You are on page 1of 2
La tumba de la poesia Rafael Argullol Conoci hace un tiempo a un hombre que no leia poesia pero tenia una extrafia predileccién por las tumbas de los poetas. Era un buen viajero, y antes de cada uno de sus viajes se documentaba concienzudamente sobre los cementerios de las ciudades que visitaba, a la biisqueda de lugares donde reposaran los restos de algiin poeta. Al llegar a su destino siempre encontraba alguna hora para visitar la tumba decidida de antemano, sin importarle mucho si el poeta en cuestin era una gloria universal o un modesto talento local, ni si estaba sepuitado en un suntuoso panteén o en un humilde nicho. Permanecia largo rato ante la lépida elegida y ese hombre, mal lector de poesia, tenia la sensacién de que oia versos primorosamente recitados en las més distintas lenguas y, aunque no entendia las palabras, si creia comprender el espiritu de los murmullos que Tegaban a sus oidos. Estaba convencido de que todos esos versos aparentemente incomprensibles que legaban a él en los distintos camposantos eran fragmentos de un ‘nico poema, cuyo espiritu sdlo lograria captar si, de tumba en tumba, conseguia juntar las miiltiples piezas del rompecabezas. Deduje, de sus explicaciones, que cada poeta particular no significaba nada para él, y que lo realmente importante era la poesia en su conjunto, no tal como la reflejaban Jos libros sino como la resguardaban las tumbas de los que habian escrito estos libros. Este hombre extravagante, que no leia jamais poemas, creia conocer, asi, la esencia de la poesia. Hace unos meses, en Peredelkino, me acordé de él. Peredelkino es una poblacién dispersa compuesta por pequefias dachas inmersas en bosques de robles. En ella vivieron muchos escritores que la describieron como un paisaje idiico, En la actualidad, cuando uno se aparta de la recia proteccién de los robles, surgen, amenazantes, los gigantescos bloques de viviendas con los que Mosct coloniza los campos circundantes. A medida que han muerto Jos antiguos habitantes de las dachas, o simplemente han sido desalojados, los nuevos ricos se convierten en moradores de lo que acabaré siendo un barrio residencial de la metrépol. E| dinero facil ha hecho que se muttipliquen los detalles de mal gusto y, en muchos casos, la anterior austeridad de las casas ha sido sustituida por esa ostentacién en forma de partenones y ctipulas acebolladas con los que se deleitan los poderosos en Rusia. La perla del lugar es una imitacién a gran escala del San Basilio moscovita que, segiin me contaron, se esta construyendo para el solaz del patriarca metropolitano, quien, de este modo, ha trasladado parte de la plaza Roja al bucdlico pueblo de antaiio. ‘Sin embargo, pese a la invasién, Peredelkino sigue poseyendo la atmésfera singular de los escenarios en los que han sido creadas grandes obras del espiritu. Transformada ahora en pequefio museo, esta la casa en la que Boris Pastemak vivi6 los tltimos afios de su vida y en la que escribié El doctor Zhivago. Muchos de los paisajes de esta novela estén inspirados en los alrededores de Peredelkino. La vida de Pasternak esté unida a esta poblacién, y también su muerte, pues estd enterrado en su cementerio, una himeda colina cruwzada por caminos serpenteantes. Un sobrio monolito con la cabeza del poeta esculpida en bajorrelieve, advierte de la presencia de su tumba. Frente al monolito, a unos pocos metros, hay un banco de madera y, entre ambos limites, la frondosa vegetacién no oculta el jarrén de flores que una admiradora del poeta deposité en el suelo, justo antes de mi llegada. Me senté en el banco mirando, alternativamente, el jarrén de flores blancas y la cabeza - "caballuna", como él decia- de Pastemak. Traté de recordar algunos de sus versos pues en otra época me sabia poemas de memoria. Pero no recordé ninguno. Tenia la sensacién de que los oja, e incluso de que los comprendia, sin que ningtin verso acudiera a mi cabeza con mediana claridad. Era una experiencia sumamente agradable, por més que al principio me incomodara mi torpeza para recuperar los poemas de Pasternak. De hecho me di cuenta de que no estaba en condiciones de recordar ningiin verso de ningtin poeta. Entonces, inevitablemente, resurgi6 en mi mente la figura del aquel curioso visitador de tumbas que habia conocido afios atras: quizd me ocurria, como a él, que los poetas ya carecian de importancia porque la poesia no podia ser captada en ningin otro idioma que no fuera el que recoge el roce del viento con los pensamientos sellados en las tumbas. O sencillamente me habia vuelto amnésico, felizmente amnésico, porque hubiera continuado horas y horas sentado en aquel banco de madera en el que creia oir lo inaudible. Habria querido contar esta experiencia a nuestra anfitriona de Peredelkino pero ella nos conté una historia que no me dejé muchas opciones. Durante aiios, segin dijo, en aquel banco de madera frente a la lapida, que tanto me habia cautivado, fueron instalados, por parte de la policia secreta, micréfonos ocultos para grabar todo lo que comentaran los ciudadanos que iban a honrar la sepultura de Pasternak. Se trataba de averiguar qué conspiraciones se escondian bajo la supuestamente fragil coraza de los versos. Boris Pasternak, calumniado en vida, fue perseguido también tras su mwerte mediante la persecucién de sus seguidores. Los micréfonos grababan lo que serian, luego, acusaciones. Una historia grotesca y atroz. Sin embargo, lo que con toda seguridad no pudo grabar la policia secreta fueron los murmullos que oja el visitador de tumbas, y que yo crei oir aquella tarde. Afortunadamente ninguna policfa del mundo puede sospechar que exista algo semejante.* Este articuloaparecis en|a ediciénimpresadeél Pais del Domingo, 13 de noviembre de 2011

You might also like