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a Sytvia MOLLoy Poses de fin de siglo Desbordes del género en la modernidad ‘BTERNA CADENCIA EDITORA diélogo que contribuyeron a crear en mis seminarios, sin los textos que leimos juntos, sin sus reacciones, favorables o contrarias a mis propuestas, y, sobre todo, sin sus cuestio- namientos, este libro no existiria, A ellos dedico este libro. 14 CLiNICA, NACION Y DIFERENCIA DESEO £ 1DEOLOGIA A FINES DEL SIGLO XIX Propongo una reflexién sobre las culeuras de fines del siglo xix en América latina, particularmente en la Argentina; més ¢s- pecificamente, sobre la construccién paranoica de la norma con respecto a género y sexualidades y sobre fo que no cabe den- tro de esa norma, es decir sobre lo que difiere de ella, Que la definicién de la norma no precede sino que sucede a, y en verdad deriva de, esas diferencias ~del mismo modo que la definicién de “salud”, en los estudios psicolégico-legales del perfodo, proviene de la definicién de “enfermedad”, y la no- cin de “decadencia” da origen retrospectivamente a nocio- nes de madurez y plenitud~ es por supuesto medida de la an- siedad que informa esas construcciones y esas definiciones. Alenfocar mi reflexién en la América latina de fines del x1x, esto es, en el momento de su compleja entrada en la moder nidad, tengo en cuenta dos asuntos relacionados: primero, las implicaciones ideol6gicas de estas construcciones para los de bates sobre identidad nacional y salud nacional, incluso con- tinental; segundo, la doble presién de la dependencia cultu- ral respecto de Europa, por un lado, y del expansionismo politico de los Estados Unidos por el otro, que moldea estos debates sobre la identidad nacional y las formas de produc- cién cultural del periodo. 7 ‘Comienzo con una escena, En la tarde del 7 de enero de 1882, José Marti asistié a una conferencia en Nueva York. A pe- sar de las otras atracciones de la ciudad, habia mucho piblico en Chickering Hall escribe Marti en La Nacién de Buenos Aires, tun péblico que lo impresioné tanto por su tamafio como por su clegancia, El titulo de la conferencia que Marti escuché aquel dia era “El renacimiento inglés del arte” y el conferencista era Oscar Wilde. Esta ocasi6n, con la que elijo comenzar, es cultu- -ralmente significativa. Marti, acaso la figura intelectual latinoa~ mericana mas importante de la 6poca, se encuentra con este otro innovador influyente, secién legado a los Estados Unidos como profeta de la “nueva imaginacién” para revelar al pablico que “el secreto de su vida esté en el arte”! Hablar de encuentro es ‘exagerar: los dos hombres no se conocian y Wilde seguramente no estaba al anto de la existencia de Marti. Lo que me interesa aqui es precisamente ese desequilibrio que le permite a Marci un punto de mira particularmente interesante, Perdido entre el pit- blico neoyorquino, Marti, el anénimo corresponsal extranjero, contempla, mejor ain, espia a Wilde, absorbiendo cuidadosa- menteal hombre y sus palabras, para mejor selatar su experien- cia a los lectores hispanoamericanos de La Nacién. Cito su des- cripcién del momento en que posa sus ojos sobre Wilde: iVed a Oscar Wilde! No viste como todos vestimos, sino de sin- gular manera|..J El cabello le cuelga cual el de los cabalteros de Elizabeth de Inglaterra, sobre el cuello y los hombros; el abundoso cabello, partido por esmerada raya hacia la mitad de la frente. Lleva frac negro, chaleco de seda blanco, calzén corto y holgado, medias largas de seda negra, y zapatos de hebilla. EL Cuello de su camisa es bajo, como el de Byron, sujeto por cauda- "HL Montgomery Hyde, Oscar Wilde, Nueva York, Farrar, Strausand Gi ous, 1975, p. 54. Todas las iaducciones son mias salvo indicacin contraria, 18 losa corbata de seda blanca, anudada con abandono. En la res- plandeciente pechera luce un botén de brillantes, y del chaleco le cuclga una artistica leopoldina. Que es preciso vestir bella- mente, y él se da como ejemplo, Solo que el arte exige en todas sus obras unidad de tiempo, y bere os ojos vera un galén gastar chupilla de esta época, y pan- talones de la pasada, y cabello a lo Cromwell, y leontinas a lo petimerre de comienzos de sigho* Esta primera y detallada descripci6n apunta sutilmentea tuna dicotomia que se volvers cada vez més evidente en el texto de Marti. Por un lado veen Wilde un alma gemela, alguien que ensefiard.a los otros (en este caso, a los materialistas norteameri- canos despreciados por Marti) el amor por la belleza y la devo- cién al arte. Sin embargo, del otro lado, Marti se siente clara- mente perturbado por la exiravagancia de lo que tiene ante sus ojos. El atuendo, Ia afectacién trabajan contra la apreciacién de Marti, se vuelven literalmente obsticulo, Lejos de descartar la insOlita apariencia de Wilde después de una primera des- cripcién, Marti no cesa de volver sobre ella, a fa vez fascinado intentando disculparla para sus lectores, pata s{ mismo. Wil- de nose viste, escribe Marti, como todos nosotros nos vestimos. Pero gquién es este nosotros? La habitual primera petsona en plural, an frecuente en Marti como medio de separar a noso- tres os latinoamericanos del ellos antagonista norteameticano, deja lugar aqui a un atipico nosotrs en panico~el nosotros de los hombres “normalmente vestidos”, sean de la nacionalidad que sean~ frente a lo “extraio”, lo “infantil” lo “extravagante” ? Con * José Marti, “Oscar Wilde”, en Obras completar XV, La Habana, Editorial nacional de Cuba, 1964, p. 362. Las ita que siguen remiten a este texto * Usiliza el sémino “pinico” al como loentiende Eve Kosofsky Sedgwick cen Beraeen Men: English Literarure and Male Homosexual Desire, Nueva York, su cabello largo, calzas de terciopelo y medias de seda negra, Wile de “hiere Los ojos”, su atuendo “no afiade nobleza ni esbeltez a Ja forma humana, ni es mas que una timida muestra de odio a los vulgares habitos corrientes” (p. 367) Admirando el celo artistico de Wilde, Marti se encusiasma: “(Qué alabanza no me- rece, a pesar de su cabello luengo y sus calzones cortos, ese ga- ardo joven que intenta trocar en sol de rayos vividos, que hhiendan y doren la atmésfera, aquel opaco globo carmesi que alumbra a los melancélicos ingleses!” (p. 367; subrayado mio} ‘Marti, es verdad, no es el ‘inico a quien incomoda la apariencia de Wilde, y, en general, su actitud. El Commer- cial de Cincinnati, encontrando a Wilde demasiado delica- do, lo desafia a ensuciarse las manos: “Si el Sefior Wilde se aviene a dejar las azucenas y los narcisos y a venir a Cin- cinnati, nos encargaremos de mostrarle cémo despojar a treinta puercos de sus intestinos en un minuto”.* La eleccién de palabras delata un machismo transparentemente ansioso: la diferencia de Wilde no solo es motivo de burla; también se la percibe como amenaza. En descarga de Marti hay que decir que no ridiculiza a Wilde y que no muestra su an- siedad en términos (acaso inadvertidamente) anales como los del periodista. Esté dispuesto a escucharlo, y llega a aplaudir su mensaje; sin embargo la persona fisica de Wil- de se interpone: es orro mensaje que lo desafia, una inscrip- cién corporal del esteticismo de fin-de-siglo con un subtexto obviamente homoerético que, como tal, lo deja perplejo. ‘Lanocién de unidad temporal, que Mart, sorprendentemen- te, usa en contra de Wilde ~“solo que el arte exige en todas sus Columbia University res, 1985 yen Epistemology ofthe Closet, Betkeley-Los Angeles, U. California Press, 1990. Aprovecho esta oporcunidad para arsti- {guar mi deuda con su trabajo. +H Montgomery Hide, Oscar Wilde, ob. cit, p55. obras unidad de tiempo” merece aqui comentario, Dentro del sistema de Marti, la falta de unidad temporal es habieualmente una fuerza positiva y creativa, aunque violenta: como ejemplo «esti su defensa del anacronismo y la heterogeneidad consticuti- vvos del nuevo hombre americano en “Nuestra América" Noes realmente la heterogeneidad, entonces, que esti en juego en la critica de Martial atuendo de Wilde. Marti evaliia positivamen- te la mezcla de elementos cuando él, como maestro, puede dar nombrea esa mezcla ~l nuevo hombre americano- y asi confe- rirles unidad ideolégica a los fragmentos. En cambio, la mezcla que representa Wilde desafia Ia nomenclatura de Marti: Wilde cs lo inefable, sin lugar dentro de la fecién fundacional de Mar- ti, Para criticar su diferencia perturbadora eirresoluble, Marti necesita entonces recaer en criterios clasicos de armonia tempo- ral que entran en conflicto con su ideologia habitual del arte. Dieciocho afios mas tarde, el 8 de diciembre de 1900, otro escritor latinoamericano, Rubén Dario, escribe sobre Oscar Wilde. Me detengo en los datos particulares de su texto porque permiten apreciar cambios significativos en lo que podriamos llamar, en términos generales, la recepeién Iatinoamericana de esa figura. Darfo escribe su articulo en Paris, ocho dias después de la muerte de Wilde. Titulado “Las purificaciones de la piedad”, comienza de la siguiente manera: * “Bramos charreterasy cogas,en pases que venian al mundo con laalpar- ‘gta en os pes y a vincha en la cabeza. El genio hubiera exado en hermanar, com la catidad del corazén y con el atrevimiento de los fundadores, la vincha yy la coga” (José Mati, Muestra América, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1977, 30). La esencializacién que hace Mari del vestdo (somos.nuestrasropas) <= ‘noxablea fo largo desu obra y merece un estudio mis profund, Para un and- lisisbrillante de la aticulacin palitca que hace Mart de lo heterogénco ver Julio Ramos, Desencuentros de la modernidad en América Latina: Literatura y politica en el siglo xx, México, Fondo de Cultura Econémica, 1989, pp. 229-243, especialmente pp. 232 y 233. Hay un cuento de Tolstoi en ques habla de un perro muerto en- contrado en una calle, Los transetintes se detienen y cada cual hhace su observaci6n ante los restos del pobre animal. Uno dice ‘que eraun perro sarnoso y que esté muy bien que haya reventado; ‘oro supone que haya tenido rabia y que ha sido Gil y justo ma- tarloa palos; otro dice que esa inmundicia es horrible; otro, que apesta;otr0, que esa cosa odiosae infecta debe Hevarse pronto al muladar. Ante ese pelejo hinchado y hediondo, se alza de pronto una vor que exclama: “Sus dientes son més blancos que las mis finas perlas”. Entonces se pens6: Este no debe ser otro que Jestis de Nazareth, porque slo él podria encontrar en esa fétida carrofia algo que alabar. En efecto, era esa la vor de la suprema Piedad.* Hasta all el primer prsafo del articulo de Dario. El que Te sigue comienza asi: Un hombre acaba de morir, un verdadero y grande poeta, que ‘pasé los iltimosafios de su existencia, cortada de repente, en el dolor, en laafrenta, y que ha querido irse del mundo al estara las puertas de la miseria (p. 468). Estos dos parrafos resumen la estrategia de Dario y a la vex asientan el tono afectado del articulo. No se necesita leer la pseudo-pardbola con profundidad para descubrir un sub- texco en Giltima instancia condenatorio, apenas enmascarado por una sentimentalidad sensiblera. A Wilde, como perro Rubén Dari, “Purifcaciones dela piedad”,en Obras completas3, Ma- eid, Afrodisio Aguado, 1950, p. 468. Cito en adelante por esta edicin. No s&s Dario estaba enterado de las circunstancias de la muerte de Wilde pero cL verbo “reventa:", usado aqui colaquialmente,daen la tecla. "No bien habia ‘exhalado au iltimosuspiro que el cuerpo revent,saliendo liquido de los of dos, I maiz, la boca, y otros orifiios. La destruceién fue atron" (Richard Ell- ‘man, Oscar Wilde, Nueva York, Knopf, 1987, p. 584). muerto, se le adjudica el rol de victima, repugnante a los sen- tidos y peligrosa para la salud? Los hombres sienten repulsion por ély solo Cristo, en su “suprema piedad” ~una piedad que, en su misma perfeccién, es implicitamente inaccesible para la mayoria de los mortales-, es capaz de sedimirlo, Siel articulo de Dario invita al lector a atender las palabras de Cristo, la vez, en una maniobra ambigua, indica que la meta bien puede ser inalcanzable dado el esfuerzo sobrehumano que presupone. ‘Alo largo del articulo, Dario estigmatiza a Wilde en nom- bre de “la purificacién de la piedad”. Ademés de recurrir aad- jetivos significativos ~desventurado, desgraciado, infeliz, con- denado- resume la vida de Wilde en términos que revelan una ansiedad particular. La vida de Wilde es un cuento con mora- leja:“{..Jel confundir la nobleza del arte con la parada capri- cchosa, a pesar de un inmenso talento, a pesar de un tempera- mento exquisito, a pesar de todas las ventajas de su buena suerte, le hizo bajar hasca la vergtienza, hasta la cércel, hasta la miseria, hasta la muerte” (p. 470) Si Dario, como antes Marti, apoya en principio la ruprura de Wilde con la convencién bur- guesa -base, después de codo, del modernismo-, la modalidad particular de esa ruptura y el modo en que se la publicita, lo ofenden. Si, Wilde es una vietima de la sociedad; pero ante todo, nos dice Darfo, es una victima de si mismo. Bs (nétese el orden de los términos), un “mArtir de su propia excentricidad y dela honorable Inglaterra |..J"(p. 471). Una vez. mas, s la * Los perros muertos, como el que describe la historia de Tolstoi parecen hhaber despertado reacciones sgnificativamente fobicas en Dasio, En "Duslos «inicos”, una descripcin critica del cementerio animal en Asniéres, Dario ‘observa que “La representacién de lo més asqueroso, de lo mis miserable, de lomis infectamente horrible, ha sido siempre ua perro mero. Tan solamen- te enel cuento de Tolstoy, Jesucristo encuencra que los dientes de la inmunda ‘arrofia son comparables las mas fnas perlas” (Rubén Dario, “Duelos ini 0s", Obras completas4, Madeid, Afrodisio Aguado, 1955, p. 1378). isibilidad de Wilde, mil veces mayor ahora que cuando Marti escribié su articulo, lo que est’ en juego. Ese exhibicionismo, ese “desfilecaprichoso”, disgusta a Dario; reprende a Wilde por no entender que “Ios tiempos cambian, que Grecia antigua no esla Gran Bretafia moderna, que las psicopatias se tratan en las clinicas, que las deformidades, que ls cosas monstruosas deben hhuir de la luz, deben tener el pudor del sol." (p- 471) Sila lecrura correctiva que propone Dario del Wilde vivo lo condena a la clinica o al close, la lectura de su muerte es ain més elocuente. Porque cuando describe a Wilde como “un hombre |... que ha querido irse del mundo”, lo entiende de manera literal. Sorprendentemente mal informado (escri- be, después de todo, en Paris, apenas una semana después de la muerte de Wilde), declara: [EL cigarrillo perfumado que tenia en sus labios las noches de conferencia era yael precursor de la estricnina que llegara a su boca en la postrera desesperacién, cuando muri el arbiter ele- _gantiarum, como un perro. Como un petro murié. Como un ‘perro muerto estaba en su cuarto de soledad su miserable cadé- ver. En verdad sus versos y sus cuentos tienen el valor de Jas amis finas perlas (pp. 471 y 472). Finelga aclarar que es esta una recreacién apécrifa: Wilde no se suicid6, ni estaba solo cuando muri6, Pero el s6rdide suicidio del patético maricén es una ficcién del discurso homofébico al {que Dario recurre para ajustar cuentas con el cuerpo demasiado visible de Wilde. El arbierelegantiarum, con su cabello largo, st terciopeloel clavel verde y el cigarrillo perfurnado, es ahora un petro muerto y su intolerable presencia fisica ya no es obsticulo ni amenaza. Solo en la ausencia de ese cuerpo es€ cuerpo queen- carna literalmente la perversidad, ese locus de “deformidades” y “cosas monstruosas”~ puede la escritura de Wilde ser apreciada, pueden las “perlas” desencarnadas de su arte tener vida propia. Wilde, escribe Dario, *jugé al fantasma y llegé a serlo” (p.471). Teniendo en cuenta los miltiples sentidos de la pala- bra “fantasma" en castellano, podemos darlea la frase un giro adicional y decir que Wilde terminé siendo una construccién fantasmética que perturbé a muchos, entre ellos Masti y Da- fo, Quiero contexcualizar esta ansiedad en un marco culeu- ral mas amplio, proponiendo que Dario y Marti dan voz a tuna ansiedad colectiva, una ansiedad, cuya importancia ideo- logica es indudable, que el lector latinoamericano reconoce y hace suya, Bs ya un cliché decir que la literarura latinoamericana de fines del siglo x1x importé la decadencia del fin-de-sidce y, al hacerlo, la naturaliz6 como expresién tipicamente hispana Sin negar el proceso de traduecién y bricolage que esti en la base de toda la literatura latinoamericana, de hecho en la base de toda configuracién cultural poscolonial, quiero llamar la atencién sobre la naturaleza paradéjica de esa traducci6n tal como fue puesta en préctica a fines del siglo x1x en América latina, ;Por qué estos nuevos paises decidieron tomar esa de- cadencia -término que implica debilitamiento, abulia y, so- bre todo, de acuerdo con los diagnésticos pseudo-médicos de la época, enfermedad~ como punto de partida de una nueva estética, un modernismo que, se podria argumentar, es la pri- mera reflexién conscientemente literaria en América latina? Octavio Paz sostiene que lo que los escritores latinoameri- canos de fines de siglo encontraron en la decadencia europea fue menos el ominoso “crepiisculo de las naciones" profetiza- do por Max Nordau en Degeneracién que una ret6rica que per- mitiria que América latina accediese a la modernidad: “Los modernistas no querian ser franceses: querian set modernos {..] En labios de Rubén Dario y sus amigos, modernidad y as cosmopolitismo eran términos sinénimos" $ Paradéjicamente, entonces, la apropiacién de la decadencia europea en América Iatina fue menos un signo de degeneracién que ocasién de re- generaci6n: no el final de un periodo sino una entrada en la modernidad, la formulacién de una cultura fuerte y de un nue- +o sujeto histérico, Sin embargo, el proceso de traduccién de Ia decadencia es, forzosamente, irregular y desparejo. Quiero reflexionar sobre esta irregularidad, preguntarme quées lo que las culeuras latinoamericanas pueden tomar prestado con el propésito de autoconstituirse, y qué es lo que no pueden tomar prestado, y por qué es asi. En otras palabras, mi lecrura intenta- 14 identificar algunas de las lagunas, algunos de los malentendi- dos y los desvios con respecto a la decadencia europea (o lo que ‘América latina cree es el texto de la decadencia europea) para aprehender el significado ideol6gico de esas diferencias criticas. ‘América latina ley6 la literatura europea de manera voraz y, por ast decirlo, canibal: para citar a Paz una vez mas, “su mi- tologia es la de Gustave Moreau ..} sus paraisos secretos los del Huysmans de A Rebours;sus infiernos los de Poe y Baudelaire”? Pero a la vez. América latina ley6 e incorpor6, con igual vora- cidad, textos que significaban otra forma de modernidad, textos que pertenceian a un corpus cientifico o pseudo-cientifico que, ‘mientras proporcionaban una base para la incipiente investi- gacién psiquiferica, denunciaban la decadencia que el moder- nismo ermulaba en literatura. Asi, debido sobre todo @ la in- flucneia de Nordau y Lombroso, emergié lo que uno podria denominar el doble discurso del modernismo, en el que la de- cadencia aparece a la vez como progresiva y regresiva, como regeneradora y degeneradora, como buena ¢ insalubre. En * Octavio Paz, “El caracal y la siena”, en Cadre, México, Joaquin Mortiz, 1965, p. 19, * Ibid, p. 20 2% ningin lugar, por supuesto, es esta duplicidad més evidente que en los discursos conectados con el cuerpo sexual. El modernismo latinoamericano apoya por un lado la celebracién decadentista del cuerpo como locus de deseo y placer y, por otro, ve ese cuerpo como lugar de lo perverso. Entiéndase: de un perverso con limitaciones, atento a la he- terosexualidad. Sila sensualidad, el juego de roles sexuales y el voyeurismo erético abundan en los textos latinoamerica- nos casi no hay ejemplos de la naturaleza transgresiva del alto decadentismo, ni reflexiones morales que resulten de esa tansgresi6n, ni la reformulacién de sexualidades que tal re- flexién propondria. Los textos se leen mis por sus efectos ex- citantes que por su significado subversivo: los latinoameri- canos admiran a Huysmans; no lo reescriben, 0 no pueden reescribirlo, Ademés, tienden a distanciarse de la transgre- sién cuando la perciben, e incluso a denunciarla en los mis- mos términos utilizados por los criticos més acérrimos del decadentismo, temerosos de ser atrapados desviandose de un cédigo tacito de decoro. Si bien Dario admira el Monsieur Venus de Rachilde, llama a su aucora “la roja flor de las abe- rraciones sexuales”, afiadiendo que este es uno de “esos li- bros que deberian leer tan solamente los sacerdotes, los mé- dicos y los psicélogos".”° La misma duplicidad, la misma atracci6n mezclada con mojigateria (cuyos efectos porno-soft son evidentes) se nota cuando Dario habla ~recurriendo una ‘vex mas aa figura del fantasma~ de Lautséamont: No seria prudente alos espiritus j6venes conversar mucho con ese hombre espectral, siquiera fuese por bizarria literaria, o gus- to de un manjar nuevo, Hay un juicioso consejo de la Kébala: “No hay que juzgar al espectro porque se llega a serlo”. ¥ si "Rubén Dario, “Rachilde”, Obras completas2, ob cit, p- 367. w existe autor peligroso a este respecto es el conde de Lautréamont. [..JSi yo Hevase a mi musa cerca del lugar en donde el loco esté enjaulado vociferando al viento, le taparia los ofdos."* Podria decirse que estos ensayos de Dario (y, en menor me- ida, los de Mart) son sobre todo piezas circunstanciales, pro- ducto de un periodismo apresurado y no de la reflexi6n critica; que Dario, especialmente, puede haber buscado agradar a un piiblico de clase media no iniciado que posiblemente no apro- bara ciertas actitudes frente al cuerpo y, més precisamente, frente a lo sexual, que los autores extranjeros volvian explici- tas, Tal vez sea el caso pero esto confirma, de algfin modo, mi argumento. Importa poco lo que estos autores “realmente” pensaran sobre esta cuestién; importa mas sefialar que esta du- plicidad con la que introducian el decadentismo a un piblico latinoamericano, criticéndolo a su vez para evitar criticas, era una actitud necesaria dado el contexto en el que esta literatura cra leida Quiero reflexionar sobre ese contexto deteniéndome en un texto poco conocido, Buenas Aires la ribera y los prostibulos en 1880, escrito a comienzos del siglo xx por un subcomisario de policia argentino, Adolfo Batiz."* El libro, significativamente titulado “Contribuci6p a los Estudios Sociales”, refleja la misma duplicidad que sefialé en la literatura, esto es, por un lado, atraccién y tolerancia hacia la sexualidad “natural”, por el otro, rechazo de lo perverso. Batiz comienza su estudio pre- tendidamente “cientifico” con un suefio que tiene en Italia, cen Roma para ser preciso; la elecci6n de lugar no es intrascen- " Rubén Dario, "Bleonde de Lauteéamont’en Obra completes? ob. cit. 436. " Debo el descubrimiento de este texto a Jorge Salessi cayo trabajo sobre lconstruecién de la homosexualidad en la Argentina de fin-de-sglo ha ins prado gran parce dela rellexin en estas piginas dente. El suefio lo Hleva a la tumba de Dante, Dante resucita, lo saluda, y charlan amablemente como si estuvieran en una entretenida sobremesa: [Le decia yo, ahora como entonces, la Iujuria por doquier, yaho- 1, la Iujuria y la pederastia... Voy a escribir, me dio alientos por la conformidad de opinién, se agruparon en mi mente los auto- res clisicos franceses y me retiraba preocupado después de una amable despedida, mas ya en los dinteles de la portada de sali- a, of que Dante me decfa con un tono serio y grave, alzando la voz para alcanzarme con ella: “Consulate...” Después de un capitulo inicial que propone la vigilan- cia médica y legal de la prostituci6n, Io que sigue en el li- bro de Batiz no es un estudio sociolégico sino una flanerie curiosa alrededor de Buenos Aires que no carece de encan- to. De hecho, se describen los prostibulos con cierta bene- volencia, recurriendo incluso al vocabulario sensual del modernismo para describir a las mujeres. Lo que en cam- bio motiva la condena de Batiz es otza seccién de la ciudad, el Paseo de Julio, porque “era el refugio de los pederastas pasivos que se juntaban alrededor de la estatua de Mazzini, el revolucionario y hombre de las libertades itélicas” (p. 25). ¥ el principal Flagelo, sostiene, es la “granujeria cos- ‘mopolita” que explota la prostitucién y la lleva a sus excre- mos. Entre estos extremos, por supuesto, encontramos la sus- tancia de su sofiada conversacién con Dante, la lujuria y la pederastia: ” Adolfo Batiz (subcomisario), Buenos Aires, a riberay los poatibulo en 1880. Contibueién a las exudis scales (libro rojo Buenos Aiges, Ediciones Aga- ‘Taura, sp. 13, Cito en adelance por esta edicién, 2» LL prosticucién ha tomado caracteres alarmantes porque tiene tun crecimiento mayor que el normal y l6gico, que estamos en Ios limites de la decadencia romana, lo que no es una exagera- cin después de las informaciones de los escéndalos en Alema- nia, los del principe de Eulembourg sd, del proceso de dos ge- nerales y la existencia con vida pablica de una agencia de proporcionar modelos a los pederastas pasivos, sita en Roma, calle Corso Umberto I, que existe el trafico de modelos con ca- ractetes internacionales desvergonzadamemte, que la carne ho: ‘mana de mujeres lo mismo, nada pues de romances (p. 79). Esta casa en Corso Umberto I excita tanto la imaginacién del jefe de policia que vuelve alla una y otra vez, del mismo modo que Marti volvia al aruendo de Wilde: Hemos de insistir sobre Ia casa que existe en Roma, a la cual nos referiamos, y que proporciona modelos a los pederastas pa- sivosy dela que se ha hablado mucho en la prensa diaria.1o, que nos indica que la degeneracién del homosexualismo, como cl ejercicio de la prostitucién en la mujer y la degeneracién en general, han tomado proporciones verdaderamente excepcio- rales solo comparables a los tiempos del imperio romano de cadente(p. 86) ‘La referencia a Phillip Eulenberg ya los escindalos homosewuales que se descubrieronen el séquito de Guillermo I (algunos de cllosimpicando a propio Kar nos pert fechar con preciso de ate. El escnds Io Krupp estall6 en 1902, el escindalo Eulenberg en 1906, de modo que e libro de Batiz se escribi6 més earde, Estas fechas revelan un aspecto interesan- te dela estrategia de Butz: como su libro supuestamente trata de Buenos Aires en 1880, es claro que ext usando esos estindalo ~y la casa en Corso Umber- to [-retrospectivamente, Para mis informacién sobre los excindalos en st ‘ase bel V, Hull, The Entourage of Kaiser Wilhelm I, 1888-1918, Cambridge, ‘Cambridge Universicy Press, 1982, pp. 57-145. 30 Cuando la prostitucién y la pederastia son puestas una al lado de la otra, los excesos de la primera palidecen en compa- racién con la segunda, y se las excusa en nombre de la natu- raleza y las necesidades heterosexuales: “cada uno tiene el de- recho de ocultar al mundo sus debilidades (menos los pederastas), y no sé hasta qué punto se pueden llamar debi- lidades a ciettos caprichos exigidos por la naturaleza” (p. 100), La policia, afiade Batiz, poco puede hacer para castigar a “los nuevos escandalosos de la juventud argentina” aque- los que (ide nuevo!) “vienen a Népoles y a Roma pidiendo modelos, como el principe de los escdndalos alemanes a la casa de la calle Corso Umberto I” (p. 83). Debemos recordar que los escandalos en el entorno del Kaiser estallaron preci- samente cuando la Argentina reestructuraba su ejército de acuerdo con el modelo prusiano, dato que seguramente con- tribuy6 a la ansiedad del buen jefe de policta Lo que interesa aqui no es solo la ansiedad que despierta la homosexualidad concretamente fisica -uno de los méritos del libro de Batiz es que documenta la existencia de una flo- reciente comunidad gay en el Buenos Aires de la época"' sino también la notable inestabilidad del término “pederasta’ la faci- lidad con 1a cual es meraforizado o fusionado con otros tipos amenazadores. Los pederasta (en el libro de Batiz siempre “pe- derastas pasivos”) pasan a ser sindnimo de personajes indeseables yy mis bien “activos": proxenetas ladrones,informantes. Ylo que «s mas importante, los pederastas(y por extensin, los proxenetas, " Batiz no habla de lesbianas y hay poca documentacién disponible so bre el tema. Un artculo como el de Victor Mercante "Fetiquismo y uranismo femenino en los internados educativos", en Archivos de Criminolagia y Ciencias Afnes, 1903, pp. 22-30, llamando la atencién de loseducadores sobre este “es- ‘ado mérbido” en las escueas de Buenos Aires, muestra que al ments fue asun- ‘ode preocupacién para el exablshment médico-legal aunque la lesbiana no Ilega det todo a consttuirs en categoria como lo har el “pederastapasivo". 31 informantes, etc) remiten invariablemente a lo no-nacional. La homosexualidad existe en la Argentina, nos cuenta Batiz, peroen realidad, viene de lejos, de Italia, de esa casa en Corso Umberto] aque exporta decadentes modelos romanos 2 Buenos Aires. El uso del eérmino “modelo” es por supuesto de capital interés aqui, dado que describe esta transaccién sexual en un contexto de dependencia poscolonial aun cuando la critica. {Quignes son, después de todo, estos modelos? ¢Qué es lo que ‘hacen exactamente? Tomando el término literalmente, podria asumirse que estos son modelos sobre los que los “pederastas pasives” se modelan a si mismos, “originales” europeos de las “copias”latinoamericanas. Sin embargo no es del todo el caso, dado que el sujeto del libro de Batiz es la denuncia del execi- micnto de la prostivucién “més alla de lo normal y lo logico”. Insinuando un comercio més intimo que la mera emulacién, “modelo” indica més bien un proveedor sexual, “importado” a la Aggentina para satisfacer 2 los “pederastas pasivos” por la misma "granujerfa cosmopolita” que trafica prosticutas. Si es este, como sospecho, el caso, el término se vuelve mucho mis “activo” (y mas amenazante) de lo que pareceria a primera vista. Pero spor qué usar el término “modelo”? Puede acaso el término referir a los “artistas modelos”, tan populares en el siglo xrx, que posaban en ableaux vivants de indudable carga erética"® o es simplemente un eufemismo? Aunque el signi- ficado del término es oscuro, lo que importa es el mode-en que funciona en su contexto sociocultural, y el efecto inquietante que produce esa contextualizacién. No debe olvidarse, es- pués de todo, que ef madela es nocién clave en la poética de la jmitacién adoptada pot la América latina de fines del x1x con el propésito de crear nuevas formas culeurales: como ya habia "6 Véase Michael Moon, Ditseminaring Whitman, Cambridge y Londres, Harvard University Press, 1991, p. 70 32 dicho Dario, “Qui pourraisj miter pour ére original?”. De modo que el censurable escenario de Batiz el “pederasta pasivo” bus- cando el “modelo” romano para gratificacién sexual o estética parodia un patrén de dependencia incorporacién que no es en of ee por el contrario aceptable, incluso deseable, cuando se aplica a textos y no.a cuerpos. Fi i - tiz del término “modelo”, gee por. fel Saya on el lector Ia actitud literaria dominante del periodo con su Ene traparte corporal pervertida, zno se podrfa entonces leet algo nds algo que no puede ser dicho dentro de los discursos hegeré- nicos del periodo, esto es, que las nuevas construcciones de la literatura también implican nuevas construcciones de la sexua- lidad y el género, nuevas configuraciones de los cuerpos? ara Batiz, sin embargo, tal fusin de modelosera impensa- ble: lo bueno venia del exterior, para ser imitado, bajo la forma de modelos literarios “clevados”; lo malo también venia del ex- terior, para contaminar, bajo la forma de despreciables modelos que traian terribles habitos “bajos", Por supuesto, esta ilkima percepeién no era nueva y,en paises como la Argentina, donde Ineonigrcindelpucblocebacantandode nanenacle sada por efecto de una inmigracién principalmente masculina as6 a ser un problema urgente. La preocupacién que Wilde producia en Dario y Marti encuentra su paraleo en los discur- $08 eéenicos de los incipiente estados-nacién,discursos mane- jados por ess afios en toda América latina por psiquatras,so- cidlogos, hombres de derecho y, si, inspectores de policia que intentaban definir, clasificar y analizar la desviacién sewuall ‘extranjera” como una de ls enfermedades traidas por lain- migraci6n.” La taxonomfa paranoica que resultaba de estos se état a ng omosrualideden Ia comtrcin dea nacn argentine Buenos Arey, 1871 Rosario, Beatriz Viterbo Editora, 1995. eee 33 iscursos volvia navurales el rechazo y la persecucién, tan “I6- So como el rechazo que el cadaver perruno de Oscar Wilde despertaba en los hombres normales. Condenado al closet de la no-nacionalidad, el extranjero fue ast construido como un otro enfermo, perverso y en tlei- ‘ma instancia amenazante. Asi como el discurso de la conquis- «a espafiola habia feminizado al otro americano nativo" y el dliscurso de la Espafia metropolitana habia feminizado a sus sujetos criollos, el discurso hegeménico del nacionalismo de- cimon6nico pervierte, y en particular emascula, al inmigrance masculino. Se le asigna una suerte de afeminamiento perfor- mativo que, segén el peligro que significa va de lo simplemen- te grotesco a lo social y moralmente amenazador. Ni Dario ni Marti mencionan abiertamente la homosexua- lidad (0, para usar el eérmino de la época, la pederastia) en sus crGnicas literarias Si aluden a ella, lo hacen de manera obli cua y, sobre todo, defensiva. Marti, al escribir sobre Whitman, ° Mara Zamora, "Ares of Columb: Gender and Discoveryen CaaralCigu 17. 19901991, pp 127-151. : T Exe deilamiento pr meio dela homotextlizacin esparticlar mente viento en cso en queel extranjerooeupa, os pee oupando, Cpa no maz de poder Vesela lente dexipein des pres trai lene cial opel a Ramot Mj" hibit de ciara creed de ronar el inmecbeempe- fa eee der rbot esas nied eet dela les da iets specs de rate misrins 15 pro “Aime desc acon dcr edad dle mor tovolndaon en alga proerviade lo invetds” los Maia Ramos Me- Fo Lr smaladare de ale |1904 Boenos Aes, Tot 1955, pp 166-167, ' i is rclativamente El'mismo Ramos Mei, coando discte el mal gst de los clas tnofeestes nmin aliano urogo bl de lls léndols 4 procura blanquearlo de los “imbéciles" que “con remilgos de colegial impiidico” ven en sus poemas “las viles ansias de Vir- gilio por Ceberes" y se apresura a corregit (tal como hizo, no deberia olvidarse, el mismo Whitman} esas lecturas. Con des- precio comparable, Rubén Dario rechaza las referencias a la homosexualidad de Verlaine como “una nebulosa leyenda que hha hecho crecer una verde pradera en que ha pastadoa su pla- cer el ‘pan-maflsme” 2 y, cuando reseia la piadosa biografia de Lepelletier sobre el poeta, declara que acerca de la presunta re- lacién con Rimbaud "hay documentos en que toda perspicacia ymalicia quedan en derrota, hallandose, en tiltimo resultado, «que tales o cuales afirmaciones o alusiones en prosa o verso no representan sino aspectos de simulacién|[...).2® ‘Lo que llama Ja atencién tanto en Marti como en Dario no es que se evite la cucstién de la homosexualidad sino, precisa- mente, que se la plantee; que aparezca, de hecho, como inevita- ble. Una vez que sc la nombra, sin embargo, se la desmiente enérgicamente, considerandola calumnia. En lo que respecta a sus mentores —Verlaine, Whitman y Wilde, en este caso, pero también otros precursores europeos-, el modernismo no solo “invercidos culeurales": el italiano guarango escribe, se parece alo inverti- dos del instinto sexual que revelan su pocencia dudosa por una manifestacién serbiliaria de los apetitos. Necesitan de exe color vivisimo, de esa misica chi- Ilona, como el erotémano del olor intenso de la carne; quiere las combinacio- nes bizatras y sin gusto de las cosas, como exte de las acttudestorcidas y de {os procedimientos escabrosos para satisfacer especiales idiosincrasias de su sensibilidad” José Maria Ramos Mejia, Las mulrtudeargentnas(1899), Bue- ‘nos Ales, Tlleres Graficos Argentinos LJ, Rosso, 1934, p. 257). 2° José Mare, "El poeta Walt Whitman”, en Obras completa 13, La Haba 'a, Editorial Nacional de Cuba, 1963-1975, p. 137, Para la relaeién de ‘Marei con Whizman, véase més abajo el capiulo “Lazos de familia", p. 114, 2 Eve Kosofsky Sedgwick, Berwen Men, ob cit p. 203, ® Rubén Dario, “Verlaine’,en Las raros, Obras completas2, ob. cit, p. 298. » “Lavida de Verlaine” en Rubén Dasio, Oras completa, 2, ob cit, p. 718. 35 somete sus textos a un proceso creativo de traduccién culeural; también craduce las vidas de los escritores a un guién aceptable, borrando las marcas de un desvio que no solo mancilla a aque- Ilos mentores sino, caso, a él mismo. Sin duda el movimiento ‘mis llamativamente homosocial de la literatura Iatinoamerica- na (aunque el llamado Boom de los afi sesenta no le va en aga), la hermandad constituida pot los modernistas (para utli- zar el término prerrafaelita tan caro a Rubén Dario), no quiere quese lo juzgue culpable por asociacin: quiere ser “bien leido”. ‘Aun afios después, esta misma ansiedad cultural aparece en los criticos del madernismo. Dos veces, al comparar a Dario con Ver- laine, Octavio Paz siente la necesidad de decirnos que la poesia de Dario era viril, mientras que Carlos Fucntes, cuando habla del Ariel de Rod6, loalaba por sus “momentos mas fornidos”™* La combinacién de homofobia y xenofobia, la insistencia en adjudicar la perversi6n al “afuera", sostenida por un celo que ms bien indiea eudn “adentro” esti en verdad ese “afue- 12", consolidan, por contraste, la nocién de una salud nacional, incluso continental. Noci6n claborada y perfeccionada, como cs de suponer, en atencos exclusivamente masculinos,en gene- ral congregados alrededor de una figura mayor, tiene en el Prospero del Ariel de Rodé su mejor exponent, Me aventura én paso mis, y contexcualizaré esta noci6n de salud no solo en términos de un cuerpo social sino también de un cuerpo politico, y consideraré brevemente uno de los proyectos pro- filicticos para preservar la salud nacional mas notables, perge- fiado justamente por uno de esos mentores, José Enrique Rodé. Pedagogo (uso la palabra con toda deliberacién)a quien se podria describir como cruza de Matthew Arnold y de Auguste > Octavio Baz, “El caracol la sirena”,ob. cit, pp. 31 y 39. Carlos Fuen- ‘s,pr6logo en inglés a José Enrique Rod6, Ariel, Austin, University of Texas Press, 1988p. 17. 36 Renan, Rodé convoca temprana atencién como maitre @ penser con un articulo de 1899 sobre la poesia de Rubén Dario. El ar- ticulo funciona como diagnéstico y como cuento con moraleja; comienza, memorablemente, con una declaraci6n que pone en su lugar al para entonces célebre nicaragitense: “Indudablemen- te, Rubén Darfo no es el poeta de América” Sin entrar en los detalles del texto, quicro detenerme en ciertos aspectos porque encuentro en él signos de la misma duplicidad que ya mencio- né, Por un lado, se trata de una lectura simpética, en la que Rode literalmente asume la voz de Dario, en un acto de ventri- locuismo poético; mientras escribe, recrea cuidadosamente los poemas, regodedndose en la sensualidad de Dario (e intensifi- céndola en mis de una ocasién) con el éinico interés (dice a quien quiera creerle) de ejercer una critica literaria seria. Pero por otro lado, se nota la necesidad por parte de Rodé de conte- ner el sentimiento desbordado. En la apreciacin que hace de Darto se observa cierto desasosiego, como la sensacién de que nesta poesia hay algo malo y, mis precisamente, de que hay algo malo para América latina. Hay algo enfermizo, artificial, amane- rado en la poesia de Dario, explica Rodé, aun cuando se deleita en la misma suavidad que denuncia. No hay pasién heroica, no hay gestos tragicos fuertes, no hay sinceridad en esta poesta sino, en su lugar, “los mérbidos e indolentes escorz0s, las sere- nidadesideaes, las languideces pensativas, todo lo que hace que la tinica del actor pueda caer constantemente, sobre su cuerpo flexible, en pliegues Ilenos de gracia” (p. 172) Y Rod6 continga: En nuestro idioma severo ;cuindo la voluptuosidad ha obte- niido del verso, para su carcaj de cazadora, dardos semejantes? 2 José Enrique Rod6, Rubén Dare, Su personalidad lieraria. Su ikima obra Ole empl, Maid, Aguas, 1967 pp, 169-192. Coen adelante por 37 [Porque la volupeuosidad es el alma misma de estos versos; se hhunden, se estiran, sonronean, como los gatos regalones, en los cojines de la voluptuosidad! Versos golosos, versosrentadores y finos, versos capaces de hacer languidecer a una legién de Esparta...Si se tratase de ira la guerra, yo los proscribiria como a la Maga ofertadora de un filtro pérfido y enervador (p. 179) La sexualidad del hombre Dario no cae bajo sospecha, si Ia de su poesia La condena de Rodé no difiere mucho dela critica que ya habfa hecho Marti en “Nuestra América” de la poesfa “de poca hombria”, con idénticas insinuaciones de homoerotismo: “Hembras, hembras débiles parecerian ahora los hombres, si se dieran a apurar, coronados de guirnal- das de rosas, en brazos de Alejandro y de Cebetes, el falerno meloso que sazon6 los festines de Hioracio”.”” Aunque la afir- ‘macién de Marti es considerablemente anterior al ensayo de Rodé, la actitud es la misma: se recurrea los mismos clichés emasculantes para denunciar la molicie ¢ indicar debilidad. La desvanecida legién espartana, el abrazo de Alejandro, el vvino y las rosas conjuran un tipo de helenismo “erroneo” que deberia ser proscripto, en primer lugar en nosotros mismos. ‘Como Batiz en los barrios de Buenos Aires, Rod6 lleva a cabo una lectura voyeurista de Dario semejante ala que Mar- ti haba hecho del cuerpo vivo de Wilde y el mismo Dario de su cuerpo muerto, Rodé, el maestro de la virtud civica lai- noamericana —de quien un discipulo se preguntaba por qué 2 Bseribe veinte afios més tarde José Bergamin:“La castidad dela desnu- i 2 ropa, de dezex prucha de-virlidad: poeta de Béequer la sensualidad de los rop afemninamiento: poesia de Rubén Dario”. Ciado en Emir Rodeiguez Monegal, “Bncuentros con Rubén Dario”, Mundo nuevo 7, 1967, 12. » José Marti, “El poeta del Nidgara", en OC, 7, p. 224. 38 se encerraba en su cuarto para leer los diflogos de Platén—, esté tan fascinado por la languidez de la poesia de Dario como Marti estaba fascinado por la cabellera de Wilde y Batiz por Ja mitica agencia romana que proveia modelos a los pederas- tas pasivos. Pero Rodé inscribe su fascinacién y su descon- fianza ante lo mérbido, su preocupacién por la virilidad y la emasculaci6n, en un contexto no solo literario y social sino claramente politico. En la poesia de Darfo lee la ame- naza no como algo que viene de afuera (de la Inglaterra vic- toriana, de la Francia finisecular, de la agencia romana, de los barcos de inmigrantes del sur de Europa) sino como mo- vvimiento interior, inmensamente més peligroso: es en el tex- todeun latinoamericano y no de un extranjero donde Rodé percibe (a la ver seducido y alarmado) la languidez, la sua- vidad, la enfermedad, la falta de fibra heroica, la feminiza- ci6n, el posible, aunque no nombrado, homoerotismo. En un tiempo de desazén continental, en el que América latina teme perder su precaria identidad ante la amenaza de los Es- tados Unidos, el sensual Dario no puede ser, no debe ser, se- giin Rods, “el poeta de América”. Si bien su poesfa es pro- mesa de renovacién estética y fuente de gozo, es también amenaza ideolégica y foco infeccioso: no vaticina un sano continentalismo. De ahi la necesidad del Arie! de Rodé, el ensayo que muy poco después escribe para la “juventud de América” y que sera, durante afios, la propuesta mas popular de una identidad latinoamericana “fuerte”. Mezcla de caritas evangélica, helenismo renaniano y virilidad sentimentaliza- da, propone una “cura” para la tan atractiva como dafiina mo- Ultia de la decadencia europea ala vez que previene contra el utilitarismo muscular de los Estados Unidos, En una palabra, 2» Victor Pérez Petit, Rods, Su vida su obra, Montevideo, Imprenta Latina, 1918, .45. 39 inseruye a la intelectualidad sobre modos de convivir inteli- gentemente como buenos hombres acinoamericanos. No sorprende que Dario, luego de la critica que Rodé hace desu poesia y del didéctico Ariel que le sigue, asuma una nueva perspectiva en Cantos de vida y eperanca yse postule como poet de “la humana energfa”, rechazando en buena parte su estética “anterior. Tampoco es sorprendente que una formulacién de co- rreccién politica y moral tan convincente como Arie en la que el pinico homosexual se remplaza saludablemente con una ca maraderia masculina pro patria, haya pasado a caracterizar no solo el modernismo tardio sino también la literarura que lo si- gui. Uno de los esultados del pinico homosexual fnisecular fac la casi total supresién del cuerpo masculino dela literatura latinoamericana: la virilidad sentimental propuesta por Rod6 era sobre todo cosa mentale, abstraccién rara vez. acompafiada (como lo fue en movimientos nacionales de otros paises)” por el redescubrimiento y la estetizaci6n del cuerpo. Asi como el cuer- po se oculta, asi todas las manifestaciones sexuales y eréticas que se desvian de la norma “saludable”, patriarcal, heterosexual van a pararal closer de la representaci6n literaria, para no ha- blar del closer de la critica. Una de las tareas que esperan al lec- tor de hoy es mirar, con la misina intensidad con que Marti inspeccioné a Wilde; la misma curiosidad con que Batiz obser- ‘v6 Buenos Aires, la misma fascinacién con que Dario ‘miré” el cadaver de Wilde, la misma simpatia con la que Rod6 reco- nnocié a Darfo (y sin la ansiedad que tefifa aquellas cuatro mira- das), la produccién textual de América latina a partir del siglo >xix para entender las formas que asume el silencio y las figura iones oblicuas a las que se recurre para decir lo indecible. 2 ease George Le Mosse, Natonaliom and Sexuality Midde-Class Morli- ty and Sexual Norms in Modern Europe (1983) Madison y Londres, University of Wisconsin Press, 1988, especialmente el capirulo 3, La POLITICA DE LA POSE El momento en que el garzén arranca el loto, para conducir su agrado al visitante, El otro garz6n. que apoyandose en el azar de su memoria repite felizmence el verso. Y el poeta que enterrado en su silencio y en el coro de los otros silencios siente como Ja fucura plastica en que su obra va a ser apreciada y recibe como una nota anticipada. José Lezama Lima, “Julidn del Casal” En un simposio que tuvo lugar hace afios intenté resumir el tema que me ocupa en este libro, es decir las economias del de- seo en la América latina finiseculas, considerando cémo esas economias marcaban lo que podria amarse, de manera muy ‘general, las politicas culturales del modernismo. Concretamen- te, dedicaba especial atencién al tema del que vengo hablando, «decir la desazén que provoca en ciertos intelectuales de la época la figura de Oscar Wilde. Mi trabajo intentaba recuperar aquel momento, fugaz y sin duda utépico, en que los dos “la- dos” de Wilde, el frfvolo, sise quiere, y el politico, podian pen- sarse juntos antes de que la presi6n de la ideologia los separara, supeditando el primero al segundo hasta hacerlo desaparecer. A juzgar por la reaccién de uno de los moderadores, la ambivalencia y la desaz6n no se limitaban al siglo pasado, ya que su comentario, cediendo a su vez. a una idcologia vuelta naturalizado habito de lectura, reruvo uno solo de esos aspec- tos de Wilde, el que llamaré, por conveniencia, el frivolo. Pas6 a considerar a relacién entre Wilde e Hispanoamérica a en términos de mimica y de mistificacién, recalcando su lige- reza de gesto superfluo: en Hispanoamérica se habia jugado a ser (0 a parecer; volveré sobre esta diferencia) Wilde, como quien se pone un disfraz 0 se coloca un clavel verde en Ja solapa, El decadentismo era, sobre todo, cucstién de pose" Esta reaccién no estaba tan lejos de cierta Lectura de a lite- ravura finisecular que se hizo en Ia época misma, aquella lecru- ra que veia la pose como etapa pasajera correspondiente a un primer modernismo de evasién, distinto de un segundo moder- nismo americanista, el que era “de veras”. Fueesa, por ejemplo, fa leccura de Max Henriquez Urefia. A propésito de las “Pala- bras liminares” de Dario a Prosa profanas, escribe: “Rubén asu- ‘me una pose, no siempre de buen gusto: habla de su espiritu aristocritico y de sus manos de marqués[.). Todo esto es pose {que desaparecerd més tarde, cuando Dario asuma la voz del Continente y sea el intérprete de sus inquietudes cideales"* Desdefiada como frivola, ridiculizada como caricatura, o incorporada a un itinerario en el que figura como etapa inicial y necesariamente imperfecta, la pose decadentista despierta escasa simpatia. Yo quisiera proponer aqui otra lectura de esa pose: verla como gesto decisivo en la politi- ca cultural de la Hispanoamérica de fines del x1x; verla, si, como capaz de expresar, si no “la voz del Continente”, por cierto una de sus mischas voces, y verla precisamente como comentario de las “inquietudes ¢ ideales” de ese continente. "Bl mismo trabajo, leido ance a Asociacién Internacional de Hispa- histas en sesi6n plenaria, suscit6 una reacci6n similar por parte de una ‘petsona del pablico, quien pregunt6 sila ambivalencia de Marti y de Da- io con respecto a Wilde no tendria que ver con el hecho de que estaban preocupados con algo “mas importante”, es decir, “la construccién de una identidad continental” 2 Max Henriquee Urea, Breve historia del modernism, México, Fondo de (Cultura Econémica, 1962, p.97. 2 Quiero considerar la fuerza desestabilizadora de la pose, fuerza que hace de ella un gesto politico, DAR A VER: EL CUERPO (EN) PUBLICO En el siglo xrx las culturas se leen como cuerpos: piénsese en las lecturas anatémicas que hace Sarmiento tanto de Espafia como de la Argentina, o en las enfermedades de occidente, con- siderado organismo vivo, vaticinadas por Max Nordau, para dar tan solo dos ejemplos. A su vez, los cuerpos se leen (y se pre- sentan para ser leidos) como declaraciones culturales. Para re- flexionar sobre el trabajo de pose, quiero rescatar ese cuerpo, recalcar su aspecto material, su inevitable proyeccién teatral, sus connotaciones plasticas; ver qué gestos acompafian, antes bien determinan, la conducta del poseur Pensar sobre todo cémo se construye un campo de visibilidad dentro del cual la pose es reconocida como tal y encuentra una coherencia de lectura. Laexhibicién, como forma cultural, es el género preferi- do del siglo xrx, la escopofilia, [a pasién que la anima. Todo apela a la vista y todo se especulariza: se exhiben nacionali- dades en las exposiciones universales, se exhiben nacionalis- mos en los grandes desfiles militares (cuando no en las gue- tras mismas concebidas como especticulos), se exhiben enfermedades en los grandes hospitales, se exhibe el arte en los museos, se exhibe el sexo artistico en los “cuadros vivos” 0 tableaux vivants, se exhiben mercaderias en los grandes al- macenes, se exhiben vestidos en los salones de modas, se ex- hiben tanto Io cotidiano como lo exético en Fotografias, dio- ramas, panoramas. Hay exhibiciin y también hay exhibicionismo. La clasificacién de la patologfa (“obsesién morbosa que lleva a ciertos sujetos a exhibir sus Srganos genitales") data de 1866; la creacién de la categoria individual, exhibicionista categoria ‘que marca el paso del acto al individuo-, de 1880. 8 Exhibir no solo es mostrar, es mostrar de tal manera que aquello que se muestra se vuelva més visible, se reconozca. ‘Asi, por ejemplo, los fordgrafos de ciertas patologias retocaban asus sujetos para visbilizar la enfermedad: como muestran los archivos médicos de la ciudad de Paris, a las histéricas se les pintaban ojeras,se las demacraba, a efectos de representar una enfermedad que carecia de rasgos definitorios. Me interesa esa visibilidad acrecentada en la medida en que es indispensable para la pose finisecular. Manejada por el poseur mismo, la exa- geracién es estrategia de provocacién para no pasar desaten- dido, para obligar la mirada del otro, para forzar una lectu para obligar un discurso, No difiere esta estrategia del maqui- Iizje, tal como lo entiende Baudelaire: “el maquillaje no ha de esconderseo evitar ser descubierto; al contrario, debe exhibirse, sino con afectacién, por lo menos con una suerte de candor"? El fin de siglo procesa esa visibilidad acrecentada de m: neras diversas, segiin donde se produce y segiin quién la per be, Ast, la critica, el diagnéstico o el reconocimiento simpatico (0 antipatico) son posibles respuestas a ese exceso, ala vex que son, no hay que olvidar, formas de una escopofilia exacerbada, Mirese desde donde se mire, el exceso siempre fomenta lo que Felisberto Hernandez llamaria més tarde la “lujuria de ver”. JUGAR AL FANTASMA En dos ocasiones, al hablar de un “raro”, recurre Darfoa un precepto de la cébala citado por Villiers de 'isle Adam en La Eva futures" Prends garde! En jouant au fantime, on le devient”™* > Charles Baudelaire, “Le peintre dela vie modeane", en Ocuores complies, Paris, Gallimard, *Pleiade”, 1954, p. 914, * Machiew Villiers de Isle Adam, L'Eve furure,en Oewores complies I, Ginebra, Satkine Repriits, 1970, p. 103 En el ensayo de Los raros dedicado a Lautréamont, escribe eri efecto Dario: “No seria prudente a los espiritus jévenes con- versar mucho con ese hombre espectral, siquiera fuese por bi- zartia literaria o gusto de un manjar nuevo. Hay un juicioso consejo de la Kabala: No hay que jugar al espectro, porque se ega a serlo”.$ ¥ en “Purificaciones de la piedad”, articulo pu- blicado a los pocos dias de la muerte de Oscar Wilde, observa Dario, como ya he mencionado, que “desdefiando el consejo de la cébala, ese triste Wilde jug al fantasma y legs a sero" + En ambos casos la frase se usa de manera admonitoria, para sefialar los excesos de dos escritores y las trampas de una si- mulacién que tuvo consecuencias funestas. Pero el giro incer- pretativo que da Dario a la frase ¢s curioso, Jugar al fantasina y llegar a serlo supondria un afantasmamiento, una desrea- lizacién, un volverse no-tangible o no-visible, En cambio, la frase de Dario parece indicar lo contrario: un exceso de visi- bilidad, de presencia. Aplicada a Wilde, que es el “fancasma” que aqui me interesa, significa que el juego de Wilde se vol- vvi6 excesivamente visible, y que ese exceso Ilevé a Wilde a su ruina. Wilde juega a ese algo que no se nombra y de tanto ju- gar a ese algo ~de tanto posara ese algo~ da visibilidad, llega a ser ese algo innombrable. No est de mas recordar aqui la densa textura seméntica que adquirié el término “posar” en los procesos judiciales de Wilde. En carta a su hijo Lord Alfred Douglas del 1° de abril de 1894, escribe el marqués de Queensberry: “No es mi propésito analizar esta intimidad [se refiere a la rela- cidn entre Wilde y su hijo}, y no hago denuncias. Pero en mi opinién posar a algo es tan malo como serlo {ro pose as * Rubén Dario, Obras compleas2, Madrid, Azodisio Aguado, ob. cit,p. 436, * Ibid. 0.3,p. 471. 4s ‘a thing is as bad as tobe if”? Cuando unos meses mis tarde se presenta Queensberry en casa de Wilde, lo acusa nuevamente de pose: "No digo que usted lo sea, pero lo parece, y posaaserlo, Jo quees igualmente malo” En cartaa su suegro, por la misma época, escribe Queensberry: ‘Si estuviera seguro del asunto [the thing), mataria al tipo de inmediato, pero solo puedo acusarlo de posar”.’ Por fin, el 18 de febrero de 1895,a manera de provoca- ci6n, deja Queensberry una tarjeta para Wilde en el Albemarle Club de Londres con la errata que pas6 a ser célebre: “To Oscar Wilde posing Somdomite” "para Oscar Wilde, que posa de somdo- mita[sic|"-. El resto, como dicen, pertenece a la historia. ‘Lo que no se nombra (el algo ello, el asunta) es desde luego el ser homosexual de Wilde, lo que no cabe en palabras porque no existe todavia como concepto (es decir, el homosexual como si- etd), pero que el cuerpo, los gestos, la pose de Wilde anuncian.'” ““Bs importante recordar ~escribe Moe Meyer~ que Wilde no fue procesado inicialmente por actividad sexual perversa (sodomfa) sino por un acto perverso de significacién (posar de sodomita). Fue inicialmente un reo semiético, no un reo sexual”.! Que la corona iniciara luego un segundo proceso, acusando a Wilde ya no de posar sino de ser, muestra la fuerza PHL Montgomery Hyde, The Trial of Oxar Wilde, Londres, Dover Publi cations, 1973.p. 71: bid, p. 73 bid, p. 74 2 Véanse al respecta las intligentes observaciones de Alan Sinfield: “EL desafio para el eritco es recuperar el momento de indeterminaci6n. No es que fa idea que tenemos hoy deel homosexual’ se disimulara tras estos silencis, como uns estatua debajo de una sabana, plenamente Formada y pronta ase revelada”. The Wilde Century: Effominary, Oscar Wilde and the Queer Moment, ‘Nueva York, Columbia University Press, 1994, p. 8 " Mae Meyer (comp), The Politics and Poetics of Camp, Nueva York y Londres, Routledge, 1994, p.98. identificatoria de esa pose. La pose abria un campo politico en el que la identificacién ~en este caso, el homosexual- empeza- baa cobrar cuerpo era re-presentado, inscripto, Los juicios de Wilde, iniciados por la denuncia de una pas, brindaron un es- pacio de clasificacién. Como observa Jeffrey Weeks, “Los juicios no solo fueron muy draméticos, fueron altamente significativos en que crearon una imagen piiblica para el homosexual”."* EL AMANERAMIENTO VOULU Si bien no toda pose finisecular remite directamente al homo- sexual, sujeto en vias de ser formulado y para cuya formula- cién, tanto cultural como especificamente legal, sera decisivo el aporte de Wilde, el concepto de pase remite a un histrionis- mo, a un derroche, y aun amaneramiento tradicionalmente signados por lo no masculino,o por un masculino problemati- zado, amaneramiento que, a pastir de Wilde, y acaso més en Hispanoamérica que en Europa (volveré sobre este punto), se torna cada vez. mas sospechoso, sujeto de ese ya mencio- nado pénico teorizado por Eve Sedgwick." Es decir, la pose finisecular ~y aqui esta su aporte decisivo a a vez.que su per- cibida amenaza~ problematiza el género, su formulaci6n y sus deslindes, subvirtiendo clasificaciones, cuestionando mo: delos reproductivos, proponiendo nuevos modos de identi- ficacién basados en el reconocimiento de un deseo més que en pactos culturales, invitando a (jugando a) nuevas identi- dades, Se trata ahora no meramente de actitudes ~languidez, * Jeffey Wecks, Coming Our: Homoseual Polen Britain fran the Nine. seenth Century tothe Prsent Londces, Quartet, 1977.21. Bve Kosofiky Sedgwick, Between Men: Englith Literature and Male Homosocial Desire Nueva York, Columbia University Pes, 1985. neurastenia, molicie-, sino de Ia emergencia de un sujeto y, se podria agregar, atendiendo a las connotaciones teatrales del término, de un nuevo actoren la escena politico-social. En Hispanoamérica, la pose finisecular plantea nuevos pa- trones de deseo que perturban y tientan a la vez. Por eso “para conjurar su posible carga transgresiva, por lo menos homoeré- tica~se la suele reducis a la caricatura o neutralizar su poren- cial ideologico viéndola como mera imitacién. Se la accpta como detalle cultural, no como practica social y politica. Se Ia reduce al afeminamiento jocoso; para citar a un critico, a “una fastidiosa chachara de snobs que van a nuestras selvas vvirgenes con polainas en los zapatos, monéculo impertinente enel ojo, y crisantemo en el ojal”.'¥ Poss y paroLocia En su mencionada resefia acerca del “piadoso y definitivo libro” de Edmond Lepelletier sobre Verlaine, escribe Rubén Dario. Los amigos de asuntos tortuosos se encontrarén desilusionados al ver que lo referentea la famosa cuestién Rimbaud se precisa con documentos en que toda perspicacia y malicia quedan en derrota, hallindosé en iltimo resultado, que tales o cuales afir- aciones o alusiones en prosa 0 verso no representan sino as- pectos de simulacin, tan bien estudiados por Ingegnicros[sic|"* Lacita de Dario me lleva a reflexionar sobre un iiltimo aspecto de la pose. No en la pose como signo de amanera- ' Pedro Emilio Coll, en Arnold L Ulner, Envigue Gémez Carrillo en el smodersivn, 1889-1896, Diss. Univ. of Missouri, 1972, p.207. * Rubén Dario, Obras compleras2, ob. cit, p. 718. 8 miento, como visibilizaci6n de la no-masculinidad, sino en el amaneramiento, la visibilizacién de la no-masculinidad Ia homosexualidad, en el caso preciso de Verlaine- como pose. Aparentemente se trata de una simple inversién de tér- minos. Propongo que la inversién es algo més, que los térmi- nos no son exactamente reversibles ni equivalentes, que su inversi6n imprime una nueva direccién en lo que podriamos llamar la epistemologia de la pose. El doble itinerario seria el siguiente: 1) la pose remite alo no mentado, al algo cuya inscripcién la constituye la pose misma: la pose por ende re- (presenta, es una postura significante; pero 2) lo no mentado, una vez inscripto y vuelto visible, se descarta ahora como “pose”: una vez mas la pose representa (en el sentido teatral del término) pero como imposturasignificante. Dicho atin mas simplemente: la pose dice que se es algo, pero decir que sc es ese algo es posar, 0 sea, no serlo, La cita de Dario también me sirve como introduccién a la obra de quien se empeié en trabajar la pose clinicamente con ejemplar ahinco, incorporandola en su sistema a la vez como patologia y como terapia. Hablo por supuesto de José In- genieros —que no es Ingegnieras, como escribe Dario, sospecho que no inocentemente-, quien dedica buena parte de su in- vestigacién psiquidtrica al estudio de la simulacién, transfor- méndola de fendmeno puramente biolégico de adaptacién (el mimetismo animal) en categorfa moral negativa, La simu- laci6n, para Ingenieros, es una estrategia de adapeaci6n que importa un falseo, y es por ende moralmente objetable, es “un medio fraudulento de lucha por la vida’ 3 “{BJn la simulacién ° José Ingenieroe, La simulacin en la lucha po la vida (1903), en Obras completas I, revisadas y anotadas por Anibal Ponce, Buenos Aires, Ediciones LJ. Rosso, 1933, p. 114; subrayado en el original. Las cits de esta obra apa- zecen de ahora en adelante directamente en el texto precedidas por S. ” iiade~ las apariencias exteriores de una cosa 0 accin hacen con- fundirla con otra, sin que efectivamente le equivalga” (S, p. 123; ‘subrayado en el original). Para Ingenieros, no se puede simu- Jar (posar) ser lo que sees: la pose necesariamente miente.” ‘And yet, and yet. Flay un curioso desliz, en una serie de ejemplos en La simulacién en la lucha por la vida, que seriamen- te cucstiona esta aseveraci6n: Elambiente impone la fraudulencia: vivir, para el comén de los mortales, es sometersea esa imposici6n, adaptarse a ella. Quien lo dude, imaginese por un momento que el astuco espe- culador no simule honestidad financier; que el funcionario no simule defender los intereses del pueblo; que el lirerato adoce- nado no simula las cualidades de los que triunfan; que el co- rmerciante no simule interesarse por sus clientes; que el pardsi- tono simule ser Gil a su huésped,.}. que el picaro no simule Ia tonteria y el superior la inferioridad, segiin los casos el nisio tuna enfermedad, el maric6n el afeminamiento|..(S,p. 185). Si no me equivoco, el dltimo ejemplo rompe notablemen- te-con el esquema de simulacién fraudulenta: el maricén no simula ser lo que no es (como el astuto especulador que simu- laser honesto) sino, podria decirse, lo que es. La simulaci6n, la pose, pareceria reforzar en lugar de reemplazar con el signo ‘opuesto. El ejemplo no cabe pues dentro del planteo de Inge- nieros a menos de imaginar una interpretaci6n de proyeccién ideolégica més drastica. El “maricén" es “en realidad” un En otro capitulo apunta Ingenieros:"Simular|..)es adoptar los carac- teres exteriores y visibles de lo que se simul, afin de confundirse con lo simulado, La mentira ln bipoceesia, la astuca, pueden asumir formas que involueren el fendmeno especial de la simulacién, pero no son siempre y rnecesariamente simuliciones" (Sp. 208) hombre, por lo tanto, al simular lo femenino, posa a lo que no es. Asi, el homosexual, como sujeto que trasciende las catego- sias del binarismo genérico, queda efectivamente eliminado enel planteo de Ingenieros, reducido a ser “en realidad” una cosa que “simula” ser la otra. La actitud de vigilancia casi policiaca por parte del médi- co-legista que efectiia “determinaciones periciales |... de alto interés penal” con el propésito de “desenmascarar a los simu- adores” (S, p. 254) recuerda la vigilancia de Queensberry, em- pefiado en ver si Oscar Wilde era 0 no era eso, Pero en el caso de Ingenicros, el desenmascaramiento de la pose, a la vez que confirma la pericia del diagnosticador, produce otro resultado. No lleva a la acusacién sino a un desplazamiento de patologias no es, se hace; 0 dicho en términos de época, no es degenerado sino simulador- y ese desplazamiento produce una suerte de alivio cultural. No solo exime al simulador sino a sus supues- tos modelos, de quienes nos asegura Ingenieros-que “en reali- dad” siempre fueron fumistas, es decir, poseurs: “Entre los lite- ratos novicios es frecuente encontrar sujetos que simulan poseer ‘malas cualidades, creyéndolas verdaderas en los fumistas por quienes estan sugestionados” (5, p. 259). Segdn Ingenieros, na- die ¢s, codos se hacen."* Véase por ejemplo el caso siguiente: Un joven literato [Ja versin previa del texto, en los Archivos de Psiguiatria y criminologia agrega: “decadente"),sugestionado por los fumistas Franceses, crey6se obligado a simular los refina- mientos y vicios fingidos por estos, conceptuéndolos verda- deros, Simulaba ser maricén la versién previa dice: “pederasta ' Alalivioculeural que propone Ingenieros, el “se hace” en lugar del "es", se oponen desde luego algunos textos ansiosos: el ya mencionado “estudio social" de Adolfo Batiz ola obra teatral Las invertidos (Obra reaita en tres ae- t0s)de José Gonzalez Castillo (1914), Buenos Aires, Puntosus Editors, 1991. st pasivo'l, haschichista, morfin6mano y alcoholista.[.] Todo era producto de sus pueriles sugestiones, fruro de las fumisterias de los estetas ysuperhombres cuyas obras lefa de preferencia y bajo cuya influencia vivia, tratando de ajustar sus actos y sus ideas al, “manual del perfecto literato decadente”(S,p. 241). (Otra versin del mismo caso, citada en La simulacidn de la Jocura, ambién de Ingenieros -fue de hecho su tesis doctoral-, afiade detalles interesantes sobre el trabajo de simulacién del sujeto observado: ‘Al poco tiempo manifest6 profunda aversién por cl sexo feme- nino, enalteciendo la conducta de Oscar Wilde, el poeta inglés, que en aquel entonces acababa de ser condenado en Londres, sufriendo en la cércel de Reading las consecuencias de sus re- laciones homosexuales con Lord Douglas. Escribié y publicé tuna “Oda ala belleza masculina” y Ileg6 a manifestar que solo hrallaba placer en la intimidad masculina. ‘Algunas personas creyeron verdaderas esas simulaciones, ale- jfindose prudentemente de su compaiiia; por fortuna, sus amigos Iehicieron comprender que si ella podia servit para sobresalir literariamente entre sus congéneres modernistas, en cambio le perjudicarian cuando abandonara esos estetismos juveniles. El simulador protesté que nadie tenia derecho de censurarle sus gustos, ni aun so pretexto de considerarlos simulados. Mas, comprendiendo que, al fin de cuentas, nadie creetia en ellos, renunci6 a sus fingidas psicopatias."” Que el ser visto como maricén o como pederasta pasivo se considerara en principio algo deseable y, mas atin, motivo de ° José Ingenieros, La simulacin dela lcura(1901),en Obras completa, Buenos Aires, Bdicioves Li}. Rosso, 1933, pp. 24 y 25. 52 prestigio literario es harto dudoso. Vistos ls esfuerzos por blan- queat vidas de escritores, ya heterosexualizandolas, ya patologi- z4ndolas, que vengo comentando, es poco probable que esta si- ‘mulaci6n (side simulacién se trata) afiadiera prestigio literario ala vida de nadie en América latina. El episodio sirve en cambio para disminuir atin més l individuo, presentado como ingenvo, ficilmente sugestionable, y sobre todo poco inteligente: cree dig- nas de emulacién conductas que ya son, como todo el mundo sabe ¢ Ingenieros se empefia en insistr, fingidas” De qué modo, concretamente, se simula ser pederasta pasi- voy de qué modo se detecta esa simulacién ~es decir: cusles la pose o serie de poses queca la vez sefialan una identidad e incon- fundiblemente revelan su impostura- es algo que Ingenicros no explicita. El sucinto, bastante patético final del parrafo es rico en hiatos el “simulado” pederasta pasivo “protesta”, luego “comprende’”, luego “renuncia”: nunca sabremos, a ciencia cier- ta, qué. Del mismo modo, creo que también “renuncian” las culturas hispanoamericanas del fin del siglo xnx a asumir esas poses que durante un brevisimo momento signifcaron mis alla de su propia simulacién. Vaciadas de pertinencia, quedaron arrumbadas, como utileria en desuso,en el close de la represen- tacién para no hablar del closer de la critica. Creo que era justo devolverles a llamativa visibilidad que alguna vez tuvieron, 2° otra ocaién observa Ingeierosque“D'Annunco ftaiano quekasi- {id contains psicolgicosfancests) a simulado ser partidario del amor soro- tal del bomoserulismoce vers consider simulados eles 'refiamientce’ del instnt sera Secomprende que[.| a copul con aus herman con oos hombres ("Pecoogia de or simaladores"en Archio de Papi, Criminolo fay Ciencias Afny I, 1903p. 477). Llama la atencén el uso de a palabra "ve- ‘osimil” en lugar, propongo, de “pefrble’. También lama a atencin queen tuna versn porteior de este texto recgido en La smulacibn en a lucha por la ida, desparece toda mencién de homosexuals, Sole queda D'Annuzio Ja simulacién del incest, afeaacin,suponemos, menos pligros(S,p. 232) 3 DIAGNOSTICOS DEL FIN DE SIGLO Nos exagerado afirmar que tuvo en sus manos, ‘0 mejor dicho, en su mesa de trabajo, todo el Buenos Aires morboso y antisocial. GrecoRto Bermann, La obra cientifica de Jost Ingenieros PERICIA Y AUTORIDAD En La simulaciin en la lucha por la vida escribe José Ingenieros: La funcién social de la medicina debiera sr la defensa biol6gica de la especie humana, orientada con fines selectivos, eendiendo a la conscrvacién de los caracteres superiores de la especie y ala extincién agradable de los incurables y los degenerados; se evi- tarfacon ello el desperdicio de fuerzas requerido por el parasitis- ‘mo social de los inferiores,alejando, ala vex, la posible transmi- sin hereditaria de caracteres indtiles 0 perjudiciales para la cevolucién de la espécie, Pero este problema solo puede sefialarse, por ahora, en el orden tebrico. Acaso los hombres del porvenir, ceducando sus sentimientos dentro de una moral que refleje los verdaderos intereses de la especie, puedan tender hacia una me- dicina superior, selectiva;el sereno célculo desvaneceria una fal- sa educaci6n sentimental, que contribuyea fa conservacion de los degenerados con serios perjuicios para la especie: "José Ingenieros, La simulacién en [a lucha por la vida (1903), en Obras completa: 1, revisadae y anotadas por Anibal Ponce, Buenos Aires, Ediciones 54 Quiero hacer notar en esta propuesta higienista el desli- zamiento del plano biolégico al moral; deslizamiento que marca toda la obra de Ingenieros asi como, en términos gene- rales, la institucién psiquiaerica de fines de siglo. También quiero hacer notar la efectiva, aunque no explicita, equiva- Iencia que establece Ingenieros entre la nocién de especie y Ia nocién de sociedad nacional. Si bien es inevitable pensar la especie desde una sociedad (no existe una zeflexién abstracta sobre la especie), el planteo de Ingenicros cuenta activamen- cecon la sinonimia de los términos y con el eventual rempla- 20 del uno por el otro. Donde dice especie, léase sociedad; léa- se, concretamente, sociedad argentina en los primeros aios de este siglo, léase nacién. Asi, por ejemplo, la referencia a “la cextinci6n agradable de los incurables y los degenerados” con que cuenta la medicina para proceger la especie, en el parrafo citado, aparece en otro texto contemporineo de Ingenieros como medida para proteger Ia sociedad argentina. Al comentar el proyecto de la Ley Nacional del Trabajo, llamada Ley Gon- ile, refiriéndose a la seecién que legisla el trabajo del indio, recurre elocuentemente al mismo oximoron del exterminio placentero: “El indio a que la ley se refiere no es asimilable a la civilizacién blanca (...[Sju proteccién solo es admisible para asegurarles (sic) una extinci6n dulce, a menos que res- onda a inclinaciones filanerépicas semejantes a las que ins- piran a las sociedades protectoras de animales”> En este contexto positivista y crudamente eugenésico, la institucién psiquidtrica que ilustra (y contribuye a fundar) Ingenieros, operando en estrecha colaboracién con otros LJ. Rosso, 1933, p.249, Las citas de esta obra aparecen de ahora en adelante directamente en el texto precedidas por S. * Citado en Oscar Teri, “José Ingenieros ola voluntad de saber", en José Ingenictos, Antiimperialismo y nacén, México, Siglo Veintiuno, 1979, p. 65. 55 aparatos de estado (el sistema juridico, el sistema educacional, las fuerzas de vigilancia), se propone tareas explicitas en el Buenos Aires de fines del siglo x1% y principios del xx: detec- tar, diagnosticar ~es decir, reconocer patologias (cuando no inventar)~ clasificar y suprimix. Este esfuerzo taxonémico, cuyo propésito es, en principio, decir “la verdad de la enfermedad” conduce a dos conductas que superan los limites de la enfermedad en si por un lado, la rehabilitacién de los re- cuperables, es decir la erradicacién de la patologia para ast rees- tablecer la salubridad del cuerpo socials por el otro, la repre- sién de los no asimilables a esa salubridad, es decir, la represion (0 reclusi6n, 0 “extincién dulce”, o destierro) de “los que solo pueden ser un peligro social por sus enfermedades, sus crime- nes o su corrupci6n” Los tres términos ~enfermedad, crimen, corrupeién~ son, para el diagnosticador, manifestaciones pato- 6gicas equivalentes. Como bien apunta Hugo Vezzetti, “es en figenes de la corrosidn y de la nocividad que atacan al or- den ~como la figura compacta de un amo fabuloso, de un su- praorganismo virtual que domina la escena de la inadaptaci6n— donde locura y delito, zebeldia, fracaso y miseria se igualan en una equivalencia casi sin matices”.* El médico es, podria decis- se,el representante de ese amo fabuloso, su garante. La medica- lizacién del sujeto es su modo de control. En los planteos de Ingenieros, la conjuncién de patologia y criminologia, la supeditacién de la primera ala segunda, y » Michel Foucault, La wd de fs hombres infames. Ensayo sobre dessa _ydominacié,prblogo de Fernando Savater, ed. y trad. de Julia Varelay Fer ‘nando Alvarer Uria, Madcd, Ediciones dela Pigueta, 1990. 72. * Salubridad y no salud, tal conv la define Foucault: "La salubridad sla base material y social capa de aegurat la mejor salud posible los indivi- duce” (Michel Foucault, La vide de los hombre ifames,ob. cit, p. 145). 5 Oscar Teri, “JouéIngeniers ola voluntad de saber", ob. cit . 57. SFugo Veen Lalor en la Argentina, Buenos Ais, aids, 1985p. 79. 56 Jasustituci6n del estado o del acto (enfermedad o crimen) por tun sujeto, ya paciente, ya agente (enfermo 0 criminal), perci- bido como socialmente peligroso, son obvias: observa Inge- nieros que las “determinaciones periciales” del médico-legis- ta son siempre de “alto interés penal o civil” (S, p. 254). El diagnéstico se vuelve, entonces, modo privilegiado de orga- nizar el saber (represivo) del estado y la patologfa se convier- teen “forma general de regulacién de una] sociedad” que ad- judica al diagnosticador incontrovertida autoridad.? La aparente rigider de este ejercicio médico, la autoridad privilegiada atribuida al facultativo, la confianza (y en el caso de Ingenieros, el placer) con que este parece ejercer esa auto- ridad y, por fin, el caracter eminentemente huidizo o por lo menos equivoco de los males que se intenta diagnosticar pau- tan la reflexién que sigue sobre la escena del diagnéstico f- nisecular en la obra de uno de sus practicantes mas notorios. En particular, quiero reflexionar sobre los esfuerzos de Inge- niezos por detectar una patologia especifica: no simplemente Ia enfermedad sino la simulacién de la enfermedad, tema de su tesis doctoral y obsesi6n de su obra temprana. En 1900, Ingenieros escribe su tesis sobre La simulacién de la locura apa- drinado -el dato no deja de tener su interés~ por Eduardo Wilde. El texto luego se publica en volumen, precedido, a manera de prefacio, por otro largo texto (en realidad, otro li- bro) que aspira a contextualizar al primero: La simulacién en la lucha por la vida. Ingenieros explica el motivo de esa con- textualizaci6n: "Solamente el estudio de la simulacién, como fenémeno general, puede dar la ley de conjunto donde se en- cuadra el fen6meno particular de la simulacién de la locura” (5, p. 110; subrayado en el original), Razona Ingenieros esa contextualizacién proponiendo la filogenia siguiente: 1) de ” Michel Foucaule, Le vide dels hombres infams, ob. cit, p. 113, 57 la simulacién esponténea en el mundo biolégico para asegu- rar Ia subsistencia (fenémenos de mimetismo, etc.) se pasa a Ja simulacién voluntaria en la vida humana en pos de un beneficio; 2) de esa simulacién esponténea se pasa a la si- mulacién de estados patol6gicos; 3) de la simulacién de es- tados patolégicos se pasa a la simulaci6n del estado patolé- gico por excelencia, Ia locura; 4) de la simulacién de la locura en general se pasa a la simulacién particular de la locura por los delincuentes. Salta a la vista el cardcter retrospectivo de la secuencia, el hecho de que esté decerminada por su tiltimo término, la de- lincuencia. Como Kafka y sus precursores en el relato borgea- no, la serie se elabora a partir de su culminacién. La delin- cuencia contamina, por asi decirlo, retrospectivamente los demas elementos: hay algo delincuente (y algo patolégico) en toda forma de simulaci6n, pareceria decir Ingenieros. Si bien al comienzo propone casos tipicos de simulacién en el reino animal como medio en la lucha por la vida (por ejemplo, el gusano que se disimula tras un copo de algodén para no ser detectado), la nocién de simulacién biol6gicamente provecho- sa, al pasar al plano humano, se enjuicia en términos morales. (Se esté simulando algo para conseguir una inmerecida ven- ‘aja La simulaci6n es (siempre hia sido), “medio fraudlento de Jucha por la vida” (S, p. 114; subrayado en el original). El mun- do de los simuladores se describe como un mundo “de ficcién y de mentira, en que todos, buenos y malos, se ven obligados a simular, aungue mds ls malos que ls buenos" (S,p. 125; subra- yado mio). La simulacién se enjuicia doblemente: como pato- logia y como crimen, La conexién entre patologia y crimen, en términos ge- nerales, no es nueva; para dar un solo ejemplo, ya ha sido trabajada por Lombroso, a quien Ingenicros lee y emula. Y a partir de las observaciones de Darwin sobre el mimetis- mo animal, tampoco es nuevo el estudio de la simulacién, 38 desde un punto de vista ya psiquiatrico, ya sociolégico.* El trabajo de Ingenieros es en parte trabajo de vulgarizaci6n: resume estudios previos y sistematiza la reflexi6n. Pero so- bre todo ~y abi reside su novedad~ cataloga, describe y cla- sifica, con obsesiva minucia, las infinitas variantes de la si- mulacién, articulando la relacién, en su opinién inexorable, entre las muchas formas de la simulacién con la patologia y la delincuencia. La prolijidad y la pasién que dedica a esa clasificacién claramente revelan una necesidad de control. Ingenieros se aduefia de la simulacién, le gana de mano 2 su maestro Ramos Mejia, quien publica Los simuladores del ta- lento un afio después de La simulacién de la locura de su dis- cipulo, reconociendo generosamente que “la simulacién, propiamente dicha, solo ha sido sisteméticamente estudia- da por Ingegnieros|[sic)”” Analizada como patologia, clasi- ficada en categorias tan caprichosas como exhaustivas, en- juiciada como mas o menos delincuente, la simulacién es ‘propiedad de Ingenieros; constituye el impulso fundador no solo de su labor psiquiderica sino, propongo, de toda su la- bor intelectual. Ingenieros escribe su tesis doctoral inspirado por un pro- ceso notorio en Buenos Aires, el caso Wanklin-Echegaray, en el cual peritajes sucesivos y contradictorios nunca lograron determinar si la “locura” del homicida era real o simulada. Este comienzo concreto es significativo, creo, por tratarse de un caso que quedé para siempre abierto, irresuelto, es decir, * Sefiala Verzeti la preacupacién temprana por distinguir entre locura real y locura simulada, ecordando el “Informe médico legal sobre el estado ‘mental de un individuo” de Eduardo Wilde y Pedro Mallo, redactado pe- dido de un juce civil en 1871 (Hugo Vezzer, La locuraen la Argentina, ob cit, p. 140). Joxé Marfa Ramos Mejia, Los sinuladores del talenzo (1904), Buenos Aires, Editorial Tor, 1955, p.7. 9 sin diagnéstico. La reflexién de Ingenieros sobre la simulacién parte por lo tanto de un no poder determinar, del permanente desafio del que ya hablé:,es 0 se hace? Propongo que esa irre- solucién inicial marca indeleblemente la escena del diagnés- tico en Ingenieros, su clasificacién paranoica y crecientemen- te represiva, su autoritarismo burlén cuando no la violencia de sus terapias; y que también explica su recurso constante a otras disciplinas que complementen las incertidumbres de la propia. Lo que no puede del todo la psiquiatria se logra en y mediante otras instituciones. Indicativos tanto de la paranoia como de la coercién son los titulos belicosos de ciertos subcapitulos de La simulacién de la locura: “Lucha en- tre simuladores y peritos”, “Recursos astutos para descubrir la simulacién”, “Medios coercitivos”, “Agentes téxicos”. El antagonism, la violencia misma de la relacién entre diag- nosticante y diagnosticado, se presenta en el texto como una lucha entre rivales: Por su parte, el peritoesté obligado a desplegar todas sus apticu- des, por dos grandes fuerzas que le impelen y le sostienen. Su de- ber profesional leimpone tutelar la seguridad social, impidiendo que un sujeto antisocial vuelva al seno de la sociedad predispues- toa reincidir; su amor propio de hombre de ciencia le muestra su reputaci6n en o por las mafas astutas del simulador. Ast acae- cen es0s duelos tenaces entre peritos concienzudos y sitnuladores Inteligentes, donde se cruzan el ingenio y la astucia, sembrando dudas en el perio y desesperacién en el simulador."® Estos “duelos” son tanto mis arduos cuanto que la pato- logia en cuesti6n ~la simulacién~ se distingue, precisamente, " José Ingenieros, La simulacin dela locura,en Obras completa H, Buenos ‘Ales, Ediciones L. J. Ress, 1933, p. 354, por su cardcter inasible, sus“sintomas” dificiles de reconocer. Porque el simulador que inceresa a Ingenieros no es (0 no es solamente, como lo fue en su tesis doctoral) el simulador que reproduce un estado patolégico conocido, como aque- Ilos enfermos de la Salpétridre evocados por Foucault que “empezaron a reproducir, a inscancias del poder-saber mé- dlico, una sintomatologia construida sobre el patron de la epilepsia, es decir susceptible de ser descifrada, conocida y reconocida”."' La patologia que interesa sobre todo a Inge- nieros es “la simulacién misma” (S, p. 230), es decir, una prictica de reproducciin tanto de enfermedades precisas como {y sobre todo) de conductas sociales." El simulador presen- ta.una conducta como “auténtica” cuando no es mas que co- pia, por ende “falsa”. Corresponde al perivo médico llevar a cabo la pesquisa, distinguir esa copia falsa de la verdad de su original, a fin de desenmascarar al simulador. En los com- plejos comienzos de la era de la reproduccién mecinica, den- tro de una cultura latinoamericana poscolonial que reflexio- na sobre originalidad e imitaci6n, mimica e independencia culturales, ala vez que repiensa su relaci6n con Europa la luz de una inmigracién sospechosa, el simulador de Inge- nieros es, para usar la terminologia de su diagnosticador, un sintoma cultural, * Michel Foucaul, La wa de ls hombres infame ob ct, p73. " De hecho, as patologtssimuladasineresn a Tngenieros menos ens rmismas queen Ia medida en que implican una conduera social as pr ejem- plo el acusado que finge la demencia para evita accel. Prueba de ello son las enumeraciones heterélita qu suele aparecer en sus textos “Fuera dela simulacin de a locua el médieo lgistasuele encontrar simulaci6n de lesiones de embarazo, de neurosis traumivcas, de etupro,deimpotenca, de suiciiog eter” (S, p. 254) 61 La SIMULACION EN LITERATURA Las apariencias engafian, sediria que Ingenieros se esforzaba por multiplicar y complicar esas apariencias engafosas. Por qué? Para qué? Misterio. Roberto Payné, “Recuerdos” Si Ingenieros monta su pesquisa tutelar y su aparato diagnosti- cante desde la institucién médica, su campo de accién, como queda indicado, involucra otras instituciones. La produccién del diagnéstico se da en el entrecruzamiento de varias discipli- nas, lo cual es notable en un fin de siglo en que se procura jus- tamente deslindarlas para determinar su especificidad. Ingenie- 108 no se limita al hortusconclusus del hospital psiquitrico;? su trabajo se sittia en una interseccién.%* Testimonio piblico de ello son las mileiples funciones profesionales que acumula no bien se recibe de médico, “El diploma no estaba todavia en sus manos ~escribe Anibal Ponce~ y ya Ramos Mejia lo habia he- " Foucault resume la funcion del hospital psiquidtrico del siglo xix de Ja manera siguiente: “lugar de diagnésticoy de clasfcaci6n, recténgulo bo- tlnicoenel que ls especies de las enfermedades son distribuidas en pabello- nes cuya disposcin hace pensar en un vaste huero; pero también espacio cerrado para unenfeentamieno, lugar de lida, campo instiucional en el que esti en cuestin la victoria y la sumisién (Michel Foucault, La vida de los ambresinfames ob cits p72) "Bn este sentido etl a reflexi6n de Oscar Terén, quien vea Ingen: 108 como prototipo de la superposicién de estéxicas e ideologias de fines det aux Eldiscuso miltple de Ingenieros pone de manifesto, segén Teséo, “los puntos de Fuga os focos de dispersion del sisema: ciertosconceptos-puen- te’ que permitan el pasaje hacia otto tipo de eserucruras discursivas” (Oscar “Terin, "José Ingenieros o la voluntad de saber", ob cit. p. 18) a cho su jefe de clinica en la cétedra de Neurologfa, y Francis- co de Veyga, su jefe de clinica también, en el Servicio de Ob- servacién de Alienados que acababa de fundar en la Policia de la Capital como un anexo a su cétedra de Medicina Legal (1900). Tenfa, entonces, 23 afios de edad y estaba consagrado como psiquiatra, sociélogo y criminalista’." También estaba consagrado como militante socialista; y también, aunque se loolvide, como hombre de letras. Entre los varios discursos que inciden en Ingenieros, se suele dejar de lado la literatura, o por lo menos se la descarta como pasi6n de juventud mas o menos superada, Si sus criti- cos la tienen en cuenta, es sobre todo como preacupacién pa- ralela, y sin duda secundaria, a Ia labor cientifica y a la mili- tancia politica." Acaso la evocacién de Anibal Ponce, quien fue su discipulo, dé mejor idea del nada desdefiable lugar de la Literatura en el Ingenieros de fines de siglo. A propésito de su activa participacién en La Syringa, sociedad secreta mo- dernista de la que fue miembro fundador, observa que: “El conferenciante socialista de la plaza Herrera, de Barracas, que disputaba el Kiosko sid, desde muy temprano, alos misione- +08 metodistas, era el mismo literato decadente que defendia a D’Annunzio desde las paginas de El Mercurio y el mismo oyente interesado y atento de los cursos superiores del doc- torado en medicina”.” Mas abajo hace Ponce un memorable retrato de Ingenieros: Anibal Ponce, “Para una historia de Ingeniros", en José Ingenieros, La simlacibn en la lucha por la vida ob. ct, p. 24. “*Gabemos que estos movimientos critics eran seguidos con interés por Ingenieros, y entonces ocurre como si, paralelamente a su actividad politica desde el Partido Socialista y La Monta, las circunscanctas hubiesen produ: ido en él un repliegue hacia Ja interioridad modernista” (Oscar Tern, "José Ingenieroso a voluntad de saber”, ob. cit, p. 33). Anibal Ponce, ‘Para una historia de Ingenieros" ob cit, p19 6 Su vestidura detonante de refinado y de esteta, sus boutades in- verosimiles, sus paradojas inagotables, habfan hecho de él, en Ia opinién liviana de los cenAculos, un curioso dilecante de la ciencia y del arte: mezcla extrafia de Charcot y D’Annunzio con Lombroso y Nietzsche, Los pascantes habituales de la calle Flo- rida veian circular, entre asombrados y complacidos, su silueta inconfundible: la galera de felpa, la levita irreprochable, el cue- Ilo gigantesco, el chaleco colorado... Una constante preocupa- cidn de originalidad parecia dictarle sus actitudes y sus gestos, como si la antipatia del medio burgués le hubiera sugerido la peligrosa tentacién de sorprender, de contrariar, de disgustar. Desorientados por tan excrafia personalidad poliédrica, los, cxiticos eriollos recibieron sus libros como a otras tantas obras licerarias."* Me interesa esta imagen por lo desenfadadamente publi- citaria: Ingenieros -no tan distinto del Oscar Wilde que sor- prendia a José Marti- se exhibe a la vez que, a través de su per- sona, exhibe la literatura. Prueba de ello es el modo en queesa imagen piblica, paseada por las calles de Buenos Aires, condi- ciona la recepcién de sus textos: se een como “otras tantas obras literarias” porque su autor anda vestido de literato, indicando asitun cédigo de lecrura, Las maneras, el vestido, las boutades de Ingenieros son gestos culturales, citas que remiten al gran texto dela decadencia europea. Ingenieros se conduce como literato finisecular. Actéa un relato: posa. De hecho, su misma figura ppblica se ve como texto, se lee de maneras diversas, se inter- preta. Asi, uno de esos “eriticos criollos” (la categoria de Ponce tiene fuerte carga ideol6gica) propone una lectura muy distin- ta de este atuendo/texto "refinado” y “esteta”: ™ Ibid, p39. (Alquellas prendas, la galera y a evita, no eran como las que to- dos conacemos. Ingenieros iba embolsado en una espantable y descomunal levita gris, y del mismo color eran el sombrero de copa alta y los anchos pantalones, ran anchos que parecfan abombachados. A veces lucia un chaleco blanco y la corbata era, generalmente, también blanca. El portador de semejantes ho- stores se crefa elegantisimo, y los ostentaba por todas partes con desparpajo sonriente, Para dar una idea a mis contemporineos de la falta de gracia de aquella indumentaria, diré que no ha sido igualada, aqui donde los hombres nos vestimos bastante bien, sino por algsin pintoresco ministro del presidente Yrigoyen."” En [a lectura de Ponce, discfpulo dilecto, la imagen de In- genieros se lee como pronunciamiento literatio, como procla- ma de dandismo, como texto decadente. En la lectura de Gal- ‘vez, poco amigo de Ingenieros, la imagen se lee en cambio como disfraz ridiculo, como conjunto inarménico, cacofénico ({éase: italiano), simple indicio de la inadaptabilidad social de su despistado portador.® Ingenieros se-viste de literato, simula ser literato, pero Gilve7, el perito “criollo”, el verdadero arbi- ter elegansiarum, denuncia, implacablemente, su impostura2" Manuel Galver, "La verdaders historia de José Ingenieros",en Amigos _ymaetos de mi jacentud (1944), Buenos Aires, Hachete, 1961, p. 134 ® Roberto Payn, amigo de Ingeniers, no obstante concuerda, discrete smente,con I Ietura de Gilvez“seesforaba,nocon mucho éxito, por vstit dle manera original yclegante”(Robere J. Payzé,"Remuerdos”,en Nosotros, vol. XIX Ne 199, diciembre 1925,p. 471) » Gulez a ensafa con la indumenara de lngeniers. En El mal mete fies describe al personae Escribanos,evidentementebasado en Ingeneros “Tenfa. a pesar de sus levis como sibanas, pretesione de eleganciay este. timo y hasta utaba una medallita donde sellamabaarbiereleganriarn (Ms sel Giver, £1 mal meafico(1916) Buenos Aires, Biblioteca de Novelisas ‘Americanos, vol-X, 1922, p. 62 65 La relaci6n de Ingenieros con la literatura es compleja. ‘Ante el juicio de Emilio Becher, quien ve en Ingenieros prin- cipalmente a ua literato,llamindolo “el espritu mis delibe- radamente anticientifico de su generaci6n”,” responde airado que: "Todo lo que usted considera esencial en mi es siempre expresin dela necesidad de recrear mi espiritu en frivolas gimnasias, eparando la agotadora fatiga que me imponen mis inclinaciones de observador y erudito”.” Ingenieros aparenta descontar la literatura como actividad poco seria, como past- tiempo refiido con la erudici6n y refiido, sobre todo, con el poder. En esto xecuerda a ciertos escritores del ochenta, a pe- sar de pertenecer a una generacién ~con Lugones, Jaimes Fre~ yre, Angel de Estrada que tiene otra visin de la préctica li- teraria y ya no ve la literatura como diversion. Hay con todo una diferencia con respecto ala generacién del ochenta. La diversi6n de la literatura, en Ingenicros, no es diversi6n de gentlemen, amable causerieentre-nos en el recinto del club. Esen cambio llamativa, como su atuendo de fléneu, y también, como ese atuendo, es excesiva, discordante. La li teratura es apariencia visible: se manifiesta en gestos, en ac- cién. La Syringa, sociedad literaria secreta que Ingenicros 2 Opinién que més tarde reitera convincentemente Juan P, Ramos ene hhomenaje a Ingenieros de la revista Nosotros: "En los doce somos de los Arc ‘voraparecen laramente las modalidades de lo que se podeia llamar suartede ‘reador original. Los articulos tienen la libertad del ensayo subjtivo, Un caso dda origen a una generalizacién més lieraria que ientfca, Una critica hace mnacer una coordinacin de principios unidos por un simple inculo ocssional. ‘Una frase sugiere complejas ensambladuras imprevistas con ideas mis 0 me- ros congéneres. El autor en ello esti mas cerca del artista que del pensador everamente lgico de un sistema” (Juan P. Ramos, "Ingenieros criminalsta", cen Nosotros, vol. XIX, N® 199, diciembre 1925, p. $56) 2% Anibal Ponce, “Para una historia de Ingenieros", ob. cit p.39. supuestamente funda con Rubén Dario descontada por bi6- grafos y comentaristas como travesura de “nifio grande" 35 distade ser travesura infantil dista sobre todo de ser seceta La Syringa practica la burla dela literatura a través de la li teratura, se distingue por sus despiadadas fisgas de otros lite- ratos, sus rteos. Para escandalizar, la Syringa necesita, sobre todo, visibilidad, y para ello, con la complicidad de la pren- sa, fomenta el chisme: “Todo Buenos Aires conocia su nom- bre y comentaba, entre curioso y escandalizado, sus sesiones esotéricas que, a fuer de secretas, alcanzaron la divulgacién de una crénica parlamentaria" Payré, prédigo en su uso ee eee aie nese re ee do Lagan Los nis Fey Pn Ody Nein Hor Agos- dics e025 p40 Dahon ober Bape Nava Seer Sa meyer anee mrs eres o clasista de la primera persona plural, ve los excesos de Inge- nieros, tanto en el vestido como en la literatura, como resul- tado de su “ascendencia italiana meridional” y de su “evi- dente deseo de confundirse, de alearse intimamente con nosotros ~acab6 por quitarse la gde Ingegnieros~ y de ser can ‘portefio como el que més, adoptando y exagerando algunas de rnuestras modalidades, y entre ellas la ligereza y el escepticis- mo espiritual y epigramético”” Ingenieros seria, por lo tan- to, un simulador més, que intenta “pasar” pero no pasa del todo, exponiéndose asi a los peritajes de los “criticos crio- los” y a su consiguiente desenmascaramiento. Pero la inter- pretacién no convence. Ingenieros es demasiado inteligente y demasiado habil para no saber que sus “levitas como siba- rnas” o sus ruidosas bromas de la Syringa, lejos de confun- dirlo intimamente con un “nosotros” de vieja cepa criolla sefidlan en cambio, inevitablemente, su unicidad, su dife- rencia, $i simula, lo hace por partida doble: se simula simu- lando, posa a posar.* En ese contexto, no es casual el interés de Ingenieros por los seudénimos, él que observaba que “frecuentisimas son|..] las simulaciones de originalidad en la vida intelectual, los plagios; y las disimulaciones del autor: los seudénimos” (S, p. 221).En el indice onoméstico de su “vida ejemplar” de Inge- nieros, Bagi registra cinco seudénimos usados por él: Julio Barreda Lynch, Ratil H. Cisneros, Francisco Javier Estrada, Alberto L, Solari y Hermenio Simel.”De los cinco me deten- goen el tiltimo (cronol6gicamente, el primero): es el nombre » Roberto |. Payré, “Recuerdos”, ob cit, p. 470. > Para una inteligente y muy estimulance lecrurade la simulaci6n y titeo en Ingenieros, véae Jorge Salesi, Médias, maleantes 9 maricas, Rosario, Beatriz Viterbo Editora, 1995, ™ Sergio Bagi, Vide eiemplar de Jor! Ingniers, ob. cit, p. 254 cy de poeta con que Ingenieros firma sus versos decadentes en épocas de la Syringa y “cuya presencia corporea se esforzaron muchos en descubrir”.” Truco autopublicitario (como lo se- rian més tarde ese Barreda Lynch que escribe articulos sobre el propio Ingenicros, o ese Alberto Solari que le hace una en- trevista), Hermenio Simel -no solo poeta sino presunto autor de una Apologia de la risa que cita Ingenieros en La simulacién en la lucha por la vida- tiene connotaciones mas ricas. Si se piensa que Ingenieros y los syringos inventan un verbo, Ihe- misar 0 lemisar, como homenaje a Lémice Terrieux, célebre simulador francés, y que emplean la expresi6n “lemisar (0 hacer) un lemfs” para referirse a los titeos 0 habituales per- formances con que victimizan a los incaucos, se apreciarén las ‘miltiples reverberaciones de Simel. Lemis/Simel, Simel/Si- mil: Hermenio Simel, hermano Lemis fraterno simulador.® réplica en el espejo, Ibid, p.66. » Refirigndose al simulador fumist,cuyo objetive tla simulacién mis- sma, observa Ingenieros que “la base fisolégica de este tipo suele ser una ext berante salud fisica, moral e intelectual”. ¥ anade: “La risa, como fenémeno psicolégico ~no como expresi6n mimica, que puede ser inconseiente y mue- quear sobre el rostro de ls idiocas~ es un privilegio de la salud y de la supe- ‘ioridad intelectual como lo demosteé Hermenio Simel en su Apologta de la isa (La simlacién en la lucha por la vida, ob. cit, p-230)-El texto de Hermenio Simel sera incorporado més tarde alas Crncas de viaje de Ingenieros. ° Habla Ingenieros del simulador francés en La simulacin en la lucha por 1 vide" Lemice Tertiewx ~nombre que suena Le Mystrieux: el misterioso— ‘sun distinguido escrtor francés, colaborador de revistaslieratias ultramo: cdernas. Este fsg6n simulé, durante muchos afos, una serie de inventos y s- ‘esos que descansaban sobre un absurdo,disimulando siempre tras apariencias lgicas; la prensa as sociedades cientficasyel mismo gobierno les prestaron suatenci6n, estudindolos decenidamente. Lleg6, sein refieren las crdnicas, acmetar a mia Academia de Clncn”(S 231 La cones ene simulacién, literatura y ciencia, tan nosablemente préxima a la que prectica el propio Ingenieros confemaclseadénima, oe En el plano institucional, Ingenieros ve la literatura como excedente, como lo que est mis all de la ciencia, que es la disciplina “seria”, y se complace en su exceso y descontrol. En un plano personal, la describe como una meta inalcanzable que lo trabaja con la insistencia del de- seo nunca satisfecho. Desde Paris, escribe a Payré y a sus amigos literarios: Yo, a pesar mio, nunca fui bohemio, Animal de labor e hijo de familia, por necesidad y por costumbre mis horas de café y mis noches de vagancia fueron contadas. Pero tenfan uste- des un secreto iméin, un irresistible tentculo que me asta el corazén aun cuando me era imposible compartir las horas, fragiles y las noches inquietas; siempre estaba mi espfrita junto a ustedes como un eco 0 una sombra; eco para los que me daban su carifio, sombra para los que me tejian la telara- fia de su envidia. Y cuando yo podia robarme una noche o tuna hora, corria entre ustedes y estaba al unisono, como el ‘més consuerudinario, Los tenfa dentro de mi, en lo mas mio demi” En ese carfcter permanentemente suplementario que ad- judica Ingenieros a la literatura reside, justamente, su fuerza, su “secreto iman”, su “irresistible rentéculo”: justamente por- que esté de més, cargindose de lo que en la ciencia “io cabe", comprometiendo la autosuficiencia de esa ciencia, cuestio- nando sus limites, persiste en él como “Lo més mio de mi” y marca, inevitablemente, toda su labor. 3, "Recuerdos", ob cit, p. 475, 7” LA LITBRATURA DE/EN EL DIAGNOSTICO Para un hombre desu cultura y de su talento, la patologia mental debia tener y la tuvo, por fortuna, a sugestion de un hechizo. ‘Anipat Ponce, “Para una historia de Ingenieros” Era notorio que inventaba casos clinicos cuando los necesitaba. Manuet Gitvez, “La verdadera historia de José Ingenieros” ‘Cuenta Sergio Bagi cémo un prestigioso colaborador de los Archivos de psiquiatria y criminologia ley6 wn dia con asombro en un articulo suyo en el que exponia un caso clinico, un insélito corolario que alguien habia afiadido: “Y murié como debia morir, como Margarita Gautier”.™' El agregado, la pirueta literaria al final de un texto cientifico, era obra desde luego de Ingenieros, director de la revista, quien no tenia reparo en modificar y afiadir lo suyo a los textos que se le somerian. Que “lo suyo”, casi a manera de firma, fue- ra una marca literaria tiene obvio interés. El episodio re- sume simbélicamente la funcién a la vez excesiva y lidica que Ingenieros reclama para la literatura, solo que esta vez {a literatura aparece claramente dentro de la ciencia y no a suvera, » Sergio Bagi, Vide ejemplar de José Ingeners, ob. cit p. 76 7m He propuesto que el locus por excelencia del diagnéstico de Ingenieros es la interscecién (de discursos, de disciplinas, de funciones) y no el recinto cerrado del hospital psiquideri- co. Es hora sin embargo de mirar més de cerca ese recinto psi- quiftrico y examinar su supuesta clausura, pensarlo no solo como lugar de encierro sino también como lugar de circula- i6n, El mismo Ingenieros evoca el Instituto Frenopitico di- rigido por Ramos Mejia como lugar de festivo intercambio: cn los primeros afios siempre almuerza con el director y uno 0 dos “locos tranquilos” a quienes Ramos Mejia “incitaba a intervenir en nuestras conversaciones” y “nos encantabamos como nifios grandes oyéndolos disputar arrevesadamente so- bre problemas oscuros".'* En afios subsiguientes, esos almuerzos se transforman en verdaderos acontecimientos sociales y literarios, “4gapes de intelectuales y mundanos” en los que Lugones y Florencio ‘Sanchez se codean con Juarez Celman y Julian Martinez, al- muerzos que se convierten “en ntimero obligado para los in- telectuales y conferencistas europeos que vinieron al pais”.* Otra mezcla notable puede observarse en el Departamento Nacional de Higiene, del que también fue director Ramos Mejia, y que frecuenta asiduamente Ingenieros cuando estu- dia enfermedades nerviosas. La biblioteca del Departamento esti a cargo de Eugenio Diaz Romero, director de una de las revistas mas importantes del modernismo, E! Mercurio de “América, y de Carlos Ibarguren: “era rica en obras de todo contenido y en [su] sala de lectura, amplia y cémoda, recor- tbase a diario la silueta inconfundible de Rubén Dario, re- clinada durante horas ante un libro abierto".” Las anécdotas ® Citado en ibid, p. 72 Ibid, p72 » Ibid. p. 56. son, creo, elocuentes. La interseccién de disciplinas y discur- sosen la que Ingenieros elabora sus diagnésticos, interseccién en la que la literatura desempefia un papel preponderante, se encuentra ya dentro de la institucién psiquiatrica misma, donde se dan cita no solo los facultativos sino los escritores, Quiero volver por un momento a las supuestamente jo- cosas travesuras de la Syringa y detenerme en las técticas del “lemis" o titeo. Cito un ejemplo que da Galver: “Reciente- ‘mente, en una zapateria de la calle Rivadavia, habfan inicia- do a media noche a un literatoide venido de las provincias. La prueba del aire habia consistido en llevarle por la calle, desnudo y con los ojos vendados, y dejatlo tiritando de fio, Un vigilante, creyendo que estaba loco, lo quiso Ilevar a la comisarfa".” A este titeo de rutina, contrapongo otro, mas complejo: Consistié en hacerle creer a un plumifero de tierra adentzo venido a la capital que su producci6n era genial. Sucesivos banquetes, rimbombantes elogios pronunciados por imagina- rias “personalidades” que presidian la mesa, estruendosos aplausos que recibia la lectura de sus trabajos, sumado todo ello a las noticias cémplices que los periodistas de “La Syrin- ga" deslizaban en los diarios, recortes que sin duda el infeliz mandaba a su terrufio como prueba de sus triunfos, envane cieron al “candidato”, Luego vino lo otro, lo cruel el silencio, el vacio y, por fin, la revelacién brutal. Es notorio que el hombre (tuviera de antes 0 no un fondo neurético) debi6 ser internado.® 2 Se sometia los iniciados a pruebss por aire fuego, agua y tierra, » Manuel Galvez, Bl mal metfiico,ob, cit, p. 65. “Sergio Chippori, “José Ingenieros: Literacura y‘ieo", en Tincheras dela vida, Buenos Aires, Plus Uta, 1986, p. 79. 2 Manuel Ugarte, quien da una-versién mucho més detalla- da y patética del caso en Escritores iberoamericanos de 1900, ai de una frase elocuente: “La evelaci6n brutal precipité el des- moronamiento, En el naufragio de su mundo ficticio, perdié el burlado la poca razén que le quedaba".*' Retengo la frase, con la consabida mevéfora de la caida en la locura, por su pa- recido desasosegante con otra frase, escrita por el propio In- genieros, en defensa del titeo: “no le guia fal titeador] el pro- pésito malsano de perjudicar alas victimas de la simmulaci6n: solo busca el deeite de precipitar a otros epiritus en las despetaderos cde sus ficciones”(S, p. 230; subrayado mio). Las semejanzas en- tre las dos frases son ran sobrecogedoras como las diferenci ‘Asi, donde Ugarte registra el trauma del burlado al desmoro- narseen Ia locura, Ingenieros sefala el deleite del burlador en precipitar al burlado en la ficcién, especificamente en sus fc- iones, las que le tiene preparadas. Hay un evidente elemento sidico en este ejemplo, sadismo que los comentadores de Ingenieros procuran, en general, dis- minuir* Asi Bunge, con ambigua simpatia no exenta de pre- juicio clasista, aclara: Sus travesuras no eran nunca malignas. Eran desahogos de un, pillete de la calle excepcionalmente ocurrente y excepcional- mente “sinvergtienza”. Le conozco pocas, porque cuando nos encontrébamos era casi siempre por alguna razén dé trabajo, y ‘nome gustaba su modo de divertirse ni la compafia que clegia, © Manuel Ugarce, Exritoresiberoamericanos de 1900,Santiago de Chile, Editorial Orbe, 1943, p. 146, © Novas sus criticas: Ramén Doll, cuyo nacionalismo xenofbbico es co- nocdo, lo calilfica de “napolianofumistay corrsivo" y de “daiino destructor de todos os anhelos generosos". Acerca de una politica nacional, Buenos Aises, Difusin, 1939, p. 78. % pata ello, Pero en todas las que le he visto, me parecia ver saltar dentro de Ingenieros a algiin lazzarone haciéndole una mala ju- ¢gada a algiin empacado hidalgo espafol:* El esquema del titeo es siempre el mismo. Se identifica a un candidaco cuya credulidad es obvia y a quien se percibe, por alguna razén, como diferente. Bsa diferencia se lee como debilidad: es provinciano; oes extranjero; 0 es socialmente in- ferior." Se lo sugestiona, “precipitandolo” en los “despetiade- 105” de una ficcién en la que suelen colaborar cémplices del titeador: una ficcién en la que el individuo cree (0 cae) para “deleite” de los que se burlan y en la que logra pasajera y pa- tética identidad (como el poera provinciano que se cree gran poeta gracias alos festejos de la Syringa). Luego se desengafia a la victima del titeo, con frecuente recurso al ridiculo (por ejemplo, el poeta a quien se “inicia” y se abandona desnudo en la calle), desengafio que confirma la superioridad del titea- dor y la inferioridad de su victima. En el primer ejemplo ci- tado, al titeado desengafiado se lo cree Loco; en el segundo, el titeado desengafiado efectivamente pierde la raz6n, Someramente, es ese el esquema del titeo. Si no me equivoco, coincide casi puntualmente con la “terapia” de varios casos clinicos descritos por Ingenieros. Por ejemplo, © Augusto Bunge, “Ingenieros nfo grande”, ob. cit, p. 489, Al escribir «estas neas, caso no recuerde Bunge, en su afin de distanciarse del ita, una jvenil y sidicacolaboracién suya con Ingenieros:"Con Augusto Bunge, con- ‘ers an fro imaginal que pad de reamatimoy links liz aliécojeando de la consulea” (Sergio Bagi, Vide ejemplar de José Ingenio, ob. cit, p. 47) 7 7 “El provinciano como “el afuera de la cultura" ysujeto de titeo ya ex en Juvenlia de Cané, tan agudamenteanalizada por Josefina Ludmer. Vease st introduccién a Miguel Cané, Juvenile yoraspginas argentina, Buenos Aires, Espasa Calpe, Col. Ausral, 1993, pp. 9.37. 1s a Observacién V.- Delirio parcial, determinado por sugesién, cuya sintomatologia y cura describe Ingenieros en La simulacién de Ta locura, y que cito necesariamente in extense: Joven de origen incierto; cree haber nacido en Montevideo. “Tuvo adolescencia accidentada, viviendo, por fuerza, vida bo- hhemia. Como resultante de ella tiene preocupaciones de indole literaria, no careciendo de alguna inteligencia y culeura, ‘A principios de 1898, deseando conocer algunas personalida- des literarias de Buenos Aires, lleg6 a ser presentado al pocta Rubén Dario, Manifest ser nuevo en Ia ciudad: le narr6 sus, aventuras de adolescente, exagerédolas en forma novelesca. Sor- prendido Dario por la nebulosa fantasia del joven y por su as- ‘pecto neuropitico, nos invité a conocerle, considerando que podria ser “caso” para obscrvaciones psico-patol6gicas. Acor- damos sugerirle algunas ideas novelescas ¢ inverosimiles rela- cionadas con su propia persona, para estudiar su suscepribilidad a la sugesti6n, De comin acuerdo escogimos lo siguiente, Hace algunos afios, publicose en Francia un libro interesante y original, titulado ‘Chants de Maldoror, cuya paternidad se atribuy6 a un conde de Lautréamont, que se decia fallecido en un hospicio de aliena- dos en Bélgica. Como se dudara fuese otra la paternidad legi- tima del libro, cl escritor Léon Bloy publicé diversos datos sobre el supuesto autor, afirmando que habia nacido en Mon- tevideo, siendo hijo de un excénsul de Francia en esa ciudad. Sin embargo, algunas investigaciones practicadas al respecto no confirmaron jamés la especie fraguada en el Mercure de France. Con ese precedente, Rubén Dario hizo observar al joven psicé- pata su parecido fisico con el conde de Lautréamont, de quien Bloy habia publicado un retrato. Le manifest6, también, la sos- ppecha de que, por algtin embrollo de familia, ambos debian ser hermanos. 76 Halagado por la perspectiva de una fraternidad que considera- ba muy hontosa,¢ insistentemente sugestionado por nuestras discretas insinuaciones, el joven admitié la posibilidad del he- cho, luego loaeys probable, més tarde real, y, por fin, ostenté como un titulo su condicién de hermano natural del imagina- rio conde de Lautréamont. re sca idea delirante comenz6 a sistematizarse en su cerebro y egé hasta hacerle inventar la siguiente explicacién. Recorda- bba haber visto, en la infancia, que su madre recibia visitas de- ‘masiado intimas de un sefior muy rico, francés, sumamente parecido a su pretendido hermano y a él mismo; ese hombre debia ser, sin duda, el c6nsul francés a quicn se supontia padre de ambos. Las relaciones de su madre con ese sefior eran ante- riores a su nacimiento; este hecho habia sido, precisamente, la ‘causa de que su padre y su madre vivieran separados. El debia ser, pues, hijo natural del cénsul francés y hermano del conde de Lautréamont por parte de padre, Sin insistir sobre cierta anomalia moral necesaria para urdir semejante novela, poniendo en juego la vircad de su propia ma- dre, diremos que semejante delirio valié al sujeto algunas bur- las, cada vez. menos discretas Comprendiéndolo asi, convinimos con Rubén Dario en la ne- cesidad de desugestionarlo; le hicimos con mucha dificulrad reconstruir el proceso de autosugestin por que habia pasa. desde cuando le indujimos esa idea deli, y lenfizme ea gracias, cn parte, ala sabia terapéutica de ridiculo. Han trans- currido varios afios y no ha vuelto a presentar sintomas de ese delirio inducido por sugestion.* “Jos Ingeniero,Lasmlacn del cur, ob ra, ob cit, pp. 32-34 Hasta donde he pod averguar el joven poeta uruguayo de este caso es Alvato Armando assur. Me leva exaconjerra un viraleno teat de Roberto de tas Carreras: “Armandito Vasteur, una sintesis de linguert, un onto ” El titulo que da Ingenieros a este caso clinico, Delirio par- cial, determinado por sugetin, llama la atencién por la ambi- giledad del verbo “determinar”, sujeto a una doble y diversa leceura: 1)a través de la sugesti6n, se determina que es un de- lirio parcial; pero 2) también el delirio es determinado (es cau- sado) por la sugesti6n. De hecho funciona de las dos maneras, como tan a menudo lo hacen los diagnésticos de fin de siglo. En un espectacular juego de poder, el médico, “duefio de la enfermedad”, la produce para luego dominarla y reprimirla, ‘Antes de entrar en las particularidades de esta “enferme- dad” con su consiguiente “cura”, ¢s interesante notar aqui que el médico no trabaja solo su diagnéstico. Con la ciencia cola- bora, de pleno, la literatura. El cientifico Ingenieros recono- ce en el literato Dario y esta colaboracién resulta mucho mas fecunda que la presunta fundacién entre los dos de la Syringa) célebre, un arquespo del sult un ingen, un pobrecitohablador, un feb iteration bse paraninf, un alienado inferior, un vate’ un uae ‘anguite de extramuros, un palurdo 2ucor de exafas, un manda, un exds- puchantedeun almacen de bebidas dea calle Agraciada, que he pretendido carla de bastard adulterino fingéndot hij del viconde de Lautreont indy acusandoa su madre de un delito ques alla fuera dela jurisiccén delasvillanas. ecearocffenlsil de Pay, camarero de Rubén Dara, {uyoridicaloen Bueno Ares corre de mano en mano y estan falar como tualquier monument piblico Armandito Vasc, a tenido la inconscien. teosadia cde provocarme” (Roberta de as Careras,"Prsoral”,en Arar Se~- aio Visea Comp). Antologadepoetas madera menore, Montevideo, oles- {ib de clisicos iguayos, 1971, pp. 29-31). Por su parte, en un poema auiobiogrifc ritalad "Ps, Vasc alude aa época “Era cuando ‘La Sisinga iniciba/su'do-re-mi"escribe, ys rere a fndador como “el bruj Ingeniers” (Alvaro Armando Vasco, lino dela sombra, Maid, editorial América, sf, pp. 144.146) “Para una tora de la colaboracin masculina cuyasproyeciones u- peran los imites de ese ext peo merccen ser exploradas en conexién con Ingenieros,véase Wayne Kocstenbaum, Double Talk: The Erotic of Male Collatoaton Nueva York y Londres, Routledge, 1989. 7% aun “amigo de observar anomalias y rarezas”. Desde la lite- ratura, Dario, como facultativo sui generis, detecta sintomas: reconoce el aspecto neuropdtico del joven, su predisposici6n a constituir un “caso” clinico (como se reconoce la predisposi- cién de un candidato al titeo). Y, “de comtin acuerdo”, como tal lo constituyen: Ingenieros y Dario patologizan al indivi- duo, transformandolo en caso de estudio y sujeto de experi- mentacién. (Hay un deslizamiento significativo, en los prime- 0s parrafos, del plural mayestético -Dario “nos invit plural real de la colaboracién: “acordamos”; “de comtin acuer- ddo,escogimos”). A partir de un momento de “sespecha” fecunda (el término aparece a menudo en Ingenieros), nace la lectura de la patologia y su tratamiento, 0 para usar un tértnino de ” 37 Bl borroso joven del co- mienzo, “de origen incierto”, ya se ha vuelto, en el cuarto pa- rrafo, un “joven psicOpata”, y termina siendo, en el parrafo f- nal, un “enfermo” que se “cura” gracias a una “sabia terapia”. En realidad, la “enfermedad” del sujeto y su “cura” no se producen, como en otros casos observados por Ingenieros, en Ja institucién hospitalaria: concretamente, no hay en este cas0 hospital ni asilo. Pero esto no impide que Ingenieros lo llame una “historia clinica” y lo ineluya en su tesis doctoral, din- dole asi validez institucional, Ademés, notablemente, no es el “enfermo” quien acude a sus diagnosticadores sino ellos quie- nes acuden aél (como el titeador af titeado),literalmente atra- pandolo (despefindolo) en un relato. Son Ingenieros y Dario al Ingenieros, su “encarrilamiento’ * Describe Ingenicros c6mo llege a un diagnéstico: “Después de dos 0 «es horas|.., apenas legamos a sospechar, por alguna fase, que el sujetofue- ‘a.m perseguido con ideas de grandeza. El médica que lo asstfa nos comuni= 6 antecedentes que confirmaban nuestra sospecha, Repetimos muchisimas veces su examen; pudimos confirmar plenamente su diagnéstico, pues de a ‘temano encarrildbamos en ese sentido nuestros sondaje:pitoligicas (José [ngeni= 10s, La simulacién dela locura ob. ct, p. 66; subrayado mi). n quienes, “de comin acuerdo”, crean ese espacio clinico en la li- teratura (ocrean ese espacio literario en la clinica) donde “enfer- rman” al sujeto exagerando sus sintomas para luego “curarlo”. El recurso a Lautréamont para armar la ficci6n a la vez patologizante y terapéutica es importante en mas de un plano. Baste recordar el lugar que ocupaba Lautréamont en Dario, el perfil particularmente sensacionalista que de él traza en Los raros, libro de Dario que también es, a su manera, una colec- ‘casos"* Alli recalcaba Dario el misterio de Lautr mont, “infeliz y sublime montevideano, cuya obra me tocé hacer conocer a América”, y cuyo origen ~como el de su “pa- ciente” uruguayo~ declaraba incierto: “Su nombre verdadero se ignora”; “de la vida del autor nada se sabe". Baratamente provocador, aquel ensayo de Darfo tentaba ademas al lector con la promesa de una lectura peligrosa, seductoramente en- fermiza: “No seria prudente a los espiritus jovenes conversar mucho con ese hombre espectral, siquiera fuese por bizarria liveraria, o gusto de un manjar nuevo". En su “tratamiento”, Ingenieros y Dario cuentan habil- mente con los ecos del vexto de Los raras en el “paciente” a quien tratan, Cuentan ademis, en este ejercicio de titeo “cien- tifico”, con un poder innegable: la doble autoridad, clinica y literaria, que hacen pesar sobre él sujeto. Aspirante a escritor, admirador de Dario, el joven es presa facil, patética: “halaga- do por la expectativa de una identidad que consideraba muy 4 Dario ustfica su eleccién de Rachilde y de Lavte€amont, como rar0s, «en términos clinicos: ‘Casos teratolégicos lo que se quiera, pero Ginicos y muy tentadores para el priSlogoy para el poeta. No son los saros presentados ‘como modelos] porque lo raraes lo contrario de fo normal” (Rubén Dario, “Los colores del etandaree",en Obras completas4, Madrid, Afrodisio Aguado, 1955, p. 880). Rubén Dario, "El conde de Lautréamont”,en Los raros, Obras completas 2, Madrid, Afrodisio Aguado, 1950, pp. 435,442 y 436. 80 hhonrosa ..ostenté como un titulo su condicién de hermano natural del imaginario conde de Lautréamont”. La identidad es honrosa porque asi lo ha determinado el maestro. La simulaci6n, aqui, proviene de los diagnosticadores y solo en segunda instancia es adoptada por el sujeto. Ingenieros califica este caso de locura experimental, y lo clasifica entre “las sugestiones que parten de sujetos normales y son efectuadas sobre degenerados predispuestos a la locura° Los particula- res del caso comprometen considerablemente la estabilidad de estas categorias, sobre todo la de “normalidad”. El experi- ‘mento se basa, en realidad, en una doble supercheria, lo cual lo vuelve tanto mas cruel: la identidad que cree descubrirse el sujeto, la novela familiar en la que se reconoce, tiene por origen un autor, “Lautréamont”, de quien muy poco se sabe, al punto de que el propio Ingenieros (victima sin saberlo de su propia trampa) parece dudar de su existencia: “el imagina- rio conde de Lautréamont”, escribe, reduciéndolo ya a la si- mulacién (no es conde) o a Ia nada (no existe). O sea que para curar al paciente le impone la simulacién de lo que ya, para 1,50 bien simulado o bien inexistente. Teniendo en cuenta la conciencia que tienen los experimen- tadores de la naturaleza “novelesca e inverosimil” del relato propuesto, resulta tanto mis notable el enjuiciamento del pa- ciente en términos morales. Cuando el paciente se deja conven- cer, acepta.el relato y comienzaa fabular recuerdos adicionales (las visitas del cénsul francés a la madre) con el fin de nacurali- zarlo, es decir, de reconocerlo, Ingenieros lo condena pot “cier- ta anomalfa moral necesaria para urdir semejante novela, po- niendo en juego la vireud de su propia madre" (S, p. 33). Como el episodio del poeta provinciano titeado por la Syringa, este titeo clinico termina en el desengafio. Pero a ° José Ingenieros, La simulacén de la locura, ab. cit, p31. 81 diferencia de aquel, no culmina en locura sino, supuestamen- te, en cura. Lo que impresiona al lector moderno ~que el des- cengafio terapéutico se efectie “con mucha dificultad”; que el ‘inico medio de des-sugestionar al sujeto sea el brutal y efec- tivo recurso a la vergiienza y a “la sabia terapia del ridfcu- Jo”~ no inmuta a Ingenieros. Al cierre del caso se ha logrado una “cura” a expensas del sujeto, proponiéndole una identi- dad a través de la literatura para luego quitérsela. “Una mal disimulada esclavitud oprime a los médicos in- telectuales ~escribe Ingenieros~. La opinién piblica tiende a cstrechar su horizonte mental, desdefiando a los que para dis- traerse del tedio de las clinicas buscan inocente pasatiempo en [as ciencias sociales o en las letras ‘puras”$" El caso comen- tado discute esta escisién jerarquica, muestra a qué usos per- versamente efectivos se destina la literatura dentro de la eli nica en un fin de siglo que patologiza, a la vez, su literatura. José Ingenieros,Lapsizopaoleta eno arte(1903), Buenos Aires, Losada, 1961,p.59. 82 PEDAGOGIA PATRIOTICA: CUERPO, GENERO Y REGENERACION

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