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El jardin secreto Frances Hodgson Burnett Adaptacion de Rebeca Martin Ilustraciones de Inga Moore ¥ \Vicens Vives cucANnNA 00 }0%u89P884.6 POSSI enn ny Te ee SETS 6-001 26 ‘NEST OLR LL Bm aCe CIOL Claw S| b PoE ey ee PPR eam Plata) eee Me eC eee) Ree Pete o) Cee ei leer Pee) CS ey TEC Ce) P| Ere EC MOC eee eee mere L ee By e G) POU CRrit e n Cree Co) ETON AMEE UMM TUT Mere OLD Lcme Los LLNS LoL ls Ton) BCE Me RU RSC RR ML) Sel ee nero) e SO BC SCUC COB BCE MPP ny Nae ERO E Pera Seem eRe Me ela eR) RETRO MMA eet) od Tet Ld Eee RE aE CRC Ri) Rls aCe CSC om LIL) COMO Se eR eC ee eS a eee) STS Cm RT Smee NCR CMe OCU Rae) og LC REST Ca) ee eee BL Sete mee Pac Per el ta een ESC Cele ey De re seu tea ks Menem eT) -B113 SO] ap Opepind ye epeljuoy ‘asiysyJOA ap sowesed soydsoyur ESM em CE Meee ab Va) Re ALM aL se CPL tate ee eee ee Te ted i eun ua saiped sns e apsaid ‘eanedijue A epessajew — euiu eun ‘xouua AJew ‘soue adanu ojos ue} u0D 0}a19as ulpiel 13 * Er, El jardin secreto SL Yn Coleccién dirigida por Francisco Antén Frances Hodgson Burnett El jardin secreto llustraciones Inga Moore Adaptacién, notas y actividades Rebeca Martin Vicens Vives Primera edicién, 2013 Primera reimpresién, 2013, Depésito Legal: B. 9.573-2013 ISBN; 978-84-682-0100-9 No. de Orden V.V G157 © REBECA MARTIN: Sobre la adaptacién, las notas y las actividades, © 2007 INGA MOORE. Sobre las ilustraciones, Publicadas por acuerdo con Walker Books Limited, London SE11 SH). © VICENS VIVES PRIMARIA, S.A. Sobre la presente edicion segdin el art. 8 del Real Decreto Legislativo 1/1996, (Obra protegida por el RDL 1/1996, de 12 de abril, por el que se aprueba el Texto Refundio de la Ley de Propiedad Intelectual y por la LEY 23/2006, de 7 de julio. Los infractores de los derechos reconocidos a favor del titular o beneficiarios del @ podrén ser demandados de acuerdo con los articulos 138 @ 141 de dicha Ley y podrén ser sancionados con las penas seftaladas en los artfculos 270,271 y 272 del Cédigo Penal, Probbida la reproduccién total o parcial por cualquier medio, incluidos los sistemas electrénicos de almacenaje, de reproduccién, asi como el tratamiento informético, Reservado a favor del Editor el derecho de préstamo piiblico, aquiler o cualquier otra forma de cesién de uso de este ejemplar. IMPRESO EN ESPANA. PRINTED IN SPAIN. Indice El jardin secreto No queda nadie A través del paramo Una nueva vida para Mary E] llanto misterioso E] petirrojo que le mostré cl camino El jardin secreto El encantador de animales 3Podria tener un pedacito de tierra? La casa més rara del mundo El joven raja Un buen berrinche 15 25 36 43 49 55 67 74 82 91 1No hay tiempo que perder! 104 Viviré por siempre jamas lu. Cuando se pone el sol 116 Magia 127 Déjeles que se rian 137 js mama! 143 En el jardin 152 Actividades 165 El jardin secreto No queda nadie Cuando Mary Lennox Ileg6 a Misselthwaite para vivir con su tio, todo el mundo dijo que cra la nifia de aspecto mas desagrada ble que jamds se hubiera visto. Y era cierto: tenia la carita afila- da y el cuerpo flacucho, el pelo sin brillo y la expresion antipati- ca. Mary habia nacido en la India y se ponfa enferma a menudo, por eso tenfa el rostro amarillento. Su padre trabajaba para el Go- bierno inglés y siempre estaba ocupado, mientras que su madre era una mujer muy hermosa a la que solo le preocupaba ir de fies- ta en fiesta y divertirse. La sefiora Lennox nunca habia querido te- ner hijos, de modo que, en cuanto dio a luz a Mary, se la entregé aun aya! y le ordené que la mantuviese lejos de su vista. La nifia crecié con la unica compaiifa de los criados, y, como ellos la obe- decian sin rechistar para que sus gritos no molestaran a la mem- sahib,? se convirtid en una criatura despética’ y egoista. A los nue- ve afios, Mary habia tenido un sinfin de institutrices," puesto que ninguna aguantaba mds de tres meses en el puesto. Una majiana terriblemente calurosa, Mary se desperté de peor humor que de costumbre. Al ver que la criada que estaba junto a su cama no era su aya, se enfadé mas atin. 1 aya: mujer que cria a un nifio que no ¢s su hijo. 2 memsahib: en la India, ‘seiiora tratamiento que se da a las mujeres europeas. 3 despética: que abusa de su poder y trata mal a la gente que le rodea, 4 institutria: profesora que se ocupa de dar clases a tm nito en su propio hogar. 9 EL JARDEN Suc! vO. —iQué haces tii aqui? —le dijo—. Quiero que te vayas y que venga Saidie. La mujer balbucié’ que su aya no podia venir, y la nifia, hecha una furia, comenzé a darle manotazos y puntapiés. La pobre cria~ da salié asustada de la habitacién, y, al cabo de un rato, Mary se dio cuenta de que en el bungal6® sucedia algo misterioso. Apenas si se ofa ajetreo en la casa, y algunos de los sirvientes habian desapa- recido. Los que quedaban estaban pélidos y parecian asustados, asf que la nifia pas6 la mafiana sola, jugando bajo un drbol. Mien- tras hacia montoncitos de tierra, se imaginaba lo que le gritaria a su aya cuando apareciese: —jCochina! \Cerda! ;Eres una cerda! —decia entre dientes, por- que este es el peor insulto que se le puede hacer a una nativa. Entonces vio que su madre salfa al porche’ con un joven muy guapo vestido de uniforme. Mary aproveché la ocasién para con- templarla, ya que rara vez tenfa la oportunidad de hacerlo. Su ma- dre era una mujer alta, esbelta y elegante; tenia el pelo ondula- do, una naricilla altiva y delicada, y unos ojos grandes y risuefios. Aquella maiiana, sin embargo, miraba al joven oficial como si es- tuviera aterrorizada. —jTan grave es? —le oy6 decir Mary con voz suplicante. —Mucho —respondié el oficial—. Es terrible, sefiora Lennox. Hace dos semanas que deberfa haberse marchado usted a las co- linas. —iOh, ya lo sé! —grité ella, retorciéndose las manos—. Me quedé para asistir a esa estupida cena. {Qué tonta he sido! 5 balbucir; hablar con lentitud y dificultad, 6 bungal6: casa de campo rodeada de galerias por los cuatro costados. 7 porche: espacio cubierto que hay a la entrada de algunas casas, 10 Justo en aquel momento, se oyé un Ilanto desgarrador* en las habitaciones del servi 0. — Qué es eso? —-le pregunté la sefiora Lennox al joven oficial, agarréndole el brazo. —Se ha muerto alguien —le contesté él—. No me dijo que sus criados también se han contagiado... —No lo sabia! —exclamé la memsahib—. Venga conmigo! Y ambos entraron corriendo en la casa. Mary les siguié y le pre- gunté a una criada qué sucedia. La sirvienta le conté que se habia declarado una epidemia de célera’ en la ciudad y que sus habitan- tes estaban muriendo como chinches. Su aya habia caido enferma por la noche y acababa de morir, y por eso los criados se habian echado a llorar con desconsuelo, Durante aquel dia fallecieron tres criados mas, y, presa del pa- nico, el resto del servicio amenazé con marcharse. Entre tanto desconcierto nadie parecia acordarse de Mary, de modo que la ni- fia se refugié en su habitacién y se quedé dormida. A Ja mafiana siguiente, unos ruidos aterradores la despertaron y ya no pudo volver a conciliar el sueiio, Pero como pasaban las horas y ni los criados ni sus padres iban a buscarla, se armé de va- lor y salié del cuarto, No habfa nadie en cl pasillo ni en el salén, aunque en la mesa quedaban algunos restos de comida. Los platos y las sillas habfan sido apartados con brusquedad, como si los co- mensales'® hubieran abandonado la sala precipitadamente. Mary comié un poco de fruta y una galleta, y se bebié una copa de vino. 8 desgarrador: lastimoso, conmovedor. 9 El célera es una enfermedad muy contagiosa que causa calambres, vomitos y diarrea, y que, en el pasado, solfa ser mortal. 10 comensales: personas que comen en la misma mesa. u HL JARDIN SECKETO Era la primera vez que probaba el alcohol y le entré mucho suefio, por lo que regresé a su habitacién y volvié a tumbarse en la cama. Cuando desperté, la casa estaba sumida en un extrafio silencio. Habian pasado tres dias desde el anuncio de la epidemia de céle- ra, y ya no se ofan voces ni pasos en el bungalé. Mary comenz6 a preguntarse quién se harfa cargo de ella, ahora que su aya habia muerto. Se dijo que seguramente vendria otra aya que le conta- ria nuevas historias, y en el fondo se alegr6, pues le aburria escu- char siempre los mismos cuentos. De pronto, oy6 un susurro y, al mirar al suelo, vio a una pequefia serpiente que se deslizaba por la alfombra y la observaba con unos ojos brillantes como joyas. Era una pobre culebra indefensa que no tardé en abandonar la habi- tacidn, arrastrandose por debajo de la puerta. «Qué raro y tran- quilo esta todo!», pensé Mary. «Parece como si la serpiente y yo estuvierdmos solas en casa». Pero al poco rato unos pasos la saca- ron de su ensimismamiento.'' —jQué desolador!"? —oyé susurrar a un hombre—, Esa mu- jer era tan hermosa... Me han dicho que tenia una hija, pero na- die sabe dénde se encuentra. Mary estaba de pie en el centro de la habitacién cuando, un ins- tante después, el hombre abrié la puerta, Mary tenfa el aspecto de una nifia fecha y enfurrufiada, porque estaba hambrienta y crefa que se habfan olvidado de ella. Bl hombre, que también parecia muy cansado, se sobresalté al verla. — Barney! —grité a su acompafiante—. jAqui hay una nifia! jDios m{o, una nifia sola en un sitio tan horrible como este! —y, dirigiéndose a ella, le pregunt6—; sQuién eres? 11 ensimismamiento: concentracién en los propios pensamientos. 12 desolador: muy triste, digno de compasién, PL DARDIN SECRETO —Me llamo Mary Lennox —dijo la nifia, mientras pensaba en lo maleducado que habfa sido el hombre al llamar «sitio horti- ble» al bungalé de su padre—, Me quedé dormida cuando todo el mundo tenfa el célera y me acabo de despertar. ;Por qué no ha ve- nido nadie a buscarme? —4Es la nifia de los Lennox, Barney! —exclamé el hombre—. jSe han olvidado de ella! —Y por qué se han olvidado de mi? —pregunté Mary, dando una patada al suelo. El hombre la miré con tristeza, —jPobre chiquilla! —dijo—. No queda nadie ya, por eso no han venido a buscarte. Fue asi, de este modo tan extrafio y repentino, como Mary su- po que habfa perdido a su padre y a su madre. Los dos habian muerto y se los habfan Ilevado por la noche, y los pocos criados que atin permanecian en la casa habfan huido sin acordarse de la nifia, Por eso todo estaba tan tranquilo, Era cierto, pues, que en el bungalé solo quedaban ella y la pequefia y sigilosa’’ serpiente. 13 sigilosa: silenciosa, cautelosa, 4 A través del pdramo Aunque por lo general Mary solo tenia la oportunidad de ver a su madre desde la distancia, le gustaba contemplarla porque era muy guiapa; pero, como apenas la conocfa, no la echo mucho de menos cuando murid, ‘Tampoco le preocupaba demasiado saber quién iba a hacerse cargo de ella, aunque deseaba que fuese una familia amable y educada, que le dejara hacer todo lo que quisiera. Mary, sin embargo, fue a parar a casa de un clérigo' que no le gustaba nada, porque el sefior Crawford era pobre y tenia cinco hijos que se pasaban el dia peledndose. Una maiiana, mientras la nifia jugaba con un rastrillo en el jar- din, se le acercé Basil, el mayor de los hermanos. — Por qué no pones unas cuantas piedras allf, como si fuera un jardin rocoso? —le sugirid, inclinandose hacia ella. —jLargate! —grité Mary—. jNo me gustan los nifios! Por un momento parecié que Basil se enfadaba, pero pronto empez6 a burlarse de Mary como hacia con sus hermanas. Bailé alrededor de ella, haciendo muecas y riéndose, mientras cantaba: Sefiorita Mary, siempre tan cabezota, équé es lo que crece en tu jardin? Campanillas plateadas y conchas rayadas, y margaritas blancas hasta el confin. 1 clérigo: parruco, hombre perteneciente a la Iglesia, en este caso protestante. 15 UL SARDIN SHORE LO Basil canté la coplilla hasta que todos los nifios empezaron a refrse, Y cuanto mis se enfadaba Mary, mis alto le cantaban «Se- fiorita Mary, siempre tan cabezota». A partir de aquel dia, la lla- maron asi, —A finales de esta semana, te mandarén a tu casa —le dijo Ba- sil poco después—. Y tengo que decirte que nos alegramos, —Yo también me alegro —replicé ella—. sDénde esta mi casa? — De verdad que no lo sabes? —pregunté Basil con despre- cio—., jPues donde va a estar? En Inglaterra, Vas a vivir con tu tio, el sefior Archibald Craven, en una casa muy grande y solitaria. Mi madre dice que tu tio siempre est4 de mal humor y no deja que nadie se le acerque, porque es jorobado y muy feo. —No te creo —dijo Mary, tapandose los ofdos. Aquella misma noche, la madre de Basil le explicé a Mary que en pocos dias zarparia® hacia Inglaterra para vivir con su tio. La nifia se mostré tan indiferente, que la pobre mujer qued6 perple- ja.’ La sefiora Crawford intent6 ser carifiosa con ella, pero, cuando se le acercé para darle un beso, Mary le giré la espalda. —Pobrecita, es una nifia tan feticha y maleducada... —le dijo luego la sefiora Crawford a su marido—. Su madre, sin embargo, era una mujer hermosisima y tenfa muy buenos modales. —Si su madre hubiese asomado su hermoso rostro y sus bue- nos modales por Ia habitacién de la nifia mas a menudo —contes- té el clérigo—, Mary podria haber aprendido algo de ella. Es muy triste que casi nadie supiera que la sefiora Lennox tenia una hija. Mary hizo el largo viaje en barco a Inglaterra bajo el cuidado de una amiga de la sefiora Crawford. En Londres, la esperaba la sefio- 2 zarpar: partir de viaje un barco, 3 perpleja: confusa, sorprendida. A TRAVES DEL PARAMO. ra Medlock, el ama de Ilaves* de su tio. Era una mujer corpulenta, de mejillas coloradas y penctrantes ojos negros. Llevaba un vesti- do morado, un chal de seda negra y un sombrero con flores de ter- ciopelo lila que se agitaban cada vez que movia la cabeza. A Mary no le gusté nada la sefiora Medlock, aunque lo cicrto es que ra- ta vez le caia bien alguien. Y, ademas, al ama de Ilaves tampoco le gusté Mary. «|Qué nifia tan fea y antipatica!», pensé al verla. Al dia siguiente, en la estacién de tren, Mary cruz6 el andén con la cabeza erguida, intentando mantenerse alejada de la sehiora Medlock para que nadie creycra que iban juntas. Al ama de llaves, por su parte, no le preocupaba en absoluto lo que pensara Mary. Si habia ido a buscarla, era porque el sefior Craven se lo habia or- denado, «Mi hermana y su marido, cl capitan Lennox, han muerto de célera», le habia dicho él. «Ahora soy el tutor de su hija, asi que ird usted a Londres para recogerla». 4 ama de llaves: mujer que dirige cl servicio y la economfa de una casa. 7 EL JARDIN SECRETO. Tras subir al tren, Mary se sent6 en un rincén del comparti- mento y, como no tenfa nada para leer, se qued6 quieta, con las manitas sobre el regazo, Después de mirarla un rato con disgusto, la sefiora Medlock le pregunté: —iQué sabe usted sobre su tio? —Nada —contesté Mary. —Conque sus padres no le contaron nada... Pues bien, de- be usted saber que se dirige a un sitio muy peculiar. Su tio vive en Misselthwaite, una casa enorme y sombria° que tiene ms de seis- cientos afios y casi cien habitaciones, 1a mayoria de ellas cerradas con llave. Est llena de cuadros y muebles antiguos, y a su alrede- dor tiene un parque muy grande, con huertos y jardines. Mary empezé a sentir curiosidad por su nuevo hogar, pues aquello que le explicaba la sefiora Medlock parecia muy distinto a todo lo que habfa visto en la India. Con todo, se esforzé por pare- cer indiferente. —Su tio no se ocuparé de usted —prosiguié la sefiora Med- lock—, porque nunca se ocupa de nadie. Tiene la espalda encor- vada, y fue un joven resentido’ y amargado hasta que se casé, Mary miré6 a la sefiora Medlock. «Asi que los jorobados pueden casarse...», pensd, sorprendida. —Su mujer era una muchacha dulce y hermosa —continué el ama de llaves—, y el sefior Craven habria recorrido el mundo en- tero para darle cualquier capricho. La gente dice que ella se ca~ s6 con él por dinero, pero no es verdad, le queria mucho, Cuan- do ella muri... La nifia dio un respingo sin querer. 5 sombria: muy triste y oscura. 6 resentido: que siente odio y rencor. 18 —jOh, se murié! —exclams, apenada, —Si, ella se murié —afirmé la sefiora Medlock—-, y después su tio se volvié mas raro todavi Ahora casi siempre esta de viaje, y cuando visita Misselthwaite se encierra en el ala oeste de Ia casa. Solo acepta la compafifa de Pi cher, un criado que cuida de él desde que era niiio. La historia de su tio parecia sa- cada de un cuento, pero a Mary no le hacia ninguna gracia. ;Una casa solitaria con cien habitacio- nes? ;Un jorobado que, cuando estaba en ella, no salia de su cuar- to? Si al menos su tia hubiera es- tado viva, Mary podria haber asi tido a fiestas con ella, tal y como le hubiera gustado hacer con su madre, ——No espere ver al scfior Cra- ven, porque no lo vera —afiadié la sefiora Medlock—. Y tampoco crea que va a encontrar a alguien con quien jugar. Tendré que apa- fAarselas sola, y ni se le ocurra andar fisgando por ahi. EL JARDIN SECRETO. —Yo no soy ninguna fisgona —dijo Mary, frunciendo el cefio, Y se acurrucé en el asiento, hasta quedarse dormida. Cuando desperté, era de noche y llovia con fuerza. El tren esta- ba llegando a la estacién y un mozo cargaba su equipaje. —jPues si que ha dormido! —exclamé la sefiora Medlock—. iEspabilese, que ya llegamos! Estamos en Thwaite’ y adn nos que- da un largo camino por recorrer. La estacién era pequefia, y Mary y el ama de Ilaves fueron las tnicas pasajeras que bajaron del tren. Fuera, en la calle, les espera- ba un coche de caballos muy elegante; un refinado sirviente, que tenia el impermeable y el sombrero brillantes por el agua, ayu- dé a Mary a subir. La nifia se arrellané en el mullido asiento y, en cuanto el coche arrancé, se puso a mirar por la ventana, pues sen- tia curiosidad por saber cémo era el camino que conducfa a Mis- selthwaite. La sefiora Medlock le explicé que estaban entrando en el péramo, —;Qué es el péramo? —pregunté Mary. —Siga mirando por la ventana y lo verd, Los faros del coche arrojaban una luz amarillenta sobre el ca~ mino agreste, flanqueado por matorrales y arbustos. Mas all4, ha- bfa una Ilanura oscura que se extendia hasta el infinito. —Eso no... no es el mar, jverdad? —pregunté Mary, dubitativa. —No, no lo es —respondié la sefiora Medlock—, Tampoco es la campifia ni la montaiia. Simplemente es una extensién de ki- Iémetros y kilémetros de tierra salvaje donde no crece nada mas que el brezo y la aulaga," y donde solo viven ovejas y ponis. 7 Thwaite es un pueblo del condado de Yorkshire, en el norte de Inglaterra. 8 El brezo es un arbusto de ramas duras y flores violéceas, rosadas o blancas. La aulaga se caracteriza por sus hojas puntiagudas y sus flores amarillas. 20 —Pues ahora mismo suena como el mar —dijo Mary. cl viento que sopla entre los arbustos —replicé el ama de llaves—. A mi me parece un lu- gar demasiado ligubre,’ pero a mucha gente le gusta, sobre todo cuando florece el brezo. EI coche de caballos avanz6 sin descanso a través de la oscu- ridad. Habia dejado de lover, si bien cl viento seguia soplando con fuerza y hacia ruidos extra- fios. La carretera subia y bajaba bruscamente, y, de vez en cuan- do, el coche cruzaba algtin puen- tecillo bajo el que el agua fluia con estrépito. Mary tuvo la im- presidn de que el viaje no se iba a acabar nunca, pero, justo en aquel momento, mientras los ca- ballos ascendfan por un tramo escarpado," vio una luz. —Ya casi hemos llegado -~di- jo la sefiora Medlock con un sus- piro—. Esa es la ventana del guar- da. 9 hignbre: triste, sombrio. 10 escarpado: cmpinado. El coche cruzé una verja y recorrié un largo y oscuro paseo ar- bolado. Por fin, Ilegaron a un patio y se detuvieron frente a una casa inmensa, aunque no muy alta. Mary bajé del coche y se acer- 6 a la enorme puerta de entrada, hecha de paneles de roble ma- cizo, adornadas con clavos y sujetos por unas barras de hierro. Un criado les abrié la puerta, y Mary entré en el vestfbulo, Estaba tan mal iluminado, que a duras penas pudo distinguir unas cuantas armaduras y algunos cuadros en las paredes. En medio de aque- Ila espaciosa sala, Mary se sintié muy pequefia e insignificante. Fl criado que las habia recibido, un anciano delgado y de aspecto impecable, le dijo a la sefiora Medlock con voz ronca: —Liévela a su habitacién. Fl sefior se va mafiana a Londres y no quiere que le molesten. —De acuerdo, sefior Pitcher —contest6 el ama de llaves. 23 Mary siguié a la mujer por unas anchas escaleras y un pasillo inacabable hasta Ilegar a un cuarto que tenfa la chimenea encen- dida. Encima de una mesa, le esperaba una bandeja con la cena. —Rsta es su habitacién —le dijo la sefiora Medlock—. Puede utilizar también el cuarto de al lado, pero ni se le ocurra curiosear por el resto de la casa, Buenas noches. El ama de Ilaves abandoné la habitacién y cerré la puerta. Mary, algo inquieta y muy cansada después del largo viaje, se des- vistié y se metié en la cama sin probar la cena. 24 & Una nueva vida para Mary A la mafana siguiente, Mary se desperté sin saber dénde estaba. Se desperezs y se frote los ojos, y entonces record6 que se hallaba en casa de su tio, el sefior Craven. Miré a su alrededor y examiné las paredes de la habitacion, cubiertas por un tapiz en el que ha- bfa bordado un bosque frondoso.' Entre los Arboles del bosque, se vislumbraban? damas y cazadores, perros y caballos, y, a lo lejos, la torre de un castillo. Por la ventana del cuarto se vefa una gran ex- tensién de terreno empinado parecido a un interminable mar de color ptirpura, y, junto a la chimenea, habia una criada joven y ro- busta limpiando la alfombra de rodillas. —) Qué es eso? —le pregunté Mary, sefialando la ventana. —Es el paramo —le respondié la muchacha con una sonri- sa—. Usted es la sefiorita Mary, jverdad? Yo me Jlamio Martha. —No me gusta nada el paramo —replicé Mary—. Lo odio. —Bueno, eso es porque no estd acostumbrada —dijo Mar- tha—, pero ya verd como acaba gustdndole. A mi me encanta, so- bre todo en primavera y verano, cuando florece el brezo, huele a miel, y las abejas y las alondras’ zumban y cantan por todas partes. Yo no me iria de aqui por nada del mundo. 1 frondoso: que tiene muchos rboles. 2. vislumbrar: cntrever, atisbar. 3 La alondra es un péjaro de color pardo con collar negro que empieza a can- tar en cuanto amanece. 25 EL JARDIN SECRETO Mary estaba perpleja, pues Martha no se parecia nada a los cria- dos de la India, tan aduladores y serviles.‘ La nifia, que solfa pegar a su aya cuando se enfadaba, se pregunt6 cémo reaccionarfa aque- {la muchacha alegre y corpulenta si le diera un bofetén. —jTu vas a ser mi criada? —le preguntd. —Yo trabajo para la sefiora Medlock —respondié Martha re- sueltamente—, asi que hago lo que ella me manda. —iY quién me va a vestir? Martha se la qued6 mirando con asombro. —Cémo que quién la va a vestir? —exclam6é—. jEs que no sa- be hacerlo usted sola? —No —repuso Mary con indignacién—, nunca lo he hecho, A mi siempre me vestfa mi aya. —Pues ya es hora de que aprenda —dijo Martha—. Tiene que dejar de portarse como una nifia pequefia. ;Sabe lo que dice mi madre? Dice que no entiende cémo los hijos de la gente rica no acaban tontos perdidos, con tantos criados como los atienden, los lavan, los visten y los sacan a pasear como si fuesen perritos. —En la India es distinto —replicé Mary, cada vez més irritada. —jVaya, ya veo! —respondié Martha, como si sintiera lastima—. Yo diria que es porque hay demasiados negros.* Cuando of que usted venta de la India, pensé que también era 3 2) negra. ‘ Mary se senté en la cama, furiosa. —;Qué? —grito—. sPensabas que yo era una nativa negra? ' Eres... jeres una cerda! f 4 adulador: que dice cosas agradables de alguien para obtener su fa- vor; servil: que se humilla ante su superior. 5 Martha Hama negros a los indios, cuya piel es aceitunada, 26 4 —th, squién se ha crefdo que es para insultarme? —exclamé Martha, acalorada—-. Las sefioritas no hablan asi... Mire, no ten- go nada contra los negros, Por lo que sé, son muy religiosos y debe- mos Lratarlos como a nuestros hermanos, Pero no conozco a ningu- no y me hacia ilusién ver a uno de cerca. Hace un rato, cuando he entrado en su habitacién para encender la chimenea, me he acerca do despacito a su cama y he levantado la colcha con mucho cuidado para mirarla. Y alli estaba usted —continud, decepcionada—, tan blanca como yo..., aunque usted est4 un poco més amarilla. La nifia ni siquiera intenté ocultar su ira y su humillaci6n. —jCrefas que yo cra india! —-chillé—. ;Como te atreves? {No tienes ni idea de cémo son Jos indios! No son personas..., json criados! No sabes nada de la India. jNo sabes nada de nada! Mary estaba hecha una furia,y se sentia tan indefensa, tan te- rriblemente sola, tan incapaz de entender nada y tan incompren- dida, que hundié el rostro en la almohada y rompié a llorar des- consoladamente. Martha, compadecida y algo asustada, se acercé ala cama y se inclin6 sobre la nifia. —No llore, sefiorita Mary —le rogs—., No sabia que iba a en- nada de nada... Perdd- neme, sefiorita. Mire, hoy le ayudaré a vestirse y le ense hacerlo, ya vera qué facil es. Las amables palabras de Martha surtieron un efecto tranquili- fadarse tanto. Tiene usted raz6n, yo no § ré cémo zador, porque la nifia dejé de llorar y se levanté de la cama. En- tonces vio que la ropa que Martha habia sacado del armario no era la suya. Miré el grueso vestido de lana blanca, y dijo frfamente: —Esta ropa es mas bonita que la mia. —Se la compré la sefiora Medlock en Londres. E] sefior Cra- ven dice que no quiere ver a una nifia vestida de negro deambu- 27 ET. JARDIN SECRITO Jando por la casa como un alma en pena, porque Misselthwaite ya es bastante triste. Y mi madre piensa lo mismo, Martha ayud6 a Mary a vestirse, y luego le dio las botas para que se las pusiera ella sola. Al principio, a Mary no le interesaba nada de lo que Martha decfa, pero, a medida que le contaba cosas y més cosas sobre su familia, empez6 a picarle la curiosidad. —yDeberfa venir a conocernos! —decia Martha—. En casa so- mos catorce, y mi padre solo gana dieciséis chelines a la semana, asi que casi siempre comemos gachas.’ Los nifios se pasan el dia revolcdndose en el paramo, y mi madre dice que el aire fresco los alimenta. Y Dickon tiene mucha mano con los animales. — Quién es Dickon? —le pregunté Mary. —Uno de mis hermanos. Tiene doce afios y, como es tan bue- no, los animales lo quieren mucho. Mary nunca habia tenido una mascota, aunque siempre habla deseado tener una. Por eso, mientras entraba con Martha en la ha- bitacién contigua, pens6 que Dickon tenfa que ser un nifio muy interesante, La estancia, sin embargo, le parecié triste y aburrida, con sus deprimentes cuadros y sus sillas oscuras y pesadas. En la mesa del centro, le aguardaba una bandeja con un suculento desa- yuno, pero la miré con disgusto. —No tengo hambre —le dijo a Martha. —;Cémo no va a tener hambre? —respondié la criada, sor- prendida—. ;Si anoche no tocé la cena! Venga, cémase sus gachas. —No —dijo Mary, tan cabezota como siempre. —Pero si estan riquisimas.., Pongales una cucharadita de miel o de aziicar, ya vera. 6 Las gachas son una papilla compuesta de harina y agua o leche caliente. En et pasado, se trataba de una comida sencilla, asociada con los pobres. 28 a UPA NUEVA VEDA BAIA ALAS —No las quicro —insistié la nifia. —Pues no lo entiendo —dijo Martha, contrariada—. Si mis hermanos estuvieran aqui, dejarian el plato bien limpio. —sPor qué? —pregunté Mary. — Como que por qué? —exclamé Martha—. jPorque no sa- ben lo que es tener el estémago lleno! siempre estén muertos de hambre! Deberfa darle vergiienza, sefiorita Mary. Al fin, la nifia bebié un poco de té y mordisqueé una tostadi- ta con mermelada. —Ahora abriguese bien y salga a jugar —le dijo Martha—. Le sentard bicn y le abriré el apetito. Mary miré por la ventana. Los jardines que rodeaban la man- sién tenian un aspecto gris e invernal. — Que salga? —exclamé—. ;Cémo voy a salir con el dia que hace? 3Y quién jugaré conmigo? —Si no sale, tendra que quedarse en casa, y aqui se aburrira le respondié Martha—. Mire, debe aprender a jugar como todos los nifios. Dickon sale solo al paramo y se pasa alli horas. Al ofr hablar de Dickon, Mary se decidié a salir, de modo que se puso el abrigo, el gorro y los guantes que le tendia Martha. —Atraviese el pasillo y baje la escalera —le indicé la mucha- cha—. Luego, tome ese sendero, cruce la verja y llegard a los jardi- nes —Martha dudo un instante y prosiguié—: Uno de ellos lleva diez afios cerrado con llave. —Por qué? —pregunté Mary, con desgana. Al fin y al cabo, no era mas que otra puerta cerrada en una casa donde, al parecer, ha- bia decenas de elas. —Cuando murié su esposa, el sefior Craven cerré la puerta de ese jardin y mandé enterrar la llave. No quiere que entre nadie porque era el jardin preferido de su esposa.., Y ahora tengo que marcharme, que me llama la sefiora Medlock. Mary siguié el camino que Martha le habfa sefialado y se en- contré en medio de unos magnfficos jardines, con extensos te- trenos de césped y senderos serpenteantes. Habia arboles de ho- ja perenne, arbustos que dibujaban formas fantdsticas y un gran estanque con una fuente de piedra gris en medio. Mary comenzd a pensar en el jardin que llevaba diez afios cerrado, ;Cémo seria? éTendria flores? ;Se parecerfa a este? Mientras deambulaba por la hierba, le llamé la atencién un muro cubierto de hiedra que se vefa al final del sendero, Se dirigié 30 hacia él y vio una puerta abierta. La cruz6 y fue a parar a un huer- to de aspecto pobre y feo donde un hombre mayor cavaba la tie- tra, Al ver a Mary, el hombre se sobresalté, pero no tardé en Ile- varse la mano a la gorra y decir entre dientes que se llamaba Ben. — Qué lugar es este? —le pregunté Mary. —Es uno de los huertos —respondié Ben. —iY qué hay alli? —volvié a preguntar Mary, sefialando una puerta que acababa de ver al fondo. —Otro huerto, y luego otro més, con drboles frutales. — Puedo ir a verlos? —Si quiere... —dijo Ben—. Pero no sé si merece la pena. Mary bajé el sendero, atravesé la segunda puerta y luego una tercera. Habia hortalizas de invierno y arboles desnudos, pero no encontré ninguna puerta en el muro que rodeaba el ultimo huer- to, Sin embargo, por encima del muro se vefan mas drboles, y en la rama de uno de ellos estaba posado un pdjaro con el pecho rojo que piaba como si la estuviera llamando. Mary se quedé quie- tay lo escuché con regocijo, hasta que el pajarito eché a vo- lar. Aunque no era como las aves de la India, aquel pajaro le gust6 mucho y Mary se pregunté si volverfa verlo. Ade- més, quizé vivia en el jardin cerrado con Ilave... Mary volvié al primer huerto, donde Ben segufa cavando la tierra. —He estado paseando por los jardines y me he acercado al que no tiene puerta —le conté la nifta—. Y creo que en él vive un pa- jaro con el pecho rojo. De repente, el hosco’ Ben sonrié, Después, se fue al otro lado del huerto y se puso a silbar. Y entonces sucedié algo maravillo- 7 hosco: serio y poco sociable. 32 sot se oy6 un suave y rapido aleteo, y el pajaro de pecho rojo volé hacia el viejo jardinero y fue a posarse en un montoncito de tierra que habfa a sus pics. —Aqui esté —dijo Ben, riéndose entre dientes—. ;Dénde te has metido, sinvergitenza, que no te he visto en todo el dfa? El pajaro ladeé la cabecita y le miré con su ojo brillante como una gota negra de rocio, Luego, se puso a dar saltitos y a picotear Ja tierra, como si buscara semillas c insectos. Se movia con entera confianza, sin el menor miedo, y a Mary le maravillaron sus finas patilas y su cuerpo regordete. 33 EL JARDIN SECRETO —Viene siempre que lo llamas? —le susurré al jardinero. —Si, siempre —respondié Ben—. Es un petirrojo, y los peti- rrojos son los pajaros mas simpéticos y curiosos que hay, Vea c6- mo nos mira... Sabe que estamos hablando de él y eso le encanta, porque es muy crefdo. —iY est4 solo? —pregunté Mary. —Sf, el resto de la nidada vol6é cuando él solo era un polluelo. Mary se acercé al pdjaro y miré sus ojitos negros y brillantes. —Yo también estoy sola —dijo, como si acabara de darse cuen- ta de ello. —Asi que usted es la nifia de la India... —observé Ben—. No me extrafia que esté sola. Yo también lo estarfa, si no fuera por é1 —afiadié, sefialando al petirrojo con el pulgar—. Es mi nico amigo, we —Yo no tengo amigos —murmur6é Mary—. Mi aya no me queria y nunca he jugado con nadie. —Creo que usted y yo nos parecemos un poco —dijo Ben—. Los dos tenemos pinta de estar algo resentidos y amargados, A Mary jamés le habian dicho una verdad como aquella a la ca- ra, Tampoco habfa pensado nunca en su aspecto, pero comenzé a preguntarse si era tan desagradable como hab{a dicho Ben y si realmente parecia una amargada, De repente, oyé un débil aleteo a su lado y se giré, E] petirrojo se hab{a posado en la rama de un pequefio manzano, junto a ella. —Mire —dijo Ben—, quiere ser su amigo. (Que me aspen sino le ha caido usted en gracia! —iYo? —pregunté Mary, extrafiada, mientras se acercaba sigi- losamente al manzano—. ;Quieres ser mi amigo? —le dijo al pe- 34 quefio petirrojo con dulzura, como si le hablara a una persona—. jTe gustarfa? —jVaya! —exclamé Ben—. Lo ha dicho usted de una manera tan dulce, que parece una nifia de verdad y no una bruja. Me ha recordado a Dickon cuando les habla a sus animales. —iConoces a Dickon? —pregunté Mary, dindose la vuelta. —Todo el mundo lo conoce. Dickon siempre esté mero- deando por todas partes... Juraria que hasta los zorros le ense- fian donde tienen su escondrijo, Mary queria hacerle mas preguntas a Ben, pues ar- ae dia en deseos de saberlo todo sobre Dickon, pero jus- to en aquel momento el petirrojo agité las alas y se fue volando, —jHa volado al otro lado del muro! —exclamé Mary—. jSe ha ido al jardin sin puerta! —Es que tiene su nido alli —le explicé Ben—. Tal vez esté cor- tejando* a alguna hembra que vive entre los rosales. —jRosales! Hay rosales? —pregunté Mary, algo nerviosa, —Los habfa hace diez afios —mascullé Ben, cogiendo la pala. —Pues me gustaria verlos, ;Cémo se entra al jardin? Ben hundié la pala en la tierra mojada, mientras el rostro sur- cado de arrugas se le ensombrecia de nuevo. —No hay ninguna entrada —grufio. — Como no va a haberla? —replicé Mary. —Oiga —dijo Ben, interrumpiéndola—, no sea tan entrome- tida. Tengo que seguir trabajando, asi que vayase a jugar por ahi. El viejo jardinero dejé de cavar, se puso la pala sobre el hombro y se alej6, sin mirar a Mary ni despedirse de ella. 8 cortejar: seducir, ganarse el amor y la atenci6n de alguien. 35 El llanto misterioso Al principio, todos los dias eran exactamente iguales para Mary en Misselthwaite. Cada mafiana se despertaba y vela a Martha junto a la chimenea, Luego desayunaba en el aburrido cuarto de los nifios, contemplaba el paramo por la ventana y, por fin, se de- cidfa a salir. Una vez fuera, corria para entrar en calor y luchaba contra el viento, que la empujaba hacia atras como si fuera un gi- gante invisible, Pero poco a poco, sin que ella se diese cuenta, el ai- re puro iba fortaleciendo su cuerpecito, le arrebolaba' el rostro y le iluminaba los ojos apagados. Ya levaba casi un mes en la casa cuando, una mafiana, se des- perté con hambre, asi que, en lugar de apartar desdefiosamente el plato de gachas, empuiié la cuchara y se lo comié todo. —Qué bien se esté portando hoy! —exclamé Martha. —Es que las gachas estaban riquisimas —contest6 Mary. —No —repuso Martha, sonriendo—, es el aire del paramo, que le ha abierto el apetito, Si sigue jugando fuera, ya veré como gana algo de peso y deja de estar tan paliducha. —Pero si no juego... —replicé la nifia—. No tengo nada con qué jugar. Y era cierto, Mary se dedicaba a dar vueltas por los huertos y a recorrer los senderos. A veces intentaba hablar con Ben, pero el 1 arrebolar; enrojecer, colorear. 36 jardinero siempre parecia dema- siado ocupado para escucharla. Un dia, Ia nijia vio un deste- Ilo rojo entre la hiedra del mu- ro. Era el pequefio petirrojo, que la observaba con fa cabecita in- clinada. —Pero si eres td! —exclamd Mary. Al ofrla, el petirrojo comenzd @ gorjear y a dar saltitos, como si la estuviera saludando, y Mary se eché a reir, brincando de alegria. Luego, el petirrojo desplegé las alas y volé hasta la rama de un dr- bol, el mismo donde se habia po- sado la otra vez. «El petirro- 4 jo vive en el jardin cerrado», se dijo Mary. «jCémo me gusta- ria entrar!», Y, decidida a encon- trarlo, corrié hacia la puerta ver- de, atravesé los huertos y llegé al muro del fondo. Estaba conven- cida de que alli habia una puer- ta, asi que lo examiné palmo a palmo. Sin embargo, la puer- ta no aparecia por ningtin lado. «Qué raro!», pensd. «Ben di- jo que no hay ninguna puerta, y EL JARDIN SECRETO no parece haberla, pero entonces, ;c6mo entraba la gente aqui». Mary tenfa tantas ganas de encontrar el jardin que, por primera ver, desde su llegada, se alegré de vivir en Misselthwaite. Aquella misma noche, después de cenar, le pregunt6 a Martha: sPor qué el sefior Craven odia el jardin cerrado? —;Sigue pensando en el jardin? —dijo Martha—, Ya me lo imaginaba, porque a mi me pasé lo mismo cuando me hablaron de él. —Pero jpor qué lo odia mi tio? —insistié Mary. —La sefiora Medlock no quiere que hablemos de ello, asi que Andese con cuidado —le advirtié Martha—. En esta casa hay un mont6n de cosas que no se pueden ni mencionar, Son drdenes del sefior Craven. El jardin lo disefié la sefiora Craven después de ca~ sarse con su tio, Pasaban en él horas y horas, y ellos mismos se en- cargaban de cuidarlo. La sefiora solia encaramarse’ a la rama de un drbol viejo, y un dia, cuando estaba alli sentada, la rama se rompi6, Ella se precipité al suelo y quedé tan gravemente herida que murié al dia siguiente. Su tfo estuvo a punto de volyerse lo- co. Por eso odia tanto el jardin y no permite que nadie entre en él. Mary no hizo ninguna pregunta més. En aquel momento, a la nifia le sucedi6é una cosa muy buena, De hecho, desde que habia Hegado a Misselthwaite le habfan ocurrido cuatro cosas realmen- te positivas: le daba la impresién de que entendia a un petirrojo y de que él Ja entend{a a ella; habia corrido al aire libre hasta notar que la sangre le bullia en las venas; por primera vez en su vida, ha- fa sentido un hambre muy saludable; y ahora descubria que era capaz de sentir compasién por alguien. Le daba tanta pena la his- 2 encaramarse: subir, trepar. 38 toria de sus tios, que se quedé mirando el fuego, mientras ofa c6- mo soplaba el viento. Pero, de pronto, tuvo la sensacién de que un sonido muy extra- iio acompaiiaba el bramido' del viento, como si en alguna parte de la casa estuviera llorando un nifio. —{No oyes llorar a alguien? —le pregunté a Martha. —No —respondié la muchacha, desconcertada—, es el viento. Cuando sopla tan fuerte, es como si alguien se hubiese perdido en el pdramo y aullara, sverdad? —Pero esta vez parece que viene de la casa —repuso Mary. Y, justo en aquel momento, una fuerte rafaga de aire abrié de golpe la puerta del cuarto. Mary y Martha dieron un respingo,' a la vez que se apagaban las velas y el llanto recorrfa el pasillo, —;Lo oyes ahora? —dijo Mary—. jHay un nifo lorando! Martha corrié hacia la puerta, pero, antes de que pudiera ce- rrarla, se oy6 un estruendo a lo Icjos. —Era el viento —repitié la criada, obstinadamente—.” Y si no, ser la cocinera, que tiene dolor de muelas, Sin embargo, su evidente incomodidad avivé las sospechas de Mary. La nifia no tenfa ninguna duda de que Martha mentia, y con esa certeza se metié en la cama. Al dfa siguiente, cayé un tremendo aguaccro.’ Los jardines es- taban cubiertos por una densa niebla, de modo que Mary tu- vo que quedarse en casa. Y como no habia olvidado el misterioso Ianto de la noche anterior, decidié explorar Misselthwaite pa- 4 bramido: grito, ruido muy fuerte. 4 respingo: sacudida causada por un susto. 5 obstinadamente: con tozudez y cabezoneria. 6 aguacero: lluvia repentina y muy abundante de poca duracién. 39 EL JARDIN SECRETO ra ver si descubria su origen. La sefiora Medlock le habfa dejado muy claro que no podia andar sola por la casa, pero a Mary no le preocupaba en absoluto el ama de Ilaves, puesto que siempre esta- ba en su acogedora salita. En realidad, la nifia no vefa a nadie mas que a Martha. Mary salié al pasillo y comenzé a deambular por la casa labe- rintica. El pasillo se ramificaba en varios corredores que, a su vez, desembocaban en pequefios tramos de escaleras. Habfa muchas puertas y de las paredes colgaban cuadros, sobre todo retratos de hombres y mujeres vestidos con suntuosos’ trajes. Uno de ellos le Ilamé especialmente la atencién: era el retrato de una nifia fea y estirada que se parecia mucho a ella, Llevaba un vestido de tercio- pelo verde y en su mano se posaba un loro del mismo color. Tenfa una mirada extrafia y penetrante, y Mary se pregunté quién era. —Ojald estuvieras aqui —le dijo en voz alta. Luego, decidié girar el pomo de una de las puertas, que, pa- ra su sorpresa, se abrié lentamente. La habitacién estaba lujosa- mente amueblada, y en un rinc6n habfa una ,. vitrina repleta de elefantitos de marfil. La Ki nifia estuvo jugando con ellos hasta que la " sobresalté un rumor sordo, procedente “” del sofa que tenfa al lado. Mary se acercé pa- + ra examinarlo: por el agujero de un cojin aso- maba una cabecita asustada, Era un ratoncito de color gris que hab{a hecho su nido en el cojin, y junto a él dor- mitaban, acurrucadas, seis crfas. «Si no estuviesen tan asustados, me los llevaria conmigo para que me hicieran compafifa», pens6. 7 suntuoso: lujoso. EL JARDIN SECRE! Mary habia caminado tanto y estaba tan cansada, que dio por terminada la expedicién y se puso a buscar el camino de regreso. Pero, de repente, oyé el llanto de la noche anterior muy cerca de donde estaba, Puso la mano en el tapiz que cubrfa la pared del pa- sillo y noté cémo cedia. jHabia una puerta detrds! Sin embargo, no tuvo tiempo de abrirla, porque por el pasillo aparecié la sefiora Medlock haciendo sonar ruidosamente su manojo de llaves. —jQué hace aqui? —le pregunté la mujer, enfurecida. —Me he perdido —se excus6 Mary—. Estaba buscando mi ha- bitacién y he ofdo llorar a alguien. —Usted no ha ofdo nada —le contesté el ama de llaves—. Vuel- va a su cuarto o le doy un bofeton —y entonces la agarré del bra~ zo y tiré de ella hasta que llegaron al cuarto—. Quédese aqui o ten- dré que encerrarla —afiadié—. Voy a pedirle al sefior Craven que le ponga una institutriz, porque necesita que la vigilen de cerca. Y salié de la habitacion, dando un portazo. Mary se senté en la alfombra, pélida de rabia. «jAlguien estaba Ilorando!», se dijo. «jBstoy segural», Habia ofdo el Ilanto dos veces y se propuso, ca- ezota como era, averiguar de dénde venfa, costara lo que costara. 42 El petirrojo que le mostré el camino Dos dias después, el temporal habia amainado' y el paramo ama- necié cubierto por un cielo resplandeciente en el que flotaban al- gunas nubecillas de algodén blanco como la nieve. Mary nunca se hubiera imaginado que el cielo podfa ser de un azul tan limpido’ e intenso como aquel, porque en la India era de un amarillo abra- sador, —Has visto el paramo? —le pregunté a Martha mientras de- sayunaba—. Esta precioso! —Si, la tormenta ya se ha ido —le contesté la muchacha con una sonrisa—. Es normal en esta época del afio. —Yo pensaba que aqui llovia siempre —dijo Mary. —No, qué va —repuso Martha—. Cuando hace buen tiempo, Yorkshire es el lugar mas soleado del mundo. Ya le dije que le aca- baria gustando el paramo... Espere a ver las flores amarillas de las aulagas y las flores rosadas del brezo, con las mariposas revo- loteando alrededor. Por cierto —dijo la muchacha, como si de re- pente recordara algo—, espere un momento, sefiorita Mary. Martha salié corricndo y regresé al cabo de un minuto con al- go escondido en el delantal. —Le traigo un regalo —dijo. 1 amainar: aflojas, debilitarse. 2 limpido: puro, limpia, 43 GL JARDIN SECRETO Y le tendié a Mary una comba fina y fuerte con rayas rojas y azules en los mangos. La nifia la miré con curiosidad y pregunté: — Para qué sirve? —jQué? —grité Martha, sorprendida—. ;Cémo puede ser que en la India tengan elefantes, tigres y camellos, y no sepan qué es una comba? Mire, se usa asi, La muchacha se colocé en medio de la habitacién y, tomando un mango en cada mano, se puso a dar saltos hasta contar cien. —Parece divertido —dijo Mary—. jDe dénde la has sacado? —Mi madre se la compré a un buhonero’ —dijo Martha, recu- perando el aliento—., El hombre detuvo su carro frente a la puerta de casa, y mi madre, al ver la comba, le pregunté cudnto costaba. El vendedor le contesté que dos peniques, y ella tuvo que emplear parte de mi paga para comprérsela. Pero dijo que merecia la pe- na, porque asf tendr4 usted algo con lo que jugar y ponerse fuerte. —Tu madre es muy amable —dijo Mary—. Me cae bien, y eso que no la conozco... Y Dickon también. —Bueno —contest6 Martha—, mi madre es una mujer bon- dadosa, sensata y trabajadora que le gusta a todo el mundo. Y ya sabe que Dickon tiene mucha mano con los animales. Me pregun- to qué pensaria él de usted. —Yo le caeria mal —replicé Mary fingiendo indiferencia—, co- mo a todos. Martha se la quedé mirando pensativamente. —Y usted —dijo al fin—, jse cae bien a si misma? —Pues la verdad es que no —reconocié Mary—, pero nunca habfa pensado en ello. 3 buhonero: hombre que va de casa en casa vendiendo cosas de poco valor. 44 —AMire, un dfa en que yo estaba de mal humor y no paraba de criticar a los vecinos, mi madre me solt6: «Hija, te pasas todo el dia hablando mal de unos y otros, pero jte cacs bien a ti misma?». Al principio el comentario de mi madre me hizo graci di cuenta de lo que queria decir: van a gustar los demas? ;¥ cémo vas a gustarles tti a ellos? —Mar- tha guard silencio durante un instante, y afiadis—: Ahora abri- guese bien y salga a saltar a la comba. Marty se puso el abrigo, se colocé la cuerda bajo el brazo, y abrid la puerta del cuarto. Sin embargo, justo antes de salir, parecié dar- se cuenta de algo, se volvié y se acercé lentamente a la muchacha. —Martha —dijo—, tu madre se ha gastado parte de tu sueldo cn la comba. En realidad, esos dos peniques eran tuyos. Gracias. La nifia hablé con frialdad, pues no estaba acostumbrada a dar las gracias, y le tendié la mano a Martha. La muchacha se la estre- ché con torpeza, como si tampoco estuviera habituada a esle Lipo de cosas, y exclam6, mientras rompia a refr: -—jPero qué rara es usted! Si fuera mi hermana ehzabetl Ellen, ya me habria dado un beso. —jQuieres que te dé un beso? —le pregunté Mary, mds tensa que nunca. —No, no se preocupe —contesté Martha, sin parar de refr—. Y ahora corra, salga a jugar con la comba. Aliviada, Mary salié de casa y se puso a saltar bajo el sol res- plandeciente. La comba le gustaba cada vez mis, y decidié ir sal- tando hasta el hucrto. Alli encontré a Ben, que parecié sorpren- pero luego me i no te gustas a ti misma, ;c6mo te derse al verla. —jVaya, si parece usted una nifia de verdad! —exclam6—. Esta toda colorada, como si tuviera sangre en las venas.. 45 —Estoy aprendiendo a saltar a la comba —dijo Mary—. jQué bien huele aqui! —Si—contesté Ben—, ya llega la primavera. La tierra esté de buen humor y las rafces de las plantas empiezan a agitarse. El sol les dara calor muy pronto y, antes de darnos cuenta, comenzarén a asomar brotes verdes por el suelo. ;Fijese bien y los vera! Luego crecer&n los azafranes, las campanillas y los narcisos.* —Me fijaré —prometié Mary. Y se alejé, saltando a la comba y pensando que cada vez habia mis gente que le caia bien, como Martha, su madre, Dickon ¢ in- 4 Bl azafrén es una planta que da flores de pétalos violetas, naranjas y dorados. Las campanillas son pequefias flores de colores cuyos pétalos forman una es- pecie de campanita. El narciso tiene hojas largas y estrechas, y da unas flores blancas y amarillas muy aromiéticas, 46 cluso el cascarrabias de Ben. La nifia se dirigié al muro cubier- to de hiedra y siguié saltando arriba y abajo. De pronto, oyé un gorjeo y, cuando miré el parterre pelado que tenia a su izquierda, vio al pequeiio petirrojo dando brincos y simulando que picotea- ba el suelo, como para darle a entender que no la estaba siguien- do, Mary, sin embargo, se dio cuenta de que el pajarillo la seguia, y aquello la len6 de gozo. —Te acuerdas de mf! —grité, emocionada—. jEres la cosa mas bonita del mundo! El petirrojo se puso a piar, mientras agitaba la cola y erguia su minuscule pecho rojo, tan parecido a un chalequito de satén.’ Mary se acercé a él conteniendo la respiracién, y vio que cl pajaro 5 satén: tela de tacto liso y suave y de aspecto brillante. 47 EL JARDIN SECRETO se habfa detenido junto a un montoncito de tierra removida. De la tierra himeda asomaba un anillo metélico, y Mary se agach6, lo tom6 y tiré de él. Entonces se dio cuenta de que no era un anillo, sino una lave vieja y oxidada. —A lo mejor ha estado enterrada diez afios —dijo, susurran- do—. sY si es la lave del jardin? Miré la llave durante un buen rato, mientras pensaba en el jar- din cerrado. Luego se la metié en el bolsillo, camins por el sende- ro y, una vez més, se puso a examinar el muro. El petirrojo la si- guié y se posdé en una hoja de hiedra. —Ya que me has ensefiado dénde estaba la Ilave, spor qué no me Jlevas hasta la puerta del jardin? —le rogé Mary. Y entonces sucedié algo mégico. El viento comenzé a soplar suavemente y agité la enmarajiada® cortina de hiedra, mostrando algo brillante debajo. Parecfa el pomo de una puerta! Mary se acer- cé y hundié las manos en la hiedra, mientras el petirrojo gorjea- ba mis répido, tan excitado como ella. ;Qué era aquel orificio frio y cuadrado que podfa tocar con los dedos? Solo podia ser la cerra- dura de una puerta. Mary se metié la mano en el bolsillo, sacé la lave y la introdujo en la cerradura, Encajaba perfectamente, asi que la gird. Luego respiré hondo y miré a uno y otro lado para ver si habia alguien en el sendero, Estaba sola, de modo que tomé ai- re, retiré la cortina de hiedra y empujé la puerta. Después la cru- 26, la cerré a sus espadas y se queds all{ de pie, mirando a su alre- dedor, llena de asombro y regocijo. Habfa encontrado el jardin secreto. 6 enmarafiada: enredada, revuelta. El jardin secreto E) jardin era el lugar mas encantador y misterioso que Mary ha- bia visto jamés. El suelo estaba cubierto de una hierba pardusca y en él crecian muchas matas, algunas tan altas como Arboles. Sin embargo, lo que hacia tan hermoso y extrafio el jardin eran los ro- sales trepadores, que se habian encaramado por los muros y los Arboles, formando delicados puentes entre unos y otros. Las ra- mas y los tallos de color gris y marré6n claro entretejfan un man- to nebuloso! que se extendia por todas partes. A Mary le embarg6 la deliciosa sensaci6n de haber encontrado un reino para ella sola. —jQué tranquilo estd todo! —susurré. Incluso el petirrojo, que habfa volado hasta la copa de su dr- bol, guardaba silencio. Ni siquiera batfa las alas; simplemente per- manec(a quieto, mirando a Mary con sus brillantes djitos negros. —No me extrafia que haya tanto silencio —murmuré Mary—: soy la primera persona que ha entrado aqui en diez afios. Se adentré en el jardin sigilosamente, como si temicra desper- tar a alguien, y se detuvo junto a un puente gris4ceo que parecia sacado de un cuento de hadas. Habfa senderos por todas partes, pero también arriates con plantas perennes, grandes urnas’ cu- biertas de musgo y algtin que otro banco de piedra. Al acercarse 1 nebuloso: cubierto de neblina. 2 arriale; macizo de flores; urna: vasija. 49 EL JARDIN SECRETO a uno de los arriates, Mary vio unos puntitos verdes que sobresa- Man de la tierra pardusca, Recordé lo que el viejo Ben le habfa di- cho sobre los brotes, y se dijo que seguramente haba mds, asi que se puso a examinar el jardin. Y, en efecto, encontré muchos mas puntitos verdes. —EI jardin no esté muerto —susurré aliviada. Aunque Mary no sabfa nada sobre plantas, se dio cuenta de que en algunas zonas del jardin la maleza era demasiado tupida’ como para que los brotes pudieran crecer libremente, de manera que buscé a su alrededor hasta encontrar un palo afilado; entonces se arrodillé en el suelo y empezé6 a arrancar los hierbajos. —Yo creo que ahora los brotes pueden respirar mejor —dijo después de despejar un pequefio parterre—. Voy a hacer lo mismo con todos los puntitos verdes que vea y, si hoy no me da tiempo a acabar, volveré mafiana, Mary se pas6 toda la mafiana arrancando malas hierbas y, cuan- do el gran reloj del patio dio la hora de comer, le resulté muy di- ficil abandonar el jardin. Estaba disfrutando con su nueva tarea y, ademés, habia conseguido que, en algunos arriates y parterres, despuntaran los diminutos brotes verdes, libres de maleza. —Volveré mariana —les dijo a los arboles y a los rosales, como si pudieran ofrla. Luego corrié dgilmente por la hierba, empujé la puerta y se desliz6 bajo la cortina de hiedra. Tenia los ojos encendidos y las mejillas coloradas, y comié con tanta voracidad* que Martha se quedé estupefacta, 3 maleza: malas hierbas; tupida: densa, apretada. 4 voracidad: cualidad del que come mucho y con ansia, 50 EL JARDIN SE —jSe ha comido toda la carne! ;Y dos platos de arroz con le- che! —exclamé—. Mi madre se pondr4 contentisima cuando sepa Jo bien que le sienta saltar a la comba. Mientras trabajaba en el jardin, Mary habfa visto unas gruesas raices blancas parecidas a las cebollas. Pens6 que tal vez Martha supiera lo que eran, asi que le pregunté: —Martha, ;qué son esas raices blancas que parecen cebollas? Ben tenfa unas cuantas en la carretilla. —Son bulbos —respondié la muchacha—. De ellos nacen las flores. Los pequefios son campanillas y azafranes, los medianos narcisos, y los més grandes de todos, azucenas.’ Son flores pre- ciosas; Dickon ha plantado algunas en nuestro jardin. Los bulbos no necesitan muchos cuidados, y por eso los pobres nos podemos permitir cultivarlos. Después de comer, Mary se senté en su sillén preferido, junto al fuego, De pronto, se le ocurrié una idea. —Ojalé tuviera una pala —le dijo a Martha. —iY para qué la quiere? —respondié la muchacha, riéndose. Mary se dio cuenta de que debfa tener cuidado si queria man- tener su hallazgo en secteto, Estaba convencida de que no hacia dafio a nadie cuidando del jardin, pero sospechaba que, si el sefior Craven se enteraba de que habfa conseguido abrir la puerta, se en- fadaria mucho y mandarfa tapiarla para siempre. —Bueno —dijo, después de reflexionar durante un rato—, Misselthwaite es un lugar muy solitario. En la India me pasaba to- do el dia sin hacer nada, pero al menos habfa desfiles de soldados y bandas de misicos, y mi aya me contaba cuentos. Aqui no tengo 5 La azucena es una planta que da flores blancas y olorosas, 52 nadie con quien hablar, salvo tu y Ben, y los dos est4is muy ocupa- dos. Asi que he pensado que, si tuvicra una pala para cavar, podria cultivar mis propias flores. El rostro de Martha se iluminé. — Vaya, qué cosas! —exclamé—. El otro dia mi madre me di- jo: «Ya que hay tanto espacio en el jardin, spor qué no le ceden un poco de tierra a la nifia para que pueda cultivarla? Seguro que le gustaria mucho». Eso dijo. —)S{? —grité Mary—. jPero qué lista es tu madre, Martha! —Una mujer que cria a doce hijos aprende mucho —respon- dié la muchacha—. Los nifios son la mejor escuela para ensefiar- te a solucionar cosas. —3Y cuanto crees que costarfa una pala pequenita? —pregun- té Mary. —Hace poco vi en una tienda un pequefio juego de jardineria con una pala, un rastrillo y una carretilla, todo por dos chelines. —Bueno, tengo unos veinte chelines —dijo Mary—. Traje al- gin dinero de la India, y cada sébado la sefiora Medlock me da un chelin de parte de mi tfo. . —jPero si es usted rica! —exclamé Martha—. Con ese dine- ro puede comprarse lo que quiera. El alquiler de nuestra casa nos cuesta un chelin y tres peniques, y para nosotros cs un ojo de la cara... Se me acaba de ocurrir algo —afiadi6—: podriamos pe- dirle a Dickon que se encargue de comprarlo todo, porque pasa cada dia por el pueblo. ;Sabe usted escribir? —Si, claro —contesté Mary. —Dickon sabe leer un poco, asf que gqué le parece si le escribi- mos una carta? —jOh, Martha, qué buena eres! —dijo Mary—. Claro que si! EL FARDIN SECRETO —Pues voy a buscar pluma, tinta y papel —dijo Martha. Mary habfa recibido una deficiente instruccién, pero sabia que, si se esforzaba, podria escribir una carta. Esta fue la que Martha le dicté: Querido Dickon: Te envio esta carta para pedirte un favor. La sefiorita Mary tiene mucho dinero, y quiere que vayas a Thwaite para comprar- le unas semillas y un juego de jardineria. Escoge las semillas mds bonitas y las que germinen antes. La sefiorita Mary va a contar- me muchas cosas de la India para que, cuando vaya a visitaros, os pueda hablar de los elefantes y los camellos, y también de los ca- balleros que cazan tigres y leones, Dale recuerdos a mamd de mi parte. Tu querida hermana, Martha Phoebe Sowerby —Meteremos el dinero en el sobre y se lo daré al chico de la carnicerfa, que es amigo de Dickon —dijo Martha. —3Y cémo me enviard las cosas? —pregunté Mary. —Ah, no se preocupe, las traeré Dickon —respondié la mu- chacha—, A mi hermano le encanta andar, —Entonces ;podré conocerlo? —pregunté Mary con timidez. —Pues claro que podr4 conocerlo —dijo Martha, sonriendo. Mary pasé el resto de la tarde en el cuarto de los nifios, sabo- reando todas las emociones que habia vivido a lo largo del dia, Le entusiasmaba pensar en el jardin y en las flores que iba a plantar en él, pero curiosamente, por encima de todo, le emocionaba sa- ber que por fin iba a conocer a Dickon. 54 El encantador de animales E\ sol brillé durante casi una semana en el jardin secreto. Mary lo llamaba asi porque le maravillaba permanecer entre aquellos anti- guos y hermosos muros sin que nadie supicra donde se encontra- ba, Era como si aislara del mundo en un lugar encantado. Los pocos cuentos que habia lefdo cn Ia India eran de hadas, y algu- nos de ellos hablaban sobre jardines secretos en los que las prince- sas permanecian cien aiios dormidas, Mary, s embargo, no tenia ninguna intencién de quedarse dormida; bien al contrario, cada ver, se sentia mas despierta. Le gustaba pasar tiempo fuera de y ahora corria mas rapido y contaba hasta cien saltando a la com- ba. El trabajo en el jardin también estaba dando sus frutos. Los bulbos debian de estar asombrados, pues cada vez tenfan mas es- pacio para crecer a sus anchas. Mary arrancaba hietbajos sin pa- tar, y Ie fascinaba ver cémo los puntitos verdes se multiplicaban a medida que transcurrian los dias. A veces intentaba imaginarse c6émo seria el jardin cuando estuviese alfombrado de flores. A lo largo de aquella semana, Mary se hizo un poco mas amiga de Ben. Ella procuraba mostrarse cortés y amable con el jardine- ro, y a lya no le molestaba su compafifa tanto como antes. Un dia en que la nifia se presenté en el huerto por sorpresa, Ben le dijo: —Es usted como el petirrojo: nunca sé cudndo va a venir ni por dénde —y aiiadié, mirandola de arriba abajo—: Cada ver tie- ne mejor aspecto. Cuando Ilegé aqui parecia usted un cuervo des- 5S HL DARDEN sEcur plumado, pero ahora ha engordado un poco y ya no esté tan pa- liducha. —Ya sé que he engordado, porque las medias me aprietan —y de pronto Mary se giré, gritando—- jEl petirrojo ya est4 aqui! En efecto, el petirrojo acababa de llegar, y estaba més simpati- co y gracioso que nunca. Hinchaba el pecho rojo y movia las alas y la cola, como si buscara la aprobacién de Ben. Se le acercé poco a poco y, de un brinco, se posé en el mango de la pala. Ben se que- d6 quieto como si temiera que el petirrojo saliera volando, mien- tras el rostro se le contrafa de un modo muy raro. —jMenudo bribén! —dijo con la voz ronca—. Asi que has es- tado arreglandote el chalequito rojo y sacdndole brillo a las plu- mas, jeh? Ya sé por qué lo has hecho: estds cortejando a alguna jovencita y contandole mentiras para que se crea que eres el peti- rrojo més elegante de todo el paramo. Tui s{ que sabes como ga- narte ala gente... Al cabo de un minuto, el petirrojo comenzé a batir las alas y sa~ lié volando. El jardinero miré el mango de la pala como si hubiera algo magico en él, y luego siguié cavando en silencio. —Tienes jardin en tu casa? —le pregunté Mary. —No —dijo Ben—, vivo en la caseta de la entrada. —Y si tuvieras un jardin para ti solo, ;qué plantarfas en él? —Coles, patatas y cebollas, —Pero si quisieras cultivar algunas flores, ;qué plantarfas? —Flores que huelan bien, sobre todo rosas, Et rostro de Mary se iluminé. —Entonces, ;te gustan las rosas? —preguntd. —Pues si —contesté Ben arrancando unos hierbajos—, y ademés lo sé todo sobre ellas. Hace afios trabajé para una 56 sefiora que adoraba las rosas y las trataba como si fueran sus hi- jos. Hasta se agachaba para hesarlas... Pero eso fue hace mucho tiempo. — Dénde estd ella ahora? —pregunté Mary, con interés. —En el cielo, segtin el cura —dijo Ben, a regafadientes, —2Y qué pasé con los rosales? —volvié a preguntar la nifia—. sTU crees que se habran muerlo? —Eran rosales silvestres y estaban plantados en una ticrra muy fértil,' asi que seguramente habran sobrevivido. —iY ya no vas a verlos? —Oiga, desde cuando le interesan a usted las rosas? —gruiio Ben, miréndola con desconfianza—. Deje de hacerme preguntas y vayase a jugar. Ya he hablado bastante por hoy. Mary querfa saber mas cosas sobre aquella sefiora y sus rosales, pero Ben parecfa tan enfadado, que decidié dejarlo en paz. La nifia salié del huerto y, antes de ir al jardin secrelo, se pro- puso investigar un sendero flanqueado por laureles que daba a un bosquecillo. Al empujar la verja, oy6 una especie de silbido muy extrafo, y lo que vio a continuacién le parecié mas extraiio atin. Habjia un chico sentado bajo un 4rbol, con la espalda apoyada en el tronco, tocando una flauta de madera. Aparentaba unos do- ce afios y tenia la nariz respingona,” las mejillas coloradas como amapolas y los ojos mds redondos y azules que Mary habia visto nunca. Estaba rodeado de animales: sobre su cabeza, una ardilla aferrada al tronco lo observaba con atencién; bajo un arbusto, un faisin’ estiraba el cuello con curiosidad, y junto al muchacho dos 1 Una tierra fértil es aquella en la que crecen ficilmente las plantas. 2 respingona: que apunta hacia arriba. 3 Bl faisan es un ave parecida al gallo, pero més grande y con la cola muy larga. 57 EL JARDIN SECRETO conejos olfateaban el aire con sus hociquillos temblorosos. Parecia como si el chico los hubiera hechizado con la musica que arranca- baa su flauta. Al ver a Mary, levanté la mano. —No te muevas, los espantar4s —dijo en voz baja. La nifia permanecié inmévil mientras é] se incorporaba lenta- mente. Se moyia tan despacio que, en realidad, no parecia que se estuviera moviendo, pero cuando se puso de pie, la ardilla trepd por las ramas del drbol, el faisan escondié la cabeza debajo del ala y los conejos se alejaron dando saltitos. —Me llamo Dickon —dijo el chico—, y ti debes de ser Mary. Mary ya se hab{a dado cuenta de que ese muchacho solo podia ser Dickon. ;Quién sino él podria haber hechizado al faisdn y a los conejos como hacian los encantadores de la India con las serpien- tes? El chico le hablaba como si la conociera de toda la vida, pero ella no estaba acostumbrada a tratar con chicos y, como se sentia cohibida,* le habl6 con cierta frialdad. —Recibiste la carta de Martha? —le pregunté. Fl asintié, moviendo sus rizos pelirrojos, y se agaché para co- ger un paquete que habfa sobre la hierba. —He comprado una pala, un rastrillo, una carretilla, una azada y un desplantador* —dijo—. Siéntate aqui y te ensefio las semillas. —Muy bien —respondis ella. Aunque Dickon no era més que un chico rustico y sencillo del paramo, a Mary le parecié muy agradable. A medida que se acer- caba a él, noté que desprendia un aroma fresco y limpio, a hier- ba y a hojas, y tanto le gusté aquel olor que se olvid6 de su timi- 4 cohibida: cortada, tfmida, 3 La azada y el desplantador son herramientas de jardineria que sirven para cavar y remover la tierra, y arrancar rafces, hierbas y plantas, 58 dez. Se sentaron juntos bajo el arbol y Dickon se sacé de un bolsillo varios pa- quetitos, con una flor dibujada en ca- da uno, —Hay un montén de resedas* y ama- polas —explicé el chico—. La reseda huele estupendamente y, como la ama- pola, crece en cualquier lugar. Brotarén con solo lanzarles un silbido, ya verés, De repente se callé y giré la cabeza, con las mejillas encendidas. —Dénde est4 ese petirrojo? —pregunt6—. Creo que nos es- t4llamando. El gorjeo procedia de un arbusto cuajado de brillantes moras de color escarlata, y Mary sospeché que era el petirrojo de Ben, —jNos est llamando de verdad? le pregunté a Dickon, —Si —contesté el muchacho—. Es como si dijera: «Mirame, estoy aqui...», Creo que te conoce y que le caes bien. Dickon se levanté y se acercé al arbusto con cuidado, mientras silbaba como si fuera un pdjaro. El petirrojo le escuché atenta- mente durante unos instantes, y luego comenz6 a piar. —Si, le gustas —dijo Dickon, riéndose entre dientes. —jDe verdad? —le pregunté Mary con ansiedad. —Eso dice —respondié el chico—. Ademis, si no fuera asi no se acercaria tanto, porque los pdjaros son muy especiales a la hora de escoger a sus amigos. —Entonces, sentiendes lo que dicen los pajaros? —lijo Mary. 6 La reseda es una planta de hojas alargadas y flores amarillentas que despide un olor muy agradable, 60 EL ENCANTADOR DE ANIMALES: Dickon se eché a reir, abriendo mucho la boca. —Creo que si —le contesté—, He visto a muchos salir del cas- car6n.,. A veces pienso que soy un pajaro, un zorro, una ardilla o un escabarajo. E! muchacho se sent6 de nuevo bajo el arbol y volvié a hablar de las semillas. —Tengo una idea! —exclamé de pronto—. ;Qué te parece si las planto yo mismo? ;Dénde esta el jardin? Mary, nerviosa, cruzé las manos sobre el regazo. No se le habia ocurrido que Dickon pod{a querer ayudarla, y se sintié muy des- dichada, sin saber qué decir. —Tienes una parcela de tierra para ti sola, verdad? —le pre- gunté Dickon. La nifia se puso roja y él, algo confuso, insistic— 30 es que todavia no te la han dado? Mary se retorcié las manos y miré a Dickon. —Si te contara un secreto —susurré lentamente—, jcrees que podrias guardérmelo? Es muy importante, y no sé qué haria si al- guien de la casa se enterara. {Creo que me moriria! Dijo esta tiltima frase con tanta vehemencia,” que Dickon se quedé desconcertado. —Bueno, me paso todo el tiempo guardando secretos —dijo al fin con despreocupacién—. Si les contara a los otros chicos todo lo que sé, en el paramo no quedaria ni el nido de un tordo,"y... —He robado un jardin —le interrumpié Mary—. Esta aban- donado y a nadie le importa. A lo mejor esté muerto, no lo sé... jPero me da igual! Nadie tiene derecho a arrebatérmelo, porque 7 vchemencia: pasibn, ardor. 8 El tordo es un pdjaro pequefio con el cuerpecillo grueso, e! plumaje gris, el vientre blanco, y el pico negro y fino. 61 yo soy la tinica que se ha ocupado de él, Han dejado que se muera —dijo, cubriéndose la cara con las manos y rompiendo a llorar, —jVaya! —exclamé Dickon, conmovido y asombrado. —No tengo nada —solloz6 Mary—, pero el jardin lo he en- contrado yo sola. — Dénde esta? —le pregunté Dickon, —Ven conmigo y te lo ensefiaré —dijo Mary, enjugdndose las lagrimas y poniéndose en pie. Los nifios recorrieron el camino de laureles, hasta llegar al mu- ro cubierto de hiedra, Dickon se sentia como si Mary fuera a en- sefiarle el nido de algtin pajaro exético y, cuando ella levanté la cortina de hiedra, el chico se sorprendié al ver el pomo de una puerta, Luego Mary se sacé la Have del bolsillo, la introdujo en la cerradura y empujé la puerta lentamente. —Aquf esté —dijo en un tono desafiante—. Es el jardin secre- to, y yo soy la tinica persona en el mundo que quiere que viva. —Vaya! —dijo Dickon en voz baja—. {Qué sitio tan extrafio! iY qué bonito! Es como estar en un suefio. El chico miré el jardin durante unos minutos y, por fin, entrd en él. Sus ojos parectan devorarlo todo: los Arboles y las enreda- deras, la marafia que cubria los muros y la hierba, los parterres y los arriates. —Nunca pensé que verfa este lugar —murmuré. —-jHabias ofdo hablar de él? —S{ —asintié Dickon—, Martha me hablé de él hace tiempo. Solfamos preguntarnos como seria... Sin saber por qué, Mary le agarré el brazo. —jCrees que los Arboles y los rosales atin estén vivos? —pre- gunt6, cada vez més excitada. 62 WUSCANTADOR DE ANIMALES El muchacho se acercé a un arbol muy viejo que tena la cor- teza cubierta de un liquen’ grisdceo, Luego, se sacé una navaja del bolsillo e hizo una pequefia incisién en una de sus hojas. —Tendriamos que podarlos —dijo—, pero yo creo que la ma- yorfa estén vivos. Dickon comenzé a recorrer el jardin, mientras le ensefiaba a Mary cosas que a ella le parecian extraordinarias. Se pararon jun- to a un rosal y el muchacho corté una rama cuidadosamente. —jMira! —exclamé—. Ves como esté un poco verde y visco- sa?” Cuando veas una rama asf, es que esta viva, La raiz debe de estar por aqui... —prosiguid, arrodillandose en cl suelo—. Si po- damos las ramas viejas y removemos la tierra, este verano tendre- mos un montén de rosas. Fueron de arbol en arbol y de arbusto en arbusto, y, al cabo de media hora, Mary ya habia aprendido a distinguir las ramas vivas de las muertas. Cada vez que vefa una pequefia sombra verde, gri- laba de puro contento. ——jEh! —grité Dickon de pronto, sefialando uno de los parte- rres que Mary habia limpiado a conciencia—. ;Quién ha hecho eso? —He sido yo —respondié la nifia. —Pero si me has dicho que no sabfas nada de jardineria.., Ella le cont6 por qué habfa arrancado los hierbajos y Dickon la felicité por el magnifico trabajo que habfa hecho. —jVolverds para ayudarme? —le pidié Mary—. Yo haré todo lo que quieras. Puedo excavar la tierra y arrancar mas hierbajos. jLo que sea, pero vuelve, Dickon, por favor! 9 El liquen es el conjunto de hongos y algas que crece en sitios himedos; no tiene flores ni raices. 10 viscosa: pegajosa. 63 —Vendré todos los dias, llueva o haga sol —contesté él resuel- tamente—., Devolver un jardin a la vida seré lo més divertido que haya hecho nunca. —jGracias! —exclamé Mary—. 3Y qué podria hacer yo por ti? —Te diré lo que vas a hacer —dijo él, sonriendo—: comerds tanto como un cachorro de zorro, y aprenderds a hablar con el petirrojo. Me parece —afadié, mirando a su alrededor— que no quiero convertir esto en un jardin perfecto, Ser4 mas bonito si las plantas crecen a sus anchas, 3no crees? —Tienes raz6n —contest6 Mary—., Silo podamos todo, deja- r4 de parecer un jardin secreto, —Es sin duda un jardin secreto —dijo Dickon, como si estu~ viera algo confuso—, aunque tengo la sensacién de que el peti- rrojo no es el tinico que ha entrado aqui en los ultimos diez afios. —Pero... jpero eso es imposible! —replicé Mary—. La llave estaba enterrada, ;recuerdas? —Es verdad —asintié el muchacho, rascéndose la cabeza—. Qué sitio tan raro.., Parece como si alguien hubiera estado po- dando un poco por aqui y por alla durante los tiltimos diez afios... —iY cémo puede ser eso, si la puerta estaba cerrada y la llave bajo tierra? —replicé Mary. Como no encontraron ninguna explicacién, empezaron a des- pejar la tierra para plantar algunas semillas. Mary se sentfa tan a gusto que, al cabo de un rato, no pudo evitar decirle a su compa- fiero; —Sabes, Dickon? Me pareces muy simpatico. Eres la quinta persona que me cae bien. —Solo te caen bien cinco personas? —pregunté Dickon, po- niéndose de cuclillas—. sY quiénes son las otras cuatro? 64 KL JARDIN SECRETO. —Martha, tu madre —respondié Mary, contando con los de- dos—, Ben y el petirrojo. Dickon solté tal carcajada, que tuvo que taparse la boca. —Ya sé que piensas que soy raro —dijo—, pero creo que tii lo eres més atin. De todos modos, tt a mi también me caes muy bien. —iDe verdad? —pregunté Mary. — Claro! —exclamé Dickon—. ;Mucho! ¥ también al petirrojo. —Entonces ya sois dos... Cuando Jlegé la hora de comer, a Mary le cost separarse de Dickon. De repente, le embargé la sensacién de que el muchacho era un duende del bosque y desapareceria en cuanto ella se die- ra la vuelta. Dickon era demasiado bueno como para ser verdad. —Pase lo que pase no le explicards a nadie nuestro secreto, gverdad? —le rogé. Dickon la miré sonriendo. —Si fueras un tordo y me hubieras ensefiado dénde esta tu ni- do —dijo—, jcrees que se lo diria a alguien? No, jams lo harfa, asi que puedes estar tan segura como un tordo. Y, a decir verdad, Mary se sent{ia precisamente asi. 66 Podria tener un pedacito de tierra? Mary corrié tan rapido hacia la casa que, cuando Hegé al cuarto de los nifios, casi se habia quedado sin respiracién. Las mejillas le ardian y el pelo alborotado le caia sobre la frente. Martha estaba esperdndola, con la comida lista sobre la mesa. —Llega un poco tarde —observo—. ;Qué le ha pasado? —jHe conocido a Dickon! —exclamé Mary. —Ya sabia yo que vendria —dijo Martha con satisfacci6n—. ;Y qué le ha parecido? —Me parece... jme parece que es guapo! —contesté Mary, lle- vandose una cucharada de puré de patatas a la boca. —Rueno —repuso Martha, algo confusa—, es un chico estu- pendo, pero nunca hubiera dicho que es guapo. Tiene la nariz de- masiado respingona. —A mi me gusta asi —repuso Mary. —Y los ojos demasiado redondos ——-objeté Martha. —Me gusta que sus ojos sean redondos —replicé Mary—; ade- més, tienen el mismo color que el cielo del paramo. Martha sonrié como si estuviera orgullosa de su hermano. —Si, mi madre dice que los tiene asi de tanto mirar las nubes y los pajaros —dijo—. Pero jno le parece que tiene la boca muy grandc? —Me encanta su boca —contest6 Mary con un suspiro—. Ojala la mia fuese igual... 67 HL JARDIN SECRETO. —Le quedaria muy graciosa en su carita —dijo Martha, rién- dose—. Estaba convencida de que reaccionarfa as{ cuando lo co- nociera... ¥ qué, jle han gustado las semillas y las herramientas? —Si, claro, Mary tem{a que Martha fuera a hacerle alguna pregunta com- prometedora, pero por suerte no fue asi. Solo se asusté un poco cuando la criada le pregunté donde iba a plantar las flores. —Pues todavia no lo sé —contest6 Mary. —;Por qué no habla con Ben? —le sugiri6 Martha—. Seguro que le sera de més ayuda que el jardinero jefe, el engrefdo! del se- fior Roach. Ben es un poco cascarrabias, pero no es nila mitad de malo de lo que parece. El sefior Craven le deja hacer lo que quiere porque ya trabajaba aqui cuando vivia su esposa. Ben hacia refr a la sefiora y ella le tenfa mucho carifio. Bueno, y ahora que ha aca- bado de comer —prosiguié la muchacha, con el semblante re- pentinamente serio—, tengo algo que decirle. El sefior Craven ha vuelto y creo que desea verla, Mary se puso pilida. —jOh, vaya! —dijo—. Si cuando Ilegué no queria saber nada de mf... Se lo of decir a Pitcher. Bueno —explicé la criada—, la sefiora Medlock dice que es por culpa de mi madre. Se encontré con el sefior Craven en Thwaite. Mi madre nunca habia hablado con él, pero si con su mujer, asi que se atrevié a pararle. No sé qué le dijo, aunque tuvo que ser muy importante para que él quiera verla a usted antes de irse otra vez al cxtranjero. —sY cuando se va? 1 engreido: creido, vanidoso. 68 EPODREA TENER OM PROACITO DE TUnRRs —Esta misma tarde —respondié Martha—. Seguramente no regresara hasta otofio o invierno. Justo en aquel momento, entré en el cuarto la sefiora Medlock. Se habia puesto la cofia,* su mejor vestido negro y, en el cuello, un broche con un pequeiio retrato. Era una fotografia del fallecido sefior Medlock que el ama de Ilaves llevaba siempre que queria pa- recer elegante. —Va usted despeinada —le dijo a Mary con cierto nerviosis- mo—. Vaya a cepillarse el pelo. Martha, aytidala a ponerse su me- jor vestido. El sefior Craven me ha ordenado que la lleve a su cs- ludio, Mary noté que el corazén le latia con fuerza, y volvié a sentir- se feticha, arisca y cabezota. Se dio la vuclla sin contestar al ama de llaves y se dirigié a su habitacién. Estaba segura de que el sefior Craven y ella no se iban a caer bien, Ta nifia termin6 de arreglarse y la sefiora Medlock la condujo a un ala de la casa en la que nunca habja estado. El ama de llaves dio dos golpecitos a una puerta y, cuando una voz masculina murmu- r6 «Adelante», la empujé lentamente. En el salon habia un hom- bre sentado en una butaca, junto a la chimenea. —Esta es la sefiorita Mary, seftor le dijo la sefiora Medlock, —Puede retirarse —respondid él—. Ya la avisaré cuando aca- bemos. la sefiora Medlock salié y Mary se qued6 de pie, retorciéndo- se las manitas. Su tio no era un jorobado como le habia dicho Ba- sil, sino un hombre alto con los hombros algo encorvados y el pe- lo negro salpicado de mechones blancos. 2 cofia: especie de gorra que llevaban las criadas en la cabeza. 69 —Acéreate —le dijo. Ella le obedecié, mientras pensaba que su t{o no era nada feo, Incluso podria haber sido guapo si no pareciera tan afligido.’ —Estds a gusto aqui? —le pregunté el sefior Craven. —Si —contesté ella. —;Te cuidan bien? Si. El hombre se froté la frente mientras la miraba de arriba aba- jo, como si no supiera qué decirle. {Qué cara tan triste tenia! Sus negtos ojos parecian concentrados en algo que solo él podia ver. —Fstés muy delgada —dijo. —n realidad, estoy engordando —replicé Mary. —Me olvidé de ti. Tenfa la intenci6n de contratar a una institu- triz o una nifiera, pero no me acordé de hacerlo. —Por favor... —empez6 a decir Mary—, por favor... De pronto, se le habia hecho un nudo en la garganta que le im- pedia hablar, pero su tfo le pidié que continuara. —Soy demasiado mayor para que me cuide una nifiera —con- siguid decir—. Y, por favor, no me ponga todavia una institutriz. —Eso mismo me aconsejé la sefiora Sowerby —mascullé él. —iEs... es la madre de Martha? —balbucié Mary; como vio que el sefior Craven asentia, se armé de valor y continué—: Co- noce muy bien a los nifios, porque ella tiene doce. —Y entonces, jqué te gustaria hacer? —pregunté él. —Me gustaria seguir jugando al aire libre —respondié Mary, esforzandose por controlar el temblor de su voz—. Me sienta muy bien, por eso estoy engordando. 3 afligido: muy triste y apenado. 70 oRETO BL JARDIN S —La sefiora Sowerby dijo que debes ponerte fuerte antes de comenzar las clases —dijo el hombre—. :Y donde juegas? —Por todas partes —contesté Mary—. La madre de Martha me regalé una comba, asf que salto y corro y... Pero de verdad que no molesto a nadie. —No te asustes —dijo el sefior Craven con preocupacién—. {Una nifia como td no puede molestar a nadie! Puedes hacer lo que quieras. —De verdad? —pregunté Mary con voz temblorosa. — Deja de poner esa cara de miedo! —exclamé su tio—. ;Pues claro que puedes! Soy tu tutor y quiero que te sientas a gusto, La sefiora Medlock se encargar4 de que no te falte nada. ;Hay algo que desees en especial? ;Juguetes, libros, mufiecas...? —4Podria... —dijo Mary temblando—, podria tener un peda- cito de tierra? —Tierra? —repiti6 el sefior Craven—. ;Qué quieres decir? —Me gustaria tener un pedacito de tierra para plantar semillas y cultivar plantas y flores... —balbucié Mary. Su tio se la quedé mirando, —;Tanto te interesa la jardinerfa? —le pregunt6 muy despacio. —En la India no —dijo Mary—, porque siempre estaba enfer- ma y cansada, pero aqui si me interesa. El sefior Craven se levant6 y comenzé a deambular por la es- tancia. «Un pedazo de tierra», susurr6, y Mary se dio cuenta de que sus palabras le habfan trafdo algtin viejo recuerdo. Cuando su tfo volvié a mirarla, sus ojos oscuros estaban Ilenos de ternura. —Me has recordado a alguien que amaba la tierra y las flores —dijo, esbozando algo que se asemejaba a una sonrisa—. Puedes tener toda la tierra que quieras, pequefia. Cuando veas la que te 72 BPOHIRLA NM UN Pero DE LIES guste, tomala y dale vida. Y ahora puedes irte —concluyé, mien- tras tocaba una campanilla. El ama de llaves tard6 tan poco en llegar, que Mary pensé que se habia quedado escuchando detrés de la puerta. El sefior Cra- ven le ordené que alimentase bien a Mary y Ja dejara jugar a su ai- re todo lo que quisiese. La seiiura Medlock se sintié aliviada al oir- lo, pues no le gustaba tener que estar pendiente de ninguna niiia, y menos atin de aquella. Al llegar a su habitacién, Mary se puso el abrigo, el sombrero y las botas, y salié corriendo hacia el jardin, ‘lenia la esperanza de encontrar a Dickon, pero el muchacho ya se habia ido. Solo que- daba el petirrojo, que la miraba desde un pequeiio Arbol. —Se ha ido —musité Mary con tristeza—. ;Y si en realidad no era mas que un duende del bosque? Pero de repente vio algo de color blanco en el arbol donde es- taba el petirrojo. Era un trozo de papel clavado en una espina, y Mary supo que Dickon lo habja deja- do all para clla. En el papel habia una frase torpemen- his te escrita y un dibujo. Al principio no lo enten- did, pero luego vio que 4 oe cra un nido con un pa- jaro dentro y que deba- ry jo ponia: «Wolveré». 73 La casa mas rara del mundo Mary estaba tan cansada, que aquella noche se fue a dormir muy pronto. Sin embargo, comenzé a llover a cdntaros y no pudo con- ciliar el suefio. El repiqueteo de las gotas en el cristal de la ventana Ja desvelé, y el aullido del viento, que se paseaba libremente por todos los rincones del viejo caserén, le hizo sentirse irritada. «La Iluvia es tan cabezota como lo era yo», se dijo, «y solo quiere fas- tidiarme». Llevaba una hora despierta, dando vueltas en la cama, cuando un sonido familiar le hizo incorporarse bruscamente. —£so no es el viento, es el llanto misterioso que ya he ofdo otras veces —susurré, mirando hacia la puerta—. Voy a averiguar quién llora. {Me da igual lo que diga la sefiora Medlock! Asi que tomé la vela de la mesilla de noche y salié de la habi- tacién sin hacer ruido. El pasillo estaba muy oscuro, pero no te- nfa miedo, Recordaba el camino que habfa seguido hasta llegar a la puerta oculta por el tapiz, y lo recorrié a tientas, bajo la tenue! Juz dela vela, mientras el coraz6n le latfa con tanta fuerza que casi podia ofrlo. Cuando no sabia qué pasillo debia tomar, escuchaba atentamente de dénde procedia el llanto, y as{ consiguié llegar ala puerta del tapiz, La abrié con delicadeza y entré en la habitacién. Era espaciosa, y estaba decorada con muebles antiguos y muy bonitos, En el centro, habfa una majestuosa’ cama con cuatro co- 1 atientas: tocando o palpando algo para orientarses tenue: débil. 2 majestuosa: Iujosa, elegante, vid PA CASA MAS Nt DE ALG TD lumnas de madera tallada, Un nifio lloraba desconsoladamente tras las cortinas. Tenia el rostro del color del marfil, unas faccio- nes delicadas y angulosas, y unos ojos enormes y extrafios que pa- recfan demasiado grandes para él. Una espesa mata de pelo negro le caia sobre la frente y le empequenecia atin mas la cara. Mary se pregunté si la hermosa habitacién y el nifio eran reales, 0 si, por el contrario, estaba sofiando sin saberlo. Cruzé la habitacién lenta- mente, con la vela en la mano, y el chico la miré, — i Quién eres? —susurr6, asustado—. jEres un fantasma? —No, no soy ningtin fantasma —le contesté Mary, que tam- bién se encontraba algo asustada—. 3Y tui? —Yo tampoco —dijo cl chico—. Me llamo Colin Craven. —Y yo Mary Lennox, El sefior Craven es mi tfo. —Y mi padre —repuso Colin, —;Tu padre? —exclamé Mary—. jYo no sabia que tenia un hi- jo! ,Por qué no me lo han dicho? —Acércate —le ordend Colin, clavando en ella sus enormes ojos grises. Mary se acercé a la cama y él le agarré un pliegue del camisén. —Fres real, jverdad? —le pregunté. —Si, claro —dijo ella—. Si quieres te pellizco para que te lo creas. Al principio, yo también pensaba que estaba sofiando. —sY de dénde vienes? —De mi habitacién, al otro lado de la casa —contest6 Mary—. Ta luvia y el viento no me dejaban dormir, of que alguien lloraba y quise saber quién era. ;Por qué llorabas? —Porque yo tampoco podia dormir y me dolia la cabeza. —sY por qué no te han dicho que vivo aqu{? —pregunté Mary con extrafieza, Hh JARDIN SrORETo —Supongo que porque no quiero ver a nadie ni que nadie me vea a mi. Siempre estoy enfermo y quizé me convierta en un joro- bado. Pero me parece que me moriré antes, —jEsta es la casa mds rara del mundo! —exclamé Mary—. Aqui solo hay secretos... ;Te obligan a estar encerrado? —No —respondié Colin—, Vivo en esta habitacién porque quiero. Ya te he dicho que no me gusta ver a nadie. De hecho, mi padre solo viene cuando estoy dormido, —Por qué? —Mi madre murié al poco de nacer yo —explicé Colin, frun- ciendo el cefio—. Me parezco mucho a ella, y mi padre se entris- tece al verme. Fl cree que yo no me doy cuenta, pero se lo he ofdo decir a los criados, En realidad, yo creo que me odia. —sY nunca sales de tu habitacién? —No —contesté el chico—, Cuando era mas pequefio, a veces me llevaban a la playa, pero la gente se me quedaba mirando. La en- fermera me ponfa un aparato de hierro en la espalda para endere- z4rmela, hasta que un doctor muy importante de Londres dijo que era un cacharro inutil, que me lo quitaran y me sacaran al aire libre. Melo quitaron, pero, como odio que me dé el aire, no salgo de aqui. —Yo tampoco lo soportaba cuando llegué —dijo Mary, y, des- pués de pensar durante unos instantes, afiadi6—: Si no quieres que te vea nadie, igual te molesta que yo esté aqui. Colin todavia tenfa el pliegue del camis6n de Mary en la mano, y le dio un pequefio tirén. —No, no quiero que te vayas —contest6—. Silo hicieras, luego pensaria que no eres més que un suefio, Siéntate en ese taburete. Mary le obedecis, intrigada, y Colin empezé a hacerle pregun- tas. Deseaba averiguar dénde vivia antes de llegar a Misselthwai- 76 EL JARDIN SPCRETO te y si le disgustaba tanto el paramo como a él. Mary le contesté mientras él escuchaba atentamente, recostado en la cama. A su vez, ella se enteré de que Colin pasaba el tiempo leyendo y mirando las ilustraciones de los espléndidos libros que le compraba su padre. —1Cuantos afios tienes? —le pregunté Colin de repente. —Casi diez —contest6 Mary—, igual que tu. —i¥ cémo sabes la edad que tengo yo? —dijo él, sorprendido. —Cuando tt naciste, tu padre cerré la puerta del jardin secre- toy enterré la llave —contesté Mary—. Y de eso hace diez afios. Colin se incorpor6, apoyandose en sus codos. —iUn jardin secreto? —pregunté, interesado—. ;De qué jar- din hablas? —Del.., del jardin que mandé cerrar tu padre —contest6 Ma- ry,un poco nerviosa—, Tu madre pasaba mucho tiempo en él y se murié después de caerse de un drbol. Por eso lo odia. —No tenfa ni idea... —musité Colin—. ;¥ cémo es? —No lo sé, nadie ha estado alli en los uiltimos diez afios —res- pondié Mary con prudencia. Sin embargo, se dio cuenta de que habfa hablado demasiado, porque Colin comenz6 a atosigarla con ms preguntas. ;Dénde estaba el jardin? ;Habia buscado ella la puerta? ;Por qué no le ha- bfa preguntado a los jardineros? —Ellos no me dirén nada —respondié Mary—, porque tu pa- dre les prohibié hablar de ese tema. —Yo les obligaré a decir dénde esta —afirmé Colin—. En esta casa todo el mundo tiene que hacer lo que yo quiera. Mary pens6 que Colin era un nifio muy consentido, sin darse cuenta de que ella también lo habfa sido, Sin embargo, lo que mas le preocupaba era que Colin se obsesionara con el jardin. 78 LA CASA MAS WAKA DEL ALONDO — iY de verdad crees que vas a morirte pronto? —pregunté, en parte por curiosidad, en parte para cambiar de tema, —Creo que si —dijo Colin con indiferencia—. Al menos eso dice todo el mundo, El médico que me atiende ahora cs primo de mi padre. Es pobre y, si yo me muriera, é] acabaria heredando Misselthwaite. Asi que creo que le interesa que me muera. —Y tii, squieres vivir? —Creo que no —contest6 él, como si el tema le aburriese—, aunque tampoco quiero morirme... Pero hablemos del jardin. ;Te gustaria verlo? —Si —murmuré Mary, preocupada porque su téctica no ha- bia funcionado. —A mi también —insistio Colin con entusiasmo—. Les obli- garé a que encuentren [a llave y abran la puerta. Luego me llevardn hasta alli, en mi silla de ruedas. /Y te dejaré venir conmigo! Mary se retorcié las manos, angustiada. ;Todo el mundo iba a descubrir su secreto! Nunca volveria a sentirse como un tordo, a salvo en su nido. —jOh, no, por favor, no lo hagas! —suplicd. Colin la miré como si se hubiera vuelto loca. —;Por qué no? —exclamé—. Pero si acabas de decirme que quieres verlo... —Es cierto —respondié Mary—, pero si se lo cuentas a todo el mundo dejar de ser un jardin secreto, ;no lo entiendes? Mira, yo misma podria buscar la lave y la puerta. Luego te diria donde es- teljardin e irfamos a jugar alli, in que nadie se enterara. No ves que seria mAs bonito si fuera un secreto? —Si —reconocié Colin—, tienes raz6n... Y cémo crees que sera? 79 —Pues yo creo que, como ha perma- necido cerrado tanto tiempo, debe de estar bastante descuidado —dijo Mary con alivio. Y le describié la hiedra y los rosales, los bulbos y los brotes; incluso le hablé del petirrojo, aunque sin decirle en nin- gan momento que existia de verdad. —Yo también te voy a contar un se- creto —dijo de pronto Colin—. 3Ves esa cortina de seda rosa que cuelga allf, so- bre la repisa de la chimenea? Al lado hay un cordén. Tira de él, Mary se levant6, algo desconcertada, y tiré del cordén. La cortina se desliz6 y aparecié el retrato de una muchacha de rostro risuefio. Tenia el pelo brillante, recogido con un lazo azul, y sus ojos se parecfan a los de Colin, aunque eran mu- cho mas alegres. —Es mi madre —dijo Colin en voz baja—. No entiendo por qué tuvo que morir. A veces la odio por haberse muer- to. Creo que, si ella estuviera viva, yo no me habria pasado toda mi vida enfer- mo. Vuelve a correr la cortina. Mary le obedeci6. —Es guapisima —dijo—, y tenéis los mismos ojos. ;Por qué tapas el retrato? LA CAA WAS AKA DEL MUNDO —Ordené que pusieran una cortina porque me molesta ver co- mo me observa —respondié Colin, agiténdose como si estuvie- ra incémodo—. Sonrie demasiado, y yo siempre estoy triste. Ade- mis, es mi madre y no quiero que nadie la vea. Guardaron silencio durante un rato y, al fin, Mary le pregunté: —jQué haria la sefiora Medlock si supiera que he estado aqui? —Haria lo que yo le dijera —contesté Colin—. Y yo le diria que quiero que vengas aqui todos los dias. Me alegra que hayas ve- nido, —Yo también me alegro, pero no sé si podré venir todos los dias —repuso ella—. Tengo... tengo que buscar la llave del jardin. —Es verdad —dijo Colin, y afiadi6—: sSabes qué? Creo que tu también vas a ser un secreto. No le diré a nadie que te conozco. Bueno, a casi nadie... ;Conoces a Martha? —Si—asintié Mary—, es quien me cuida. ——Pues Martha se encargard de decirte cudndo tienes que venir. En aquel momento, Mary comprendié el motivo por el que Martha se inquietaba tanto cuando le preguntaba por los Ilantos. —Lleva mucho rato aqui —dijo—. ;Te importa que me vaya? —Me gustaria dormirme antes —respondié él con timidez. —Cierra los ojos —le pidié Mary, compadecida—. ‘le acaricia- ré la mano y te cantaré una cancién en voz baja, como me hacia mi aya en la India, Mary le tomé la mano y empezé a cantar, hasta que las largas pestafias de Colin se cerraron pesadamente. Entonces la nifia se levanté con mucho sigilo, tomé la vela y salié de la habitacion sin hacer ruido. 81 El joven raja A Ja majiana siguiente, Mary se levanté muy tarde porque esta- ba cansada, De todos modos, tuvo que quedarse en casa, pues- to que seguia lloviendo a cantaros. Por la tarde, le pidié a Martha que fuera a su cuarto, y la criada aparecié con su labor de costura,’ —Martha —le dijo—, ya he descubierto de donde salen aque- los Ilantos. La muchacha dejé caer las agujas en el regazo y se la qued6 mi- rando, asustada. —Anoche los of —continué Mary—, me levanté de la cama y descubri de dénde procedian. He conocido a Colin. —Sefiorita Mary —dijo Martha, rompiendo a llorar—, jno de- beria haberlo hecho! Me va a meter usted en un Ifo,.. Me despedi- ran y, entonces, ;qué ser4 de mi madre? -—No vas a perder tu trabajo —repuso la nifia—, Colin y yo nos hemos hecho amigos, y le caigo muy bien, — Esta segura? —le pregunt6 Martha con incredulidad, enju- gandose las lagrimas—., Usted no sabe cémo se pone el sefiorito Colin cuando se enfada... Para tranquilizarla, Mary le conté cémo habia sido su encuen- tro con Colin, Martha se qued6é boquiabierta.? 1 labor de costura: pieza de tela que se esté cosiendo o bordando. 2 boquiabierta: sorprendida, pasmada. 82 EE JOVEN RATA —Qué raro que no le diera uno de sus berrinches...? —dijo—. Odia que lo miren los desconocidos. —Pues a mi si que me dejé mirarlo —replicé Mary—. Mira, Martha, no te preocupes, porque Colin no va a contarle nada a su enfermera nia la sefiora Medlock. Dice que de momento sera nuestro secreto. Y también dice que todo ¢l mundo tiene que ha- cer lo que él mande, Quiere que yo vaya a visitarlo todos los dias, y que tui me avises cuando él te lo diga. —3Yo? —exclamé la muchacha—. Pero ;cémo voy a hacer eso? —Tu haz lo que él te diga, y conservards tu trabajo —le acon- sej6 Mary—. Ademis, ya te he dicho que yo le caigo muy bien. —jDebe de haberle hechizado! jEs un chico malfsimo! —Colin dice que siempre estd enfermo —dijo Mary—. ;Qué le pasa exactamente? —Nadie lo sabe con certeza —explicé Martha—. Al poco de nacer él, la setora Craven fallecié y el sefior perdié la ravén. No queria ni mirar al nifio, No paraba de desvariar y repetia sin cesar que el nifio acabaria convirtiéndose en un jorobado como él y que Jo mejor seria que se muriera. ‘ —;Colin es un jorobado? —pregunté Mary con extrafieza—. Amino me lo parece. —Todavia no —dijo la criada—, pero cuando era un bebé los médicos dijeron que quiz4 tuviera problemas en la espalda. Por eso siempre esté en la cama. —Es un poco caprichoso, ;verdad? —jEs el chico més malo que conozco! —exclamé Martha—. No diré que no haya estado enfermo, porque ha pillado varios res- 3 berrinche: rabieta, enfado muy intenso y escandaloso de corta duracién. 83 EL JARDIN SECRETO friados. Una vez cogié la fiebre reumética‘ y la sefiora Medlock se asusté mucho. ;Si hasta pens6 que se iba a morir...! —iY tit qué crees? —pregunté Mary. —Bueno, mi madre dice que no es bueno que un nifio viva en- cerrado todo el dia —dijo Martha—. El sefiorito Colin no est4 acos- tumbrado al aire fresco y, en cuanto sale, se resfria. Una tarde lo llevaron a ver los rosales que hay junto a la fuente. Empez6 a es- tornudar y, como acababa de leer algo sobre la fiebre del heno,’ se Je metié en la cabeza que la habia cogido. Un jardinero se lo que- d6 mirando con curiosidad, y el sefiorito Colin tuvo un ataque de nervios y se puso a gritar que le estaba saliendo una joroba. Se pa- 86 toda la noche enfermo. En aquel momento, soné una campanilla y Martha salié del cuarto. Regresé al cabo de diez minutos con cara de perplejidad. —jVaya si lo ha hechizado! —exclamé—. El sefiorito Colin es- td sentado en el sofa, con uno de sus libros, y me ha dicho: «Quie- ro que venga aqui Mary Lennox. Y recuerda que no puedes decir- selo a nadie». Lo mejor ser4 que vaya usted a verlo cuanto antes. Yo estaré en el cuarto de al lado. Mary se dirigié a la habitacién de Colin. A la luz del dia, la es- tancia le parecié atin més bonita. En la chimenea crepitaba‘ ale- gremente el fuego, el suelo estaba cubierto por alfombras de vivos colores, y los tapices, retratos y libros de las paredes hacian de la habitacidn un lugar muy célido y acogedor. Colin, vestido con un batin de terciopelo, estaba en el sofa, recostado en un cojin. 4 La fiebre reumética es una enfermedad que provoca fiebre y dolor en las arti- culaciones, y puede afectar al corazén, 5 Lafiebre del heno es un tipo de alergia al polen. 6 crepitar: crujir, chisporrotear. 84 FL. FARDIN SEGRETO . —Entra —dijo—. He estado pensando en ti toda la mafiana. —Yo también he pensado en ti —respondié Mary—. No sa- 7 bes lo asustada que est4 Martha... Cree que la sefiora Medlock va a despedirla. —Dile a Martha que venga —le ordend Colin. Mary fue a buscarla y volvié con ella. La pobre criada tembla- ba de miedo, —jVerdad que tienes que hacer lo que yo te diga? —le pregun- 16 Colin. ° —Si, sefiorito —contesté Martha, ruborizindose,’ —sY la sefiora Medlock? —insistié Colin. —También. Todos debemos hacer lo que usted diga. —Entonces, ;c6mo va a despedirte la sefiora Medlock si yo no quiero? —Por favor —suplicé Martha—, no deje que se entere... —Sia la sefiora Medlock se le ocurre decirte algo, la despediré a ella —sentencié Colin—. Yo me encargaré de que no te pase na- da, Ahora retirate, e Cuando Martha abandoné la habitacién, Colin se dio cuenta de que Mary lo miraba como si estuviera aténita.* — Por qué me miras asi? —pregunto—. ;En qué piensas? Mary se senté en el taburete y le dijo: —Una vez vi a un raja’ en la India. Era un nifio pequefio, pero en sus ropas relucfan los rubies, las esmeraldas y los diamante." 7 ruborizarse: ponerse muy colorado. 8 atonita: sorprendida, perpleja. 9 rajé: en la India, ‘principe. 10 El rubf, la esmeralda y el diamante son piedras preciosas que se emplean en joyeria. Se dirigia a sus criados como le has hablado Li a Martha, Todo el mundo tenia que hacer lo que él ordenase, y creo que si alguien le hubiese desobedecido, lo habrfa matado... También estaba pen- sando en lo distintos que sois ti y Dickon. —iVaya nombre més raro! —dijo Colin—. sQuién es Dickon? Mary le explicé que Dickon era el hermano de Martha y que, aunque solo tenfa doce afios, parecia un encantador de serpientes. Colin tomé uno de sus libros ilustrados y comenz6 a pasar las pa- ginas con ansiedad. . —Mira —le dijo, sefialando una de las ilustraciones—, aqui tienes a uno de esos encantadores de serpientes. 3Ese tal Dickon puede hacer esto? —Bueno, él toca la flauta y los animales lo escuchan —-explic6 Mary—, aunque creo que no tiene nada de magico. Simplemen- te, a Dickon le encanta el paramo y conoce muy bien a todos los animales. —;Que le encanta el péramo? —exclamé Colin—. Pero si es un lugar deprimente... . —jEs un lugar maravilloso! —repuso Mary—. ‘En cl paramo crecen miles de plantas, y los animales se pasan el dia construyen- do sus nidos y madrigueras, piandosc y silbandose los unos a los otros. Dickon me lo ha contado, y pienso verlo algtin dia con mis propios ojos. —Yo nunca podré ir al paramo —dijo Colin. —iY por qué no? —replicé Mary. —jPorque me voy a morir! —exclamé el chico. —iCémo lo sabes? —pregunté Mary con irritacién. No sopor- taba la manera en que Colin hablaba de ese asunto, como si presu- miera de que iba a morirse. —Llevo toda la vida oyéndolo —respondio el chico, enfada- do—. Cuchichean a mis espaldas y se creen que no me entero... Y, ademés, quieren que me muera. —Si alguien quisiera que yo me muriera, viviria el triple de afios solo para fastidiarlo —dijo Mary tercamente—. Pero jquién va a querer que te mueras? —Los criados y el doctor Craven. Y mi padre también. —No creo que tu padre quiera eso —repuso Mary. —jNo lo crees? —le pregunté Colin. 88 —No —dijo Mary con vehemencia—. Y tienes que dejar de decir que vas a morirte, no me gusta nada. Hablemos de algo di- vertido. ;Te voy a contar mas cosas sobre Dickon! A Mary no se le podria haber ocurrido una idea mejor. Le ha- bl6 a Colin de la comba y del jardinero Ben, de la casita del para- mo donde vivian los doce hijos de la sefiora Sowerby y de los bul- bos que habfa plantado Dickon en su jardin. Y los dos empezaron a reirse como hacen los nifios cuando estan alegres. —;Sabes'lo que se me acaba de ocurrir? —dijo Colin de pron- to—. {Que somos primos! Les parecié tan extrafio no haber reparado en ello antes, que se rieron con més ganas atin. Pero de repente, en plena diversién, se abrié la puerta y aparecieron el doctor Craven y la sefiora Medlock, Al ver a Colin riéndose, el doctor se sobresalté y chocé sin querer con el ama de llaves, que a punto estuvo de caerse de espaldas. 89 —jSanto cielo! ~exclamé la mujer, abriendo los ojos de par en par—. ;Qué esta pasando aqui? —Esta es mi prima, Mary Lennox —dijo Colin—. Le pedi que viniera porque me parece muy simpatica. Vendrd siempre que yo quiera. El médico miré con un gesto de reproche a la sefiora Medlock, —Oh, sefiorito Colin —gimi el ama de Ilaves—, no entiendo c6mo ha podido pasar. Los criados tienen érdenes expresas de no hablar de usted... —Nadie le ha hablado a Mary de mi —le interrumpié Colin—. Me encontré ella sola y yo estoy contento de que lo hiciera, asi que no sea ridicula, sefiora Medlock. El doctor Craven se senté junto a Colin y le tomé el pulso. —Me temo que estés demasiado nervioso —le dijo. —Creo que si Mary deja de venir, me pondré mis nervioso atin —repuso Colin con un brillo inquietante en la mirada—. Lo cier- to es que me encuentro mucho mejor gracias a ella, Ah, sefiora Medlock, que la enfermera nos traiga el té. Lo tomaremos juntos. El ama de Ilaves y el doctor Craven sc miraron con asombro, conscientes de que no tenian més remedio que obedecer a Colin. Salieron del cuarto y la sefiora Medlock le pidié a la enfermera, no sin resignacién, que les sirviera el té a los niftos, Cuando la enfer- mera les llev6 la bandeja, Colin le dijo a Mary: —Siempre me estén dando la lata para que coma, aunque a mi nunca me apetece. Pero si ti comes algo, yo también lo haré. Es- tos bollitos recién hechos no tienen mala pinta. Y ahora, cuénta- me mis cosas sobre los rajas. 90 Un buen berrinche Liovié sin cesar durante toda la semana, de modo que Mary tuvo que quedarse en casa. Sin embargo, no se aburrié ni un solo ins- tante. Pasaba muchas horas en la habitacién de Colin, hablando con él de rajas, del paramo y de Dickon, y leyendo los hermosos libros que el sefior Craven le enviaba a su hijo. Mary fue muy dis- creta con respecto al jardin porque, antes de revelarle a Colin su secreto, querfa estar totalmente segura de que podfa confiar en él. —Por qué te enfadas cuando te miran? —le pregunté un dfa. —Siempre he odiado que me miren —respondié Colin—. Cuan- do era pequefio y me llevaban a la playa, las sefioras se ponfan a cuchichear con la enfermera, y a veces me acariciaban la mejilla y decfan: «jPobrecito». Asi que una vez le mordi el dedo a una se- fiora, Se asusté tanto, que salié corriendo. 7 —Seguro que pensé que te habfas vuelto loco... —dijo Mary—. Y si te mirara un chico, ;también te enfadarias? —Bueno —dijo Colin muy despacio—, si fuera Dickon no creo que me molestara. Si a los pajaros y las ardillas no les importa que él los mire, spor qué iba a molestarme a m{? Dickon es una especie de encantador de animales y yo soy un nifio-animal, sno? Los dos se echaron a refr, porque les hacia mucha gracia imagi- narse a un nifio escondido en una madriguera, como si fuera un zorro, y Mary empez6 a pensar que quiz4 no fuera descabellado contarle su secreto a Colin. gq UN BUEN BERRINGIE El primer dfa en que el cielo recuperé su color azul, Mary se desperté muy temprano. Los rayos de sol penetraron en su habi- tacién a través de las persianas, y la nifia se levanté de un brinco. Fue hacia la ventana, la abrié y respiré el aire fresco del paramo. Se ofa un sonido delicado, como si una orquesta de p4jaros estu- viese afinando sus instrumentos musicales antes de un concierto. —jNo puedo esperar m4s! —dijo—. ;Tengo que ir al jardin! Se vistié y bajé velozmente las escaleras. Abrié la puerta y co- rrié por el sendero, maravillada de lo mucho que habfan cambia- do los jardines. La hierba parecia més verde, las flores despuntaban en los macizos,’ y aqui y alla relucian destellos violetas y amarillos. Pero, al Ile- gar al jardin, la sobresalté un ruido muy extrafio, Era el graznido de un cuervo de plumas negras y brillantes que la miraba con desconfianza desde lo alto del mu- ro. El cuervo desplegé las alas y cruz6 volando el jardin, y solo en- tonces Mary se atrevié a apartar la cortina de hiedra, meter la Ila~ ve en la cerradura y abrir la puerta, El pajaro estaba posado en un pequefio manzano, y a los pies del 4rbol habfa un animalito de pe- Jo rojizo con la cola muy peluda. Los dos miraban a Dickon, que estaba arrancando hierbajos con ahinco. —jDickon! jDickon! —grit6 Mary, mientras corria hacia l—. Qué haces aqui tan temprano? ;Pero si acaba de salir el sol! El chico se puso de pie, riéndose con aquellos ojos tan pareci- dos a un pedacito de cielo, —jBah, me he levantado mucho antes que el sol! —dijo—. 3Cémo iba a quedarme en la cama con el dfa que hace? He venido 1 macizo: plantas y flores de una misma clase que se siembran juntas, 2. con ahinco: con esfuerzo y dedicacién. 93 EL JARDIN SECRELO: corriendo hasta aqut y he saltado el muro, porque tenfa la sensa- cién de que el jardin me estaba esperando. El cuervo descendié del arbol y se posé mansamente en el hombro de Dickon, mientras el animalito de pelo rojizo también se le acercaba. —Es un cachorro de zorro; se llama «Capitan» —explicé Dic- kon, acariciandole la cabecita—. Y este otro —prosiguid, sefialan- do al cuervo— es «Hollin».’ Los dos han venido conmigo hasta aqui, uno volando y cl otro correteando por el paramo. Los animales no parecian temer a Mary, que comenzé6 a reco- rrer el jardin, Se detuvo junto a un macizo de azafranes violeta, naranja y dorado, y se agaché para besarlo. —Es dificil besar a una persona —susurré—, pero con las flo- res es distinto. Dickon se la quedé mirando, algo extrafiado, pero dijo al fin: —Bueno, yo he besado muchas veces asi a mi madre... Pasaron la mafiana yendo de un lado a otro, examinando los rosales y los brotes que asomaban por el mantillo.* Cavaron aguje- ros, arrancaron més hierbajos y se rieron muy bajito, embelesados con los prodigios de la primavera. Luego, mientras descansaban un rato, Mary decidié hablarle a Dickon de Colin. Al principio, el chico parecié sorprendido al ofrla, pero luego puso cara de alivio. —Me alegra que hayas conocido a Colin —dijo—. Me habian dicho que no te hablara de él, y a mi no me gusta tener nada que ocultar, —;Tampoco te gusta ocultar lo del jardin? —Ic pregunté Mary. 3 hollin: polvo negro que aparece cuando se quema algo, 4 Fl mantillo es la capa terrosa que se forma a causa de la descomposicién de hojas, ramas ¢ insectos muertos. 94 EL JARDIN SECRETO —Eso no me importa esconderlo, aunque a mi madre sf se lo he explicado. Cuando se lo dije, me contesté: «Hijo, puedes tener todos los secretos que quieras. Hace doce afios que te conozco». El zorro estaba tumbado a su lado y alargé el cuello para que Dickon lo acariciara. Cuando descubriste el jardin —dijo el chico, acariciando- Jo suavemente—, todo tenia un aspecto gris y apagado. Y ahora, el muro est cada vez mas verde... jSabes lo que creo? —prosi- guid—. Deberiamos animar a Colin a que venga aqui. Martha di- ce que se pasa Lodo el dia en Ja cara, pensando en enfermedades y cosas tristes, y yo creo que, si viniera al jardin, se sentirfa mejor. —£so mismo pienso yo —dijo Mary. Como se habfa hecho tarde, Mary se despidié de Dickon, no sin antes prometerle que volverfa después de comer. Cuando lleg6 acasa, Martha estaba esperdndola, y le dijo que Colin queria verla. —Dile que hoy no puedo ir —respondié Mary—. Tengo mu- cho que hacer en mi jardin. —Pero, sefiorita Mary —repuso Martha, alarmada—, se pon- dra de muy mal humor cuando se lo diga. Sin embargo, Mary no le tenfa ningtin miedo a Colin, asi que le repitié a la muchacha que no podfa quedarse y, después de co- mer algo apresuradamente, volvié al jardin. Trabajé con Dickon sin parar durante toda la tarde, y solo se detuvieron cuando el sol empezé a ponerse. —Como majiana hard buen tiempo —dijo Dickon—, vendré al amanecer. —Yo también —contesté Mary. Y regres6 a casa a todo correr. Mary tenfa muchas ganas de ha- blatle a Colin de «Hollin» y «Capitan», porque sabia que le gus- 96 _ aa UN BUEN BERKANCT tarian; pero, al entrar en su cuarto, Martha estaba esperandola de nuevo, esta vez con una expresién tensa en el rostro. —jQué ocurre? —le pregunté—. ;Qué dijo Colin cuando le explicaste que no podfa ir a verlo? —Bueno —respondié Martha—, ojala hubiera ido usted a ver- lo... Se ha pasado todo el dia mirando el reloj, y ha estado a pun- to de tener uno de sus berrinches. Mary apreté los labios, No era una nifla compasiva ni estaba acostumbrada a preocuparse por los demas, de modo que no en- tendia por qué un chico con tal mal genio como Colin debia en- trometerse en las cosas que més le gustaban a ella, Aun asf, se di- rigié a la habitacién de su primo para hablar con él. Colin estaba tumbado en la cama. —;Por qué no te has levantado hoy? —le pregunt6 Mary. —Me levanté esta mafiana porque crefa que ibas a venir —con- testé Colin sin mirarla—, pero por la tarde le pedi a la enfermera que me trajera a la cama. Me duelen mucho la espalda y la cabeza, y estoy muy cansado. :Por qué no has venido a verme? —Estaba trabajando en mi parcela de tierra con Dickon —res- pondié Mary. —Si vuelves a irte con él en lugar de venir a hablar conmigo —di- jo Colin, mirandola por fin—, le prohibiré que se acerque a la ca- sa y a los jardines, —~Y si haces eso —replicé Mary, mientras notaba como la ra- bia se apoderaba de ella—, jnunca més vendré a verte! —Te obligaré a venir —dijo Colin—. jHaré que te traigan a rastras! -—jHazlo, sefior raja! —grité Mary—. Aunque me obliguen a venir aqui, no diré ni una palabra. {Ni siquiera pienso mirarte! 7 —jEres una egoista! —exclamé Colin. —Y tu? —respondié la nita—. Tu eres mucho més egoista que yo. {Eres la persona mas egoista que conozco! — No es verdad! —le solté Colin—. No soy tan egofsta como tu fantastico Dickon, que te entretiene jugando en Ja tierra cuan- do sabe que yo estoy completamente solo. —j(Dickon es maravilloso! —grité Mary con una furia inconte- nible—. Es... jes un angel! —jMenudo angel! —respondié Colin con desdén—. jPero si no es mas que un vulgar chico del paramo! —j(Dickon es mucho mejor que un vulgar raja! —replicé Ma- ry—. jEs mil veces mejor que ti! Colin le dio la espalda a Mary y cerré los ojos, mientras las lé- grimas le corrian por las mejillas. —Yo no soy tan egoista como tt —solloz6—, porque estoy siempre enfermo y tengo un bulto en la espalda. Y ademas voy a morirme muy pronto. —(No vas a morirte! —le dijo Mary sin ninguna compasién—. Fso lo dices para dar pena y que la gente se sienta mal. jEres re- pugnante! El chico abrié los ojos. Estaba furioso, porque nunca le habian dicho algo asi ni le habian hablado en aquel tono. —jFuera de aqui! —le grité a Mary, lanzandole su almohada. —Si, me voy —respondié la nifia—, jy no pienso volver! Iba a contarte un montén de cosas bonitas, pero ahora no pienso decir- te nada, Mary se fue a su habitacién. Se sentfa enfadada y decepcionada, pero Colin no le daba ninguna ldstima, y, como era tarde y habia tenido un dia muy largo, no tardé en quedarse dormida. 98 UN BUEN BERRINCHE Sin embargo, hacia la medianoche la despertaron unos gritos horrorosos, y en seguida comprendié de dénde venian. «Es Co- lin», pensé. «Le ha dado uno de sus berrinches, No me extrafia que todo el mundo le obedezca sin rechistar. jEs insoportable!». Mary se tap6 los ofdos con las manos, cada vez més enojada, por- que no estaba acostumbrada a soportar los arranques de mal ge- nio de los demés. Luego se levanté de la cama y pated el suelo mientras gritaba: —4Que alguien le haga callar! ;Que alguien le dé un cachete! Justo en aquel momento se abrié la puerta de su cuarto y apa- recié la enfermera de Colin. —Al sefiorito le ha dado un ataque de nervios porque se ha pe- leado con usted —dijo con cara de preocupacién—. Sea una bue- na chica e intente tranquilizarlo. —jEs un nifio insoportable! —exclamé Mary. —As{ me gusta —dijo la enfermera—. Rifiale, digale eso mis- mo, y as{ el sefiorito tendré algo importante en lo que pensar. Mary corrié a la habitacion de Colin, abrié la puerta y cruz6 la estancia a toda prisa, furiosa, mientras gritaba: . —iYa basta! Ya basta! jNo te soporto! |Nadie te soportal jSi no dejas de gritar, acabar4s explotando! jOjal4 explotes! Colin estaba tumbado boca abajo, golpeando la almohada, pe- ro al ofr la furiosa vocecita de Mary se detuvo y se dio la vuelta. ‘Tenfa la cara amoratada y jadeaba® como si estuviera a punto de ahogarse, pero a Mary no le importaba en absoluto. —Si vuelves a chillar —dijo—, yo también lo haré. Te aseguro que chillo més fuerte que ta y te asustar4s mucho. 5 jadear: respirar fuerte a causa de un esfuerzo. 99 —jNo puedo parar! —solloz6 Colin—., ;No puedo! jNo pucdo! —jSi que puedes! —grité Mary—. jClaro que puedes! —Me... me esta saliendo un bulto en Ja espalda —balbucié el nifio—., Sabfa que iba a pasar. Me saldra una joroba y me moriré. Y empez6 a retorcerse, mientras lloraba y se lamentaba, aun- que sin chillar. No tienes ningtin bulto —dijo Mary, armandose de pacien- cia—. Date la vuelta y déjame que te mire la espalda. jEnfermera! —grito—., jVenga aqui y enséfieme la espalda de Colin! La enfermera, titubeante,° se acercé a la cama. La sefiora Me- dlock y Martha la miraron boquiabiertas, desde la puerta, mien- tras descubria la espalda de Colin. Se podian contar todas y ca- da una de sus costillas y vértebras,’ y Mary pensé que el chico era muy poquita cosa. La nifia examin6 la columna vertebral de arri- ba abajo y de abajo arriba, con tanta gravedad como si fuera cl doctor de Londres. —Aqui no hay ningtin bulto —sentencié Mary—, salvo los que te sobresalen de la columna vertebral, y eso es porque estas muy flaco, Yo también los tengo, pero como he engordado un po- co se me notan menos. jSi vuelves a decir que te esta saliendo un bulto, me reiré de ti! —Yo no sabia que al sefiorito Colin le preocupaba eso del bul- to —aventuré la enfermera—. Si tiene débil la espalda es porque se pasa todo el dia en la cama. Yo misma podria haberle dicho que no tiene nada. Colin tragé saliva y giré la cabeza para mirarla. 6 titubeante: dudosa, vacilante. 7 Las vértebras son los huesos que forman la columna vertebral. 100 EL JARDIN SECRETO —iDe... de verdad? —gimi6. —Si, sefiorito —afirmé la enfermera. —iLo ves? —insistié Mary. Colin volvié a girar la cabeza y, durante un rato, siguié lloran- do a lagrima viva, como si hubiera sentido un gran alivio. Al ca- bo de unos minutos, mas calmado, le pregunté timidamente a la enfermera: — Crees... crees que yo podria vivir lo suficiente como para hacerme mayor? —Se hard mayor si hace lo que le dicen, controla su mal genio y sale al aire libre le respondié la mujer. El berrinche de Colin habia llegado a su fin. Fl nifio, agotado de tanto llorar, le tendié la mano a Mary, y ella, superado también su propio berrinche, la tom6 entre las suyas. Habfan hecho las paces. —Me he enfadado porque no has venido a verme hoy —dijo Colin—., Pero me gustaria salir a tomar el aire contigo, sobre to- do si podemos encontrar... —iba a decir «el jardin secreto», pero consiguid callarse justo a tiempo. Martha y la sefiora Medlock se fueron a dormir, y la enferme- ra, después de alisar las sdbanas de la cama y prepararles dos tazas de caldo a los nifios, se retiré a descansar a la habitacion de al lado. —Casi se me escapa lo del jardin... —susurré Colin—. Lo has estado buscando? Mary miré su carita cansada y sus ojos hinchados. —Si —respondié—, mafiana tc contaré més cosas, Pero ahora tienes que dormir un poco. —Hablame antes del jardin —insistié Colin—. Seguro que asi me dormiré antes, —Est4 bien —contest6 Mary—. Cierra los ojos. 102 Colin obedecié, mientras Mary empezaba a hablar muy bajito, casi en un murmullo. —Creo que, aunque el jardin ha permanecido abandonado mu- cho tiempo, los rosales todavia estén vivos.., Y que ahora, con la legada de la primavera, comenzardn a abrirse los capullos. Del suelo brotardn los narcisos, las violetas y los lirios.., Y, poco a poco, Colin fue quedandose dormido. 103 iNo hay tiempo que perder! A la majiana siguiente, Mary durmié hasta muy tarde. Martha le Ievé el desayuno a la cama y le conté que, aunque Colin estaba més sosegado,' se encontraba mal y tenja fiebre, como solia ocu- rrirle después de sus rabietas. —Dice que le gustaria verla —afiadié la muchacha—. Cuando he entrado cn la habitacién, me ha dicho: «Pregtintale a Mary si vendré a hacerme compafifa, por favor». {Imagine al sefiorito Co- lin pidiendo algo por favor! No sé cémo lo ha hecho, pero lo tie- ne usted hechizado... ;Pobre muchacho! Lo han mimado tanto, que lo han echado a perder. Mi madre suele decir que lo peor que le puede pasar a un nifo es no salirse nunca con la suya... 0 ha- cerlo siempre. Mary querfa hablar con Dickon antes de ver a Colin, asi que se comié un par de tostadas y tomé un sorbo de té, se ased, se vistié a toda prisa y salié corriendo. El jardin secreto estaba resplandeciente y lleno de vida, como si unos magos lo hubieran visitado por la noche para hacer brotar las plantas y las flores con sus varitas. Dickon se encontraba arran- cando la poca maleza que quedaba, rodeado de sus animales, —He venido hasta aqui montado en un poni que se llama «Brin- co» —dijo el chico—. Y a estas —afiadid, sefialando a dos ardillas 1 sosegada: tranquil, calmado, 104 [NO WAY TLEMPO QUE PERDER! que trepaban por el tronco de un arbol— las he traido en el bolsi- Ilo. Son «Nuez» y «Cascara». Los nifios se sentaron en la hierba, con «Hollin» vigiléndolos desde el muro, «Capitan» tumbado a sus pies, y «Nuez» y «Casca- ra» husmeando’ a su alrededor. Mary le conté a Dickon lo que ha- bia sucedido la noche anterior, y el chico la escuché con interés. Se quedé pensando durante un rato, y dijo al fin: —jOyes cémo cantan los péjaros? ;Puedes oler las flores? Es como si, con la llegada de a primavera, el mundo entero se comu- nicara y todo cobrara sentido. Y, mientras tanto, el pobre Colin es- t4 encerrado en su habitacién... Deberfamos traerle aqui para que vea las flores y oiga a los pajaros, para que huela la brisa y tome el sol. No hay tiempo que perder! Mary sintié que se quitaba un enorme peso de encima. —Si —asintid—. Ademis, tu le caes muy bien y quiere cono- certe. En cuanto Ilegue a casa, le diré que mafiana por la mafiana irs a verlo con tus animales. Y si todo sale bien, dentro de unos dfas, cuando haga un poco més de calor, lo traeremos aqui. Dickon llevé a Mary a ver al poni, que estaba en un bosquecillo cercano, Era un animal peludo, con unas gruesas crines’ que le ta- paban los ojos y un hocico aterciopelado, Estaba algo flaco porque solo se alimentaba de la hierba del péramo, pero parecia tan ro- busto como si tuviera los musculos de acero. Al ver a Dickon, tro- t6 hasta ély le froté la cabeza sobre el hombro, El chico le hablé al oido y «Brincop le contesté con un soplido y un relincho. Dickon hizo que el poni le ofreciera su pequefia pezufia a Mary y le besa- 2. husmear:‘olfatear, pero también ‘fisgar, curiosear’ 3 Las crines son los cabellos que tiene el caballo en la parte superior del cuello. 105 ra la mejilla con su suave hocico. Luego, Mary se fue a ver a Co- lin, porque estaba convencida de que habia llegado el momento de contarle la verdad. —Hueles a flores y a... a cosas frescas —le dijo el chico cuando ella se senté a su lado, en el sofa—. ;Qué es? —Es la brisa del paramo —contesté Mary—. Huelo asi por- que he estado sentada en la hierba. Tendrias que ver cémo brilla el 'Y he conocido al poni de Dickon! ;Sabes que habla con él? —;De veras? —pregunté el chico, abriendo los ojos como pla- tos—. :Y entiende todo lo que dice? —Yo creo que si —respondié Mary—. Dickon dice que uno puede comunicarse con cualquier animal 0 cosa que sea tu ami- go de verdad. —Me encantaria tener amigos asi —dijo Colin pensativamen- te—, pero no los tengo, y tampoco soporto a la gente. —3A mi tampoco me soportas? —Bueno, a ti si —contesté Colin, —Ben me dijo un dia que él y yo teniamos muy mal genio —le conté Mary—. Y tui te pareces a nosotros dos, Colin. Yo antes de- testaba a todo el mundo, como tu, pero, desde que conozco a Dic- kon, ya no estoy tan amargada. —No me importarfa conocer a Dickon —murmuré Colin. —Me alegra que digas eso --dijo Mary—, porque... porque... sPuedo confiar en ti? —Si—susurré el niiio. —Verds, Dickon vendrd a verte mafiana por la maftana, Pero eso no es todo —afiadié Mary rapidamente, al ver que Colin en- rojecia de puro contento—: jhe encontrado la puerta del jardin secreto! Esta cubierta de hiedra, pero he conseguido dar con ella. 106 UL TARDIN SECREYO. —Oh, Mary! —exclamé Colin, emocionado—. Asi que voy a verlo.., ;Voy a entrar en el jardin antes de morirme! —;Pues claro que si! —le dijo Mary, y afiadié, indignada—: |Y deja de decir que vas a morirte, no seas tonto! El dolor de cabeza que habia atormentado a Colin durante to- da la mafiana se esfum6 como por arte de magia mientras su pri- ma le describfa el jardin. —Fs tal y como tt te lo habfas imaginado... —murmuré. —Bueno, en realidad, lo encontré un poco antes de conocerte —reconocié Mary—. Pero no me atrevia a decfrtelo, porque pri- mero necesitaba saber si podia confiar en ti. Aquella noche Colin durmis de un tirén y, cuando por la ma- fiana abrié los ojos, estaba mas contento y sereno de lo que nunca lo habfa estado. Sentfa como si hubiera pasado toda su vida atado y, de repente, las cuerdas se hubicran roto y Jo hubieran liberado de su prisién. Mientras se erguia en la cama, oyé correr a alguien por el pa- sillo. La puerta se abrié de golpe y Mary aparecié con el pelo en- marafiado y las mejillas encendidas, como si fuera una bocanada de aire fresco, —jQué bien hueles! —exclamé Colin. —Ha llegado la primavera! —dijo la nitia, jadeando—. j¥ Dic- kon ha venido conmigo, Colin! {Esta abajo! Mary abrid la ventana para que entrara el aire fresco de la ma- fiana y ayudé a Colin a sentarse en el sofa. Luego le explicé que Dickon no solo habia traido consigo al zorro, al cuervo y a las ar- dillas, sino también a un corderito recién nacido. El chico se lo ha- bfa encontrado en el paramo, con su madre muerta al lado, asi que se lo levé a casa, lo acercé a la chimenea y le dio un poco de leche 108 jNO HAY TIEMPO QUE PERGie! caliente, Mary le estaba describiendo al corderito, cuando apare- cié la enfermera. —iNo tiene frfo, sefiorito Colin? —pregunt6 la mujer. —No, ademis el aire fresco me fortalece —contesté é1—. Y ya que est4 aqui, vaya a decirle al chico que hay abajo que pase. Se lla- ma Dickon y es un encantador de animales. La enfermera salié de la habitacién, estupefacta, y, al cabo de un minuto, los nifios oyeron un graznido en el pasillo. —jBse es «Hollin»! —exclamé Mary—. ;No oyes también un balido...,* un balido muy débil? —jSi! —grit6 Colin. ‘A continuacién, unas rudas’ botas resonaron sobre la alfom- bra y se abrié la puerta, Dickon entré en la habitacién, sonriendo. Llevaba al corderito entre sus brazos, a «Hollin» en un hombro y a «Nuez» en el otro, La cabecita de «CAscara» asomaba de uno de los bosillos de su chaqueta, y el pequefio «Capitan» brincaba jun- to a él, Colin se incorporé poco a poco, sin dar crédito a lo que vefan sus ojos. Aunque habfa ofdo hablar de Dickon, no pudo evi- tar sorprenderse al verlo frente a él, con sus animales. El chico se le acercé sin dudar un instante y le puso el corderito en el regazo. La criatura se arrebujé° en los pliegues de la bata de Colin, mientras daba suaves empujones con la cabecita. —;Qué le pasa? —pregunté Colin, sin saber qué hacer. —Tiene hambre y busca a su madre —respondié Dickon. Y se arrodillé junto al sofa, sacéndose un biberén del bolsillo. Metis la tetina en la boca del corderito, y el animal empez6 a chu- 4 balido: sonido que hacen, entre otros animales, los corderas y las ovejas. 5 rudas: bastas. 6 arrebujarse: envolverse en una prenda de ropa. 109 parla vorazmente.’ Mientras tanto, «Hollin» entraba y salia por la ventana, y «Nuez» y «Cascara» inspeccionaban los muebles de la habitacién. Cuando el corderito se acabé el biberén, Dickon se senté en la alfombra, con «Capitan» acurrucado junto a él. Colin abrié uno de sus libros sobre plantas y flores, y Dickon y Mary le fueron explicando cudles crecfan en el jardin secreto. —jVoy a verlas todas! —exclamé Colin con decisién. —Exactamente —asintié Mary, muy seria—, vas a verlas todas. Y no hay tiempo que perder. 7 vorazmente: con mucho apetito y ansiedad. 110 Viviré por siempre jamds Sin embargo, Colin tuvo que esperar més de una semana para sa- lx, porque se levanté mucho viento y corrfa el peligro de resfriar- se, Dickon iba cada dia a su habitacién para explicarle todo lo que ocurria en el jardin y en el paramo, y él se emocionaba al ofrle ha- blar de las nutrias y los tejones,' los pajaros y los conejos. —Son como nosotros —le decia Dickon—, pero ellos tienen que volver a construir sus casas todos los afios. Durante aquella semana, los nifios se dedicaron a trazar un plan muy meticuloso para llevar a Colin al jardin. Estaban con- yencidos de que el misterio que rodeaba aquel lugar maravilloso era uno de sus mayores encantos y, por eso, nadie podia descubrir su secreto. Todos en la casa debfan pensar que, simplemente, Co- lin salia a pasear con Mary y Dickon porque se habian hecho ami- gos ya él le apetecia tomar el aire. Los rumores sobre los curiosos acontecimientos que tenfan lu- gar en la habitacién del nifio invalido se habian extendido por Misselthwaite, Aun asi, el jardinero jefe se alarmé cuando la sefio- ra Medlock le dijo que el sefiorito Colin queria verlo. «;Qué mos- ca le habra picado?», pensé el sefior Roach. «Su alteza real, que 1 La nutria es un mamifero de pelo castafio y suave, que vive en la orilla de tos rios 0 arroyos, y se alimenta de peces. El tején se caracteriza por su cuerpo alargado y de color gris; tiene franjas blancas y negras en la cabeza, y come frutas y pequefios animales. m nunea ha querido que lo vean, manda llamar a alguien a quien no conoce de nada». Pero, en realidad, cl jardinero jefe sentia una vi- va curiosidad por el chico, pues habfa ofdo decenas de histor: estrafalarias sobre su aspecto y sus modales. Mientras le acompa- faba a la habitacién de Colin, la sefiora Medlock le dij Ss —No se sorprenda si tiene la sensacién de estar en una reser- va de animales. Cuando abrieron la puerta, un enorme cuervo, posado en el respaldo de una silla de madera tallada, grazné gravemente, como si anunciara la llegada de los visitantes. El joven rajé estaba sen- tado en un sill6n y, a su lado, Dickon daba el biber6n al corderi- to. Una de las ardillas se habia subido a su cspalda y mordisqueaba una nuez, mientras Mary se refa, sentada sobre un cojin. —Aqut estd el sefior Roach, sefiorito —anuncid el ama de llaves. El joven raja se giré y miré de arriba abajo al jardinero jefe. —Le he hecho venir para ordenarle algo importante —dijo, —Muy bien, sefiorito —respondié el jardinero, convencido de que Colin iba a mandarle que talara todos los drboles 0 que trans- formara los huertos en estanques. —Hoy saldré con mi silla a las tres de la tarde —dijo Colin—, y, si el aire fresco me sienta bien, saldré todos los dias a la mis- ma hora. No quiero que cuando yo esté fuera haya nadie cerca del sendero que rodea los muros cubiertos de hiedra. Los jardineros podran volver a sus puestos de trabajo cuando yo entre en casa. —Muy bien, sefiorito —contest6 el sefior Roach con alivio. —Mary —dijo Colin, volviéndose hacia la nifia—, squé se dice en la India cuando has terminado de hablar y quieres que la gen- te se vaya? —Se dice: «Puede retirarse» —contesté ella. 112 yard POR SIEMPRE FAM AS —Puede retirarse, sefior Roach —dijo Colin, haciendo un ges- to con la mano—. Y recuerde Jo que le he dicho, Los nifios pasaron el resto de la mafiana trazando su ruta con todo detalle y, después de comer, Colin pidié a la enfermera que lo vistiera. La mujer se dio cuenta de que, por primera vez desde que trabajaba en la casa, el nifio parecia facilitarle la tarea. Luego, un robusto mozo tomé a Colin en brazos, bajé con él las escaleras y lo senté en la silla de ruedas. —Podéis retiraros —les ordené Colin al mozo y a la enferme- ra, agitando la mano. Y los dos se retiraron, haciendo un esfuerzo por contener la risa. Dickon comenzé a empujar la silla, y Mary se colocé a su lado. El aire soplaba suavemente, y Colin estiré su delgado cuello para mirar el cielo azul, surcado de blancas nubecillas. —jCémo cantan los pajarillos! ;Y cé6mo zumban las abejas! De dénde viene ese olor? —pregunto. —De las aulagas, que ya han florecido —respondié Dickon—. jLas abejas se estaran poniendo las botas!* Fuera no habia nadie, pero, aun asi, los nifios decidicron seguir su ruta al pie de la letra, de manera que dieron varios rodeos por los arbustos y parterres. Cuando por fin Ilegaron al sendero que rodeaba el muro cubierto de hiedra, empezaron a hablar en voz baja. —Aqui esta —susurré Mary—. Aqui es donde me pasé un buen rato dando vueltas arriba y abajo, buscando la puerta. —jEs aqui? —pregunté Colin, mirando el muro con ansie- dad—, Pero si solo hay hiedra... —Eso mismo crefa yo —dijo Mary—. Mira, en aquel huer- to trabaja Ben. Y aqui —aiiadié, sefialando cl muro— se posd el petirrojo. Luego volé hasta ese montoncito de tierra y me enseiid donde estaba la lave. —iDénde? ;Dénde? ;All{? —exclamé Colin, abriendo mucho los ojos. —Y esta es la cortina de hiedra que se movié con el viento —pro- siguié Mary, agarrando la densa cortina verde—. Y aqui esté el pomo..., y aqui la puerta. Dickon, empuja la silla, jrépido! Dickon empujé la silla, mientras Colin se tapaba los ojos con las manos. Y asi se qued6 hasta que entraron en el jardin, Enton- ces bajé los brazos y miré a su alrededor, extasiado.’ Un hermoso manto verde se hab{a extendido por los muros, la tierra y los par- 2 Cuando la aulaga florece, las abejas acuden a esta planta, atraidas por el vivo color amarillo de sus flores, para extraer polen y néctar de ellas. 3 extasiado: fascinado, encantado, ng terres, Por todas partes asomaban pinceladas blancas, violetas y doradas, Se ofa un suave revoloteo de alas y el tenue y dulce canto de los pdjaros. El sol acaricié a Colin como si fuera una amorosa mano, y un intenso rubor se apoderé de su rostro. —iMe pondré bien! |Me pondré bien! —grit6—. jMary, Dic- kon, me curaré y viviré siempre! ;Viviré por siempre jamds! Cuando se pone el sol Colin tenfa motivos para estar extasiado, porque aquella tarde el - jardin lucfa mas radiante y hermoso que nunca. —jEs increible! —dijo Dickon—. Tengo casi trece afios y he visto miles de atardeceres, pero ninguno tan extraordinario co- mo este. —Si, es extraordinario —dijo Mary, suspirando de placer. Se detuvieron un instante bajo un ciruelo blanco como la nie- ve. Parecia el dosel' de un trono real, el del rey de los duendes, y entre sus ramas en flor asomaban pedacitos de cielo azul similares a ojos mAgicos. Luego, Dickon condujo la silla de Colin de un lado a otro del jardin, para que Colin viera las flores que brotaban de la tierra y los zarcillos* que colgaban de las ramas de los arboles. Mary no paraba de ensefiarle cosas: un capullo a punto de abrirse, una ramita con las puntas verdes, la pluma de un p4jaro carpinte- ro, o el cascar6n de un p4jaro nacido antes de tiempo. Era como si quisieran descubrirle a Colin los prodigios de un reino magico. — Creéis que veremos al petirrojo? —pregunté Colin. —S{ —respondié Dickon—. Ha estado muy ocupado constru- yendo un nido para que la hembra ponga los huevos; y cuando los polluelos salgan del cascarén, lo estaré mas atin, porque ten- 1 dosel: techo de madera o de tela con que se adorna un trono, 2 Los zarcillos son los tallos largos y delgados gue utilizan algunas plantas para trepar o asirse a los muros y las ramas de los arboles. 6 dré que buscar un montén de gusanos para alimentarlos, Durante unas semanas, no vera mas que picos hambrientos por todas par- tes... Mi madre dice que cuando ve lo mucho que Lene que traba- jat un pajaro para dar de comer a sus polluelos, se siente como si no tuviera nada que hacer, Los nifios se sentaron en la hierba, y Dickon estaba sacando su flauta, cuando Colin reparé en un Arbol que no habta visto antes. —Ese arbol es muy viejo, verdad? —pregunté. —Si —tespondié Dickon quedamente, porque aquel era el ar- bol desde el que se habfa cafdo la sefiora Craven. —Las ramas estén grises y no tiene ni una sola hoja —dijo Co- lin—. Yo creo que esté muerto. —Asf es —admitié Dickon—, pero gves los rosales que trepan por el tronco y las ramas? Cuando florezcan, cubrirén la madera muerta, y entonces ser el arbol més bonito del jardin. —-Parece como si se le hubiera roto una rama muy grande —di- jo Colin—. ;Qué le habré pasado? hes —Fue hace muchos afios... —contesté Dickon—. iBh, mira! —exclamé de repente, aliviado al poder cam- biar de tema—, jel petirrojo! Le est4 Hevando comida a su pareja, El pajaro cruz6 volando el jardin y desaparecié rapi- damente entre las ramas de un arbusto muy tupido, —Ha sido la magia la que ha enviado al petirrojo para que Co- lin pueda verlo le susurré Mary a Dickon a escondidas—, $é que ha sido la magia. —)Sabes lo que dice mi madre? —murmuré Dickon—. Dice que la sefiora Craven era una mujer maravillosa, y que quizd esté cuidando de Colin, como hacen todas las madres. Tal ver la sefio- 18 I CUANDO 2) PONT UL SOT ra Craven esté en el jardin, y haya sido ella quien nos hizo trabajar en ély traer a Colin hasta aqui. La tarde avanzaba lentamente. Los rayos del sol eran cada vez més dorados, las abejas regresaban a la colmena y apenas se vela ya algiin pajaro, —No quiero que esta tarde se acabe —dijo Colin de pronto—. Pero, como eso es imposible, pienso volver mafiana, y al dfa si- guiente, y al otro... Ahora que ya sé cémo es la primavera, quiero ver el verano, Veré crecer las flores, jy yo también creceré! —Claro que si —asintié Dickon—, Caminards y podrés traba- jar en el jardin con nosotros. Colin se puso colorado. —jCaminar! —exclamé—. ;Tu crees que podré hacerlo? Dickon miré a Mary con cautela, porque ninguno de los dos sabia qué les pasaba realmente a las piernas de Colin. —Por supuesto —dijo el chico con firmeza—. ;Acaso no tienes tus propias piernas? : —La verdad es que a mis piernas no les pasa nada —explicé Colin—, solo que son muy delgadas y estén demasiado débiles. Tiemblan tanto, que me da miedo ponerme en pie. Mary y Dickon suspiraron de alivio. —Te pondrs de pie en cuanto dejes de tener miedo —afirmé Dickon alegremente—, y eso no tardard en pasar, ya verds. Los tres se quedaron callados, contemplando cémo comenzaba a ponerse el sol. Todo parecia estar en calma, e incluso los anima- lillos de Dickon habian dejado de corretear de un lado para otro. Pero, de pronto, Colin dio un pequefio brinco en su silla y susu- rré, sefialando el muro cubierto de hiedra: —iQuién es ese hombre? ug ieron Dickon y Mary se pus de pie, alarmacdos, y se dieron la vuelta. {Era el viejo Ben, que Jes observaba desde lo allo del muro! Bl jardine- ro amenaz6 a Mary con su pudo. jSe merece usted una bue- na azotaina! grité-—. Siem ndose donee no pre anda me la Haman. Si 10 hubiera sido porque usted le gustaba al peti- erojo... ;Maldita sea! ~~~ ver si te enteras, Ben: jluc el petirrojo quicn me enseiié el. camino del jardin! —exclamd Mary, acercindose al muro. De repente, el viejo Ben ha- }6 el puso y abrié la boca, pas- mado, porque hacia él avarvalya lentamente una silla de ruedas semejante a una lujosa carroza. La empujaba Dickon, y en ella iba recostado un joven rajé que le miraba con sus grandes ojos negros y le apuntaba con una carro? se deruve bajo las nari- ces de Ben CUANDD SE VONE EL SOL — Sabes quién soy yo? —pregunté Colin. {Como le miré el viejo Ben! Los ojos enrojecidos del viejo jar- dinero se clavaron en el rostro de Colin, igual que si estuviera viendo un fantasma, —jSabes quién soy yo o no? —repitié el joven raj4 imperiosa- mente—. jResponde de una vez! Ben tragé saliva y se restreg6 los ojos con su rugosa mano. — iQue si sé quién es usted? —balbuceé—. Pues... jpues claro! {Si me est4 mirando con los ojos de su madre! Dios sabe cémo ha llegado hasta aqui siendo un pobre lisiado. Colin enrojecié y se irguié en su silla. —No soy ningiin lisiado! —grité con furia—. {No es verdad! —jNo lo es! —chillé Mary, indignada—. jA su espalda no le pasa nada! ;Yo la he visto y no tiene ni un bultito! —iNo tiene... no tiene la espalda encorvada? —dijo Ben. —jNo! —grité Colin. —sY tampoco tiene las piernas torcidas? —pregunto el viejo, con la voz ronca y temblorosa. Aquello fue demasiado. Colin sintié que le invadfa una fuer- za casi sobrenatural, y comenzé a tirar de las mantas que le tapa- ban las piernas. —iVen aqui! —le ordené a Dickon—. Ven aqu{ ahora mismo! Dickon acudié a su lado en un segundo, y Mary contuvo la res- piracién. —j{Puedes conseguirlo, Colin! —dijo la nifia en voz baja—. jPuedes conseguirlo! Hubo un leve forcejeo, las mantas cayeron al suelo, Dickon tiré del brazo de Colin, este puso los pies sobre la hierba... jy se incor- por6, tan tieso como una flecha! 121 —jMirame! ~e ordend a Ben, con Jos 0jo8 centellean tee— (Miran: p. iMirame! ava sorpresa de todos, ef vie jo ja dinero comenzé a lloras Pena qué mentinosa es ka gente! —solloz6, mientras las Ligrimas suxcaban sus mejilla avrugadas—. Estd tan ila colo un palo y tan blance co- mo un fantasma, pero no tiene ninguna jeraba, Se bari todo un hombre. se Dios le bendiga! —Cuando mi padre esté au- sente ~

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