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INDICE 1 Dario ¥ 10s Portas — HoMenisn EN FL. CENTRNARIO DE SU NAcIMMENTO 3 Jaime Torres Bouet | Respeto para Dario 4 Martin Adin / Mi Dario 6 Carlos German Belli / Ala noche 6 Washington Delgado / R. D. 7 Enrique Molina / Francisca Sanchez 8 Javier Sologuren / Ad marginem Il Jorge Edwards / Et orden de las familias 20 Jorge Guillén / Poemas 21 Enrique Pefia / De ‘Esparia — Los caminos y tos ‘suelios’ con tun colofén italiano 2 Victor Li Carrillo / La condicion intelectual 2% Sulio Cortézar / Tombeau de Mallarmé 2% Norbert Wiener / Un cientifico sicoanalicado y otras péginas autobiogréficas 36 Walter Rosenblith y Jerome Wiesner / El camino de Wiener: de la filosofia a las matemdticas a 1a bio- logia 39 Francois Perroux / Las alienaciones en el medio in dustrial 48 E. Yepes del Castillo / Nota sobre Francois Perroux 49 Luis G. Lumbreras / Para una revaluacién de Chavwn 61 Duccio Bonavia y Rogser Rabines / Las fronteras ecoldgicas de la civilizacién andina 7 Mario Vargas Llosa / ¢Epopeya del sertao, Torre de Babel o manual de satanismo? Notas Comentarios APUNTES 73 Alberto Escobar / Ef rostro de Ciro Alegria 14 Victor Latorre / J. Robert Oppenheimer 16 n al a 85 91 92 Enrique Molina / Oliverio Girondo en la noche de los presagios Jean Franco / Rubén Dario y ef problema det mat Ricardo V. Luna / Hitos en el pensamiento peruanc comentarios a un libro de Augusio Salazar Bondy Fernando de Szyslo / Retrospectivas de Picasso y Bonnard [UNIVERSIDAD INVESTIGACION Cnmica Sara Castro Klarén / Todos los cuentos de Arguedas Blanca Varela / Dos antologias de poesia norteame- Carlos Rodriguez Saavedra / Arte en debate Para nL prstoco Los crimenes de guerra y el tribunal Russell (E.AM.) Este MuNbo Armas para el desarrollo — Los herederos de Basil Zaharoff (Michael Jungblut) NOTICIAS SomRE Los AUTORES TLUSTRACIONES 9410 Fotos de Dario (Lab. fotogrdfico J. Ruiz Durand) 5156 Chavin (Fotos de Abraham Guillén y Herndn Amat) 6366 Fronteras ecoldgicas (Fotos de Duccio Bonavia) En el testo: Dibujos de Pablo Picasso (p. 19, 73, 90, 95) Dibujos de Pierre Bonnard (p. 26, 78, 84, 85) Ceramica Chavin (Dibujos de Félix Caycho) En la cardtula Cabeza de ave (monolito Chavin / Foto A. Guillén) Contracardtula Tela pintada, estilo Chavin del valle de Ica (Foto Dr. M. D. Coe) amaru Yn" Casilla 1301 — LIMA PUBLICADA POR LA UNIVERSIDAD NACIONAL DE INGENIERIA Subdivisién de Extensién Universitaria Director — Emilio Adolfo Westphalen PATROCINADORES Redaccién — Antonio Cisneros / Abelardo Oquendo / Blanca Varela Banco, Central Hipotecario del Corresponsales — André Coyné / Alvaro Mutis / José Emilio Pacheco / Carlos Martinez Moreno / Mario Vargas Llosa Corporacién de Ingenieria Civil Fabrica Peruana Etemit S.A. Asesores — Jorge Bravo Bresani / Luis Miro Quesada G. / Georg Petersen / : Gerardo Ramos / Augusto Salazar Bondy / Javier Sologuren / | TBM del Pert S.A. Fernando de Szyselo / José Tola Pasquel / Gastén Wunnenburger | Tecnoquimica, S.A Precio por mimero 30 soles / Numero atrasado 60 soles Distribuidores en el pals y el extranjero Francisco Moncloa Editores S.A. Apurimac 337 —Lima revista de artes y ciencias Abril 1967 DARIO Y LOS POETAS Homenaje en el centenario de su nacimiento En el afio en que se celebra el centenario del nacimiento de Rubén Dario, el Fundador no sélo de la poesia moderna en América Latina (como acertadamente lo calificara Octavio Paz) sino, a nuestro parecer, en general, de la literatura en lengua espafiola de este siglo, la revista “Amaru”, que quiere estar atenta a las principales corrientes culturales de nuestra época, no podia dejar de seftalar el aconfecimiento. No hemos querido, sin embargo, presentar una recopilacién mas de estudios de critica e interpretacién; no por que no creamos en su eficaci en verdad, compartimos la opinidn, ya casi lugar comtin que quiere que “una obra de arte es aquella en que cada generacién encuentra algo nuevo” (y por lo contin son los criticos quienes 1o sefialan); en este mismo niimero, ademés, ofre- cemos un andlisis agudo de un aspecto poco observado de la obra de Dario* y nos proponemos repetir el hecho en toda ocasién que estimemos pertinente. pero no se puede decir que han escaseado homenajes de esa especie tltimamente y, sobre todo, nos parecié que podria ser mds instructivo comprobar en alguna forma la relacién intima, personal, directa de los poetas vivientes de habla espa- fiola con el gran antecesor. Nos dirigimos, por ello, a varios poetas notables de diversas generaciones, solici- tandoles un breve texto (en prosa o verso) en que expusieran lo que para ellos signifieaba Rubén Dario 0 lo que éste todavia les inspiraba. La respuesta no ha sido * Véase en la pa 7: Jean Franco, Rubén Dario y el problema del mal. tan amplia como habiamos deseado. Nuestro plazo fue, tal vez, demasiado corto; muchos poetas ya habian tenido oportunidad de rendirle honores recientemente 0 de recordar su experiencia de una larga 0 corta o accidentada frecuentacién de su obra; en otros, también, como sucede a menudo, el deseo no Ileg6 a cristalizar ¥ los textos prometidos no llegaron nunca (por mds que guardemos la esperanza de que, aunque tarde, arribardn un dia y podrdn ser incluidos en ntimeros poste- riores); por fin, varios seguramente pasaban por esas circunstancias cfclicas en que incluso los mas venerables maestros nos dan da impresin de habernos aban- donado porque no nos dicen lo que precisamente necesitamos en tales momentos, en cuyo caso nadie se atreverta a forzar la inspiracién. De todas maneras, la cosecha aunque parca ha sido substanciosa y —nos atreve- riamos a decir ejemplar. Primeramente, es sintomédtico que, salvo uno, todos los demds participantes hayan escogido ta poesta como medio mds idéneo para expre- sar la relacién personal con Dario. Se habria tocado el punto sensible y la viver- cia no se encarnaria adecuadamente mds que en el ejercicio de lo que a todos ellos les es mds propio y genuino. Tenemos aqui —como presentiamos— otra prueba de la vitalidad del genio de Rubén Dario: su capacidad para hacer vibrar otras har- as, extrafias y, acaso, opuestas, pero en modo alguno discordantes. Se notard, por otra parte, una como superposicién de rasgos, en armonia y contraste, que hace resaltar tanto propiedades de Dario como de los homenajeantes, cada uno retra- tandose al retratar a Dario. Estariamos, como en fotografia, ante una doble expo- sicién, con resultados acaso chocantes para algunos, pero que dan fe, més que de familiaridad, de reconocimiento, de amor y hasta de veneracién. Podremos, por tanto, sentirnos satisfechos con nuestra iniciativa y agradecer viva- ‘mente a nuestros distinguidos colaboradores que, interpretando nuestro anhelo, han hecho posible esta corona sui géneris en que junto a las cabales palabras con que Jaime Torres Bodet repara un distanciamiento que su generacién pudo sentir ante tan cercano y poderoso predecesor, otros poetas mds recientes no han vaci- lado en elevar treno y loor, a st manera, con instrumentos y formas desusadas aunque, por lo mismo, mds eficaces, por la gloria de la poesia y la tragedia del poeta. Jaime Torres Bodet Respeto para Dario Mis primeros versos aparecieron, en un 0, en diciembre de 1916, Ese mismo afio, en febrero, habja muerto Rubén Darfo, de quien hoy todos Jos afses de habla espafiola celebran el centenario, pues vino al mundo —en Meta- a, de Nicaragua el 18 de enero de 1867. Confieso que, para el adolescente que era yo en los dias de Ia publicacién de mis primeros poemas de aprendizaje, Darfo significaba acaso menos de lo que significa, para mf, en Ia actualidad. Habfamos recibido —jcon tan poco mérito propio!— la herencia del modernismo, y éramos tan jévenes, es decir: tan impa- cientes y tan audaces, que muchos de mis compafieros de generacién, y yo entre ellos, juzgébamos el idioma poético en que podrfamos ya expresarnos como una condicién natural, como una circunstancia histérica, como un “clima” —que se acepta y no se agradece. Incluso, por influencia tal vez de Darfo, pretendiamos huir de Dario. Algunos estimabamos més al buho del soneto famoso de Enrique Gonzélez Martinez —ave nocturna y sabia— que al cisne de Rubén, de tan herdldica estampa sobre un Iago de azur... Con Jos afios, pude reflexionar sobre 1a injusticia en que incurre a veces la ju: yentud. Y, de esa reflexién, fue naciendo, en mf, por lo que atafe a Darfo, un sentimiento distinto: no de discipulo ciertamente, pero de admirador respetuoso y fiel iCudnto le debemos todos los que usamos el espafiol literario del siglo XX! El 9 los mejores de sus émulos— tuvieron que luchar con una lengua estratificada y endurecida en moldes académicos muy burgueses. El gran idioma de Cervan- tes, de Géngora y de Quevedo se habia convertido en el espafiol de Ntifez de Arce y de Campoamor... Eta indispensable iniciar, durante el dltimo tercio de la pasada centuria, una verdadera revolucién idiomética. Y el caudillo de esa insurgencia seria el prosista de Azul... y el poeta de Prosas Profanas. Més tarde, Dario comprendié que no bastaba la revolucién del idioma. Ahon- dando en si mismo, advirtié Ia necesidad de llegar, merced a la melodia de las Palabras, hasta la misica interna de las ideas. Expres6, entonces, su. emocién esencial de hombre. Lo que otros —y, acaso, él mismo— habjan tomado por mat- mol de Ia estatua bella y decorativa, era carne, vivida y vulnerable. El poeta penetré asi en los misterios de la “‘selva sagrada”. Y de alli salié, menos reves- tido de imagenes y de joyas, pero més alto, més luminoso, més libre y puro. De desnuda que estd brilla la estrella, dijo, en aquel instante... Y esa leccién de sinceridad y de belleza— contintia siendo valida para todos, hoy, como en 1916. Martin Adan Mi Dario Essa hoje esté verde... esa hoja de flora, Rubén, gy qué me hago de lo verde este dia? GEste dia que soy y que soy todavia, A pesar del extremo, a pesar de la hora? éCuindo seré otra vez como el nifio que llora Bajo la hoja verde... que perdié su alegria? eDénde seré otra vez como noche que guia A la mafana {nsita, innata, sin ahora? Esa hoja esté verde, Rubén, y no supiste De estérteme ahora, otra mi cara triste, Sobre cada madera que no mata bastante! iHondo en cada atatid, que no Ileno de vidal... iAsaz en pensamiento que consume y se olvida Como Ilama que hiciste de tu andar de adelante! CSapes, Rubén’... La letra es larga y tenebrosa Como la vida, como esta vida que vivo, Con mis dioses adentro en mi yo de cautivo, Furioso, y a un vidrio de ventana una rosa. Y Ia letra sc escribe con la mano furiosa Bajo un entendimiento de con cuerna de chivo. Y asf todo es verdad, hasta rima que escribo, Sonriendo a mi rabia que atilla y que se goza. Y la rosa se est, primera y dondequiera Y pregunta: {Por qué no callas, Alma Mia, ‘Alma mfa de mano que no empufia siquiera? {Sabes, Rubén?... Hiciste el mundo y lo dejaste, Como el viento que pasa o como el dios cualquiera, Este dios humanisimo, el que nunca me baste!... 4 Astes: una calle desierta como es una ole Y un uno que se shoga conténdose palabras. @No es asi, Rubén? 20 ser como cabras Y cabros que se comen de una sola amapola? 20 de otra flor de allé, salvaje, eterna, sola? O del propio cadéver que, sudando, te labras, O del humano tinico de la puerta que no abras, de la bestia horrenda que se lame la cola? iSf, td me lo dijiste, Rubén, y yo lo digo, De Ia calle perfecta, desierta, de conmigo, Donde todas las veces se huyeron a mi paso! No te toco, Rubén, pero te sé aqui mismo, Aqui mismo, Rubén, horizonte de abismo: La Luz es otro abismo, Rubén, més ciego acaso... Rupe, todo es tragedia... la flor en la maceta, La luz donde no esté, la mano todavia, Y¥ este cuerpo que crece y muere de su dia, Y este ir y venir sin querer del poeta... Nada es sino que es... la flor que se est quieta Como dicen que est, y mira en su agonia A la luz de su muerte y a alguna mano fria Que no toca, que sabe lo de deidad secreta... iTodo tan simple y trégico, Rubén, el alma mia, La que mea tal vez y golpea a otra puerta Con el golpe redondo del ebrio que se gufa! iTG, que hiciste tu verso y moriste y lo sabes, zDénde me estaré entero en donde no me cabes Un hueso sobre el otro, Madera, Poesia? ‘ORQUE era un viejo loco, como ta inteligente. sabfa qué hacer con sus manos caidas, por él sé de ti, de tus cosas perdidas, de tu coraz6n, tan ebrio y diligente! fo-sé de ti, Dario, y yo sé de tu gente, gente que es uno enfrentado al desvio! yerdad que soy el prdjimo, el sombrio que me remira como mira el ausente? ies, Mi Darfo... nada més, y una mano cae en lo vacio como mano de humano, ¥ dos ojos tal vez, impiadosos, divinos.., si es todo, Rubén, y lo de antes no se era! comenz6 conmigo terror y primavera! no sabes qué andar en todos los camino: Como cuando nacias, Amor, y eras un acto la Naturaleza porque es la primavera! De la sonrisa ajena y de la flor del cacto de lo que yo no quise de la vida cualquieral... , wi es, Rubén, el tan poeta mio, los puentes espléndidos sobre mi rio frio, El poeta que soy y que nunca me alcanz0l... ‘que corre!... Sabes, Rubén, de desventura, alguna luz que quiera la ventana segura? 4 sigueme, Rubén, que sintamos descanso! 1S tents rentsiedteconniberta afligida, Este gato que soy por todos los rincones, Y este humano tremendo de dioses y razones Y este ser uno solo a través de la Vida! iSf, la Vida es real, como una agua de huida, Como el rio que esté a todos corazones Huyendo como un rio de eternas sinrazones, Y un gato que se teme del agua, tan bebidal Si, Rubén, es asi, aunque yo no lo quiera. Siempre seré el verano, siempre la primavera. Y siempre la ironfa del poeta gotoso. iSiempre seré mi ser porque me temo y vivo, Rubén! {Siempre seré con el brio del chivo Y acaso con su muerte de camal y sin gozo!... Vii comer el jamén a un muchacho. {Qué pena, Rubén... mano que cuelgo y no come na iEra un muchacho ebrio, con su. todo y st nada! Lo vi tregar, Rubén, no era mi escena. iQué tristeza, Rubén, de una tristeza plena Que no sabe de sf y echa Ia carcajada Como se suelta el pedo, como se mira a cada Otro con su sombrero y con su magdalena! iQué tristeza, Rubén, que tanto no sufriste! IY uno come el jamén con su boca de triste, Y el cerdo que me hizo tan buscado y presentel... iTantos dioses, Rubén, pero sélo dos manos!.. Qué cerdo no me mira con sus ojos humanos? iRubén, y ese muchacho que soy... el ausente! Carlos German Belli A la noche Los que auscultasteis el corazén de la noche Abridme vuestras piernas y pecho y boca y brazos para siempre, que aburrido ya estoy de las ninfas del alba y del creptisculo, y teposar las sienes quiero al fin sobre la Cruz del Sur de vuestro pubis aun desconocido, para fortalecerme con el secreto ardor de los milenios. Yo os vengo contemplando de cuando abri los ojos sin pensarlo, y no obstante el tiempo ido en verdad ni siquiera un palmo ast de vuestro cuerpo y alma yo poseo, que més que los noctémbulos con creces si merezco, y lo proclamo, pues de vos de la mano asido en firme nudo Megué al orbe. Entre largos bostezos, de mi origen me olvido y pesadamente cual un edificio caigo, de ciento veinte pisos cada df, antes de que cefiir pueda los senos de las oscuridades, dejando en vil descrédito mi fama de nocturnal varén, que fiero caco envidia cuando vela. Mas antes de morir, anheloso con vos Ia boda espero, joh misteriosa ninfa!, en medio del silencio del plancta, al pie de la primera encina verde, 6 en cuyo lefio eseriba vuestro nombre y el mio juntamente, y hasta la aurora filgida, como Rubén Dario asaz folgando. Washington Delgado RD: Misica azul, missica de oro, delicada vor, fina ‘voz enterrada, cisne de Nicaragua, magico ruisefior, elevado lirio, golondrina de una celeste América, triste follaje que de tu frente brota y sin cesar te oculta, Masica muerta y ceniza encuentro, no encuentro tu poesia. A tu vera camino, Se derrumbé el tiempo en que viviste. Bellas imagenes, dulce sonido, Kinea, color, aroma, todo lo que un dia tembl6é bajo tu mano en nicbla se ha deshecho, niebla sin matices, sin alma. Junto a ti me pierdo: tanta misica abandonada por la muerte, ‘4 solitario en tu pais de nieblas ni miras ni me hablas. Ya no sé sia tu lado persisto. Detrés de ti o delante 0 pisindote la boca, no sé dénde encontrarte. Olvido tu perfil, el timbre de tu voz, la luz y el aire que tus versos levantan. Entro en la pesadumbre de tu vida consciente, encuentro tu corazon —no tus palabras— yen el silencio de tu asombrosa soledad destella 1a clatidad de tu poesia, se adensa en cristalinas gotas puras, rio infinito que me refresea cl alma. Enrique Molina Francisca Sanchez jt que vienes de campos remotos y ocultos! Disftazado de embajador 0 de mono O de duque de los confines de la lascivia Nada apaga las constelaciones del trépico Los enceguecedores volcanes Que fermentsn henchidos de flores En su corazén —iOh amado Rubén!— Y de pronto La criada fosforescente cantando por los pasillos De una pensién de Madrid La arisea mata de pelo sobre la muca de vértigo Tantas noches Enyuelto en sombras venenosas Se propagan aillan los fantasmas En su sangre aterrada En tales cuartos amueblados del insomnio Ella reaparece desnuda entre los monticulos Del campo lentamente desnuda Devorado ahora por el éxtasis Con las venas Henas de brasas Junto a ese cuerpo gemelo en Ja oscuridad: Francisca Sanchez, Sola en la hierba de las caricias Sola cn su instinto de rescoldo El viento reconstmuye sus risas abrazos de loba Labios predestinados A ese rey de la fascinacién de vivir El fastuoso profeta al borde de la catistrofe y Ix gloria Muminada por cirios de aldea Y ese hechizo de hornalla decapitada remota En un rinedn de Castilla Con los negras embutidos ahumados de la muerte EI rojo jamén de la vida Contza tales miscrias de literatos nupcias putas y periddicos Ella hace girar La rueda de sus senos de hembra inmemorial Ha regresado cantando desde los cangrejos De la playa Piemas de campesina brillantes en los anillos del sol Afios y afios La Yadwiga doméstica sobre el sofa de la jungla De una oscura costumbre de opulencia carnal Pande raiz y demencia humildad ¢ inconstancia En el vaho de las caricias Entreabre su trenza fatal El calor de la mujer dormida que sobrepasa Cualquier asilo de piedras prudeneia y plegarias Cada vez mis tirdnica Cada ver. mds entraable La espiral de sus muslos y su cuerpo sin limites EI sexo El alado declive hasta las «iltimas eélulas Como un lento cauterio de la noche En lugares que se dispersan Barcelona Paris Les Halles La Cartuja Mallorca Un hogar en el viento Con cuchatas y sbanas himnos y ultrajes Para ese ardiente huésped de la tentacién El lujo del mundo Ileno de labios y tumbas Ignorante come la luvia Francisca Sinchez ‘Tan sélo lee en el pan que corta en suefios En Ia sal de las Mgrimas La arcaica criatura silvestre Con un plato de sopa Disnelve como el mar la razén de los muertos “Tibieza de axilas y de lenguas Sélo ella es real En el amanecer de Ja leche en sus ojos profundos Desdichado Rubén Sélo ella ¢s veal en la yordgine De dientes de relimpago Cuando sollozas Bajo la tela negra que cubre a veces tu cabeza —Una hermosa capucha de patibulo— ‘Te retuerces y flotas en lo hiimedo De un aledzar de ratas jFrancisea Sénchez acompditame! Y tan lejos La aceitosa bahia de los loros La dignidad del sol en los bananos Una mano de panal sultido te acaricia Crece Ia perla de la muerte Yuma yer més La mujer de los pajaros te mira tristemente Le obedecen tus ropas y la noche ‘Te otorga La absoluciin salvaje de su cuerpo A través de los muebles de la tierra Tallados en raices A través del océano Aiin Ia vex donde Hora Solitaria contra €l muro de Espatia De dspera sal de paramo y sangre dura Memoria y desamparo Javier Sologuren Ad marginem as mubes eran rosas celeste Ja care de la mujer que es rosa y deslumbrantes tus ebrias dentelladas en lo oscuro Félix Rubén azul en tu interior murmuraba el pleno anhelo una escala de soles te encendia la sangre despertaba tus yemas tus miradas tus labios en cl filgido espacio era Ia vida vibrante encantamiento un colibri (asi tu caramillo baiié mi adolescencia y me esponjé en tu linfa y me asomé a la verde claridad del amor un follaje donde déciles rayos tejian la sedosa prenda de juventud el canto fue primero como Hegar a todo sin el canto y solo con el canto cémo llegar a algo) obr6 después fatal Rubén nos lo dijiste Ia labor del minuto y fuéronse secando la fuente y el color y fuéronse quedando con ese blanico de la sangre que es su ausencia cl pensamiento te broté como sustancia ardiente como llanto algo te bundia aterido en Ia tinicbla algo que no era Ih gloria de la carne a noche quiso ahogar tu corazén pero tenfas en tus manos imas cartas unas palabras cflidas una luz. perdurando y la noche no pudo envolverles Rubén iii ] | A ii Hl , | Jorge Edwards El orden de las familias Je dis seulement, chose générale dans te monde, que tes femmes conservent Yordre exisiant, bon ou mattvais. Sill est mauvais, c'est bien dommage, Et Sil est bon, c'est probablement encore dommage. ‘Ahora recuerdo que nos parecié muy natural, a pesar de To poco que nos conociamos, la invitacién de Ver6- nica al campo. Después supimos que mi madre lo habia arreglado todo. Mi madre tenia bastante confianza con Ja familia de Verdnica, desde sus buenos tiempos; ade- mils, era experta en arreglar asuntos de esta clase. En esos dias, mi padre no se sentia nada de bien; estaba palido, desencajade, y se le olvidaban las cosas, Poco antes de que partiéramos le vino una fatige, a media- noche. Dormfa mal y se pasaba tas noches caminando pot la casa. Decfa que el mejor descanso, para él, era veranear en Santiago; pero nosotros adivinamos, a. tra- és de na conyersacién de mi madre con José Ventura, que habia hecho malos negocios y no podia pagar el arriendo de una casa en Vira, Mi madre dijo que josé Ventura se habia portado muy bien: el tinico de la fa- tmilia que se habia portado bien. Y ti me dijiste, aparte, en un tono desacostumbradamente serio, que no habia que insistir en lo del veraneo en Villa. Asenti con Ia ca- beza y te miré a los ojos, en silencio, mostrando que comprendia que Ia situacién era grave. “A lo mejor es bonito alla”, agregaste, conciliadora, ‘A lo mejor”, dije, “seguro”. Me acuerdo que desperté una noche y mi pa. dre estaba en el dormitorio, Habia encendido la luz y revisaba Ia mesa Mena de libros. “{No tienes aqui el auia de teléfonos, por casualidad?” jQué idea! Nunca he guardado en la pieza el guia de teléfonos. “Es que ando buscando una direccién”, dijo él. Con las manos en los bolsillos del piyama, la mirada errética, el pelo en desorden, los pantalones medio caidos, salié al corredor, donde también tenia la luz encendida. Tuve que levan. tarme, apagat la luz de mi pieza y cerrar Ia puerta, Es- euché su voz a través del muro, haciéndote Ia misma pregunta. iPensar que van a cumplirse cinco afios! Versnica, desde el primer instante, fue extremadamente acogedora y célida; nos hizo entrar de inmediato en con: fianza, Nos indicé nuestros dormitorios y después nos mostré las casas, las bodegas y Ia capilla del fundo. Ta HL Mrcraox dijiste que te encantaba el olor de las bodegas. Al en- trar a Ja capilla te persignaste en forma meeénica y con- templaste las vigas del techo, sin haver comentarios, Las casas, de estilo colonial, estaban refaccionadas, Henas de adelantos modernos, agua caliente a chorros, timbres, refrigerador, hasta un citéfono para llamar al repostero. Yo no salia de mi asombro y tt, seguramente, pese a que habias visto mas cosas en tu vida, tampoco, pero actuébamos como si nada nos Hamara ‘mucho la. aten- cién, En la tarde salimos a caminar y Verénica contd gue se aburria como ostra en el campo: era una suerte que bubigramos ido; era una suerte, también, que sus padres no estuvieran; su. presencia imponia toda clase de limitaciones. “Llegan el sabado, con José Raimundo, un primo mfo que es un plomo. Los compadezco a us. tedes", afiadi6, dirigiéndonos una mirada de conmisera- cin. Nosotros sonrefmos. Los amuncios de Verénica no conseguian alarmarnos; estébamos en jauja, y el sibado nos parccia demasiado lejos. “Deben de ser riquisimos", te dije esa noche, en un momento en que Verdnica ha: bia partido a buscar més hielo, “Supongo”, dijiste, sin demestrar interés por el tema, levemente irritada, Mi observacién destrufa cierto clima irreal en que te habias instalado muy a ti gusto. Volvié Verdnica del repostero y reanudaste el diélogo con ella, desvinculada de mis acotaciones triviales, —Y por fin ~preguntas—: {te subieron el sueldo? —No —digo yo—. Ere una falsa alarma. Bajas Ia vista, decepcionada, y contindas cosiendo, Eran cosas del ayudante de contabilidad: en su optimismo, erey6 oir que Te daban un aumento a toda la seccién. “{Cudindo se ha visto que den aumentos por puro gus. to?" El ayudante se puso a discutir, exaltado, y en el calor de la discusidn se convencié definitivamente de que habia ofdo bien. Esa noche vine a comer aquf y te hice al anuncic. Por darte, alguna yez, una buena not cia. Con la diferencia compraria, por mensualidades, un pasaje de avin a México. “Un viaje de consuelo, Ya i que no se puede iy hasta Europa.” Ta celebraste la ccurzencia. "A imi también me convendria_un viaje", ijiste, “pero, emo? ¢Con quién dejo al nido?” "Con mi madre ni hablar", dije vo. Te encogiste de hombros. {Ni hablar! Después ‘Ilegé Ver6nica y le comuicaste la buena noticia y me felicité. Brindamos con un vaso de isco puro, Quise que probaras un sorbo y tuviste un esto de repulsién. "jCémo pueden tomar esa mugre!” Verénica se repitio Ia dosis ¥ quedé achispada, euforica. "Se acuerddan de la mona que nos pegamos en el cam po?” Tu sonreiste, pese a que el tema del alcohol no te hace la menor gricia. Tcreible que hayan pasado cinco amos, Verdnica y yo Cantébamos a voz en cuello, sin em jonacién ninguda, y Wi nos Hevabas del brazo, firme mente, Los ocupanies de una casa de inquilinos salieron a mirar; al ver que Ia hija de los patrones vociferaba, tuna cancion obscena, regresaron al interior, inexpresivos. Menos mal que a los padres de Veronica no’se les ocurrié. Iegar ese noche. To nos metiste la cabeza debajo de Ia ducha, ® empujones y pellizeos encarnizados. Verénica, en Ia ducha, siguié cantando, Yo me serené, nie sequé la cabena y te quise besar. “jPerdén, hermanital” Retroce- dias y yo trataba de alcanzarte en la oscuridad, conmo- vido, Ai fit me toleraste un beso en los dedos de la mano izquierda. "Por qué no pololeas con él?", dijo Verdnica, “(qué importa! Le pedimos permiso al Bapa..” Se ten: aid en Ia cama, rigndose, Parece que la pieza, de repente, temper a darle vueltas. Se levanto con Ia cara contraida, con una mano en el estémago, y corrié medio agachada al baiio. El chorro eayé en las baldosas, antes de alean- Zar el lavatorio, Acudiste a sostenerle 1s frente, con esa Gficacia que siempre me asombra, a prueba de repulsio- hes, A menado pienso que habrias sido un buen médic ame ef espectéculo de Ia miseria corporal despliegas ene Pies insospechadas, También me hubiera gustado esti. ‘iar medicina, pero a mi se repele demasiado ver sangre, ZY cémmo esti mi mami? —preguntas, volviendo a le- vyantar Ia vista. —Bien,,, Bostante branquila, No he teaido un minuto para ir a verla —dices~. Ma- wna voy sin falta. —jAndal —digo yo. Se ha estado queiando de ti, ultimamente; dice que eres vuna ingrata, que Ia dejas botada como un perro. Es bprande, cada vez mayor, su aficién a las frases melodra- miticas, como si le procuraran una diversiGn secreta ‘y perverss, “j0ué tristeza!”, exclama, “qué desolacién 1a ida de una mujer solal” “Y yo, eno cuento para nada?” ‘Eres el tinico consuelo de ani vejez", declara, “jlo que es la otral” "No hables asi; se ha portado muy bien con- tig.” "gBien coumigo? ¢Bien conmigo? {Cria cuervos, ¥ te sacarin los ojos!” Pese a que la conoces tan bien como yo, prefiero no repetirte estas cosas, Para qué. A veoes sospecho que reaccionas con una rabia sorda, como si no midieras de quien viene la ofensa, Sueles revelar, de pronto, una es- pecie de portiada dignidad, un sentido matriarcal into- cable y extraio. n El sdbado, tal como habia dicho Verdnica, legs 1a fami- ia: los padres, una tia menuda y opinante, y un nifio de unos diez afos, con algo de monstruo en la cara, Vero nica ya nos habia advertido que su hermano menor era un monstruo, Detras de ellos, en un convertible iitimo modelo, legé José Raimundo, Me cayO desagradable de partida: bajo, mofletudo, daba la impresién de un mu- chacho mimado, blando 'y despético a la vez. Toda su vestimenta de campo parecia recién sacada de la tienda Lo veo bajar del autombvil, sacudirse las manos y salu dar a todo el mundo por igual, con una inclinacién y una sonrisa mecénica, No demostrd ninguna preferencia por ti, en ese momento. Tampoco en Ia tarde, cuando salimos ‘a caminar acom- pafiados por la tia y por el monstruo. Pero en la tarde signiente nolé que sc quedaba cerca tuyo y trataba de hacer chistes y bromas, que tt celebrabas sin entusiasmo. Felizmente, anuncio después de comida que debia regre- sar a Santiago. “Por desgracia’, dijo, “tengo unos asun- tos en Santiago manana a primera hora." Esperamos es: cuchar el motor del automdvil y entonces, Veronica y yo, celebramos su partida, Verduica bulliciosamente, yo con més discrecién por no ser de la casa. Charito, la salt6 a la defensa de José Raimundo; talento”, siempre el mejor alumno de su curso, en el co- legio y la universidad; y era mucho mayor gracia por watarse de un hijo unico, regalon de una familia rica, “Por lo demas”, agrego la tia Charito, dirigiéndose a ti maliciosamente,"“me parecio notar que te hacia bastante fiesta", Rechazaste con energia, algo miborizada, la supo- sicign de la tia Charito. "{Pobre Cristina”, exclamé Vi ronica, “jel enamorado que le fue a tocar!” “:Por qué pobre?", pregunté Charito: “\Un gran partido! jQué me- jor se quiere!” “Dime”, pregunté Verénica, exasperada, ‘apelando a tu testimonio directo, “gcdmo encontraste a mi primo? ;Dilo francamente!” “No es tan pesado”, res. pondiste, coneiliadora, y tanto Verénica como Ia tia’ Cha rito estimaron que t respuesta fes daba ta raz6n. “Ven ustedes!", exclimé la tfa, y Verdnica afirmé, con plena seguridad, que hablabas ‘asi de puro bien educada. No me cupo duda, por mi parte, de que Verénica estaba en lo cierto. Con’ su gordura fofa, sus modales estereotipa. dos, su ropa impecable, José Raimundo correspondia exactamente al tipo de persona que mirabamos en 1m nos, que nunca tendria acceso a la cofradia que form: amos entonces. Podiamos diferir en muchas cosas, tt, Veronica, cuya afinidad se nos habia revelado en pocos minutos, y yo, pero un desacuerdo en esta materia no nos parecia concebible, La discusién sobre José Rai mundo se prolongé durante un buen rato y al final Ia tia Charito se retiré a su pieza, molesta, declarando en- EAticamente que en esa casa nadie se libraba del pelam- bre, “No me rajen, por favor”, dijo, lena de resenti- miento, antes de salir del salén, y apenas traspuso el umbral Verdnica lanzé una carcajada que debe de ha- berle ardido en Jas orejas. Lo pasamos muy bien con Verdnica, no se puede negar: Hacia mucho tiempo que no lo pasébamos tan bien, El mionstruo molestaba un poco, a veces; pero era mas bien pacifico. Palido, con una expresin malsana y odiosa, se pasuba rebrecando contra las faldas de su madre, que le foleraba los caprichos més absurdos, Una vex tuvo una palaleta en cl comedor y agarré el bistec con la mano ¥ Io bots al suclo. Me dieron ganas de molerlo a palos. Pero en general no se metia con nosotros, andaba a ia siga de sti madre. En cambio, a la tfa Charito le gustaba entrometerse y opinar; después de esa primera discusién, sin embargo, estuxo mas discreta, No volvié a meacio. nar, desde Kiegd, el cema de José Raimundo, En las pa- seos de las tardes se ponia filosética y hablaba de la religidn y de la muerte. Miraba, por ejemplo, la puesta del sol y devia: “(Como puede haber gente que no crea en la exisiencia de Dios! Es imposible que haya un atco Sincero. jlmposiblet” Yo me atrevi a discutile; no todo <1 mundo ha recibido la gracia, que, permite creer; Ia misma doctrina catblica to sosticne.. "Clerto”, deeia ella, y no obstante, el crepisculo, el horizonte inmenso, Heno Ue nubes rojas, que contemplaba de brazos cruzados, en éxtasis... Nosotros guardabamos silencio; par momentos, Ja exallacin de la tia Charito se nos contagiaba. =1Oué horas tienes? preguntas ti, sin despegar Ios ‘ojos de la eostura. —Todavia es temprano. Cinco para tas mueve. Estibamos en Ja cumbre de una colina y al fondo se veia el estero angosto, de aguas profundas, que lamian eon Jentitud ios tentéculos de los. sauces, Una tarde nos me fimos en una balsa de maderos podridos, en taje de ‘ano, y la tia Charito, desde la orilla, se puso a gritar his: térica que volvigramos, que la balsa podia pactitse, Por molestarla, Veronica, que era muy buena nadadora, em- pezé a balancear Ia balsa, y te aferraste a mi, chillando de susto. Nado periectamente, pero tenia miedo, me producia miedo y repulsiOn Ja idea de caer al agua fria, lenta, lena de peces que de pronto saltaban cerca de nosotros, sin que alcanairamos a verlos (s6lo velamos al circulo de Ja superficie; en la profundidad adivinabae mos seres viscosos, guarisapos, Jarvas, el barzo de Ia ork lia se desintegraria cuando intentaramos salir, raices ea comidas por la humedad, parccidas a serpientes). Vero- nica aclivin6 ese miedo y prolongé el paseo, llena de ale- ria Sédica. Sélo tus lamentaciones lograron conmoverla, por fin, y acered Ja balsa a tierra. “No wuelvan a repetir esa roma”, suplicd Charito, desencajada por los nervios. Veronica, sin prestarle la ménor atencién, se sumergié de un salto y madd hasta la ribera opuesta, “Métanse", gritd desde ahi, aferrady a unas raices, pero ti dijiste que na- dabas muy mal y yo no me quise meter, El barro del estero me daba un asco insuperable. jQué rarot —dices—, Se ha hecho bastante tarde. Haces ademén de abandonar Ja costura. Miras en diree- cidn al comedor. Después resuelves que no tienes otra cosa que hacer, que ese trabajo es lo mejor para calmar Ja impaciencia. EI reloj, con algunos minutos de retraso, da las nueve campanadas —iVes? —digo—. No es tan tarde, Cuando regresamos a Santiago, mi, padre habia empeo- rado mucho. El insomnio le impedia todo descanso, En Ja mesa def comedor, tamborileaba con los dedos ycla- vaba la vista en el vacfo. Por momentos, el ritmo erecia y se tornaba inguietante, Las comidas le parecian inst pitas; despuis de probar dos o tres bocados, apartaba el plato con un gesto de repugnancia. “Si no té gusta no comas, pero 10 dejes Ios platos al medio de la mesa.” Como ‘inica respuesta, el ritmo ascendente de los dedos, No es que no quisiera responder; es que no habia escu chado una sola silaba. Olvidaba las cosas mas elemen- tales —ponerse la corbata, abrocharse los botones del marrueco—, y hablaba con escasa hilacién. Su costumbre de pasear durante Ia noche por los corredores y de en- trar intempestivamente a los dormitorios se habia ace tnado. Ya no dejaba dormir a nadie. Una vez que me desperté a las tres de Ja manana dliscutimos acerbamente; Je cemé mi puerta con lave en las narices, temblando de furia, Tengo la impresién de que estuvo largo rato al otro lado de la puerta, lelo, sin atinar a moverse, recor- dando de manera confusa 'que habja discutido con al guien, con quién, sobre qué... Echabamos de menos a Veronica, que seguia en el campo. Solo ella podia salvarnos del aburrimiento infinito, an- tes de que empezaran las clases, sin un centavo; munca habia dinero en Ia casa, Recorrimos Ia ciudad a pie en todas direcciones, hasta liegar muchas veces a los cerros vecinos 0 al campo raso. En las tardes que comenzaban acortarse, extraviados en un bosque o en un terreno donde los trabajos de urbanizacién trazaban las huellas de ca Iles futuras 0 en fos faldeos de un cerro, pasabamos re- vista a todos fos temas imaginables. Decias que te car- gaban los hombres, que jams te casarias, que todas las insinuaciones y los desvelos de mi madre te producian un efecto exactamente contrario al que ella buseaba, Es taba resuelto tu ingreso a la Universidad y anunciabas ‘que te bas @ ganar ta vida haciendo clases. Por mal pa- gadas que fueran. Necesitabas poco para vivir. Declaré que tampoco pensaba casarme; qui2as podriamos vivir juntos; aunque no gandramos gran cosa, se juntarian dos Sueldos, Habria que dejar un fondo mensual para viajes, eso si. Encontrabas que lo del fondo para viajes no era mala idea. No estaba mal: aunque uno ganara més que €l otro, tt mas que yo, ei dinero seria comin y el fondo para viajes lo utilizariamos en partes iguales. "O distin- fas, si uno quiere viajar y el otro no quiere..." Distintas. Algo fundamental seria Ia independencia; un pacto rigu: oso; nadie tratarfa de imponer reglamentos, lijar horas de Megada, rituales de cualquier especie; las preguntas se prohibirian; ibamos a contradecir el orden gue procl- raba establecer, por Io demds sin éxito, en medio de ix mentaciones estérifes, mi madre; Hevariamos Ia negacién ese orden hasta ‘sus uiltimas conseeuencias. "ZNo te cP” ¢No estabas completamente segura? Declas que Si, que por supuesto, “;Formidable!", gritaba yo, Levan tando los brazos, exaltado. La noche Hegaba demasiado pronto, el viento frio de la cordillera, y proponias volver, el hambre nos estaba asediando, imaginébamos de ante mano una decepcionante sopa de letras o un plato de espinacas, un huevo frito sobre las espinacas habria sido mucho Tujo, en ese tiempo. Me gustaria saber si todavia recuerdas esas conversa: 13 Una tarde encontré a José Raimundo en el living de la casa, Se habia dejado caer de sorpresa. Mi madre, muy animada y algo relamida, como si la naturalidad,’ entre nosotros, se perdiera junto con cl dinero, sostenia la con- versacion. Me senté frente a José Raimundo y no abri Ja boca. No estaba dispuesto a hacer la menor concesién, ‘Al poco rato entraste y lo saludasie con amabilidad, aun. que sin entusiusmo, Se hablé de las vacaciones que ter- minaban. José Raimundo dijo que venia de Pucdn. “Me gusta mucho Ia pesca”, dijo, “zy a ustedes?” “A mf me encanta”, difiste, y te ‘miré con furia: Pucdn, la pesca, todas esas cosas, estaban fuera de nuestro alcance. Mi madre insistio para que José Raimundo se quedara a comer. Salié del living y mandé répidamente a Domi & comprar jamén y vino; me asomé al repostero y vi a Domitila, que no ‘estaba para esos trotes, que ltim: mente vivia cansada, partir recongando. “éPor qué Io con- vidaste?”, susurré. “;Y a ti qué te importal”, contest mi madre en voz baja, enrojeciendo de ira; “geres ti, abora, el Hamado a decirme a quién debo invitar a mil casa?” “A Cristina Ie carga”, dije, “no puede aguantarlo”. “iNo es verdad!" replies ‘mi madre; “zde donde sacas eso? Es un muchacho muy simpatico, Y muy caballeroso, gPor qué motivo le va a cargar?” “jEs un perfecto im- bécill”, exclamé, sin controlar por completo el tono de a vou, y sali del repostero para no escuchar Ja respuesta. En el salén, José Raimundo, a sus anchas, hablaba de musica. Era’ perfectamente’ insensible a ix hostilidad ajena; tenia piel de elefante. Se las daba de conocedor ¥ decia que los cuartetos de Beethoven eran lo més extra- inario que se habia escrito, “ZA ti te gustan?” “Algo”, dijiste, impévida. 2A 112 Quise gritar a vor en cuello que no los habias escuchado en tu perra vida, que no salias de las canciones de moda, que por mi parte preferia mil veces las sonatas, y Bach,'y las Gperas de Wagner, qué sé yo, pero me contuve y opté por decir que me gustaba Stravinsky, la Consagracién de la Primavera. José Rai- una mueca. "{Es formidable!”, insisti. En vex de abrir camino a la discusién, José Raimundo guards “A mi no me gusta mucho", dijiste, mostrando que estabas resuelta a opinar a toda costa, con absoluta impudicia: “lo que mas me gusta es Ia Novena Sinfonta, Encuentro que la parte de los coros es fantastica.” José Raimundo apoyé tu afirmacion gravemente y aprovecho el momento para anunciar que iba a invitarte a un con cierto. "En pocos dias més hay uno que vale 1a pena.” Te observé de reojo, a ver cémo te las arreglabas, pero per- manecias inexprésiva, neutra; no adelantabas ninguna clase de respuesta, ‘Te pregunté si te gustaban los con ciertos, para darte ia oportunidad de contestar que no, que no eras muy alicionada, que en realidad, ¢s cierto, cualquier frase desalentadora. Y dijiste, sorprendente- mente, lo contrario: “'Ss, sf me gustan.” En un tono que daba a entender que no te gustaban mucho, pero que tampoco te disgustaban, no del todo, sin confesar, por lo demas, que habias ido una sola vez, cuando fuimos con mi padre, afios antes, y te aburriste mortalmente, aun- que te negaste obstinadamente a confesarlo, munca diste tt brazo a toreer, M4 “iEs un imbécil!", volvi a decir, apenas se hubo retirado esa noche. “No es mal tipo”, dijiste; “un poco farsante, nada més.” "jUn farsante dé porquerfa! Venir a cachi porrearse con sus idas a Pucén.. (Qué nos importal Y fi, gendndo has sal ‘para que digas que [a pesca te encanta?" “no he salido nunca. Pero ime encantaria hacerlo.” “(Ta serds el estipido!” Estabas suibitamente roja como un tomate, y tu ira me provocd una sonrisa: “Dame un. besito de bue- nas noches". “jOuitate! {No seas cargante!” Mi padre se somé en mangas de camisa, con expresiin extraviada. gSe fue esc muchacho?", pregunts. “zQué hace?", pre: gunté después. “Nada! jEs un hijito de su papd! ‘iene autos y toda elase de cuestiones.” Mi padre se alejé y al instante: “gApagaron as Inces de abajo?” n seguros?” “Si, dije, irritado; “las apagué yo mismo.” “ZEstés seguro?, voy ‘a mirar ‘un poco.” Y ajé a inspeccionar. Lo escuchamos golpearse contra una silla, “jMiéchica!”, exclamé, en la oscuridad del salén. “Ojalé que nos deje dormir”, dijiste; "tanto que se prea. cupa de las luces ahora, y después, cuando Je baja el in- somnio,.” “jAdiés, hermanital”, te’ dije, y sonreiste con Ia comisura de los labios. “Parcce que todas estaban apa- gadas", dijo mi padre, subiendo la escalera con expresion desanimada, adolorida, sobandose una rodilla, Al llegar al corredor se detuvo, boquiabierto. "zQuién era ese mu- chacho?”, pregunté de repente. "Un estépido, gno te digo? Pero mi mamé le hace fiesta porque tiene plata.” Mi padre levanté las cejas, como si comprendiera confusa- mente. “A ver si duermo”, dijo, sobdndose el rostro; “lo dudo mucho.” Suspiré y caminé a su pieza con lentitud, eon pasos inestables. “Buenas noches”, dijo, sin darse yuelta, levantando un brazo con vaguedad. Un viernes en la tarde salimos a caminar al cerro San Cristébal. Las clases comenzaban el Iunes: nosotros apro- vechdbamos nuestros ultimos instantes de libertad. “José Raimundo me pasa a buscar a las seis y media para ir al concierto’, dijiste, “pero no tengo nada de ganas de ir”. “No vayas, entonces", “No tengo nada de ganas de ir”, repetiste, reflexiva, con Ja vista fija en un cielo azul des- ‘efiido, estacionario. Surgia de 1a ciudad, abajo, una espe- cic de vibracién, un rumor sordo, de algo que bullia y era iriturado continuamente, Decias que te gustaria vivir en una provincia tranguila; hacer tus clases allé. El ruido de las grandes ciudades, todo ese ajetreo rechinante en medio del calor, del polvo, te alteraba los nervios. Vivir, por ejemplo, en uno de los valles del norte, Hacer Jas ‘clases y habitar una casa con gallinas, con hortalizas, con perros. “¢Y yo? ¢Como vamos a estar juntos, enton: ces?” “Tu te’ vas conmigo.” “Es que a mi las ciudades grandes me gustan. La provincia est muy bien visia de lejos, Alld, el aburrimiento, las mentalidades estrechas.." Hablabas, sin escuchar mis objeciones, de comer el pan y la mantequilla del campo; de tomar la leche al pie de a vaca, “Estas bucdlica.” "Hoy dia me siento bucélica. Echaste atris Ta cabeza, risuefia, mostrando tu cuello fuerte, curvo, bronceado’por el verano. Tenias un olor especial, que guise comparar con el de Ios arbustos flo- ridos, con el de las plantas sobre la tierra recién regada, 7 . en las tardes del mes de febrero. “No se te ocurriré ca- sarte con José Raimundo, -supongo..." Te enderezaste de golpe, indignada. "Digo, no mis: como lo ves tanto, ahora, y mi mamé lo cultiva en esa forma.” “jSe te ocurre! Ademds le dije a mi mam, si quieres saberlo, ‘que no le hiciera tantas zalamerias. Llega a dar vergtien za ajens,” “Dile que no tienes Ia menor intencién de ca- sarte, con él ni con nadie,” “Le dije.” “ZY qué te respon- dié?” “Nada, Las mismas cosas de siempre.” Me Ievanié y me puse a lanzar piedras, Trataba de gol- pear un pefiasco situado a unos quince metros de dis- fancia, cerro abajo. El peflasco era un acorazado enemi ‘cuando le pegara tres veces, en pleno centro, se hun- diria. Eso significaria que el camino estabs despejado, ‘que no habfa obsticulos. Contemplabas, entretanto, el paisaje gris, absorta, con las manos cruzadas delante de las rodillas, Me aburri de disparar y quise jugar con el pelo que te caia, suelto, por Ia espalda, “Vamos.” “Por ‘qué ton Juego?" “Este tipo pase a buscarme a las seis y media. Oué hora es?” Mi reloj, que por lo demas se atr saba mucho, marcaba cinco para las seis. “|Tenemos que correr!", exclamaste, preocupada. "Por qué no lo dejas esperando? (Qué te importa” “No puedo. Ya me com. prometi.” Me puse nuevamente a lanzar piedras contra i peflasco que no se hundia, las piedras se obstinaban ‘en no tocar él centro sensible. “Yo que tt lo dejaba plan. tado. Seria la mejor manera de librarse de él" “No puedo", repetias, ¢ iniciaste la bajada con pasos enér- gicos, sin prestar mAs ofdo 2 mis argumentaciones. En Ia casa, le hice compania a José Raimundo mientras te arreglabas, No habria tenido ningiin eseripulo en salir del salon con cualquier pretexto, pero preieria observaria de cerea, tratar de sonsacarle cosas, ver qué puntos cal- zaba, NO es mucho lo que esa vez, 0 €n ocasiones poste- riores, saqué en limpio. El me miraba con ostensible desaprensién, como si no valiera la pena conversar eon migo. Eso, y'sus zapatos de gamuza, sus camisas de seda, el eatretejido de sus corbatas, sus manos blandas, re chonchas, me volaban de furia, Recuerdo el suftimiento amudo de que aparecieras hermosa, de Tabios rojos, com un yestido blanco que Verdnica te’ habia prestado, y de que partieran al concierto mientras me quedaba en esa casa donde empezaba a bajar la oscuridad. Fsa tarde, Ia tinica que permanecfa en la casa era Domitila ¥ me fui al repostero a conversar con ella. "Hay que hacer algo”, le dije: “mi mama le mete todo el tiempo a este imbécil por las narices.” “Quernt que se case con ella”, dijo Do- mitila, “jTustamente! Por eso hay que hacer algo.” “jQué se casen, pues!”, dijo Domitila; “si la nifia Io quiere...” El solo hecho de que Domitila aceptara esta idea como algo no imposible, de que se permiticra enunciarla, lo que sig- nificaba que no era absurda en sf misma, al menos para Domitila, y por lo tanto, que no era totalmente absurda, me produjo un malestar fisico. Me alejé de Domitila con el animo por los suelos, y se me ocurrié que podia vist tar a Verdnies, Hack cinco a seis dias que habia regre- sado del campo. ‘Me vio desde una de las yentanas, mientras yo atravesaba cl jardin eno de dalias y rosas, ‘con Ia estatua de Diana a cazadora en’ una glorieta cubierta de enredaderas, en- vuelta en la penumbra del atardecer de marzo. Me grit6 que ya bajaba, que Ja esperara dos segundos. EI mozo me hizo pasar’a un salén pequeno, atiborrade de sillas estrechas y adornos de porcelana, con estanterias llenas de libros en las paredes. Esperé inmdvil, sentado en la punta de una de las sillas, sin respirar casi. Habia vis- lumbrado, al entrar, una galeria de marmol, las baran- das de fierro forjado de una escalinata, salones espacio. sos invadidos prematuramente por Ia oscuridad. Los It bros de las estanterfas, en su mayor parte, eran Inventa rios inGtiles, recopifaciones en latin, catastros, algunos textos clisicos encerrados en vohinénes diminutos. Ex: travagancias de Ta gente Tica, pensé, y en ese instante en- 6 Verdnica y me progunt6, antes que ninguna cosa, por ti. Ella sabia que mi visita’ no podia tener otro motivo. Levanté las cejas, con expresién preocupada: “Vine para hablarte de ela, precisamente.” El sentido del ridiculo me impediria, ahora, una actitud asi; pero éramos aficio- nados, en esc tiempo, yo y th también, a los ademanes teatrales. “ZQué pasa?”, pregunté Verénica, con alarma. “Dime, primero”, interrogué, para graduar los efectos: “galguien lee estos libros?” “Nadie”, dijo Veronica, “pero cuéntame: qué pasa con Cristina?” “Nada, No pasa nada.” Después de un silencio, agregué: “Lo que hay es que sino hacemos algo, va a terminar casindose con José Raimundo.” “¢Ti crees?” “Asi me Io temo.” "Debe- mos hacer algo, entonces”, dijo Verénica, pensativa; “Te voy a hablar.” “No. sacarés mucho con hablarle, te’ ase- guro. No va a confesarte nunca que le gusta ese tipo.” “ei crees que le gusta? {No puede seri”, exclamd Veré: nica; “seria absurdo. Estoy segura de que no le gusta. “Yo no estoy tan seguro. En todo caso, ti puedes ha blarle mejor que yo, Te dejo Ia tarea...” El infarto de mi padre se produjo el dia miércoles de la semana siguiente, cuando me levantaba para ir al colegi Desde el cuarto de bafio escuché carreras, portazos, Ia voz de mi madre, extrafiamente ronca y tensa, el disco del teléfono donde alguien marcaba un mimero, cortaba, im- paciente, antes de haber terminado de marearlo, marca- ba otra vez. Al rato, Ia voz implorante, entrecortada, re- primida a duras penas, que de pronto levantaba stu diapa- son: “Es urgentisimo, le digo.” Carreras de regreso. Diste tres golpes discretos pero enérgicos en la puerta del bafio. ‘Me sequé con cierto temblor que no consegufa reprimir ¥ me vesti rapidamente, Se escucharon voces en el pri mer piso. Mi madre subid Ia escalera de prisa, palida, seguida por un medico y un enfermero de la Asistencia Publica. Tit subias detras. “Parece que ha tenido un in farto.” Me asomé al dormitorio y alcancé a divisar, entre mi madre y Ios dos hombres de blanco, a mi padre tendi- do en la cama, con una mano en el pecho, la camisa del piyama abierta, una pierna recogida, livido: Ia réfaga st- bita lo habia dejado boquiabierto, estupefacto, la acum facién ce pequetias miserias recogida y devuelta en ma sola ofa devastadora, un dolor quemante. Uno de los hom: bres de blanco cerré Ia puerta. “Tengo ganas de voritar”, Gije. "No seas estiipido”, dijiste; “aguanta.” A los pocos minutos soné el timbre y era el doctor Bricefio, el médico de la familia, Nos saludé en vox baja y subis’ derecho a 15 Ja pieza. La puerta se abrid, pero sélo vi formas Blancas en-movimiento, vislumbré el rostro contraido de mi ma- dre, Ia cara de’uno de los hombres que miraba por enci- sna ‘del hombro, y la puerta volvié a cerrarse. “ZT crees ‘que es grave?", pregunté, por preguntar alguna cosa. “Muy grave”, dijiste. Caminamos hasta el final del corredor y ‘miramos el cielo por la ventana, En ese instante se abrié le puerta y el doctor Bricefio se nos acercé. "Tengo una mala noticia que comunicarles”. No pudiste reprimir una cexclamacién, mezcla de terror @ ineredulidad, Mevindote los mudillos de la mano derecha a la boca. El doctor hizo tun gesto de afirmacién apesadumbrada. “No pudo resistir el aiaque.” Vi que la puerta permanecfa entreabierta y que de adeniro egaban sollozos. “ay que ser vallente”, dijo el doctor, apretindote un brazo. Te desprendiste con impaciencia mal disimulada y svanzaste por el corredor, Jentamente, mordi¢ndote uno de Jos nudillos. Habria que: Fido acompaftarte, pero me senti importuno, El doctor Bricefio me dio unos golpecitos amables en la espalda: “Voy a hablar con la Domitila”, dijo, “ta madre necesita un poco de valeriana.” Me asomé al umbral y vi que Horabas, de pie junto al echo, con la cabeza baja. Llorabas en silencio, pero los sollozos te sacudian los hombros. A mi padre lo habian metido adentro de Ia cama. Me acordé de sus insomnios, de sus paseos nocturnos. También lo vi en sus buenos tiempos: junto al chevrolet szul, colecéndose Ia gorra y Jos guantes para manejar, sonriente, dueiio del universo y de si mismo. Recordé algunss enionaciones peculiares de su yor y un acceso de furia gne tavo porque no te guise prestar un juguete, cuando compli ocho afios; me dio tin cocacho a oda fuerza y las lagrimas me encegue- cieron. No sentia, por mi parte, el menor deseo de Morar; s6lo tuna pesadez en el corazén, como si trabajar le costara tun esfuerzo doble, como si los sucesos recientes y el ct mulo de los recuerdos lo aplastaran. A Jas seis de Ia tarde Meg José Raimundo, vestido de aris oscuro, con cara de circunstancias. Habian encajona doa mi padre después de almuerzo y se lo levaban en ‘un rato més a Ia iglesia. “Muy sentido pésame”, murmuré José Raimundo, y me mira los ojos con intensidad. Agradect vagamente y guardé silencio, ineémodo, Menos mal que apareciste Iuezo. José Raimundo te dijo ima fra- se mis larga, que no aleancé a escuchar. Ta tenfas los ojos algo hinchados, pero actuabas con una naturalidad que ie sorprendia. Le dijiste que se sentara y contaste e6mo habia sido el ataque, a qué hora, lo que habia dicho el doctor Briceno sobre su escasa resistencia, su fatiga, el mall estado. de sus nervios. Después leg ‘Verénica, cle- zante ¥ seri, y le repetiste las mismas cosas. Ellos esta- ban a primera hora en la misa, a la mafiana siguient Verénica te acompaiio 2 Ia casa’ y José Raimundo siguié de cerca ef entierro. Mis tios To reconocfan y lo. salada- ban con [o que me parecié una secreta complicidad, con una complacencia que no lograban disimular del todo, ab- yecta... Habia Hegado el momento de hacer algo drstico; de lo contrario... Resolvi hablarte, una noche, directa: mente, 16 Ahi Hego— dices, cuando oyes el ruido del manojo de Haves al otro lado ‘de Ja puerta, Das una puntada final a tu costura, mientras salgo al vestibulo. El reloj marca Jas, mueve y diez minutos. —iHola!— dice él. Estoy a punto de hacerle una broma por los _progresos de su calvicie. Al fin prefiero abstenerme. Podria cacrle mal. Siempre es mis seguro mantener las relaciones en un terreno neutro. Deja su cartapacio con papeles y te besa en una mejilla. —éPor qué te atrasaste tanto?— preguntas, ;Demasiado trabajo!— exclama, dejandose caer en el asiento. Suspira ruidosamente: _jLas secretarias que tengo son tan estipidas! Mueves la cabeza, significando que con esa gente av hay: nada que hacer. —2¥ el nifio?— pregunta. —Durmiendo. —Estoy demasiado causade para subir a verlo— se queja, a. Para ahuyentar de la conciencia mi descanso, mis hora- rios de burdcrata, con salida fija a las seis de Ja tarde, ofrezco preparar un trago. FI pide whisky con un poco de hielo, sin agua. =2¥ ti, Cristina? Yo, nada, “Estés loco”, dijiste; “ede dénde se te ha metido esa idea en la cabeza?” “Estoy seguro. Sobre todo ahora gue murié mi padre. ¥ Veronica, si quieres saberlo, ha Mexa- do a pensar lo mismo.” ";Verénica?” “jClara! tos, los mas importantes son los existencialistas, Yo no he reemplazado la tristeza de la existencia con una filo- solia que sea optimista en un sentido ingenuo, a lo Po lyanna,* pero al menos me he convencido a mf mismo de la compatibilidad de mis premisas, que no estén may alejadas de las de los existencialistas, con una actitud positiva hacia el universo y hacia nuestra vida en él, * Polyanne, muchacha de optimismo incantenible, que en. cuentra buengs todas las cosas, heroina de los relatos de Eleanor Hodgman Porter. (N. del T.) [Norbert Wiener, et oélebre hombre de ciencia fundador de ta cibernética, que murié en 1964 a la edad de 69 alias, habia escrito das libros autobiogrdficos: EX: Prodigy, My Childhood and Youth, y T am a Mathematicias The Later Life of a Prodigy (The M. 1. T. Press, Cambridge, Massachusetts). Las pdginas que hemos iraducido corresponden todas al seguniio tomo ciiado, habiéndose escogide de referencia aquellas en que se hacia referencia a tas relaciones entre distintas dis- iplinas 0 se ponian ert evidencia iutereses del autor ajenos al campo exclusivo de tas ciencias y, en particular, su sentido agudo de la responsabilidad social de sn cientifico en nuestro tiempo.) 35

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