You are on page 1of 197



 

     
 

     
   
          
        
      
 
 

         
      

 
 
      
!
 "
   
         
  #   

      $"% 

 

  % 

   
    
  
 %    
! 
&  


   %'$  
 %    
  


   

       
  
   
' !        

  
   

    % 


  %   
 ()        )
   
   
   
  
 

! 
*  

+, !-.//0 

 
 
 %    
)! 
   
  %  
   
   

 ) 1!213! 4
5
"  6      
  
  


7 8
)9    )+-..:0    
 
      
 
 






     




     
    
 
    
 

     


 
 

  
           
                

 
     !  
  
"        #      $  !%
 !      &  $   '     
'    ($     '   # %  %
)   %*   %'   $  ' 
   +  " %    &
 '  !  #     
    $, 
 ( $



 - .
           /   
     
    -    
  
.
      .    ! 
0          1                .
(      -       %            1   
                          /
 -             %      % 
 %      %        %  %     
 -    %            2    
            1  - -
  1% %     2 

3   $$$   

4 5 
5 " 6 5  7
     
8& )*93 +)
* !: !& ;!<%;;=>=&  %  " 
5 35 - 
? !  

*   &


    @ .


31    A>B=C8& )*93 +)


"D   0       &  >B=C
ÍNDICE

Prefacio……………………………………………………………….. pág. 1
INTRODUCCIÓN……………………………………………………. pág. 5
CAPÍTULO 1 ANÁLISIS DE UN CONCEPTO CRÍTICO: LA
INDEPENDENCIA JUDICIAL EN EL ESTADO………………… pág. 13
1.1 Democratización y democracia…………………………………... pág. 13
1.1.1 La crisis de la democracia………………………………........ pág. 18
1.1.2 La democratización latinoamericana………………………… pág. 20
1.2 Principios liberales y democráticos en el Estado de derecho…….. pág. 22
1.3 La división de poderes como fundamento de la independencia
judicial…………………………………………………………….. pág. 23
1.3.1 El principio de soberanía y el Estado-nación………………... pág. 23
1.3.2 La voluntad general como poder y tiranía de las mayorías…. pág. 26
1.3.3 La división de poderes y los límites a la voluntad general….. pág. 28
1.3.3.1 La supremacía del Legislativo y la independencia judicial pág. 31
1.4 El impacto político de las reformas judiciales en América Latina.. pág. 37
1.4.1 La independencia judicial frente a la movilización social…... pág. 37
1.4.1.1 Postulados de la segunda generación de reformas y su
impacto en América Latina………………………………. pág. 40
1.4.1.2 El sentido político de la reforma y su aporte a la partici-
pación ciudadana………………………………………..... pág. 41
1.5 Apuntes para un debate: politización de la justicia o judicializa-
ción de la política…………………………………………………….... pág. 43
CAPÍTULO 2 LA INDEPENDENCIA DEL JUDICIAL Y EL
PROCESO POLÍTICO EN ARGENTINA………………………… pág. 51
2.1 Antecedentes históricos hasta los años 1990…….……………….. pág. 53
2.1.1 Las bases históricas y modelos constitucionales de la Repú-
blica Argentina........................................................................ pág. 53
2.1.2 Las olas migratorias europeas y su impacto cultural y políti-
co……………………………………………………………. pág. 57
2.1.3 El ascenso del movimiento peronista y los nuevos actores
del sistema político.................................................................. pág. 61
2.1.4 Entre el autoritarismo militar y la democracia mayoritaria:
1955-1983…………………………………………………... pág. 63
2.1.5 Un breve destape democrático e introducción al desastre….. pág. 66
2.1.6 El retorno a las urnas desde 1983…………………………… pág. 68
2.2 Liberalización y apertura: La gravitación de la independencia
judicial en el proceso político argentino………………………… pág. 73
2.2.1 Impacto de la reforma judicial en el sistema político……… pág. 7
2.3 La Constitución menemista y el control tutelar sobre las cortes…. pág. 79
2.4 La erosión del bipartidismo argentino y la emergencia de los
movimientos sociales……………………………………………... pág. 82
2.5 La debacle de un modelo…………………………………………. pág. 86
2.6 La era Kirchner…………………………………………………… pág. 88
2.7 Kirchner y la transformación desde abajo: el bonapartismo
popular……………………………………………………………. pág. 91
2.8 El proceso político argentino y su incidencia sobre la indepen-
dencia y autonomía del Poder Judicial…………………………… pág. 93
CAPÍTULO 3 LA INDEPENDENCIA JUDICIAL Y EL
PROCESO POLÍTICO EN VENEZUELA……………………….... pág. 98
3.1 Antecedentes históricos hasta los años 1990……………………... pág. 101
3.1.1 La emancipación de Venezuela y los primeros caudillismos pág. 101
3.1.2 La inestabilidad de los regímenes políticos y constitu-
cionales………….................................................................... pág. 104
3.1.3 Los caudillismos modernistas del Estado oligárquico……… pág. 105
3.1.4 Una breve república democrática y el retorno a la
dictadura militar, 1945-1961………………………………... pág. 107
3.1.5 Punto Fijo y las bases del bipartidismo venezolano………… pág. 109
3.1.6 El pacto institucional y los años saudíes................................. pág. 113
3.1.7 La Reforma de Lusinchi y la decadencia de la partido-
cracia………………………………………………………... pág. 116
3.2 Liberalización y apertura: La gravitación de las reformas
judiciales en el proceso político venezolano……………………. pág. 121
3.2.1 Impacto de la reforma judicial en el sistema político………. pág. 124
3.3 El segundo mandato de Carlos Andrés Pérez…………………….. pág. 127
3.4 El impasse de Caldera y la emergencia de los movimientos
sociales………………..………………………………………….. pág. 128
3.4.1 El ascenso político del movimiento social............................. pág. 130
3.5 El significado del cambio político con la nueva Constitución……. pág. 131
3.6 La era Chávez: los nuevos poderes del Estado y el Poder Judicial.. pág. 133
3.7 De la “Agenda bolivariana” a la Constituyente, análisis de un li-
derazgo carismátco……………………………………………….. pág. 136
3.8 El proceso político bolivariano y la independencia del poder
judicial……………………………………………………………. pág. 139
3.8.1 La controversia sobre la independencia judicial……………. pág. 142
CAPÍTULO 4 CONFLUENCIAS Y DIVERGENCIAS DE DOS
PROCESOS POLÍTICOS FRENTE AL PODER JUDICIAL…… pág. 149
4.1 Influencias de las reformas institucionales sobre la democrati-
zación……………………………………………………………... pág. 149
4.1.1 Cuadro comparativo: Influencias de las reformas institu-
cionales en los años 80 y 90………………………………… pág. 153
4.2 La preeminencia de democracias mayoritarias y el intento por
establecer una división rígida de poderes………………………… pág. 154
4.2.1 Cuadro comparativo de los Diseños constitucionales……… pág. 159
4.2.2 Cuadro comparativo de los Sistemas de partidos…………… pág. 160
4.2.3 Cuadro comparativo de Rasgos socio-culturales…………… pág. 160
4.2.4 Cuadro comparativo de los Nuevos liderazgos…………….. pág. 161
4.3 Las nuevas izquierdas en el gobierno y la transgresión del
statu quo liberal del judicial..……………………………………... pág. 161
CAPÍTULO 5 CONCLUSIONES………………………………….. pág. 164
5.1 El poder judicial y su independencia en los modelos políticos........ pág. 164
5.2 Dos dimensiones de la independencia judicial................................. pág. 168
5.2.1 Independencia judicial: una aproximación a los procesos
políticos de Argentina y Venezuela………………………….. pág. 174
BIBLIOGRAFÍA GENERAL……………………………………….. pág. 178
Prefacio

Al interés que despiertan los procesos políticos sudamericanos, sobre todo


en las últimas tres décadas, cuando los países de la región entraron en un
complejo proceso de democratización, responde este trabajo que se presen-
ta al lector.
Es de advertir que fue concluido a finales del año 2008 y, en consecuencia,
el análisis histórico y comparativo de los casos estudiados: Argentina y
Venezuela, se detiene justamente en aquel momento. También resulta nece-
sario precisar que se trató, en principio, de un trabajo de tesis de maestría
en ciencia política y que la mayoría de los jurados coincidió en que el ver-
dadero mérito y valor de la obra radicaba en el rigor y originalidad de la
elaboración teórica y en la forma cómo se relacionaron esos contenidos teó-
ricos, el análisis crítico del concepto de democracia y de los modelos de
separación y de división de poderes, con la materia viva y vibrante de la
historia, en especial durante los últimos años, en las mentadas naciones
sudamericanas.
Por cierto, cinco años después de haber escrito ese trabajo, yo también creo
que su mérito principal es teórico y, en ese sentido, no sólo conserva una
actualidad inquietante (es suficiente con ver el rol protagónico que ha asu-
mido el poder judicial, las cortes supremas, en varios Estados
latinoamericanos) sino que aún me parece que es mucho más actual hoy
que en el momento en que fue concebido.

1
Si bien desde la dogmática jurídica y aún desde la ortodoxia funcionalista,
resulta inconcebible discriminar y oponer los modelos de separación de po-
deres, de origen europeo, con el modelo estadounidense, de división de po-
poderes, en sus valores y prácticas centrales, sí creí esencial profundizar
este tópico a fin de poder analizar, de manera adecuada, cuál ha sido el im-
pacto social y político de la reforma institucional operada durante los años
90, en las nuevas relaciones establecidas entre los poderes públicos. En la
actualidad conservo la misma convicción: es necesario comprender esa dis-
tinción entre separación, y a la vez subordinación de poderes, con la
división rígida de los mismos, para entender el alcance político de la refor-
ma institucional, como complemento de la reforma económica neoliberal,
tal como se ha realizado en casi todas las naciones latinoamericanas, duran-
te los últimos 25 años. Vale decir, de manera coetánea a la llamada
democratización de sus procesos políticos, o por lo menos, cuando la ma-
yoría de las repúblicas de Sudamérica, dejaban atrás oprobiosas dictaduras
militares o regímenes autoritarios, en Brasil, en Argentina, en Uruguay, en
Chile, en Ecuador, Perú, Bolivia, Paraguay, para dar lugar a gobiernos elec-
tos.
¿Se trató realmente de un proceso de democratización o, más bien de un
proceso de liberalización, controlada, de los regímenes políticos? ¡He aquí
un bonito escollo teórico a resolver! ¿Qué es la democracia y la democrati-
zación?
De allí que la presente obra haya incursionado en los arduos senderos teóri-
cos de la filosofía política – tratando siempre de mantener algún sentido
didáctico en la exposición – a efectos de presentar al lector una sustenta-
ción de los elementos que distinguen los principios liberales de los
principios democráticos, en la organización social y política de los Estados
contemporáneos.
La reforma constitucional de los años 90, tanto en Argentina (1995) como
en Venezuela (1999), como ha ocurrido en la casi totalidad de las naciones
latinoamericanas, ha dado un nuevo lugar, independiente y autónomo, al
poder judicial frente a los poderes legislativos y ejecutivos de sendos paí-
ses, y ha entronizado la figura del juez de las altas cortes, tribunales o
cortes supremas, cortes constitucionales, etc., como garantes últimos del
conjunto del sistema político.
2
¿Qué efectos pueden tener estos cambios institucionales, estos nuevos equi-
librios, sobre la mentada democratización de nuestras sociedades? He aquí
el punto al que deseaba llegar, cuando elaboré esta tesis, en el 2008, pero
que hoy, según creo, se ha transformado en un tema, tanto para la ciencia
política como para la sociología, de acuciante y crucial interés.

A.R.M., Bogotá, noviembre 2013

3
4
INTRODUCCIÓN

Las transformaciones acontecidas en las sociedades latinoamericanas du-


rante las últimas dos décadas, sobre un trasfondo de mundialización
económica, política y cultural, presentan rasgos inéditos y despiertan el in-
terés por comprender tanto sus dinámicas generales como los caracteres
que asumen en cada proceso político nacional.
Si la década de los años 80, estuvo signada por lo que Samuel Huntington
denominó la Tercera ola de democratización1, representando con ello el
pasaje de regímenes preeminentemente autoritarios hacia sistemas basados
en la estabilización de los procesos de elección, la década de los 90, se dis-
tinguirá por los procesos de reformas económicas y de reforma de las
instituciones estatales.
Esta última reforma entrañó cambios significativos en los poderes del Esta-
do y alteró las relaciones entre los poderes ejecutivo, el legislativo y el
judicial. ¿En qué medida y bajo qué condiciones la mentada reforma insti-
tucional ha facilitado la democratización de las sociedades? Ése es uno de
los primeros interrogantes que podemos formularnos y al cual, naturalmen-
te, debemos añadir otra pregunta: ¿en qué medida se presenta como una
limitante – contrapeso formal – a los actuales procesos políticos que alien-
tan los movimientos sociales?
La segunda pregunta viene a complementar y ceñir – delimitándolo - el te-
ma central de esta indagación: Los procesos políticos actuales, en dos
naciones latinoamericanas: Argentina y Venezuela, sujetos ambos a la

1
HUNTINGTON, Samuel P. (1994) “La Tercera Ola. La Democratización a finales del siglo
XX” Buenos Aires, Editorial Paidós.
5
emergencia de fuertes movimientos sociales y al desmoronamiento de sus
sistemas políticos tradicionales bipartidistas.
Son procesos inéditos. Surgen nuevos tipos de liderazgo. Ponen al descu-
bierto otra dimensión de la mentada democratización y, en especial,
configuran un nuevo mapa político, cuyo epicentro pasa a ser la decisión
mayoritaria, la fuerza del voto, o sea: la voluntad general. Una voluntad
que se posesiona – progresivamente - de todo. Invade, trasgrede, controla,
hace públicos los espacios de decisión y de poder que antes de su emergen-
cia política, eran espacios reservados de las élites. Es la masa. No conoce
límites. Contra toda expectativa de moderación, de contrapeso, opone su
fuerza numérica y un argumento: es la mayoría. Por esa razón, algunos au-
tores definirán las democracias latinoamericanas como “democracias
mayoritarias” o, por lo menos, con tendencia a ello, en contraste, claro está,
con las “democracias de consenso”, basadas en una división estricta de los
poderes del Estado y un riguroso sistema de frenos y contrapesos capaces
de salvaguardar las formas – y los contenidos sociales – del Estado de de-
recho.
Ambas especies son democracias; ambas forman parte de la democratiza-
ción, pero ambas parecen ser incompatibles. La razón de esta
incompatibilidad se encuentra, en buena parte, en que las dos especies de
democracia se fundamentan en concepciones diferentes del diseño político;
de otra parte, porque no siempre se distinguen los principios de legitima-
ción en las repúblicas, y también, en tercer lugar, porque el término
“democracia” se emplea, en la actualidad, en un sentido a menudo propa-
gandístico que en nada favorece su comprensión unívoca y, por lo tanto,
necesita, cada vez que se le evoca, una nueva formulación.
Con esta distinción, podría ya definir, el porqué de esta desavenencia en las
concepciones y principios de la democracia encierra, para este tema, un
problema de investigación: Mientras las reformas institucionales favorecie-
ron el fortalecimiento del poder judicial - mediante los atributos de
independencia y autonomía – respondiendo con ello a un diseño de división
estricta de poderes (democracia de consenso) los movimientos sociales
emergentes y los gobiernos de los Kirchner y de Chávez, favorecen diseños
de subordinación del poder judicial a los poderes políticos del Estado, le-

6
gislativo y ejecutivo, surgidos de la representación popular (democracia
mayoritaria).
Subrepticiamente o de manera explícita, algunos tópicos cruciales de la
ciencia política clásica reaparecen en el discurso de las nuevas mayorías
gobernantes: la soberanía del Estado-nación, la voluntad popular mayorita-
ria como principio de legitimación de todas las autoridades, en fin, la
preeminencia del componente político del Estado – gobierno y parlamento
electos – por sobre las instituciones del poder judicial.
Desde ese enfoque, el judicial debe reubicarse dentro de la articulación de
los poderes del Estado, respondiendo él también, a las transformaciones
socio-políticas y los requerimientos de la democratización participativa. La
independencia y autonomía judiciales serían entonces procesos de cons-
trucción social, cultural y política. No se resuelven por el mero cambio
institucional y el respeto – igualmente formal – a la estabilidad de los ma-
gistrados en sus cargos y el autogobierno de la judicatura.
Es un concepto más flexible y relativo de independencia de los jueces que
el concepto prevaleciente, por ejemplo, en las instancias promotoras de la
reforma judicial (Banco Mundial y BID, en particular), como así mismo, en
actores políticos internos relacionados con los componentes del anterior
sistema político bipartidista en ambos países. Así en el anterior ordena-
miento estatal siempre haya primado el sometimiento del judicial a los
poderes políticos, o peor aún, fácticos del Estado, el tema del respeto a la
independencia de los jueces, será parte fundamental del discurso de la opo-
sición a los procesos políticos actuales en ambos países.
El elemento vital del Estado de Derecho y prioritario pasa a ser, desde esta
perspectiva, el Imperio de la ley, y el rol del juez como representante de los
derechos fundamentales que la Constitución haya consagrado. Así se le
considere mítica o utópica para Latinoamérica, la concepción de una judi-
catura independiente y no influenciada por el ejecutivo o legislativo, pasa a
ser un valor absoluto e inexcusable para todo gobierno que aspire a ser re-
conocido como democrático.
Desde el análisis político o sociológico, se trata de un estudio de carácter
exploratorio, pues no he logrado hallar, en las búsquedas bibliográficas
emprendidas, tesis o monografías que se ajustasen a este propósito de ma-

7
nera precisa. Sin embargo existen numerosas fuentes y antecedentes de es-
tudios realizados acerca de los alcances de la independencia y autonomía
judicial, desde el punto de vista del derecho constitucional.
Algunos obstáculos de carácter formativo y cultural pueden estar afectando
esta carencia de enfoques cientistas y sociológicos sobre los temas relativos
al poder judicial y sus atributos políticos. Por cierto, esta compartimenta-
ción de enfoques puede comprenderse porque “en el ámbito de la cultura
política pocos especialistas se han caracterizado estudiando la función
cumplida por el derecho en América Latina, en la configuración de la for-
ma-Estado (…)”; desalentados, probablemente, porque los juristas, salvo
algunas excepciones, se han mantenido “apegados meramente al estudio
interno de los ordenamientos jurídicos.”2
En observancia a ese vacío y a esa singularidad del discurso jurídico, mi
estudio quedará delimitado al campo de la ciencia política – desde un enfo-
que sociológico – y sólo consideraré en este análisis los elementos del
derecho que posean una incidencia en las políticas de los Estados, en los
contenidos de la reforma económica, en las relaciones entre los poderes, al
fin, los componentes que hayan contribuido a forjar una nueva conciencia
ciudadana y, de ese modo, estimulado la búsqueda de una mayor equidad y
justicia social en las sociedades. De manera similar, en la comprensión de
los elementos teóricos que hacen a la interpretación de los modelos del sis-
tema político, me atendré más al ser de los hechos, que al debe o debería
ser de los derechos, tal como muchas veces, insignes juristas normativos
construyen sus no pocos mitos.
La implementación de la reforma judicial de los años 80 y 90, alteró no só-
lo los componentes de poder en los Estados latinoamericanos, sino que
produjo un cierto número de impactos socio-económicos, culturales y polí-
ticos que resultan difíciles de obviar. Estas dimensiones de la
democratización cobran relieve cuando se toman en cuenta las condiciones
históricas concretas, las particularidades de sus modelos constitucionales,
sus sistemas políticos, los rasgos culturales que han dado forma a cada na-

2
BERGALLI, Roberto (1991) “La quiebra de los mitos. Independencia judicial y selección de
los jueces” en: Nueva Sociedad (Caracas) Nº 112, págs. 152-165, marzo-abril, pág. 156.

8
ción y, en especial, las características que asumen los actuales liderazgos en
países como Argentina y Venezuela.
Considerando los elementos mencionados como variables en este estudio,
podríamos precisar otras preguntas que han servido para orientar el trabajo:
¿Cómo afectan las reformas institucionales emprendidas durante los 90 al
sistema político de los países analizados? ¿Qué consecuencias traerán pa-
ra la independencia y autonomía del poder judicial – pilares conceptuales
de esas reformas – los actuales procesos políticos en Venezuela y Argenti-
na?
Indudablemente, la formidable obra de Mainwaring y Shugart sobre el pre-
sidencialismo podría constituirse en un modelo de análisis sobre los
sistemas políticos latinoamericanos, no menos que los postulados de Linz
sobre el mismo tema, a los cuales aquéllos intentaron refutar.
Sin embargo, ambas fuentes se centran en las relaciones entre un ejecutivo
– fuerte y más o menos dominante – y un legislativo, al fin de cuentas so-
metido a los poderes reactivos y proactivos del Ejecutivo. Sistemas y
regímenes electorales, sistemas de partidos, normatividad constitucional,
equilibrios – o mejor dicho desequilibrios – de poderes legislativos y ejecu-
tivos, serán las variables allí consideradas. Pero, en esa confrontación de
los dos poderes estatales, casi no aparece el poder judicial… Mejor dicho,
no aparece como un verdadero poder del Estado, sino que se da por sobre-
entendido – muy empíricamente – su papel ceniciento y casi ornamental en
el sistema político tradicional de nuestras sociedades.
Empero, las cosas han cambiado. Desde el impulso dado a las reformas ins-
titucionales en los años 90, las altas cortes – Corte o Tribunal Supremo de
Justicia, Corte Constitucional – y nuevas entidades generadas bajo ese im-
pulso: Fiscalía, Procuraduría, Consejo de la judicatura, entre otras más
específicas, van a dotar de renovados recursos y poderes al sistema judicial.
Desde ya podríamos afirmar: El poder judicial ya no es un adorno en los
Estados latinoamericanos. En muchos casos se habla de una judicialización
de la política, por la influencia crucial que han ganado, en estos últimos
años, las altas cortes. “El modelo de gobierno occidental, en Europa y en
Estados Unidos, está mejor representado por un juez imparcial que por un
plebiscito popular”, pudo sostener Fareed Zakaria, en un editorial reciente
de Newsweek, colocando el énfasis en el nueva preeminencia judicial.
9
Esa afirmación evoca una situación que tal vez no nos sea del todo extraña,
aún en sociedades emergentes. Dos presidentes electos durante los 90, fue-
ron destituidos por impeachment, de iniciativa parlamentaria es cierto, pero
sancionados por sentencias de la Suprema Corte de sus países: Collor de
Mehlo, en Brasil y Carlos Andrés Pérez, en Venezuela. Mientras que la
destitución del presidente ecuatoriano, Abdalá Bucarán, se produjo por ma-
yoría simple del legislativo, trasgrediendo la norma constitucional que
exige los dos tercios parlamentarios, sin que la Corte constitucional de ese
país se pronunciara al respecto. Ya podemos ver que, por acción o por omi-
sión, el poder judicial es, en la actualidad, un elemento determinante de las
actuaciones políticas del Estado.
Pero, más allá de la presentación de un “orden óptimo” del ordenamiento
político, como modelo supranacional, interesa comprender en este trabajo
las dinámicas propias e internas de las transformaciones sociopolíticas. De
donde las incertidumbres iniciales pueden adoptar un nuevo giro, en cuanto
examinamos los componentes endógenos de los procesos políticos: El
enorme peso que han adquirido las decisiones jurídicas en la formulación
de las políticas nacionales, puede conducir a que los nuevos regímenes par-
ticipativos se encuentren constreñidos a controlar al poder judicial, de
manera que su independencia y autonomía – valores centrales del statu quo
heredado de la reforma – se vea afectado por procesos de intervencionismo
político de parte de los otros poderes o de las mismas movilizaciones socia-
les.
Esas son las incertidumbres y controversias que animan esta aproximación
a los procesos políticos actuales en Argentina y Venezuela, con la aspira-
ción de corroborar la hipótesis inicial del trabajo:
La consolidación de la democratización efectiva en Argentina y Ve-
nezuela, a través de la participación ciudadana en los poderes del
Estado, requiere una transformación del statu quo judicial en su in-
dependencia frente a las instancias soberanas y en su autonomía
colegiada.
Para el estudio de casos, se empleará el método comparativo. El método de
análisis comparativo en ciencias sociales y, en particular, en ciencia políti-
ca posee una larga tradición, que Émile Durkheim, formalizó en sus
“Régles de la méthode sociologique”, como una manera de superar los mé-
10
todos puramente descriptivos y alcanzar niveles analíticos e interpretativos,
mediante la contrastación comparada de realidades distintas, aunque con
analogías importantes.
Este tipo de análisis consiste en la utilización de observaciones extraídas de
dos o más entidades sociales - sociedades, sistemas políticos o subsistemas,
organizaciones, culturas - o varios momentos en la historia de una socie-
dad, para examinar sus semejanzas y diferencias e indagar sobre sus
causas3.
En la presente monografía, por los escasos antecedentes de investigación
sobre el tema, se presentará un análisis comparativo de tipo histórico-
cualitativo, orientado al estudio de casos (case-oriented) y a la definición
de variables significativas y no a su mediación cuantitativa. Como estudio
político de carácter exploratorio, las principales referencias teórico-
metodológicas fueron: “Política comparada y el método comparativo” por
Arend Lijphart, 1971 y la obra de Bertrand Badie y Guy Hermet “Política
comparada”; mientras que incorporé las importantes contribuciones que
autores como Manuel Alcántara (“Sistemas políticos de América Latina”,
1989) y Scout Mainwaring y Mathew Sobert Shugart (“Presidencialismo y
democracia en América Latina” 2002) ofrecieron a los métodos de análisis
de los sistemas y procesos políticos latinoamericanos.
Lipjhart, atribuye a este tipo de método comparativo dos rasgos: el estímu-
lo para la generación de teorías interpretativas y la contrastación de
hipótesis. Si bien el número de casos en estudio (dos) impone prudencia a
una generalización de los resultados, las variables que esta clase de investi-
gación ofrece, pueden extrapolarse, para el análisis de otros casos, o bien
para una ulterior operacionalización, mediante la adjudicación de indicado-
res. Badie y Hermet destacan la importancia de las variables históricas y
culturales en el análisis político comparado, como un medio de evitar el
reduccionismo funcionalista y el determinismo económico. Para la contras-
tación de las hipótesis iniciales, postulan el recurso de las “variaciones
concomitantes”, en el comportamiento de dichas variables. Mientras que
Alcántara destaca la importancia de los modelos constitucionales y sus
transformaciones en las sociedades latinoamericanas, Mainwaring y Sobert

3
LIJPHART, Arend (1971)"Comparative Politics and the Comparative Method", A. P. S. R.,
65, pp. 682-693.
11
Shugart, a través de la evaluación de los poderes reactivos y proactivos del
ejecutivo y el legislativo en América Latina, desarrollan un método muy
eficaz a la hora de ponderar su gravitación en la conformación del poder
político.
Estos criterios sirvieron para orientar el estudio de los casos y el diseño me-
todológico general. Las variables a las cuales se hará un seguimiento
cualitativo, son las siguientes:
- Histórica
- Matrices constitucionales y modelos políticos implementados
- Sistemas de partidos
- Características socio-culturales y socio-económicas
- Movimientos sociales y principales actores políticos
- Liderazgos
En el capítulo 1 - Análisis de un concepto crítico: la independencia judicial
en el Estado - se abordará el análisis teórico de los diseños políticos clási-
cos y del lugar que conceden a la independencia judicial en el poder estatal,
relacionándolos con las condiciones de democratización del sistema políti-
co, con un análisis de las actuales políticas mundiales promotoras de la
reforma judicial del Estado y su impacto en los actuales procesos de demo-
cratización.
El capítulo 2 – La independencia judicial y el proceso político en Argenti-
na - y el 3 – La independencia judicial y el proceso político en Venezuela -
se dedicarán a los estudios de caso, en un intento por integrar el relato his-
tórico-político con el seguimiento de las variables significativas en la
comprensión de los procesos actuales.
En el capítulo 4 – Confluencias y divergencias de dos procesos políticos
frente a la independencia del poder judicial - volveré a examinar las pre-
guntas iniciales relacionándolas con los resultados comparados de los dos
estudios de caso y sus variables.
Por fin, en el Capítulo 5 - Conclusiones - retomando los contenidos teóricos
del primer capítulo, expondré la interpretación final del tema y la evalua-
ción crítica de la hipótesis inicial, con la finalidad de sacar las conclusiones
pertinentes y evaluar su validez.

12
CAPÍTULO 1
ANÁLISIS DE UN CONCEPTO CRÍTICO:
LA INDEPENDENCIA JUDICIAL EN EL ESTADO

1.1 Democratización y democracia


La denominación de “democracia” para referirse a cualquier sistema políti-
co fundado en la competencia electoral es, probablemente, uno de los
mayores equívocos que se han propiciado y generalizado desde la segunda
guerra mundial. Las nociones antiguas que se basaban, genéricamente, en
un determinado “estado de la sociedad”, para emplear la expresión de Ja-
mes Brice, conducente a una mayor movilidad y equidad social4, darán
lugar a nuevas acepciones de ese vocablo aplicado como atributo, no ya de
la sociedad, sino del Estado republicano, de sus instituciones, métodos y
recursos.
Los poderes institucionales – fundamentales ciertamente para definir una
república o Estado de Derecho – pasarán a ser un componente esencial de
la democracia, en concordancia, claro está con la voluntad mayoritaria. Pa-
ra Norberto Bobbio, por ejemplo, la democracia estará definida por un
conjunto de las reglas procesales de las cuales la principal, pero no la única,
es la regla de la mayoría5. El imperio de la ley, el reconocimiento formal de
los derechos fundamentales, la independencia del judicial, entre otros atri-
butos institucionales, serán requerimientos sine qua non de la democracia6.
Se inicia, de ese modo, una ambigüedad muy notoria en la definición de
4
SARTORI, Giovanni (1987) “Teoría de la democracia: el debate contemporáneo. México:
Ed. Patria, pág. 28
5
BOBBIO, Norberto (1994) “El futuro de la democracia” México: Fondo de cultura económi-
ca, pág. 19
6
DÍAZ ELÍAS (1966) “Estado de derecho y sociedad democrática” Madrid, Ed. Cuadernos
para el Diálogo.
13
este término, según el enfoque sociopolítico o funcional-institucionalista
que se adopte.
Desde la ciencia política, autores como Arend Lijphart acusan la ambigüe-
dad del término: “Un gobierno democrático ideal sería aquel cuyas
acciones estuvieran siempre en perfecto acuerdo con la voluntad de todos
sus ciudadanos”7. Evidentemente, tal gobierno, en la prosaica realidad, no
podría gozar del don de la existencia: los atributos de “siempre”, de “per-
fección” en el acuerdo y de “totalidad” de la ciudadanía, no pertenecen a lo
políticamente posible, quizás, ni siquiera deseable. Así presentada, la de-
mocracia, resulta ser más una categoría metafísica que un sistema de
gobierno, y, por supuesto, algo muy diferente a aquella condición social,
mentada por Tocqueville8 para representar la indistinción de la ciudadanía
norteamericana en contraste con las distinciones de casta, de sangre, de for-
tunas muy dispares, dominantes aún en el viejo continente.
Pero la definición de democracia ideal de Lijphard, lleva implícita otra
consideración de tipo cuantitativo acerca de la voluntad general, propia del
enfoque funcionalista de la ciencia y la sociología políticas. Se sustituye en
ellas el sentido de general por unánime. Tal ambivalencia del concepto no
impedirá realizar una tipología de las democracias existentes en el planeta y
a diferenciar “dos modelos diametralmente opuestos de democracia: el
mayoritario (o de Westminster) y el de consenso”9. De donde se puede co-
legir que el “ideal” democrático estaría más relacionado con el segundo que
con el primero.
Fareed Zakaria distinguirá estas categorías diferentes de democracia, según
sus atributos prevalecientes. El Estado democrático implicaría competen-
cia, negociación con opiniones diversas y consenso, sin lo cual podría
concluir en una “dictadura de la mayoría”10, en donde se excluiría a la mi-
noría de las decisiones de gobierno. Este autor distingue entonces dos tipos
de democracia: La “democracia iliberal”, en donde se establece una visión
colectivista del pueblo y de la mayoría – la cual puede conducir a ordena-
7
LIJPHART, Arend (1999) “Las democracias contemporáneas” Barcelona: Editorial Ariel
S.A. (edición original: 1987) pág. 19.
8
TOCQUEVILLE, Alexis de (2004) “La democracia en América”, citado por BORÓN, Atilio
“Estado, capitalismo y democracia en América Latina” Buenos Aires: FLACSO.
9
Ibid., pág. 20.
10
ZAKARIA, Fareed (1997) “The rise of Illiberal Democracy” in Foreign Affairs, vol. 76, Nº
6, November-December, pág. 22-43.
14
mientos autocráticos basados paradójicamente en regímenes electorales – y
la “democracia liberal”, en donde prima la noción liberal del individuo,
cuya independencia debe cultivarse y apreciarse – y la cual requeriría un
fortalecimiento de instituciones que permitan esa preeminencia de la ley
sobre la voluntad mayoritaria.
Según su enfoque, la democracia iliberal, mostraría aspectos sombríos en
la medida que la no sujeción a un imperio de la ley – ubicado más allá de
los resultados electorales – nos confrontaría a asechanzas autoritarias, o al
peligro de conformación de autocracias: “En todo el mundo, regímenes
democráticamente elegidos, que con frecuencia han sido reelegidos o con-
firmados a través de referendos ignoran de forma habitual los límites
constitucionales a su poder y privan a sus ciudadanos de derechos funda-
mentales. Podríamos calificar este inquietante fenómeno – observable
desde Perú a los territorios palestinos y desde Ghana a Venezuela – como
democracia no liberal”11.
Para sustentar esta derivación mayoritaria hacia el autoritarismo, Zakaria
menciona, con justa razón, que el nazismo ascendió en Alemania a través
del sufragio mayoritario. Eso es cierto, pero también es justo mencionar
que el nazismo ascendió a pesar de la existencia de instituciones judiciales
y una constitución establecida, vale decir: un régimen liberal. También se
debería recordar que el mismo Hitler había nutrido una vehemente campa-
ña contra el sufragio universal y la democracia mayoritaria: “la edad
presente está preparando su propia ruina; se introduce el sufragio univer-
sal (…)”, al mismo tiempo que no ocultaba su admiración por los
contrapesos institucionales a esa igualdad social, establecida en los Estados
Unidos: “Allí se niegan a aceptar la inmigración de elementos nocivos,
desde el punto de vista de la salud social y prohíben la naturalización de
ciertas y determinadas razas, dando así algunos tímidos pasos en dirección
a un modo de contemplar las cosas que se parece muchísimo al concepto
del Estado Nacional”12 y un desprecio acendrado por el poder legislativo,

11
ZAKARIA, Fareed (2003) “El futuro de la libertad. Las democracias ‹iliberales› en el mun-
do” Bogotá: Ed. Santillana, pág. 15.
12
HITLER, Adolfo (1997) “Mi lucha”, Bogotá: ed. Modernas (edición original: 1924), pág.
158 y 160
15
pues consideraba a la “(…) forma parlamentaria de gobierno, fuente de
origen de todos los males”13.
Varios autores manejan esta ambigüedad del término democracia, como es
el caso de Robert Dahl14 y Guillermo O’Donnell, en tanto que “poliar-
quía”, definida por las condiciones del sistema político. En este caso, la
democracia, como categoría de análisis, se asocia con el concepto de Repú-
blica15, y es de hacer notar que las repúblicas pudieran ser consideradas
tradicionalmente, como no democráticas, sino liberales, aristocráticas, oli-
gárquicas y de otros tipos. La forma republicana de gobierno, sometida,
ella también, a elecciones competitivas más o menos abiertas o restringi-
das, no asegura una democracia, si bien puede afirmarse que es una
condición necesaria de ésta. El concepto de “poliarquía” nos permite com-
prender que la composición de poder en las democracias contemporáneas,
está sujeta a más de un factor, pero no resuelve, en el fondo, la ambivalen-
cia de su formulación.
La noción de una democracia “iliberal” – o no liberal – podría facilitar un
acercamiento más fecundo a la comprensión de regímenes políticos sui ge-
neris, como los que se presentan en Latinoamérica y, en muchos aspectos,
se contrapone, bastante precisamente, al sistema de “frenos y contrapesos”,
tal como lo representa Fareed Zakaria.
Para otros autores, como Requejo Coll, no se logra una definición de de-
mocracia aceptable por todos, pues perdura una diferencia substancial entre
la democracia de antigüedad ateniense y las democracias actuales. Las con-
temporáneas se encuentran “mucho más relacionadas con la organización
liberal del Estado” y representan un tipo de organización “predemocráti-
ca” o, quizás, “antidemocrática”16.
Probablemente, el mayor problema desde la ciencia política, para identifi-
car la democracia como sustantivo, como sistema político, proviene de
indagar su existencia de manera socialmente aislada, en las estructuras
mismas del aparato estatal y jurídico, haciendo abstracción de las fuerzas
sociales que intervienen en su conformación, y sobre las que recaen, así

13
Ibid., pág. 163
14
DAHL, Robert (1993) “La poliarquía. Participación y oposición”, México: Red Editorial
Iberoamericana México S.A. de C.V. - REI-México (edición original: 1971)
15
HAMPSHER-MONK, Iain, op. cit.
16
REQUEJO COLL, Ferrán, op. cit., pág. 74.
16
mismo, las consecuencias de la acción de gobierno. Aquí encajaría la céle-
bre definición de Abraham Lincoln: “La democracia es el gobierno del
pueblo, por el pueblo y para el pueblo”, aunque mucho me temo que tal
definición sería considerada, en la actualidad, una desviación populista.
El sentido integral del concepto de democracia, no ya como función buro-
crática del Estado, sino como condición de la vida social y en consecuencia
económica, fue enunciado por Tocqueville, en su obra “La democracia en
América”. La democracia aparece como un atributo y condición de la ciu-
dadanía, y no como un atributo del sistema de poder que por entonces se
estaba gestando. Dicha constitución daría forma a un Estado liberal de de-
recho, dentro del cual el concepto de democracia poseía un carácter
netamente peyorativo, muy alejado, por supuesto, del carácter prescriptivo
y falazmente universalista, que ha adquirido en nuestros días.
En la medida que se acentúen los atributos y las instituciones liberales del
Estado, en contraste con los caracteres autoritarios en un proceso político –
vale decir histórico – el enfoque funcional concibe que se presenta un pro-
ceso de democratización, aún si tal transformación no redunda en un
mejoramiento y mayor equidad en las condiciones de vida de la ciudadanía
en general.
La democratización de los sistemas políticos latinoamericanos, tal como se
ha dado en los últimos 30 años ha desentrañado, en los hechos, una notable
ambivalencia: mientras las instituciones y las funciones del Estado se han
abierto a una mayor participación de la ciudadanía y, en ese sentido, se han
democratizado; las condiciones laborales y de vida de sectores masivos de
la población se han degradado, en muchos casos, a un nivel alarmante, co-
mo lo pudo corroborar tempranamente Francisco Weffort, en su “América
equivocada”17.
Por ello, no nos debería sorprender que investigadores como Atilio Borón
reconsideren estas nociones neoliberal e institucional de la democracia y la
democratización para contrastarlas con la noción socio-política de la mis-
ma. En esa búsqueda, el autor se remonta a la antigüedad clásica, a
Aristóteles. La distinción entre sistema oligárquico y sistema democrático

17
WEFFORT, Francisco C. (1995) “La América equivocada. Apuntes sobre la democracia y la
modernidad en la crisis de América Latina” en: REYNA, José Luis (compilador) “América
Latina a fines de siglo” México: Fondo de cultura económica.
17
- dentro de las formas republicanas de gobierno - aparece en la definición
dada por el estagirita en su “Política” y parece explicar de manera menos
ambigua la naturaleza de la democracia: “Las características que realmen-
te distinguen Democracia y Oligarquía son la pobreza y la riqueza, y
dondequiera que la riqueza constituya el título para gobernar, al margen
de que los gobernantes sean una mayoría o una minoría, la polis es una
Oligarquía, mientras que si los pobres son gobernantes, es una Democra-
cia.”18.
Tal distinción socioeconómica del poder se diluye, sin duda, en el idealis-
mo liberal de John Locke, mediante la igualación aritmética y abstracta de
la “mayoría” (no de todos…) en la conformación de un no menos quiméri-
co contrato social: “(…) al unirse los hombres por primera vez en
sociedad, todo el poder de la comunidad reside naturalmente en la mayo-
ría; y ésta puede emplear todo ese poder en hacer periódicamente leyes
para la comunidad, y en ejecutar esas leyes sirviéndose de los oficiales que
la mayoría nombre.(…) En ese caso, la forma de gobierno es una demo-
cracia perfecta”19.

1.1.1 La crisis de la democracia


Desde los comienzos de los años 70 y con el declive del Estado de bienes-
tar en los países desarrollados, se comenzará a hablar de la crisis de la
democracia, en la medida que los Estados no pudieran asegurar y responder
a las demandas de una sociedad de más en más exigente y jurídicamente
igualitaria. Ese enfoque será el prevaleciente entre los intelectuales que
conformaron la Comisión Trilateral - Samuel Huntington, Michell Crozier
y Joji Wakanuti – en su estudio “Las Crisis de las Democracias: informe
sobre la gobernabilidad de las democracias”20, el cual tuvo el mérito de
vincular las estructuras del Estado con las demandas sociales y económicas
de la ciudadanía.
Según esta perspectiva, el “exceso de democracia”, vale decir las aspira-
ciones ilimitadas de los ciudadanos hacia la igualdad socioeconómica,

18
Citado por: BORÓN, Atilio A., op. cit., pág. 90.
19
LOCKE, John (2003) “Segundo tratado sobre el gobierno civil. Salus populi suprema lex
esto” (trad. Carlos Mellizo), Madrid: Alianza Editorial, pág. 139 (edición original: 1690)
20
CROZIER, M.; HUNTINGTON, M. y WATANUKI, J. (1975) “The Crisis of democracy.
Report on the governability of democracies to the Trilateral Commission”, New York, Univer-
sity Press. New York.
18
ocasiona una demanda imposible de satisfacer para las instituciones del Es-
tado, con capacidades limitadas de respuesta a esas demandas. Dicha
sobrecarga se constituye en “insoportable para la democracia” y la debili-
dad institucional, entonces, entraña peligros para la existencia misma del
sistema, en tanto no se restrinja la demanda democrática en relación a la
capacidad de sus instituciones21.
El afán por contener los alcances sociales y democratizadores del Estado de
bienestar social en los Estados Unidos, llevó a Samuel Huntington a refutar
a quien fuera candidato presidencial, Al Smith, y que había manifestado
“la única cura para los males de la democracia es más democracia”, a lo
cual Huntington contrapuso: “(…) nuestro análisis sugiere que aplicar una
tal ecuación en el momento actual podría muy bien ser lo mismo que arro-
jar gasolina a las llamas. En cambio, algunos de los problemas de
gobernabilidad en los Estados Unidos de hoy se originan en un exceso de
democracia (…) Se requiere, en cambio, un mayor grado de moderación en
la democracia”22.
De modo que la democracia cesa de ser un fin en sí mismo, según los enfo-
ques contemporáneos predominantes, para quedar reducida a un medio de
alcanzar fines ajenos a su esencia. En ese sentido se puede construir “La
democracia sin el pueblo”, tal como tituló Maurice Duverger a una de sus
obras, y en donde analiza ese modelo político “moderador” instaurado en
la posguerra. Según este autor, el modelo liberal en su plenitud aseguraría
un no retorno al absolutismo, es cierto, pero también imposibilitaría – por
las restricciones que opone a la expresión de la voluntad popular – la reali-
zación de una verdadera democracia: “Nada de retorno del rey y de los
nobles; nada de restauración. Pero tampoco nada de paso a una democra-
cia verdadera, que daría el poder a las masas populares, las cuales

21
PRATS, Joan (2006) “Gobernabilidad y Globalización” Contenido en: “Democracia en
Déficit. Gobernabilidad y Desarrollo en América Latina y el Caribe” Banco Interamericano
de Desarrollo. 2001. Pág.8, citado por: MOLINA GIRALDO, Jesús María “Partidos políticos
en América Latina: una mirada desde la gobernabilidad” (tesis de Maestría) Bogotá: Academia
diplomática San Carlos – Ministerio de Relaciones Exteriores.
22
HUNTINGTON, Samuel P. “The United States” pág. 60, citado por BORÓN, Atilio, op. cit.,
pág.113
19
destruirían esa propiedad «inviolable y sagrada» según la Declaración de
los Derechos del Hombre”23.
La democracia, en ese caso, queda reducida a un puro contrapeso institu-
cional moderador. Se establece una brecha insalvable “entre las actuales
teorías liberales sobre la democracia y las formulaciones más antiguas”24.
La democracia de ese modo, se limitaría al procedimiento institucional. Se-
gún Schumpeter: “La democracia es un método político, es decir, un cierto
tipo de arreglo institucional para llegar a decisiones políticas (legislativas
y administrativas) y, por lo tanto, incapaz de ser un fin en sí mismo, inde-
pendientemente de cuáles sean las decisiones que ella producirá bajo
ciertas condiciones históricas”25. Vale decir un arreglo institucional, vacío
de contenidos sociales populares y el cual, incluso, puede dirigirse en con-
tra de los intereses generales. He aquí su ambigüedad y su crisis.

1.1.2 La democratización latinoamericana


En las naciones latinoamericanas será a partir de mediados del siglo XIX
cuando se adoptará en sus enunciados constitucionales – sobre una matriz
de influencia constitucional inglesa y francesa – muchos de los preceptos
del sistema de frenos y contrapesos de los Estados Unidos. Ese giro dado
por la mayoría de las repúblicas de Sudamérica, se adoptó como un modelo
positivista26, en su búsqueda de la modernización y superación del atraso
secular de las sociedades. Se consolidará, así mismo, el carácter no pro-
piamente democrático implícito en un poder judicial, conformado – por su
extracción y fuente de autoridad – al margen de los sufragios populares
universales y legitimado casi exclusivamente, por la capacidad de interpre-
tación constitucional27.

23
DUVERGER, Maurice (1973) “La democracia sin el pueblo” (“La démocratie sans le peu-
ple” – trad. Juan Ramón Capella) Caracas: Editorial Ariel, (edición original: 1967), pág. 163.
24
BORÓN, Atilio, op. cit., pág. 91
25
SCHUMPETER, Joseph (1942) “Capitalism, Socialism and Democracy”, New York: Harper,
pág.242
26
ZEA, Leopoldo et al. (1980) “Pensamiento positivista latinoamericano” Caracas: Biblioteca
Ayacucho –Cap. Leopoldo Zea: “El positivismo”.
27
Resulta reveladora la explicación que daba Giambattista Vico, en el siglo XVIII, sobre el
origen de esta autoridad basada en la interpretación dentro de los Estados teocráticos: “De modo
que de esta primera jurisprudencia se deriva el primer y propiamente dicho interpretari, llama-
do casi interpatrari es decir, <entrar en aquellos padres>, como en el origen se consideró a los
dioses (…)” VICO, Giambattista “Ciencia nuova. En torno a la naturaleza común de las nacio-
nes” (edición y traducción de J. M. Bermuda) 2 tomos - Madrid: Ediciones Orbis Hispamérica,
(ed. original: 1744) pág. 167
20
De allí que tampoco, en las repúblicas latinoamericanas, el Estado escape al
albur de confrontar dos principios legitimadores cuya conciliación entraña
no poca complejidad e inestabilidad: “(...) la síntesis entre liberalismo y
democracia se ha caracterizado por su crónica inestabilidad: es una volá-
til y trabajosa mezcla de principios antagónicos de constitución del poder
político que no logran soldarse en un discurso unitario y coherente”28 y en
donde las instituciones judiciales y el constitucionalismo – ya apegado al
formalismo legal – ejerce un poder reactivo y, en muchos casos, de distor-
sión de la voluntad general.
Para Juan Linz la ausencia de un poder moderador al margen del poder eje-
cutivo se encuentra en la base de la recurrencia a los golpes militares en
muchos de los países de la región29.
A este propósito, la tercera ola de democratización que se ha presentado en
América Latina - y que ha coincidido con la reforma económica aperturista
en todos los países de la región – presenta una singular paradoja, pues al
mismo tiempo que se opera un retorno a la institucionalidad republicana, se
ingresa a un período de crisis social y económica sin precedentes, condu-
cente a una condición de “anomia social”. Este período “(…) registra una
de las épocas de mayor crecimiento democrático y también de mayor crisis
económica y social en la historia de los países de América Latina”30.
Esta clase de crecimiento democrático consistió, en algunos países, como
fue el caso de Argentina y Venezuela, desde la implementación de las re-
formas aperturistas, en “una serie de transformaciones que recortaron
antiguos derechos ciudadanos, redujeron dramáticamente las prestaciones
sociales del estado y consolidaron una sociedad mucho más injusta y de-
sigual que la que existía al comienzo de la etapa reformista”31.
La democratización, será comprendida – desde el funcionalismo - en un
sentido restrictivo como un proceso autónomo de cambio político, de re-
forma de las instituciones que regulan el sistema, pero que dejará por fuera
una perspectiva socio-política – como una transformación de la condición
social. Si se presenta una democratización, desde los años 80 en América
Latina, ésta será institucional, en la medida que se propicia un cambio jurí-
28
BORÓN, Atilio A., op. cit, pág. 89.
29
LINZ, Juan (1987) “La quiebra de las democracias” Madrid: Alianza Editorial, pág. 210.
30
WEFFORT, Francisco C., op. cit., pág. 399.
31
BORÓN, Atilio A., op. cit., pág. 19.
21
dico-normativo de las instancias estatales, pero que no logra canalizar las
demandas sociales, llevando a la situación de degradación de las condicio-
nes de vida en amplios sectores populares y el aumento de la conflictividad,
al mismo tiempo que se establecen las bases de un Estado de derecho regi-
do por el imperio de la ley y el control judicial sobre las acciones de
gobierno.
Según Heinz Dietriech, en cambio, el principio democrático – tal vez míti-
co - de la representatividad descansa en el reconocimiento de que la
soberanía política de la democracia radica en el pueblo, pero como la ma-
yoría no puede ejercerla de manera directa, se produce una delegación del
poder soberano, mediante elecciones de representantes. En consecuencia,
todos los poderes surgidos directa o indirectamente de la soberanía popular
son poderes legítimos, mientras que las instituciones colegiadas, no surgi-
das mediante procesos electivos, carecen de verdadera legitimidad
democrática32.

1.2 Principios liberales y democráticos en el Estado de derecho


Tales aspectos ambiguos y contradictorios de la democratización, y a la
cuales me atendré en el presente trabajo, presumen dos supuestos diferentes
en la conformación del sistema político, el liberal y el democrático o social
que coexisten en el Estado de derecho, en algunos regímenes relativamente
estables, pero que pueden colisionar en situaciones de transición como por
las que atraviesan actualmente Venezuela y Argentina.
El Estado - el cual diferenciamos del Gobierno - es una empresa política
fundada en algún tipo de dominación33 y, como tal, ha adoptado diferentes
tipos de organización interna para cumplir sus propósitos. Podemos hablar
del Estado de Derecho como una forma genérica de muchas de las repúbli-
cas existentes; pero ese Estado de Derecho – en la medida que adopta el
sistema representativo como forma de gobierno con sufragio universal -
permite sin duda el desarrollo del principio democrático. Al mismo tiempo,
el aparato del Estado, consolida su burocracia y sus cuerpos de funciona-

32
DIETRIECH, Heinz (2001) “Democracia participativa y protagonismo social” Caracas:
Alcaldía del Municipio Libertador, pág. 31.
33
WEBER, Max (1987) “Economia y sociedad” México: Fondo de cultura económica (edición
original: 1922).
22
rios colegiados no representativos (fuerzas armadas, cuerpo judicial y ad-
ministrativo) logrando así restringir los alcances del principio decisional
democrático –cuando se produce la mentada sobrecarga de demandas - y
hace prevalecer el principio liberal, como elemento esencial del Estado. El
Estado de derecho es entonces un híbrido, regulado no por uno sino por dos
principios de legitimación de las autoridades.
Muy prudentemente, autores como O’Donnell y Schmitter, establecen una
distinción entre liberalización y democratización de las sociedades con-
temporáneas, según el énfasis institucional o social, que adopten las
transformaciones en la transición democrática34. En esta liberalización, la
división rigurosa de los poderes del Estado y, sobre todo, la independencia
y autonomización del poder judicial, serían los contenidos más importantes
de las reformas institucionales. ¿En qué medida consolidan o limitan las
condiciones de democratización en las sociedades latinoamericanas?

1.3 La división de poderes como fundamento de la independencia judi-


cial
Durante el período anterior a la ola democratizadora, se dio un conjunto de
condiciones que desvirtuaban el ejercicio pleno de regímenes republicanos
y el carácter mayoritario adjudicado a las democracias latinoamericanas,
sea por el autoritarismo militar – como en Argentina – o por la regulación
clientelista del bipartidismo excluyente, como aconteció en Venezuela. En
ambos casos, y considerando esas referencias históricas, debería pensarse
en tres fundamentos sin los cuales no podríamos hablar de democracia: la
soberanía nacional, el ejercicio de la voluntad general y la supremacía de la
representación legislativa sobre los otros poderes.

1.3.1 El principio de soberanía y el Estado-nación


La idea de democracia – desde el enfoque social y político - no se puede
desvincular del principio de Soberanía. Este principio es inherente al con-
cepto de Estado-nación y a la capacidad de formular, de manera autónoma,
las propias leyes – de acuerdo con sus costumbres y cultura – sin lo cual se

34
REQUEJO COLL, Ferrán, op. cit., pág. 80 y subsiguientes.
23
pondrían en peligro sus instituciones democráticas más básicas y elementa-
les35.
El poder soberano es el único legítimamente coactivo, en el contexto de un
Estado de Derecho36, por lo cual la imposición de un modelo, supuestamen-
te óptimo y universal, en materia del ordenamiento estatal es una idea que
genera rechazo desde el punto de vista de la autodeterminación de las na-
ciones y los valores de la democracia. Como nos señalaba Bertrand De
Jouvenel “Es un error que lleva inevitablemente a la tiranía creer que
existe, en un momento cualquiera, un orden social óptimo, de tal forma que
la conducta de las autoridades públicas se encuentre indefectiblemente dic-
tada por el deber de producir o de mantener dicho orden (…)”37
Thomas Hobbes definió la Soberanía, esencialmente como poder de legis-
lar, como el poder absoluto de prescribir “(…) las reglas por las que los
hombres sepan cuáles son los bienes que puedan disfrutar y qué acciones
pueden realizar sin ser molestados por ninguno de sus co-súbditos.”38. Y
esa soberanía legislativa es “el alma del Estado”39, sin la cual no sería po-
sible hablar de un ente estatal. De allí que podamos entender que es a través
de la independencia de la que goce el poder legislativo en el Estado, la úni-
ca manera para ponderar el grado de soberanía alcanzado en una nación.
Al soberano pertenece el derecho de judicatura y la decisión de la contro-
versia, es decir dictar sentencias. A quienes se les da jurisdicción son
ministros públicos. “Porque en sus tribunales de justicia representan a la
persona del soberano”40 “Toda judicatura va aneja de un modo especial a
la soberanía; y por lo tanto, todos los jueces no son otra cosa que minis-
tros de quien tiene el poder soberano”41. Esa unicidad del poder enunciado
por Hobbes, representado por el concepto de soberanía, irá a ser recogido
por otros autores, en algunos casos reputados de teorizar la división de po-
deres.

35
DAHL, Robert (1999) “La democracia: una guía para los ciudadanos”, Madrid: Ed. Taurus,
pág. 60
36
BOBBIO, Norberto y BOVERO, Michelangelo, (1985) “Origen y fundamentos del poder
político” México: Ed. Grijalbo, pág. 49
37
DE JOUVENEL, Bertrand (1957) “La soberanía” Madrid: Ediciones Rialp S.A., pág. 24
38
HOBBES, Thomas (1995) “Leviatán. La materia, forma y poder de un Estado eclesiástico y
civil” (trad. Carlos Mellizo) Madrid: Alianza Editorial, (edición original: 1651), pág. 150
39
Ibid., pág. 181
24
En la especie, John Locke cuando se había establecido una representación
como limitante del poder del monarca: el sistema Westminster. En esas
condiciones, confluyen dos fuentes distintas en la conformación de la sobe-
ranía: la monarquía como poder ejecutivo del Estado, pero sujeta a la
decisión de un poder legislativo, compuesto de dos cámaras, la Alta o de
los Lores (Nobleza) y la Baja o de los Comunes, la cual representaría a
aquel sector del pueblo propietario o burguesía. De este sistema de go-
bierno provienen las principales doctrinas de la “separación de poderes” y
que hoy se comprende – bajo el reduccionismo funcionalista - como divi-
sión excluyente y simétrica de autoridades en el Estado. Para Locke el
poder soberano reside en el Legislativo, pues el poder político es el derecho
de dictar leyes. La separación de poderes en este sistema compuesto, no
implica una división de la soberanía del Estado, sino una composición de la
decisión soberana, a partir de la supremacía político-legislativa.
Un cambio substancial en el concepto de soberanía se introducirá con la
obra Jean-Jacques Rousseau. Si bien otras doctrinas habían hablado ya de
“contrato” o “pacto”, para justificar el ordenamiento social, ninguna hasta
entonces había establecido con suficiente energía que el principio de sobe-
ranía reside en el pueblo de modo permanente, como un acto de voluntad y
no de apropiación (como sí lo era para Locke, por ejemplo).
Según Rousseau, la comunidad no abandona su poder soberano de decisión
por el hecho de darse una forma cualquiera de gobierno, ni siquiera perma-
neciendo bajo su férula durante espacios seculares. La soberanía es una
potencia (puissance) intransferible de donde se derivan y cristalizan las ins-
tituciones del Estado; por lo tanto una revolución o cambio de sistema
gubernamental, no es sino una forma de restitución del poder o, si se prefie-
re, de actualización, en manos de su gestora, la masa societaria.
De ese modo, recogiendo una distinción que ya había establecido Montes-
quieu, en “El espíritu de las leyes” la soberanía no reside en los poderes
(pouvoirs) del Estado, sino en la potencia (puissance) soberana del pueblo.
Dicha noción de soberanía, en Rousseau, es soberanía popular y nacional,
en el sentido de que toda forma de gobierno, no sólo la democracia (que él
reserva a la democracia directa, ejercida en la antigüedad clásica) sino to-
dos los sistemas de república y aún las monarquías, reposan sobre un acto
voluntario del conjunto de la sociedad, que la misma sociedad – o su mayo-
25
ría – podrían alterar o anular, ni bien la “voluntad general” del pueblo le
inclinase a hacerlo.
Podríamos hablar, entonces, de un principio democrático, en la conforma-
ción del Estado y de los poderes públicos, que perdurará como fundamento
de sus decisiones. Los poderes dentro del Estado pueden distinguirse, espe-
cializarse, combinarse y complementarse, pero la soberanía como potencia
social – según este principio - es indivisible y no se puede transferir. Si el
pueblo acepta un poder autónomo, superior a sí mismo, lo es respondiendo
a circunstancias de hecho, no de derecho. Según el modelo rousseauniano,
el principio democrático - basado en la voluntad popular mayoritaria – es
quien activa la potencia soberana y, en esos casos, no reconoce los límites
de una legalidad que no emane de sí misma y no se acuerde con la voluntad
popular.
La no concordancia de las leyes establecidas en el Estado con la voluntad
general – de «la nación» como se decía entonces - implicaba la invalida-
ción de la república y engendraba una forma de tiranía «legal», que
Montesquieu ya había anunciado en “El Espíritu de las Leyes”: “Hay dos
especies de tiranía: una real, que consiste en la violencia del gobierno; y
otra de opinión que se muestra cuando aquellos que gobiernan establecen
cosas que chocan la manera de pensar de una nación”40 es decir, cuando
las leyes que se establecen no dimanan de las costumbres públicas: “Las
mejores leyes no son comprendidas cuando al pueblo al cual les son dadas
no está preparado para recibirlas”41.
Vale decir, las leyes no son buenas o malas en sí mismas – como suponen
los juristas normativos – sino en cuanto se ajusten o no, a la cultura, los in-
tereses, en fin, a la voluntad de la mayoría soberana de la población a la
cual se destina su acatamiento.

1.3.2 La voluntad general como poder y tiranía de las mayorías


De esta noción de soberanía, basada en la voluntad general mayoritaria, lex
majoris partis (enunciada ya por Cicerón, en su “Res publica”) surgirán las
más profundas desavenencias, que aún perviven; en especial cuando se

40
MONTESQUIEU (1958)“De l’esprit des loix” texte établi et présenté par Jean Brethe de la
Gressaye – livres XIX – XXVI – Paris : Société des belles lettres, pág. 6 (edición original :
1748)
41
Ibid., pág. 3
26
confunden como formaciones similares las de “república” y de “democra-
cia”. No toda república es democrática. Montesquieu distinguía – siguiendo
en ello a Aristóteles – entre repúblicas oligárquicas (o aristocráticas) y re-
públicas democráticas. Sin embargo, toda democracia requiere de una for-
forma determinada de gobierno republicano.
Los principios liberales en la organización del Estado – sobre todo después
de la independencia de los Estados Unidos, en 1776 – irán a desarrollarse
en el sentido de consolidar las instituciones que controlasen y regulasen esa
otra forma de absolutismo, que podría representar el desarrollo sin límites
de la ley mayoritaria. Sin embargo, algunos de los padres fundadores, como
Jefferson, no concebían una distinción entre república y democracia, entre
el principio liberal y el principio democrático, entendiendo que los dere-
chos individuales – incluso minoritarios – se preservarían mejor mediante
el dominio de una mayoría popular.
John Locke también insistió en este poder mayoritario. La razón para con-
siderar esa voluntad mayoritaria como la única orientación a seguir por el
Estado, es semejante a la que Hobbes había ya formulado algunos años an-
tes: “(…) es necesario que lo lleve la fuerza mayor, es decir, el consenso
de la mayoría.” El Estado no puede seguir a dos fuentes soberanas simul-
táneas sin caer en el inmovilismo o la autodestrucción.
Para Locke, esa voluntad pública o general, en la práctica, difícilmente
puede ser unánime, pues en toda colectividad se presenta una gran “varie-
dad de opiniones y contrariedad de intereses”, que sólo puede resolver la
regla mayoritaria: “Si en un cuerpo político la mayoría no pudiese tomar
decisiones obligatorias para todos los demás, dicho cuerpo no podría ac-
tuar como tal y se disolvería inmediatamente”42. El principio mayoritario
resulta ser una garantía de estabilidad – hoy diríamos gobernabilidad - para
el conjunto del sistema y, en las repúblicas, la única fuente de legitimidad
“Eso es, y solamente eso, lo que pudo dar origen a los gobiernos legales
del mundo”43.
Para Jean-Jacques Rousseau, la voluntad general, se forma a partir igual-
mente de la regla mayoritaria. En su “Contrato social” y bajo un sugerente
título: “Del abuso del gobierno y de su pendiente a degenerar”, traza el
42
Ibid., pág. 113
43
Ibid., pág. 114
27
derrotero que sigue la diferenciación del gobierno en cuanto voluntad parti-
cular enfrentando a la voluntad general y la soberanía: “Como la voluntad
particular actúa sin cesar contra la voluntad general, así el gobierno hace
un esfuerzo continuo contra la soberanía. Más este esfuerzo aumenta, más
la constitución se altera, y como no hay en absoluto aquí otra voluntad de
cuerpo que resistiendo a la del príncipe haga equilibrio con ella, debe su-
ceder temprano o tarde que el príncipe oprima en fin al soberano y rompa
el tratado social”44.
El problema radica entonces en que las funciones del poder estatal tienden
a fortalecer los intereses corporativos en desmedro de la voluntad soberana.
El ejercicio de la autoridad gubernamental es una fuente de diferenciación
y esta discriminación termina por crear un interés de cuerpo. El Estado
aparece en situación de declive, como un particular entre los particulares
que conforman la sociedad civil.
Según estas concepciones europeas se da, en la conformación del Estado
republicano, una separación de poderes, ciertamente, pero, a la vez, una
subordinación al poder legislativo, “poder supremo”, según Locke, del cual
los otros poderes dependerían y no serían en modo alguno, “autónomos”.
Para Rousseau, esa autonomía e independencia de los poderes del Estado
ante la voluntad general de los ciudadanos, representaría un proceso inevi-
table de decadencia estatal, en la medida que diluye y fragmenta la
unicidad de la decisión soberana.
Un cambio fundamental iría a recibir la concepción del Estado y sus pode-
res, junto con la idea de soberanía y la preeminencia de la voluntad popular
mayoritaria, en la elaboración de los constituyentes de Estados Unidos de
América.

1.3.3 La división de poderes y los límites a la voluntad general


Será en las ex-colonias británicas de América del Norte, donde se iría a es-
tablecer una forma de gobierno que pretendía combinar y armonizar dos
principios de legitimación distintos: el de la constitución y el de las mayo-
rías electoras en la formación de los poderes del Estado y el gobierno. Será
el llamado sistema de “frenos y contrapesos”.

44
ROUSSEAU, Jean-Jacques (1992) “Du contrat social” Paris: Ed. Flammarion, pág. 113 (edi-
ción original: 1762)
28
En su viaje a Estados Unidos, Alexis de Tocqueville reconoció la existen-
cia de un antagonismo intrínseco entre las concepciones liberal y
democrática45. Tal antagonismo, aparecerá en las concepciones muy dife-
rentes de los gobiernos Jefferson y Adams, como así mismo en los intensos
debates que se darían entre los promotores de la adopción de una constitu-
ción federal y los antifederalistas. Entre los principales partidarios de una
constitución para todos los Estados se hallaban Madison, Hamilton y Jay.
Ellos animaron una campaña de respaldo a la Constitución federal con una
serie de artículos de prensa, bajo el seudónimo de Publius, y que serían
reunidos en una publicación: “El federalista”, desde donde argumentaron a
favor de un gobierno centralizado y con poderes estrictamente divididos.
De los antifederalistas más vigorosos y que criticaron las tesis del gobierno
y la constitución federales, se destacaba otro seudónimo: Brutus.
Thomas Jefferson, partía de la consideración de identificar la república con
el dominio constante de la voluntad de la mayoría, sometida – es cierto – a
las leyes inamovibles del Estado. El “principio sagrado” de la República
era, para Jefferson, el siguiente: “la voluntad de la mayoría ha de prevale-
cer en todos los casos, esa voluntad para ser legítima tiene que ser
razonable; (…) la minoría posee derechos iguales que las leyes deben pro-
teger y cuya violación sería opresión”46. La república entonces es
sinónimo de democracia representativa, pues para Jefferson, con un go-
bierno “cercano” – vale decir: elegido por la mayoría directa de
ciudadanos– y, además, “responsable ante el pueblo”, no puede haber tira-
nía47. El Estado debía contar con controles y equilibrios constitucionales,
aunque el pueblo, en ningún caso, debía ver limitado su poder por otros
controles adicionales.
Pero el principio liberal del nuevo Estado no tardaría en afirmarse en las
esferas gubernamentales, cuando John Adams sostendrá que el verdadero
significado de una república no es la democracia – término que no gozaba
en la época de un sentido positivo – sino “un gobierno, en el que todos los
hombres, ricos y pobres, magistrados y súbditos, funcionarios y pueblo,
señores y siervos, el primer y el último de los ciudadanos están sujetos por

45
REQUEJO COLL, op. cit., pág. 88
46
JEFFERSON, Thomas, - citado por HAMPSHER-MONK, Iain, op. cit., pág. 268
47
HAMPSHER-MONK, op. cit., pág. 268.
29
igual a la ley”48. Entonces, la república: no se distingue por el carácter de-
mocrático (control político popular) sino por la abolición del privilegio
formal de carácter legal. Célebre ideal de Adams: “Un gobierno de leyes y
no de hombres” - y que luego sería cultivado por Hamilton. La garantía
formal prevaleciente sería la igualdad legal como base del principio esen-
cial: establecimiento del imperio de la ley, fundamentado en una separación
rigurosa entre el cuerpo legislativo y el poder judicial49.
Entre los federalistas, en particular Madison, principal gestor junto con
Hamilton de la constitución federal de 1787, iría a prevalecer, más radicali-
zado, el principio liberal del gobierno representativo, pero con fuertes
frenos y contrapesos, que limitasen el carácter político que podría adoptar
una “tiranía mayoritaria” o voluntad popular. Madison negaba que la de-
mocracia fuese una especie de república (para Adams sí lo era). Para él se
trataba de dos tipos diferentes de gobierno. Madison sostenía que la regula-
ción de los intereses “constituye la labor principal de la legislación
moderna”. Ésa es la base de la doctrina del “buen gobierno”, adoptada de
manera unánime por los actuales promotores de la reforma judicial.
En la época, el derecho de voto pertenecía sólo a los varones mayores de
edad, blancos – con algunas excepciones de hacendados negros de los esta-
dos del norte - y registrados en el censo de propietarios. En este contexto,
la mayoría constituyente, debía estar de acuerdo sobre la forma de gobierno
a establecer, pero esta forma debía tener determinadas características, sin
las cuales no se le puede considerar como “gobierno legítimo”, aun contan-
do con el apoyo de la mayoría popular, si no cuando respondiera al
ordenamiento constitucional. De donde se puede comprender que el esta-
blecimiento de un gobierno nacional “podía significar una barrera de
contención que garantizara los derechos de las minorías que se ven ame-
nazadas por las mayorías interiores o, incluso los derechos de las
mayorías amenazados por los cuerpos legislativos de los Estados”50.
Se iría a propiciar mediante la división de poderes y la institución de un
poder central, encarnado en el ejecutivo y también en el poder judicial, un

48
ADAMS, John, “Defence of the Constitutions of Government of the United States of Ameri-
ca”- Boston, 1850-1856, vol. 5, pág. 453, citado por: HAMPSHER-MONK, Iain, op. cit., pág.
269
49
HAMPSHER-MONK, Iain, op. cit., pág. 290
50
Ibid., pág.291.
30
freno y una limitación muy importantes a la representación directa de la
mayoría electora.
Los antifederalistas, por el contrario, temían la expansión de un poder cen-
tral sobre los Estados y la limitación crucial de la soberanía de cada uno de
ellos. El contradictor de Publius, el antifederalista Brutus, argumentaba,
siguiendo a Montesquieu, que en los Estados grandes, prevaleciendo pode-
res concentrados, se tiende al absolutismo, mientras que si se mantienen las
soberanías de Estados pequeños, se consolidan repúblicas. La tesis antife-
deralista sostenía que el republicanismo sólo podía sobrevivir conservando
poderes estatales no centralizados y bajo control popular. Con un sentido
casi profético se podía anunciar: “Cuanto más poderes se confiriesen al
centro, más se convertiría el gobierno nacional, y no el Estado, en la uni-
dad política de base, haciendo de Norteamérica, en el caso que fuera
gobernable, necesariamente un imperio, en el sentido peyorativo en que se
dice de la Roma tardía, y en oposición a una república”51.

1.3.3.1 La supremacía del Legislativo y la independencia judicial


Las teorías que han postulado la necesidad de distinguir y separar las dife-
rentes ramas del poder estuvieron destinadas a resolver el problema
recurrente – en todas las formas de Estado – del abuso de poder, cuando
éste se encuentra concentrado en un solo individuo, grupo o corporación.
Frente al absolutismo de las monarquías – tanto en Locke como en Mon-
tesquieu y en Rousseau – se trataba de hallar interpretaciones del poder
soberano, de la legitimidad de las autoridades, para establecer formulacio-
nes y combinaciones capaces de imponer límites a la independencia
absoluta de los reyes, quienes reunían en sus personas, la facultad de dictar
leyes, de ejecutarlas y ser, además, jueces supremos y recurso de apelación
en causas privadas y públicas.
Muchos autores hablarán, no sin razón, de la construcción de un “mito” de
la separación de poderes. Mito construido a partir de una interpretación
sesgada de la obra de Locke y, sobre todo, de Montesquieu. Un antecedente
lo hallamos en la tesis de Eisenmann (“L’esprit des lois et la séparation des
pouvoirs” Paris: Mélanges du Carré de Malberg, 1933), quien sostiene que
el capítulo sobre la Constitución de Inglaterra (Libro XI) “ha engendrado

51
BRUTUS - citado por HAMPSHER-MONK, Iain, op. cit., pág. 251
31
un «Mito» de la separación de poderes y una escuela de juristas (finales
del siglo XIX y comienzos del XX) (…) que tomaron como pretexto ciertas
fórmulas aisladas de Montesquieu para asignar a éste un modelo teórico
puramente imaginario”52.
Ciertamente, Locke concebía dos tipos de poderes en el sociedad política:
el de establecer leyes (legislativo) y el de forzar a su cumplimiento (ejecu-
tivo). Para él, el segundo sólo sería legítimo en la medida en que las leyes
establecidas por el primero también fuesen legítimas, es decir, sancionadas
por los representantes elegidos. En ese sentido, John Locke, no deja ningún
lugar a dudas al insistir en numerosas ocasiones sobre el rol supremo, di-
rector, subordinante, del poder legislativo sobre los otros poderes y
organismos del Estado, que era la manera de acentuar la primacía de la re-
presentación de la sociedad sobre la autoridad del monarca y de los
funcionarios por él nominados. Pues en el fondo, más allá de los enuncia-
dos constitucionales “(…) lo que es absolutamente necesario para ser ley”
es “el consentimiento de la sociedad”, en el sentido de que “nadie puede
ostentar el poder de hacer leyes (…) excepto por consentimiento y autori-
dad recibidos de la sociedad misma”53.
El único poder legítimo del Estado es el del consentimiento de la mayoría
representada en el legislativo y, de algún modo, este sistema de separación
de poderes, lejos de legitimar las autoridades ejecutiva y judicial, sólo les
concede la autoridad de la tradición, la sombra de un verdadero poder, ba-
sado en las ruinas que dejó tras de sí, la caída de la monarquía absoluta:
“Como la forma de gobierno depende de dónde se deposite el poder su-
premo, que es el legislativo (pues es imposible concebir que un poder
inferior prescriba lo que debe hacer otro superior, y no hay poder más alto
que el de dictar leyes), el tipo de Estado dependerá de dónde se deposite el
poder de legislar.”54
Vale decir, en esta “separación de poderes”, es el legislativo quién autoriza
y se sirve de los jueces. Y además, se trata de una separación de poderes,
vinculante, subordinante de los otros poderes: “sólo puede haber un poder
supremo que es el legislativo y al cual todos los demás deben estar subor-
52
ALTHUSER, Louis (1971) “Montesquieu, la política y la historia” Medellín: Cuadernos de
teoría y práctica, , pág. 98
53
LOCKE, John, op. cit., pág. 141.
54
Ibid., pág. 140
32
dinados (…)”55. ¿Es concebible una división rígida de poderes cuando se
plantea tal subordinación?
En cuanto a Montesquieu, las interacciones entre los poderes legislativo y
ejecutivo son tan numerosas que “no se comprende muy bien cómo pueden
conciliarse semejantes interferencias, tan importantes, de los poderes, con
la pretendida pureza de su separación”56. Montesquieu no presenta al judi-
cial como un poder decisorio y capaz de establecer un control específico
sobre los otros dos poderes del Estado, sino que “este poder es invisible y
como nulo” (“El espíritu de las leyes”, libro XI, cap. 6). El juez es sólo
una presencia, una voz: “Los jueces de la nación no son (…) más que la
boca que pronuncia las palabras de la ley, seres inanimados que no pue-
den ni modelar ni la fuerza ni el rigor de aquélla”57. Su función consiste en
recordar y decir la ley, lo cual no era desdeñable en una época en la cual no
existían aún las constituciones escritas – la primera, en Francia sería la de
1791 – y el derecho era fundamentalmente consuetudinario; un tema sobre
el que Montesquieu se extenderá notablemente, pues consideraba las leyes
como formalizaciones y racionalizaciones de las costumbres. En el fondo,
Montesquieu, presenta más el problema político de relación de fuerzas o
potencias en vez de un problema jurídico que concierne la legalidad y sus
esferas o competencias.
Para Jean-Jacques Rousseau, la separación de los poderes del Estado,
cuando escapa al control social efectivo en todos o alguno de sus compo-
nentes, puede engendrar fenómenos de autonomismo de sus instituciones y
que alguna de ellas se apodere de las funciones de las otras, estableciendo
un proceso degenerativo en las funciones básicas de los sistemas republica-
nos.
Pero estas lógicas y estas teorías acerca de la separación e interacción de
los poderes del Estado, van a sufrir alteraciones muy profundas cuando se
confronten a realidades sociales, históricas, culturales y políticas diferentes,
como las que hallamos en la constitución de los Estados Unidos. Es allí
cuando nace esa concepción de la división “pura” de tres poderes, con

55
Ibid., pág. 154
56
ALTHUSER, Louis, op. cit., pág. 112
57
MONTESQUIEU, op. Cit., Libro XI
33
competencias estrictamente separadas y con orígenes igualmente diversos:
el poder judicial, el poder ejecutivo y el poder legislativo.
Así Hamilton establece el siguiente matiz en los derechos soberanos del
pueblo: “(existe) un derecho del pueblo para alterar o abolir la constitu-
ción establecida siempre que la encuentre incompatible con su felicidad;
con todo no se ha de inferir de este principio que los representantes del
pueblo, siempre que se dé la casualidad de que una inclinación pasajera se
apodere de una mayoría de sus electores y sea incompatible con las dispo-
siciones de la constitución existente, estuvieran, por esa causa, justificados
para violar tales disposiciones (…)”58. Para Hamilton la “voluntad popu-
lar” se expresa en los dictados inconmovibles de una Constitución que
impone límites a las facultades legislativas de los representantes electos en
el Congreso. En contraste con los teóricos europeos, no aparece una supre-
macía del legislativo en el ordenamiento estatal, sino más bien una facultad
extendida de los jueces – como “guardianes de la constitución” - para hacer
valer la revisión constitucional de los actos del legislativo.
De hecho, la Constitución de 1787 no estableció la revisión de los actos
legislativos, aunque, para Hamilton, ésta sería una función esencial de los
tribunales federales. En especial, tal competencia judicial despertó resque-
mores y dudas entre los confederados pues la revisión judicial no sólo
eliminaría la supremacía del legislativo sobre los otros poderes, sino que
ubicaba al poder judicial como intérprete último y definitivo de la constitu-
ción, como autoridad suprema de la república.
Hamilton salió al paso de esas objeciones, defendiendo la supremacía bási-
ca de la constitución sobre los tres poderes del Estado.
En esta corriente constitucionalista estadounidense la separación de pode-
res será entendida como división y compartimentación, donde cada poder –
o departamento, como se le llamaba entonces – abarcaría una esfera propia.
Cada poder sería asegurado, sin interferencias, en cada ámbito, por un ór-
gano rigurosamente distinto de los otros órganos. Sobre todo, se trataría de
limitar el presumible abuso de poder del poder legislativo y, eventualmen-
te, del poder ejecutivo, de donde el poder judicial aparecería en una

58
HAMILTON, A.; MADISON, J. y JAY, J. “El Federalista” Nº 78 (The Federalist Papers),
se consigue en:
http://www.historiayderecho.com.ar/constitucional/hamilton_madison%20el%20federalista.pdf
34
situación de garante jurídico y constitucional del conjunto del sistema y el
único capacitado de interpretar que tan “pasajeras” o no, sean las inestables
inclinaciones de la voluntad mayoritaria.
En este sistema la legitimidad constitucional se ubica por encima de la legi-
timidad de la voluntad popular, pues esta última, a diferencia de la
constitución, no tiene por qué ser estable y puede cambiar de sentido según
hacia dónde se inclinen sus tendencias mayoritarias. Ése sería el fundamen-
to de una república, guiada por una dualidad de principios: el principio
liberal – imperio de la ley y la constitución rígida - y el principio democrá-
tico o de representación popular.
La primacía de la ley sobre la voluntad popular “pasajera” e inestable – de-
bía asegurarse poniendo en pie de igualdad el tercer poder, el judicial, que
si los europeos, como vimos, no consideraban como un verdadero poder, ni
mucho menos independiente, sí consideraban que los jueces debían ser
“imparciales”, no ser “parte interesada” en las causas a juzgar, lo cual ter-
minará por crear la ficción de que debía centrarse en ellos – y no en el
legislativo – la legitimidad y la estabilidad del Estado liberal, como sistema
de “frenos y contrapesos” bajo el imperio de una ley inamovible.
La idea que subyace en esta concepción del sistema de frenos y contrapesos
es que el poder absoluto, es decir ilimitado, es tiránico en sí mismo. Una
idea que, tanto Madison como Hamilton, retoman de Locke y de Montes-
quieu, pero que cobrará un giro distinto en los autores estadounidenses.
Publius señala en El Federalista Nº10: “los cuerpos legislativos sin control
al igual que el poder sin control en cualquier otro lugar, podría acabar
mostrándose tiránicos”59.
Mientras que para los clásicos europeos, la limitación del poder absoluto es
un problema de fuerzas sociales – nobleza, burguesía – frente al despotis-
mo del monarca, y donde no es cuestión de generar un poder superior a
estas fuerzas, en Publius, se trata de un control y un freno institucional – un
poder judicial autónomo e independiente – capaz de controlar y contrapesar
los dos peligros que visualizaban en el establecimiento de la república libe-
ral: el “de la tiranía de la mayoría” – representado en el congreso - y el de

59
Citado por HAMPSHER-MONK, Iain, op. cit., pág. 277
35
“un ejecutivo despótico”. Madison llegó a sostener que se trata de evitar
“las combinaciones opresivas de una voluntad mayoritaria”60.
El poder judicial se establece como una garantía final de la primacía de la
constitución en el seno de una república popular a través de la supremacía
federal sobre los Estados. Publius sostenía en El Federalista Nº 80: “(…) se
ha de convertir en un poder tan independiente como sea posible de las de-
más ramas del gobierno nacional, por su modo de designación no es
popular, y mediante la titularidad del cargo que es, mediante un ‹buen
comportamiento›, ilimitada”61.
Los tres poderes también tienen autonomía organizativa entre sí, lo cual
conducirá – si los poderes se hallan debidamente equilibrados – a decisio-
nes de consenso, no necesariamente apoyadas por la voluntad popular
mayoritaria.
En la búsqueda de ese complejo equilibrio político-institucional, Madison
apoyaba – en caso de conflicto - la primacía final del Gobierno nacional
sobre los Estados federados, pues cuestionaba severamente los mecanismos
de democracia directa. También el mismo poder legislativo precisaba ser
dividido y equilibrado, pues, en los gobiernos republicanos era la rama más
poderosa. En el Federalista Nº 51, defendió la idea de dividirlos por “dife-
rentes modos de elección y principios diferentes de acción, para que
estuvieran tan desvinculados como fuera posible”62. Madison justifica la
escisión como un modo de disminuir aquello que consideraba un poder de
otro modo peligrosamente preponderante en el gobierno representativo.
Los antifederalistas – Brutus – criticaron este sistema de división y equili-
brio de los poderes porque temían la opresión de un gobierno central y que
el poder judicial federal – dotado de instrumentos de control tan poderosos
sobre el legislativo – terminase por ejercer el poder de éste, ya que los
diputados terminarían promulgando sólo aquellas leyes que los jueces de
las altas cortes se dignasen a aprobar. Una situación que, en la actualidad,
no nos es ajena. Brutus señalaba que el poder de la judicatura para determi-
nar la constitucionalidad de la legislación abarcará finalmente una suerte de
autoridad legislativa. Los cuerpos legislativos: no aprobarán leyes “sabien-

60
Ibid., pág. 277
61
HAMILTON, A.; MADISON, J. y JAY, J., op. cit., Nº 80 (The Federalist Papers)
62
Ibid., Nº 51(The Federalist Papers)
36
do que los tribunales no las aplicarán” y “El juicio judicial en la constitu-
ción, - es decir, el control de constitucionalidad - se convertirá en la norma
con la que guiar el cuerpo legislativo”63.

1.4 El impacto político de las reformas judiciales en América Latina


1.4.1 La independencia judicial frente a la movilización social
Las concepciones acerca de la independencia rígida de los poderes del Es-
tado, y de su obligado corolario en la independencia y autonomía judicial,
son propias del momento histórico estadounidense, luego de lograda su in-
dependencia como conjunto de estados federados y, según Atilio Borón:
“obedecen al diseño constitucional forjado por los padres fundadores de la
constitución norteamericana que no ahorraron argumentos para desalen-
tar, o impedir, la participación de la plebe en los asuntos públicos”64.
Se podría agregar que ese énfasis por contrapesar y frenar la participación
de las mayorías en los asuntos públicos, se iría a reavivar notablemente
cuando se ampliasen las bases sociales del gobierno representativo - me-
diante la extensión del sufragio y esa “plebe” adquiriese un peso político
determinante en la conformación del gobierno legal.
Sin embargo, ya desde finales del siglo XIX, al mismo tiempo que se con-
solidaban procesos de democratización en las sociedades desarrolladas,
como la extensión del sufragio universal masculino, la adquisición de dere-
chos de asociación y expresión, y se va prefigurando el llamado Estado de
derecho, se afirman también las tendencias de pensamiento político, judi-
cial y económico, que ubican a las instituciones liberales, diseñadas en la
constitución estadounidense, como el modelo óptimo de desarrollo econó-
mico, político y social. Richard Rose, en “A model of Democracy” de
1974, explicaba que con “(…) la confianza nacida del aislamiento conti-
nental, los americanos han acabado por creer que sus instituciones – la
presidencia, el congreso y el Tribunal Supremo – son el prototipo de lo que
debería ser adoptado en cualquier otra parte”65. Una confianza que se
acrecienta, notablemente, con el triunfo aliado en la segunda guerra mun-

63
BRUTUS, “Essays of Brutus”, Nº XVI, Dry, Anti-Federalist, pág. 188, citado HAMPSHER-
MONK, Ian op. cit., pág. 298.
64
BORÓN, Atilio A., op. cit., pág. 32.
65
Citado por LIJPHART, Arend, op. cit., pág. 22.
37
dial, pero que adquiere ribetes de convicción unilateral y cierto espíritu de
superioridad, luego de la caída del muro de Berlín.
El llamado institucionalismo norteamericano – desde fines del siglo XIX -
estimula la reverencia casi supersticiosa al texto de la constitución y sus
órganos, entronizando, por ello mismo, al poder judicial del Estado, como
el garante supremo del Estado de derecho y como la salvaguarda funda-
mental de los principios liberales – derecho de propiedad y estabilidad en el
cumplimiento de los contratos entre particulares – en situaciones de ascen-
so de la movilización popular (populismo norteamericano, auge de las
trade-unions inglesas y propagación del socialismo francés) y la extensión
– sin parangón hasta la fecha – de las libertades democráticas de los indivi-
duos y sus agrupamientos.
Es también a finales del siglo XIX que Commons emprende el estudio eco-
nómico de la ley. Commons formuló el principio, desde la economía, que la
escasez económica conduce al racionamiento y a la competencia entre di-
versos intereses por capturar los recursos disponibles. La presencia del
Estado y de reglas de negociación entre tales intereses tornaría en pacífico
un enfrentamiento entre intereses que de otra manera llevaría a la violencia
privada.66
El llamado neoinstitucionalismo, que se derivará de estas posturas – y en la
actualidad de los trabajos de Douglass North, premio Nobel de Economía
1993, comprenderá que la evolución social será, ante todo, un fortaleci-
miento de las instituciones administrativas y judiciales del Estado, las
cuales adquieren un valor determinante en la regulación de la sociedad por
vías pacíficas, al mismo tiempo que permiten el desarrollo económico, en-
tendido como libre juego del mercado no entorpecido por intervenciones
políticas del Estado.
North se interesa especialmente por las relaciones sociales de producción
entre las que incluye a los derechos de propiedad y la estabilidad en el
cumplimiento de los contratos; estabilidad que debe ser asegurada por las
instituciones jurídicas en el marco de una sociedad sometida al imperio de
la ley. Las Instituciones serán definidas como “sistemas de incentivos que
guían el comportamiento de los agentes económicos” y, en ese sentido, se
66
RUTHERFORD, Malcolm (1996) “Institutions in Economics” Cambridge: University Press,
pág. 110.
38
establece un sistema de dirigismo social, basado, especialmente, en la vita-
lidad, independencia y autonomía de las instituciones de justicia por sobre
las instancias de decisión política67.
Esta visión teórica, en donde se enfatiza la vigencia de los derechos indivi-
duales, va a ejercer una poderosa influencia en las políticas aperturistas y
reformadoras del Banco Mundial, a partir del Consenso de Washington y,
especialmente, durante la llamada “segunda generación de reformas” o
Consenso de Santiago. La segunda generación de reformas irá a comple-
mentar los alcances de la reforma estrictamente económica y se centrará en
el fortalecimiento de la independencia y autonomía del poder judicial en los
países de América Latina68.
La revisión, sea desde el enfoque neoliberal o neoconservador, del modelo
de frenos y contrapesos que se va a operar luego de la segunda guerra
mundial, tenderá a acentuar dos rasgos del sistema destinados a sofrenar los
excesos de las olas democratizadoras que se suceden en diversas regiones
del planeta:
a) Uno de esos rasgos se presenta como la extensión del sistema judicial
como modelo universal de legalidad, adecuado, claro está, a las caracte-
rísticas propias de cada país. Vale decir, tendiente a establecer la
extraterritorialidad de la norma jurídica, con sus efectos de debilita-
miento sobre las soberanías nacionales. Bertrand Badie analizó ese tema
en su obra “Un mundo sin soberanía”.
b) El otro rasgo consiste en reforzar las instituciones legal-formales (li-
berales) del Estado de derecho, como entes sustitutivos, en algunos
casos, o alternativos, en otros, de los designios de la voluntad popular en
cada país, con el consiguiente, debilitamiento del proceso democratiza-
dor – en sentido propio – emprendido en las sociedades emergentes.

67
KALMANOVITZ, Salomón (2001) “Las instituciones y el desarrollo económico en Colom-
bia” Bogotá: Editorial Norma,
68
BANCO MUNDIAL (1997) “Informe sobre el Desarrollo Mundial” Banco Mundial,;
BANCO INTERAMERICANO DE DESARROLLO (2000) “Desarrollo más allá de la econo-
mía” – BID; BANCO INTERAMERICANO DE DESARROLLO (2006) “La política de las
políticas públicas” Dpto. de Investigación - Informe, se consigue en:
http://www.iadb.org/res/ipes/2006/index.cfm
39
1.4.1 Postulados de la Segunda generación de reformas y su impacto en
América Latina
Siguiendo los avatares de la ola democratizadora – especialmente el fin de
las dictaduras en Brasil, Argentina, Uruguay y Chile, en el cono sur – se
impulsarán las reformas económicas en prácticamente todos los países de la
región. Dicha apertura de las economías, operada durante finales de los
años 80 y comienzo de los 90, será impulsada en una situación definida por
la crisis del Estado-nación en la conducción económica y el alto endeuda-
miento externo de las economías. Se responsabilizó no sólo a los Estados y
a sus políticas económicas por sus déficits fiscales, sino en general, se puso
en tela de juicio toda la institucionalidad que soportaba la matriz estadocén-
trica del Estado desarrollista latinoamericano, que antaño lo habilitaba para
penetrar, orientar y controlar extendidos sectores productivos e intervenir
en la redistribución del excedente económico69.
Los propósitos expresos de la apertura se cifraron en la búsqueda del ajuste
estructural de la economía, los planes de estabilización macroeconómica y
la liberalización del comercio como respuesta al fracaso del modelo de
desarrollo económico centrado en el Estado, el “estado-centrismo”70 y la
consiguiente pérdida de capacidad del Estado-nación para la dirección de la
política económica. La independencia de la banca central, con respecto a
las orientaciones del gobierno de cada país, es una muestra elocuente de esa
limitación de los alcances de las decisiones soberanas de los gobiernos lati-
noamericanos en beneficio de instancias de decisión de tipo técnico-
colegiado. El objetivo último del ajuste estructural era – y continúa siendo -
una redefinición de las relaciones entre el Estado y el mercado, tendiente al
“mercado-centrismo” y una baja intervención política estatal.
Con la excepción de Chile – aún gobernado por Pinochet – los programas
de ajuste estructural y de estabilización ortodoxa se realizaron bajo gobier-
nos republicanos electos: “Como consecuencia de este proceso de
convergencia se produjo una reducción del «campo de lo posible», es decir
de las opciones políticas y modelos conceptuales alternativos a la disposi-

69
MOLINA GIRALDO, Jesús María, op. cit., pág. 47
70
CAVAROZZI, Marcelo (1995) “Más allá de las transiciones a la democracia en América
Latina”, en: REYNA, José Luis (comp.) “América Latina a fines de siglo”, Fondo de Cultura
Económica, México, pp. 460-485.
40
ción de los países en desarrollo para formular estrategias de desarrollo
autónomas”71.
Una vez iniciadas las medidas del ajuste estructural y en previsión de su
impacto en la sociedad, se consideró importante la realización de un proce-
so de “fortalecimiento institucional” encaminado a garantizar el eficiente
funcionamiento del mercado y la contención de los efectos sociales negati-
vos de las reformas precedentes72. De allí surgieron las medidas orientadas
al fortalecimiento institucional que conformarán la llamada “segunda gene-
ración de reformas”. Estas entidades promotoras, insatisfechas por la escasa
eficacia de la ayuda para el desarrollo, presentarán una perspectiva más
abiertamente política sobre las reformas institucionales necesarias para
consolidar y profundizar las reformas económicas originales73.

1.4.1.2 El sentido político de la reforma judicial y su aporte a la participa-


ción ciudadana
Su sentido político, como lo señala el informe del Banco Mundial de 1997
y el del Banco Interamericano de Desarrollo de 2000 sobre el “Desarrollo
más allá de la economía”, se remite a las tesis de la corriente neoinstitu-
cionalista de la economía, según las cuales las instituciones estatales – en
especial las judiciales – desempeñan un rol determinante en la transforma-
ción económica de las sociedades y en la formulación de políticas
públicas74.
Tal enfoque neoinstitucionalista concluye que variables como: estabilidad
política, seguridad jurídica, garantía de derechos de propiedad, cumpli-
miento de contratos y adecuado manejo de las funciones públicas, entre
otras, como la “adaptabilidad” de los gobiernos locales, tienen un impacto
significativo sobre la tasa de crecimiento económico. Es necesario agregar
que también tienen un efecto sobre el sistema político, en la medida que –
como vimos – alteran el centro de gravedad de la toma de decisiones en el
Estado, pasando éste, de las autoridades electas por la voluntad mayoritaria
71
SANTISO, Carlos (2001) “Gobernabiidad democrática y reformas económicas de segunda
generación en América Latina” La Rioja: Universidad de La Rioja (España), pág. 4, en internet:
http://www.iigov.org/revista/?p=8_10
72
GARCÍA, José (2003) “De la primera a la segunda generación de reformas del estado en
América Latina: Giro Ideológico y cambio conceptual” En: Cuadernos de Economía, v. XXII,
Bogotá,.
73
Ibid., pág. 6
74
SANTISO, Carlos, op. cit., pág. 7-8
41
- Legislativo y Ejecutivo - a las surgidas por el equilibrio y el consenso con
las instituciones de la administración estatal y del sistema de justicia. No
necesariamente coinciden. El “buen gobierno” – preconizado por el Banco
Mundial – no necesariamente coincide con el “buen gobierno” visualizado
como representativo de la voluntad general.
Desde esa dimensión de la reforma, el tema del fortalecimiento de los sis-
temas judiciales y la administración de justicia ha cobrado una importancia
inédita. Las justificaciones que presentan quienes alientan esta reforma res-
catan dos características fundamentales de la independencia judicial:
a) La independencia judicial aseguraría la imparcialidad del sistema,
vale decir que las decisiones de los jueces no serían influidas por cri-
terios personales o políticos partidistas. Si los organismos judiciales
adquieren independencia y autonomía, no habría ni presiones, ni in-
terferencias de ningún sector sobre la actuación de los jueces. “De
esta forma el poder político constituye la amenaza más seria a la in-
dependencia judicial, principalmente porque las decisiones que
están en juego son la mayoría de las veces vitales para los gobier-
nos.”75
b) La independencia judicial aseguraría la estabilidad – mantenimiento
del statu quo – de las decisiones político-económicas, pues de esa
forma los compromisos asumidos por el gobierno en la formulación
de sus políticas tendrían mayor credibilidad. El cambio unilateral de
políticas por parte del ejecutivo o el legislativo, sería casi imposible
por el control de constitucionalidad ejercido por las altas cortes y la
independencia acordada igualmente a las bancas centrales.
La decisión sobre política económica sigue escapando al gobierno repre-
sentativo, en la medida que dos cuerpos independientes del mismo, la
banca central y el poder judicial, podrían, por sí mismos, regular los movi-
mientos económicos nacionales o, mejor dicho, asegurar la liberalización
de cada mercado interno, con independencia del gobierno y del legislativo.
Como lo argumenta Carlos Santiso: “La tendencia funcionalista e instru-

75
SIFONTES, Domingo “Análisis neoinstitucional de algunos problemas económicos”, en:
"Contribuciones a la Economía" Estado de Carabobo Venezuela, revista académica mensual
Número Internacional Normalizado de Publicaciones Seriadas ISSN 1696-8360, se consigue en:
www.eumed.net/ce/ds-neoinst.htm
42
mentalista de esta lógica tiende, sin embargo, a desvalorar la importancia
y la autonomía de la política como vector de cambio”76.
Con la aclaración de que en cada país de la región la reforma judicial debía
amoldarse a las condiciones internas, el proyecto del Banco Mundial im-
pulsó medidas generales que afectan las estructuras de los órganos judicia-
judiciales en muchos ámbitos de los cuales señalo los más significativos
para nuestro tema:
x
En el ámbito institucional y orgánico: Fortalecer la autonomía del
sistema judicial e introducir nuevas instituciones, mediante la crea-
ción de Consejos de Judicatura o de Magistratura, allí donde no
existieran previamente; creación de Cortes Constitucionales, encar-
gadas del control y/o veto de medidas de gobierno (Legislativo y
Ejecutivo) por desacuerdo con la interpretación de la norma constitu-
cional y otras instancias como las Defensorías del Pueblo y Fiscalías
o Ministerios Públicos, como ente acusador, igualmente indepen-
dientes.
x En el ámbito formativo: Impulso a la carrera judicial, mediante nue-
vos sistemas de selección, nombramiento y promoción de
magistrados, con el fin de superar la politización tradicional.
x En el ámbito de la organización y gestión institucional: Moderniza-
ción y tecnificación de la gestión institucional. Racionalización de
los servicios mediante la creación de nuevos modelos organizativos
en despachos judiciales y tribunales. Asegurar mayores recursos pú-
blicos para la administración de justicia sin depender de la
aprobación del ejecutivo, con el fin de dotar al cuerpo de autonomía.
Mejora de los honorarios de los jueces e inversión en infraestructura
y equipamiento77.
Evidentemente, el debilitamiento del rol de los poderes ejecutivo y legisla-
tivo, debía apoyarse en una restitución plena de los derechos civiles e
individuales, por lo cual se apoyarían medidas tendientes a sustituir las
formas clásicas del sistema representativo, dadas a través de los partidos

76
SANTISO, Carlos, op. cit., pág. 7.
77
COMISIÓN ANDINA DE JURISTAS (2000) “La reforma judicial en la Región Andina.
¿Qué se ha hecho, dónde estamos, adónde vamos?”, Lima: C.A.J., pág. 21-22
43
políticos, por un nuevo sistema participativo, donde el ciudadano – dotado
de todos los derechos – pudiera acceder directamente a la justicia.
Esta dinámica terminaría por mermar el papel de los partidos políticos co-
mo órganos casi exclusivos de representación ciudadana, con una
consiguiente consolidación del poder judicial como árbitro – acaso supra-
partidista - de las decisiones políticas del Estado y actor fundamental en el
diseño de políticas públicas. Los planes de ayuda al desarrollo del Banco
Mundial, del BID y de otras bancas multilaterales se vieron condicionados
al cumplimiento de estas metas de reforzamiento del poder judicial y some-
tidas a un estricto control por parte de las entidades crediticias.78
Con anterioridad al Consenso de Santiago, ya en 1991, y por iniciativa del
Tribunal Supremo de los Estados Unidos y de su presidente William H.
Rehnquist, se estableció el Comité de Relaciones Judiciales internaciona-
les, con la misión de “supervisar el intercambio judicial internacional”,
impulsar la independencia del poder judicial en el mundo, considerándola
en sus aspectos universales, pues, una vez establecida “mantenerla y refor-
zarla es un proceso peculiar a cada sociedad”79 y, con ese propósito,
ayudar a establecer Consejos de Judicatura en el mundo. Mediante la capa-
citación y las visitas e intercambios de jueces federales de Estados
Unidos80, se debía propiciar la independencia y autonomía de aparatos de
justicia apropiados a las nociones de una justicia universal.
El comité impulsa el establecimiento de Judicaturas independientes en los
diversos Estados, basándose en la experiencia norteamericana, no sin una
notable dosis de etnocentrismo: “(...) podemos decirles qué es lo que ha
funcionado en Estados Unidos” pues, de algún modo, según la juez Cynt-
hia Hall, presidenta de esta institución judicial de alcance mundial: “Hemos
comprobado que la independencia judicial puede estar mejor protegida si
los tribunales son una rama separada del Estado y controlan su propio
presupuesto y personal”80. Según esta orientación – y que tanta influencia
78
OCAMPO, José Antonio y MARTÍN, Juan (coordinadores) (2003) “Globalización y desarro-
llo – Una reflexión desde América Latina y el Caribe” Bogotá: Coedición de Banco Mundial y
Alfaomega Colombiana S. A.
79
PITTS, David (entrevista) (1996) “La protección de la independencia del poder judicial: Un
esfuerzo mundial” Entrevista a la juez Cynthia HALL del Tribunal de Apelaciones, noveno
circuito, Pasarena, California, presidenta del Comité de Relaciones Judiciales Internacionales.
Publicaciones electrónicas de USIS, Vol. 1, Nº 18, diciembre. Se consigue en:
http://usinfo.state.gov/journals/itdhr/1296/ijds/pitts.htm
80
Ibid.
44
ejerció en Latinoamérica – se debe tender al carácter vitalicio del cargo de
los jueces pues “es difícil tener una judicatura independiente si los jueces
tienen que ser elegidos”, dar garantías de una retribución adecuada para los
mismos y brindarles protección contra la interferencia política.

1. 5 Apuntes para un debate: politización de la justicia o judicializa-


ción de la política
Algunos autores explican la existencia de un poder judicial independiente
por el papel especial de grupos de interés en la producción de políticas pú-
blicas y de leyes favorecedoras de sus intereses particulares. Representa
entonces la lógica de los lobbies, en donde los políticos locales serían com-
prendidos como maximizadores de rentas y, en ese carácter, “venden”
legislaciones a grupos de interés que presionan y obtienen determinadas
normas favorables. Luego – y he aquí la reprochada inestabilidad - los polí-
ticos pueden romper sus compromisos y variar las leyes aprobadas.81 Una
visión explícita en la labor del Comité de Relaciones Judiciales Internacio-
nales: “Creo que las democracias emergentes, sobre todo, valoran los
beneficios y la necesidad de una judicatura independiente no sólo para sus
propios ciudadanos, sino también para estimular la inversión extranje-
ra”82.
El condicionante económico de las soberanías políticas en naciones endeu-
dadas, tuvo el valor de un argumento irrefutable para las elites dirigentes
bipartidistas de los años 80 y 90. Aquellos mismos años que escenificaron
la visible norteamericanización de la política latinoamericana especialmen-
te por la dilución ideológica de la competencia electoral y la obsesión de
los partidos por ocupar el “centro” del espectro ideológico83.
El énfasis puesto en la estricta independencia y autonomía del sistema judi-
cial, como control y contrapeso de los poderes emanados de la
representación, plantea un cambio en los equilibrios internos estatales. Este
cambio tiende a acentuar la conservación del statu quo, por las atribuciones
reactivas que otorga a las cortes en el control y censura constitucional de
81
BURGOS SILVA, Germán “¿Qué se entiende hoy por independencia judicial? Algunos ele-
mentos conceptuales” En Internet: www.ilsa.org.co/IMG/pdf/burgos.pdf
82
PITTS, David (entrevista) op. cit.
83
BORÓN, Atilio, op. cit., pág. 31-32
45
los actos legislativos. Conducidos de manera rígida, esos cambios pueden
llevar a judicializar la vida política, desde el momento en que las atribucio-
nes se extienden a un poder proactivo, a través de las sentencias,
invadiendo, en ese caso, más que evidentes competencias legislativas.
Para realizar una medición de la independencia judicial en una nación, se
han ensayado algunos procedimientos. Los indicadores de los cuales se
puede disponer provienen a menudo de entrevistas con los mismos actores
del sistema judicial y de empresarios. El otro tipo de datos son los relativos
a la duración en sus cargos de los jueces nominados. Supuestamente – y
este supuesto es subjetivo – una mayor duración en los cargos de los jueces
significa una mayor independencia política del judicial. La duración en sí,
se puede medir de manera “objetiva”, pero no el criterio que da validez a
ese aserto. ¿El carácter vitalicio de algunos cargos de magistrado significa
que no reciben ni imparten influencias políticas, económicas o sociales?
Sin embargo, esos son los datos de los cuales se puede disponer a la hora
de ponderar el grado de independencia judicial, como lo hicieron Feld y
Voigt, para el Foro Económico Mundial de 2004 (ver Tabla 1).
Como lo señala el profesor Peretti de la Universidad de Santa Clara, resulta
casi obvio decir que “en la realidad la independencia judicial siempre es
limitada, que está condicionada políticamente, que empíricamente no se ha
demostrado que permita garantizar los objetivos a los que se asocia, y que
en las altas cortes la independencia de que gozan los jueces es usada para
impulsar sus preferencias ideológicas”84. Vale decir, que la independencia
judicial sería una construcción social, política y cultural y no propiamente
un modelo reproducible a voluntad en todo tiempo y lugar.
Naturalmente, los condicionamientos políticos a los que se encuentra sujeto
el poder judicial no se manifiestan de la misma forma en los distintos regí-
menes políticos ni en los diferentes sistemas de partidos. En la especie, la
politización del sistema judicial y de su judicatura, aparece con mayor evi-
dencia “(…) cuando el poder político está controlado por un solo partido o
movimiento compacto y unido durante un período prolongado de tiempo,
se aumentan la capacidad y los incentivos del ejecutivo y el legislativo pa-

84
Citado por BURGOS SILVA, Germán, op. cit., pág. 30
46
ra introducir reformas que conlleven a la subordinación de los jueces y las
cortes y, especialmente, la neutralización de sus poderes de control”85.
Tabla 1
Independencia a Independencia judicial de
País (escala 1–7) facto (escala 0–1)
Argentina 1.80 0.33
Bolivia 1.70 0.56
Brasil 3.90 0.49
Chile 4.60 0.58
Colombia 3.10 0.53
Costa Rica 3.80 0.92
República Dominicana 3.60 -
Ecuador 1.90 0.39
El Salvador 2.90 n.a.
Guatemala 2.20 0.53
Honduras 1.90 -
México 3.30 0.71
Nicaragua 1.60 0.32
Panamá 2.20 0.39
Paraguay 1.40 0.49
Perú 1.90 0.16
Uruguay 4.80 0.45
Venezuela 1.20 0.40
- No se dispone de datos.
a
Foro Económico Mundial. Esta variable es la respuesta promedio de los ejecutivos de
empresa encuestados en cada país al enunciado: “El Poder Judicial de su país es indepen-
diente de influencias políticas de funcionarios de gobierno, ciudadanos o empresas” (1 =
no, existe una fuerte influencia; 7 = sí, es totalmente independiente).
b
Feld y Voigt (2003). El índice de independencia judicial de facto de Feld y Voigt se
basa en criterios objetivos como la duración efectiva del nombramiento de los magistra-
dos, desviaciones de la duración del nombramiento de jure, remoción de los jueces antes
de concluir su mandato, aumentos del número de jueces de la Corte y cambios en el pre-
supuesto de la Corte Suprema y en el ingreso real de los magistrados, entre otras cosas.
Fuentes: Foro Económico Mundial (2004); Feld y Voigt (2003).

85
BURGOS SILVA, Germán, op. cit., pág. 31
47
Burgos Silva, con una intención sin duda diferente, nos remite a una defini-
ción de “independencia judicial” que no elude, en buena lógica, a la
politización inherente a este cuerpo del Estado: la independencia judicial
sería el producto del balance del poder entre al menos dos partidos políti-
cos con fuerza similar, y donde ninguno ejerce un control monolítico. Sin
embargo, repartida o monolítica, con partido hegemónico o con bipartidis-
mo de alternancia, la influencia politizadora del ejecutivo y el legislativo
sobre la composición de las altas cortes del Estado, parece ser un albur del
cual no pueden evadirse los sistemas judiciales, a no ser que ejerzan ellos
mismos una influencia determinante, judicializando los sistemas políticos.
Con mucha sensatez el profesor Peretti señala la inconveniencia para cual-
quier gobierno, de intervenir en la composición de un cuerpo judicial
cuando existe congruencia ideológica entre las ramas, “no parece útil, ne-
cesario ni conveniente intentar atacar y controlar una institución que
apoya ampliamente las políticas propias”. Ese parece ser un dilema resuel-
to. Si bien la congruencia ideológica entre las ramas confirma más que
refuta la amplia politización del judicial en los regímenes latinoamericanos,
cualquiera sea su sistema de partidos. Así, el presidente argentino Carlos
Menem – cuando aún prevalecía un bipartidismo bastante balanceado entre
el Partido Justicialista y la Unión Cívica Radical – decidió elevar el número
de miembros de la Corte Suprema de Justicia, establecido constitucional-
mente en cinco, a nueve miembros, con el fin de ubicar a cuatro de sus
correligionarios peronistas en esta alta corte. Como se ve, aún si no existe
una “congruencia ideológica” inicial, siempre es posible que las ramas con-
cuerden cuando las decisiones provienen del sillón presidencial.
Aún sin injerencias abruptas del ejecutivo o el legislativo sobre el poder
judicial, sin destituciones masivas, ni nominaciones escandalosas, los jue-
ces de las altas cortes del Estado permanecen como actores políticos
perfectamente inmersos en el juego de poderes del Estado y ése también es
un hecho presente en varias experiencias latinoamericanas. El gobierno chi-
leno de Allende toleró – muy constitucionalmente - la abierta hostilidad
ideológica de la Suprema corte, lo cual no impidió que su presidente, Enri-
que Urrutia Manzana, bendijera el golpe de Estado de Pinochet y, cuando
éste asumió el mando puso la banda presidencial al general y orgullosa-

48
mente declaró “dejo el poder judicial en sus manos”86. Es difícil sustraerse
al estupor cuándo se considera que la misión de la Suprema corte es res-
guardar las leyes en acuerdo con los principios constitucionales y el de las
Fuerzas armadas el defenderlas.
El sofisma de la concepción que pretende la despolitización rigurosa de los
altos tribunales – suprema corte, corte constitucional – consiste en pensar y
en hacer creer que la democracia y los derechos fundamentales de los ciu-
dadanos están mejor protegidos allí donde los poderes del parlamento y el
gobierno electos, se encuentran bajo la regencia de un poder colegiado.
La independencia y autonomía rigurosas del poder judicial, así como el
apego rígido a los textos constitucionales, según la interpretación de magis-
trados y los poderes acrecentados para controlar, depurar o vetar las
decisiones del legislativo y el ejecutivo, conduce entonces a una judiciali-
zación de la política y a introducir, subrepticiamente, elementos de
oposición política ajenos al sufragio popular, es decir a los recursos propios
de las decisiones democráticas.
Así presenta Ramseyer esta intromisión judicial en las instancias guberna-
tivas: “La creación de un judicial independiente formaría parte de las
condiciones institucionales para hacer oposición al gobierno de turno y
limitar sus posibilidades de acción”87.
Los políticos electos y los representantes populares, dada la profusión
abrumadora de fallos y sentencias de alcance político pronunciadas por las
altas cortes, deben necesariamente ingresar en el dédalo de interpretaciones
judiciales, ajustar hasta la minucia sus propuestas y acciones legislativas, y
terminarán votando sólo aquellas leyes con posibilidades de ser aprobadas
por las instancias judiciales, tal como lo había predicho Brutus, el contra-
dictor de los federalistas.
En esas condiciones, el verdadero poder, la auténtica autoridad suprema del
Estado es la facultad de interpretación de las leyes y de control de constitu-
cionalidad, cuyos órganos gozarán de la independencia y la autonomía de
la cual carecerán los representantes electos por la voluntad y el mandato

86
FISS, Owen (1993) “The right degree of independence” en: STOTZKY, Irwin “Transition to
democracy in Latin America: the role of the judiciary” pp55-73, Boulder-San Francisco-
Oxford, Westview press.
87
Citado por BURGOS SILVA, Germán, op. cit.
49
popular. Un indicador coherente para medir esta judicialización de la polí-
tica podría ser el número de representaciones legislativas basadas en perfi-
perfiles profesionales ligados a la jurisprudencia, sobre el número total de
representantes.
Como lo afirma Burgos Silva: “Un poder judicial independiente constitui-
ría, entonces, un instrumento fundamental para controlar al partido en el
poder y afectar sus capacidades de acción vía la judicialización de la polí-
tica”88. Una situación que se presenta cada vez con mayor recurrencia en
las repúblicas sudamericanas inmersas todas en procesos de reforma judi-
cial, a la vez que son protagonistas de la emergencia de pujantes
movimientos sociales que acceden, en muchos casos por vez primera, a ha-
cer gravitar su voluntad en las decisiones de gobierno.
La ausencia de mecanismos de elegibilidad de los jueces de las altas cortes,
la debilidad de los sistemas de control democrático – en el sentido de some-
timiento al escrutinio público de la actuación judicial – y, sobre todo, el
carácter vitalicio de algunos cargos judiciales, crean la percepción pública,
bastante comprensible por lo demás, de que esta corporación estatal repre-
senta, potencialmente, un serio obstáculo a las expectativas de
democratización de las sociedades latinoamericanas.
Aún analistas políticos favorables al “verdadero control del poder políti-
co” por parte del judicial89 estiman desaconsejable defender el carácter
vitalicio de los jueces de las altas cortes por los peligros que podrían signi-
ficar “las tramas de relaciones entre las élites en determinados países”.

88
Ibid.
89
MAGALHANES, Pedro y O’DONNELL, Guillermo (2002) “The Judiciary and its relations
with the Executive and the Legislative” – Síntesis de la discussion Working Group 3, The Judi-
ciary and its Relations with Executive en el marco de la Conference Democratic transition and
Consolidation, Madrid.
50
CAPÍTULO 2
LA INDEPENDENCIA DEL JUDICIAL Y EL PROCESO POLÍTICO
EN ARGENTINA

La incidencia de los niveles de autonomía e independencia del sistema ju-


dicial en la conformación del Estado, al alterar las relaciones entre los
diferentes poderes, cobrará importancia política, fundamentalmente, con la
facultad de revisión judicial de las decisiones del legislativo y el ejecutivo,
por parte de la Corte Suprema de Justicia. Dicha facultad, en la República
Argentina, sólo se establecerá constitucional e institucionalmente, con la
reforma de 1994.
A partir de la reforma, la práctica del control de constitucionalidad de los
actos legislativos y la generación de entes acusadores de los órganos repre-
sentativos del Estado, con autonomía funcional, significarán un cambio
sustancial en la composición endógena del régimen político. En particular,
el cambio institucional tiende a afectar el régimen político en tres niveles:
a) la soberanía nacional se verá limitada por la influencia internacio-
nal en las decisiones de los tribunales de justicia locales dotados de
nuevos poderes más prominentes,
b) la voluntad popular mayoritaria se verá restringida por los contra-
pesos constitucionales y legales, definidos por el judicial, mediante
la exclusividad en la interpretación de la norma,
c) al fin, la supremacía legislativa, tal como se postula en los mode-
los clásicos europeos, pero que en Argentina rara vez se impuso en
razón del presidencialismo dominante y las dictaduras, será suplan-
tada por una formal división rígida de poderes, que, de hecho, dará

51
un protagonismo inédito a las altas cortes en las decisiones de go-
bierno.
Sin embargo, pese a los esfuerzos encaminados a fortalecer la independen-
cia del poder judicial desde mediados de los años 90 y, con ello, consolidar
un nuevo modelo de régimen político, no se puede sostener que la iniciati-
va de reforma judicial en República argentina haya sido exitosa en todos
los planos y haya servido para complementar, institucionalmente, la inter-
nacionalización económica de las políticas aperturistas al mismo tiempo
que la democratización de la sociedad.
La propia experiencia histórica del país, la preeminencia de concepciones
políticas y modelos constitucionales proclives a formas de repúblicas de-
mocráticas mayoritarias, la persistencia de identidades culturales renuentes
a la adopción, sin más, de modelos con pretensiones universalistas, en es-
pecial, la dilución del sistema bipartidista tradicional y el surgimiento de
nuevos liderazgos, con la emergencia de movimientos sociales hacia el
umbral del nuevo milenio, darán cuenta, en su conjunto, de un proceso po-
lítico que se contrapone, en muchos aspectos, al modelo de frenos y
contrapesos y el consiguiente traspaso de poder de los órganos representa-
tivos – presidencia, parlamento - a las instituciones judiciales.
El derecho de recusación, volverá a reaparecer, bajo nuevas formas, en la
política nacional. Los jueces serán enjuiciados por los representantes del
pueblo. El ejecutivo depurará las altas cortes y permitirá la veeduría popu-
lar sobre las nuevas designaciones.
El principio liberal del Estado de Derecho se verá limitado por el principio
democrático del Estado de Derecho.
La democracia mayoritaria, trasgrede, se resiste a la judicialización de la
política, pone en tela de juicio la legitimidad de autoridades no sujetas a la
voluntad mayoritaria. Todo se cubre de participación ciudadana, de pique-
teros, de reclamos de justicia social, de necesidades insatisfechas. En
síntesis: La democracia y la cultura de la lex majoris partis, re-actúa sobre
las instituciones.

52
2.1 Antecedentes históricos hasta los años 1990

2.1.1 Las bases históricas y modelos constitucionales de la República


Argentina
Como sucedió desde la independencia en la mayoría de naciones en Améri-
ca Latina, en el Río de la Plata se siguieron modelos europeos para elaborar
sus sistemas constitucionales.
La influencia de los pensadores del parlamentarismo inglés y de la ilustra-
ción francesa fue notoria entre los líderes de aquel primer período. Entre
otras expresiones, Mariano Moreno, secretario de la Primera Junta, tradujo
y comentó el Contrato Social de Jean-Jacques Rousseau.
La influencia de esta tendencia, que cuajaba tan bien como régimen sustitu-
tivo del absolutismo español, se demostrará en los primeros pactos
institucionales: la igualitaria Asamblea del año XIII – la cual decretará la
“libertad de vientres”, es decir la abolición de la esclavitud para todos los
niños nacidos de padres esclavos, al mismo tiempo que la supresión de los
tormentos y la Declaración de Independencia, durante Congreso de Tucu-
mán de 1816, el cual “abrió las puertas a la conformación de Argentina
como nación soberana e independiente”90, mostrarán la impronta del con-
tractualismo europeo.

El Contrato Social de Rousseau, la filosofía de Voltaire, el Es-


píritu de las Leyes de Montesquieu, el materialismo de los
enciclopedistas, los estudios constitucionales de Benjamín
Constant, las prédicas del comercio libre de Adam Smith y de
León Say, forman el caudal intelectual de los agentes motores
de la revolución. Las ideas de soberanía popular, de sufrago
universal, de libertad de comercio y de trabajo, y de libertad
política, traducen sus aspiraciones.91

Más tarde, cuando se preparaban los proyectos constitucionales de 1826 se


multiplicaron los enunciados republicanos – de cuño jacobino – en los pos-
90
ALCÁNTARA, Manuel (1989) “Sistemas políticos de América Latina”, vol. 1: América del
sur, Madrid: Editorial Tecnos S.A., pág. 19.
91
MORATO, Octavio (1938) “La influencia francesa en el país” en Revista Nacional del Mi-
nisterio de Instrucción Pública de Uruguay - Año I - Diciembre - Nº 12
53
tulados constitucionales. José Gervasio Artigas, de la Banda Oriental del
Uruguay, llegará a citar explícita y textualmente a Jean-Jacques Rousseau
en su proyecto de constitución y, en Paraguay, José Gaspar Rodríguez de
Francia, el “dictador Supremo”, no dudará en adoptar los rigurosos méto-
dos del Terror revolucionario francés y a hacer de su vida un verdadero
remedo biográfíco de Maximiliano Robespierre.
Las influencias de la revolución francesa y del pensamiento rousseauniano,
en esta primera etapa de la independencia, como lo señala José Luis Rome-
ro92, no se deberían desestimar, pues son determinantes en los primeros
actos constitutivos de las jóvenes repúblicas. Ciertamente, la influencia del
sistema de división de poderes estadounidense, que otorga al poder judicial
– al menos en la intención – un grado de legitimidad equiparable a los po-
deres electos, será el modelo a imitar en los formatos constitucionales
posteriores – a partir de 1853 y la reforma de 1860 - pero no sin conservar
una matriz política, orientada hacia la preeminencia soberana de la mayoría
y la legitimidad de los poderes del Estado centrada en la representación de
la voluntad general. La tendencia a constituir sistemas de “democracias
mayoritarias”, y no de “consenso”, como algunos autores encuentran en los
presidencialismos latinoamericanos de la actualidad, probablemente, no sea
ajena a esta concepción originaria y matriz constitucional argentina, uru-
guaya, de Paraguay.
La Constitución de 1826 sentará las bases de un régimen federalista para
las Provincias Unidas del Sur, pero las interminables confrontaciones y re-
vueltas entre caudillos regionales, además de la preponderancia económica
del puerto de Buenos Aires sobre las provincias del interior, terminará por
sumir esa declaratoria en letra muerta y al país en la más profunda anarquía
institucional. Corresponde este período al “hiato” que analiza Marcelo Ca-
varozzi en su trabajo “El Estado oligárquico latinoamericano” y que
representa un extenso período de guerras civiles entre federales y unitarios.
Luego de culminar una guerra con el Brasil imperial – con la consiguiente
escisión de la Banda Oriental – el proyecto unitario, apoyado en la centrali-
dad comercial del puerto capitalino y la búsqueda de establecer una

92
ROMERO, José Luis (1985) “Pensamiento político de la emancipación” – Madrid: Bibliote-
ca Ayacucho,
54
institucionalidad modernizadora, al estilo estadounidense, va ganando te-
rreno.
Tal giro se irá a hacer efectivo con el triunfo de Urquiza sobre “el Restau-
rador” federalista Juan Manuel de Rosas en la batalla de Caseros de 1852,
de donde surgirá el Pacto de Santa Fe que sellará la hegemonía de Buenos
Aires sobre las provincias del interior y un proceso de centralización del
Estado. Atinadamente Alcántara señala: “Aunque se trataba de una lucha
por la preponderancia política entre el litoral y el interior, era también un
conflicto económico que se centraba en la utilización de los recursos gene-
rados por el puerto y por las rentas de aduanas”93.
El texto constitucional plantea un ejecutivo nacional muy fuerte, capaz de
intervenir en las provincias – y de controlar sus presupuestos – al tiempo
que se reconoce como “república federal” a desmedro de la supremacía
abierta del poder central sobre las capacidades de las provincias. El presi-
dente designa a los magistrados de la Corte Suprema, con la anuencia del
Senado. Plantea también la división de poderes junto a la independencia del
poder judicial, siguiendo en todo ello el modelo constitucional norteameri-
cano, aunque el principio representativo y ciertas ambivalencias en cuanto
al origen popular del poder, harán que – una vez instituido el sufragio uni-
versal masculino, a comienzos del siglo XX – y recibiendo el país inmensas
olas migratorias europeas – se manifieste como proclive a la aparición de
“fórmulas movimientistas” y al predominio de “una cultura política con
propensión a la ruptura”94.
Si el fenómeno de la independencia judicial “se alimenta esencialmente
con los mecanismos que se emplean para la selección de los jueces” se de-
be precisar que en Argentina, desde su constitución, la nominación de
magistrados de las altas cortes estuvo ampliamente politizada. En la orga-
nización de la administración de justicia se reproduce “el modelo anglo-
norteamericano con una Corte Suprema en la cúspide de la pirámide a la
cual se le requiere que en parte cumpla un papel que, por ejemplo en el
modelo francés, se le atribuye al Ministerio de Justicia”95. Este carácter
verticalista de la organización judicial, basado en las Cortes Supremas, mo-

93
Ibid., pág. 20
94
Ibid., pág. 19
95
BERGALLI, Roberto, op. cit., pag. 158
55
tiva que con justa razón se remita la independencia de la magistratura a la
de los jueces que integran esos altos tribunales.
La revisión constitucional de las decisiones legislativas, por parte de la
Corte Suprema de Justicia de la Nación – CSJN - que en los Estados Uni-
dos se aplicaría por vez primera en 1803, con la célebre sentencia del juez
Marshall, en Argentina se implementaría sólo a finales de siglo: “El con-
trol de constitucionalidad de las leyes no fue diseñado expresamente en el
texto constitucional argentino de 1853. A semejanza del proceso que se
vislumbró en el derecho constitucional estadounidense, la fuente de la que
provienen los elementos principales que configuran los requisitos para que
proceda el control de constitucionalidad y el enmarcamiento de su radio de
acción se han gestado primordialmente en fuente judicial”96.
Vale decir, el control fue aplicado, en Argentina, de manera empírica por la
Corte Suprema, sin estar él mismo estipulado en el texto constitucional. La
revisión constitucional se aplicó, a partir de 1888, cuando la CSJN anuló
por inconstitucionalidad una ley votada en el Congreso.
Desde 1853 hasta 1930 los gobiernos argentinos fueron gobiernos electos
y, salvo una excepción, el “Unariato” del presidente Roca, todos civiles.
Corresponde esta época a la inserción agroexportadora en el comercio
mundial y a la consolidación de un régimen político liberal-aristocrático,
instituido sobre la base del sufragio censitario, el fuerte presidencialismo y
el poder judicial nominalmente independiente, pero de hecho fuertemente
ligado a la oligarquía dirigente, siendo generalmente oriundo de su propio
seno.
El paternalismo, propio de un Estado que emerge como ordenador de liti-
gios entre caudillos-terratenientes, no excluye la elaboración de una
legislación destinada a afianzar una inserción agro-ganadera al comercio
mundial; una legislación volcada hacia afuera, pero no necesariamente re-
guladora, en los hechos, de la vida republicana y democrática, hacia
adentro. Alain Rouquié en su obra “Pouvoir militaire et société politique
en République Argentine”, señala esa característica de las constituciones
argentinas.

96
FERREYRA, Raúl Gustavo (2004) “Corte Suprema de Justicia argentina y control de consti-
tucionalidad. Vicisitudes y retos del papel institucional del Tribunal”, se consigue en:
www.bibliojuridica.org/libros/4/1510/19.pdf , pág. 492
56
2.1.2 Las olas migratorias europeas y su impacto cultural y político
El carácter civil de los gobiernos argentinos hasta 1930 no debe llamar a
falsos idealismos. El fuerte clientelismo y el fraude, cuando no la violencia,
asegurarán la continuidad de los gobiernos oriundos de las élites criollas y
aglutinadas en un único partido hegemónico.
Con las inmensas olas migratorias de campesinos y trabajadores provenien-
tes de países europeos, en el umbral del nuevo siglo, la presión social y
cultural es demasiado fuerte como para obviar la nueva composición de la
sociedad argentina. Si en 1869 la población nacional era de 1´830.000 habi-
tantes; hacia 1914, ese número se había elevado a 7’904.000 habitantes
según el censo de la época97 merced al flujo incesante de extranjeros, ita-
lianos del sur, españoles, un número significativo de alemanes, franceses,
polacos, entre otras nacionalidades, y merced también a las políticas del
Estado argentino para fomentar el poblamiento, en especial aquel prove-
niente de “la laboriosa Europa” en detrimento del bajo poblamiento
indígena nativo, considerado por el positivismo como renuente al trabajo y
poco apto al progreso. Ya lo había dicho Juan Bautista Alberdi, padre inte-
lectual de la Constitución, en Argentina “gobernar es poblar”.
De aquella abigarrada mezcla étnica y lingüística generada por la migración
surgió la necesidad, en el Estado liberal, de establecer la educación prima-
ria gratuita y obligatoria para todos los niños del país, como la manera
apropiada de forjar una educación común en aquella Babel difícilmente go-
bernable.
En consonancia con las tendencias mundiales, la Ley Sáenz Peña de 1912
instituyó el voto universal masculino “obligatorio y secreto” y acabará con
el monopolio oligárquico de los poderes gubernamentales. Desde allí se
establece una transformación en el Estado nacional, al diferenciar sus es-
tructuras permanentes bajo control de las élites, del gobierno
representativo electo – ejecutivo y legislativo - el cual podía desplazarse –
según el sufragio popular – hacia sectores no elitistas, como aconteció con
las presidencias de Yrigoyen y luego, en la década de 1940, de Juan D. Pe-
rón.

97
INDEC – Instituto Nacional de Estadísticas y Censos de República Argentina
57
De la desavenencia entre las matrices aristocráticas y constitucionales del
cuerpo del Estado, y la conformación de gobiernos representativos – me-
diante la extensión de sufragio universal – surgirá un factor importante a la
hora de considerar la inestabilidad constante del sistema político en Repú-
blica Argentina: el ingreso de nuevos actores sociales, movimientos
cívicos, al sistema político, provocando inevitables convulsiones en unas
estructuras institucionales demasiado estrechas para dar cabida a las nuevas
demandas ciudadanas98.
De ese modo, bajo el Estado liberal – al menos hasta su crisis en 1930 - se
permitirá el control momentáneo de las instancias de gobierno por parte de
partidos y movimientos populares, pero las élites conservarán bajo su con-
trol las instancias no representativas del aparato del Estado: la burocracia
administrativa, el sistema judicial y las fuerzas armadas, bajo la tutela de
las corporaciones económicas, fundamentalmente terratenientes, como la
Sociedad Rural Argentina.
De allí que en la conciencia y cultura políticas argentinas se haya abierto
camino una distinción muy clara entre “el poder” y “el gobierno”, como
dos instancias diferentes que pueden ser disímiles, cuando acceden al go-
bierno fuerzas sociales contestatarias mayoritarias.
En modo alguno ese Estado liberal – pese a la profesionalización de sus
instituciones - se tornará permeable a la participación ciudadana. Como lo
precisa Atilio Borón “Si al nivel de la organización jurídica y del discurso
ideológico aquél era liberal, sus prácticas concretas evidencian un consis-
tente desprecio por la participación de las clases subalternas y la cultura
popular”99. Quizás es justamente por el carácter liberal de la organización e
ideología jurídicas – destinada a limitar el alcance de la soberanía y la vo-
luntad general – que aparece ese desprecio por la participación democrática
de las mayorías. El temor de las élites es al desbordamiento de los marcos
institucionales y constitucionales, por la decisión de los poderes representa-
tivos de un electorado ampliado por las migraciones y la ley electoral.
También políticamente este cambio cultural propiciado por la inmigración
afectará la vida argentina. Muchas de las tradiciones sindicales y de parti-
dos de masas europeas – anarquistas, socialistas, comunistas – se
98
LUNA, Felix (2001) “Breve historia de los argentinos” - Buenos Aires: Ed. Planeta.
99
BORÓN, Atilio A., op. cit., pág. 103.
58
aclimatarán al nuevo suelo tan abruptamente como lo fue la llegada de los
barcos cargados con inmigrantes. Ya en 1891, se fundó la Unión Cívica
Radical - UCR - destinado a romper el monopolio gubernamental conser-
vador. En 1896 Juan B. Justo fundó el Partido Socialista Argentino100.
Evidentemente, las nuevas necesidades sociales no podían encontrar res-
puesta en los mediocres límites del Estado paternalista y excluyente. Con el
sufragio universal masculino, “las nuevas clases sociales estuvieron en
disposición de romper el viejo patrón clientelar de política oligárquica y
restringida”101. Toma amplitud de partido popular la UCR, que sabrá cana-
lizar un movimiento de nuevo tipo: “la Causa”, liderado por Hipólito
Yrigoyen quien ascendió al gobierno en las elecciones de 1916, apoyado,
por las aspiraciones reformistas de los estudiantes (Autonomía universita-
ria, Ley Pelegrini) de los oficiales jóvenes del ejército (profesionalización
de las Fuerzas Armadas) y por la indefinible masa de trabajadores, con sus
inquietos sindicatos y sus aspiraciones a una democratización de la vida
social.
El “caudillo” Yrigoyen introdujo cambios importantes en la legislación y
en la conducta del sistema político argentino. El Estado institucionalizó
muchas de sus funciones, se distanció de los intereses particulares y creó
una tradición de participación política de sectores subalternos: clases me-
dias, pequeños comerciantes, trabajadores urbanos, difícil de contrarrestar –
sufragio universal mediante – por los partidos de las élites conservadoras.
Bajo su primer gobierno, el Estado se amplia, sus reservas internacionales
también, el comercio agro exportador permite una acumulación interna ca-
paz de ubicar al país entre los más prósperos de la época, pero en 1919, la
“Semana trágica” dejó en entredicho tanto el carácter “popular” de su mo-
vimiento, como las reales capacidades del ejecutivo para comandar las
fuerzas coactivas del Estado102. Como se ha dicho, gobierno representativo
y poder estatal rara vez concuerdan en Argentina.
En 1922, Yrigoyen cede la presidencia a Marcelo T. de Alvear. Alvear re-
presenta a los “antipersonalistas” y modernizadores del UCR. En realidad

100
PUIGGRÓS, Rodolfo (1986) “Historia crítica de los partidos políticos argentinos” Buenos
Aires: Hyspamérica Ediciones Argentina S. A.,
101
ALCÁNTARA, Manuel, op. cit., pág. 20
102
ROMERO, José Luis (2000) “Las ideas políticas en Argentina” Buenos Aires: Fondo de
Cultura Económica.
59
bajo su mandato – que transcurrirá mayormente en los prolongados viajes y
estadías presidenciales por el viejo continente - se presentó un estilo de
conducción aristocrática, distanciado de la base popular y que dejará un
nuevo término en el vocabulario político argentino para designar el abur-
guesamiento de una dirigencia otrora plebeya: la “alvearización”.
En 1928, vuelve a ser elegido Yrigoyen, pero en 1929, al producirse el
crash de la Bolsa de Wall Street, los ingresos por las exportaciones de car-
nes y trigo caen abruptamente y, con ellos, las finanzas de un Estado
habituado a la holgura del superávit, cuando no al derroche. El golpe de
Estado del general José Evaristo Uriburu – con quien dará inicio la “década
infame” en la historia argentina - será explicado, en algunos casos, como la
revancha de una oligarquía herida por la crisis económica y humillada, in-
apelablemente, por los sufragios de la elección popular.
Ese movimiento pendular entre períodos extensamente democráticos y
otros dictatoriales, será el elemento distintivo de la historia política argenti-
na a partir de entonces. “Las fuerzas políticas conservadoras llamaron a
los militares en 1930 para violentar por primera vez la Constitución de
1853 e inauguraron así un ciclo de inestabilidad y de intervencionismo mi-
litar que no se cerrará hasta 1983”103. .
Ante este primer golpe militar y luego con el golpe de Estado de 1943, del
general Pedro P. Ramírez, la Corte Suprema de Justicia adoptó decisiones
con las cuales atribuyó una legitimidad a los gobiernos impuestos por aque-
llas asonadas castrenses que habían destituido a presidentes elegidos
democráticamente. Los jueces al obrar así, perdieron incluso la frágil lega-
lidad que le daba la Constitución y la teoría de la división de poderes. La
situación volvió a repetirse posteriormente, en las siguientes interrupciones
de la legalidad constitucional de los años 1955, 1966 y 1976. “Así fue que
el reiterado reconocimiento posterior a los «golpes» de la «nueva legali-
dad» (...) pusieron a la administración de justicia argentina en las mismas
condiciones de facto que todos los demás aparatos del Estado”104

103
ALCÁNTARA, Manuel, op. cit., pág. 21
104
BERGALLI, Roberto, op. cit., pag. 161
60
2.1.3 El ascenso del movimiento peronista y los nuevos actores del sis-
tema político
Con el golpe militar del general Ramírez y el de su sucesor, el general Fa-
rrell, dio inicio la figuración política del entonces coronel Juan D. Perón.
Desde allí, cuando la guerra mundial estaba cercana a su conclusión, se
abre un nuevo ciclo del proceso político argentino y una nueva expansión
en la participación de sectores populares, antes ignorados en las composi-
ciones del poder: los trabajadores agrarios, desplazados hacia la capital y
marginalizados de la vida política, económica y cultural de la ciudad105, la
cual terminará por abrigar, aproximadamente, a un 40% de la población
nacional.
Para la época, la crisis en el sistema agrario había ocasionado el desplaza-
miento de numerosas poblaciones rurales hacia la Capital federal. Una
europeizada Buenos Aires recibirá no sin choque cultural a los desplazados.
Los trabajadores de la capital – en su mayoría de origen europeo - hacían
figura de una aristocracia obrera ante los desplazados provenientes de las
más alejadas y atrasadas provincias del interior. Estos últimos serán la
principal base social del movimiento peronista106.
En medio de esos cambios profundos – de orden demográfico, social y cul-
tural – tendrá lugar un acontecimiento que dividirá en dos la historia social
y política argentina. Ello sucedió el 17 de octubre de 1945, cuando espesas
columnas de habitantes de los barrios marginales, la masa mestiza e invisi-
ble hasta entonces para los poderes oficiales, comenzará a pesar, por su
fuerza numérica y su movilización, en las decisiones políticas de la nación.
Perón dirá más tarde: “La clase obrera es la columna vertebral del movi-
miento”. Y aunque una caracterización ideológica y política de los dos
primeros gobiernos peronistas – desde 1946 hasta 1955 – pueda confron-
tarnos a varias paradojas y contradicciones, lo cierto es que en el peronismo
coexistieron tendencias de muy diverso orden, no siempre reductibles a los
modelos de comprensión de origen europeo.
Las estructuras permanentes del Estado liberal – entre ellas, la administra-
ción de justicia y las fuerzas armadas – las poderosas corporaciones

105
HERNÁNDEZ ARREGUI, Juan José (1973) “La formación de la conciencia nacional”
Buenos Aires: ed. Plus Ultra.
106
Ibid.
61
terratenientes y las jerarquías de la iglesia católica, terminarán alineándose
en la oposición abierta al régimen, a esa “tiranía mayoritaria” que amena-
zaba con destruir las bases institucionales que soportaban el privilegio
cultural, económico y político de la sociedad tradicional.
En 1946, Perón, no sin basarse en los artículos 45 y 51 de la Constitución
Nacional, sometió a juicio político a todos los jueces de la Corte Suprema
y, con una sola excepción, fueron destituidos por “mala conducta”107, tal
como permitía el texto constitucional a semejanza del modelo norteameri-
cano.
Paradójicamente, la “Alianza democrática” que aglutinó a todos los parti-
dos tradicionales en Argentina – desde los conservadores hasta los
comunistas, pasando por los radicales de la UCR, y el apoyo oficial de la
embajada norteamericana en Buenos Aires, desde 1946 – no logró reunir
una mayoría electoral capaz de derrotar al justicialismo en las urnas. Un
abrumador triunfo le permitió a Perón asumir su segunda presidencia, en
1952, luego de haber sido reformada la Constitución, en 1949.
Esa reforma constitucional había suprimido la cláusula de no reelección del
Presidente, y establecido el sufragio directo para su elección. También in-
cluyó el ideario justicialista de reformas sociales, de nacionalizaciones y de
independencia económica108. Vale decir, había establecido un acercamiento
– por el método de elección por mayoría poblacional directa – entre el eje-
cutivo y la mayoría de la ciudadanía, y acentuado los atributos soberanos
haciéndolos recaer en el desarrollo industrial interno y la nacionalización
de los recursos estratégicos.
En cuanto al poder judicial, si bien el texto reconocía nominalmente su in-
dependencia, en términos políticos tal reconocimiento sería tan simbólico
como lo era en la propia constitución de 1853. Bajo los dos primeros go-
biernos de Perón, la hostilidad de la Corte Suprema de Justicia, era
interpretada como el rencor de las élites tradicionales. El mismo Perón ha-
bía calificado a dicha corte como un “reducto de la oligarquía”109.
Una vez más, para contrarrestar el populismo del régimen - avalado sin
embargo por la mayoría electoral – las élites tradicionales debieron recurrir

107
BERGALLI, Roberto, op. cit., pág. 161
108
ALCÁNTARA, Manuel, op. cit., pág. 21
109
ROUQUIÉ, Alain, op. cit.
62
al antiguo expediente del golpe militar, esta vez cruento, y recuperar así las
riendas de un Estado que había ampliado – acaso de manera irreversible –
sus bases sociales y sus reivindicaciones democráticas.

2.1.4 Entre el autoritarismo militar y la democracia mayoritaria: 1955-


1983
Puede resultar sorprendente que los voceros del golpe de la “Revolución
Libertadora” de septiembre de 1955, hablasen de restablecer la democracia,
mientras se proscribía de las competencias electorales a la fuerza electoral
mayoritaria. Durante 17 años el peronismo estuvo prohibido en Argentina y
Perón permaneció en un exilio español. La Constitución de 1949 fue anula-
da con el golpe militar y omitida de este peculiar juego democrático
argentino.
Se restableció la Constitución de 1853, aunque ésta tuvo una vigencia muy
limitada, durante todo el período que va desde 1955 hasta 1983, caracteri-
zado por la alternancia de gobiernos civiles e irrupciones de planteos,
asonadas y golpes militares. Todos los golpes comenzaban por suspender –
a veces provisoriamente, otras con planes más a largo plazo – las garantías
constitucionales, disolvían los parlamentos, conservaban a los miembros
vitalicios de la Corte Suprema de Justicia sólo en aquellos casos en que les
fueran política e ideológicamente afines o, en caso contrario, procedían a
designar nuevos jueces en su reemplazo.
Desde el ordenamiento constitucional y luego la ley de “Organización de la
Justicia Nacional” (OJN) decreto ley 1258 de 1958, ratificada por la ley
14.467 se aseguraba un sistema sencillo y politizado para la selección, re-
clutamiento, nombramiento, promoción y remoción de los jueces, tanto
federales como nacionales, desde los tribunales de Primera Instancia hasta
la Corte Suprema de Justicia. “Es obvio que este sistema de elección de
jueces federales y nacionales argentinos responde en un todo – como en
México y Brasil – a la primacía de los poderes políticos que constituyen el
Estado argentino”110. La dependencia hacia los poderes políticos, aún de
facto, se explica por la carencia de legitimidad democrática en los métodos
de nominación de los magistrados, de modo que el poder judicial sólo legi-
timaría su existencia en la medida que respondiera a las decisiones del

110
BERGALLI, Roberto, op. cit., pág. 159
63
ejecutivo. Al mismo tiempo los magistrados – muchos de ellos designados
en carácter provisorio - conservarían sus puestos, siempre y cuando supie-
ran convalidar las autoridades que surgieran de la violación al orden consti-
constitucional, encarnadas en cada golpe de Estado.
La alternancia entre gobiernos surgidos por procedimientos democráticos,
aún restringidos, y golpes militares, fue la norma en Argentina. Ningún go-
bierno electo popularmente pudo concluir su mandato desde 1949 hasta
1989 con la sucesión de Raúl Alfonsín a Carlos Menem y, aún en este caso,
el presidente saliente debió anticipar el traspaso de poder.
Para el profesor Alcántara el golpe militar de septiembre de 1955 “inaugu-
ró una etapa de democracia tutelada”; para Lechner “Los militares
brasileños y argentinos ya habían empezado a justificarse como expresio-
nes de una racionalidad superior: el desarrollo capitalista exigía
reaccionar contra el populismo”111. El principio de la “racionalidad supe-
rior” parece significar que en las estructuras del Estado, subyacen poderes
superiores a las del electorado, y que tutelan e intervienen – como en este
caso las Fuerzas Armadas – para reaccionar contra el populismo – llámese-
le así – o, en general, contra la decisión electoral cuando ésta entraña el
peligro de una combinación “opresiva” de la voluntad general.
En la especie, el golpe de Estado del general Juan Carlos Onganía, autode-
nominado “Revolución argentina”, se caracterizó por sus aspiraciones
mesiánicas y el estilo autocrático. Guillermo O’Donnell, establece, según
una perspectiva determinista, que en la ausencia de consenso estable, una
institución estatal, las FFAA, sería la fuerza política sustitutiva de la debili-
dad electoral de las élites dominantes y la encargada de disciplinar a los
sectores subalternos, en un esquema de dominación autoritario.
En todo caso, el general disolvió las cámaras del Congreso, proscribió y
expropió a los partidos políticos, despidió a los vitalicios jueces de la Corte
Suprema de Justicia. A los nuevos funcionarios por él designados se les
hizo jurar primero por el “Estatuto de la Revolución Argentina”112 (una in-

111
LECHNER, Norbert et al. (1985) “Democracia y desarrollo en América Latina” Cap.:
“Problemas de la democracia y la política democrática en América Latina” Buenos Aires:
Grupo Editor Latinoamericano, pág. 57.
112
SÁENZ QUESADA, María (2001) “La Argentina, historia del país y de su gente”, Buenos
Aires: Editorial Sudamericana.
64
vención de esta racionalidad superior) y sólo más tarde por la Constitución
nacional, que de hecho quedaba sepultada en las oubliettes del régimen.
Como resultado de esa intervención de la institución castrense en la regula-
ción política, se asistió en Argentina al surgimiento de fenómenos sociales
desconocidos en la historia del país, como el del vuelco generalizado hacia
la izquierda de todo el espectro político, el surgimiento de organizaciones
armadas – con una consecuente espiral de violencia-represión - y una aglu-
tinación de sectores medios de la sociedad, la protuberante clase media
porteña, en torno a un polo tácito y clandestino de lucha antidictatorial. El
Cordobazo - una insurrección popular en la segunda ciudad del país, en el
año 69, representa un hecho casi mítico en la historia argentina. Luego de
él, el régimen de Onganía se descompuso rápidamente y el Estado mayor
del ejército designó a otro general, Roberto Marcelo Levingston, como pre-
sidente de esta tumultuosa república a la vez liberal y marcial113.
Durante la década de los años 60 el cambio cultural fue profundo y, en cier-
to modo, contradictorio. Si bien la sociedad adoptó las modas culturales de
liberar las costumbres, de dar lugar a la informalidad y al individualismo,
por otra parte, los movimientos de protesta juvenil se inclinaron hacia un
autoritarismo, acorde a las modalidades que asumía el poder. En esa coyun-
tura tomaron fuerza las “organizaciones armadas” mientras el proscrito
líder en el exilio y su desaparecida esposa, Evita, ganaban adhesiones de
sectores cada vez más importantes de la intelectualidad, del estudiantado –
tradicionalmente antiperonista – y, en general, de sectores acomodados de
la sociedad argentina.
Una vez más, la lógica movimientista, terminará desdibujando los clivajes
partidistas. En la ausencia de verdaderos gobiernos de coalición, sí se ope-
ran frentes multipartidarios: la Hora del Pueblo, más tarde, la
Multipartidaria, que convergían justamente, en los períodos dictatoriales,
para exigir el retorno a la institucionalidad representativa apoyándose, claro
está, en las movilizaciones populares. Con esa dinámica, los partidos políti-
cos argentinos se presentan como intermediarios entre los movimientos
sociales y los poderes fácticos del Estado.

113
ROUQUIÉ, Alain, op. cit.
65
Durante los primeros años de la década de los 70, el gobierno militar del
general Lanusse – quien había sucedido, golpe mediante, al del general Le-
vingston – sufría un profundo desgaste. La integridad del propio Estado
nacional estaba en juego y la disciplina al interior de las Fuerzas armadas,
seriamente comprometida en el ejercicio del gobierno y en consecuencia,
ya muy politizadas, no representaban ninguna garantía ni de orden ni de
estabilidad hacia el futuro. En las elecciones de marzo de 1973, el
FREJULI – Frente Justicialista de Liberación Nacional – es decir, el parti-
do justicialista con una constelación de partidos menores aliados, obtuvo un
holgado triunfo114.

2.1.5 Un breve destape democrático e introducción al desastre


El retorno del peronismo al gobierno en Argentina significó un destape de
las tensiones acumuladas durante los diecisiete años de alternancia militar y
de gobiernos civiles minoritarios. En Argentina, el principio democrático se
comprende a través de la dominación de las mayorías electorales, en pugna
con la organización de un Estado liberal excluyente. El consenso del prin-
cipio liberal y el principio democrático, adquiere – en contraste con una
sociedad como la norteamericana – un carácter casi utópico en una socie-
dad tan polarizada como la sudamericana. En ésta se impusieron,
históricamente, los contrastes entre un régimen liberal no-democrático y
una democracia no-liberal.
En el plano institucional, la renovación de las altas cortes de Justicia volvió
a estar signada por las afinidades políticas de los funcionarios, pues, en el
régimen local – más allá de lo estipulado por el texto constitucional – no se
comprendería que, caída la dictadura, se avalase a la misma Corte Suprema
que convalidó el avasallamiento de todas las instituciones republicanas y
democráticas por parte de los detentores, de facto, del poder ejecutivo.
En julio de 1973, el presidente Cámpora y los miembros del gobierno en
pleno, renunciaron a sus cargos para preparar nuevas elecciones en las que
pudiera presentarse el líder del justicialismo. En los comicios nacionales de
setiembre de 1973, la fórmula Juan Domingo Perón e Isabel Perón, fue ple-
biscitada con casi 62% de los votos; el otro 24,3% correspondió a la

114
Datos de la Dirección Nacional Electoral de República Argentina
66
UCR115. Desde que los comicios sin proscripciones permiten la expresión
de la voluntad general, y la conformación del sistema político se inclina a
la “democracia mayoritaria”, aparecen los autoritarismos extra-electorales,
avalados por la tradición de las élites y, en aquella coyuntura, de las “orga-
nizaciones armadas” de izquierda y de derecha.
En julio de 1974 murió Perón. Esta muerte tendió a exacerbar los conflictos
y las confrontaciones. El peronismo profundizó su división interna, y Pe-
rón, cumpliendo un rol de mediación, era el único dirigente capaz de
conciliar las cada vez más agudas confrontaciones que se presentaban en el
seno del movimiento. Durante la presidencia de Isabel, la escalada de vio-
lencia y el caos económico facilitaron la vuelta de los militares al primer
plano del escenario nacional.
El llamado Operativo Independencia, autorizado por el decreto presidencial
261 de 1975 tuvo como objetivo aniquilar a la guerrilla en el monte tucu-
mano y un segundo decreto dio la orden de “aniquilar el accionar de los
subversivos en todo el territorio del país”116. Fue el 24 de marzo de 1976,
cuando se precipitó el golpe militar y se inició el llamado “Proceso de reor-
ganización nacional”.
Los comandantes del Ejército, la Armada y la Aeronáutica habían acorda-
do, desde fines de 1975, instaurar una dictadura a largo plazo, con la idea
de cerrar un ciclo histórico y abrir otro. Siguiendo el ejemplo del golpe de
1966, la Constitución Nacional fue supeditada a un Estatuto de Seguridad
interna, vale decir, sepultada. El mismo día del golpe se cambió la compo-
sición del poder judicial: de la Corte Suprema, Procurador General, de los
Tribunales superiores de provincia y se puso “en comisión” a la totalidad
de los otros miembros.
Todo juez debió jurar fidelidad a las “Actas y Objetivos del Proceso” de la
Junta. “La Corte Suprema cohonestó la usurpación del poder y posibilitó
que un cúmulo de aberraciones jurídicas adquirieran visos de legalidad.
Entre otras, imprimió un carácter de mera formalidad sin ningún segui-
miento al Habeas corpus”117.

115
Ibid.
116
Presidencia de la República Argentina, se consigue en:
http://www.casarosada.gov.ar/index.php?option=com_content&task=view&id=1099
117
BERGALLI, Roberto, op. cit., pág. 162
67
Demás está decir que la Junta de Comandantes disolvió el parlamento, ab-
sorbiendo en sí misma, la función legislativa.
Los objetivos básicos del Proceso eran exterminar la guerrilla, reordenar la
economía y disciplinar a la sociedad. La persecución comenzó de inmedia-
to con la muerte de los activistas considerados como más peligrosos y la
detención de cientos de personas en barcos de guerra, campos secretos o
seccionales de policía. El saldo de “desaparecidos” se elevó a cerca de
30.000 personas, según las estimaciones de la Comisión de la Verdad, esta-
blecida luego de la caída de los militares.
En ese ambiente, la obsesión anti-terrorista no conoció límites: “El terroris-
ta - definía el presidente Videla - no sólo es considerado tal por matar con
un arma o colocar una bomba, lo es también por activar a través de ideas
contrarias a nuestra civilización occidental y cristiana”118. Y el interventor
en la provincia de Buenos Aires, general Ibérico Saint-Jean, advertía:
“Primero mataremos a todos los subversivos, luego mataremos a sus cola-
boradores, después a sus simpatizantes, en seguida a aquellos que
permanezcan indiferentes, y finalmente mataremos a los tímidos”119.
La visita de los juristas de la Comisión Interamericana de Derechos Huma-
nos de la OEA en 1979 fue la primera señal recibida de que el método
represivo de la Junta no quedaría oculto, pero fundamentalmente será un
movimiento cívico: las Madres de la Plaza de Mayo, quienes darán a cono-
cer las atrocidades que acontecían durante el gobierno militar.

2.1.6 El retorno a las urnas desde 1983


El remplazo del general Galtieri por el general Bignone, luego del fiasco
militar y político de las Malvinas, abrió el camino de la convocatoria a
elecciones. Se trató en esta transición improvisada y destinada a asegurar
un repliegue rápido de las fuerzas armadas, de lo político a lo institucional.
Por primera vez el gobierno dialogó con las dirigencias políticas, aglutina-
das en la Multipartidaria (la UCR, al Justicialismo, al MID, al Partido
Intransigente y al Partido demócrata cristiano) para organizar elecciones.
La pretensión del gobierno de las Fuerzas Armadas, era poder dar comien-
zo a una retirada ordenada a los cuarteles y preservar la unidad del Ejército.
118
INFORME DE CONADEP “Nunca más” Cap. 2, septiembre de 1984, se consigue en:
http://www.nuncamas.org/investig/articulo/nuncamas/nmas2d01.htm
119
En entrevista publicada por el periódico “The Guardian”, el 6 de mayo de 1977
68
Por sobre todo, quería asegurar – en este diálogo condicionado - la intangi-
bilidad jurídica de lo actuado en la época del Proceso.
Este último gobierno militar dictó una “ley de amnistía”, cuya justificación
se originaba en el decreto de Isabel Perón en el cual ordenaba a las fuerzas
armadas “aniquilar a la guerrilla”.
Desde entonces, sectores del poder judicial comenzaron cierta movilización
en contra de la auto-amnistía, alentados por varios organismos de denuncia
que ganaban peso en las postrimerías del régimen120. Luego de la guerra de
Malvinas, se había presentado una catarata de denuncias sobre las violacio-
nes a los derechos humanos. El país había quedado totalmente
desarticulado y en la insolvencia. El descrédito de las instituciones del Es-
tado y la dramática situación económica hundían cualquier atisbo de
conciencia nacional en la frustración y el desencanto.
Raúl Alfonsín, dirigente de la Unión Cívica Radical, lideró esta etapa de
democratización, y fue elegido presidente – contra muchos pronósticos –
venciendo en las urnas al Partido Justicialista. Los nuevos clivajes, genera-
dos en la época dictatorial, estaban definidos por la actitud de los partidos
frente al poder militar y la aptitud a restablecer cierta legalidad democrática
en la convivencia nacional.
El centro de la campaña de Raúl Alfonsín se ubicó en el retorno a la demo-
cracia y la reconstrucción de la vida republicana. “Con la democracia se
come, se educa y se cura”, sostenía en sus discursos que concluían con el
“rezo laico” del Preámbulo de la Constitución Nacional. Colocaba así a las
instituciones en el lugar central de la recuperación de la democracia y fue
categórico respeto al tema del enjuiciamiento a los militares del Proceso.
De hecho, derogó la ley de auto-amnistía, apenas asumió.
Aunque las juntas militares del Proceso fueron sometidas a juicio por sus
responsabilidades en la represión, ni las condiciones políticas, ni las judi-
ciales estaban dadas para que esos juicios prosperaran en condenas reales,
proporcionales a la magnitud de los crímenes.
A fin de que se indagara lo ocurrido, el Ejecutivo creó la Comisión Nacio-
nal sobre la Desaparición de Personas – Conadep - integrada por
120
FISS, Owen “The right degree of independence” en: STOTZKY, Irwin (1993) “Transition
to democracy in Latin America: the role of the judiciary” págs. 55-73, Boulder-San Francisco-
Oxford, Westview press.
69
personalidades: intelectuales, religiosos, periodistas, pero que estuvo presi-
dida por una mayoría de jueces que se mantenía desde el Proceso121. Con
respecto a las responsabilidades en las represiones, se encomendó el juicio,
inicialmente, al Consejo General de las Fuerzas Armadas, el cual se limitó
a dictaminar que la guerra antisubversiva había sido “legítima” y que no
existían méritos para iniciar un enjuiciamiento.
El juicio pasó entonces a una nueva instancia, la Cámara Federal de Apela-
ciones, integrada por jueces de prestigio pero quienes también habían sido
parte del Poder Judicial durante la dictadura. Las condenas fueron blandas,
muchas de ellas absolutorias, según los denunciantes.
La no depuración de los magistrados de las altas cortes aseguraba una mo-
deración de sus dictámenes que no lograría satisfacer a las víctimas aunque
sí se presentaba como una solución formal al problema, intentando resta-
blecer un consenso, acaso imposible. En esa coyuntura, en febrero de 1987,
se dictó la “Ley de Punto Final” la cual intentó poner coto a estos procesos.
Dicha norma fijaba un plazo de dos meses a partir de los cuales no podría
haber nuevos enjuiciamientos. Sin embargo, por el mismo hecho de poner
un límite a las denuncias de delitos que, por su misma naturaleza de “crí-
menes de lesa humanidad”, son imprescriptibles, se restaba consistencia
jurídica a la norma que ponía en evidencia – una vez más – el carácter de-
pendiente del poder judicial de los otros poderes del Estado.
En la Semana Santa de ese mismo año, se produjo la asonada militar de los
“carapintadas” en los cuarteles de Campo de Mayo y en otros regimientos
provinciales. Una vez más los poderes de facto condicionaban las decisio-
nes judiciales y aún del gobierno electo. Bajo las mismas presiones se
promulgó la Ley de Obediencia Debida, según la cual, la responsabilidad
por los crímenes no caería sobre los mandos medios militares sino sólo so-
bre sus superiores.
La situación económica no era menos atroz que la política. La inflación del
año 1983 ascendió a 343%; la de los años 1984 y 1985, a más del 600%122.
Desde esferas gubernamentales se denunciaron las políticas del Fondo Mo-
netario Internacional y se cuestionó el monto de la deuda externa, los más

121
SAÉNZ QUESADA, María, op. cit.
122
Datos del CEPAL, Banco Mundial y FMI
70
de 45.000 millones de dólares que la dictadura había recibido de ésa y otras
entidades de cooperación.
Mirando hacia atrás, algunos cuestionaron la legitimidad de esa deuda pues
había sido adquirida bajo condiciones de absoluta ilegalidad del Estado; se
denunciaron además numerosas irregularidades, como fenómenos de doble
facturación y transferencias del endeudamiento privado al público123.
De todos modos, así ese principio fuese válido, de la situación crítica de la
economía argentina no se podría salir, en tiempos de Alfonsín, si no era con
más cooperación del FMI.
Con la implementación inicialmente exitosa del “Plan Austral”, destinado a
frenar la inflación mediante el establecimiento de una nueva moneda, Ar-
gentina se comprometió en la primera generación de reformas y el
cumplimiento de las recomendaciones del Fondo.
La privatización de empresas estatales apareció como la panacea del déficit
público. En ese ambiente de rápido optimismo, se anunció el “Plan Hous-
ton” para la explotación del petróleo y del gas por compañías extranjeras,
lo cual se transformaría en una apertura petrolera en Argentina, luego de
cerca de 40 años de nacionalismo en materia de hidrocarburos y la privati-
zación, de hecho, de los Yacimientos Petrolíferos Fiscales, YPF.
Se pretendía también la venta de acciones de Aerolíneas Argentinas, de la
empresa de teléfonos, ENTEL y de la siderúrgica SOMISA, todas ellas
propiedad de la nación, aunque éstas últimas no lograron concretarse por la
oposición justicialista en el Senado. Más tarde, bajo el gobierno peronista
de Menem, se realizaría su traspaso al sector privado.
Las medidas del ajuste estructural de la economía perdurarían, debilitando
la capacidad del Estado para la inversión social necesaria a resolver la agu-
da crisis económica a la que se confrontaban amplios sectores de la
población. Con ese debilitamiento del Estado, el principio de soberanía se
ve, de hecho, seriamente limitado por los condicionamientos económicos y
el endeudamiento heredado del período dictatorial. La “liberalización” y la
apertura económica – en el contexto de globalización de finales de los años
80 – coincidieron con un estallido social de nuevo tipo y el surgimiento de
nuevos movimientos sociales extrapartidarios, en el año 1989.

123
OLMOS, Alejandro (2007) “La deuda externa”, Buenos Aires: El Cid editor, pág. 21-30
71
En ese año electoral, Argentina había cesado de pagar los intereses de la
deuda, razón por la cual el FMI y los organismos internacionales de crédito
anunciaron que no le prestarían más dinero. La hiperinflación, los tres le-
vantamientos militares con la consecuente crisis política e institucional y el
empobrecimiento de amplios sectores de la población serían los principales
motivos para una caída vertiginosa de los sufragios electorales de la
UCR124. En mayo de 1989 se realizaron los comicios presidenciales. Carlos
Menem del partido Justicialista, ganó con el 47% de los votos ciudada-
nos125. Apenas nueve días después del acto electoral, eclosionó aquella
situación social que venía gestándose desde la implementación de la aper-
tura: el marginamiento de muchos sectores populares, la “lumpenización”,
como le llama Atilio Borón, o la formación, no de un proletariado, sino de
un “pobretariado”, ajeno a obediencias partidistas.
Comenzaron entonces los saqueos a los supermercados y tiendas en los
suburbios más pobres de la capital. Los cordones de miseria que no habían
dejado de ampliarse desde la época de los militares, pero que con la libera-
lización entraron en una lucha sorda, sin horizontes políticos verdaderos,
con un “enemigo” tan anónimo y difuso, como lo era su propio movimien-
to.
Son los primeros síntomas de una etapa diferente en el proceso político ar-
gentino, encolumnado hasta entonces en el bipartidismo del peronismo-
antiperonismo, pero que desde allí iría a ser orientado más por movimien-
tos sociales, por agrupamientos de vecinos, de desempleados, de villeros y
que cada vez más, va a hacerse sentir por movilizaciones, frente a la indis-
tinción de los programas partidistas y de los propios sindicatos.
Este descalabro social, precipitó la salida de Alfonsín quien debió anticipar
en cinco meses la entrega de la presidencia. Por primera vez, no era un gol-
pe militar el que ponía término a un gobierno civil, sino un golpe de Estado
social.

124
JONES, Mark P. “Una evaluación de la democracia presidencialista argentina: 1983-
1995”, en: Mainwaring y Shugart, op. cit, cap. 5, pág. 210-214
125
Datos de la Dirección Nacional Electoral de República Argentina.
72
2.2 Liberalización y apertura: La gravitación de la independencia ju-
dicial en el proceso político argentino
Las nuevas dinámicas sociales que toman cuerpo durante los años 80 y que
irán a profundizarse durante los 90 llevan a reconsiderar el lugar del poder
y de las instituciones judiciales en el proceso de democratización de la so-
ciedad argentina.
De algún modo, por la forma que adoptó el Estado en el país como Estado
de derecho, durante la liberalización y la apertura, el tema de la legitimiza-
ción del poder judicial frente a los otros poderes del Estado irá a cobrar
relieve y estimular una revisión crítica de los modelos de separación y divi-
sión de poderes, en función de las nuevas necesidades surgidas por la
democratización social.
En particular, es el problema de la ambivalencia en los principios de legi-
timación de las autoridades del Estado el que va a aparecer durante el
período de democratización: “Diferentes aspectos vinculados a la denomi-
nada cuestión judicial hacen que la legitimación de las administraciones
de justicia se haya hecho cada vez más difícil dentro de la forma que el Es-
tado ha ido asumiendo en América Latina”126
Dos enfoques se consolidarán desde esa época:
- El seguido por los teóricos del Estado liberal, el cual postula la nece-
sidad de nuevas articulaciones institucionales, de acuerdo al modelo
constitucionalista, de frenos y contrapesos. Tal perspectiva lleva im-
plícita la posibilidad de alcanzar una independencia y autonomía
reales del poder judicial que le conduzcan a equipararse con los po-
deres ejecutivo y legislativo. Desde ese punto de vista se propugnará
por una reforma que otorgue nuevos poderes al judicial y que éste se
establezca como elemento de contrapeso tanto frente a un eventual
retorno al autoritarismo y el fuerte presidencialismo, como, de igual
modo, frente a la emergencia social y la representación legislativa
que desborde los términos constitucionales.
- El otro enfoque, más ceñido a los modelos europeos y las caracterís-
ticas propias de las democracias mayoritarias, “a raíz de la pérdida
de vigor de la separación de los poderes encuentra un nuevo sostén

126
BERGALLI, Roberto, op. cit., pág. 152
73
para el Estado en la llamada “soberanía popular”, concepto éste
que suministra una lógica unificadora para todas las expresiones de
los poderes estatales, incluido el judicial”127. Desde esta perspectiva
la independencia del judicial frente a los poderes representativos no
resulta ser ni conveniente, ni posible, pues supone una limitación a
los alcances de la democratización social al mismo tiempo que no
evita – por la vía de la acción política de los jueces en el control
constitucional – una politización severa del mismo sistema de justi-
cia.
Es discutible que esa “lógica unificadora” esté reñida con la separación de
los poderes. Por el contrario, de acuerdo a los clásicos europeos – Locke,
Montesquieu, Rousseau – la subordinación del judicial y el ejecutivo al po-
der legislativo, por ser éste quien más directa y pluralmente representa la
voluntad general, es el principio de legitimación de todas las autoridades
del Estado y de la separación de poderes, cuando prevalece el principio
democrático y la potencia (puissance) soberana del pueblo.
Sin embargo, el sentido que cobrarán las reformas judiciales de los años 80
y sobre todo la reforma constitucional de 1994, será el de fortalecer el gra-
do de independencia y autonomía del judicial, como verdadero garante
último y crucial del Estado de derecho.
Desde finales de los años 80, se difunden campañas de descrédito, desde
los grandes medios de comunicación, hacia el poder legislativo, tal como si
el Congreso de la República fuese la única instancia del Estado susceptible
de ser afectada por la corrupción, el clientelismo, el nepotismo y los malos
manejos. Las autoridades judiciales – evidentemente no electas popular-
mente – eran presentadas, por esos mismos medios, en contraste con los
representantes, como intrínsecamente impolutas y ajenas a los intereses que
suelen regir los vaivenes de la política argentina.
Tal participación política del judicial iría a contradecir una tradición de la
jurisprudencia de este país: “El máximo tribunal argentino había seguido
una tradición de la jurisprudencia norteamericana, conocida como la doc-
trina de las Political Questions por la cual, según el clásico principio de la
división de poderes – que se presenta como eje central del diseño constitu-

127
Ibid., pág.159
74
cional norteamericano - «las cuestiones políticas no están sujetas al cono-
cimiento judicial»”128.
La apoliticidad tradicional del juez, entonces, se transmutaría durante la
década de los noventa, en un activismo decidido de los magistrados de las
altas cortes en detrimento de la labor legislativa de los representantes. Un
proceso que conduciría a la judicialización de la política en tiempos de de-
mocracia representativa.
Sin embargo, a desmedro de las campañas instrumentadas desde la apertura
neoliberal, la legitimidad de la Corte Suprema de Justicia – máximo órgano
de gobierno judicial – y su prestigio se han puesto en entredicho.
Algunos de sus fallos han sido calificados no menos que de vergonzosos a
lo largo de la historia, “(…) especialmente por haberse renunciado a la
custodia de la Constitución o avalado golpes de Estado o la demolición de
los derechos fundamentales”129. En las situaciones más críticas, la Corte
Suprema de Justicia, “prestó una legitimación a regímenes de facto instau-
rados a través del empleo de la fuerza militar”130. Sin perder de vista que
la mayor cantidad de nombramientos de jueces se produjeron durante los
mandatos dictatoriales, en especial, su legitimidad puede ser cuestionada en
la medida que sus fallos contradijeron, a la vez, las normas constitucionales
y la voluntad general expresada en la elección de representantes.
Difícilmente el propósito principal de la reforma judicial: instituir un poder
judicial independiente y autónomo, a través de la creación de nuevos entes
estatales de acusación y control sobre el poder legislativo y los representan-
tes del pueblo, pueda ser percibido, en Argentina como un elemento que
favorezca, decididamente, la democratización de la sociedad. Tal propósito,
lejos de ello, entronizaría un poder de interpretación, veto y revisión de los
actos legislativos, capaz de frustrar cualquier intento de transformación
democratizadora que se incentive desde los poderes representativos de la
voluntad popular.
Lo político-representativo – poder legislativo - se desplaza hacia lo judi-
cial-colegiado. La voluntad general se desplaza hacia la interpretación
constitucional. Con ello la soberanía, como decisión autónoma e indepen-
128
BERGALLI, Roberto, op. cit., pág. 160
129
FERREYRA, Raúl Gustavo, op. cit. , pág. 486
130
BERGALLI, Roberto, op. cit., pág. 160
75
diente, se desplaza de las urnas electorales a las salas de reunión de las altas
cortes o, por lo menos, se vería tanto más restringida, mientras más inde-
pendiente, y autónomo fuese el poder que se acordase a las cortes supre-
supremas.
Por cierto, esta nueva gravitación política del poder judicial en las decisio-
nes de gobierno como control del legislativo y como limitante de la
voluntad general y de la soberanía, con los desplazamientos que opera en
los centros de decisión política, no debe comprenderse de una manera uni-
lateral, ni como enteramente negativa a las finalidades de la
democratización social.
Lejos de ello, la “suplencia” de roles sociales y políticos, por parte de los
magistrados, puede ser comprendida desde otra perspectiva – como la de la
“Magistratura Democrática” (MD) en Italia y en España los “Jueces por la
Democracia” – como motivada por las más valiosas inquietudes, justamen-
te allí donde los poderes políticos han abandonado la protección de los
grupos sociales más desfavorecidos. En ese caso, el poder judicial aparece-
ría como el resguardo y garante de los derechos humanos básicos, no desde
la óptica del poder, sino desde los intereses de los más desprotegidos.
Sin ocultar el carácter, en alguna medida, “paternalista” de este tipo de do-
minación judicial, se debe destacar que en Argentina, fue desde este
enfoque y con esos recursos que se dio inicio a los juicios contra los milita-
res del Proceso.
Esta tendencia de la jurisprudencia, en general, no considera que el poder
judicial deba ser políticamente independiente de los poderes representati-
vos del Estado, sino más bien “los jueces se proponen una reformulación
entre derecho y política, a través de un análisis de la praxis jurídica enten-
dida como descubrimiento de la politización de la magistratura, del papel
del jurista y de los mismos contenidos normativos (…)”131. Esta situación
configuraría un uso alternativo del derecho, en acompañamiento y no en
oposición de los procesos democráticos. A este propósito señala Roberto
Bergalli:

131
BERGALLI, Roberto, op. cit., pág. 154-155
76
(…) los propios juristas han teorizado explícitamente sobre la
función del juez como representante y garante de los intereses
excluidos, de los intereses débiles de aquella parte de la so-
ciedad que de algún modo sufre procesos de marginalización y
respecto de la cual la jurisdicción puede y debe cumplir una
labor. (…) ciertas corrientes de la magistratura judicial, mo-
vidas por una sensibilidad democrática, han decidido
profundizar tales principios y hacerlos eficaces mediante la
actividad jurisdiccional aun contrariando los propios orde-
namientos jurídicos que por variadas razones permanecen
todavía enclaustrados en conceptos autoritarios sobre la so-
ciedad civil, cuando no inmersos en una ideología fascista.132

Evidentemente, también este tipo de inquietudes van a entrar en la cultura


que se forja en torno al Estado de derecho en Argentina, luego de la pro-
longada dominación de la dictadura militar, y contribuirán notablemente a
crear una conciencia democrática en la ciudadanía, sobre todo en cuanto se
concibe que cada individuo, independientemente de su extracción y situa-
ción socioeconómica, es portador de derechos fundamentales.
Más allá de la “sensibilidad democrática”, cuando la independencia del po-
der judicial se comprende como restricción y suplantación de los poderes
representativos, por parte de un poder colegiado y además vitalicio, se trata
entonces de una labor de oposición política al gobierno electo, por medios
que son ajenos a las voluntades colectivas de la población.
Como la organización interna de la judicatura es fuertemente verticalista-
piramidal y se presenta – a semejanza del modelo norteamericano – una
fuerte dependencia de todas las instancias judiciales a la Suprema Corte de
Justicia, evidentemente, dependerá de la composición de ésta, la composi-
ción e inclinaciones ideológicas del conjunto del sistema.
Como en Norteamérica, en Argentina los miembros de la Corte Suprema
son elegidos por el presidente de la República con la aprobación del Sena-
do. Este sistema de designación asegura una politización necesaria de la
alta corte y como lo explica un destacado jurista: “Dentro del aparato judi-

132
Ibid., pág. 154
77
cial, los niveles de vigilancia sobre el comportamiento de sus integrantes y
la adhesión de sus decisiones a la ideología jurídica dominante están ase-
guradas por el reparto de competencias sancionadoras otorgadas a las
instancias superiores”133

2.2.1 Impacto de la reforma judicial en el sistema político


El “bipartidismo imperfecto”134 del sistema político argentino, va a entrar
en plena decadencia a partir de la doble presidencia de Carlos Saúl Menem.
En realidad, los condicionantes impuestos por la apertura económica van a
cerrar la brecha ideológica que podría haber existido anteriormente entre
los partidos dominantes. Durante sus mandatos, la privatización de empre-
sas públicas – que la oposición peronista tanto había criticado a su
antecesor – terminó por ser la política de rigor para equilibrar el déficit fis-
cal y aligerar las cargas del Estado. Bajo sus mandatos, va tomar cuerpo la
segunda generación de reformas, la cual, como sabemos, se destinó dar es-
tabilidad a las decisiones económicas. Podría resultar paradójico que fuese
justamente su gobierno quien mostrara alguna preocupación por la situa-
ción de independencia judicial, cuando se sabe que por medio de la Ley
23.774, fue el mismo presidente quien decidió ampliar el número de miem-
bros de la Corte Suprema de Justicia de 5 miembros a 9, designando él a
los cuatro nuevos integrantes entre sus propios correligionarios justicialis-
tas.
Durante su permanencia en el gobierno, a la Corte se le criticó la ausencia
absoluta de independencia frente al Ejecutivo, y muchos de sus miembros,
cooptados, fueron acusados de conformar una “mayoría automática”, la
cual siempre fallaba a favor de los intereses del ejecutivo. Serían esos mis-
mos magistrados quienes, más tarde, cuando el presidente fuera
encarcelado por el caso “Armas” – contrabando de armas al Ecuador en
conflicto con Perú, y a Croacia, en plena guerra de los Balcanes – dictaría
la orden de excarcelación para el ex mandatario.
Frente al espinoso tema del castigo a los militares del Proceso, en noviem-
bre de 1989, Menem encontró una solución expedita: el “Indulto
presidencial” – otra potestad del presidente - a los varios centenares de en-
causados por violaciones a los derechos humanos. El gobierno usó a
133
BERGALLI, Roberto, pág. 163
134
ALCÁNTARA, Manuel, op. cit., pág. 28
78
discreción, por otra parte, de un poder proactivo del presidente: los decre-
tos-ley “de necesidad y urgencia”, los cuales entraban en vigencia
inmediata, sin el requisito de que el legislativo les diese su aprobación. Con
un legislativo de mayoría oficialista, la proliferación de decretos-ley y una
Corte Suprema de mayoría automática135, el presidente Carlos Menem pudo
imponer un estilo de gobierno distante de los principios democráticos, si
bien sujeto a los principios formales del Estado liberal.

2.3 La Constitución menemista y el control tutelar sobre las cortes


Los acuerdos entre el partido Justicialista, en el gobierno, y la Unión Cívica
Radical, en el llamado Pacto de Olivos, fueron la base para la convocatoria
a un Congreso Constituyente y la promulgación de una nueva Constitución.
Como trasfondo del acuerdo aparece el entorno internacional que pugnaba
ya por un fortalecimiento de las instituciones judiciales. La reforma institu-
cional, entonces, debía permitir dar continuidad, estabilidad y adaptabilidad
– el término es del BID - a las reformas económicas emprendidas.
Ambas reformas, las concebidas de manera endógena a partir de los intere-
ses de ambos partidos dominantes, y las diseñadas desde la perspectiva de
los entes de cooperación internacional, podían muy bien homogeneizarse
en un mismo sentido. Sin embargo esta confluencia de perspectivas políti-
cas, terminaría por minar las bases sobre las cuales se cimentaba el fuerte
bipartidismo electoral en la política argentina, debilitando el clivaje ideoló-
gico entre radicales y peronistas y las disciplinas partidarias al interior de
cada formación136.
En ambos sentidos, se debilitaría la alternancia electoral, al suprimir la
oposición fuerte al poder en plaza, de parte de la oposición, y al acentuar la
descentralización de los mandos partidistas, se debilitaba la disciplina par-
tidaria tradicional. Sobre todo, al moderar los atributos de una democracia
mayoritaria – mayor proporcionalidad en la representación, estímulo a los
partidos regionales, mayores contrapesos judiciales a las decisiones legisla-
tivas – y al favorecer recursos propios de las democracias de consenso,

135
JONES, Mark, op. cit., pág. 214-215
136
Ibid.
79
entraban en juego factores que no podrían ser resueltos por la confrontación
entre gobierno y oposición.
La legislación electoral, desde el siglo XIX, favorecía un sistema de repre-
sentación mayoritaria, en la medida que se otorgaban dos tercios de los
escaños en disputa a la primera mayoría y un tercio a la segunda, realizan-
do así un bipartidismo reglamentario137. Esta norma se cambiará ya en
1963, por la proporcionalidad en los escaños, con un umbral de representa-
ción del 3%, pues, por entonces, se trataba de bloquear la supremacía
electoral del peronismo proscripto. Con la Constitución de 1994 se man-
tendrá la proporcionalidad electoral para legisladores, aunque para la
elección del Presidente y Vicepresidente, se reducirá el porcentaje necesa-
rio para ser electos en primera vuelta, de 50 a 45% o, de 40%, cuando se
distanciase más de 10% de la segunda fórmula más votada.
Si bien la reforma constitucional se orientaba hacia una atenuación del po-
der atribuido al Presidente, en la práctica, dicha atenuación se vio
desvirtuada por la oficialización del Decreto presidencial como herramienta
legislativa.
En cuanto al federalismo y la descentralización administrativa del Estado,
es cierto que la Constitución estableció un sistema de participación federal
más explícito y una distribución automática de fondos, dotando a las regio-
nes de autonomía para establecer acuerdos internacionales pero, al mismo
tiempo, el Ejecutivo controlaría los flujos presupuestales de los gobiernos
locales y la capacidad de “intervenir” las provincias.
Frente al poder legislativo, la nueva Constitución plantea recortes severos,
pues afectó la delegación legislativa en el Presidente. Un polémico Artículo
99 dispone en su Inciso 3, por ejemplo: “El Poder Ejecutivo no podrá en
ningún caso bajo pena de nulidad absoluta e insanable, emitir disposicio-
nes de carácter legislativo (…)” para desmentir enseguida, en el mismo
inciso: “Solamente cuando circunstancias excepcionales hicieran imposi-
ble seguir los trámites ordinarios previstos por esta Constitución para la
sanción de las leyes, y no se trate de normas que regulen materia penal,
tributaria, electoral o el régimen de los partidos políticos, podrá dictar
decretos por razones de necesidad y urgencia (…)”.

137
ALCÁNTARA, Manuel, op. cit., pág. 25
80
Vale decir, que la nueva Constitución, contempla expresamente los “Decre-
tos de necesidad y urgencia” – además de los Decretos Regulatorios y los
Decretos Autónomos – los cuales no eran, bien entendidos, atributos del
Presidente en ninguna de las Constituciones anteriores. Claro está que los
gobiernos militares gobernaron mediante decretos, y varios gobiernos civi-
les también los emplearon, pero sólo en esta Constitución serían parte de la
norma.
Así mismo, el presidente reforzará su poder de Veto, sobre las actuaciones
del Legislativo, en particular en aquellos casos que, mediante ley, se dero-
gasen algunos de sus Decretos-ley.
La reforma del Poder Judicial, creará las instituciones, en efecto, que pro-
pugnaban las instancias internacionales: un Consejo de la Magistratura, por
ejemplo, y ampliación de las funciones de la Corte Suprema de Justicia,
sobre la cual recaerá, de allí en más, la función de control de la constitucio-
nalidad, propia de un Tribunal Constitucional, que ejercerá su jurisdicción
por apelación. También se reglamentó la Cámara de casación, al mismo
tiempo que se establecieron los Tribunales Federales para cada provincia.
Creación de una Fiscalía, como ente acusador y, por fin, la adjudicación de
un presupuesto, no inferior a un porcentaje fijo del presupuesto general,
para asegurar la autonomía financiera del sistema judicial.
Sin embargo, a estas disposiciones y nuevas instituciones que, aparente-
mente, refuerzan la independencia y autonomía del Judicial, se las rodeará
de condiciones electivas particulares: Todos los magistrados de la Corte
Suprema – y en consecuencia del Tribunal Constitucional – de los Tribuna-
les Federares e, incluso los funcionarios del Cuerpo de fiscales del Estado,
son nombrados por el Presidente, con el acuerdo, ciertamente, de dos ter-
cios del Senado.
De este modo, el Ejecutivo se reserva, a desmedro del poder Legislativo, la
potestad en la conformación de las altas cortes de Justicia138.
Esta duplicidad en el fortalecimiento de la independencia y autonomía ju-
diciales – por medio de la creación de nuevas instituciones - al mismo
tiempo que se concentran todos los poderes electivos de la alta magistratura
y la fiscalía, en la persona del Presidente, se torna, en efecto, en un sistema

138
JONES, Marc, op. cit., pág. 216
81
que limita severamente los alcances democráticos de la Reforma, en la me-
dida, que se hace posible erguir un poder judicial completo, incluso, en
oposición a la voluntad general de los ciudadanos.
La cámara de Diputados del Congreso, en la especie, va a carecer de toda
incidencia real en la designación de los fiscales y los jueces de los altos tri-
bunales, cuya nominación – como promueve la reforma neoinstitucional –
debe ser estable, es decir, vitalicia. Como contrapeso, la Cámara de dipu-
tados, por mayoría de dos tercios, puede decidir el juicio político de
magistrados.

2.4 La erosión del bipartidismo argentino y la emergencia de los mo-


vimientos sociales
Con la puesta en obra de la nueva Constitución concluirá la dominación
bipartidista en el sistema político argentino, en una “ruptura”139 ya explícita
en las elecciones presidenciales de 1995, cuando el Frente por un País Soli-
dario – FREPASO – con 29% de los votos, desplaza a la Unión Cívica
Radical – UCR - del segundo lugar en las preferencias electorales. El pri-
mer lugar, mediante la reelección del presidente, lo obtuvo el Partido
Justicialista, con casi un 50% de los escrutinios.
Por primera vez formaciones electorales de la “nueva izquierda” habían
logrado alcanzar niveles significativos en Argentina. El FREPASO, como
también lo sería el MAS – Movimiento al socialismo – y más tarde la
Alianza, cristalizarán alternativas electorales, eclécticas, con componentes
tanto peronistas como anti-peronistas, pero con propuestas sociales y polí-
ticas de izquierda, en un sentido amplio, junto con toda una panoplia de
agrupaciones trotzquistas, como el P.O y otras gramscianas, incluso maoís-
tas, como el PCR, o el reagrupamiento del Partido Comunista. También del
Partido socialista, junto con las formaciones de la izquierda peronista, pro-
venientes del antiguo “peronismo de base”, de la juventud peronista, de
sectores ex Montoneros, y el sindicalismo peronista “combativo”, opuesto a
las dirigencias burocráticas tradicionales de la CGT, las 62 Organizaciones
y otras.

139
Ibid., pág. 217
82
El segundo mandato de Menem iría a concentrar la oposición de ese movi-
miento social que se gestaba. La protesta social que se afirmaba a diario
con el surgimiento de “polos” difusos, a veces barriales, en una situación
de pérdida de legitimidad de las políticas neoliberales y de impunidad ante
los crímenes de la dictadura, ponía en evidencia el creciente descrédito de
los partidos políticos gobernantes desde el retorno a la democracia. Junto
con ese descrédito, provocaba la erosión de un sistema del bipartidismo en
su conjunto. “En tal contexto, la protesta social se constituyó en Argentina
en un recurso político de peso creciente, al punto que en algún sentido se
incorporó a la normalidad política del país”140.
La necesidad de dar estabilidad institucional a las reformas emprendidas
desde los años de Alfonsín, y que conducirían al “pacto de Olivos” y a la
reforma constitucional de 1994, entrañaba que las diferencias entre los go-
biernos radicales y los peronistas, fuesen percibidas por la opinión pública
como meros cambios de estilo de gobierno. No se veían afectadas ni las
bases programáticas de sus mandatos, ni eran atendidas las demandas so-
ciales que continuaban in crescendo.
Carlos Menem procederá a finiquitar “una enorme transformación econó-
mica”141, consistente en la entronización de la economía de libre mercado
como reguladora de la vida institucional y social, el mercado-centrismo. La
liberalización trajo aparejadas consecuencias negativas para amplios secto-
res de la población: el aumento del desempleo, la pérdida de la capacidad
productiva y exportadora del país, junto a una inmensa transferencia de re-
cursos a empresas transnacionales, todo ello acompañado por la volatilidad
de los capitales financieros y las crisis recurrentes ligadas a fenómenos de
especulación.
Ello podría explicar – en buena medida - el porqué, desde 1997 hasta la
crisis de 2001, las movilizaciones sociales pasarían de los “cacerolazos”,
las “asambleas populares” y los “careos”, a los “piquetes”, ya insurreccio-
nales, de las poblaciones más golpeadas por las crisis.
Las elecciones presidenciales de 1999, y que opondrán al peronismo go-
bernante, esta vez con la candidatura de Eduardo Duhalde – vicepresidente
del primer gobierno de Menem – y una nueva formación: “La Alianza por
140
SCHUSTER, Federico, op. cit., pág. 250.
141
Ibid.
83
el Trabajo, la Justicia y la Educación”, con Fernando De la Rúa como can-
didato, significarán la debacle del sistema político bipartidista argentino.
La “Alianza” constituía un frente electoral heterogéneo, que se había for-
mado en 1997 entre la Unión Cívica Radical y el FREPASO, integrado por
los partidos Frente Grande, los partidos de la Unidad Socialista (socialistas
Popular y Democrático) y el partido Demócrata Cristiano. De la Rúa, pro-
veniente de la UCR, iría a gobernar con Carlos “Chacho” Álvarez,
dirigente en el Frente Grande, el cual había barrido en las elecciones legis-
lativas de 1997, desplazando la hegemonía del justicialismo.
Para el momento de la asunción del nuevo presidente, Argentina se encon-
traba en medio de una profunda recesión y su economía sacudida por la
crisis asiática y brasileña. Las primeras medidas de ajuste de urgencia asu-
midas por el presidente, para solventar la recaudación pública, no lograron
resolver el déficit de las finanzas y deterioraron aún más la capacidad pro-
ductiva de la industria nacional. Ante el agravamiento de la situación
económica el gobierno de De la Rúa pidió ayuda complementaria al Fondo
Monetario Internacional y a los bancos privados para refinanciar, de algún
modo, la presión de la deuda externa. En diciembre de 2000 se negoció un
paquete de salvataje de cerca de 40.000 millones de dólares, y el gobierno
anunció la inversión de 20.000 millones para programas de obras públicas.
Sin embargo, la recesión y la fuga de capitales continuaron a ritmo acelera-
do, con el agravante adicional del descontento provocado por las medidas
de ajuste. Luego de un corto período de inestabilidad en el Ministerio de
Economía – en el más importante en el gabinete argentino – el nombra-
miento de Domingo Cavallo, quien había sido ya ministro de Menem,
terminó de borrar toda distinción entre el gobierno radical de De la Rúa con
su antecesor justicialista. Entre tanto Álvarez renunció a la vicepresidencia.
Desde noviembre del 2000, se acentuó la desconfianza en el sistema finan-
ciero, por lo que se produjeron fuertes retiros de depósitos bancarios y una
masiva fuga de capitales. Para frenarlos, se impusieron restricciones como
el congelamiento de los fondos depositados en los bancos, medida conocida
como “el corralito". El FMI, en tanto, endureció su posición exigiendo un
recorte del 10% en el presupuesto público antes de producir cualquier nue-
vo desembolso, lo cual recrudeció la situación social.

84
Como corolario trágico, se puede señalar que, para finales de 2001, el des-
empleo – según indicadores oficiales - había superado la barrera del 20%.
En síntesis, el gobierno aliancista De la Rúa, en muy corto tiempo, de 1999
a 2001, logró desencadenar cuatro grandes crisis:
x La crisis política: evidenciada con la renuncia del vicepresidente
Carlos "Chacho" Álvarez, en octubre de 2000 y, en especial, la del
propio presidente en diciembre de 2001.
x La crisis económica: puesta en relieve con la llegada de Domingo
Cavallo al Ministerio de Economía en el mes de marzo del 2001.
x La crisis de credibilidad: puesta en evidencia en los desfavorables re-
sultados electorales de las elecciones legislativas de Octubre del
2001.
x La crisis institucional: tras los sucesos socio-políticos que derivaron
en su renuncia en el mes de diciembre de 2001 y la incapacidad de
asegurar la continuidad republicana.
El colapso gubernamental y la renuncia de la Rúa, luego de haber ordenado
la represión policial sobre las multitudes y los piqueteros, que reclamaban
“que se vayan todos” – lo cual incluía a los nueve jueces de la Corte Su-
prema de Justicia142 - implicó la sucesión de cinco presidentes –
considerando al gobierno saliente - en el término de sólo trece días.
En el treceavo día asumió como presidente de la República Eduardo
Duhalde, el gran derrotado en las elecciones presidenciales de 1999, quien
logró permanecer en el poder hasta la organización de elecciones en 2003,
con el ascenso de Néstor Kirchner a la presidencia y el inicio de un nuevo
proceso político.
Entre tanto, desde mediados de 2001 cuando aún gobernaba De la Rúa y el
1ro. de enero de 2002, cerca de 70.000 millones de dólares, salieron “fuga-
dos” del país. Naturalmente, la crisis de diciembre de 2001 significó la
desdolarización de la economía y el derrumbe del sistema de convertibili-
dad a la moneda estadounidense. Con la pesificación y el desplome del
sistema financiero, el 19 de enero, el presidente Duhalde debió reconocer la
imposibilidad de devolver los ahorros bancarios en dólares, que sumaban

142
ABIAD, Pablo y THIEBERGER, Mariano (2005) “Justicia era Kirchner. La construcción
de un poder a medida” Buenos Aires: Marea Editorial, pág. 12
85
U$S 45.000 millones, a sus propietarios. Como resultado de la espectacular
fuga de capitales, las entidades bancarias mantenían en su poder sólo una
ínfima parte de lo depositado por los ahorristas. Además, la deuda externa
pública se estimaba en poco más de $150.000 millones de dólares, que re-
presentaba el 54% del PIB. Vale decir que este período de “retorno a la
democracia”, había implicado, entre otros desmanes, un incremento de la
deuda externa superior al 300%, con respecto al saldo dejado por los milita-
res del Proceso en el año 1983.

2.5 La debacle de un modelo


El surgimiento de partidos “nuevos”, en particular el FREPASO (Frente
por un país solidario) y el resurgimiento sorpresivo de partidos como el In-
transigente, hacia finales de la década de los 80 y durante los 90, podrían
denotar ya el desgaste de un sistema de partidos que había dejado de repre-
sentar los verdaderos clivajes sociopolíticos latentes en las nuevas
dinámicas de la sociedad argentina.
Ambos componentes del bipartidismo tradicional - justicialismo y radica-
lismo - agotaron, de algún modo, los márgenes de entusiasmo y
credibilidad que el retorno a la democracia había generado en los más am-
plios sectores populares.
El desgaste del modelo económico neoliberal – implementado tanto por los
gobiernos radicales (Raúl Alfonsín, De la Rúa) como justicialistas (decana-
to de Menem) terminaría por eclosionar en las jornadas de diciembre de
2001. Dicha crisis, mostraría la falta de capacidad del sistema político para
gestionar, en términos reales, las urgencias de los sectores más afectados
por los costos de la liberalización.
El sistema fijo de convertibilidad cambiaria (un dólar por un peso) adopta-
do por el gobierno de Menem y mantenido por el de De la Rúa, restringió a
tal punto las posibilidades exportadoras de la república Argentina que el
déficit de su balanza comercial externa, en el contexto del Mercosur, termi-
nó por ser inmanejable. Por ello, las primeras acciones del gobierno surgido
después de la crisis, el justicialista Eduardo Duhalde, consistieron en medi-
das económicas tendientes a responder a los reclamos tanto de sectores
productivos del empresariado como de la población en general. El mante-
86
nimiento del “corralito” destinado a frenar la extraordinaria fuga de capita-
les – cuando ya era tarde – y la devaluación monetaria de 350%, marcarían
la pauta para una nueva política de reactivación económica. En un plano
político, el bipartidismo saldría irremediablemente herido de aquel cul de
sac del 2001.
La Corte Suprema de Justicia no gozaba de credibilidad al momento de
presentarse la crisis de diciembre de 2001. Los nueve integrantes de la Cor-
te fueron sujetos de “careos” o “escraches” populares, y luego acusados por
la Cámara de diputados en un juicio político, con cargos contra todos ellos.
Las principales irregularidades por las cuales eran acusados consistían en:
- “Violación de deberes éticos y probable comisión de delitos”: en
1996, se había eximido a los jueces del pago de impuestos a las
ganancias y sus declaraciones eran secretas. Además se rodearon
de privilegios inadmisibles, por ejemplo, el derecho de usar per-
sonalmente y a voluntad los bienes de personas acusadas de
narcotráfico, automóviles especialmente.
- “Falta de excusación en una causa donde se declaró la inconstitu-
cionalidad de una cláusula que afectaba sus intereses” La
Constitución establecía que los jueces deben jubilarse a los 75
años. Algunos de los miembros de la corte quisieron modificar
esos términos en su propio beneficio.
- “Mal desempeño en la causa del atentado a la Embajada de Is-
rael”: tiene que ver con las deficientes investigaciones que se
realizaron en torno a un atentado cometido en 1992.
- “Mal desempeño en la actuación en la causa Armas”: concierne la
excarcelación de Carlos Menem cuando fue inculpado por el con-
trabando de armas a Croacia y Ecuador. Salteándose a la Cámara
de Casación, la Corte ordenó la libertad del ex mandatario y de su
cuñado.
- “Mal desempeño en relación con las causas del llamado corralito
financiero”: El 28 de diciembre de 2001, la Corte propuso pesifi-
car la economía – es decir, no devolver en dólares los depósitos
de los ahorristas – un mes después, el 1 de febrero de 2002, se in-

87
clinó por la dolarización. Para los diputados, y la gente, estas con-
tradicciones escondieron intereses políticos y personales.
- “Mal desempeño en el ejercicio de sus funciones en expedientes
vinculados con el banquero Raúl Moneta”: En investigaciones so-
bre los bancos Mendoza y República, la Corte le quitó el caso al
juez original, Luis Leiva, tal como pretendía el acusado. Este
juez, que había pedido la captura de Moneta, terminó destituido
por “haber violado la imparcialidad”
- “Mal desempeño en el ejercicio de sus funciones en los casos vin-
culados al rebalanceo telefónico”: Se habrían transgredido
procedimientos al solo efecto de favorecer a las compañías Tele-
com y Telefónica permitiéndoles grandes aumentos tarifarios.
- “Mal desempeño en el caso Corrientes”: La Corte habilitó a Raúl
“Tato” Romero Feris a presentarse como candidato a gobernador
en 2001, a pesar de encontrarse con prisión preventiva por un ca-
so de corrupción.
- “Haber desarrollado conductas que por acción u omisión han con-
tribuido al descrédito de la Corte Suprema de Justicia de la
Nación”143.
Como se puede apreciar, la reforma institucional tendiente a lograr la inde-
pendencia y autonomía judicial, no había arrojado los resultados previstos
por el neoinstitucionalismo y sus promotores.
El ascenso de Kirchner al poder, peronista de izquierda “heterodoxo”, iría a
consagrar, quizás de manera irreversible, el fin de la dominación hegemó-
nica de los dos partidos tradicionales. Dentro del partido UCR, se
consolidaría también un sector “K”, vale decir, de radicales kirchneristas.

2.6 La era Kirchner


Los comicios presidenciales se realizaron el 27 de abril de 2003, con una
eventual segunda vuelta, prevista para el 18 de mayo. No obstante no haber
obtenido la mayoría absoluta, Néstor Kirchner – gobernador de la provincia

143
ABIAD, Pablo y THIEBERGER, Mariano, op. cit., pág. 18-19

88
sureña de Santa Cruz – fue declarado ganador, al renunciar su principal
contendor: Carlos Menem, al ballotage electoral.
La cantidad de fórmulas que se presentaron a esos comicios, 19, habla por
sí misma de la dislocación generalizada del sistema político. Tanto el Fren-
te por la Lealtad, de Carlos Menem, como el Frente para la Victoria de
Néstor Kirchner, reivindicaban la adhesión al peronismo justicialista. Tam-
bién se presentaron, al menos, tres fórmulas bajo la etiqueta radical: la de
Ricardo López Murphy, la de Elisa Carrió y la de Leopoldo Moreau.
La reactivación propugnada por Kirchner se centró en despertar las capaci-
dades productivas del país. Se volvieron a sustituir importaciones para
paliar, en carácter de urgencia, todos aquellos bienes intermedios que la
crisis ya no permitía importar. Se crearon sistemas de microcrédito, al esti-
lo del utilizado en Bangladesh para sustraer de la pobreza extrema a cuatro
millones de campesinos, con un éxito remarcable. Aunque el verdadero gi-
ro hacia la reactivación se consolidará a partir del 2004.
Sobre todo se ha restablecido una nueva vinculación del ciudadano común
con Estado y nuevas formas de acción política de la gente. En un plano fi-
nanciero, el desafío más importante al que se confrontó el presidente
Kirchner fue el de las ineludibles negociaciones con el Fondo Monetario
Internacional que dieron comienzo en junio del año 2003.
Finalmente el gobierno de Kirchner, con el ministerio de Economía de La-
vagna, logró modificar los términos de negociación, de una deuda que llegó
a ser mayor al 160% del PIB, luego de la devaluación. Será la adquisición,
por parte del Estado venezolano, de los bonos de la deuda argentina, lo que
permitirá al gobierno de Kirchner generar otra base de negociación con el
FMI, dando inicio, de este modo, a una etapa de franca recuperación eco-
nómica, con indicadores de crecimiento cercanos al 9% anual, desde el año
2004 hasta la fecha. El gobierno pudo recuperar espacios de decisión polí-
tica que parecían irremediablemente perdidos bajo los condicionamientos
impuestos. Se trataría, entonces, de una intencionalidad vinculada a un re-
torno de lo político-representativo por sobre el mercado-centrismo y la
reforma neoinstitucionalista.
Indudablemente, tal pretensión contra-reformadora, si bien dotaba al go-
bierno de entonces, como al actual de Cristina Fernández, de capacidades

89
para retornar sobre los pasos de los ajustes estructurales precedentes, sin la
obligatoriedad de rendir cuentas al organismo de cooperación, también es
cierto que encontrará, en la reforma institucional, un escollo difícil de re-
solver.
En especial, se trataría de someter a las decisiones de gobierno el carácter
de independencia que la Constitución de 1994 concede al Banco Central,
como organismo rector de la política monetaria, y, naturalmente, los pode-
res ampliados de las altas cortes del sistema judicial. El Ejecutivo debe
asegurar – según los términos constitucionales - su independencia y auto-
nomía, respetar el carácter vitalicio de los magistrados de la Corte Suprema
y, de algún modo, someterse al designio judicial, por ejemplo, en temas que
afectan la seguridad de la democracia. Eso en cuanto el gobierno responda,
sin transgredirlo, al principio liberal en la conformación del Estado.
Pero, al mismo tiempo, la emergencia de los movimientos sociales condi-
cionaba la acción de gobierno en el sentido de profundizar los caracteres de
democracia mayoritaria, “iliberal”, dando prioridad a la voluntad mayorita-
ria y restableciendo la supremacía de los poderes representativos que de esa
voluntad emanan.
La dimensión socioeconómica y cultural de la democracia, en este caso,
pasa a un primer plano, y la transformación de un statu quo institucional
proclive a contener el desbordamiento mayoritario, fue y es una de las defi-
niciones cruciales a las cuales se confronta el actual proceso político
argentino.
El poder político del judicial, en cuanto capacidad de revisión judicial de
los actos legislativos, se debilita: “No discutiré si la CSJN ha ejercido en el
pasado razonablemente bien o con fuerte timidez el control judicial de
constitucionalidad; diré, más bien, que en el tiempo actual – cuyo horizon-
te de proyección para el futuro es inevitable – tal actividad se encuentra
fuertemente comprometida”144.

144
FERREYRA, Raúl Gustavo, op. cit., pág. 485

90
2.7 Kirchner y la transformación desde abajo: el bonapartismo popu-
lar
En la situación argentina, más allá de los desgastes institucionales y la dis-
locación del sistema político, aparecen componentes del poder “extra-
electorales”, que se han jalonado durante toda su historia política. Un pri-
mer componente es el de la sucesión de asonadas, golpes de Estado,
“planteos” de las Fuerzas Armadas, las cuales, actuando muchas veces co-
mo un verdadero partido político, han gobernado, de facto, por sobre los
actores representativos y electos. Las actuaciones de corporaciones empre-
sariales y de terratenientes – en varios períodos de la historia del país –
tendieron a obstaculizar la labor de gobiernos civiles electos y facilitaron
de ese modo la actuación del elemento castrense.
Un segundo componente, que se expresa muchas veces por fuera del juego
institucional, y que aparece en las crisis profundas, como la de finales de
2001, es el de las grandes movilizaciones populares que conmueven los
fundamentos institucionales de las formas de gobierno. En estos últimos
años, ya desde finales de los 90, se conformaron y cobraron inusitado pro-
tagonismo los llamados “piqueteros” como un movimiento social y que
asumió, especialmente durante el gobierno de Néstor Kirchner, un papel
político de envergadura. Kirchner acabó por designar a dirigentes piquete-
ros en puestos de gobierno. Varias legislaturas distribuidas en las
elecciones de su era de gobierno, recayeron en dirigentes piqueteros.
Desde la nueva perspectiva política generada durante su era de gobierno, la
democratización en Argentina ha adquirido un nuevo significado, ubicando
a las mayorías nacionales en el centro de las decisiones políticas. Es de ha-
cer notar que en diciembre de 2001, cuando se multiplicaron los “careos” y
los piqueteros ocuparon todas las sedes de gobierno, también ocuparon los
tribunales y la sede de la Corte Suprema de Justicia, exigiendo la renuncia
inmediata y el enjuiciamiento de sus nueve integrantes. Más tarde, la Cá-
mara de diputados inició un juicio político contra los miembros de esa
corte, basado en las causas éticas, comerciales y penales que ya mencioné.
La recusación política – el juicio a los jueces por parte del de la cámara ba-
ja del legislativo – plantea una trasgresión a la división rígida de los
poderes del Estado, estimulada por la reforma institucional, y restablece la
supremacía del poder legislativo, de su legitimidad democrática, por sobre
91
la autoridad concedida a la institución colegiada de la judicatura, tal como
se plantea desde los modelos de las democracias mayoritarias y los clásicos
europeos, en concreto Locke, Montesquieu y Rousseau. De algún modo,
despunta – junto con el movimiento social emergente – el principio de legi-
timación democrático de las autoridades del Estado, basado en la mayoría
electoral – lex majoris partis - en contraste con el principio liberal que fa-
culta al judicial como intérprete exclusivo de los contenidos
constitucionales y como ente encargado de limitar y contrapesar las deci-
siones soberanas.
La “calle” entonces, pasó a ejercer un poder muy fuerte, aún antes de la
caída del presidente De la Rúa. En el último año de su gobierno y bajo los
rigores del llamado “plan Cavallo” – aplicación estricta del plan de estabi-
lización del FMI con reducción drástica del gasto público – en Argentina se
alcanzaron varios records históricos de desempleo, de pobreza extrema
(cerca de un 58%)145 y de inequidad.
No es de sorprender, entonces, que tal situación desembocase en un verda-
dero “plebiscito callejero” con todos los hechos de violencia y saqueo,
ampliamente conocidos, que condujeron a la caída estrepitosa del presiden-
te, de sus tres inmediatos y efímeros sucesores, y que condicionasen la
acción de los gobiernos subsiguientes a ser cautivos de ese mandato popu-
lar. Al fin de cuentas, a ser sus verdaderos representantes.
Un estilo de representación que el gobierno de Néstor Kirchner orientará a
establecer “equilibrios” entre los sectores movilizados en pugna con los
factores de poder real tradicionales. De este modo, su gobierno expresó –
más que una agudización de esas confrontaciones – un punto de encuentro
y convergencia de sectores que, de otro modo, permanecerían en la disloca-
ción de las motivaciones espontáneas y sujetos a la confrontación.
Desde ese punto de vista, al mismo tiempo que el gobierno asume un rol de
representación del conjunto – no sectorizado - de la movilización social
contestataria, y encuentra en ella su base fundamental de apoyo, se estable-
ce como mediador en el seno de la conflictividad social y sus diversas
tendencias y como mediador entre la sociedad y el aparato estatal, las élites
y los componentes institucionales del poder.

145
SÁENZ QUESADA, María, op. cit.
92
Por eso es posible concebir el estilo de gobierno de Kirchner como el de un
bonapartismo, como un término medio y representación de los sectores so-
ciales, mas no un precursor de los mismos. Un bonapartismo de carácter
popular, en tanto representó a las mayorías nacionales en contraposición a
las élites y sus privilegios, junto a los poderes tradicionales del Estado, co-
mo ámbito de dominación - freno y contrapeso - de los mandatos
mayoritarios.

2.8 El proceso político argentino y su incidencia sobre la independencia


del Poder Judicial
El descrédito en el que se veía envuelto el poder judicial argentino y las
presiones populares que se desataron desde finales de 2001, para el enjui-
ciamiento de los represores de la época de la dictadura y sus crímenes aún
impunes, harán que, desde su comienzo, el gobierno de Néstor Kirchner se
abocase a la tarea de depurar los órganos del poder judicial, empezando por
la Corte Suprema de Justicia, y cambiar las reglas para designación de los
jueces.
El proceso de renovación de la Corte Suprema fue considerado, en general,
como positivo, pues significó una renovación en la composición de género,
con la incorporación de la primer mujer magistrado, Carmen Argibay, en
toda la historia del alto organismo146; una renovación ideológica y política,
pues, como se sabe, casi todos los magistrados eran los mismos designados
por Carlos Menem en su “mayoría automática” y, sobre todo, se volverá a
poner en consideración el control democrático que los poderes representa-
tivos del Estado y los mismos movimientos cívicos tienden a ejercer sobre
este importante organismo judicial.
De ese modo, la pretendida independencia política de los altos magistrados
se reveló como ilusoria y, en la realidad, sujeta a las decisiones políticas e
ideológicas de las fuerzas dominantes, sean éstas autoritarias o democráti-
cas.
Desde junio de 2003, por Decreto presidencial 222, se dispuso que los can-
didatos a la Corte Suprema de Justicia deben pasar un período de tres

146
Clarín, 31 de diciembre de 2003 “Corte: el Gobierno anunció la candidatura de Carmen
Argibay”, en: http://www.clarin.com/diario/2003/12/31/p-01001.htm
93
meses de exposición pública, mediante la publicación de su hoja de vida en
los medios de comunicación y en el sitio web del Ministerio de Justicia,
para que el nombramiento pueda ser discutido por organizaciones cívicas,
ONG, asociaciones profesionales de derecho, universidades, organizacio-
nes de derechos humanos y todo ciudadano que así lo quiera. Luego de ese
período, el presidente, sopesando los apoyos y rechazos a la candidatura y
los puntajes de los concursos de mérito, queda habilitado para hacer su pre-
sentación ante el Senado, el cual aprueba por mayoría de dos tercios su
nominación147. Naturalmente, esta modificación no altera la potestad presi-
dencial para designar a los jueces, pero sí da una mayor transparencia y
participación al sistema de designación en el sentido de permitir una veedu-
ría ciudadana sobre los candidatos.
Pero fue particularmente en las depuraciones de los miembros del antiguo
tribunal donde se va a hacer sentir la presión de la calle sobre las decisiones
del Gobierno. Todos los magistrados de la mentada “mayoría automática”
menemista fueron removidos de sus cargos, sea por juicio político o porque
renunciaron antes de que éste se iniciara. El último juez “automático” de la
Corte, el doctor Antonio Boggiano, fue destituido en setiembre de 2005,
luego de haber sido acusado, por tres causas, por una amplia mayoría de la
Cámara de diputados.
Otros magistrados, renunciaron antes de formalizarse las acusaciones polí-
ticas contra su desempeño, lo cual llevó a que se mantuvieran – desde 2005
y durante algún tiempo – dos vacantes en la composición del alto tribunal.
Esta situación llevó a que la oposición política y varias de las asociaciones
profesionales a ella ligadas, interpretasen esa depuración de los miembros
de la corte como una afrenta a la “independencia y autonomía” del poder
judicial. Otros consideraron que era la ocasión para reducir el número de
sus integrantes a siete y no a nueve. El gobierno optó por proponer la ley
26.183, aprobada por el Congreso en 2006, la cual restituye el número de
miembros de la Corte Suprema de Justicia en los históricos cinco integran-
tes, aunque la composición presente – de siete – se mantendría hasta
producirse nuevas vacantes.

147
MINISTERIO DE JUSTICIA Y DERECHOS HUMANOS “Programa integral de Reforma
Judicial”, en: http://www.reformajudicial.jus.gov.ar/materiales/documentos/decreto%20588-
03.htm
94
Fue esta Corte Suprema renovada y cuyos miembros serán, por lo menos,
conocidos por la opinión pública, la que votó la anulación de “la ley de In-
dulto”, promulgada bajo el gobierno de Menem, a los personeros de la
represión dictatorial durante el Proceso.
Por primera vez, sin limitantes como las leyes de “Punto Final” y de “Obe-
diencia Debida” o las diferentes fórmulas para cubrir con un manto de
impunidad ese período, el tema del enjuiciamiento a los inculpados de crí-
menes de lesa humanidad, entrará de lleno y con carácter prioritario, en la
agenda judicial argentina.
Se haya lesionado o no el principio de independencia y autonomía judicial,
tal como éste es comprendido por los promotores de la reforma, lo cierto es
que esta apertura de la “caja de Pandora” de la política argentina: el enjui-
ciamiento a los militares y civiles participantes del Proceso, ha generado
desarrollos de gran importancia para el futuro de la democracia en el país:
x Una masificación de las denuncias por violación de los derechos hu-
manos, las cuales son atendidas en Tribunales Orales y a cargo de la
Cámara de Casación del alto tribunal. Esta tendencia actual, de pros-
perar los juicios y las penalizaciones a los responsables, contribuye a
recomponer la imagen y la credibilidad del sistema judicial ante la
ciudadanía, al tiempo que restablece un concepto de justicia, no me-
ramente formal, sino político y de reparación social y humana.
x Un conflicto que cobró envergadura entre sectores del poder Judicial
y el poder Ejecutivo a propósito de las demoras en los juicios a los
represores. El conflicto comenzó – con particular vehemencia - en
marzo de 2007, cuando el presidente de la nación, Néstor Kirchner, y
el presidente de la Cámara nacional de Casación Penal, magistrado
Bisordi, se confrontaron pública y abiertamente, en una disputa que
aún perdura con el actual gobierno. El rol del juez fue públicamente
cuestionado por el presidente Kirchner “a raíz de las demoras que
registraban en ese tribunal las causas por violaciones a los derechos
humanos durante la dictadura”148. El gobierno le acusó de defender a
los represores y el juez sufrió un escrache, frente a su domicilio y fue
cuestionado por organismos defensores de los derechos humanos.
148
Clarín, 12 de marzo de 2007 “Renunció el juez Bisordi acusado de retrasar causas por la
represión”, en: http://www.clarin.com/diario/2008/03/12/elpais/p-01001.htm
95
Estos desarrollos se han agudizado en los últimos meses. Los sectores de-
nunciantes – madres de Plaza de Mayo, el agrupamiento de Abuelas de
niños desaparecidos, agrupaciones cívicas, movimientos sociales, sindica-
tos, partidos políticos de la izquierda y de la democracia – hacen presión
constante sobre el gobierno para dar continuidad y conclusión a los juicios
contra los personeros de la dictadura.
Los “retrasos y demoras” en los juicios se han enquistado como argumento
central del cuerpo judicial, pese a la reciente renuncia del controvertido
juez Bisordi en marzo de 2008. En especial, acumula un retraso de años el
inicio del llamado “Megaproceso” entablado contra la ESMA – Escuela
Superior de Mecánica de la Armada, el principal centro de detención clan-
destino de la Marina – y contra el Primer Cuerpo del Ejército, que
controlaba los grupos paramilitares en la Capital Federal, sus suburbios bo-
naerenses y la Pampa149.
Algunas asociaciones profesionales del derecho, ONG, organizaciones ju-
diciales reformistas y partidos de oposición, nutren una campaña contra la
injerencia e intervención del gobierno en el funcionamiento de la justicia,
en la medida que afecta, según esta perspectiva, la independencia y auto-
nomía del poder judicial en esta república del sur.
Esta última imputación, en el sentido de que el gobierno transgrede la inde-
pendencia del sistema judicial, sirve también de fundamento en la defensa
de varios represores enjuiciados. Por paradójico que sea, connotados repre-
sores del régimen militar, arguyen defensas propias del Estado de Derecho,
para invalidar las acusaciones por violación del mismo150. Desde otra pers-
pectiva, la realización del debido proceso, en una democracia, supone la
existencia de una justicia que al mismo tiempo que garantiza el derecho de
defensa de los acusados, no deja en la impunidad los crímenes atroces co-
metidos, desde el poder estatal, en aquel periodo sombrío de la historia
argentina.
Evidentemente, nos confrontamos a dos concepciones diferentes del Estado
de derecho, del rol del poder judicial en ese Estado, del grado de indepen-
dencia y autonomía que el gobierno representativo debe al sistema de
149
Clarín, 24 de marzo 2008 “Advierten que los juicios por la represión sufrirán otra demora”,
en: http://www.clarin.com/diario/2008/03/24/elpais/p-00601.htm
150
Clarín, “Otro represor se queja por la violación de sus "derechos y garantías" en los jui-
cios” 15 de abril de 2008, en: http://www.clarin.com/diario/2008/04/15/um/m-01651525.htm
96
justicia y, aún, a por lo menos dos concepciones diferentes de aquello que
llamamos democracia.

97
CAPÍTULO 3
LA INDEPENDENCIA JUDICIAL Y EL PROCESO POLÍTICO
EN VENEZUELA

Si bien los diseños constitucionales venezolanos han definido siempre al


cuerpo judicial como un poder del Estado, del mismo modo que le han do-
tado del atributo de la independencia, es necesario comprender dichas
definición y atributo, en el marco de una concepción política más emparen-
tada con los modelos europeos que con el modelo estadounidense de
“frenos y contrapesos” que otorga al judicial una independencia absoluta –
por el origen de su legitimidad, por su método de designación de magistra-
dos y por poder exclusivo en la interpretación constitucional – en relación
con los otros poderes del Estado.
Como alguien debe elegir a quienes serán jueces y magistrados, el carácter
subordinante de los poderes representativos del Estado, frente al poder ju-
dicial, aparecerá toda vez que se consideren los métodos de designación de
las autoridades judiciales. Históricamente, en Venezuela esas designaciones
para las altas cortes, provinieron del legislativo, del ejecutivo, o de decisio-
nes compartidas entre ambos. Vale decir, no se puede concebir una no
politización de la judicatura, cuando su propia existencia y composición,
está determinada por la composición y opciones de los poderes políticos.
Desde las concepciones que dan origen a las democracias mayoritarias, si
se habla de una independencia de ese poder, lo es en el sentido, siempre
relativo, de que la labor del juez no debe estar sometida a presiones extra-
judiciales, sean económicas o de disciplinas partidistas que afecten la im-
parcialidad y objetividad de sus fallos. En ese caso, queda descartado el
poder judicial como actor político independiente en las decisiones legislati-
98
vas del Estado, pues debe someter su actuación a la voluntad general o ma-
yoritaria del pueblo, limitando su revisión de constitucionalidad, al acto de
interpretación consultivo no vinculante, frente a los poderes representativos
de esa voluntad general.
Pero las influencias del modelo de frenos y contrapesos, con la división rí-
gida de poderes en el Estado, se va a hacer sentir en el diseño político, de
varias formas, aunque siempre de manera tardía:
Históricamente, el Poder Judicial venezolano no ha sido un
Poder propiamente dicho, es decir, uno que conozca y anule
eventualmente los actos de los otros poderes. De hecho, hasta
1936, no tuvo esa función. La Constitución de ese año, asigna
a la Corte federal y de Casación, “el conocimiento y eventual
anulación de los actos del poder público violatorios de la
Constitución. Se complementaba así el proceso hacia la confi-
guración de un verdadero 'poder' judicial”151

Desde esa perspectiva, la “independencia” del poder judicial se reclama


como una restricción y limite a las decisiones soberanas de los poderes re-
presentativos; en última instancia, a imitación de los “padres fundadores”,
como un freno y contrapeso a las eventuales dominaciones mayoritarias.
El problema que se presenta consiste, fundamentalmente, en que cuando se
concede una absoluta independencia y autonomía al poder judicial, como
en el carácter vinculante de sus acciones de revisión constitucional, de in-
mediato los otros poderes pierden algo de su propia independencia.
En ese caso, el control o revisión de constitucionalidad, puede establecer
una suerte de “gobierno sobre el gobierno”, basándose en principios de le-
gitimidad – imperio de la ley, saber especializado e interpretación
constitucional, independencia de su cuerpo – que no son los mismos que
dan origen a las autoridades electas en un sistema democrático.
En ese caso, de llegar a imponerse la independencia absoluta del judicial, el
principio de unicidad en las decisiones soberanas se resiente y la soberanía

151
SALAMANCA, Luis (1996) “La crisis global del poder judicial” - Publicaciones jurídicas
venezolanas, Revista Nº 144. En internet: http://www.zur2.com/fcjp/114/salaman.htm, citando
a NORDLINGER, Eric A. (1981)“On The Autonomy of the Democratic State”, Cambridge,
Harvard University Press.
99
se ve limitada en sus opciones democráticas. La voluntad general y su re-
presentación, deben coincidir, quiéranlo o no, con las interpretaciones que
las altas cortes a riesgo de que sus iniciativas sean censuradas o corregidas.
En fin, el judicial independiente y autónomo, pasaría a ser el poder superior
en el Estado de derecho y la figura del juez, como lo sostiene Fareed Zaka-
ria, “la mejor representación” de esa modernidad.
En la historia política venezolana, el diseño de la Constitución de 1961,
facilitó la concreción de un sistema político centrado en los partidos políti-
cos, un sistema partidocrático, en donde el poder judicial no gozó de una
efectiva independencia.
A partir de entonces, se han realizado varios intentos de reforma política y
judicial pero ninguna de ellas prosperó ni en el sentido de librar al poder
judicial de los fenómenos de corrupción y clientelismo mediante los cuales
funcionaba (condición para democratizar la justicia) ni menos aún para do-
tarlo de una mayor gravitación en las decisiones políticas del Estado
(condición para liberalizar el sistema político).
Entre esos intentos reformistas, fue significativo el realizado bajo la presi-
dencia de Jaime Lusinchi, a mediados de los años 80, pues se orientó a
complementar la internacionalización de la economía y las pautas del pro-
ceso de Apertura en el país.
Su impacto cultural, la generación de una “democracia de los ciudadanos”
y no de los partidos, sin duda fue importante, pero, como se verá en este
capítulo, no logró concretar los objetivos institucionales, de consolidación
de un Estado de Derecho, aunque sí propició las condiciones para la crisis
de esa misma partidocracia que articulaba la democracia restringida en Ve-
nezuela.
Sostiene el doctor Pérez Perdomo, analizando las complejas relaciones en-
tre el concepto de Estado liberal de derecho y de democracia, que: “El caso
de Venezuela, así como de otros países en América Latina, son ejemplos de
que la democracia puede existir sin un Estado de derecho y sin relaciones
económicas de mercado”152.

152
PÉREZ PERDOMO, Rogelio (2003) “Venezuela 1958-1999: El derecho en una democracia
renqueante”. Se consigue en: www.bibliojuridica.org/libros/3/1078/14.pdf , pág. 648
100
La dinámica de democracia mayoritaria – fundada en un modelo “iliberal”
– va conservar todo su vigor a lo largo de los años 90, que serán también
los años de emergencia de los movimientos sociales de los sectores exclui-
dos, y perdurará como entramado de fondo del proceso político
venezolano, a pesar de los esfuerzos de las entidades de cooperación inter-
nacional – el BM, el BID - y de las argumentaciones de muchos juristas por
establecer el modelo de Estado liberal y un poder judicial independiente en
el país:

“El Poder Judicial es y ha sido, a lo largo de su historia, un


área del Estado débil, dependiente, manipulable y manejable
por poderes externos, formales e informales, políticos, econó-
micos, judiciales y hasta personales. En pocas palabras, el
Judicial ha sido siempre, un poder intervenido, sin que ello
haya sido óbice para negarle su condición de poder indepen-
diente según la fórmula de Montesquieu”153.

La incapacidad de la partidocracia tradicional, tanto para conjurar la aguda


crisis multidimensional de aquel momento, como para realizar una reforma
del sistema político, crearon las condiciones – bastante paradójicas por lo
demás – de que sea bajo la hegemonía de una nueva corriente política: el
movimiento bolivariano de Hugo Chávez, la encargada de llevar a cabo una
nueva Constitución política y, además de cumplir con los planes de Refor-
ma judicial, financiados e impulsados por el Banco Mundial, cuyo
propósito central, como se sabe, es el de implementar un poder judicial au-
tónomo e independiente, como garante final del Estado de derecho.

3.1 Antecedentes históricos hasta los años 1990

3.1.1 La emancipación de Venezuela y los primeros caudillismos


Venezuela se encuentra actualmente en la llamada Quinta República. Su
primera, efímera, y heroica república se forjó con la constitución de 1811,
bajo el mandato de Francisco Miranda. Fue la primera de América Latina

153
SALAMANCA, Luis, op. cit.
101
en proclamar la independencia completa de la corona española, e igualmen-
te en crear una Corte Suprema de Justicia154. Su concepción, con un fuerte
componente federalista y amplias autonomías regionales, servirá de modelo
a todas las otras constituciones posteriores, las cuales, según Manuel Al-
cántara, “sólo plantean reformas superficiales”.
Apenas unos meses perduró esa primera Constitución. Luego llegó, desde
1813, el período conocido como “La patria boba” y el cual se extenderá
hasta la Reconquista española de 1814.
La Tercera república sobrevino en 1817, cuando Bolívar y los ejércitos li-
bertadores vencen a los españoles y se instituyó un poder ejecutivo
centralizado hasta que el Congreso de Cúcuta, en 1821, le otorga una presi-
dencia, con color de dictadura mayoritaria, a Simón Bolívar.
Por aquel entonces, la Gran Colombia comprendía un extenso territorio,
abrazando las actuales repúblicas de Ecuador, Colombia, Panamá y Vene-
zuela, y había sido constituida en Angostura dos años antes. La Carta
magna de Angostura había establecido una Corte Suprema formada por
cinco miembros, denominados ministros, con carácter vitalicio, que serían
propuestos por el Presidente de la República a la Cámara de Representantes
y por ésta al Senado para su nominación.155
Los ideales democráticos e igualitarios de Bolívar – según se deja ver en
las cuantiosas referencias a Jean-Jacques Rousseau en sus escritos y discur-
sos – no podían armonizarse plenamente con las necesidades bélicas de
consolidar la independencia. Si bien opuso reparos a la estructura aristocrá-
tica que prevaleció entonces en la composición de los poderes del Estado,
el general aceptó aquel modelo, en consideración a la necesidad de unificar
el mando basándose en los poderes empíricos y no en los meramente idea-
les, que habían llevado a la caída republicana y la reconquista imperial.
“La Patria – sostenía – no puede ser boba”, vale decir, las formas republi-
canas y las potencialidades democráticas que ellas entrañan, sólo podían
cristalizarse asegurando, en principio, la dominación militar – vital para
consolidar la independencia del imperio. Y esa dominación recaía en los

154
MONSALVE CASADO, Ezequiel (1981) “La Corte Suprema de Justicia”, Publicaciones de
la Corte Suprema de Justicia, Caracas, Venezuela, , se consigue en:
www.tsj.gov.ve/eltribunal/historia.shtml
155
Ibid.
102
poderes regionales de los caudillos, quienes eran mandos militares y, casi
invariablemente, grandes hacendados.
Hacia 1930 se disuelve, de hecho, la Gran Colombia, corroída por las gue-
rras intestinas y el caudillismo de los poderes regionales. Los destinos de
Venezuela, Colombia y Ecuador se separarán a partir de entonces.
En Venezuela, por lo pronto, desde 1830 hasta 1864, se consolidó la llama-
da República Oligárquica, bajo el liderazgo de Juan Antonio Páez y, luego,
bajo el caudillo José Tadeo Monagas. Con la República Oligárquica y su
Constitución, se pretendió conformar un Estado unitario mixto, vale decir,
el reconocimiento de los poderes federales pero sometidos a un ejecutivo
central, mediante el establecimiento – más formal que empírico - de la divi-
sión de poderes y el sufragio censitario.
En efecto, la Constitución de 1830, sancionada por el Congreso Constitu-
yente de Valencia, adoptó la forma centro-federal de Estado, como lo
harían también las sucesivas normas constitucionales de 1857 y 1858, ex-
tendiéndose este esquema hasta 1864. Se estableció una Corte Suprema de
justicia y tres Distritos Judiciales, encabezados por sus respectivas Cortes
Superiores. Los magistrados eran designados por un sistema compartido
entre el presidente, que proponía los candidatos y el Congreso que los no-
minaba156.
Sin embargo, las leyes que creaban cortes y tribunales y daban existencia
formal a este sistema judicial, cayeron rápidamente en el abandono y tenían
pocos correlatos en la realidad. Sólo funcionaba, hacia 1834, la Corte Supe-
rior de Caracas y la Corte Suprema de justicia no gozaba del poder de
revisión constitucional.
Esta situación se mantendría por todo el período, mostrando la precariedad
institucional del Poder Judicial que se quería crear y la incompatibilidad
entre el diseño formal-jurídico idealista y la cruda realidad157. Venezuela
perdurará, hasta entrado el siglo XX, como una nación parcelada por múlti-
ples poderes regionales y dos verdaderos poderes políticos en el Estado, el
legislativo y el ejecutivo.
156
BÁEZ FINOL, Vincencio "El Poder Judicial en Venezuela", conferencia dictada en la Aca-
demia de Ciencias Políticas y Sociales, 1992, p. 234, citado por: SALAMANCA, Luis, op. cit.
157
BROTO GONZÁLEZ, José (1978)"Consideraciones acerca de la idea y concreción del
Consejo de la Judicatura en el marco del Estado Contemporáneo" en Politeia, No. 7, UCV, p.
230. Citado por SALAMANCA, Luis, op. cit.
103
3.1.2 La inestabilidad de los regímenes políticos y constitucionales
En 1864, se presentó el triunfo de la Revolución Federal representante de
las aspiraciones de los caudillos regionales y, junto con ella, tomará forma
la Constitución de los Estados Unidos de Venezuela, la cual instituirá un
Estado federal y la no reelección del presidente. Con ese mismo acto se di-
solvió el ejército nacional, conformando ejércitos estadales, y se sustituyó a
la Corte Suprema de Justicia por la Alta Corte Federal, integrada por cinco
miembros electos por el Congreso y propuestos por las legislaturas de los
estados.
A tal fin la Legislatura de cada estado presentaba al Congreso una lista con
los candidatos según las plazas a proveer y el Congreso declaraba electos a
quienes reunieran más votos158. El Ejecutivo no tomaba parte en la elección
y, de este modo, si bien el modelo de frenos y contrapesos en la división de
poderes, ya ejercía una influencia literaria importante, el diseño político
venezolano, en su práctica, iría a continuar dando una supremacía decisiva
al legislativo y con ello, correspondería más a los modelos europeos – su
matriz constitucional - que al consensual de Norteamérica.
La Corte creada en 1864 no tenía funciones de casación ni de control de
constitucionalidad y, en consecuencia, ninguna jurisdicción regional reco-
nocía autoridad superior a la de su propio estado en las causas iniciadas
internamente. Surgirá, entonces, “una justicia descentralizada, federal, que
durará hasta 1945. Los Tribunales de Justicia de los Estados, se repu-
tarían independientes y por consiguiente las causas que en ellos se
iniciaran, conforme a su procedimiento especial y en asuntos de su exclu-
siva competencia, terminarían en los mismos Estados sin sujeción al
examen de ninguna autoridad extraña"159.
Pero, esa dinámica, lejos de redundar en una institucionalización de la con-
vivencia republicana – así fuese entre sectores de la misma élite dirigente –
aumentaría los desórdenes. Durante la vigencia de esta normatividad se
multiplicaron los conflictos y las guerras civiles, sobre todo alrededor de la
alternancia presidencial.
Con una reforma constitucional, bajo el gobierno de Guzmán Blanco, reali-
zada en 1874, se estableció el voto directo público, escrito y firmado, vale
158
MONSALVE CASADO, Ezequiel, op. cit.
159
BÁEZ FINOL, ob. cit. p. 249.
104
decir calificado. Esta variante del voto censitario, establecía en la práctica
muy pocas variantes democratizadoras, considerando que sólo una reducida
parte de la población sabía leer y escribir, aunque sí podía dar una mayor
influencia a las élites capitalinas – vinculadas al comercio exterior, sobre
los caudillismos regionales. De cualquier modo, rara vez las sucesiones
presidenciales, en Venezuela, se aseguraban mediante procesos electorales.
Guzmán Blanco es derrocado en 1888, pero ello no pone fin a la cascada de
guerras civiles y las rivalidades interminables entre caudillos centralistas y
federalistas, y tampoco a la igualmente inveterada costumbre de cada nue-
vo gobernante de fabricar su propia constitución, dando con ello un
carácter de “dictadura constitucional” a cada nuevo período presidencial.

3.1.3 Los caudillismos modernistas del Estado oligárquico


Con el nuevo siglo y con la muerte de su líder, el general Joaquín Crespo,
el liberalismo se fracciona en pequeñas guerrillas campesinas que luchan
localmente por la tierra, pero que libran el espacio político nacional al do-
minio exclusivo de las élites centralizadoras. La Constitución de 1904,
dictada bajo un gobierno conservador, perdurará más allá de lo habitual,
gracias al mantenimiento de la hegemonía política del partido de gobierno.
Esta Constitución intentó culminar el proceso de centralización judicial al
fusionar la Corte de Casación y la Alta Corte Federal, bajo el nombre de
Corte Federal y de Casación, calificado de Tribunal Supremo, integrado
por siete miembros elegidos por el Congreso160.
La historia política venezolana, durante la primera mitad del siglo XX esta-
rá dominada por la figura del dictador Juan Vicente Gómez (1908-1935)
considerado como el “último caudillo arquetípico”, aunque más no sea por
la extravagancia y la brutalidad de muchos de sus gestos. Lo cierto es que
bajo su gobierno se consolidaron, con la representación equitativa de los
diferentes grupos dominantes161, las verdaderas formas republicanas de la
dominación de las élites, poniendo así fin a los enfrentamientos entre orien-
tales y andinos, amarillos y nacionalistas, vale decir las diferentes
fracciones que competían incesantemente por el poder.
Un cambio trascendental, en la época de Gómez, resultó ser la inserción
diferente de la economía de Venezuela a los grandes centros del comercio
160
MONSALVE CASADO, Ezequiel, op. cit.
161
ALCÁNTARA, Manuel, op. cit., pág. 144
105
mundial. Tal cambio significó el pasaje de una economía agroexportadora a
un esquema basado, casi exclusivamente, en la exportación de hidrocarbu-
ros162. Este nuevo tipo de inserción a la economía mundial, entrañará – con
el tiempo – una estrecha dependencia de todos los recursos del Estado y de
la economía nacional hacia los vaivenes de las exportaciones petroleras, al
mismo tiempo que una dependencia hacia la importación alimenticia.
Gómez en el plano institucional, no obstante el fuerte autoritarismo de sus
prácticas de gobierno o quizás justamente en razón de ellas, se preocupó
por reinterpretar con lujo de detalles, el texto constitucional vigente – la
Constitución de 1904 – hasta límites impensados, realizando reformas en
los años 1909, 1914, 1925, 1929 y 1931.
Ello no logró impedir que su dictadura viera nacer, durante la Gran Depre-
sión y en una sociedad regida por el despotismo institucionalizado y muy
golpeada por la recesión mundial, un pujante movimiento contestatario.
Los estudiantes fueron los grandes animadores de las protestas y del seno
del movimiento estudiantil surgieron líderes que serían claves en el período
post-dictatorial, dominando la escena política del futuro: Raúl Leoni, Jóvito
Villalba, Rafael Caldera, Rómulo Betancour, entre otros.
En el exilio forzoso de muchos opositores que encontraron refugio, espe-
cialmente en el México del presidente Cárdenas, se forja una cantera de
ideologías163, luego de más de 25 años sin partidos políticos. Surgen parti-
dos como la ARDI - Asociación revolucionaria de izquierda - a la cual
adheriría Betancour y el Frente Popular, conglomerado de disidencias de la
ARDI y otros grupos. Luego, Rafael Caldera crearía un partido cercano a la
Democracia Cristiana.
Gómez caería con un nuevo golpe de Estado, el del general López Contre-
ras y, con él, se promulgaría la inevitable nueva Constitución de 1936.
En aquellas rudas transformaciones y transiciones de la República venezo-
lana, no primaron los mecanismos de consenso y los recursos político-
legales – que sin embargo cada gobierno trata de institucionalizar, mediante
una cantidad abrumadora de constituciones y reformas – si no la fuerza re-
currente “golpe de Estado”. El ejército se presentó como el soporte de los
162
SALCEDO BASTARDO, José Luis (1982) “Historia fundamental de Venezuela”, Caracas:
Universidad Central de Venezuela, pág. 500-501
163
ALCÁNTARA, Manuel, op. cit., pág. 145
106
privilegios de las clases dominantes ante el reclamo de participación de
sectores de la sociedad civil164 o, en ocasiones, como el canalizador, justa-
mente como lo fue en este caso, de los nuevos sectores sociales que emer-
emergen a la palestra política.
Esta constitución de 1936, establecerá por vez primera en Venezuela dere-
chos sociales y políticos fundamentales, principalmente en materia laboral
y de propiedad, creando un recurso de expropiación cuando el interés gene-
ral así lo requiriese. Surgen los partidos y los sindicatos tradicionales y se
opera una limitada apertura política, la cual se hará realmente efectiva a
partir de la Constitución de 1945, bajo la dictadura del general Medina An-
garita.

3.1.4 Una breve república democrática y el retorno a la dictadura,


1945-1961
El 18 de octubre de 1945, se produce un golpe militar de nuevo tipo, pues
se trata de un grupo organizado de jóvenes militares – Unión Patriótica Mi-
litar – apoyado en una alianza de adecos y comunistas, con el beneplácito
del Comité de Organización Político-electoral – COPEI – y del Partido So-
cial Cristiano. Se establece una Junta Revolucionaria la cual efectuó una
significativa apertura democrática y, luego elecciones, con voto masculino
universal y secreto.
Una nueva Constitución entró en vigencia en 1947, el mismo año en que se
realizaron las elecciones ganadas por Acción Democrática – con la literaria
presidencia de Rómulo Gallegos – gobierno que apenas duró 9 meses. A
este período 1945-1948 se le llamará el “Trienio Adeco” y su importancia
será decisiva en la configuración del sistema político bipartidista poste-
rior165.
La modernización tardía de Venezuela, coincidente con el final de la se-
gunda guerra mundial, significará dejar atrás el caudillismo tradicional y la
dominación, sin contraste, de las élites, para dar lugar a un proceso político
caracterizado por:
x El reconocimiento y la consolidación de los partidos políticos, AD,
Social Cristiano, COPEI, Comunista, entre otros.

164
Ibid., pág. 145
165
ALCÁNTARA, Manuel, op. cit., pág. 146
107
x El surgimiento y movilización de sectores sociales subalternos, cla-
ses medias, intelectuales, trabajadores vinculados a las recientes
industrias y comercios, el sector empresarial.
x La culminación de la centralización del Estado, coincidente con la
profesionalización de muchas de sus funciones y un distanciamiento
de los intereses sectoriales, vale decir, se incuba, a la vez que una
nacionalización de la política, una cierta legalización y racionaliza-
ción en el tipo de dominación estatal.
Durante este trienio, se asientan las bases de un Poder Judicial profesiona-
lizado y con mayor incidencia en la composición del Estado. Como lo
expresa Luis Salamanca: “Además de la centralización o nacionalización
de la justicia, se asoma la necesidad de la Carrera Judicial, se propone la
posibilidad de establecer un Consejo Supremo de la Magistratura, que ri-
giera al Poder Judicial en sentido estricto, se introducen medidas para
asegurar la estabilidad e independencia del sistema”166. La antigua Alta
Corte Federal y la de Casación fueron sustituidas por la Corte Suprema de
Justicia, conformada por diez magistrados167.
Un nuevo golpe en 1948, acabará con este “ensayo general” de república
representativa e instalará en el poder al coronel Marcos Pérez Jiménez
quien intentó perpetuar la tradición caudillista heredada del siglo XIX y a
la cual Gómez dio formas de autocracia, pero en una nación dotada de ca-
racteres muy diferentes y notablemente más compleja.
Una muestra de su particular estilo de gobierno, en donde se aliaban postu-
ras demagógico-populistas con métodos autoritarios, se presentó en 1952,
cuando el dictador llamó a elecciones, donde él mismo se postuló como
candidato. Debía confrontar a Jóvito Villalba de la URD, apoyado por AD
y COPEI, ambos en la clandestinidad. Cuando Pérez Jiménez supo de su
derrota electoral, canceló los comicios y recrudeció la represión sobre el
movimiento opositor.
Fruto de esta derrota el presidente resolvió ilegalizar a todos los partidos
políticos. Tal fiasco político no representó un obstáculo para que un año
más tarde, en abril de 53, se decretase una nueva Constitución, donde se

166
SALAMANCA, Luis, op. cit.
167
MONSALVE CASADO, Ezequiel, op. cit., se consigue en:
www.tsj.gov.ve/eltribunal/historia.shtml
108
convalidaba la restricción de los derechos individuales y se retornaba al
sistema de los dos Altos Tribunales: la Corte Federal y la Corte de Casa-
ción.168
Se puede considerar a este régimen pérezjimenista como un intento de las
viejas oligarquías terratenientes venezolanas por negar las nuevas realida-
des surgidas en la sociedad venezolana entre los años 30 y la inmediata
posguerra: la fuerza modernizadora de una sociedad urbana, una clase obre-
ra con sus sindicatos, un sector de la élite industrial y sus aspiraciones
modernizadoras, una inteligenzia fogueada en el fragor de las luchas estu-
diantiles y el exilio, por fin, un ambiente político internacional que elevó la
idea de la democracia, a un status no conocido por los anteriores dictado-
res.

3.1.5 Punto Fijo y las bases del bipartidismo venezolano


A principios de 1957, los principales líderes políticos se reunieron en Nue-
va York para crear un acuerdo contra la autocracia incesante en Venezuela.
Como resultado de ello, el 31 de octubre de 1958, se firma el “Pacto de
Punto Fijo”, mediante el cual se crearon las bases del bipartidismo domi-
nante en Venezuela hasta finales de siglo. Dicho pacto fue firmado por
Acción Democrática, COPEI, y URD, y contó con la adhesión de las corpo-
raciones: de Fedecámaras, de la Confederación de Trabajadores de
Venezuela, de la Iglesia Católica y de sectores de las Fuerzas Armadas.
El tema insoslayable del pacto fue que mientras se planteaba una amplia
coalición contra la dictadura perezjimenista, también se excluía a los secto-
res ligados al partido comunista o de la izquierda radical, junto a los
sindicatos dominados por éstos, sectores que continuarían en la ilegalidad
todavía algunos años más. “Según el esquema impuesto originalmente por
el Pacto de Punto Fijo, los conflictos políticos debían ser resueltos consen-
sualmente: estos acuerdos eran facilitados gracias a la abundancia de
recursos provenientes de los ingresos fiscales petroleros y la adopción de
arreglos institucionales que no fueran puramente mayoritarios”169.

168
Ibid.
169
PENFOLD BECERRA, Michael (2000) “El colapso del sistema de partidos en Venezuela:
explicación de una muerte anunciada” Miami: Prepared for delivery at the 2000 meeting of the
Latin American Studies Association, Hyatt Regency, 16-18 de marzo, pág 94-97
109
Entre las bases fundamentales del pacto se pueden señalar tres principios
rectores:
x La selección de reglas de decisión que no eran mayoritarias y la in-
clusión de aquellos actores que aceptasen obedecer dichas reglas a
cambio de recibir beneficios económicos y políticos.
x Resolución de los conflictos entre los adherentes al Pacto a través de
mecanismos distributivos, como el acceso a la renta petrolera y la
nominación de cargos públicos.
x Exclusión de ciertos actores y de ciertos temas de la competencia
electoral, bajo el supuesto de que para estabilizar la democracia en
Venezuela se haría necesario recurrir a mecanismos no democráti-
cos170.
Sobre todo el tercer ítem – el más restrictivo – facilitará que en Venezuela
se aclimate un sistema representativo desvirtuado, “una democracia carac-
terizada por la exclusión y la falta de amplitud”171.
En el plano institucional, durante el gobierno de Rómulo Betancour se
promulgó la Constitución de 1961172 la cual regularizó, hasta finales de los
90, un sistema representativo legal.
Entre las disposiciones más importantes de esta Constitución debería men-
cionarse la elección por votación directa del Presidente, por mayoría
relativa de votos y sin reelección, con los poderes reactivos y proactivos del
Ejecutivo sobre el Legislativo, pero también con contrapesos de poderes
del legislativo sobre el gabinete ministerial y el poder de establecer el “im-
pedimento” - impeachment – al presidente. El veto parcial – poder reactivo
del Presidente frente a cambios del statu quo propuestos por el Legislativo
– estuvo previsto por esta Constitución.
Además del atributo del voto de censura de la Cámara de Diputados sobre
el gabinete de gobierno, el Senado tendría como poder especial el autorizar
el enjuiciamiento del Presidente de la República, algo que tomará impor-
tancia a finales de los años 80, con el enjuiciamiento al presidente Lusinchi

170
Ibid.
171
Ibid.
172
ASAMBLEA NACIONAL CONSTITUYENTE (1961) “Constitución de la República de
Venezuela”, se consigue en:
http://www.analitica.com/BITBLIO/congreso_venezuela/constitucion1961.asp
110
y más tarde, el impeachment contra la segunda presidencia de Carlos An-
drés Pérez.
Perpetuando la normatividad de la época dictatorial, la Constitución ini-
cialmente concentró en el Poder Ejecutivo y no en el Congreso la potestad
de nombrar los magistrados de las altas cortes173, aunque esa situación se
modificaría más tarde, en 1969. También se dispuso la creación de un Con-
sejo de la Judicatura, aunque no se puso en práctica de inmediato.
Desde esta Constitución de 1961, existe en Venezuela un Ministerio Públi-
co o Fiscalía, el cual es el “(…) encargado de velar por la observancia de
la Constitución y de las leyes, estando a su cargo el fiscal general de la
República”174, vale decir como ente acusador con capacidad de emprender
acciones reactivas ante el legislativo que le elige. Aunque la designación de
jueces y magistrados fue ampliamente politizada, algunos juristas recono-
cen

(…) un equilibrio de poderes, con un cierto predominio del


Congreso sobre el presidente de la República y una posición
relativamente modesta para el Poder Judicial. El Congreso
nacional elegía, sin intervención del presidente, a los magis-
trados de la Corte Suprema de Justicia, al fiscal general
(Ministerio Público) y al contralor general. El presidente no
podía vetar la legislación sino que podía pedir al Congreso
que la reconsiderara. El Congreso, por mayoría calificada,
podía destituir a los ministros. (…) La corte Suprema de Justi-
cia podía anular la legislación por inconstitucionalidad
(…)175

El sistema electoral, establecido por esta Constitución, representó un cam-


bio crucial en cuanto a la imposibilidad de la presentación libre de los
candidatos sin regulación partidaria – como era posible antes de su promul-
gación y, esta disposición, forzando la disciplina partidaria, en un contexto

173
SALAMANCA, Luis, op. cit.
174
ALCÁNTARA, Manuel, op. cit., pág. 149
175
PÉREZ PERDOMO, Rogelio, op. cit., pág. 653
111
de régimen proporcional – permitirá perpetuar la dominación bipartidista
como elemento básico del funcionamiento estatal.
Se tratará de un “bipartidismo reglamentario” que ubicará a los partidos
políticos como los verdaderos centros de decisión del Estado y configurará
una partidocracia, la cual ejercerá un poder transversal en todas las esferas
estatales.
La enorme incidencia del clientelismo electoral176 le restará significado y
peso a las elecciones en sí mismas, pues éstas generalmente se rigieron más
por los automatismos de los intereses burocráticos que por la expresión li-
bre de la voluntad general en la ciudadanía.
Los primeros diez años de implementación del pacto de Punto Fijo transcu-
rrieron en una lógica de cuotas en función del caudal electoral de cada
partido firmante del pacto, en una repartición proporcional de cargos públi-
cos. Ese consenso bipartidista, en un ambiente de concordia, se
transformaría a partir de 1969, cuando adecos y copeyanos asumieron el
llamado Pacto Institucional – no escrito - “(…) según el cual el partido ga-
nador se reserva la Presidencia del Congreso y al que llega en segundo
lugar, le tocan los cargos jerárquicamente inferiores”177. Comenzarían así
los gobiernos “monocolores” de AD y COPEI.
La izquierda radical – que había quedado fuera del pacto - fue derrotada
militarmente luego de dos levantamientos fallidos. A su desarticulación
operativa le sucederán las detenciones y una fuerte represión estatal sobre
sus miembros activos.
La represión se implementó al mismo tiempo que aumentaba el ingreso pe-
trolero y el gobierno daba inicio a políticas sociales conducentes a mejorar
las condiciones de vida de los más pobres. La recuperación de la economía
– mediada por la nacionalización de las reservas petroleras - mejoró indu-
dablemente el nivel de vida general: mejoraron los niveles de empleo a
través de la industrialización, se crearon nuevas infraestructuras, ampliando

176
ALCÁNTARA, Manuel, op. cit., pág. 150
177
SALAMANCA, Luis, op. cit.
112
la débil escolaridad y el acceso a la salud, con lo cual “se generaron condi-
ciones de movilidad social ascendente”178.
Las sucesiones presidenciales dadas desde la constitución de 1961, repre-
sentarán una monótona alternancia entre los dos partidos principales: AD y
COPEI, en un cuadro que Alcántara define como “bipartidismo asfixian-
te”179.

3.1.6 El pacto institucional y los años saudíes


Durante los comicios de 1968 el PCV y otras formaciones hasta entonces
ilegales, decidieron sumarse a las elecciones con la “política de participa-
ción” propiciada por Rafael Caldera, quien será presidente al año siguiente.
Con la apertura del sistema, comienza una atomización creciente de esas
fuerzas. Del Partido Comunista se desprenderán, por disensiones hacia sus
políticas oficiales, el MAS – Movimiento al Socialismo – y, más tarde, la
agrupación llamada Causa R180, mediante largas y trabajosas disputas ideo-
lógicas que, si bien ejercieron una influencia entre sectores de la
intelectualidad venezolana y el estudiantado, estarían lejos de afectar a los
sindicatos de trabajadores – dominados casi exclusivamente por adecos y
copeyanos – y, más lejos aún de influir sobre las densas redes clientelares
que definían las opciones del electorado nacional.
Desde el pacto de Punto Fijo, los sindicatos oficialistas fueron incorporados
a la gestión económica, mediante la política de colaboración entre empresa-
rios y sindicatos, y la cual propició que la mayoría de los contratos
laborales estuviera sujeta a una “Cláusula de preferencia” “(…) mediante
la cual el empresario notifica a los sindicatos las vacantes existentes, pre-
sentando éstos la lista de aspirantes al puesto de trabajo”181. Tal colusión
facilitó, evidentemente, la burocratización y el enquistamiento partidista de
las direcciones sindicales, como, de igual modo, que las bases sindicales
formasen clientelas ávidas por recibir las prebendas y favoritismos que ta-
les “preferencias” suponen.

178
LANDER, Edgardo (2005) “Izquierda y populismo: alternativas al neoliberalismo en Vene-
zuela” , en “La nueva izquierda en América Latina”, César A. Rodríguez y Garavito, Patrick
Bernett y Daniel Chávez (editores) Bogotá: Grupo editorial Normal, Col. Vitral, pág. 99
179
ALCÁNTARA, Manuel, op. cit., pág. 156
180
LANDER, Edgardo, op. cit.
181
ALCÁNTARA, Manuel, op. cit., pág. 155
113
Con las elecciones del 68 y el pacto institucional, aumentaron las distancias
políticas entre los dos partidos dominantes. De allí en más la dinámica del
sistema político se caracterizó por las duras relaciones entre gobierno y
oposición, canalizando de ese modo la fuerte fragmentación de todas las
fuerzas políticas ajenas al bipartidismo oficial. Los gobiernos “monocolo-
res”, y no ya de coalición, marcarán la dinámica de la época, dentro de un
espectro político polarizado, pero de alternancia estable.
Un principio democrático que el diseño político del Estado venezolano pre-
senta desde la Constitución de 1961 y que le distingue del estadounidense,
acercándole a los modelos de los clásicos europeos, es aquel que otorga la
potestad al poder legislativo – el Congreso - como expresión más directa de
la voluntad popular y de los Estados, en la designación de los magistrados,
y no al Ejecutivo. La esencial supremacía del poder legislativo, sobre la
composición del judicial, es uno de los elementos centrales de la teoría de
separación de poderes, tanto de Locke como de Montesquieu. Este rasgo
atenúa evidentemente el presidencialismo del sistema venezolano.
Sin embargo, es necesario reconocer que para tal supremacía legislativa sea
una expresión genuina de la voluntad general y del principio democrático,
el sistema electoral de representación no debe contener tantas restricciones
como contenía el venezolano de la época.
Toda candidatura electoral debía estar encuadrada dentro de alguno de los
partidos dominantes y, además, varios partidos no habían sido legalizados.
En esas condiciones, la mentada potestad del Congreso en la designación
de los magistrados de la Corte otorga un enorme poder a los partidos políti-
cos. Esta potestad legislativa fue defendida por Acción Democrática
cuando perdió las primeras elecciones presidenciales en 1968 frente a
COPEI, en razón de que perdía el control sobre el ejecutivo y dominaba
aún por mayoría relativa las bancas del Congreso. AD propuso, con éxito,
la creación del Consejo de la Judicatura, el cual estaría igualmente domina-
do por la partidocracia.
Este elemento formaría parte del entramado que desembocaría en los “go-
bierno monocolores” y la legalización que ofrece el presidente Caldera a
los partidos de izquierda, para contrarrestar las mayorías adecas. Mientras

114
“AD trataba de evitar perder sus bastiones judiciales e impedía que
COPEI estableciera el suyo”182.
Si bien existía desde el pacto de Punto Fijo una partidización del poder ju-
dicial, la creación del Consejo de la Judicatura, bajo estas condiciones,
acentuó este control sobre las cortes: “Pareciera que a partir de entonces,
el poder judicial se convirtió en un escenario plenamente político, trasla-
dando el control del ejecutivo al legislativo”183.
Con el salto de los precios del petróleo en 1973 se multiplicaron por cuatro
los ingresos fiscales del Estado y la izquierda más radical – que apostaba a
una extensión de la crisis social y económica – se vio condenada a ser una
expresión electoral marginal hasta entrados los años 90.
Venezuela recibía una renta extraordinaria, para la época, en el contexto de
las naciones sudamericanas, empobrecidas por la crisis del petróleo. Se na-
cionalizó la industria del petróleo, en el espíritu de asociación
predominante entre los gobiernos desarrollistas de la época, mediante la
creación de empresas nacionales y su mixtura con las transnacionales capa-
ces de aportar las tecnologías avanzadas.
Tal situación llevó a Venezuela al liderazgo en América Latina y fue con-
siderada, en ese momento, como el “motor del Pacto andino”, mientras que
el golpe de Pinochet en Chile propiciaba el retiro de esa nación del pacto,
Brasil se arrastraba aún bajo una prolongada dictadura militar, Uruguay
sufría el auto-golpe de Bordaberry y en Argentina se iniciaba el “proceso
militar”; Bolivia, Perú y Ecuador conocían variantes de dictaduras milita-
res, y en Paraguay se prolongaba la dictadura vitalicia del general
Stroessner. Sólo Colombia mantenía una forma republicana de gobierno en
el cono sur, pero con restricciones y algunos sobresaltos autoritarios hacia
el final de la década. En ese relativismo, Venezuela hacía figura de repúbli-
ca helvética.
Con la Venezuela saudí se crea el Sistema Económico Latinoamericano,
SELA y, además, en un plano político, la filiación socialdemócrata del go-
bierno adeco, daba al régimen político – no obstante su adhesión a las
políticas de Estados Unidos – un cierto toque de nacionalismo, de modera-
do izquierdismo, que no irritaba verdaderamente a nadie, mientras se
182
SALAMANCA, Luis, op. cit.
183
Ibid.
115
mantuviera en un plano más simbólico que práctico, como efectivamente se
mantuvo.
A pesar de la abundancia de recursos y la prosperidad del comercio petrole-
ro, durante el primer gobierno de Pérez se disparó la deuda externa y la
fuga de capitales adquirió ribetes escandalosos.
El derroche y la imprevisión caracterizaron ese período y si en los primeros
años de entrada en vigor del sistema de Punto Fijo, el populismo iba acom-
pañado de un mejoramiento sustancial en las condiciones de vida de los
más pobres y de cierta redistribución de los ingresos nacionales, en estos
años dorados, los resultados en ambos planos fueron mucho más medio-
cres, no obstante la abundancia de recursos y la situación privilegiada del
país para implementar transformaciones decisivas.
Con el gobierno de Herrera Campins de COPEI, entre 1979 y 84, la fuga de
capitales de la bonanza petrolera se acentuó sin generar condiciones ni de
industrialización ni de autoabastecimiento alimenticio, componentes que
pueden parecer evidentes para un desarrollo nacional y que preparasen al
país para cuando, equilibrándose los precios del petróleo, ya no se gozase
de una situación tan de privilegio.

3.1.7 La Reforma de Lusinchi y la decadencia de la partidocracia


Ya desde finales de 1982 – mientras se expandía la tercera ola democrati-
zadora y el segundo boom de los precios petroleros tocaba a su fin – se
venía evidenciando en Venezuela una deslegitimación del sistema político.
La sociedad se había transformado culturalmente y junto a su transforma-
ción habían nacido nuevas demandas sociales a las cuales el Estado debía
responder. Las élites políticas y económicas, comprendieron la necesidad
de introducir reformas al sistema político y a la excesiva centralización en
el Estado, incapaz, por entonces, de atender las necesidades de los estados
provinciales. Junto a la crisis económica, se presentaba un visible desgaste
institucional y pérdida de la legitimidad democrática del conjunto del sis-
tema.
Si entre la clase política y la opinión pública se generó un amplio consenso
acerca de urgencia de democratización, ésta va a ser comprendida, sobre
todo, como descentralización del Estado, en vista de establecer nuevos
equilibrios entre las élites capitalinas con respecto a las de los estados pro-
116
vinciales, dotando a éstos de mayores niveles de autonomía y capacidades
de autogobierno.
Fue el gobierno de Acción Democrática de Jaime Lusinchi – entre 1984 y
1989 - quien pretendió impulsar una reforma del Estado, aunque de carác-
ter tan limitado y superficial que terminará por no satisfacer, según parece,
ni a sus propios gestores.
Por entonces, el país continuaba en un letargo económico que mantenía su
capacidad industrial inactiva en un 60%, con dependencia alimenticia y el
70% de los productos agrícolas era importado – con el consiguiente encare-
cimiento del costo de vida - y un desempleo crónico de más del 25% de su
población activa184.
La economía venezolana, por el hecho de continuar dependiendo tan unila-
teralmente de las importaciones de bienes alimenticios y agrícolas y de las
exportaciones petroleras, en un 95%, constituía, aún antes de la reforma
neoliberal, uno de los casos más extremos de internacionalización econó-
mica y esa situación la distingue de las otras economías latinoamericanas,
dotadas de capacidades de autoabastecimiento más importantes.
Esa peculiaridad de Venezuela, puede explicar, en parte, el colapso casi
inmediato que las medidas liberalizadoras de los años ochenta y noventa
producirán en la situación nacional. Así la reforma aperturista

(...) erró su rumbo al pretender sanear las cruciales deficien-


cias nacionales con una mayor internacionalización
económica, vale decir mayores libertades para movilizar los
capitales necesarios al desarrollo endógeno hacia horizontes
de mayor rentabilidad y facilitar así la “fuga” constante de
capitales hacia el extranjero. Una fuga a la cual el propio
presidente y su secretaria personal no serán extraños.185

Desde esa época, la empresa PDVSA – Petróleos de Venezuela S. A. - se


embarcó en un proceso de internacionalización “mediante la compra en el
exterior de refinerías y otros activos, que la convertiría en una de las em-

184
ALCÁNTARA, Manuel, op. cit., pág. 159
185
MEDINA, Medófilo y LÓPEZ MAYA, Margarita, op. cit., pág. 25-26
117
presas más poderosas de América Latina”186, sin llegar a beneficiar con
ese enriquecimiento de la compañía, a extensas capas de la población, gol-
peadas por la crisis económica interna y el desempleo creciente, al mismo
tiempo que encarecía la oferta alimenticia desde el interior.
Las nuevas políticas descentralizadoras permitirían que los estados petrole-
ros del país pudieran entablar contratos y negociaciones con
transnacionales de manera autónoma, según las pautas promovidas por las
entidades internacionales de ayuda al desarrollo.
Esta reforma aperturista venezolana, con la virtual privatización de los re-
cursos estratégicos del país, por vía de la descentralización político-
administrativa, no fue empero sometida ni a debate ni a ningún mecanismo
de consulta ciudadana. Simplemente fue decidida por la alta dirigencia par-
tidista, considerada per se, el “consenso”, y apoyada, eso sí, por una
campaña de los grandes medios de comunicación, actores interesados, en
Venezuela, de la internacionalización económica.
El poder judicial no representó ningún tipo de instancia crítica, ni delibera-
tiva - para resguardar siquiera las formas de una decisión democrática. En
ese cuadro, un dirigente del MAS, José Vicente Rangel pudo afirmar: “Ve-
nezuela vive el drama de un liderazgo absolutamente impune, que hace lo
que le da la gana y no rinde cuentas a nadie”187.
Desde Lusinchi, entonces, comienza el declive definitivo de la Venezuela
saudí. Se devalúa el bolívar, luego de muchos años de cambio fijo con el
dólar y el aumento de la productividad petrolera – destino casi exclusivo de
las inversiones nacionales y extranjeras – contribuyó al deterioro de los
términos de intercambio del petróleo y con ello a la caída de los ingresos
nacionales. Entre los años 1984 y 1991, la pobreza pasó de un 36 a un 68%
y el salario real, entre 1970 (antes del boom petrolero) y 1997 (después de
consolidada la apertura petrolera) cayó cerca de 50% de su valor en bolíva-
res constantes188.
Con el fin de propiciar la mentada descentralización político-
administrativa, durante su primer año de gobierno, se creó la Comisión Pre-
sidencial para la Reforma del Estado - COPRE - con el propósito de

186
Ibid., pág. 26
187
Citado por ALCÁNTARA, Manuel, op. cit., pág. 158
188
LANDER, Edgardo, op. cit., pág. 27
118
producir los cambios institucionales necesarios. Estos cambios debían con-
tribuir – como parece lógico - a hacer al sistema político más democrático y
participativo. Desde esa perspectiva, la “democracia de ciudadanos” debía
remplazar a la “democracia de partidos”, propia del sistema puntofijista.
Si bien la reforma debilitó la disciplina interna de los partidos dominantes,
no logró en realidad cristalizar una participación ciudadana que trascendie-
ra la gestión local y vecinal. Esta gestión, incluso, quedaba reservada a los
estrechos sectores intermedios de la sociedad venezolana. Nacen organiza-
ciones vecinales de clase media y la noción del “ciudadano-vecino”,
dedicadas a la preservación patrimonial en un contexto de generalizada
pauperización189.
Aunque guiada por objetivos similares a los que se buscarían una década
después con la llamada reforma de segunda generación, esta reforma insti-
tucional fue coetánea al proceso de apertura neoliberal en Venezuela; no
fue rigurosa en cuanto a la transformación de las instituciones judiciales y,
sobre todo, no creó condiciones genuinas de participación democrática de
todos los sectores sociales del país. Sobre todo fue superficial a la hora de
encarar instancias participativas acordes a la crisis que se desarrollaba,
mientras la cultura de la ciudadanía se nutría con valores propios de un Es-
tado de derecho y sus demandas se incrementaban frente a los débiles
servicios que proponía el Estado.
Las nominaciones de jueces y magistrados del sistema judicial, siguieron
marcadas por el clientelismo y sujetas a la “provisionalidad” de los cargos.
El Consejo de la Judicatura, existente desde comienzos de los años 70, era
un ente determinado por las cuotas políticas, de igual modo que la propia
Corte Suprema de Justicia y los juzgados de todas las instancias.
Según señala Luis Salamanca, con la apertura económica, se desarrollan en
el país:

(…) nuevas dinámicas sociales e institucionales entre las cua-


les destacamos: el auge delictivo, el incremento desorbitado
de la corrupción, la creciente violación de los derechos huma-
189
Resultado de SANTANA, Elías (1989) “Mesa redonda sobre las consecuencias sociales del
cambio urbano de Caracas”, Fundación Instituto internacional de estudios Avanzados, citado
por LANDER, Edgardo, op. cit., pág.104
119
nos y el avance hacia una economía de mercado. Estas nuevas
realidades generaron una mayor demanda de servicios judi-
ciales que no ha podido ser respondida por un sistema judicial
pensado para otras realidades sociales frente a las cuales fue
relativamente funcional190.

La clave de comprensión del fracaso de la Reforma institucional impulsada


por el gobierno de Lusinchi y a la que su sucesor, Carlos Andrés Pérez, da-
rá continuidad. Esta continuidad puede dilucidarse cuando se comparan,
como lo hace Edgardo Lander, las proyecciones universales de la política
institucionalizadora y las condiciones particulares y concretas de la socie-
dad venezolana:

(…) en una sociedad de apartheid, que produce tan severas


exclusiones económicas con deslindes culturales e identidades
individuales y colectivas tan radicalmente diferenciadas, las
reformas políticas institucionales sólo podían dar una contri-
bución parcial y limitada a la gestación de una cultura
democrática y a prácticas efectivamente integradoras del sis-
tema político191.

Los partidos pierden poder de control. La sociedad se despolitiza. Pero las


condiciones de vida de las mayorías populares sufren un drástico deterioro.
Son justamente esos elementos los que se reunirán en Venezuela en febrero
de 1989, en los sucesos que se conocerán como el “Caracazo” y que mos-
trarán al mundo, al mismo tiempo que las manifestaciones de plaza
Tiannamen, en China , las escenas de saqueos descontrolados de supermer-
cados, tiendas, comercios de todo tipo, robos, confrontaciones,
linchamientos y represiones de una amplitud y violencia tan exacerbadas
como inesperadas lo eran para las fuerzas políticas y sindicales.

190
SALAMANCA, Luis, op. cit.
191
LANDER, Edgardo, op. cit., pág. 104
120
El Caracazo – no obstante su carácter apolítico - marca la emergencia de
los movimientos sociales y su proyección a un primer plano del proceso
político nacional.
El estallido social se extendió desde el 27 de febrero de 1989 hasta comien-
zos de marzo. Su conclusión, por substracción de materia, dejó la
insatisfacción latente en todos y la sensación del colapso final de un estado
de cosas que se perpetuaba desde hacía tres décadas sin resolver los pro-
blemas de fondo.
José Vicente Rangel pudo comentar después de los sucesos: “La partido-
cracia actual se refugia en sus privilegios y cree que el problema es ganar
elecciones. Ninguna democracia tiene un seguro de vida permanente y me-
nos en una crisis así”192. Esas palabras adquieren un tono profético.

3.2 Liberalización y apertura: La gravitación de las reformas judicia-


les en el proceso político venezolano
El diseño político del Estado venezolano desde la caída de la dictadura de
Pérez Jiménez, en 1958, planteará una situación particular, sui generis, que,
si bien corresponde con antecedentes de su propia historia, se distingue cla-
ramente de los modelos de fuerte presidencialismo de las otras naciones
latinoamericanas y de la influencia del modelo de Estados Unidos.
En especial, la democratización y la institucionalización del Estado, se ba-
sará en un pacto entre los partidos políticos dominantes – pacto de Punto
Fijo – y las corporaciones económicas, los sindicatos adscriptos a esas ban-
deras partidistas, sectores de las fuerzas armadas y de la iglesia.
De modo que de ese acuerdo, emergerá un Estado representativo, cierta-
mente, pero centrado en las adhesiones y la dominación que los partidos
políticos pudieran ejercer tanto en la captación de votos del electorado co-
mo en todas las instituciones del Estado, incluidas por supuesto las
instituciones del sistema y el poder judiciales.
Es la “partidocracia”, basada en un régimen electoral de bipartidismo re-
glamentario – sólo pueden presentarse candidaturas partidarias – y en el
principio de legitimación democrático, en desmedro del principio liberal

192
Citado por ALCÁNTARA, Manuel, op. cit., pág. 159
121
que daría un estatus de freno y contrapeso al poder judicial. El verdadero
equilibrio y que le dio estabilidad y gobernabilidad a este sistema político,
se estableció entre el poder Legislativo y el poder Ejecutivo y donde la
Corte Suprema, dependiente de la nominación del presidente o del Congre-
so, según el período, sería clientelizada, a igual título que las otras
instituciones del Estado.
Con respecto a la autonomía, si bien el manejo presupuestal del judicial
debía ser de gestión autónoma, tal principio no se cumplía, bajo los cáno-
nes de la Constitución de 1961 y sus reformas en 1969 y 1985, pues aún el
presupuesto judicial, pasaba por una revisión y aprobación del ejecutivo y
el legislativo, donde se le operaban numerosos ajustes193.
El Estado puntofijista, desde sus orígenes pero particularmente luego de la
reforma de 1969, estaría fundado en el principio democrático de domina-
ción electoral mayoritaria, pero hasta 1969 con fuerte restricciones dadas
por la proscripción de los partidos contestatarios y de la izquierda, además
de las restricciones impuestas, ya mencionadas, por el régimen electoral de
representación.
Estableció entonces, un sistema político de democracia mayoritaria, pero
fuertemente restringida, y de carácter “iliberal”, para emplear la expresión
de Fareed Zakaria194, en la medida que sometió la nominación de magistra-
dos, la legitimidad del poder judicial y su propia capacidad de
sostenimiento, al arbitrio de los poderes de los partidos y el clientelismo.
La supremacía del legislativo sobre el ejecutivo y judicial, en algunas áreas
de la decisión política, como se establecerá en 1969, sin llegar a plantear la
doble dependencia entre Congreso y Presidente, como en el modelo inglés,
representa una singularidad del sistema venezolano, como sistema presi-
dencialista, cierto, pero de un presidencialismo muy atenuado por los
poderes reactivos y proactivos del legislativo.
En 1969 se creará una nueva institución, el Consejo de la Judicatura. Al
menos, bajo las concepciones neoinstitucionales dominantes en el Banco
Mundial, la creación de este Consejo figura en el paquete de instituciones
que garantizan el ejercicio de una justicia despolitizada e independiente.

193
SALAMANCA, Luis, op. cit.
194
ZAKARIA, Fareed (1997) “The rise of Illiberal Democracy” in Foreign Affairs, vol. 76, Nº
6, November-December, pág. 22-43
122
Probablemente, el caso venezolano pueda representar la refutación empíri-
ca de esas concepciones que dan a las instituciones del Estado – y no a las
decisiones políticas que les dan sentido y proyección social – un rol social
determinante. Lejos de contribuir a la despolitización del poder judicial, el
Consejo de Judicatura de Venezuela sirvió para acentuar, aún más, la do-
minación del bipartidismo y como terreno de disputa entre los dos partidos
dominantes. La justicia perdió toda credibilidad.
Un analista judicial de los años 80, podía preguntarse: “¿Desde cuándo y
por qué ha venido perdiendo credibilidad tan velozmente la justicia vene-
zolana? Desde la creación del Consejo de la Judicatura, cuando el Poder
Judicial se convierte en una suerte de botín de la partidocracia”195. Desde
entonces, el poder judicial se convierte “en una zona de distribución o de
acomodación”196 de los militantes y simpatizantes políticos adecos o cope-
yanos.
Además, la creación del Consejo propiciaría el carácter “bicéfalo” de la
judicatura venezolana, con la consiguiente duplicación de cargos burocráti-
cos, la confusión de algunas áreas de competencia con la Suprema Corte,
sin favorecer con ello un mejor acceso a la justicia para la ciudadanía ni,
menos aún, limitar la dominación sin contraste de los partidos sobre el con-
junto de la sociedad y las instituciones.
Tal diseño político, de democracia restringida, no gozaba de algunos de los
atributos que generalmente se le requieren, en la actualidad, a un Estado de
Derecho. Sin embargo, gozó de una notable estabilidad, al punto que fue el
diseño político más longevo - casi 40 años - de toda la historia de la Vene-
zuela independiente. Algunos autores, como el doctor Pérez Perdomo,
insinuarán la hipótesis de que es posible establecer modelos democráticos,
sin que se den todas las pautas que conforman el Estado de Derecho197.
De modo que “la lógica unificadora de todos los poderes estatales”198 da-
da, normalmente, por la “voluntad popular”, estaría dada formalmente en el
sistema venezolano, sólo que bajo una forma de representación fuertemente

195
NARANJO OSTY, Rafael, diario “El Universal” de Caracas del 19 de julio de 1986, citado
por: SALAMANCA, Luis, op. cit.
196
SALAMANCA, Luis, op. cit.
197
PÉREZ PERDOMO, Rogelio, op. cit.
198
BERGALLI, Roberto, op. cit., pág. 159
123
restringida, mediante el clientelismo impuesto por el bipartidismo sobre las
instituciones públicas y sobre la misma ciudadanía.
Probablemente, el clientelismo puede asegurar la estabilidad de un régimen
político, pero a la vez, es un sistema costoso y, de hecho, sólo practicable
cuando las arcas del tesoro público permiten una distribución adecuada de
prebendas capaz de nutrir una cada vez más pesada burocracia estatal. Con
la crisis económica de los años 80 y las primeras medidas aperturistas de
mediados de esa década, el sistema va a mostrar su vulnerabilidad ante las
nuevas condiciones. Surgen nuevos interrogantes, ante las dinámicas socia-
les que se esbozan en esa época y el fuerte aumento de demandas a las
cuales el Estado partidocrático no puede dar efectiva respuesta.

3.2.1 Impacto de la reforma judicial en el sistema político


La liberalización del sistema político, debía plantear, al mismo tiempo que
un fortalecimiento del sistema de justicia, una reforma del sistema electoral
– elección popular de alcaldes – y otros recursos, propios de la “democracia
participativa”, que terminarían por debilitar la incidencia de la partidocracia
como sistema de dominación y regulación social. Si en el primer aspecto la
reforma no alcanza sus objetivos, pues el aparato judicial sale tan clienteli-
zado como lo era antes, en el segundo: la dilución del bipartidismo y el
debilitamiento del sistema de partidos frente a la sociedad, desembocará en
una crisis generalizada de todo el diseño puntofijista.
Algunos juristas venezolanos de los años 90, partidarios de la reforma libe-
ral del Estado, analizarán la frustrada reforma política e institucional de los
años 80, en los siguientes términos:

En realidad, lo que parece estar en juego aquí, es el problema


de los límites entre los poderes, del control que ejercen unos
en otros, que ha sido uno de los principales asuntos enfrenta-
dos por todas las naciones modernas interesadas en tener
seguridad jurídica. En fin, habría que pensar cómo hacer ope-
rativa la idea de los pesos y contrapesos que los poderes
ejercen mutuamente, de manera de garantizarle al judicial su
puesto en forma escrupulosa. Creemos que en Venezuela, los
contrapesos sobre el Poder Judicial han sido exagerados,
124
mientras que el contrapeso que éste ejerce sobre los otros po-
deres, ha sido menor.199

Vale decir, que el énfasis iría a recaer – según esta perspectiva – en aumen-
tar el poder político del judicial dentro de un sistema de frenos y
contrapesos, mediante una reforma de las instituciones judiciales del Esta-
do. Pero también cabe la posibilidad de buscar las razones del fracaso en la
reforma de los años 80, considerando la tradicional baja capacidad del Es-
tado para resolver los reclamos y satisfacer los derechos colectivos de
amplios sectores de la población, fenómeno éste que se verá agudizado por
la condiciones creadas a partir de la internacionalización de la economía
aperturista:
a) Énfasis puesto en la defensa de los derechos individuales – en
desmedro de los colectivos – en un contexto de transición del Es-
tado-centrismo al Mercado-centrismo.
b) Dilución del clivaje ideológico y político entre los partidos domi-
nantes – AD y COPEI – por su adhesión al mismo programa
económico y de reforma institucional.
c) Emergencia de nuevos actores sociales – movimientos sociales –
de sectores marginalizados y excluidos, desde finales de los años
80 y cubriendo toda la década de los 90.
Como lo señala el doctor Pérez Perdomo, desde esta reforma:

La última década es de clara descomposición del sistema. En


1989 se intentó un cambio radical en la política económica (el
Gran Viraje) y se firmó una carta de intención con el Fondo
Monetario Internacional para liberalizar la economía y el co-
mercio. En febrero de 1989 Caracas vivió protestas violentas
y saqueos que obligaron a llamar al ejército para restablecer
el orden. Ningún grupo político conocido apareció como or-
ganizador de los sucesos, lo cual mostró la distancia entre los
partidos políticos y la población200.

199
SALAMANCA, Luis, op. cit.
200
PÉREZ PERDOMO, Rogelio, op. cit., pág. 643
125
La debacle del bipartidismo venezolano, va a ser favorecida por la intro-
ducción de esta reforma, que no logró consolidar una liberalización del
régimen ni sentar las bases de una verdadera democratización social, que
abriese espacios de participación política a los nuevos actores sociales en
movimiento.
Durante los años 90, ambos partidos dominantes, a través de sendos go-
biernos, demostrarán la incapacidad de las élites tradicionales, para hallar
respuestas profundas y genuinas a la crisis venezolana. Las principales ca-
rencias que se presentarán, antes del ascenso del movimiento bolivariano al
gobierno y de la Constitución de 1999, para realizar una reforma judicial,
eran visualizadas, como una carencia de liderazgos:

Por el lado de los sujetos observamos que no está claro el ac-


tor que debe emprender, o más bien liderar, las reformas. Ello
parece deberse, en parte, a la bicefalía constitucional del Po-
der Judicial y a la pérdida de legitimidad de los actores
judiciales por las pugnas inter-sectoriales y el bajo desempeño
del sistema. Ello ha llevado a que la mayor parte de las refor-
mas intentadas provengan de afuera y luzcan como una
imposición sobre el Poder Judicial, llegándose incluso a plan-
tear públicamente la necesidad de intervenir, de eliminar al
Consejo de la Judicatura201.

El tema del liderazgo, evidentemente, encontrará una resolución en el pro-


pio proceso político y el activismo de los movimientos sociales. El de la
eliminación del Consejo de la judicatura, también, y con ella, el carácter
bicéfalo del poder judicial, pero perdurará como asunto crucial el tema de
si el poder judicial, debe o no, gozar de una independencia tal – en un Esta-
do democrático – que sus propias reformas internas no “provengan de
afuera” – como reclama el autor – vale decir, de los poderes representativos
de la voluntad general.

201
SALAMANCA, Luis, op. cit.
126
3.3 El segundo mandato de Carlos Andrés Pérez
En 1989 se dio el relevo presidencial hacia otro mandatario de AD, la se-
gunda presidencia Carlos Andrés Pérez. Este mandatario asume frente al
FMI, con el cual firma una “carta de intención”, el compromiso de la apli-
cación de una política ortodoxa de ajuste estructural, con el fin de cubrir un
importante déficit en las finanzas del Estado y en la balanza de pagos. “Es-
tos acuerdos no fueron sometidos a la consulta del Parlamento y sólo
fueron conocidos por la opinión pública después de haber sido firma-
dos”202.
El presidente fue el primero en descalificar el sistema representativo y en
obviar una consulta democrática, ante a un tema tan crucial como el del
ajuste estructural de la economía. Este autoritarismo lo desautorizaría, en
buena medida, cuando debió confrontarse a sendos golpes de Estado en
1992 y pretendió hacerlo en nombre de la defensa de “la democracia y de
las instituciones representativas”, mientras los golpistas aparecían ante la
opinión pública, como los representantes de aquellos cambios drásticos que
los sublevados buscaron, acaso sin saberlo, en los días del Caracazo.
El logro de frenar ambos intentos, e incluso el encarcelamiento del jefe de
la sublevación, sería efectivamente una victoria de la institucionalidad re-
publicana en lo inmediato, pero una victoria pírrica. Chávez - casi un
desconocido hasta entonces - aparecería como una figura política de primer
plano de ahí en más. Su movimiento, el MRB, reservado hasta entonces a
un pequeño grupo de intelectuales y jóvenes oficiales del ejército, ganaría
una gran popularidad y numerosas adhesiones en corto tiempo.
El Movimiento Revolucionario Bolivariano, se había originado en diciem-
bre de 1982, como Ejército Bolivariano Revolucionario 200, mediante una
ceremonia entre Chávez y otros jóvenes militares que se llamó el Juramen-
to de Samán de Güere. El golpe de Estado del 4 de febrero de 1992 los
catapultó a la escena pública. Hugo Chávez se convirtió, de la noche a la
mañana, en referente político nacional203.
Edgardo Lander analiza: “La ausencia de una reacción popular de rechazo
a los dos intentos de golpe de Estado de 1992 – y en defensa del régimen
democrático – confirmaron la descomposición y creciente ilegitimidad de
202
LANDER, Edgardo, op. cit., pág. 106
203
Ibid., pág. 102
127
un sistema político que había sido considerado como excepcional, como
vitrina de la democracia en América Latina”204.
Tiempo después de los golpes de Estado, el parlamento inconsulto sabrá
tomar cumplida revancha contra el Ejecutivo, haciendo uso de sus atribu-
ciones. Junto a Collor de Mehlo en el Brasil, Carlos Andrés Pérez
constituirá el segundo caso conocido en el presidencialismo latinoameri-
cano, en ser destituido por “impedimento” dictado por el poder Legislativo.
El impeachment impuesto al Presidente, se motivó en acusaciones de co-
rrupción.
En las elecciones siguientes se desarticuló, definitivamente, el bipartidismo
venezolano. Rafael Caldera, principal dirigente histórico, fue retirado de
COPEI y fundó Convergencia Nacional, convocando una fuerza electoral
con 16 formaciones provenientes de la izquierda socialista y comunista.
Con la asunción de Caldera, se amnistió a los golpistas del 92. Hugo Chá-
vez recorrió el país organizando su movimiento y consolidando alianzas
con sectores políticos.
El desempeño del gobierno de Rafael Caldera, lejos de desmotivar a los
seguidores bolivarianos, les dará nuevos bríos y creará una convicción ge-
neral – compartida por actores de las más diversas orientaciones políticas –
acerca de la necesidad de formular una nueva constitución.

3.4 El impasse de Caldera y la emergencia de los movimientos sociales


Aún a sabiendas de que el presidente Caldera se confrontaba a la peor crisis
económica, política, institucional y social de la historia de Venezuela, se
esperaba de su gobierno un cambio sustancial con respecto a la anterior
administración.
Sobre todo, muchos sectores de su electorado, golpeados por la crisis, espe-
raban un cambio de rumbo de la política económica, con serios correctivos
a los acuerdos con el FMI implementados por los anteriores mandatarios y,
no en menor grado, se aguardaba el llamado a una Asamblea nacional cons-
tituyente.
En ambos sentidos, Caldera no respondió a sus promesas electorales y los
contenidos de la alianza con la izquierda que lo llevó al poder se vieron
204
Ibid., pág. 106
128
desvirtuados. Luego de sobrevivir a una insondable crisis del sistema fi-
nanciero, durante sus primeros años de gobierno, y después de un largo
período de indecisión: “Caldera termina por acordar una Carta de inten-
ción con el FMI y adopta, bajo el nombre de Agenda Venezuela, las
orientaciones básicas de la agenda neoliberal que tanto había cuestiona-
do”205. Parte de esa agenda consistió en la reforma de la Ley del trabajo, la
cual se tradujo en una reducción drástica de las prestaciones sociales para
los trabajadores y de las cargas para los empresarios, mientras que la políti-
ca de apertura e internacionalización de hidrocarburos, finiquitó el proceso
de desnacionalización de la reserva petrolera venezolana.
El tema de la reforma constitucional, era, en ese momento, un cambio cru-
cial esperado por la ciudadanía. Pasó a un primer plano del debate y
concentró todas las expectativas de cambio. La fragmentación creciente de
la clase política tradicional y la dura oposición del legislativo quizás inter-
vinieron para que Rafael Caldera no concretase el llamado a dicha
asamblea. Esa necesidad, sin embargo, fue el tema central de la campaña
del movimiento bolivariano para las elecciones de gobernadores y alcaldes
de 1995. En efecto, la propaganda chavista en el MBR-200, se consagró a
la convocatoria de una Asamblea Constituyente sin presentar candidatos
propios, sino la abstención, bajo el lema: “Por ahora, por ninguno. ¡Cons-
tituyente ya!”206.
Para las elecciones presidenciales de 1998, el tema de la constituyente se
mantuvo en el centro de la campaña política. Recibió un multitudinario
apoyo, aquel mismo que la incapacidad del bipartidismo para propiciar un
cambio profundo, había arrojado a la filas del movimiento bolivariano.
El MAS, la nueva izquierda de Patria para Todos (PPT), el PCV, el MEP y
otras pequeñas agrupaciones – que antes apoyaron a Caldera - y conforma-
rían el Polo Patriótico, dieron su apoyo electoral al programa de Chávez.
Sobre todo son las organizaciones sociales de las barriadas pobres las que
sostendrán el nuevo programa de gobierno y su eje central: la nueva Cons-
titución.
En una muestra más de su debilidad, tanto AD, como COPEI, a última ho-
ra, quitaron el apoyo a sus candidatos: Irene Sáenz y Luis Alfaro Ilcero, y
205
Ibid., pág. 107-108
206
MEDINA, Medófilo y LÓPEZ MAYA, Margarita, op. cit., pág.19
129
respaldaron a un candidato único: Henrique Salar Römer, con la sola fina-
lidad de impedir la victoria de Chávez. Pero, el destino político de la
partidocracia ya estaba echado y esta alianza entre los dos polos del bipar-
tidismo no logró detener el ascenso bolivariano: En las elecciones de 1998,
Chávez obtiene el 56,2% de los votos válidos. Para las elecciones a la
Asamblea Constituyente, efectuadas al año siguiente, la reunión de votos
de los dos pilares de puntofijismo, AD y COPEI, no alcanza el umbral del
8%.
Mientras en los procesos electorales, desde 1973 hasta 1988, se registra una
conglomeración notable de votos de los dos polos del bipartidismo, a valo-
res cercanos al 80% y que en ningún caso van por debajo del 74%, para las
elecciones legislativas de 1993 los guarismos de los dos partidos dominan-
tes reunidos, decaen por debajo del 47%, a favor de formaciones de
izquierda, como Causa R207. Para las elecciones a la Asamblea Constitu-
yente de 1999, la dupla AD-COPEI apenas suma un caudal del 7,9%, según
datos del Consejo Nacional Electoral, y el clivaje político se conforma so-
bre nuevas bases, menor dispersión partidista y alineamiento masivo de
votos en torno al Movimiento bolivariano.

3.4.1 El ascenso político del movimiento social


Los movimientos sociales, como formas de asociación autónoma frente al
Estado y los partidos políticos, han sido significativas desde finales de los
años 50 pero sólo en los años 90 podríamos considerarlos dentro de los fac-
tores de poder político en la sociedad venezolana. Para Manuel Alcántara
“Los movimientos sociales venezolanos son el producto de dos factores
entremezclados; por un lado, está el juego democrático que garantiza insti-
tucionalmente su existencia y, por otro, son ellos el resultado del fracaso
del sistema político venezolano”208 y surgen como consecuencia de la rup-
tura en la mediación entre el Estado y los sectores bajos y medios de la
sociedad.
Cuando hablamos de emergencia de los movimientos sociales, como no-
ción genérica, debemos referirnos no sólo a los aspectos más formales y
cuantificables de su aparición, sino sobre todo a la composición social de
los mismos y al nivel de energía que demuestran en sus actuaciones. En la
207
Todas las cifras citadas provienen del Consejo Nacional Electoral de Venezuela
208
ALCÁNTARA, Manuel, op. cit., pág. 156
130
desestabilización del bipartidismo que se produce ya a finales de los años
80, es particularmente un cambio fundamental en la extracción de los mo-
vimientos sociales – el “Caracazo” es casi un paradigma – lo que será de-
determinante.
Para la ascensión de Chávez a la presidencia, la crisis del sistema partido-
crático y los movimientos sociales de sectores excluidos mayoritarios,
estarán en la base de su súbita popularidad. En esa coyuntura polarizada no
sólo económica y políticamente, sino, sobre todo: culturalmente, los movi-
mientos sociales aparecerían como un potencial electoral disponible, para
un polo que planteara un cambio profundo del sistema político, una nueva
Constitución. El devenir ulterior del proceso político venezolano estará
marcado por esa emergencia.

3.5 El significado del cambio político con la nueva Constitución


El chavismo, con su programa innovador, ganó el Ejecutivo y los boliva-
rianos fueron una amplia mayoría en ambas cámaras del Legislativo.
El 14 de agosto de 1999, se instaló en Venezuela la Asamblea Nacional
Constituyente, para redactar una nueva Constitución y derogar el texto has-
ta entonces vigente. Sólo hacía falta que el Poder Judicial, por boca de la
extinta Corte Suprema de Justicia, luego llamada Tribunal Supremo de Jus-
ticia, efectuase la interpretación del ordenamiento jurídico y sancionara el
llamado a un Referendum y el electorado decidiera si debía o no promul-
garse la nueva carta magna.
La sentencia de la Sala Político-Administrativa de la Corte, que da lugar a
dicha interpretación, expone, acaso magistralmente, la ambigüedad latente
en los sistemas políticos latinoamericanos: la pulsión entre el apego rígido
e inalterable al texto constitucional o la realización política de los valores
democráticos que la misma constitución consagra como supremos. La Sen-
tencia recordó que la Constitución venezolana de 1961 basaba su estructura
en dos principios fundamentales:
x por un lado, en la tesis de la democracia o gobierno del pueblo para
el pueblo y por el pueblo.

131
x por el otro, en el principio de primacía de la Constitución, lo cual
obliga tanto a gobernantes como a gobernados a someterse a ella209.
La resolución adquirió un alcance de exégesis política que trascendía la
mera interpretación del texto de la ley. Al examinar el artículo 4 de la
Constitución de 1961, señaló: “(…) consagra exclusivamente el principio
de la representación popular por estimar que la soberanía reside en el
pueblo, pero que éste no puede ejercerla directamente sino que lo hace a
través de los órganos del Poder Público a quienes elige, es decir, que el
medio para depositar ese poder soberano es el sufragio.” (el subrayado es
mío)
Pero, la transición del principio de “representación popular” al de “partici-
pación popular” – transición implícita en la Reforma política impulsada por
Lusinchi y que se había consagrado a posteriori de la redacción del texto
constitucional, obligaba a considerar hasta qué punto el pueblo “no puede”
ejercer directamente su voluntad soberana. La Sentencia de inmediato con-
tinúa:

Un sistema participativo, por el contrario, consideraría que el


pueblo retiene siempre la soberanía ya que, si bien puede
ejercerla a través de sus representantes, también puede por sí
mismo hacer valer su voluntad frente al Estado; indudable-
mente que quien posee un poder y puede ejercerlo
delegándolo, con ello no agota su potestad, sobre todo cuando
la misma es originaria, al punto que la propia Constitución lo
reconoce. (el subrayado es mío)

Vale decir que, según lo denota la comparación entre estos dos pasajes del
mismo párrafo, el texto constitucional venezolano, a la vez prohibía y per-
mitía, el ejercicio directo – vale decir sin delegación ni representación – de
la voluntad popular mayoritaria frente al Estado.

209
TRIBUNAL SUPREMO DE JUSTICIA DE LA REPÚBLICA BOLIVARIANA DE
VENEZUELA (1999) “Nota de prensa:: Procedencia la convocatoria a un Referendo”, martes
19 de enero, se consigue en:
http://www.tsj.gov.ve/informacion/notasprensa/1999/prensa19011999.html
132
Esta característica híbrida de las formulaciones constitucionales latinoame-
ricanas, y que en este ejemplo aparece con toda nitidez, parece mostrar que
por debajo de las formas exteriores – principios liberales de división de po-
deres y representación delegativa – siempre perdura la matriz propia de las
repúblicas mayoritarias: principios democráticos de la soberanía popular,
con separación de poderes, pero sin límites, vale decir sin pérdida de la po-
testad originaria.
La Constitución de la República Bolivariana de Venezuela fue sometida a
referendo consultivo el 15 de diciembre de 1999, resultando aprobada por
el pueblo venezolano.

3.6 La era Chávez: los nuevos poderes del Estado y el Poder Judicial
La búsqueda de una democracia mayoritaria, en contraposición a la demo-
cracia de consenso entre las élites, como la implícita en el principio liberal
de la constitución anterior, encuentra su correlato en la idea de participa-
ción. Este concepto de democracia participativa se plasmó, en el texto
constitucional bolivariano, por la conformación de dos nuevos poderes del
Estado: el Poder Ciudadano y el Poder Electoral y por la creación, en ma-
yor o menor grado, de mecanismos de elección y control popular –
rendición de cuentas, accountability vertical – en casi todos los organismos
del Estado. El sistema de Referendo revocatorio por iniciativa popular apa-
rece como un elemento decisivo para el ejercicio de la democracia directa
en las sociedades de masas.
El Poder Ciudadano se conformó con la creación de una Defensoría del
pueblo, una Fiscalía general, como ente acusador, y una Contraloría general
de la República, como ente veedor y auditor de las funciones públicas;
mientras que el Poder Electoral – a ese mismo nivel – consistió en la reor-
ganización, con mayor grado de independencia, de las Juntas y Consejos
electorales nacional, regionales y locales.
Evidentemente, la democratización y ampliación del sistema político a
nuevos actores no quedan aseguradas – en términos sociales y políticos -
por la mera institucionalización de las instancias participativas, si no fuera
porque la Constitución de 1999, trató de imponer un principio electivo o de

133
control popular – dentro de un marco que no trasciende el sistema represen-
tativo democrático-liberal210 - en todos los organismos del Estado.
De ese modo se crearon nuevos mecanismos de elección y se modificaron
los atributos de la mayor parte de los cargos públicos211, haciéndoles más
dependientes del sufragio y control ciudadano, a través de los mecanismos
institucionalizados del Referendo. Al mismo tiempo se mantuvo la separa-
ción funcional de los poderes del Estado, los tradicionales y los nuevos,
pero sometiendo el conjunto de los poderes, al escrutinio de agrupamientos
cívicos y sociales.
El derecho participativo, bien entendido como posibilidad, queda abierto
con la Constitución, pues “Todos los ciudadanos y ciudadanas tienen el
derecho de participar libremente en los asuntos públicos, directamente o
por medio de sus representantes elegidos o elegidas.”212, pero tal derecho
permanece como inerte si no toma cuerpo en leyes y, sobre todo, en meca-
nismos de participación que den a las decisiones populares mayoritarias un
carácter vinculante en las decisiones de las autoridades del Estado e, inclu-
so, en la permanencia de las mismas.
Estas modalidades de participación popular se definieron en los Artículos
70, 71 y 72 de la Constitución bolivariana, a través de los siguientes recur-
sos:
x Elección de representantes para los cargos públicos.
x El Referendo – consultivo y revocatorio - y la Consulta popular en
todos los ámbitos, desde la Parroquia a la Nación.
x La revocación de mandato para todos los cargos de elección popular,
aunque este principio no afecte al poder judicial de manera directa.
x El principio de considerar a las iniciativas legislativas, las constitu-
cionales y a las constituyentes, como decisiones vinculantes.
Sin lugar a dudas, el recurso que mayor peso dio al mandato popular y a la
democracia mayoritaria, es el poder otorgado al Referendo por iniciativa
popular. Desde la Constitución de 1999, en Venezuela, pueden ser someti-
dos a referendo proyectos de ley en discusión por la Asamblea Nacional,

210
LANDER, Edgardo, op. cit., pág. 112
211
Ibid.
212
Ibid.
134
como así mismo, los tratados y convenios internacionales; de igual modo,
por vía de referendo, pueden ser abrogadas total o parcialmente las leyes
nacionales o los decretos presidenciales con fuerza de ley, ya sancionados,
y se pueden destituir a las autoridades electas.
El Referendo consultivo, en términos jurídicos venezolanos, no es de carác-
ter vinculante, pues el mandatario no tiene la obligación legal de acogerse a
la decisión mayoritaria, pero, en términos políticos, la situación es muy di-
ferente, pues muy difícilmente pueda justificarse como una decisión
democrática, aquella que contradice la voluntad explícita de la mayoría
ciudadana. El Referendo revocatorio, en cambio, es vinculante en ambos
sentidos – jurídico y político – pues entraña la anulación de la disposición
legal o la destitución del funcionario sujeto a su escrutinio.
En definitiva, este recurso ha fortalecido la voluntad popular y su mandato
mayoritario en las esferas de decisión del Estado, al mismo tiempo que ge-
nera las bases para que el principio liberal de la división rígida y
compartimentada de los poderes en el Estado, sea subordinado al principio
democrático de gobierno de la mayoría, lo que puede comprenderse como
una trasgresión al statu quo del régimen político basado en los frenos y
contrapesos.
Sin embargo, a pesar de aumentar los niveles de elección y control popular
sobre el Ejecutivo y el Legislativo, creando una dependencia a las decisio-
nes mayoritarias dadas por los referendos, la Constitución bolivariana
dispuso fortalecer la independencia y autonomía del poder Judicial. Cierto
es que, la puesta en vigor de la carta magna, significó la destitución ipso
facto de más de 400 jueces de los tribunales y cortes venezolanas. Más allá
de esta depuración de los jueces designados bajo el anterior ordenamiento
político y normativo, se dieron transformaciones durante el proceso consti-
tuyente, que afectaron al sistema de justicia. El Poder Judicial resultó ser el
“punto neurálgico” de las discusiones y debates en la Asamblea Nacional
Constituyente213.
Se eliminó la Corte Suprema de Justicia para dar paso a una nueva institu-
ción: el Tribunal Supremo de Justicia, con autonomía financiera y

213
DIRECCIÓN DE INFORMACIÓN “Historia del Alto Tribunal”, Tribunal Supremo de Justi-
cia Caracas, Venezuela, se consigue en: http://www.tsj.gov.ve/eltribunal/historia.shtml
135
funcional. Se creó la Dirección Ejecutiva de la Magistratura, eliminando así
el Consejo de la Judicatura.
En el proceso de selección de los jueces, el cual es conducido por un Comi-
té de Postulaciones, se introduce una innovación importante en cuanto a la
participación de la sociedad civil214. Cierto es que mucho se discute en Ve-
nezuela sobre la efectividad de esta participación popular en la designación
de los jueces, pues en realidad, aparece como una veeduría en las últimas
fases de los exámenes de competencias que se realizan a los candidatos a
juez de la república, sin real incidencia sobre las designaciones.
El 19 de mayo de 2004, la Asamblea Nacional de la República Bolivariana
de Venezuela, aprobó la Ley Orgánica del Tribunal Supremo de Justicia
(LOTSJ) publicada en la Gaceta Oficial N° 37.942 del 20 de mayo de
2004215, y por la cual se amplía el número de miembros de ese alto tribunal.
Su promulgación, originará una ardua polémica acerca del carácter de la
independencia del poder judicial en Venezuela y de si el gobierno boliva-
riano la trasgredió o no.

3.7 De la “Agenda bolivariana” a la Constituyente, análisis de un lide-


razgo carismático
Desde sus inicios, el chavismo acusó las ambivalencias, debilidades y tam-
bién fortalezas, de un tipo de liderazgo que podríamos caracterizar como
“carismático” y que se orienta tanto a vincular la identificación social y
cultural de los movimientos sociales de los sectores pobres como a vehicu-
lar, a través de opciones programáticas difusas, las adhesiones políticas de
sectores de izquierda y del nacionalismo orgánico de las fuerzas armadas.
Es más, ni siquiera desde su primer gobierno la articulación de ideología y
proyecto político, adoptó las formas tradicionales partidistas:

Cuando Chávez gana las elecciones y llega a la Presidencia


de la República, no cuenta el gobierno con un cuerpo ideoló-
gico o doctrinario sistemático, ni con las líneas maestras
claras de lo que podría ser un proyecto de país en sus princi-
214
Ibid.
215
Ibid.
136
pales ámbitos, ni con organizaciones políticas con capacidad
de responder en forma adecuada a estas carencias216.

Por cierto, como enunciado crítico a la “Agenda Venezuela” de Caldera,


surgió la “Agenda alternativa bolivariana”. En dicho documento se rescató
un programa económico de desarrollo nacional de carácter productivista,
que reservaba el sector de empresas básicas y estratégicas, de minería y alta
tecnología militar, al manejo exclusivo del Estado.
Del mismo modo que el sector de gran industria ligado a la producción de
bienes y servicios no esenciales, se reservaba para la economía de mercado.
Los otros tres sectores productivos: Bienes de consumo esencial, agroin-
dustrial y construcción; Servicios, educación y salud y Banca y finanzas, se
destinaron a ser manejados por componentes mixtos del sector público y
del sector privado217.
Con toda evidencia, más allá de esta voluntad industrialista y de recupera-
ción de la decisión soberana, la Agenda bolivariana, arrojaba un buen
número de incertidumbres en cuanto a las acciones concretas de un futuro
gobierno, aunque también esta indefinición podría ser una de las razones
del impacto múltiple del programa chavista. Mientras más se le precisase,
menos eficaz resultaría como punto de unión e identidad común, entre sec-
tores políticos y sociales, de otro modo, dispersos:
x Sectores nacionalistas de las fuerzas armadas adherirían sin tropiezos
a este nuevo ordenamiento económico centrado en el Estado-nación
y el cual lugar tan preeminente daría a la Defensa, como así mismo, a
un ideal que postulara la resignificación histórica de Simón Bolívar.
x Los sectores marginales de la sociedad venezolana – movimientos
sociales - que tan drásticamente sufrieron el ajuste estructural de la
economía, el aumento del desempleo y las consecuencias de las pri-
vatizaciones de los servicios públicos.
x Sectores de los partidos y movimientos políticos de la izquierda, en-
tre ellos el Partido comunista venezolano, el Movimiento al
socialismo (tendencia mayoritaria), del nacionalismo de izquierda

216
LANDER, Edgardo, op. cit., pág. 113
217
CHÁVEZ, Hugo 1996
137
como Causa R, Todos por la patria, otras agrupaciones, también ellas
en crisis de identidad, luego de la crisis ideológica propiciada por la
caída del “socialismo real” y la disolución de la Unión Soviética.
A nivel ideológico, más allá de la apriorística definición como “populista”
que universalmente se le aplica, el chavismo debería analizarse en dos pla-
nos que nos remiten a componentes de las políticas implementadas desde
su ascenso a la presidencia de Venezuela:
x Primer componente: el retorno ideológico al pasado na-
cional.
El primero de estos planos de análisis guarda relación con cierta forma de
resistencia a la transculturización y a la pérdida de valores nacionales que
entraña la apertura globalizadora. En ese sentido, el chavismo intenta un
retorno a la idea de nación y recomposición de los referentes de identidad
para a población. Para Chávez, las caracterizaciones de izquierda y derecha
“ya no son adecuadas para definir la naturaleza del cambio requerido”218
pues representan el fracaso de la democracia liberal y del comunismo sin
clases, al mismo tiempo que ambas ideologías tendían a diluir las identida-
des locales.
x Segundo componente: el socialismo del siglo XXI
Este segundo elemento constitutivo de la ideología del chavismo, va a to-
mar mayor consistencia y definición después de la proclamación de la
Constitución bolivariana de 1999, pero se presenta desde sus inicios, como
una revisión y superación crítica de las posturas del comunismo oficial y el
dogmatismo, que entraron en bancarrota con la caída del Muro de Berlín y,
sobre todo, con la disolución de la Unión soviética y el fracaso de las eco-
nomías de planificación centralizada.
En contraste con los sectarismos ideológicos que caracterizaron a los agru-
pamientos de izquierda de los años sesenta y setenta en Latinoamérica, los
cuales conducían de manera casi inevitable a fragmentaciones constantes
por apegos a posturas teóricas de otras latitudes, el chavismo va a represen-
tar un nuevo enfoque del socialismo y una especie de “laboratorio abierto”
en la elaboración de ideas de la nueva izquierda. De allí, un eclecticismo
ideológico – acaso deliberado - en el liderazgo de Chávez.

218
Citado por LANDER, Edgardo, op. cit., pág. 109
138
Esta visión del socialismo del siglo XXI, ha permitido que el chavismo
asumiera, desde el comienzo, el carácter de movimiento socio-político y
que, como tal, apareciera como la resolución suprapartidista e institucional,
de la crisis del sistema político tradicional.

3.8 El proceso político venezolano y la independencia del poder judicial


A pesar de la férrea oposición que, desde el comienzo de su gobierno en
1998, varios sectores ligados al bipartidismo presentaron a Hugo Chávez,
sus primeras medidas de gobierno contribuyeron si no a la revitalización de
la democracia en Venezuela, por lo menos sí a una re-politización de la so-
ciedad, en contraste con el rechazo y la apatía que acompañó a los
anteriores mandatos.
De igual modo, una intensa oposición de las corporaciones empresariales,
de la CTV, de sectores militares y de los grandes medios de comunicación,
se organizó desde la ascensión del gobierno, aunque no haya logrado este
conglomerado corporativo, encontrar liderazgos políticos capaces de repre-
sentar una alternativa política creíble y atractiva para la mayoría del
electorado.
La fuerte polarización que caracteriza el actual proceso político, no parece
dirigirse hacia la consolidación de un nuevo bipartidismo asentado en la
alternancia en el gobierno de dos partidos dominantes. Por el contrario, pa-
rece orientarse hacia un modelo de movimiento hegemónico – conformado
por una constelación de partidos de izquierda y movimientos sociales de
sectores subalternos – al cual le hace oposición una alianza de corporacio-
nes y gremios, con gran capacidad de impactar en la opinión nacional e
internacional, pero de menguada representación política en los procesos
electorales internos.
Esta oposición sostuvo un boicot productivo contra el régimen, una conde-
na sistemática al populismo que implicará sobresaltos autoritarios, como el
representado por el golpe de Estado en abril de 2002, y la defensa de los
principios liberales del Estado, constantemente amenazados, por supuesto,
por el desbordamiento de la democracia mayoritaria.
La interpretación del rol político actual de las corporaciones gremiales, Fe-
decámaras, Fedeagro, Fedeindustria, la Cámara Venezolana del Petróleo,
139
está sujeta a varias hipótesis. La más plausible se relaciona con la hecatom-
be del bipartidismo y la orfandad de dirección política en que han caído los
sectores de élite de la sociedad venezolana: “En la medida en que la oposi-
ción no ha podido expresarse por intermedio de los partidos, dada la
debilidad y el descrédito de éstos, ha tendido a buscar en las organizacio-
nes gremiales la dirección política”219. La situación opositora de los
grandes sindicatos, ampliamente politizados como la CTV, es también un
elemento que contribuye a la desestabilización del actual gobierno. Desde
el 2001 la dirigencia de la CTV ha asumido una posición de abierta con-
frontación con el gobierno de la V República220.
Indudablemente, uno de los componentes principales de la oposición vene-
zolana, está dado por los medios de comunicación privados y ello ha
motivado – sobre todo después del golpe de Estado – una áspera lucha por
el control de los flujos informativos entre estos medios y los que intenta
establecer el gobierno. Una primera característica de los medios masivos de
comunicación en Venezuela está dada por la fortaleza hegemónica que po-
seen los grupos privados en la prensa escrita, la radio y la televisión y la
debilidad de los canales comunicativos controlados por el Estado221.
El vacío dejado tras de sí por el colapso bipartidista ha propiciado que los
medios de comunicación más importantes suplantasen a los inexistentes
liderazgos políticos de la oposición: “La gran mayoría de los medios em-
presariales ha abdicado de su función informativa para convertirse en
instrumentos de denuncia sistemática del gobierno, asumiendo funciones
de partidos de oposición”222.
Con la Constitución bolivariana de 1999, se formaron organizaciones so-
ciales y “misiones” de una amplitud desconocida, al mismo tiempo que se
ha fortalecido el poder decisorio de estos movimientos. Caso de destacar
fue el impulso que el gobierno dio inicialmente a los “círculos bolivaria-
nos” a través de la Misiones relacionadas directamente con las metas
constitucionales y que desarrollan programas sociales destinados a solucio-
nar problemas identificados como críticos.
219
MEDINA, Medófilo, op. cit., pág. 50
220
ZAMBRANO ESPINOSA, Francis (2002) “Carlos Ortega: conspirador y golpista” (entre-
vista) en:
www.quintodia.com 4 al 11 de octubre, citado por Medina, pág. 52
221
Cromos, Bogotá, 7 de enero de 2002, citado por MEDINA, Medófilo, op. cit., pág. 60
222
LANDER, Edgardo, op. cit., pág. 125
140
Pese a la intención de paliar la deuda social del Estado hacia los sectores
desposeídos y la fuerte inversión dedicada a estos rubros existen problemas
de burocratización y también de corrupción en el manejo de esos recursos.
Entre 2001 y 2006, la inversión social del Estado, fundamentalmente en
salud y educación, alcanzó un porcentaje cercano al 30% del presupuesto
nacional y en 2007, superó el 46% del mismo.
Dada la magnitud de la inversión y pese a esas dificultades, el gobierno ha
conseguido una significativa disminución de la pobreza, según los estudios
emprendidos por la CEPAL:

(…) la República Bolivariana de Venezuela logró disminuir


sus tasas de pobreza e indigencia 18,4 y 12,3 puntos porcen-
tuales, respectivamente, entre 2002 y 2006. La elevada tasa de
crecimiento del producto, así como la implementación conti-
nua de programas sociales de gran amplitud, permitieron que
tan solo entre 2005 y 2006 la tasa de pobreza pasara de un
37,1% a un 30,2%, y la de indigencia de un 15,9% a un
9,9%.223

La Constitución bolivariana de 1999 alteró, sin duda, por los contrapesos


opuestos a las jerarquías institucionales y los dos nuevos poderes creados,
la composición de la potestad estatal, aunque no se deberían exagerar los
alcances de esta reforma. Por supuesto la nueva constitución abre la puerta,
por así decir, a una amplia participación ciudadana en asuntos que, con la
anterior carta, permanecían bajo el tutelaje exclusivo de las élites y sus re-
presentaciones partidistas. No obstante, al mismo tiempo, la Constitución
garantiza la permanencia y estabilidad de funcionarios en instituciones que,
por definición, deben encargarse del resguardo del statu quo, del orden li-
beral del Estado.
De hecho, por norma constitucional, se crearon o reformaron las institucio-
nes judiciales para dotar al poder judicial de los atributos antes inexistentes
o distorsionados por el reparto oficial de cargos públicos. Atributos como
223
CEPAL - Consejo Económico para América Latina (2007) “Panorama social de América
Latina”, Documento informativo, se consigue en :
http://www.cepal.org/publicaciones/xml/5/30305/PSE2007_Sintesis_Lanzamiento.pdf
141
el reforzamiento del sistema de concursos de méritos para el ingreso a la
carrera, el mejoramiento de la estabilidad de los jueces, lo cual incluye la
nominación fija en lugar de la provisoria, como prevalecía en el pasado, el
atributo de control de constitucionalidad sobre las acciones del Legislativo
y Ejecutivo y la extensión de las funciones de casación en todos los ámbi-
tos jurisdiccionales. Estos cambios institucionales deben redundar, según
los parámetros de la reforma institucional, en una mayor cobertura de la
justicia.
Es difícil establecer un balance definitivo sobre el mayor o menor grado de
independencia judicial alcanzado. Tampoco es seguro que tal situación sea
posible de alcanzar. Ante el alto grado de polarización social y política que
se presenta en el país durante el último decenio, tanto quienes denuncian la
falta de independencia de los jueces, como quienes afirman haberla conse-
guido, sueñan con un sistema judicial libre de las influencias de sus
adversarios políticos, y en ese sentido, ambos bandos tienen la razón.

3.8.1 La controversia sobre la independencia judicial


Según lo estima una exhaustiva tesis de maestría en Derecho: “El gobierno
judicial y la independencia del poder judicial en Venezuela a partir de
1999” de la Universidad Complutense de Madrid, las condiciones creadas
por la Constitución de 1999 en Venezuela, van a representar una mejora
substancial en el grado de autonomía e independencia obtenida para el
desempeño de los jueces y magistrados. Sobre todo cuando se consideran
las condiciones de clientelismo dominantes con anterioridad en el país, la
provisionalidad dominante de los cargos, la politización en la asignación de
recursos presupuestales y la inexistencia de concursos de méritos para el
ingreso a la carrera judicial224.
En cuanto a la autonomía, la consagración de un porcentaje fijo, no inferior
al 2%, del presupuesto nacional para el poder judicial, representa sin duda
un avance frente al anterior sistema que implicaba una decisión de los po-
deres políticos. Y con respecto a la independencia, las pruebas públicas de
los concursos de oposición para el ingreso en el sistema judicial, en compa-

224
LOUZA SCOGNAMIGLIO, Laura (2005) “El gobierno judicial y la independencia del po-
der judicial en Venezuela a partir de 1999” Trabajo de tesina elaborado para el master de
Derecho, Economía y Políticas Públicas en el Instituto Ortega y Gasset de la Universidad Com-
plutense de Madrid, agosto.
142
ración con las designaciones sin concurso de méritos y sin control ciuda-
dano, van a mejorar las condiciones de su independencia funcional.
Para las autoridades judiciales venezolanas, la corrupción y la falta de con-
trol sobre la designación de magistrados implica no sólo un problema ético,
sino sobre todo un problema de eficiencia pues, como lo explica el doctor
Manuel Quijada Coordinador General de la Dirección Ejecutiva de la Ma-
gistratura:

(…) es un problema de calificación que demuestra que aquí en


Venezuela estamos acostumbrados a hablar de la corrupción
del Poder Judicial y no nos damos cuenta que la mayoría de
los jueces eran escogidos por los partidos políticos y entonces
la falla no era solamente ética, sino también de capacidad,
por eso es que apenas los que salen airosos en estas pruebas
no son más de cinco, ya que un jurado bastante estricto y de
primera categoría los evalúa sin ningún tipo de relación polí-
tica” y agrega: “(…) la depuración del Poder Judicial va estar
no solamente en el campo ético, sino en el campo intelectual y
de capacidad225.

Vale decir, desde esa perspectiva que afecta la independencia personal de


los jueces integrantes de ese poder del Estado, se puede afirmar que el nue-
vo ordenamiento estatal significó una mejora. Se consideró entonces la
necesidad de depurar el sistema judicial, pues la totalidad de los jueces, in-
cluidos los miembros del Tribunal Supremo de Justicia, habían sido
nominados, al fin de cuentas, por sus relaciones políticas con el bipartidis-
mo y no en función de sus capacidades y méritos profesionales.
Las pruebas públicas de los concursos de ingreso al sistema Judicial co-
menzaron a tener lugar desde inicios de 2001 y continúan llevándose a
cabo. Consisten en una prueba escrita y una prueba práctica. Quienes ob-
tienen resultados satisfactorios, pasan al interrogatorio coordinado por un

225
TRIBUNAL SUPREMO DE JUSTICIA DE LA REPÚBLICA BOLIVARIANA DE
VENEZUELA (2001) “Acto público y transparente: Realizada en el TSJ prueba oral para as-
pirantes de la Corte de Apelaciones de Vargas y Miranda”, 7 de febrero, se consigue en:
http://www.tsj.gov.ve/informacion/notasprensa/2001/070201-1.htm
143
magistrado de reconocido prestigio. Esta prueba oral es pública y acuden a
ella diversos funcionarios de la Magistratura, abogados, público en general
y comunicadores de prensa. Las pruebas no públicas deberían asegurar que
los candidatos no conozcan a sus evaluadores y que éstos no conozcan a los
concursantes. Aunque ello, naturalmente, es casi imposible de corroborar
de manera fehaciente. Sin embargo, es la posibilidad que inaugura la terce-
ra prueba, la oral, abierta al público y a los medios de comunicación, la que
introduce un elemento novedoso en cuanto a la independencia del poder
judicial en el tema de las nominaciones.
Se facilita una independencia de los jueces nominados con respecto a las
influencias políticas y económicas de los partidos o sectores determinados
de la sociedad, pero genera, al mismo tiempo, una dependencia hacia el
control ciudadano, en donde el escrutinio público podría llegar a ser ele-
mento importante.
Diferente sería la consideración si entendemos por independencia del poder
judicial, el poder incrementado de las altas cortes y del poder judicial, en su
conjunto, para restringir y orientar las decisiones legislativas de los poderes
representativos del Estado. En ese caso, la reforma judicial, como se en-
tiende desde las concepciones neoinstitucionalistas y los organismos que la
promueven, a la vez que implica una limitación crucial de los alcances so-
beranos en la toma de decisiones políticas de los gobiernos y se altera el
contenido mismo del proceso democratizador (fundamentado en la volun-
tad general mayoritaria) judicializa, mediante la facultad de revisión
constitucional, los ámbitos legislativos, sometiendo sus dictámenes a la in-
terpretación de este poder judicial independiente, ya en términos políticos.
La coincidencia formal entre las cambios introducidos por la Constitución
de 1999 y los requeridos por la reforma neoinstitucionalista, iría a quebran-
tarse cuando se profundizaran las concepciones políticas latentes de las
instancias mundiales y las autoridades políticas venezolanas, en torno al
concepto de “independencia judicial”.
Luego del quebrantamiento del orden democrático por el golpe de Estado
de 2002, por parte de la oposición, se acentuó una campaña dirigida a pre-
servar la inmunidad, su no enjuiciamiento, a partir, justamente, del reclamo
de “independencia” de los jueces. Naturalmente, resulta ser de interés para
los implicados en aquellas acusaciones y, en general, para los sectores polí-
144
ticos y sociales que apoyaron el conato, que predominasen los principios
liberales de comprensión de la justicia y no, como se irá a ir definiendo
desde las instancias oficiales, que el poder judicial debe responder a los
propósitos del conjunto social y no sólo de sus élites.
La crisis, en este nivel, cobraría amplitud con la promulgación de la Ley
orgánica del poder judicial de 2004 – apenas unos meses antes de realizarse
el Referendo revocatorio – y la cual permitía la nominación de nuevos ma-
gistrados para el Tribunal Supremo de Justicia y la remoción de aquéllos
comprometidos con el antiguo bipartidismo.
La nueva ley amplió la composición del Tribunal Supremo de 20 a 32 ma-
gistrados y permitió a la primera mayoría relativa de la Asamblea
legislativa, evidentemente oficialista, la elección de todos los nuevos car-
gos, facilitando así la remoción de aquellos jueces comprometidos por la
oposición.
En todos los casos, es en principio una entidad internacional, Human
Rights Watch, a través de un informe publicado por su director ejecutivo de
la División de las Américas, el señor José Miguel Vivanco, titulado: "Ma-
nipulando el Estado de Derecho: Independencia del Poder Judicial
amenazada en Venezuela", con el que daría comienzo a una extensa discu-
sión sobre la naturaleza del proceso político en Venezuela, el papel del
poder judicial, los alcances de las intervenciones mundiales sobre las sobe-
ranías de los Estados y, fundamentalmente, el significado de la
reorganización judicial como instrumento de la democratización y no como
obstáculo a la misma.
En junio de 2004, HRW, señalaba lo siguiente:

El gobierno de Venezuela está socavando la independencia del


Poder Judicial con anticipación al referéndum convocado pa-
ra revocar el mandato presidencial, el cual podría llegar a ser
decidido por los mismos tribunales (…) La coalición gober-
nante del Presidente Hugo Chávez ha comenzado a

145
implementar una nueva ley que pondría fin a la autonomía de
la Corte Suprema226.

La nueva ley – sostenía el mismo documento – “hará más vulnerables a


los jueces frente a la persecución política y garantizará que las controver-
sias legales sobre el referéndum revocatorio se resuelvan a favor de
Chávez”.
Al mismo tiempo que se indicaba cómo debe impartir justicia el indepen-
diente Tribunal Supremo de Justicia: “El Tribunal Supremo de Venezuela
debe revocar las disposiciones de la nueva ley que sometan al tribunal al
programa político de la coalición gobernante”227. Vale decir, HRW solici-
tó, en nombre de su independencia, que el poder judicial asumiera poderes
legislativos y alterase el orden constitucional que, ese órgano justamente,
debe defender.
No resulta difícil comprender, entonces, que algunos de los más destacados
juristas venezolanos y magistrados reaccionaran vivamente a las interven-
ciones de HRW. Sobre todo que, más tarde, este informe del que ha sido
cuestión aquí, ejerciera una fuerte influencia, a su vez, sobre el informe del
Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas en su 71ava. sesión
de abril de 2007.
El presidente del Tribunal Supremo de Justicia de Venezuela, doctor Omar
Alfredo Mora Díaz, se encargó de restablecer algunos de los principios del
ordenamiento jurídico venezolano, en expresa alusión al informe de Human
Rights Watch, al tiempo que refutó varias de las aseveraciones del informe,
comparando la situación creada a partir de la Constitución Bolivariana de
1999 con la situación judicial existente bajo el dominio bipartidista: “ade-
más de un poder Judicial, sin ningún tipo de legitimidad de origen,
teníamos un poder judicial absolutamente corrupto, desde los jueces de
municipio hasta la Corte Suprema de Justicia”228.

226
VIVANCO, José Miguel (2004) “Independencia del poder Judicial amenazada en Venezue-
la”, Caracas: 17 de junio, se consigue en:
http://hrw.org/spanish/docs/2004/06/17/venezu8857.htm
227
Ibid.
228
Nota de prensa (2006) “Presidente del TSJ defiende independencia y asegura que «quere-
mos una justicia barrio adentro»” en: Analítica.com, 26 de enero, se consigue en:
http://www.analitica.com/va/sintesis/nacionales/7418866.asp
146
La depuración de ese estado del poder judicial debía pasar, para este enfo-
que, por la implementación de nuevos métodos de nominación de los
jueces, con participación ciudadana, y con la posibilidad legal, que queda-
ría abierta con la Ley orgánica de 2004, de destituir los jueces nombrados
por el clientelismo.
El tema de la soberanía nacional aparece cada vez que se ahonda en el rol
de la administración de justicia en sociedades de democracias mayoritarias.
Según lo expresó el mismo Mora Díaz, la construcción del poder judicial
bajo las actuales políticas es el de acercar el ejercicio de la justicia a los
sectores populares, en lo que definió como “una justicia Barrio Adentro”,
vale decir, que las comunidades pudieran tener acceso a la justicia. De allí
que se iniciara un proceso de municipalización de la justicia, a través del
programa de las llamadas “ciudades judiciales”229.
Un análisis de las posturas defendidas por HRW y por las autoridades judi-
ciales venezolanas en esta larga polémica en torno a la independencia
judicial y a su alcance en el actual proceso político, denotaría que se esta-
blece una comprensión diferente de su concepto.
En tanto que, para HRW, la independencia judicial incluiría la facultad del
Tribunal Supremo de Justicia para rechazar o enmendar las leyes promul-
gadas por el poder legislativo, en función de la potestad de los jueces
supremos, para el magistrado venezolano, esa no sería un atributo propio
del judicial. Desde su concepción, se entiende que el Tribunal Supremo de
Justicia, debe democratizar el acceso a la justicia, acercándolo al conjunto
de la sociedad, en particular a aquellos sectores desfavorecidos. La labor
del poder judicial se subordina a las decisiones políticas de los poderes re-
presentativos y asume así las finalidades de la democratización social aún a
desmedro de trasgredir el principio liberal de la independencia política ab-
soluta de su órgano supremo.
La independencia política absoluta – ontológica – del poder judicial, se jus-
tifica en un diseño político y constitucional de “frenos y contrapesos” con
principios de legitimación distintos para los poderes del Estado, como
acontece en los Estados Unidos, por ejemplo, pero no en los Estados como

229
MORA DÍAZ, Omar A. (2005) “Ciudades judiciales”, en la página web del Tribunal Su-
premo de Justicia, 6 de noviembre, se consigue en:
http://www.tsj.gov.ve/informacion/notasdeprensa/notasdeprensa.asp?codigo=2511
147
el venezolano, donde la independencia del poder judicial es comprendida
por los actores del actual proceso político, como una construcción cultural,
relativa y no absoluta, subordinada ella misma, a las finalidades de la de-
mocratización social.
En ocasión de las observaciones efectuadas al “Tercer Informe Periódico
de Venezuela” del Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas,
el Estado Bolivariano de Venezuela da una importante definición de lo que
comprende como “independencia judicial”:

El concepto de independencia judicial, se entiende como la


capacidad del juez de decidir sin presiones externas o inter-
nas. No lo atamos a un atributo personal porque no existe la
independencia absoluta de criterios, de alguna manera u otra,
las personas se forman opiniones sobre las más diversas mate-
rias ambientales, económicas, políticas, etc.230.

Es decir que la independencia de la justicia no sería ni una facultad política,


limitante de los poderes populares soberanos, ni absoluta, de una institu-
ción, aplicable en todo momento y lugar, como un modelo único y de
carácter metafísico.

230
COMITÉ DE DERECHOS HUMANOS 71º período de sesiones - Naciones Unidas (2007)
Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, “Examen de los informes presentados por
los Estados partes de conformidad con el artículo 40 del Pacto. Venezuela”,
CCPR/CO/71/VEN/Add.5 - 25 de abril. Se consigue en:
www.unhchr.ch/tbs/doc.nsf/0/f94a6a2a652ee3b5c12573010049ab76/$FILE/G0741380.doc
148
CAPÍTULO 4
CONFLUENCIAS Y DIVERGENCIAS DE DOS PROCESOS POLÍTICOS FRENTE A
LA INDEPENDENCIA DEL PODER JUDICIAL

4.1 Influencias de las reformas institucionales sobre la democratización


Ciertamente, el proceso de reformas institucionales en los países latinoame-
ricanos ha influido de manera multidimensional, no sólo en cada Estado
nación donde se ha implementado, sino también, y muy especialmente, en
las condiciones de vida de los distintos estamentos que conforman sus con-
trastadas sociedades.
En una de las preguntas iniciales de este estudio se centró en indagar ¿En
qué medida y bajo qué condiciones la reforma institucional ha facilitado la
democratización de las sociedades? la cual venía a complementarse con la
siguiente: ¿en qué medida se presenta como una limitante – contrapeso
formal – a los actuales procesos políticos que alientan los movimientos
sociales? Naturalmente, la respuesta que se podría presentar a estas pregun-
tas, por su misma generalidad, no puede ser ni unilateral ni concluyente.
Sin embargo, con base a los elementos de juicio reunidos en el desarrollo
del trabajo, podemos extraer algunas conclusiones pertinentes sobre las
mismas.
x Si entendemos la democratización de las sociedades, como una ma-
yor liberalización de las condiciones sociales de participación en las
decisiones políticas del Estado, se podría destacar que la reforma ins-
titucional favoreció una vinculación diferente y más directa del
ciudadano – concebido a través de sus derechos individuales – con el
Estado, sin la mediación necesaria de partidos políticos, sino a través
de organizaciones locales o de las comunidades, en un diseño que se
149
dio en llamar “democracia participativa” y que iría a superponerse,
en muchos casos, al diseño de “democracia representativa” tradicio-
nal, sobre el trasfondo de la descentralización político-
administrativa.
Ese nuevo tipo de vinculación, favoreció el proceso de democratización en
la medida que incorporó las demandas desagregadas y sectoriales de grupos
específicos, generalmente en relación con problemas locales y patrimonia-
les, logrando con ello un cambio en la cultura política general del
ciudadano como portador de derechos individuales fundamentales.
x La reforma institucional, que vino a complementar la reforma eco-
nómica aperturista, pretendió canalizar y dar respuesta a las
demandas sociales a través de recursos institucionales judiciales de
carácter liberal, no sometidos, ellos mismos, al control popular, sino
gestados por el fortalecimiento, la autonomía y la independencia de
entidades judiciales nuevas o renovadas.
En este último sentido, la reforma institucional, se presentó como una limi-
tante restrictiva de los procesos de democratización, sobre todo
considerando que la apertura económica engendró, en los dos casos estu-
diados, condiciones de mayor desigualdad socioeconómica, mayor
desempleo, marginamiento de amplios sectores de la población y pérdida
de identidad cultural de los grupos nacionales, para los dos países estudia-
dos. Aunque puede considerarse también que favoreció el fortalecimiento
de los principios liberales del Estado derecho y, con ello, la generación de
alternativas jurídicas, antes inexistentes, para la cobertura judicial de exten-
sas capas de población. En este último sentido la reforma favoreció una
democratización, sobre todo en Venezuela, pero también en Argentina, del
acceso a la justicia para nuevos actores sociales.
x El modelo reformista – basado en el paradigma de la división estricta
de poderes del Estado – afectó negativamente la democratización en
el sentido de debilitar la participación política colectiva, a través del
debilitamiento de los partidos políticos, del sistema de partidos, de
los sindicatos, de los órganos representativos de decisión colectiva,
del poder legislativo y, en menor medida, del poder ejecutivo, al su-
perponer el poder de interpretación de la ley y la constitución por
sobre las decisiones basadas en la voluntad mayoritaria.
150
De ese modo, la aplicación de modelos exógenos, como las fórmulas uni-
versales del “buen gobierno”, que presentan la dificultad de no estar
preparados para resolver los tipos de demandas como las que se dan en los
procesos políticos concretos estudiados. La democratización se presentó, en
los años 80, como una corriente global. Ello no significa que en cada con-
texto nacional, la idea de democracia adquiera sus propios significados de
acuerdo a las experiencias históricas, las culturas políticas e identidades de
cada pueblo, sobre todo, a las condiciones económicas y sociales que se
afrontan en cada nación. Son esos referentes endógenos, y no otros, los que
permitirían la conformación de instituciones y recursos judiciales capaces
de resolver, más eficientemente, las demandas ciudadanas y la vinculación
con un Estado en desarrollo.
En los casos comparados, de Argentina y Venezuela, la incidencia de la
reforma institucional, más allá de cierta asincronía en su aplicación, con-
servó ciertos rasgos comunes:
- La introducción de las nuevas instituciones no evitó la politiza-
ción de los cuerpos judiciales y la vigencia del clientelismo en la
designación de las magistraturas. Antes de ello, el incremento del
poder asignado a las altas cortes propició una mayor relevancia
política de las decisiones judiciales que la existente antes de las
reformas.
- Judicialización de la política, en la medida que las nuevas institu-
ciones creadas o fortalecidas por Lusinchi, en Venezuela, y
Menem, en Argentina, otorgaron tan fuertes poderes de veto y
control constitucional a las altas cortes, que su ejercicio invadía
competencias legislativas.
- Limitación de las soberanías nacionales – a través de la indepen-
dencia acordaba a las bancas centrales, encargadas de las
regulaciones monetarias, y la pérdida de capacidad de decisión
política de las autoridades electas, en materia económica.
- El debilitamiento de la voluntad popular mayoritaria en el diseño
de las políticas nacionales, evidenciado por la firma de acuerdos
inconsultos y directos de los presidentes con el Fondo Monetario
Internacional y otras entidades de cooperación. Compromisos del

151
gobierno de Jaime Lusinchi y de los segundos mandatos de Carlos
A. Pérez y Rafael Caldera en Venezuela y de los gobiernos de
Raúl Alfonsín, Carlos Saúl Menem y Fernando De la Rúa con el
FMI, en Argentina, sin mediar una consulta popular o legislativa.
- Pérdida del rol de los partidos políticos y sindicatos como canali-
zadores de las demandas sociales y organizadores de las
corrientes de opinión.
- Generó incompatibilidades con las reglas de las democracias ma-
yoritarias, al establecer severos límites judiciales a las decisiones
legislativas, alterando las supremacías en las decisiones del Esta-
do y desvirtuando, en sus aplicaciones concretas, los resultados
que se esperaban de las políticas reformistas.
Otras influencias de la reforma institucional afectarán, de manera diferen-
ciada, la democratización en las dos naciones.
Como rasgo particular en Argentina, podría señalarse:
- Fortalecimiento del presidencialismo y del ejecutivo, en desmedro
de las facultades del legislativo (en particular de la cámara de
diputados) porque los sistemas de selección de los miembros de la
Corte Suprema de Justicia dependen de la nominación presiden-
cial. Formalización del Decreto, como recurso legislativo
proactivo del presidente y del Veto parcial del presidente a las le-
yes que emanen del poder legislativo.
Como rasgo particular en Venezuela, podría señalarse:
- Pérdida de gobernabilidad para el ejecutivo, pues al depender la
nominación de los jueces de las altas cortes, de las mayorías par-
lamentarias, éstas pueden – como sucedió con el impeachment a
Carlos Andrés Pérez – dar término, por vía judicial, al mandato
presidencial. Judicialización de la decisión política.
De ese modo, podríamos concluir que la reforma institucional emprendida
contribuyó a consolidar principios liberales en los Estados analizados - de
manera parcial - y a generar cambios culturales en la relación de sectores
de la ciudadanía con las nuevas instituciones estatales, pero que dichos
cambios no favorecieron la democratización de los procesos políticos en-
dógenos, sino que aumentaron las restricciones al ejercicio de las
152
democracias mayoritarias y facilitaron una polarización en torno a la su-
premacía del legislativo o del judicial en el Estado de derecho. Dicho de
otro modo, un ambivalencia del principio liberal o del principio democrá-
tico como legitimación de las autoridades del Estado.
4.1.1 Cuadro comparativo
Influencias de la reformas institucionales de los años 80 y 90
Democratización: mejora Liberalización: como mejora en
de las condiciones de vida y la cobertura
mayor equidad legal y social del Estado
- Aumento de la desigualdad so- - Apertura de la economía. Privatiza-
cial, el desempleo y el ción de empresas públicas y
marginamiento económico. “desnacionalización” del petróleo.
- Nuevos tipos de vinculación del - Descentralización política adminis-
ciudadano con el Estado: Cultura trativa: Debilitamiento de la
participativa, aunque restringida a representación política colectiva
ámbitos locales
- Surgimiento de movimientos so- - División de poderes más rígida en el
ciales sin encuadramientos Estado: Autonomía financiera del Ju-
partidistas o sindicales, con un au- dicial y aumento de los poderes de
mento de las demandas sociales al control constitucional sobre el Legisla-
Estado. tivo.
- Pérdida de poder político de las - Amplia politización, y la subordina-
élites tradicionales y del biparti- ción piramidal interna en los sistemas
dismo, a favor de nuevos tipos de judiciales de ambos países, a la Corte
agrupamientos movimientistas en Suprema o Tribunal Supremo de Justi-
ambos países. cia.
- Aumentan los recursos de “vee- - Descrédito de las altas cortes por su
duría ciudadana” sobre la selección falta de legitimidad y sus actuaciones
de magistrados y funcionarios. En ligadas al autoritarismo y al clientelis-
Venezuela, con la reforma de 1999 mo (Argentina) a la partidocracia
y, en Argentina, en era Kirchner. clientelista (Venezuela).

153
4.2 La preeminencia de democracias mayoritarias y el intento por es-
tablecer una división rígida de poderes
Los segundos cuestionamientos de este estudio, fueron enunciados median-
te las siguientes preguntas: ¿Cómo afectan las reformas institucionales
emprendidas durante los 90 al sistema político de los países analizados? y
¿Qué consecuencias traerán para la independencia y autonomía del poder
judicial – pilares conceptuales de esas reformas – los actuales procesos
políticos en Venezuela y Argentina?
Según las variables consideradas:
a) En cuanto a la primer pregunta: ¿Cómo afectan las reformas institucio-
nales emprendidas durante los 90 al sistema político de los países
analizados?
Los modelos constitucionales: Las matrices constitucionales de ambos paí-
ses fueron particularmente influenciadas por los modelos constitucionales
europeos y los ideales políticos de la ilustración francesa. Esos paradigmas
tienden a dar supremacía al poder legislativo sobre los otros poderes del
Estado y a establecer la voluntad popular, como principio rector de las de-
cisiones soberanas.
De modo que la influencia del sistema de “frenos y contrapesos” y de divi-
sión rígida de poderes, va a hacerse sentir, sobre esta matriz de repúblicas
mayoritarias, más tarde, por influjo del positivismo latinoamericano y las
necesidades de la inserción en el comercio mundial. El modelo constitucio-
nal en ambos casos, es un híbrido, en donde se yuxtaponen principios
mayoritarios y consensuales, de manera no siempre libre de contradicción e
inconsecuencias.
Con la Constitución de 1961 en Venezuela se dio una influencia de los par-
lamentarismos europeos en el diseño, en particular del modelo italiano, en
cuanto al papel técnico del judicial dentro de los poderes del Estado y una
mayor incidencia del legislativo en la designación de los magistrados de las
altas cortes. Presidencialismo atenuado.
En Argentina, a pesar de los intentos por generar un modelo semi-
presidencialista en épocas de Alfonsín, persistirá, con la Constitución de
1994, el fuerte presidencialismo histórico. Las influencias parlamentaristas

154
comenzarán a hacerse sentir cuando se inicien los “juicios políticos” a los
magistrados de la Corte Suprema de Justicia, luego de diciembre de 2001.
El impacto de las reformas neoinstitucionalistas sobre este modelo consti-
tucional hibrido, tenderá a fortalecer el principio liberal en la organización
estatal de ambos países: apego rígido a la constitución, imperio de la ley,
origen separado de la legitimidad de los tres poderes, fortalecimiento del
poder judicial por su independencia y autonomía, concepción centrada en
los derechos individuales de la ciudadanía.

Los sistemas de partidos: En Argentina los partidos aparecen en el sistema


político como mediadores entre los movimientos sociales y las élites y el
Estado. El sistema político se sostuvo, durante los períodos de vigencia re-
presentativa, en el clivaje político, social e ideológico del peronismo-
antiperonismo, aunque la proscripción de la fuerza mayoritaria impidió una
estabilización de la democracia. Durante la década de los 90 desaparece
toda distinción entre los dos partidos dominantes: las mismas políticas eco-
nómicas, los mismos objetivos programáticos, intercambio de ministros
(Domingo Cavallo, ministro de Economía del justicialista Menem y del ra-
dical De la Rúa). Se produce una desagregación electoral y fragmentación
de numerosas formaciones partidistas, muchas de ellas locales y regionales.
Emergencia de los movimientos sociales como actores políticos y hegemo-
nía ulterior de la izquierda nacional.
En Venezuela el conjunto del sistema político se fundamentaba – desde el
Acuerdo de Punto Fijo – en dos partidos dominantes: Acción Democrática
y COPEI, donde los partidos se reparten las cargas estatales hasta 1968 y,
luego, monopolizan como gobiernos “monocolores” la conformación de
sus gabinetes. Una partidocracia constitucional. Se presentaba un fuerte
bipartidismo excluyente, hasta comienzos de los años 90 y, posteriormente,
culminará con el deterioro y la debacle del conjunto del sistema político
tradicional. Surge del MBR de Chávez, canaliza hacia una formación de
nuevo tipo, los componentes del electorado. Virtual desaparición electoral
de los dos partidos dominantes (AD-COPEI) y hegemonía del MQR apo-
yado en los círculos bolivarianos.

155
Rasgos culturales: Desde la Apertura de los 80: Las nuevas instituciones
estatales, la implementación de un modelo exógeno, el discurso oficial de-
mocratizador participativo pero ceñido a lo local-patrimonialista,
representarán una transculturización de valores y creencias en ambas socie-
dades con la consiguiente pérdida de identidades culturales nacionales. Las
élites se internacionalizan, se globalizan – representación del modelo del
éxito social – las masas populares, se marginalizan y pierden todo referente
cultural propio – aculturación.
Con la crisis política y el deterioro de las condiciones socio-económicas
para amplias mayorías nacionales, se presentará la emergencia de movi-
mientos sociales, a través, primero, de sublevaciones espontáneas masivas
y por fuera del control partidista o sindical: el Caracazo en Venezuela y los
levantamientos en Argentina, ambos en 1989, y luego la resignificación del
discurso nacional y popular en los movimientos sociales. En ambos casos:
reivindicación de la idea de soberanía, de mandato o voluntad popular ma-
yoritaria y de redistribución de los ingresos nacionales.

Los actuales liderazgos:


En Argentina: El liderazgo suprapartidista de Néstor Kirchner, oriundo de
las formaciones del peronismo pero, en la actualidad, con fuerte influencia
dentro del radicalismo (sector K, de la UCR) se fundamentará en su capa-
cidad de mediación entre las diferentes corrientes de los movimientos
sociales que eclosionaron con la crisis de diciembre de 2001: piqueteros
duros, moderados y blandos o “dialoguistas” y dar representación en el go-
bierno a las tendencias populares, donde su gobierno equivale – como el
actual de su esposa Cristina Fernández – a un punto de encuentro y equili-
brio – un valor promedio – de las aspiraciones populares dispersas.
Podemos caracterizar este liderazgo, sobre el trasfondo de una moviliza-
ción social, como un bonapartismo popular, construido desde abajo –
movilizaciones sociales – hacia arriba – conformación del gobierno nacio-
nal. Bajo interés por consolidar los cambios a través de reformas
institucionales del Estado.
En Venezuela: El liderazgo de Hugo Chávez, se va a formar a partir grupos
conspirativos nacionalistas, entre la oficialidad joven del ejército, e intelec-
156
tuales de la izquierda; alcanzará proyección nacional, y se proyectará como
punto de encuentro para sectores nacionalistas, de partidos y agrupaciones
de izquierda, y para un grueso de población sin encuadramientos previos.
Se trata entonces de un liderazgo al que podemos definir como carismático,
unipersonal y sujeto a establecer equilibrios entre sus componentes corpo-
rativos, políticos y sociales.
Como rasgo específico, es un liderazgo construido apriori de los movi-
mientos sociales y que se establece desde estructuras corporativas (de las
fuerzas armadas) es decir desde arriba, la visión del Estado, hacia abajo, la
organización de sectores antes marginados y ahora partícipes del sistema
político (círculos bolivarianos). Fuerte interés en fomentar los cambios a
través de iniciativas de reformas institucionales.
En ambos tipos de liderazgo: se realizan procesos de resignificación de las
identidades nacionales y de la idea de democracia como gobierno de las
mayorías sobre las élites tradicionales. En ambos casos se reafirman matri-
ces propias de democracias mayoritarias, con la proliferación de procesos
electivos (cerca de diez con Chávez).

b) En cuanto a la segunda pregunta: ¿Qué consecuencias traerán para la


independencia y autonomía del poder judicial – pilares conceptuales de
esas reformas – los actuales procesos políticos en Venezuela y Argenti-
na?
Argentina: La reforma judicial en Argentina no produjo una verdadera in-
dependencia política del poder judicial, aunque sí una mayor independencia
y autonomía funcional. En lo referente a las altas cortes, en particular la
Corte Suprema de Justicia, el sometimiento a “careos” y “escraches” popu-
lares como así mismo a juicios políticos por la Cámara de diputados,
denotan una recuperación de la supremacía del principio democrático y del
Legislativo sobre el principio liberal en la composición de los poderes del
Estado. Las consecuencias principales consistieron en la depuración, por
destitución o por renuncia, de todos los magistrados de la Corte Suprema, a
través de juicios políticos y una configuración más pluralista y transparente
de su composición.

157
Se concibe que en la construcción de la independencia judicial se trata de
procesos políticos, sociales y culturales, de naturaleza endógena, que afec-
tan la actividad imparcial – sin presiones– en los fallos de los jueces, pero
no “independencia” en cuanto a equiparar el poder del Judicial, con los po-
deres representativos.
En definitiva, se trata, en Argentina de crear un cuerpo judicial bajo el con-
trol democrático de las mayorías nacionales y los poderes representativos.
Debilitamiento severo de la revisión constitucional.
Venezuela: La situación de independencia y autonomía judicial en Vene-
zuela, en cuanto a la actuación imparcial de los jueces, parece haber
mejorado con respecto al clientelismo dominante en las altas cortes antes
de la Constitución bolivariana de 1999231. El concepto de independencia
judicial no es comprendido de una manera absoluta (política y funcional)
sino relativa (sólo funcional: imparcialidad). La inclusión de dos nuevos
poderes en el Estado, para fortalecer la participación de la ciudadanía en el
control de las instituciones, relativiza el principio liberal de su independen-
cia y autonomía. En el plano de las relaciones entre poderes del Estado:
recuperación de la supremacía de los poderes representativos de las mayo-
rías electorales (principio democrático) subordinando, a sus propias
decisiones, los poderes institucionales tradicionales del judicial (principio
liberal).

231
LOUZA SCOGNAMIGLIO, Laura, op. cit.
158
4.2.1 Cuadro comparativo de los Diseños constitucionales
Influencias reformistas sobre los sistemas políticos
Diseños constitucionales
Híbridos tradicionales por: Con las reformas de los años 80 y 90:
Argentina Venezuela Argentina Venezuela
Matrices constitucionales: Modelos Impulso al Estado liberal de Derecho
europeos. Federalismo de los caudi- y el imperio de la Ley como principio
llos. de legitimación.
Influencia del modelo norteameri- Autonomía presupuestaria de los sis-
cano. Organización piramidal de las temas judiciales. Incidencia política
Cortes Supremas de la administración de las decisiones del Judicial sobre
de justicia232. Repúblicas oligárqui- los actos legislativos.
cas.
Politización del Influencia del Independencia El judicial, con
judicial. Dictadu- modelo parlamen- judicial frente al cierta indepen-
ras: Anulación o tarista. Función Legislativo pero dencia frente al
suspensión de las técnica del judi- dependencia muy Ejecutivo aunque
normas, deslegi- cial. Dependencia estrecha del Eje- sujeto al legislati-
timaron al de los partidos. cutivo. vo a través de las
judicial. designaciones

232
BERGALLI, Roberto, op.cit.
159
4.2.2 Cuadro comparativo de los Sistemas de partidos
Influencias reformistas sobre los sistemas políticos
Sistemas de partidos
Sistema de partidos tradi- Impacto de reformas sobre el sis-
cionales: tema de partidos:
Argentina Venezuela Argentina Venezuela
Bipartidismo fun- Bipartidismo re- Descentralización Descentralización,
dado en oposición glamentario, y elección popular elección popular
ideológica (perío- favorecido por de gobernadores, de alcaldes y go-
dos republicanos). leyes electorales. debilitan la disci- bernadores,
Partidocracia. plina interna de los debilitan a los par-
partidos. tidos.
Rol de los parti- Rol de los parti- Adhesión al mismo modelo económi-
dos: dos: co condicionó la acción de los
Organizadores de Partidocracia. gobiernos representativos. Dilución de
opinión. clivajes.

4.2.3 Cuadro comparativo de Rasgos socio-culturales


Influencias reformistas sobre los sistemas políticos
Rasgos socio-culturales
Condiciones creadas por la reforma: Rasgos culturales de los movimientos
sociales
Argentina Venezuela Argentina Venezuela
Pérdida de los Reforma de 1985 - La democracia fundada en el voto
referentes cultura- acentuó las dis- mayoritario.
les locales. paridades - Recuperación de una identidad cultu-
Anomia. Globali- culturales entre ral.
zación de valores élite internacio- - Sectores sociales como actor políti-
y modelos. nalizada y co.
sectores margi- - Reivindicación de soberanía nacio-
nados. nal.

160
4.2.3 Cuadro comparativo de los Nuevos liderazgos
Influencias reformistas sobre los sistemas políticos
Los nuevos liderazgos
Argentina Venezuela
Hegemónico a partir de la decaden- Hegemónico a partir de la caída del bi-
cia del bipartidismo tradicional y partidismo y el fracaso de la reforma
emergencia de los movimientos so- política.
ciales.
El liderazgo no recae en una sola El liderazgo es unipersonal.
persona. Alternancia
Construido a posteriori de los le- Construido a priori de la emergencia
vantamientos sociales. social.
Actúa como mediador y valor pro- Actúa como activador y organizador
medio de las tendencias de los general del cambio. Punto de encuentro
movimientos sociales. Bonapartis- y atracción de sectores. Carismático.
mo popular.
Alto interés político, bajo interés Interés político moderado pero los
por institucionalizar los cambios. cambios institucionales son considera-
dos fundamentales.
En ambos casos el poder político se legitima básicamente como representa-
ción de la voluntad general del pueblo: Concepciones de democracia
mayoritaria.

4.3 Las nuevas izquierdas en el gobierno y la transgresión del statu quo


liberal del Judicial
¿Puede profundizarse la democratización de la sociedad y del Estado cuan-
do no se goza de una soberanía íntegra y legitimada por la voluntad general
de los ciudadanos? Por supuesto la respuesta a semejante pregunta nos re-
mite nuevamente al contenido que adjudiquemos al concepto de
democracia, al de voluntad general y al de soberanía, según los principios
de análisis que se adopten y al énfasis sobre los componentes, instituciona-
les o representativos, sobre los que se centre el análisis.

161
En todo caso, la identificación ideológica de los movimientos dominantes
tanto en Venezuela como en Argentina, con un “nacionalismo popular”,
bonapartista o carismático, parecen asociar los componentes de esta tríada:
democracia, voluntad popular y soberanía nacional, como elementos sin los
cuales no resultaría posible consolidar la democratización iniciada en este
último período.
Un rasgo distintivo esencial de la nueva izquierda, actualmente gobernante
en Argentina y Venezuela, en contraste con las izquierdas de los años 60 y
70, radica en un cambio sustancial en su definición frente a la democracia y
las expectativas de democratización de la sociedad.
En ambos contextos el llamado “socialismo del siglo XXI” o la “justicia
social” no se contraponen a la democracia mayoritaria. Por el contrario,
aparece como una continuación natural de la misma, una profundización
del principio democrático, de modo tal que el acatamiento a la voluntad
mayoritaria en los procedimientos electivos, para el nuevo enfoque, es el
mismo para democracia y socialismo. La transformación social, aparecería
entonces como el desbordamiento de la democracia y no como una revolu-
ción que se confronta de manera rupturista y antagónica a los principios
liberales del Estado.
En el proceso político venezolano, el énfasis puesto en crear nuevas institu-
ciones y poderes con mayor participación de la ciudadanía, relativiza y
restringe los alcances del poder de las élites en el Estado, ejercido tradicio-
nalmente por medio de las instituciones liberales. El principio democrático
(voluntad popular mayoritaria) desborda y trasgrede, a través de procesos
de elecciones y del ejercicio del referendo, los frenos y contrapesos institu-
cionales.
De igual modo, en el proceso político argentino, la restitución de los prin-
cipios democráticos, en una sociedad tan afectada por los autoritarismos de
las élites tradicionales, aún hoy, conduce a la trasgresión democrática de
los principios consagrados del Estado liberal, como medio para consolidar
un Estado social de derecho, pero se trata de una trasgresión que no se con-
fronta a la matriz de la democracia mayoritaria sino que profundiza,
justamente, sus elementos fundacionales.

162
En ambos casos hablamos de una resignificación del pasado nacional, la
gesta bolivariana en Venezuela, los contenidos de la emancipación nacio-
nal, pero sobre todo la idea de un socialismo que aparece implícito en la
realización plena y continua del principio democrático: la supremacía de la
voluntad popular mayoritaria, en el Estado de Derecho y no contra el Esta-
do de Derecho.
El principio democrático, que puede estar cautivo en los marcos institucio-
nales de la república liberal, pero el cual, mediante su ampliación
participativa dentro y fuera de las instituciones estatales, consolidaría una
democracia efectiva al mismo tiempo que un acercamiento a los principios
de la equidad social, propios del socialismo.
El retorno al pasado facilitaría, a la vez, una reivindicación de la idea na-
cional – principio de soberanía – y una revalorización de la voluntad
general mayoritaria como elemento básico y unificador de la idea de demo-
cracia.

163
CAPÍTULO 5
CONCLUSIONES

5.1 El poder judicial y su independencia en los modelos políticos


En general, pero especialmente desde ámbitos judiciales, cuando se hace
referencia a la necesaria “separación de poderes” en el Estado, no se esta-
blece una distinción crucial entre los modelos teóricos surgidos en Europa
y el diseño constitucional de “frenos y contrapesos”, elaborado en los Esta-
dos Unidos de Norteamérica. Con mayor asiduidad, las explicaciones
teóricas presentan al modelo norteamericano como una derivación, más
elaborada y precisa, de las teorías de Montesquieu, en algunos casos de
John Locke, sólo rara vez de las teorías de Jean-Jacques Rousseau.
Después de todo ¿no establecieron, estos autores, que el poder debía estar
separado en tres ramas? Por supuesto, al igual que el modelo constitucional
de 1787 en Estados Unidos. ¿Acaso omitieron señalar que los jueces debían
ser “independientes”? Claro que no omitieron señalar esa característica,
como tampoco, la omitieron los padres fundadores de la norma estadouni-
dense.
Entonces, estaríamos hablando de una misma “separación de poderes”, sólo
que para los independentistas del norte continental se trataba de asegurar un
sistema más preciso, y a la vez más rígido, en esa separación, hasta llegar a
concebir que no sólo los poderes debían distinguirse y separarse, sino ade-
más “dividirse” de manera compartimentada. Vale decir, incubar un
sistema donde no sólo se separasen las funciones de cada poder, sino ade-
más también fuesen distintos sus orígenes y los métodos de designación de
sus miembros.
Sin embargo, fuera de varias coincidencias semánticas que, tomadas aisla-
damente, pueden llamar a confusión, los diseños políticos europeos y el
164
estadounidense presentan diferencias cruciales, de esencia, que no podemos
pasar por alto ni bien intentamos analizar y comprender los actuales proce-
sos de democratización que se desarrollan en las naciones de América
Latina.
En especial aparece tal imperativo teórico cuando, a partir de la conceptua-
lización del rol determinante que la escuela neoinstitucionalista otorga a las
instituciones judiciales en el desarrollo económico, las entidades promoto-
ras de la reforma judicial a escala mundial, encabezadas por el Banco
Mundial, decidieron que el sistema de división de poderes, con un poder
judicial “independiente y autónomo”, es la condición sine qua non de un
Estado de Derecho. Y, en consecuencia, de la existencia de la Democracia
y, en consecuencia de esta consecuencia, de que las naciones que estaban
realizando el ajuste estructural de sus economías, en la mentada apertura,
fuesen acreedoras de los fondos crediticios y de financiamiento para mo-
dernizar sus vetustos, ineficientes y politizados sistemas de justicia, con el
fin de adaptar sus políticas internas a las dinámicas de la economía mun-
dial. Fue la llamada Reforma de segunda generación.
En el primer capítulo de este estudio, se han indagado las principales dis-
crepancias que el autor encontró entre los diseños políticos de los clásicos
europeos y el modelo norteamericano. Naturalmente, no se intentó definir
cuál de ellos es el óptimo, ni el mejor, ni el peor, porque tal decisión co-
rresponde a los propios actores políticos de cada momento histórico y
seguramente, si hoy los consideramos “clásicos” es porque supieron res-
ponder, en su momento y lugar, a las condiciones y necesidades propias de
los pueblos a los cuales les fueron destinados.
La indagación de estas teorías se centró en dilucidar, en primer término,
cuáles consecuencias traerían para los actuales procesos políticos latinoa-
mericanos, en trance de democratización, la implementación de una
división rígida de los poderes en el Estado y la entronización de un poder
judicial, tan independiente y autónomo, que bien pudiera alterar y distor-
sionar las decisiones políticas de los otros poderes, los representativos: el
legislativo y el ejecutivo.
Las distinciones fundamentales entre los modelos políticos europeos, de
separación de poderes, y el modelo estadounidense, de división de poderes,

165
por las consecuencias actuales que podría acarrear su puesta en ejecución
en las naciones latinoamericanas, las definí en tres dimensiones:
a) Sobre la limitación de la soberanía de los Estados:
En la medida que las interpretaciones constitucionales de las altas cortes
del poder judicial, como establece el modelo de “frenos y contrapesos”,
pueden restringir o anular las decisiones adoptas por los representantes di-
rectos de la ciudadanía: poder legislativo y también ejecutivo, en las
naciones donde el presidente es elegido por votación directa y no colegia-
da.
Según los teóricos europeos de la separación de poderes, el principio de
soberanía es indivisible pues es el que da unidad a las decisiones del Esta-
do. En las democracias, la soberanía reside de manera irrevocable en el
pueblo o en su voluntad mayoritaria, como potencia de legitimación. Nin-
gún poder puede ubicarse por sobre esta decisión soberana, ni introducir
modificaciones o limitantes, sin desviarla o dividirla. En los regímenes re-
presentativos, la expresión soberana recae en el poder legislativo.
En los Estados Unidos, por el hecho de haberse elaborado la primera Cons-
titución escrita de la historia, nace la corriente del constitucionalismo, la
cual reclama el apego rígido a los términos de la Constitución, entendida
como pacto o contrato social inicial del Estado federal y los cuales, en nin-
gún caso, se puede contravenir en las decisiones futuras. En ese sentido,
una de las funciones del judicial independiente y autónomo, en ese sistema
es el control o revisión constitucional, a cargo de la Corte constitucional o,
en su defecto, de la misma Corte Suprema de Justicia.
De este modo, la soberanía de origen popular se ve contrapesada por la de-
cisión soberana del poder judicial. Se genera una ambivalencia en las
decisiones del Estado. Puede primar, entonces, el Imperio de la Ley, asegu-
rado por el judicial, sobre las decisiones soberanas de origen popular, pues
por esa potestad de control de constitucionalidad, queda como prerrogativa
suya rechazar o aceptar las modificaciones al statu quo.
b) Sobre la limitación de la voluntad general como principio de legiti-
mación de todas las autoridades políticas del Estado democrático:
Mientras las teorías clásicas europeas, en cuanto trataron de las repúblicas
democráticas, se ciñeron al concepto de “voluntad general” para expresar la
166
decisión política ciudadana, voluntad que se expresa, de la manera más di-
recta y proporcional, en el poder legislativo, los creadores de la
Constitución americana – El Federalista – insistieron en crear frenos y con-
trapesos a esa voluntad general. De no hacerlo, se presentaba el riesgo de
que la voluntad mayoritaria se conformara como un poder absoluto: la “ti-
ranía de las mayorías”.
Como en el régimen electivo representativo, el legislativo expresa la volun-
tad general, con sus mayorías y minorías, se trataba de poner en pie otro
poder: las altas cortes federales del poder judicial, con capacidad de poner
límites y restringir los alcances de la voluntad mayoritaria. Se contrapesa al
poder legislativo, en especial de la cámara de diputados, en menor medida
a los senadores y también al poder ejecutivo, estos últimos elegidos por vo-
to popular pero indirecto, dando independencia y autonomía al poder
judicial, con un origen diferente al de la elección popular, en todo el ámbito
federal.
Estas limitantes del Estado liberal frente a la presunción de que el sistema
representativo desembocase en una “tiranía mayoritaria”, son el producto
más genuino del modelo político norteamericano. Los teóricos europeos,
porque tales eran las condiciones de su época, intentaron poner límites, no
a la voluntad general, sino a los poderes absolutos del monarca, quien
reunía en su persona todos los poderes del Estado, y por eso planteaban en
sus sistemas de gobierno, de separación de poderes, una supremacía del
legislativo sobre los otros poderes estatales.
c) Sobre la supremacía del legislativo en la separación de poderes:
Entre los autores clásicos europeos, tal como es presentada la separación de
poderes, éstos no se encuentran disociados ni divididos, sino entremezcla-
dos, en una distinción de funciones, es cierto, pero respondiendo todos a
una supremacía del poder legislativo el cual, en las democracias, es la re-
presentación legítima de la voluntad de la ciudadanía. Esta subordinación,
resulta ser necesaria para mantener la unicidad soberana del Estado y, por
la misma acción, para asegurar la supremacía de la voluntad general mayo-
ritaria, o voluntad popular, en el sistema de gobierno. De dividirse los
poderes y actuar cada uno de ellos como un gobierno autónomo, ello signi-
ficaría muy claramente, en autores como Rousseau, la decadencia y
corrupción del conjunto del sistema.
167
Pero, en el sistema de frenos y contrapesos, la lógica que reúne el sistema
es muy distinta. Se trata, en teoría al menos, de tres poderes autónomos,
con principios de legitimación diversos y que ejercen frenos y contrapesos
los unos sobre los otros, en la medida que se trata de evitar que ninguno
adquiera una preponderancia determinante sobre el conjunto, forzando un
consenso. Por ello se habla de división rígida de poderes.
Mientras en el modelo de separación de poderes de Montesquieu, por
ejemplo, el poder judicial es como inexistente, casi “nulo”, pues su función
consiste en dirimir mediante fallos imparciales, con independencia de las
partes, sobre litigios y pleitos; en el diseño norteamericano, adquiere la di-
mensión de un poder político equiparable, y aún superior, al de los otros
poderes.
Es el encargado, a través de la función de control de constitucionalidad, de
resguardar que las decisiones que adopten las mayorías parlamentarias hoy,
no transgredan los principios constitucionales que, hace más de doscientos
años, consagraron los “padres fundadores”. Su misión es la de interpretar el
sentido de esos principios que dieron forma a una república liberal. El po-
der y la independencia que le concede el modelo de división de poderes, es
el de hacer valer el imperio de la ley sobre las iniciativas de cambio del sta-
tu quo que la voluntad general, de toda o parte mayor de la ciudadanía,
quiera imponer en algún momento determinado, a través de sus represen-
tantes electos.

5.2 Dos dimensiones de la independencia judicial


La necesidad evocada de que los jueces fuesen independientes, en el senti-
do funcional de que aseguraran imparcialidad y la mayor objetividad
posible en sus fallos ante todos los casos de litigios y controversias y que
en ese rol actúen sin presiones extra-judiciales, es una circunstancia que
todos los modelos teóricos de separación y división de poderes, reconocen
sin ambigüedades.
No obstante, aún en ese rol judicial de los jueces, en cuanto funcionarios
legitimados por la constitución para ser “la voz que pronuncia la ley”, se
presentan desavenencias entre los enfoques europeos y el americano.

168
El derecho de recusación que permite al acusado de alguna infracción no
aceptar al juez que se le haya asignado, va a ser reconocido por todos los
autores clásicos europeos. Hobbes, teórico del absolutismo, lo reconocerá
por una única vez, luego el acusado deberá aceptar al juez que el monarca
hubiera designado, pero tanto Locke como Montesquieu, no impondrán lí-
mites al derecho de recusación del inculpado “hasta dar con un juez –
sostenía Montesquieu – de su misma condición”.
Mucho más social, y en consecuencia realista, este enfoque da por sobreen-
tendido que los jueces y magistrados, así no reciban presiones políticas o
económicas externas, a alguna condición social han de pertenecer y tam-
bién son sujetos que poseen sus propios apegos políticos, ideológicos,
prejuicios, etc., y que harán de su independencia funcional una cuestión
relativa y jamás absoluta. El recurso de recusación, entraña un correctivo a
la parcialidad que la naturaleza social del cargo de juez, lleva implícita, y
un acercamiento al ideal de independencia de juicio que los miembros de
una sociedad, de todas las condiciones sociales y políticas, pueden esperar
en una república.
En los diseños políticos iniciales (a los que llamamos aquí “matrices consti-
tucionales”) de las naciones latinoamericanas estudiadas, muy
influenciadas por los modelos europeos, es en ese sentido que se postula la
“independencia” del poder judicial. Atañe dicha independencia, a la impar-
cialidad en las funciones – valga la redundancia – judiciales del juez y no la
dimensión política que las sentencias y fallos de las altas cortes de Justicia
(Suprema, Constitucional) puedan adquirir frente a los poderes representa-
tivos del Estado.
El control o “revisión constitucional”, del que ya se ha hablado, como fa-
cultad de la Corte Constitucional o Suprema, de corregir o anular leyes
emitidas por el poder legislativo, se presentó en Argentina como circuns-
tancia de hecho, no de derecho, pues ni en la Constitución de 1853, ni en su
reforma de 1860, se expresa un atributo semejante para la Corte Suprema.
Sin embargo, entró en práctica en las postrimerías del siglo, cuando las éli-
tes criollas anhelaban parecerse, en todo lo posible, a los Estados Unidos233
y, al mismo tiempo, cuando ya se temía, como en tiempos de “El Federalis-

233
Ver a este propósito a: ZEA, Leopoldo et al. (1980) “Pensamiento positivista latinoameri-
cano” Caracas: Biblioteca Ayacucho - Cap. Leopoldo Zea: “El positivismo”
169
ta”, que el Legislativo sin control liberal, pudiera conducir a una “tiranía
mayoritaria”, y un desbordamiento democrático de los marcos instituciona-
les del Estado, por parte de un ejercicio pleno de la voluntad popular mayo-
mayoritaria.
Sólo la Constitución de 1994, bajo el influjo de la reforma judicial globali-
zadora, reconocerá, de manera explícita, esta facultad a las jerarquías más
altas del poder judicial, la Corte Suprema de Justicia. La misma que el pre-
sidente Menem había puesto a buen recaudo, asegurando su conocida
“mayoría automática”.
En Venezuela, el mentado control o “revisión constitucional” como facul-
tad de la Corte Suprema, sólo entrará al acerbo judicial y la práctica del
país con la Constitución de 1936, cuando luego de la llamada “revolución
de octubre” y la muerte del dictador caudillista Gómez, el nuevo gobierno
electo del general Eleazar López Contreras, establecerá un plan político que
lo distanciara del gomecismo y, al mismo tiempo, pusiera bajo control y
desarticulara a la oposición de orientación izquierdista que ejercía una in-
fluencia notable en el poder legislativo.
Una vez más, la institución liberal del control de constitucionalidad y la
independencia política del poder judicial, serviría como mecanismo de con-
tención de la voluntad general y su expresión legislativa. La Constitución
de 1999, convalidará el control de constitucionalidad para aquellos casos,
por omisión, en los cuales una nueva ley contradijera expresos derechos
constitucionales.
La concepción de la independencia funcional de los jueces y la autonomía e
independencia políticas de las altas cortes para restringir disposiciones del
legislativo y el ejecutivo, va a surgir como un todo en el “sistema de frenos
y contrapesos” del diseño político estadounidense.
La exégesis de tal sistema, operada desde el neoinstitucionalismo y el fun-
cionalismo sociológico y político, va a ser asumida como política oficial
por las instituciones internacionales promotoras de la reforma judicial a
escala planetaria. Una vasta documentación234 elaborada por el Banco
234
PROGRAMA DE LAS NACIONES UNIDAS PARA EL DESARROLLO (1997) “Recon-
ceptualizing Governance”, New York: PNUD, MDGD-BPP, discussion Paper Nº 2; BANCO
INTERAMERICANO DE DESARROLLO (2004) “Democracia con Desigualdad. Una mirada
de Europa hacia América Latina” – BID,; BANCO INTERAMERICANO DE DESARROLLO
(1997) “Latin American after a decade of Reform” Washington DE: BID, Report; BANCO
170
Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo y otros entes de coopera-
ción, ilustran este proceso de conformación de un “pensamiento único”, al
decir de Atilio Borón, en torno al diseño político de los Estados nacionales.
En el Capítulo 1 de este trabajo se analizaron sus rasgos principales, y se
consideran las consecuencias políticas principales de las estrategias refor-
mistas.
Según ese enfoque, no sólo es permisible pensar en la imparcialidad e in-
dependencia funcional de los jueces en sus actuaciones judiciales, de una
manera absoluta, con independencia de la condición social y política de las
partes litigantes – y en ese sentido la independencia judicial de los poderes
políticos del Estado, aseguraría el respeto a los derechos individuales frente
a los eventuales abusos del poder político (noción de negative freedom),
sino que, además, como ya analizamos anteriormente, el poder judicial de-
be entronizarse como contrapeso y freno de las decisiones legislativas,
entre los poderes políticos de los Estados nacionales y, sobre ellos, como
instancia última y excluyente de interpretación constitucional.
Las contradicciones a las que se confronta este esquema de independencia
absoluta del poder judicial son varias y, no son escasos los autores y juris-
tas que califican de “mito”, “fantasía” o “sistema imaginario”, tal
pretensión absolutista, que ha asumido, empero, en algunos medios, el rigo-
rismo de un dogma sagrado.
En la especie, mencionaré dos:
a) La imposible despolitización de los magistrados y jueces que requeriría
su independencia absoluta de los poderes, partidos e ideologías políticas.
El sistema de designación - evidentemente – va a jugar un rol determinante
en todos los diseños. Debemos coincidir en que alguien debe elegirlos y
ese alguien, por el sólo hecho de tomar esa decisión está ejerciendo una
influencia política (sino económica, partidista o clientelar) sobre la compo-
sición de los tribunales de justicia.

INTERAMERICANO DE DESARROLLO (2000) “Desarrollo más allá de la economía” –


BID,; BANCO INTERAMERICANO DE DESARROLLO (2006) “La política de las políticas
públicas” Dpto. de Investigación - Informe, se consigue en:
http://www.iadb.org/res/ipes/2006/index.cfm ; BANCO MUNDIAL (1997) “Informe sobre el
Desarrollo Mundial” Banco Mundial, e informes anteriores y subsiguientes.

171
Si es por votación mayoritaria del electorado, directa o indirecta, un siste-
ma que se aplica en los ámbitos estadales de los Estados Unidos, es decir,
por vía democrática, evidentemente se somete a la decisión mayoritaria de
la voluntad general y entonces ya no cumpliría esa función de limitante li-
beral, justamente, de la preponderancia mayoritaria, aunque no se podría
discutir su calidad legítima de “representante del pueblo”.
Si es por decisión del legislativo, la influencia política de tales designacio-
nes no haría falta demostrarla, aun mediando la intervención de un Consejo
de Judicatura o Magistratura, cuyos miembros, así mismo, deben ser desig-
nados por las autoridades políticas. Tal situación se presentó en Venezuela,
con la creación del Consejo de Judicatura en 1968, cuando la oposición del
partido AD, mayoritario en el legislativo, decidió hacer por esta vía judi-
cial, oposición al gobierno copeyano de Rafael Caldera.
Al fin, si es por nominación del Presidente con aprobación del Senado –
como acontece en el país cuna del sistema de pesos y contrapesos, para los
jueces de las altas cortes federales, la influencia no podría ser más politiza-
dora, así esas nominaciones sean vitalicias, pues el ejecutivo puede
controlar, a través de la composición de las cortes federales, las iniciativas
legislativas y regionales, que contravengan su programa de gobierno. No
tuvo otro sentido, la nominación de Carlos Menem, de “sus” jueces de la
Corte Suprema de Justicia, para hacer pasar, sin objeción constitucional,
sus más de cuatrocientos decretos de “necesidad y urgencia” y la privatiza-
ción aperturista de las empresas públicas argentinas.
De hecho, contra un extendido prejuicio general, las mediciones de la inde-
pendencia judicial – como la de Feld y Voigt – consideran a los Estados
Unidos como uno de los países en el mundo donde el poder judicial se en-
cuentra más politizado.
b) La cuestionable y cuestionada legitimidad de la independencia política
del poder judicial, por su incierto origen institucional-tradicional
Es decir basado en el principio liberal del Estado de Derecho: imperio de
la ley, constitucionalismo rígido, en relación con regímenes que se recla-
man a sí mismos como democráticos, vale decir, donde todas las
autoridades del Estado, son legítimas en cuanto representen a la voluntad
general de la ciudadanía y correspondan a los designios de la lex majoris

172
partis, por la proporcionalidad de los sufragios, principio democrático in-
salvable en los regímenes basado en la soberanía nacional popular.
De otra parte, la legitimidad del poder judicial, en tanto poder político in-
dependiente y autónomo, es cuestionada, precisamente, por la
irrevocabilidad de los cargos y el carácter vitalicio de los magistrados de
las altas cortes. En democracia, todas las autoridades políticas del Estado (y
las judiciales con autonomía e independencia política, lo son) serían legíti-
mas no sólo en la medida que representan la voluntad general, a través del
sufragio representativo de ella, sino además cuando sus cargos son revoca-
bles por mandato de esa misma voluntad general.
En Estados Unidos, los jueces de la Suprema Corte son vitalicios y sólo
removibles por razones de “mala conducta”, por decisión del Ejecutivo. En
Venezuela, la duración en el cargo del Tribunal Supremo de Justicia, pasó
de 9 a 12 años con la nueva Constitución de 1999, aunque el legislativo
aumentó el número de sus miembros en el 2004. Es una potestad suya para
hacer coincidir la composición política del Tribunal, con la propia del con-
greso legislativo. En Argentina, como en los Estados Unidos, los cargos de
magistrados de la Corte Suprema de Justicia son vitalicios, con la misma
cláusula de destitución por “mala conducta” y prerrogativa presidencial,
con aprobación del Senado, para nominación de los jueces. Perón destituyó
a todos los magistrados de la Corte Suprema, menos a uno, por mala con-
ducta, los gobiernos militares deslegitimaron su poder haciéndoles jurar
obediencias a Estatutos y Reglamentos diferentes a la Constitución y go-
biernos como el de Menem manipularon su número para asegurarse el
automatismo en la aprobación en su andanada de decretos y planes de pri-
vatización. Durante la los gobiernos de los Kirchner, aunque los juicios a
los jueces dan comienzo bajo el gobierno de Duhalde, se procedió a una
depuración prolija de la Corte Suprema de Justicia, mediante juicios enta-
blados, como se vio, por parte de la Cámara de diputados del poder
Legislativo.

173
5.2.1 Independencia judicial: una aproximación a los procesos políticos
de Argentina y Venezuela
A partir de los elementos de juicio reunidos en este estudio ahora examina-
remos la hipótesis inicial para contrastar esta suposición con la información
aportada por los casos indagados.
Las áreas cubiertas por esta tesis fueron: el análisis conceptual de la demo-
cracia y la democratización en América latina; de los principales diseños
políticos que gravitan en la actualidad de las naciones latinoamericanas, de
los lineamientos fundamentales de la reforma judicial a la que han dado
impulso los principales entes de cooperación mundial, y el estudio históri-
co-cualitativo de los procesos políticos en Venezuela y Argentina, el cual
abordó como variables fundamentales:
- los cambios históricos en sus modelos constitucionales y su afec-
tación sobre la independencia judicial,
- el sistema político y el sistema de partidos,
- el impacto social y cultural de la apertura y las políticas reformis-
tas sobre las sociedades,
- la emergencia de los movimientos sociales,
- la caracterización de los nuevos liderazgos y movimientos hege-
mónicos,
Una evaluación crítica de la hipótesis inicial, a saber: “La consolidación de
la democratización efectiva en Argentina y Venezuela, a través de la parti-
cipación ciudadana en los poderes del Estado, requiere una
transformación del statu quo judicial en su independencia frente a las ins-
tancias soberanas y en su autonomía colegiada”, nos llevaría a considerar
cuáles dimensiones – funcional o política, o ambas – de la independencia
judicial han sido, son o serán transgredidos en los actuales procesos políti-
cos, para lograr una consolidación efectiva de los procesos de
democratización.
Los intentos de reforma del Estado que se ensayaron, con diferente impac-
to, desde los años 80, en ambos países, y sobre todo, la reforma jurídico-
institucional, impulsada como complemento de las políticas de internacio-
nalización económica – Constitución de 1994, en Argentina, Constitución

174
de 1999, en Venezuela - crearon condiciones para la conformación de un
Estado de Derecho.
Este Estado, regulado, por principios liberales, otorgaría a los mercados
internacionalizados por la apertura, un rol central – mercadocentrismo – en
su conducción y en sus relaciones con la sociedad, a través del fortaleci-
miento de sus instituciones de justicia. Sería de carácter descentralizado,
con mecanismos de democracia participativa y con un especial énfasis en la
implementación de un modelo político de división rígida de poderes, que
ubicaría a un poder judicial - independiente y autónomo – como garante de:
- la vigencia y respeto a los derechos individuales de la ciudadanía
y acceso a una justicia independiente de los poderes públicos, a
través de un cambio de la cultura política y la modernización e in-
formatización del sistema. Independencia funcional del sistema
judicial.
- la adecuación de las decisiones políticas del Estado a las dinámi-
cas mundiales dadas por la globalización y el cumplimiento de los
contratos privados y públicos, a través de la independencia de las
bancas centrales y, sobre todo, del fortalecimiento de instituciones
judiciales, nuevas o renovadas (Corte Suprema de Justicia, Corte
constitucional, Consejos de judicatura, Fiscalías, Ministerios pú-
blicos, etc.) capaces de ejercer controles y restricciones a las
decisiones legislativas, como la revisión de constitucionalidad y
la fiscalización de las acciones de gobierno. Independencia políti-
ca del poder judicial.
Estas influencias reformistas, generaron aquello que en la hipótesis llamo
un statu quo judicial, donde este poder asume estas prerrogativas de mane-
ra diversa y más o menos plena, frente a los otros poderes y frente a las
demandas ciudadanas.
Es bajo la influencia de esas transformaciones institucionales, económicas
y culturales, que se producen fenómenos tales como la desarticulación y
debilitamiento de los sistemas de partidos, mercadocentrismo, judicializa-
ción de la política, pérdida de referentes e identidades culturales, anomia
social y también emergencia de nuevos movimientos sociales que darán
lugar y apoyo a nuevos liderazgos – mientras se presentan crisis multidi-

175
mensionales y que afectan la legitimidad del conjunto del sistema político,
incluido el judicial.
El inicio de un nuevo proceso político, que ubicará a estos liderazgos como
fuerzas hegemónicas y representativas de los movimientos sociales emer-
gentes, y los espacios de decisión y poder que han ganado mediante la
preeminencia del principio de soberanía y voluntad popular mayoritaria, es
a lo que en la hipótesis de esta tesis, llamo democratización efectiva, y que
pone en relieve el principio democrático, como regulador de todas las auto-
ridades públicas y de la lógica unificadora y articuladora de los poderes
estatales, en un diseño que se acerca o retorna al de las democracias mayo-
ritarias o, acaso, a las democracias “iliberales”, según la connotación que
Fareed Zakaria da a este término.
En este sentido, en cuanto a la independencia política del poder judicial, la
hipótesis de la transformación del statu quo judicial en su independencia
frente a los otros poderes, aparece plenamente corroborada, en cuanto la
consolidación de este principio democrático entre los poderes del Estado,
implica una nueva subordinación del judicial a la supremacía de los pode-
res representativos – legislativo y ejecutivo – y entraña también una
trasgresión o transformación del statu quo judicial forjado mediante el
principio liberal con la aplicación del modelo de frenos y contrapesos insti-
tucionales, propiciado durante las décadas anteriores.
En el sentido de la independencia funcional del sistema judicial, la hipóte-
sis inicial no se confirma, pues, los procesos políticos actuales, hasta el
presente, no han entrañado una trasgresión o pérdida de imparcialidad en
los métodos de selección de jueces, ni han intervenido en el ordenamiento
interno de sus respectivos sistemas de justicia y, lejos de ello, han facilita-
do, reforma mediante, una mayor cobertura social en el acceso a la justicia
y nuevos mecanismos de participación ciudadana como garantes del respe-
to a los derechos fundamentales del individuo y las colectividades.
Se elaboran sí concepciones propias de la independencia funcional de los
jueces que pueden desavenir con el concepto absoluto y ontológico de la
separación rígida de poderes. La independencia judicial, su imparcialidad y
objetividad en la resolución de litigios y conflictos entre partes, es una
construcción social, política y cultural que se define localmente y en co-
rrespondencia con los caracteres propios de cada cultura política, vale
176
decir, es un concepto relativo a cada sociedad y ha de responder a sus pro-
pias necesidades y demandas – en la especie: de democratización - sin
permitir presiones extra judiciales, ni determinantes extra nacionales.

177
Bibliografía general

ABIAD, Pablo y THIEBERGER, Mariano (2005) “Justicia era Kirchner.


La construcción de un poder a medida” Buenos Aires: Marea Editorial.
ALCÁNTARA SÁENZ, Manuel (1989) “Sistemas políticos de América
Latina”, vol. 1: América del sur, Madrid: Editorial Tecnos S.A.
ALTHUSER, Louis (1971) “Montesquieu, la política y la historia” – Me-
dellín: cuadernos de teoría y práctica.
BADIE, Bertrand (2000) “Un mundo sin soberanía. Estados entre artificio
y responsabilidad” (trad. Judit García) Bogotá: Tercer Mundo Editores y
Univ. Externado de Colombia, (edición original: 1999).
BANCO INTERAMERICANO DE DESARROLLO (2004) “Democracia
con Desigualdad. Una mirada de Europa hacia América Latina” – BID.
BANCO INTERAMERICANO DE DESARROLLO (1997) “Latin Ameri-
can after a decade of Reform” Washington DE: BID, Report:.
BANCO INTERAMERICANO DE DESARROLLO (2000) “Desarrollo
más allá de la economía” – BID.
BANCO INTERAMERICANO DE DESARROLLO (2006) “La política
de las políticas públicas” Dpto. de Investigación - Informe 2006, se consi-
gue en: http://www.iadb.org/res/ipes/2006/index.cfm
BANCO MUNDIAL (1997) “Informe sobre el Desarrollo Mundial” Ban-
co Mundial.
BERGALLI, Roberto (1991) “La quiebra de los mitos. Independencia ju-
dicial y selección de los jueces” en: Nueva Sociedad (Caracas) Nº 112,
pág. 152-165, marzo-abril
BOBBIO, Norberto (1994) “El futuro de la democracia” México: Fondo
de cultura económica.
BOBBIO, Norberto y BOVERO, Michelangelo, (1985) “Origen y funda-
mentos del poder político”, México: Ed. Grijalbo.
BORÓN, Atilio A. (2004) “Estado, capitalismo y democracia en América
Latina” Buenos Aires: FLACSO.
BRITO GONZÁLEZ, José (1978) "Consideraciones acerca de la idea y
concreción del Consejo de la Judicatura en el marco del Estado Contem-
poráneo", en: Politeia, No. 7, Universidad Central de Venezuela, Caracas,

178
BURGOS SILVA, Germán “¿Qué se entiende hoy por independencia judi-
cial? Algunos elementos conceptuales” . Se consigue en:
www.ilsa.org.co/IMG/pdf/burgos.pdf
CARBONELL, Miguel; OSORIO, Wistano y VAZQUEZ, Rodolfo (2002)
“Estado de derecho. Fundamentos y democratización en América Latina”
– México: Siglo veintiuno editores.
CAVAROZZI, Marcelo (1995) “Más allá de las transiciones a la demo-
cracia en América Latina”, en: REYNA, José Luis (comp.) “América
Latina a fines de siglo”, Fondo de Cultura Económica, México, pp. 460-
485.
CAVAROZZI, Marcelo (2001) “Retorno a lo político en América Latina”
Contenido en: “Democracia en déficit. Gobernabilidad y desarrollo en
América Latina y el Caribe” - Banco Interamericano de Desarrollo.
COMISIÓN ANDINA DE JURISTAS (2000) “La reforma judicial en la
Región Andina. ¿Qué se ha hecho, dónde estamos, adónde vamos?”, Lima:
C.A.J.
CROZIER, M, HUNTINGTON, M. y WATANUKI, J. (1975) “The crisis
of democracy. Report on the governability of democracies to the Trilateral
Commission” - University Press..
DAHL, Robert (1999) “La democracia: una guía para los ciudadanos”,
Madrid: Ed. Taurus,
DAHL, Robert (1993) “La poliarquía. Participación y oposición”, Méxi-
co: Red Editorial Iberoamericana México S.A. de C.V. (REI-México),
(edición original: 1971)
DAHL, Robert (1998) "Un prefacio a la teoría democrática", Bogotá: Ce-
rec
DE JOUVENEL, Bertrand (1957) “La soberanía” (trad. Leandro Benavi-
des), Madrid: Ediciones Rialp S.A.,
DÍAZ ELÍAS (1966) “Estado de derecho y sociedad democrática” Ma-
drid, Editorial Cuadernos para el Diálogo, "Edicusa",
DIETRIECH, Heinz (2001) “Democracia participativa y protagonismo
social” Caracas: Alcaldía del Municipio Libertador.
DIOGUARDI, Juana “El debido proceso y el control de Constitucionali-
dad. El Estado constitucional democrático” en: Revista Judicial Argentina,

179
se consigue en:
http://enj.org/portal/biblioteca/principios_fundamentales/cpc/3.pdf
DUVERGER, Maurice (1973) “La democracia sin el pueblo” Caracas:
Editorial Ariel, (edición original: 1967).
FELD, Lars y VOIGT, Stefan “Economic Growth and Judicial Independ-
ence: Cross Country Evidence Using a New Set of Indicators” Disponible
en: www.wirtschaft.uni_kaseel.de/voigt/pdf/groningenrevstv.pdf
FERREIRA RUBIO, Delia y GORRETI, Matteo (1996) “Cuando el presi-
dente gobierna solo: Menem y los decretos de necesidad y urgencia hasta
la reforma constitucional julio 1989-agosto 1994” En: Desarrollo econó-
mico (Buenos Aires) Nº 141 vol. 36.
FERREYRA, Raúl Gustavo (2004) “Corte Suprema de Justicia argentina
y control de constitucionalidad. Vicisitudes y retos del papel institucional
del Tribunal”. Se consigue en:
www.bibliojuridica.org/libros/4/1510/19.pdf
FISS, Owen (1993) “The right degree of independence” en: STOTZKY,
Irwin “Transition to democracy in Latin America: the role of the judici-
ary” págs. 55-73, Boulder-San Francisco-Oxford, Westview press.
GARCÍA, José (2003) “De la primera a la segunda generación de refor-
mas del estado en América Latina: Giro Ideológico y cambio conceptual”
En: Cuadernos de Economía, Bogotá, v. XXII.
GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel (2000) “El enigma de los dos Chávez”, en:
Le Monde Diplomatique Nº 14, edición Cono Sur, agosto, se consigue en:
http://catedras.fsoc.uba.ar/toer/articulos/txt-garciamarquez.htm
GARGARELLA, Roberto (1996) “La justicia frente al gobierno” Barcelo-
na: Editorial Ariel,
GARGARELLA, Roberto “La dificultad de defender el control judicial de
las leyes”, se consigue en:
http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/127150853523815141
98846/isonomia06/isonomia06_03.pdf
HAMILTON, A.; MADISON, J. y JAY, J. “El Federalista” (The Federa-
list Papers), se consigue en:
http://www.historiayderecho.com.ar/constitucional/hamilton_madison%20e
l%20federalista.pdf

180
HAMPSHER-MONK, Iain (1996) “Historia del pensamiento político mo-
derno” (trad. Ferrán Meler), Barcelona: Ed. Ariel S.A. (edición original:
1992)
HELD, David (1987) “Models of Democracy”, Cambridge: Polity Press.
HERNÁNDEZ ARREGUI, Juan José (1973) “La formación de la concien-
cia nacional: 1930-1960” Buenos Aires: Ed.
Plus Ultra.
HOBBES, Thomas “Leviatán" (1995) La materia, forma y poder de un Es-
tado eclesiástico y civil” (trad. Carlos Mellizo) Madrid: Alianza Editorial,
(edición original: 1651)
HUNTINGTON, Samuel P. (1987) “El orden político en sociedades en
cambio”, Buenos Aires, Paidós.
HUNTINGTON, Samuel P. (1994) “La Tercera Ola. La Democratización
a finales del siglo XX” Madrid: Editorial Paidós.
INFORME DE CONADEP (1994) “Nunca más” septiembre de 1984, se
consigue en:
http://www.nuncamas.org/investig/articulo/nuncamas/nmas2d01.htm
KAPLAN, Marcos (1990) “La crisis del Estado latinoamericano”, Bogo-
tá: Dto. de Derecho Público - Univ. Externado de Colombia.
LANDER, Edgardo (2003) “Poder y petróleo en Venezuela” Caracas: Ed.
FACES-UCV-PDVSA
LECHNER, Norbert et al. (1985) “Democracia y desarrollo en América
Latina” Buenos Aires: Grupo Editor Latinoamericano.
LIJPHART, Arend (1999) “Las democracias contemporáneas” Barcelona:
Editorial Ariel S.A. (edición original: 1984)
LIJPHART, Arend (1971) "Comparative Politics and the Comparative
Method", A. P. S. R., 65, pp. 682-693
LINZ, Juan (1997) “La calidad de la democracia” Contenido en: “Gober-
nabilidad. Un reportaje de América Latina” Fondo de Cultura Económica,
PNUD.
LINZ, Juan (1987) “El quiebra de las democracias” Madrid: Alianza Edi-
torial.
LOCKE, John (2003) “Segundo tratado sobre el gobierno civil. Salus po-
puli suprema lex esto” (trad. Carlos Mellizo), Madrid: Alianza Editorial.

181
LOUZA SCOGNAMIGLIO, Laura (2005) “El gobierno judicial y la inde-
pendencia del poder judicial en Venezuela a partir de 1999” Trabajo de
tesina elaborado para el Master de Derecho, Economía y Políticas Públicas
en el Instituto Ortega y Gasset de la Universidad Complutense de Madrid,
agosto 2005, y presentado en el Workshop: “Los Consejos de la Judicatura
y el Gobierno y Administración del Poder Judicial: perspectivas compara-
das”, celebrado en Oñati, España, 22 y 23 de septiembre.
LUNA, Felix (2001) “Breve historia de los argentinos” - Buenos Aires:
Ed. Planeta.
LUNA, Felix (1984) “Argentina, de Perón a Lanusse. 1943 – 1973” Bue-
nos Aires: Ed. Sudamericana-Planeta,
LUGO, Nestor et al. (2003) “Las crisis de las instituciones como oportuni-
dad para la renovación democrática. El caso venezolano” En: “Quo
Vadis” - Konrad Adenahuer-Sifftung.
MAGALHANES, Pedro y O’DONNELL, Guillermo (2002) “The Judici-
ary and its relations with the Executive and the Legislative” – Síntesis de la
discussion Working Group 3, The Judiciary and its Relations with Execu-
tive en el marco de la Conference Democratic transition and Consolidation,
Madrid.
MAINWARING, Scout y SOBERT SHUGART, Matthew (2002) “Presi-
dencialismo y democracia en América Latina” Buenos Aires: Paidós.
MEDINA, Medófilo y LÓPEZ MAYA, Margarita (2003) “Venezuela:
Confrontación social y polarización política” Bogotá: Ediciones Aurora.
MINISTERIO DE JUSTICIA Y DERECHOS HUMANOS “Programa
integral de Reforma Judicial”, República Argentina, se consigue en:
http://www.reformajudicial.jus.gov.ar/materiales/documentos/decreto%205
88-03.htm
MOLINA, José (2003) “Venezuela” En: Partidos políticos en América La-
tina. Países andinos - Fondo de Cultura Económica..
MONTESQUIEU (1958) “De l’esprit des loix” texte établi et présenté par
Jean Brethe de la Gressaye – Tome III – livres XIX – XXVI – Paris: Socié-
té des belles lettres.
MOORE, Barrington (1976) “Los orígenes sociales de la dictadura y de la
democracia” Barcelona: Ediciones Península.

182
MORATO, Octavio (1938) “La influencia francesa en el país” en Revista
Nacional del Ministerio de Instrucción Pública de Uruguay - Año I, Nº 12,
Diciembre.
NORDLINGER, Eric A. (1981) “On The Autonomy of the Democratic
State”, Cambridge, Harvard University Press.
NORTH, Douglass C. (1990) “Institutions, Institutional change, and Eco-
nomic Performance” Cambridge: University Press.
OCAMPO, José Antonio y MARTÍN, Juan (coordinadores) (2003) “Glo-
balización y desarrollo – Una reflexión desde América Latina y el Caribe”
Bogotá: Coedición de Banco Mundial y Alfaomega Colombiana S. A.
OLMOS, Alejandro (2007) “La deuda externa”, Buenos Aires: El Cid edi-
tor.
PENFOLD BECERRA, Michael (2000) “El colapso del sistema de parti-
dos en Venezuela: Explicación de una muerte anunciada” primera versión,
ponencia para la reunión en Miami de Latin American Studies Asociation
del 16-18 de marzo de 2000, Caracas: Instituto de Estudios Superiores de
Administración (IESA)
PÉREZ PERDOMO, Rogelio (2003) “Venezuela 1958-1999: El derecho
en una democracia renqueante”. Se consigue en:
www.bibliojuridica.org/libros/3/1078/14.pdf
PITTS, David (entrevista, 1996) “La protección de la independencia del
poder judicial: Un esfuerzo mundial” Entrevista a la juez Cynthia HALL
del Tribunal de Apelaciones, noveno circuito, Pasarena, California, presi-
denta del Comité de Relaciones Judiciales Internacionales. Publicaciones
electrónicas de USIS, Vol. 1, Nº 18, diciembre. Se consigue en:
http://usinfo.state.gov/journals/itdhr/1296/ijds/pitts.htm
POPKIN, Margaret (2001) “Informe comparativo sobre la independencia
judicial en América Latina”, documento preparado en el marco de la cons-
trucción de la “Guía para la independencia judicial” de US-AID. Se
consigue en: http://www.dplf.org/uploads/1184345829.pdf
POPKIN, Margaret (2002) “Iniciativas para mejorar la independencia ju-
dicial en América Latina: Una perspectiva comparativa” Este artículo está
incluido en la publicación técnica de USAID, “Pautas para la promoción
de independencia judicial e imparcialidad”, marzo.

183
PROGRAMA DE LAS NACIONES UNIDAS PARA EL DESARROLLO
(1997) “Reconceptualizing Governance”, New York: PNUD, MDGD-
BPP, discussion Paper Nº 2.
PROVEA (1996) “El Banco Mundial y la Reforma Judicial en Venezuela”,
Caracas, Comité de Abogados Para los Derechos Humanos/Provea, p. 10
RADABÁN FERNÁNDEZ, Eliseo (2005) “De algunos mitos y tabúes en
el nuevo orden mundial”, En: revista Catoblepas, Nº 35, enero, pág. 17, En
Internet: www.nodulo.org/ec/2005/index/htm#art
REQUEJO COLL, Ferrán (1994) “Las democracias. Democracia antigua,
democracia liberal y Estado de bienestar”, Barcelona: Editorial Ariel S.A.
(primera edición: 1990)
RODRÍGUEZ GARAVITO, César A.; BERRETT, Patrick y CHÁVEZ,
Daniel (editores) (2005) “La nueva izquierda en América Latina”, Bogotá:
Grupo editorial Norma – Colección Vitral.
ROMERO, José Luis (1985) “Pensamiento político de la emancipación” –
Madrid: Biblioteca Ayacucho.
ROMERO, José Luis (2004) “Breve historia de la Argentina” Buenos Ai-
res: Fondo de Cultura Económica.
ROMERO, José Luis (2000) “Las ideas políticas en Argentina” Buenos
Aires: Fondo de Cultura Económica.
ROUQUIÉ, Alain (1978) “Pouvoir militaire et société politique en Répu-
blique Argentine” Paris: Presses de la Fondation Nationale des Sciences
politiques,
ROUSSEAU, Jean-Jacques (1992) “Du contrat social” Paris: Flammarion.
SÁENZ QUESADA, María (2001) “La Argentina: historia del país y su
gente” Buenos Aires: Sudamericana.
SALAMANCA, Luis (1966) “La crisis global del poder judicial” - Publi-
caciones jurídicas venezolanas, Revista Nº 144. Se consigue en:
http://www.zur2.com/fcjp/114/salaman.htm
SALCEDO BASTARDO, José Luis (1982) “Historia fundamental de Ve-
nezuela”, Caracas: Universidad Central de Venezuela,
SANTISO, Carlos (2001) “Gobernabiidad democrática y reformas econó-
micas de segunda generación en América Latina” La Rioja: Universidad
de La Rioja, , se consigue en: http://www.iigov.org/revista/?p=8_10

184
SARTORI, Giovanni (1987) “Teoría de la democracia: el debate contem-
poráneo. México: Ed. Patria.
SCHMITT, Carl (1989) “La defensa de la constitución”, Madrid: Ed.
Tecnos.
SCHUMPETER, Joseph (1942) “Capitalism, Socialism and Democracy”,
New York: Harper, 1942
SIFONTES, Domingo “Análisis neoinstitucional de algunos problemas
económicos”, en: "Contribuciones a la Economía" Estado de Carabobo
Venezuela, revista académica mensual Número Internacional Normalizado
de Publicaciones Seriadas ISSN 1696-8360, se consigue en:
www.eumed.net/ce/ds-neoinst.htm
SOBERG SHUGART, Mathew (2001) “Sistemas de Gobierno en América
Latina. Frenos y contrapesos en la era de la Globalización” En: “Demo-
cracia en Déficit. Gobernabilidad y Desarrollo en América Latina y el
Caribe” Banco Interamericano de Desarrollo.
WEBER, Max (1987) “Economia y sociedad” México: Fondo de cultura
económica (edición original: 1922)
WILLIAMSON, J., (1993) Democracy and the "Washington Consensus,
Lawrence Whitehead (ed.), Economic Liberalization and Democratization:
Explorations of the Linkages. World Development, Special Issue.
ZAKARIA, Fareed (2003) “El futuro de la libertad. Las democracias ‹ili-
berales› en el mundo” Bogotá: Santillana.
ZAKARIA, Fareed (1997) The rise of Illiberal Democracy, in Foreign Af-
fairs, vol. 76, Nº 6,22-43, November-December.
ZEA, Leopoldo et al. (1980) “Pensamiento positivista latinoamericano”
Caracas: Biblioteca Ayacucho –Cap. Leopoldo Zea: “El positivismo”

185
Buy your books fast and straightforward online - at one of world’s
fastest growing online book stores! Environmentally sound due to
Print-on-Demand technologies.

Buy your books online at


www.get-morebooks.com
¡Compre sus libros rápido y directo en internet, en una de las
librerías en línea con mayor crecimiento en el mundo! Producción
que protege el medio ambiente a través de las tecnologías de
impresión bajo demanda.

Compre sus libros online en


www.morebooks.es
VDM Verlagsservicegesellschaft mbH
Heinrich-Böcking-Str. 6-8 Telefon: +49 681 3720 174 info@vdm-vsg.de
D - 66121 Saarbrücken Telefax: +49 681 3720 1749 www.vdm-vsg.de

You might also like