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HISTORIA DELA a ediciones peninsula SERIE UNIVERSITARIA ~AUL MERCIER ———— HISTORIA /CIENCIA/SOCIEDAD ‘Jean Rostand. Introduccién a la historia de la biologia Gydrgy Lukécs. Sociologia de la literatura F. Cordén. La evolucién conjunta de los animales y su medio Georges Magnane. Sociologia del deporte José M. Gonzalez Ruiz. El cristianismo no es un humanismo Carlos Castilla del Pino. Un estudio sobre la depresién Jane Jacobs. Muerte y vida de las grandes ciudades Ernst Nolte. El fascismo en su época John D. Bernal. Historia social de la ciencia/1 John D. Bernal. Historia social de la ciencia/2 Karl Marx. Teorfa econémica T. B. Bottomore. Introduccién a la sociologia Antonio Gramscl. Cultura y literatura A. Einstein. Escritos sobre la paz Karl Marx. Sociologia y filosofia social Ivan Pavlov. Reflejos condicionados e inhibiciones Ernst Fischer. La necesidad del arte Julien Freund. Sociologia de Max Weber B. Dunham. La filosofia como liberacién humana Reuben Osborn. Marxismo y psicoanil G. Tillion. La condicién de ia mujer en el 4rea mediterrénea Phyllis Deane. La primera revolucién industrial Julio Caro Baroja. Estudios sobre la vida tradicional espafiola Ernst Fischer. Arte y coexistencia Luigi Chiarin. Arte y técnica del film Gilbert Mury. Cristianismo primitive y mundo moderno Georges Duby. Economia rural y vida campesina en el Occidente medieval Gluseppe Fiori. Vida de Antonio Gramsci Gilles Martinet. El marxismo de nuestro tiempo X. Flores. Estructura socioeconomica de la agricultura espafiola ~V. Gordon Childe. Nacimiento de las civilizaciones orientales Lucien Goldmann. El hombre y lo absoluto Carlos Paris. Unamuno Xavier Rubert de Ventés. Teoria de la sensibilidad Paolo Chiarini. Bertolt Brecht Jean Duvignaud. Sociologia del arte Friedrich Engels. Escritos Henri Lefebvre. Sociologia de Marx K. Marx y F. Engels. Escritos sobre arte Antonio Colodrén. La accién humana . Paul Mercier. Historia de la antropologia Eugen Lébl. La revolucién rehabilita a sus hijos Pierre George. Sociologia y geografia Henri Lefebvre. El derecho a la ciudad Franco Momigliano. Sindicatos, progreso técnico, planificacién econémica Jean-Marie Domenach. El retorno de lo tragico . Max Weber. La ética protestante y el espiritu del capitalismo Stanislaw Ossowski. Estructura de clases y conciencia social . Isaac Deutscher. Ironias de la Historia Roberto Giammanco. Black Power/Poder Negro - Eloy Terrén. Sociedad ¢ ideologia en los origenes de la Espafia ASEESSSSSR SRREERRBS RESSHSS BS egseas saeas < r z ie i E x HISTORIA DE LA ANTROPOLOGIA historia, ciencia, sociedad. 41 Paul Mercier HISTORIA DE LA ANTROPOLOGIA ediciones peninsula** La edicién original francesa fue publicada por Presses Universitaires de France con el titulo Histoire de l’anthro- pologie © Presses Universitaires de France,.1966. Traduccién de AcustINa Fort y CARME HUERA Cubierta de Jordi Fornas. Impresa en Lito-Fisdn s.l., J. Piquet 7, Barcelona. Primera edicién: febrero de 1969. Segunda edicién: marzo de 1974. Realizacién y propiedad de esta edicién (incluidos la traduc- cién y el disefio de la cubierta): Edicions 62, sla., Provenza 278, Barcelona-8. Impreso en Lito-Fisdn s.1., J. Piquet 7, Barcelona. Dep. legal: B.7.776-1974 ISBN: 84-297-0978-9. Introduccién El titulo de la presente obra se aparta de la termino- logia francesa mas usual, por lo menos en lo que se re- fiere al siglo xx, en que lo corriente es emplear la palabra etnologia. Recientemente, algunos investigadores france- ses se han esforzado por desterrar esta costumbre, y nosotros vamos a seguirlos. Por otra parte, desde hace siglo y medio, una serie de cambios y de oscilaciones han afectado en varios paises a la denominacién de esta dis- ciplina. No son unicamente las razones etimoldgicas las que nos inducen a elegir la palabra antropologia, sino que las consideraciones histéricas tienen también en ello gran importancia. E] término es antiguo: A,.C. Haddon" se- fiala su utilizacién por Aristételes asi como por otros autores griegos. Ademas, la tradicién de aquellas nacio- nes que han contribuido en mayor grado al progreso de estos estudios, han consagrado su empleo. Este solo hecho, en una exposicién histérica en la que se les dedica am- plio espacio, justificaria por si solo el haberlo adoptado. Parece preferible reservar la palabra etnologfa para una utilizacién mas especializada, refiriéndose a un espacio 0 a un paso de la antropologia.” El uso de este término sin cualificacién alguna, llevados por el deseo de lograr una mayor brevedad, no puede dar lugar a confusiones en la presente coleccién. Del mismo modo procedere- mos en las p4ginas siguientes. cuando no exista riesgo de que se produzcan equivocos. Es evidente que sera necesario leer cada vez: antropologia social y cultural. En estas breves lineas de justificacién afloran ya al- gunos de los problemas que deben ser tenidos en cuenta por todo historiador de la antropologia, asi como al- gunos de los temas que han alimentado las discusiones de los antropdlogos durante el periodo de construccién 5 de su ciencia —y que todavia en la actualidad conservan algo de su importancia. No vamos a citar més que al- gunos de ellos. Las «coloraciones nacionales» que se manifiestan en el estudio del hombre han diferenciado, afortunadamente, de una manera m4s o menos acentua- da, las aportaciones de la investigacién, pero también han retrasado el desarrollo de una ciencia conceptual- mente unificada. En muchas ocasiones volveremos a ci- tar esta cuestién. Por otra parte, la antropologfa social y cultural es el resultado de la division de una més am- plia antropologia en campos cientificos distintos, y mas © menos auténomos. ¢En qué medida pueden ser fijados los Mmites entre unos y otros sin correr el riesgo de ser arbitrarios o de empobrecer sus objetivos? No todos los antropélogos consideran solucionada esta cuestién, seguin examinaremos brevemente més adelante. Ademas, una exposici6n histérica no puede ignorar el hecho de que las ideas esenciales para el progreso de la antropo- logia social y cultural, han sido proporcionadas por in- vestigadores que actualmente serfan dejados fuera de esta ciencia. Finalmente, esta ultima cuestién serd discutida inmediatamente. ¢No es acaso la doble califi- cacién aqu{ contenida, una manifestacién de discutible eclecticismo, una manera de eludir un problema de de- finicién, o una toma de posesién implfcita con respecto a ello? En efecto, los antropdlogos han preferido uno u otro de los términos, social o cultural, segun las fases de desarrollo de su ciencia y segun los paises, No es wnica- mente por el deseo de abreviar por lo que los dos califi- cativos no aparecen juntos m4s que en raras ocasiones. El concepto de cultura fue puesto de moda por los an- tropélogos, incluso antes de que fuese objeto de un exa- men minucioso y de esfuerzos de definicién sistematica, figurando ya en el titulo de obras cldsicas de lo que po- demos denominar, en la historia de la antropologia, el periodo exploratorio.‘ El término antropologfa cultural surgié de un modo natural en el momento en que se 6 dibujé en el estudio del hombre un reparto de las tareas, ligado a su progreso y a la elaboracién de técnicas es- pecializadas de investigacién, y ha seguido siendo em- pleado, de un modo cada vez mas exclusivo, por la tra- dicién americana. E] término de antropologia social es mas tardio, fechable aproximadamente en los primeros afios del siglo xx. Nacido en Gran Bretaifia, lleg6 a ser un término comun para designar al conjunto de la cien- cia. Después, es cierto que, por lo menos en algunos casos, la eleccién por un investigador de una u otra de estas dos «etiquetas» ha sido meramente obra del azar, como indica S. F. Nadel. Sin embargo, existe en ello algo més que una trivial diferencia de uso y tradicién, mas que una simple diferencia de acento. Se plantea un problema mas hondo, esto es, el de Ja definicién y em- pleo de los conceptos de cultura y sociedad, objeto de una serie de discusiones que todavia no han llegado a su fin. Asf, la preferencia dada en Gran Bretafia a la denominacién de antropologia social, expresa de hecho toda la orientacién conceptual de la reciente investiga- cién en este pais. En el curso del Symposium interna- cional de Antropologia celebrado en Nueva York en 1952, tuvo lugar un intercambio de opiniones con respecto a este problema de las denominaciones. Los participantes se dividieron por lo menos en dos grupos. Unos, como A. L. Kroeber y C. Lévi-Strauss, indicaban la ventaja de una doble calificacién expresando los dos niveles posi- bles de ataque de una misma realidad, los dos caminos posibles de la investigacién. A. L. Kroeber, ya habia com- parado en otra ocasién la cultura y la sociedad a las dos caras de una «misma hoja de papel carbén», que no pueden ser separadas una de otra. Otros participan- tes en la discusién se inclinaban, por el contrario, a separar la antropologia social y la cultural, ya atribu- yéndoles dimensiones distintas, ya colocandolas en di- ferentes niveles de abstraccidn.’ La eleccién aqui reali- zada corresponde a una adhesién a la primera de estas Posiciones. EI hecho de que se inicie la discusién en el momento de intentar darle una denominacién, indica la moder- nidad de esta ciencia. Unicamente a comienzos del si- glo xx afirmé su autonomfa, disponiendo de un utillaje conceptual y de unas técnicas de investigacién que le son propios. Ya desde mediados del siglo xrx se prefigu- raba la divisién de la antropologfa en dominios especia- lizados, en el sentido mds amplio, en los epigrafes utili- zados para la clasificacién de los datos o de las biblio- grafias, ya entonces muy abundantes y variadas. Pero era por simple comodidad. La verdadera especializacién comenz6 a intervenir hacia finales de este siglo, al tér- mino de los progresos realizados en la manera de plan- tear los problemas y de recoger los hechos. Aqui no se anotard el punto de conclusién mds que para indicar qué aspectos del estudio del hombre serdn tenidos en consideracién, para fijar a esta exposicién limites factua- les que se procurard evitar que se conviertan en fronteras necesarias. La antropologia del siglo x1x, en la que un mismo investigador podia eventualmente dominar to- dos los conceptos y todas las técnicas, es el resultado de un progresivo acercamiento de todas las preguntas que pueden plantearse a propdsito del hombre y su di- versidad. Una vez expuestos sus problemas fundamenta- les, acumulados los hechos, y doblandose bajo el peso je su propia riqueza, se dividié primeramente en dos grandes series de disciplinas: por una parte antropo- logia fisica, convertida por ejemplo en Francia, en el uso corriente, simplemente en antropologia, y por otra en antropologia social y cultural, si se emplea la deno- minacién en toda su extensién.* Pero puede ser utilizada en un sentido mas restringido, como se hace practica- mente en Francia, si se tiene en cuenta el hecho de que la prehistoria y la lingiifstica han conseguido una gran autonomfa, por el gran desarrollo de sus técnicas muy especializadas. Estas ciencias no ser4n mencionadas en la presente obra mds que de un modo incidental, a pesar de que han conservado intensas relaciones con la antro- 8 pologfa social y cultural lato sensu. Entre ellas son fre- cuentes los entrecruzamientos y deslizamientos: podria citarse a un gran numero de antropdélogos convertidos en lingiiistas, arquedlogos o prehistoriadores, o por lo menos realizando algunas incursiones en estos dominios vecinos. Vamos a dejar de lado el problema de las apor- taciones e incitaciones recfprocas que pueden hacerse de estas ciencias, ya que deberfa ser tema de un contexto mas amplio.’ Conviene recordar que algunos de los fun- dadores de las actuales antropologia social y cultural conservaron la vocacién y la competencia de antropélo- gos exclusivamente. Es suficiente recordar a F. Baas, que practicé6 con igual excelencia la antropologia fisica, la lingiifstica y la arqueologia: o a L. Kroeber, indudable- mente uno de los ultimos en dominar tal diversidad de conceptos y de técnicas de investigacién, as{ como en disponer de una tan amplia erudicién.* Sin embargo, el movimiento de separacién y especia- lizaci6n es un hecho adquirido, aun cuando Ja denomi- nacién de Jas ciencias o de las subciencias esté marcada por una cierta confusién. Esta diversidad de terminolo- gias reaparece también cuando se trata de denominar las etapas sucesivas, o en parte paralelas, que pueden distinguirse en el interior de la antropologia social y cul- tural; sin embargo, se dibuja un mismo esquema, que conviene recordar brevemente: los investigadores, o las escuelas de investigacién, tienden, por el hecho de privi- legiar una u otra de estas partes, a hacer un todo de la disciplina. En el punto de partida, est4 la recoleccién de datos y la descripcién, lo que cominmente es denomina- do etnografia. A partir de fines del siglo xix, ésta no pue- de ser disociada de la presencia del investigador sobre el terreno. Todas las escuelas antropoldgicas la conside- ran como una fase necesaria para el estudio de la reali- dad socio-cultural, y, més o menos explicitamente, defi- nen su tarea como la del manejo de los datos etnografi- cos. Su paciente reunién debe conducir a la constitucién de los «archivos» de toda la humanidad. Abundan desde 9 el siglo x1x los lamamientos a la urgencia de la tarea, y es un motivo principal de las ensefianzas antropolégi- cas; pues ante nuestros ojos se hunden los elementos de algunos «expedientes» indispensables. La inocente deno- minacién de «recolecta» de los datos no debe ocultar los problemas que ya existen en este nivel de la investi- gacién; problemas que no desaparecen ni aun suponien- do reunidas en un antropdlogo las mejores cualidades de observador y las mejores competencias técnicas. No- temos aqui unicamente la tendencia de algunos antro- pdlogos, entre los mds perseverantes en la busqueda de los datos sobre el terreno, a hacer de ésta, asi como de la descripcién, una cosa casi personal. Debemos sefia- lar que F. Boas, por ejemplo, no habia ni siquiera inten- tado una s{intesis de la enorme cantidad de materiales recogidos entre una sola poblacién, los kwakiutl.’ Pero esto no es consecuencia de una posicién de principio. Otro gran investigador de campo, M. Griaule, tendfa a considerar prematura toda accién que no fuese la etno- grafica, mientras no estuviesen reunidos todos los ele- mentos que permitieran establecer la imagen, sino de todos los grupos humanos, por lo menos de una serie coherente de grupos.’* Por otra parte, es un signo de progreso y de refina- miento de la ciencia el que algunos de los mejores antro- pélogos puedan modestamente darse a s{ mismos la de- nominacién de etnégrafos, ya que antes el antropdélogo se consagraba directamente a la accién de sfntesis y ge- neralizacién: toda ciencia comienza con las tentativas més ambiciosas. Pueden distinguirse dos acciones de este orden, mal diferenciadas al principio. Una de ellas, de- nominada indistintamente etnologia o historia cultural, tiene como propésito analizar e interpretar las semejan- zas y diferencias existentes entre las sociedades y las culturas humanas. Ya veremos cudntas preocupaciones de tipo histérico o geogrdfico —distribucién en el espa- cio de culturas consideradas globalmente, o de rasgos culturales significativos— existen a este respecto, preo- 10 cupaciones que, durante un perfodo relativamente largo, han constituido toda la antropologfa. Todavia no se ha borrado por completo el interés hacia la generalizacién sobre la dindmica de la historia de la humanidad. Sin embargo, los trabajos de etnologia o de historia cultu- ral han proseguido, sobre todo, bajo la forma de estu- dios de grandes regiones culturales. Tal accién puede, en cierto modo, bastarse a s{ misma, y puede también preparar sintesis mds amplias, a las que también con- ducen otros caminos de la investigacién. Estas sfntesis, que proporciona la antropologfa en su sentido mas ele- vado, tienden a definir las «propiedades generales» de la vida social y cultural, a reducirlas explicando la extraor- dinaria diversidad humana, y a deducir «leyes». Una de las formulas més recientes que expresan esta superior ambicién de la antropologfa es la propuesta por C. Lévi- Strauss: «La antropologfa tiende a un conocimiento glo- bal del hombre, abarc4ndolo en toda su extensién histé- rica y geografica: aspira a un conocimiento aplicable al conjunto del desarrollo humano, y tiende a lograr conclusiones, positivas o negativas, pero valederas para todas las sociedades humanas, desde la gran ciudad mo- derna hasta la més pequefia tribu melanesia.» Es, pues, evidente que las controversias teéricas siguen siendo las més vivas, pero aqui radica precisamente la ambicién fundamental de la antropologfa. En cuanto se fija un fin, en cuanto existe una preocupacién por reunir los me- dios para alcanzarlo, comienza a existir la antropologia como ciencia: desde este punto de vista, podemos con- siderar que su «prehistoria» terminé a mediados del siglo xix. Cualesquiera que sean las particularidades de escuela o de tradicién nacional, las divergencias en la interpreta- cién de los hechos, la diversidad de niveles en los que los antropélogos deciden comenzar el estudio de la rea- lidad socio-cultural, y las disciplinas exteriores con las que se esfuerzan en mantener un contacto més estrecho, todas estas empresas antropoldgicas tienen algo en co- ll mun: o dicho de otra manera, existe un «punto de vis- ta» del antropdlogo acerca de la realidad. La antropolo- gia aparece marcada, desde los comienzos, por la inquie- tud de abrir amplias perspectivas en el espacio y en el tiempo, segiin exigen las cuestiones fundamentales que se plantea. Como tiende a estudiar la m4s amplia gama posible de las diversidades humanas en los modos de vida, las formas de organizacién social, los comportamientos y creencias, se ve obligada a conceder un lugar privile- giado a la observacién de las sociedades que permanecen —que permanecieron— fuera del cuadro unificador re- presentado por la civilizaci6n técnica y cientffica del Oc- cidente moderno. De ahf la atencién dedicada a las «so- ciedades primitivas», a las «otras culturas» a que nos referimos mas tarde. Al mismo tiempo, la antropologia pretende alcanzar generalizaciones referentes a todos los comportamientos del hombre, vistos desde todas sus di- mensiones. A pesar de las divisiones que intervienen en el estudio del hombre, el antropdlogo conserva el deseo de una aproximacién total a los fenémenos humanos, abandon4ndolo tan sdlo cuando se ve obligado a dirigir sus investigaciones hacia aspectos diversos: geografico, econémico, sociolégico, etc. Tan sélo hace unos afios, y gracias al estudio de los continentes «exéticos» realizado por investigadores pertenecientes a ciencias especializa- das, ha logrado descargarse de una parte de sus tareas. Todavia es, o desearia seguir siendo, el «maestro de obra», porque su sentido del «fenédmeno total» le califica para esta posicién. La antropologia ha tenido, y conser- va todavia en algunos pafses, cierta tendencia a definirse como la ciencia humana por excelencia que corona a to- das las demas. Este «imperialismo antropolégico» se ha afirmado sobre todo en Gran Bretafia y en los Estados Unidos.” Sin embargo, en el seno de la antropologfa social y cultural, las orientaciones de la investigacién se han ido particularizando, y cada vez se han ido dibujando espe- cializaciones mas y mds marcadas. Unicamente mencio- 12 naremos de paso las especializaciones «regionales», y las gue derivan del desarrollo de algunas técnicas de estu- dio: como la musicologia, la tecnologia, etc. Debe ser sefialada, sobre todo, la importancia de las especializa- ciones que revelan las afinidades particulares entre va- rias disciplinas de las ciencias del hombre: volveremos sobre ello a continuacién de esta exposicién. Estas se han presentado a lo largo de toda la historia de la antropo- logia. Asi, los aspectos particulares de la antropologia en Francia se explican por el patronazgo sociolégico bajo el que se han desarrollado sus formas modernas; en este mismo pags, las recientes reacciones en contra de una antropologia arcaizante se han organizado bajo la ban- dera de la sociologia. Otro ejemplo es el de las relacio- nes existentes entre algunos antropélogos y los psicdélo- gos, los psicoanalistas. En varias ocasiones, y con el fin de distinguir claramente estas orientaciones especializa- das en el interior de la antropologia, se propuso el con- vertirlas en subdisciplinas: asi, A. L. Kroeber sugirié el imitar una «psicologia cultural». Retengamos unica- mente, por una parte, que los problemas planteados por las «relaciones exteriores» de la antropologia son al mis- mo tiempo problemas interiores de esta disciplina: Y por otra parte, que muchos progresos en la antropologia han sido inducidos por obra de investigadores que no eran antrop6logos, como ya hemos indicado anterior- mente. Por no citar mds que algunos ejemplos, un histo- riador del derecho como H. J. Sumner Maine, un socié- logo como E. Durkheim, un psicélogo como A. Kardiner deben figurar en una historia de la antropologia: o por Jo menos debe ser mencionada la presencia de sus ideas en las obras en las que directa o indirectamente han influido: asi las de E. Durkheim en M. Mauss, A. R. Rad- cliffe-Brown o B, Malinowski.'? Si la antropologia puede ser caracterizada por un cierto «punto de vista», puede también serlo por un do- minio especifico de investigacién, por el tipo de socieda- des por las que los antropélogos se han interesado con 13 preferencia. Ya hemos visto que estos dos aspectos esta- ban estrechamente ligados. El namero de palabras que designan a las sociedades que son objeto preferente de la investigacién antropolégica es muy grande y caen en desuso muy rapidamente: desde los «pueblos de la na- turaleza» de la tradicién alemana, los «salvajes» —deno- minacién utilizada antiguamente, pero empleada todavia por B. Malinowski— y los «primitivos» —término pues- to de moda por la obra de L. Lévi-Bruhl—, hasta las ex- presiones mds recientes, que manifiestan el deseo de evi- tar coloraciones peyorativas, que se superponen muy ré- pidamente sobre tales palabras cuando éstas son creadas por los miembros de sociedades dominantes: asf, por ejemplo, «sociedades sin escritura», «sociedades sin ma- quinismo», «sociedades tradicionales». Las poblaciones a las que se imponen estas etiquetas, no sélo son muy diversas, sino que alcanzan distintos niveles de desarro- llo. Sin embargo, aparecen entre ellas algunos rasgos comunes: unos que expresan las caracteristicas objetivas de estas sociedades, y otros que revelan, sobre todo, las condiciones en las que ha sido realizado su estudio, pero todos estrechamente ligados entre si. Son sociedades de débil desarrollo técnico, en las que los comportamientos econdémicos son dificiles de aislar de los demas, socieda- des en general de pequefias dimensiones —aunque esta expresién no tenga el mismo sentido para todo— y més homogéneas que las sociedades son transmitidas, da- das y prestadas, con motivo de los desplazamientos de poblacién y de toda clase de contactos. E] progreso es el resultado de Ja acumulacién de tales mezclas entre ele- mentos culturales, mientras que los grupos humanos ais- lados se estancan. Cada sociedad realiza su propia confi- guracién de «ideas elementales», y cada una de ellas adquiere una coloracién especifica. De ah{ que se haya pro- ducido una extraordinaria multiplicidad de combinacio- nes en el curso de la historia, de las que algunas persis- ten, mientras que otras desaparecen. Y de donde, también, la constitucién de «provincias geograficas» de una rela- tiva homogeneidad, a las que el periodo siguiente deno- minaré con G. Elliot Smith. En Francia, el Ppensamiento antropolégico tomé direcciones muy dis- tintas. Ya se ha advertido que hasta fines del siglo x1x Francia estuvo casi ausente de la escena, a pesar de que 7 habia producido pioneros de la importancia de J. Bou. cher de Perthes, y habia aportado contribuciones esen- ciales a la antropologia fisica. El interés por las «otras culturas», si bien vivo entre los filésofos de los siglos precedentes, no desembocé en este pafs en investigacio- nes auténomas. La incitacién al desarrollo de la antro- pologia provino de una sociologia creada por los fildso- fos; en primer plano, E. Durkheim. La antropologta so- cial y cultural, después de haber sido una oscura ayuda de la antropologia fisica, pasé a convertirse en la mds honorable colaboradora de la sociologia, no alcanzando su autonomfa hasta 1930; para el perfodo aqui estudiado, fueron fundamentales los trabajos y la influencia de M. Mauss. Tales son las grandes corrientes de la inves- tigacién antropolégica que estudiaremos sucesivamente. Por otra parte, aparecieron nuevos problemas, que no alcanzarian toda su ampStud hasta el perfodo siguiente. El interés por la aculturacién y el contacto cultural, que anuncian todas las evoluciones posteriores del estudio de los cambios sociales y culturales «en curso» y no «aca- bados»," se manifesté antes de 1930. Las reflexiones que preparan el estructuralismo aparecen en investigadores tan distintos como A. R. Radcliffe-Brown y E. Sapir. Los trabajos de campo de R. Thurnwald, a partir de 1906, y sobre todo de B. Malinowski, a partir de 1915, conduci- rfan a las teorfas funcionalistas. Finalmente, y al mismo tiempo que en los Estados Unidos, C. G. Seligman en Gran Bretafia y M. Mauss en Francia presentan la im- portancia de los estudios psico-antropolégicos, que se convertirfan, sobre todo, en el primero de estos patfses, y bajo la forma de investigaciones relativas a las rela- ciones entre la cultura y la personalidad, en los patterns culturales, etc. Se multiplican las investigaciones de campo. Hasta este momento, salvo excepciones, los materiales etnogra- ficos eran recolectados por personas no especialistas, eventualmente hombres de otras ciencias. Y todavia a principios de este perfodo constituyen con frecuencia 72 meros subproductos de otras investigaciones. Por ejem- plo, F. Boas recogié materiales etnograficos con motivo de una expedicién geogrdfica a la Tierra de Baffin, en 1887. A. C. Haddon empezé a sentir interés por la inves- tigaci6n cientifica antropolégica al participar en 1888 en una expedicién zooldgica al estrecho de Torres, Los da- tos australianos de B. Spencer y F. J. Gillen, citados en el capitulo precedente, fueron recogidos igualmente con motivo de un viaje de estudios zooldgicos, realizado en 1894. Se sabe que, ya antes de esta fecha, habfan sido organizadas expediciones propiamente antropolégicas, y posteriormente se multiplicaron. Después de la realizada al oeste del Canada, la mas célebre y rica en resultados fue la que A. C. Haddon organizé en 1899, después de su conversién a la antropologfa, a las islas de los confines de Australia y Nueva Guinea; en ella participaron, entre otros que iban a hacerse un nombre dentro de la historia de la antropologia britdnica, W. H. R. Rivers y C. G. Se- Jigman. En los dos casos se trataba de estudios regiona- les extensivos; las investigaciones intensivas eran em- prendidas, si se presentaba el caso, sobre puntos par- ticulares, o proyectadas a partir de los primeros resul- tados obtenidos." Las investigaciones de historia cultural de la escuela antropolégica americana condujeron pri- meramente a la multiplicacién de tales estudios extensi- vos en el campo norteamericano. Se trata de sefialar y analizar el reparto geografico de los rasgos culturales cada vez mds numerosos y mas escogidos, lo cual Ilevarfa a la elaboracién de trabajos regionales de una mayor precisién: los de F. Boas sobre la costa pacifica del Cana- da, de A. L. Kroeber en el sudoeste de los Estados Unidos, de R. H. Lowie entre los indios de las praderas del centro de los Estados Unidos, por no citar mds que algunos. Los estudios regionales extensivos se extendieron en esta época al continente africano; as{ las misiones de C. G. Se- ligman en el Sudan, en 1909. Insensiblemente, se pasé de las investigaciones «abier- tas» a aquellas que se emprendieron con objetivos més 73 limitados: en particular la verificacién de hipdtesis de historia cultural. En Africa, L. Frobenius se esforz6 por hallar la huella de antiguos contactos culturales con el exterior, y justificar asi la hipdtesis de la existencia de un gran conjunto cultural que cubria, junto con este conti- nente, una parte de Asia y de Oceanfa. Mas tarde, en 1919, sobre las sugestiones de J. G. Frazer, J. Roscoe,” ya cono- cido por las excelentes monografias que habia dedicado a las poblaciones de Uganda, Frobenius investigé en este pais los elementos de una cultura «hamitica». C. K. Meek, a partir de 1925, se orienté, en sus estudios regionales, por las hipétesis hiperdifusionistas de la escuela «helio- céntrica» de Manchester, e investigé la presencia de la antigua cultura egipcia en Nigeria. E] mismo cuidado por verificar las hipétesis histérico-culturales, condujo, a partir de 1920, a W. Koppers hacia América del Sur, en particular al territorio fueguino, a P. Schebesta hacia los pigmeos de Africa Central, y guid asimismo la orga- nizacién de misiones de investigacién a Melanesia; por ejemplo la de W. G. Ivens,” en 1925, a las Islas Salomén, bajo la iniciativa de W. H. R. Rivers. En este momento se habfan iniciado los estudios intensivos, dedicados, al modo de las antiguas monograffas, al andlisis de una sola poblacién, pero determinados por exigencias mu- cho mas profundas. Tendremos que volver, al estudiar el perfodo siguiente, sobre las consecuencias de esta pro- funda modificaci6n de la naturaleza del trabajo sobre el terreno. La «antropologia en accién», segun la formula de G. G. Brown y A. Hutt,*? que sera también objeto de una presen- taci6n mas detallada, aparece también antes de fines del siglo xrx. La creacién en 1879 del Bureau of American Ethno- logy ya ha sido mencionada. J. W. Powell, que fue quien tomé la iniciativa, pensé ante todo en un estudio, que hoy en dia calificariamos de «prospectivo», de los choques culturales que afectarian a las poblaciones indias progresivamente in- cluidas en un campo social y cultural radicalmente extrafio. En efecto, el «Bureau» se orienté rapidamente hacia el estu- 74 dio del «pasado cultural», siendo menos Util de lo que su creador esperaba. La antropologfa aplicada a los problemas jndios no se desarroll6 verdaderamente hasta después de 1930. Por el contrario, a partir de 1906, se inicié un gran esfuerzo hacia las Islas Filipinas, recientemente conquistadas. ‘A instancias del gobierno fue organizado un Philippine Ethno logical Survey, animado por A. Jenks. Los Paises Bajos ha- bian manifestado también preocupaciones semejantes por esta misma parte del mundo. A partir de 1870, los futuros administradores de las Indias neerlandesas recibian ensefian- zas de antropologia. A partir del comienzo de] siglo xx, en el transcurso de la pacificacién de las partes extremas de la colonia, se organizaron misiones de recoleccién de materia- les etnogrdficos y lingiifsticos para uso de la administracién. El derecho consuetudinario recibié una particular atencién, y fue recogida una voluminosa documentacién; C. van Vollen- hoven efectuaria posteriormente una remarcable compilacién de ella, convirtiéndose también en el historiador de este esfuerzo de investigacién’® En Gran Bretafia, gran mimero de administradores habian recibido rudimentos de forma- cién antropolégica en Oxford o Cambridge. A partir de la primera Guerra Mundial, quienes se habfan distinguido por el interés hacia esta investigacién, fueron colocados en los cargos de «antropélogos del gobierno». En cuanto a Africa, podemos citar, entre otros, a C. K. Meek, del que ya hemos hablado anteriormente, H. Johnston, N. Thomas, P. A. Tal- bot, R. S. Rattray, etc.” La utilizacién de la antropologia por la administracién colonial briténica se desarrollé de modo creciente a partir de 1925, pasando del empleo de ad- ministradores interesados por la antropologia al de antro- pélogos profesionales, para misiones de duraci6n mas o menos larga.*' Igualmente, después de 1920 se crearon en Oceania plazas de antropdélogos del gobierno, y pudo ofrse declarar, a un gobernador de territorio, que su administra cién estaba «basada sobre los principios cientificos de la antropologia». La antropologia no recibié parecida consa- gracién en los territorios de colonizacién francesa; sin em- bargo, los administradores fueron al mismo tiempo antro- Pologos de talento, recogiendo considerables masas de cono- cimientos acerca de los pueblos africanos: M. Delafosse, L. Desplagnes, H. Labouret.** Evidentemente, no existe fron- tera entre antropologia «utilitaria» y antropologia «desinte- 75 resada», por lo menos en lo referente a la recoleccién de datos. Prosiguiendo los fines practicos, los investigadores que acabamos de presentar contribuyeron grandemente al au- mento de los conocimientos antropolégicos generales. Los misioneros, lo mismo que los del perfodo precedente,** con- tinuaron proporcionando una rica aportacién. Bastar4 con citar a H. Junod, que publicé una monograffa, que se ha convertido en un cldsico del africanismo,** y a M. Leenhardt, que, en Nueva Caledonia, se «convirtié» a la antropologia. A la multiplicacién de los trabajos de campo corres- ponde un primer desarrollo de las técnicas de investiga- cién. Durante la misién realizada en 1899 en el estrecho de Torres, W. H. R. Rivers experimenté, por una parte, el empleo de la técnica genealdgica para el estudio de los sistemas y de las terminologfas de parentesco; y, por otra, administré tests psicolégicos a las poblaciones es- tudiadas: tests sensoriales, motores, de inteligencia, cu- yos resultados revelan algunas diferencias entre los pa- pties y los europeos, pero no una diferencia de naturaleza; as{ son reforzadas de manera experimental las ideas rela- tivas a la unidad del hombre. Mas tarde, ha sido toda la obra de F. Boas la que invita a una diversificacién de las técnicas de investigacién sobre el terreno. La recoleccién sistematica de los textos, que al observador, hable 0 no la lengua de la poblacién que estudia, le parezcan de primera importancia: ya se trate de mitos, de formas mas o menos fijas de literatura oral, o de hechos expues- tos por los propios interesados acerca de su historia y sus costumbres, es una de las mejores maneras de tener acceso interior al conocimiento de una cultura. De donde se pasa a la recoleccién de biograffas y autobiografias que nos presentan, podrfamos decir que en movimiento, en la vida mas {ntima, las costumbres y creencias acerca de las cuales Ja observacién exterior no puede propor- cionar m4s que el esqueleto; y que, eventualmente, atraen la atencién del investigador acerca de problemas que no habfa ni sospechado. P. Radin y T. Michelson proporcionan los primeros ejemplos del empleo de esta 16 técnica. Ello conduce a estudiar en una sociedad no sola- mente lo que debe ser, sino lo que es en su diversidad; no solamente la verdad «oficial» por la que se define, sino la verdad de todos los dias concretamente vivida. F. Boas insistia sobre el hecho de que todo tiene un inte- rés para el investigador: la interpretacién, al limite de una cultura, exige que sea conocida la manera como cada individuo reacciona ante esta cultura, la vive y la con- cibe. Cualquiera que sea la diversidad de las evoluciones conceptuales a las que ha dado nacimiento esta idea, lo esencial es que los materiales de una «calidad» distinta a los materiales tradicionales, deben ser utilizados en adelante por los antropdlogos. La antropologia ha entra- do ya, en el aspecto técnico, en su periodo de madurez. sty En los Estados Unidos, el desarrollo del pensamiento antropoldgico presenta, indudablemente, mayor continui- dad que en los otros paises; y esto, paraddjicamente, ha sido paralelo a una mayor amplitud de las investigacio- nes. En el primer tercio del siglo xx, a pesar de las di- sonancias que conducirdn a nuevas orientaciones de tra- bajo, la antropologia americana manifiesta una homoge- neidad bastante grande. ExpresAndose, a pesar de algu- nas divergencias, por la primacia acordada a la historia cultural. W. M. Duncan Strong, hablando de las orienta- ciones histéricas de la investigacién antropoldgica, sefia- laba que cuando se trata del dominio americano, ésta se Convierte en una nueva disertacién sobre las orientacio- nes bioldgicas de la investigacién en zoologia."” En una breve exposicién, para un periodo tan homogéneo, la evocacién de los investigadores tiende a oscurecerse tras la presentacién de los conceptos y de los términos que han entrado a formar parte de la herencia comin de los antropélogos, incluso aunque se puedan poner en duda buen numero de sus utilizaciones. Basta con citar 7 los de rasgo cultural, complejo cultural, 41ea cultural. Sin duda se comete una injusticia al mencionar los nom. bres de algunos antropélogos solamente, cuando son ya muy numerosos en esta época. Pero, si se tiene la im- presién de estar, en cierta manera, frente a la obra co- lectiva de una generacién de investigadores, es porque casi todos estaban ligados al mismo maestro, F. Boas, y también lo estaban los no conformistas que prepararon el periodo siguiente. La influencia de F. Boas ya ha sido indicada varias veces, pero debemos insistir en ello una vez mAs: puesto que como él no emprendié ninguna obra de verdadera sintesis, su figura corre el riesgo de desaparecer tras las filas de sus herederos. Las publicaciones de F. Boas son muy numerosas, pero estan constituidas por reportajes, articulos —y mas tarde recolecciones de articulos—, raramente por libros."* Por el modo en que ejercié su influencia, presenta bas- tantes puntos comunes con M. Maus, del que hablaremos més adelante. Sus sugestiones, sus impulsos, el espiritu con el que estaban hechas, y el fervor que le rodeaba, eran los que abrian los caminos de la investigacién. F. Boas, como M. Mauss —aunque el primero era ade- més un hombre de expedicién de campo— han pertene- cido a ese tipo de maestros del pensamiento de los que se puede decir que todas las direcciones seguidas por la investgiacién ulterior estaban ya en germen en su refle- xion. Ahora bien, sucede que entre las sugestiones de F. Boas, fueron recibidas antes las que tenfan una rela- cién con la historia cultural. Pero podriamos decir tam- bién que fue uno de los padres del funcionalismo, ya que insistié una y otra vez en la necesidad de considerar una cultura como un todo. E indirectamente se constata, al recordar su aportacién al plan de técnicas de investi- gacién, que preparé también los estudios de psicologia cultural. Algunos de sus discipulos exploraron a conti- nuacién estas dos vias. A causa de esta multiplicidad de sugestiones, que a veces sobrevienen en un mismo texto y.son eventualmente contradictorias entre sf, se vacila 78 entre una supervaloracién y una subestimacién, ambas igualmente injustas, de la contribucién de F. Boas al progreso de la antropologia. Aquellos que han seguido sus ensefianzas a veces no consiguen distinguir entre lo que efectivamente le oyeron decir y lo que les ensefié a descubrir por ellos mismos. La parte de la reflexién de F. Boas que sera explotada inmediatamente, se desarrolla a partir de tres ordenes de consideraciones. Primeramente rechaza las simplificacio- nes a las que, de hecho, habia conducido el evolucionis- mo, al conceder demasiada importancia a la nocién de desarrollo cultural independiente, mediante el empleo de un método comparativo generalizado, y que impedia aprehender como un conjunto viviente las realizaciones culturales de cada grupo humano. En segundo lugar F. Boas se negaba a atribuir la diversidad de estas reali- zaciones culturales a la unica influencia de los medios fisicos contrastados en que se hallan emplazadas las so- ciedades. Su formacién de gedgrafo hubiera podido ha- cerle aceptar este tipo de determinismo —como lo hacian entonces gran numero de colegas—, pero a él, por el con- trario, ello le condujo a adoptar una actitud «posibilista» lo mismo que a la escuela francesa de geografia humana contempordnea suya, muy sensible a las incitaciones de la sociologia. Y finalmente, prestaba gran atencién a la multiplicidad de combinaciones a las que puede prestarse una misma serie de elementos culturales, y a la manera particular como las utiliza cada sociedad. Asi, cada cul- tura representa un desarollo original, condicionado por el «medio social» tanto como por el geografico y por la manera que emplea y enriquece «los materiales cultura- les que le vienen del exterior o de su propia creatividad», F. Boas invitaba a realizar el estudio de la historia cultural, que es la unica que permite comprender la si- tuacién y las caracteristicas actuales de toda sociedad, y algunos de sus discipulos se dedicaron en particular al examen de los fenémenos de difusién cultural. He aqui una buena ilustracién de un problema planteado como 79 introduccién: el de las relaciones entre los caracteres de las poblaciones o de las regiones estudiadas por el antro- Pdlogo, y los tipos de elaboracién conceptual con pre- tensién mas general a los que da lugar su investigacion. En el caso presente, se ofrece un campo de encuesta pri- vilegiado y préximo; vasto subcontinente en que las culturas tradicionales son de una gran diversidad y en el que las regiones naturales estan fuertemente contras- tadas. Las poblaciones de este espacio geografico han sido casi sustraidas a las influencias exteriores entre la época de su instalacién y la llegada de los descubrido- res europeos; por el contrario, en un campo histdérico casi cerrado se han entrecruzado, a un ritmo muy lento, una amplia serie de cambios culturales interiores. Mds todavia, durante el periodo moderno, podemos seguir experimentalmente procesos ejemplares de difusién cul- tural: asi el del «complejo del caballo» pracedente del sur, a partir del siglo xvi; asi como observar las multi- ples adaptaciones de un mismo complejo cultural a va- riados contextos: por ejemplo, las de los cultos proféti- cos nacidos en algunos grupos indios desamparados por Ja conquista. Danza de los espiritus, culto Peyote, etc. Este campo de investigacién, estos problemas son los que iban a ser estudiados con una gran minuciosidad. En los museos etnograficos, y a propdsito de los ob- jetos —utiles, armas, vestidos, obras de arte, etc.—, es donde tom6 forma el bosquejo de un estudio sisteméti- co del reparto espacial de los elementos de cultura. Pre- parando exposiciones, en las que son reagrupados los objetos pertenecientes a series de poblaciones vecinas, uno se sorprende ante las semejanzas, y las divergencias en un mismo tema, y por la presencia siempre simulta- nea de algunos elementos. En este mismo periodo, una experiencia semejante condujo al desarrollo de la escue- la historico-cultural alemana. C. Wissler, entre otros, lo experimenté cuando era conservador de la seccion de antropologia del American Museum of Natural History de Nueva York, La elaboracién de la nocién de area

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