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(12) Nuestro ejemplo Nuestro Sefior Jesucristo vino a este mundo como siervo para suplir incansablemente la necesidad del hombre. “El mismo tomé nuestras enfermedades y Iev6 nuestras dolencias” (Matco 8:17), para atender a todo menester humano. Vino para quitar la carga de enfermedad, miseria y pecado. Era su misién ofrecer a los hombres completa restauracién; vino para darles salud, paz y perfeccién de cardcter, Variadas eran las circunstancias y necesidades de los que suplica- ban su ayuda, y ninguno de los que a él acudfan quedaba sin socorro. De él flu‘a un caudal de poder curativo que sanaba de cuerpo, espfritu y alma a los hombres. La obra del Salvador no se limitaba a tiempo ni lugar determina- do, Su compasién no conocfa limites. En tan grande escala realizaba su obra de curacién y de ensefianza, que no habfa en Palestina edi- ficio bastante grande para dar cabida a las muchedumbres que a él acudian. Encontrabase su hospital en los verdes collados de Galilea, en los caminos reales, junto a la ribera del lago, en las sinagogas, y doquiera podfan llevarle enfermos, En toda ciudad, villa y aldea por do pasaba, ponia las manos sobre los pacientes y los sanaba. Doquie- ra hubiese corazones dispuestos a recibir su mensaje, los consolaba con la seguridad de que su Padre celestial los amaba. Todo el dia servia a los que acudfan a él; y al anochecer atendfa a los que habfan tenido que trabajar penosamente durante el dfa para ganar el escaso sustento de sus familias. Jestis cargaba con el tremendo peso de la responsabilidad de la salvacién de los hombres. Sabfa que sin un cambio decisivo en los principios y propésitos de la raza humana, todo se perderfa. Esto acongojaba su alma, y nadie podia darse cuenta del peso que le abrumaba. En su nifiez, juventud y edad viril, anduvo solo. No obstante, estar con él era estar en el cielo, Dia tras dia sufria pruebas y tentaciones; dia tras dfa estaba en contacto con el mal y notaba el & Nuestro ejemplo 13 poder que éste ejercia en aquellos a quienes é1 procuraba bendecir y salvar. Pero con todo, no flaqueé ni se desalenté. En todas las cosas, sujetaba sus deseos estrictamente a su misién. Glorificaba su vida subordinandola en todo a Ja voluntad de su Padre. Cuando, en su juventud, su madre, al encontrarle en la escuela de los rabinos, le dijo: “Hijo, ;por qué nos has hecho as‘?” respondi6, dando la nota fundamental de la obra de su vida: “;Por qué me buscabais? {No sabfais que en los negocios de mi Padre me conviene estar?” Lucas 2:48, 49. Era su vida una continua abnegacién. No tuvo hogar en este mundo, a no ser cuando la bondad de sus amigos provefa a sus necesidades de sencillo caminante. Llev6 en favor nuestro la vida de los més pobres; anduvo y trabajé entre los menesterosos y dolientes Entraba y salfa entre aquellos por quienes tanto hiciera sin que le reconocieran ni le honraran. Siempre se le veia paciente y alegre, y los afligidos le aclamaban como mensajero de vida y paz. Vefa las necesidades de hombres y mujeres, de nifios y jévenes, y a todos invitaba diciéndoles: “Venid ami.” Mateo 11:28. En el curso de su ministerio, dedicé Jestis mas tiempo a la cura- cién de los enfermos que a la predicacién. Sus milagros atestiguaban la verdad de lo que dijera, a saber que no habfa venido a destruir, sino a salvar. Doquiera iba, las nuevas de su misericordia le prece- dian. Donde habia pasado se alegraban en plena salud los que habjan sido objeto de su compasién y usaban sus recuperadas facultades. Muchedumbres los rodeaban para ofrlos hablar de las obras que habfa hecho el Sefior. Su voz era para muchos el primer sonido que oyeran, su nombre la primera palabra que jams pronunciaran, su semblante el primero que jams contemplaran. ;Cémo no habrfan de amar a Jestis y darle gloria? Cuando pasaba por pueblos y ciudades, era como corriente vital que derramara vida y gozo por todas partes. “La tierra de Zabul6n y la tierra de Neftall, hacia la mar, més alld del Jordan, Galilea de las naciones; el pueblo que estaba sentado en tinieblas ha visto gran luz, y alos sentados en la regién y sombra de muerte, 113] (4) 4 El Ministerio de Curacion luz les ha resplandecido.” Mateo 4:15, 16 (VM). EI Salvador aprovechaba cada curacién que hacfa para sentar principios divinos en la mente y en el alma. Tal era el objeto de su obra. Prodigaba bendiciones terrenales para inclinar los corazones de los hombres a recibir el Evangelio de su gracia. Cristo hubiera podido ocupar el més alto puesto entre los maes- tros de la nacién judaica; pero prefirié Hevar el Evangelio a los pobres. Iba de lugar en lugar, para que los que se encontraban en los caminos reales y en los atajos oyeran las palabras de verdad. A orillas del mar, en las laderas de los montes, en las calles de la ciu- dad, en la sinagoga, se ofa su voz explicando las Sagradas Escrituras. Muchas veces ensefiaba en el atrio exterior del templo para que los gentiles oyeran sus palabras. Las explicaciones que de las Escrituras daban los escribas y fari- seos discrepaban tanto de las de Cristo que esto Ilamaba la atencién_ del pueblo. Los rabinos hacian hincapié en la tradicién, en teorfas y especulaciones humanas, Muchas veces, en lugar de la Escritura misma daban lo que los hombres habfan ensefiado y escrito acerca de ella. El tema de lo que ensefiaba Cristo era la Palabra de Dios. A. los que le interrogaban les respondia sencillamente: “Escrito est,” “Qué dice la Escritura?” “;Cémo lees?” Cada vez que un amigo ‘© un enemigo manifestaba interés, Cristo le presentaba la Palabra Proclamaba con claridad y potencia el mensaje del Evangelio. Sus palabras derramaban raudales de luz sobre las ensefianzas de pa- triarcas y profetas, y las Escrituras llegaban asf a los hombres como una nueva revelacién. Nunca hasta entonces habjan percibido sus oyentes tan profundo significado en la Palabra de Dios. Jamas hubo evangelista como Cristo. El era la Majestad del cielo; pero se humillé hasta tomar nuestra naturaleza para ponerse al nivel de los hombres. A todos, ricos y pobres, libres y esclavos, ofrecia Cristo, el Mensajero del pacto, las nuevas de la salvacién. Su fama de médico incomparable cundfa por toda Palestina. A fin de pedirle auxilio, los enfermos acudfan a los sitios por donde iba a pasar. Alli también acudian muchos que anhelaban ofr sus palabras y sentir el toque de su mano, Asf iba de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, predicando el Evangelio y sanando a los enfermos, el que era Rey de gloria revestido del humilde ropaje de la humanidad. Nuestro ejemplo 15 Asistia a las grandes fiestas de la nacién, y a la multitud absorta en las ceremonias externas hablaba de las cosas del cielo y ponfa la eternidad a su alcance. A todos les traia tesoros sacados del depésito de la sabidurfa. Les hablaba en lenguaje tan sencillo que no podfan dejar de entenderlo. Valiéndose de métodos peculiares, lograba aliviar a los tristes y afligidos. Con gracia tierna y cortés, atendia a las almas enfermas de pecado y les ofrecfa salud y fuerza. El Principe de los maestros procuraba llegar al pueblo por medio de las cosas que le resultaban més familiares. Presentaba la verdad de un modo que la dejaba para siempre entretejida con los mas santos recuerdos y simpatfas de sus oyentes. Ensefiaba de tal manera que les hacfa sentir cudn completamente se identificaba con los intereses y la felicidad de ellos. Tan directa era su ensefianza, tan adecuadas sus ilustraciones, y sus palabras tan impregnadas de simpatfa y alegrfa, que sus oyentes se quedaban embelesados. La sencillez y el fervor con que se dirigia a los necesitados santificaban cada una de sus palabras. iQué vida atareada era la suya! Dfa tras dia se le podfa ver en- trando en las humildes viviendas de los menesterosos y afligidos para dar esperanza al abatido y paz al angustiado, Henchido de mi- sericordia, ternura y compasién, levantaba al agobiado y consolaba al afligido. Por doquiera iba, llevaba la bendici6n. Mientras atendia al pobre, Jestis buscaba el modo de interesar también al rico. Buscaba el trato con el acaudalado y culto fariseo, con el judio de noble estirpe y con el gobernante romano. Aceptaba las invitaciones de unos y otros, asistfa a sus banquetes, se familia- rizaba con sus intereses y ocupaciones para abrirse camino a sus corazones y darles a conocer las riquezas imperecederas. Cristo vino al mundo para ensefiar que si el hombre recibe poder de lo alto, puede Ievar una vida intachable, Con incansable paciencia y con simpatica prontitud para ayudar, hacfa frente a las necesidades de los hombres. Mediante el suave toque de su gracia desterraba de Jas almas las luchas y dudas; cambiaba la enemistad en amor y la incredulidad en confianza. Decia a quien querfa: “Sfgueme,” y el que ofa la invitacién se levantaba y le segufa. Roto quedaba el hechizo del mundo. A su voz el espiritu de avaricia y ambicién hufa del coraz6n, y los hombres se levantaban, libertados, para seguir al Salvador. U5]

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