FELIX MARTINEZ BONATI
LA UNIDAD DEL QUIJOTE
I
El presente trabajo* es un examen de la construccién artistica del
Quijote desde el punto de vista de la unidad de la obra. No tiene por
‘meta una descripeién exhaustiva de la forma de esta novela egregia ni
de su significaci6n.
1. La cuestién, siempre relevante para la reflexién ontolégica, de
qué constituye la unidad de un objeto cualquiera ~una puerta, una
temporada teatral, tna constituci6n politica, un acto voluntario, una
vida humana, unaelebraci6n, etc.~ adquiere un giro especial cuando
clobjeto de que se trata es una obra literaria (0, en general, una obra
de arte), Pues tratindose de obras literarias, suelen darse ~y con fre-
‘cuencia~ apreciaciones verdaderamente asombrosas en la unidad, en
las cuales este concepto adquiere un sentido al parecer inaplicable a
‘otras clases de objetos. Se dice corrientemente, por ejemplo, que tal
obra no tiene unidad, o que su unidad es débil; estos juicios conllevan
‘aloraciones negativas, pues el que la obra tenga unidad, parece ser, si
no por si mismo un atributo valioso, al menos la condicién necesaria
de tls. En semejanesapreciacione se pone de manifesto un ratgo
principal del fenémeno estético, como lo muestra la antigiedad y
ersistencia de este tema, clésico, en la teorfa literaria. Hay motivos
para suponer ~los sefialaremos- que la cuestién de la unidad atrajo
Ieuan de Caras
‘complejo concepto de la unidad poética puede ser examinado
en tres aspectos. En primer lugar, la unidad es una noci6n numérica:
duno es lo que no ¢s-dos, tres, cuatro, etc. Las unidades draméticas
clisicas de accién y lugar corresponden a esta unidad numérica. En
Texto de una conferenca eids en marzo de 1976 en a Casa Hispéniea de Colum-
bia Universi.
-345-segundo término, es uno y tiene unidad lo que es 0 esté entero, com-
pleto, y no es una mitad ai un fragmento, sino un todo. Finalmente,
tiene unidad, en un sentido intenso, aquelio cuyas partes estén vincu-
Jadas fuertemente unas a otras, de modo que la separacién de una
parte cualquiera destruiria el todo ~asi como el agregado de una parte
insolidaria lo debilitaria-. Tales solidarias son necesarias para la
existencia del todo, no sobran ni son superfluas. En este tercer aspecto
delaunidad, de la cohesi6n interna, se trata tanto dela coherencia nteli-
gible de la Idgica causal de la historia representada, como de la consis
tencia tonal, 6 de cardcter, dela obra en su conjunto. La clisica unidad
de tiempo —que se refiere en tiltimo término a la continuidad del tiemo
representado- se relaciona especialmente con el segundo y tercer
aspectos, pero ellos se aplican igualmente a la unidad de accién. Mas
atin: en la Poética aristotélica, la unidad de acci6n aparece puesta més.
insistentemente bajo estos tltimos imperativos formales que bajo la
idea del niimero uno. Unidad numérica, integridad (totalidad) y cohe-
sién o necesidad Y estes) de las partes, sn las tres
notas fundamentales del concepto de la unidad de la obra poética
singular. Las tres aparecen claramente, si bien no explicitamente es-
tablecidas, en las argumentaciones aristovélicas sobre la unidad de
accién.
2. Launidad es, en verdad, una categoriz ri
una condicién de la posibilidad de la-existencia y presencia plenas de
todo objeto de la experiencia. Siendo asi, no es extrafio que esta cate-
gorfa asuma una importancia excepcional tratindose de la obra artiti-
a, pues el objeto, en este caso, es imaginario, y esto implica que, por
naturaleza, su consistencia es precaria, su presencia, inestable. Com-
pposiciGn y estilo son fuerzas cohesivas que posibilitan e intensifican la
presencia del objeto. No son atributos adicionales o superdetermina-
Ciones cualitativas que responderian a las exigencias del gusto artisti-
0, sino condiciones necesarias de la experiencia estética, Pues el sujeo
dela experiencia estética ~cada uno de nosotros en tanto lector quie-
re tener, en ella, un objeto. Toda la articulacién institucional de nues-
tra lectura corriente de obras poéticas, estd orientada hacia la produe-
cin de un objeto imaginario en que, particularizandose, se condense
y aclare nuestra experiencia de la vida y del mundo. Claro esté que un.
objeto tal es, pues es imaginario, «interior», y slo un horizonte del
limo plano, el mundo real, es de veras trascendente. Ello quiere
decir que la objetividad de este objeto es limitada y, como dijimos,
precaria. Pero no quiere decir que la experiencia liceraria sea nada mis
que un fragmento de un movimiento inmanente ¢ incesante de la
consciencia y lo inconsciente (0 del «lenguaje», del «discurso»), en
que no cabria distinguir unidades delimitadas con un comienzo, un
medio y un final. Aquellas tendencias actuales de la filosofia y de la
critica leeraria que, inspiradas por Freud, por el estructuralismo y por
~350~
la sociologia del conocimiento, declaran la crisis del concepto de suje-
10, en especial del sujeto consciente, disuelven consecuentemente la
identidad de los objetos imaginarios en una supuesta infinitud de
textos entrelazados y continuos. Este comtinuum pepe abarcaria
os semi-ilusorios sujeto y objeto, conciencia y mundo, lector y obra.
‘Al destacarse asi la sustancialidad de esta red semidtica (que no es otra
que la sustancialidad del cuerpo, como Freud sefiald en su tardio
Abrif. der Psychoanalyse), se oculta el fenémeno aqui central: que
actividades humanas como [a literavura constituyen {a institucion:
zaci6n, la perpetuacion del esfuerzo por producir a la vez. objeto y
sujeto, por constituir ef mundo en la imaginacién y constituimnos a
nosotros mismos como interioridades individuales. La lectura es parte
de nuestro (gutdpico?) reiterado intento de ver y de ser. Y es un
intento tan radical que postula, en cada leida, una vision absoluta,
definitiva, una consumacién de nuestro conocer y existir. Aunque
mis tarde, de vuelta en la continuidad mucho menos diferenciada de
nuestra existencia cotidiana, comprendamos que la obra que leimos
no logra resumir el mundo ni dar a nuestra individualidad un ser
perdurable, ello no alter la realidad del esfuerzo ut6pico ni el cardcter
Institucional de la experiencia poética: su sentido es extricarnos ima-
ginariamente, a lo Minchhausen, de la continuidad cambiante de la
~ vida, recogiendo nuestro ser disperso, y proyectar una visi6n en ese
instante incuestionable. Para corresponder 2 los postulados de este
cesfuerzo del lector, la obra esté obligada a una diferenciacién intensa,
que la distinga de"teda imagen canslment rcundane, ave a can
sure y separe, ¥ que preserve su in y su sentido, (Barbara
H, Smith ha iratado admirablemente este punto, por lo que s refer
al poema lirico, en su Poetic Closure. Ortega y Gasset lo expuso en
sus Ideas sobre la novela, a propésito de este género, pero tocando la
generalidad del fendmeno estético pertinente.) Es decir, la obra esté
Obligada a construirse cohesivamente para preservar su integridad e
individualidad. La obra esta obligada a tener identidad y unidad,
u
3, La unidad del Quijote, segsin la concepcién prevalente, se fun-
da en los personajes centrale Wolfgang, Kayser {a declara por eso
novela genéricamente «de personajes. Pero cen qué se funda la unidad
de los personajes mismos (imaginarios ellos también)? ¢Y qué otros
principios de unidad operan en esta obra?
Para poder determinar qué fuerzas dan unidad al Quijote, es stil
considerar primero las fuerzas contrarias que operan en él, las de la
multiplicidad, desintegracién einconsistencia. "
‘Mileiples, y no una en el ndimero, son las historias 0 acciones que
nos presenta la novela, tanto en forma de historias propiamente in-
=351-tercaladas (la del Cautivo, la del Curioso Impertinente y otras meno-
res) como en forma de semi-episodios més cercanamente vinculados
Pet umtsracin marginal de los provagonisay aa line oneal del
(los de Marcela y Griséstomo, Cardenio, Dorotea, las bodas de
Camacho, Claudia Jeronima, Ricote y Ana Félix, etc.), como, final-
mente, en forma de las «aventuras» de los protagonistas, las cuales
pueden sex consderadas como los epsodios de una acién fundamen
tal de salida, bisqueda y retorno -fa cual, a su vez, tampoco es sim-
plemente una, pues se repite, consta'de tres movimientos, las tres
ssalidas» de don Quijote. Indudablemente, la accién no esté, en el
Quijote, sometida a 1a unidad numérica. Tampoco el lugar de las
a Pa muliplicidad de las acc factor de desi
a multiplici acciones es un factor de ion.
ne
caballerias y en Ia novela picaresca, tienden 2 la fragmentacién las
popes sepa de los protagonistas. Entre una aventura de don
uljote y la siguiente, no hay vinculo de necesidad ni de probabili-
dad, sino de simple posibilidad. Es posible, pero no necesario ni pro-
able que, por ejemplo, después de la aventura de las manadas de
‘ovejas venga la del cuerpo muerto. Porque la cohesién de las acciones,
de episodio en episodio, es débil, el buen lector del Quijote normal-
‘mente no recuerda con rigor el orden de las aventuras. La secuencia de
ellas adquiere, sin embargo, vista en su conjunto, un sentido, pues el
caricter de las aventuras va cambiando lentamente, segin va cambian:
do la personalidad de los protagonistas, y esto da cierto orden a la
sucesion de las partes. Pero este orden no es causal, no tiene una
Iogica fuerte, ni puede ser discernido en cada una de las aventuras. No
tiene el Quijote unidad de accién, en el sentido intenso, aristotélico,
del trmino, Deg el punto de vista dela lgia de a scion, podfan
auitarse paces del obra sin qu el conjunto rexane perdi ine
gibilidad.
4, Otros factores de desintegracién se suman a Ja multiplicidad
sucesiva— de las acciones. Para considerar la funcién del tiempo,
tanto en la unidad del Quijote como entre las fuerzas de desintegra-
‘Gin que operan en él, es necesario distinguir en un esquema algo
diferente dl presesado por Gérard Genes enw , en Lingisistica e historia literaria), el
Angulo de vision desde el cual se presentan las cosas del mundo en el
Quijote, seria cambiante, inestable, huirfa constantemente de un pun-
10 de vista fijo. Hay evidencias mucho més fuertes, por cierto, que la
inconsistencia onoméstica, para sostener que el disefio cervantino re-
hhuye una consolidacién monolitica de la imagen.
‘Un auténtico error, y obvio, reconocido en la Segunda Parte, es el
que Sancho aparezca ‘su asno cuando éste tiene que estar
lejos de alli, en poder de Ginés de Pasamonte. Se trata de un error,
= 354—
precisamente, porque este tipo de inconsistencia no es parte del dise-
fo. El mundo tematico de los objetos y de las acciones es coherente en
el Quijote. Labacia del barbero es siempre bacia de barbero y lo del
‘cbaciyelmo» es una salida de la simpleza componedora de Sancho,
Como es tna burla jocosa de los circunstantes ef sostener que se trata
de un yelmo. Me parece infundado pretender, como lo hace Américo
Castro, que el sentido incierto de la realidad se proyecte en este plano
del Quijote, y creo que con raz6n ha protestado Hans-Jorg Neuschi-
fer (Der Sinn der Parodie im Don Quijote, 1963, nota 33, p. 57) con-
tra la repeticion de ese juicio en la critica cervantina.
ero el error del asno ausente-presente resulta «comprensible» y
significativo dentro del marco estructural del Quijote. Como vimos,
los vinculos causales entre una‘aventura y la siguiente son muy débi-
les. Cada aventura se construye con su tensién causal interna y sobre
la base permanente de la relaci6n de los dos personajes centrales. El
srincipio de la solidaridad y la contraposici6n jentes de las dos
Figuras, a cuya concretizacién pertenecen las dos cabalgaduras, es mu
cho mis fuerte que el de la continuidad entre diversas aventuras. De
alli resulta la probabilidad fundada psicol6gico-atencional de este des-
cuido, Pero, insistamos, se trata de un error, porque el principio de la
coherencia natural del mundo de los objetos es mas fundamental en la
obra que las estructuras de la organizacién artistca de la contrafigura
‘Quijote-Sancho. Idealmente, debi6 quedar Sancho, de modo transito
ro, sin cabalgaduca y suplirse la funcidn estructural de ésta con otro
motivo.
8,_ Asi como las paradojas temporales no pueden ser consideradas
deseios, sino pare del dio de a obra, hay otras inconsistencies
positivas, queridas o aceptadas por el autor, en el Quijote. Por ejem=
lo, las transformaciones fisicas y espirituales de los dos persor
Centrales, que van mas alld de lo que podria ser visto como una evolu-
‘ign verosimi, Don Quijote es presentado inicialmente como un cin-
‘cuentén «de complexién recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran
madrugador y amigo de la caza>. En suma, como un leptosomatico
atlético. Sancho, como un barrigén de piernas largas («Sancho Zan-
tase), vale decir, un pienico de estatura crecida. Pero, a las pocas
semanas, don Quijote impresiona a los que se con él por su
cxurma deladeey su tx pda y amarils y Sancho hace Fgura
fisible de gobernador muy pequeio y muy redondo. (Es de notar que
Ios cambios se mantienen dentro del margen de variabilidad que asig-
na Kretschme las correspondientesconstituciones pics, pero cla
70 esta que eso no los hace posibles para un individuo.) En estos
cambios se refleja un proceso general del libro hacia una mayor esti
Zacién cOmica y una menor concreci6n realista. Los detalles «insigni-
ficantes>, es decir, no pertinentes a Ia idea estilizadora que rige el
disefo (tales detalles son marcas caracteristicamente «realistas», como
= 355repite Roland Barthes en su S/Z), disminuyen progresivamente. Asi
Aeeaparece para siempre el mozo del campo y plaza mencionado en el
Pr fe eave jeu va del
n lo espiritual, ;cwinto va del mentecato don Quijote, admis
de Feliciano de Silva, al sabio lector de Gaels yl gue ds os
consejos para la gobernacién de Sancho! ¥ no menos del simple risti-
co «de muy poca sal en la mollera», que se deja convencer por el
mentecato, al ingenioso gobernador y conversador gracioso que sigue
4 su amo por carifio y gusto de ver mundo. En este acdpite de in-
consistenctas caracterolégieas, cabe también la nota de don Ramén.
Menéndez Pidal sobre la desviacion del personaje de su estructura
personal propia por efecto del infljo del «Entremés de los Roman-
cess, en el capiculo 5 de la Primera Parte («Un aspecto en la elabora-
cidn del Quijote», en De Cervantes y Lope de Vega). Estas transfor-
maciones no caben en el marco verosimil de la novela de educacién
(«Bildungsroman») dieciochesca o decimon6nica, aunque, como en-
seiia Menéndez y Pelayo en su discurso de 1905 («La elaboracién del
Quijote y la cultura literaria de su autor»), hay una linea de ella en esta
creacién cervantina,
9. El que las alteraciones de los personajes centrales resulten ser
convincentes para el lector, tiene raices hondas. La alteraci6n fisica se
apoya en un proceso de acentuada eslizacion que afeca a todo el
mundo imaginario de la obra. Las modificaciones de la personalidad
spiritual se basan en una constitucién artistica dual: en cada uno de
los protagonistas operan dos principios caracterol6gicos fundamenta-
les. Por eso, lo que seria una inconsecuencia artistica negativa en un
personaje unitario o «plano» (E. M. Forster), es en don Quijote y
Sancho un gto preprogramado que pone en juego, en cada cso, de
principios internos, el opuesto correspondiente. El Loco
tastado, el simple es realists. AX pueden ambos sorprendernos, con
su sabiduria o con su buen sentido, en medio de sus disparates. En los
capitulos dedicados al encuentro con don Diego de Miranda, leva
Cervantes a su maximo desarrollo este juego de la doble personalidad
de don Quijote -a quien don Diego, desconcertado y muy apropiada-
mente etuto en el juzgary no sibe si tener por el mayor loco del
mundo o por ingenio discreto y cuerdo-. Alli cae, por boca de di
Lorenzo, hijo el calficaivo de ventreverado Toco, lleno de licidos
intervalos». En el proceso interno de la obra, se produce un desplaza-
tniento del énfasis del uno al otro de los dos princpios constitutivos:
Don Quijote es cada vez més sabio y menos loco; Sancho, més agudo
Y¥ menos simple
‘La dualidad interna se expresa en diversas formas. En don Quij
alteman, y s¢ confunden a veces, sus delirios fantéstios eaieaa
conciencia sobria de las condiciones reales. Reputa por celada exce-
Tente la que ha rehecho de alambres y carton, pero no vuelve a probar
-356—
‘su firmeza. Invoca a Dulcinea como alta princesa, pero admite a San-
tho que es una moza campesina de un lugar vecino al suyo, Se procla-
tna } tiene por caballero andante, imitador y seguidor de Amadis,
pero sabe, mis o menos oscuramente, que en su emulacion hay algo
Te fingimiento, algo de papel inauténtico (punto que ha sido tocado
finamente por Mark van Doren en su Don Quijote's Profession, aun-
tue con su acento diverso al que hoy le doy aqui). Por eso, euando,
lespués de mucho andar, su suefio de ser el que quiere ser parece
ccumplirse, porque se ve recibido por los Duques como héroe famoso,
thos dice el narrador: «y aquel fue, el primer dia en que de todo en
todo conocié y crey6 ser caballero andante verdadero, y no fantisti-
2, vgndose tatar del mesmo modo que él habia lefdo se trataban los
tales caballeros en los pasados siglos» (II, 31).
En estas dualidades puede verse también la manifestacion del pro-
cedimiento de «bricolage» de arquetipos, que es tan esencial en la
Creacion cervantina. De «bricolage>, en un sentido mas terminolégico
{Que metaforico, habla Lévi-Strauss para caracterizar la factura de los
mitos, por lo que éstos tienen de refundicin de restos fragmentarios
de otros mitos. No son narraciones de una pieza, sino agregados de
partes ya hechas previamente, alas cuales se les nota su origen diverso
Frau hata de coherencia sintético-narrativa, Pero el bricolage cervan-
ino a que me refiero no es (como, digamos, el libro de Juan Ruiz,
‘Arcipreste de Hita) una yuxtaposicién de textos heterogéneos, de
fragmentos narrativos ~aunque algo hay de este procedimiento en el
Quijote: por ejemplo, el uso, en la prosa corriente de la narracién, de
‘omocidos versos de romance (que en la edicién original no quedan
destacados tipogrificamente, sino que suponen el reconocimiento
el lector) o de giros del lenguaje notarial y juridico (como el repetido
snde mas largamente se contiene»)-. Hay en el Quijote una opera
ign més profunda de refundicién de materiales preformados. Lo que
Cervantes refunde son formas matrices de la imaginacion. Un-ejemplo
muy nitido, que no pertenece al Quijote, lo constituye la novela éjem-
pla’ El celose extremerio. En ella se unen la forma arquetipica del mito
tragico y la forma arquetipica del mito cémico (uso aqui los conceptos
de Northrop Frye, Anatomy of Criticism) en una y la misma historia,
de modo que cada personaje de ella lleva en si dos figuras prototipicas
nds que contradictorias, pertenecientes a mundos estéticos diversos.
‘Asi, al efecto y el significado de la obra resultan hondamente ambi-
gucs, perturbadores de nuestro tranquilo reposo en las formas univo-
Gas dela imaginacion itera. leo extreme es la tragedia de
tuna demasia del poderoso (el viejo rico), contra las afinidades natura
Jes el orden c6smico, y la comedia de la ingeniosa lucha y consuma-
cion de la uni6n de la pareja juvenil, en contra de la prohibicin del
impostor paternal. (Esto me lleva, sea dicho de paso, a preferir lz
primera version del desenlace a la finalmente impresa.) Por cierto que
Br yefundido de arquetipos no es una exclusividad cervantina y puede
-357-ser considerado como una raiz del barroco o como una posibilidad
permanente de la literatura. Ya a comedia o tragicomedia de Calixto
Melbea que es una obra deforma triica, nos Moana mucetra notable
licién discordante en las figuras los sirvientes ruins
fil6sofos de Calisto. ol serine y
‘Don Quijote lleva dentro de sia los arquetipos extremadamente
copuestos del «miles gloriosus» (en el cual la mentira del fanfarrén se
ha tomado deliio de insania) y del anciano sabio y prudente, que
juzga sentenciosamente, Sancho, por su parte, conjuga al «riistico»
simple y torpe con el egracioson, leno de ingenio y recursos. No es
éta, por cierto, la tnica fusién de matrices literarias que encontrare-
mos en el Quijote, pero ella ya insintia las disonancias, de suy
audacia creadora, con que Cervantes compromete y desborda la uni-
dad mis radical de la obra literaria, la de tipo y género de la imagina-
cin.
10. Inconsistente es también el marco escritural del acto de narrar.
En el prélogo a la Primera Parte, se nos presenta Cervantes como
padre y, luego, como padrastro de don Quijote. Se inicia la narracién
como si ella fuese la fuente original («de cuyo nombre no quiero
acordarmes), y en el capitulo octavo se menciona por primera vez a
tun «autor» diverso del narrador, que hace de éste un «segundo autor».
Luego encontramos un manuscrito ardbigo, de un tal Cide Hamete
Benengeli, quien no es necesariamente idéntico con el (primer) autor
mencionado antes, pero asume dicha posicién en los sucesivo. Se
agree este mantsrto ardbigo el desu traducsin cartellna,becka
por un traductor por encargo ador inicial, que es la efigie del
autor prologuista. Este narrador inicial y prologuista gueta deste
vamente convertido en «segundo autor», que debemos entender como
un paafrassa del texto craducido de Cide Hamete, no obstante lo
cual prosigue en el mismo tono y manera que al comienzo, narrando
como si lo hiciera originalmente, como conocedor interiorizado y
directo de la historia, y desde un punto de vista de testigo invisible.
Hay algunas referencias al presunto texto de Cide Hamete, y algunas
breves citas textuales de su traduccién (estilisticamente ironizadas por
fu tono serio basta slemne) que sugieren una indole ray diversa
del espiritu del sabio arabe y de su texto, no obstante lo cual es Cide
Hlamete quien reclama para sila propiedad exclusiva del personae
zCémo conciliar, por otra parte, el original arabigo con los juegos
Clo emai poe ao ong ego oon ses
1a ineptitud del vizcaino.en el castellano, las inflexiones pastoriles del
épiteto en ciertos pass, te? Es obyio que el juego cervantino dels
escrituras es ligero ¢ inconsistente. Se suma a esta -marginal y s6l
insinuada- ruftpliidad de textos de la historia la letura, ard
Cura a otros personajes, de un manuscrito (el de «El curioso imperti-
nente») que Se inserta en el libro; lo cual contribuye a la general
~358—
ironizacién cervantina ie libro como instiscisn aoe de su
tiempo, presente ya en la parodia burlesca del prologo y los
prefaoros, Tedo esto tiende a romper el marco formal de Lacon
que naturalmente.es soporte de unidad.
"Aunque no inconsistente, es compleja la situacién narrativa domi-
ante, pues varias de las historias incluidas en la obra son contadas
por personajes (por ejemplo, el cabrero de Ia historia de Marcela y
Griséstomo, Cardenio, Dorotea, el Cautivo, etc.), pero terminan ante
nuestros ojos, vale decir, presentadas escénicamente por la voz del
harrador basico. Hay, ademés, dentro de la ficcién de la obra, histo-
ras fingidas, de diverso status l6gico, como la literatura de «El curio
so impertinente», la mentida de la Condesa Trifaldi, la folklérico-
aneedética del loco de Sevilla, la narracién-comentario ad oculos del
trujaman en el retablo de Maese Pedro. Esta multiplicidad de marcos
parrativos quiebra la escala presentativa del mundo del Quijote, y nos
Io hace ver como a través de una vitrina de transparencias y razones
épticas muy variables.
11. A la unidad de una obra novelistica contribuye sustancial-
mente esa cualidad de mundo clausurado, homogéneo, absoluto, en
‘que Henry James, como leemos en sus prologos y ensayos criticos,
Yeia la perfeccién artistica del objeto narrativo, y que Ortega y Gas-
Set, en sus [deas sobre la novela, denomina hermetismo e intrascen-
dencia del espscio imaginario. Para ambos autores es imperativo hacer
desaparecer al natrador como presencia imaginaria, porque rompe la
fparente autosuficiencia de la esfera novelistica, entromete en ella a la
ineterogénea realidad autorial, Para Ortega, es, ademés, necesario, evi-
tar las alusiones a la circunstancia real, hist6rica, del lector, pues ellas
destruirén, con preocupaciones urgentes y con la presencia de su rea-
lidad coudian, su peregrina imapnario,[osaarin de su inmersi6n
tn uns vida ana. En el Quijote, el hermerismo sufre rupturas consi-
derables. El narrador, que, desde el prologo, aparece identficado con
I (ficcionalizado) escritor Cervantes, no deja de estar tenuemente
presente, vincalado al lector, cOmplice, en el juego irénico de distan-
jar de si a los protagonistas. Mediante citas literarias declaradas
{ndeclaradas, que evocan la atmésfera cultural de entonces, el narra-
dor determina, dentro del marco de la obra, un gesto de trascenden-
dor dere el presente istico. A esta inclusion del horizonce
histérico dentro del mundo ficticio de la novela, es decir, a la disolu-
‘cién de los bordes del espacio imaginario, sirven también muchas
orras referencias alas condiciones politco-sociales,religiona y litera;
fas del tiempo. Recordemos las guerras de Africa en la historia del
‘Cautivo; la expulsidn de los moriscos y los conflictos religiosos den-
to de la cristiandad, en la de Ricote y Ana Félix; la liverarura y las
iscusiones estéticas contemporineas, en el escrutinio de la biblioteca
dll hidalgo, en las conversaciones del cura y el candnigo y en algunos
- 359juicios de don Quijote; la breve sociologia de los oficios de soldado
letrado incorporada en el discuso, en buena parte convencional, de
don Quijote sobre las Armas y las Letras; las referencias explicitas, en
as de un lugar, al escritor y soldado Miguel de Cervantes, ete, etc.
Sobre todo, Cervantes hace de la Primera Parte del libro, asi como de
la continuacién de Avellaneda, ambas entes reales del mundo histéri-
0, materia del mundo ficticio de la Segunda Parte. Hasta un persona-
je del espacio imaginario de "Avellaneda (don ‘Alvaro de Tarfe) llega a
aparecer en el de Cervantes. Lejos de cerrarse icamente, el
mundo imaginario del Quijote confunde sus limites con la realidad
historica y con otros mundos imaginarios.
12. La inconsistencia més profunda y significativa del Quijote, la
de las matrices genéricas, se manifiesta esencialmente como una
continuidad del estilo. Me refiero menos ala diccién que a los princi-
pios de estilizacién que operan en el mundo imaginario. El Quijote
presenta una miltiple variacin de la visi6n del mundo que se objetiva
en las historias y episodios. Desde este punto de vista, la obra parece
tun «bricolage» de las diversas regiones de la imaginacién literaria
tradicional. £! mundo pastoril se junta al picaresco; el heroico-fant
tico de las caballerias, a la comedia realista; la intriga erotica corte-
sano-aldeana, si no a las peregrinaciones y naufragios bizantinos, al
menos a la autobiografia militar. No sélo hay yuxtaposicién de los,
mundos heterogéneos, sino a veces contaminacién de uno por otro
como, por ejemplo, el «miles gloriosus» de la comedia (en la historia
de Leandra) o la hipérbole barroca (en las bodas de Camacho) conta-
minan la idealidad pastoril.
Esta discontinuidad se refleja en las variedades de la diccién, que
van desde ln oratoraclevada de Marcela asa la semilenga del viz
caino, de los arcaismos iniciales de don Quijote a sus muestras del
italiano en la imprenta de Barcelona, de los errores y sartas de refranes
de Sancho a la jerga de germanfa de los picaros galeotes, la diccién
raps6dica del trujamén en el Retablo de Maese Pedro, la afectacién
ret6rica de los libros de caballerias parodiados, el epiteto, antepuesto
y redundante, de los pasajes de ironizada evocacién pastoril en boca
de don Quijote, y, finalmente, la lengua culta mediana del Cura, el
narrador fundamental y, por la mayor parte, don Quijote. No afectan
tstos cambios del estilo de la dicion af verosimaltud de is imigenes
de vida. Por ejemplo, no es inverosimil -ni, mucho menos, artistica-
‘mente censurable- que don Quijote comience diciendo a las «fermo-
sas» de sus efazaiias» y luego abandone el arcaismo fonético. Pero,
ciertamente, tales cambios afectan a la continuidad estilistca, y, por
tanto, a la posible contribucién de ésta a la unidad de la obra.
13. No tiene el Quijote una unidad temética de clara univocida
Seo piceny aeeipone eis cio Tho mare or
= 360-
sla idea® 0 «la filosofia» del Quijote, ha dado lugar a una bizarra
‘variedad de interpretaciones, incongruentes, cada una de elas, con la
‘complejidad de su visin épica. Si hay «mensaje» formulable en el
Quijote, &te es insuperablemente contradictorio, ajeno a la coheren-
cia Logica del concepto. No podemos, pues, unir las variadas partes de
la obra como ilustraciones de una y la misma idea.
14, La mis obvia de ls dualidades del Quijote es la de que consta
de dos partes, separadas, no por los diez afios que van de la publica-
coin dela uns in otra que e50 no implica discontinuidad artistca de
{as partes de la obra inalmente concluida-, sino por diferencias for-
males eternas eineras, En lo extero, tenemos en a squnda pate
hueva dedieatoria y nuevo prélogo, y el abandono dela division por
partes (Ja obra de 1605 estaba originalmente articulada en cuatro par-
res de un ndmero irregular de capitulos). En cuanto al caracter y a la
tstructura interna, los cambios son tan considerables que llevan
Kanud Togeby (La composition du roman Don Quijote) a sostener una
diferencia radical del estilo de la composicién («barroco» el de la
Satsers Parte sclisico» el dela sepunda), y a Joaquin Casalduero a
Tease: hasta ert puneo como dos obray diversas (cel Quijore de
1605» y «el Quijote de 1615»).
‘Las historias intercaladas 0 semiepisédicas no tienen en la Segunda
Parte el despliegue autOnomo que tienen en la primera, ni se trenzan
én desarrollo paralelos. Son breves y se cuentan en presencia de los
protagonistas, queveasi siempre, observan su resoluci6n, La presencia
Fe extor en cl primer plano escénico es, en la segunda parte, casi
continua. Ya hemos insinuado los cambios que tenen lugar 2 través
de las dos partes en el fisico y en el carécter y la conducta de los
jes centrales. Hay en la segunda parte una clara acentuacién de
h espiritualidad culta de don Quijote, de los refranes y la locuacidad
impertuna y graciosa de Sancho; también una disminuci6n de la agre-
Feidad y de las alucinaciones de don Quijote y l paso del autoenga-
Jo al predominio del engaho por artficio de otros. Igualmente, en-
Contramos un predominio creciente de las conversaciones sobre las
Sventurae, del marco urbano sobre el rural, de ls casas de hidalgos y
nobles sobre las ventas del camino. Es, sin duda, una atmésfera dife-
Fonte la dela segunda parte, mis libre, pues el peso de la ionia sobre
in inferiordad icula de los protagonists se aligeray csi desapare-
ce. El tono es menos cémico y més patético. La busqueda de aventu-
‘fas heroicas se transforma en una meditacion de don Quijote, en parte
‘xplicita en parte callada ante el especticulo del mundo.
‘Se agrega atodo esto el que la primera parte es objeto de referencia
endl mtndo de a segunda, tomo i es la continuacidn de Avellaneda.
Don Quijote y ‘Sancho son conocidos, célebres, y no los extraiios
desconocidos de antes. Hay pues, sustanciales diferencias (que la cri-
ica cervantista, por lo demés, siempre ha percibido) entre ambos
= 361-textos, y cabe la cuestiGn, tal vez demasiado sutil, pero no compleia-
mente vacia, de si son formalmente mitades de una obra, o dos obras
intimamente vinculadas.
1
15, El impulso y el efecto de romper moldes y limites, corroer
leyes de configuracion, ironizar las formas dela imaginacion lveraria
4 aun lanai del ibro como producto de un autor response
‘son esenciales en la experiencia literaria del Quijote. Y sin embargo, |
identidad de la obra es inconfundible, su Peleg selene
sentido, no por inextinguible menos intenso. ¢Cémo se construye,
pues, la unidad del Quijote?
A cada factor de desintegracién, parece contraponerse, en la obra,
un principio unitario. Veamos, una tras ota, ets furzas composi
La longitud de la obra, dijimos, fuerza a la fragmentacién de la
experiencia de leer, y hace probable el olvido, durante la lecturs, de
muchos pasos y trazos. Para una obra organizada longitudinalmente
en torno a la continuidad de las acciones, tal erosién de la memoria
tiende a dificultar una aglutinacién creciente y enriquecedora de las
determinaciones del objeto imaginario. En obras como el Amadis, la
confusién surge pronto, y la dificultad creciente de reconstruir en la
‘memoria el camino del héroe, lleva a la indiferencia por la totalidad y
al goce menudo de has Aventuras, cuyos caracteres repetitivos resultan
ser asi un factor de desinterés. El Quijote, en cambio, no se organiza
ongitudinalmente en torno a la continuidad de las acciones, sino que
sume positivamente la fragmentacion como principio estructural. La
obra se subdivide en unidades menores semi-aut6nomas, de sentido
completo, que, en gran parte, van repitiendo un mismo tipo de acciSn
y asi refuerzan la perduracién simbolica de un movimiento ambigua-
‘mente ejemplar. La pérdida del detalle concreto en el olvido se apro-
vecha asi positivamente para destacar las lineas recurrentes del arque-
tipo. Este arquetipo no es otro que le quijotada, si damos a esta
expresi6n un sentido mas completo y hondo ‘que el que tiene corrien-
temente ~que s6lo retiene la nota de gesto noble destinado a un fraca-
«aventura» de don Quijote, en efecto, va repitiendo
mnes, algunas de las cuales Son significativas para otra linea
gztructural, que veremos més tarde) una experiencia esencalmente
idéntica de incongruencia espiritu stica."Asi, la fragmentacién
inevitable de la lectura del largo thoes inconveniente, aa los
fragmentos de la obra tienen sentido independiente; pero, al mismo
tiempo, su serie va dando lugar a un crecimiento acumulativo, por la
reiteracidn, cada vez mas enriquecida, del simbolo fundamental de la
= 362-
cobra: la equiveca fortuna de la vision y conducta idealizantes de don
Quijote.
‘Podemos formalizar esta observaci6g mediante conocides con-
ceptos estructuralistas, diciendo que la unidad del Quijote no tiene un
fandamento sintagmatico, sino uno paradigmitico (0 «asociativo»,
como decia F. de Saussure). Pero advirtamos desde ya que, sobre esta
‘nid paradigmética, se construye una ‘més tenue, pero muy
significativa, de cardctersintagmético, linear.
16, La falta de unidad dramatica, aristotélica, de la accién, en
especial la debilidad del nexo entre una aventura de don Quijote y la
Siguiente, es asumida, pues, positivamente por Ia estructuraciGn para~
igmatica. Cada aventura quijotesca va desplegando el mismo inex-
tinguible simbolo. Asi, cada una de ellas esta saturada de sentido y no
necesita, para lienarse de tensién, vinculos causales con las vecinas. Al
‘mismo tiempo, esta profundamente vinculada a las otras como nueva
epifanta de fa misma significacién. Cada aventura tiene internamente
tuna intensa unidad dramética de acciOn, lo que la separa atin mis de la
precedente y siguiente, Es claro que una vinculacién fuerte con las,
Acciones vecinas quitaria a cada aventura la reposada independencia
‘que requiere el despliegue del simbolo.
17. La variedad de las historias ajenas a los protagonistas -sean
intercaladas 0 semicpisédicas- se resuelve unitariamente en una arqui-
tectura ms compleja. Estas historias no s6lo carecen de vinculo cau-
sal entre ellas y con las aventuras de los protagonistas, sino que se
yerguen, como ya sefalamos, en virtud de principios de estilizacién
iversos ¢ inconciliables (pastoril, bizantino, picaresco, caballeresco,
cémico-realista etc). Su desprendimiento del cuerpo central del libro
pareci6 ya a los contemporineos de Cervantes, en algunos casos,
excesivo, en especial la incrustacién de «El curioso impertinente»
ue, por lo demas, en questro propo dia suee ser suprimido de
algunas ediciones del Quijote. Este despliegue de regiones heterogé-
zeas de la imaginacién funda su unidad en el hecho de que estos varios
estilos de visién poética son todos los que hay ~al menos, todos los
jue habia en la tradici6n clisica y de tiempos de Cervantes-. La
lferencia y oposicion de estos principios de estilizacién los une en un
‘sistema. La unidad del Quijote ~en este respecto— es la de la universi-
dad del sistema matriz de la literatura.
18. La desarticulacién originada por el laberinto cronolégico, es
resistida con formas de orden y regularidad temporales. La mas sim-
le, pero ya reveladora de la tension constructiva de la obra, es el
echo de que la historia sea contada segain su orden natural o inheren-
te, El tiempo estético-fenoménico en que se actualiza la historia del
enloquecimiento, las salidas y la muerce de don Quijote, tiene la mis
= 363 -ma direccién y el mismo orden de las partes que la historia. La pre
sentaci6n es cronolégica y es linear. Soho ha excepcién algunos
capitulos, como los correspondientes a la gobernacion de Sancho,
pues, a separarse los protagonistas, se bifurca el tiempo fenoménico
se da una alternacién de desarrollos paralelos que implica repeticion
de los lapsos cronoldgicos correspontientes. (En las historis secun
danas en cambio, usa Cervantes de preferencia el comienzo in medias
=)
‘Naturalmente, el tiempo fenémenico no tiene en el Quijo
regularidad de tempo qusi-edl que es inerene al fines Bae
se resumen en una frase panorimica, y conversaciones de algunos
minutos se extienden por pégias, Pero, no obsante, ens, mas tarde
tradicional, alternancia de breves pasajes descriptivo-narrativos y lar
as escenas, da lugar en el Quijote a un ritmo temporal bastante regu
de diastole escénica y sistole panorémica. El predominio de la
escena como técnica novelistica en el Quijote, y su general coinciden-
cia con la unidad paradigmética de la aventura y fas conversaciones
precedents ysubsecuentes de los protagonist, crea una relaiva
mogeneidad temporal. Durante el desarrollo de cada escena se su-
Berponen homolégcamente el empo inherent al scion tempo
enoménico y el tiempo del leer (lo que, claro, es propio de esta
técnica, y no particularidad de su uso por Cervantes). La sucesion de
las aventuras y conversaciones se ve reforzada en su unidad par
mitica por la isocronia que deriva de su comin presentaci6n escénica.
E] despliegue continuo del largo verano quijotesco articula su unidad
en el ritmo regular de aventuras y conversaciones, No olvidemos, sin
embargo, que este ritmo fundamental es quebrado varias veces por
historias ajenas a los protagonistas, las cuales son presentadas ~a dfe~
rencia de las aventuras centrales~ en forma predominantemente narra
diay sin mayor despliggue ‘escénico.
laberinto cronolégico es, pues, marginal; la temporalidad cen-
ural es bastante coherent ardcildasions Coatines neoopacla
19. Si entendemos por personaje la entidad estético-literaria
todo ser vivo mencionado en la obra, los personajes del Quijote a
rmultitud variadisima, destinada por su némero a dificultar la percep-
cin unitaria de la obra. Pero estin ordenados jerrquicamente, aun-
que de un modo muy complejo. Principios de esta ordenaci6n de la
poblacin imaginaria del Quite son los siguientes: «) Pertenece 0
circulo personal o intimo de don Quijote (pertenecen a él, cl
estd, Sancho, el Ama y la Sobrina, el Cura Je Barbero, Sande
Carrasco y, si se quiere, Rocinante y el Rucio). b) Pertenecer 0 no al
irculo de accion posible de don Quijote (no pertenecen a él por
ejemplo, los personajes de «El curioso impertinente»). c) Ser 0'n0
sujeto de un passe escénico, vale decir, aparecer 0 no «ante los ojos»
= lector. Marcela es sujeto eseénico; Griséstomo, no del todo, pues
= 364-
s6lo como cadaver se somete a la , etc.) y mantenida a través de
toda la obra, pese a las discontinuidades que producen las narraciones
de otra boca o pluma. Hay aqui una voz fundamental, que tendemos a
pensar es la del narrador Cervantes ~aunque sabemos que es una
objetivacién de su espiritu, intrinseca a su obra y enajenada de su
cereador por los artificios de la ficciOn literaria- y que nos invita a una
‘complicidad irénica y amable. El vinculo de humor e inteligencia
‘entre el narrador y el lector inherentes a este plano narrativo funda-
‘mental, se nutre de la presentacién distanciada y burlona o benévola,
or el narrador, de los desatinos y extravios de los protagonistas.
aren aeste vinculo de entendimiento tacito las citas 0 evocaciones
literarias indeclaradas y las alusiones, con que el narrador hace surgir
tun contexto de saber comtin a él y su lector, y (no muy frecuentes 0
pronto gastadas en su ironia) expresiones retorica y primariamente
irénicas («nuestro caballero», «don Quijotes, los titulos de los capitu-
los, ete.) Este narrador bisico llega a poser, sin duda, presencia per-
sonal en el Quijote, y ctea una distancia sensible entre su visi6n de las.
cosas y la vision de ajes ~de modo que la visi6n que éstos
tienen de las cosas queda con frecuencia desvirtuada de hecho, en su
principio invalidada, y, en todo caso, relativizada-. Asi se crea el
espacio irénico que caracteriza y posibilita a la novela moderna.
‘Wolfgang Kayser ha sido quien Hamé la atencién sobre el alcance de
esta epocal creaci6n cervantina del narrador personal e irénico («Ent-
stehung und Krise des modernen Romans»; hay traducciones espa~
folas de Aurelio Fuentes, en Cultura Universitaria, Caracas, 1955, y
Eladio Garcia, en Mapocho, Santiago de Chile, 1963}.
22, Vemos, pues, que la articulacién de la obra se funda en la
= 366 —
unidad paradigmitica de la aventura y la conversacién, en que los dos
rotagonisas einen primer plano, razonando céndidamente sobre
{ee motivos y electos de su conducta y sometidos al distanciamiento
irGnico de naror y ecto. La pregunta principal acera de la unidad
del Quijote es, por ende, la de la forma de la aventura quijotesca y la
‘conversacién quijotesco-sanchesca. Pero ésta, a su vez, contiene en si
la cuesti6n altima de la unidad de los propios personajes. Si, como
hhemos visto, don Quijote y Sancho cambian considerable e inverosi-
milmente de aspecto fisico y de personalidad a lo largo de la obra,
gebmo se sovtiene su idencided estctica frente a estas fuerzas disolul-
vas?
No podré responder, por cierto, conclusivamente a esta cuesti6n.
Pero es posible mostrar algunos de los principiosartsicos que ope-
ran identificadoramente. Sobre todos esté el principio de la repeticin.
Sin las variadisimas formas artisticas de repeticién, interna o contex-
tual, que usa la literatura (metro, rima, ritmo, paralelismo, motivo,
6pico, arquetipo, etc.), la consistencia del discurso y su situacién
imaginarios seria mucho menor. La identidad de don Quijote y San-
cho estd sostenida por un sistema de repeticiones.
Lo més obvio, pero no indigno de nota, es la repeticién de sus
nombres. Se les liama consistentemente, aparte de designaciones y
~apelativos adicionales, «don Quijote> y «Sancho». Miles de veces sue
nan estos indices identificadores, compensando con creces la marginal
ibconsisencia onogndaica a que da ta desproporcionada sign fica
cin Leo Spitzer.
Pero es més sustancial que los nombres propios el sistema de
acttudesy gatos (sco yverbals) queda armazén a personal-
dad estice dele dos protagonists, Se trata aqu de motives caracte-
rizadores de la singularidad de cada personaje, los cuales, al mismo
tiempo, se contraponen rigurosamente a los del otro, en un quasi-me-
canismo de gran variabilidad. Don Quijote reitera alo | todo el
libro, con formulas varias (lo ha mostrado H. Hatefeld), como el
‘mévil de su actuar, su misién caballeresca, con los ideales de justicia y
fama y el servicio de esfuerzo y castidad a su dama distante. A esta
autojustificacion ideolégica, se opone la céndida expectativa, también
explicitamente reiterada, de ascenso social y riqueza, unida'a la nota
de responsabilcad por su familia, de parte de Sancho, A la queja de
Sancho por las durezas de la vida itinerante que llevan, se opone el
gesto estoico de don Quijote. Al 4vido comer y dormir de Sancho, la
Vigilia y sobriedad del caballero. A la acometividad y determinacién
de don Quijote, la pasividad e intencién dispersa de Sancho. A la
percepcién fals: de la realidad, Ia ingenuidad realista. A la locura
clevada, el buen sentido pedestre. A la autoridad social e intelectual
del amo letrado, la subordinaci6n del criado analfabeto. A la gravedad
pausada del uno, la gracia ligera del otro. A la certeza, la duda. Al
royectarse mas allé del propio cuerpo, ei recogerse en el calor ani-
-367-mal. Al espiritu, lo vegetativo espeso. A Ja referencia literaria, el re-
fran anénimo.
ero este sistema sufre modificaciones importantes que corres-
ponden a cambios del paradigma bisico de la obra, Estas modificacio-
hes no son andrquicas, sino que se ordenan en un desarrollo progresi-
vo. La serie originada por la repeticiOn del paradigma adquiere asi un
orden y una direccién, Sobre las acciones inconexas de las aventuras
Sucesivas, se va constituyendo un desarrollo linear, una estructura
sintagmética. Con ello, el tiempo fenoménico-estético adquiere la
irreversibilidad del tiempo de Is historia. Uno, importantisimo, de
tales cambios es el siguiente: la oposiciOn de fantéstica alucinacién
quijotesca y visién realista de Sancho, es reemplazada por una percep-
Gién sensorial correcta de la realidad de parte de don Quijote, la cual
es desvirruada por un engafo ocasional de Sancho, y por engatios,
continuados de terceros (el Cura y Dorotea, Sanson Carrasco, los
Dugues, los caballeros catalanes), engafios de los cuales es tambien
victima Sancho. Ambos protagonistas se encuentran asi cada vez mas
marcadamente unidos, enfrentindose a huéspedes maliciosos y ba-
rruntando paulatinamente la realidad del mundo. Las conversaciones
ste6ricas» de don Quijote y Sancho los unen al comienzo en la comu-
hhidad del disparate (por locura del uno y por simpleza del otro) y
tienen por tema la reinterpretacin de la realidad, por parte de don
‘Quijote, en terminos de las caballerias ~interpretacin a la cual San-
cho se somete, Ileno de dudas, por respeto a la superioridad espiritual
¥ social de su amo-. Estas conversaciones van dando lugar, cada vez
‘mds a reflexiones éticas superiores, acompaiiadas de refranes sueltos y
fgracias varias. La iniciacion de Sancho en el mundo de las caballerias,
Se trueca en una pedagogia general. Decisiva es también la alteracin
del sistema constituido por el reclamo de la insula, por parte de San-
cho, y la reiteracién de la promesa, por parte de don Quijote. Cuan-
do, en las posesiones de los Duques, llega por fin Sancho a vivir su
gobernaciGn, y 2 desilusionarse de ella, desaparece la posibilidad del
Tepetido juego de motivos entre el reclamo de Sancho y la promesa de
don Quijote. Pero, simultaneamente, introduce Cervantes el fio,
4 ambos héroes, del posible desencanto de Dulcinea por medio de los
dates que ba de suit, de su propia mano, Sancho, Con ello, et
Sancho el que tiene la liave del bien deseado, y don Quite el que
debe reclamar su fortuna. El juego es ahora el inverso: don Quijote
reclama y Sancho promete para mas tarde. Esta inversion de uno de
los sistemas del paradigma bisico, marca un cambio fundamental en la
obra. La estadia en casa de los Duques, con la fingida satisfaccion de
Jos suefios de fama de don Quijote y de de Sancho, representa
la crisis decisiva en la historia, la crisis interna de los protagonistas.
‘Aparece y se acentia el desinimo de don Quijote, y las insubordina.
ciones de Sancho reflejan la anarquia de un caminar ya sin meta. La
busqueda de aventuras y fama, de posicién y riqueza, se transforma
- 368 -
en una bisqueda indefinida, abierta, desorientada, propicia a una re-
flexion sobre el vacfo, La voluntad de don Quijote se ha consumido
su movimiento es ya inerte (sin fuerza alguna junto al dinamismo de
Roque Guinart, por ejemplo). El hidalgo es ya animicamente muy
débily vulnerable, mientras Sancho mantiene una salud plebeya, ajena
‘honduras metafiscas. Es la experiencia de toda una vida, desde la
fogosidade ilusiones de ia juventud hasta el desengafio resignado de la
vyejez, lo que se verifica en el curso de estas poras semanas de un
hhidalgo cincuent6n. Esta inconmensurabilidad del proceso externo de
Jas andanzas de don Quijote y del proceso espiritual de su visién del
mundo, constituye la mas honda paradoja temporal de la obra.
23. Por més que la repeticién de la unidad de aventura y conver-
sacién dé a la obra una cohesién paradigmitica (asociativa) y simbéli
‘ca, esta cohesion s6lo une los miembros de una serie en principio
interminable. A una quijotada puede unirse otra, y otra, pero esta
‘nidad repetiva no origina de s una finalizacign ongénica, no crea el
sentido de uns totalidad determinada desde dentro. Tal serie no puede
sin mis concluirse definitivamente. Una obra cuya unidad solo se
Funda en una serie paradigmatica, nunca parece estar entera y comple
ta, Asi, los epitafios sobre la tumba de don Quijote, al fin de la obra
¢ 1605, no impiden la continuacién de la serie, ni a Cervantes nia
‘Avellaneda, Yes que la unidad puramente paradigmitica es debi
Juxtapone, pero no cierra, Los libros de caballerias devanan segin
Zete principio deforma abierta evidente en las continuaciones y se-
ggundas partes de la picaresca-. La «comedia» (que, dijimos, no es
ini tragicomedia, sino tragedia) de Calisto y Melibea, en cam-
bio, de estruczura dramética, no admite continuacién, y da lugar un
obvio conflicto artistico cuando se le interpolan partes agregadas,
conflicto sobre el cual insistié Cejador en su Introduccién ala edicion
de Clisicos Castellanos. La figura de la Celestina si da lugar a conti-
fnuaci6n, pues, como ai caballero andante y al picaro, la define el
Oficio o modo de vida, es decir, una actividad que se repite en casos de
fa misma naturaleza ¢ intrinsecamente ilimitados en el niimero. Ni
siquiera la muerte del héroe es suficiente para cerrar malamente la
seic alli dondela verosimilitud noe nia y cae aclarar eu pres
ta defuncién como sélo aparente. No es dificil seguir a Aristételes
‘cuando califica de inferiores a las tramas epis6dicas y sostiene la supe-
rior perfeccién artistica de las acciones que tienen, intrinsecamente,
principio, medio y fin. Y por cierto que no sélo la autoridad, entonces
Suprema, de la Poética aristotlica, sino bisicamente la vision y refle-
sion del artista, tienen que haber movido a Cervantes a honda preo-
‘cupacin sobre la arquitectura, proclive a la imperfeccién de la serie
interminable, del Quijote. De la unidad artistica, entre otros temas
postologicos,hablan sus personajes en més de un lugar. Pero el in
Sicio mas impresionante de su esfuerzo por dar a su obra una unidad
-369-superior, se encuentra en la construccién de la Primera Parte, esto es,
Ge Quijote de 1605. La obra de 1605 se desarrola como serie de
aventuras, en principio ilimitada, y es evidente que el fin dado a la
serie por el Cura y el Barbero, al reducir y volver a su aldea a don
Quijote, es un corte externo, no un final orgénico. Sea porque pro-
yectaba la continuacidn, sea porque no habia todavia los gérmenes de
totalidad interna presentes ya en esa primera parte, Cervantes no daa
sta una linea intrinseca de clausura. Con tanto més exuberancia cons-
truye lo que podriamos llamar un final rorundo por contagio, o por
desplazamiento metonimico. Cuando se inicia el retorno de don Qui-
jote a su aldea, llevado por el Cura y el Barbero, con la ayuda de
‘Dorotea, y se aproxima, pues, la descontinuacién de sus aventuras,
vale decir, el final, que se anticipa amenazadoramente inconclusivo,
del libro, empieza a ocurrir algo nuevo: el reencuentro con personajes
de las pasadas aventuras. Aunque no los habfamos percibido antes,
como tales, surgen aqui cabos sueltos de las pasadas acciones, y se los
empieza a atar y rematar uno tras otro en répida sucesin. Reaparecen
Ginés de Pasamonte y el rucio de Sancho. Andrés, el criado de Juan
Haldudo, el barbero de la bacfa tomada por yelmo de Mambrino y las
consecuencias de la liberacién de los galeotes en la figura de los cua-
drilleros de la Santa Hermandad. Se vuelve a la misma venta (la segun-
da), donde reecontramos al ventero y su familia y a Maritornes (un
tanto abruptamente transformada en su carécter). Es como si se qui-
siese que los hilos de las varias aventuras se unieran finalmente dando
a éstas una comiin unidad de accidn. Pero obviamente, la conjuncién
de los cabos sueltos es puramente externa e inversosimilmente casual.
‘A esta vinculacién superficialisima de varias aventuras de don Quijo-
te, agrega Cervantes alli mismo una acumulacién sorprendente de
historias paralelas, que contrastan, en su simultaneidad, con el curso
hasta entonces predominantemente unilineal del libro. Dos de estas
historias estan entrelazadas y ya han sido introducidas antes de inicia~
do el regreso: las de Cardenio y Dorotea. A ellas se agregan la narrada
del Cautivo, que tiene una coda escénica en la venta, Ia leida del
«