You are on page 1of 40
UN CARTUJO VER A DIOS CON EL CORAZON NARCEA, S.A. DE EDICIONES Queda rigurosamente prohibida, sin autorizaci6n escrita de los ti- tulares del Copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproduccién total o parcial de esta obre por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografia y el tratamiento in- formético, y la distribucién de ejemplares de ella mediante alquiler @ préstamo piblicos. © NARCEA, S. A. DE EDICIONES, 2001 Dr. Federico Rubio y Gali, 9, 28039 Madrid narcea@narceaediciones.es. ‘www.narceaediciones.es © Grande Chartreuse. Francia Titulo original: La priére du coeur, La priére théologale Traduccion: Vania Radoeva ISBN: 84-277-1371-1 Depésito legal: M-43.066-2001 Impreso en Espaiia. Printed in Spain Imprime EFCA, S. A. Verano, 28. 28850 Torrején de Ardoz (Madrid) INDICE Prdlogo......eee eee ceeeteeenenee seeeetseeeeseeee Abba, santificado sea tunombre.....ee 9 Ver con el corazOn ....... eens 13 Purificacion del corazon......... seeees seeeneees .. 17 Mi cuerpo, lugar de encuentro con el Ver- bo y templo del Espiritu...... 23 El mismo Espiritu ora en mi . 29 Mi debilidad, lugar para descubrir y encon- trar la ternura del Padre... seeeeeee . 35 Entrar en el silencio .......... beeeteees seeteeensees 41 La oracion teologal ............. cecteteetesseeeeneaee 47 La oraci6n del publicano «0.0.0.0... eee 71 PROLOGO Hace ya unos anos que me habias pedido que te hablara de la oracién del coraz6n aun- que yo te contesté que no queria lanzarme a hablar sobre un tema que no conocia suficientemente. Desde entonces ha pasado tiempo. He adquirido cierta experiencia basa- da en lo que he podido constatar en los de- mas y a partir de los descubrimientos que he podido hacer en mi propia busqueda del Se- fior. Te voy a confiar pues unas reflexiones pidiéndote que no les atribuyas demasiada importancia. Ya sabes que la oracién del corazén es fruto de la larga experiencia de la espirituali- dad de Ia Iglesia Oriental. Lo que voy a decir yo tiene seguramente puntos en comtin con esta tradicié6n aunque soy consciente de que tengo una manera demasiado personal de ha- Un cartujo cerlo. Por eso, de lo que te voy a hablar, a lo mejor no es la verdadera oracién del cora- z6n. Mi intenci6n no es dibujar un cuadro rigi- do o una estructura estable. Es mas bien una direccién que quisiera indicar, un camino ha- cia el que hay que dirigirse sin prever por adelantado exactamente donde vas a llegar. La oracién del corazén no es un objetivo a obtener, sino una forma de ser, una forma de ponerse a la escucha y de avanzar. Antes de empezar a leer, si estas de acuer- do, ponte a rezar y pide al Espiritu del Senior que nos ilumine a los dos porque mi tnico deseo es ayudarle a que alumbre nuestros corazones. ABBA, SANTIFICADO SEA TU NOMBRE Cuando me pongo a rezar no me dirijo al Dios de los filésofos ni siquiera, en un cierto sentido, al Dios de los tedlogos. Me dirijo a mi Padre o mejor dicho a nuestro Padre. Aun mas exactamente me dirijo a quien Jestis en plena intimidad llamaba: Abba. Cuando los discipulos pidieron al Sefor que les ensefara a rezar, él les dijo sencillamente: “Cuando oréis, decid: Abba.” Llamar asi a Dios significa tener la certeza de que nos quiere. Una certeza que no forma parte de ideas muy sabias, sino de una convic- cién muy intima. Tenemos la impresién de ha- ber llegado a esta certeza, a la fe, al termino de una serie de reflexiones, meditaciones y voces interiores pero, al fin y a cabo, esta certeza es un don. Creemos en el amor en nuestro cora- zon porque es el mismo Padre quien ha en- Un cartujo viado a su Espiritu y desde entonces su Hijo esta glorificado. Porque el Padre me ama, yo puedo dirigirme a él con plena seguridad y confianza. No me presento respaldado por mis méritos 0 razones sino que confio en la ternura infinita del Abba de Jestis por su Hijo que es también mi Abba. El es el Padre. ;Qué significa esto? Que da la vida. Pero no la da como un objeto diferente de él mismo. La da entregandose a si mismo. EI unico regalo que puede hacer es su propia persona y el resultado de este regalo es su Hijo, un hijo al que quiere infinitamente, por el cual siente ternura y a quien el Hijo en respuesta también siente lo mismo por su padre. Ese es el Abba a quien me dirijo yo. El tnico que me puede dar una vida que es copia exacta de la suya; él me exige que sea su propia ima- gen y semejanza en este momento y no por una cierta apariencia exterior a mf mismo sino porque él me ha engendrado a partir de su pro- pia subsistencia. Eso es lo que quiero decir cuando le pido: “Santificado sea tu nombre, Abba”. Que seas ta mismo, Abba, dentro de mi. Que tu nombre de Padre se realice a la perfeccién en la rela- cién que se establece entre nosotros. Abba, te pido que seas mi Padre, que me engendres a tu imagen y semejanza por puro amor para que 10 La oracién del corazon yo en respuesta pueda llegar a ser, por pura gratuidad tuya, ternura hacia ti. La oracion del corazén consiste simplemen- te en encontrar el camino que me permita te- ner respecto al Padre una actitud gracias a la cual él mismo pueda santificar su nombre en mi. En mi y en todos sus hijos. En su tnico hijo compuesto de si mismo y de todos sus herma- nos. Rezar es acoger al Padre, participar en esta vida que él nos da por gracia. Acoger al Padre es permitirle engendrar al Hijo y hacer nacer su reino en mi coraz6n. De esta manera, el Espiri- tu podra establecer entre yo y el Padre lazos que no se pueden destruir, relaciones de unidad que se extenderan a todos mis hermanos. 11 VER A TRAVES DEL CORAZON Qué camino debemos tomar para llegar a ese encuentro con el Padre al que aspiramos? éQué facultades ha puesto a nuestra disposicién para esto? ¢Sera la inteligencia, como capaci- dad de conocer y de reflexionar? Escuchemos la respuesta de Jesus: “Te doy gracias, Padre, Serior del cielo y de la tierra, por haber escondido estas cosas a los sabios y habér- selas revelado a los pequefios. Si, Padre, porque asi te ha parecido bien” (Mt 11, 25-26). Esto parece extrafio: el camino esta cerrado a los inteligentes y a los que saben pensar y cal- cular. No es a ellos a quienes Dios ha decidido revelar sus secretos. Sin embargo, :no nos ha dado Dios la cabe- za y la capacidad de reflexionar, de ver las co- 13 Un cartujo sas, de imaginarnoslas, como medio para po- nernos en contacto con los demas? Efectivamente, estas facultades nos las ha dado Dios. Son buenas. Son indispensables. No debemos odiarlas ni despreciarlas. Pero debe- mos, sin embargo, reconocer sus limites. Cuando pienso en un problema —o con mas precisi6n en una persona muy cercana— con mi cabeza y no con mi coraz6n, la manten- go a distancia. La manipulo de manera que la puedo analizar a mi voluntad sin comprome- terme con ella. En el fondo, no me implico, mantengo mis distancias, conservo mi seguri- dad respecto a esa persona. Hago todo lo que puedo para conocerla sin dejar que me “Ileve o contamine” el dinamismo que podria emanar de su coraz6n. Quiero per- manecer libre respecto a ella. En ciertos casos, este rnétodo de actuar quizds sea bueno. Pero si lo que yo quiero es amar, seguro que no es éste el camino a seguir. Jestis nos sigue enseriando: “Todo me lo ha dado el Padre y nadie conoce al Hijo sino el Padre y nadie conoce al Padre salvo el Hijo y aquel a quien el Hijo decide revelarlo” (Mt 11,27). “Todo me lo ha dado el Padre”. Esto quiere decir que entre el Padre y el Hijo estan suprimi- 14 La oracién del corazon das todas las distancias. Ninguno de los dos ha buscado conservar su seguridad ante el otro. Han asumido implicarse reciprocamente. Y de esta manera pueden conocerse uno a otro con un conocimiento de amor que se presenta co- mo un misterio del que solo los iniciados pue- den participar. “Nadie conoce al Hijo sino el Padre y nadie conoce al Padre sino el Hijo”. Nadie le conoce porque nadie le abre su cora- zon. Si queremos conocer al Padre hay que aceptar el hecho de que vamos a recibir este conocimiento del Hijo en la medida en que él vea que nuestro corazon esté preparado para acogerle. Para conocer de verdad a Dios tendré que renunciar pues a mis seguridades. Tengo que eliminar las distancias que el pensamiento y el mundo material me permiten guardar respecto a él. Tengo que reconocer que soy vulnerable. Este hecho que yo suelo esconder tan bien, lo tengo que aceptar a plena luz del dia, vivirlo, es decir dejar que se expresen las verdaderas reac- ciones de mi corazon. A partir de este momen- to tendré la oportunidad de ponerme en rela- cion con el Padre y el Hijo...y con todos mis hermanos. Esto significa —en la realidad concreta— que tengo que aceptar situarme al nivel de mi corazon. Le tengo que dar el derecho a existir, 15 Un cartujo a manifestarse, a expresarse segtin su propio modo, es decir a través de sentimientos profun- dos: confianza, alegria, entusiasmo, pero tam- bién miedo, a veces angustia, rabia. Esto no quiere decir que hay que vivir al nivel de la sen- sibilidad superficial. Al contrario, significa que tenemos que aceptar que se estan desarrollan- do en nosotros esos movimientos profundos que nos Ilevan a encontrar la verdadera cara del otro. Eso es ser “pequefio”: expresarse espon- taneamente y dejarse querer por el que esta ante nosotros. jQué dificil es tener el valor de ser pequenios! Estas reflexiones que se sittan en el contex- to del Evangelio también encuentran su sitio en un proceso psicolégico normal. Los dos niveles son evidentemente distintos, pero se completan y compenetran. Tenemos que aprender a llegar a todo a través de la mirada de amor de Jests hacia todas sus criaturas e incluso hacia las per- sonas divinas. Eso es lo que yo llamo “ver con el corazon”: aceptar que el Hijo me revela al Padre si yo soy capaz de asumir esta revela- cion, es decir siempre y cuando, y segtin mi ca- pacidad de ser humano, que haya en mi y en mi coraz6n una imagen de la relacién de intimi- dad que existe entre el Hijo y el Padre. 16 PURIFICACION DEL CORAZON No es necesaria una larga experiencia de la existencia humana y menos todavia de la vida espiritual para saber que estamos presos en un mundo inmerso en un desorden casi sin arre- glo: pecados, desequilibrios emocionales, heri- das no cicatrizadas, costumbres malsanas, etc. Todo esto constituye las impurezas de nuestro corazon. Continuamente vemos que el lenguaje de nuestro coraz6n esta situado al nivel de las emociones. Todos los desequilibrios que acabo de enumerar se convierten en emociones fuera de lo normal; aparecen casi sin que nos demos cuenta, nos mandan, nos destruyen, nos cie- rran a Dios, nos unen a una especie de au- tomatismo del mal. Y todo esto viene de nues- tro corazon. 17 Un cartujo “Lo que sale de la boca proviene del corazén y eso es lo que ensucia al hombre. Del coraz6n provienen las malas intenciones, los asesinatos... Esas son las cosas que manchan al hombre” (Mt.15, 18-20). Si quiero quitar la suciedad de mi ser, prime- ro tengo que purificar mi coraz6n. Ante esta urgente necesidad de rectifica- cién, normalmente acudimos a lo que podemos lamar la “ascesis clasica”. Es una técnica pro- bada y practicada por numerosas generaciones de monjes cristianos, hombres de buena vo- luntad, decididos a liberarse de la esclavitud en la que estamos apresados. Es una forma de ac- cionar que apela a todos los recursos de nues- tra voluntad, de nuestra energia y de nuestra perseverancia iluminados por la fe y el amor. La ascesis tiene sus méritos y no hay por qué abandonarla, pero también tiene sus limites. En particular, en lo que se refiere a la autén- tica purificacién del corazon, hay que ir mas alla de las técnicas humanas. Releamos la invi- tacion que hace San Bruno a su amigo Raul: “;Qué hacer entonces, querido amigo? ¢Qué hacer sino creer en los consejos divinos, creer en la verdad que nunca engafia? Efectivamente ésta avisa a todo el mundo: “Venid a mi todos los agobiados y yo os aliviaré”. :No es cierto que es una pena horrible e in- util estar atormentados por los propios deseos, casti- 18 La oraci6n del corazén garse sin piedad por las preocupaciones y las penas, el miedo y el dolor que dan vida a esos deseos? ¢Qué carga mas aplastante que ésta puede haber, cuyo peso rebaja el espiritu injustamente de su sublime dignidad hasta lo mas bajo de este mundo?” (A Rail, 9). Existe pues una manera de purificacién don- de, antes que cualquier otra, hay que dirigirse a Jesiis, llegar a él con el fin de recibir alivio. El nos dirige esta invitacion justo después de ha- bernos dicho que teniamos que renunciar a ser sabios e inteligentes para convertirnos en pe- quefios. Entrar en el camino del corazén es re- conocer que la Unica pureza verdadera es un don de Jests. “Tomad mi yugo y aprended de mi que soy manso y humilde de corazon y hallaréis alivio en vuestras fati- gas” (Mt 11,29). La purificacién fundamental se produce a partir del momento en que las impurezas y los desequilibrios que me afectan los ponemos cara a cara con Jestis. Esto no es una tarea mas difi- cil que la ascesis clasica pero es mas eficaz por- que nos obliga a establecernos en la verdad: la verdad sobre nosotros mismos que nos obliga a abrir los ojos sobre la realidad de nuestro peca- do; la verdad de Jestis que es el verdadero salvador de nuestras almas no solo de manera 19 Un cartujo general y lejana sino porque también entra en contacto inmediato y concreto con cada una de las suciedades que nos afectan. Es necesario, pues, que aprenda a ofrecerme a él, a entre- garme a él sin esperar nada, en medio de las circunstancias o a través de un movimiento profundo de mi coraz6n que quiere por fin re- encontrarse con su verdadera libertad. Cada vez que constato en mi la presencia de uno de esos lazos que me paralizan, me con- venzo a mi mismo de que lo mas necesario no es declarar la guerra a esta servidumbre porque en la mayoria de los casos no haria mas que cortar las ramas sin llegar a la raiz. Lo mas im- portante es sacar fuera esas raices, ponerlas a la luz del dia, aunque resulten muy feas y muy desagradables. Se trata precisamente de asu- mirlas tal y como son y poder ofrecerlas al Se- fior con un gesto libre y consciente. Desde esta perspectiva, la clasica invocacién: “Jestis, Hijo del Dios, ten piedad de mi, pecador”, no corre el riesgo de convertirse en una repeticién vana. Es la constatacién indefinidamente renovada de que va a producirse un nuevo encuentro entre el corazon purificador de Jests y mi sucio cora- zon. Es evidente que en este proceso hay un ele- - mento de pura psicologia humana pero qué es entonces lo chocante? ;No acttia siempre la 20 La oracién del corazon gracia sobre las estructuras de la naturaleza? En este caso se convierte en soporte de la Re- dencién que realiza en mi coraz6n la transfor- macion y cicatrizacién de las heridas por el en- cuentro personal con el Jestis resucitado. Asi nos acostumbramos poco a poco a dirigirnos a él siempre, sobre todo cuando se trata de lo que hay de oscuro, tenebroso e inquietante dentro de nosotros. Esta actitud del coraz6n en el principio asus- ta. Demasiadas veces nos han ensefiado que lo unico que se le puede ofrecer al Sefior son ac- tuaciones buenas y bellas. Todo lo demas no forma parte de las virtudes asi que no se le pue- de presentar. Pero esto ¢no va en contra del Evangelio? El mismo Jests afirma que ha veni- do no para curar a los sanos sino a los enfer- mos. Habra que aprender pues, sin falsa ver- giienza, a ser auténticos enfermos delante del medico divino que reconocen lealmente todo lo tienen de falso, engafioso y contrario a Dios. El es el tinico que nos puede curar. 21 MI CUERPO, LUGAR DE ENCUENTRO CON EL VERBO Y TEMPLO DEL ESPIRITU A menudo nos gustaria tomar la formula “oracién del corazén” de manera simbolica. Hablar del corazon seria un modo imaginario de evocar algo de nuestro interior, es decir algo espiritual. Eso no es correcto. Todos los movi- mientos del corazén que representan el soporte de nuestra relacidn con el Padre son movi- mientos ligados a nuestro ser sensible, material. Sabemos por experiencia —a veces incluso a precio de nuestra salud —que las emociones verdaderamente profundas afectan a nuestro corazon fisico. Dios nos ha hecho asi. En el relato del Ge- nesis vemos a Yhavé modelando al hombre del barro de la tierra y afirmando al mismo tiempo que este ser material estaba hecho a su ima- gen y semejanza. Nuestro cuerpo no es un obs- taculo en la relacién con Dios. Al contrario, es 23 Un cartujo la mismisima obra del Sefior que nos ha crea- do como hijos llamados a recibirle a El en he- rencia. Toda la economia de la encarnacién del Hijo de Dios nos sittia en las mismas perspecti- vas. La Iglesia, desde los primeros siglos, ha lu- chado con mucho empefio por defender la rea- lidad de que Jestis es verdaderamente un hombre. Nacié en la carne y vivid; nos ensend, sufrié, murid y resucito. Estas son las obras humanas del Verbo de Dios que nos han dado y siguen dandonos la vida cada dia. La Palabra de Dios llega a no- sotros con palabras humanas. Nuestro pecado no ha sido purificado de manera simbélica sino a través de la efusién de la sangre que brota del cuerpo de Jestis. El verdaderamente ha muerto y resucitado en su carne. Es esta resurreccion material la que salva nuestras almas igual que nuestros cuerpos. En fin, el Espiritu se nos dio a partir de la resurreccién corporal del Hijo. Es él, el hijo de Maria quien nos envia al Espiritu desde el seno del Padre. No es la Palabra increada sino la Pa- labra encarnada que ha compartido nuestra existencia convirtiéndose en uno de los nues- tros. Experimentamos esta encarnacién cada dia a través de los sacramentos, la liturgia, la vida 24 La oracién del coraz6n en comunidad, la pertenencia al cuerpo de la Iglesia. Todo esto es el fundamento inmediato, la presencia en nuestras vidas de la realidad de Cristo. Sepamos pues acoger a Jestis tal y como viene a nosotros, es decir dirigiendose a nosotros en nuestro cuerpo. No nos precipite- mos deshaciéndonos rapidamente de este inter- mediario que a veces consideramos un poco como una falta de pureza en nuestra relacién con Dios. Eso no es verdad, no es una impure- za, sino el mismisimo lugar de encuentro con nuestro Abba. Igual que nos seria imposible imaginar la vida en comunidad si nuestros hermanos fueran seres sin cuerpo, puros espiritus a los que debe- riamos de llegar mas alla de su envoltura car- nal, de la misma forma seria un rechazo a la realidad del amor de Dios querer abstraerse de la realidad material y carnal presente en el Hijo que viene a nosotros. Efectivamente, la Eucaris- tia que celebramos cada dia es la celebracion de un acto que ha contribuido a llegar en su Cuer- po y su Sangre a transformaciones profundas sin abandonarlas ni olvidarlas sino dandoles su plena significacion: son una realidad material que es el Hijo de Dios. De la misma manera, nuestro cuerpo es la realidad de lo que somos nosotros con todo su peso, sus limites, sus res- tricciones. Es mi cuerpo quien entra en contac- 25 Un cartujo to con aquella realidad de la cual Jestis dijo: “Esto es mi cuerpo.” En el encuentro de las dos realidades corporales se establece el contacto de vida entre Dios y yo. “Si no coméis mi cuerpo y no bebéis mi sangre no tendréis vida en vosotros. Igual que el Padre me ha enviado y yo estoy vivo por él, asi el que me come vi- vira por mi” (Jn 6,57). La consecuencia de este estado de cosas es que yo no podria rezar si no orara en mi cuer- po. No puedo abstraerme de mi realidad encar- nada cuando me dirijo a Dios. Tampoco es una simple cuestién de disciplina religiosa si hay ciertos gestos impuestos y si existen condicio- nes materiales que me limitan cuando tengo que dirigirme a Dios. Todo esto corresponde a una Unica verdad: que Dios me quiere tal y como me ha creado. ¢Por qué voy a querer yo ser mas espiritual que él? Es necesario, pues, aprender a vivir con mi cuerpo y con todas las restricciones que me im- pone. La comida, el suefio, el sosiego, las en- fermedades, los limites de mis fuerzas... no son obstaculos entre Dios y yo, al contrario repre- sentan la trama de la tela que establece la con- tinuidad que no puede fallar entre lo mas inti- mo de la realidad divina y lo mas concreto de 26 La oracién del corazén mi existencia cotidiana. ;Quién de nosotros no ha pasado por esta experiencia a veces terrible- mente dolorosa de sentirse limitado, casi prisio- nero por culpa, por ejemplo, de problemas de salud? Si nuestro corazén es leal no podemos decir mas que una cosa: que es Dios quien viene a nosotros a través de esos contratiempos dolo- rosos. Ellos son el verdadero punto de insercién del amor de Dios en nuestra vida. Nuestro co- razon acoge a Dios en la medida en que esta atento a esta realidad que nos gustaria poder considerar inferior a nuestra vocacién espiri- tual. Tengamos cuidado con las mentiras permanentes que el Principe de las mentiras in- tenta sembrar en nuestro corazon. No jugue- mos a espiritus puros; sepamos ser algo mucho mejor: hijos de Dios. 27 EL MISMO ESPiRITU ORA EN Mi Estamos hablando de oracién. Pero sabe- mos rezar? Me pregunto si incluso sé en qué consiste la verdadera oracién. Sinceramente tengo que admitir que no. Siento en mi un llamamiento profundo en un sentido, pero sigo en la oscuridad. Felizmente: “El Espiritu viene en ayuda de nuestra debilidad; pues no sabemos pedir como conviene; pero el Espiritu mismo intercede por nosotros con gemidos indeci- bles. El que escudrifia los corazones sabe cual es la intencion del Espiritu porque conforme a la voluntad de Dios intercede por nosotros” (Rm 8, 26-27). La oracién esta en mi corazon. Brota de mi corazon. Y, por tanto, no es obra de mi solo. El Espiritu que me ha sido dado, ocupa enteramente mi corazon y es el que reza en mi. El Espiritu vie- 29 Un cartujo ne del corazén de Dios deseando encender en mi propio coraz6n la misma llama que en el suyo. Conocemos todos los pasajes de san Pablo que nos repiten lo mismo pero gno tenemos demasiada tendencia a considerarlos como algo puramente tedrico? O, por expresarnos de ma- nera mas noble, como “verdades de la fe” es decir algo de lo que se habla con conviccién pero que lo vivimos en total oscuridad. Esta presencia del Espiritu en mi corazén seria algo que se situarfa Gnicamente al nivel de Dios y con la cual no podria yo comunicarme mas que a través de formulas intelectuales. La misma realidad escaparia totalmente de mi ex- periencia. ¢Es esto lo que verdaderamente quie- re decir san Pablo? En reaccion ante lo que esta actitud tiene de excesiva, ges necesario exigir que toda existen- cia cristiana auténtica sea una experiencia de Espiritu, como la de los Apdstoles cuando reci- bieron las lenguas de fuego el dia de Pentecos- tés? Esto nunca lo ha ensefiado asi la Iglesia. Pero, entre los dos extremos, se sitta una acti- tud verdadera, accesible a todos los cristianos, en la que la presencia del Espiritu en nuestras vidas es una realidad que tiene una influencia directa sobre nuestra manera de ser, sobre nuestras relaciones de amor con nuestros her- manos y sobre nuestra oracion. 30 La oracién del corazon Si retomamos las diferentes etapas de las que hemos hablado, constatamos una progre- sion. Renunciar a considerar el centro de nues- tra actividad de oracién al nivel de la cabeza, de las representaciones, de los sistemas de pensar, entrar en nuestro corazon, y descubrir todo un mundo desordenado de emociones y heridas que emanan de nuestro corazon y que tienen necesidad de ser purificadas. Tenemos que des- cubrir que hay una posibilidad efectiva de inte- grar todas las heridas de nuestro coraz6n en el movimiento de la redencién, sacandolas a la luz, de manera que las podamos ofrecer cons- cientemente a la accién redentora de Jesus. De esta manera y sin haberlo dicho, hemos conseguido hablar del movimiento del Espiritu en nosotros. Podemos realizar lo que acabo de decir, o sea que, realmente, el Espiritu del Se- fior acttle en nosotros, que nos permita desen- redar, en la compleja red de nuestras emocio- nes, lo que podemos ofrecer con paciencia y perseverancia a la gracia de purificacién y de resurreccién del Salvador. Todo lo que hemos hablado es ya obra del Espiritu. Sigamos el mismo camino. Mas alla de todos los movimientos cadticos del corazén y sobre todo a partir del momento en que Jestis empie- za a restablecer el orden en él, observamos mo- vimientos menos confusos que progresivamente 31 Un cartujo acaban siendo ordenados y asi sin mas cuidado, el fondo de nuestro corazon aprende a volverse espontaneamente hacia el Sefior. Y tnicamente mas tarde, observando lo ocurrido, nos damos cuenta de que, en verdad, el Espiritu del Sefior ha estado actuando en lo mas profundo de nuestro coraz6n en pleno silencio y con mucha discrecién. A medida que la paz se instala, nace un cierto dinamismo misterioso con el que tene- mos que aprender a cooperar. De esta manera nos acostumbramos a asu- mir todos los movimientos de nuestro corazén, los buenos, los menos buenos y los malos, para orientarlos hacia Dios. Unos provienen directa- mente del Padre y vuelven a él. Otros necesitan estar transformados y asumidos por la muerte y la resurreccién de Jestts. Todos piden estar in- tegrados conscientemente en este dinamismo del Espiritu extendido en nuestros corazones. Se trata de aprender a estar atentos a los movi- mientos de nuestro coraz6n para llegar a unir- los voluntaria y conscientemente a la acci6n del Espiritu Santo que mora en nosotros. Todo esto no supone ninguna “gracia misti- ca”. Es cuestién unicamente de darse cuenta, con ayuda de la ternura y de la simplicidad, de que nuestro coraz6n sigue vivo y que esta vida la podemos ofrecer al Espiritu Santo para que él la lleve en su movimiento hacia el Padre. 32 La oracién del corazén San Pedro dice que el Espiritu nos habla con susurros dificiles de expresar. Esto ultimo merece que le prestemos atencién. La accién normal del Espiritu no es darnos ideas claras, ni iluminarnos, ni nada de esto. La accion del Es- piritu consiste en llevarnos hacia el Padre. “Todos los que se dejan llevar por el Espiritu de Dios son hijos de Dios. Porque no habéis recibido el espi- ritu de esclavos para caer en el temor; si no que se os ha dado un Espiritu de hijos adoptivos que os hace gritar: “j;Abba! Padre!” El Espiritu en persona se une a nuestro espiritu para confirmar que somos hijos de Dios”. El Espiritu es un testigo, un dinamismo que nos arrastra. No busquemos para nada atrapar- le, identificarle, asirle con el fin de poder con- trolarle. Esto significaria expulsarle de nuestro corazon y apagarle. Dejémosle libertad plena para orar en nosotros con su manera velada, oculta y misteriosa que valoraremos luego por los resultados. Cuando empecemos a constatar que estamos aprendiendo a rezar y que, sin sa- ber por qué, somos capaces de pedir a Dios y ser acogidos, podriamos considerar que a pesar de todas nuestras debilidades evidentes, el Espi- ritu ora en nosotros. 33 MI DEBILIDAD, LUGAR PARA DESCUBRIR Y ENCONTRAR LA TERNURA DEL PADRE EI reflejo espontaneo del ser humano es te- ner miedo de sus propias debilidades. En el mo- mento en que constatamos que no siempre po- demos contar con nuestras propias fuerzas, una cierta inquietud nos invade y corremos el riesgo de acabar angustiados. De hecho, todo lo escri- to hasta aqui nos lleva a perder la seguridad personal que tenemos, sacando a la vista nues- tra vulnerabilidad, nuestros desequilibrios es- condidos, los limites de nuestra condicién de criaturas, etc. Y cada vez decimos: sdélo hay una solucién que consiste en reconocer la ver- dad de lo que somos y entregarla al Sefior para que se ocupe de ella. Acordémonos del episodio de la tormenta calmada. Los apéstoles estan asustados por la tempestad que sacude el barco y despiertan a desis que les pregunta sorprendido: “;Por qué 35 Un cartujo tenéis miedo, hombres de poca fe?” Luego, con un solo gesto calma las olas. ¢Por qué tener miedo de mis debilidades? Existen. Durante mucho tiempo me he negado a mirarlas a la cara. Poco a poco he empezado a domesticarlas. Estoy obligado a reconocer que forman parte de mi mismo. No son un efecto exterior del cual podré deshacerme definitiva- mente un dia. Attn mas: si tuviera la tendencia a olvidarlas, el Padre se encargaria rapidamente de recordarmelas. Me permitira algun error, ante el cual no podré negar mi naturaleza de peca- dor. Dejara que la salud me falle de tal forma que tendré que declararme vencido y entregar- me sin defensa al amor del Padre. Asi me hara comprobar, sin posibilidad de duda alguna, la gran limitacion de mis facultades. Pero lo nuevo en todo esto es que a partir de ahi, en lugar de representar un peligro para mi, mis propias debilidades se convertiran en una oportunidad para ponerme en contacto con Dios. Por esta razén tengo que dejarme do- mesticar por ellas; dejar de considerarlas como un lado inquietante de mi personalidad para ver- las como una dimensién deseada o aceptada por el Padre. Esto no supone un paso atras sino una estructura fundamental de la vida divina tal y como me ha sido dada. Cuando me veo ines- peradamente enfrente de una nueva debilidad 36 La oracién del corazon de mi caracter que todavia no habia descubierto, mi primera reaccién deberia ser intentar ver al Padre en ella en lugar de asustarme. Entonces, gcémo no plantear una pregunta? La transformacién de la debilidad —parecida en todo a un fracaso— en victoria del amor épodria ser una especie de recuperacion a tra- vés de la cual Dios transforma el mal en bien? o, al contrario gno estariamos en presencia de una dimensién fundamental del orden divino? Muchas cosas se podrian decir sobre este punto. Conformémonos con comprobar sim- plemente que incluso en la naturaleza todo au- tentico amor es una victoria de la debilidad. Amar no consiste en dominar, poseer o impo- nerse. Amar quiere decir acoger al otro sin pensar en defensa o proteccién, teniendo, por tanto, la certeza de ser acogido de todo cora- z6n por el otro sin ser juzgado, condenado y, atin menos, comparado. No hay pruebas entre dos seres que se aman. Hay una especie de in- teligencia mutua interior gracias a la cual no se teme ningun mal que venga del otro. Esta experiencia, aunque nunca llega a ser perfecta, es bastante convincente. Y por lo tan- to es solo un reflejo de la realidad divina. A partir del momento en que empezamos a creer de verdad, con el coraz6n, en la ternura infinita del Padre, nos sentimos en cierto grado 37 Un cartujo obligados a ir bajando —cada vez mas y mas— hacia una aceptacién positiva y alegre del hecho de no tener, no saber, no poder. En esto no hay ninguna autohumillacion malsana. Simplemente estamos penetrando en el mundo del amor y de la confianza. Y asi, casi sin darnos cuenta, en- tramos en comunién con la vida divina. Las re- laciones del Padre y el Hijo en el Espiritu son, a un nivel que desborda totalmente nuestra ca- pacidad de comprender, la encarnaci6n perfecta de esta debilidad plenamente asumida en la co- munion. De manera mas cercana a nosotros, se ma- nifiesta la ternura intima del tres veces Santo en la relacién del Hijo encarnado con su Padre. ¢Cémo no asombrarse de la serenidad y de la infinita seguridad con la que Jestis declara tran- quilamente que él no tiene nada suyo, que no puede hacer nada por si mismo si no fuera por el Padre? ;Qué hombre aceptaria semejante desposesién? Por lo tanto no es ésta la direc- cin que estamos obligados a seguir si quere- mos realmente vivir en la profundidad de nues- tro corazon tal y como lo ha creado el Padre y tal y como lo ha transformado a través de la muerte y la resurreccién de su Hijo? Maria nos orienta en el mismo sentido. El Magnificat es a la vez un cantico de triunfo y el reconocimiento de un desprendimiento total. 38 La oracién del coraz6n Ambos van a la par. Desde el principio ella re- conocié y acepté su completa debilidad y asi fue capaz de acoger al Hijo que el Padre le da. Ella se convirtid en la Madre de Dios porque es la que esta mas cerca de la pobreza de Dios. 39 ENTRAR EN EL SILENCIO Siguiendo el camino del que estoy hablando es normal que, progresivamente, la actividad intelectual se apacigue durante el tiempo de oracion; en la medida en que las emociones del corazon estan canalizadas, cualquier distraccién o divagacién pierde su razén de ser. Es decir, que la oracién del corazén, de un movimiento casi espontaneo, nos orienta hacia el silencio. Algunos dias esta sensacién es mas fuerte y re- sulta inevitable no encontrarse expuesto, por asi decirlo, a la “tentacidn del silencio”. El silencio es un bien que seduce el corazén desde el momento en que haya tenido una agradable experiencia. Pero hay muchas for- mas de silencio y no todas son buenas. La mayoria incluso se pueden considerar de- formaciones antes que autentica oraci6n de si- lencio. 41 Un cartujo La primera tentacién es hacer del silencio una actuaci6n a pesar de estar convencido inti- mamente de lo contrario. Bajo el pretexto de que la inteligencia esta parada y que el corazon parece estar en reposo, nos imaginamos que hemos Ilegado al verdadero silencio del ser. En realidad, este silencio, aunque posea una indis- cutible autenticidad, es el resultado de una ten- sién de la voluntad que al fin y a cabo es lo mas sutil pero también lo mas pernicioso. En lugar de tener nuestro corazon disponible, eso nos mantiene en un estado que nos impone una ac- titud artificial que, en ultima instancia, no ofre- ce al Sefior una acogida porque nos estamos apoyando en nuestras propias fuerzas. En el caso de personas con una voluntad enérgica, esto puede representar mayor obstaculo para una verdadera disponibilidad al Sefior. Hablan- do materialmente, el silencio es grande pero es un silencio replegado sobre si mismo, y apoya- do en si mismo. Otra tentacion representa el deseo de hacer del silencio un fin. Nos imaginamos que la ra- z6n de ser de la oracién del corazén e incluso de cualquier existencia contemplativa es el silencio. Estamos en una realidad material. No nos paramos en la persona del Padre o en la de su Hijo, ni en la del Espiritu. Es mi estado el que cuenta y no la relacién real de amor y de 42 La oracién del corazon disponibilidad que tengo respecto a Dios. Ya no es una oraci6n sino una contemplacién de mi mismo. Una tentacién analoga a la anterior consiste en hacer del silencio una realidad en si misma. EI silencio es suficiente. A partir del momento en que todos los ruidos de los sentidos, de la in- teligencia, de la imaginacién han sido calma- dos, se instala en nosotros un autentico placer y esto es suficiente. No necesitamos nada mas. Nos negamos a buscar otra cosa. Todo lo que introduciria una nueva idea, aunque sea sobre el Sefior, aunque venga de él parece un obsta- culo. La Unica realidad divina en aquel momen- to es el silencio. Ya no hay oracion; estamos creando un idolo llamado silencio. No digo que el autentico silencio no sea una realidad muy importante a la cual hay que atri- buir su gran precio. Pero si queremos entrar en el auténtico silencio habré que renunciar al si- lencio en el fondo del corazon. O sea, no hay que deshonrarle, ni despreciarle, ni siquiera re- nunciar a buscarle sino evitar convertirle en un fin. Sobre todo hay que evitar creer que el ver- dadero silencio es el resultado de mi esfuerzo personal. No tengo por qué construir el silencio pieza a pieza como si fuera un producto de fa- brica. Demasiado a menudo nos imaginamos 43 Un cartujo que el silencio consiste unicamente en estable- cer la paz en las facultades intelectuales, imagi- nativas y sensuales. Si, esto es un aspecto del silencio pero no es todo el silencio. Ademas, es necesario que nuestro corazén profundo, en la medida en que se identifique con la voluntad, esté él mismo en silencio y que esté calmado cualquier otro deseo distinto al de hacer la vo- luntad del Padre. Es decir, que mi deseo en lu- gar de estar dispuesto a imponerse al resto del ser humano, permanezca en pura disponibili- dad, a la escucha y acogedor. Entonces aparece la posibilidad de entrar en un auténtico silencio del ser entero ante Dios, un silencio que nace de la conformidad real de mi ser profundo con el Padre, del que es imagen y semejanza. Sélo Dios basta. Lo demas es nada. El au- téntico silencio es la manifestacién de esta reali- dad fundamental de cualquier oracién. Hay un verdadero silencio en el coraz6n a partir del momento en que han desaparecido todas las impurezas que se oponen al Reino del Padre. El verdadero silencio se establece tnicamente en un corazon puro, en un corazén que haya llegado a ser parecido al de Dios. Por esta razon, un coraz6n puro de verdad puede guardar un silencio completo hasta cuan- do esté sumergido en diferentes actividades por- que ya no hay desacuerdo entre él y Dios. In- 44 La oracion del corazon cluso si su inteligencia y su sensibilidad estan en actividad, por estar en conformidad con la vo- luntad de Dios, el auténtico silencio continta reinado en ese corazén. “Bienaventurados los limpios de corazon porque ellos veran a Dios”. 45 LA ORACION TEOLOGAL La oracién del coraz6n no es mas que la introduccién a un tema muy amplio, demasia- do amplio tal vez, porque es algo muy senci- llo y siempre nos cuesta identificar y formular las cosas sencillas. Hoy me gustaria hablarte de la oracién teologal que es, en realidad, otra forma de acercarnos a la oracién del co- razon. . éQue significa la formula “oracién teologal”? La formula “oracién teologal” evoca a una orientacién del corazon que se apoya en las tres virtudes teologales: fe, esperanza y amor. Su- pongo que esto es algo bastante preciso; las vir- tudes teologales son, en resumen, las capacida- des que nos da Dios gratis para poder llegar a él directamente, mientras que las demas virtudes, las morales, tienen que ver con los medios que nos ayudan a caminar hacia Dios. 47 La oracién teologal Nos reencontramos aqui con una orienta- cién esencial de la oracién del corazén que apunta directamente al corazon de Dios. Es lo mas profundo de mi coraz6n quien esta en la bisqueda de un encuentro directo con Dios. No solamente es un encuentro afectivo para expe- rimentar la ternura divina que viene a satisfacer mis necesidades més intimas y secretas, de pro- bar la bondad de Dios siendo una persona hu- mana, sino también la oportunidad que me ha sido ofrecida por el Padre: es él quien viene a mi y, mas alla de todos los medios o interme- diarios, este encuentro se realiza porque él esta de acuerdo y me da esta oportunidad. En este momento me pregunto si tt no que- rras interrumpirme para decirme: “;Por qué insistir en algo que parece mas que evidente? Rezar es buscar a Dios, es ir al encuentro mas inmediato entre él y yo en el amor”. Efectivamente, me parece que muy a me- nudo en lugar de rezar asi, gastamos el tiem- po y la energia en actividades que tal vez solo se parecen a la oracién. Ya no es Dios sino el yo de cada uno el que se convierte en el cen- tro de interés de semejante actuacién. Esto lo experimentamos todos pero quizas no saca- mos las conclusiones que conlleva. Permiteme que te cuente algo de mi vida para ilustrar lo dicho. 48 La oracién teologal En la evolucién de mi oracion, he vivido una aventura y sé que muchos han pasado por una experiencia analoga; por eso creo util decir unas palabras sobre lo que ha golpeado y orientado el resto de mi existencia. Cuando yo era adolescente, un dia, aparentemente por ca- sualidad, encontré un volumen de las obras de la gran santa Teresa. Y esta lectura transformd mi vida. En cierto modo ella hizo surgir instan- taneamente de lo mas profundo de mi corazon una fuente cuyo contenido me seria dificil de describir aunque yo sabia que esta lectura esta- ba estableciendo un vinculo infinitamente pro- fundo y verdadero entre mi corazén y Dios. Esta fuente era lo suficientemente abundante como para regar toda mi vida; ella me llevé a mi celda de la Cartuja donde respondia a todas mis necesidades tanto las de soledad como las de li- turgia. Sin ni siquiera hacerme preguntas, podia volver a mi fuente que nunca me decepciond. No obstante, un dia se matizé cuando se me presento una duda. ¢Qué es lo que me daba esta fuente? ;Respondia de verdad a los deseos intimos de mi corazon? Dicho de otra manera cera Dios lo que encontraba en ella? :O tal vez —y es ahi donde se hacia dolorosa la pregun- ta— no era, en Ultima instancia, donde yo me encontraba a mi mismo aunque fuera a través de ella, como me llegaba el reflejo de Dios que 49 La oracién teologal me cautivaba desde hace afios? La cuestion se hacia cada vez mas clara: esta fuente no era Dios y yo sélo tenia sed de él. Deberia pues abandonar a mi querida fuente. Si esto habia sido posible, ahora yo la habia secado y obstrui- do pues empezaba a sentirla como un obstaécu- lo porque ocupaba el lugar de Dios en mi cora- zon. Entonces fue cuando descubri la necesidad de encontrar el medio, Ja actitud del coraz6n a través de la cual abriria la puerta directamente a quien desde hacia tanto tiempo estaba lla- mando en vano porque en mi oracién, de lo primero que me ocupaba era de mi mismo. He contado este episodio para dar un ejem- plo de lo que me parece que es una trampa in- evitable de la soledad: bajo el pretexto de buscar a Dios, al final acaba uno encontrandose a si mis- mo, de manera muy piadosa, y en esto consiste su felicidad. ;Cémo escapar a esta emboscada? El sacramento del hermano Muchas veces me acuerdo de otra dificultad tanto en mi vida personal como en la existencia religiosa de los que estan a mi alrededor. Aun- que las relaciones que mantengamos con nues- tro entorno sean cordiales, es dificil afirmar que 50 La oracion teologal siempre estamos dispuestos a establecer con ellos verdaderas relaciones de intimidad. Si ocu- rre asi con un hermano mio al que puedo ver écdmo no imaginar que este mismo fendmeno no se produce también con Dios al que no veo? Si existe de verdad un lugar donde el sacramen- to del hermano sea eficaz es en el encuentro auténtico con nuestro amado Serfior. La ventaja del sacramento del hermano consiste en que se sitéa en un nivel en el que nos resulta dificil ne- gar un cierto numero de evidencias que esca- pan facilmente en nuestro corazén cuando in- tentamos preparar los caminos del Altisimo. De hecho gqué me ensefia la experiencia del encuentro con mi hermano? ¢Soy lo sufi- cientemente acogedor como para dejarle pene- trar en lo mas profundo de mi ser? O, por el contrario, {tal vez estoy demasiado protegido, blindado, lleno de rechazos? Esas fortalezas in- teriores forman parte de mi fisonomia secreta; cumplen pues necesariamente su papel en la oracién y son obstaculo para la marcha del Se- fior en la busqueda del camino que conduce al santuario intimo de mi corazén. Si yo observo la marcha del encuentro con mi hermano en otro sentido, es decir, cuando yo soy la persona que se esfuerza en ir hacia él, ¢soy mejor actor? No lo creo. Estoy pensando por ejemplo en todas las formas de agresividad 51 La oracion teologal que instintivamente se movilizan en mi frente a cualquier otro ser humano: muy a menudo adopto una actitud lejana frente a la atencién delicada y afectuosa que con razon se espera de mi. A lo mejor esto es una expresién del miedo de otro o mia pero el hecho es que esos reflejos entran en juego en mis relaciones con el hermano y con el Sefior. Perdéname por haber hablado tanto sobre esas observaciones que sin lugar a duda te pare- ceran fastidiosas 0 descorazonadoras, pero es- cucha lo que nos aconseja el mismo Jests: “éQuién de vosotros si quiere edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla?” (Lc 14, 28). Igual ocurre en el presente caso. ¢No pare- ceria una broma pesada hablar de la construc- cidn de una torre para el encuentro intimo con Dios sin ni siquiera preocuparse por saber si te- nemos el terreno libre para echar los cimientos? Es inttil intentar un verdadero encuentro de mi yo con el Padre en la libertad de los hijos de Dios si desde el principio no me doy cuenta de que estoy atado a miles de costumbres, y que li- berarme de ellas representaria una tarea bastan- te dura que, en ultima instancia, es el Sefior el Unico que puede realizarla completamente. 52 La oraci6n teologal Como hijos nacidos de la fe A decir verdad, tengo la impresién de que No soy un socio muy atractivo para Dios. ;Pero es ésta la respuesta que espera de mi? Dios ha enviado a su Hijo para encontrarme a mi, tal y como soy en la realidad que estoy viviendo hoy. Desde este punto hay que intentar tener una mirada de fe de la situacién. :Consistira el pro- yecto de Dios en ponerse en contacto con se- res sin tacha, sin defectos y sin debilidades? ;O mas bien nos dice lo contrario? El Padre ha en- viado a su Hijo para cogernos sobre sus hom- bros, perdidos y heridos como estamos, y lle- varnos al aprisco donde se puede gozar de la inmensa alegria de ver cémo los pecadores acogen en sus corazones a desis. Nos estamos aproximando paso a paso a lo que constituye la oracién teologal: el encuentro en mi ser real de hoy con Dios que viene a mi no para rechazarme ni para condenarme, sino para hacer de mi su hijo nacido en Ia fe: “A los que creen en su nombre los ha permitido lle- gar a ser hijos de Dios” (Jn 1, 12). El tres veces Santo no exige como predm- bulo a nuestro encuentro que yo sea perfecto, que tenga obras importantes que ofrecerle ni 53 La oracién teologal que sea capaz de servirle en el futuro. Todo esto no le interesa. No me pone ninguna condi- cién. El Gnico elemento indispensable para que el nacimiento se produzca es que yo tenga fe en su amor y que desee sinceramente ser trans- formado. Si pudiera ofrecerle una huella de esta fe, todo seria posible. La dificultad de lo sencillo Esto es sencillo. Es infinitamente sencillo. Y eso es, tal vez, lo que hace la cosa tan dificil para mi. Se parece un poco a la historia de Naaman el Sirio que estaba dispuesto a some- terse a cualquier tipo de pruebas dificiles pero que no aceptaba la idea de que Dios le podia curar tan solo con bafiarse en el Jordan fiando- se de la palabra de Eliseo. Me gustaria mucho que me dijeran que la calidad de mi encuentro con Dios es obra mia. Serian mis cualidades, mis virtudes, las que agradarian a Dios y le atraerian a mi corazon. Gracias a mis esfuerzos yo llegaria a ser santo a mis propios ojos y ante los ojos del Todopode- roso. ¢No nos seduciria este programa, a pesar de ser costoso y exigente? Por el contrario, el camino propuesto por Dios nos desvia tanto que dudamos muchisimo 54 La oracién teologal antes de lanzarnos en él y, si empezamos con un paso indeciso, nos quedamos con la impre- sion de que falta seriedad en nuestro deseo de gustar a Dios. Sin embargo {no es éste el sentido de la pri- mera de las bienaventuranzas? “Bienaventura- dos los pobres de espiritu porque de ellos sera el Reino de los cielos” (Mt 5,3). @Que Reino es éste sino el que pedimos una y mil veces en el Padrenuestro? “Padre, santificado sea tu nom- bre, venga a nosotros tu reino”. El reino que se nos propone es poder glorificar el nombre del Padre; poder decirle que él es verdaderamente nuestro Padre porque nos engendra como a hi- jos suyos. Pero, para esto, hay que ser pobres y nosotros tenemos miedo. Estamos expuestos a la tentacion del joven rico que se retiré hundido en la tristeza porque poseia grandes riquezas. Y aunque todas nuestras riquezas sean falsas, nos sentimos seguros teniéndolas porque en lo mas profundo de nosotros mismos tenemos miedo a ser pobres en espiritu. Tal vez éste es el principal obstaculo que nos disuade de entregarnos a la oracién del co- razon. Parece que es algo que esta por encima de nuestras fuerzas presentarnos ante Dios sin tener nada mas para ofrecerle que nuestra po- breza, una pobreza que nos da miedo porque es la de nuestras heridas, nuestra extrema indi- 55 La oracién teologal gencia espiritual, nuestra incapacidad para fran- quear por nuestras solas fuerzas la distancia que nos separa de la santidad de Dios. Aspirar al encuentro Este es pues el camino del cual quiero ha- blarte porque creo que corresponde a lo que el Sefior nos pide: aspirar a un encuentro entre él, tal y como es realmente, y yo tal y como soy de verdad. Primera pregunta: ¢Cémo llegar a Dios tal y como él es? Cuando se habla de Dios, nos re- sulta mas cOmodo definirle de manera negativa que positiva. Es mas facil decir lo que no es Dios que lo que es. Simplificando un poco las cosas, al final incluso admitimos que es imposi- ble saber quién es en verdad. Nuestras faculta- des naturales no disponen de ningtin medio para ponerse en contacto directo con él. ¢Esta- ria entonces perdida la causa por adelantado? No, porque el Todopoderoso desde siempre de- sea encontrarnos implicandose totalmente en esta busqueda. Personalmente yo no puedo llegar a él solo por mis medios. Pero él si puede, cuando quie- re, traspasar la infinita distancia que nos sepa- ra. “La luz verdadera ilumina a todo hombre” 56 La oracién teologal dice Juan. En el fondo de cualquier corazén hu- mano brilla una llamita que pregunta: “;Me quieres?” y la respuesta global es como la de Juan: “El vino a los suyos (a ti, a mi...) y los su- yos no le recibieron” (Jn 1,11). Entonces el Pa- dre de la vifia envid a sus servidores, los profe- tas, a los que los vifiadores asesinaron. Y al final envid a su propio hijo que hoy todavia si- gue llamando a la puerta de tu coraz6n. destis, me atrevo a expresarme asi, no es nada mas que el enviado del Padre. Esta es una de las ideas mas relevantes de la oracién sa- cerdotal: “Ellos han creido que ti me enviaste” (Jn 17). Y, a partir del momento en que Jests hace asumir a sus discipulos la certeza de que es el Enviado del Padre, ya ha cumplido su mi- sién y él vuelve al Padre. Desde entonces hay un abismo permanente entre nosotros y él. La luz que alumbra nuestro coraz6n éQué abismo permanente es éste que perfo- ra los cielos y nos permite llegar a este Dios in- accesible? Es Ia fe. Ella no ve la cara del Padre pero en la cara de Jest, la fe de los discipulos ha visto al Padre. Y de manera andloga nos lle- ga hasta hoy dia el testimonio de Jestis transmi- tido por los apdstoles: 57 La oracién teologal “Te pido por ellos, pero no solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mi por la pala- bra de ellos, para que todos sean uno; como ti, Pa- dre, en mi y yo en ti; que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que ti me has en- viado” (Jn 17, 20-21). Nuestra fe es el fruto de la oracién de Jestis. Es la conviccién del corazon, cuya raiz es el mismo Dios, de que Dios viene a nosotros, ahora, a través de su Hijo, por medio de su Pa- labra, su Iglesia, sus sacramentos, en el Espiritu que nos ha sido definitivamente entregado. Alli esta el punto decisivo: sdlo la fe nos permite acoger de verdad al mismo Dios que viene a nosotros. Ella no ilumina nuestra inteli- gencia sobre él porque seguimos permanecien- do en las tinieblas, pero estamos seguros por- que hemos descubierto un mas alla de las luces de la inteligencia: el amor del Padre que la inte- ligencia no sabria abrazar pero que descubre la verdad en esta estabilidad que le da la fe. En la fe que transforma tu corazon puedes acoger al mismo Dios presente en ti por su Es- piritu: “El amor de Dios llena nuestro corazon por el Espiritu que se nos ha dado” (Ro 5,5). En esto tienes el verdadero y eficaz medio de llegar a Dios en la persona del Padre, del Hijo y del Espiritu, en su ternura, fidelidad y miseri- cordia por ti y por todas las criaturas. 58 La oracién teologal Puede ser que hayas tenido una cierta duda sobre lo que he dicho acerca de la manera por la que la fe se implanta y crece en nuestro coraz6n. Es verdad; se trata de un punto delicado y no quisiera atosigar con largas explicaciones tedricas. En ultima instancia, me he dicho que lo mas seguro es simplemente observar cémo acta Jestis en el Evangelio; precisamente, los relatos de Pascua nos ofrecen dos ejemplos notables. Maria Magdalena y los discipulos de Ematis en contextos aparentemente muy distintos lle- garon a la fe en Jestis resucitado por caminos espirituales tan parecidos que se les podria to- mar como una descripcién simbélica del cami- no hacia la fe plena que todos estamos destina- dos a recorrer si queremos ser fieles a la llamada que nos ha llevado al desierto. Miremos los discipulos caminando triste- mente, al atardecer, por el camino que lleva de Jerusalén a Ematis. Estan hablando y discutien- do mientras van de camino pero tienen el co- raz6n triste, sumergido en la oscuridad, abatido y desanimado. Hasta aquel momento, su vida habia estado iluminada por la predicacién de Jestis y éste acababa de morir, estaba muerto de verdad. ¢A donde dirigirse ahora? Pero, he aqui que Jesiis esta de nuevo a su lado. Ellos no le reconocen pero, sin ruido, des- de las primeras palabras, él recobra su sitio en 59 La oracién teologal sus corazones a los que una nueva llama convier- te en ardientes. Luego, repentinamente, en el momento en que el misterioso extranjero empie- zaa partir el pan, resplandece el rayo. Es él, que desaparece en el acto aunque en sus corazones brilla la fe, una fe que nunca mas se apagara. Algo parecido le ocurre a Maria Magdalena. Desconsolada al no poder, por lo menos, recu- perar el cuerpo del crucificado, se lamenta a la entrada de la tumba. También parece haber perdido la auténtica fe en Jesucristo vivo. Tiene una unica preocupacién que no la deja en paz: han robado el cuerpo del Seftor; si pudiera en- contrarlo lo cogeria porque eso es todo que queda segiin ella de su querido Sefior. Pero él esté aunque ella no le reconoce. ¢Ha intentado por lo menos verle ya que esta obsesionada con sus recuerdos y con su pro- posito de encontrar el cuerpo? ¢Es capaz, por lo menos, de suponer que el extrafio que la ha- bla podria ser Jestis? Una sola palabra, Maria, es suficiente para que resplandezca la luz. Aho- ra, aunque la envie lejos de él, ya nada podra arrancarle la certeza que ha llenado el corazon de la Magdalena. Es aqui donde el Evangelio del que acaba- mos de hablar, nos revela el secreto que permi- tea la fe nacer en nuestro corazon. Nos la da el mismo Jestis que por su propia iniciativa vie- 60 La oracion teologal ne como si se estuviera escondiendo, sin hacer- se reconocer, se queda en nuestra compafiia y enciende un fuego en nosotros hasta el mo- mento en que descubramos que él esta aqui. Por encima de la muerte esta aqui vivo y resuci- tado en nuestros corazones. Apenas hemos tenido tiempo de darnos cuenta de esta maravilla cuando ya ha desapa- recido pero queda la luz que alumbra nuestro corazon, luz de la fe, puro don gratuito surgido de su misteriosa presencia y capaz de afrontar la prueba del tiempo, de las tinieblas, de las contradicciones. La fe es esa luz que sale del Resucitado que brilla en nosotros e ilumina a todo lo que tocamos para llevarselo al misterio de la resurreccién, mas alla de las tinieblas mor- tales de las que antes hemos sido esclavos. Por lo tanto, la fe nunca se extiende de gol- pe a todas las profundidades de nuestra alma. En cierto modo progresa como por ondas suce- sivas llegando hasta los lugares que permane- cen en la oscuridad y cada vez se repite mas o menos el mismo escenario. Un dia descubrimos que nuestra oracién parece haber cogido un ca- mino sin salida. Si: los medios de los que disponemos son insuficientes para llegar mas lejos; entonces nos invade la incertidumbre y nos desanimamos. Jestis es el unico que nos podra sacar de este agujero. Cuando esta certe- 61 La oracién teologal za empieza a crecer en nuestro corazon, es ya una serial de que el Serior ha vuelto, nos acom- pafia en el camino y “nos explica lo que dicen de él las Escrituras” (Lc 24,27). De forma mis- teriosa el Sefior destila la fe en nuestro cora- zon; cuando desaparece es porque la oscuridad ha hecho lugar a la paz, a una luz discreta pero fuerte que no nace de la ldégica de nuestros razonamientos si no que es un don gratuito del Espiritu, mas solido y mas puro que cualquier seguridad humana. Avanzando en fe La luz de la fe te introduce en la vida eterna porque es la Unica que puede hacerlo. Todo lo demas queda al lado de aca de lo que nos ofre- ce Dios desde el dia en que Jestis ha resucita- do. Cualquier otra luz intelectual o cualquier otra experiencia espiritual sobre las que nos gustaria apoyarnos de vez en cuando son res- petables y dignas de estima, pero al fin y a cabo no son fuentes de vida en la medida en que no llevan a la fe. La fe nos ha sido dada por Dios desde el bautismo y es un don que se multiplica de acuerdo con nuestro deseo de recibirlo y segun nuestra voluntad de hacerlo fructificar. Si deja- 62 La oracién teologal mos nuestra fe desocupada por ignorancia o negligencia, se oxidara, se volvera esclerética mientras gastamos nuestras fuerzas en ejerci- cios espirituales que nos gustan mas pero que no nos van a dar fruto. Si quieres vivir en fe, tienes que desarrollar la que el Espiritu Santo ya ha depositado en ti: Dios espera que le pidas con insistencia y per- severancia un crecimiento de tu fe. Es una ora- cion que, mas que cualquier otra, puedes estar seguro de que Dios siempre quiere acoger por- que él desea mucho mas que ti verte progresar sobre los caminos de la vida eterna. Lo que no significa que —sobre todo en el principio— no vas a tener la sensacién de que el Sefor no se da demasiada prisa en hacer aumentar tu fe. Esto prueba que la tuya es todavia bastante dé- bil y que primero tienes que plantar las raices antes de ver desarrollarse el tallo. No te desani- mes pues aunque tus primeros pasos parecie- ran vanos, seguro que no lo son. Pon en obra la fe de la que eres portador y cree firmemente que tu Padre del cielo ya te ha acogido. Entonces podraés empezar a vivir cada vez mas y mas en la fe. Durante la liturgia, en el tiempo de la oracion, en el trabajo, tu corazon se pondra mas facilmente en contacto con el Senior si recibes de él este amor oscuro, a me- nudo poco gratificante pero tan divino; el amor 63 La oracién teologal que él te da si tu le entregas tu fe carente de bellas ideas o de los caprichos de tu sensibili- dad. No tengo trucos que ensenarte. Tienes que pedir a Dios con fe viva que te ensefie a rezar. Es él quien ocupara tu coraz6n, tu aten- cién, poco importa que no tengas una imagen exacta en la que fijarte. El Sefior esta vivo y tu estas en su presencia. Vivir en esperanza Sin embargo, si permites a la fe que se des- arrolle en tu corazon, un dia llegarés a descu- brir que la esperanza esta actuando en ti. Ella estuvo ya activa desde el principio en la medida en que tu fe se basa en la certeza de que Dios te quiere. Esta certeza es ya un aspecto de la esperanza a partir del momento en que ya no se trata Unicamente de acceder a la realidad del mundo divino sino de percibir claramente hasta qué punto tu también existes para Dios. Tt tie- nes valor a sus ojos y é! esta dispuesto a regalar universos enteros solo por ti. Este es el punto inicial de la esperanza: sa- ber que Dios te ama a ti de manera irrepetible. Nadie lograra ocupar tu lugar en su corazon. El ha dado a su Hijo por ti y sigue entregandolo cada dia en la celebracién eucaristica. Respal- 64 La oracién teologal dado por esta certeza tt: puedes pedir a tu Pa- dre todo, sin cesar y sin vacilar, siempre y cuan- do reces en el nombre de Jestis. Puedes estar seguro de que te va a escuchar y de que los fru- tos que obtendras de tu oracién van a ser mejo- res de lo que esperabas. La esperanza tiene otro aspecto que a me- nudo pone a prueba nuestra pobre inseguridad humana. A partir del momento en que sé que Dios me ama de manera tinica y como conse- cuencia se ha hecho cargo de mi existencia, todo es diferente. El me envia por caminos des- conocidos en los que yo dependo tnicamente de su luz, de su fuerza, de su amor. Entonces me pide, en el sentido mas banal de la palabra, confiar en él. A menudo en la oscuridad, en la incertidumbre, pero finalmente en la paz, siem- pre y cuando que no me aleje de su mano y de su corazon. “Bienaventurados los pacificos porque ellos se llamaran hijos de Dios”. Por encima de to- das las inquietudes —tuyas o de los demas— el Padre te pide que le ayudes a que reine la paz en tu coraz6n por la Gnica razon, mas sdlida que cualquier raz6n humana, de que él te ama sin cesar y vela sobre ti. Cuantas tormentas le gustaria calmar, si ti escucharas su llamada y confiaras en él. Entonces te llamaras hijo de Dios y lo seras de verdad (cf. 1 Jn 3-1). 65 La oracién teologal Esta esperanza es valida no solo para ti sino para todos tus seres queridos, si intercedes por ellos, te identificas con sus necesidades y tam- bién con la realidad del amor que despiertan en el corazon de Dios. Cuanta mas confianza ten- gas en este doble amor del Sefior por ti y por los que tu amas, mejor acogida tendras. Igual que la fe, la esperanza no es una capaci- dad natural del corazon. Es tuya pero es un don gratuito, esta en ti desde el bautismo y necesita crecer y llegar a ser “operativa” bajo la accion del Espiritu Santo y gracias a las ocasiones que se te presentan para entrenarla y ablandarla a fin de que te mantenga disponible y en alerta en las manos del Serior. Pero no olvides que tienes que entrenarla, hacerla trabajar fuertemente para lle- gar a esto. A cambio, qué alegria saber que el Sefior encuentra en ti su felicidad. Los tres tipos de amor Nos queda la ultima de las virtudes teologa- les, la mds grande segiin san Pablo, la caridad, el amor. Ella ejerce en tres registros: el amor al Senior, el amor hacia el de al lado, el amor por nosotros mismos. Esos tres amores no son iguales pero crecen sobre la misma raiz: los tres juntos son la imagen del amor eterno que une 66 La oracion teologal al Padre y al Hijo en el Espiritu. Es el mismo Espiritu que nos ha sido dado en Pentecostés el que nos permite amar como aman el Padre y el Hijo. Este amor divino tiene, por supuesto, pun- tos en comtn con el amor humano que es un reflejo de Dios en nuestros corazones porque Dios es amor. Cualquier amor verdadero, sean cuales sean sus limites, nos remite a Dios aun- que muchas veces lo hace de manera lejana. Pero el amor divino que nos interesa aqui, mas todavia que la fe y la esperanza, es un don nue- vo, salido directamente del corazon de Dios. No es una técnica a pesar de tener que apren- derlo paso a paso para introducirlo en nuestra vida real. No es una técnica, es el mismo impe- tu que viven las personas divinas y del que par- ticipamos para poder vivir a su imagen. La realidad del amor en ti se reconoce por la calidad de la mirada que diriges a una perso- na; es decir, si eres incapaz de condenarla, de no respetarla, de no admirarla, viviras en una pobreza completa ante ella sin retener nada de lo que le puedes dar. Al mismo tiempo, aspiras a recibir lo mismo de su parte no como un de- recho que podrias exigir sino como un cumpli- miento de tu amor. No hay que confundir el amor teologal con los grandes impulsos pasionales que despiertan 67 La oracién teologal los estratos del fondo del coraz6n o de nuestra sensibilidad. No se oponen necesariamente al verdadero amor pero estn situados a otro ni- vel. La verdadera caridad no se acaba en este mundo ni en el otro. Las grandes pasiones se parecen a las olas del mar, violentas, a veces poderosas pero cambiantes y que pueden dar lugar a la tranquilidad absoluta. Parece ensefiarnos la experiencia que el amor mis dificil de desarrollar en nuestro cora- z0n y sobre todo al principio, es el amor hacia nosotros mismos que no tiene nada que ver con el egoismo, el amor propio o el replieque sobre uno mismo. Es un don del Todopoderoso que nos llega porque somos sus hijos: cualquie- ra que sean las miserias que podamos descubrir en nosotros mismos casi no cuentan al lado de esta divinizacién. Esto no puede por menos que provocar nuestra admiracién, alegria, respeto y amor, en la luz y la transparencia. No dejes ja- mas de cuidar este amor en ti, porque si fuera demasiado deficiente toda la comunién con Dios lo padeceria. Hay que leer de nuevo el discurso de Jestis en la ultima Cena y la primera carta de san Juan si queremos escuchar lo que nos dice el coraz6n de Dios sobre el amor a los demas. To- dos tenemos la oportunidad de practicarlo en la vida cotidiana pero hay que desarrollarlo y 68 La oracién teologal profundizarlo sin descanso en la oracién abrien- do cada vez mas nuestro corazon al del Padre y del Hijo. Hablando del amor a Dios llegamos al tinico fin de esas paginas. Un fin cuyas arras hemos recibido desde el principio de la vida espiritual, pero que no podremos llevar a su plenitud an- tes de la segunda llegada del Sefior cuando, en cuerpo y alma, en la comunidn de todos los santos, veremos a Dios que se nos entrega y seremos capaces de acogerle. Entregados a quien nos ama Después de haber evocado brevemente la cara de las tres virtudes teologales me gustaria decirte una palabra sobre algo que me parece ser una caracteristica completamente distinta de la oraci6n teologal. Al principio de estas pa- ginas te decia que su objetivo era hacernos lle- gar directamente a Dios. Esto es lo que quisiera precisar de manera mas rigurosa. La oracién teologal nos pone en relacién personal con Al- guien y no con algo: es un verdadero encuentro entre ti y el Padre o su Hijo o su Espiritu. Ya no vas a ellos a través de la mediacion de las ideas por muy sublimes que sean o de contempla- ciones intelectuales del misterio. La palabra de 69 La oracién teologal Jestis, que es el fundamento de nuestra fe, nos lleva directamente a su corazon sin ningtn in- termediario, igual que al del Padre o al del Con- solador, en la simplicidad de la unidad divina. éTe has dado cuenta como a lo largo del evangelio de san Juan el reproche que Jestis lanza constantemente a los judios, que no pue- den o no quieren creer, es siempre el mismo? Son incapaces 0 se hacen incapaces de acoger- le a él. Escuchan las mismas palabras que los discipulos, son testigos de las mismas sefiales, son herederos de las mismas promesas pero se quedan lejos de Jestis, no entran en contacto con él. Lo unico que hacen es proyectar sobre él sus pensamientos y sus teorfas en lugar de verle y dejarse iluminar hasta lo mas profundo de su corazén. No creen. Quieren mantener una distancia entre las ideas que creen que son de su propiedad y la realidad del don de Dios que les obligaria a despojarse de todo y abrir sus corazones a la persona del Hijo. Eso es mas o menos lo que estamos vivien- do nosotros también en la medida que como los judios nos atamos a las cosas creadas que nos dan mas seguridad en lugar de entregarnos a la Persona divina que no puede darnos nada mas que a ella misma. ¢Y no es la oracién teo- logal precisamente este don de nosotros mis- mos, sin limite ni restriccién, al que nos ama? 70 LA ORACION DEL PUBLICANO Siento la necesidad de pararme en el episo- dio de! publicano algtin tiempo porque estamos ante una verdadera oracion teologal que pone la mirada sobre Dios y nadie mas: “Jesus, Hijo de Dios, ten piedad de mi, pecador”, tan dis- tinta de la oracién con la que el fariseo expone sus peticiones, complaciéndose en su propia persona. Es una oracién que gusta a Dios. El mismo Jestis nos lo garantiza. Es una oracién que se refiere a nosotros porque nadie tiene nada que decir salvo implorar la misericordia di- vina por nuestra condicién de pecadores. Es importante reconocer que nuestros pe- cados no nos impiden presentarnos ante el Pa- dre misericordioso. Al contrario. Solo él puede tener piedad y hacer, por el misterio de su ter- nura y poder, que seamos justificados, agrada- bles, acogidos con benevolencia por haber crei- 71 La oracién del publicano do que él esta Ileno de compasién y misericor- dia. Insisto sobre este punto porque me parece que constituye el nticleo de nuestra oracién teo- logal como pobres herederos de Addn que so- mos. Algunas tradiciones espirituales falsas y una “educacion cristiana” estrecha han conse- guido que, en la inmensa mayoria de los casos, el pecador esté convencido de que a los ojos de Dios no tiene derecho a existir y que lo me- jor que puede hacer es huir lo mas lejos posi- ble del implacable vengador del cielo. jQué ca- ricatura del evangelio! “Dios amo tanto al mundo que le entregé a su tinico Hijo para que el mundo sea salvado, no condenado” (Jn 3,16-17). Podriamos afiadir numerosas citas en este sentido del evangelio y de las epistolas. El pe- cado se ha convertido en el revelador del amor profundo e infinito del Padre hacia sus hijos. Todos tenemos vocacién de publicanos por- que todos somos pecadores llamados a buscar la intimidad con Dios. El nunca nos diré: “Vete primero a purificarte y luego preséntate ante mi”. Al contrario, si reconocemos la verdad de nuestra pobreza y nos dirigimos a su misericor- dia él nos dira: “Ven para que te purifique, ven y alegra mi corazon y el cielo entero”. 72 La oracién del publicano La paradoja del amor divino es tan fuerte que no me parece excesivo decir que la ora- cién del publicano es la Gnica forma normal de oracién teologal para nosotros. Nunca podre- mos presentarnos ante Dios sin llevar en el co- razon obstaculos, como pecados, huellas que dejan esos pecados, obstaculos involuntarios pero demasiado reales para dejar obrar a Dios en nuestra vida, etc. Todos y siempre nos pre- sentamos ante nuestro Padre como el hijo pré- digo seguros de que nos abrazara antes de que empecemos a darle explicaciones. Habria mucho que decir en este sentido so- bre la oracién de curacién, la oracion de esos multiples pecadores, débiles y enfermos cuya purificacién se revela en el evangelio a través de la presencia de Jestis, con una sola palabra de su boca o un simple gesto de su parte. Y esto siempre es verdad. ;Quién puede hablar de esas curaciones rapidas y progresivas de al- mas heridas, de corazones presos, de sensibili- dades revueltas que en el secreto de una ora- cién dirigida directamente a Jestis se han visto curadas y resucitadas en la medida en que han creido en él, han tenido confianza y han inten- tado amarle? En esos casos realmente se trata de una oracion teologal. Se produce un encuentro con el Hijo de Dios y un cambio: “El toma so- 73 La oraci6n del publicano bre si nuestras debilidades” (Mt 8, 17) mien- tras que la vida divina empieza a brillar en nuestro corazon; no sdlo nos da esta consola- cion sino que también nos hace participes de su propia vida. éNo es también una oracion de publicano la oracién de Jests que repiten desde siglos e in- cansablemente los hesicastas. El texto de la ja- culatoria con la que rezan esta parcialmente tomado de Ja formula del publicano: “Jesus, hijo de Dios, ten piedad de mi, pecador”. Ge- neraciones de monjes no han tenido otra ora- cion interior distinta de ésta que a su vez les ha llevado a la intimidad silenciosa con Dios, al fondo de su pobreza. “Tu rostro busco, Sefior, no me escondas tu rostro” (Sal 26,8-9). Este versiculo del sal- mo, entre muchos otros, permite presentir el profundo deseo del Sefior que anima tantos corazones. ¢Encontraran el medio de llegar hasta el fin de su bisqueda? ;No nos perdere- mos en el camino o cansados por la falta de éxito, nos sentaremos desanimados al borde del camino? Me pregunto si esos buscadores de Dios a la deriva cuentan con las ayudas suficientes. Saber esto deberia causar una herida en nues- 74 La oracion del publicano tro coraz6n. Ojala el Padre infinitamente mise- ricordioso escuche nuestra oracién por ellos. Para terminar, tengo que reconocer la im- prudencia que he cometido empezando esas paginas cuyo tema desborda enormemente mi competencia. Gracias por perdonarme. Amén. 75 VOLUMENES PUBLICADOS ANONIMO Invocacién del nombre de Jesus BERSELLI, C. y CHARIB, G. Alabanzas a nuestra Senora de las Iglesias de Oriente y Occidente en el primer milenio CLEMENT, Olivier Unidos en la oracién. Padrenuestro. Oracién al Espiritu Santo. Oracién de San Efrén DONADEO, Maria El icono. Imagen de Io invisible GRANADO, Carmelo Los mil nombres de Jestis. Textos espirituales de los pri- meros siglos MADRE, Philippe Icono de Maria, Puerta del Cielo MATTA EL MESKIN Consejos para la oracién. Introduccién de Jaume Boada NOUWEN, H. J. M. La belleza del Sefior. Rezar con los iconos PENNINGTON, B. y BOLSHAKOFF, S. En busca de la verdadera sabiduria SORA, Nilo de Memoria de Dios. Guia para orar siempre STANILOAE, D. Oracién de Jesus y experiencia del Espiritu Santo UN CARTUJO Ver a Dios con el corazén UN MONE DE LA IGLESIA DE ORIENTE — Amor sin limites — Jesus. Sencillas miradas al Salvador UN MONJE CONTEMPLATIVO. Dios amor nos deifica VLACHOS, Hierotheos Conversaciones con un ermitario del Monte Athos WARE, K. EI Dios del misterio y la oracién erento y padre esparliasine piers trang se orulta un ages) apelabiyd de “fan bartig Hr Sus vives 2 SOG.5 abs quae Pests comenzar od sepa une vidade ofact finns ac Em fas. pi Anes: Gc aie Lbre podemos earontrar apiotes dobre la-eragiia wel corazén, in eracion tenons baswiie sp iasestarieies cagdinales: fe, Sapetiman 7 career igiciin del“ pabtierne EGGS) SIVA bee Bae ge rad, pect! TRE Soli canine ene bore de las verdiade- PAs TASS: ISBN 84-277-1371-1 98788427°713710 |

You might also like