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OBRAS POLEMICAS Introduecin y notas de Carlos Yarza Traduccién de José Maria Tatjer Al final de las Inective contra medicm, Petrarca declara explicit mente In modalidad literatia que con ella ha cultivado: in demonstrative aemere exercor, Es efecto, la tetotica inclula entre los tres grandes Tinajes de elocuencia el discurso panegirico © genus demonsrativam, ceuyo contenido consistia en la banza 0 dl excarnio; ¥ nuesteo autor era muy consciente de Jos requisitos de tal gems y queria que log lectoresadvirticran también cémo simultineamente seguia y recrea- ba sus directrices: en las Imvctve contra medicum, primero, y después en una serie de obritas similares, que se cuentan entre las mis atractivas salidas de la madurez de su ploma. Esas piezas polémicas se insestan deliberadamente sen wna inmensa tradicién que, a partic de la Antigie: dad clisica, se habla propagado lozanamente 2 través de toda la Edad Media, ¢ incluso adquirido, en los primeros decenios del Tres- cientos[italiano}, una dfusién partcularmente amplia en las discusio- nes doctrinales de caricter teoldgico, filoséfico, politico, 0 en los vituperios de cat er personal, tanto en verso como en prost.. Por nde, los escritos polémicos de Petrarea no podian sonar # cos nueva en ambiente literatios acostumbrados 4 coniorersize de ton0 cextremadamente éspero, ni Petrarca, por supuesto, pretendia devolver 1 a vida un género agotado. Antes bien, su pretensin era someter 2 la admiracién de los contemporineos un modelo perfeccionado, fen el cual resonasen los acentos singulares de la polémica pagana y de a cristina. El mismo, pot lo demas, cita los ejemplos a que habia atendido en la formacin de su estilo de polemista: Cicerén, raturalmente, y Salustio [Is autenticidad de cuyss Imetinge no er ‘problemética para él]; pero asimismo Jeronimo, Bernardo, Berenguer de Poitiers» (P. G. Rice). Cuatro libros enteramente dedicados al denus demontratium compsso Petrarca; pero la vetn de la invectiva ‘etd presente en multited de otros textos suyos (mayormente en las compilaciones epistolates); y aun importa reconocer, junto la imagen canénica del «Petrarca contemplativan, la destacada dimensién de un «Petrarca agénicon, en lucha y en debate. Invective contra medicum E113 de marzo de 1352, Petrarca dirgia al papa Clemente VI una carta en prosa (Familiares, V, xix) donde aconsejaba al pontifice 154 OBRAS POLEMICAS aque se desentendiera de la turba de médicos charlatanes y fantasiosos aque le rodeabaa y nada bueno podian hacer por su salud quebrantada; cn ultimo caso, si su enfermedad lo requeria, mis le valdria quedarse con uno solo, «zabresaliente no por Ia locuacidad, sino por los eonoci- mientos y por Ia few (non cloguetia, sed sciemia ef fide conpinam) ‘Uno de los médicos de la corte pontificia —explié el prof. Ricci herido en lo vivo, sefueen busca de un monianus artifex, un escritorzue- lo Hegado de la montafa, y le encargé que compusiers una carta de aspera polémica contra las observaciones de Petrarca. Este al punto puso manos a la obra en Ia respuesta, escrita en la segunda Imitad de marzo de 1352 y enviada al médico a primeros de abril LL éplica de este tltimo no fue inmediata: se procurd un dictator ‘plebis, v0. maestillo, y se hizo ayudar en la composicién de un librito que terminé alrededor de un ato mis tarde. A las muchas injurias dé que estaba leno, Petrarca tepuso inmediatamente con otto librito, compuesto en los primeros meses de 1353, poco después de apartarse definitivamente de Vaucluse. Mis tarde adn, en su nueva residencia de Milin, ordené en una sola obra los esertos de respuesta 4 su adversario, convirtiendo la carta en el primer libro, y el opisculo cen el segundo, tercero y cuarto de las Imvctve contra medicume, El médico erudo y parlero» habia acusado a Petrarca de ignorante y cenemigo de saber (es decie, de la ciencias y de la «filosofiax como i las interpretaba) y habia despotricado contra Is itil poesia. y dl minimo valor de la cultura literaria en geneetl. Petrarca vio en su contrineante a un arquetipo de cuanto intelectualmente odiaba (intelectual y aun personalmente: el médico es ejemplo supremo del sex pur, del viejo que persiste en ocupaciones pueriles) y, por tende, Ia ocasién de una sonada apologia de cuanto estimaba, Ast las Imectoe constcuyen una fuerte requisitoria contra las disiplinas Fisicas tefidas de Légica terminista, a favor de las disciplinas morales, sensibles ala complejidad de los problemas del hombre. A los alegatos fen pro de la medicina, Petrarca opone un ideal digno de convertrse cen objetivo pleno de la actividad humana, un ideal capaz de servi al hombre todo, en Ia iotegeidad de su vida. Al propésito, dice Jos elogios de la retérica y la Filosofia auténticas, muy diversas de la palabreria y la sofistica nominalista gratas # su oponente. Pero cl centro de la obra, por la coyuntura de la composiciéa y por la resonancia posterior, es el libro tercero, consageado a la defense de la poesia (y que 90 por azar enlaza en mis de un punto con los excritos que el prehumanista paduano Albertino Mustato habia ifundido también con miras polémicas). Ahi destaca la afirmacién de Is poesia como realidad clevadisima, de singin modo pagana segin cree el médico—, sino harto provechoss para el cristiano que sepa entenderla —hillela en Virgilio o hillela en Ia Sagrads Excritura— y gozar a la ver de sv dificultad, El tono acerado del catilo, la gracia aspera de muchos pasajes y la admirable seguridad INTRODUCCION A OBRAS POLESAICAS 155 ‘on que Petrarca conduce el razonamiento dieron a las Invecive un éxito extraordinario, patente en mis de cuarenta manusctitos y no pocas traducciones. Invectiva contra quendam magni status bominem Mas virulentos y més personales que los ataques contra el ‘médico son los que Petratea dirigié contra Jean de Caramaa, eatdenal fen la Curia aviionense. El Gellar inominatns —como le llaman las antiguas (y mal informadas) ediciones— habia formulado acres acusa- ciones contra el poeta; su lengua maledicente le tachaba de necedad, de plagio de los antiguos, de adulacion, comicum atone amistian ‘pransoram, vergonzosa servidumbre respecto a los poderoros Viscon- ti, Y Petrarca —seguramente entre marzo y agosto de 1355— se defendid con wna corea Inectisa contra quendem maga catns bominem sed rallns scentieaxt sirtatir, titulo que 10 seria injusto traducit por scarremetida contra un cierto sujeto de tan alt situacion como poco saber y poca virtuds; se defiende atscando, sin importarle lo. mis ‘minimo ~—bien se cuida de advertitlo-~ Ia dignidad cardenalicia de Caraman, Ubi comperi meum nomen esse tibi materiam obtrec- tandi, Deum testor, non aliter sum affectus, quam si ‘me magnus aliguis vie laudaret. Non magis enim opto ‘esse mich similitudinem cum bonis ac docts vris, quam ‘cum mals dissimilitadinem atque indocts.. Sento igi- tur mali causam: dissimilis tui sum... Nun enim quod vituperando me laudas, vereor ne vino potius quam iudicio tribuatur. $i plene igitur me laudatum cupis, siceus impransusque vitupers, aut post somnum e graba- tulo tuo surgens, ubi crapulam digests; sie non met fFumus, sed animi tui cecitas ac caligo luce aliquam ‘meo dabit ingenio, [Coando descubrt que mi sombre 1 er mtivo de maledicencia, Dios me sea texgo, me afc to como Sime hubier alabado agin gran persone. Porque, fst, no dco mis patecre lou eos sebion ee diinguirme de los alos y cos. Cong bien Avierto Ie causa del mal: soy dino 4.02 Y ahors Sve con vtaperarme, melas, tern quella se abuye tes al vino que 4 tm propio ico, De modo que SF quieres alitarne el odo, isame soba, yen yuna, 0 por lo menos sn suet, a levanate de Camaro donde has dormido la borticherss sh 0 seri Tos vapores del alcohol, si la eoguert yet nibs defo imo qsines aminen wn poco mat Ia fama de mi ent 156 fons pouésacas Petrarca recuerda que mulls et lier, que él solo esti sometido 2 Dios, que los Visconti son rectres patrie, non tranni: y, en ultimo término, advierte que él vive cum ills, non sub ilis «con ellos, n0 ‘bajo ellosn; que habita in illorwm tevin, nom domibus wen. sus tierra, fo en sus easase, Pero éste es un terreno mis resbaladizo. Y resulta interesante comprobar que si mientras fustiga al cardenal francés Petrarca no hurta el cuerpo, cuando justifea su permanencia en Milén cl penstmiento se diluye en argumentaciones de tipo muy general cata y er irremediables de la Imuctva De ignorantia El perfecto Lorenzo Valla no se satisfizo con el titulo puesto por Petrarca 4 la més célebre y poderosa de sus invectivas: De ri Ivins cf maltorum ignorant (iteralmence: «sobre su propia ignorancia fla de muchos otros»; pero quiza resulte menos dura otra traduccion fla ignorancia del autor y la de muchos otros»), Segun Valla (y la clegancia clisica), hubiers sido mis correcto que el epigrafe rezara de sua et multorum ignorantia». Valla, sin quererlo, 0 queriéndolo Séloa medias, venia asia sumarse (aunque desde muy otra perspectiva) ‘la acusacida de que nacié la obra: la acusacion de ser Petrarca tun ignorante.. El libro se empez6 en mayo de 1367, cuando Petrarca remontaba el Po, de Venecia a Pavia, pero no Fue publicado hasta enero de 1371 (y afortunadamente lo conservamos en dos autografos). Con todo, los sucesos de que nacis ruvieron lugar en 1366. Petrarca vivia por entonces en Venecia y solian visitarle en el palacete donde habitaba cuatro javenes de la xélitey ciudadana (cuyos nombres y condicién nos revelan algunos manuscritos contemporineos, 0 el autor): Leonardo Dandolo, caballero, miles; Tommasi Talent simplex: imercator; Zaccaria Contatini, simplex nobilir, y Guido di Bagnolo, ‘ed ply, Se presenta a poeta nocalient en pase agora Yer juntos: mina maritate,sonrientes,afoctuosos e incluso —reconoce Petrarca— con buena intencién. El primero posee un saber nulo, Tittras millas; ob segando, pancar; el tercero. mom pances, fatto, sed iperplesas, confusas y aliadas con una lastimosa superficialdad; en cuanto al cuarto, fortarse moles aert malas nose, nis le valdria no aber mada. Abi estd la cuestién: Ios corteses muchachos estiman todo lo de Petrarea, menos su fara; por ella le envidian y por tila acaban definiéndolo como sir toms, peto sine lites, un buen hombre, pero también un inculto. Las cuestiones que preocupan Al noble, al mereader, al militar y al médico, fndticos de Aristoteles, Son por el estilo de éstas: cudntas erines tiene un leén en la cabeza, cuintas plumas el azor en la cola, lz docilidad € inteligencia de los clefantes, el raro patto de las mulas... Son, dice Petrarca y ellos lo admiten, wescribas no de Ia ley mosaica ni crstiana, sino de Ia aristotéican. Y cuando al poeta se le ocurre preguntar ingenuamente INTRODUCCION A OBRAS POLEMICAS 137 ppor el sentido de semejante eerudicidn», los jévenes aristordicos, texacerbados, se echan las manos # la cabeza, y en solemne cénclave condenan al viejo Petrarca pot el delito de ignorancia,ignrantiecrimine Leonardo Dandolo y sus pares han sido identificados tradicionalmente (desde Renan) como tepresentantes de un averroismo véneto abrevado por la Universidad de Padua. Sin embargo, It fuente de sus intereses intelectuales parece hallarse mis bien en Bolonia, y su pensamiento fs menos «averroistar que simplemente earistotdicos. Petratea los combate por marcar el acento «en ls ciencias naturales, en detrimento ela literatura y la flosofia moral; por la ciega sumisién ala autoridad de Aristoteles, por la aceptacin de doctrinas aristtdlicas incompa bles con la doctrina cristana en cuanto la consecucion de la felicidad fen la vida terrena y en cuanto a la eternidad del mundo, opuesta a la cteacion de la nada; y, en fin, por la lamada teoria de la ddoble verdad, que disimula una secreta incredulidad en las ensefanzas {dl cristianismos (P. ©. Kristeller). Pero en ellos ve no sdlo a los defensores de esas posiciones que abiertamente impugna, sino también las secuelas de toda la orientacién cultural que le indigna: el vano tecnicismo de lor medrrm, vacio de contenidot cabslmente huma- nos. Por eso, por encima de todas las objeciones y reprimendas ue dirigea los cuatro jovenes venecianos, campea una premisa mayor sempre ha de preferise ser bueno a ser sabio, mejor bom exe quam dectus, Sopuesto ello, de ningin modo es irremediable dar en la virtws itrta, en ta vietad sin ciencia, porque, en lo hondo, pistes ce spientia: Ia conwieeion de que la fe cristina y el saber se apoysn mutuamente, en efecto, es la méxima tesis de De ignrentie. Por ahi, la defensa de Platsn o de Cicerén frente a Aristételes no es silo un episodio de lucha de eseuelas o de dilecciéa por ta 0 cual autor, sino la bisqueda de la genealogiaexigible al nueva intelectual cristiano, que al arsimo de lo mis vilido de le Antigieded, al amparo de San Agustin y —también—prolongando algunas vetas dela espirituli dad medieval, propone una alternativa global a la cultura y al vivir de In epoca. En una prosa liana, pero penetrante, de maravillos efectividad, Petrarca, asi, con el De igmrentiz,alcanza quizé la mejor definicidn programética de su humanismo, Invectiva contra enm qui maledixit Italiae Una de las Senile (IX, i), dirigida a Urbano V, esté consageada 4 rebatir los argumentos de Anselme Choquart —embajador de Car los V, rey de Francia, en la corte pontificia, por abril de 1367— fen pro de la residencia del Paptdo en Avifin, Frente a Choquart y los cardenales franceses, Petratea defendia Ia necesidad de que la sede de la Iglesia radicara en Htlia, ¢ invitaba a sus adversarios | apoyar razonadamente sus pretensiones (no se olvide que It carta cn cuestin data de la primavera de 1368, es decir, del corto periodo 158 ORAS PoLEMNICAS —octubte de 1367 4 primavera de 1370— en que Ia silla de Pedro volvié, en efecto, a Roma). Choquart murié a finales de 1368 0 4 principios del siguiente afto, sin querer o poder recoger el guante de tal desafio; pero el cisteciense Jean de Hesdin si se prest6 la polémica, y entre 1369 y 1370, probablemente, eseribid una Imectiva contra Petrarca. Al regresar Ia Iglesia a Avinn, en septiembre de 1370, el de Hesdin, satisecho, debio de ocuparse en la divulgacisn de su excrito: y dot afios despues le confié la Invectina 2 Uguccione ‘de Thiene, nuncio apostélico que se encaminaba a Italia, para que la hicira legar a Petrarca. El poeta Ia recibié en Padus, en enero de 1373, y en marzo habia redactado ya una contestaciin, en forma de cpistola al mismo Uguecione, que titulé Inset contra eum gui maledict Italia wcontsa ol denigeador de Wealiay (aunque hasta bace poco se conocia por Apolega contra Gollum 0 contra exitdam anonym Gallicalunnias). La obra ees una de las piezas principales de la polémica internacional que dura una parte del siglo xiv y en cuyo curso, ‘como preliminares del gran cisma, Italia y Francia se disputan la tesidencia del Pontficado romano. Petrarca, al componeria, ya al final de su vida, no se propone sélo defender la causa italiana contra los partidarios de Avindn y dejar sentada la necesidad de que a Papa permanezca en Roma de modo definitive: aprovecha también la ocatin para atacar con violencia 4 sus adversarios politicos, em: pleando tal fin todos los medios que los humanistas, sus sucesores, Perfeccionarin posteriormente: Ia acumulacién de autoridades anti Buss, lor juegos de vocablos —ingeniosot 0 groseros—, Ia itonia ‘continua y toda la retried de la injuria.. Los sofismas patricticos se encuentran lo mismo en el trabajo de Petrarca que en el de Jean de Heedin. Este, por lo menos, se esfuerza por respetar la propia persona del poets e igualmente por dejar al margen del debate, en sus violencias Henas de pedanteria contra Ia ciudad de Roma, el amor propio de la nacién italiana: Fateer enim, ef serum est, Ualiom ‘magnam partem et bonem orbs ese, me intento cuinsgare eat sel fui, trade, tic am deprimere at iti vritali contradict (Confiewo —y muy cierto— que Italia es una de las grandes y hermosas tierras del mundo; y nadie intents ai ha intentado nunca, creo, rebajarla hasta el extremo de contradecit tal verdad’). Petrarea no guards en absoluto semejante mesura; ademsis de abusar de la injuria personal, ss invectivas en ocasiones tezuman todo el odio del Mingullo de Alferiv (P. de Nolhac). Jean de Hesdin, en la pluma de Petrarea, se convierteen acucrvor, «borracho bien conocido», easnon, etcéter La citada carta a Urbano V, empezaba con toda naturalidad con Ja frase de los Selmes, CXIM, 1: In extu Lirael de Egipto, domus locob se popalo barbaro; y en la Invctva la de wbarbatien es tacha a cada momento imputada a Francia y a los franceses, a todo propésito, La exaltacion de fa Roma gloriosa de antaio y en posesién ahora de todos los derechos en cuanto a la sede pontifcia, corre paralela INTRODUCCION A OBRAS POLESHICAS 159 al vejamen de lo galo, y ol nacionaliemo a ultranza hace incurtir 1 Pecearea en extravagantesafirmaciones: kiunto a los griegos pongo a los franceses, que, aunque iaferiores en talento, les superan en corgullo y verborrea». Peto los arrcbatos patriticos no privan la Invcrve de razonamientos plausiblesy limpias notas de humor, form laciones con fuerza epigramitica (meri quidem ef palatia ctciderunt fora naminis immortalised; “eayeron murallas y palacios: Ia gloria ‘el nombre es iamortal’) 0 una admirable apologia de la capacidad creadora que implica la sitesis de clasicismo y cristianismo. Y, més alli dela inocente truculencia de la expres fa, la propuesta de una civlizacidn cons ‘una actitd renovado- ida sobre los mis nobles cimmientos antiguos, el mensaje que anima la triunfal conclusién de Petrarca: Sumas env non sec, mom barbar, aed ital ef latin BIBLIOGRAFIA Gmeral. BG. Ries, ela eadaione delfinvettiva "Umanesioe, Late luton, XXVI, 1974, pp. 405414. Las conto invectivas, toon tad. tal y buenat nots, en Ofre lt ed A Bafana, vl Tmscive rue madam dl. PG. Rice Roma, 1950. Vid. U. Bosco, Datssone dl [canine mre Ue Sogn! Ritmo iw, Firenci, 19734 pp. 217-227; F. Tateo, Retr « puta fro Muiee « Risers, Bari, 1960, pp. 221229, y C. Trinkaun, ale Owr Iaee and Like. Hamann sud Din aioe Hemanistie Toni, Cheago y Landes, 970, bp. 68993 (Gara la teorta posticn del libro IDs C. R. Rewaki, «Notes on the Rhetoric fn Perrcctt [cate mn, ex A.D. Scaghone, Frenit Petath pp. 249-27. Pars lacaduccinepatols cf Api, pl ects contra genie mop! sat bominom. Bd. P. G. Rice, Focea 1949, Vid a rxeda eM. Bon y el etadio dl mismo Rice! en el voll 1950, de Sad perarcesch pp. 37M, 230276 De iqerena. Ed, Le M. Capelli, Pas, 1905, y ed. PL G. Rice A. Baufano, en Ope lating, vol. I, page. 1025-1130 (esto apatecido cuando ya estaba en prensa a taduccon publicads en el presente volumen, pata ix tual se ham tenido en cuenta In ed. Capel los fragmentos de fa suya plopia que Rica inclyo ene tomo de Prom). Vid. P.O. Kesler, «Petarch's Eaceront, Bilashigu Hamano Remsnrc, XIV, 1952, pp. 59.85, call Pevatea, 'Umaaerimo © ln Solaticar, Lettre alo, Vii 1955, pp. 567-388 (entre oeror estedionsuyos); L- Latmariny, «Francesco Perarca el primo Umanesimo s Venera en V. Branca, ed, Umamsime Europe ¢ Umentsine Veni, Florencia, 1953, pp. 63-02; T. Heydenreich, xPerareas Bekenats zt Ipeoranan, en F Schl ed, Perera, pp. 1-92 Timeig contre tam gut males Teale: Ea A. Bofano, en Opee lei, vol Mypage, 1154-1250, Vid. lor estuion de PG. Riel, en iad perorchr, ML, 1980 pp. 23-3, y 1V, 1981, pp. 47-57; F. Rico, eAnstoees Hispanuse, Ilia Medorol ¢ mantic, X_ 1357, pp. W164, J. Monfein,«Perargue la Etancen en ar ates (en prenta) del congreso Shane a France Petar, Milo, 21-28 de noviembre, 1974 I Mediceva ¢ REE La ignorancia del autor y la de muchos otros (De sui ipsius et multorum ignorantia) CARTA A DONATO DE LOS APENINOS? frtuo aqui, por fin, amigo mio: ya tienes a libko es FH "peado'y prometido de tempo ats; chico lio para ‘erm tan inmengo: emi propia ignoranca y In de muchos Siro, A aber podido diaro en el yunque del talento con el maze de mi ingeio, hubler io’ creiend, eréeme, fou dren cage spropida pare un eamello; orgs, puestos 1 habia, equ tereno mis amplio, qué campo mis extemo Gor un tatado sobre la ignornci humna, y en especial ‘bre nmi? Vasa lero como sl, eg ces, me extvirs byendo hablar en las noches de ivierno, al amor dl fuego Fragando segin me aranael calor de In conversion, He dicho tipo, en realidad er una chat! apate del nombre, nada tiene de libro, nie lumen, I deposi, nt Silo sobre rods la raved, como esr al wuslo que tit, durane un pretipiado vijet. Sie me oor lamar Fie con tod, fue para mereer tu favor con uh pequeto fheeguiow y on gran sombre; aun seguro de que apres Todo lo mio, pene engatare con tal ard, La tea x normal fasta entre amigos cunndo uno a envi nas pest mana ts 0 algin munar de minino valor, lo pone en vain. de plus y lo envucle en blanco lego; el cbnequl ni sumenta Biv mcjra con elo, pero a quien lo recibe le result mds grate} « quien lo env le deja en enjor papel. También Joe queride ennoblecer con hermoso envotoro una insign Elncis limande libro a lo que hubirs podido lamar cata Gin revate vale a ts ojos al evar entoverade de borrone Y atiadios, leno de nota al margen). Lo que haya perdido {a buena apace, lo habrh ganado en encanto epiival, J adveritis qué enorme cata be de ligaroos pas gue 90 Ine atrvaa eorbrte de semejante modo: boronery studios 162 lonRAs poLéMicas te pareceriin entonces otros tantos signos de intimidad y afecto, Por otro lado no quise verte dudar si el libro era mio; por ello te llega escrito de mi puao y letra —antafio te era harto conocida— y casi a posta desfigurado por tantas heridas; sin duda recordaris que algo por el estilo escribié Suetonio Tran- quilo del emperador Nerén: «Llegaron a mis manos», dice Suetonio, «ciertas tablillas y algunos libros de notas autdgrafos, con versos suyos muy divulgados; se veia en seguida que ‘ho eran copias ni se tomaron al dictado, antes fueron trazados or el autor mismo, un verdadero creador; tantas tachaduras, cenmiendas y adiciones habia.»¢ Tal dijo; y nada mas te escribiré por el momento. Acuérdate de mi y sigue bien Padua, 2 13 deenero3, en mi lecho de dolor, a las 11 de la noche. A DONATO DE LOS APENINOS, GRAMATICO 1 gNo podré descansar nunca? gMi pluma estaré siempre en combate? ¢No conoceré vacacidn alguna? :Habré de respon- der cada dia a las alabanzas de mis amigos y a los ataques dde mis rivales? 2No habré refugio contea la envidia ni podra orrarla el tiempo? No lograré el reposo, ni huyendo de ‘asi todo aquello por lo que la humanidad se esfuerza y sufte? 2No me cximirin siquiera el cansancio y el declive propios de mi edad? jQué pertinaz veneno! Mis afios, que tiempo atrés me dispensaron de las obligaciones oficiales, no me han dispensado todavia de la envidia, y, mientras el estado, al que tanto debo, me deja en libertad®,la envidia, a la que nada adeudo, me sigue incomodando. Desde hace tiempo —lo admito— me corresponderia un estilo mas amistoso; y siempre convino a mi naturaleza, y ahora también a mi edad, un lenguaje mis sereno. Disculpad, amigos; ti, lector, quienquicra que seas, perdéname; y, ante todo, exciisame ti, Donato, a quien van dirigidas estas palabras; es necesario hablar, no Porque sea lo mejor, sino porque es dificil no hacerlo. Aunque Ia razén aconseje callar, la indignacisn, natural, segin creo, y un justo dolor me arrancan estas palabras. Sediento de paz ‘me veo arrastrado al combate. De quevo me empujan contra LA IGNORANCIA DEL AUTOR ¥ LA DE MUCHOS OTROS 163 ‘mi voluntad, de nuevo me conducen al tribunal de la censu no sé si decir de la amistad envidiosa de la envidia amistosa. Bxiste algo que te esté vedado, perversa inquina, si puedes inflamar incluso almas amigas? Mucho habia suftido yo hasta ahora, pero nunca habia conocido este mal que hoy ‘me toca en suerte y que es el més penoso y el peor de todos. Los combates con enemigos a menudo nos son propicios; y, si dulee es pata algunos Ia ira, la victoria, desde luego, {es dulce; pero si luchamos con amigos es tan triste vencer como ser vencido. Mi guerra, sin embargo, no es con amigos ni con enemigos, sino con la envidia; el adversatio no es ‘nuevo, aunque su modo de combatir sea insdlito: acude a la batalla con una aljaba, dispara sus flechas desde lejos, y desde lejos hiere. Por fortuna es ciega, de modo que, si la ves venir, es ficil esquivarla, y, como dispara sin tino, menudo aleanza también a los suyos. He de traspasar a este monstruo, sin detrimento de la amistad. Cuando dos estin abrazados, sin embargo, resulta una empresa muy dificil atrave- sar a uno sin herir al otro. Recuerdas, supongo, que César, ‘cuando se vio acosado inesperadamente en Alejandria, se hizo acompaitar del rey Tolomeo a todas las vicisitudes de la guerra, dispuesto.a no morir sin él; al parecer, esta decisién contribuys en gran medida a su salvacién, porque evidenteménte los que odiaban a César y amaban al rey hallaron dificultades para matar al primero sin daar al segundo’. Imagino que tampoco has olvidado que, cuando el reino de los persas Fue liberado de la tirania gracias al talento del prudente Horta- nes yal coraje de siete hombres valientes, Gofiro, un conjurado que en Ia oscuridad se habia abrazado @ uno de los tiranos, exhortaba a sus compatieros a herit al enemigo, aunque tuvieran que atravesar su propio cuerpo, para evitar que, por salvarle 4, dejaran escapar al tirano8. Del mismo modo, la sagrada amistad me incita a que, aun a riesgo de heritla, traspase ‘con mi pluma a la impia envidia que ella alienta en su seno. Es arduo distinguitlas en la tiniebla, pero, asi como Gofiro no suffié dafio alguno en la muerte de su enemigo, yo intentaré que la amistad quede a salvo en la destruccién de la feroz envidia; no obstante, Ia amistad sincera —que requiere una verdadera virtud®— prefiere que, si no hay otro remedio, la aniquilacién de la envidia le cueste algiin perjuicio, a verse sometida, sin dato, a una envidia floreciente. 164 ORAS poLEMTCAS n Voy a entrar ya en materia; en cuanto empiece —€ incluso antes, creo yo, el tema te resultara tan familiar como a mi, © quizd mis, porque, en general, nos interesa mis la fama de nuestros amigos que la propia! y despiertan en noso- tros mayor irritacida las calumnias referidas a uno de ellos que si versaran sobre nosotros. Siempre se ensalza al que recibe con indiferencia las ofensas, pero nadie puede asistic impasible al ultraje de un amigo, ya que no revela la misma prandeza de dnimo no conmoverse ante el descrédito ajeno gue no hacerlo ante el propio. Volviendo a ti, ge6mo podrias ignorar lo que ti mismo me diste a conocer con afliccién, aun cuando suscitaba mi burla y mi desdén? Si te voy a contar cosas sabidas, no obstante, no es para informarte mejor, sino para que conozeas mi estado de énimo frente a la envidia ¥, asumiéndolo ta también, dejes de afligirte por las heridas ajenas mas que por las propias; asimismo pretendo que com- prendas qué armas utilizo contra ella y de qué manera la prolongada costumbre y un tenaz esfuerzo han conseguido ‘ensordecerme a los susuitos de la murmuracién y endurecerme contta los ataques de la envidia. Y aqui tienes ya el texto de esta historia. Con frecuencia me visitan cuatro amigos", cuyos nom- bres sabes, porque los conoces a todos (por otra parte, una ley inviolable de la amistad impide que se nombre a los amigos cn las invectivas, aunque ellos no actien amistosamente). En general me visitan de dos en dos, emparcjados ya sea por Ta semejanza de sus caracteres, ya por puro azar; alguna vez, sin embargo, vienen todos juntos, Me tratan con gran simpatia su rostro es alegre, su conversacién, afable; yo no dudaria de sus pias intenciones, sino se hubiera deslizado una desventu: rada envidia en aquellas almas dignas de mejores moradores. Es un asunto incretble, pero cierto, jojalé no lo fuera! Esos hombres me desean salud y prosperidad, me aman, me respetan, me visitan y me veneran, se afanan en mostrarse, mis que amables conmigo, prédigos y generosos, y, no obstante, —jta- les miserias, manifiestas u ocultas, encierra la naturaleza huma- znal— me envidian, Bl qué? Confieso que no lo sé y que la cuestién me intriga. No son, evidentemente, las riquezas, pues cada uno de ellos me supera en esto tanto como el tamafio de la ballena LA IGNORANCIA DEL AUTOR Y LA DE MUCHOS OTROS 165, briténica al de los delfines, como dice el clésico!®; por otra parte, desean que mi fortuna aumente, convencidos de que ces mediocre, de que la comparto sin mezquindades y la disfruro modestamente, sin altiver ni ostentacién, y de que no merece cenvidia alguna; el motivo de sus eelos 10 son tampoco los amigos, cuya mayor parte me ha sido arrebatada por la muerte y de cuya amistad, como de cualquier otra cosa, suelo hacer participes a mis amigos; no es la belleza corporal, pues, si alguna ver a tuve, desaparecié por el paso de los afios, si bien mi aspecto sigue siendo el apropiado para mi edad, gracias a la generosidad y Ia proteccién de Dios; pero en verdad dejé de ser envidiado hace tiempo, y, aunque fuera todavia el que fue antafo, epodria olvidar yo ahora o podia olvidar centonces las palabras que de nifio libé en el poeta —ala belleza fs un bien perecedero» 8 y las que escribe Salomén en el libro con el que educa a un muchacho: «el donaire es engaiioso y vana la hermosura?»' Por tanto, geémo podrian envidiarme algo que no tengo, que desdeié mientras Io tuve y que, si regresara, lo despreciaria porque conozco perfectamente su inestabilidad? En fin, lo que envidian no es tampoco mi sabidu- tia ni mi elocuencia, pues, respecto a la primera, afirman que no la poseo en absoluto y la segunda, en caso de que yola poseyera, ellos a desdefian, y la rechazan como es costum= bre entre los filésofos modernos, considerindola indigna de tun hombre letrado. Hoy en dia, en un fildsofo se valora la torpeza de expresién, el balbuceo enigmético y la sabiduria simbuida de severidad y de bostezos», como dice Cicerén!5; se les olvida que Platén era muy elocuente y que Aristételes, por no citar a otros, era de estilo suave y agradable y que su dureza se debe a ellos, Por propia voluntad 0 por error, se apartan tanto de su maestro, que consideran un estorbo y una vergiienza para la filosofia la elocuencia, aunque aquél se esforzé en unirla a ella como su mejor ornamento, conmovi- do, segin cuentan, por la gloria del orador Isdcrates!?. Por tltimo, no les induce a envidiarme mi virtud, pues, aun siendo, sin duda, el atriburo mis importante y envidiable que se puede poser, ellos no le dan, segiin creo, valor alguno, porque no ces altiva ni orgullosa. Esta cualidad es a que yo elegiria, ppero ciertamente ellos estin de acuerdo en concedérmela de bbuen grado y, aunque me habrian negado el favor mis insignifi cante, me otorgan el mejor regalo, como si de una nimiedad se tratara, Dicen que soy un hombre bueno, muy bueno, 166 ORAS poLEsticas incluso (iy yo que desearia que Dios no me juzgara malo 6, tal vez, muy malo!). En cambio, aseguran que soy inculto eignorante, a pesar de que, en otto tiempo, a juicio de algunos, sabios varones quedé sentada la opinién contraria (no me importa saber con cudnte exactitud). Sin embargo, no doy mucho valor a lo que me arrebatan, si lo que me conceden «3 cierto, Yo no tendriainconveniente en compart con estos, hhermanos la herencia de la madre natursleza, cediéndoles a todos la sabiduria, a cambio de la sola bondad, sin que me importara carecer por completo de cultura poseer slo la necesaria para dirigie diariamente a Dios sus alabanzas. Pero, temo, jay!, que se frustren tanto mi humilde deseo como su orgullosa opinién. Afirman también que soy amable, de buen caricter y fiel en mi amistad; en esto dltimo, sino me equivoco, no andan errados. No es otra, por lo demés,, Ja causa de que me cuenten entre sus amigos, pues no lo hacen por ningtin talento, habilidad o ciencia que yo posea, ni pot mi aficiéa a las artes liberals, ni con la esperanza de oirme decit alguna verdad 0 de aprender algo de mi De modo que se repite exactamente Io que de Ambrosio cuenta Agustin: «Empecé —dice—a amarle, no por su magiste- rio de la verdad, sino por su benevolencia conmigor!®; 0 Jo que de Epicuro piensa Cicerdn, que, si bien a lo largo de su obra ensalza el earicter de aquél, siempre condena sus ideas y rechaza sus ensefianzas™. Estando asi las cosas, puede dudarse del motivo de su nvidia, pero no hay duda de que tal envidia existe, pues tila disimulan bien ni refrenan sus palabras, cuando les aguijo- nea este sentimiento; y esto en hombres que no muestran intemperancia ni necedad en otras circunstancias, gqué otra cosa es sino trasunto evidente de una pasién incontenible? Como su envidia no tiene mas objeto que yo, el tésigo que llevan dentro de si se derrama constantemente. Y lo cierto 8 que s6lo me envidian una cosa, algo tan vano y de tan escaso valor como la fama que la suerte me ha deparado ¥ que es, seguramente, superior a mis méritos y excepeional en un hombre vivo. En esta fara han fijado ellos su torva mirada y yo, en cambio, preferiria ahora —como tantas otras vveces— no fenerla, porque me ha traido habitualmente més perjuicios que ventajas y porque, si bien me granjed no pocos, amigos, me atrajo también inoumerables enemistades; me suce de lo mismo que al que acude al combate con un yelmo LA IGNORANCIA DEL AUTOR Y LA DE MUCHOS OTROS 167 cengalanado, pero con escasas fuerzas: su resplandeciente cimeta le depara slo un mayor nimero de heridas. Esta peste me es familiar desde hace tiempo, pero nunca fue tan molesta como la que se ha desatado ahora, porque ya soy demasiado débil para emprender combates juveniles y porque ha resurgido. inesperadamente de donde yo ni la merezco ni la temia, cuando ya debia haber sido vencida por mi conducta © curada por cl paso del tiempo. Pero sigamos. Se creen grandes y son todos ellos ricos (y ésta es, hoy en dia, la nica grandeza entre los hombres) Piensan (aunque en esto muchos se equivocan) que no han conseguido renombre alguno y que, si hay que dar crédito 2 sus presagios, no pueden esperarlo. Esta preocupacisn les consume y es tanta la fuerza de su mal que, como perros rabiosos, aguzan Ia lengua y afilan los dientes contra sus amigos y hieren a los que aman, Qué ceguera o qué locura es esta? gNo es asi como Penteo fue despedazado por su enloquecida madre y como Hércules destroz6 a sus hijos? Ellos me aman a mi y aman todas mis cosas, con la Gnica excepcién de mi nombre; yo no me niego a cambiarlo por Térsites™®, por Quétilo?! o por el que prefieran, si asi contigo evitar esta mengua de su ooble amor. Pero la pasién que les inflama ces en extremo ardiente y obcecada, porque todos ellos son también grandes aficionados al estudio. Y, sin embargo, el Primero —y no te revelo nada que no sepas— no tiene letras nningunas; el segundo, pocas; el tercero, no muchas, y, si bien confieso que el cuarto tiene no pocos conocimientos, son tan confusos y desordenados y é mismo, como ditla Cicerén®, tan frivolo y vanidoso, que quizé mejor seria que ‘no poseyera ninguno. Pues las letras son para muchos una fuente de locura, y de orgullo para casi todos, a no ser que por ventura penetren —y ello es raro— en un alma buena ¥ bien preparada. Nuestro hombre sabe muchisimo de fieras, de aves y de peces: cuiintas erines tiene el len en Ia cabera, cuéntas plumas el gavilin en la cola y cudntos anillos forma 1 pulpo para sujetar al ndufrago; sabe también que los elefantes se aparean por la espalda, que su gestacién dura dos ais, que son animales déciles, vivaces y de una inteligencia casi humana y que Hegan a vivie dos o tres siglos; que el fénix se consume en un fuego aromitico y renace de sus cenizas; que el erizo puede detener un barco, sea cual fuere su velocidad, pero que su fuerza desaparece si se le saca del agua; que 168 lopras poLéMICAS, el cazador puede burlar al tigre con un espejo; que los arimas- pos acosan con sus armas a los grifos; que las ballenas engaaan a los navegantes con su espalda; que el parto de la osa es deforme, el de la mula, infrecuente, y el de la vibora, uno solo y desdichado; que los topos son ciegos y las abejas, sordas; y, en fin, que el cocodrilo es el tinico animal capaz de mover la mandibula superior. Estas noticias? son, por supuesto, falsas en su mayor parte, como se ha demostrado en muchos casos, al traer tales animales a nucstras tierras; y, con frecuencia, se trata de hechos mal conocidos por los mismos autores que los refieren, pero que, por su exotismo, eran creidos —y hasta inventados— sin dificultad; y, ade- ‘mis, aunque todo ello fuera cierto, de nada serviria para una vida feliz. Porque, dime, ede qué nos sirve conocer la natu raleza de fieras, aves, peces y serpientes © ignorar © menos preciar, en cambio, la naturaleza del hombre, sin preguntar- ‘nos para qué hemos nacido ni de donde venimos ni a dénde "Tales cuestiones y otras parecidas las solia plantear yo ante estos eseribas que tan doctos se consideran (no en la ley mosaica ni en la cristiana, sino en la aristotélica). Yo me solia expresar con una libertad a la que no estaban acostum- brados y con excesivo candor, tal vez, aunque, estando entre amigos, no veia en ello riesgo alguno; pero lo cierto es que de su estupor inicial pasaron pronto a una franca indignacién. Y, como pensaron que mis palabras atacaban su herejia y la ley de sus padres, reunieron un concilio para emitir una condena por ignorancia, no contra mi, a quien aman de cora- z6n, sino contra mi fama, a la que odian. jOjalé hubieran convocado a alguien més! Pero no, para que la sentencia fuera undnime, se reunieron a solas los cuatro. A pesar de que yo no fui llamado al cénclave ni tuve en él defensor, los alegatos presentados fueron extensos y controvertidos; ho es que existieran divergencias entre clos —estaban, como demuestra el veredicto, en completo acuerdo—, sino que, Ta manera de los jueces experimentados, trataban de refutar sus propios argumentos, para precisar mejor la verdad, depu: tandola y matizindola con las sutilezas de la contradiccién. La primera prueba que en mi favor expusieron fue la populari- dad de que disfruto; inmediatamente replicaron que no era digna de crédito —y con razén, porque el vulgo rara ver descubre la verdad de las cosas. Opusieron luego a su veredicto LA IGNORANCIA DEL AUTOR Y LA DE NECHOS OFKOS 169) |i amistad de grandes y doctos personajes, que enaltece mi vida y que a Dios debo agradecer; y también la cordialidad que me han mostrado muchos reyes, entre ellos Roberto de Sicilia®, quien, ya durante mi juventud, me honeé con frecuen- tes testimonios de su consideracién hacia mi sabiduria e inteli gencia. A todo esto respondieron —ofuscados no tanto por maldad como por su vanidad— que, pese 2 su reputacién de hombre culto, el rey Roberto carecia del mas elemental saber; y que los demas, aun siendo doctos, habian demostrado poca penetracién al juzgarme, bien fuera por el afecto que ‘me profesaban, bien por negligencia. Expusieron entonces otro argumento en mi defensa: los tres altimos pontifices®* me hontaron con su amistad ¢ intentaron —en vano— atraerme 1 su lado; el mismo Papa Urbano2?, el que hoy esta al frente de la Iglesia, suele hablar bien de mi y me escribe cartas muy amables; y, ademés, el actual Emperador de Roma®, que es el tinico que en nuestra época ha ostentado legitimamen- te este titulo, me cuenta entre sus amigos intimos y me ha rogado con insistencia, por medio de cartas y mensajes, que acuda a su corte: hechos todos bien conocidos e indudables. Mis jueces comprenden, claro esti, que de ellos se deduce algiin mérito de mi parte, pero, para negarlo, dijeron que ‘esos pontifices actuaban engafiados por mi fama, como los dems, 0 guiados por mi conducta, pero no por mi saber; y que la amistad del Emperador se debe 2 su aficién a las rnarraciones historicas, materia en la que me conceden algin conocimiento. Admitieron también que a su veredicto se podia objetar una elocuencia que yo no reivindico, a fe mia, pero «que ellos consideran bastante eficaz. Ellos afieman, sin embar- 0, que, aunque la misién del orador o del retor es hablar para convencer y persuadir con su discurso, esa habilidad se da en muchas personas incultas; y lo que es producto de una técnica lo atribuyen al azar, afadiendo aquello tan conocido de «mucha elocuencia, poca sabidurian®, sin darse cuenta de que la definicién de orador que da Catén se opone a esta calumnia%, Su iltima objecién fue mi estilo literario: como no se atrevian a vituperatlo, ni a ensalzarlo con reservas, ‘optaron por reconocer que es clegante y extraordinario, pero desprovisto de toda ciencia. Yo no entiendo eémo puede ocurrir esto, y supongo que ellos tampoco; y me imagino que, si vuelven a sus cabales y reflexionan sobre lo que han dicho, se avergonzarin de esta tonterla. Pues, si lo primero 170 owns pouémtcas fuera cierto (y yo no lo creo), es evidente que lo otro seria falso; ya que gcémo podria un completo ignorante tener un estilo notable, si ellos, que nada ignoran, no tienen estilo alguno? Hay que creer, entonces, que todo es casual y exch por completo a la raz6n? Y bien, gqué quieres? gen qué piensas? Esperas, supon- {g0, Ia sentencia del tribunal. Examinadas todas las alegaciones € invocando a no sé qué dios —pues ningiin dios favorece Ia iniquidad, ni existe dios de la envidia ni de la ignorancia, los dos velos de la verdad— tomaron esta breve resolucién: que yo soy un buen hombre que carece de cultura. jOjali sea ésta la Giniea verdad que hayan pronunciado o vayan a pronunciar nunca! Y a ti, Jess, vida y salvacién nuestra, que etes el nico Dios y dispensador de toda cultura ¢ inteligen- cia, el snico rey de Ia gloria y el nico seftor de la virtud, te suplico, postrado con el alma a tus pies, que, si no deseas concederme més, me permitas, al menos, ser un hombre bueno: y sélo podré serlo dedicindote un profundo amor y un culto iadoso. Para eso he nacido, no para las letras; si éstas vienen solas, nicamente sirven para envanecer y destruir, sin edificar nada; son una cércel resplandeciente, una penosa ocupacién ¥ una estrepitosa carga para el alma. Sefior, Ti que conoces todos mis deseos y todos mis anhelos, sabes que me he dedicado a las letras con moderaciOn, buscando en ellas un medio de ser bueno; y no porque creyera que ellas nos pueden _guiar (como pretenden Aristételes® y tantos otros), ni nadie mis, excepto Tu mismo; sino porque consideraba que mi cami- no teria, con las letras, més virtuoso, més seguro y, a la ver, més deleitable, «Ts puedes ver lo més recéndito de nuestro corazén y nuestras entrafias»®? y sabes, por tanto, que cuanto digo es cierto. Nunca fui tan joven ni tan vido de gloria —y no niego haberlo sido—, que prefiriera ser sabio a ser bueno. Blegi ambas cosas, lo confieso, porque la ambicién humana es infinita e inagotable hasta que reposa en Ti, por encima del cual no hay otra meta donde elevarse. Yo deseaba las dos cosas; pero como una de ellas ni se me quita ni se me niega, estoy agradecido 2 mis jueces, que de las dos me hhan dejado la mejor (a no ser que también esta vex hayan men- tido y que, para arrebatarme lo que querian, me hayan concedido Io que faltaba). Quizi intentaron consolarme de mi descrédito —jvano consuelo!— obrando como las mujeres envidiosas que, cuando la belleza de sus vecinas las mortifica, LA IGNORANGIA DEL AUTOR Y LA DE MUCHOS OrKos 171 dicen de ellas que son buenas, de excelente caricter y de todas prendas, aunque sea todo falso, con el nico fin de negarles el titulo de bellas, aunque lo merezcan. Pero TY, Dios mio, «sefior de todas las ciencias», «fuera del cual no hay otro», a quien debo y quiero anteponer a Aristételes y demés fildsofos y poetas, a los muchos que «alardean de la galanua de sus palabrasv® y, en fin, a las letras, al saber y # cualquier otra cosa; Tu puedes, en verdad, imponerme el titulo de hombre bueno que ellos me han dado sin razén: te suplico, por tanto, que lo hagas. La que pretendo no es sélo ese nombre que Salomén preferia a un costoso perfumes, sino la cosa misma: ser bueno, amarte y metecet tu amor nadie corresponde como Ta a sus amantes—, pensar en Ti, obedecerte, esperar en Ti, hablar de Ti, «Mis labios habrén de olvidar los viejos discursos y mi mente debera consagrarse Ti» Pues, en verdad, wel arco de los fuertes ha sido vencido, y los débiles han sido dotados de fuerza»38; y es mucho mis feliz un hombre humilde que crea en Ti que Platén, Atistoteles, ‘Varrén y Cicerén, que, con todo su saber, no Te conocieron; «y, cuando fueron confrontados contigo, que eres la Piedra, sus jueces se desmoronaron y quedé patente su culta ignoran- ciay36. Que se queden, por tanto, la cultura los que me la nie- ‘gan; 0 bien, como de ellos, sino ando equivocado, no puede ser, que se la quede quien sea capaz de poseerla; que ellos, Por su parte, se queden el elevado concepto que tienen de si mismos y el vacio nombre de Aristételes, en cuyas cinco silabas tantos ignorantes allan deleite; pueden guardarse tam- bien su indtl presuncién, sin fundamento y a punto de arruinar- se, y todos los frutos que, en su torpeza y vanidad, creen ingenuamente cosechar de sus errores. Yo deseo tener humildad ¥ conciencia de la propia ignorancia y flaqueza; no sentir desprecio de nada més que del mundo, de mi mismo y de Ja insolencia de los que me desprecian; y fijar en Ti mis esperanzas, desconfiando siempre de mi; deseo, en fin, que me correspondan Dios y la virtud sin letras, por la que ellos no sienten envidia. Si me oyeran pronunciar estas palabras, romperian a reir, exclamando que éste es el lenguaje piadoso. dde una viejecilla inculta; pues para estos hombres empachados de erudicin la piedad no tiene el mas minimo valor, aunque los verdaderos sabios, que usan con comedimiento su saber, le otorgan su mis alta estimacién: por ellos se dijo, en efecto, «piedad es sabiduriay®?, Por otta parte, me imagino que tales 172 ‘ommas poLéeas disquisiciones sélo conseguirin afianzar en mis jueces la opi- ‘aida de que soy un hombre bueno sin cultura. m1 Qué hacemos ahora, mi fiel Donato? Me dirijo a ti porque el dardo de su envidia te ha incomodado mis que ‘a mi, que recibi el aguijonazo; gqué hacemos?, digo. zApelar ‘un tribunal mas justo go callar, confirmando asisu veredicto? Es suficiente. Debes saber que no quiero oponerme y que, sin esperar a que se cumpla el plazo de diez dias, doy mi aquiescencia al veredieto de los jueces, sean quienes sean. A ti y a todos los que os sentis afectados por este asunto y teniais una opinién distinta sobre mi, os ruego que aceptéis conmigo su resolucién. jOjalé fuera cierto lo que en ella me atribuyen!, porque, en lo referente a la cultura, confieso que no yerran al negérmela, aunque evidentemente no admito su ‘competencia en este asunto, a no ser que pretendan apoyarla cen la maxima de su dios Aristoteles: «cada cual juzga bien aquello que conoce y es en ello un buen juez»®?; podemos suponer que lo que mejor conoceri el juez es aquello que posea en mayor abundancia; esta hipétesis permitiré, natura mente, a los mas ignorantes jugar la ignorancia de otros. Pero no es asi: sera siempre competencia del sabio pronunciarse acerca de la ignorancia, de la sabiduria y de cualquier otro asunto (suponiendo, claro esté, que ese sabio sea un experto cn la materia que debe juzgar). Pero, aunque la miisica hayan de juzgarla los miisicos y la gramitica, los gramiticos, no sucede lo mismo con la ignorancia. Hay materias en las que Ja abundancia significa una gran eseasez y en las que el peor juez es el que las posee en mayor abundancia. Nadie comprende la fealdad menos que los feos, pues éstos han adquirido con lla tal familiaridad que no perciben la deformidad que ofende la vista de un hombre bello. El mismo argumento vale para los demas defectos: nadie juzga peor la ignorancia que el ignorante. Y no lo digo para hurtarme a la justicia, sino para que —si conocen este sentimiento— se avergiiencen de haber juzgado sin entender. En realidad, yo admito la sentencia, tanto si ha sido dictada por una amistosa envidia como si es frato de un odio acérrimo; cualquiera que me declare igno ante esti de acuerdo conmigo, porque, si reflexiono acerca LA IGNORANCIA DEL AUTOR ¥ LA DE MUCHOS OTROS 173 de los muchos conocimientos que me faltan para satisfacet mi afin de saber, me siento afligido y reconozeo en silencio ‘mi ignorancia. Peto mientras espero el fin de este exilio terreno, con el que terminaré nuestea imperfeccién, me consuelo de mis defectos observando la naturaleza humana. E imagino ‘que a cualquier hombre inteligente, bueno y modesto le sucede Jo mismo: conoce sus limitaciones y se consuela de igual forma; ni los genios se libran de este sentimiento, porque, sibien su ciencia puede parecer extraordinaria en comparacién a la de otros hombres, es, en esencia, insignificante, por la angostura de sus limites. Los conocimientos que ¢s capaz de reunir Ia mente humana son tan exiguos y de valor tan fescaso que yo me pregunto si auestea ciencia admite algin parangén, no con la sabiduria de Dios, sino con nuestra propia ignorancia. Y me aventuro a conjeturar que el conocimiento de si mismos, la apreciacién de sus imperfeceiones y el consue. lo del que he hablado estin més arraigados en los que més saben y comprenden, ;Qué felices son en su error mis jueces, ‘que no precisan de tales consuelos! Felices, digo, no pot su saber, sino por su arrogante ignorancia; ereen que nada les falta para alcanzar la sabidusia de los angeles, mientras que, en verdad, a todos les falta mucho para llegar a la cima del conocimiento humano, y a muchos, todo. Pero regresemos a mi. ;Ay!, amigo mio, equé males no traeri una larga vida? ¢Quién ha conocido una felicidad estable, sin cambios ni enveje cimiento? Los hombres envejecen, y, con ellos, su dicha y su gloria; todo lo humano envejece; al final —antato yo rho creia que algo asi pudiera suceder— envejece incluso ef espiritu, pese a su inmortalidad, y se cumplen las palabras del escritor cordobés: «lina vida muy larga destruye un espiritu fuerte.» No quiero decir que la vejez del espirita vaya seguida de su muerte, sino que culmina con su sep.racién del cuerpo, esa disociacién que nosotros percibimos y que el vulgo denomi- na muerte, pero que es, en realidad, la muerte del cuerpo, ro la del espiritu. La verdad es que mi espiritu ha envejecido y languidece ya. La experiencia me ha confirmado algo que eseribi en un poema bucélico, cuando era un joven inexperto: cQué nos puede deparar una larga vida?»4l Porque, cosmo crees que hubiera reaccionado yo ante estos ataques hace pocos afios?, zcon que impetu los hubiera resistido? Créeme, la guerra entre ambas ignorancias habria sido muy encarnizada. Hoy en dia, sin embargo, la agresin a este anciano resulta tanto 4 OBRAS POLEMICAS mis cobarde cuanto menor es el peligro que offece. Levanto Ja mano: mi ignorancia se rinde a la suya. Tal vez presintiendo las vieisitudes que el destino me reservaba, yo nunca he dejado de sentir una cierta compasign al leer la ‘historia de Laberio, uun ciudadano romano que, a los sesenta afios y al término de una honrosa carrera militar, se vio obligado a acceder a las lisonjeras stplicas de César (y cuando éstas salen de los labios de un principe, se puede decir que van «armadas») y, tun siendo caballero, tuvo que actuar como actor en un cxcenario. No soporté en silencio esta injuria, sin embargo, sino que, ademés de otras muchas quejas, dijo: «A pesar de mis sesenta afios de vida intachable, yo, que era caballero cuando sai de mi hogar, volveré a dl convertido en e6mico.»*® ilndudablemente he vivido un dia mis de la cuenta! También yo pasé por docto en otro tiempo, aun sin setlo (creo que lame ti bien puedo eavanecerme por ello) y, desde que de nfo dejé mi easa, he dedicado casi toda mi vida al estudio. Mientras tuve salud, rara ver dejé transcurric un dia entero cen el ocio, sin leer, escribir ni meditar, sin asistir a una lectura pblica y sin hacer preguntas a nadie. No sélo he frecuentado hombres ilustres, sino también doctas eiudades, de donde volvi més culto y virtuoso; primero Montpellier, porque en mi infancia vivia cerca de esta ciudad; luego, Bolonia; después, Tolosa, Paris, Padua y Népoles, donde florecia entonces —y 8€ que, al decitlo, ofenderé los oidos de muchos— et mas grande de los reyes y fildsofos de nuestra época, Roberto, cuya gloria intelectual no desmereci6 la de su reinado; mis, jueces le eatan de jgnorante, as{ que easi considero un honor compartie con un sey tan eximio esta reputacin infamante (ceputacién que, por otra parte, ambos podslamos compartt también con otros personajes mis antiguos y gloriosos; pero dde esto ya trataré al final). Acerca de este rey, ademés, la verdad y la opinién de todo el mundo es muy otra. Por imi parte, el respeto que en mis afios mozos senti por aquel anciano no era motivado por su realeza —reyes hay muchos, en todas partes— sino por su admirable ingenio y por el venerable tesoro de su cultura, Pese a nuestea gran diferencia en edad y condicién, el rey Roberto —como es bien sabido, especialmente en Napoles— me tuvo en gran estima, no por fing mérito propio o de mi familia, ai por mis dotes de militar © cortesano, de las que carecia por entero, sino, segin sus palabras, por mi inteligencia y mi cultura. Por lo tanto, LA IGNORANCIA DEL AUTOR ¥ LA DE MUCHOS OTROS 175 © él era _un mal juez o yo soy un pésimo tesorero, qui cstudiando siempre con ahinco, he olvidado todo lo que sabi He consumido la mayor y mejor parte de mi vida en dos lugares: en mi Helicén transalpino“, situado junto al manantial del Sorgue, rey de las corrientes, y, no lejos de alli, en aquella corte que —no sé por qué— llamaban romana, pero que estuvo establecida durante més de medio siglo en la orilla inquierda del Rédano, de donde justamente este ao ha partido —espero que para no volver— bajo el mando y los auspicios de Urbano V, que legara a santo si persevera en su empefio, regresando —jojala que para siempre!— a la sacratisima sede de Pedro. En aquel lugar hallaba soledad, silencio y la tranqui- lidad que la meditacién requiere; en éste, en cambio, se reunian asiduamente casi todos los intelectuales de este mundo. Asi que todo mi tiempo lo dediqué a las letras: en la ciudad, estudiaba, frecuentaba escuelas y maestros, y-tecitaba mis lec- ciones y eseritos a los amigos; en mi retito, paseaba, rezaba, a pesar de mis pecados, y meditaba (acerca de las disciplinas liberales, casi siempre). En esa época fui conocido y estimado or muchos ancianos sabios y prestigiosos; su enumeraciéa, aun evocando en mf gratos recuerdos, se convertiria en un catilogo interminable. Y el motivo principal, cuando no el nico, de su afecto era la reputacién de hombre culto de que yo gozaba, en mi juventud, en las ciudades doctas: esa misma reputacién que, a mis afios, han decidido arrebatarme ‘cuatro mozalbetes de una ciudad marinera. Estoy en el mismo caso que Laberio: cumplidos ya los sesenta, pierdo mi posicién social, y no, como él, para actuar de cémico —un arte que, cuando menos, requiere un cierto ingenio y tiene su sitio entre las artes meciinicas4—, sino para desempefar el ultimo Papel de la obra, el del necio. Asf va el mundo. A eso me hhan conducido estudios, fatigas y desvelos: de joven me consi- deraban sabio y ahora un andlisis mis profundo revela que soy un viejo ignorante. Es triste, pero hay que soportarlo; y tal vez lo mejor sea soportarlo sin tristeza, como tantos otros quebrantos que afligen a los hombres: infortunio, ruina, pobreza, sufrimiento, dolor, hastio, muerte, exilio y deserédito, Si la difamacién es calumniosa, podemos despreciarla hallard respuesta y con el tiempo se olvidara; pero, si es merecida, tno debemos protestar, del mismo modo que no protestamos de otros castigos que se aplican a las culpas de los hombres, Por consiguiente, si el prestigio de sabio que me niegan es 176 (OBRAS POLEMICAS merecido, tomaré a risa sus palabras, pero, si resulta ser infun- dado, no sélo soportaré el descrédito, sino que lo acogeré con alegria, libre ya de una carga que no me corresponde yy eximido de la dificil custodia de una fama que no merezco. Es mejor despojar a un ladrén de su botin que permitir que lo disfrute impunemente. Aunque quien arrebate al malhechor su posesién ilicita sea un delincuente, el acto en si sera justo. Por mi parte, no sdlo apruebo, como ya he dicho, esa sentencia, sea justa 0 injusta, sino que no recuso juez ni robador alguno. La fama es ardua y laboriosa y, en especial, la que otorgan las letras. Todos acechan armados contra ella; incluso aquellos que no pueden esperarla se esfuerzan en arrebatarla a los que la poseen; hay que estar siempre pluma en ristre, en ‘guardia y preparado para el combate. Sea cual fuere su propdsi to, estoy agradecido al hombre que me ha emancipado de este oneroso cuidado; ansioso como estoy de reposo y quictud, ‘me satisface desprendetme de esta gloria literaria que, merecida 6 no, abruma e inquieta sobremanera, como advierte Anneo: ‘«E] tributo de esa fama es una considerable pérdida de tiempo yy una grave ofensa a los ofdos ajenos. En lugar de: “Qué sa bio es!” debe bastarnos este otro elogio mas modesto: ‘Qué ‘bueno es!n48 Estoy de acuerdo con tu consejo, mi buen maestro de moral; me basta ese apelativo que tw consideras modesto, pero que para mi es bueno y santo, y, por lo tanto, ilustre (@ mayor abundamiento, mis jueces no me lo han quitado). Y, sin embargo, como antes decia, temo que precisamente este titulo sea inmerecido, Me esfuerzo en metecerlo y no cejaré en este empeio hasta el iltimo aliento y el postrer suspiro. Ti mismo lo dijiste: para ser bueno, hay que desearlo; si aleanzamos la meta, setemos plenamente buenos, si empren- demos el camino, el mismo deseo de ser bueno encierra en si una cierta bondad: en este aspecto, por lo menos, espero ‘merecer el titulo. wv Volvamos a mis censores; te he contado ya muchas cosas acerca de ellos, pero debo afiadir algo mis para que no ignores nada, No quiero que, ademas de inculto, me llamen necio y loco, La cultura es un vistoso aditamento, pero la razén es innata y forma parte esencial del hombre; en conse- LA IGNORANCIA DEL AUTOR Y LA DE MUCHOS OTROS. 177 cuencia, si bien no me importa carecer de cultura, me avergon. zaria estar privado de inteligencia. Pero no fue precisamente inteligencia lo que me falt6 para hurtarme a sus redes. No les habeia sido facil engafiarme con sus mafias, si no me hubiera dejado ofuscar por mi propia inocencia y por una amistad que yo creia sincera, Es muy féeil embauear al que contfia, Lo he dicho ya y lo repito; como tantos otros ciudadanos de aquella magnifica urbe, estos cuatro venian a visitarme, por parejas, las mas de las veces, y todos juntos, de cuando en cuando. Yo los acogia con jabilo, casi como si de angeles se tratara, atento sélo a sus personas, que cautivaban mi espiti tu, colmindolo de gozo. Al punto se iniciaban, como es normal entre amigos, conversaciones de todo tipo. Yo no me ocupaba en absoluto del tono o del contenido de mis palabras, ni de cosa alguna sino de regocijarme con la presencia de aquellos visitantes. A veces el gozo me impedia hablar y, otras, yo callaba prudentemente para no interrumpir sus apasionadas discusiones; y, si algo decia, eran trivialidades. Mi amistad no sabe de afeites © fingimientos: exige que mi rostro y mis palabras sean un fiel reflejo de mi corazén y que hable ‘con mis amigos con la misma sinceridad que conmigo mismo (y nada hay, en opinién de Cicerén mis agradable que esto)*, Asi pues, cqué necesidad existe de presumir de sabiduria 0 de clocuencia ante unos amigos que conocen tu alma, tus sentimientos y tu inteligencia? A no ser que te pregunten con inimo de aprender, no de sondearte; pero en ese caso no se pide ostentacién u ornato, sino una fiel participacién de tu saber —como de todo lo demés—, sin reservas ni renco. res, Por ello me sorprende que un principe tan insigne como César Augusto pudiera, entre tan graves cuidados, prestar atencidn a algo tan nimio como la preparacién de sus diseursos —hecha a menudo por escrito—, no sélo cuando iba a hablar ante el senado, las asambleas o el cjército, sino incluso para conversar con'su esposa 0 sus amigos4#, Probablemente lo hhacia asi para evitar cualquier trivialidad 0 redundancia que pudieran suscitar criticas o reproches de sus divinas palabras. Bien esti que en su egregia dignidad Augusto hablara a sus siibditos como quien lee el texto de un oréculo. A mi dadme ‘una conversacién espontinea entre amigos, donde se improvi- sen las opiniones. jAl diablo con la elocuencia, si ha de exigit este continuo esfuerzo! Prefiero expresarme torpemente que estar siempre triste ¢ intranquilo. Este precepto es mi norma 178 ‘opnas POLEMICAS de conducta cuando estoy entre amigos intimos, yen particular, cuando ellos conocen mi valia; A presidié mi relacién con ‘nuestros personajes porque yo no sospechaba que esa natural dad daria pie a una odiosa calumnia. Asi que yo les espetaba todo lo que se me ocurria sin la més minima preeaucién Pero ellos, con toda premeditaciéa, examinaban mis palabras tana a una viendo en llas Io mis inteligente y elaborado que de mi pudieran oft. Repitieron estos andlisis tantas veces que les fue facil demostrar lo que querian. Nada es tan sencillo, como persuadir al que de antemano ansia set convencido; ‘con mayor seguridad, si cabe, actuaban mis jueces, porque, como yo nada sospechaba, podian burlarse impunemente de mi candies. ¥ as, desprevenido y solo, sufria yo sus asechan- zas y me he encontrado, al final, en el rebafio de los jgnorantes Ellos solian plantear problemas aristotélicos 0 cuestiones de zoologia. Yo callaba, bromeaba o desviaba la conversacién; 4 veces preguntaba sonriendo eémo habia logeado Aristételes ‘conocimientos que no pueden justificarse racional ni experi- mentalmente. Se quedaban at6nitos y, exasperindose en silen- cio, me miraban como un blasfemo que, para creer, pedia algo mis que la autoridad de aquel hombre: como si de filégofos y amantes del saber hubiéramos dado de pronto enaristotdicos, 0, mejor dicho, pitagéricos, renovando aquella Fidicula costumbre que prohibia otras preguntas tue «lo ha dicho 41%, siendo «éls, tal como explica Cicerén®®, Pitigoras. Yo pienso que Aristoteles fue un gran hombre, de enorme saber, pero que, como cualquier ser humano, ignoraba algunas cosas, por no decir muchas. Y diré mis, si esos sectarios ue a la verdad anteponen su escuela me lo permiten: creo ue, sin lugar a dudas, ese fil6sofo griego no s6lo se equivocd plenamente de camino —como sucle decrse80— en menuden- cias, en las que el error mo seria importante ni peligroso, sino en lo fundamental, en aquello que toca 2 la salvacion eterna. Pues, aunque tanto al principio como al final de su Erica teata de la felicidad, me atrevo a afirmar —y que protesten ‘cuanto les plazca mis censores— que tuvo un desconocimiento, tan absoluto de la auténtica dicha, que cualquier vieja devota, cualquier pescador, pastor o labriego creyente le hubiera aven- tajado, si no en sutiles razonamientos sobre el tema, si, por Jo menos, en ventura. Por ello me sorprende atin més que algunos de los nuestros admiren tanto ese tratado aristotlico, ue teagan casi por impiedad —y asi lo manifiesten en sus LA IGNORANCIA DEL AUTOR ¥ LA DE MUCHOS OTROS 179 cobras— hablar de felicidad después de él; a mi, en cambio, (tal ver sea una opinién audaz, pero, si no me equivoco, tiene fundamento) se me antoja que Arist6teles vio la felicidad como ve la lechuza el sol: percibe su luz y sus rayos, pero no la cosa en si, De hecho, no supo asentar la felicidad en su propio terreno ni sobre una base firme, como cumple 2 un alto edificio, sino lejos, en un territorio hostil y sobre suelo inestable; y no descubrié (0, si lo hizo, no lo tuvo en consideracién)5! las condiciones indispensable para la felici dad, es decir, la fe y la inmortalidad®®, Me arrepiento de haber dicho que tal vez no las tuvo en consideracién; debia haberme limitado a eseribir que no las descubrié, Nadie tenia noticia de ellas en aquel tiempo; ai él las conocia ni podia conocerlas © esperarlas, porque atin no habia amanecido sobre el mundo Ja luz de la verdad que ilumina a todo ser humano cuando Iega a él. Aristételes y los demas daban forma con la imagina- ign a sus deseos, a lo que todo hombre desea y cuyo contrario nadie puede apetecer: la felicidad, a la que celebraban cor bellas palabras, como a una amada ausente, sin verla. Gozaban de algo inexistente, plenamente dichosos en su ensueio, pero, en realidad, infelices, abocados a despertarse a la desgracia con el tronar de Ia muerte cercana, para ver con los ojos abiertos la verdadera naturaleza de la felicidad que habian forjado en suefios. Si alguien piensa que esto es una opinién particular, y, por ende, temeraria, que lea cl decimotercer Ii bbro Sobre la Trinidad de Agustin, donde ballaré una exposicién amplia, profunda y vehemente del tema, dirigida contra los fildsofos que —en las propias palabras del autor— «se confec- cionaron a la medida de sus preferencias la vida feliz». Todo esto Io he dicho ya con frecuencia, y lo seguiré diciendo mientras pueda, porque creo en la verdad de mis palabras. Siles parecen saerilegas, que me acusen de lesa religién, pero tendrin que acusar también a Jerdnimo, que sigue las ensefan- tas de Cristo y no las de AristotelesS3. Yo si que no dudaria de su impiedad sacrilega, si estuvieran en desacuerdo conmigo. Antes me quite Dios la vida y todo cuanto estimo, que renun- ciar a esta conviccién piadosa, verdadera y salvadora, renegan- do de Cristo por amor a Aristételes! Llimense ellos fildsofos, amense aristotélicos, (sin ser ni lo uno ai lo otro, por supues- to); pero es que, aun suponiendo que lo fueran, yo 0 les envidiasia esos ilustres titulos de los que ahora se envanecen sin razén, Que ellos no me envidien el titulo humilde y verdade- 180 (BRAS POLEMICAS 0 de cristiano y eatélico. Pero gpor qué pedie algo que ya ha- cen —lo sé— y continuatin haciendo espontineamente? Lejos de envidiar esos dos nombres, los desprecian por sencillos y triviales, por indigaos e impropios de su inteligencia. Con presuncidn e insolencia, pretenden aprehender los secretos de la naturaleza y los misterios —més profundos atin— de Dios, «que nosotros aceptamos con fe y humildad; no lo consiguen, claro, ni se aproximan siquiera, pero, en su obeecacién, ereen tener el cielo en las manos, y, como si de veras lo tuvieran, se recrean en su error, satisfechos de su propia opinién. Nada les aparta de su locura. Ya supongo que no se dejarén influir por las palabras con las que el Apdstol expuso a los romanos Ja imposibilidad misma de tal empresa: «Quin conoce los esignios del Sefior?, cquién ha sido alguna vez su conseje- 102»; ni por el precepto divino del Felestistico: «No persigas lo que esté més alto que ti, ni investigues lo que sea superior a tus fuerzas; piensa siempre en los mandamientos de Dios, sin ocuparte de sus muchas obras; 0 necesitas ver Io que esti oculto.n 88 Tales reflexiones no lesafectan porque desprecian por igual todo cuanto procede del cielo, 0 —para ser més preciso— todo lo que les suena a catélico, pero podrian, al menos, atender al ingenioso donaire de Demécrto: «Nadie mira lo que tiene asus pies, todo el mundo escruta las regiones celestesn'8; o a la divertidisima burla que hace Ciceron de quienes tienen la audacia de diserar con absolute seguridad, como si cabaran de llegar del consejo de los dioses y hubieran visto y ofdo cuanto alli sucede*7; o incluso a aquella anéedota ‘més antigua y punzante que leemos en Homero: Jipiter prohi- bbe con serias amenazas inquire sus intimos seeretos y presumir de poderlos conocer, no a un simple moral o a un dios el montén, sino a Juno, la reina de los dioses, su propia hheemana y exposa®® Pero regresemos a Aristorees, cuyo resplandor ha cega- do a muchos de ojos débiles y legafiosos, hundigndoles en los abismos del error. Bien sé que propugnd la unidad de poder, como antes habia hecho ya Homero; he aqui, puestas ‘en prosa latina, sus palabras: «No es bueno el gobierno de muchos; debe haber un solo sedor, un tnico jefe.»8® Por su part, Aristételes dice: «La divisida del poder 0 es buena, Juegola primacta corresponde a uno solo.»69 Claro que Homero se refer. a soberania humana y Aristteles a potestad divina; aquél hablaba de griegos y éste de todos; el primero entronizaba LA IGNORANCIA DEL AUTOR ¥ LA DE MUCHOS OTROS 181 al Atrida®! y el segundo, a Dios: hasta ese punto ilumind su inteligencia la luz de la verdad. Pero nada supo de ese dios, creo yo, ni de su naturaleza o de su majestad; y, pese 4 sus amplios y minuciosos tratados, fue incapaz, en mi opinién, de percibir este hecho nico y fundamental, que muchos exp- ritus mis incultos han visto, iluminados por una luz que, sien- Gola misma, alumbra de otro modo. Y si esos amigos mos no lo advierten, es porque extin ciegos y carecen de ojos, como sin duds saltara a la vista de cualquiera que la tenga normal, con la misma claidad con que puede verse que la esmeralda es verde, la aieve, blanca, y negro, el cuervo, Para que nuestros aristotéicos soporten con cierta ealma ‘mi osadia, confesaré que, aunque sélo he nombrado a Aristote- les, pienso lo mismo de otros también. Puedo ser un ignorante, peo leo, , antes de que esos amigos descubrieran mi ignoran- cia, crefa entender alguna cosa. Leo, digo, aunque leia con més atencién ain en mis aos mozos; no obstante, sgo leyendo 4 poctas y filésofos y, en particular, a Cicer6n, cuyo ingenio, y estilo me deletan sobremanera, desde que era un chiquillo, Hallo en al una elocuencia sin par y una elegancia expresiva de atractivo inigualable. Y, sin embargo, al tratar de los dioses acerca de cuya naturaleza publieé una obra y, en gene- taal hablar de religién, esa misma perfecciéa formal hace resal- tat la pobreza del contenido, En mi fuero interno doy gracias 4 Dios de que me otorgara un espiritu que, ya sea por torpeza, ya por modest, no es inquieto ni se plantea cuestiones que le excedan ni se afana en investigaciones que, ademés de dific- les, conducen a fatales descubrimientos; antes bien, cuantas nds opiniones escucho contra Cristo, mis erece mi amor hacia El y més firme es mi fe. Me pasa como al que ama con tibieza a su padte, cuando oye que le crtican: ese amor que parecia adormecido se reaviva de inmediato; tal es, sin duda, Ia reaccién de un verdadero hijo. Pongo a Cristo por testigo de que a menudo las blasfemias de los herejes me han hecho, de cristiano, erstianisimo. Los antiguos paganos, en cambio, por mucho que acerea de los dioses hayan escrito, no blasfeman, Porque conocian al verdadero Dios y aunca oyeron el nombre de Cristo. La fe se aprende al oido y «cuando la doctrina de los apéstoles se extendis por la tierra y sus palabras aleanza ronlos confines del mundo», estaban ya muertos y enterrados aquellos paganos, mas infelices que culpables, a los que la tierra, celosa, habia impedido escuchar las ensedanzas de la 182 BRAS POLEMICAS fe salvadora, Y, no obstante, entre todas las obras de Cicerén, me entusiasman especialmente esos tres libros Sobre la nataraleza de los dioses que he citado antes, en los cuales ese insigne talento se busla con frecuencia de los mismos dioses y los des- precia, aunque no en serio —tal vez por miedo al castigo que incluso los apdstoles temian antes de la venida del Espiritu Santo, sino con esa fina ironia, que le caracteriza, capaz de descubrir sus auténticas opiniones al lector inteligente. ;Cuanto he compadecido su suerte, al leer sus obras! jLamento tanto en mi fuero interno que ese hombre no haya conocido al verdadero Dios! La muerte certé sus ojos pocos afios antes del nacimiento de Cristo, ;Cuén préximos estaban, ay, el fin de la tenebrosa noche del error y el comienzo de la era de la verdad! Era inminente el alba de la luz verdadera y el sol de Ia justia Pero, si bien es verdad que en sus innumerables escritos (plaga~ dos, por otra parte, de equivocaciones elementales) Cicerén cita con frecuencia a los dioses, no es menos cierto que se bur- la a menudo de ellos y que, ya de joven, escribid en su libro Sobre la inventiva®® que los fildsofos no creen en la existencia de los dioses. Y, en verdad, la auténtica filosofia no consiste en conocer a los dioses, sino a Dios: siempre, naturalmente, que 4 este conocimiento se una un culto piadoso. Es més, cn los libros que en su madurez escribié acerca de los dioses, no de Dios, su intelecto vuela a veces tan alto, que diriase que escuchamos a un apéstol, no a un filésofo. Valgan como ‘ejemplo tomado del libro primero estas palabras contra Veleyo, cl paladin del epicureismo: «Asi que ti vituperas a aquellos que, al contemplar obras tan extraordinarias ¢ insignes como el universo con sus diferentes partes —el cielo, el mar, la tictra— y sus brillances ensefias —el sol y la luna— y al ver la sucesién regular y apropiada de las estaciones, intuyeron In existencia de un set excelso y preeminente que habia realizado todo aquello, lo movia, lo dirigia y lo gobernaba?»%®; 0 lo que leemos en el libro segundo: «Cuando dirigimos al cielo la mirada y observamos sus maravillas, zo resulta ante todo claro y evidente que existe una divinidad de suma inteligencia que los dirige?»®? También en ese libro dice: «Crisipo, pese su genial intuicién, en ciertos pasajes parece guiarse mas por la naturaleza de las cosas que por sus propios descubri mientos; por ejemplo, cuando afirma: ‘Si hay en la natura- leza cosas cuya ejecucién excede la capacidad de la mente y el ‘cuerpo humanos, es evidente que las ha hecho alguien superior LA IGNORANCIA DEL AUTOR ¥ LA DE MUCHOS OTROS 183 al hombre’. Y, como ni los astros ni cosa alguna que mantenga tun orden perpetuo puede ser obra del hombre, su autor fue, sin duda, un ser superior. 2Y qué otro siombre podemos darle més apropiado que ‘Dios’? Poco més abajo declata: «Todas las partes del universo son, de suyo, las mis adecuadas 4 su funci6n y las més bellas que podrian existir; dilucidemos, or tanto, si ello se debe a un mero azar o bien si su cohesion natural seria imposible sin un plan de la Divina Providencia. Pues bien, si la naturaleza supera la méxima perfeccién del arte y el arte nada logra sin auxilio de la razdn, gcémo podemos negarle la raz6n a la naturaleza? Si consideramos, por ejemplo, que una estatua o una pintura son obras de arte, que los bbarcos mantienen su rumbo gracias ala habilidad y la inteligen. cia de los marineros y que es un arte y no una casualidad que un reloj de sol 0 una clepsidra marquen las horas, es logico pensar, entonces, que el mundo, que abarca esos talen- tos y a sus poseedores, carezca de inteligencia y de razén? Ha- ce poco, nuestro amigo Posidonio construyé una esfera en la que cada giro reproduce los movimientos que el sol, 1a Tuna y los cinco planetas realizan cada dia y cada noche en el Cielo. Si leviramos esta esfera a Bretaia o Escitia, geretis que alguno de aquellos birbaros dudaria de que ha sido diseta- da por un ser inteligente? ;Y hay quienes se preguntan si el mundo, de donde todo ha surgido, es resultado del azar, de la necesidad 0 de un plan divino y racional! Es claro que piensan que tuvo mis mérito Arquimedes, al imitar las revoluciones de la esfera, que la naturaleza, al crearlas (dejando al margen el hecho de que en muchos aspectos la naturaleza ces mas ingeniosa que el modelo de artificio).»®® Son palabras literales de Cicerén, quien, a renglén seguido, busca apoyo para sus argumentos en una cita de Accio,, referida a aquel célebre pastor inculto que, sin haber visto jamés un barco, divis6 precisamente la nave en la que los Argonautas se dirigian 4 Coleos; sorprendido y asustado por tan insdlita visién, quiso hallarle una explicacién: se le ocurrié que podia ser una roca arrancada de las entrafias de la tierra que el viento empujara sobre el mar, 0 un oscuro remolino provocado por el encuentro de varias corrientes, 0 algin otto fenémeno parecido; pero, mis tarde, cuando advirtié que el barco avanzaba gracias al esfuerzo de unos jévenes y pudo ver el rostro de aquellos hé- oes y oft sus cantos marinetos, empez6 a comprender, recupe- ado ya de su sorpresa y azoramiento, el significado de lo que 184 ODRAS POLEMICAS veia. Cicerdn infiere de esta historia lo siguiente: «Del mismo modo que este pastor, el cual, a primera vista, cree hallarse ante un objeto inanimado y sin sentidos, y luego, basindose €en indicios mis seguros, empieza a intuir su verdadera exencia, asi debieron proceder también los fildsofos; al examinar por ‘vez primera el universo, quedaron probablemente desconcerta. dos; pero, mas tarde, al observar la precision y regularidad de sus movimientos y comprobar que el mundo entero esti sujeto a unas leyes fijas e inmutables, sin duda comprendieron aque en esta divina y celestial mansidn habita un ser que 90 es un simple inquilino, sino su rector supremo y, por asi decir, el arquitecto de esta obra Unica y descomunal.»7 Esta misma idea, y casi en los mismos términos, se repite en el libro I de las Tuscwlanas: «Viendo éstas y tantas otras cosas, resulta indudable que si el mundo, como piensa Platén, tuvo principio, necesits de un creador y que si ha existido siempre, como quiere Aristételes, una obra de tanta magnitud requiere tun gua» Puedes ver que siempre se refiere a un inico Dios, creador y sefior de todas las cosas, valiéndose de expresio: nes que mas parecen catélicas que filoséficas. En verdad, yo considero mas correcto ef pasaje que acabo de citar que el pérrafo siguiente del Sobre Ja naturalega de los dioses, basado esta vez en la autoridad de Aristételes; en efecto, aunque la idea viene a ser Ja misma, se habla en él de dioses, cuya sola mencién ya resulta sospechosa en cualquier investigacion de la verdad, He aqui las atinadas palabras de Aristéreles?® ‘clmaginemos a un hombre que haya vivido siempre bajo tierra fen una tesidencia hermosa y bien iluminada, adornada con esculturas y tan bien provista como las casas de los que se consideran felices; y adadamos que, sin haber salido nunca fla superficie terrestre, haya oido hablar vagamente de la cexistencia de los dioses y de su poder. Supongamos ahora aque un dia se abre una brecha en la tierra por la que nuestro hombre consigue salir de su morada subterrinea y Wega a este lugar en él que vivimos; veri de repente Ia tierra, el mar y el cielo; podri apreciar el tamafio y belleza de las rubes, la fuerza del viento, la magnitud y hermosura del sol y su capacidad de iluminar todo el cielo durante el dia; y, por la noche, percibira los astros que adornan el firmamento, las vatiaciones de brillo de Ia luna —ora creciente, ora men- uante— y la regularidad sempiterna del orto y el ocaso de esos cuerpos celestes y de su curso inalterable. Viendo todo LA IGNORANCIA DEL AUTOR Y LA DE MUCHOS OTROS 185 esto, no dudaré de la existencia de los dioses ni de que tan alta perfeccién a ellos se debe». Tal dice «El» (Aristételes, ‘quiero decir). Y como este ejemplo puede parecer demasiado taro y alejado de la experiencia, Cicerén aduce a continuacién tun hecho reciente, ocurrido realmente: «Pensemos nosotros en la tremenda oscuridad que, segtin dicen, produjo la erupcién del Etna que durante dos dias llegé a impedir que los habitantes cde aquellas regiones se reconocieran entre si; recordemos tam- bbign cémo creyeron resucitar esas gentes cuando al tercer dia volvi6 a lucir el sol. Si a nosotros nos sucediera Io mismo, aqué no sentiriamos al ver de nuevo el cielo? Pero cuando los ojos se habitéan a un especticulo cotidiano, el espiritu se acostumbra también a esa rutina y deja de maravillarse y de preguntarse las razones de cuanto ve a diario, como silo que nos moviera a investigar las causas de los fendmenos fuera su novedad més que su importancia, !08 En cierta manera esta pregunta puede tolerarse porque lleva impli citm la respocats: gon qué ojos lo vio Platén?— Sin duds con los ojos del expire, capaces de distinguir lo invisible, ya que la mente de exe fildsofo fac tan aguda y penctrante {que pudo ver muchas cosas; pues, si bien nuestra epoca se ti aproximado mas a la verdad, no lo debemos a una vision mis cetera sino una luz mis cara, Pero, volviendo a Veleyo, zquién podria soportar lo que a continuacién afade: «gCémo Se prepard, dice, una obra de tal envergadura? Donde se hallaron las herramientas y las méquinas necesarias?

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