism: The Extraordinary Congress of the Mexican Comr.r st ty’, en Science and Society, vol. 50, N®°4 y vol. 51, N®1, 1987. Alan Knight A la inversa, habia cardenistas que crefan que “su” régimen era el tnico que distri- buia los bienes entre el pueblo, en forma literal y figurativa: antes de 1934, la Revolu- cidn habia sido detenida; después de 1940, les fue arrebatada. En forma similar, habia veteranos revolucionarios que invertian el cuadro y etiquetaban a Cardenas de traidor a la Revolucion: alguien que -a pesar de sus protestas en contrario~ rompié con las tradiciones revolucionarias nativas, traicio- n6 a su mentor Calles y se embarcé en un experimento “comunista”. En este sentido, las quejas de Cabrera, Cedillo, De la Huer- ta, Portes Gil y otros de pedigree revolucio- nario concordaban con las lamentaciones de los observadores extranjeros.” Hasta la ima- gen de un coloso revolucionario es antigua: Jorge Prieto Laurens denuncié la “odiosa aplanadora” del PNR; Vasconcelos anticipé afirmaciones revisionistas de continuidad (los sucesos de 1935, escribié, sdlo signifi- caron que la “mafia del aciago Calles” sim- plemente habia caido en las manos del “ri- diculo nefito Cardenas”) y del poder abso- luto del mismo Cardenas." En forma deli- berada 0 no, muchos de los historiadores de la actualidad repiten de esta manera los argumentos de la década del treinta: ciertas criticas recientes de Ja reforma agraria cardenista se hacen eco de las opiniones de Cabrera (lo que no quiere decir que por ello tengan raz6n 0 estén equivocadas); la disecci6n liberal de Krauze —casi podriamos decir vasconcelista- sobre Cardenas le debe gran parte de su argumento a Anguiano Equihua.* Como sugieren estos ejemplos, las discusiones recientes dentro de la historiografia se basan en las disputas de la década del treinta. Y, con el advenimiento del neocardenismo, la superposicion entre historia y politica ha aumentado notoriamen- te. La evaluacin del caracter del (proto-) cardenismo es, quizis, una tarea tanto mas relevante, pero tanto mis dificil y contro- vertida también. En unbreve articulo, no se puede preten- der realizar una evaluaci6n demasiado 20. Luis Cabrera, Un ensayo comunista en México, México, 1937; Satutnino Cedillo, "Manifiesto a todo el campesinaje de México", 16 de agosto de 1938, denunciando al “Dictador Cardenas” y urgiendo a su audiencia a no permitir que “traidores oportunistas manchen el honor de la verdadera Revoluci6n Mexicana con teorias comunistas": Archivo Francisco Migica, Centro de Estudios de la Revolucion Mexicana Lazaro CArdenas, Jiquilpan (en adelante, AFM), vol. 106, doc. 365; Ia critica de De la Huerta fue mas indirecta (propia de un exiliado que ha regresado recientemente); Murray, Ciudad de México, al Foreign Orfice, 29 de noviembre de 1935, FO 37 1/18707, A10789; El Hombre Libre, 11 de diciembre de 1935, sobre el repudio de Portes Gil a la “exética teorfa” del comunismo; Murray, Ciudad de México, al Foreign Office, 28 de noviembre de 1935, FO 371/18707, A10580, coincide en que “el gobierno que ahora esté en el poder intenta imponer y hacer tragar ideas marxistas a gente que de ninguna manera puede asimilarlas”. La diatriba de Cabrera de 1937 se debe leer teniendo en cuenta su prolongado trabajo como abogado de la Tlahualilo Cotton Co., una de las principales victimas de! reparto Laguna de 1936. 21, Jorge Prieto Laurens a Vicente Lombardo Toledano, 17 de septiembre de 1936, AFM 106/209; manifiesto vasconcelista, Nuevo Le6n, 23 de agosto de 1935, AFM 106/41; “Juicio del Maestro Don José Vasconcelos" en Victoriano Anguiano Equihua, Lazaro Cérdenas: su feudo y la politica nacional, México, 1951, p. 11 22. Krauze, El general misionero: Anguiano Equihua, Lazaro Cérdenas. Para estudiar las opiniones de Cardenas sobre Anguiano Equihua -una “gallina estéril”, consumida por una ambicién politica insatisfecha~ véase su discurso a los ex-alumnos de Escuelas Secundarias para Hijos de Trabajadores, 20 de abril de 1957, en Lazaro Cardenas, Archivo Particular, Archive General de la Nacién, Ciudad de México, rollo Il, parte 2. 202 compleja.®* Pero sugiero analizar cuatro pun- tos relacionados: que el cardenismo fue, en tér- minos de sus objetivos, un movimiento genui- namente radical que prometi6 un cambio sus- tancial; que también vehiculiz6 un apoyo po- pular sustancial, si bien éste no fue mediado por formas de representacién democriticas li- berales; que debido precisamente a su radica- lismo, enfrent6 una gran resistencia, no slo manifiesta sino también de tipo ms subrepti- cio, oculto y exitoso, que restringié gravemen- te su libertad de accién y lo llevé a eludir, a hacer concesiones y a dar marcha atris en va- tios temas; y que, en consecuencia, sus logros en la prictica fueron limitados y aun aquéllos que se alcanzaron durante el periodo 1934-40 corrieron el riesgo de ser subvertidos en aftos posteriores por gobiemos mas conservadores. Nada de esto, tal vez, resulte muy nuevo o sorprendente. Pero la implicacién del argumen- to es, creo, significativa y ciertamente esta re- Alida con algunas de las opiniones citadas ante- riormente: la implicacion es que el cardenismo como vehiculo para la reforma radical fue menos poderoso, expeditivo y habil para se- guir la ruta propuesta a través de un terreno hostil de lo que a menudo se supone; que, en otras palabras, fue mas catramina que coloso. Mi primer punto, entonces, se refiere a las intenciones radicales del cardenismo. Surgen dos problemas inmediatos: la definicién del grupo y la elucidacién de sus metas. La impu- Cardenismo: Zcoloso 0 catramina? tacion de motivos e intenciones requiere cier- ta aclaracién sobre el grupo que se analiza. éQuiénes fueron los cardenistas? Como cual- quier movimiemo politico importante (made- rismo, villismo, carrancismo, obregonismo, ca- llismo), el cardenismo fue una coalicién poco compacta, heterogénea y cambiante, que se form en circunstancias particulares: en este caso, la campaiia presidencial de 1933-34 y la batalla por el poder de 1934-36." Un elemen-, to clave de mi argumento, que desarrollaré mis adelante, es que “el cardenismo” (definido en forma amplia como grupo que incluia a quie- nes respaldaron al gobiemo durante el perio- do 1934-40) abarcaba a una multitud de adula- dores y oportunistas. Su lealtad cardenista fue superficial y tdctica. Por otra parte, existian al- gunos grupos ~casi con seguridad una mino- ria~ que desplegaron una lealtad cardenista mas genuina y duradera. Para algunos, la simpatia ideol6gica era fundamental (y la del treinta fue una década en la que las polaridades y lealta- des ideoldgicas fueron inusualmente fuertes y apremiantes: ésta fue una década de moviliza- cin y compromiso politico). Los cardenistas ideol6gicos se identificaban con las reformas laborales y agrarias del gobierno, su nacionalis- mo econémico, la educacién socialista y la politica exterior progresista; pero vinculaban estas politicas innovadoras a antiguas tadicio- nes politicas y al patriotismo liberal, la maso- neria y el jacobinismo.5 23, Este articulo deriva de un trabajo aun sin terminar; sus conclusiones no son de ninguna manera definiti- vas, y puede ser que algunas de las fuentes primarias citadas -por ejemplo, los informes del Foreign Office britanico y la correspondencia recogida en el Archivo Francisco Mugica- tiendan a reforzar, desde sus Posiciones encontradas, los argumentos que se presentan. 24, Hamilton, Limits of State Autonomy, pp. 129-30; Alicia Hernandez Chavez, Historia de la Revolucién Mexicana, periodo 1934-40. La mecénica cardenista, México, 1979. 28. El analisis de estos vinculos ~y de la mutacién del patriotismo liberal en un nacionalismo cardenista- mereceria una investigacién més profunda, He tocado el tema en "Revolutionary Project, Recalcitrant People: Popular Culture and the Mexican Revolution’, en Jaime Rodriguez 0. (ed.), The Revolutionary Process in Mexico: Essays on Political and Social Change, 1880-1940, Los Angeles, 1990, pp. 227-64. 203 Alan Knight En algunos casos, esta simpatia se unfa al interés material, ya que la politica cardenista ofrecia beneficios concretos: para los petroleros (al menos hasta 1938), 0 para los ejidatarios de La Laguna. No existia una clara frontera entre esta identificacién material y cierto tipo de clientelismo politico, que result6 mas ob- vio (y duradero) en el caso de Michoac4n, donde los cardenistas de hueso colorado com- partian una lealtad ideolégica, clientelista y material con Cardenas, contando con él para obtener favores politicos, recompensas y pro- tecci6n.* Por ultimo, existié un elemento afectivo: el atractivo carismatico del presidente austero, honesto, de vida limpia, frugal, buen jinete, amante de la naturaleza y patridtico; un hombre que recorria el pais incesantemen- te, llegando a lugares “poco menos que inac- cesibles’,” a los que ningtin presidente (y a menudo, ningtin gobernador) habia llegado antes; un hombre que se agachaba para ha- blar con los campesinos en las plazas polvorientas de pueblos remotos. Si bien este modo directo inspir6 el apoyo popular, tam- bién provocé la ansiedad de la elite. Este era un presidente que no s6lo mostraba una in- usual integridad financiera, sino que aparen- temente se tomaba en serio sus promesas ret6ricas: “el Presidente ha demostrado una tendencia desconcertante, una tendencia bas- tante contraria a todo Jo conocido: a poner en. prictica sus declaraciones politicas”.* ©, como declaré un propietario cat6lico: “Calles es un malvado y un bribén y todo lo que hizo fue Ginicamente para su conveniencia; pero Car- denas es un bolchevique de convicci6n’.” Si bien estos factores —ideoldgicos, mate- riales, clientelistas y afectivos~ alimentaron una lealtad poderosa y duradera en algunos gru- pos, no es facil calcular su ndmero; menos atin medir Ja profundidad de su lealtad. Se puede considerar al cardenismo como una galaxia vertiginosa de grupos politicos e indi- viduos: algunos ubicados en el centro de la galaxia, otros en la periferia; algunos sujetos por una firme fuerza gravitacional, otros suje- tos tenuemente y pasibles de echar vuelo ante alguna atraccién rival. La historia del régimen esti lena de ejemplos de lealtades condicio- nales: Lombardo y los lombardistas fueron alia- dos cruciales de Cardenas, pero ellos tenfan su propia agenda y disentfan con el Presidente 26, Paul Friedrich, The Princess of Naranja. An Essay in Anthrohistorical Method, Austin, 1986; John Gledhill, Casi Nada: A Study of Agrarian Reform in the Homeland of Cardenismo, Albany, 1991, caps. 2-4. 27. Rees, Ciudad de México, al Foreign Of e, 19 de diciembre de 1939, FO 371/24217, A359. Se pueden encontrar relatos sobre las visitas presidenciales, en Luis Gonzélez, Pueblo en vilo: Microhistoria de San José de Gracia, 2a. ed., México, 1972, pp. 191-92; Ann L. Craig, The First Agraristas: An Oral History of a Mexican Agrarian Reform Movement, Berkeley, 1983, pp. 136-37. Tanto e! Fondo Lazaro Cardenas como la Direccién General de Gobierno del Archivo General de la Nacién (en adelante: AGN/FLC y AGN/DGG respectivamente) se encuentran atestados de peticiones y solicitudes, algunas de las cuales tocan una fibra personal y dan alguna pauta sobre la imagen popular y paternalista de Cardenas. Por ejemplo, Consuelo Torres, taquigrafa del tribunal de Toluca, en una carta a Cardenas, del 17 de diciembre de 1935, AGN/OGG 2,331.8 (12)723, caja 29A, enumera una serie de tribulaciones personales (su padre muerto, su madre enterma, el bajo salario, e! alquiler atrasado por una unica habitacién en una casa de vecindad) y termina diciendo: “he abierto a Ud. mi coraz6n come si fuera Ud. mi padre” 28. Murray, Ciudad de México, ai Foreign Office, 28 de abril de 1936, FO 37 1/19792, A4142. 29, David (Fonseca Mora), Lookout Mt, Tenn., ala sta. Antonia Mora vda. de Fonseca ("Mamacita’), Guadalajara, 16 de agosto de 1935, AFM 106/48, 204 sobre temas importantes (en particular, cabe destacar la cuestién de quién deberia organi- zar al campesinado).” Los comunistas, aun- que en general excesivamente leales después de 1935, tuvieron que lidiar con obligaciones contrapuestas.” Los politicos también viraron varias veces en el turbulento océano politico de la década del treinta: Cedillo ayudé a crear a Cardenas y mas tarde fue eliminado por éste; Almazan, un aliado en 1934-35, se volvid ven- gador en 1939-40. Portes Gil tipificd al poli- tico que saca ventaja del momento: “callista con Calles, cardenista con Cardenas, en el fon- do sélo es un portesgilista convencido”.” Los cardenistas del nticleo duro -cardenistas de hueso colorado, cardenistas definidos y de coraz6n- constitufan una minoria, superados en ntimero por los reclutas tacticos, los cardenistas tibios, los aduladores y los oportu- nistas (aquellos que la jerarquia catélica cari- tativamente se nego a excomulgar, ya que su adhesi6n al partido y sus principios atefstas se consideraban correctamente tibios e involuntarios).> Este hecho complica la cuestién de la mo- tivacién, de lo que pretendia lograr el cardenismo. Un aniflisis exhaustivo del cardenismo -sus metas, su radicalismo— debe tener en cuenta los diferentes componentes del movimiento y las agendas contrastantes que éstos adoptaron. Ya que ello no es posi- ble en este trabajo, me concentraré en cam- Cardenismo: {coloso o catramina? bio, en las politicas, aunque con la salvedad de que cualquier discusion sobre las “politicas del cardenismo” involucra cieno grado de reificaci6n: es decir, la abstracci6n de “politi- cas” de la matriz sociopolitica en la que fue- ron concebidas. Mientras algunos andlisis recientes enfati- zan la relativa moderaci6n de la politica cardenista -su mantenimiento de gran parte del statu quo, su compromiso con la conti- nuidad, su aversi6n a la transformacién radi- cal, enmascarada por la ret6rica radical-,*4 a mi me impresiona mds el genuino radicalis- mo del proyecto cardenista. Por supuesto, el radicalismo puede ser més ret6rico que pric- tico; y cualquier andlisis que dependa dema- siado del discurso cardenista seria abstracto € idealista. Sin embargo, la ret6rica es también importante para establecer el tono politico y para transmitir los mensajes politicos; por ello, merece ser considerado junto con la politica prictica. Asimismo, se debe medir el radica- lismo en forma comparativa, de acuerdo con criterios hist6rieos significativos. En tal senti- do, es mas sensato comparar al cardenismo no con algtin modelo abstracto, sino mas bien con la realidad empirica: con lo que sucedi6 antes ~y lo que se produjo después- en Méxi: co; 0 con lo que sucedia en el resto de la Amé- rica Latina contemporinea (y en el mundo tam- bién). Aqui, el concepto atripalo-todo (catch- all) de populismo ~que tiende a englobar a 30. Lyle C. Brown, “Cardenas: Creating a Campesino Power Base for Presidential Policy", en George Wolfskill y Douglas W. Richmond (eds.), Essays on the Mexican Revolution: Revisionist Views of the Leaders, Austin, 1979, pp. 109, 114-23, 31. Carr, “Crisis in Mexican Communism”. 32. El Hombre Libre, 11 de diciembre de 1936. 33. “Advertencias al venerable clero y fieles del arzobispado de México", n. d., AFM 106/116, explicando detalladamente el riesgo de excomunién que implicaban los diferentes niveles de compromiso con el PNR y sus politicas (especialmente, la educacién socialista). 34. Anguiano, E/ Estado, p. 92. 205 Alan Knight Cardenas con Vargas, Per6n y otros— puede resultar mas problematico que stil Consideremos los 4reas principales de las politicas cardenistas y las penumbras de su retorica. En primer lugar, la reforma agraria ~al borde de la extincién oficial a comienzos de la década del treinta—* fue extensa, ra- pida y, en ciertos aspectos, estructu- ralmente innovadora. Cardenas distribuy6 mis tierras que todos sus predecesores re- volucionarios juntos (un aumento del 400%, se lamentaban los propietarios de Jalisco);?” aceleré el proceso, a menudo por medio de dramiticas intervenciones personales; y promovié el ejido colectivo (hasta la fecha, una institucién poco co- miin) a fin de justificar la expropiacién de extensas propiedades comerciales: La La- ‘guna, Yucatiin, Baja California, Sonora, Chiapas, Michoacan.** Desde el punto de vista actual, en el que las reformas agrarias se consideran no sélo comunes sino también en feliz conso- nancia con el capitalismo,® este logro puede parecer poco importante y pasar inadvertido. Pero en su momento, fue dramatico, original y controvertido. En verdad, el sector terrate- niente habia sido golpeado durante el perfodo 1910-17, y a partir de entonces, habia sufrido una erosi6n politica y econémica. En algunos casos, la expropiacién afect6 a haciendas que pasaban por malos momentos, que tenfan difi- cultades para generar ganancias; por lo tanto, en algunos aspectos y en ciertos casos, la re- forma agraria podria ser considerada como una forma de “socializacin de las pérdidas”. Las agotadas haciendas se parecian al agotado sis- tema ferroviario; en ambos casos, los obreros emancipados debian vivir con las obligaciones apremiantes de la colectivizacién (esto, como Jo denominé un empresario extranjero, era el enfoque “jutsu”: las empresas rodaban, acom- pafando al pufietazo, se retiraban del comba- te con el mejor trato que podian obtener, y dejaban a los trabajadores para que gozaran de una victoria posiblemente a lo Pirro). Sin embargo, este argumento no se puede forzar demasiado. En primer lugar, resulta algo circular. Las haciendas (y algunas empresas) eran, improductivas precisamente porque se enfren- taban a un desafio popular, la amenaza de re- forma, la sindicalizaci6n, salarios e impuestos mis altos.” Los propietarios se rehusaban a 35. Hernan Laborde, el lider del PCM, hizo una distincién directa entre el gobierno de Cardenas y los de Batista y Vargas, “gobiernos traidores vendidos a Wall Street": discurso dado en Cleveland, Ohio, 28 de diciembre de 1935, AFM 106/155. Se pueden encontrar diferencias académicas mas recientes de este tipo en Hamilton, The Limits of State Autonomy, pp. 137-38, 141; y, una critica a la categoria atrépalo-todo de “populismo”, en lan Roxborough, “Unity and Diversity in Latin American History”, en Journal of Latin American Studies, vol. 16, 1984, pp. 1-26. 36. Craig, The First Agraristas, pp. 129-30. 37. Antonio V. Sanchez, Presidente, Unién Agricola Regional de Chapala, a Lazaro Cardenas, enero de 1938, ‘AFM vol. 179, p. 295. 38, Luis Gonzdlez, Historia de la Revolucion Mexicana, Perfodo 1934-40. Los dias del presidente Cardenas, México, 1981, pp. 89-107, 145-51, 157-63, 206-11 39. Alain de Janvry, The Agrarian Question and Reformism in Latin America, Baltimore, 1981. 40. Conway, Presidente de la Mexican Tramways Co., citado en Murray, Ciudad de México, al Foreign Office, 17 de octubre de 1935, FO 371/18703, 9251 41, Alan Knight, “Land and Society in Revolutionary Mexico: The Destruction of the Great Haciendas", en Mexican Studies/Estudios Mexicanos, vol. 7, N® 1, invierno de 1991, pp. 73-104. 206 invertir (algunos, se podria decir, sabotearon sus empresas), asegurvindose de esta forma de que sus expropiadores se enfrentaran con una ardua lucha. Pero, en segundo lugar, muchas empresas continuaban siendo rentables; y, mas alld de las ganancias, esta tremenda embestida sobre los derechos de propiedad no podia sino ofender a la clase propietaria en general. Ha- bia, quizds, unos pocos empresarios perspica- ces que aclamaron la reforma agraria como un medio de profundizar el mercado intemo;** pero hubo muchos mas que denunciaron este experimento radical, con sus connotaciones so- cialistas. En Chihuahua (1935), “la sensaci6n (...] entre los terratenientes y los industriales es particularmente amarga ante las politicas agra- tias y laborales del gobiemo”, durante el mis- mo aio, un miembro de una familia de terrate- nientes de Jalisco predijo que “si Cardenas per- manece en el poder dos o tres aftos mis, Méxi- Cardenismo: ,coloso 0 catramina? co sera declarado abiertamente una repiblica comunista, como Rusia’.? Como sugiere este comentario, la posibilidad de que Cardenas ~como Ortiz Rubio- quizés no completara su mandato fue rapidamente acariciada; pulula- ron las conspiraciones y los rumores de cons- piraciones; la expropiacién de La Laguna -la primera embestida cardenista importante so- bre la clase terrateniente- despert6 e! miedo (© la esperanza) de una insurrecci6n conserva- dora. Evidentemente, los terratenientes y los hombres de negocios no aceptaron en forma complaciente una benigna “socializaci6n de las pérdidas”, Tampoco simplemente enarbolaban el fantasma teatral del socialismo. Cardenas mis- mo no era comunista, pero los comunistas desempeiiaron su rol en la movilizacién agra- ria (en forma destacada, en La Laguna, pero también en Veracruz, Michoacén, Jalisco y otros lugares).5 Los idedlogos cardenistas 42, Anguiano, £1 Estado, p. 42. 43. Pyke, Ciudad de México, al Foreign Office, 29 de noviembre de 1935, FO 371/18707, 10787; David (Fonseca Mora), Lookout Mt., Tenn., a la sra. Antonia Mora vda. de Fonseca (‘Mamacita”), Guadalajara, 16 de agosto de 1935, AFM 106/48. Tres afios més tarde, México segula sin ser comunista, pero los terratenien- tes continuaban lamentando su suerte. Un ejemplo, entre muchos, se puede encontrar en el informe de la agente de la Gobernacién Concepcién Gonzalez, 19 de marzo de 1938, referente a “algin hacendado del estado de Guanajuato (que) manifesto su disgusto por la situacion que prevalece en el pais respecto a la situacion econémica y haciendo infinidad de censuras para el gobierno”: AGN, Direccion General de Infor- macién Politica y Social, 000/93, t.1, caja 4 44, Murray, Ciudad de México, 3 de octubre de 1936, FO 371/19790, A7912. Se debe agregar que abunda- ron los rumores de golpes y revueltas durante 1935-36; después de un breve respiro, se reanudaron tras la nacionalizacién del petréleo en marzo de 1938, y recibieron un estimulo aun mayor con la revuelta de Cedillo (mayo de 1938) y la campafia presidencial de 1940, 48, Barry Carr, “El Partido Comunista y la movilizacién agraria en La Laguna, 1920-40: guna alianza obrero- campesina?", en Revista Mexicana de Sociologia, vol. 51, N®2, 1989, pp. 115-50; Fowler Salamini, Agrarian Radicalism, pp. 49-64; Craig, The First Agraristas, p. 147. Benigno Serrato, que reemplazé a Cardenas como Gobernador de Michoacdn en 1932 y se propuso destruir ia Confederacién Revolucionaria Michoacana de Trabajo, cardenista y radical, estaba convencide de que -en el caso de las grandes plantaciones de Nueva Italia~ “el descontento y la rebelién de los trabajadores han sido causados por los lideres comunis- tas", hombres “muy peligrosos”, que han “alcanzado tal auloridad que los trabajadores repudian y cuestio- nan a sus antiguos representantes”: Serratos a la Gobernacién, 15 de enero de 1933, citando a Victoriano Anguiano, AGN/DGG 2.331.8 (12) caja 2A, Nueva Italia més tarde se convertiria en uno de los principales experimentos de la colectivizacién agraria bajo Cardenas. 207 Alan Knight justificaban la reforma agraria en términos de su potencial socialista: representaba una al- temativa amenazadora —no (como se tomaria mas tarde) un apéndice conveniente- del ca- pitalismo. Dejando de lado la ideologia, se pensé que algunos, como Gabino Vazquez, alimentaban un odio personal contra la clase de los hacendados.** Lo mismo sucedié con el movimiento obre- roy la industria. La politica cardenista favore- cié la industrializaci6n y el desarrollo econd- mico. Pero también implicé una regulacién estatal mucho mayor de lo que los empresa- rios estaban dispuestos a aceptar: “la inter- vencién del Estado (en la economia)’, pro- metié Cardenas en su discurso inaugural, “debe ser cada vez mayor, mas frecuente, y mas profunda’.” Aun cuando, en el largo plazo, cierta regulacion estatal redund6 en beneficio del mundo de los negocios, ello no fue suficiente para apaciguar los mie- dos y las sospechas de la comunidad em- presarial, especialmente del implacable Gru- po de Monterrey, que veia a Cardenas como el “heraldo pro-comunista de un régimen so- cialista’, y cuyo “odio constante” contra el Pre- sidente no fue mitigado de ninguna manera por el progreso econédmico de los aftos de la administracion de C4rdenas.* Una vez mis, si bien los eriticos de Cardenas exageraron su extremismo -y el de su gobierno-, no inven- taron el radicalismo cardenista de la nada. Es- taban reaccionando contra una amenaza ge- nuina. Los dirigentes cardenistas distingufan (aproximadamente) entre intereses comercia- les progresistas y parasitarios, estos ultimos inclufan “él gran comercio que [...] no repre- senta ningtin derecho social que merezca ser protegido por un gobierno revolucionario”.* Las empresas que se negaban a colaborar con el régimen, y que recurrian a los despidos y huelgas patronales, se arriesgaban a la expro- piacion.” Una ambivalencia similar afectaba a la po- litica laboral cardenista. Cardenas necesitaba el apoyo de! movimiento obrero en su batalla contra Calles, en la que la CNDP, el nticleo de la posterior CTM, result6 ser un aliado formi- dable.** Pero los eventos posteriores demos- traron que la alianza era condicional y que el gobierno y la CTM tenian diferencias sobre cuestiones importantes; sobre todo en torno a Ja cuesti6n clave del reclutamiento de los campesinos.” Con respecto a los sindicatos especificos y las disputas industriales, también, Ia administraci6n juzgaba los casos segtin sus méritos. Aun durante la fase radical del go- biemno se negé un apoyo total a grupos como los ferroviarios y los empleados de la Aguila Co.;8 durante y después de 1938, a medida que el gobierno se moderaba, comenzé a chocar con los petroleros, los ferroviarios y 46, Gallop, Ciudad de México, al Foreign Office, octubre de 1936, FO 371/19790. A9081 47. Palabras y documentos publicos de Lazaro Cardenas, 1928-1940, t. 1, México, 1978, p. 139. 48. Alex M. Saragoza, The Monterrey Elite and the Mexican State, 1880-1940, Austin, 1988, pp. 170-88. 49. Mugica a Cardenas, 16 de junio de 1938, AFM vol. 179, p. 361. 50. Palabras y documentos, pp. 191-92. 51. Samuel Leén e Ignacio Marvan, La clase obrera en la historia de México: en el cardenismo (1934-40), México, 1985, pp. 88-98. 52. Brown, “Cardenas: Creating a Campesino Power Base for Presidential Policy”, pp. 114-23. 53. Farquhar, Ciudad de México, al Foreign Office, 30 de enero de 1936, FO 37 1/18705, A14532; Murray, Ciudad de México, 20 de febrero de 1936, FO 37 1/19792, A1876. 208 otros trabajadores; por ende, los radicales como Magica (el entonces ministro de Comunica- ciones) redactaron diatribas contra los sindi- catos que defendian sélo sus propios intere- ses, que mantenian su militancia en forma egoista, incluso después de que sus patrones capitalists hubieron sido reemplazados por empresas pablicas, que merecian un respal- do patridtico.* No obstante, en comparacion con lo que habia sucedido en el pasado (por ejemplo, Calles habia diezmado a los trabaja- dores ferroviarios en 1929), y con lo que es- taba sucediendo en otros lugares, durante la década del treinta (Italia, Alemania, Argenti- na), la politica laboral del régimen de Carde- nas fue genuinamente radical, en particular antes de 1938. Algunos especialistas extran- jeros que volvieron a México a mediados de Ja década del treinta, después de varios anos de ausencia, se encontraron con una escena diferente. Una vez mis, vale la pena recor dar-teniendo en cuenta cierto grado de exa- geracién propagandistica~ la reaccién tanto de los grupos politicos anticardenistas como de los intereses empresarios mismos. Los ¢: llistas hablaban de “caos comunista”, de “una Cardenismo: {coloso 0 catramina? agitacién incesante entre las organizaciones obreras y la propaganda extremista, que ha producido una enorme incertidumbre entre Jos intereses creados”.* Un banquero norte- americano expresé su temor sobre las ten- dencias “pltrasocialistas’ que socavaban a México; los empleadores denunciaron las de- mandas “extravagantes”, “descabelladas” y “totalmente inaceptables” de los trabajadores, que el gobierno parecfa mas preocupado por estimular que por sofocar.” Una vez mis, ésta era una distorsién, pero de ningtin modo era una parodia de la reali- dad. Al asumir Cardenas se enfrent6 a una “ex- plosion sindical”: en un mes, slo en el Distri- to Federal, estaban por producirse 0 sé pro- dujeron mas de sesenta huelgas; durante la segunda mitad de 1935, se contabilizaron 2.295 paros sorpresivos.* Y, mientras los Ultimos anos del gobierno fueron testigos de una disminuci6n de la actividad huelguistica y de la simpatia oficial hacia los sindicatos, ello no apacigué los miedos de los empresa- rios. Este sector rechazaba las medidas antiinflacionarias, los continuos esfuerzos or- ganizativos de la CTM, y (como declaré la 54, Magica a Cardenas, 15 de agosto y 30 de septiembre de 1937, AFM, vol. 179, pp. 119, 141. 55, Murray, Ciudad de México, al Foreign Office, 17 de septiembre de 1935, FO 371/18708, 8586, con relacion a Reuben Clark, 56. "Memorandum confidencial", n. d., probablemente en diciembre de 1935, sobre las actividades callistas en Coahuila, AFM 106/147; Padilla en Palabras y documentos, p. 153. Se podrian dar muchos otros ejemplos. 57. Murray, Ciudad de México, al Foreign Office, 29 de octubre de 1935, FO 371/18707, A9690; ib/d., 31 de octubre de 1935, FO 371/18707, A9693; Farquhar, Ciudad de México, al Foreign Office (ref /nuelga de Aguila Co.), 30 de enero de 1935, FO 371/18705, 414532; Monson, Ciudad de México, al Foreign Office, 31 de enero de 1935, FO 371/18708, A667. 88, Hernandez Chavez, La mecdnica cardenista, p. 140, que también provee las cifras de las huelgas registra- das (13 en 1932, 202 en 1934, 650 en 1935). Las cifras mas altas que aparecen en el texto corresponden a Farquhar, Ciudad de México, al Foreign Ottice, 24 de enero de 1936, FO 37 1/18705, A1337, y Murray, Ciudad de México, al Foreign Office, 27 de febrero de 1936, FO 371/19792, A1876, citando datos de la CGCM. Como muestra él trabajo que esté realizando Marcos Aguila sobre la UAM-Atzcapotzalco, las cifras de huelgas regis- tradas, omitiendo las huelgas reales wildcat, para no mencionar otros indicadores de la protesta de las bases, subestiman significativamente la incidencia de dicha protesta durante el periodo 1932-35. 209 Alan Knight Camara Nacional de Comercio e Industria en su informe de 1939) la “fantastica politica del gobierno de mejoramiento unilateral que se aplica para cumplir los compromisos con el proletariado”.” Por ello, los empresarios, especialmente el Grupo de Monterrey, en- cauzaron sus esfuerzos para organizarse, ha- cer lobby y movilizarse en oposicién al go- bierno y a la CIM. La movilizaci6n obrera estuvo, por supues- to, intimamente vinculada al nacionalismo econémico de la presidencia de Cardenas. Aunque el gobiemo declaré su compromiso de nacionalizar los recursos me} tinuando de esta mane: ‘anos {con- ~y acelerando~ las tendencias ya evidemtes en la década del vein- que a menudo profunda y, quiz4s justificada- mente, desconfiados de las empresas extran- jeras, de su politiqueria, racismo y dudosa contabiliclad, crefan no obstante que se nece- sitaba capital extranjero para el desarrollo de México; y ‘también crefan, que las medidas abiertamente radicales provocarian la ira de Estados Unidos." Se exageraron sobremane- ra los argumentos sobre un nacionalismo eco- némico generalizado, ligado a una xenofobia boxeriana” Sin embargo, aunque la politica del regimen fue relativamente pragmatica, ello no descarté nuevos rumbos e innovaciones radicales. Las empresas extranjeras deplora- ban el nuevo sesgo contra ellas ~y a favor de los sindicatos- que ahora mostraban los tribu- tes), la nacionalizacin econdmi- te, y aun ca no constituyé un principio dogmatico. Los disefiadores de las politicas cardenistas, aun- nales laborales y las autoridades politicas; tam- bién se sentian perplejos ante el hecho de que el mismo Cardenas fuera insobomable.® 59. Medin, Ideologia y praxis politica de Lazaro Cardenas, pp. 205-6; Rees, Ciudad de México, al Foreign Office, 3 de enero de 1940, FO 371/24217, A547. El ejército, también, descontiaba del poder sindical: un informante de la Gobernacién comunicé una conversacién en un café entre dos oficiales militares que “dijeron que estaban hartos de las barbaridades de los famosos sindicatos... que el Presidente era dema- siado tolerante con ellos, pero... que ahora el Ejército estaba cansado de soportar tanto atropello”: informe. del S-19, Ciudad de México, 12 de mayo de 1938, en la AGN/Direccion General de Informacién Politica y Social, Caja 4, 000/93, tomo II, La misma fuente, el 22 de marzo de 1938, tomo |, informa sobre un amplio apoyo (que resulta evidente de las “conversaciones tenidas con diversas personas en la calle") a la ‘expropiacién petrolera, pero también de dudas considerables sobre la capacidad del sindicato de los Petroleros, “opinando casi toda la gente que cuanto antes el Ciudadano Presidente debe terminar con las ideas comunistas, a fin de cimentar la prosperidad de la nacién, pues de lo contrario temen que sera un rotundo fracaso |a mencionada disposicién (sc. de expropiacién)”. 60. Saragoza, The Monterrey Elite, pp. 188-97. 61. Duggan, Departamento de Estado, 5 de enero de 1938, Registro del Departamento de Estado, 812.6363/ 3065; Daniels, Ciudad de México, al Departamento de Estado, 19 de marzo de 1938, 812.6363/3103; Marte R. Gomez a Emilio Portes Gil, 3 de febrero de 1928, en Vida Politica Contemporénea: Cartas de Marte R. Gomez, t. | (México, 1978), pp. 194-6, 62. El informe de la Compara Aguila sobre “violenta agitacién antiforanea” en su planta de Minatitién, tenia una pizca de verdad: Murray, Ciudad de México, al Foreign Office, 29 de mayo de 1935, FO 371/18797, A8539. Dichos informes inspiraron afirmaciones generales sobre ta “epidemia de nacionalismo econémico que continua afligiendo al mundo”, y que se consideré “especialmente aguda’ en México: Murray, Ciudad de México, al Foreign Office, 12 de marzo de 1935, FO 371/18705, A3050. 63. Cardenas era “curiosamente inocente en estos asuntos y no entendia bien las convenciones empresa- tias que se practicaban en México": Murray, Ciudad de México, al Foreign Office, 15 de julio de 1935, FO. 371/18708, A6865. 210 Hasta el final, la mayoria de los observadores extranjeros continuaron considerando a Car- denas un radical peligroso Obviamente, esta imagen se confirm6 en forma dramatica con Ja nacionalizacion del petréleo en marzo de 1938. En oposicién a la opinion empresarial, la expropiacion no se planificé de antemano (de hecho, la Ley de Expropiaciones, tres antos antes, no se habia elaborado teniendo en cuen- ta esta eventualidad);® mas bien, la expro- piacion surgié de una situacién compleja y fluida en la que la militancia de los obreros petroleros y la intransigencia de las compa- fas petroleras generé una dificil impasse que, a los ojos de Cardenas, amenazaba tanto el bienestar econdmico como el honor y el de- coro nacionales. De alli que se realizara la expropiacion de marzo de 1938 que, en su momento, constituy6 un ejemplo sin prece- dentes del nacionalismo del Tercer Mundo; un desafio a las compaifjas petroleras y, por ende, al capital intermacional, que generé una enérgica respuesta. Nuevamente, la opinion vigente en ese momento no consideré que esta medida hubiera sido calculada para be- neficiar a la burguesia mexicana nacional; en verdad, la burguesia, si bien se cuidé de no demostrar una comprensién traidora hacia las compaiiias expropiadas, evidentemente no se Cardenismo: ,coloso 0 catramina? alegré de este ataque sobre el capital extran- jero.” Entre las bien orquestadas demostra- ciones patridticas de la primavera de 1938, Jas clases empresarias y profesionales perma- necieron relativamente silencios: y circuns- pectas."* Los empresarios extranjeros (y al- gunos mexicanos) se consolaban con la idea de que el experimento nacionalista fracasaria y que las compaiiias pronto serian invitadas a volver; el empresariado mexicano se frotaba las manos con satisfacci6n ante la perspecti- va de que Cardenas sufriera un gran revés como resultado de la expropiacién.” Mientras tanto, el compromiso del régimen con la educacion socialista (y sexual) desper- taba violentas pasiones. Una vez mas, el tema de la “educaci6n socialista” impone numero- sas preguntas. Significaba diferentes cosas para diferentes personas (un estudiante ha conta- do hasta 33 interpretaciones distintas).”° Para algunos era el viejo mensaje laicista, anticlerical, disfrazado con un nuevo atuen- do; para otros, una emulacién de la Union Soviética (por lo tanto, obedecia a una rationale produccionista); para otros, una in- citacién al antagonismo de clase (inculearia en la juventud, explicaba el ministro de Edu- cacion Garcia Téllez, “el espiritu revoluciona- rio, con miras a la lucha contra el régimen 64, “Cardenas se ha aliado definitiva y completamente con fos elementos de extrema izquierda del pais". Davidson (Aguila Co.) a Godber, 3 de mayo de 1940, FO 371/24217, A2619. 65, Memorando de! ministro Campos Gémez, 13 de julio de 1938, AFM vol. 182/4 66, George Philip, “The Expropriation in Comparative Perspective, en Jonathan C. Brown y Alan Knight (eds.), The Mexican Petroleum Industry in the Twentieth Century, Austin, 1992, pp. 173-88. 67, Alan Knight, "The Politics of the Expropriation”, en Brown y Knight (eds.), The Mexican Petroleum Industry, pp. 90-128. 68, Victor Manuel Villasefior, Memorias de un hombre de izquierda, México, 1976, pp. 414-15. Mi propia revision de las fuentes de! Departamento de Estado (véase n. 67) tiende a confirmar esto. 69, Blocker, Monterrey y Boyle, Agua Prieta, al Departamento de Estado, 21, 24 de marzo de 1938, SD 812.6363/ 3134, 3188 70. John A. Britton, Educacién y radicalismo en México, 2 vols., México, 1976. pt Alan Knight capitalista y al establecimiento de una dicta- dura del proletariado”).” Mas alld de las interpretaciones, las distorsiones polémicas 0, de hecho, el resultado final, es evidente que el programa de educacion socialista desper- taba fuertes sentimientos, sintomiaticos de la carga ideoldgica de la década del treinta. Este, después de todo, era el tiempo en que los textos soviéticos circulaban en el Colegio Mi- litar; cuando, como dijo el callista Ezequiel Padilla, “estamos sumergidos en una marea de frases soviéticas”; cuando la catélica Liga Nacional Defensora de la Libertad alegaba que existia un complot encubierto entre Carde- nas y Hernan Laborde para la diseminacion del comunismo en México y el Obispo de Huejutla se quej6 ante el Rey Jorge V de In- glaterra de que México se habia convertido en “un verdadero infiemo de bolchevismo”.? Los sentimientos violentos generaron accio- nes violentas: ataques a los maestros que se extendieron desde fines de la década del trein- ta y continuaron a comienzos de los cuarenta (y que, por supuesto, provocaron represalias anticlericales, tales como la sangrienta toma de Cheran, Michoacén, el Jueves Santo de 1937)."8 Estos ataques se produjeron no sdlo en las célebres regiones Cristero del centro- este, sino también en estados menos “fana- ticos” como Veracruz; e indicaron que la mo- deracién de Cardenas posterior a 1938 no pudo disipar los fuertes antagonismos engen- drados en los primeros afos. Porque, y en particular en lo concemiente a la educacién, estos antagonismos involucraban lealtades y dios atavicos: si los cardenistas, invocando a Hidalgo o'Judrez, se situaban dentro de la tra~ dicién radical, patristica, liberal, sus enemigos cat6licos evocaban la memoria del “inmortal Tturbide" > En esta atmésfera cargada ideolégicamen- te, la politica exterior también cobré suma importancia. Y, por una vez, “la politica ex- terior” fue mucho més alla de la relacidn bi- lateral basica entre México y su amenazador vecino del norte. Por supuesto, las conoci- das cuestiones de la deuda, la inversion ex- tranjera, los limites de la intervencién norte- americana, segufan pendientes. Pero ahora tivalizaban con temas de politica exterior, nue- vos y mas apremiantes, que adquirian una fuerte coloratura ideolégica y que rapidamen- te se insertaban en la politica interna: la re- sistencia al fascismo, el frentismo popular, la guerra civil austriaca, la invasi6n italiana a Abisinia, la agresiOn japonesa contra China, y sobre todo, la Guerra Civil Espaftola. En un momento en que la economfa mexicana es- taba pasando por una marcada introversién, Ja politica mexicana experimentaba una ex- traversi6n sin precedentes: las diferencias po- liticas internas se redefinian y profundizaban 71. Farquhar, Ciudad de México, al Foreign Office, 24 de enero de 1995, FO 371/18705, A1338. 72. Palabras y documentos, 160; Boletin de la LNDL, 1935, AFM 106/117: José de Jesus, San Antonio, al Rey vorge V, 17 de diciembre de 1934, FO 371/18707, A1008. 73. David Raby, Educacién y revolucién social en México, 1921-1940, México, 1974; Friedrich, Princess of Naranja, pp. 162-63. 74, Para obtener mas datos sobre la violencia catdlica y sinarquista (principalmente en Veracruz), véase AGN/ Gobernacién, 2/380(26)/8, Caja 40, 75. Boletin de la LNDL (n. 72 anterior); Artemio Martin, Oxuluama, a la Gobernacién, 25 de febrero de 1947, AGN/Gobernacién 2/380(26)/8, informa sobre la celebracién sinarquista de la memoria de Iturbide y la denigracion de las chusmas de Hidalgo. eae en términos de los conflictos internaciona- les. “Cardenas vencido en Teruel”, procla- maba un graffiti en 1938; se dijo que la mili- cia de los trabajadores que desfilé en la Ciu- dad de México el Dia del Trabajo en 1940 habia sido entrenada por refugiados espaiio- les republicanos.” Estos tiltimos, por supues- to, fueron recibidos en formas contrapues- tas: héroes para la izquierda mexicana (in- cluyendo a la masonerfa mexicana), eran ateos subversivos a los ojos de la derecha.~ Cuando Almazan hizo su campafia en 1940, encontré un nuevo uso para el viejo grito de guerra: mueran los gachupines.™ Por lo tan- to, y hasta un punto poco usual, los mexica- nos vefan ahora sus propios conflictos politi- cos como parte de un proceso global. “El estado de animo predominante en Jalisco es el fascismo”, declaraba un agrarista local en 1936; durante el mismo aio, un terratenien- te espaiiol arruinado, victima de la reforma agraria, comprometié su modesta ayuda a la causa franquista.” En el sector de la izquier- da, esta nueva internacionalizacién de la politica mexicana a menudo alenté nuevos rumbos radicales (por ejemplo, cuando im- Cardenismo: gcoloso o catramina? plicé una cierta adulacion no critica y un re- medo de la Unién Soviética: el ejido como el kolkbo2); a veces, por otra parte, repri- mid el disenso y foments Ia disciplina (por ejemplo, el modesto frentismo popular del PCM)." Sin embargo, lo que en ver- dad hizo la internacionalizacion fue agu- dizar las divisiones politicas dentro del pais: de forma mis evidente enfrent6 a la izquierda con la derecha, pero también dividio a los grupos tanto de la izquierda Combardistas, estalinistas, trotskistas) como de la derecha (conservadores “clerica- les” versus radicales “seculares”, es decir, fas- cistas 0 cuasi-fascistas)."' Los mexicanos sin duda sentian que habia mucho en juego. Los antagonismos eran profundos: visiones viru- lentas, polémicas y apocalipticas florecieron en todo el espectro politico (los Camisas Doradas fascistas pelearon con los comu- nistas en el Zécalo durante el vigésimo quin- to aniversario de la Revoluci6n; los auto- méviles y la caballeria se enfrentaron, dejan- do tres muertos y cincuenta heridos.” En la remota y bucdlica San José de Gracia, donde los muertos victimas de la violencia agraria 76, Jean Meyer, Et sinarquismo: gun fascismo mexicano? 1937- 47, México, 1979, p. 37. Véase también Olivia Gall, Trotsky en México, México, 1991, pp. 34, 41, 83, que descarta la simpatia ideolégica de Carde- nas por la Republica Espafiola, y T. G. Powell, “Mexico”, en Mark Falcoff y Frederick T. Pike (eds.), The Spanish Civil War, 1936-39; American Hemispheric Perspectives, Lincoln, 1982, pp. 45-99, en especial, pp. 59, 73-81, que, en contraste, destaca esta simpatia, en forma correcta segun mi opinién. 77. Gonzalez, Los das del Presidente Cérdenas, pp. 132-7, 229-39. 78, Rees al Foreign Office, 2 de mayo de 1940, FO 371/24217, A2619. 79. Craig, The First Agraristas, p. 133: Pio Noriega, Higueras, Nuevo Ledén, al general Miguel Cabanellas, Burgos, 21 de septiembre de 1936, AFM 106/318. 20. Carr, “Crisis in Mexican Communism’. Para encontrar entusiastas apoyos a la sociedad y politica soviéticas, véanse las cartas de Victor Manuel Villasefor a su familia (desde la URSS), 16, 21 de agosto. 9 de septiembre de 1935, AFM 106/71, 72, 73. 81. Gall, Trotsky en México, pp. 30, 144-45; Hugh G. Campbell, La derecha radical en México, 1929-49, México, 1976. 82, Murray, Ciudad de México, al Foreign Office, 21 de noviembre de 1935, FO 371/18707, A10388; Gonzélez, ‘$ dias del Presidente Cardenas, p. 69, ilustra en forma gréfica la superioridad de! automévil sobre la caballeria Alen Knight legaban a la puerta norte de la iglesia a un promedio de uno por mes, el pueblo se con- solaba con la idea de que “en los pueblos vecinos, el mimero de rifias y muertes era mucho mayor que en San José”."* Decidida- mente, la década del treinta no fue una era de populismo moderado. Por ello, cualquier anilisis de los afios cardenistas debe tener en cuenta estos poderosos factores subjeti- vos que, con el perverso beneficio de la vision retrospectiva, a menudo se omiten o se subestiman. La direccién del argumento hasta ahora es que el régimen de Cardenas adopté po- liticas y una ret6rica radicales y, lo que tam- bién resulta importante, tanto sus seguido- res como sus oponentes consideraban que el régimen intentaba dar curso a nuevas ini- ciativas radicales, que amaban u odiaban, segtin los gustos. Al final, muchas de estas iniciativas fracasaron. O bien sufrieron una muerte prematura 0 sobrevivieron bajo una nueva dispensa, adoptando diferentes ro- les y caracteristicas. Volveremos a este punto en la conclusion. En primer lugar, en tanto el centro de atencién contintia siendo la dé- cada del treinta, deberiamos preguntarnos por qué fue tan frecuente el fracaso. Esto nos lleva a la segunda y a la tercer pregun- ta que planteamos anteriormente: el ori- gen de la politica cardenista fue popular o elitista? (En otras palabras, :fue éste un pro- yecto de reforma de arriba hacia abajo o de abajo hacia arriba?) Y, zhasta qué punto fue efectivo el estado en la implementacion de politicas, en particular aquellas que encon- traron una fuerte oposici6n? La respuesta a la primera de estas pre- guntas es, como tantas respuestas histéri- 83, Gonzdlez, Pueblo en vilo, p. 186. 214 cas, “un poco de ambas”. Es decir, la politi- ca emanaba desde arriba, pero también es- taba influenciada por la presién desde aba- jo. No podemos cuantificar esta proporcién, pero podemos intentar cierta evaluacién impresiorlista. Por ejemplo, podemos hacer comparaciones con otros tiempos y regime- nes; podemos intentar distinguir entre re- giones y comunidades dentro del pais; y po- demos sugerir que la toma de decisiones “de arriba hacia abajo” resultaba més evi- dente en algunas areas de la politica, y la presi6n de “abajo hacia arriba”, en otras, Una vez mis, este articulo sdlo puede bosque- jar algunos argumentos. En primer lugar, es muy fuerte la evidencia sobre la moviliza- cién popular en la década del treinta. La revolucién armada habia iniciado un proce- so que, si bien perdi6 cierto impetu aproxi- madamente entre 1917 y 1932, revivio a partir de entonces. Las demandas agrarias se aceleraron; avanz6 la sindicalizacién ru- ral; se multiplicaron las organizaciones obre- ras nacionales. La CROM se fragment6, dando lugar al nacimiento de la CGOCM, la CNDP, y més tarde la CTM. El progreso organizativo fue igualado por una clara radicalizaci6n. Los obreros petroleros presionaban para lograr un contrato colectivo amplio; algunos (en particular, los del distrito de Poza Rica) co- menzaron a proponer la nacionalizacién. Tendencias similares resultaban evidentes en el caso de los ferroviarios. A medida que los obreros y los campesinos se moviliza- ban, muchos en respaldo de la candidatura presidencial de Cardenas y de su progra- ma, las elites establecidas se enfrentaban a serios desafios. “La situaci6n laboral de La La- guna es intolerable”, escribié un administrador de una plantaci6n en enero de 1936; y la amenaza de expropiacién pendfa sobre el reino del algodén como una “espada de Damocles”.™ Se deben destacar cuatro puntos sobre la movilizacién popular de la década del trein- ta, Primero, no debemos pasar por alto el hecho de que la movilizacién popular podia asumir una forma conservadora y cat6lica. La “Segunda Cristiada” fue un juego de nifios comparada con la gran insurreccién de 1926- 29; pero la UNS, fundada oficialmente en 1937, hacia alarde de mas de medio mill6n de miembros en 1943; y contaba con el apo- yo no sélo de Ja importante zona tradiciona mente catdlica del Bajio y Centro-Oeste.”* Este es un punto al que deberemos volver en la conclusién. Segundo, la movilizacién popular, ya sea de Ia derecha o de la izquierda, no tuvo precedentes en términos de magnitud y organizaciOn. Resulta dificil hacer compara- ciones con la primera década del siglo, pre- cisamente porque los modos de organiza- cién habjan cambiado. La insurrecci6n gue- Cardenismo: gcoloso o catramina? rrillera local habia dado paso a la moviliza- cidn politica de masas. Es cierto que las guerrillas locales -tales como El Tallarin— permanecian activas en algunas regiones; pero sus fuerzas eran escasas y, vale la pena mencionar, que a menudo estaban presumi- blemente vinculadas a movimientos politi- cos mas grandes, como el caso de El Talla- rin a los Camisas Doradas.™ Si alejamos la comparacion de la década revolucionaria (1910-20), podemos decir con seguridad que la movilizacién popular de la década del treinta fue mayor que la de los aftos veinte © los cincuenta."” También fue mas sofisti- cada: las comunidades campesinas fusiona- ban cada vez mis sus esfuerzos locales con organizaciones mas grandes; las huelgas solidarias entre los trabajadores eran usua- les, en algunos casos amenazando o produ- ciendo huelgas generales; los maestros ha- cian causa comtin con los obreros y los cam- pesinos. La nacionalizacién del petroleo ofrecfa un indicador revelador de la capaci- dad de las organizaciones de masas (sindi- catos, escuelas, ejidos, ligas de campesinos) 84. T. Fairbairn a R. Benson, 7, 10 de enero de 1938, Mexican Cotton Estates of Tlahualilo Papers, Archivo Kleinwort Benson, Speen, Newbury, Berks, Reino Unido. 85. Meyer, El sinarquismo, pp. 44-47; los registros de la Gobernacién sobre la década del cuarenta mues- tran el apoyo sinarquista y la agitacién en Veracruz (véase n. 74). 86. Murray, Ciudad de México, al Foreign Office, 17 de octubre de 1935, FO 371/18707, A9252; Ramon Ramirez Melgarejo, “La bola chiquita, un movimiento campesino”, en Laura Helguera R. et al, Los campesi- nos de la tierra de Zapata, t., Adaptacion, cambio y rebelién, México, 1974, sobre la continua protesta campesina “tradicional”, que involucré a El Tallarin, en ia década det cuarenta; los vinculos de El Tallarin con los Camisas Doradas se afirman... en un memorando sobre la actividad de los Camisas Doradas, 11 de septiembre de 1936, AFM 106/192. 87. No hago referencia a la década del cuarenta, porque contamos con pocos estudios sobre la protesta popular durante esa década; un andlisis superficial de fa literatura, y de algunas fuentes secundarias limitadas, sugiere que la toma de tierras, las marchas por e! hambre, las manifestaciones urbanas, y las protestas contra la conscripcién fueron bastante numerosas: “en realidad, estamos viviendo sobre un voleén social ahora”, informé el Embajador de los EE.UU. en mayo de 1944. Véase Stephen R. Niblo, “The Impact of War: Mexico and World War II", Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad La Trobe, Occasional Paper N°10, 1988, p. 12. 215 Alan Knight para movilizarse en apoyo del régimen.™ Ahora las comunidades rurales de la remota tierra caliente de Guerrero, o cle la distante Chiapas en la costa del Pacifico, se reagru- paban en tomo de la radical causa naciona- lista.” La ideologia, también, se volvid mais sofisticada (por lo menos, segtin los crite- trios convencionales).” Tercero, el rol del Estado crecié en impor- tancia. En este punto, los revisionistas hacen una afirmacién valida. Las organizaciones po- pulares se convirtieron en un capital impor- tante del régimen en la construccién de un Estado fuerte; especificamente, ayudaron al gobierno a derribar a los caudillos, a domesti- car al ejército, a enfrentar a los intereses ex- tranjeros, y a potenciar su propio poder. Sin embargo, de ello no se deduce que estas organizaciones fueran déciles titeres de un régimen maquiavélico. Aqui, entramos en un debate familiar que ha adquirido una nueva relevancia con el crecimiento de los llamados “nuevos movimientos sociales” en México, como también en América Latina y en el resto del mundo. ¢Hasta dénde puede legar un movimiento popular sin tener que establecer una relacion con el Estado? (El ais- lamiento intencional -fundado en una descon- fianza eniel estado- denota integridad, 0 sim- plemente asegura la impotencia? Algunos de- bates recientes sugieren que, dejando de lado os juicios normativos, resulta casi imposible desde el punto de vista empirico que los mo- vimientos populares puedan eludir el abrazo del estado; en verdad, sélo aceptando ese abrazo (cautelosamente, con los ojos abiertos y la pasion sosegada) pueden los movimien- tos populares lograr resultados positivos.” En otras palabras, la relaci6n entre el Es- tado y los movimientos populares es una relacién mutuamente condicional, aunque raramente, o nunca, de igualdad. Lo mismo resulta aplicable para la década del treinta: el estado necesitaba el apoyo popular; las cau- sas populares necesitaban adalides del esta- do, Se sabia que Cardenas simpatizaba con la 88. Knight, “The Politics of the Expropriation”. E! ministro britanico se lamentaba de que “la situacién no ha mejorado debido a que los sindicatos descubrieron hasta qué punto pueden aplicar mas presién, aun por medio de huelgas solidarias, sobre un gobierno cuya tendencia es inclinarse, cada vez que es posible, en favor de los obreros"; Murray, Ciudad de México, al Foreign Office, 15 de febrero de 1935, FO 371/18075, A2058 89, Fidel Hernndez, comisario ejidal, Las Cruces, Gro, a Lazaro Cardenas, 19 de marzo de 1938; Amado Pérez Ulloa, Sindicato Trabajadores Socialistas, Pijiiapam, Chis., a Francisco Mugica, 19 de marzo de 1938, ‘AFM 182/155, 178. 90. Es decir que, los modos mas “tradicionales” de expresién de la protesta popular -basada en la patria chica, imbuida de la religiosidad popular, remonténdose a los héroes del pasado como Hidalgo y Judrez~ tendieron a dar paso a (0 a fusionarse con) modos mas “modernos": socialistas, comuunistas, internacionalistas. Las denuncias contra funcionarios locales arbitrarios eran tan antiguas como la colonia; ahora, sin embargo, se insertaban en un discurso diferente. Damos un ejemplo de la regién caliente, politicamente viotenta, de los bajios del Golfo: Vicente Cervantes, secretario general del Comité Permanente del Frente Unico de Obreros y Campesinos del Ist mo, Puerto México, 12 de julio de 1935, protesta ante el Gobernador de Veracruz con relacién a “los métodos de represiOn de tipo fachista” que empleaba el presidente municipal de Sayula que, con sus pistoleros, atacé una manifestacién del Dia del Trabajo, “pues... este sefior cree que tienen mas fuerza sus pistoias que las fuerzas incontenibles del proletariado": AGN/DGG, 2.331.8(26) 3173, caja 44A, 91. Véase Joe Foweraker y Ann L. Craig, Popular Movements and Political Change in México, Boulder, 1990. 216 causa popular y, en especial cuando se en- frent6 a Calles en 1935-36, necesitaba apoyo y estaba dispuesto a pagar (politicamente) por él. Lo mismo sucedia en las provincias: en Tlaxcala, Jalisco, y otros lugares, los lideres politicos locales, que no eran de origen cam- pesino ni de conviccién agrarista, se sintieron obligados a buscar el respaldo del campesi- nado (no, como analizaré brevemente, los votos del campesinado); en La Laguna, “los burdcratas se dieron cuenta de que habian creado una organizaci6n de campesinos au- tnoma e independiente, con poder propio”. Los obreros y los campesinos, de esta forma, operaban dentro de un contexto politico inusualmente favorable; su campo de manio- bra aunque nunca muy amplio- era mayor de lo que habia sido en los afios veinte, o de lo que seria en los cuarenta y los cincuenta, De hecho, algunos observadores hostiles te- mieron un proceso incontrolable, que caracterizaron con el cliché ahora familiar: “el gobiemo ha (sic) creado un monstruo, como Frankenstein, que no sabe cémo controlar’.* Ciertamente, la movilizacion de los primeros anos de Cardenas lev6 a resultados (tales como la nacionalizacién del petréleo) no in- cluidos en la agenda con anticipaci6n, y que fueron producto de una fluida dialéctica poli- tica.* Ademis, fue precisamente en aquellas Cardenismo: gcoloso o catramina? reas en las que el respaldo popular era mas evidente (por ejemplo, la reforma laboral y agraria) en las que el gobierno forjé los cam- bios mas radicales y duraderos; por otra par- te, donde el apoyo popular fue escaso, don- de las reformas fueron mis elitistas en su ori- gen y “de arriba hacia abajo” en cuanto a su direcci6n, el éxito fue limitado y de corta du- racion: el proyecto de educacién socialista fue un fracaso, sin duda, en términos de sus am- biciosos objetivos (especialmente en estados como Puebla; un poco menos, en Sonora, por ejemplo). los programas indigenistas (que rara vez fueron resultado de las presiones abo- rigenes) fueron decepcionantes; los intentos del régimen de construir un consenso nacional contra el fascismo intemacional tuvieron un im- pacto limitado (si la experiencia de la Segunda Guerra Mundial se puede usar como patrén de comparaci6n). Aqui, las afirmaciones sobre la imposici6n de la politica “de arriba hacia aba- jo” tienen cierto asidero; pero Jo que se debe destacar es la ineficacia de tal imposici6n. Ala inversa, en algunas dreas de la politi- ca, del pais~ las presiones populares fueron decisivas. Las amplias reformas agrarias de la década del treinta se produjeron después de muchos afios de protesta, de represion, de una contienda agraria de baja intensidad. Si en algunas ocasiones Cardenas impuso la 92. Hemandez Chavez, La mecénica cardenista, pp. 140-47; Craig, The First Agraristas, p. 102. 93. Raymond Buvé, “State Governors and Peasant Mobilization in Tlaxcala”, en D. A. Brading (ed.), Caudilio and Peasant in the Mexican Revolution, Cambridge, 1980, pp. 229-35; Craig, The First Agraristas, pp. 134- 5; Tomas Martinez Saldaia, El costo social de un éxito politico. La politica expansionista del Estado mexicano en el agro lagunero, Chapingo, 1980, p. 36. 94, Murray, Ciudad de México, al Foreign Office, 15 de febrero de 1935, FO 371/18705, A2058. 96. Knight, “Politics of the Expropriation”; North y Raby, “The Dynamics of Revolution and Counter-revolution”, 96. Véase el excelente trabajo reciente de Mary Kay Vaughan: “The implementation of national policy in the countryside: socialist education in Puebla in the Cardenas period”, trabajo presentado en la VII? Conferencia de Historiadores Mexicanos y Norteamericanos, Oaxaca, 1986; y “Women School Teachers in the Mexican Revolution: The Story of Reyna’s Braids", en Journal of Women’s History, vol. 2, N°1, 1990, pp. 143-68. 217 Alan Knight reforma desde arriba, destruyendo las comu- nidades rurales gemeinschafilich, esto fue la excepci6n. En la mayorfa de los casos, la re- forma estuvo precedida por una importante lucha agraria: en La Laguna, en Chiapas, en el Valle de Yaqui, en Michoacan, y en los nume- TOSos casos menores, mas localizaclos, en los que las fuerzas agraristas veian que ahora el “centro” se inclinaba hacia su causa.” En efecto, como deben aceptar los revisionistas, salvo que hubiera habido cierta movilizacién previa ~cierta demostracién fehaciente de la fuerza agrarist - no existfa raz6n alguna para que un estado supuestamente cinico y mani- pulador intentara imponer su cinica manipu- laci6n. La reforma de “arriba hacia abajo” cons- tituy6 una imposicién irracional y dogmitica, de dudoso beneficio politico, o bien signifies un reconocimiento por parte de los reforma- dores de que el electorado agrarista era po- deroso y merecia ser cortejado. Tal vez ‘Yucatan fue un ejemplo del primer caso, del dogma que excede la conveniencia (aunque Ja imagen de un décil campesinado maya exi- ge cautela en su descripcién).* Pero en la mayorfa de los casos, el saldo fue diferente y 97. Barry Carr, “El Partido Comunist Ja reforma agraria derivé, en gran parte sino en su totalidad, de los esfuerzos de los mis- mos agraristas. Resultan ilustrativos los casos de San Diego y Rio Verde (SLP): el debilita- miento interno se produjo antes de la inter- venciont politica externa: “es un hecho que Saturnino Cedillo y las fuerzas del gobierno no hubieran podido afectar la propiedad sin el apoyo de los trabajadores”.” Lo mismo se aplica a la seforma laboral: los sindicatos debian demostrar cierta fuer- za si iban a integrar el equipo del gobierno. Ademis, los sindicatos también desplega- ron una autonomia considerable. El relato. de la disputa petrolera demuestra que los sindicatos no eran de ningtin modo clientes del régimen (menos atin que los sindicatos tenian al gobierno en el bolsillo). También los otros sindicatos industriales mas impor- tantes consideraban su alianza con el gobier- no -y la CTM- como una maniobra tactica y condicional (de alli, el creciente disenso pro- ducido después de 1938). En pocas palabras, la relacion entre el Estado y el movimiento popular fue bidireccional, y las presiones se produjeron en ambas direcciones.™ Quizas : Thomas Benjamin, A Rich Land, A Poor People: Politics and Society in Modern Chiapas, Albuquerque, 1989, cap. 6; Craig, The First Agraristas; Paul Friedrich, Agrarian Revolt in a Mexican Village, Chicago, 1977 98. Murray, Ciudad de México, ai Foreign Office, 17 de octubre de 1935, FO 371/18707, A922, informa sintéticamente que en el Yucatén “los campesinos enojados parecen haberse rebelado y desafiaron a las autoridades locales". Fernando Benitez, Ki: E/ drama de un pueblo y una planta, México, 1985, no Ofrece un antecedente inmediato para el reparto de 1937. Sin embargo, la actual investigacion de Gilbert Joseph y Allen Wells (con relacién a un periodo anterior) matiza nuestra impresién de un peonaje maya décil; lo mismo podria resultar de una investigacién mas minuciosa sobre los comienzos de la década del treinta. 99. Marijosé Amerlinck de Bontempo, ‘La reforma agraria en la hacienda de San Diego de Rio Verde", en Heribero Garcia Moreno, Después de ios latifundios (La desintegracion de la gran propiedad agraria en México), Zamora, 1982, pp. 183-98. 100. Se pueden encontrar mas ejemplos sobre trabajadores (tranviarios y mineros) que se oponian y ejercian Presion sobre las autoridades, en Murray, Ciudad de México, al Foreign Office, 1° de agosto de 1935, FO 371/ 18703, AG916; Pyke, Ciudad de México, al Foreign Otice, 29 de noviembre de 1935, FO 371/18707, 10787 218 el Estado tenia mayor capacidad de coer- cién (ésta es una cuesti6n dificil de diluci- dar, tanto desde el punto de vista teorico como empirico), pero esta coercién era menor de lo que lo que seria en afios pos- teriores, cuando la CTM y la CNC se habian convertido en poderosos instrumentos de control corporativo, en lugar de representa- ci6n. “En la actualidad, el movimiento obre- ro es el que tiene mas poder’, informé un observador briténico en 1935, “y ningin funcionario [...] osarfa implementar una de- cisién, no importa lo justa que ésta sea, si no satisface todas las demandas de los sin- dicatos”." Una hipérbole, sin duda, pero una hipérbole que no habria sido escrita en 1925, menos atin en 1945. Sin embargo, la “representacion” no tomé necesariamente formas liberales-demo- craticas. La critica “liberal/vasconcelista” del cardenismo es valida, si bien, segtin mi opi- ni6n, un tanto mal orientada. La moviliza- ci6n popular de la década del treinta, que quise destacar aquf, no adopté formas libe- rales democraticas convencionales. No se caracteriz6 por elecciones transparentes ni nociones gladstonianas de responsabilidad civica. Por el contrario, estuvo tefida de ca- ciquismo, violencia, vendettas, y corrupcién. No obstante, estas deficiencias liberales no hicieron que el proceso fuera totalmente no representativo. (Casi resulta innecesario des- tacar que los regimenes liberales-de- mocraticos presentan deficiencias similares Cardenismo: gcoloso 0 catramina? y que, aun cuando éstas se reduzcan, es po- sible cuestionar el grado de “representacin” que brinda la politica liberal). En algunos casos, de hecho, la representaci6n “no de- mocritica” de la ‘década del treinta pudo ha- ber sido relativamente directa y efectiva. Los lideres y sus seguidores actuaron estre- chamente unidos. Ese fue el caso de algu- nos movimientos agrarios, en los que los li- deres -como Macedonio Ayala de Lagos~ combinaron destreza politica (y, como sue- le suceder, un pasado no campesino) con idealismo y autosacrificio; 0, como argumen- ta Olvera, del campo petrolero de Poza Rica, donde las reuniones masivas y regulares res- tringieron el liderazgo sindical.1 Pero aun cuando tales ejemplos de de- mocracia directa son escasos, y hasta cues- tionables, ello no significa que la represen- taci6n per se esté ausente. México tenia (y tiene) una tradicién pobre en cuanto a de- mocracia electoral, pero rica en moviliza- cion popular. Los caciques pueden obsta- culizar los procedimientos electorales, pero también pueden liderar movimientos popu- lares genuinos para lograr metas populares genuinas, Los lideres agrarios de Naranja —“principes” maquiavélicos, segtin Friedri- ch— no eran demécratas modelo: se enfren- taban en disputas, libraban batallas caudi- lescas, traficaban con los puestos ptiblicos y conspiraban.™ Pero gozaban de un cierto grado de apoyo genuino de la comunidad y, en virtud de sus métodos maquiavélicos, 101. Vicecénsul britanico Puerto México, 28 de mayo de 1935, FO 371/18708, A5487. El escritor, por supuesto, era testigo de las condiciones laborales en el Istmo, en especial en la fabrica de la Aguila Co., que tenia un movimiento sindical particularmente poderoso (y discolo a los ojos de los britanicos). 102. Craig, The First Agraristas, pp. 116, 119; Alberto Olvera, “The Rise and Fall of Union Democracy at Poza Rica, 1932-1940", en Brown y Knight (eds.), The Mexican Petroleum Industry, pp. 63-89. *03. Friedrich, Princess of Naranja. 219 Alan Knight ganaron y mantuvieron un ejido, frente a la tenaz oposici6n terrateniente y clerical. La reforma de La Laguna, también, se implemen- 16 ~y posteriormente se mantuvo, frente a una considerable oposicién- por la accién de los caciques agraristas, que gozaban de un importante apoyo popular: el liderazgo ema- naba de las comunidades, “los campesinos ejercian control sobre sus lideres”, y la com- bativa Union Central permanecié “leal a sus bases, no al gobierno ni al Estado”. Por supuesto, es dificil evaluar los niveles de apoyo. A menudo, Ja reforma dividia a una comunidad en facciones (los terratenientes no eran ajenos a la confabulacién para lo- grar este resultado); y las facciones rivales, ya sea en los ejidos 0 los sindicatos, alega- ban invariablemente que representaban a la mayoria. Dada la historia anterior de Méxi- coy la cultura politica predominante, esto era poco sorprendente: era probable que los conflictos locales se mediaran a través de un turbio caciquismo mas que una trans- parente democracia. Sin embargo, como han demostrado numerosos estudios, los caci- ques no fueron invariablemente pequenos dictadores impuestos; en verdad, tampoco la ausencia de una competencia partidaria intensa y limpia fue un obstaculo para la representaci6n (considérese la historia po- litica de Juchitan)." Mas que destacar la 104. Martinez Saldafa, El costo social, pp. 33, 35. atemporalidad del caciquismo, y por ende, la pretendida continuidad de la practica que perduré desde la Revolucién hasta el pre- sente, deberiamos distinguir entre las for- mas de caciquismo y los objetivos que per- seguian los caciques. Porque el caciquismo -como la democracia liberal- es un meca- nismo de procedimiento; puede hacer que las politicas produzcan distintos resultados. Por lo tanto, deberiamos tratar de clarificar las convicciones politicas, las bases socia- deberia- mos distinguir entre radicales y conserva- dores, anticlericales y clericales; entre caci- ques que gozaban de un importante apoyo local, y aquellos cuyo poder derivaba de arriba, o del centro. Esto no es facil; y puede tornarse mas dificil por la tendencia de los caciques a cambiar progresivamente su apoyo popular por el apoyo del centro y/o de las elites locales (podriamos decir: el Gnico cacique bueno es -si no un caci- que muerto— por lo menos un cacique de corta vida). Quizds esto explique algunas de las grandes divergencias de interpreta- ci6n que aparecen en esta Area clave de la historia politica mexicana: por ejemplo, gjuan Paxtian de San Andrés Tuxtla fue el campeén popular retratado por Miguel Covarrubias o el tirano vicioso descripto por Heather Fowler Salamini?!”’ Se podrian les, y las carreras de los cacique: 105. Jeffrey W. Rubin, “Popular Mobilization and the Myth of State Corporatism’, en Craig y Foweraker, Popular Movements, pp. 247-67. Uno de los puntos principales de Rubin es que la representacién popular —como la interpreta “el pueblo” mismo- no necesariamente tenia o tiene que involucrar la competencia multipartidaria. 106. Un buen ejemplo de ello es la discusién sobre las formas de caciquismo, basada en las carreras de Saturnino Cedillo y Gonzalo N, Santos, de Enrique Marquez, “Gonzalo N. Santos o la naturaleza del ‘tantedmetro Politico’ ", en Carlos Martinez Assad (ed.), Estadistas, caciques y caudillos, México, 1988, pp. 385-94. 107. Cf. Fowler Salamini, Agrarian Radicalism, p. 160, y Miguel Covarrubias, El sur de México, México, 1980, pp. 55-63, 220 hacer preguntas similares sobre Don Flavio de Arandas.!* Dejando dle lado los juicios de valor, exis ten dos puntos consistentes que se pueden destacar. En primer lugar, durante la tormen- tosa década del treinta, hasta el cacique mas cinicamente egoista tuvo que orientar sus velas para ponerse a la par del viento popu- lar: como lo tuvo que hacer Rubén Carrizosa en Tlaxcala, 0 Porfirio Rubio en la Sierra Alta de Hidalgo." En segundo lugar, como ejem- plifica este caso, Cardenas tuvo que coexistir con los caciques. Del mismo modo que para poder consolidar su poder presidencial tuvo que hacer una serie de tratos con politicos clave (Cedillo, Amaro, Almazan, Portes Gil), también a nivel regional y local Cardenas tuvo que trabajar con los materiales politicos dis- ponibles. Algunos clientes cacicales (como Emesto Prado de Michoacan) eran viejos alia- dos; otros, como los caciques de Morelos, eran intereses creados con los que la colaboraci6n era conveniente; algunos, como los caciques indigenas de Chiapas, eran productos indirec- tos pero (se podria decir) inevitables de las politicas cardenistas."” El caciquismo era un hecho de la vida politica que debia afrontar un presidente reformista, ansioso por obte- ner resultados. Haber ignorado al caciquismo -o haber tratado de eliminarlo— hubiera sido Cardenismo: {coloso 0 catramina? arriesgarse al suicidio politico, desafiar al des- tino, sufrir el mismo fin que Ortiz Rubio, y archivar sine die los planes de la reforma so- cial que no eran inherentemente incompati- bles con los estilos caciquistas de dominio. La permanencia del caciquismo, por lo tan- to, no descalifica las reivindicaciones cardenistas sobre su cardcter radical y popu- lar. Pero plantea el siguiente tema: la cues- tion del poder del estado. Es un lugar comin decir que la administracion de Cardenas re- forz6 tanto al Estaco como al partido, afian- zando, de esta forma, el dominio del gobier- ‘no central como nunca antes se habia hecho. ‘Sin embargo, como muchos lugares comunes, se tiende a repetirlo mas que a analizarlo. La “fuerza del Estado” es un concepto vago: qué significa en la practica? En un nivel, se lo puede medir, en forma aproximada y positi- vista, en términos del “tamafio” del gobierno: el tamafio de la némina federal, el presupues- to federal. Con cierta justificacion, se ha con- siderado a Cardenas como el iniciador del “sur- gimiento del Estado activo”."'Sin embargo, el aumento en el gasto del Estado, evidente durante el perfodo 1934-40, reflejé ciertas ten- dencias globales, presentes en regimenes de cal ter radicalmente diferente; en especial, reflejé el aumento en el gasto econdmico durante una fase de introversién econdémica 108. Seguin lo expresado por Martinez Saldana, “Formacién y transformacién de una oligarquia", pp. 68-69, Don Flavio carecia “de una base de apoyo popular”, pero provenia de la zona, era diestro jinete y tirador, “de caracter simpatico bondadoso... con un gran don de gente”, poseia una red de compadrazgos y una cantina que nunca cerraba. Su poder no descansaba unicamente en la coercién o el respaldo del gobierno federal 109. Buve, "State Governors and Peasant Mobilization in Tlaxcala’, p. 241; Frans Schryer, The Rancheros of Pisatiores: the History of a Peasant Bourgeoisie in Twentieth-Century Mexico, Toronto, 1980, p. 92 4410. Anguiano Equinua, Lazaro Cardenas, pp. 40-41: Arturo Warman, Y venimos a contradecir. Los campesinos de Morelos y el estado nacional, México, 1976, p. 206; Benjamin, Rich Land, Poor People, pp. 202-23. 111, James W. Wilkie, The Mexican Revolution: Federal Expenditure and Social Change since 1910, Berkeley, 1973, pp. 74-81 221 Alan Knight (evidente durante el New Deal, el Plan de Cuatro afios nazi, el Plan de Seis afios del PNR). No resulta claro si la némina federal creci6, o si hubo un brusco aumento agrega- do en el conjunto del personal burocritico.” Ademis, el “Estado activo” continué crecien- do y creciendo después de 1940: durante el gobierno de Ruiz Cortines, por ejemplo, el gasto real per c4pita del gobierno federal fue el 220% de lo que habia sido durante el go- bierno de Cardenas: este hecho, ghace que la administraci6n ruizcortinista haya sido dos veces mAs “activa” que la cardenista?"? E] au- mento bruto del gasto del gobiemo es clara- mente significativo, pero constituye sdlo un indice entre muchos de la “fuerza” del esta- do y creo que se lo debe relacionar con otros criterios mas timpresionistas” (pero no me- Nos importantes). Se deben distinguir dos criterios en parti- cular. Como sucede tan a menudo en la histo- ria, parecen contradictorios. Primero, el Esta- do se puede considerar “fuerte” en la medida en que sobrevive y se reproduce a si mismo, que no se enfrenta a desafios mortales contra su existencia y estabilidad. En este sentido, el Estado mexicano “se fortaleci6” durante la década del veinte, a medida que se comba- tieron sucesivas rebeliones militares (compa- rense las dificultades de 1923 con la stibita derrota de Escobar en 1929); a medida que mejoraban las relaciones con los EE.UU. (to- mando el periodo de Morrow como embaja- dor, 1927-29, como el punto de inflexién); y a medida que las elites revolucionarias se unie- ron para formar el PNR en 1929. A partir de entonces, una cienta disciplina de elite impreg- 1né la politica mexicana: las elites “in” (es de- cir, los revolucionarios) manejaron sus asun- tos recurriendo cada vez menos a la lucha fra- tricida, lo que por supuesto, no impedia que siguiera existiendo una gran cuota de derra- mamiento de sangre a nivel de las bases, donde el sectarismo politico no conocia tal modera- ci6n interesada. Los militares, en particular, tomaron conciencia de la futilidad del pretorianismo, al que fueron instados por la tendencia de los BE.UU de respaldar el régi- men establecido en México." Por lo tanto, la politica revolucionaria se volvié menos san- grienta: el triunfante Cardenas exilio a Calles y no lo mands fusilar (comparese con el tra- tamiento de Calles a los disidentes revolucio- narios en 1927); la rebeli6n de Cedillo fue un fiasco en 1938; el flirteo de Almazan con la rebelin de 1940 nunca se consum6. La pre- sidencia de Cardenas, de esta forma, contri- buy6 atin mas al proceso de fortalecimiento del Estado, por lo menos en el sentido mas restringido de disminuir el riesgo de rebelién directa y de los golpes de estado pretorianos. No obstante, ésta es una definici6n restrin- gida y muy limitada. Los Estados pueden so- brevivir y reproducirse aun cuando (a veces 112, Merrilee S. Grindle, Bureaucrats, Politicians and Peasants in Mexico. A Cast Study in Public Policy, Berkeley, 1977, p. 189. 113. Wilkie, The Mexican Revolution, pp. 36-37. 114. El vicepresidente Henry Wallace asi tid a la ceremonia de asuncién de Avila Camacho, haciendo tafer de esta forma las “campanas que anunciaban la muerte definitiva de las esperanzas presidenciales de! General Juan Andrew Almazén” (que ya eran escasas); los almazanistas manifestaron contra la visita de Wallace: Rees, Ciudad de México, al Foreign Office, 14, 29 de noviembre de 1940, FO 371/24217, 4825, 4880. 222 precisamente por eso) sean débiles: la Nue- va Espaita de los Habsburgos seria un caso clisico. A la inversa, los Estados que desplie- gan una fuerza ejecutiva —que ejercitan sus misculos politicos en la arena social, bregan- do por lograr cambios significativos- pueden poner en peligro su propia supervivencia y reproduccién, Ese fue el riesgo que corris el gobierno de los Borbones: dejé de lado el consenso y adopté reformas de largo alcance pero muy provocativas.% Los gobiernos revolucionarios de la década del veinte y del treinta fueron fundidos en el molde Borbén: es decir que ellos también buscaron cambiar Ja sociedad civil, en forma bastante radical en el caso del cardenismo, como he sostenido. Pero, como todos los gobiernos de estilo borbénico, se enfrentaron a una importante oposicion: algunas veces, abierta y militante; otras veces, mas solapada e insidiosa. Un ejemplo de la primera variante fue el sinarquismo, un movimiento de grandes pro- porciones que negaba la legitimidad misma del Estado revolucionario, que propiciaba una filosoffa antitética cat6lica integralista, y que se alineaba con aquellas corrientes interna- cionales (el falangismo, en especial) a las que se oponia denodadamente el cardenismo."" Este conflicto, como he dicho, también recu- rria a los simbolos y lealtades tradicionales y represent6 otro roundsangriento de la anti- gua batalla entre el conservadurismo clerical y el secularismo jacobino; por lo tanto, habia poco espacio para la negociaci6n y el acuerdo. Cardenismo: {coloso catramina? Tal abierto desafio se pudo combatir de frente. Los sinarquistas estaban més alld de lo politicamente aceptable; no acataban la Re- voluci6n; finalmente (aun después de que hu- bieron dejado de lado su liderazgo radical y moderado su intransigencia integralista) fue- ron proscriptos por el gobierno de Avila Camacho." Mucho mis significativa fue la oposicién mantenida, a menudo en secreto, por grupos que eligieron resistir al cardenis- mo en forma mis sutil, por medio de la eva- si6n, el camuflaje y la colonizacion discreta. James Scott ha analizado ingeniosamente las “armas de los débiles’, el humilde arsenal de los campesinos que enfrentan a sus opreso- res con la simulaci6n, la obstruccién y la desobediencia.™ Pero también debemos reconocer que estas mismas armas fueron utilizadas por grupos mas privilegiados, en respuesta a un desafio radical como el cardenismo. Las “armas de los poderosos” fue- ron, se podria decir, os mas efectivos frenos para la ejecuci6n plena cel proyecto cardenisia, y la mas segura garantia de su fracaso. Los enemigos del cardenismo eran legion: la jerarquia eclesiastica, los laicos catélicos (y avin mas, las mujeres laicas: de alli que el régi- men renegara de su compromiso con el fragio femenino), los grupos empresariales, los universitarios, los terratenientes, la clase media, los inversores extranjeros y ~quizis lo mas importante, pero menos notorio~ las eli- tes provinciales (que, por supuesto, abarca- ban a muchas de estas categorias mezcladas), 115. Esto repite un argumento presentado en Alan Knight, “State Power and Political Stability in Mexico’, en Neil Harvey (ed.), Mexico: Dilemmas of Transition, Londres, 1993, pp. 29-63, 116. Meyer, El sinarquismo, cap. 4 117. Ibid., cap. 3; Informe Hadow sobre el sinarquismo, Washington, 14 de diciembre de 1944, en FO 371/ 44478, AN 56. 118. James C. Scott, Weapons of the Weak: Everyday Forms of Peasant Resistance, New Haven, 1985. 223 Alan Knight Estos grupos advertian cada vez mas que el estado revolucionario estaba para quedarse, que resultaba mas sensato conspirar en forma inteligente para lograr su desradicalizacién que luchar quijotescamente por su destruccién Esta fue, por ejemplo, la conclusi6n elabora- da por la Aguila Company en 1935." La je- rarquia eclesidstica, nunca muy entusiasta en su apoyo a los rebeldes Cristeros, dio la bien- venida a la détente de 1929 y no presté gran ayuda y consuelo a la Segunda Cristiada; vio con beneplicito que Cardenas mitigara en cier- ta forma el extremismo anticlerical (en espe- cial, que hubiera echado a Garrido Canabal), sospechaba del extremismo sinarquista, y, en un astuto golpe politico, dio su apoyo al régi- men en el momento de la expropiacién petrolera. En esa ocasi6n, los obispos ofrecie- ron un wato ticito: respaldo patridtico a cam- bio de una atenuacién del radicalismo. cardenista (los conservadores dentro del go- bierno buscaban un quid pro quo similar). Como siempre, la jerarquia estaba mas ade- Jantada ~y era mds pragmatica que- los miem- bros de la grey cat6lica, muchos de los cuales se sentian atraidos por la intransigencia mesitinica del sinarquista Abascal. Pero la je- rarquia se subi6 a la ola: en dos aftos el presi- dente electo Avila Camacho se declaraba ca- t6lico ptiblicamente, enterraba a su madre con todos los ritos catélicos, y recibfa una entu- siasta bienvenida en Los Altos de Jalisco.” Muy pronto, la educacién socialista serfa liquidada (ia prensa nacional habia estado denostindola durante afos) y las tltimas brasas encendidas del anticlericalismo oficial serian extinguidas.” Después de 1945, a medida que la ideologia de la Guerra Fria comenzé a permear la polt- tica mexicana, la jerarquia catélica se sintié justificada por su politica de détente: se cele- br6 abiertamente el quincuagésimo aniversa- rio de la coronaci6n de la Virgen de Guadalupe, con la asistencia de prelados extranjeros y un abierto despliegue de vestiduras clericales y hasta de los colores papales amarillo y blan- co; las protestas anticlericales fueron esca y débiles; el evento (que anticipé los poste- riores jolgorios catélicos) era una prueba posi tiva del “fervor de la vasta mayoria del pueblo mexicano” (y, podriamos agregar, una prueba negativa del fracaso de la desfanatizacién re- volucionaria).'” E] PAN, reflejando esta tenden- ia, perdi6 su tinte falangista y resurgi6 con los colores de un partido pro-empresario, anticomunista y cristiano democratico. Los empresarios y los terratenientes tam- bién tomaron las armas de los poderosos para meliar el filo del cardenismo. Promo- vieron nuevas formas de representacion cor- porativa, apoyaron a los grupos opositores (en especial, al PAN), y desplegaron el po- der de su veto econémico. El Grupo de 119. Murray, Ciudad de México, al Foreign Office, 20 de junio de 1935, FO 371/18708, A5646. EI ministro britanico estuvo de acuerdo. 120. Alan Knight, "The Politics of the Expropriation”: Hamilton, The Limits of State Autonomy, p. 236. 121. Rees, Ciudad de México, al Foreign Office, 9 de febrero, 20 de septiembre de 1940, FO 371/24217, 1654, A4ag2, 122. Victoria Lerner, Historia de la Revolucién Mexicana. Periodo 1934-40. La educaci6n socialista, México, 1979, pp. 175-92; Medin, Ideologia y praxis, p. 219. 123, Bateman, Ciudad de México, al Foreign Office, 15 de enero de 1946, FO 371/51592, AN3382. 124, Saragoza, The Monterrey Elite, pp. 183, 188-89, 193; Hamilton, Limits of State Autonomy, pp. 196-7, 209, 226-27, 235, 224 Monterrey, en particular, desarrollé una ideo- logfa persuasiva de patriotismo empresario, y resisti con éxito las incursiones de la CTM en Nuevo Leén, donde, ya desde 1937, “los simpatizantes de los trabajadores parecian estar en fuga”, y donde la CTM se habia debilitado hasta convertirla en una organi- zaci6n “casi impotente”.”* Avila Camacho hacia esfuerzos para cortejar a los empresa- tios del nordeste que, después de 1940, gozaron de un clima mas cordial. Si bien el Grupo de Monterrey tuvo particular éxito en su lucha contra el cardenismo, otros em- presarios y terratenientes obtuvieron sus propios beneficios menos espectaculares pero no menos significativos. La plantocracia del Yucatén que, subordi- nando o asesinando a sus enemigos, habia lo- grado frustrar los esfuerzos anteriores para im- poner la reforma radical en la peninsula, ahora volvia a sus defensas de clase. El gobernador L6pez Cardenas, un reformador genuino aun- que ineficaz, fue habilmente depuesto (junio de 1937) y el torbellino de la reforma agraria auspiciada por el Presidente Cardenas, vulne- rable desde el comienzo debido a su preci- pitada improvisaci6n, fue posteriormente so- cavada y detenida. Un caso de agrarismo pro- Cardenismo: gcoloso 0 catramina? puesto como modelo, se convirti6 en el testi- monio del sobomo y del fracaso.” Muchos otros terratenientes, aunque tuvieron que en- frentarse a un grave desafio por parte de un nuevo agrarismo, también se las arreglaron para sobrevivir y, finalmente, prosperar. En Atencingo (Puebla), William Jenkins acompa- AG el puftetazo agrarista, y en parte gracias a sus buenas relaciones con la familia Avila Camacho- conservé su ingenio azucarero y el correspondiente poder econémico."* El relato era sintomatico de un estado en el que los gobernadores conservadores eran la regla (Maximo Avila Camacho, que sucedié al ca- llista Mijares Palencia en 1936, fue, aun a los ojos de los extranjeros conservadores, “un re- accionario inescrupuloso”) y en el que el pro- grama de educacién socialista habia enfrenta- do terribles obstéculos y avanzado muy poco." (128) Cruzando el limite del estado, en Veracruz también terratenientes como el infame Manuel Parra sobrevivieron al desa- fio del cardenismo, aunque recurriendo en mayor medida a la violencia frontal.” Por lo tanto, para muchos propietarios, el patron fue el mismo: una exitosa retaguardia contra el cardenismo a mediados de la déca- da del treinta (de 1934-38); y un sostenido 125, Saragoza, The Monterrey Elite, p. 189. El reciclado partido oficial, el PRM, también continud siendo una organizacion un tanto esquelética en Nuevo Leén: “en realidad no existe PRM en el Estado", como le declaré sin ambages un funcionario del comité regional estatal a Cardenas. Véase Fructoso Rodriguez a Cardenas, 3 de agosto de 1938, AGN/FLC 543.1/35. El mismo legajo contiene una serie de quejas de organizaciones de campesinos, denunciando al régimen corrupto, conservador del Gobernador de Nuevo Leén, Anacleto Guerrero. 126. Benitez, Ki, pp. 120-52. 127. David Ronfeldt, Ateningo: The Politics of Agrarian Struggle in a Mexican Ejido, Stanford, 1973. 128, Vaughan, “The implementation of National Policy in the Countryside”; Bateman, Ciudad de México, al Foreign Office, 20 de diciembre de 1945, FO 37 1/51586, ANES 129, Fowler Salamini, Agrarian Radicalism, pp. 131-32, 136-37. La violencia de Parra, sin embargo, no habria sido tan efectiva si el gobierno estatal (aun durante la década del treinta) no hubiera adoptado una postura antiagrarista: ibid, p. 131. ane Alan Knight resurgimiento a partir de entonces. Ello fue posible por la connivencia de las elites polit cas (por supuesto, la diferencia entre “los pro- pietarios’ y Jas “elites politicas” no es tan niti- da, en especial a nivel local). En Tlaxcala, por ejemplo, los caciques en pugna lucharon para equilibrar los intereses de clase; durante un tiempo tuvieron que jugar el juego agrarista, aceptando la retorica de la boca para afuera, y hasta respaldando algtin grado de reforma; pero también resistieron con cierto éxito las incursiones de la CTM y de la CNC, mante- niendo de esta forma el poder en sus propias manos, y en las de sus aliados en Ia elite.'* En Chiapas, el gobernador Vict6rico Grajales (1932-36) favorecié abiertamente al sector terrateniente y resistié la reforma, combatien- do las iniciativas del gobierno central con pa- ranoia provinciana y asesinando a los lideres obreros y agrarios de la zona." Aunque el desalojo de Grajales produjo una reforma agra- ria significativa, ésta pronto siguié el camino de la cooptacién: en 1940 un gobemador pro- empresario -y amigo de Avila Camacho- manejaba las riendas y, a fines de la década del cuarenta, estaba nuevamente en el poder la vieja camarilla mapache/grajalista. En So- nora, la derrota del impuesto régimen callista lev6, ir6nicamente, a la instalacién de un go- bierno atin mas conservador, presidido por el ladino obregonista Romén Yocupicio. El go- bernador Yocupicio pudo sortear los ataques de la CTM (con considerable éxito) y no res- paldo el proyecto de educacién socialista. Com sucedié en Chiapas, se llev6 a cabo una reforma agraria relevante (en los valles, no en la zona montafiosa), pero ello no impi- di6 el resurgimiento de los intereses conser vadores en Ja década del cuarenta. El cambio agrario estructural, producto de la moviliza- cién popular, no condené a muerte a la bur- guesia regional; a pesar de que los forzé a resguardar sus defensas y, en algunos casos, cambiar sus recursos econémicos de la agri- cultura a la industria, el comercio y la ganade- ria, La accion de retaguardia de Yocupicio pre- sagié la recuperaci6n conservadora de los cuarenta: en 1943 Abelardo Rodriguez, el modelo del conservadurismo oficial nortefio, asumi6 como gobernador; los rodriguistas y Jos callistas controlaron Sonora hasta la déca- da del cincuenta. En San Luis, donde los cardenistas -el Presidente y la CTM- dieron un golpe muy importante deponiendo a Cedillo, esto no significé el fin del cedillismo, menos atin del caciquismo; mds bien, el subse- cuente vacio politico fue ocupado por un nue- vo cacique mas “modemo”, Gonzalo Santos, 130. Buvé, “State Governors and Peasant Mobilization in Tlaxcala”, Comparese la critica fortisima a Saturnino Osornio, el cacique de Querétaro, y sus secuaces violentos, corruptos y pseudoradicales: “todos [..] flamantes socialistas, aunque ninguno tiene antecedentes revolucionarios”: José Siurob a Cardenas, n. d., 1935, AGN/ FLC 606.3/49, 131. Armando Ordénez, Confederaci6n Campesina y Obrera de! Estado de Chiapas, Tuxlla, a Migica, 7 de septiembre de 1935, AFM, 106/55; Benjamin, Rich Land, Poor People, pp. 181-91 132, Aniceto Lopez a Cardenas, 8 de abril de 1936, AGN/FLC 559.3/25, denuncia la “odiosa camarilla” de los callistas de Sonora, es decir, “nefastos 0 corrompidos callistas que se hacen pasar por cardenistas disira- zados’. Para leer la historia completa, véase Carlos Moncada O., “El escenario politico de Sonora’, en Carlos Martinez Assad (ed.), Municipios en conflict, México, 1985. pp. 31-35 y Adrian Bantjes, “Politics, Class and Culture in Postrevolutionary Mexico: Cardenismo and Sonora, 1929-40", tesis de doctorado, Universidad de Texas en Austin, 1991 226 un cedillista de vieja data que combinaba un poder caciquista perdurable, la propiedad de Ja tierra, y en general, buenas relaciones con la clase propietaria; hasta estimul6 la presen- cia de ex cedillistas en su camarilla de clien- tes.’ Lo mismo sucedié en otros lugares, a nivel local. En San José (Michoacan) el partido de los terratenientes tom el control del muni- cipio en 1936 y se consolid6 durante la prime- ra parte de la década del cuarenta; en Aranda, la oligarquia local recupers el control directo del municipio en la década del cuarenta.* Este patron uniforme de recuperacién “bur- guesa” derivé de la légica interna del carde- nismo, y pudo ser posible gracias a ella. Como he argumentado, el cardenismo fue una “reli- gin” tolerante. Al deponer a Calles, Carde- nas tuvo que hacer tratos con la derecha y con la izquierda. Durante un tiempo, la ma- rea habia fluido a favor del radicalismo; hasta Cardenismo: zcoloso 0 catramina? las figuras conservadoras dentro del establisb- ment politico tuvieron que adaptarse, tuvie- ron que hacer alarde de un radicalismo espt- reo. Pero permanecieron en funciones, en las gobemaciones provinciales y en las intenden- cias. A mediados de la década del treinta, los criticos radicales se quejaban de la presencia de los conservadores (usualmente, llamados “callistas”, pero dicha etiqueta, como he su- gerido, resulta un tanto cambiante y confu- sa): en el Ministerio de Fomento, en numero- sos estados (y territorios, tales como Quinta- na Roo), en las municipalidades, y entre los militares (donde, aparte de los famosos casos de Almazén, los generales como Pablo Quiro- ga y Alejandro Manje tenian reputacién de pro-empresarios y pro-Iglesia).¥° El régimen cardenista, en otras palabras, fue colonizado por una multitud de “saltambiques y giraso- les”, conversos tacticos de la “mafia callista”.™ 183. Marquez, “Gonzalo N. Santos”. Véase también el informe del coronel Miguel Badillo, Tantoyuca, a Cardenas, 18 de junio de 1938, AGN/FLC 606.3/206, que describe la lozana supervivencia de cedillistas entre las autoridades municipales y las reservas (militares) locales de la regién, quienes “se han acogido la proteccién del senador Gonzalo N. Santos a quién reconocen como jefe". 134. Gonzalez, Pueblo en vilo, p. 186; Martinez Saldafia, “Formacién y transformacién de una oligarquia’, p. 71. No es que Arandas haya sido alguna vez un semillero de la reforma: véase el informe de Miguel Morones de ia Vanguardia Cardenista Arandense, 28 de febrero de 1938, AGN/DGG 2.311.6 (11), caja 252, t. I, sobre los esfuerzos de las autoridades municipales “hasta para entorpecer cualquier intento 0 esfuerzo de que las leyes obreras y agrarias tengan efectividad”, 126. Informes a Magica de J. Hernandez Solis, 2 de enero de 1934; anén., 2 de julio de 1936; anén., Dolores Hidalgo, Gto., 12 de agosto de 1935; José Berger, Guadalajara, 10 de octubre de 1935; AFM 106/5, 181, 15, 81. Comparese también Ignacio Tovar, Cd. Victoria, Tamps., a Emilio Portes Gil, 24 de abril de 1936, AGN, Emilio Portes Gil, Archivo Particular, caja 68, exp. 5; José Moreno, Tehuacdn, Pue., a Cardenas, 24 de abril de 1936, AGN/DGG, 2.311.8, caja 35A (“todavia impera en esta regién un reducto del viejo callismo refundi- do dentro de! -partido- laborista”). En el momento en que México entré en la Segunda Guerra Mundial, Manje (atin definido como callista) era uno de los tres generales de mas alto rango, que comandaba la zona de la costa del Golfo; Davidson, Ciudad de México, al Foreign Office, 17 de enero de 1944, FO 371/38302, ‘AN 927. Se dijo que Manje habia conspirado no sdlo con los Cristeros (informe Berger) sino también con los guardias blancos de las haciendas en Jalisco: Jorge Regalado, “Los agraristas”, en Laura Patricia Romero (coord.), Jalisco desde la revolucién: Movimientos sociales, 1929-40, t. 1V (Guadalajara, 1988), pp. 140-41 Sobre la permanente influencia de la faccién Riva Palacio (callista) en el estado de México, véanse las numerosas peticiones (aprox. enero de 1936) en AGN/DGG 2/311 M (12) 21545, caja 208. 136. Felizardo Frias a Magica (informe sobre Sonora), 29 de octubre de 1935, AGN/FLC, 559.3/25. ee: ‘Alan Knight Después de 1938, a medida que el sol transi- taba por el cielo politico, de la izquierda a la derecha, los girasoles lo siguieron fielmente; para ellos, el régimen cardenista no fue tanto tuna causa por defender sino un interludio que debian sobrevivir. De esta forma, el retroceso del cardenismo result6 ser rapido y exitoso. A nivel federal, las administraciones de Avila Camacho y Ale- man comenzaron cambiando el personal del Congreso, el partido, las gobernaciones y los sindicatos: Avila Camacho gradualmente (el cardenismo, aunque en decadencia, estaba lejos de estar muerto), Alemn (que no s6lo planificé los famosos charrazos sino que tam- bién presidi6 una importante rotacién de ear- gos politicos) en forma brusca y decidida La creencia cardenista/lombardista de que las, organizaciones populares de la década del treinta ~en especial la CTM- podrian mante- ner viva la llama durante la década del cua- renta y aun después, comenz6 a parecer de- cididamente ingenua. Al perfodo de colabo- racién con los EE.UU durante la guerra si- guid la ret6rica y la prictica de la Guerra Fria: el prometido —o temido- regreso cardenista nunca se produjo, ni siquiera en 1952, tal vez la Ultima y mejor oportunidad para su retorno.'* Este cambio en el personal politico (o en algunos casos, el retorno del viejo personal) fue paralelo al bien conocido giro en las politicas y la ideologia que experiment6 Méxi- co durante la década del cuarenta. Como lo han demostrado claramente los historiadores, este giro ya se estaba produciendo mucho antes de que Cardenas terminara su manda- to. Entre 1938 y 1940, enfrentando graves dificyltades econdmicas y desafios politicos, el gobierno recorté los gastos. Puso freno a sus reformas y cort6 el gasto social; en conse- cuencia, expuls6 a muchos de sus antiguos seguidores y la perjudicial campaia presiden- cial de 1940 estuvo signada por la desilusién general y la defeccién de las fuerzas cardenistas ~incluyendo a los sindicalistas y ejidatarios~a la oposici6n almazanista. La re- torica se atenus junto con la politica y Carde- nas permitié (aparentemente, sin gestarla en forma activa) la sucesion de un PRMista mo- derado, cuya propia retérica de cdmpaia se distinguia muy poco de la retérica de su opo- nente conservador."” Los contemporiineos tenian clara concien- cia de que se estaba produciendo un cambio ideolégico. El dirigismo y el colectivismo, los elementos tipicos de la economia politica de los treinta, eran puestos en tela de juicio cada vez con més frecuencia; sus protagonistas perdian seguridad, sus criticos ganaban terre- no. Los observadores extranjeros se alegraron de informar que “la gran mayoria del pueblo pensante de México esta cansada ahora del socialismo”, de alli que se pudo predecir con bastante seguridad que “la tendencia de los proximos afios ser hacia la derecha”."* 187. Gonzalez, Pueblo en vilo, p. 206, citando a Salvador Novo sobre el relevo politico en fa administracion en 1946. Luis Medina, Historia de la Revolucion Mexicana, Periodo 1940-52. Civilismo y modernizacién del autoritarismo, México, 1979: es un pionero en el analisis de este periodo tan crucial. 138, A menos que se considere 1988. 439. Hamilton, Limits of State Autonomy, cap. 8; Albert L. Michaels, “The Crisis of Cardenismo", Journal of Latin American Studies, vol. 2, 1970, pp. 51-79. 140. Gonzalez, Los dias del Presidente Cardenas, p. 259. 141. Davidson, Ciudad de México, al Foreign Office, 4 de enero de 1940, FO 371/24217, A813. 228 Luis Montes de Oca, el presidente del Banco de México, declaré alborozadamente que “el comunismo est4 muriendo en México”."? A medida que transcurrian los afios de la guerra, los idedlogos cardenistas de antafo parecie- ron desorientarse. Efrén Buenrostro, el presi- dente de Pemex en 1944, estaba “muy afec- tado por los eventos”; Ramén Beteta, que aun en 1938 parecfa un narodnik radical, al pro- meter que México podia eludir los males del capitalismo, en 1947 se desempefiaba como ministro de Economia en el gobierno de Mi- guel Aleman." Este giro ideoldgico en parte fue producto de las inexorables tendencias internacionales. Salvo por una breve interrupcién de 1939 a 1941, el Comintern abog6 por el frentismo popular y la sumersin de los partidos comu- nistas dentro de regimenes “burgueses” pro- gresistas. An mds importante resulta el he- cho de que la guerra vinculé la economia mexicana a la norteamericana hasta un punto nunca antes conocido. La colaboracién eco- némica durante Jos tiempos de guerra impul- 86 la industria, provocé inflaci6n, e hizo nece- sario que se disciplinara al sindicalismo. Por Ultimo, la Guerra Fria legitimé los ataques contra los comunistas, y hasta contra los cardenistas. Pero los factores internos, tam- bién, fueron decisivos para producir esta im- portante reorientaci6n politica. Los cardenistas fueron desalojados -y hasta cierto punto, desacreditados— porque los opositores tanto dentro del partido como fuera de él pudieron acumular un alto grado de apoyo; y porque la Cardenismo: {coloso 0 catramina? coalici6n cardenista misma se fragmento, per- diendo seguidores y socavando su espiritu de lucha. Tal vez, este resultado fue inevitable, la consecuencia de contradicciones intrinse- cas al tratar de reformar una sociedad “capita- lista dependiente” sin producir confrontacio- nes revolucionarias importantes, y al intentar solucionar los problemas de produccién y dis- tribucién simultineamente."* Pero, el fracaso final del cardenismo, inevitable o simplemente probable, tuvo mucho que ver con sus debili- dades intrinsecas, que tanto sus seguidores y opositores se resistian a proclamar. A los se- guidores, por supuesto, les gustaba declarar que la historia estaba de su lado (muy probable- mente, estaban convencidos de ello). Los opositores, estableciendo precedentes expli- cativos que seguirian fielmente una genera- ion posterior de historiadores, denunciaban el caracter “totalitario” del cardenismo, su ca- racter no democratico, intervencionista, de coloso. En mi opinion, ambos alimentaban ilu- siones. E] cardenismo fue un vehiculo de cam- bio mucho mis débil de lo que sostenfan tan- to sus seguidores como sus opositores. Esto no quiere decir, por supuesto, que su trayec- toria reformista sea insignificante. Por el con- tario, el régimen cardenista forjé6 cambios decisivos: la reforma agraria y laboral (por la cual pudo contar con el decisivo apoyo po- pular); la nacionalizacion de la industria del petrdleo; la reorganizaci6n del partido gober- nante. Pero el resultado final de estas polliti- cas estuvo lejos de alcanzar las metas que buscaron los disefiadores de la politica 142. Memorando de la conversacién de Fletcher, Embajada Briténica, Washington, y E. D. Ruiz, ex consul general de México en ios EE.UU., 5 de agosto de 1940, FO 371/24217, 3818. 143. Sanford A. Mosk, Industrial Revolution in Mexico, Berkeley, 1950, p. 58. 144. Niblo, “The Impact of War" 145. Hamilton, Limits of State Autonomy, p. 285. Se han dirigido criticas similares a la revolucién boliviana. 229 cardenista (en algunos casos, este alejamien- to se hizo evidente aun antes de 1940). Des- pués de 1940, las instituciones claves del cardenismo -el ejido y la escuela socialista, la CTM, la CNC, y el PRM; Pemex y los Ferroca- rriles del Estado- apenas satisficieron la gran esperanza radical de mediados de la década del treinta; tampoco, para decirlo de otra 230 manera, justificaron los fuertes temores de los empresarios y los conservadores. La capara- z6n institucional del cardenismo permaneci6, pero su dinamica interna se perdi. En otras palabras, nuevos conductores se apoderaron de la catramina; volvieron a afinar el motor, cargaron nuevos pasajeros, y luego la condu- jeron en una direcci6n bastante diferente.

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