Crisis de la Repiblica
Hannah Arendt
‘Traducci6n de Guillermo Solana Alonso
BEbpITORTAL TRoOTTA iDESOBEDIENCIA CIVIL
En la primavera de 1970, el Colegio de Abogados de la Ciudad de Nueva
York celebré su centenario con un simposio consagrado a este triste ema:
<éHla muerto la Ley?s. Serfa interesante conocer lo que inspir6 deiinida-
'¢ prepararan sus ponencias oftecfan una muy
iva. Uno de tales participantes propuso una discusi6n
ladano con la ley en una sociedad de asentimiento», Las
observaciones que se formulan a continuacién son respuesta al tema. La
iteratura sobre la cuestiGn se refiere, en buena parte, a dos hombres fa-
‘mosos encarcelados —Sécrates, en Atenas, y Thoreau, en Concord—. Su
conducta enardece a los juristas porque parece demostrar que la desobe-
diencia a la ley solo puede estar justficada cuando quien la viola esta dis-
puesto a aceptar el castigo por su accién ¢ incluso lo desea. Son pocos los
ue no coincidirian con la posici6n del senador Philip A. Hart: «Cualquier
tolerancia que pueda yo sentir hacia el que desobedece depende de su vo-
luntad de aceptar cualquier castigo que la ley pueda imponerle>?, Este ar-
2.” En To Bstablih Justice,
sn Nacional sobre las causasy la prevencin de la violencia, diciembre de 1969) p. 108,gumento nos devuelve a la idea popular, y quiz4 a la errénea concepcién,
cho [gracias a la cual
ci luo] es impulsado o en algsin sentido obli-
gado a ejereer un ivo derecho legal mediante un acto personal
de desobediencia ci ta caracteristica ha dado lugar a un extraiio y,
como veremos, no siempre feliz, matrimonio te6rico, de la moralidad y de
la legalidad, de la conciencia y de la ley.
Como «nuestro sistema dual de legislacién permite la posibilidad
de que una ley estatal sea incompatible con una ley federal’, puede
comprenderse que, en sus primeras fases, el movimiento de los dere-
chos civiles, aunque se hallara claramente en estado de desobediencia,
con los reglamentos y leyes del Sur, no tuviera mas que «recurrir, den-
tro de nuestro sistema fede
del Estado, a la ley
ligera duda», se n
no se habfan cump
que se enfrentaban con la ley’. A primera vista los méritos de esta
construccién parecen considerables. La dificultad principal de un ju-
rista para hacer compatible Ia desobediencia civil con el sistema le-
gal del pats, es decir, el que «la ley no pueda justificar la violacién de
Para las referencias a crates y Thoreau en estas discsiones, véase también E. V. Ro
tow, «The Cons Govern: inginia Quarry otofo de 1968).
[Nature of the Laws, en The Record ofthe
714.
5. C.L Black, «The Problem of the Compatbilty of Civil Dibedience with Ame
‘can institutions of Government: Texas Law Review 43 (marzo de\1975), p. 496.
44
Lasley», parece ingeniosamente resuelta por la dualidad de
ign americana y la identificacién de la desobediencia civil co
cho de transgredir una ley para poner a prueba su constitucion:
Existe ademas la ventaja complementaria, 0 asi parece, de que
sistema dual el derecho americano, a diferencia de otros sistemas le-
gales, ha hallado un lugar visible y real para esa «ley més alta sobre
Ta que, «de una forma o de otra, sigue insistiendo la jurisprudencia»”,
Se necesitaria bastante habilidad para defender esta doctrina en el
terreno de la teorfa: la situacién del hombre que pone a prueba la egi-
timidad de una ley violéndola constituye, «solo marginalmente, si ica-
so, un acto de desobediencia civils'sy al que desobedece fundéndose en
fuertes convicciones morales y recurre a una «ley ms alta» le patecers
muy extrao que se le pida que acepte las decisiones distintas del, Tri,
bunal Supremo durante siglos como inspiradas:por tina:ley,superion a
todas las leyes, ley cuya caracteristica principal.es su inmutabilidad, En
clterteno de los hechos, en cualquier caso, esta doctrina fue impughada
cuando los desobedientes del movimiento de los derechos civiles dieron
paso a los resistentes del movimiento contra la guerra, quienes desobe,
decian claramente la ley federal. La impugnacién fue terminante cuando
¢l Tribunal Supremo se negé a decidir sobre la legalidad de la guerra de
Vietnam, apoyandose en la «doctrina de la cuestién politica», es decir,
precisamente en la misma raz6n por la que durante tanto tiempo se ha-
bian tolerado, sin el menor impedimento, leyes anticonstitucionales.
‘Mientras tanto, el nimero de desobedientes cviles o de potenciales
desobedientes civiles, esto es, el de personas dispuestas a manifesarse
fen Washington, habia crecido constantemente ys ésimisino, ila inclina,
cién del Gobierno a tratar a quienes protestaban como si fueran ¢elin:
Ccuentes comunes 0 a exigirles la pricba suprema del:sautosactificion:
el desobediente que ha violado una ley justa debe «dar 1a bienvenida
‘su castigo» (Harrop A. Freeman ha sefialado muy bien lo, absutdo dé
cesta demanda desde el punto de vista de un abogado: «ningtin abogado
acudiria a un tribunal para decir: ‘Su seftorfa este hombre quiere ser
‘castigado’w. Y la insistencia sobre esta infortunada e inadecuada alter-
(6. Véase en el nimero especial de Rutgers Law Review: Civil Disobedience and the
Law (21, otofio de 1966), C. Cohen, p.8-
7
8, Véase G. Hughes, of. cit m4
9. Giuil Disobedience and the Law cit, p. 26, donde Freeman argamenta conta la
copinidn de Carl Cohen: «Como el desobedinte civil actiaen una estructura legal enya
Teptimidad acepa,eote castigo legal e algo més que una posible consecuericia de su acto
45nativa resulta quieé solo natural en un «perfodo de desordem», cuando
«la distincidn entre tales actos (en los que un individuo viola la ley para
Probar su constitucionalidad) y las violaciones ordinarias se
cho més frégil» y cuando el desafiado es el «poder legislative nacional»
lera que sean las causas de este perfodo de desorden
son, desde luego, positivas y politicas—, la actual confusi
zacién y la creciente aspereza de nuestras discusiones son también pro-
vocadas por un fallo teérico en la aceptacién y en la comprensién del
verdadero cardcter del fenémeno. Siempre que los letrados tratan de
justficar al desobedie con un fundamento moral y legal, montan
bien del objetor de conciencia, bien del hombre
icionalidad de una ley. Lo malo es que lasituaciOn
10 guarda analogia con ninguno de esos dos ca-
le que él nunca existe como simple individuo;
9. Rara vez
del desobediente civ
08, por la sencilla razé
puede funcionar y sobi
Principalmente en la «desobediencia,
or ejemplo, las ordenanzas del tric
+a como irteprensibles en sf mismas,
injustas, politicas gubernamentales
bjeto de protestar contra leyes
6rdenes ejecutivas, presupone l
existencia de un grupo de accién (limaginemos a un solo individuo ¥
lando las ordenanzas del tr ha sido adecuadamente denomin:
«desobediencia en su estrieto sentido»!
Es precisamente esta adesobediencia indirecta», que careceria de
sentido en el caso del objetor de conciencia o en el del hombre que vul-
nera una ley especifica para poner a prueba su constitucionalidad, la que
acim natural y adecuada (.] Asf demuestra incluso su voluntad de sacti-
90 al servicio de exa causa (ibid, 9.6)
46
Sf jon concertada pro-
nite politica goza del apoyo de una mayorfa; su accién concerta
‘dese dea scl eae coy sue acecndo lo us pom cbs
y conviccién a su opinién, sea cual fuere la forma en que lo hayan al-
canzado. Son inadecuados si se aplican a la desobediencia civil losargu-
mentos formulados en defensa de la conciencia individual o de los actos
individuales, esto es, los imperativos morales y los recursos a una «ley
mésaltar, sea secular o trascendente} en este nivel no solo seré «dfcily
posible «velar por que la desobediencia civil sea una filosofia de
intensa y exclusivamente personal; de formatal que,
individuo, por cualquier raz6n, pueda desobedecer's,
I
Las imagenes de Sécrates y de Thoreau aparecen no solo en la literatura
de nuestro tema, sino también, lo que es mas importante, en las men-
tes de los mismos desobedientes cies Para quienes han sido educados
en la tradici6n occidental de la conciencia —Zy quién no lo ha sido?—
parece solo natural considerar su acuerdo con los demés secundario
15, Norman Coins formula un sri casos nos gue font
cepto de una ley superio puramente secular r
“Si ay un conflict entre la epuridad del Bad soberano ya segusdadelncpt
‘munidad humana, se antepone la comunidad humana. as
Si ayn conflict entre el bienesta de a nec y el iene de
sntepone el bienear dela humana, ,
Shay wo conflict entre a necesdades e xa geeracin ya nobiidier eae
ioresgeneraionc, se ateponen as necesdades de lkerioresgeneacione.!
Sifay un confco ene los derechos el Exad y los derechos del hombre sane
omen los derechos del hombre, EL stad justifies nu exienca solos ive y saga
alos derechos del hombre.
‘Sify un confcto entre el ordenaento pico y la concenca particular, ant
ciencia paricolr
‘an conto entre el eGmasdo ald de a prosperidad y la ordala del par, se
sonepone Ia ordi de ls pass (A Matter of if, 1963, pp. 83-84; tado en Cini Disab
‘ions and the Law, ct,
aceptar esta comprensin de la ley superior sen emino
de primeros principios, como considera Cousins su enumeracién.
14. N.W. Panes, op. ct, p. 708
7ante una solitaria decisién in foro conscientiae, como si lo que tuviera
en comin con otros no fuera, en modo alguno, una opinién o un crite-
tio, sino una conciencia comin. Y como los argumentos utilizados para
fanzar esta posicién son normalmente sugetidos por las reminiscencias
ims o menos vagas de lo que Sécrates o Thoreau tenfan que decir acer-
ca dela stelacién moral del ciudadano con la ley», puede que lo mejor
sea comenzar estas consideraciones con un breve examen de lo que estos
dos hombres tienen ahora que decir sobre la cuestién.
Por lo que se refiere a Sécrates, el texto decisivo ¢s, desde Iucgo, el
Criton de Platén y los argumentos allf presentados, mucho menos inequi
vyocos y ciertamente menos tities para demandar una alegre sumisin al
castigo de lo que nos dicen los textos legales y filoséficos. Existe, en pri-
mer lugar, el hecho de que Sécrates, durante su proceso, jamés desafié a
Jas mismas leyes —solo a ese especifico extravio de la justi 1 deno-
‘min6 caccidente», réxn—. Su desgracia personal no le autorizaba a «rom-
per sus contratos y acuerdos» com las leyes; su pugna no era con las leyes
sino con los ueces. Ademiés, como Socrates sefal6 a Critén (quien traté de
‘convencerle para que huyera y se «en la época del proceso las mis-
mas leyes le habian ofrecido esa el En aque! momento podrias ha-
ber hecho, con el consentimiento del Estado, lo que tratas de hacer ahora
sin él Pero entonees te ufanabas de estar dispuesto a morir. Dijiste que
preferfas la muerte al exilio» (52). También sabemos, por la Apolo,
gue tuvo la opcién de desistir del piblico examen de los hechos q
dda, extendis Ia incertidumbre acerca de costumbres y creencias¢
cidas, y que de nuevo prefiri6 la muerte porque «no vale la pena vivir
Vida clandestinay. Esto es, Sécrates no habria hecho honor a sus propias
palabras si hubiera tratado de escapar; si no hubiera hecho todo lo que
hizo durante su proceso, habria «confirmado a los jueces en su opinién y
pareceria que su veredicto era justo» (53). Se debia a sf mismo, tanto como
a los ciudadanos a quienes se drigi6, al quedarse y mori. «Este es el pago
dena deuda de honor, el pago de un caballero que ha perdido una apues-
‘2 y que paga porque no podria de otra manera vivir consigo mismo, Ha
habido, desde luego, un contrato y la nocién de un contrato impregna la
segunda mitad del Critén, pero [el contrato que liga €[. el compro-
‘miso involucrado en el proceso» (el subrayado es de la autora)
Bl caso de Thoreau, aunque mucho menos dramiético (paso una no-
che en la cércel por negarse a pagar su capitacién a un Gobierno que
1S. Vease el excelente aniliss de N. A. Greenberg, Socrates’ Choice in the Cito»
‘Harvard Studies in Classical Philology 70/1 (1965), en el que demostré gue solo puede
comprenderse el Criton en conjuncisn con la Apologia,
48
Permitia la esclavitud, pero permitié que su tia la pagara por él a a ma-
Sana siguiente) parece a primera vista més pertinente en las discusiones
Porque, a diferencia de Sécrates, protesté contra lainjus-
sas leyes. Lo malo de este ejemplo es que en «On the Duty
Disobedience», el famoso ensayo que surgié del incidente y que
i la expresion «desobe: en parte de nuestro vocabu-
politico defendié su posicién, basindose no en la relacién moral de
'un ciudadano con la ley sino en la conciencia individual y en la obligacion
‘moral de la conciencia: «No es deber de un hombre, como cosa cottiente,
dedicar 1 ala extixpacién de todo lo que esté mal, aun de lo que
de tener Iicitamente otras preocupaciones a las que conss-
_srarse; pero es su deber, por lo menos, lavarse las manos respecto de esto,
Y sino vuelve a pensar mAs en ello, no proporcionarle prcticamente su
apoyor. Thoreau no pretendié que el hecho de lavarse las manos-ante esa
cuestién mejoraria el mundo ni que un hombre tuviera obligacién de me-
jorarlo, £1 «lleg6 a este mundo, no fandamentalmente para convertitlo
lugar en que vi
te de él ala que llegamos es un buen lugar para vivir entonces, o al menos
un lugar donde los males que se cometen no son ede tal naturaleza que le
‘bliguen a uno a convertirse en agente de la injusticia para otro». Porque
solo si ley». ¥ Thorean tenia ra-
idual no exige nada mis"
10 en cualquier otra parte, la conciencia es apolitica. No se
fundamentalmente interesada en el mundo donde se cometen los
‘males o en las consecuencias que tales males tendrén para el curso futu-
+0 del mundo. Esto no significa decir, con Jefferson: «Tiemblo por mi
pais cuando pienso que Dios es justo: que Su justicia no puede detmir
siempre»'” porque tiembla por el ser individual y por su integtidad.
Puede ser mucho més radical y decir, con Thoreau: «Este pueblo debe
dejar de tener esclavos y de hacer la guerra a Méxi
su existencia como pueblo» (subrayado de la autora),
Lincoln «el objetivo supremo», incluso
de los esclavos, siguié siendo, com
snunca salvar o destruir la
, augue le cueste
ientras que para
[a lucha por la emancipacién
i en 1862, el esalvar la Uni6n,
tude! Esto no significa que Lin”
16, Todas las ita son de «On the Duty of Civil Disobediencer (1849) de Tho
17. Notesom the Stat of Vin, Query XVI (1781-1785)
18. En su famosa carta a Horace Greeley. Esa cta ed tomada de H. Morgeathau
‘The Dilemmas of Politics, Chicago, 1958, p- 80.
49ccoln ignorara «la monstruosa inj
denominé ocho afios antes;
centre su «deber oficials y su «d
de todas las partes puedan s
jade las siempre complejas y siempre
es, en definitiva, la misma que la de Maquiavelo cuando decfa: «Amo a
mi ciudad natal més que a mi propia alma». La discrepancia entre el
«deber oficial» y el «desco personal» no indica una falta de compromiso
moral en el caso de Lincoln, como la discrepancia entre la ciudad y el
alma tampoco indica que Maquiavelo fuera un ateo y no creyera en la
salvacién y en la condenacién eternas.
Este posible conflicto entre el chombre bueno» y el «buen ciudada-
‘nom (segin Aristtele, cl hombre bueno solo podria ser un buen ciuda-
dano en un buen estado; segiin Kant, incluso «una raza de diablos» po-
drfa resolver con éxito el problema de establecer una constitucién, «solo
con que fueran inteligentes»), entre el ser individual, con o sin creencias
en una vida posterior y el miembro de la comunidad 0, como diriamos
moralidad y la politica, es muy antiguo —més antiguo, in-
Palabra «concicncia» que, en su actual connotacién es de
tiguas son las justificaciones
ientemente consecuente con-
sigo mismo como para reconocer y admitir que estaba expuesto ala acu-
saci6n de irresponsabilidad, la mas antigua acusacién formulada contra
el chombre bueno». smente que él no era «responsable
del venturoso funcionamiento de la maquinaria de la sociedad» porque
no era «el hijo del ingenieto». El adagio Fiat iustitia et pereat mundus
ia aunque el mundo perezca), que es i
contra los defensores de
con el propésito de excusar males y d
del
completamente intratable el problema de la desobediencia ala ley»! si-
gue siendo de un orden diferente. Los dictémenes de la conciencia no
solo son apoliticos sino que, ademés, se expresan siempre en declara-
ciones puramente subjetivas. Cuando Sécrates afirmé que «es mejor su
frir el mal que hacer el mal», querfa decir claramente que era mejor
para él, de la misma manera que era mejor para él «estar en desacuer-
19. R, Hofstadter, The American Political Tradition, Nueva York, 1948, p
20, The Letters of Machiavelli, ed, de A. Gilbert, Nueva Yor
21, To Establish justice. itp. 98.
50
se en desacuerdo (cansigo
mntrario, lo que cuenta es que se haya
para la ley es irrelevante quién se encuentre mejor como
que lo ha suftido. Nuestros cédi-
tinguen entre los delitos perseguibles de oficio, porque la
lad como conjunto ha sido ofendida y aquellos en los que solo
se ven involucrados quienes los cometen y quienes los sufren, que puc-
den o no pueden desear perseguir a los primeros. En el primer caso re-
sulta irrelevante el estado mental de los involuctados excepto cuando
el propésito es parte de un acto abierto, o si se toman en consideracién
circunstancias atenuantes; no existe diferencia si el que sufrié el delito
desea perdonarlo o si es enteramente improbable que quien lo come-
ti6 vuelva a repetirlo,
En Gongias, Sécrates no se dirige alos ciudadanos, corono en laApo-
logia y, en apoyo de la Apologia, en Crit6n. Aqui Platén deja a Séerates
hablar como filésofo que ha descubierto que los hombres no solo se co-
‘munican con sus semejantes sino también consigo mismos y que la l=
tima forma de comunicacién —con mi ser y realizada por mi mismo—
Prescribe ciertas normas a la primera. Estas son normas de conciencia y
son —como Thoreau anuncié en su ensayo— enteramente negativas. No
Sefalan lo que hay que hacers indican lo que no hay que hacer. No for.
‘mulan ciertos principios para la realizacién de una accién; trazan fron.
‘eras que ningtin acto debera transgredir. Afirman: No hagas mal por-
{que entonces tendrés qu
22. Gorgias 482 y 449,
23. Esto se orna completamente claro enel segundo libro de a Repablica, donde los
propios disipulos de Scerates pueden defer Ia injusicia de la Forma mis
clocuente pera no 157-367) Est y siguen estando
como de una verdaevidente en sf misma, pero lon argunen.
n convincents y denotan que con este género de tazonamiento
Ja causa de
stl»— pueden lograr un adecuad
n Plat6n, creyendo en un mitico futuro c
normas de la conciencia dependan d
terés por uno . Sefialan: cuidado con hacer algo con lo
serds capaz de vivir. Es el mismo argumento que condujo a «Camus
a insist sobre la necesidad de re injusticia por la propia salud
1 bienestar del individuo que resiste» (el subrayado es de la autora). El
inconveniente politico y legal de semejante justificacin presenta dos
aspectos. En primer lugar, no puede ser gene!
su validez tiene que seguir siendo subjetivo. Puede que no moh
conciencia de otro hombre aquello con lo que yo no puedo vivir.
sultado es que la conciencia se alza contra la conciencia. «Sila d
de violar la ley dependiera realmente de la conciencia individual, es di
«ill advertiren la ley c6mo se halla el doctor King en mejor posicién que
el gobernador de Misisipi, Ross Barnett, quien también crefa profunda-
‘mente en su causa y estaba resuelto a ira la carcel»2, El segundo, y quizé
aiin mas serio, inconveniente es que la conciencia, aunque definida en
mente de este interés. ¥ dificilmente puede presuponerse este género de
interés. Aunque sabemos que los seres humanos son capaces de reflexio-
nar —de tener comunicacién consigo mismos—, ignoramos cudntos se
satisfacen en esta empresa no lucrativas todo lo que podemos decir es
>, de la reflexidn, sobre lo que uno esté ha-
alas altas clases sociales’.
24, C. Bay, Civil Disobedience
co 196 486,
To Esta
te Woe Me
mucho tiempo distinguir entre conciencia y
lenguas, el francés, por ejemplo, la separacién entre conciencia y senti-
do jams ha tenido lugar)*. La vor de la coi
anuncié la ley divina antes de llegar a ser la lumen naturale que infor-
aba a los hombres de la existencia de una ley superior. Como var de
Dios formulaba prescripciones positivas cuya validez, descansaba en el
mandato: «Obedeceris a Dios antes que a los hombres —mandato que
ligaba objetivamente sin ninguna referencia a inst
¢ podia tornarse, como sucedié en la Reforma,
tucidn de la iglesia, de la que se habia afirmado que estaba inspirada por
la divinidad—., Para oidos modernos esto debe sonar como una «atito-
cettificacién», que «linda con la blasfemia» —la presuntuosa pretensién
de que uno conoce la voluntad de Dios y se halla seguro de su eventual
icaci6n’”—, No sonaba de esta forma al ereyente en un Dios erea-
ue se haba revelado él mismo a la tinica criatura que él creé a su
propia imagen. Pero no es posible ignorar la andrquica naturaleza de las
conciencias inspiradas por la divinidad, tan clamorosamente manifesta-
da en los comienzos del cristianismo.
sso —mis bien tarde y no, desde nego, en todos los pai-
los objetores de conciencia de in
solo cuando apelaban a una ley divina que era tam
tucién religiosa, tanto si proclaman que sus conciencias se
madas por la divinidad como si no es asi, han creado mayores
tades, No es probable que estas dificultades desaparezcan sustituyendo
+ La autora exoplea las palabras conscience y consciousness para designar lt com
33la sumisién al castigo por el recurso a una ley superior pablicamente
contal de que uno esté dispuesto a cumplir la pena». Resulta muy tris-
te que, alos ojos de muchos, un «elemento de autosacrificio» sea la me-
jor prueba de la «intensidad de la preocupaciOn»™, de la «seriedad del
desobediente y de su fidelidad a la leys®®, porque el fanatismo sincero
¢s habitualmente la sefial distintiva del excéntrico y, en cualquier caso,
torna imposible una discusién racional de las cuestiones en juego.
‘Ademés, la conciencia del creyente que escucha y obedece la vor
de Dios 0 los mandatos de la lumen naturale dista considerablemente de
la conciencia estrictamente secular —de ese conocimiento y comunica-
cin con uno mismo, que en lenguaje ciceroniano, mejor que mil testi
g08 atestigua hechos que de otra manera podrfan permanecer siempre
ocultos—. Es esta conciencia la que hallamos con tal magnificencia en
Ricardo III. No hace més que shenchir a un hombre de obstaculose; no
std siempre con él, pero aguarda a que se encuentre solo, y pierde su
dominio cuando pasa la media noche y él se retine con sus lores. Solo
después, cuando él ya no esté consigo mismo, diré: «Conciencia no es
‘més que una palabra que usan los cobardes / Concebida en un principio
para amedrentar al fuerte». El temor a estar solo y a tener que entre
tarse con uno mismo puede disuadir de la fechoria, pero este temor, por
su verdadera naturaleza, no es persuasivo para otros. No hay duda de
‘mente significativa cuando llegan a coincidir cierto némero de cone
es de conciencia decidan acudir a la plaza y hacer
lico. Pero entonces ya no estamos tratando con indi
on un fenémeno cuyo criterio pueda derivarse de Séerates 0
de Thoreau. Lo que se ha decidido in foro conscientiae se ha convertido
ahora en parte de la opinién pablica y, aunque este grupo particular de
desobedientes civiles puede proclamar su validaci6n inicial —sus con-
ciencias—, cada uno de ellos ya no se apoya en si mismo. En la plaza, la
suerte de la conciencia no es muy diferente de la suerte de la verdad del
54
lésofo: se convierte en una opini6n, indistinguible de otras opiniones.
Y la fuerza de la opinién no depende de la conciencia sino del nime-
to de aquellos con los que esté asociada —cel acuerdo unanime sobre
que X es un mal [..]afiade erédito ala opinién de que X es un male",
rr
La desobediencia a la ley, civil y penal, se ha convertido en un fenéme-
no de masas durante los iltimos afios, no solo en América sino en mu-
cchas otras partes del mundo, El desaffo a la autoridad establecida, reli-
y secular, social y politica, como fenémeno mundial, puede muy
ado como el acotcininto priori de i
1a década. «Las leyes parecen haber perdido su, pod
exterior y con la consideracién de una perspectiva bi epi
to signe dl
inestabilidad interna y de la vulnerabilidad de los Gobiernos y. nen ise
a historia ensefia algo sobre las causas de la
10 ensefia mucho pero sf considerablemente
revelador de la desintegracién es una progresiva erosién de la autoridad
gubernamental y que esta erosi6n es causada por la incapacidad del Go-
bierno para funcionar adecuadamente, de donde brotan las dudas de los
(ejemplo de sebidu-
ria que lleg6 a publicar The New York Times en su seccién «Quotation
of che Day)”, formulan a menudo recomendaciones razonables. Estas,
sin embargo, no suelen ser Hevadas a la préctica sino que
les caracteriza su desesperado propésito de hallar algo sobre las'scau-
sas mas profundas» de la materia de que se trate, especialmentesdlesta
materia es el problema de la violencia. Y dado que las «causas ms peo*
fandas» se hallan, por definicin, ocultas, el resultado final de tales in-
vestigaciones en equipo se reduce, también a menudo, a hipStesisyteo-
rias no demostradas. La clara consecuencia es que la investigaciGn se ha
136. Esalusén ala donacin den mln de délare, hecha por Ia Fundacén Ford
provocando una cr-
fen New York Tes, 7 de
7idad criminal" —a pesar de
las las prucbas y todos los argumentos apuntan en sen
ba que consiste en «demostrar que los actos de desobe-
hacia el delito» no es
te inexistente—"”, Aungue es ci
ia prudente ni correct
es mds que la consecuencia inevita-
desastrosa erosién del poder y de la competencia de la poli-
iestras las propuestas de demostrar la existencia de una
|+ mediante «tests» de Rorschach 0 mediante agentes in-
formadores, pero tales propuestas también figuean entre las técnicas de
criss as
40, To tstab
calificé como «‘buitres’
nos separar... de nuestra
sociedad con no mayor pena que la que sentiria
ne! las manzanas podridas». Referencia que des
Jos Estados Unidos,
En otras palabras,
y deseables 0 a la deseable preserva
inal. Existe toda la diferencia del mundo
icuente que evita la mirada piiblica y el desobediente civil
que desafia abiertamente la ley. La distinei6n entre una abierta violacién
de la ley, realizada en piblico, y resulta tan cla
41. Law and Onder R
59muede ser desdefiada por prejuicio o por mala voluntad, E
'2 por todos los escritores serios del tema y resulta cla
intentos en pro de la compati
con la ley y las instituciones americanas
sesor comin, aunque pertenezca a una
lente en su propio beneficio; se niega
a ser subyugado jento de todos los dems y se someterd
“inicamente ala violencia de las organizaciones encargadas de hacer que
se cump! desobediente civil, aunque normalmente disiente de
tuna mayoria, actia en nombre y en favor de un grupo; desafiaa la ley
yaa las autoridades establecidas sobre el fundamento de un disentimien.
to basico y no porque como individuo desee lograr una excepeién
si mismo y beneficiarse de esta. Si el grupo al que pertenece es signi
cativo en niimero y posicién, se siente la tentacién de clasificarle como
miembro de una de las «mayorfas concurrentes» de John C. Calhoun,
esto €s, de seetores de la poblaciGn que se muestran tindnimes en su di
sentimiento. Desgraciadamer ‘esti tefido de argumentos
Proesclavistas y racistas y en la Disquistion on Government, en la que
aparece, oculta solo intereses, no opiniones ni convicciones, de minorias
que se sienten amenazadas por «mayorias dominantess. En cualquier
c2s0 tratamos aqui de minorfas organizadas que son demasiado impor:
tantes, no simplemente en ntimero, sino en su calidad de opinion para
que resulte prudente desdefiarlas. Porque Calhoun tenfa ciertamente
razén cuando afirmaba que en cuestiones de gran importancia nacio
la
dad entonces establece el gobierno «sobre la simple base de un contrato
y la gran ventaja de la versi6n horizontal del contrato social es que esta
reciprocidad liga a cada miembro con sus conciudadanos. Es la énica
56. The Second Treat of Government, n:°49.
57. Véase mi andlss sobre el puitanismo y au inflenca en la Revolucion anerica-
1 en On Revolution, Nueva Yor
‘rid, 2013, pp. 271 55
38. J/Adams, Nowanglus. Works, Boston, 1851, vol. IV, p. 110,
67forma de gobicrno en la que los ciudadanos estan ligados entre s,
través de recuerdos hist6ricos 0 por homogeneidad étnica como en I
naci6n-Estado nia través del Leviatin de Hobbes, que «intimida a to
dos» y asi los une, sino a través de la fuerza de promesas mutuas. En el
pensamiento de Locke, esto significaba que la sociedad permaneceria
intacta incluso si ves disuelto el
Ja sociedad, evolucionando hacia una tiranfa, Una ver estable
iedad, mientras exista como tal, no puede ser devuelta a
ya la anarquia del estado de naturaleza. En palabras de Locke, «el po-
der que cada individuo entrega a la sociedad cuando entra en esta,
mis puede ser devuelto de nuevo al individuo mientras a sociedad dure
sino que permanecerd siempre en la comunidad»', Esta es una nueva
versién de la antigua potestas in populo, con la consecuencia de que, en
contraste con las anteriores teorias sobre el derecho a la resistencia, se-
sin las cuales el pueblo pociia actuar solamente «cuando se lo encade-
ne», ahora tenfa el derecho, de nuevo en palabras de Locke, de «impedir
el encadenamiento»®. Cuando los firmantes de la Declaracién de Inde-
pendencia empefiaron mutuamente «sus vidas, sus fortunas y su sagrado
honor», pensaban precisamente en esta vena de las experiencias espe-
cifficame ricanas tanto como en términos de la generalizacién y
ue de estas experiencias habia hecho Locke,
ue ha de suponerse Ia afiliacién
idad— queda obviamente (ex-
in abierto al menos al reproche
io. El argumento es correcto
y te6ricamente. Cada hom:
cepto en el caso de la nacionalizac
de ser una ficcién como el contrato
legal e hist6ricamente, pero no exi
bre nace como miembro de una de ida comunidad y solo puede
sobrevivir si es bien recibido y se encuentra en su elemento. En la situa-
cién de hecho de cada recién nacido hay implicado un tipo de asenti-
‘miento; principalmente una clase de conformidad a las normas segin
las cuales se juega el gran juego del mundo en el grupo particu
pertenece por su nacimiento. Todos vivimos y sobrevivimos px
pecie de consentimiento tdcito, que, sin embargo, serta dificil denomi-
nar voluntario. {Cémo podriamos en cualquier caso denominarlo
Podemos, sin embargo, llamarlo voluntario, cuando ef ni
comunidad en la que el disentimiento es también una posibilidad legal
y de facto para él cuando llega a ser hombre. El disentimiento implica
59. The Second Treatise of Government, n° 220,
60. hid, no 243,
68
tuna especie de consensus universalis» como lo llamaba Tocqueville! —
\e que ser distinguido cuidadosamente del asentimiento a leyes €s-
as o a una determinada politica, 0 a las que no alcanza eunque
esas sean el resultado de decisiones mayoritarias™. Se sefiala'a mentido
que el asentimiento a la Constitucién, el consensus tniversalis, implica
también un asentimiento a las leyes que se han establecido porque:en’el
Gobierno representativo el pueblo ha contribuido a hacerlas, Este asén+
timiento, creo, resulta, desde luego, enteramente ficticio; en las ireuns>
tancias actuales, en cualquier caso, ha perdido toda su plausibilidad: Bl
mismo Gobierno representativo se halla hoy en crisis, en parte porque
haa perdido, en el curso del tiempo, todas las instituciones que permi=
‘fan la participaci6n efectiva de los ciudadanos y en parte por el hecho
de verse afectado por la enfermedad que sufre el sistema de partidos: la
bburocratizaci6n y la tendencia de los dos partidos a representar tinica-
mente su propia m a
En cualquier caso el actual peligro de ret
de primer orden, y esta crisis es obra de dos fac-
lferentes cuya desafortunada coincidencia ha determinado
aspereza tanto como la confusi6n general de la situacién.‘0. Al mismo tiempo,
s sectores de la poblacién a
predecir el futuro de los negros y de los i
adelanto se basa en el simple y aterrador hecho de
americana, No habla nada en la Constituci6n o en la intenci6n de qu
nes la elaboraron cuya interpretacién permitira la inclusin del pueblo
selva ene omvenio origina, nso quienes denn a ven
ipaciOn pensaban en términos de la scgregaciGn de los negros
pictcablemenes de i dcporscices Estee cero pore PS arte
a Jefferson —