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Nueva historia tie la John Lewis Gaddis “4 PREFACIO de mis anteriores estudiantes a publicar sus propios libros. Scott Moyers, Stuart Proffitt, Janie Fleming, Victoria Klose, Mau- een Clark, Bruce Giffords, Samantha Johnson y sus colegas en Penguin mostraron admirable ecuanimidad frente a fechas mite no respetadas, y eficiencia ejemplar suministrando este ro, retrasado, una vez que estuvo hecho. Dificilmente habria sido escrito sin Christian Ostermann y sus colegas en el Pro- yecto Internacional de Historia de la Guerra Fria, cuya ener fa y meticulosidad coleccionando documentos del mundo en- tero (en el dfa en que escribo esto, la tiltima entrega de los archivos albaneses ha llegado) convirtieron en sus deudores a todos los historiadores de la Guerra Fria. Finalmente, pero ni mucho menos lo menor, agradezco a Toni Dorfman, que es el mejor editor de copias del mundo y lector de pruebas, y la es- posa mas amante del mundo, La dedicatoria conmemora a una de las méximas figuras en la historia de la Guerra Fria —y por largo tiempo amigo— y ccuya biograffa tendré ahora bajo mi responsabilidad, LLG New Haven Prélogo MIRANDO ADELANTE En 1946, un inglés de 43 afios llamado Eric Blair renté una casa en el fin del mundo, una casa en la cual esperaba morir. Estaba en la punta septentrional de la isla escocesa de Jura, término de un camino de tierra, inaccesible por automévil, teléfono ni electricidad. La tienda més cercana, la tinica de la la, estaba a unos 50 kilémetros al sur. Blair tenfa razones para querer estar lejos. Deprimido por la reciente muerte de su mujer, padecfa tuberculosis y pronto empezaria a escupir siquiera la seguridad de que |: estaba dividiéndose en dos campos hostiles, y el mundo pare- cfa dispuesto a seguirla. Con la probabilidad de usar bombas atémicas, cualquier nueva guerra serfa apocalfptica. Y él nece- sitaba acabar una novela. Su titulo era 1984, uma inversién del afio en que la comple- t6,y aparecié en Gran Bretatia y en los Estados Unidos en 1949, bajo el nombre de pluma de Blair, que era George Orwell. Las resefias, segtin sefial6 el New York Times, eran “abrumadora- mente admirativas”, pero “con gritos de terror que se alzal sobre los aplausos’.' Esto dificilmente era sorprendente, ya que 1984 evocaba uma época para la que faltaban solo tres décadas y media, en las cuales el totalitarismo ha triunfado por do- ‘alidad es aplastada, junto con la ley, la ética, sn esta obligado a sentir hacia el dictador estaliniano, el “Hermano Mayor”, y su correlato, que gufan a un mundo per Michael Shelden, Orwell: The Authorized Biography (Nueva York: Harper- eapfulos 6 PROLOGO: MIRANDO ADELANTE manentemente en guerra. “Si quiere usted una imagen del por. venir —le dicen a uno de los héroes de Orwell, Winston Smith, res respondieron en forma parecida: 1984 se volvié la vision més convincente en la era de la segunda posguerra, de lo que podria seguit. Conforme se acercaba el verdadero afio 1984, por lo tan- to, se volvieron inevitables las comparaciones con el afio ima- ginario de Orwell. El mundo no era todavia totalitario, pero los dictadores dominaban grandes porciones de él. El peligro fa mayor que en muchos afios anteriores. Y el conflicto al pa- recer permanente conocido como “Guerra Fria”, que comenz6 mientras Orwell vivia todavia, no mostraba los menores sinto- mas de que acabarfa pronto. Entonces, en la tarde del 16 de enero de 1984, un actor ‘que Orwell hubiera reconocido por sus afios de resefiista cine- matogréfico, aparecié en la televisién en su papel més recien- te: como presidente de los Estados Unidos. La reputacién de Ronald Reagan hasta este momento habia sido la de un ar diente guerrero frio. Ahora, sin embargo, consideraba un fut ro diferente: ‘Supéngase conmigo, por un momento nada més, que un Ivén y luna Anya pudieran encontrarse, digamos, en una sala de espera, 0 compartiendo un refugio contra k y Sally, y que no hubiera barrera de lenguaje que les impidiera ‘conocerse. {Deliberatfan entonces sobre la diferencia entre sus res- pectivos gobiernos? 20 bien se encontrarian comparando notas acerca de sus hijos y lo que cada cual hacia para vivir? [...] Podrian incluso haber deci de, pronto. nte no hace guerras.+ York: Harcourt Brace, 1948), p. 267. * Alocucion por radio y televisin el 16 de enero de 1984, Public Papers of PROLOGO: MIRANDO ADELANTE 0 Era una invitacion I a los rostros humanos por encima d mos de la guerra. Puso en m no de 1984, la sucesién de acot esperadamente rrismo tomé el poder en la Unién trol de este pats sobre la mitad de Europa se habja derrumbado. En ocho aftos, la Unién de Repiblicas Socialistas Soviéticas —la nacién que habia provo- cado la gran profecfa oscura en primer lugar— habia ella mis- lamente porque Reagan aun libro: el res- Conviene empezar con establecen esperanzas y miedos. La historia entonces determina lo que va a predominar. ited States: Ronald Reagan, 1984 (Washington: Govern- ment Printing Office, 1985), p. 45 I. EL REGRESO DEL MIEDO Esperabamos que legaran a la orilla. Podia~ ‘mos ver sus caras. Tenfan el aire de gente or dinaria, Habfamos imaginado algo diferente. iPues bien, eran norteamericanos! LLiunova KoziNcHENKA, ian de guardias del Ejército Rojo Sospecho que no sabfamos qué esperar de los rusos, pero cuando uno los vefa y examinaba, no podia decirse, ¢sabe una cosa? Si les pone usted uniforme norteamericano, ;podrian ha- ber sido norteamericanos! AL ARONSON, 69% division de infanteria del ejército norteamericano! De esta manera se suponfa que acabaria la guerra, con jab apretones de mano, cha era el 25 de abril de 194: poblacién alemana oriental de Torgau, sobre el iento era el pri- mer encuentro de los ejércitos, convergentes desde extremos opuestos de la tierra, que habfan partido en dos la Alemania nazi. Cinco dias después, Adolfo Hitler se volé la tapa de los sesos debajo de los escombros, que era todo lo que quedaba de Berlin. Precisamente una semana después, los alemanes se rindieron incondicionalmente. Los guias de la Gran Alianza vic ‘Winston Churchill y Tésif Stalin, propios apretones de manos, brin- dis y deseos de un mundo mejor en dos juntas en la cumbre. jiembre de 1943 y Yalta en febrero de 1945. Estos gestos habrian significado poco, sin embargo, si las tropas que " Entrevstas, CNN Cold War, Episodio 1, “Comrades, 1917-1945 9 20 EL REGRESO DEL MIEDO mandaban no hubieran estado en condiciones de armar su ce- lebracién més alborotada donde contaba realmente: en las If- neas del frente de un campo de batalla del cual el enemigo es- taba desapareciendo. ePor qué, pues, los ejércitos de Torgau se acercaron entre ellos cautamente, como si hubieran esperado a visitantes inter- planetarios? {Por qué los parecidos que veian resultaban tan sorprendentes y consoladores? ¢Por qué, a pesar de esto, sus comandantes insistieron en ceremonias de rendicién separa- das, una para el frente occidental en Reims, en Francia, el 7 de mayo, otra para el frente oriental, en Berlin, el 8 de mayo? Por qué las autoridades soviéticas trataron de deshacer demostra ciones esponténeas pronorteamericanas que surgieron en Mos- ca después del anuncio oficial de la capitulacién alemana? ¢Por qué las autoridades norteamericanas, durante la semana que sigui6, suspendieron sbitamente envios eriticos de ayuda Lend-Lease a la URSS y luego los reanudaron? ¢Por qué Harry Hopkins, auxiliar clave de Roosevelt, que habja desempefiado tun papel decisivo conformando la Gran Alianza en 1941, tuvo que volar a Moscti seis semanas después de la muerte de su patrono para tratar de salvarla? ¢Por qué, puestas asf las co- sas, aftos después, Churchill titularfa su ensayo sobre estos su- cesos Triunfo y tragedia? La respuesta a todas estas preguntas es en gran medida la misma: que la guerra habfa sido ganada por una coalicién cu- yos miembros principales ya estaban en guerra —ideolégica y geopoliticamente si no militarmente— entre sf. Cualesquiera que fueran los triunfos de la Gran Alianza en la primavera de 1945, su éxito habia dependido siempre de buscar objetivos compatibles por sistemas incompatibles. La tragedia era que la victoria requerirfa de los triunfadores que dejaran de ser lo que eran, 0 que renunciaran a mucho de lo que habian espera- do alcanzar combatiendo en la guerra. Si hubiera habido realmente un visitante ajeno en las orillas del Elba en abril de 1945, o ello habria de hecho identi- EL REGRESO DEL MIEDO 2 ficado parecidos superficiales entre los ejércitos ruso y norte- americano que allf se encontraron, as{ como en las sociedades de que provenfan. Tanto los Estados Unidos como la Unién So- viética habfan nacido de revoluciones. Ambos adoptaron ideo- logias con aspiraciones globales: lo que funcionaba en casa, suponfan sus lideres, también serviria para el resto del mundo. Ambos, como Estados continentales, habfan avanzado cruzan- do vastas fronteras; eran por entonces, en tamafo, la primera y la tervera naciones del mundo. Y ambas habfan entrado en a guerra como resultado de ataques por sorpresa: la invasion alemana de la Unién Soviética, que empez6 el 22 de junio de 1941, y el ataque japonés contra Pearl Harbor el 7 de diciem- bre de 1941, que Hitler us6 como excusa para declarar la gue- ra a los Estados Unidos cuatro dias después. Tal habria sido el grado de las semejanzas, sin embargo. Las diferencias, como cualquier observador terrestre habria podido sefialar de inme- diato, eran mucho mayores. La Revolucién norteamericana, que habia ocurrido més de un siglo y medio antes, reflejaba una honda desconfianza hacia la autoridad concentrada. La libertad y la justicia, insis- tieron los Padres Fundadores, s6lo podian surgir mediante un poder constrictor. Gracias a una constitucién ingeniosa, su aislamiento geogréfico de rivales posibles, y una magnifica do- tacién de recursos naturales, los norteamericanos lograron construir un Estado extraordinariamente poderoso, hecho que resulté evidente durante la segunda Guerra Mundial. Realiza- ron esto, sin embargo, restringiendo gravemente la capacidad de su gobierno para controlar la vida cotidiana, ya fuera me- diante la diseminacién de ideas, la organizacion de la econo- mfa o la realizaci6n politica. A pesar del legado de esclavitud, el casi exterminio de los norteamericanos nativos, y la persis tente discriminacién racial, sexual y social, los ciudadanos de los Estados Unidos podian presumir plausiblemente, en 1945, de vivir en la sociedad més libre sobre la faz de la tierra. La Revolucién bolchevique, que habia ocurrido sélo un cuarto de siglo antes, signific6, en contraste, adoptar la autori- dad concentrada como medio de vencer a los enemigos de cl sey consolidar una base desde la cual la revolucion proletaria se difundirfa por el mundo. Karl Marx pretendié, en el Manifesto 2 ELREGRESO DEL MIEDO comunista de 1848, que la industrializacién que los capitalis- tas habfan emprendido estaba simultaneamente expandiendo y explotando a la clase trabajadora, que antes o después se li- berarfa. No contento con esperar que esto ocurriera, Vladimir Ilyich Lenin buscé acelerar la historia en 1917, asumiendo el control de Rusia e imponiendo en ella el marxismo, aun cuando el Estado no satisfacfa la prediccién de Marx de que la revo- luci6n s6lo podta ocurrir en una sociedad industrial avanzada. Stalin, a su vez, fij6 el problema ajustando Rusia a la ideologia ‘maraista-leninista: oblig6 a una naci6n en gran medida agraria, con escasas tradiciones de libertad, a volverse una nacién pro- fundamente industrializada, sin la menor libertad. Como con- secuencia, la Unién de Reptiblicas Socialistas Soviéticas era, al concluir la segunda Guerra Mundial, la sociedad més autori- taria que habia sobre la faz de la tierra. Si las naciones victoriosas no podfan casi ser més diferen- tes, lo mismo ocurria con las guerras que habfan combatido desde 1941 hasta 1945. Los Estados Unidos combatieron gue- ras separadas simulténeamente —contra los japoneses en el Pactfico, y los alemanes en Europa— pero padecieron nota- blemente pocas bajas: poco menos de 300000 norteamerica- nos murieron en todos los teatros de combate. Geogréficamen- te distantes de donde estaba la lucha, su pais no experiment6 ataques significativos, aparte del inicial en Pearl Harbor. Con su aliado, la Gran Bretafia (que sufrié alrededor de 357000 muertes en la guerra), los Estados Unidos pudieron escoger donde, cuando y en qué circunstancias pelearfan, hecho que minimiz6 grandemente los costos y riesgos de la lucha. No obstante, a diferencia de los briténicos, los norteamericanos salieron de la guerra con una economfa préspera; el gasto de la guerra habja hecho que el producto interno bruto casi se duplicara en menos de cuatro afios. Si pudo haber alguna vez algo asf como una guerra “buena”, entonces a ésta, para los. Estados Unidos, le falté poco. La Unién Soviética no disfruté de tales ventajas. Sélo estu- vo en una guerra, pero puede sostenerse que fue la més terri- ble de toda la historia. Con sus ciudades, poblaciones y cam- pos estragados, sus industrias arruinadas o relocalizadas con premura més allé de los Urales, la tinica opcién, aparte de la EL REGRESO DEL MIEDO 2a rendici6n, era la resistencia desesperada, en el terreno y en ccircunstancias escogidas por el enemigo. La estimacién de las bajas, civiles y militares, es notoriamente inexacta, pero es probable que unos 27 millones de ciudadanos soviéticos mu- rieran como resultado directo de la guerra: més 0 menos 90 veces el ntimero de norteamericanos que murieron. La victoria dificilmente se compraria a mayor precio: la URSS en 1945 era un Estado deshecho, afortunado por haber sobrevivido, La guerra, record un observador contempordneo, fue “tanto el recuerdo més atroz como el més orgulloso del pueblo ruso”.? Cuando se trat6 de dar forma al ajuste de posguerra, sin embargo, los triunfadores fueron mas parecidos de lo que es- tas asimetrias pudieran sugerir. Los Estados Unidos no se ha- bian comprometido a invertir su vieja tradicién de permane- cer aparte de los asuntos europeos; Roosevelt incluso habla asegurado a Stalin, en Teherdn, que las tropas norteamerica~ nas volverfan a casa dos aftos después del fin de la guerra.* ‘Tampoco, en vista del caso deprimente de los afios treinta, po- dia haber ninguna seguridad de que el auge econdmico del tiempo de guerra continuarfa, 0 que la democracia volverfa a echar raices entre los relativamente pocos paises en que exis- tfa atin. El hecho lano de que los norteamericanos y britani- cos no hubieran derrotado a Hitler sin la ayuda de Stalin sig- nificaba que la segunda Guerra Mundial era una victoria sobre el fascismo nada mas, no sobre el autoritarismo y sus perspec- tivas futuras. Mientras tanto, la Unién Soviética tenfa ventajas signifi- cativas, a pesar de las inmensas pérdidas que habla sufido, smo era parte de Europa, sus fuerzas militares no se retira- an dc lla Su economia del mandavo se habtarevelado capaz 0. Pechatnoy, Verena Botzenbart-Viehe y C. Earl Edmondson, Debating Origins ofthe Cold War: American and Russian Perspectives (Nueva York: Row. The Juggler: Franklin Roosevelt as Wartime Statesman ty Press, 1991), pp. 97-99. m4 ELREGRESO DEL MIEDO de sostener la ocupaci6n plena en tanto que las democracias capitalistas no lo habfan conseguido durante los afios de pre- guerra, Su ideologia disfrutaba de un extenso respeto en Euro- a porque los comunistas de alli habian conducido en gran medida la resistencia contra los alemanes. Finalmente, el peso desproporcionado con que habia cargado el Ejército Rojo al derrotar a Hitler, dio a la URSS una posibilidad moral de una influencia sustancial, tal vez incluso preponderante, al confor- mar el ajuste de posguerra, Era cuando menos tan facil creer, en 1945, que el comunismo autoritario resultaba la ola de por- venir, como lo era el capitalismo democratico. La Unién Soviética tenfa otra ventaja también: que era la Sinica entre los triunfadores que salié de la guerra con jefes Puestos a prueba. La muerte de Roosevelt el 12 de abril de 1945 habfa lanzado a su vicepresidente Harry S. Truman, inex- perto y mal informado, a la Casa Blanca. Tres meses después, la derrota inesperada de Churchill en las elecciones generales briténicas hizo primer ministro al mucho menos formidable Iider del Partido Laborista, Clement Attlee. La Unién Sovié ca, en cambio, tenfa a Stalin, su indiscutido jefe desde 1929, el hombre que rehizo su pais y luego lo condujo a la victoria en la segunda Guerra Mundial. Habil, extraordinario y, segdin todas las apariencias, calmado en sus propésites, el dictador del Kremlin sabia qué querfa en la era de la posguerra. Tru- man, Attlee y las naciones que dirigfan parecian mucho me- os Seguros. Qué querfa, pues, Stalin? Tiene su sentido comenzar con él, Porque sélo él, de los tres Iideres de posguerra, habfa tenido tiempo, conservando la autoridad, de considerar y ordenar sus prioridades. A los 65 afios al final de la guerra, el hombre que dirigfa la Unién Soviética estaba fisicamente agotado, rodea do de sicofantes, personalmente solo, pero atin firmemente, incluso aterradoramente, amo del control. Su bigote colgante, sus dientes manchados, su rostro picado de viruelas y sus ojos amarillos, recordaba un diplomético norteamericano, “le dan elaspecto de un viejo tigre harto de batallas [...] Un visitante EL REGRESO DEL MIEDO 25 desprevenido nunca habria adivinado qué honduras de célcu- lo, ambicién, amor al poder, celos, crueldad y amor a la ven- ganza acechaban tras esta fachada sin pretensiones’.* Gracias a una serie de purgas durante los afios treinta, Stalin hacia mucho que habfa eliminado a todos sus rivales. El que levantara las cejas o sacudiera un dedo, segtin sabian sus subordinados, podia significar la diferencia entre la vida y la muerte. Notable- mente bajo, de apenas 1.60 de estatura, este hombrecillo ba- mrig6n era sin embargo un coloso, a la cabeza de un Estado colosal, Las metas de Stalin en la posguerra eran la seguridad para 41 mismo, su régimen, su pais y su ideologia, precisamente en este orden. Traté de asegurar que los retos internos no volvie- ran nunca a poner en peligro su dominio personal, y que nin- guna amenaza externa volviera a poner en riesgo a su pats. Los intereses de los comunistas en otras partes del mundo, ad- mirables y todo, nunca pesarfan més que las prioridades del Estado soviético, segtin él las habfa determinado. El narcisis- mo, la paranoia, y el poder absoluto se unfan en Stalin’ era, dentro de la Uni6n Soviética y del movimiento comunista in- ternacional, enormemente temido, pero también extensamen- te adorado. Los gastos de tiempo de guerra en sangre y dinero, crefa Stalin, determinarfan en gran medida quién conseguia qué después de la guerra: la Unién Soviética, por lo tanto, conse- guirla mucho.* No s6lo recuperaria los territorios que habia perdido en favor de Alemania durante la segunda Guerra Mun- dial; también retendrfa los territorios que habia ocupado como resultado del pacto oportunista pero miope de “no agresiét que Stalin habia concluido con Hitler en agosto de 1939: por ciones de Finlandia, Polonia y Rumania, todos los Estados balticos. Requerirfa que Estados més alld de estas fronteras ampliadas permanecieran dentro de la esfera de influencia de Moscd. Buscarfa concesiones territoriales a expensas de Irén y Boston: At Brown, + George F. Kennan, Memoirs: 1925-195 p.279. ‘ease, sobre este asunto, Alan Bullock, Hitler and Stalin: Parallel Lives (Nueva York: Knopf, 1992), p. 464. * Pechatnov y Edmondson, “The Russian Perspective’, p. 92 26 EL REGRESO DEL MIEDO ‘Turqufa (incluyendo el control de los Estrechos Turco: como bases navales en el Mediterraneo. Final ‘ones de propiedad, pagos por reparaciones y trans- formacién ideol6gica, Aqui estaba, sin embargo, un dilema doloroso para Stalin. Las pérdidas despropo fe la guerra bien pue- den haber permitido a la Uni6n Soviética tener ganancias de Posguerra desproporcionadas, pero también le habfan quitado al pais el poder requerido para asegurar estos beneficios unila- ‘SS necesitaba paz, asistencia econémica y matica de sus anteriores aliados. No era Pues, sino continuar buscando la cooperacién de los norteamericanos y los briténicos: preci- samente como éstos dependieron de Stalin para derrotar a Hitler, asf Stalin ahora dependia de la buena voluntad anglo- Rorteamericana a fin de obtener sus objetivos de posguerra a un costo razonable. Por lo tanto no queria una guerra caliente y tampoco una guerra frfa.’ Que fuese lo suficientemente habil Para evitar estas altemnativas, sin embargo, era un asunto del todo diferente. El entendimiento por Stalin de sus aliados de tiempo de guerra y sus objetivos de posguerra se basaba mas en una ilu- si6n que en la apreciacién exacta de prioridades tal como se veia desde Washington y Londres. Fue aqui donde la ideologia marxista-leninista influy6 sobre Stalin porque sus ilusiones ve- nian de ella. La mas importante era la creencia, que se remon- taba a Lenin, de que los capitalistas nunca podrfan cooperar otro por mucho tiempo. Su ambicién inherent apremio de colocar los beneficios por encima ica tarde o temprano se impondria, dejando a los nistas con la necesidad de paciencia nada més, mientras espe- raban la autodestruceién de sus adversarios. “La Cawoios rerrronates EuRoPt05,| 1939-1947 b aT [A recta porte so IS rede prrotra 3 roeate pr vegans 7 ret Union, and the Ur An Interpretative History, 2a. ed. (Nueva York: McGraw: 1990), p. 162. 28 ELREGRESO DEL MIEDO comenté Stalin cuando la guerra estaba terminando. “En el porvenir estaremos contra esta faccién de los capitalistas tam- bién.”* Esta idea de una crisis dentro del capitalismo tenfa alguna lausibilidad. La primera Guerra Mundial, después de todo, ha- do una guerra entre capitalistas; proporcion6 asf la opor- idad de que surgiera el primer Estado comunista del mun- do, La Gran Depresi6n dejé a los Estados capitalistas restantes enredéndose para salvarse en lugar de cooperar para rescatar la economia global o mantener el sistema de posguerra: la Ale- ‘mania nazi surgi6 como resultado. Con el fin de la segunda Gue- ra Mundial, Stalin crey6 que la crisis econémica tenia que retornar, Los capitalistas entonces necesitarfan a la Unién So- viética, y ya no a la inversa. Por eso esperaba plenamente que los Estados Unidos prestaran a la Uni6n Soviética varios miles de millones de délares para la reconstrucci6n: porque los nor teamericanos de otro modo no estarfan en condiciones de en- contrar mercados para sus productos durante el derrumbe glo- bal que llegarta.” Se deducia también que la otra superpotencia capitalista, la Gran Bretafa, cuya debilidad exageré Stalin continuamen- te, tarde o temprano romperfa con su aliado norteamericano sobre rivalidades econémicas: “Ia inevitabilidad de las guerras entre paises capitalistas sigue en pie”, insistfa nada menos que en 1952." Desde el punto de vista de Stalin, por tanto, las fuerzas de largo alcance de la historia compensarfan la catastrofe que habfa infligido la segunda Guerra Mundial sobre la Unisn Soviética, No seria necesario enfrentar directamente a norte- americanos y briténicos a fin de lograr sus objetivos. Podia simplemente esperar que los capitalistas empezaran a dispu- tar entre ellos, y que los europeos, hartos, adoptasen el comu- nismo como una alternativa. 1972), p. 190 lin, Economic Problems of in the USSR (Moses: Casa Lenguas Extranjeras, 1952), extracto en Robert V. Daniels, ed A Documentary History of Communism, edicion revisada (Hanover, New iniversity Press of New England, 1984), 1, 172, EL REGRESO DEL MIEDO 2 La meta de Stalin, por lo tanto, no era restaurar un equili- brio de poder en Europa, sino més bien dominar este conti- nente como Hitler habfa tratado de hacerlo, Reconocié en un comentario pretencioso pero revelador, en 1947, que “si Chur chill hubiera retrasado un afio abrir el segundo frente en el norte de Francia, el Ejército Rojo habria llegado a Francia [...] Jugamos con la idea de alcanzar Paris’."' A diferencia de Hitler, sin embargo, Stalin no siguié un plan temporal fijo. Saludé los desembarcos del Dia D, a pesar del hecho de que impedirfan al Ejército Rojo alcanzar pronto la Europa occidental: la de- rota de Alemania tena la primera prioridad. También des- carté la diplomacia para alcanzar su objetivo, no s6lo porque esperaba —por un tiempo al menos— la cooperacién norte- americana para lograrlo. {No habia indicado Roosevelt que Jos Estados Unidos se contendrian sin buscar su propia esfera de influencia en Europa? La visi6n de Stalin era por lo tanto de altos vuelos: el dominio pacifico consumado pero hist6rica- mente determinado sobre Europa. Era también una vision tor cida, pues no consegufa tomar en cuenta los objetivos de pos- guerra de los Estados Unidos. Qué querian los norteamericanos después de la guerra? Indis- cutiblemente también seguridad, pero, en contraste con Sta- in, estaban mucho menos seguros de lo que habrian de hacer para obtenerla. La raz6n tenia que ver con el dilema que habia planteado la segunda Guerra Mundial para ellos: que los Esta- dos Unidos no continuaran sirviendo como modelo para el resto del mundo mientras permanecian aparte del resto del mundo. ‘Alo largo de la mayor parte de su historia, los norteameri- canos habfan tratado de hacer precisamente esto. No habian tenido mucho que cuidarse acerca de la seguridad, porque los ‘océanos los separaban de todos los demas Estados que conce- " Registro de la conversacién Stalin-Thorea, 18 de noviembre de 1947, en Levering, et al, Debating the Origins of the Cold War, p. 174 30 EL REGRESO DEL MIEDO dafarlos. Su misma independencia de la (6, como Thomas Paine en 1776 habia pre- dicho que serfa, de la implausibilidad de que “un Continente pudiera ser perpetuamente gobernado por una isla”.!? A pesar de su superioridad naval, los briténicos nunca consiguieron proyectar suficiente poder militar a través de unos 3000 kil6- metros de agua para mantener a los norteamericanos dentro del imperio, oevitar que dominaranel ontinentenorteamerica- no. La perspectiva de que otros europeos pudieran hacerlo era atin més remota, porque los sucesivos gobiernos, en Londres, alcanzaron un convenio con los norteamericanos de que no habrfa més colonizacién en el hemisferio occidental. Los Es. tados Unidos disfrutaban del lujo, por lo tanto, de mantener una vasta esfera de influencia sin el riesgo de que al hacerlo pusiera en tela de juicio los intereses de cualquier otra gran potencia, Los norteamericanos buscaban influencia global en el cam- po de las ideas: su Declaracién de Independer yal cabo, adelantado la pretensi6n radical de bres son creados iguales. Sin embargo, no re esfuerzo, durante sus primeras 14 décadas de independent por hacer buena esta afirmacién. Los Estados Unidos servirfan ‘como un ejemplo; el resto del mundo tendrfa que decidir cémo y en qué circunstancias asumirlo, “Da la bienvenida a la liber tad e independencia de todos’, proclam6 el secretario de Estado John Quincy Adams en 1821, pero “son camp res s6lo de las’suyas” i las prdcticas norteamericanas eran aislacionistas: a nacién no habia mucho menos ambiciosa de lo que se habria esperado de una naci6n de semejante tamafio y fuerza. Sélo con la primera Guerra Mundial los Estados Unidos rompieron este proceder. Preocupados porque la Alemania El comentario de Paine viene de su folleto de 1776, Common Sense, cextractada en Denn an Foreign EL REGRESO DEL MIEDO 31 imperial pudiera derrotar a Gran Bretafta y Francia, Woodrow Wilson persuadié a sus compatriotas de que el poder militar norteamericano era preciso para restaurar el equilibrio peo del poder, pero hasta é! justificaba este objetivo geopol a él, tenfa que ser pas6 a proponer, iga de Naciones que como base para un aj impondria sobre los Estados algo como el dominio del dere- cho que los Estados —los esclarecidos, al menos— imponta a los individuos. La idea de que sélo el poder hace el derecho, desaparecerfa, segiin lo esperaba. Tanto la visién como el equil demostraron ser prematuros. La Mundial no hizo de los Estados Unidos un poder global; en gar de eso confirm, para la mayorsa de los norteamericanos, on de compatriotas estaban dis- ion ante los aliados —jun- la y desanimada contra agrié los frutos de la victoi taron un regreso al aisacionismo: las inequidades pereibidas sién global y, ademas, el surgimiento de Estados agresor Europa y Asia oriental tuvieron en suma el efecto de conven- cer a los norteamericanos de que les seria mejor evitar por completo las participaciones internacionales. Fue una rara re- tirada de un Estado poderoso ante responsabilidades més alla de sus fronteras. Después de entrar en Ja Casa Blanca en 1933, Franklin D. Roosevelt trabajé con persistencia, a menudo tortuosamente, para condt los Estados Unidos a un papel mas activo en la ica mu |. No fue fac to algo muy parecido a \scar una puerta en una pared 'S Incluso después de que verican Foreign Policy, 1932 1979), p70. 2 ELREGRESO DEL MIEDO Jap6n habfa entrado en guerra con China en 1937 y la segunda Guerra Mundial habia estallado en Europa en 1939, FDR habia logrado sélo un minimo progreso para persuadir a la nacién de que Wilson habia estado en lo cierto, que su seguri- dad podfa ser amenazada por lo que ocurriera a medio mundo de distancia. Hicieron falta los acontecimientos estremecedo- res de 1940-1941, la caida de Francia, la batalla de Gran Breta- fia, y por iltimo el ataque japonés a Pearl Harbor, para lograr el nuevo compromiso norteamericano en la tarea de restaurar un equilibrio de poder mas allé del hemisferio occidental. “He- ‘mos aprovechado nuestros pasados errores”, prometié el pre- sidente en 1942. “Esta vez sabremos cOmo hacer uso cabal de la victoria. Roosevelt tenfa cnatro grandes prioridades de tiempo de guerra. La primera era sostener a los aliados —principalmente Gran Bretafia, la Unién Soviética y (con menos éxito) China nacionalista— porque no habfa otra manera de alcanzar la victoria: los Estados Unidos no podfan combatir solos a Alema- nia y Jap6n. La segunda era conseguir cooperacién aliada para dar forma al ajuste de posguerra, pues sin él habria pocas perspectivas de paz duradera. La tercera tenfa que ver con la naturaleza de este ajuste. Roosevelt esperaba que sus aliados apoyaran a uno que suprimiera las causas més probables de guerras futuras. Eso significaba una nueva organizacién de se- guridad con poder para impedir y, de ser necesario, castigar la agresion, as{ como un sistema econémico global reanimado, provisto para evitar una nueva depresi6n global. Finalment el ajuste tendria que ser “ cano: FDR no iba a repetir el error de Wilson de llevar a la na- cién més alla de donde estaba preparada para ir. No habria ‘vuelta al aislacionismo, entonces, después de la segunda Guerra Mundial. Sin embargo, los Estados Unidos no estarian prepa- rados —ni més ni menos que la Unién Soviética— para acep- tar un mundo de posguerra que se pareciera a su predecesor anterior al conflicto, EL REGRESO DEL MIEDO 3 Finalmente, una palabra acerca de Jos objetivos britani- cos, Eran, segiin Churchill los definié, mucho més sencillos: sobrevivir a toda costa, aun si esto significara renunciar a la conduccién de la coalicién anglonorteamericana en favor de Washington, aun si significara el debilitamiento del Imperio briténico, aun si significara también colaborar con la Unién Soviética, un régimen que el Churchill mas joven habia confia- do, después de la Revolucién bolchevique, aplastar.” Los brité- nicos intentarfan influir sobre los norteamericanos tanto como se pudiera —aspiraban al papel de griegos, como tutores de los nuevos romanos— pero bajo ninguna circunstancia se en- frentarfan con los norteamericanos. Las esperanzas de Stalin, de una Gran Bretafia independiente, capaz de resistir a los Es- tados Unidos e incluso hacer la guerra contra ellos, habrian parecido realmente extrafias a aquellos que de hecho se encar- gaban de la Inglaterra de tiempo de guerra y su gran estrategia de posguerra. w Con estas prioridades, ¢qué perspectivas habia para un ajuste dela segunda Guerra Mundial que preservara la Gran Alianza? Roosevelt, Churchill y Stalin sin duda esperaban semejante re- sultado: nadie querfa nuevos enemigos tan pronto después de haber dominado a los antiguos. Pero su coalicién habia sido, desde el comienzo, tanto un medio de cooperacién para derro- tar al Eje como un instrumento mediante el cual cada uno de los triunfadores buscara colocarse con la mayor influencia en el mundo de la posguerra. Dificilmente podfa ser de otra ma- nera: a pesar de las pretensiones ptiblicas por los Tres Gran- des, que la politica fuera aplazada mientras la guerra proce- dia, ninguno de ellos crefa 0 buscaba practicar este principio. Lo que hicieron —en comunicaciones y conferencias ocultas a la vista pablica— era tratar de reconciliar objetivos politicos divergentes mientras llevaban adelante una misién militar co- min. En gran medida fracasaron, y fue en el fracaso donde ° Roy Jenkins, Churchill Biography (Nueva York: Ferran, Straus y Gi- roux, 2001), pp. 350-351 34 EL REGRESO DEL MIEDO estuvieron las raices de la Guerra Fria. Las cuestiones princi- pales eran las siguientes: El segundo frente y una paz separada Aparte de la derrota misma, el gran temor anglonorteamerica- no habia sido que la Unién Soviética pudiera otra vez hacer un trato con la Alemania nazi, como en 1939, que dejarfa gran- des partes de Europa en manos autoritarias; de ahf la impor- tancia que Roosevelt y Churchill atribuian a mantener a la Unién Soviética en la guerra. Esto significaba proporcionar toda la asistencia posible en cuanto a alimentos, vestido y ar- mamento, aunque fuera por medios desesperados y a alto pre- cio: convoyes que iban a Murmansk y Arcéngel, evitando los submarinos alemanes, no era cosa facil de lograr. Significaba también no discutir las demandas de Stalin para la restaura- cién de territorios perdidos, a pesar del hecho escabroso de que algunos de éstos —los Estados bilticos, Polonia oriental, partes de ia y Rumania— habian caido bajo control soviético s6lo como resultado de su pacto con Hitler. Finalmen- te, preparar una paz separada significaba crear un segundo frente en el continente europeo en cuanto fuera militarmente factible, aunque en Londres y Washington se entendfa que esto Tequerfa aplazamiento hasta que pareciera probable el triunfo a un costo aceptable. En consecuencia, el segundo frente —mas exactamente, segundos frentes— se materializ6 lentamente, un. hecho que molest6 a los rusos combatientes, que no podian darse el lujo de reducir las bajas al minimo. El primero llegé en el norte de Africa, ocupado por Vichy, donde fuerzas norteamericanas y briténicas desembarcaron en noviembre de 1942; invasiones de Sicilia ¢ Italia del sur siguieron en el verano de 1943. No fue sino hasta junio de 1944 cuando hubo desembarcos en Norman- dia; sin embargo, las operaciones militares anglonorteameri- ¢anas empezaron a descargar significativamente al Ejército Rojo, que desde mucho tiémpo atrés habia invertido la mare- jada del combate en el frente oriental y ahora empujaba por completo a los alemanes fuera de la Uni6n Soviética. Stalin fe- EL REGRESO DEL MIEDO 35 licité a sus aliados sobre el éxito del Dfa D, pero siguié habien- do sospechas de que el retraso habfa sido deliberado, con el propésito de dejar lo mas duro de la lucha, desproporcionada- mente, ala URSS."* El plan, segiin lo plante6 un analista sovié- tico posterior, habia sido que los Estados Unidos participaran ‘s6lo en el tiltimo minuto, cuando pudiera afectar facilmente La importancia politica de los segundos frentes era al me- nos tan grande como su significacién militar, pues denotaba que los norteamericanos y los ingleses participarfan, junto con la Unién Soviética, en la rendici6n y ocupaci6n de Alemania y sus satélites. Mas por razones de conveniencia que por otra cosa, el mando militar anglonorteamericano exclufa a los ru- sos del proceso cuando Italia capitulé en septiembre de 1943 Esto proporcioné a Stalin una disculpa para algo que proba- blemente habria hecho de todas maneras, que fue negar a los norteamericanos y briténicos cualquier papel significativo en Ja ocupacién de Rumania, Bulgaria y Hungrfa, cuando el Ejér- cito Rojo entré en estos territorios en 1944-1945. Stalin y Churchill habfan acordado bastante facilmente, en octubre de 1944, que la Unién Soviética debiera tener una influencia predominante en dichos pafses, a cambio del recono- cimiento de la preponderancia inglesa en Grecia. Por debajo de la superficie, sin embargo, persistian los cuidados. Roose- velt protest6 por no haber sido consultado en el trato Stalin- Churchill, y cuando los briténicos y norteamericanos empeza- ron a negociar para la rendicin de los ejércitos alemanes en el norte de Italia en la primavera de 1945, la reacci6n de Stalin se acercé al pénico: podria haber un arreglo, advirtié a sus comandantes militares, merced al cual los alemanes dejarfan de combatir en el oeste mientras continuaban resistiendo en el Warfare, and Univers * Vojt h Mastny, Russias Road to the Cold War: Diplo the Politics of Communism, 1941-1945 (Nueva Yor Colum ‘Nikolai Novikow al Ministerio del Exterior sovietico, 27 de septiembre de 1946, en Kenneth M. Jensen, ed., Origins of the Cold War: The Novikov, Ken: ‘and Roberts “Long Telegrams” of 1946, edicin revisada (Washington: United States Institute of Peace, 1993), pp. 3-4 36 ELREGRESO DEL MIEDO este.” Revelé con ello las honduras de sus propios temores acerca de una paz separada. Que creyera que sus aliados eran capaces de hacerla en esta fecha tardfa, mostraba qué poca tranquilidad le habfan proporcionado los segundos frentes, y qué poca confianza estaba preparado para exhibir Esferas de influencia Una divisién de Europa en esferas de influencia —como lo in- dicaba el acuerdo Churchill-Stalin— dejaria poco lugar para que los europeos determinaran su futuro: por esto Roosevelt se preocupé al respecto. Por mucho que pudiera haber justifi- cado la guerra, a sf mismo, en términos del equilibrio de poder, Jo habia explicado al pueblo norteamericano como Wilson po- dria haber hecho: como una lucha por la autodeterminacién. Churchill habia seguido esto en 1941 aceptando la Carta del Atlantico, la repeticién por FDR de los principios de Wilson. O sea que un objetivo anglonorteamericano fundamental era reconciliar estos ideales con las demandas territoriales de Stalin, asf como su insistencia en una esfera de influencia que garan- tizara la presencia de naciones “amistosas” en las fronteras de la Unién Soviética en la posguerra. Roosevelt y Churchill apre- miaron repetidamente a Stalin a que permitiera elecciones li- bres en los Estados balticos, Polonia y otros lugares de Europa oriental. En la Conferencia de Yalta convino en hacerlo, pero sin la menor intencién de cumplir con lo pactado. "No se pre- ocupen’, tranguilizé a su ministro de Asuntos Extranjeros, ‘Vyacheslav Molotov. “Podemos realizarlo a nuestra manera, més, tarde. El meollo del asunto es la correlacién de fuerzas. Asf Stalin logré las adquisiciones territoriales y la esfera de influencia que deseaba: las fronteras de la Unién Soviética se movieron varios centenares de kilémetros al oeste, y el Ejé- to Rojo instal6 regimenes sumnisos por todo el resto de Euro- pa oriental. No todos eran todavia comunistas —el jefe del '§ Road to the Cold War, p. 270. Para el acuerdo St ‘Churchill, wéase Kimball, The Juggler, pp. 160-164 Pechatnov y Edmondson, “The Ri p98. EL REGRESO DEL MIEDO 37 Kremlin era, por el momento, flexible al respecto— pero hadie pondria en tela de juicio la proyeccién de la influencia soviéti- ca.en el centro de Europa. Los norteamericanos e ingleses ha- bian confiado en un resultado diferente: los europeos orienta- ena segunda Guerra Mundial, escogerfan sus propios gobier- nos. Las dos posiciones podrian haberse reconciliado si todos los europeos orientales hubieran estado preparados para el gir jefes que satisficieran los requerimientos de Moscii, cosa que Finlandia y Checoslovaquia hicieron, en efecto; Polonia, sin embargo, a duras penas podia seguir este camino porque las propias acciones de Stalin habfan eliminado desde hacfa mucho cualquier posibilidad de que un gobierno polaco some- tido a la Union Soviética pudiera mantener el apoyo popular. Las ofensas inclufan el pacto nazi-soviético de 1939, que habia acabado con la independencia polaca, junto con el des- cubrimiento posterior de que los rusos habsan asesinado a ‘unos 4000 oficiales polacos en el bosque de Katyn en 1940, en tanto que de otros 11000 no habia noticias. Stalin rompié con el gobierno polaco en el exilio en Londres acerca de este asun- to en 1943, desplazando su apoyo a un grupo de comunistas polacos con base en Lublin. No hizo nada, entonces, cuando los nazis brutalmente aplastaron en 1944 el levantamiento de ‘Varsovia, organizado por los polacos de Londres, a pesar del hecho de que el Ejército Rojo estaba en las afueras de la capi- tal polaca en aquel tiempo. La insistencia de Stalin en tomar un tercio del territorio de Polonia después de la guerra amar g6 més todavia a la nacién; su promesa de compensaci6n a expensas de Alemania hizo poco por reparar el daf. En vista de que los polacos nunca elegirian un gobierno prosoviético, Stalin impuso uno, y el costo fue, con todo, una Polonia permanentemente resentida, as{ como un sentido cre- ciente entre sus aliados norteamericanos e ingleses de que no se podfa confiar en él. Como dijo Roosevelt dos semanas antes de morir: “Stalin ha quebrantado todas las promesas que hizo en Yalta” 2 W. Averell Harriman y turchill and Stain, 1941-1946 (Nueva York: Randot Special Envoy 10 1975), p. 484 hy ? 2 the Soviet Union, and the Unit 1990), p. 162, FL REGRESO DEL MIEDO 39 Enemigos derrotados contraste con el control soviético uni (eral en Europa orien- del Dia D— esto ocurri6, sin embargo, dej6 a los rusos con un ser haber sido estafados, Los Estados Unidos, Gran Bretaia y Fran- cia (gracias a la generosidad anglonorteamericana) controla- rian dos tercios de Alemania, no como resultado de la ca dad de sangre que habian derramado durante la guerra, sino a causa de la proximidad geogréfica a sus ejércitos que avanza- ban, junto con el hecho de que Stalin haba cedido una parte sustancial de Alemania oriental a los polacos. Aunque la zona de ocupacién soviética rodeaba ‘ocupada con- juntamente, conte tercio de la poblacién de Alemania y un porcentaje atin menor de sus re- cursos industriales. ¢Por qué Stalin acept6 este arreglo? Probablemente a c: sa de su creencia de que el gobierno marxist neaba instalar en Alemania oriental se convertirfa en wi para los alemanes de las zonas de ocupacién occidentales, ha- ciéndoles escoger guias que a fin de cuentas unificaran el pais, entero bajo control ico. La revolucién proletaria, tan re- 10 para Alemania, debe ser nuestra, esto es, soviética, comunista”, comenté Stalin en 1946. Habfa sin embargo dos grandes problemas con la estrategia, El primero tenia que ver con la br cito Rojo ocupé Alemania oriental. Las tropas so sélo expropiaron la propiedad y arrancaron repar iscriminada, sino que también se entregaron unos dos millones de mujeres alemanas su- 10 entre 1945 y 1947. El efecto fue apartar a 1 asimetria que per- do por Stalin jeron este de: casi todos los fa durante la Guerra Frfa: el régimen ins Pechatnov y Edmondson, “The Rus ians in Germany: A History of the Soviet ridge, Massachusetts: Harvard erspective’,p. 109. 40 EL REGRESO DEL MIEDO enel oriente carecta de la legitimidad que su correlato occiden- tal adquirirfa pronto. El segundo problema tenfa que ver con los aliados. El uni- lateralismo con el cual los soviéticos habfan manejado asuntos en Alemania y Europa oriental hicieron a ingleses y norteame- ricanos temerosos de confiar en la cooperacién con Moscti, ‘ocupando el resto de Alemania, Por esto aprovecharon las, tunidades que surgfan de consolidar sus propias zonas, junto con la de los franceses, con el propésito de aceptar la div del pais. La idea era preservar tanto de Alemania como fuera posible bajo el dominio occidental, en vez de correr el peligro de que toda pudiera caer bajo el control soviético. La mayorfa de los alemanes, cuando se dieron cuenta de lo que significaria el dominio de Stalin, apoyaron con renuencia esta politica an- glonorteamericana. Lo que habia ocurrido en Alemania y Europa oriental, a su ver, dej6 a los Estados Unidos con pocos incentivos para cluir a la Unién Soviética en la ocupacién de Japén. La URSS no habfa declarado la guerra a dicho pais después de Pearl Harbor, ni sus aliados lo esperaron en un tiempo en que el ejército aleman estaba en las afueras de Mosct. Stalin, sin em bargo, habia prometido entrar en la guerra del Pacifico tres meses después de la rendicion de Alemania, a cambio de lo cual Roosevelt y Churchill habfan convenido en transferir las, Islas Kuriles, dominadas por los japoneses, al control soviéti- co, asf como devolver la mitad meridional de la Isla de Sajalin, con derechos territoriales y bases navales en Manchuria, todo Jo cual Rusia habia perdido como resultado de su derrota en, la guerra ruso-japonesa de 1904-1905. La idea que prevalecia en Washington y Londres habia si- do que la asistencia del Ejército Rojo —especialmente uma in- vasién de Manchuria, ocupada por Japén— serfa vital para apresurar la victoria. Sin embargo, esto fue antes de que los Estados Unidos probaran con éxito su primera bomba atémi- ca en julio de 1945. Una vez que quedé claro que los norteame- ricanos posefan semejante arma, se desvanecié la necesidad de asistencia militar soviética.** Con los precedentes del uni © Tuuyoshi Hasegawa, Recing the Enemy: Stalin, Thuman, and the Surre: EL REGRESO DEL MIEDO a teralismo soviético en Europa presentes con demasiada clari- dad, no existia deseo dentro de la nueva administracién de ‘Truman, de ver algo parecido repetido en el nordeste de Asia. Aqui, pues, los norteamericanos adoptaron la igualdad estali- niana de sangre e influencia. Habfan luchado més que nadie en la Guerra del Pacifico. Ellos solos, por lo tanto, ocuparian lanacién que habfa comenzado. La bomba atémica Mientras tanto, la bomba misma intensificaba la desconfianza soviético-norteamericana, Los norteamericanos y los briténicos habian desarrollado secretamente el arma para usarla contra Jos alemanes, pero los nazis se rindieron antes de que estuvie- ra lista. El Proyecto Manhattan no habfa sido lo suficientemen- te secreto, sin embargo, para impedir a la inteligencia soviética descubrir muchas cosas acerca de ello por espionaje: hubo cuan- do menos tres esfuerzos soviéticos separados y afortunados para atravesar la seguridad en Los Alamos, donde era construi da la bomba.* El hecho de que Stalin armase una operacién considerable para espiar a sus aliados a la mitad de una gue- rra que él y ellos llevaban adelante juntos, es otra indicacién importante de su falta de confianza en ellos, aunque hay que reconocer también que los anglonorteamericanos mismos no optaron por hablarle a Stalin de la bomba hasta después de la primera prueba, con éxito, en el desierto de Nuevo México. El lider soviético mostr6 poca sorpresa, por lo tanto, cuan- do Truman le particip6 Jas noticias en la Conferencia de Pots- dam: habia sabido de la bomba mucho antes de que el nuevo der of Japan (Cambridge, Massachusetts: Harvard University Press, 2005), ms reciente. Jato detallado de las operaciones David Greenglass-Julius Ro: rg y Klaus Fuchs, véase Richard Rhodes, Dark Sun: The Making of the Hydrogen Bomb (Nueva Yorke Simon and Schuster, 1995), pp. 27-198. El ter- cer esfuerzo, de Ted Hall, es brevemente discutido en Kai Bird y Martin 5, Sherwin, American Prometheus: The Trump and Tragedy of J. Robert Oppen: hheimer (Nuewa York: Knopf, 2005), pp. 286-287, y en una entrevista con Hall INN Cold War, Episodio 21, "Spies" 2 EL REGRESO DEL MIEDO presidente norteamericano lo hiciera. Pero Stalin reaccioné vi- gorosamente cuando los Estados Unidos se adelantaron y usa- Ton el arma contra los japoneses, tres semanas después, Una prueba en el desierto era una cosa. Un arma real, realmente empleada, era algo diferente. “La guerra es barbara, pero usar la bomba A es una superbarbarie”, se quejé Stalin después de saber cémo habfa sido destruida Hiroshima. El avance norte- americano represent6 otro desaffo a su insistencia en que la sangre derramada debiera equivaler a influencia ganada: los Estados Unidos habfan, a la vez, obtenido una posibilidad mi. litar que no dependia del despliegue de ejércitos en un campo de batalla. Cerebros y tecnologia militar podfan producin, y contaban ahora precisamente lo mismo. “Hiroshima ha sacudido al mundo entero”, dijo Stalin a sus cientificos, y autoriz6 un programa relmpago soviético para aleanzar lo mismo. "El equilibrio se ha destruido [...] Eso no puede ser’ Ademés de ver cémo la bomba abreviaba la guerra y asf negaba a los rusos cualquier papel significativo en la derrota y ocupacién de Japén, Stalin vio también la bomba como un medio de que los Estados Unidos trataran de extraer concesio- nes de posguerra de la Unién Soviética: “el chantaje de la bom- ba Aces politica norteamericana”.* Algo habfa de esto, Truman habia usado la bomba principalmente para acabar la guerra, pero él y sus consejeros esperaban realmente que su nueva arma indujera a una actitud més conciliadora por parte de la URSS. No idearon estrategia ninguna para obtener este resul- tado, sin embargo, en tanto que Stalin ide6 velozmente una estrategia para negarselo, Adopté una linea atin mas dura que antes para empujar los objetivos soviéticos, asf fuera s6lo para demostrar que no podia ser intimidado. “Es evidente —dijo a Sus consejeros méximos a fines de 1945— que [...] no pode- mos lograr nada serio si empezamos a aceptar la intimidacin © damos sefiales de incertidumby ‘Simon Sebag Montefiore, Stalin: The Court of the Red Tar (Nueva York Knopf, 2004), p. 502. ™ Idem, » Stalin a Mol Levering etal, Debat Mikoyan y Malenkov, 9 de diciembre de 1945, en he Origins ofthe Cold War, p. 155. EL REGRESO DEL MIEDO 8 raices de la Guerra Fria en la Guerra Mundial ayudan por lounioe explicar por qué este nuevo conilicto surgié tan pronto después de que el anterior hubiera llegado a su térmi- no, Sin embargo las rvalidades entre grandes potencias desde hacia mucho habjan sido cuando menos tan normales en comportamiento de las naciones como las alianzas entre gran- des potencias, Un visitante interplanetario, consciente de esto, bien podria haber esperado exactamente Jo que ocurris. Cier- tamente un teérico de las relaciones internacionales lo habria logrado. La cuestién interesante es por qué los Iideres de la épo- ca de guerra se sorprendieron tambien ellos, y hasta se ala maron, por el desplome de la Gran Alianza, Sus esperanzas de una conclusién diferente eran lo bastante reales de otra ma: ificilmente habrian hecho los esfuerzos que se hicieron, mitra contiacoa la ica, para concvdar eno gue sue derfa cuando acabase. Sus esperanzas eran paralelas, pero no oS Para reducir el asunto a sus términos mas fundamentales, Roosevelt y Churchill consideraron un ajuste de posguerra que equilibrara el poder sin dejar de abrazar principios. La a era evitar cualquier guerra nueva evitando los errores que ha- bian conducido a la segunda Guerra Mundial: asegurarfan la cooperacién entre las grandes potencias, revivirfan la Liga de Wilson en forma de una organizacién de seguridad colectiva dels nuevas Naciones Unidas, fomentarian al méximo la au- todeterminacién politica y la integracién econémica, de modo que las causas de Ia guerra, tal como las entendfan, desapa- recerfan con el tiempo. La de Stalin era una visién muy dife- rente: un arreglo que asegurase su seguridad propia y de su pats, estimulando simultaneamente las rivalidades entre capitalistas que, segin crefa, acarrearfan una nueva guerra. El fratricidio capitalista, a su vez, aseguraria el final dominio de Europa por los soviéticos. La primera era una visién multilateral que suponia la posibilidad de intereses compatibles, incluso en- tre sistemas incompatibles. La segunda no suponta semejan- te cosa.

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