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EL COMBATE DE LA TAPERA® Eduardo Acevedo Diaz Version publicada en Cuentos completos, Eduardo Acevedo Diaz. Montevideo, Ediciones de Ta Banda Oriental, 1999. (Edicién critica, prélogo, bibliografia y notas de Pablo Rocca), pags. 61-79. Era después del desastre del Catalan, mas de setenta afios hace". Un tenue resplandor en el horizonte quedaba apenas de la luz del dia, La marcha habia sido dura, sin descanso. Por las narices de los caballos sudorosos escapaban haces de vapores, y se hundian y dilataban altemativamente sus ijares como si fuera poco todo el aire para calmar el ansia de los pulmones, Algunos de estos generosos brutos presentaban heridas anchas en los cuellos y pechos, que eran desgarraduras hechas por la lanza o el sable. En los colgajos de piel habia salpicado el lodo de los arroyos y pantanos’, estancando la sangre. Parecian jamelgos de lidia, embestidos y maltratados por los toros', Dos o tres cargaban con un hombre a grupas, ademas de los jinetes, ensefiando en los cuartos uno que otro surco rojizo, especie de lineas trazadas por un litigo de acero, que eran huellas recientes de las balas recibidas en la fuga’ Otros tantos, parecian ya desplomarse bajo el peso de su carga, e ibanse quedando a retaguardia con las cabezas gachas, insensibles a la espuela. Viendo esto el sargento Sanabria, grité con voz pujante: Alto! El destacamento se pars. Se componia de quince hombres y dos mujeres: hombres fornidos, cabelludos, tacitumos y bravios; mujeresdragones' de vincha, sable corvo y pie desmudo. Dos grandes mastines con las colas barrosas y las lenguas colgantes, hipaban bajo el vientre de los caballos, puestos los ojos en el paisaje oscuro y siniestro del fondo de donde venian, cual si sintiesen todavia el calor de la pélvora y el clamoreo de guerra, Alli cerca, al frente, percibiase una tapera entre las sombras. Dos paredes de barro batido sobre tacuaras horizontales, agujereadas y en parte derruidas; las testeras*, como el techo, habian desaparecido, Por lo demas, varios montones de escombros sobre los cuales crecian viciosas las hierbas; y a los costados, formando un cuadro incompleto, zanjas semicegadas, de cuyo fondo surgian saiicos y cicutas* en flexibles bastones ornados de racimos negros y flores blancas. —A formar en la tapera-dijo el sargento con ademan de imperio~. Los caballos a retaguardia con las mujeres, a que pellizquen... (Cabo Mauricio! haga echar cinco tiradores vientre a tierra, atras del cicutal... Los otros adentro de a tapera, a cargar tercerolas y trabucos. Pie a tierra dragones, y listo, canejo! La voz del sargento resonaba bronca y enérgica en la soledad del sitio. Ninguno replicé. ‘Todos traspusieron la zanja y desmontaron, reuniéndose poco a poco. Las drdenes se cumplieron, Los caballos fueron maneados detras de una de las paredes de lodo seco, y junto a ellos se echaron los mastines resollantes. Los tiradores s arrojaron al suelo a espaldas de la hondonada cubierta de maleza, mordiendo el cartucho’; el resto de Ja extraiia tropa distribuyése en el interior de las ruinas que offecian buen miimero de troneras por donde asestar compaiifa a las transidas cabalgaduras, pusigronse a desatar los sacos de municién o paituelos Hlenos de cartuchos deshechos, que los dragones Hevaban atados a la cintura en defecto de cananas. Empezaban afanosas a rehacerlos, en cuclillas, apoyadas en las piernas de los hombres, cuando caia ya la noche, —Naide pite,—dijo el sargento-. Carguen con poco ruido de baqueta y reserven los naranjeros hasta que yo ordene... ;Cabo Mauricio! vea que esos mandrias no se duerman si no quieren que les chamusquee las cerdas... jMucho ojo y la oreja parada! —Descuide, sargento—contest6 el cabo con gran ronquera-; no hace falta la advertencia, que aqui hay més corazén que garganta de sapo! Transcurrieron breves instantes de silencio. Uno de los dragones, que tenia el ofdo en el suelo, levanté la cabeza y murmurs bajo: —Se me hace tropel... Ha de ser caballeria que avanza, Un rumor sordo de muchos cascos sobre la alfombra de hierbas cortas, empezaba en realidad a percibirse distintamente. —Armen cazoleta y aguaiten, que ahi vienen los portugos. ;Va el pellejo, barajo! Y es preciso ganar tiempo a que resuellen los mancarrones.. ;Ciriaca! jte queda cafia en la mimosa? Esta a mitad-respondié la aludida, que era una criolla maciza vestida a lo hombre, con las grefias recogidas hacia arriba y ocultas bajo un chambergo incoloro de barboquejo de lonja sobada™. Mird, gtieno es darles un trago a los hombres. —Dales chinaza a los de avanzada, sin pijotearles. Ciriaca se encaminé a saltos, evitando las rosetas, agachandose y fue pasando el chifle de boca en boca’ Mientras esto hacia, el dragén de un flanco le acariciaba las piemas, y el del otro le hacia cosquillas en el seno, cuando ya no era que le pellizcaba alguna forma mas mérbida, diciendo: “jluna lena!” —iTe ha de alumbrar muerto, zafao!—contestaba ella riendo al uno; y al otro:—larga Jo ajeno, indino!-y al de mas allé~: ja ver si aflojés el chisme, mamén! Y repartia cachetes. ~iPoca vara alta quiero yo!-grité el sargento con acento estent6reo-, Estamos para clavar el pico, y andan a los requiebros, golosos. jApartate Ciriaca, que aurita noms chiflan las redondas! En ese momento acrecentése el rumor sordo, y soné una descarga entre vocerios salvajes. El pelotén contesté con brio. La fapera quedé envuelta en una densa humareda sembrada de tacos ardiendo; atmésfera que se disipé bien pronto, para volverse a formar entre nuevos fogonazos y broncos clamoreos. u En los intervalos de las descargas y disparos, ojase el furioso ladrido de los mastines haciendo coro a los ternos y crudos juramentos, Un semicirculo de fogonazos indicaba bien a las claras que el enemigo habia avanzado en forma de media luna para dominar la tapera con su fuego graneado. En medio de aquel tiroteo, Ciriaca se lanz6 fuera con un atado de cartuchos, en busca de Mauricio. Cruzé el corto espacio que separaba a éste de la fapera, en cuatro manos, entre silbidos siniestros. Los tiradores se revolvian en los pastos como culebras, en constante ejercicio de baquetas. Uno estaba inmévil, boca abajo, La china le tiré de la melena, y notéla inundada de un liquido caliente. —{Miri!-exclamé-, le han dao en el testuz. ~Ya no traga saliva,—afiadié el cabo-. ,Trujiste pélvora? —Aqui han, y balas que hacer tragar a los portugos. Lastima que estea escuro... iCémo tiran esos mandrias*! Mauricio descargé su carabina Mientras extraia otro cartucho del saquillo, dijo, mordigndolo: c, ya quisieran ellos otro calor. jAh, si te agarran, Ciriaca! A la fija Antes que que te castigan como a Fermina. ~iQue vengan por carne!-barboté la china. Y esto diciendo, eché mano a la tercerola del muerto, que se puso a baquetear con gran destreza, —iFuego!—rugia la voz del sargento-. Al que afloje lo degiiello con el mellao. U1 Las balas que penetraban en la tapera, habian dado ya en tierra con tres hombres. Algunas, perforando el débil muro de lodo hirieron y derribaron varios de los transidos matalotes. La segunda de las criollas, compafiera de Sanabria, de nombre Catalina, cuando mis recio era el fuego que salia del interior por las troneras improvisadas, escurriése a manera de tigra por el cicutal, empuiando la carabina de uno de los muertos, Era Catacomo la llamaban— una mujer fornida y hermosa, color de cobre, ojos muy negros velados por espesas pestafias, labios hinchados y rojos, abundosa cabellera, cuerpo de un vigor extraordinario, entrafia dura y accién sobria y répida. Vestia blusa y chiripa y levaba el sable a la banderola. La noche estaba muy oscura, Tena de nubes tempestuosa pero los rojos culebrones de las alturas 0 grandes refucilos en lenguaje campesino’, aleanzaban a iluminar el radio que el fuego de las descargas dejaba en las tinieblas. Al fulgor del relampagueo, Cata pudo observar que la tropa enemiga habia echado pie a tierra y que los soldados hacian sus disparos de mampuesta® sobre el lomo de los caballos, no dejando mas blanco que sus cabezas. Algunos cuerpos yacian tendidos aqui y alla. Un caballo moribundo con los cascos para arriba se agitaba en convulsiones sobre su jinete muerto, De vez en cuando un trompa de drdenes lanzaba sones precipitados de atencién y toques de guerrilla, ora cerca, ya lejos, segiin la posicién que ocupaba su jefe. Una de s, la comneta resoné muy préxima. SV A Cata le parecié por el eco que el resuello del trompa no era mucho, y que tenia miedo. Un relampago vivisimo baié en ese instante el matorral y la loma, y permitiéle ver & pocos metros al jefe del destacamento portugués que dirigia en persona un despliegue sobre el flanco, montado en un caballo tordillo. Cata, que estaba encogida entre los saiicos, lo reconocié al momento. Era el mismo, el capitén Heitor, con su morrién de penacho azul, su casaquilla de alamares, botas largas de cuero de lobo, cartera negra y pistoleras de piel de gato’ Alto, membrudo, con el sable corvo en la diestra, sobresalia con exceso de la montura, y hacia caracolear su tordillo de un lado a otro, empujando con los encuentros a Jos soldados para hacerlos entrar en fila Parecia iracundo, hostigaba con el sable y prorrumpia en denuestos. Sus hombres, sin largar los cabestros y suftiendo los arrangues y sacudidas de los reyunos alborotados’, redoblaban el esfuerzo, unos rodilla en tierra, otros escudndose en las cabalgaduras. Chispeaba el pedemal en las cazoletas en toda la linea, y no pocas balas caian sin fuerza a corta distancia, junto al taco ardiendo. Una de ellas dio en la cabeza de Cata, sin heritla, pero derribindola de costado, En esa posicién, sin lanzar un grito, empezé a arrastrarse en medio de las malezas, hacia lo intrincado del matorral, sobre el que apoyaba su ala Heitor. Una hondonada cubierta de brefias’ favorecia sus movimientos. En su avance de felino, Cata Ilegé a colocarse a retaguardia de Ja tropa, casi encima de su jefe. Oia distintamente las voces de mando, los lamentos de los heridos, y las frases coléricas de los soldados, proferidas ante una resistencia inesperada, tan firme como briosa. ‘Veia ella en el fondo de las tinieblas la mancha més oscura atin que formaba la tapera, de la que surgian chisporroteos continuos y ligubres silbidos que se prolongaban en el espacio, pasando con el plomo mortifero por encima del matorral; a la vez que percibia a su alcance Ia masa de asaltantes al resplandor de sus propios fogonazos, moviéndose en orden, avanzando o retrocediendo, segiin las voces imperativas. Iv De la tapera seguian saliendo chorros de fuego entre una humareda espesa que impregnaba el aire de fuerte olor a pélvora, En el drama del combate noctumo, con sus episodios y detalles heroicos, como en Jas tragedias antiguas,’ habia un coro extraiio, lleno de ecos profundos, de ésos que sélo parten de la entrafia herida, Al unisono con los estampidos, ofanse gritos de muerte, alaridos de hombre y de mujer unidos por la misma célera, sordas ronqueras de caballos espantados, furioso ladrar de perros; y cuando la radiacién eléctrica esparefa su intensa claridad sobre el cuadro, tiféndolo de un vivo color amarillento, mostraba el ojo del atacante, en medio de nutrido boscaje, dos picachos' negros de los que brotaba el plomo, y deformes bultos que se agitaban sin cesar como en una lucha de cuerpo a cuerpo. Los rekimpagos sin serie de retumbos, a manera de gigantescas cabelleras de fuego desplegando sus hebras en el espacio lébrego,’ contrastaban por el silencio con las rojizas bocanadas de las armas seguidas de recias detonaciones. El trueno no acompafiaba al coro, ni el rayo como ira del cielo la célera de los hombre: En cambio, algunas gruesas gotas de luv caliente golpeaban a intervalos en los rostros sudorosos sin atenuar por eso la fiebre de la pelea. El continuo choque de proyectiles habia concluido por desmoronar uno de los tabiques de barro seco, ya débil y vacilante a causa de los ludimientos' de hombres y de bestias, abriendo ancha brecha por la que entraban las balas en fuego oblicuo. La pequefia fuerza no tenia mas que seis soldados en condiciones de pelea. Los demas habian caido uno en pos del‘ otro, o rodado heridos en la zanja del fondo, sin fuerzas’ ya para el manejo del arma Pocos cartuchos quedaban en los saquillos. El sargento Sanabria empufiando un trabuco, mandé cesar el fuego, ordenando a sus hombres que se echaran de vientre pata aprovechar sus iiltimos tiros cuando el enemigo avanzase. —Ansi que se quemen ésos—afiadié— monte a caballo el que pueda, y al rumbear por el lao de la cuchilla... Pero antes, naide se mueva si no quiere encontrarse con la boca de mi trabuco... ;Y qué se han hecho las mujeres? No veo a Cata. —Agqui hay una—contesté una voz enronquecida-. Tiene rompida la cabeza, y ya se ha puesto medio dura —Ha de ser Ciriaca, —Por lo motosa es la mesma, a la fija ~{Cillense! dijo el sargento, El enemigo habia apagado también sus fuegos, suponiendo una fuga, y avanzaba hacia la tapera. Sentiase muy cercano ruido de caballos, choque de sables y crujido de cazoletas. =No vienen de a pie—dijo Sanabria—. ;Menudeen bala! Volvieron a estallar las descargas. Pero, los que avanzaban eran muchos, y la resistencia no podfa prolongarse’ Era necesario motir 0 buscar la salvacién en las sombras y en la fuga. El sargento Sanabria descargé con un bramido su trabuco. Multitud de balas silbaron al frente; las carabinas portuguesas asomaron casi encima de la zanja sus bocas a manera de colosales tucos’, y una humaza densa circundé la tapera cubierta de tacos inflamados. De pronto, las descargas cesaron. Al recio tiroteo se siguié un movimiento confuso en la tropa asaltante, choques, voces, tumultos, chasquidos de litigos’ en las tinieblas, cual si un pénico repentino la hubiese acometido; y tras de esa confusién pavorosa algunos tiros de pistola y frenéticas carreras, como de quienes se lanzan a escape acosados por el vértigo. Después, un silencio profundo...* Sélo el rumor cada vez mas lejano de la fuga, se alcanzaba a percibir en aquellos lugares desiertos,’ y minutos antes animados por el estruendo. Y hombres y caballerias, parecian haber sido arrastrados por una tromba invisible que los estrujara con cien rechinamientos entre sus poderosos anillos Asomaba una aurora griscenicienta, pues el sol era impotente para romper la densa valla de nubes tormentosas, cuando una mujer salia arrastrandose sobre manos y rodillas del matorral vecino; y ya en su borde, que trepé con esfuerzo, se detenia sin duda a cobrar alientos, arrojando una mirada escudrifiadora por aquellos sitios desolados. Jinetes y cabalgaduras entre charcos de sangre, tercerolas, sables y morriones caidos acd y acullé, tacos todavia humeantes, lanzones mal encajados en el suelo blando de la hondonada con sus banderolas hechas flecos'', algunos heridos revolviéndose en las hierbas, lividos, exangties, sin alientos para alzar la voz: tal era el cuadro en el campo que cups el enemigo. El capi in Heitor yacia boca abajo junto a un abrojal ramoso. Una bala certera disparada por Cata lo habia derribado de los lomos en mitad del asalto, produciendo el tiro y la caida [,}’ la confusion y la derrota de sus tropas, que en la oscuridad se creyeron acometidas por la espalda. Al huir aturdidos, presos de un terror sibito, descargaron los que pudieron sus grandes pistolas sobre las brefias, alcanzando a Cata un proyectil en medio del pecho. De ahi le manaba un grueso hilo de sangre negra. El capitén ain se movia, Por instantes se erispaba violento, alzindose sobre los codos, para volver a quedarse rigido. La bala le habia atravesado el cuello, que tenia todo enrojecido y cubierto de cuajarones. Revoleado, con las ropas en desorden y las espuelas enredadas en la maleza, era el blanco del ojo bravio y siniestro de Cata, que a él se aproximaba en felino arrastre con un cuchillo de mango de asta en la diestra. Hacia el frente, veiase' la tapera hecha terrones; la zanja con el cicutal aplastado por el peso de los cuerpos muertos; y alld en el fondo, donde se manearon los caballos, un montén deforme en que sélo se descubrian cabezas, brazos y piemas de hombres y matalotes en ligubre entrevero. EI Ilano estaba solitario, Dos o tres de los caballos que habian escapado a la matanza, mustios, con los ijares hundidos y los aperas revueltos, pugnaban por triscar los pastos a pesar del freno, Salfales junto a las coscojas un borbollén de espuma sanguinolenta. Al otro flanco, se alzaba un monte de talas cubierto en su base de arbustos espinosos"*, En su orilla, como atisbando la presa, con los hocicos al viento y las narices muy abiertas, vidas de olfateo, media docena de perros cimarrones iban y venian inquietos lanzando de vez en cuando sordos gruiiidos, Catalina, que habia apurado su avance, llegé junto a Heitor, callada, jadeante, con la melena suelta como un marco sombrio a su faz bronceada: reincorporése sobre sus rodillas, dando un ronco resuello, y bused con los dedos de su izquierda el cuello del off 1 portugués, apartando el liquido coagulado de los labios de la herida. Si hubiese visto aquellos ojos negros y fijos;"* aquella cabeza crinuda"* inclinada” hacia él, aquella mano armada de cuchillo, y sentido aquella respiracién entrecortada en cuyos halitos silbaba el instinto fiero como un reptil quemado a hierro, el brioso soldado hubiérase estremecido de pavura, AL sentir la presién de aquellos dedos duros como garras, el capitin se sacudi arrojando una especie de bramido que hubo de ser grito de eélera; pero, ella, muda implacable,” introdujo alli el cuchillo, lo revolvié con un gesto de espantosa safia, y luego cortd con todas sus fuerzas, sujetando bajo sus rodillas la mano de la vietima, que tent6 alzarse convulsa. ~iAl fiudo ha de ser!—rugié el dragénhembra con ira reconcentrada. Tejidos y venas abrigronse bajo el acerado filo hasta la triquea, la cabeza se alz6 besando dos veces el suelo, y de la ancha desgarradura salt en espeso chorro toda la sangre entre ronquidos luvia caliente y humeante baiié el seno de Cata, corriendo hasta el suelo" Soportéla inmévil, resollante, hoscosa, fiera; y al fin, cuando el fornido cuerpo del capitin cesé de sacudirse quedindose encogido, crispado, con las uflas clavadas en tierra, en tanto el rostro vuelto hacia arriba ensefiaba con la boca abierta y los ojos saltados de las érbitas, el cefio iracundo de Ia iiltima hora, ella se pasé el puiio cerrado por el seno de arriba a abajo con expresién de asco, hasta hacer salpicar los codgulos lejos, y exclamé con indecible rabia: iQue la lamban los perros! Luego se eché de bruces, y siguié arrastrandose hacia la fapera’® Entonces, los cimarrones coronaron 1a loma, dispersos, a paso de fiera, alargando cuanto podian sus pescuezos de erizados pelos como para aspirar mejor el fuerte vaho de los declives. vie Algunos cuervos enormes, muy negros, de cabeza pelada y pico ganchudo, extendidas” y casi inméviles las alas empezaban a poca altura sus giros en el espacio, Janzando su graznido de ansia libriea como una nota funeral Cerca de la zanja, veiase un perro cimarrén con el hocico y el pecho ensangrentados. Tenia propiamente botas rojas, pues parecia haber hundido los remos delanteros en el vientre de un cadaver. Cata alargé el brazo, y lo amenazé con el cuchillo, El perro gruié, ensefié el colmillo, el pelaje se le erizé en el lomo y bajando la cabeza preparése a acometer, iendo sin duda cudn sin fuerzas se arrastraba su enemigo. ~iVeni, Canelén!-grité Cata colérica, como si llamara a un viejo amigo-. jA él, Canelén!. Y se tendié, desfallecida. Alli, a poca distancia, entre un montén de cuerpos acribillados de heridas, polvorientos, inméviles con la profunda quietud de la muerte,” estaba echado un mastin de piel leonada como haciendo la guardia a su amo. ‘Un proyectil le habia atravesado las paletas en su parte superior, y parecia postrado y dolorido, Mas lo estaba su amo, Era éste el sargento Sanabria, acostado de espaldas con los brazos sobre el pecho, y en cuyas pupilas dilatadas vagaba todavia una lumbre de vida, Su aspecto era terrible. La barba castafia recia y dura, que sus soldados comparaban con el borlén de un toro, aparecia teflida de rojinegro. Tenia una mandibula rota, y los dos fragmentos del hueso saltados hacia afuera entre eames trituradas, En el pecho, otra herida, Al pasarle el plomo el tronco, habiale destrozado una vértebra dorsal, Agonizaba tieso, aquel organismo poderoso. ‘Al grito de Cata, el mastin que junto a é1 estaba, parecié salir de su sopor; fuese levantando trémulo, como entumecido, dio algunos pasos inseguros fuera del cicutal y asomé la cabeza... El cimarrén bajé la cola y se alejé relamiéndose los bigotes, a paso lento, importandole mas el festin que la lucha. Merodeador de las brefias, compajiero del cuervo, venia a hozar en las entraiias fre: , no a medirse en la pelea’ Volvidse a su sitio el mastin, y Cata Ilegé a cruzar la zanja y dominar el ligubre paisaje, Detuvo en Sanabria, tendido delante, sobre lecho de cicutas, sus ojos negros, febriles, relucientes,* con una expresidn intensa de amor y de dolor. Y arrastrandose siempre llegése a él, se acosté a su lado, tomé alientos; volviése a incorporar con un quejido, lo bess ruidosamente, apartéle las manos del pecho, cubridle con las dos suyas la herida y quedése contemplindole con fijeza,® cual si observara cémo se le escapaba a él la vida y a ella también. Nublabansele las pupilas al sargento, y Cata sentia que dentro de ella aumentaba el estrago en las entrafias. Giré en derredor la vista quebrada ya, casi exangiie, y pudo distinguir a pocos pasos una cabeza desgrefiada que tenia los sesos volcados sobre los parpados a manera de horrible cabellera, El cuerpo estaba hundido entre las brefias. —iAht... ;Ciriaca!—exclamé con un hipo violento. En seguida extendié los brazos, y cayé a plomo sobre Sanabria. El cuerpo de éste se estremeci6; y apagése de subito el pélido brillo de sus ojos. Quedaron formando cruz, acostados sobre la misma charea’, que Canelén olfateaba de vez en cuando entre hondos lamentos. (D) NOTAS EXPLICATIVAS a. Aparecié en el diario La Tribuna, Buenos Aires, 27 de enero de 1892. La versién definitiva fue publicada en La Alborada, Montevideo, Afio V, N° 147, 7 de enero de 1901, pp. 38, Desde hace décadas existe un amplio consenso critico en cuanto a que “El combate de la tapera” es el mejor cuento de Eduardo Acevedo Diaz, el mejor del siglo XIX uruguayo, y aun uno de los relatos fundamentales en la narrativa rioplatense. Sin embargo, hasta mediados de este siglo se habia divulgado muy poco. Sélo diez. afios después de su muerte fue publicado en volumen por Claudio Garcia, junto a la novela Soledad, con un estudio preliminar de Alberto Lasplaces. Pero el propio Lasplaces no lo incluye en su Polesia del cuento uruguayo, editado en dos tomos por el mismo sello en 1943. Despué: fel ingreso de Acevedo Diaz en los programas oficiales de Educacién Secundaria las ediciones se multiplicaron. Todavia en 1951, en el centenario del nacimiento del escritor, su difusién no era tan masiva, Asi lo certifica esta noticia aparecida en el semanario Marcha, Aiio XIV, N° 629, el 27 de junio de ese afio, que transcribimos parcialmente: “Un diario de la Capital ha tenido el acierto de publicar estos dias “El combate de la tapera”, relato de Acevedo Diaz justamente calificado de obra maestra. Como se ha hablado, sin embargo, de lo poco conocido que era ese relato, es del caso recordar que esta hoja lo ha publicado en dos ocasiones en los tltimos afios. La primera, el 7 de junio de 1940, estando esta pagina literaria bajo la direccién del actual Director de la Biblioteca Nacional, sefior Dionisio Trillo Pays, quien lo presenté asi A pesar de haberse publicado hace algunos afos y de haber sido recogido en libro, conjuntamente con “Soledad”, creemos que esta pagina vigorosa merece ser reproducida para su mayor difusién. [...]”. “El combate de la tapera” fue publicado por segunda vez en Marcha el 6 de julio de 1945, estando la pagina literaria a cargo del sefior Emir Rodriguez Monegal [..]”. Desde entonces la versién incluida en volumen mas confiable es la que integra el volumen 15 de la “Biblioteca Artigas”, “Coleccién de Clasicos Uruguayos”, del Ministerio de Instruccién Publica y Prevision Social, 1954, pp. 8399, junto a Soledad. No obstante, el texto establecido por Sofia Corchs Quintela y Angel Rama, muestra numerosos errores que en su gran mayorfa fueron salvados en la edicién que Arca publicé en Montevideo en 1965: El combate de la tapera y otros cuentos, pp. 924; también a cargo de Angel Rama. Sélo a partir del cotejo entre las dos versiones de 1892 y 1901 en algunos casos pudimos detectar las inconsecuencias referidas. Este enfrentamiento no pudo efectuarse en la presente edicién critica con la exhaustiva severidad debida, ya que no existe manuscrito, copia mecanografiada o cualquier material pretextual sobre este relato entre los papele: del escritor depositados en la Coleccién Acevedo Diaz. Apenas pudimos obtener un fragmento del relato de la primera versién (1892), tal como se consigna en la nota 1 del “Registro de variantes”, Solo a partir de tal pasaje existe en la Coleccién Acevedo Diaz de la Biblioteca Nacional una fotocopia del cuento, Aun considerando esta limitacién de nuestro trabajo es posible conjeturar, a partir del pasaje final revisado, que las variantes no han sido sustanciales-como es la tendencia de la mayorfa de sus cuentos-, 0 al menos no lo ha sido tanto como en el extrafio caso de “Columpio”. La Tribuna no revista en las colecciones de prensa periddica de Uruguay Desconocemos si se lo conserva en alguna biblioteca piblica o privada de la Repiblica Argentina, b. 1. El episodio real y su problematicidad. José Pereira Rodriguez, fue quien primero comenté en detalle la circunstancia histérica y sus resonancias literarias, referida en la primera frase de este cuento: “El llamado desastre del Catalan, tal vez por sus contornos casi legendari obsedia a Acevedo Diaz. La breve historia del indio Cuaré, en Nativa, alude a esta reitida| pelea, a la persecucién implacable que la sigui6, y a la noche triste en que se aquietaron las fieras que en ella pelearon... El primer capitulo de Grito de Gloria, se titula “Después de Catalin” y en tomo a tal hecho se inicia la gran novela. Acevedo Diaz evoca aquel momento del que decirse puede que no hubo un pago, un rio, un arroyo, una sierra, un ano, una loma donde no corriese sangre. La accién de “El combate de la tapera” ocurte inmediatamente después del combate de Catalan. su Ultimo estertor, [..] Después de haber sido sorprendido Artigas por el militar portugués José de Abreu, en el potrero del Arapey, el 3 de enero de 1817, las tropas realistas, unidas a las que comandaba el Marqués de Alegrete, derrotaron a las fuerzas republicanas de Andrés Latorre, a orillas del arroyo Catalin, el 4 de enero de 1817. La descripcién de la cruenta batalla fue escrita, poco después, por el capitan Diego A. de Moraes Lara —del ejército portugués—, en la que titulé Memoria de la campaia de 1816. Moraes Lara, actor en la refriega, afirma que este combate fue el mds sangriento que hasta entonces habia habido. Explica cémo, el entrevero de la lucha entre la gente de a pie y de a caballo, estuvo vacilante Ia victoria hasta que una fuerza de infanteria [oriental] que ocupaba su posicién sobre la margen izquierda del Catalén, al verse cortada, se parapeté en un bosque, y reuniéndosele gran ntimero de dispersos, resolvieron todos, después de corta deliberacién, resistir hasta la muerte. Antes esta decisién suicida, la infanteria portuguesa, enfurecida, atacé de nuevo con vigorosa carga, trabandose otro combate, cuerpo a cuerpo tan sangriento como el anterior que, por fin, se decidid mediante intrépidos ataques de caballeria ejecutados por ambas partes [...] pero fue tan insistente y prolongada [la resistencia] [...] que, una vez vencidos, hubo necesidad de que los oficiales de infanteria contuviesen a los vencedores a fin de salvar a los prisioneros de la venganza de los soldados portugueses [...] Nosotros tuvimos 78 muertos y 146 heridos, y el enemigo perdiéd 900 muertos, 20 oficiales, 290 prisioneros, 2 cafiones, 1 bandera, 7 cajas de guerra, 6000 caballos, 600 vacas y gran cantidad de fusiles, lanzas, monturas, bagajes y ‘municiones. (“Eduardo Acevedo Diaz”, en: Ensayos, José Pereira Rodriguez, Montevideo: Ministerio de Instruccién Pablica y Previsién Social, Tomo 1, 1965, pp. 113115). En cambio, el historiador Pablo Blanco Acevedo sefiala que tanto Andrés Latorre como el general portugues Curado tenjan a su cargo unos 3.500 hombres: “La victoria, por largo tiempo indecisa, se tomé otra vez en favor de los invasores. Sobre el campo quedaron 300 orientales”. (Historia de la Repiiblica Oriental del Uruguay, Montevideo: Impresora Uruguaya, 1952 (VII edicion), p. 130). Si el fracaso militar en el Catakin dejé el camino abierto a los invasores para penetrar por el centro del territorio oriental, hay quienes ponen en duda la categérica preeminencia de las armas enemigas en el episodio militar. En un articulo titulado “Guerras de Artigas. Accién del Catalin, 4 de enero de 1817”, publicado en Ia revista Alerta (Montevideo, N° 180, enero de 1936), el general Enrique Patifio afirma que el ejército comandado por Andrés Latorre estaba ganando la batalla “cuando entré al terreno de la accién el teniente coronel Abreu con 600 hombres, con los que regresaba de triunfar de Artigas en Arapey, los que decidieron la victoria de las fuerzas portuguesas” Asimismo, segin resumen del articulo —que no hemos podido consultar directamente— a cargo de Maria Julia Ardao y Aurora Capillas de Castellanos, el autor transcribe un fragmento de un oficio que Artigas envia a Barreiro, fechado el 13 de enero de 1817, en el que se dice que las tropas de Latorre se pusieron en retirada “con bastante confusién, pero sin haber perdido mucho armamento”. “Sostiene el Gral. Patifio que la victoria tactica en el terreno correspondié al marqués de Alegrete, pero que la retirada de Latorre no fue desastrosa como se afirma y que el vencedor no prosiguié sus marchas”, (Art. cit, en Bibliografia de Artigas, Montevideo: Comisién Nacional Archivo Artigas, MCMLIII, Tomo primero, p. 710). La opinién disonante de Ramén de Céceres, testigo de los hechos, ‘véase en nota (fi). Il. La recreacién literaria. Para Angel Rama, la eleccién del episodio esté en relacién directa a sus convicciones ideolégicas y a su constructo épico del pasado fundacional: “(No podia elegir] la batalla de] India Muerta, porque ese combate acarreaba la presencia de Rivera. Pero tampoco podia ser ninguno de los combates posteriores al 9 de Junio de 1817, fecha del bando de Lecor ofreciendo amnistia a los jefes orientales y que conquistara, entre los primeros, al capitén Manuel Oribe, quien depone las armas y pasa a Buenos Aires. [...] Catalan era, como Sarandi, el archicaudillo rodeado de su sucesores todavia sin mécula, la orientalidad ain integrada, la “masa cruda” en accidn”. (“Ideologia y arte de un cuento ejemplar”, Angel Rama, en: El combate de la tapera y otros cuentos, op. cit., p. 98). Cabe otra lectura de la eleccién, Segin parece las pérdidas del ejército revolucionario a posteriori del Catalan fueron gravisimas y desproporcionadas con las del invasor imperial. Un elocuente documento firmado por don José Artigas, una carta del 17 de febrero de 1816 dirigida desde Purificacién al Cabildo de Montevideo demuestra, incluso, la dimensién posterior de la derrota, ante la escasa credibilidad que un ataque enemigo por esa zona tenia para el caudillo: “[..] Ayer he recibido un parte de la Guardia del Catalén, cuyo Capitin Comandante me oficia haberle comunicado de adentro, que dentro de cuatro dias venian las tropas portuguesas a sorprender de un solo golpe todas nuestras Guardias. Yo lo creo dificil, y si que con esto quieren intimidarnos. Yo tomé la providencia de mandar hace dias al Comandante don Gorgonio Aguiar a recorrer las Guardias con una partida. Esta y otras providencias, que no estén fuera de sus conocimientos acaso los han puesto en ‘movimiento, y con intrigas pretenden intimidarnos. Sin embargo sea lo que fuere, lo comunico a Vs. para que no se descuide por este punto, que yo por acd no le perderé pisada” (Archivo Artigas, Montevideo: Comisién Nacional Archivo Artigas, Tomo vigésimoprimero, MCMLXXXVII, documento N° 235, p. 200. Modernizamos la ortografia). El hecho de armas condena al ejército oriental a la derrota y abre de inmediato el camino—junto a otra sucesién de derrotas- para que el invasor tome Montevideo en solo tuna quincena (Lecor entra en la capital el 20 de enero de 1817). Y nada més justo que el sentido trégico de la derrota para ser transformado en materia estética por un escritor realista como Acevedo Diaz. Esta apropiacién literaria de un episodio del ciclo revolucionario y la ostensible simpatia con esa causa, el visible dolor por la derrota, se conecta con su sistematica reivindicacién del artiguismo en sus escritos histéricos, como lo ha demostrado Alfredo Castellanos en “La vocacién histérica de Eduardo Acevedo Diaz” (Revista Histérica, Montevideo, 2a. época, Tomo LIT, N° 157159, abril de 1981, pp. 209252). Asi como su exaltacién literaria del jefe oriental en Ismael, conductor del pueblo reunido y armado. Mas aun que en Ismael, en “El combate de la tapera” el protagonista es el pueblo, el pueblo Mano que decide sacrificarse 0 es arrastrado al sacrificio en medio de una tormenta de sangre y fuego. En tal condicién nunca definen su lucha con machacones discursos patridticos sino que defienden con su vida esa causa que saben propia. Desde esta perspectiva resulta muy acertada la afirmacién de Angel Rama: “Con ese comienzo abrupto, consigue que su cuento se inserte como continuacién de una historia mucho mayor, que podria ser la batalla de Catalin y que, sin embargo, es mucho mas, pues postula toda la resistencia oriental contra el invasor portugués, y todavia més allé la historia cargada de acciones de un pueblo en armas” (op. cit., p. 109), EL “bien morir” de este destacamento oriental no implica una apologia del suicidio © de la inmolacién colectiva. Sefala Sylvia Lago que si‘“no mediara el acoso implacable al que se vieron sometidos, enfrentar al enemigo hubiera sido un acto de intrepidez insensata, que no se avendria con el temple de los fogueados “dragones”, que no en vano han vivido las vicisitudes de la campana artiguista”. (“Acevedo Diaz: el espacio de la lucha”, en: Los espacios de la violencia en la narrativa latinoamericana, Montevideo: Universidad de la Repiblica, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educacién, 1992, p. 62). Indudablemente Acevedo Diaz. toms las informaciones del episodio sangriento de Jas “Memorias inéditas” de su abuelo, el general Antonio F. Diaz, a las que nos referimos con mas cuidado en la nota explicativa (b) a “La cueva del tigre”. IIL, Fuentes ¢ ideologia de una eleccién. Por otra parte, el propio Acevedo Diaz confess esa admiracién por el pueblo que entrega su vida en la batalla, en uno de sus primeros textos “La vispera y en la hora del silencio”, referido a los acontecimientos de armas de Mansevillagra (0 Mansavillagra) en la revolucién del 70: “No hay duda, es la raza de Artigas, la raza que sucumbiera heroica en los valles del Catalén y renaciera en el Sarandi. Quisiera penetrar el suefio de esas conciencias varoniles y descubrir lo grande 0 lo pequefio de su misién ;Cudnta oscuridad en esas almas agigantadas entre el humo del combate! ;Cudnto misterio profundo en la inmensidad de esa sombra!”. Esta afirmacién, germen indudable de “El combate de la tapera”, se publicd en £l Siglo, 23 de junio de 1871, p.1, y fue reproducida por Abdén Arézteguy en su libro La Revolucién Oriental de 1870, Buenos Aires: Félix Lajouane, Tomo II, 1889, pp. 3941. Acevedo Diaz contaba con veinte afios exactos. Dos décadas mis adelante penetraré en la psicologia de “esas conciencias varoniles”, y también en la conciencia femenina dispuesta a inmolarse por la causa junto a sus hombres. Hay algo mis. El 16 de mayo de 1897, Acevedo Diaz renueva desde Guaviya estas impresiones en una carta a su esposa, Concepcién Cuevas, después de la batalla de Arroyo blanco que luego exaltaria en una serie de conferencias. Entonces era el escritor en su plenitud: “Yo habia narrado las proezas legendarias de mis compatriotas en mis libros; pero nunca crei que su heroismo llegase a los extremos que hoy! Qué sublime ‘abnegacién! Como uruguayo, lo tengo é orgullo. Para decirte que lo visto, acaso no tengo ejemplo, paréceme bastante apuntar que tomdbamos mate con Aparicio y Lamas cuando la tropa de linea y la artilleria de Villar hacian fuego a granel sobre nosotros d quinientos ‘metros de distancia. Algunos amigos queridos cayeron, vivando é la patria, cuya bandera flameaba en la loma”. (Correspondencia familiar e intima de Eduardo Acevedo Diaz, Montevideo: Biblioteca Nacional, 1979, p. 46. Compilacién y Presentacién de Héctor Galmés). c. José Maria Reyes, quien recorrié toda la Repiblica en misién de estudio topografico, pudo conocer el escenario del combate tal como debié ser en 1817. Asi describid esa zona ubicada en el actual departamento de Artigas: “/...) comienzan a descubrirse los bajos fondos, los placeres y las islas, que aumentan de extension y se multiplican a medida que ese mismo nivel desciende y solevanta el alveo de los canales, dominando ¢ inundando los valles, y los llanos. Tal es la estructura de los contornos del Cuareim comprendidos entre el Pintado y el Catalén [...]. En las variedades y alternativas de las sierras que recorren esos afluentes del Cuareim, particularmente el Catalén, el Pintado y Sepulturas [..] puede asegurarse que en ellos se descubren los principales elementos que sirven de base a Ia nomenclatura de las tierras, consideradas bajo el punto de vista agricola, la altmina, la silice y la cal. [...] En los valles, como en las llanuras del Arapey, y del Queguay, y muy particularmente, en la margen derecha del Catalén, Tres Cruces y Cuaré, las capas vegetales demuestran, que se hallan corregidas de los defectos de las tierras fuertes [..] En las cosas del Catalan, se observé un mineral que parecia ser el antimonio sulfurado, con un color pardo oscuro, cristalizado y quebradizo”. (Descripcién geogréfica del territorio de la Repiblica Oriental del Uruguay, José Maria Reyes, Montevideo: Ministerio de Instruccién Publica y Previsién Social, Biblioteca Artigas, Coleccion de Clasicos Uruguayos, vol. 7, Tomo I, 1960, pp. 79, 94, 95 y 100. Prélogo de Juan E. Pivel Devoto). 4. Un jamelgo, segiin el DRAE, es un “caballo flaco y desgarbado, por hambriento” (1984, T. II, p. 793). Es ésta una firme linea en el discurso de Acevedo Diaz: introducir sintagmas (“jamelgos de lidia") y numerosos vocablos clasicistas, impregnados de resonancias intertextuales, en este caso de Don Quijote de la Mancha. . Desde el principio se prepara la atmésfera y el escenario del choque, el que se desarrollara apenas unas horas después del “desastre del Catalén”, con las Ultimas luces (“Un tenue resplandor en el horizonte quedaba apenas de la luz del dia”). Estas “huellas recientes de las balas recibidas en la fuga”, despejan toda incégnita acerca de la procedencia de este breve destacamento. Hombres, mujeres y animales, apenas un jirén de derrotados, van a dar la batalla final antes que caer en manos del enemigo 0 antes que morir fatigados. No se olvide que no sélo vienen “en fuga”, sino que ademés la “marcha habia sido dura, sin descanso”. f. Sobre la figura femenina en la obra de Acevedo Diaz véanse consideraciones en el Prologo y en la nota explicativa (c) a “El molino del Galgo”. g. La segunda acepcién que da la dltima entrega del Diccionario de la Real Academia a la voz “tapera” (énica aplicable), no resulta del todo insatisfactoria para el caso: “Amer. Merid. Habituacién ruinosa y abandonada” (DRAB). Mejor resulta la definicién que aporta el propio Acevedo Diaz en /smael: “y llegése hasta una tapera, resto de un ranchejo de paredes de tierra y ramas que alzaba sus picachos de lodo seco [...]" (Cit. por edici6n de Biblioteca “Artigas”, Coleccién de Clasicos Uruguayos, vol. 4, 1954, p. 196. Prélogo de Roberto Ibaiiez). En cuanto a “testeras”, la primera acepcién que aporta el DRAE parece Ja adecuada: “Frente o principal fachada de una cosa”. Se tefiere al frente de la vivienda abandonada, indudablemente ya hace mucho tiempo. h, “Satico: (Sambucus australis). Arbol que no pasa de 56 metros de altura. Vive en montes serranos 0 riberefios. Sus inflorescencias-compuestas de flores blancas y de poco tamafio— se destacan en el follaje. Hojas compuestas, de foliolos dentados, acompatiadas generalmente de estipulas. Se le encuentra en la mayoria de los departamentos”. (Flora arborea y arborescente del Uruguay, Atilio Lombardo, Montevideo: Concejo Departamental de Montevideo, 1964, 2a. edicién, p. 131). Cicuta: “Planta de la familia de las umbeliferas, de unos dos metros de altura, con tallo rollizo, estriado, hueco, manchado de color purptireo en la base y muy ramoso en lo alto [..]” (DRAE). i. En la Coleccién José Pereira Rodriguez, del Archivo Literario de la Biblioteca Nacional, existe una serie de apuntes de este critico para una inédita edicién anotada de “El combate de la tapera”. Se trata de un conjunto de apuntes manuscritos (en adelante Cft. Pereira Rodriguez) entre los que copiamos: “Mordiendo el cartucho. Ciertas armas antiguas se cargaban con cartuchos cuyos tapones solian quitarse con un mordisco. Mariano José de Larra en el “delirio filoséfico” que constituye su articulo “La Nochebuena de 1836”, evocando uno de los sitios padecidos por Bilbao, durante la guerra carlista, se le figura que “una mano seca y roida llevaba a una boca cérdena y negra de morder cartuchos, un ‘manojo de laurel sangriento” (Debo esta cita a la gentileza y a la memoria de mi amigo el profesor Mario Delgado Robaina)”. i. “Garganta de sapo. Dice el Viejo Vizeacha en los versos 24012402 del Martin Fierro (1872), de José Hernéndez, refiriéndose a la mujer: “porque tiene el corazén/ como barriga de sapo”. La exégesis de tales versos llega a la solucion dilemdtica de que tiene el corazén frio 0 grande y blando, capaz —por esto tiltimo— de ensancharse con afecto. En el texto significa “més valor que miedo” y se refiere al hecho de que el sapo al “cantar” ensancha desmesuradamente la “garganta”. (Cf. Pereira Rodriguez), k. “Tenia el ido en el suelo, Procedimiento campesino para averiguar 0 prevenir la proximidad de algin peligro. Hernandez en los versos 14751480 dice por boca de Martin Fierro: “Como lumbriz me pegué/ al suelo para escuchar, pronto senti retumbar! las pisadas de los fletes,/ y que eran muchos jinetes/ conoci sin vacilar”. Hilario Ascasubi en Santos Vega o Los Mellizos de la Flor (1872), escribe: “{...] y echandose sobre el pasto, de medio lao, afirmé/ la oreja izquierda en el suelo, (...]”. (Chr. Pereira Rodriguez). 1. Ninguna de las diez acepciones del verbo “barajar” que registra el DRAE parecen totalmente apropiadas para el caso. Aunque la séptima (“Tomar en el aire un objeto que se arroja”), en sentido figurado puede ser itil, Esto ya fue anotado por Eugenia B. de Alberti, Mercedes R. de Berro, Celia Mieres y Elida Miranda en su Diccionario documentado de voces uruguayas en Amorim, Espinola, Mas de Ayala, Porta, Montevideo: Universidad de la Republica. Departamento de Publicaciones, 1971, p. 40: “Captar algo répidamente” Llevado al espafiol académico, el sargento Sanabria diria en tono irdnico algo asi como: ““Supongo que aqui se nos va la vida” Maturrango: “Dicese de la persona que no sabe andar a caballo” (Vocabulario rioplatense razonado, Daniel Granada, Montevideo: Ministerio de Instruccién Piblica y Previsién Social, Biblioteca Artigas, Coleccién de Clasicos Uruguayos, vol. 26, Tomo Ii, 1957, p. 100, Prélogo de Lauro Ayestarin). “Inexperto, novato” (Nuevo vocabulario campesino rioplatense, Juan Carlos Guarnieri, Montevideo: Florensa & Lafén, 1957, p. 123. “Chambén” (Diccionario documentado de voces uruguayas..., op. cit., 1971, p. 131). m. “Chambergo incoloro de barboquejo de lonja sobada”: En el Rio de la Plata se le llama “chambergo” al sombrero de tela y de ala ancha, en este caso “incoloro” por su vejez y las inclemencias del tiempo a las que estuvo sometido (sol, agua, heladas). Mientras que la “cinta con la que se sujeta por debajo de Ia barba el sombrero [...|” (DRAE): el “barboquejo”, es aqui una simple tira de cuero, sobada y sudorosa. n. Chifle: “Asta de animal vacuno, regularmente de buey, donde se lleva agua para beber en los viajes o largas travesias” (Granada, op. cit, T. I, p. 210). “Asta de animal vacuno, a modo de frasco que sirve para transportar liquidos, en el campo. La punta esté agujereada y tiene una tapa atornillada a modo de tapén; la otra extremidad va cerrada por un trozo de madera. Se lleva suspendido de un cordén en las dos extremidades” (Diccionario documentado de voces uruguayas.... op. cit, pp. 7172). Por cierto que el liquido encerrado en el recipiente no es aqui agua sino cafia. Al mismo objeto se lo menta, algunas frases después, como “Ja mimosa”, palabra que metaforiza el acto del “beso” del paisano al pico del recipiente y el consiguiente embeleso con el alcohol. En /smael, habilmente el autor incorporé una definicién del término al curso mismo de la narracién: “y desprendiendo un pedazo de cuerno o chifle con tapén de madera del lomillo, bebiése un buen trago de aguardiente con la mayor tranquilidad” (Op. cit., p. 215). fi, Mandria: El DRAE define este vocablo como “J. Apocado, intitil y de escaso o ningin valor// 2. Arg. Holgazén, vago”. Ninguno de los diecionarios de voces rioplatenses que disponemos lo registran, Creemos que est empleado en este contexto como sindnimo de “maldito” u otro insulto similar. Notese que antes el sargento Sanabria lo habia empleado refiriéndose a su tropa: “Vea que esos mandrias no se duerman”. En este caso parece apropiada la segunda acepcién referida. 0. “Refucilo o rejucilo. Relémpago. Es voz lusitana” (Guarnieri, op. cit., p. 157). Esta sola frase explicativa demuestra la conciencia de Acevedo Diaz en cuanto a la necesidad de incorporar un lenguaje popular campesino en los personajes que representan ese grupo social. Tal proceso de apropiacién lingitistica, siendo novedoso a esa altura del desarrollo de la literatura rioplatense, no deja de hacerse con cautela. No en vano emplea entre comillas (en esta edicién sustituidas por las cursivas) ciertos términos autéctonos, como este “refucilos”. En el capitulo XXIV de Jsmael, el autor habia explicado el término sélo con una frase intermedia y sin necesidad de detener la marcha del relato: “tiraba de las, riendas y se acordaba de Santa Barbara, pareciéndole que se le escurrian dentro del cuerpo los rejucilos, como Ilamaba a los relimpagos, y que en el aire andaba el “dafio” [...]”. (Op. p. 164). Mientras que en Nativa, el viejo Anacleto comenta: “el cielo estaba tordillo oscuro y refucilaba fuerte”. (Cit, por edicién de Biblioteca “Artigas”, Coleceién de Clasicos Uruguayos, vol. 53, 1964, p. 81. Prélogo de Emir Rodriguez Monegal). p. “Disparos de mampuesta”: De acuerdo con la cuarta acepcién de “mampuesta” que figura en el DRAE, se trata de: “Cualquier objeto en el que se apoya un arma de fuego para tomar mejor la punteria”. Pata el caso, sitven los caballos de improvisada y tnica trinchera para los soldados orientales. q. Nétese la construccién antitética del retrato de los dos jefes (Sanabria/Heitor). A los harapos del Sargento, a su desesperado entusiasmo, a su autoritarismo matizado de afecto por su gente, se le contraponen el boato y la puleritud de la indumentaria del oficial portugués, sus movimientos elegantes en los que lo acompaiia su caballo, el distanciamiento jerérquico de sus hombres. Ramén de Caceres (17981867), quien-como se anotara en el Prélogo— estuvo entre las filas artiguistas, afirma que la batalla de Catalan “la perdimos, quizé porque no pudimos oponerles todas nuestras fuerzas”. Una estupenda descripcién de las condiciones en que vivian las tropas orientales coincide con la miserable indumentaria del destacamento que pelea en “El combate de la tapera” (Ver Prologo) r, “Reyuno”: “Deciase, y atin suele decirse, del animal que tiene cortada la punta de una de las orejas, en razon de pertenecer al estado. Derivase este vocablo de rey; porque en la época colonial se decia, por ejemplo, estancia del Rey, ganado del Rey, para significar que estas cosas pertenecian al estado. |...] Sustituyése después de la emancipacién el adjetivo reyuno por el de patrio; pero cuando se quiere dar a entender precisamente que un caballo tiene la oreja cortada, se dice que es reyuno”. (Granada, op. cit, T. II, p. 185) s. “Breas”. La palabra, de origen vasco, la define el DRAE: “Tierra quebrada entre pefias y poblada de maleza”. Acevedo Diaz la emplea en el texto como sinénimo de ‘maleza (“espesura que forma la muchedumbre de arbustos”). (Cfr. Pereira Rodriguez). t. “Picacho”: “Punta aguda, a modo de pico, que tienen algunos montes y riscos” (DRAE, ‘TIL, p. 1055). u. “Tuco”: “En algunas provincias argentinas arribefias Ilaman tuco a la luciémaga, en especial la grande, con dos discos luminosos permanentes en la parte superior de la costra junto a la cabeza, los cuales emiten claridad suficiente para leer un papel cualquiera en la oscuridad” (Granada, op. cit., T. Il, p. 228). v. En las dos versiones, asi como en las que se han recogido péstumamente en volumen, falta esta pausa que agregamos entre paréntesis rectos. Se trata de una errata evidente, ya que las acciones estructuradas en pares ("“tiro y caida’ “confusion y derrota”) son contiguas y no simulténeas. El primer par conceptual corresponde al jefe derribado, el segundo a las reacciones de los subordinados del capitin Heitor. w. En la versién definitiva el autor elimina la cacofonia producida por el término coloquial gauchesco “cabeza clinuda inclinada”. La sustitucién de la “r” por la “I” evita esa inconveniencia fonética. x. La descripeién del grupo de cimarrones y, en particular, de este ejemplar antropéfago, lejos de ser invencién del escritor se ajusta a lo que fue esta clase de perros, tal como los caractetiza el doctor Roberto J. Bouton: “Actualmente la raza de perros cimarrones, esté extinguida; y digo raza, porque en realidad por seleccién natural se formé un tipo, que aunque de origen espaitol, era el resultado de los diversos tipos que trajeron los esparioles cuando la Conquista y que una vez en estado salvaje se hizo una especie nueva. [...] me han asegurado muchas personas a las que les tocé conocer cimarrones, que el pelaje era muy variado, predominando el abarcinado, y overos negros, mas bien picazos. [...] Andaban en jaurias y vivian en covachas escarbando sus cuevas entre pedregales y espesuras de montes y sierras, las que se distinguian por la cantidad de huesos que rodeaban la cueva, pues se alimentaban de ganado, al que perseguian hasta que quedaran atras los terneros [...] Estas manadas de cimarrones, eran tan terribles, no ya por los daios que causaban al ganado y en las sementeras, en sus correrias, sino que también por los asaltos que daban en despoblado, a los transetintes; eran verdaderos lobos y andando hambrientos, particularmente si sorprendian a un hombre a pie o alcanzaban a un jinete con el caballo cansado, la muerte de éstos era inevitable. [...] En el Bariado de los Perros, Rincén de Ramirez, en 1851 hubo una gran matanza de perros cimarrones que segin [el diario] Constitucién de Montevideo de fecha 2 de julio de 1852, se mataron trece mil perros”. (“La Vida rural en el Uruguay”, Roberto J. Bouton, en: Revista Historica, Montevideo, 2a. época, Tomo XXIX, Nos. 8587, julio de 1959, pp. 9394). En la tercera nota al capitulo VII de Epocas militares de los paises del Plata (“Exterminio de una raza. La boca del Tigre”), Acevedo Diaz sefialé que eran “los denominados cimattones, criados a monte, y en realidad temibles, por su voracidad instintos de fiereza. Multiplicados de un modo alarmante, al igual del ganado vacuno, en ‘mucha parte tan arisco y montaraz como ellos, esos animales no sélo trababan lucha con los hombres sino también con los felinos més fuertes, como el feliz-onza, no menos corpulento que el tigre real, y el puma con-color” (Montevideo, Arca, 1973, p. 223). y. Pereira Rodriguez afirma que la evidente simbologia cristiana del desenlace es un recurso piadoso para clausurar “el tremendo horror” de la historia (op. cit., p. 119). En la escritura del ateo militante Acevedo Diaz no deja de ser atractivo un final como éste. El simbolo, més que como un acto de piedad, puede descifrarse como la representacién de un sacrificio de unos pocos por la felicidad colectiva o por la libertad. Todo se pierde en pos de lo imposible: el amor de este hombre y esta mujer, apenas esbozado al final, no le oferta concesiones al chirriante romanticismo de tantos otros relatos. Se salva asi de la historia rosa del gaucho Caramuri y la joven patricia Lia, en que habia incurrido su predecesor Alejandro Magarifios Cervantes en Caramurti (1838, circa). Domingo L. Bordoli cree que “el detalle chocante, de los sesos volcados sobre los pérpados a modo de cabellera o de visera, es necesario, y esté oportunamente colocado, para contrabalancear con fuerza la escena de supremo amor, también felina, en que la ‘mujer se tiende hasta formar cruz sobre su compaiero para morir confundidos en la ‘misma sangre”. Esta actitud final ha sido preparada por un gran detalle: cuando ella cubre con sus manos la herida, y se queda contemplandole con fijeza [...]”. “El combate de la tapera”, D.L.B., en: Asir, Mercedes, N° 22, junio 1951, p. 61. Pata Hugo Riva en las acciones ultetiores de Cata “se fusionan dos formas del sentimiento amoroso: respecto a la patria, implicito en la muerte de Heitor, y hacia Sanabria, el combatiente anénimo de nuestras campaias que es todo un simbolo de coraje y compaterismo, que se afirma como un valor perdurable, trascendiendo la aparente derrota experimentada en el campo de batalla; se trata de aquella “altivez en la derrota” que el autor mencionara en Nativa, y ahora resume en un relato tan intenso como ejemplarizante (Prélogo a Soledad y El combate de la tapera, Montevideo: nes de la Banda Oriental, 1969, p. 6). “Se produce asi la aleacién definitiva y absoluta: la sangre de ambos personajes con Ia tierra por la cual dieron la vida-escribe Sylvia Lago-. El contorno desolado apunta hacia un porvenir indefinido: tragico y simbélico seré este final del triunfo de los orientales que derrotan al enemigo (ya la muerte) ya casi desde su propia muerte, porque si bien es cierto que ningtin patriota sobrevive al combate, también es cierto que Cata, ya herida, ve huir, despavoridos, a los portugueses [...]” (“Acevedo Diaz: el espacio de la lucha”, op. cit., p. 68). (Il) REGISTRO DE VARIANTES 1, tragedias antiguas habia un coro extraiio, [A partir de esta linea poseemos la versién original en prensa]. 2. enel esp: taban ‘io negro, contra 3. a causa de los movimientos de hombres y de bestias, 4, Los demas habian caido uno en pos de otro, 5, sin fuerza ya para el manejo del arma, 6. no podia prolongarse./ Era necesario morir 7. chasquido de latigo en las tinieblas, 8. un silencio profundo.../ Solo el rumor 9, en aquellos lugares desiertos y minutos antes 10. No consta en 1892. 11, sus banderolas hechas fleco, 12. De alli le manaba un grueso hilo 13. He cia el frente, la 14, de arbustos espinosos./En su orilla, 15, aquellos ojos negros y fijos, 16. aquella cabeza clinuda inclinada 17, pero, ella muda é implacable introdujo alli 18, hasta el suelo,/ Soportéla inmévil, 19. y siguié arrastrandose hacia la tapera... 20. No consta en 1892. 21. pico ganchudo, extendidos y casi inméviles 2. preparése 4 acometer viendo sin duda 23. la profunda quietud de la muerte, estaba echado un mastin 24, suficientes con una expresién intensa de amor 25. fijeza cual si observara como

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