(2.17). Mon:
taigne volvia a nee a el tema de capa de
Sa eaeas poets eri pe eee bp
See re carga, acid nae al pemsabs que dicha
tendengia tra puramente local. «Seria absurdo argiir hoy
Ia decadencia y decrepitud del mundo a partir de la prue-
ba de nuestra propia debilidad y decadencia». Eso seria
meto etnoventriamo, desmentido por el descubrimiento
del Nuevo Mundo, gus a oven cau Socaen ue
nosotros somos vies (3.6). Montaigne usa los adjetivos
ceREaaiireis en noo feral no meat. Las
Gafermedades y otras disposiciones de nuestros cuerpos
advert atnisno en fos estadosy gobierno: los rei
nos y las comunidades, al igual que nosotros, nacen, se
desarrollan y decaen con los aos» (2.23).
Desde ai un de pa olimpico, era claro para Mon-
taigne que la corrupeién de costumbres en Francia, y su
‘ejee, no eran més que una infima parte del flujo u
‘al
os habian cambiado, En este sentido, eran relativistas
Ua diversidadl de’ las leyes es dcbida aa diveraidad de
Sabor eset ice bat rustle ook te leisaree
eee cate ae
dees grupo, el emigo de Momaigne Etienne Pasquier
ioc anal leader ate eee ae
ere eee ates:
es intentar spuableset principios de jurispru-
Saucers parte deus Reyes omnes gute
tuvieron sometidas a cambio en el término de un breve
Bate erteraedlea ot carla a histor eves
Sal'de ui modo sistematicamente comparativo, con el fin
de explicar «los comienzos, el desarrollo, las conc
‘nes; el cambio ys decadencia de todos los estadots. Can.
mayor amplicud, el estudioso de los clisicos Louis Le
Roy dedico un tratado completo al problema del cambio:
wu Vicisitud, o variedad de las cosas en el Universo (1575),
obrt Ge serene de Bs engass y las artes, como de
leaeiealg lea nee alice heey ellen era
ses ietoceeinde lor grtgee poe poiarics
El esquema conceptual bisico de Le Roy era el del cam-
bcc dela aera a inant define
Sateen
Mabe ttterieetaciGvelela esters dee Rory ls savers
siggy labeattalTe Joe avareenpslnsiiarese. oe eagperaoely
wacfoncs, suceden por lo’ conrdn de tanera si
sabbases oe os pacts Pui geet ala eae
dades poifticas crecen con las armas y-decaen con la le-
tua, opiniGn que parece haber sido compartida por
Reeth cee oe parece sree eee
a ldetenpbvadla. (Guano hieanos escrito tanto’ conto lor% Pere Burk
hacemos a partir de nuestros trastornos? :O cuindo
hicieron los romanos como en el periodo de su decade
ia» (3.9), Le Roy advertia una pauta providencial en
«vicisitudes» de la historia; en ese sentido, creia en el pr
‘gf650: una espiral més bien que un ciclo. Bodin, por
parte, aprecio. pautas numerologicas en la historia d
‘mundo, que él ereia influida por los astros. Montaig
‘era mis modesto y mas escéptico, Le bastaba con descri
bir el cambio; no presumia de ofrecer una explicacién.
Podria parecer claro que el relativismo historico y g
srifico de Montaigne no era cosa exclusiva suya. Se t
taba de una actitud compartida con un grupo de estud
50s, especialmente juristas, de su generacion —mas o m
fnos—j un grupo al que pertenecia por formacién, primi
tiva dedicacion profesional y con: ios personales
Sus reflexiones aceen de n historia del derecho, ellen
uaje y otras instituciones se apoyaban en conocimient
menores que los de Pasquier y, posiblemente, que los
algunos otros estudiosos. Sus ideas no llegaron a const
tuir una teorfa de altos vuelos, como las de Bodin y
ero or ota parte I visin de Montaigne era mis am
pplia que la de aquéllos, y quiea tambien més profund
‘Combinaba el sentido relativamente preciso del cambit
institucional, caracté ico de los estudiosos del dereche
antiguo, con el sentido del fluir mas universal expresadi
por fldenfos como Sénccs y potas Como Ronsirt
poco mis adelante, por el Maliano Marino, el espa
‘Quevedo, cierto nitmero dé escritores ftanceses me
res. A diferencia de los fil6sofos estoicos y neo-estoicos|
ppens6 que no solo el mundo, sino también el yo, era hui
digo, stendo. la ‘propia constancia ua cambio en tempi
mas lento. De entre sus contemporaneos, sélo el fisico)
italiano Girolamo Cardano (ver mas arriba, p. 57) se le
sere en ego ao sem de ‘lusividad de un ya
Siempre comblans Aungue-posien eitontafea par
ob ate piastiaey ba gan edad ae ee
que hallamos en Montaigne, la combinacién de ellas, ju
Montagne
to con su profunda relacién con el tiempo, es peculiar
Esta preocupacién’ por el proceso, la decadencia, la
seanfrmaci, se elle ys expres a a ergs
tayos,slendo sus aparentes incoheencias y digreson
Ge arias ceanecat de captar el vmayeatcno deur alt
on persecution dela verdad Hasta qué pnts ra Mon-
faigne un eslista consciente, que hermanaba la origina
lided del contenido con la de la forma, lo veremos en el
capitate sigutente:Capitulo 9
Ta estética de Montaigne
Montaigne no pretendié ser un artista literario: todo k
contrario. No deseaba que la gente discutiera el lengua
de sus ensayos, sino su contenido. Declaré que apuntat
simplemente sus pensamienos sin leon,
mienzo en general sin un plan; la primera palabra
ce Ia aegandan (140. Talo com el pape pay
jo con la primera persona que me wopieto> (3.1). Ha
bria fran ‘ido el ceno, sin ane si se nee ae ic
que tenia una «estética», término que no se usaba en
siglo dieciséis. Sin embargo, manifest con energia y di
manera relativamente no convencional opiniones acerca
del lenguaje de los demas. A la luz de tales comentarios,
sus propios enrayos se nos aparecen cada ver mas com
arte lterario consents,
«El lenguaje que prefiero», declaré Montaigne, «es ua
lengusjesecil l mismo para eerbir que pars abla
Fico, vigoroso, lacénico y expresivo (un parler succulent
Be alpoeks, tonit # stb) poleals + eas Om
tehrmente y brusco (libre; such y srevide (lesred
lé, descouss et hardy)... 00 a la manera de los domines)
pa
Montaigne a
frailes 0 abogados, sino ala de los soldados (nom pedan-
tesque, non fratesque, non pleideresque, mais plustost sol-
datesque)» (1.26).
En ottas palabras, Montaigne estaba en contra dela jer~
gay las reglas estrictas, Ia grandilocuencia y la afectacio
‘contra las , como lo eran general-
mente las clases alta, pero llegé a adoptar hacia él una
actitud més positiva, atibuyéndole algunas de las vireu-
eg doctadieifsba er ew calves Beall Lege a co
loca® los valores privados por encima de los pablicos, a
adira mengs a Alejandro Magno y mss» Socrates, Ha:
bia comenzado creyendo, con los estoicos, que la filoso-
fia nos ensehaba emo morit. Acabo por pensar que lo
uc on reidad enoeaba er e6mo vivir (02), A tur cus.
Fenta y muchos aos, Montaigne llegé a aceptarse a si
taismo como nunea lo habia hecho antes. Concluy6 que
5 euna perfeccién absoluta, y pricticamente divina, la de
saber como gozar verdaderamente de la propia natura
Za [seavoyr jour loiallement de son entre) (3.13). Habia
Conseguido aquella serenidad que anteriormente habia
definido: ea seal et a Ja sabiduria, i
Stes que podemos confiar ena informacin que el pro-
pio Mostalgne noy da de su creenlas anteriores rl
Fiéndose (presumiblemente) al periodo anterior 2 1572,
fentonces #¢ nos aparece otro cambio importante, «En
‘otto tiempos, nos dice, «me habia tomado la libertad de
escoger por mi cuenta, ignorando ciertos aspectos de los*° Pater Burke
‘usos de nuestra Iglesia que parecian un tanto descamina-
dos oextraos (qui semble avoir un visage ox plas vain
(1 plus estrange)». En otro tiempo, continia, «si ofa a
alguien hablar de espectros, o profecias, magia o bruje~
tia... habria sentido compasién por la pobre gente que se
dejaba engafiar por esas locurase. Pero ahora no estabs
tan seguro (1.27). El escepticismo cierra ambos caminos:
suspender el juicio esta tan lejos de descreer en brijas
‘como de creer en ellas, En otros términos (términos mo
ddernos), crey6 que habia llegado mas alls del racionalis~
Montaigne criticd en una ocasién a los biégrafos que’
convertian a sus biografiados en algo demasiado coherei
tc, «disponiendo e interpretando todas las acciones de un
persona» segiin una idea o imagen fija de ella, y violen-
tando de ese modo la realidad (2.1). Hacer eso, en el prom
pio caso de Montaigne, seria una fatal equivocacion. Ni
‘ra un pensador sistematico, sino un hombre leno de in-
tuiciones, algunas de las cuales no son coherentes co
‘otras. Como mis ficilmente se entienden sus dtimas a-
tides es como productos de un proceso de desarrollo
lo largo del cua reaciond conta algunas de us pos:
turas anteriores (como en los ejemplos mas arriba cita
dos) sin abandooarlas siempre por completo,
Sus contemporsineos, sin embargo, o bien no advirtie
ron el nuevo Montaigne, o bien encontraron necesario ex=
usar el cambio que adverian, Montaigne fue muy ads
mirado y muy leido en su propia época, y los Ensayos al
‘anzaron cinco ediciones entre 1580 y 1588, Pero ger
ralmente el Montaigne mas apreciado e imitado fue el p
mero, estoico ¥ sentencioso: el que mas se parecia a sus
contemporineos. Su amigo Florimond de Raemond,
crbind en 1594, hai nota au sfilosfiavaleota yc
estoica» (sa philosophie couragense et presque stoique)
Gero comterporiaco, Claude Explly, dijo de €l que ead
taba grandemente dotado para el estoicismo» Pasquier,
ctro amigo de Montaigne, vio en los Ensayos «un semille=
+0 de maximas hermosas y memorables». No hizo mu-
Montaigne a
cho easo del tercer libro: su veredicto fue que Montaigne
eran hombre audaz. que se permitié dejarse llevar por
Su ingenio y decidi6 burlarse del lector, y quizd también
de sf mismo. En otros términos: mucho de aquello que
bcd encontrar mas interesante en ones fue ig-
ile ee eis constr tisoes ct deipachadn nae
CED cn Seable emscnicleots ort
EL propio séraino censayor wre toa acogida masicke
Jurosa de este lado del Canal, donde se lo incorporaron
Francis Bacon ee sir William Cornwallis (1600).
Con todo, a finales de! siglo dieciséis, en Francia, el gé-
nero del adiscarso» era popular, y dicha popularidad pro-
Bablemente debe algo al ejemplo de Montaigne. Apare-
cieron las Serées de Guillaume Bouchet (1584), quien,
gome Montaige, daca de impotence tortura
las Matinées de Nicholas Choliéres (30s) las Bigarrn-
Peiabe Meare Tasouie (1560), qutsn decierdy a tame
hnera de Montaigne, que «no seguia orden alguno, sino
qos erecotinabe ejoxgos mreetbatne, ogan felvenlen a
Ta menten, y fue tan lejos en su imitacion como para es-
cribir discursos acerca de la educacién de los nifos y las
pseudo-brujas.
Pierre Charron (1541-1603), un clétigo que conocié
bien a Montaigne y se hosped6 en su castillo, fue algo
BARE ene lacte ais Se ectlas. pobre: lak
(1601), con sus eapitulos acerca de la vanidad, la miseria,
la incpastancia, la presoncion humanas,-ete., expone la
bes icore von iepreacaradt pradesh as
abunde de Montaigne, de manera més sistemitica (y més