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Roland Barthes S$/Z $/Z .Roland Barthes Sarrasine, una novela corta de Balzac, particularmente enigmatica, cuya importancia habia sido sefialada por Georges Bataille, le permitié 2 Roland Barthes llevar a cabo un proyec- to largo tiempo acariciado: hacer el microandlisis de un relato en su totalidad. “El afio en que comencé a escribir el libro fue tal ver el més denso y el mas feliz de mi vida de trabajo”, de- claré, "Tuve la impresién exaltante de que comenzaba con algo verdaderamente nuevo, en el sentido exacto del término, es decir que no habia sido hecho jamés”. nd Barthes Rola Original experiencia critica de trabajo y de escritura, S/Z aporta, en efecto, una nota de inspirada renovacién a la exé- ‘esis de la literatura mediante procedimientos disimiles: la argumentacién apoyada en un itinerario de citas, los comen- tarios disyuntivos, las traslaciones de significados de uno a otro campo de interpretacién y una meticulosa lectura frase por frase del relato de los enredos de un joven burgués con un castrado. Barthes postula, y demuestra claramente, las formas en que la narrativa y otros sistemas culturales se combinan para fijar una direccién de lectura determivada, aparentemen- te natural, coherente, establecida y aceptable. Sin embargo, semejante legibilidad no puede contener totalmente la proti- feracién de sentidos, los excesos de ta lengua, las aberraciones, lo fuera de cédigo, la indeterminacién; aquello que la literatura de vanguardia representa, en suma, en este caso asignado a una obra clasica donde se ponen en juego la economia el sexo y el lenguaje. x Traduccion de S /Z NIcoLds Rosa por ROLAND BARTHES »* Siglo veintiuno editores Argentina s. a. TUCURAR 162178 (CLOSBAKG, BUENOS ARES, REPUBLICAAAGENTINA Siglo veintiuno editores, s.a. de c.v. (CERRO O&L AGUA 28, DELEDAGION COYOACAN 04510, MEXICO, 0. CDD Barthes, Roland 809 §/Z. -I¥ed.~ Buenos Aires: Siglo XXI Editores Argentina, 2004 299 p. 13,521 em. (Critica lteraria) ‘Traduecién de: Nicolis Rost ISBN 987-1105592 1. Critica tteraria, Titulo original: $/Z © 1970, Editions du Seuil © 1980, Siglo XI Editor Portada de Peter Tjebbes 1* ediciGn argentina: 1.000 ejemplares © 2004, Siglo XXI Editores Argentina S.A ISBN 987-1105-50-2 Impreso en Arces Graficas Delsur Alte. Solier 2450, Avellaneda cen el mes de marzo de 2004 Hecho el depésito ue marca lle 1.723 spreso en Argentina — Mad in Are Este libro es 1a huella de un trabajo que se hizo en el curso de un seminario de dos afios (1968-1969) Uevado a cabo en la Ecole Pratique des Hautes Etudes, Ruego a los estudiantes, oyentes y amigos que participaron en este seminario se sirvan aceptar la dedicatoria de este texto, que se escribié segiin ellos lo escucharon. INDICE 0. I. Iv. vi. VII. vil. XI, XI. xu XIV. XVL XVII. ‘XIK. XXL XXII. XXII. XXIV. XXVI. XXVIII. XXVIII. ‘XXIX. XXXI. XXXIL La evaluacién La interpretacién En contra de'Ia connotacién A favor de Ia connotacién, a pesat de todo La lecturs, el olvido Paso a paso EI texto esparcido El texto quebrado eCudntas lecruras? Sarrasine Los cinco cSdigos El tejido de las voces Citar La Antfeesis I: el suplemento La partitura La belleza El campo de la castracién Posteridad del castrado EL adice, el signa,“el dinero El fading de las voces La ironia, la parodia Acciones muy naturales El modelo de Ia pintura La trinsformaciéa como juego El retrato Significado y verdad La Antitesis IT: el matrimonio Personaje y figura La Idmpara de alabastro Més allé y més ack La séplica rurbada EI retraso yo El parloteo del sentido Lo real, lo operable El pliegue y el despliegue La frase hermenéutica Los elatos-contratos Esto no es una explicacién de texto Nacimiento de lo. temético El nombre propio Cdigos de clase La -transformaci6n esilisica El personaje histérico La depreciacion La plenitud sz El enigmi’ no formuliado La von El cuerpo reiinido El blaséa La obra mucstin El eufemisioo Detrés, més lejor E] lengusje como naruraleze . El dsbol Las lineas de destino, E] interés de la histor Te cana del deus, La prueba narcisista El equtvoco I: la doble interpretaciéa La prueba psicolégica Le voz del lector La «escena» Lo legible I: «Todo es coherenter Cémo se hace una orgia Le trenza El equivoco mentira metonimica Castredura y_castracién El beso invertido La prueba estética El significado como conclusién El domiaio del sentido 83 65 66 67 10 B 74 16 8 81 83 84 86 87 89 89 1 93 3 100 102 106 107 110 3 uy 118 120 121 124 127 129 131 132 134 136 137 139 140 144 145 LXXV. La declaraciéa de amor LXXVI. EI personaje y el discurso LXXVII.- Lo legible II: determinado/determinante LXXVIIL Morir de ignorancia LXXIX. Antes de la castracién LXXX, Desenlace y revelacion LXXXI. Voz de la. persona LXXXII. Glissando LXXXIIL La pandemia LXXXIV. Literatura plena LXXXV. La réplica interrumpida LXXXVI, Voz de la empiria LXXXVII. Voz de la ciencia LXXXVIIL. De la escultura ¢ la pintura LXXXIX. Vor de la verdad XC. EI texto balzaciano XCI. La modificacién XCII. Las tres entradas XCIIE. El texto pensativo ANEXOS 1, Sarrasine, de Balzac 2, Las series de acciones (acc.) 3. Indice razonado 148 149 152 155 156 137 160 166 167 168 170 m7 172 174 176 177 179 180 182 183 212 216 1. La evatuacion Se dice que a fuerza-de ascesis algunos budistas alcanzan aver un paisaje completo en un haba. Es Jo que hubiesen deseado los primeros analistas del relato: ver todos los relatos del mundo (t tos como hay y ha habido) en una sola estructura: vamos a ex- traet de cada cuento un modelo, pensaban, y luego con todos esos modelos haremos una gran estructura narrativa que revertiremos (pira su verificaci6n) en cualquier relato: tarea agotadora («Cien- cia con paciencia, El suplicio es seguro») y finalmente indeseable, pues en ella el texto pierde su diferencia. Esta diferencia no es evidentemente una cualidad plena, irreductible (segtin una vi mitica de la creacién literaria), no es lo que designa la individ lidad de cada texto, 1o que lo nombra, lo sefiala, lo rubrica, Jo termina; por el contrario, es una diferencia que no se detiene y se articula con el infinito de los textos, de los lenguajes, de los sistemas: una diferencia de la. que cada texto es el retorno. Por Jo tanto, hay que elegir: bien colocar todos los textos en un vai- yén demostratiyo, equipararlos bajo la mirada de la ciencia in-di- ferente, obligarlos a reunirée inductivamente con la copia de la que inmediatamente se los haré derivar, o bien devolver a cada texto no su fndividualidad, sino su juego, recogerlo —aun antes de hablar de-él—.en’el paradigma infinito de la diferéncia, some- terlo de entrada a una tipologia fundadora, a una evaluacién. 4Cémo plantear pues el valor de un texto? ¢Cémo fundar una pri- mera tipologia de los textos? La evaluacién fundadora de todos los textos no puede provenir de Ia ciencia, pues la ciencia no evalia; ni de la ideologfa, pues el valor ideol6gico de un texto (moral, ‘estético, politico, alético) es un valor de representacién, no de pro- ducci6n (la ideologia no trabaja, «refleja»). Nuestra evaluaci6n sélo + puede estar ligada a una prictica, y esta practica es la’de la es- critura, De un lado estd lo que se puede escribir, y del otro, lo que ya no es posible escribir: lo que esté en la préctica del escritor 1 y lo que ha desaparecido de ella: qué textos aceptaria yo eseri bir (re-eseribir), desear, proponer, como una fuerza en este mundo mio? Lo que 1a evaluacién encuentra es precisamente este valor: lo que hoy puede ser escrito (re-escrito): lo escribible. {Por qué es lo escribible nuestro valor? Porque lo que esté en juego en el trabajo literario (en Ia literatura como trabajo) ¢s hacer del lector no ya un consumidor, sino un productor del texto. Nuestra lite- ratura esté marcada por el despiadado divorcio que la institucién literaria mantiene entre el fabricante y el usuario del texto, su pro- pietario y su cliente, su autor y su lector. Este lector esté sumergi- do en una especie de ocio, de intransitividad, y, 2por qué no de- cirlo?, de seriedad: en lugar de jugar €1 mismo, de acceder ple- namente al encantamiento del significante, a la voluptuosidad de la escritura, no le queda més que la pobre libertad de recibir 0 rechazar el texto: la lectura no es més que un referéndum. Por lo tanto, frente al texto escribible se establece su contravalor, su va- lor negativo, reactive: Io que puede ser leido pero no escrito: Io legible. Llamaremos clésico a todo texto legible. II. La interpretacion ‘Tal vez no haya nada que decir de los textos escribibles. Primero: gdénde encontrarlos? Con toda seguridad no en la lectura (0 al menos muy poco: por azar, fugitiva y oblicuamente en algunas obraslimites): el texto escribible noes una cosa, es dificil encon- trarlo en librerias. Segundo: siendo su modelo productivo (y no ya representativo), suprime toda critica que, al ser producida, se Confundiria con él: reeseribirlo no seria sino diseminarlo, disper- sarlo en el campo de la diferencia infinita, El texto escribible es tun presente perpetuo sobre el cual no puede plantearse ninguna palabra consecuente (que lo transformaria fatalmente en pasado); EI texto escribible somos nosotros en el momento de escribir, ax- tes de que el juego infinito del mundo (el mundo como juego) sca atravesado, cortado, detenido, plastificado, por algin sistema sin- gular (Ideologia, Género, Critica) que ceda en lo referente a la pluralidad de las entradas, 1a apertura de las redes, el infinito de los lenguajes. Lo escribible es lo novelesco sin Ia novela, a poesia sin el poema, el ensayo sin la disertacién, la eseritura sin el estilo, 2 Ja producci6n sin el producto, la estructuracién sin la estructura. Pero cy los textos legibles? Son productos (no producciones), for- man la enorme masa de nuestra literatura. {Cémo diferenciar nue- vamente esta masa? Es necesaria una segunda operacién consiguien- te a la evaluacién que ha clasificado en un principio los textos, pero més precisa que ella, basada en Ja apreciacién de una cierta cantidad, del mds o menos que puede movilizar cada texto. Esta nueva operacién es la interpretacién (en el sentido que Nietzsche daba a esta palabra). Interpretar un texto no es darle un sentido (mas © menos fundado, més o menos libre), sino por él contrario apreciar el plural de que esté hecho. Tomemos primero la imagen de un plural triunfante que no esté empobrecido por ninguna obli- gacion de representacién (de imitacién). En este texto ideal las redes son maltiples y juegan entre ellas sin que ninguna pueda reinar sobre las demés; este texto no es una estructura de signifi- cados, es una galaxia de significantes; no tiene comienzo; es re- versible; se accede a él a través de miltiples entradas sin que nin- guna de ellas pueda ser declarada con toda seguridad Ia principal; los e6digos que moviliza se perfilan hasta perderse de vista, son indecibles (el sentido no esté nunca sometido a un principio de decisiOn sino al azar); los sistemas de sentido pueden apoderarse de este texto absolutamente plural, pero su nGmero no se cierra nunca, al tener como medida el infinito del lenguaje. La interpre- tacién que exige un texto inmediatamente encarado en su plural no tiene nada de liberal: no se trata de conceder algunos sentidos, de reconocer magnénimamente a cada uno su parte de verdad; se trata de afirmar, frente 2 toda in-diferencia, el ser de la pluralidad, ‘que no es el de lo verdadero, lo probable o incluso lo posible. Sin embargo, esta afirmacién necesaria es diffcil, pues al mismo tiempo que nada existe fuera del texto, no hay tampoco un todo del texto (que, por reversiGn, seria el origen de ug orden interno, re- conciliacién de las partes complementarias bajo la mirada paternal del modelo representativo): es necesario simulténeamente librar al texto de su exterior y de su totalidad. Todo esto quiere decir que cen el texto plural no puede haber estructura narrativa, gramética 0 logica del relato; si en algin momento éstas dejan que nos acer- quemos es en la medida (dando a esta expresién su pleno valor cuantitativo) en que estamos frente a textos no totalmente plura- les: textos cuyo plural es mAs o menos parsimonioso. IIL. En contra de la connotacién Para estos textos moderadamente plurales (es decir, simplemente polisémicos) existe un apreciador medio que s6lo puede captar una cierta porcién, mediana, del plural, instrumento a la vez demasia- do preciso y demasiado impreciso para ser aplicado a los textos univocos, y demasiado pobre para ser aplicado a los textos multi- valentes, reversibles y francamente indecidibles (a los textos inte- gramente pluralés). Este modesto instrumento es la connotacién, Para Hjelmslev, que ha dado una definicién de ella, a connota- cin es un sentido secundario, cuyo significante esté constituido por un signo o un sistema de significacién principal que es la de- notaciGn: si E es la expresién, C el contenido y R la relacién de tos dos que funda el signo, la {érmula de la ‘connotacién es: (ERO)RC. Sin duda porque no se la ha limitado, sometido a una tipologia de los textos, le connotacién no tiene buena prensa. Uiios (digamos los fil6logos), decretando que todo texto es tiniveco, po- seedor de un sentido verdadero, canénico, remiten los sentidos si- multéneos, secundarios a la nada de las elucubraciones criticas. Otros (digamos Jos semidlogos) cuestionan la jerarquia de lo de- notado y lo connotado; 1a lengua, dicen, materia de la denotaci6a, con su diccionario y su sintaxis, es un sistema como cualquier otro; no hay ninguna raz6n pata privilegiar a este sistema y hacer de él el espacio y la norma de un sentidd principal, origen y baremo de todos los sentidos asociados; si erigimos la denotacién en ver- dad, en objetividad, en ley, es porque todavia estamos sometidos al prestigio de Ia lingifstice’que, hasta este momento, ha reducido el lenguaje a la frase y a sus componentes Iéxicos y sintécticos; ahora bien,.lo. que.estd en juego,.en esta jerarquia es algo serio: disponer todos los sentidos de un texto en circulo alrededor del foco de 1a denotacién (el foco: centro, custodia, ‘teftigio, luz de la verdad) es volver al cierre del discurso occidental (cientifico, ert tico 0 filolégico), a su organizacién centralizada. IV. A favor de la connotacién, a pesar de todo Esta critica de la connotacién es justa s6lo a medias: no’tiene en cuenta Ia tipologia de los textos (esta tipologia es fundadora: nin- 4 gin texto existe antes de ser clasificado segin su valor); pues si hay textos legibles, insotitos en el sistema de clausura occidental, fabricados segin los fines de este sistema, entregados a Ia ley del ignificado, es necesario que posean un régimen particular de sentido, y ese régimen tiene por fundamento le connotacién. Por eso, negar universaimente la connotacién es abolir el valor dife- rencial de Jos textos, negarse a definir el aparato especifico (poé- tico y critico @ la vez) de los textos legibles, es equizazar el texto limitado al texto-limite, es privarse de un instrumento tipol6gico, La connotacién es la via de acceso a la polisemia del texto clisico, a ese plural limitado que funda el texto clisico (no es seguro que haya comnotaciones en el texto moderno). Por lo tanto hay que sal- var a la connotacién de su doble proceso y guardarla como la hue- la nombrable, computable, de un cierto plural det texto (este plu- ral limitado del texto clésico). (Qué es, pues, una connotacién? Definicionaimente, es una determinacién, una relacién, una anéfo- ra, un rasgo que tiene el poder de referirse a menciones anteriores, ulteriores 0 exteriores, a ottos lugares del texto (0 de otro texto): no hay que restringir en nada esta relaci6n, que puede ser designada de diversas maneras (funcién o indicio, por ejemplo), siempre que no se confunda connotacién y asociacién de ideas: ésta remite al sistema de un sujeto mientras que aquélla es una correlacién inmanente al texto, a los textos, o si se prefiere, es una asociacién operada por el texto-sujeto en el interior de su propio sistema, Tépicamente, las connotaciones son sentidos que no estén en el diccionario ni en la gramética de la lengua en la que esté escrito un texto (por supuesto, ésta es una definicién precaria: el dicciona- io puede ampliarse, la gramética puede modificarse). Analttica- mente, la connotacién se determina a través de dos espacios: un espacio secuencial, sucesién de orden, espacio sometido a la suce- sividad de tas frases a lo largd de las cuales el sentido prolifera por acodadura, y uli espacio aglomerativo, qm el que ciertos lu- gares del texto se correlacionan con otros sentidos extetiores al texto material y forman con ellos una especie de nebulosas de sig- nifieados. Topolégicamente, la connotacién asegura una disemina- cién (limitada) de los sentidos, extendida como un. polvillo de oro sobre la superficie aparente del texto (el sentido es oro). Semio- légicamente, toda connotacién es el punto de partida de un cédigo (que no seré nunca reconstituido), [a articulacién de una vor que esté tejida en el texto. Dindmicamente: es un sojuzgamiento al que 5 esté sometido el texto, es la posibilidad de este sojuzgamiento (el sentido es una fuerza). Histéricamente, al inducir sentidos aparen- temente detectables (aunque no sean léxicos), la connotacién funda una Literatura (fechada) del Significado. Funcionalmente, la con- notacién, al engendrar por principio el doble sentido, altera la pureza de la comunicecién: es un «ruido» voluntatio, cuiadosa- mente elaborado, introducido en el didlogo ficticio del autor y el lector, en resumen una contracomunicacién (la Literatura es una cacogtafla intencional). Estructuralmente, la existencia de dos sis- temas considerados diferentes —denotaci6n y connotacién— per- mite al texto funcionar como un juego en el que un sistema remite al otro segin las necesidades de una cierta ilusidn. Ideolégicamen- te, por iiltimo, este juego asegura ventajosamente al texto clésico una cierta inocencia: de los dos sistemas, denotativo y connotati- vo, uno se vuelve y se sefiala: el de la denctacién. La denotacién fio es el primero de los sentidos, pero finge serlo; bajo esta ilusion no es finalmente sino ta ultima de las connotaciones (la que parece a la vez fundar y clausurar la lectura), el mito superior gracias al cual el texto finge retornar a la naturaleza del lenguaje, al len- guaje como naturaleza: por muchos sentidos que libere una frase posteriormente a su enunciado, Lno parece decimnos algo sencillo, literal, primitivo: algo verdadero en relacién a lo cual todo lo demés (lo que viene después, encima) es literatura? Por esto, si ‘queremos ajustarnos al texto clésico, hemos de conservar la deno- taciOn, vieja deidad vigilante, astuta, teatral, encargada de repre- sentar la inocencia colectiva del lenguaje. V. La lectura, ef olvido Leo el texto. Esta enunciacién, conforme con el «genio» de la len- gua francesa (sujeto, verbo, complemento), no es siempre verda- dera, Cuanto més plural es el texto, menos esté escrito antes de que yo lo lea: no le someto @ una operacién predicativa, conse- cuente con su sef, llamada lectura, y yo no es un sujeto inocente, anterior al texto, que lo use luego como un objeto por desmontar © un lugar por investir. Ese «yo» que se aproxima al texto es ya una pluralidad de otros textos, de cédigos infinitos, o més exacta- mente perdidos (cuyo origen se pierde). Objetividad y subjetividad 6 son ciertamente fuerzas que pueden apoderarse del texto, pero son fuerzas que no tienen afinidad con él. La subjetividad es una i plena, con la que se supone que sobrecargo el texto, pero cuya plenitud, amafada, no es més que la estela de todos los cédigos que me constituyen, de manera que mi subjetivided tiene final mente la misma generalidad de los estereotipos. La objetividad es un relleno del mismo orden: es un sistema imaginario como los otros (aunque en él el gesto castrador se seiiale mas ferozmente), una imagen que sirve para hacerme designar ventajosamnte, para darme a conocer, para conocerme mal. La lectura s6lo comporta riesgos de objetividad o de subjetividad (ambas son imaginarias) en la medida en que se define el texto como un objeto expresivo (ofrecido @ nuestra propia expresién), sublimado bajo una moral de la verdad, unas veces laxa y otras ascética. Sin embargo, leer no es un gesto pardsito, complemento reactivo de una escritura que adornamos con todos los prestigios de la creacién y de la ante- rioridad. Es un trabajo (por esto serfa mejor hablar de un acto lexeolbgico, 0 incluso lexeogréfico, puesto que también escribo mi lectura), y el método de este trabajo es topol6gico: no estoy ocul- to en el texto, s6lo que no se me puede localizar en él: mi consiste en mover, trasladar sistemas cuya investigaci6n no se de- tiene ni en el texto ni en «mf»: operatoriamente, los sentidos que ‘encuentro no son comprobados por «mi» ni por otros, sino por su marca sistemdtica: no hay més prueba de una lecture que la cali- dad y resistencia de su sistemAtica; en otras palabras, que su funcionamiento. En efecto, leer es un trabajo de lenguaje. Leer es encontrar sentidos, y encontrar sentidos es designarlos, pero ‘esos sentidos designados son levados hacia otros nombres; los nom- bres se laman, se retnen y su agrupacién exige ser designada de nuevo: designo, nombro, renombro: asf pasa el texto: es una nomi- naciéa en devenir, una aproximacién incansable, un trabajo meto- nimico. Por lo tanto, frente al texto plural el olfido de un sentido no puede ser recibido como una falta. Olvidar en relacién a qué? éCuél es la summa del texto? Es posible olvidar algunos sentidos, pero sélo si se ha elegido echar sobre el texto una mirada singular. De todas maneras, Ia lectura no consiste en detener la cadena de Jos sistemas, en fundar una verdad, una legalidad del texto y; en consecuencia, provocar las «faltas» de su lector; consiste en embra- ‘gar esos sistemas no segin su cantidad finita, sino segin su plura- lidad (que es un ser y no una cuenta): paso, atravieso, articulo, 1 desencadeno, pero no cuento. El olvido de los sentidos no es cosa de excuses, un desgraciado error de ejecucién: es un valor afirma- tivo, una manera de afirmar la irresponsabilidad del texto, el plur ralismo de los sistemas (si cerrase la lista, reconstituiria fatalmente un sentido singular, teolégico): precisamente leo porque olvido. V1. Paso a paso Si se quiere estar atento al plural de un texto (por limitado que sea), hay que renunciar a estructurar ese texto en grandes masas, como lo hacian la retérica clasica y la explicacién escolar: nada de cons- truccién del texto: todo significa sin cesar y varias veces, pero sin delegecién en un gran conjunto final, en una estructura ditima. De ahi la idea,'y por decirlo asi la necesidad, de un andlisis progresivo aplicado a un texto dnico. Esto tiene, al parecer, algunas implica- ciones y algunas ventajas. El comentario de un solo texto no es una actividad contingente, colocada bajo la coartada tranquilizadora de To «conereto»: el texto tinico vale por todos los textos de la lite- ratura, no porque los represente (Jos abstraiga y los equipare), sino porque la literatura misma no es nunca sino un solo texto: el texto Unico no es acceso (inductivo) a un Modelo, sino entrada a una red con mil entradas; seguir esta entrada es vislumbrar a lo lejos no una estructura legal de normas y desvios, una Ley narra tiva o pottica, sino una perspectiva (de fragmentos, de voces ve- nidas de otros textos, de otros cédigos), cuyo punto de fuga es, sin embargo, incesantemente diferido, misteriosamente abierto: cada texto (tinico) es la teoria misma (y no el simple ejemplo) de esta fuga,'de_ esta. diferencia que yuelve indefinidamente sin con: formarse. Ademds, trabajar ése texto"iinico hasta el cltimo detalle es reanudar el] andlisis estructural” del relato én el punto en’ que ahora esté detenido: en las grandes estructuras; es darse el poder (el tiempo, Ia facilidad) de remontar las venillas del sentido, no dejar ningéin lugar del significante sin presentir en él el cédigo 0 los cédigos de que este lugar puede ser punto de partida (0 de Hegada); es (al menos se puede esperarlo y trabajar ent ello) sus- tituir el simple modelo representativo ‘por otro modelo cuya pro- gresi6n misma garantizara lo que pueda haber de productivo en al texto clésigo, pues el paso a paso, por su lentitud y su misma dispersi6n, evita penettar, invertir el texto tutor, dar de él una imagén interior: no es sino la descomposicidn (en el sentido cine- matogréfico) del trabajo de lectura, si se quiere una cdmara lenta: ni completamente imagen ni completamente andlisis, y, por iiltimo, es jugar sisteméticamente con la digresién (forma mal integrada por el discurso del saber) en la escritura misma del comentario y observar de esta manera la reversibilidad de las estructuras con que esté tejido el texto; es verdad que el texto cldsico no es com pletamente reversible (puesto que es modestamente plural): su Iéc- tura se hace en un orden necesario cuyo anélisis progresivo deter- minaré precisamente su orden de escritura; pero comentar paso a paso es por fuerza renovar las entradas“del texto, evitar estructu- rarlo demasiado, evitar darle ese suplemento de estructura que le vendria de una disertacién y lo clausuraria: es esparcir el texto en lugar de recogerlo, VII. El texto esparcido Por Jo tanto se esparciré el texto, descartando —como si fuera un Pequefio sefsmo— los bloques de significacién cuya lectura capta solamente la superficie lisa, imperceptiblemente soldada por el cau: dal de las frases, el discurso fluido de la narracién, la naturalidad del lenguaje corriente. El significahte tutor seré dividido en una serie de cortos fragmentos contiguos que aqui llamaremos lexias, Puesto que son unidades de lectura. Es necesario advertir que esta si6n ser a todas luces arbitraria; no implicarf ninguna res- Ponsabilidad metodol6gica, puesto que recaer sobre el significari- te, mientras. que el andlisis propuesto recae dnicamente sobre el significado, La lexia comprenderé unas veces unas pocas palabras ¥ otras algunas frases, seré cuesti6n de comédidad: bastard con que sea el mejor espacio posible donde se puedan observar los sen- tidos; su dimensién, determinada empiricamente a ojo, dependeré de Ia densidad de las connotaciones, que es variable segtin los mo- mentos del texto: simplemente se pretende que en cada lexia no haya més de tres o cuatro sentidos que enumerar, como méximo. El texto, en su conjunto, es comparable a un cielo, lano y pro- fundo a la vez, liso, sin bordes y sin referencias; como el augur que recorta en él con la punta de su bastén un rectdngulo ficticio 9 para interrogar, de acuerdo con ciertos principios, el vuelo de les aves, el comentarista traza a lo largo del texto zonas de lectura con el fin de observar en elas la migracién de los sentidos, el aflo- ramiento de los cédigos, el paso de las citas. La lexia no es més que 1a envoltura de un volumen seméntico, la cresta del texto plu- al, dispuesto como un banquete de sentidos posibles (aunque re- gulados, atestiguados por une lectura sistemética) bajo el flujo del discurso: la lexia y sus unidades formarén de esta manera una especie de cubo multifacético, cubierto con la palabra, el grupo de palabras, la frase 0 el pérrafo; dicho de otro modo, el lengua je, que es su excipiente «natural», VIII. El texto quebrado Lo que se indicaré a través de estas articulaciones postizas seré la traslacin y Ia repeticién de los significados. Al seBialar sistemsti- camente los significados de cada lexia no se pretende establecer Ja verdad del texto (su estructura profunda, estratégica), sino su plu- ral (aunque éste sea parsimonioso); por lo tanto, las unidades de sentido (las connotaciones), desgranadas por separado en cada le- xia, no serén reagrupadas, provistés de un meta-sentido, tratando de darles una construccién final (solamente podréa reagruparse, en anexo, aquellas secuencias cuya continuacién haya podido per- derse por el hilo del texto-tutor). No se expondré la critica de un texto, 0 une critica de este texto; se propondré la materia semén- tice (dividida pero no distribuida) de varias criticas (psicolégic psicoanalitica, temética, hist6rica, estructural); luego cada una po- dré (si le viene en gana) intervenir, hacer ofr su voz, que se e+ cucha de una de las voces del texto. Lo que se busca es dibujar el espacio estereogréfico de una escritura (que en este caso ¢s una escritura clésica, legible). El comentario, fundado sobre la afirma- cién del plural, no puede trabajar «respetando» el texto: el texto- tutor serd continuamente quebrado, interrumpido, sin ninguna con- sideracién para sus divisiones naturales (sintdcticas, ret6ricas, anecdéticas); el inventario, la explicacién y la digresién podrén instalarse en el mismo corazén de Ja suspensién, separar incluso el verbo y su complemento, el nombre y su atributo; el trabajo del comentario, desde el momento en que se sustrae a toda ideo- 10 logia de 1a totalidad, consiste precisamente en maltratar el texto, en cortarle la palabra, Pero en realidad lo que se niega no es la calidad del texto (en este caso incomparable), sino su «natura. lidad>. IX. éCudntas lecturas? Hay que aceptar también una dltima libertad: Ia de leer el texto como si ya hubiese sido leido, Aquellos que gustan de las bellas historias podrén ciertamente comenzar por el final y leer primero él texto tutor que se ofrece en anexo en su pureza y eu continui- dad, tal como ha salido de la edici6n, es decir, tal como se lee ha- bitualmente. Pero nosotros, que tratamos de establecer un plural, no podemos detener ese plural en las puertas de la lectura: es necesario que la lectura sea también plural, es decir, sin orden de entrada: la «primera» versién de une lectura debe también poder set su versiGn tims, como si el texto fuese reconstituido para tabar en su artificio de continuidad, estando entonces el signifi- cante provisto de una figura suplementaria: el desplazamiento. La relectura, operacién opuesta a los hébitos comerciales e ideolégicos de nuestra sociedad que recomienda «tirar» ta historia una vez consumida («devorada») para que se pueda pasar a otra historia, comprar otro libro, y que sélo es tolerada en ciertas categorias marginales de lectores (los nifios, los viejos y los profesores), la relectura es propuesta agu( de entrada, pues aélo ella salve al texto de la repeticién (los que olvidan releer se obligan a leer en todas partes 1a misma historia), lo multiplica en su diversidad y en su plural: lo saca de Ja cronologfa interna («esto pasa antes 0 después que aquello») y encuentra de nuevo un tiempo miftico (sin antes ni después); cuestiona la pretensién que intenta hacernos creer que la primera lectura es une lectura primera, ingenua, fe- noménica, que luego s6lo habria que

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