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S i bon seria excesivo consderar & Michel Eyquem ‘du Montaigne (1533-1592) como un miemibro Ihonorari del siglo xx, pocos escritores de su época hablan tan directa e inmediatamente aos tectres contempordneos. Critico de Ia autoriad tradicional, cobservador de Ta sexuaidad humana y estudoso de otras culturas (antes del surgimiento de la Wustracion, cl pslcouniisis y la antropologia social), MONTAIGNE creé cl género literario del ensayo, caracterizado por el intento del esritor de captarse a si mismo durant el proceso de pensamiento y de oftecer «f desarrollo de as ideas antes que sus conclusiones. PETER BURKE examina 1 medio histrio y cultural de los Ensayos y los rasgos principales de esa obra imperecedera: el conocimiento de los clisicos (mis de 1.200 cites itstran sus piginas), ta presencia de los temas caracteristicos de las corrientes humanists, la defensa del escepticismo y el relatvisma, la critica de tos milagros, a providenetay la brojeria(castigada, un siglo después, con el Index de libros proibidos), ta cautela en tomo a los conflictos politicos y tas guerras de relgién, Ia nueva sensibiliad hacia Ia psieologia, ta atencin prestada a las insttuclones de otras sociedades Ya las costumbres de las recién descubiertas clturas americana, eteétera ALIANZA EDITORIAL “ilo origin: Montagne és Esta obra ha sido publicada en inglés por Orford University Press ‘Traductor: Vial Peta © Peter Burke, 1981 © Ed, cost: Alianza Ediorial, S.A., Madrid, 1985 Calle Milén, 38; @ 20000 45 ISBN: 8420601179 Depisito legal: M. 23237-1983 Papel fabricado por Saiae, S.A Fotocompesiciba: Bfca Tmprewo en Lavel. Los Llanes, nave 6, Humanes (Madrid) Printed in Spain Capitulo 1 Montaigne en su época ‘Como Shakespeare, Montaigne es, en cierto sentido, con- temporineo nuestro. Pocos escritores del sigho dieciséis son mis féciles de leer hoy, ni nos hablan tan directa e inediatamente como él. Es dificil no apreciar ¢ Mon- taigne, y casi igual de dificil no tratarlo como a uno de nosotros. Antes de la llustracion, fue un critico de la au- toridad intelectual; antes del psicoanslisis, un frio obser- vador de la sexualidad humana; y antes del nacimiento de la antropologia social, un estudioso desapasionado de ors clturas, Result fail verlo como un modemo na- «ido fuera de su época. Con todo, Montaigne no es tan moderno como pare- ce, Su interés por los detalles autobiogrsficos puede cordar aparentemente a Jos roménticos, pero acometié sus autoandlisis por razones diferentes. Aunque era un es- <éptico, no fue un agndstico en sentido moderno, Lla- smarlo «liberal o «conservadors, en el sentido en que hoy uusamos esos términos, tambien significa entender mal su Postura, Montaigne compartio intereses, acitudes, valo- raciones y presupuestos —en otros términos, toda una ‘ Paver Burke mentaldad— con sus contemporineos, y en particular con quienes pertenecian a sus mismos grupo social y ge- neracién. Owos franceses dela época, ademas de Mon- taigne, dudaron del poder de la razén humana en la con- secucidn de la verdad, condenaron a ambas partes en las guerras civil, y publicaron breves discursos acerca de ‘suntos variados, En realidad, algunas de las materias so- bre las que eligi eseribir eran lugares comune del mo ‘mento; lo que le distingue de sus contemporsneos es lo Aue hizo con ells. Sino tpico, s fue un verdadero hom Bre del siglo dieciséis. Ello no significa que no tenga nada gu decimo, Lanza un ref a nuestrs opiniones, como Jo hizo con las de su propia generacién. Montaigne no fue un pensador sistemitico, De hecho, presento sus ideas de manera deliberadamente asistemi- fica, En consecuencia le aguardan serios peligros a tuien incete dar una explcaion sistemaica desu pena to. Tal explicacion adopta normalmente la forma de . Las jeneraciones no pueden caleularse con exactitud son de- Tinibles en términos sociales y culturales tanto como por Montaigne 5 to, consideradas conjuntamente en vir- iento de comunidad que deriva de una experiencia comin. La generacién de los 1530, en Fran- cia, fue el primer grupo sin recuerdo del mundo anterior ala Reforma. Dicho grupo incluye al abogado-historia- dor Etienne Pasquier (nacido en 1529), conocido de Mon- taigne y gran admirador de los Ensayos; al mejor amigo de Montaigne, Ftienne de La Boétie (1530); a Jean Bodin (hacia 1530, el mas destéado intelectual de a Francia de finales del diecisis y hombre a quien Montaigne profe- saba gran estima, aunque rechazara sus opiniones acerca de la brujeria; al erudito-impresor Henti Etienne (1531) y.al soldado-caballero Frangois de La Noue (1531), cal- Vinistas ambos (Calvino, nacido en 1509, pereenecia a una {eneraciGn anterior). Quiza sea valido extender tal no- ei6n-de «generacién de los 1530» hasta el punto de in- cluir, por uno de sus limites, a Pierre Chatron (1540), cipuio intelectual de Montaigne, y, por el otro, a Pierre Ronsard (1524) y Mare-Antoine Muret (1526), uno de los maestros de Montaigne. Yase inclinasen por el catoliismo, el calvinismo, 0 por algo més insélito (se cree que Bodin se hizo judio), esta Jeneracin no tuvo mis remedio que haberslas con una ivisiGn de opinion, sin precedentes, acerca de cuestio- nes genetalmente consideradas como absolutamente fun- damentales. La experiencia de Montaigne acerea de las di- visiones religiosas dentro de su familia (su hermana Jean- ne se hizo calvinista, como también, durante un tiempo, su hermano Thomas, mientras que su padre si do un catdlico firme) distaba mucho de ser atipica, La preocupacién por el problema de la diversidad religiosa fra caracteristca de la época, aunque la actitud de Mon- taigne fuese muy personal ‘Tan importante como el conocimiento de su genera- «i6n, para entender las ideas de Montaigne, es el del gru- po social al que pertenecia. Era el hijo mayor y heredero, de un caballero gase6n, Pierre Eyquem. Pero su madre, Antoinette de Loupes, era de origen espafiol, y probable- 10 ever Buske ‘mente judio (aunque su familia llevase viviendo en Fran- cia durante siglos), y la nobleza de su padre era de cepa relativamente nueva, «Cepa» es la palabra apropiada, pues habia comerciantes de vino en el pasado reciente de su fa- milia,residentes y propietarios de tierras no lejos de Bur- deos. Podria decirse que el Chiteau d’Yquem corria por las venas de Montaigne, pero habria que afadir que él no estaba orgulloso de sus origenes, Noble de la cuarta ge- hneraci6n, fue el primero de su linaje que renuncié al ape- llido «Eyquem», autodenominandose segain el nombre de la propiedad heredada, Montaigne. Describié 2 su fami- Tia, no del todo exactamente, como famosa por su «bra~ vvura» (preud homie, la vireud caracteristica del caballero medieval). Gustaba' de referirse a si mismo como solda- do, papel bisico de la nobleza tradicional, aunque, de he- ‘cho, su principal ocupacién —tras la universidad y antes dde su temprano retiro— fue la de magistrado (conseiler) en el tribunal (parlement) de Burdeos, puesto que deten~ 16 de 1557 1570. En Ia prictica, estaba mas cerca de la nueva nobleza juridica (noblesse de robe), en euyo seno contrajo matrimonio, que de la vieja nobleza militar (no- Dlesse d’épée). Los nobles militares, tradicionalmente, no eran aman- tes de Ia instruccién, y las frecuentes protestas de Mon- taigne en el sentido de no ser hombre de estudios no ha- trian de emtenderse en érminos de modesta personal auténtica o falsa, sino como lugares comunes con los que ‘contaba el grupo social con el que él se identificaba. Sus reflexiones acerca de la educacin de los nifios (1.26) €5- tn expresament relacionadas con la naanzs de un ballero, y hacen hincapié en la necesidad de evitar lo €ilams pedaatera, St ideal ese el aficionado, ok de- tante, Siguiendo una corriente similar, 2 Montaigne le Se ee jeaba de vez en cuando sus libros «sin orden, sin m todos; de que no trabajaba sus escritos, sino que ponis en ellos lo que s¢ le pasaba por la cabeza; y de que su propésito al escribir, como declaré en el prefacio de los Montaigne it Ensayos,era puramente edoméstico y privado», en interés dle su familia amigos, yno del publica en general, Esta cel ncamancra Mdeescrbir dela que un caballeo fran ‘é¥ dela épaca no tenia por qué avergonzarse- SMT anibirpoy e'alzance de te comchaencte de Mone: fe con las opiniones contempordneas que eran de espe faren un mio de isoblers iene no debra ter txagerado. Si hubiera sido tpico, no lo recordariamos en Absoluto, A fin de aprecar un poco ends de cerca dela tmezcla de lo que habla de distintivo y de convencional én sus actitudes, puede ser di fjamnos en una de las de- cisiones principales de st vida: el retro. En 1570, vend su puesto de magistrado la venta de tales cargos era normal en la , pensarOn quel tila desagtin era superior a la de contemplacion. Fiabrian conailerads que Montrigne-seasoreileabs tncjor acai nistrando Burdeas que asentandose en su torre. Otros hhumanistas erefan justamente Jo opuesto, Unos se rela- Gionaban con la ret6rica, otros con la filosofia, y. hub muchos conflictos entre los dos grupos. Algunos huma- nists gegafan a Phaon, otros a AvistOvles bien, a die ferencia de los escolisticos, lo leian en griego), y otros, incluso, a los estoicos, en especial al fildsofo romano Sé- Reon (Aint le C45 H. de Kip el ideal de econstancien expresado en sus Cavias a Laciio. EL hombre constante, Send Séneca, visialigero a waves de ls vedq, Sade cbin0. poner limite a sus Hese0H, 9 por cia TazOn perinancee im- asble ants lor reveses do wiconstans Rrtagg, emo un roble ante el viento. Se trata de una filosofia buena para los tials tiempos y no es de extraar que pareiera Sepecialiente atacdva4 los inulectuales curopeos du 6 Pater Batke rante las guerras de religiGn, avanzado el siglo diecists En Francia, el cufiado de Montaigne, Pressac (1574), y el noble calvinista Mornay (1576) tradujéron las cartas de Seneca. En los Paises Bajos, que tambien sufrieron lo que tla la tormenta de as eras cvs el gran eu dito Justo.Lipsio, admirador-de Montaigne, edit a Sé- nneca'y escribi6 él mismo un tratado-Acerea de la cons- tancia (1585), Hacia 1590, cl abogado francés Guillaume du Vair esenibio sobre el. mismo asunto un libro, que se hizo muy popular. Siendo distintos entre si como eran (0 llegaron a ser), Jos humanistas coincidieron en su admiracion por la an- tigiiedad clisica, su creencia en que la sabiduria de los an- tiguos podria reconciliarse con el eristianismo, y su cen tral preocupacién por el hombre. Al igual que Sécrates, Benvaron que el conocimiento de une mismo er Wt cost mis importante, y no el conocimiento de la naturaleza Gustaban de citar una frase del fil6sofo griego Protigo- ras (aprox. 485-415 a, de C.): la observacion un tanto critica de que «el hombre es la medida de todas las co- sas, de las que son en tanto que son, y de las que no son Rector co (ee ve erences at mente profesional, como (digamos) un Adrien Turnébe, profesor de griego en el Colegio Real de Paris, quien, se” fi eseribids clo sabia todow'y fue el mayor rudio ven mil aio. Sin embargo, compart os interesesy acti tudes humanisticos. Si bien es posible que supicra poco ego, slain era excelente. Gracias al gusto de su pa ite por los experimentos educativos, el latin fue, literal- mente, la primera lengua de Montaigne. No le hablaron cra cosa, segiin nos cuenta, hasta que tuvo scis afios (1.26). Como resultado, leia a Ovidio por diversion a una edad en que los dems muchachos lefan novelas de caba lleria —las «novelas del Oeste» del siglo dieciséis—, si es ‘que lefan algo. Montaigne pas6 a recibir una consumada educacién humanistica en el recientemente fundado Col- lege de Guyenne en Burdeos, el cual, ademas de estar Montagne ” convenientemente a mano, era una de las mejores escue~ las del nuevo tipo que podian encontrarse en Europa en quel tiempo, Fueton maestros. suyos, humanists. que mis tarde se hicieron famosos, en especial Mare-Antoine Muret y el escocés George Buchanan, y actu en las tra- sedia tina: que ells componian, Fs vrosiml, aunque no pueda probarse, que siguiera estudiando con Turnebe Yona er a cirri de Paste Esa educacion dejé su huclla. Ya hemos visto cémo Montaigne consideraba su retiro de la vida pablica en tér- tminos clésicos 0 humanisticos. Mas o menos cinco anos iis tarde, habia pintado cincuenta y siete maximas en las vigas de su biblioteca, del mismo modo que el humanista Marsilio Ficino habia hecho en las paredes del gabinete de su villa de Careggi, en Toscana. Veinticineo de las ma- ximas de Montaigne eran citas griegas, y treinta y dos la- tinas, entre las que figuraba una del comedidgrato roma- 1no Terencio (apr. 195-159 a. de C.) que podria servir de ‘motto al humanismo en sentido amplio: «Hombre soy, y nada humano juzgo serme ajeno» (Homo sum, humana ‘me nibil altenum puto). Es raro el ensayo que no esté colmado de citas latinas (1.264 en total). A menudo, Montaigne tomé sus citas de Segunda mano como admit francamente—, pero std claro, por sus referencias y préstamos, que sus autores fa- vorltog eran todos anton, Nueve romangs y dos grie {208 son citados con mas frecuencia que todos los demas escritores postelésicos. Son sus favoritos, en orden ascen- dente de importancia, Ovidio, Tacito, Herddoto, César, Virgilio, Diogenes Laercio (autor de las Vidas de filoso- fos, y usado mas bien por lo que los lildsofos dicen que por +c acerca de ellos), Horacio, Luerecio, Ci- cers, Sénecay Pltarco, Montaigne compas i admi- racidn de sus contemporaneos por Séneca, y especialmen- te por ls Cartas a Lucio, Vaios de los prmeros ensa- Ps Yyos son poco mas que mosaicos de citas de ese filosofo romano (el propio Montaigne habla de sincrustaciGn», ¥ Ja prosa informal, no-ciceroniana, de los Ensayos, tiene as 8 Pever Burke mismo una gran deuda con Séneca. Por lo que se refiere alas obras de Plutarco (apr. 46-127 d. de C.), Montaigne las estudio cuidadosamente en 1a nueva traduccion fran- esa hecha por el obispo Jacques Amyot, y se refiere a ellas o las toma en préstamo —de los discursos morales y las vidas de griegos famosos— cerca de cuatrocientas veces alo largo de los Ensayos. Como Enrique IV, podria haber llamado a Plutareo su sconciencias, Sus poetas fa- voritos, al igual que sus fildsofos favoritos, eran clasicos;, ng lo Ovidio y Horacio, sino Catulo, Marcial y Juve ‘Tambien los héroes de Montaigne son todos antiguos. La discusién acerca del chombre mas excelente» (2.36) se centra en Homero, Alejandro Magno vy, en el lugar mas clevado de todos, el general tebano Epaminondas (muer- 10 en 362 a. de C.), Mas adelante, fue Socrates quien se convirtié en el héroe de Montaigne: «ese hombre incom- parable», «cl hombre mas sabio que haya existido nun- ea», «el mas perfecto de quien haya tenido jamés noti- ‘ia. Montaigne estimé mediocre a su propia época, com- parada con las gloria de la antigiedad, y los antiguos fue- fon su punto de referencia para uz el presente igual que lo fueron para los humanistas. ‘Como los humanistas, Montaigne dedico poco tiem, a lor escolasios,o al dios de ls ensenanzs eacolisiens Aristoteles: al menos, a su Logica 0 a su Merafisica Cuando, relativamente tarde, Montaigne descubrié. las Ericas y'la Politica, las aprecio rmucho més, y también a este respecto fue un hombre de su tiempo. Como Sécra- tes, Ciceron y los humanistas, creia que el estudio pro- pio de la humanidad es el del hombre: la condicién hu- mana, no el universo fisico. La primera cosa que un niio debia aprender —eseribié— era «a conocerse a si mismo, a saber c6mo morir bien y eémo vivir bien» (1.26). Mon= taigne no era un ignorante en materia de ciencias fisicas. Estaba al tanto de la teoria heliocéntrica de Copérnico, como también de «los étomos de Epicuro, o del pleno y el vacio de Leucipo y Deméecrito, 0 del agua de Tales» Montaigne ” (2.12), pero esas ideas abstractas no despertaban su cu- Cre eNe Ieuan dr tract Coverion 9 Prolaned {quien estaba en lo cierto, # el sol giraba en torno a la tie- 10 ero tomo ls Montaigne inno mas bien por fa tecnologia contemporanea, por las mé- ‘linasingeniosas, como lo delara el diario de sus Viajes aT ERPRENPORETESh por altnciogar descriptionce de? puertas automiticas de Nuremberg o la gruta «milagro sa» de Pratolino, en Toscana, donde la fuerza del agua causaba el movimiento de las estatuas o el sonido de la music, Con todo, cuando lego a Roma, sus entusiamos fueron los de cualquier humanista. Acudio a le Bibliote- ca vaticana y’admicé los manuscritos de sus autores fa Yoritos, Plutarco y Séneca, y pas6 dias estudiando las rui- nas dla cudadl clisia, Elog las obras de arte antiguas yyedemas per no twvo mucho que desir acre de Montaigne ha sido presentado, a veces, como critica del humanismo, como parte de un «contra-Renacimien- torJNo esté del todo claro lo que pensé de los principa= lee humanistas de su siglo, Tuvo una gran dewda con Erasmo, pero rara ver. se refirié a él, quiza porque la Igle- sia habia Iegado a relacionar a Erasmo con Lutero. Le disgustaba Is. pedanterfa, y- se burl, al estilo en cierto modo erasmiano, del erudito y sus noches ala luz del can- dil: «gerees que busca en sus libros la manera de ser me- jor, mas feliz o mas discreto? Nada de eso. Tiene que en- Sefar a la posteridad la medida de los versos de Plauto y el recto modo de nt Bae latino, ne ie ‘en la empresa (1.39). Llegado el easo, y también al igual ‘que Erasmo, Montaigne criticé el ideal estoico.del-hom- bre_constante, «un Coloso inmévil ¢ impasible», como antinarural, acaso ighamano (1,44). Silos humanistas fue- Tana le oerieeea cual oop by hiskoesrclae ee Ia wetoxica, lacdignidad del hombre y ef poder de la ciz6n, aman, ehtonce ng puede caber dua alguna acerca dl disancimieno de Montaigne por respet a su scis- des; pero —como indica el ejemplo de Erasmo— eso sig- 20 Peter Burke nifica simplificar indebidamente dicha corriente. Hubo hhumanistas que eriticaron la retorica, o que escribieron contra los estoicos, asi como hubo eseritores antiguos que lo hicieron, por ejemplo Plutarco, mostrandose una ver mis digno de la aprobacién de Montaigne, or fo que se rfiere a la dignidad del hombre, seria erréneo establecer un contraste demasiado fuerte entre el famoso Discurso acerca de la dignidad del hombre de Pico della Mirandola y el no menos famoso rebajamiento de las pretensiones humanas que hizo Montaigne en su Apologia de Raimundo Sabunde- (2.12). Es certo que Montaigne rebate a Pico, y arguye en favor de la peque- fez del hombre, «esa miserable infeliz eiatura, que ai siquiera es dueiio de si mismo... y, sin embargo, osa Ila- ‘arse sefior y emperador del universo». Los desacuerdos entre los fildsofos, Ia sabiduria de los animales —como el perro, que «deduce con su olfato qué camino ha to- tmado su amo, In ncersdumbre de os datos dels sen- tidos, y muchos otros arguments, se ponen al servicio del combate contra Ia presuncisn y vatigad hamanas, fen especial contra la idea de que es el uso de la razén lo que distingue al hombre del bruto. Montaigne trae a co- lacién la tipica cita humanistica de Protégoras tan sélo para escarnecerla: «En verdad que Protégoras nos conté tun cuento malo de ercer, al hacer del hombre la medida de todas las cosas, siendo asi que nunca se la habia to- mado a si mismo» (2.12). Sin embargo, los humanistas no fueron inconscientes de las debilidades humanas. Las piezas ret6rieas, fabrica- das en serie, sobre la dignidad del hombre, a menudo iban emparejadas con otras sobre su miseria, desplegando los argumentos en pro y en contra, como hizo el eseritor francés Pierre Boaystuau.cn su Teatro del Mundo (1559), libro que figura en la biblioteca de Montaigne. Pico adop- taba un papel en el pleito, y Moritaigne el otro. Su «Apo- logia» es una pieza de serie, de tono muy distinto al de otros ensayos. Aqui, pese a su pretension de no fiarse de la retérica, lo que Montaigne nos ha ofrecido es un dis- Montaigne a curso brillante acerca de la miseria del hombre. Esa no. cra la historia completa, y él lo sabia. En otro lugar, sjnuaba que «nada ay tan admirable ni legtimo como desempenar el papel de hombre bien y con propiedad, ni jay cancas ea Uficliceteocio ls debe: Gomorra bien esta vida, conforme a la naturaleza; y de todos nues- tros achaques es el mis grave desdenar nuestro ser» Oy) ‘Montaigne no fue un humanista «tipico», suponiendo que los haya habido. Era demasiado individualisea para cello, Indudablemente, no fue un. Bre a como tan tos humanistas. Juzgo pesados los didlogos de Platon, y sin duda disfrut, al decirlo pablicamente, con lo que lla- maba su «sacrilego descaro». Consideraba que tenia mis valor conocer bien la lengua propia, y acaso la de un pais, vvecino por anadidura, que saber latin y griego; evidente- mente, reaccionaba en este aspecto contra la educacién {que su padre le habia proporcionado. No pens6 que la autoridad de los antiguos fuera decisiva. A diferencia de la mayoria de sus contemporaneos, Montaigne no creyé ‘en autoridades (aparte de la de la Iglesia). Como hemos and lOpinétque bens peticitc lafensenanta lisa or instil pedanteria. Manifesto que preferiria entenderse a si mismo que a Cicerén. Tenia escasa confianza en la razon humana. Era, sin duda, un humanista poco normal. Si di- cho término ain parece aplicarsele con propiedad, des- pués de todas esas matizaciones, es a causa del constante uuso que hace Montaigne de la antiguedad clisica como punto de referencia, y de su admiraciGn por ciertas per- Sonalidades antiguas, como Sécrates o Plutarco. Bee dial ee cont gee aos Mea ed miraba a Sécrates; la conciencia de su propia ignorancia, la insistencia en el conocimiento de uno mismo, el des- precio hacia los sofistas profesionales, la falta de solem- nidad, la ironia, todo ello nos recuerda al propio Mon- tage. En cuaio a Puarc, se watbe aimisina deal ‘mas gemelas. Plutarco fue un fildsofo, pero también un Here rfc ac icio que libs derecanenao care 2 Poser But 0s piilicos, tanto en Delfos como en su Queronea na- tal, Su preocupacién por la vida recta se manifesta en sus vidas paralelas de griegos y romanos famosos, asi como en sus discursos éticos, que fueron traducidos al frances en 1572, precisamente a tiempo para que Montaigne hi- ciera uso de ellos. Tiene un discurso acerca de la racion nalidad de los animales, del que Montaigne tom6 présta- mos para su apology oto acerca del ate de bs pac dres hacia sus hijos, del que hay ecos en el ensayo de Montaigne acerca del mismo tema; y otros mis, de los! gue Montaigne también aprendio mucho, x lencia de los oriculos y sobre la Parece imposible evitar el relativismo, es decir, la conclusion de que todas las costumbres valen Jo mismo. Una vez més, se suspende el juicio. Por su- pucsto, no 3 pucde wv en estado de suspension per= manente, ¥ Sexto recomienda que vivamos, en la practi- ca, ce vida conforme a las semble de nuestro pais, ioinoh cb Seanad dvaueeee eae SL y qcuiudes ‘son. Jnana injustas: frases demas, xto llega a criticar al filosofo griego Protagoras, al igual ee Montaigne, por Li hombre «la medida as las cosas en otras palabras: por etnocentiamo, parne nescence havea os ecohniaens [eae La postura de Sexto es una elaboracién de la de Socra- tes, de quien se decia que habia dicho que nada sabia, ex- cepto que no sabia nada. Otro enunciado clisico de la ee -esces rs fig igh Sane E de Cicerén (es- nes de Arcesilao,fil6solo de ls «Academia Nuewe que habia ido més lejos incluso que Séerates, declarando que ni siquiera podiamos estar ciertos de que no hubiera nada Montaigne 3 En la Edad Media, la obra de Sexto se perdid, y parece haber existido escaso interés por debates epistemol6gicos de esa clase hasta el siglo catorce, cuando el filésofo i gles Guillermo de Ockham (aprox, 1300-49) arguments jue era imposible probar, mediante la razén humana, que ‘Bios fuera infnita & omniscient, e incluso que hublera tun solo Dios, més bien que varios, A diferencia de los es- cépticas clisicos, no dudé acerca de nuestro conocimien- to de este mundo; lo que hizo Ockham fue separar los terrenos de la fe y la razén, como los fildsofos del mun- do islamico habjan ido haciendo. En el siglo quince, Le docta ignorancia de Nicolis de Cusa —libro conocido por Montaigne— exploré la argumentacién de Ockham, # saber a poilidad de conocer « Dios por medios no Las ideas de Ockham fueron bien conocidas en el si- sl ests fe ensearon en machas universes. Es robable que hicieran que el antiguo escepticismo resul- fara un canto mas faci de aceptar cuando fue redescu- bierto, disminuyendo la resistencia intelectual a las ideas pirrénicas. Es también probable que los antiguos escép- ticos fuesen contemplados a través del cristal oceamista Una sintesis de ambas tradiciones intelectuales fue deli- neada por Erasmo. En su Elogio de la Locura (1509) "to libro dea biblouade Montaigne Erasmo ploté al maximo las jes paradojicas de un dis- Fito burleso en alabanza de a locura, pronunciado por la Locura misma, valiéndose del escepticismo para soca- var lo que él consideraba como dogmatismo de los filé- sofos escolisticos, y concluyendo, a la manera de Nico- lis de Cusa (y de San Pablo), con la presentacin del cris- anismo como tna forma de locura superior a la sabidu- ria" Erasmo unia de este modo temas de la tradicin la sica y de la cristiana ‘Axi procedié también Gianfrancesco Pico della Miran- dola, sobrino de aquel Pico que habia escrito acerca de Ia dignidad del hombre. Su Examen de la vanidad de le doctrina de los paganos (1520), utiliza a Sexto (aunque Peter Burk aiin no habia sido impreso) para combatir tanto la flo= sofia clsica como la adivinacion, quiromancia, geoman= Gia, ete gue eran tomas en sei en aque choc mismo por muchas personas instruidas que por la gente Corriente, Para Giankrancesco Pico Tas autentcs fuentes de conocimiento son la profeeia y fa revelacion. En a li- Tea del libro de Erasmo, con su aspecto de paradojain- tencionada, el del humanista aleman Agrippa de Nettes- heim, Acerca de la incertidumbre y vanidad de las cien- ‘as (1526) examina una por una ls diversas ramas del co- nnocimiento, destruyendo sus pretensiones de verdad, Es- ‘éptico en cuanto alas vias tradicionales para aleanzar c nocimiento y poder, Agrippa parece haber ereido en la clicacia de vias no racionales para ello, puesto que fue un mago practicante. También su obra fue conocida por Montaigne. Hacia la mitad del siglo dieciséis, cuando Montaigne era estudiante, un grupo de intelectuales de Paris se to taba considerable interés por les cusiones epistemo- logicas. Petrus Ramus, una de las figuras més controver- tidus de ls Uinveridad, aacaba a Aerccles, senda acu sado de escéptico por jos aristotélicos. Un joven aboga- do, Guy de Bruts, publics sus Dialogos contra los nue- ‘v0s Académicos (1358), creatva imitacién del Academica de Ciceron que discutia no sélo el problema del conoci- mieno sino ambi l del eam jure, Ea ls 1560, dos versiones latinas de las Hypotyposis de Sexto fueron publicadas en Paris. En 1576, el filosofo Francis- co Sanchez escribié una extica de Aristételes y los logi- cos medievales, titulada «Que nada se sabe» (Qued bil Satur). Sanchez era antiguo alumno de la escuela de Mon taigne, ef Collége de Guyenne. Haya 0 no conocido Montaigne su obra —que no fue publicada hasea 1581, un ano después de los Ensayos— esta es una ilustracién iis del atractivo del escepticismo para la generacion de Montaigne. Lo mas importante de esta exposicién del desarrollo del escepticismo en la cultura occidental radica en que it~ Montsigne 2 ide creer que Montaigne fuesé a su torre pare atravesor sted gaat lo sci eentaes eortsscae oan) Sek bia reticado de la vida piblica, pero no estaba intelectual- mente aislado. Leia a Sexto, Ciceron, Erasmo, enipps: Ue Brugs y otros, En Ia Francia de su tiempo, el proble- ma del conocimiento podria incluso describirse como t6- el Dicho problema, sin duda, fasciné a Montaigne. Des- de el primer enaayo hasta el Glino, gubraya la variedad de las opiniones humanas y, consiguientemente, &u fala de fiabilidad, «No hay dos hombres que tengan nunca’ la mista opininacerea de fa isin cosa (3-19), Verte o> ‘carniog Ip mismo sobre las predicciones de los quiromaa- ticos que sobre los diagndsticos de los fisicos, subrayan- do los desacuerdos existentes entre los profesionales de ambas artes acerca de las petit en que deben ser i dos los «signoss. Una por una, las ideas escépticas de Montaigae ton reminiscencas de sus predecesoes, peta la combinscidn de ellas es suya propia. Como Erasmo, cexplota al mésimo las oportunidades de ironia. Como Gantrancana Peo) pore pran expeho, en atacar alos adivinos; a diferencia de él tambien critica la profecia Como Sexo, y, ms retientemente, de Bruts, considers ls divetsidad de dxstamliced = eyes Corte unc de los rise importantes argumentos en pro del escepticismo. Como Sanchez, pone el acento sobre los ge de 4 través de as epoca € interpreta el cambio\eomo pres ba 2 incertidumbre. ie Hasta qué punto toma Montaigne en serio sis argu- Be Grae ks debe cea ne ra. No podemos estar seguros de si sufrié una pereseel Aenea Ge tt cesar arta t6rico, ae la insist ia de los sae escépticos en sus enbayos have que la primera coneusion patezen ts probable, En cualquier caso, es dificil jarse en estas cues- tiones epistemoldgicas durante algin tiempo sin expe Teco t [erty ara ein vege tual. Tampoco podemos estar seguros de si Montaigne se 2 Pacer Burl ‘oponia a la raz6n o, simplemente, al dogmatismo. Pare usar el término raison de varias maneras, y aceptar la Pai son wniverselle (los principios fundamentales de la natu raleza y la cultura), al tiempo que rechaza la raison bi mains pero en este punto es preciso tambien ditng entre Ia actitud hostil hacia la teoria y una actitud favo rable hacia lo que podriamos llamar «razon prictica», Elogio a los escépticos porque «usan su razén para in-| vestigar y discutir», aunque no para elegir (2.12). Este fue, precisamente, el método que sigui6 en sus ensayos. En odo cao, ys fuera ineohereniavolumtaria in ‘consciente, su escepticismo no le impidié a Montaigne] hacer grandes enunciados generales de toda clase, tales como «todo movimiento manifiesta lo que somos», 0 «el mundo se halla en estado de cambio incesantes El problema de las dudas de Montaigne y del aleance! de las mismas es, por supuesto, crucial para la interpre~ tacon de su pensamient Nuestra interpretacion de sus acttudes religiosas o politicas depende necesariamente niestra respuesta a dicha cuestion, Invitamos al lector a tenerla presente, y también —al menos durante algin’ tiempo—a suspender el juicio, mientras lee los capitulos siguientes. Capitulo 4 La religidn de Montaigne No es muy sorprendente que Montaigne encontrase atractivo el escepticismo, pues su generacion —la de los 1g aaa el problema nuevo, agudo y urgente. ;Que forma de Cristianismo tenfan que sae ines Ia protestant? Por afaidur, los tealogos de cada partido habian ido socavando los fun- damentos de ls efeencias del oto. Lox protestants ban euestionado la autoridad de la tradicién, y los ea licos, por su parte, aban suscitado dudas acerca dela au- toridad de la Biblia. Los resultados de este «temblor de ios cimientos» fueron serios, segin el propio Montaigne, y ninguno de los partidos s¢ los habia propuesto: pc rug pe exalts on bles I eesti de iste oT te bade ea Sag come sen acon, y fbn Smo iguaimente inciertxyy en 00 acepar nada em absolut por autoridade 212) a x» Peter Bus En medio de esta crisis, se encargé Montaigne de tra~ ducir Ia Teologia Natwral (0 Libro de las Criatwras) del «scritor catalin del siglo quince Raimundo Sabunde. Di- cha traduccidn, publicada en 1569, fue el aprendizaje li- terario de Montaigne. La Tealogia Natural, grueso volu- men de cerca de mil paginas, describe la Naturaleza como un libro.que nos ha sido-dado, a semejanza de la Biblia, con el fin de manifestar la existencia de Dios. La Natu- falera © preven como una-socidad errguca en cuya eiispide esti el hombre, la parte mis noble y per- fecta de a creaciin dvina El libro de Sabunde cs na «tcologia natural» en el sentido de una teologia basada en la razén, sin el concurso de la fe 6 la revelacion, Se hace eco de las ideas de los humanistas contemporaneos acer- ca de la dignidad del hombre. Fuérale 0 no ail a su padre —que fue quien le encar- fi raucion-— la Teologia Natural no parece haber le prestado un gran servicio a Montaigne, quien, como hhemos visto, se hallaba turbado por la duda hacia la mi- tad de los 1570. En este momento escribié uno de sus Inds famosos ensayos, la «Apologia de Raimundo Sabun- (2.12). Redactada como si fuera una defensa de la teo- logia natural de Sabunde, es, en realidad, precisamente lo contrario: una demolicion escéptica delas pretensiones de la razén humana. Sostiene que es presuntuoso que el hombre se crea la més noble criatura del universo, ya que tos animales seen tanta rarén prictea como nosotros, nuestra razén teorética no es digna de confianca, sien- Joiners sus conclusions. te itn lector dl siglo vine es posible que Montaigne le parezea un agndstico; pero las apariencias engaiian, Su escepticismo es my distnto del agnosticsmo moderno, E] término agnosticismo» fue acuaiado en 1869 por el cientifico T. H. Huxley para describir la creencia segan la cual nosotros no podemos conocer a Dios, ni cualquier ‘otra pretendida realidad mas alld de los fenémenos. Lo ‘que quiere decir que Huxley tenia sus dudas acerca de lo ssobrenatural», pero confiaba en los fendmenos y en la Montaigne PT 276m humana. La posicién de Montaigne era poco més ‘© menos la opuesta. No confiaba en los fendmenos (0, iejor dicho, no confiaba en a pereepciones humans de los fendmenos), ni tampoco en la razon humana, pero pa- eee cers eigcca en aan clusién de que s6lo la fe puede comprender los misterios ‘del Cristianismo, y de que el hombre slo puede elevarse sobre su humanidad st Dios le ayuda, tendiéndole su Esta posicion es conocida actualmente como «fidefs- mon, efmino acufado en elsigh diecinueve para desert bir un rechazo de la teologia natural en base a motivos mas 0 menos diversos. La sumision friamente escéptica de Montaigne es distinta del mas emotivo salto a la fe de tun Kierkegaard. Y no se trataba de una posicion ins6lita para un cristiano del siglo dieciséis. Habia una fuerte tra- dicién de teologia natural, con ejemplos mas grandes que cl de Sabunde, tales como el de Tomas de Aquino, que intentaba demostrar la existencia de Dios mediante cinco argumentos distintos, basados todos ellos en la sola ra- 26n humana: esto es lo que rechazaba Montaigne. Pero habia también una fuerte tradicion antirracional dentro del Cristianismo (0, al menos, tendencias antirraciona- les), que, desde San Pablo (Montaigne habia pintado cua- tro citas suyas en el techo), iba, a través de San Agustin y Guillermo de Ockham (quien declar6. ser imposible probar la existencia de Dios por medio de la «razén na- tural), hasta el siglo dieciséis. Lutero, por ejemplo, era un fideista, que se burlaba de la «Seitora Razon» por juz~ gar las cosas divinas con una medida humana. El padre de Montaigne tom a Raimundo Sabunds como un an- tidoto contra el lureranismo, pero la apologia de Mon- taigne suena mis a Lutero. Sin embargo, hubo también fideistas eatdlicos, y no sélo protestantes. Gianfrancesco Pico della Mirandola, de cuyos ataques contra la sabidu- ria pagana hemos hablado ya, fue uno de ellos, Para un catolico, expresar escepticismo acerca de la validez de la teologia natural no significaba faltar ala ortodoxia, a me~ 2 Peter ddiados del siglo dieciséis. Y de hecho, el prélogo de Sa bunde fue condenado por la-Iglesia en 1559, precisame: te por reivindicar demasiado la raz6n. A mediados del siglo diecisis, la Iglesia estaba biando, El Concilio de Trento —-qve se reunio por ved rimera en 1540, pero que publicé sus principales reso- [pests ef 1562-69 febeomotan re do apis fa el Ia historia del Caolcsmo, porque defini a todos a propésito de ciertas cuestiones que, previamente, ha-| tian estado abiertas, o al menos cote Exe fue eh momento en que la justificacion por la fe fue declaradal Herta; en que la Vulgata fa vrei latin tradicional de la Biblia— fue declarada oficial, a expensas tanto del texto griego como del hebreo, asi como de las traduccio- nes a las lenguas vernéculas; y el momento en que el eri- ticadisimo culto a fos santos y a sus reliquias qued6 rea- firmado. La ortodoxia se reforzé mucho més que antes, mediante la Inquisicion y el Indice de libros prohibidos. EI resultado de estas resoluciones fue la division de Eu- ropa en dos campos, el eaélic y el protestant en vez del mas amplio y vago espectro de opinion religiosa que cexistia antes @Donde se colocd exactamente Montaigne? Parece ha- berse comportado como un eatdlico ortodoxo del perio- do posterior al Concilio de Trento. Durante su visita a Roma, segin nos informa su diario, asistié con gusto a los sermones de Cuaresma, y, como cualquier otro pere- grino, fue a ver las reliquias: la Veronica en San Pedro, y las cabezas de San Pedro y San Pablo en San Juan de Letrin, También hizo una visita a la Santa Casa de Lo- feo, uno de los santvarosctSicos mis populares de la época, y gast6 cincuenta écus, suma nada despreciable, en. imagenes y velas. Siempre que escribio acerca de las gue- ras religiosas en Francia, se refiri6 al partido catolico gomo a snosotros. Expres6 asimismo ciertas simpatias hacia el eatolicismo «nuevo estilo», relacionado con Tren- to. Tuvo palabras de admiracion para las austeridades de San Carlos Borromeo, el ascético y militante arzobispo Montaigne » de Milan. Crey6 que habia «mucho mas peligro que pro- wechom las ta uciones de la Biblia as lengus ver niculas: equién tendria competencia para comprobar la Cracttud de las taducsione al vaco 0 el breton? En cualquier e280, «el estudio de la Biblia» —eseribio— «no cs para todos. En el mismo ensayo, llegé hasta a decla- rar su intencién de no escribir nada contrario a las doc- trinas de la Iglesia Catolica, Apostdlica y Romana, en la que he nacido y en la que moriré>, anadiendo que so- mmetia sus ideas (1.26) Esa observacion puede no ser més que una critica eri tiana de la humana presunci6n al pretender compren Jos caminos que Dios sigue. «Tus designios son un pr fundo piclago~ (almos, 36.6: sentencia que Montag habia pintado en su cuarto de trabajo). Alternativament te, Montaigne podria estar negando totalmente la Provi encia, en fa linea sugerida por Lucrecio, poeta roman del sigio primero a. de C., cuya obra Natiraleza del Uni vverso presenta a éste como una danza, sin sentido, de sto ‘mos. Sabemos que Lucrecio era tino de los autores {aval x Pec Bare ‘cesario corregirlas 0 no, y de hecho no lo hizo, El censor’ fo encontro nada mis grave que las frecuentes alusiones. ala «fortuna» (en vez de a la Providencia), la mencion de poetas heréticos (como el jefe calvinista Theodore Beza), ¥ la defensa de un renegado del crstianismo, el empera- ‘dor del siglo cuarto Juliano el ApOstata, zMuestra la reac~ cién del censor que cometemos anacronismo al conside~ rar subversivo a Montaigne? Seria temeraria, por parte de’ tin historiador, la pretension de poseer un olfato para la herejia mas fino que el de un censor papal del siglo die-, iss, si bien es dificil dejar de preguntarse si dicho cen~ oy oes covaedone de. sdea lag aplicsGones de lapel EE Moouaigie, Una de las razones de su benignidad, sia duda, la da el hecho de que, en los 1580, la amenaza mas seria para la Iglesia procedia de los protestantes. Mon taigne no simpatizaba especialmente con el protestantis- imo, y ademas el escepticismo parecfa més bien un aliadal ue un enemigo en la contienda contra la herejia. Las de ae paveecabevaecuseiapia Linanah 7 conibe’ racién con los ejercicios infantiles, fueron tomadas por ell censor, sin duda, de manera totalmente literal. Pero gy sil Suponemos que habian sido. propuestas irdnicamentel {como las extempordneas declaracianes que en-otro lugadl hace a propésito de sus «garabatos)? ;: ‘Evidentemente, la posicion alternativa consiste en de- cir que Montaigne era més escéptico que catélico, y que} fuunea abandoné el principio de la suspensidn del juiciog ‘Manifesto en una ocasidn que, de entre las opiniones hu- manag acces de la elipsbe onoclas e-oporidaa’ aa fe), la de mayor plausibilidad fcraysermblance) era la del aiuien seonsderaba a Dios como un poder incon prens ble, origen y conservador de todas las cosas. se olende por causa de los honores y revere humanos: E tributan, con uno u otro nombre y en una. ‘ont forma (212). Sexto Empirico aconsejaba al escép: tice que abservara las costumbres de su propia sociedad, ¥ el comportamiento de Montaigne se ajusta a dicho cond sejo. Estando en Roma, actué de conformidad con el Moxie » Papa. Las afirmaciones de su sumisin ala autoridad ecle- sts purden entender como una parte de al confor mmidad externa, puesta en prictia por razones puramente rade ie ; ae re io hay que olvidar el conocimiento que Montaigne t- nia del erudito Justo Lipsio, ue se comport como cal- vinista cuando ensefaba en Leiden —-en {a Repablica ho- landesa—, y como catdlico cuando lo hizo en Lovaina, coy Pass Bajos epatle. Como saben hoy, ea miembro de una pequena secta, la Familia del Amor, que ‘seopendiba «ts ies ice onfomidad ene na. No estoy sugiriendo aqui que Montaigne fuera un ls considera como atinen tesa la religidn, no menos que ala politica. Esta segunda interpretacion parece recoger mejor el sentido de la tic. tica fteraria dé Montaigne, quien prefiee insinuar mas bien que enunciarabiertamente, y ocultar opiniones no convencionales en ensayos que, aparcatementc,tratan de © Pace Burl cosas completamente distintas. Ello implica que las pr testas de sinceridad de Montaigne eran una mascara, que era en pablico un hombre diferente del que era privado, del Montaigne publico y del privado tratarem fen los dos eapitulos siguientes. Capitulo 5 La politica de Montaigne abamos de ver que no es facil caracterizar la religién de Montaigne, Su postura politica tampoco encaja con claridad en eategorias modemas. Algunos autores le han llamado liberal; otros, por el contrario, le han pucsto la eti- queta de conservador. Ambos términos son anacrmicos. [a palabra «liberal» se refiere por lo comin.a un conjun- to de-actitudes modernas (aprobacién de la democracia, tolerancia, derechos de la minorias, libertad de expre- sin, etc.) que Montaigne no compartia. Su célebre de- fensa de las brujas no se apoya en fundamentos liberales, sino eseépticos: parte del hecho de que la identficacion dle una bruja es mera conjetura. No abogé por la libertad de cut para los ealvinstas franceses de su tiempo. Se ‘puso a la teoria protestante segtin la cual el cristiano esta Dbligado's dascbedecer los mada injesve del loguke dor:|eNo debe permitirse que el juicio de un individuo decida en qué consiste su deber; debe decirsele qué ha- cer(2.12). Al igual que Sécrates y Sexto Empirico, abo- 8 por la conformided externa con las costambrcs del propio pais. 2 Pecer Bus Su apoyo a la conformidad externa puede hacer cre aque Montaigne er un conservadr. Fn ete punt, la di icultad radica en que, si queremos usar el término en sentido preciso, tenemos que decir que un conservad ¢s alguien que se opone a los liberales. En dicho sentido, no habia conservadores en el siglo dieciséis. «Derechar sizquerda, en cuanto nombres de panos espetioy surgieron juntos en la época de la Revolucién francesa Si deciimos usar el érmino «conservadory en un sent jo mas vago, nos tropezamos con el problema opuesto, En el senile lazo del srmino, todos eran consertado en el siglo diecistis, puesto que todos —y Lutero no m os que el Papa defendian sus posicones recurien ala tradicién. Lo que si podemos decir es que a Montaigne no le taba el cambio, estuviera o no justificado por un recurs al pasado. Sabia bien que habia muchas cosas injustas e ia Sociedad en que vivia. La venta del cargo de juez e algo que le impresionaba como especialmente absu (1.23). La ecorrupcién> 0 senfermedad» de su época € lun tema permanente en sus ensayos. Sin embargo, man: tuvo que el cambio era siempre temible, «En los asunt piiblicos, no hay costumbre tan mala, con tal de que se ble y tradicional, que no sea preferible al cambio y al teracidn... Es bastante facil criticar un sistema politi (une police)... Pero el problema esta en establecer un gimen mejor en lugar del que ha sido destruido» (2.17) Su escepticismo le lleva a estar a la vez en pro y en con: tra, Condenaba la revolucién tanto como la represién, or ls mismas razones, «Hace falta no poso amor pr pio y presuncién para tomar las propias opiniones tan ef Serio como para quebrantar la paz con vistas 2 imponer las, introduciendo tantos males inevitables y tan tremen: da corrupcion de costumbres como traen consigo las gu tas civles las revoluciones poliicas (mutations tat (1.23), Esta es [a cuestion. Montaigne no estaba simplement sacando consecuencias del escepticismo, sino pensand Montaigne 6 en las guerras civiles, que se hallaban en el centro de sus reflexiones politics, como era normal en un francés de su generacion. Los historiadores distinguen a menudo cuatro guerras civiles en Francia en la segunda mitad del siglo dieciseis, pero, en la prictica, todo el perfodo com- prendido desde 1562 (fecha de la matanza de Vassy y de 1h batalla de Dreux) hasta 1595 (cuando el Papa absolvio 4 Enrique IV) fue la guerra continua. Se las lama guerras 1eligiosas», con los catdlicos de una parte y los calvinis- tas —conocidos como shugonotes»— de la otra. Los hu- sonotes, entre los que habla hombres de la noblena (y mujeres de la nobleza), abogados, comerciantes y artesa- nos, tenian sobre todo fuerza en las ciudades del sur, cluida Burdeos. El gobierno 0, con més precisin, la xente, Catalina de Medicis, y el canciller, Michel de 'Hé- pital, empezaron por hacer concesiones a los hugonotes, ‘quienes se otorg6 libertad de expresion en 1562. Como los hugonotes aumentaron su fuerza, la actitud del go- bierno cambio, La famosa Matanza de San Bartolomé, en 1572, comenzd como un intento, por parte de Catalina de Médicis, de asesinaral lider hugonote, el almirante Co- ligny, pero se convirti répidamente en una matanza de protestantes en Paris, ejemplo prontamente imitado en Lyon, Toulouse, Burdeos y otros lugares. Cuando Cat lina voivié a una politica de concesiones a los hugonotes, ‘ovood una reaeciGn eatolica. La intolerancia se encon~ ba en el plano local, popular. La formacién de la «Liga catdlicas a escala nacional, en 1576, para defender los in- tereses de los catdlicos, que se sentian traicionados por cl gobierno, siguid al establecimiento de ligas locales det {fue la mayoria catlica odiaba con tl violencia a la tinorta protestante? La gente no estaba habituada a la diversidad religiosa en aquel periodo, y se sentia amena- zada por ella. La mayoria de los eatolicos franceses (aun- que no Montaigne) odiaban y temian a los hugonotes como odiaban ¥ temfan a los judios, os turcos y las bru- jas (y como los protestantes ingleses odiaban y temian a “ Peter Burl los Tita a esos efectos. Mientras que Calvino, por ejemplo habia dicutio lo de engatare a uno mano cf vend nos religiosos, el andlisis de Montaigne es esencialmente secular. Hemos visto que los politiques razonaban que la ‘lig era una racionalzain, somo decian mas ex Presivamente, un emanto», de multiples propdsitos egois- Sg Feo Mean fe mucho ns on en su andi la pipere, y sus ensayos ocupan un puesto, entre las Confesiones de San Agustin (obra que parece no haber co. nocido), las Mlximas de La Rochefoucauld (que cono- «is bien fos Ensayos), como exposicion clisca de los re- Sultados del amor propio y la hipocresa. Sabfa muy bien que el desvelo por al bien pablico puede ocultar ambi- (1-39); que un hombre puede ser humilde por oriu- Mo (17); gue It pofesion publica de vied puede n- nascarar una vilosa vida privada (3.5), y. mat en gene- Whee key mewn hae oreh eee cia individual de un hombre y su «papel> publico (yale 8 un término empleado varias veces et los Esais en ese sentido). Es poco sorprendente que ningiin hombre sea tm hoe para su ayuda de chara, o mas exactament, en Ia versién que da Montaigne del epigrama, que pew hommes ont esté admnivez par leurs domestiques (3.2), Supuesto su deseo de toral honrader, y su conciencia de las miscaras que otros llevan, Montaigne solo podi tratar algunos de sus temas centrales discurriendo acerca de si mismo. «Las demas gentes no te ven en modo al- uno, sino que te adivinan mediante inciertas conjeturas> G.2)- Las aparentes digresiones acerca de detalles de su Vida privada, su salud, sus edlicos, sus Renee ma teria de alimentacién y vestido, digresiones que iritaban a los lectores contemporineos, son hechas por razones epistemolégicas, sobre la base de que =todo hombre en. Montagne 7 cama la forma global de la condicién humana» (chaque Somme porte ls forme entiere de Phumaine condition) (3.2). Forme parece usarse en dicho pasaje en el sentido srntelco dé un modelo encaiado en la mater, Mon- ‘algal ef pu garreinepe ciey paporeer na con Deseartes en su sestufar, 0 con Proust, observindose a si mismo en su lecho de muerte, La detallada descripcién. de sus sensaciones tras tina caida de caballo da la impre- sién del relato de un experimento planeado para descu- brir lo que se sicnte al morir (2.6). Este punto, epistemo- Jégicamente crucial, queda disfrazado en parte por la pre- sentation, tipiea de Montaigne, de passes autobiogral= ox come po Se trataze mts que de inocence autoindal gencia, Senalaba que el rey Renato de Anjou habia pin- tad un auorrecat,y ana: «Por au noc an le timo que cada hombre se retrate a si mismo con la plu- ma, como allo hizo con el lapiz?» Montaigne sabia que la autobiografia habia sido inten- tada antes, si bien, bastante curiosamente, no puede ha- ber conocido su desarrollo en la Italia del Renacimiento. Las autobiografias del Papa Pio Il (escrita en los afios 1460}, Benvenuto Cellini (que escribia en los 1560), y el fisico milanés Girolamo Cardano: (erie en 1575), co- trian paralelas con el desarrollo de la pintura de autorre- ttato en la misma zona y en el mismo periodo (Pinturic- chio, Vasari y Tiziano, por cjemplo). Las afinidades eo- tre la manera que tuvo Cardano de presentarse a si mis mo y la de Montaigne son especialmente sorprendentes La obra de Cardano incluye capitulos sobre su salud, sus rasgos externos («tuna voz mas bien demasiado aguda. ‘una mirada fija, como meditativa), y «las cosas que me causan placer, entre las que se cuentan pescar, la sole~ dad y In lectura histérica, Sin embargo, ninguna de las tres autobiografiasitalianas se hallaba impresa en la épo- ca en que Montaigne escribia. La coincidencia temporal enure- Cellini, Cardano y Montagne sugiere que lacon- ciencia de la individualidad es un fenomeno social. ‘Coherente con su franqueza, en otros respects, fue la s Pec Bu actitud de Montaigne hacia el sexo, 0 action genital como él lo llamaba. Uno de sus ensayos, «Acerea de la fuera de a imapinacion, ata senciaiment de im Potencis, que interpretaba en trminos psicologicos, y 0 al modo de tantos contempordneos suyos, como resulta ddo de la hechiceria. Montaigne explicaba 1a impotencia por medio de la ansiedad y la consiguiente conctencia Sf mismo que inhibe la accién, haciendo notar, en ext unto come en su rellecin sobre las es nervioso i Alependencis de nuestros cuerpos Con fespecto a nuese voluatad (121). ins ‘Su examen més amplio de la sexualidad se produce elensayo «Acerca de unos versot de Virgilio» (vers muy explicitos del Ii ae descr ben a Venus y- Vuleano haciendo et amor) plantea el problema del taba sexual en la propi de Montaigne, tabii que él considera muy extrano: <¢Cémo podria considerarse el acto de la generacion natural, weesario y honest, si no osamos hablar de Asin embry loots deacon tia? Somos lo basante arevidos pars pronunciar pas Iabras como matar,robar, traiconar clo promancied mos est otra palabra, san embargo, en susurOny E8 Que no somos bratos para lamar cbrutale al to ue tos engendia?s (3) Es dificil decir en qué medida era reciente dicho tabsi cen la época de Montaigne. Hay ciertas razones para in- sinuar que se habia hecho mas intenso segin avanzaba el siglo diccistis de lo que lo habia sido en tiempos de Ra- bela, En la época de Montagne, sen scala en dicho ‘ensayo, un papa podia sentir disgusto ante la desnudez de as estatuasclisicas que poblaban Roma Lo que llama la atencién en este ensayo en concreto! ¢s, en primer lugar, la decision de Montaigne al discutir, serena y pablicamente, algo que habia llegado a ser el mas privado de los temas’ (muchos de sus contemporincos Montaigne ” ninguno lo diseu- ‘ompieron el ab, pero, que sepamon ninguno lo discu- 1i3), sn segundo lugar, su manera comparativa de abor ie eects bo acines deve a senuliad ems di tintas culturass hay partes del mundo donde la desnudez Gs la norma, donde hay culto al falo, o donde comer es tina actividad con las mismas connotaciones de vergien= fay caréterprivad que el seo tlene para nosotros erta Serena wnica curmosidad, Su actitud general ha- fa las demas culturas es el tema del capitulo siguiente, Capinalo 7 Momaigne como etnégrafo Una de las mas sorprendentes caractersticas de Montai ne (al menos para nosotros, lectores de finales del sig veinte) es la extensidn y profundidad de su interés por otras culturas, su independencia por respecto al etnocens trismo, combinada con una aguda conciencia del etn entrismo de los demas, Su ensayo sobre la costumbre re- sistra una sociedad tras otra donde lo que los europeos Consderan extravagant, cSmico 0 vergonzoxo es visto como norinal: «donde las virgenes muestran sus partes cae acres eran lina... donde las mujeres hacen la guerra... donde las mu- jeres orinan de pic, y los hombres agachadose, y conclu ye que «las leyes de la conciencia, que decimos derivan, de I maturaleza dervan de Fs comtumbre.. lo que ext del cifelo dee rqzéne (123). es pagans mis celeb es Su ensayo acerca de ls cani- ales, en el que ofrece una deseripcion detallada de algu- nos de los indios de Bras, recten deseabietoes oe ‘mentaci6n, viviendas, canciones y danzas. Montaigne ob- 6 Montaigne 6 serva que esos brasilefos no tienen «comercio, ni cono~ cimiento dela eserturay ni aritmétien ni magistrals, ni subordinacién iqueza ni pobreza, ni con- tratosy ni deat ageeuiura od es les», Sin embargo, se niega a lamarlos barbaros o salva- jes. Si son «salvajes» (savages), lo son s6lo en el sentido fen que llamamos «salvajes» a ciertas frutas: porque son naturales, y no domésticas (1.31). Después de leer pasajes como ése, nos sen dos a describir a Montaigne como un antropdlogoy o al ‘menos como un «precursor» de la moderna antropologia social. El peligro esti, si procedemos asi, en diseriminar ‘mal entre el eontexto cultural en el que fue fundada la an- tropologia social, a finales del siglo diecinueve, y el de Ia paca de Montaigne. Este eseribia como moralista, y los antropdlogos modernos, en general, no To hacen asi, Por dicharazén sustiuiremos en ete capiclo la palabra por el término mas vago de setndgrafo>. La etnografia, en el sentido de curiosidad por las cos- tumbres exotica, era sin duda floreciente en tiempos de Montaigne. Esa curiosidad no habia sido infrecuente a fi- nales de la Edad Media, como los relatos de Marco Polo acerea de China nos recuerdan, o los viajes de «Mande~ ville», que eran ficticios pero que fueron tomados como reales, y, al parecer, ampliamente leidos, En el siglo dic ciséis, el interés por lo exético parece haberse acentuado, ‘como atestigua la popularidad de la obra Costumbres de las distintas naciones, compiladas por Johann Bochm, ca- nonigo-de UIm. Hay dos razones obvias para esa inclinacién, La pri- wmga-o el tesungimients de a antigedad dati Los os antiguos fabian mostrado un gran interés por las ‘demas culturas, Sdcrates, como nos recuerda Montaigne, eee neers eee eet Be ela celta ag itl @ Pater Burke consideraba el mundo entero como su ciudad natal, y los estoicos tenfan ideales cosmopolitas semejantes. Herodo- 10, que fue muy estudiado en el siglo dieciséis, tenia un ‘ojo perspicaz para el detalle etnografico; él fue quien re~ Est el hecho de queen Fxipto,a diferencia de Grecia, ‘mujeres llevaban cargas sobre la cabeza y orinaban de Bie. Ademss de pormenores acerca de costumbres ext los clisicos ofrecieron esquemas eonceptuales para intorpretarlas. Los escrtores del siglo dicisis que dis- cutian si los indios de América eran «esclavos por natu- faleray 0 ain vivian ena Edad de Oro —ants de la introduccién de la propiedad privada— comtemplaban a) Jos indios con ojos clasicos.. ‘ EL interés por las costumbres extrafas fue también alentado, naturalmente, por el descubrimiento de Amé- fica. Los libros acerca del descubrimiento dedicaban a menudo capitulos al modo de vida de los indios, ya fuese Is actitud del autor de simpatia, hostilidad, o nevtralidad. ‘Un ejemplo bien conocido es la Historia general de las Jada (1552) del cléigoespfl Francisco Lopez de Go ‘mara, La dedicatoria de la obra al emperador Carlos V1 ‘compendia la actitud de Gomara. Antes de que los espa jokes llegaran —dice los indios eran ielaras,caniba les y sodomitas. Interpreta la conquista del Nuevo Mun- do, asf como la conversion de sus habitantes al. Cristia- rnismo y al modo de vida espaol, como obra divina. Ha bbria que afadir que el autor estaba al servicio de Hernin| Cortés, el conquistador de Méjico. Gémara era un apologista de la conquista espaiola en neral y de la de Cortes en particular. Un relato muy stinto de las costumbres indias resulta de la obra Hi torts del Nuetn, Mundo (1365) de Girolamo Benzon Milanés, y por ello sujeto él mismo al gobierno espaiol, Benzoni, que habia pasado catoree anos en cl Nucvo Mundo, condena In eruldad de los espafoles y ofrece tuna descripeidn detallada y hecha con simpatia del modo devia delos ndios, Los «brasilenios» de Montaigne habian sido estudiados; Montaigne 6 detalladamente a lo largo de los veinte afios, mas 0 me- nos, antes de que él escribiera. Un aleman, Hans St habia sido eapturado por los Tupinamba, y apren lenguaje en tanto esperaba ser devorado, pero consigui6 cvadirse y_ publice una relacion, de sus. castumbres, cu- riosamente distanciada, en 1557. Montaigne no parece ha- ber conocido la obra de Staden, pero si conoeia relatos acerea del Brasil de dos viajeros franceses, André Thevet ¥ Jean de Léry, Thever era franciscano; sus Curiosidades 4 Te Fania ac (1858) mosaban considerable i= terés en el modo de vida (maniere de vivre) de los habi- tantes del Brasil. Pensé que vivian «como bestias» (bru- talement). De todas formas, la comparacién entre el Bra- silly «nuestra Europa» —como Thevet la llama— no’ nos es totalmente favorable. Idélatras como son, los brasile~ hos son, con todo, mejores que los «detestables ateos de nuestra época», Una observacion semejante fue hecha por el provestante francés Jean de Lery, en su Historia den viaje 4 peel (1578). Ley coos a los sets coup Bitato, que. erplineian Ecorrupet de bs aorta dea de 1 Cas Pe a mismo tiempo subrayaba lo que él Tlamaba su , de- clrando que su vid pain, armonia y caridad ran cig ers rerum los stains en wir Sptes eh gue gentesinocents estabansiendo objeto de una cari- ccet'en Franca, En su Germania, el gran historiador romano Ticito (si- slo primero d. de C.) habia descrito el valor y la sencilla ‘ida viel de los barbaros germanos, como reproche con- tra sus afeminados contemporaneos. De manera similar, Lary uilizaba a los brasilenos para condenar la Matanza de San Bartolomé y otras atrocdades de las guerras reli giosas francesas. Podriamos llamar a esta técnica el «sin- Sree de Germania». Puede encontrarse también en Ronsard, quien declaraba su deseo de abandonar Francia Yy sus trastomnos para irse a as regiones antérticas, «don- de viven salvajes'y siguen felizmente la ley de la natura lezas; y también en La Boétie, que escribio un poema la- Peter Burl tino lamentindose de las guerras civiles, y expresando su deseo de comenzar una nueva vida en el Nuevo Mundo. Ahora debemos volver a Montaigne, a quien estaba di ido el poema de La Bostie, y preguntar en que difer is contemporaneos. Montaigne leyé a Gémara, Ben- de oni, Thevet y Léry. De Gomara toms informacion, no ideas, Mientras que Gomara habia celebrado la conquistal signe, en su ensayo acerca de espaitola de America, Mor los carruajes, la denuncié: «Tantas ciudades arrasadas hata Tos cents, ants naciones exerminadas, (anog millones de hombres muertos por la espada, y fa part del mundo mais rica y hermosa trastornada en provech del comercio de perlas y pimienta: ruines victorias» (3.6), Los espafioles habian mencionado a veces el canibalisma de lon indios como justiiacin para sometelon a exclas vitud. La apologia de los canibales, de Montaigne, es en parte una critica de la politica espaiola. Esta mas cerea de sus compatriotas Thevet y Léry que de Gomara, Como Léry, da muestras del «sindrome de Gertnaniar 9 utiliza a los brasilefios como una maza para golpear a su Fopia sociedad, tanto como a Espana. Trata el eaniba- lismo desde el punto de vista de la mota en el ojo ajenos «No me ducle que notemos la horrenda barbarie de csos aston, pero me duel que, mientras juzgamossectamente sus faltas, podamos ser tan ciegos a las propias. Creo que hay mas barbarieen comer un hombre vivo que en bas cerlo cuando ha muerto». Como Léry, Montaigne pasa) a hacer comentarios acerca dela crucldad de las guerray de religion francesas (1.31). ‘Montaigne eseribfa como moralista, no como cientfi- co social. Procuraba influir en la conducta de sus lecto~ res y usaba las naciones como sus exempla. Recomends- ba viajar como uno de los mejores métodos de educacion (Ge educciSn mora), «Tants humores, sects, juos opiniones, leyes y costumbres, nos adiestran a juzgarnos euerdamenten, a ver mas alla de nuestras narices y com~ prender ls limitaciones de nuestra razén (1.26) El propio Montaigne emprendié un viaje, a Alemania, Sonaigne eS Suiza ¢ Italia, poco después de la publicacién de los li- eee ee im practic To que prediabs, Su diario patntza lx rmolestas que se tomaba para investigar, por dondequie- ra que iba, las costumbres y ereencias locales. En Alema- bia, interrog6 alos luteranos acerca de su teologia; en Sui- 1,4 los zinglianos y calvinistas. En Verona, visit6 una sinagoga y habl6 con los judios acerca de sus titos, Asis- tio tambien alka la misa mayor de la eatedeal y observ ‘por una vez con sorpresa— como los italianos charla- ban de espaldas al ary con los sombreros pesos du rante la ceremonia. En Toscana, dialogé con una mujer cl campo que tenia reputacién como poeta, y le pidio que le compusiera unos versos. En Roma, asistié a una Circuncisin, un exorcismo y una procesién de flagelan tes, haciendo notar—en raz6n del calzado que llevaban— que los flagelantes eran gentes pobres que probablemen- ise azotaban por dinero, Su mirada etnogréfic sd 16 asimismo sobre la gente corriente, «Pasear por la ca- fe, comenud, nes una de ls mds corrintes actividades Be age roe a Dias ite eens con tn brasileno (através de un intérprete) y, en otra oca~ Byles yh apes fue en Italia donde Montaigne tuvo sus mejores oportunidades para el tra- bajo de campo, En tales invstigaiones podemos vr al ‘scéptico prictico, que quiere averiguailo todo por si ee earcnan a at ception metafisico, que duda cla eidencin de sue sentido = Montaigne no observaba meramente, sino que partici aba, amentindose ala manera de los iugares donde ba, ‘para experimentar por completo la diversidad de wsos y costumbrese (pour essayer tout a faict la diverste des ‘mocurs et facons). Emplea el término essayer en el mis- mo sentido que en sus Ensayos. Otros viajeros de la epoca prestaron atenci6n a las costumbres locales, debido al ere- fiente interés por lo exotico. Pero lo que distinguia a Montaigne era el caricter rellexivo de su etnografia, Ri- diculiz6 la estrechee de miras de la gente que tomaba Pater Burke como universales leyes que no eran sino «municipales» (2.12). Emprendia el estudio de todas las costumbres del mismo modo, ya fueran brasilefias, romanas o gasconas. Cada cul lana biraro a lo qué noes conform « 3 costumbres (Chacun appelle-barbarie ce qui n'est pas de son usage) (1.31). Pero «cada costumbre tiene su funcién» (chaque usage a sa raison) (3.9). Aqut Montaigne no sue- na distinto de un socidlogo 0 antropélogo funcionalis modero, En realidad, esto no es sorprendente, pues, de manera consciente o inconsciente, tanto él como éstos s inopiran en una tradicin ristodlics, Toda cos, eg ristoteles, procura su propia conservacién, y toda cos posee tna funcion o «causa final». Esta creencia de Mon: {aigne subyace a su oposicin al cambio de las leyes, Pen: $6 que era mejor confiar en la costumbre que en la fal ble razén humana, En este sentido era Montaigne un relativsta. Dondi ‘mas completamente explor6 el relativismo fue en «Apologia de Raimundo Sabundes. En ella setalo que git efnonesunivrales de Beller humana; +L-0s in ios la piensan negra, con gruesos labios y nariz chats. En Pert, las orejas mayores son las mis hermosa, 5 Jas estiran cuanto pueden. Similares observaciones ace ‘ea de la religidn: «somos cristianos en virtud del mis titulo por el que somos perigordinos © germanos», aun: ‘que pretendemos alegremente que las opiniones que sos tenemos como resultado de dicho accidente han de se las tinicas correctas (2.12). En otro lugar de sus ensayos, Montaigne not6 cosas semejantes a propésito de la posi cidn de las mujeres. Como hemos visto, sabia bien qui cexistian sociedades donde los hombres se prostituian y fas mujeres iban ala guerra. Concluia que «Machos y hhembras estén fundidos en el mismo molde: hay poca di- ferencia entre ellos, excepto en virtud de Ia educacisn 0) ta costumbres. La antoridad de os hombres sobre ls mu jeres no deriva de la naturaleza, sino de la «usurpacion» G3). ue ‘Casi igualmente audaces fueron sus dispersas observa- Montagne ° siones acerca del vulgo, Para un noble francés dew ca, tenia una capacidad poco habitual de admiracién ha- cia el vulgo, asi como de simpatia hacia sus sufrimientos, ‘en aquel tiempo de procesos de brujas y guerras civles, El vulgo (le enlgaire) era, segin él pensaba, ignorante y fcilmente dispuesto a engariarse con las apariencias, pero xa también espontineo, proximo a la naturaleza, ofre- ciendo por ello, en ocasionés, muy buenos ejemplos de paciencla, constancia y prudencia, sin servirse para eso de ‘Arittces o Cicer, sHe vito centenares de rtesanos y campesinos mas prudentes y mas felices que los recto- res de la universidad, y a quienes querria haberme pare- cidon (2.12). Los tals psean, por nae wo atin acertada por respecto a la muerte, «Nunca he visto a nin- jgan aldeado vecino mio angustiado por eémo transcurri- ria su Gltima hora. La naturaleza le ensefa ano pensar gn ln muerte asta que éta go> (2.12), La cnograia de Montaigne empezaba en su propia tierra. Montaigne fue mis lejos atin, a crticar el etnocentris- smo de la raza humana en su conjunto, El hombre crea agen de la divinidad segtin la relacion de ella con (selon a relation 4 sy). el hombre slo puede ia iar segain su. capacidad». Puso en duda la presuntuosa frmaclon de l superioridad humana por respecto a los animales. «Cuando juego con mi gata, zquién sabe si no cs ella la que esta divirtiéndose conmigo, mas bien que yo con ella? (2.12). Por supuesto, esta afirmacion ha de ser fomada en su context, Como, ya hemos vito mie arriba (p. 13), Montaigne habia usado los escritos de Plu: ay tress de cede i lon anos does a modo de atacar las autocomplacientes afirmaciones acer- ca de la dignidad y la racionalidad del hombre. Sin em- bargo, esta forma de ver a los animales como un grupo que tiene tanto derecho a juzgarnos como nosotros a juz- farlos 2 ellos se desprende de sus opiniones relativistas jgenerales. Podria decirse que considera a los animales ‘como otra cultura, si su admiracién por ellos no formase parte de su admiracin por la naturaleza. ‘creencias y normas humanas, Ni tampoco el primero. extrajo de evs observacion conclusionesrelatisas, EUR losofo presoeritco Jendfanes, que tuvo su momento cul minante hacia el §30 a, de C., apuntaba que «los etiop tienen dioses con narices chatas y pelo negro, y los t Gis teen Gloss con ojos sy cael room, con luyendo (en tn pasaje citado por Montaigne) que 2si lo Buspeey lot cblllos sisted shia toe bile piad tian a sus dioses como caballos, y los bueyes como but yes». Sexto Empitico oponia una costumbre a otra, ‘mismo que oponia unos enunciados a otros, y suspend cl juicio, Boceaccio contaba la historia de los tes sail oc smblizaban las es leyes dada por Dios als os, los cristanos y Tos musulmanes,reycndo cua de exos pueblos que la suya era la verdadera, «pero testi sigue siendo lade cul de ellos iene 2060s (De ‘cameron, 1-3) En la Francia de la segunda mitad del isis, las guerras ideologicas alentaban el relativismo, ome la admiraciOn por otras cultras mis felices, Montaigne reaccioné de dos maneras distintas en di tints ocssiones, pucs no cra un relatvista completa, veces excrbia desde el punto de vista de su propia cultu ra al declarar, por ejemplo, que «la habilidad y ocupa Gién mas sty honrosa pars una mujer es el uidado a hogar», como si nada supiera de las diferencias en la di vision Sexual del trabajo (3.9). A veces intentaba erigirs como juez entre culturas distintas, como cuando Susi que los italianos daban una libertad excesivamente reduc} ida a sus mujeres, mientras que los franceses les daban} demasiads (3.3). En otros mementos, considers igual mente buenas a culturas diferentes, En otras ocasiones criticé la cultura misma, desde el punto de vista de la nad turaleza, arguyendo que los indios eran mejores que low europeos porque «nosotros hemos abandonado ls natu raleza» y ellos viven cercanos a ella (3.12), Tales incoherencias serian preocupantes si Montaigne Montaigne « pretendiera ser un filésofo sistematico, Pero no era ask Como su admirado Socrates, su funcién habia de ser la de un tabano, y la de sembrar dudas donde habia segu- ridades satisfechas, Podemos decir que estaba menos es- trechamente atado a su propia cultura que la mayoria de sus contemporineos —y que la mayoria de nosotros: y de sus reflexiones sobre la variedad humana sacaba con- Secuencias de mas amplio alcance que la mayoria. Con sus notables dotes para apreciar el punto de vista de los emis —ineluso el de los gatos—, se toms la molestia de registrar [a impresign que a cultura francesa habia pro- ducido en tres brasilefos, la sorpresa de éstos ante el he- cho de que hombres armados «estuvieran sometidos a la obedient dun rior (Carlos IX), 0 que Ton pobres ‘mendigasen a las puertas de los ricos «y no les agarrasen| por elcucllo, o prendieran fuego a sus casas» (1.31). Mon- taigne extraia ls consecuencias subversivas de compren~ der que los brasilenios encontraban a los franceses tan ex- traiios al menos como los franceses a ellos. En una época {en que muchos artistas ereian en una belleza ideal que po- dia ealcularse matematicamente, él hacia notar que dicho ideal era puramente local, y estaba dispuesto a observar lo mismo a propésito del cristianismo. En un tiempo en gue los europeos se felicitaban por su descubrimiento de Ih imprenta y la pélvora, les recordaba gue «otros hom- bres, en el otro confin del mundo, en China, habian dis- frutado de ellas mil afios antes» (3.6). A falta del acos- tumbrado etnocentrismo, la actitud de Montaigne hacia la historia tenia que ser, asimismo, muy poco convencio- nal Capitulo 8 Montaigne como historiador La conciencia que Montaigne tenia de la diversidad hu- mana se proyectaba sobre el tiempo, ademés de sobre ‘espacio. Enite sus libros favoritos figuraban las histor de Herddoto, Livio y Ticito, los Comentarios de Cés. (6n otros términos, sus memorias), y las Vidas de Platar- co. También estimaba la cronica de Froissare de la Gue~ rra de Jos Cien Afos, y la de Commynes acerca de las guerras de Luis XI_y Carlos el Temerario, asi como ad Imiraba la Historia de Iralia de Francesco Guicciardiniy una de as obeas masta istics dl Renacimiento Sus intereses se extendian desde la historia local hasta la mun= dial, desde los Anales de Aquitania de Bouchet hasta la Historia del Gran Reino de China de Gonzilez de Men~ Montaigne creia que el estudio de la historia era un in- sgrediente esencial en la educacion de los nifos (pensaba en los niios de la nobleza), porque la lectura de la his toria le permite a uno frecuentar la compaiia de «los mas clevados espiritus, que vivieron en las mejores épocase_ Montaigne 7 (1:26), Por «mejores épocas» queria decir las’ antiguas Grecia y Roma, como muestran_ ae ee cant joven 7s cn modelo eseogido por a natualez par ha jeeeras bagial cuca enieder Vetac Ba vival acest constancia- (1.37) El ensayo acerca de «tres btenas ri jeese tts de tes matronas romana, Y va teguido por ‘otro acerca de los «hombres més excelentes» que hayan existido, a saber, Homero, Alejandro Magno y el general tebano Epaminondas (2.35, 2.36). En tal lectura, 10 im- portante es aprender virtud, no fechas. Un buen maestro iimprimira en las mentes de sus alumnos no tanto la fe- cha de la destruceién de Cartago, cuanto la moral de Ani- bal y la de EseipiOn» (1.26). Al insinuar que la historia censenaba la virtud a través del curso de las vidas de-.i dividgos cjemplares, Montaigne estaba siendo claramen- teun hombre desu epoca, Su eltvismo cuatural era su- perado por suadmiracién hacia la antigiedad clésica, Sélo
  • (2.17). Mon: taigne volvia a nee a el tema de capa de Sa eaeas poets eri pe eee bp See re carga, acid nae al pemsabs que dicha tendengia tra puramente local. «Seria absurdo argiir hoy Ia decadencia y decrepitud del mundo a partir de la prue- ba de nuestra propia debilidad y decadencia». Eso seria meto etnoventriamo, desmentido por el descubrimiento del Nuevo Mundo, gus a oven cau Socaen ue nosotros somos vies (3.6). Montaigne usa los adjetivos ceREaaiireis en noo feral no meat. Las Gafermedades y otras disposiciones de nuestros cuerpos advert atnisno en fos estadosy gobierno: los rei nos y las comunidades, al igual que nosotros, nacen, se desarrollan y decaen con los aos» (2.23). Desde ai un de pa olimpico, era claro para Mon- taigne que la corrupeién de costumbres en Francia, y su ‘ejee, no eran més que una infima parte del flujo u ‘al os habian cambiado, En este sentido, eran relativistas Ua diversidadl de’ las leyes es dcbida aa diveraidad de Sabor eset ice bat rustle ook te leisaree eee cate ae dees grupo, el emigo de Momaigne Etienne Pasquier ioc anal leader ate eee ae ere eee ates: es intentar spuableset principios de jurispru- Saucers parte deus Reyes omnes gute tuvieron sometidas a cambio en el término de un breve Bate erteraedlea ot carla a histor eves Sal'de ui modo sistematicamente comparativo, con el fin de explicar «los comienzos, el desarrollo, las conc ‘nes; el cambio ys decadencia de todos los estadots. Can. mayor amplicud, el estudioso de los clisicos Louis Le Roy dedico un tratado completo al problema del cambio: wu Vicisitud, o variedad de las cosas en el Universo (1575), obrt Ge serene de Bs engass y las artes, como de leaeiealg lea nee alice heey ellen era ses ietoceeinde lor grtgee poe poiarics El esquema conceptual bisico de Le Roy era el del cam- bcc dela aera a inant define Sateen Mabe ttterieetaciGvelela esters dee Rory ls savers siggy labeattalTe Joe avareenpslnsiiarese. oe eagperaoely wacfoncs, suceden por lo’ conrdn de tanera si sabbases oe os pacts Pui geet ala eae dades poifticas crecen con las armas y-decaen con la le- tua, opiniGn que parece haber sido compartida por Reeth cee oe parece sree eee a ldetenpbvadla. (Guano hieanos escrito tanto’ conto lor % Pere Burk hacemos a partir de nuestros trastornos? :O cuindo hicieron los romanos como en el periodo de su decade ia» (3.9), Le Roy advertia una pauta providencial en «vicisitudes» de la historia; en ese sentido, creia en el pr ‘gf650: una espiral més bien que un ciclo. Bodin, por parte, aprecio. pautas numerologicas en la historia d ‘mundo, que él ereia influida por los astros. Montaig ‘era mis modesto y mas escéptico, Le bastaba con descri bir el cambio; no presumia de ofrecer una explicacién. Podria parecer claro que el relativismo historico y g srifico de Montaigne no era cosa exclusiva suya. Se t taba de una actitud compartida con un grupo de estud 50s, especialmente juristas, de su generacion —mas o m fnos—j un grupo al que pertenecia por formacién, primi tiva dedicacion profesional y con: ios personales Sus reflexiones aceen de n historia del derecho, ellen uaje y otras instituciones se apoyaban en conocimient menores que los de Pasquier y, posiblemente, que los algunos otros estudiosos. Sus ideas no llegaron a const tuir una teorfa de altos vuelos, como las de Bodin y ero or ota parte I visin de Montaigne era mis am pplia que la de aquéllos, y quiea tambien més profund ‘Combinaba el sentido relativamente preciso del cambit institucional, caracté ico de los estudiosos del dereche antiguo, con el sentido del fluir mas universal expresadi por fldenfos como Sénccs y potas Como Ronsirt poco mis adelante, por el Maliano Marino, el espa ‘Quevedo, cierto nitmero dé escritores ftanceses me res. A diferencia de los fil6sofos estoicos y neo-estoicos| ppens6 que no solo el mundo, sino también el yo, era hui digo, stendo. la ‘propia constancia ua cambio en tempi mas lento. De entre sus contemporaneos, sélo el fisico) italiano Girolamo Cardano (ver mas arriba, p. 57) se le sere en ego ao sem de ‘lusividad de un ya Siempre comblans Aungue-posien eitontafea par ob ate piastiaey ba gan edad ae ee que hallamos en Montaigne, la combinacién de ellas, ju Montagne to con su profunda relacién con el tiempo, es peculiar Esta preocupacién’ por el proceso, la decadencia, la seanfrmaci, se elle ys expres a a ergs tayos,slendo sus aparentes incoheencias y digreson Ge arias ceanecat de captar el vmayeatcno deur alt on persecution dela verdad Hasta qué pnts ra Mon- faigne un eslista consciente, que hermanaba la origina lided del contenido con la de la forma, lo veremos en el capitate sigutente: Capitulo 9 Ta estética de Montaigne Montaigne no pretendié ser un artista literario: todo k contrario. No deseaba que la gente discutiera el lengua de sus ensayos, sino su contenido. Declaré que apuntat simplemente sus pensamienos sin leon, mienzo en general sin un plan; la primera palabra ce Ia aegandan (140. Talo com el pape pay jo con la primera persona que me wopieto> (3.1). Ha bria fran ‘ido el ceno, sin ane si se nee ae ic que tenia una «estética», término que no se usaba en siglo dieciséis. Sin embargo, manifest con energia y di manera relativamente no convencional opiniones acerca del lenguaje de los demas. A la luz de tales comentarios, sus propios enrayos se nos aparecen cada ver mas com arte lterario consents, «El lenguaje que prefiero», declaré Montaigne, «es ua lengusjesecil l mismo para eerbir que pars abla Fico, vigoroso, lacénico y expresivo (un parler succulent Be alpoeks, tonit # stb) poleals + eas Om tehrmente y brusco (libre; such y srevide (lesred lé, descouss et hardy)... 00 a la manera de los domines) pa Montaigne a frailes 0 abogados, sino ala de los soldados (nom pedan- tesque, non fratesque, non pleideresque, mais plustost sol- datesque)» (1.26). En ottas palabras, Montaigne estaba en contra dela jer~ gay las reglas estrictas, Ia grandilocuencia y la afectacio ‘contra las , como lo eran general- mente las clases alta, pero llegé a adoptar hacia él una actitud més positiva, atibuyéndole algunas de las vireu- eg doctadieifsba er ew calves Beall Lege a co loca® los valores privados por encima de los pablicos, a adira mengs a Alejandro Magno y mss» Socrates, Ha: bia comenzado creyendo, con los estoicos, que la filoso- fia nos ensehaba emo morit. Acabo por pensar que lo uc on reidad enoeaba er e6mo vivir (02), A tur cus. Fenta y muchos aos, Montaigne llegé a aceptarse a si taismo como nunea lo habia hecho antes. Concluy6 que 5 euna perfeccién absoluta, y pricticamente divina, la de saber como gozar verdaderamente de la propia natura Za [seavoyr jour loiallement de son entre) (3.13). Habia Conseguido aquella serenidad que anteriormente habia definido: ea seal et a Ja sabiduria, i Stes que podemos confiar ena informacin que el pro- pio Mostalgne noy da de su creenlas anteriores rl Fiéndose (presumiblemente) al periodo anterior 2 1572, fentonces #¢ nos aparece otro cambio importante, «En ‘otto tiempos, nos dice, «me habia tomado la libertad de escoger por mi cuenta, ignorando ciertos aspectos de los *° Pater Burke ‘usos de nuestra Iglesia que parecian un tanto descamina- dos oextraos (qui semble avoir un visage ox plas vain (1 plus estrange)». En otro tiempo, continia, «si ofa a alguien hablar de espectros, o profecias, magia o bruje~ tia... habria sentido compasién por la pobre gente que se dejaba engafiar por esas locurase. Pero ahora no estabs tan seguro (1.27). El escepticismo cierra ambos caminos: suspender el juicio esta tan lejos de descreer en brijas ‘como de creer en ellas, En otros términos (términos mo ddernos), crey6 que habia llegado mas alls del racionalis~ Montaigne criticd en una ocasién a los biégrafos que’ convertian a sus biografiados en algo demasiado coherei tc, «disponiendo e interpretando todas las acciones de un persona» segiin una idea o imagen fija de ella, y violen- tando de ese modo la realidad (2.1). Hacer eso, en el prom pio caso de Montaigne, seria una fatal equivocacion. Ni ‘ra un pensador sistematico, sino un hombre leno de in- tuiciones, algunas de las cuales no son coherentes co ‘otras. Como mis ficilmente se entienden sus dtimas a- tides es como productos de un proceso de desarrollo lo largo del cua reaciond conta algunas de us pos: turas anteriores (como en los ejemplos mas arriba cita dos) sin abandooarlas siempre por completo, Sus contemporsineos, sin embargo, o bien no advirtie ron el nuevo Montaigne, o bien encontraron necesario ex= usar el cambio que adverian, Montaigne fue muy ads mirado y muy leido en su propia época, y los Ensayos al ‘anzaron cinco ediciones entre 1580 y 1588, Pero ger ralmente el Montaigne mas apreciado e imitado fue el p mero, estoico ¥ sentencioso: el que mas se parecia a sus contemporineos. Su amigo Florimond de Raemond, crbind en 1594, hai nota au sfilosfiavaleota yc estoica» (sa philosophie couragense et presque stoique) Gero comterporiaco, Claude Explly, dijo de €l que ead taba grandemente dotado para el estoicismo» Pasquier, ctro amigo de Montaigne, vio en los Ensayos «un semille= +0 de maximas hermosas y memorables». No hizo mu- Montaigne a cho easo del tercer libro: su veredicto fue que Montaigne eran hombre audaz. que se permitié dejarse llevar por Su ingenio y decidi6 burlarse del lector, y quizd también de sf mismo. En otros términos: mucho de aquello que bcd encontrar mas interesante en ones fue ig- ile ee eis constr tisoes ct deipachadn nae CED cn Seable emscnicleots ort EL propio séraino censayor wre toa acogida masicke Jurosa de este lado del Canal, donde se lo incorporaron Francis Bacon ee sir William Cornwallis (1600). Con todo, a finales de! siglo dieciséis, en Francia, el gé- nero del adiscarso» era popular, y dicha popularidad pro- Bablemente debe algo al ejemplo de Montaigne. Apare- cieron las Serées de Guillaume Bouchet (1584), quien, gome Montaige, daca de impotence tortura las Matinées de Nicholas Choliéres (30s) las Bigarrn- Peiabe Meare Tasouie (1560), qutsn decierdy a tame hnera de Montaigne, que «no seguia orden alguno, sino qos erecotinabe ejoxgos mreetbatne, ogan felvenlen a Ta menten, y fue tan lejos en su imitacion como para es- cribir discursos acerca de la educacién de los nifos y las pseudo-brujas. Pierre Charron (1541-1603), un clétigo que conocié bien a Montaigne y se hosped6 en su castillo, fue algo BARE ene lacte ais Se ectlas. pobre: lak (1601), con sus eapitulos acerca de la vanidad, la miseria, la incpastancia, la presoncion humanas,-ete., expone la bes icore von iepreacaradt pradesh as abunde de Montaigne, de manera més sistemitica (y més

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