INDICE
1 Dario ¥ 10s Portas — HoMenisn EN FL. CENTRNARIO
DE SU NAcIMMENTO
3 Jaime Torres Bouet | Respeto para Dario
4 Martin Adin / Mi Dario
6 Carlos German Belli / Ala noche
6 Washington Delgado / R. D.
7 Enrique Molina / Francisca Sanchez
8 Javier Sologuren / Ad marginem
Il Jorge Edwards / Et orden de las familias
20 Jorge Guillén / Poemas
21 Enrique Pefia / De ‘Esparia — Los caminos y tos
‘suelios’ con tun colofén italiano
2 Victor Li Carrillo / La condicion intelectual
2% Sulio Cortézar / Tombeau de Mallarmé
2% Norbert Wiener / Un cientifico sicoanalicado y otras
péginas autobiogréficas
36 Walter Rosenblith y Jerome Wiesner / El camino de
Wiener: de la filosofia a las matemdticas a 1a bio-
logia
39 Francois Perroux / Las alienaciones en el medio in
dustrial
48 E. Yepes del Castillo / Nota sobre Francois Perroux
49 Luis G. Lumbreras / Para una revaluacién de Chavwn
61 Duccio Bonavia y Rogser Rabines / Las fronteras
ecoldgicas de la civilizacién andina
7 Mario Vargas Llosa / ¢Epopeya del sertao, Torre de
Babel o manual de satanismo?
Notas Comentarios APUNTES
73 Alberto Escobar / Ef rostro de Ciro Alegria
14 Victor Latorre / J. Robert Oppenheimer
16
n
al
a
85
91
92
Enrique Molina / Oliverio Girondo en la noche de
los presagios
Jean Franco / Rubén Dario y ef problema det mat
Ricardo V. Luna / Hitos en el pensamiento peruanc
comentarios a un libro de Augusio Salazar Bondy
Fernando de Szyslo / Retrospectivas de Picasso y
Bonnard
[UNIVERSIDAD INVESTIGACION
Cnmica
Sara Castro Klarén / Todos los cuentos de Arguedas
Blanca Varela / Dos antologias de poesia norteame-
Carlos Rodriguez Saavedra / Arte en debate
Para nL prstoco
Los crimenes de guerra y el tribunal Russell (E.AM.)
Este MuNbo
Armas para el desarrollo — Los herederos de Basil
Zaharoff (Michael Jungblut)
NOTICIAS SomRE Los AUTORES
TLUSTRACIONES
9410 Fotos de Dario (Lab. fotogrdfico J. Ruiz Durand)
5156 Chavin (Fotos de Abraham Guillén y Herndn Amat)
6366 Fronteras ecoldgicas (Fotos de Duccio Bonavia)
En el testo:
Dibujos de Pablo Picasso (p. 19, 73, 90, 95)
Dibujos de Pierre Bonnard (p. 26, 78, 84, 85)
Ceramica Chavin (Dibujos de Félix Caycho)
En la cardtula Cabeza de ave (monolito Chavin /
Foto A. Guillén)
Contracardtula Tela pintada, estilo Chavin del valle
de Ica (Foto Dr. M. D. Coe)
amaru Yn"
Casilla 1301 — LIMA
PUBLICADA POR LA UNIVERSIDAD
NACIONAL DE INGENIERIA
Subdivisién de Extensién Universitaria
Director — Emilio Adolfo Westphalen PATROCINADORES
Redaccién — Antonio Cisneros / Abelardo Oquendo / Blanca Varela Banco, Central Hipotecario del
Corresponsales — André Coyné / Alvaro Mutis / José Emilio Pacheco / Carlos
Martinez Moreno / Mario Vargas Llosa
Corporacién de Ingenieria Civil
Fabrica Peruana Etemit S.A.
Asesores — Jorge Bravo Bresani / Luis Miro Quesada G. / Georg Petersen / :
Gerardo Ramos / Augusto Salazar Bondy / Javier Sologuren / | TBM del Pert S.A.
Fernando de Szyselo / José Tola Pasquel / Gastén Wunnenburger | Tecnoquimica, S.A
Precio por mimero 30 soles / Numero atrasado 60 soles
Distribuidores en el pals y el extranjero
Francisco Moncloa Editores S.A.
Apurimac 337 —Limarevista de
artes y
ciencias
Abril 1967
DARIO Y LOS POETAS
Homenaje en el centenario de su nacimiento
En el afio en que se celebra el centenario del nacimiento de Rubén Dario, el
Fundador no sélo de la poesia moderna en América Latina (como acertadamente
lo calificara Octavio Paz) sino, a nuestro parecer, en general, de la literatura en
lengua espafiola de este siglo, la revista “Amaru”, que quiere estar atenta a las
principales corrientes culturales de nuestra época, no podia dejar de seftalar el
aconfecimiento. No hemos querido, sin embargo, presentar una recopilacién mas
de estudios de critica e interpretacién; no por que no creamos en su eficaci
en verdad, compartimos la opinidn, ya casi lugar comtin que quiere que “una
obra de arte es aquella en que cada generacién encuentra algo nuevo” (y por lo
contin son los criticos quienes 1o sefialan); en este mismo niimero, ademés, ofre-
cemos un andlisis agudo de un aspecto poco observado de la obra de Dario* y
nos proponemos repetir el hecho en toda ocasién que estimemos pertinente. pero
no se puede decir que han escaseado homenajes de esa especie tltimamente y,
sobre todo, nos parecié que podria ser mds instructivo comprobar en alguna
forma la relacién intima, personal, directa de los poetas vivientes de habla espa-
fiola con el gran antecesor.
Nos dirigimos, por ello, a varios poetas notables de diversas generaciones, solici-
tandoles un breve texto (en prosa o verso) en que expusieran lo que para ellos
signifieaba Rubén Dario 0 lo que éste todavia les inspiraba. La respuesta no ha sido
* Véase en la pa
7: Jean Franco, Rubén Dario y el problema del mal.tan amplia como habiamos deseado. Nuestro plazo fue, tal vez, demasiado corto;
muchos poetas ya habian tenido oportunidad de rendirle honores recientemente 0
de recordar su experiencia de una larga 0 corta o accidentada frecuentacién de su
obra; en otros, también, como sucede a menudo, el deseo no Ileg6 a cristalizar
¥ los textos prometidos no llegaron nunca (por mds que guardemos la esperanza
de que, aunque tarde, arribardn un dia y podrdn ser incluidos en ntimeros poste-
riores); por fin, varios seguramente pasaban por esas circunstancias cfclicas en
que incluso los mas venerables maestros nos dan da impresin de habernos aban-
donado porque no nos dicen lo que precisamente necesitamos en tales momentos,
en cuyo caso nadie se atreverta a forzar la inspiracién.
De todas maneras, la cosecha aunque parca ha sido substanciosa y —nos atreve-
riamos a decir ejemplar. Primeramente, es sintomédtico que, salvo uno, todos los
demds participantes hayan escogido ta poesta como medio mds idéneo para expre-
sar la relacién personal con Dario. Se habria tocado el punto sensible y la viver-
cia no se encarnaria adecuadamente mds que en el ejercicio de lo que a todos ellos
les es mds propio y genuino. Tenemos aqui —como presentiamos— otra prueba de
la vitalidad del genio de Rubén Dario: su capacidad para hacer vibrar otras har-
as, extrafias y, acaso, opuestas, pero en modo alguno discordantes. Se notard, por
otra parte, una como superposicién de rasgos, en armonia y contraste, que hace
resaltar tanto propiedades de Dario como de los homenajeantes, cada uno retra-
tandose al retratar a Dario. Estariamos, como en fotografia, ante una doble expo-
sicién, con resultados acaso chocantes para algunos, pero que dan fe, més que de
familiaridad, de reconocimiento, de amor y hasta de veneracién.
Podremos, por tanto, sentirnos satisfechos con nuestra iniciativa y agradecer viva-
‘mente a nuestros distinguidos colaboradores que, interpretando nuestro anhelo,
han hecho posible esta corona sui géneris en que junto a las cabales palabras con
que Jaime Torres Bodet repara un distanciamiento que su generacién pudo sentir
ante tan cercano y poderoso predecesor, otros poetas mds recientes no han vaci-
lado en elevar treno y loor, a st manera, con instrumentos y formas desusadas
aunque, por lo mismo, mds eficaces, por la gloria de la poesia y la tragedia del
poeta.Jaime Torres Bodet
Respeto para Dario
Mis primeros versos aparecieron, en un 0, en diciembre de 1916,
Ese mismo afio, en febrero, habja muerto Rubén Darfo, de quien hoy todos Jos
afses de habla espafiola celebran el centenario, pues vino al mundo —en Meta-
a, de Nicaragua el 18 de enero de 1867.
Confieso que, para el adolescente que era yo en los dias de Ia publicacién de
mis primeros poemas de aprendizaje, Darfo significaba acaso menos de lo que
significa, para mf, en Ia actualidad. Habfamos recibido —jcon tan poco mérito
propio!— la herencia del modernismo, y éramos tan jévenes, es decir: tan impa-
cientes y tan audaces, que muchos de mis compafieros de generacién, y yo entre
ellos, juzgébamos el idioma poético en que podrfamos ya expresarnos como una
condicién natural, como una circunstancia histérica, como un “clima” —que se
acepta y no se agradece.
Incluso, por influencia tal vez de Darfo, pretendiamos huir de Dario. Algunos
estimabamos més al buho del soneto famoso de Enrique Gonzélez Martinez —ave
nocturna y sabia— que al cisne de Rubén, de tan herdldica estampa sobre un
Iago de azur...
Con Jos afios, pude reflexionar sobre 1a injusticia en que incurre a veces la ju:
yentud. Y, de esa reflexién, fue naciendo, en mf, por lo que atafe a Darfo, un
sentimiento distinto: no de discipulo ciertamente, pero de admirador respetuoso
y fiel
iCudnto le debemos todos los que usamos el espafiol literario del siglo XX! El
9 los mejores de sus émulos— tuvieron que luchar con una lengua estratificada
y endurecida en moldes académicos muy burgueses. El gran idioma de Cervan-
tes, de Géngora y de Quevedo se habia convertido en el espafiol de Ntifez de
Arce y de Campoamor... Eta indispensable iniciar, durante el dltimo tercio de
la pasada centuria, una verdadera revolucién idiomética. Y el caudillo de esa
insurgencia seria el prosista de Azul... y el poeta de Prosas Profanas.
Més tarde, Dario comprendié que no bastaba la revolucién del idioma. Ahon-
dando en si mismo, advirtié Ia necesidad de llegar, merced a la melodia de las
Palabras, hasta la misica interna de las ideas. Expres6, entonces, su. emocién
esencial de hombre. Lo que otros —y, acaso, él mismo— habjan tomado por mat-
mol de Ia estatua bella y decorativa, era carne, vivida y vulnerable. El poeta
penetré asi en los misterios de la “‘selva sagrada”. Y de alli salié, menos reves-
tido de imagenes y de joyas, pero més alto, més luminoso, més libre y puro.
De desnuda que estd brilla la estrella, dijo, en aquel instante... Y esa leccién
de sinceridad y de belleza— contintia siendo valida para todos, hoy, como en
1916.Martin Adan
Mi Dario
Essa hoje esté verde... esa hoja de flora,
Rubén, gy qué me hago de lo verde este dia?
GEste dia que soy y que soy todavia,
A pesar del extremo, a pesar de la hora?
éCuindo seré otra vez como el nifio que llora
Bajo la hoja verde... que perdié su alegria?
eDénde seré otra vez como noche que guia
A la mafana {nsita, innata, sin ahora?
Esa hoja esté verde, Rubén, y no supiste
De estérteme ahora, otra mi cara triste,
Sobre cada madera que no mata bastante!
iHondo en cada atatid, que no Ileno de vidal...
iAsaz en pensamiento que consume y se olvida
Como Ilama que hiciste de tu andar de adelante!
CSapes, Rubén’... La letra es larga y tenebrosa
Como la vida, como esta vida que vivo,
Con mis dioses adentro en mi yo de cautivo,
Furioso, y a un vidrio de ventana una rosa.
Y Ia letra sc escribe con la mano furiosa
Bajo un entendimiento de con cuerna de chivo.
Y asf todo es verdad, hasta rima que escribo,
Sonriendo a mi rabia que atilla y que se goza.
Y la rosa se est, primera y dondequiera
Y pregunta: {Por qué no callas, Alma Mia,
‘Alma mfa de mano que no empufia siquiera?
{Sabes, Rubén?... Hiciste el mundo y lo dejaste,
Como el viento que pasa o como el dios cualquiera,
Este dios humanisimo, el que nunca me baste!...
4
Astes: una calle desierta como es una ole
Y un uno que se shoga conténdose palabras.
@No es asi, Rubén? 20 ser como cabras
Y cabros que se comen de una sola amapola?
20 de otra flor de allé, salvaje, eterna, sola?
O del propio cadéver que, sudando, te labras,
O del humano tinico de la puerta que no abras,
de la bestia horrenda que se lame la cola?
iSf, td me lo dijiste, Rubén, y yo lo digo,
De Ia calle perfecta, desierta, de conmigo,
Donde todas las veces se huyeron a mi paso!
No te toco, Rubén, pero te sé aqui mismo,
Aqui mismo, Rubén, horizonte de abismo:
La Luz es otro abismo, Rubén, més ciego acaso...
Rupe, todo es tragedia... la flor en la maceta,
La luz donde no esté, la mano todavia,
Y¥ este cuerpo que crece y muere de su dia,
Y este ir y venir sin querer del poeta...
Nada es sino que es... la flor que se est quieta
Como dicen que est, y mira en su agonia
A la luz de su muerte y a alguna mano fria
Que no toca, que sabe lo de deidad secreta...
iTodo tan simple y trégico, Rubén, el alma mia,
La que mea tal vez y golpea a otra puerta
Con el golpe redondo del ebrio que se gufa!
iTG, que hiciste tu verso y moriste y lo sabes,
zDénde me estaré entero en donde no me cabes
Un hueso sobre el otro, Madera, Poesia?‘ORQUE era un viejo loco, como ta inteligente.
sabfa qué hacer con sus manos caidas,
por él sé de ti, de tus cosas perdidas,
de tu coraz6n, tan ebrio y diligente!
fo-sé de ti, Dario, y yo sé de tu gente,
gente que es uno enfrentado al desvio!
yerdad que soy el prdjimo, el sombrio
que me remira como mira el ausente?
ies, Mi Darfo... nada més, y una mano
cae en lo vacio como mano de humano,
¥ dos ojos tal vez, impiadosos, divinos..,
si es todo, Rubén, y lo de antes no se era!
comenz6 conmigo terror y primavera!
no sabes qué andar en todos los camino:
Como cuando nacias, Amor, y eras un acto
la Naturaleza porque es la primavera!
De la sonrisa ajena y de la flor del cacto
de lo que yo no quise de la vida cualquieral...
, wi es, Rubén, el tan poeta mio,
los puentes espléndidos sobre mi rio frio,
El poeta que soy y que nunca me alcanz0l...
‘que corre!... Sabes, Rubén, de desventura,
alguna luz que quiera la ventana segura?
4 sigueme, Rubén, que sintamos descanso!
1S tents rentsiedteconniberta afligida,
Este gato que soy por todos los rincones,
Y este humano tremendo de dioses y razones
Y este ser uno solo a través de la Vida!
iSf, la Vida es real, como una agua de huida,
Como el rio que esté a todos corazones
Huyendo como un rio de eternas sinrazones,
Y un gato que se teme del agua, tan bebidal
Si, Rubén, es asi, aunque yo no lo quiera.
Siempre seré el verano, siempre la primavera.
Y siempre la ironfa del poeta gotoso.
iSiempre seré mi ser porque me temo y vivo,
Rubén! {Siempre seré con el brio del chivo
Y acaso con su muerte de camal y sin gozo!...
Vii comer el jamén a un muchacho. {Qué pena,
Rubén... mano que cuelgo y no come na
iEra un muchacho ebrio, con su. todo y st nada!
Lo vi tregar, Rubén, no era mi escena.
iQué tristeza, Rubén, de una tristeza plena
Que no sabe de sf y echa Ia carcajada
Como se suelta el pedo, como se mira a cada
Otro con su sombrero y con su magdalena!
iQué tristeza, Rubén, que tanto no sufriste!
IY uno come el jamén con su boca de triste,
Y el cerdo que me hizo tan buscado y presentel...
iTantos dioses, Rubén, pero sélo dos manos!..
Qué cerdo no me mira con sus ojos humanos?
iRubén, y ese muchacho que soy... el ausente!Carlos German Belli
A la noche
Los que auscultasteis el corazén de la noche
Abridme vuestras piernas
y pecho y boca y brazos para siempre,
que aburrido ya estoy
de las ninfas del alba y del creptisculo,
y teposar las sienes quiero al fin
sobre la Cruz del Sur
de vuestro pubis aun desconocido,
para fortalecerme
con el secreto ardor de los milenios.
Yo os vengo contemplando
de cuando abri los ojos sin pensarlo,
y no obstante el tiempo ido
en verdad ni siquiera un palmo ast
de vuestro cuerpo y alma yo poseo,
que més que los noctémbulos
con creces si merezco, y lo proclamo,
pues de vos de la mano
asido en firme nudo Megué al orbe.
Entre largos bostezos,
de mi origen me olvido y pesadamente
cual un edificio caigo,
de ciento veinte pisos cada df,
antes de que cefiir pueda los senos
de las oscuridades,
dejando en vil descrédito mi fama
de nocturnal varén,
que fiero caco envidia cuando vela.
Mas antes de morir,
anheloso con vos Ia boda espero,
joh misteriosa ninfa!,
en medio del silencio del plancta,
al pie de la primera encina verde,
6
en cuyo lefio eseriba
vuestro nombre y el mio juntamente,
y hasta la aurora filgida,
como Rubén Dario asaz folgando.
Washington Delgado
RD:
Misica azul,
missica de oro,
delicada vor, fina
‘voz enterrada,
cisne de Nicaragua,
magico ruisefior, elevado
lirio, golondrina
de una celeste América,
triste follaje que de tu frente brota
y sin cesar te oculta,
Masica muerta y ceniza encuentro,
no encuentro tu poesia.
A tu vera camino, Se derrumbé
el tiempo en que viviste.
Bellas imagenes, dulce sonido,
Kinea, color, aroma,
todo lo que un dia
tembl6é bajo tu mano
en nicbla se ha deshecho, niebla
sin matices, sin alma.
Junto a ti me pierdo: tanta misica
abandonada por la muerte,
‘4 solitario en tu pais de nieblas
ni miras ni me hablas.
Ya no sé
sia tu lado persisto.
Detrés de ti o delante
0 pisindote la boca,
no sé dénde encontrarte.
Olvido tu perfil, el timbrede tu voz, la luz y el aire
que tus versos levantan.
Entro en la pesadumbre
de tu vida consciente,
encuentro tu corazon
—no tus palabras—
yen el silencio
de tu asombrosa soledad
destella 1a clatidad de tu poesia,
se adensa en cristalinas gotas puras,
rio infinito que me refresea cl alma.
Enrique Molina
Francisca Sanchez
jt que vienes
de campos remotos y ocultos!
Disftazado de embajador 0 de mono
O de duque de los confines de la lascivia
Nada apaga las constelaciones del trépico
Los enceguecedores volcanes
Que fermentsn henchidos de flores
En su corazén
—iOh amado Rubén!—
Y de pronto
La criada fosforescente cantando por los pasillos
De una pensién de Madrid
La arisea mata de pelo sobre la muca de vértigo
Tantas noches
Enyuelto en sombras venenosas
Se propagan aillan los fantasmas
En su sangre aterrada
En tales cuartos amueblados del insomnio
Ella reaparece desnuda entre los monticulos
Del campo lentamente desnuda
Devorado ahora por el éxtasis
Con las venas Henas de brasas
Junto a ese cuerpo gemelo en Ja oscuridad:
Francisca Sanchez,
Sola en la hierba de las caricias
Sola cn su instinto de rescoldo
El viento reconstmuye sus risas abrazos de loba
Labios predestinados
A ese rey de la fascinacién de vivir
El fastuoso profeta al borde de la catistrofe y Ix gloria
Muminada por cirios de aldea
Y ese hechizo de hornalla decapitada remota
En un rinedn de Castilla
Con los negras embutidos ahumados de la muerte
EI rojo jamén de la vida
Contza tales miscrias de literatos nupcias putas y
periddicos
Ella hace girar
La rueda de sus senos de hembra inmemorial
Ha regresado cantando desde los cangrejos
De la playa
Piemas de campesina brillantes en los anillos del sol
Afios y afios
La Yadwiga doméstica sobre el sofa de la jungla
De una oscura costumbre de opulencia carnal
Pande raiz y demencia humildad ¢ inconstancia
En el vaho de las caricias
Entreabre su trenza fatal
El calor de la mujer dormida que sobrepasa
Cualquier asilo de piedras prudeneia y plegarias
Cada vez mis tirdnica
Cada ver. mds entraable
La espiral de sus muslos y su cuerpo sin limites
EI sexo
El alado declive hasta las «iltimas eélulas
Como un lento cauterio de la noche
En lugares que se dispersan
Barcelona Paris Les Halles La Cartuja Mallorca
Un hogar en el viento
Con cuchatas y sbanas himnos y ultrajes
Para ese ardiente huésped de la tentacién
El lujo del mundo Ileno de labios y tumbasIgnorante come la luvia
Francisca Sinchez
‘Tan sélo lee en el pan que corta en suefios
En Ia sal de las Mgrimas
La arcaica criatura silvestre
Con un plato de sopa
Disnelve como el mar la razén de los muertos
“Tibieza de axilas y de lenguas
Sélo ella es real
En el amanecer de Ja leche en sus ojos profundos
Desdichado Rubén
Sélo ella ¢s veal en la yordgine
De dientes de relimpago
Cuando sollozas
Bajo la tela negra que cubre a veces tu cabeza
—Una hermosa capucha de patibulo—
‘Te retuerces y flotas en lo hiimedo
De un aledzar de ratas
jFrancisea Sénchez acompditame!
Y tan lejos
La aceitosa bahia de los loros
La dignidad del sol en los bananos
Una mano de panal sultido te acaricia
Crece Ia perla de la muerte
Yuma yer més
La mujer de los pajaros te mira tristemente
Le obedecen tus ropas y la noche
‘Te otorga
La absoluciin salvaje de su cuerpo
A través de los muebles de la tierra
Tallados en raices
A través del océano
Aiin Ia vex donde Hora
Solitaria contra €l muro de Espatia
De dspera sal de paramo y sangre dura
Memoria y desamparo
Javier Sologuren
Ad marginem
as mubes eran rosas celeste
Ja care de la mujer que es rosa y deslumbrantes
tus ebrias dentelladas en lo oscuro Félix Rubén
azul en tu interior murmuraba el pleno anhelo
una escala de soles te encendia la sangre
despertaba tus yemas tus miradas tus labios
en cl filgido espacio era Ia vida
vibrante encantamiento un colibri
(asi tu caramillo baiié mi adolescencia
y me esponjé en tu linfa y me asomé a la verde
claridad del amor un follaje donde
déciles rayos tejian la sedosa
prenda de juventud
el canto fue primero
como Hegar a todo sin el canto
y solo con el canto cémo llegar a algo)
obr6 después fatal Rubén nos lo dijiste
Ia labor del minuto
y fuéronse secando
la fuente y el color
y fuéronse quedando
con ese blanico de la sangre que es su ausencia
cl pensamiento te broté como
sustancia ardiente
como llanto
algo te bundia aterido en Ia tinicbla
algo que no era
Ih gloria de la carne
a noche quiso ahogar tu corazén
pero tenfas en tus manos imas cartas
unas palabras cflidas una luz. perdurando
y la noche no pudo envolverles Rubéniii ] |
A ii
Hl ,
|Jorge Edwards
El orden de las familias
Je dis seulement, chose générale dans te monde, que tes femmes
conservent Yordre exisiant, bon ou mattvais.
Sill est mauvais, c'est bien dommage,
Et Sil est bon, c'est probablement encore dommage.
‘Ahora recuerdo que nos parecié muy natural, a pesar
de To poco que nos conociamos, la invitacién de Ver6-
nica al campo. Después supimos que mi madre lo habia
arreglado todo. Mi madre tenia bastante confianza con
Ja familia de Verdnica, desde sus buenos tiempos; ade-
mils, era experta en arreglar asuntos de esta clase. En
esos dias, mi padre no se sentia nada de bien; estaba
palido, desencajade, y se le olvidaban las cosas, Poco
antes de que partiéramos le vino una fatige, a media-
noche. Dormfa mal y se pasaba tas noches caminando
pot la casa. Decfa que el mejor descanso, para él, era
veranear en Santiago; pero nosotros adivinamos, a. tra-
és de na conyersacién de mi madre con José Ventura,
que habia hecho malos negocios y no podia pagar el
arriendo de una casa en Vira, Mi madre dijo que josé
Ventura se habia portado muy bien: el tinico de la fa-
tmilia que se habia portado bien. Y ti me dijiste, aparte,
en un tono desacostumbradamente serio, que no habia
que insistir en lo del veraneo en Villa. Asenti con Ia ca-
beza y te miré a los ojos, en silencio, mostrando que
comprendia que Ia situacién era grave. “A lo mejor es
bonito alla”, agregaste, conciliadora, ‘A lo mejor”, dije,
“seguro”. Me acuerdo que desperté una noche y mi pa.
dre estaba en el dormitorio, Habia encendido la luz y
revisaba Ia mesa Mena de libros. “{No tienes aqui el
auia de teléfonos, por casualidad?” jQué idea! Nunca
he guardado en la pieza el guia de teléfonos. “Es que
ando buscando una direccién”, dijo él. Con las manos
en los bolsillos del piyama, la mirada errética, el pelo en
desorden, los pantalones medio caidos, salié al corredor,
donde también tenia la luz encendida. Tuve que levan.
tarme, apagat la luz de mi pieza y cerrar Ia puerta, Es-
euché su voz a través del muro, haciéndote Ia misma
pregunta.
iPensar que van a cumplirse cinco afios!
Versnica, desde el primer instante, fue extremadamente
acogedora y célida; nos hizo entrar de inmediato en con:
fianza, Nos indicé nuestros dormitorios y después nos
mostré las casas, las bodegas y Ia capilla del fundo. Ta
HL Mrcraox
dijiste que te encantaba el olor de las bodegas. Al en-
trar a Ja capilla te persignaste en forma meeénica y con-
templaste las vigas del techo, sin haver comentarios, Las
casas, de estilo colonial, estaban refaccionadas, Henas de
adelantos modernos, agua caliente a chorros, timbres,
refrigerador, hasta un citéfono para llamar al repostero.
Yo no salia de mi asombro y tt, seguramente, pese a
que habias visto mas cosas en tu vida, tampoco, pero
actuébamos como si nada nos Hamara ‘mucho la. aten-
cién, En la tarde salimos a caminar y Verénica contd
gue se aburria como ostra en el campo: era una suerte
que bubigramos ido; era una suerte, también, que sus
padres no estuvieran; su. presencia imponia toda clase
de limitaciones. “Llegan el sabado, con José Raimundo,
un primo mfo que es un plomo. Los compadezco a us.
tedes", afiadi6, dirigiéndonos una mirada de conmisera-
cin. Nosotros sonrefmos. Los amuncios de Verénica no
conseguian alarmarnos; estébamos en jauja, y el sibado
nos parccia demasiado lejos. “Deben de ser riquisimos",
te dije esa noche, en un momento en que Verdnica ha:
bia partido a buscar més hielo, “Supongo”, dijiste, sin
demestrar interés por el tema, levemente irritada, Mi
observacién destrufa cierto clima irreal en que te habias
instalado muy a ti gusto. Volvié Verdnica del repostero
y reanudaste el diélogo con ella, desvinculada de mis
acotaciones triviales,
—Y por fin ~preguntas—: {te subieron el sueldo?
—No —digo yo—. Ere una falsa alarma.
Bajas Ia vista, decepcionada, y contindas cosiendo, Eran
cosas del ayudante de contabilidad: en su optimismo,
erey6 oir que Te daban un aumento a toda la seccién.
“{Cudindo se ha visto que den aumentos por puro gus.
to?" El ayudante se puso a discutir, exaltado, y en el
calor de la discusidn se convencié definitivamente de
que habia ofdo bien. Esa noche vine a comer aquf y te
hice al anuncic. Por darte, alguna yez, una buena not
cia. Con la diferencia compraria, por mensualidades, un
pasaje de avin a México. “Un viaje de consuelo, Ya
ique no se puede iy hasta Europa.” Ta celebraste la
ccurzencia. "A imi también me convendria_un viaje",
ijiste, “pero, emo? ¢Con quién dejo al nido?” "Con
mi madre ni hablar", dije vo. Te encogiste de hombros.
{Ni hablar! Después ‘Ilegé Ver6nica y le comuicaste la
buena noticia y me felicité. Brindamos con un vaso de
isco puro, Quise que probaras un sorbo y tuviste un
esto de repulsién. "jCémo pueden tomar esa mugre!”
Verénica se repitio Ia dosis ¥ quedé achispada, euforica.
"Se acuerddan de la mona que nos pegamos en el cam
po?” Tu sonreiste, pese a que el tema del alcohol no te
hace la menor gricia. Tcreible que hayan pasado cinco
amos, Verdnica y yo Cantébamos a voz en cuello, sin em
jonacién ninguda, y Wi nos Hevabas del brazo, firme
mente, Los ocupanies de una casa de inquilinos salieron
a mirar; al ver que Ia hija de los patrones vociferaba,
tuna cancion obscena, regresaron al interior, inexpresivos.
Menos mal que a los padres de Veronica no’se les ocurrié.
Iegar ese noche. To nos metiste la cabeza debajo de Ia
ducha, ® empujones y pellizeos encarnizados. Verénica,
en Ia ducha, siguié cantando, Yo me serené, nie sequé la
cabena y te quise besar. “jPerdén, hermanital” Retroce-
dias y yo trataba de alcanzarte en la oscuridad, conmo-
vido, Ai fit me toleraste un beso en los dedos de la mano
izquierda. "Por qué no pololeas con él?", dijo Verdnica,
“(qué importa! Le pedimos permiso al Bapa..” Se ten:
aid en Ia cama, rigndose, Parece que la pieza, de repente,
temper a darle vueltas. Se levanto con Ia cara contraida,
con una mano en el estémago, y corrié medio agachada
al baiio. El chorro eayé en las baldosas, antes de alean-
Zar el lavatorio, Acudiste a sostenerle 1s frente, con esa
Gficacia que siempre me asombra, a prueba de repulsio-
hes, A menado pienso que habrias sido un buen médic
ame ef espectéculo de Ia miseria corporal despliegas ene
Pies insospechadas, También me hubiera gustado esti.
‘iar medicina, pero a mi se repele demasiado ver sangre,
ZY cémmo esti mi mami? —preguntas, volviendo a le-
vyantar Ia vista.
—Bien,,, Bostante branquila,
No he teaido un minuto para ir a verla —dices~. Ma-
wna voy sin falta.
—jAndal —digo yo.
Se ha estado queiando de ti, ultimamente; dice que eres
vuna ingrata, que Ia dejas botada como un perro. Es
bprande, cada vez mayor, su aficién a las frases melodra-
miticas, como si le procuraran una diversiGn secreta ‘y
perverss, “j0ué tristeza!”, exclama, “qué desolacién 1a
ida de una mujer solal” “Y yo, eno cuento para nada?”
‘Eres el tinico consuelo de ani vejez", declara, “jlo que
es la otral” "No hables asi; se ha portado muy bien con-
tig.” "gBien coumigo? ¢Bien conmigo? {Cria cuervos, ¥
te sacarin los ojos!”
Pese a que la conoces tan bien como yo, prefiero no
repetirte estas cosas, Para qué. A veoes sospecho que
reaccionas con una rabia sorda, como si no midieras de
quien viene la ofensa, Sueles revelar, de pronto, una es-
pecie de portiada dignidad, un sentido matriarcal into-
cable y extraio.
n
El sdbado, tal como habia dicho Verdnica, legs 1a fami-
ia: los padres, una tia menuda y opinante, y un nifio de
unos diez afos, con algo de monstruo en la cara, Vero
nica ya nos habia advertido que su hermano menor era
un monstruo, Detras de ellos, en un convertible iitimo
modelo, legé José Raimundo, Me cayO desagradable de
partida: bajo, mofletudo, daba la impresién de un mu-
chacho mimado, blando 'y despético a la vez. Toda su
vestimenta de campo parecia recién sacada de la tienda
Lo veo bajar del autombvil, sacudirse las manos y salu
dar a todo el mundo por igual, con una inclinacién y
una sonrisa mecénica,
No demostrd ninguna preferencia por ti, en ese momento.
Tampoco en Ia tarde, cuando salimos ‘a caminar acom-
pafiados por la tia y por el monstruo. Pero en la tarde
signiente nolé que sc quedaba cerca tuyo y trataba de
hacer chistes y bromas, que tt celebrabas sin entusiasmo.
Felizmente, anuncio después de comida que debia regre-
sar a Santiago. “Por desgracia’, dijo, “tengo unos asun-
tos en Santiago manana a primera hora." Esperamos es:
cuchar el motor del automdvil y entonces, Veronica y yo,
celebramos su partida, Verduica bulliciosamente, yo con
més discrecién por no ser de la casa. Charito, la
salt6 a la defensa de José Raimundo;
talento”, siempre el mejor alumno de su curso, en el co-
legio y la universidad; y era mucho mayor gracia por
watarse de un hijo unico, regalon de una familia rica,
“Por lo demas”, agrego la tia Charito, dirigiéndose a ti
maliciosamente,"“me parecio notar que te hacia bastante
fiesta", Rechazaste con energia, algo miborizada, la supo-
sicign de la tia Charito. "{Pobre Cristina”, exclamé Vi
ronica, “jel enamorado que le fue a tocar!” “:Por qué
pobre?", pregunté Charito: “\Un gran partido! jQué me-
jor se quiere!” “Dime”, pregunté Verénica, exasperada,
‘apelando a tu testimonio directo, “gcdmo encontraste a
mi primo? ;Dilo francamente!” “No es tan pesado”, res.
pondiste, coneiliadora, y tanto Verénica como Ia tia’ Cha
rito estimaron que t respuesta fes daba ta raz6n. “Ven
ustedes!", exclimé la tfa, y Verdnica afirmé, con plena
seguridad, que hablabas ‘asi de puro bien educada. No
me cupo duda, por mi parte, de que Verénica estaba en
lo cierto. Con’ su gordura fofa, sus modales estereotipa.
dos, su ropa impecable, José Raimundo correspondia
exactamente al tipo de persona que mirabamos en 1m
nos, que nunca tendria acceso a la cofradia que form:
amos entonces. Podiamos diferir en muchas cosas, tt,
Veronica, cuya afinidad se nos habia revelado en pocos
minutos, y yo, pero un desacuerdo en esta materia no
nos parecia concebible, La discusién sobre José Rai
mundo se prolongé durante un buen rato y al final Ia
tia Charito se retiré a su pieza, molesta, declarando en-
EAticamente que en esa casa nadie se libraba del pelam-
bre, “No me rajen, por favor”, dijo, lena de resenti-
miento, antes de salir del salén, y apenas traspuso el
umbral Verdnica lanzé una carcajada que debe de ha-
berle ardido en Jas orejas.
Lo pasamos muy bien con Verdnica, no se puede negar:
Hacia mucho tiempo que no lo pasébamos tan bien, El
mionstruo molestaba un poco, a veces; pero era mas bien
pacifico. Palido, con una expresin malsana y odiosa, sepasuba rebrecando contra las faldas de su madre, que le
foleraba los caprichos més absurdos, Una vex tuvo una
palaleta en cl comedor y agarré el bistec con la mano
¥ Io bots al suclo. Me dieron ganas de molerlo a palos.
Pero en general no se metia con nosotros, andaba a ia
siga de sti madre. En cambio, a la tfa Charito le gustaba
entrometerse y opinar; después de esa primera discusién,
sin embargo, estuxo mas discreta, No volvié a meacio.
nar, desde Kiegd, el cema de José Raimundo, En las pa-
seos de las tardes se ponia filosética y hablaba de la
religidn y de la muerte. Miraba, por ejemplo, la puesta
del sol y devia: “(Como puede haber gente que no crea
en la exisiencia de Dios! Es imposible que haya un atco
Sincero. jlmposiblet” Yo me atrevi a discutile; no todo
<1 mundo ha recibido la gracia, que, permite creer; Ia
misma doctrina catblica to sosticne.. "Clerto”, deeia ella,
y no obstante, el crepisculo, el horizonte inmenso, Heno
Ue nubes rojas, que contemplaba de brazos cruzados, en
éxtasis... Nosotros guardabamos silencio; par momentos,
Ja exallacin de la tia Charito se nos contagiaba.
=1Oué horas tienes? preguntas ti, sin despegar Ios
‘ojos de la eostura.
—Todavia es temprano. Cinco para tas mueve.
Estibamos en Ja cumbre de una colina y al fondo se veia
el estero angosto, de aguas profundas, que lamian eon
Jentitud ios tentéculos de los. sauces, Una tarde nos me
fimos en una balsa de maderos podridos, en taje de
‘ano, y la tia Charito, desde la orilla, se puso a gritar his:
térica que volvigramos, que la balsa podia pactitse, Por
molestarla, Veronica, que era muy buena nadadora, em-
pezé a balancear Ia balsa, y te aferraste a mi, chillando
de susto. Nado periectamente, pero tenia miedo, me
producia miedo y repulsiOn Ja idea de caer al agua fria,
lenta, lena de peces que de pronto saltaban cerca de
nosotros, sin que alcanairamos a verlos (s6lo velamos
al circulo de Ja superficie; en la profundidad adivinabae
mos seres viscosos, guarisapos, Jarvas, el barzo de Ia ork
lia se desintegraria cuando intentaramos salir, raices ea
comidas por la humedad, parccidas a serpientes). Vero-
nica aclivin6 ese miedo y prolongé el paseo, llena de ale-
ria Sédica. Sélo tus lamentaciones lograron conmoverla,
por fin, y acered Ja balsa a tierra. “No wuelvan a repetir
esa roma”, suplicd Charito, desencajada por los nervios.
Veronica, sin prestarle la ménor atencién, se sumergié de
un salto y madd hasta la ribera opuesta, “Métanse", gritd
desde ahi, aferrady a unas raices, pero ti dijiste que na-
dabas muy mal y yo no me quise meter, El barro del
estero me daba un asco insuperable.
jQué rarot —dices—, Se ha hecho bastante tarde.
Haces ademén de abandonar Ja costura. Miras en diree-
cidn al comedor. Después resuelves que no tienes otra
cosa que hacer, que ese trabajo es lo mejor para calmar
Ja impaciencia. EI reloj, con algunos minutos de retraso,
da las nueve campanadas
—iVes? —digo—. No es tan tarde,
Cuando regresamos a Santiago, mi, padre habia empeo-
rado mucho. El insomnio le impedia todo descanso, En
Ja mesa def comedor, tamborileaba con los dedos ycla-
vaba la vista en el vacfo. Por momentos, el ritmo erecia
y se tornaba inguietante, Las comidas le parecian inst
pitas; despuis de probar dos o tres bocados, apartaba
el plato con un gesto de repugnancia. “Si no té gusta no
comas, pero 10 dejes Ios platos al medio de la mesa.”
Como ‘inica respuesta, el ritmo ascendente de los dedos,
No es que no quisiera responder; es que no habia escu
chado una sola silaba. Olvidaba las cosas mas elemen-
tales —ponerse la corbata, abrocharse los botones del
marrueco—, y hablaba con escasa hilacién. Su costumbre
de pasear durante Ia noche por los corredores y de en-
trar intempestivamente a los dormitorios se habia ace
tnado. Ya no dejaba dormir a nadie. Una vez que me
desperté a las tres de Ja manana dliscutimos acerbamente;
Je cemé mi puerta con lave en las narices, temblando
de furia, Tengo la impresién de que estuvo largo rato al
otro lado de la puerta, lelo, sin atinar a moverse, recor-
dando de manera confusa 'que habja discutido con al
guien, con quién, sobre qué...
Echabamos de menos a Veronica, que seguia en el campo.
Solo ella podia salvarnos del aburrimiento infinito, an-
tes de que empezaran las clases, sin un centavo; munca
habia dinero en Ia casa, Recorrimos Ia ciudad a pie en
todas direcciones, hasta liegar muchas veces a los cerros
vecinos 0 al campo raso. En las tardes que comenzaban
acortarse, extraviados en un bosque o en un terreno donde
los trabajos de urbanizacién trazaban las huellas de ca
Iles futuras 0 en fos faldeos de un cerro, pasabamos re-
vista a todos fos temas imaginables. Decias que te car-
gaban los hombres, que jams te casarias, que todas las
insinuaciones y los desvelos de mi madre te producian
un efecto exactamente contrario al que ella buseaba, Es
taba resuelto tu ingreso a la Universidad y anunciabas
‘que te bas @ ganar ta vida haciendo clases. Por mal pa-
gadas que fueran. Necesitabas poco para vivir. Declaré
que tampoco pensaba casarme; qui2as podriamos vivir
juntos; aunque no gandramos gran cosa, se juntarian dos
Sueldos, Habria que dejar un fondo mensual para viajes,
eso si. Encontrabas que lo del fondo para viajes no era
mala idea. No estaba mal: aunque uno ganara més que
€l otro, tt mas que yo, ei dinero seria comin y el fondo
para viajes lo utilizariamos en partes iguales. "O distin-
fas, si uno quiere viajar y el otro no quiere..." Distintas.
Algo fundamental seria Ia independencia; un pacto rigu:
oso; nadie tratarfa de imponer reglamentos, lijar horas
de Megada, rituales de cualquier especie; las preguntas
se prohibirian; ibamos a contradecir el orden gue procl-
raba establecer, por Io demds sin éxito, en medio de ix
mentaciones estérifes, mi madre; Hevariamos Ia negacién
ese orden hasta ‘sus uiltimas conseeuencias. "ZNo te
cP” ¢No estabas completamente segura? Declas que
Si, que por supuesto, “;Formidable!", gritaba yo, Levan
tando los brazos, exaltado. La noche Hegaba demasiado
pronto, el viento frio de la cordillera, y proponias volver,
el hambre nos estaba asediando, imaginébamos de ante
mano una decepcionante sopa de letras o un plato de
espinacas, un huevo frito sobre las espinacas habria sido
mucho Tujo, en ese tiempo.
Me gustaria saber si todavia recuerdas esas conversa:
13Una tarde encontré a José Raimundo en el living de la
casa, Se habia dejado caer de sorpresa. Mi madre, muy
animada y algo relamida, como si la naturalidad,’ entre
nosotros, se perdiera junto con cl dinero, sostenia la con-
versacion. Me senté frente a José Raimundo y no abri
Ja boca. No estaba dispuesto a hacer la menor concesién,
‘Al poco rato entraste y lo saludasie con amabilidad, aun.
que sin entusiusmo, Se hablé de las vacaciones que ter-
minaban. José Raimundo dijo que venia de Pucdn. “Me
gusta mucho Ia pesca”, dijo, “zy a ustedes?” “A mf me
encanta”, difiste, y te ‘miré con furia: Pucdn, la pesca,
todas esas cosas, estaban fuera de nuestro alcance. Mi
madre insistio para que José Raimundo se quedara a
comer. Salié del living y mandé répidamente a Domi
& comprar jamén y vino; me asomé al repostero y vi a
Domitila, que no ‘estaba para esos trotes, que ltim:
mente vivia cansada, partir recongando. “éPor qué Io con-
vidaste?”, susurré. “;Y a ti qué te importal”, contest mi
madre en voz baja, enrojeciendo de ira; “geres ti, abora,
el Hamado a decirme a quién debo invitar a mil casa?”
“A Cristina Ie carga”, dije, “no puede aguantarlo”. “iNo
es verdad!" replies ‘mi madre; “zde donde sacas eso?
Es un muchacho muy simpatico, Y muy caballeroso,
gPor qué motivo le va a cargar?” “jEs un perfecto im-
bécill”, exclamé, sin controlar por completo el tono de
a vou, y sali del repostero para no escuchar Ja respuesta.
En el salén, José Raimundo, a sus anchas, hablaba de
musica. Era’ perfectamente’ insensible a ix hostilidad
ajena; tenia piel de elefante. Se las daba de conocedor
¥ decia que los cuartetos de Beethoven eran lo més extra-
inario que se habia escrito, “ZA ti te gustan?” “Algo”,
dijiste, impévida. 2A 112 Quise gritar a vor en cuello que
no los habias escuchado en tu perra vida, que no salias
de las canciones de moda, que por mi parte preferia mil
veces las sonatas, y Bach,'y las Gperas de Wagner, qué sé
yo, pero me contuve y opté por decir que me gustaba
Stravinsky, la Consagracién de la Primavera. José Rai-
una mueca. "{Es formidable!”, insisti. En
vex de abrir camino a la discusién, José Raimundo guards
“A mi no me gusta mucho", dijiste, mostrando
que estabas resuelta a opinar a toda costa, con absoluta
impudicia: “lo que mas me gusta es Ia Novena Sinfonta,
Encuentro que la parte de los coros es fantastica.” José
Raimundo apoyé tu afirmacion gravemente y aprovecho
el momento para anunciar que iba a invitarte a un con
cierto. "En pocos dias més hay uno que vale 1a pena.” Te
observé de reojo, a ver cémo te las arreglabas, pero per-
manecias inexprésiva, neutra; no adelantabas ninguna
clase de respuesta, ‘Te pregunté si te gustaban los con
ciertos, para darte ia oportunidad de contestar que no,
que no eras muy alicionada, que en realidad, ¢s cierto,
cualquier frase desalentadora. Y dijiste, sorprendente-
mente, lo contrario: “'Ss, sf me gustan.” En un tono que
daba a entender que no te gustaban mucho, pero que
tampoco te disgustaban, no del todo, sin confesar, por lo
demas, que habias ido una sola vez, cuando fuimos con
mi padre, afios antes, y te aburriste mortalmente, aun-
que te negaste obstinadamente a confesarlo, munca diste
tt brazo a toreer,
M4
“iEs un imbécil!", volvi a decir, apenas se hubo retirado
esa noche. “No es mal tipo”, dijiste; “un poco farsante,
nada més.” "jUn farsante dé porquerfa! Venir a cachi
porrearse con sus idas a Pucén.. (Qué nos importal Y
fi, gendndo has sal ‘para que digas que [a
pesca te encanta?" “no he salido nunca.
Pero ime encantaria hacerlo.” “(Ta serds el
estipido!” Estabas suibitamente roja como un tomate, y
tu ira me provocd una sonrisa: “Dame un. besito de bue-
nas noches". “jOuitate! {No seas cargante!” Mi padre se
somé en mangas de camisa, con expresiin extraviada.
gSe fue esc muchacho?", pregunts. “zQué hace?", pre:
gunté después. “Nada! jEs un hijito de su papd! ‘iene
autos y toda elase de cuestiones.” Mi padre se alejé y
al instante: “gApagaron as Inces de abajo?”
n seguros?” “Si, dije, irritado; “las apagué
yo mismo.” “ZEstés seguro?, voy ‘a mirar ‘un poco.” Y
ajé a inspeccionar. Lo escuchamos golpearse contra una
silla, “jMiéchica!”, exclamé, en la oscuridad del salén.
“Ojalé que nos deje dormir”, dijiste; "tanto que se prea.
cupa de las luces ahora, y después, cuando Je baja el in-
somnio,.” “jAdiés, hermanital”, te’ dije, y sonreiste con
Ia comisura de los labios. “Parcce que todas estaban apa-
gadas", dijo mi padre, subiendo la escalera con expresion
desanimada, adolorida, sobandose una rodilla, Al llegar
al corredor se detuvo, boquiabierto. "zQuién era ese mu-
chacho?”, pregunté de repente. "Un estépido, gno te digo?
Pero mi mamé le hace fiesta porque tiene plata.” Mi
padre levanté las cejas, como si comprendiera confusa-
mente. “A ver si duermo”, dijo, sobdndose el rostro; “lo
dudo mucho.” Suspiré y caminé a su pieza con lentitud,
eon pasos inestables. “Buenas noches”, dijo, sin darse
yuelta, levantando un brazo con vaguedad.
Un viernes en la tarde salimos a caminar al cerro San
Cristébal. Las clases comenzaban el Iunes: nosotros apro-
vechdbamos nuestros ultimos instantes de libertad. “José
Raimundo me pasa a buscar a las seis y media para ir
al concierto’, dijiste, “pero no tengo nada de ganas de
ir”. “No vayas, entonces", “No tengo nada de ganas de ir”,
repetiste, reflexiva, con Ja vista fija en un cielo azul des-
‘efiido, estacionario. Surgia de 1a ciudad, abajo, una espe-
cic de vibracién, un rumor sordo, de algo que bullia y era
iriturado continuamente, Decias que te gustaria vivir en
una provincia tranguila; hacer tus clases allé. El ruido
de las grandes ciudades, todo ese ajetreo rechinante en
medio del calor, del polvo, te alteraba los nervios. Vivir,
por ejemplo, en uno de los valles del norte, Hacer Jas
‘clases y habitar una casa con gallinas, con hortalizas,
con perros. “¢Y yo? ¢Como vamos a estar juntos, enton:
ces?” “Tu te’ vas conmigo.” “Es que a mi las ciudades
grandes me gustan. La provincia est muy bien visia de
lejos, Alld, el aburrimiento, las mentalidades estrechas.."
Hablabas, sin escuchar mis objeciones, de comer el pan
y la mantequilla del campo; de tomar la leche al pie de
a vaca, “Estas bucdlica.” "Hoy dia me siento bucélica.
Echaste atris Ta cabeza, risuefia, mostrando tu cuello
fuerte, curvo, bronceado’por el verano. Tenias un olor
especial, que guise comparar con el de Ios arbustos flo-
ridos, con el de las plantas sobre la tierra recién regada,7
.
en las tardes del mes de febrero. “No se te ocurriré ca-
sarte con José Raimundo, -supongo..." Te enderezaste de
golpe, indignada. "Digo, no mis: como lo ves tanto,
ahora, y mi mamé lo cultiva en esa forma.” “jSe te
ocurre! Ademds le dije a mi mam, si quieres saberlo,
‘que no le hiciera tantas zalamerias. Llega a dar vergtien
za ajens,” “Dile que no tienes Ia menor intencién de ca-
sarte, con él ni con nadie,” “Le dije.” “ZY qué te respon-
dié?” “Nada, Las mismas cosas de siempre.”
Me Ievanié y me puse a lanzar piedras, Trataba de gol-
pear un pefiasco situado a unos quince metros de dis-
fancia, cerro abajo. El peflasco era un acorazado enemi
‘cuando le pegara tres veces, en pleno centro, se hun-
diria. Eso significaria que el camino estabs despejado,
‘que no habfa obsticulos. Contemplabas, entretanto, el
paisaje gris, absorta, con las manos cruzadas delante de
las rodillas, Me aburri de disparar y quise jugar con el
pelo que te caia, suelto, por Ia espalda, “Vamos.” “Por
‘qué ton Juego?" “Este tipo pase a buscarme a las seis y
media. Oué hora es?” Mi reloj, que por lo demas se atr
saba mucho, marcaba cinco para las seis. “|Tenemos que
correr!", exclamaste, preocupada. "Por qué no lo dejas
esperando? (Qué te importa” “No puedo. Ya me com.
prometi.” Me puse nuevamente a lanzar piedras contra
i peflasco que no se hundia, las piedras se obstinaban
‘en no tocar él centro sensible. “Yo que tt lo dejaba plan.
tado. Seria la mejor manera de librarse de él" “No
puedo", repetias, ¢ iniciaste la bajada con pasos enér-
gicos, sin prestar mAs ofdo 2 mis argumentaciones.
En Ia casa, le hice compania a José Raimundo mientras
te arreglabas, No habria tenido ningiin eseripulo en salir
del salon con cualquier pretexto, pero preieria observaria
de cerea, tratar de sonsacarle cosas, ver qué puntos cal-
zaba, NO es mucho lo que esa vez, 0 €n ocasiones poste-
riores, saqué en limpio. El me miraba con ostensible
desaprensién, como si no valiera la pena conversar eon
migo. Eso, y'sus zapatos de gamuza, sus camisas de seda,
el eatretejido de sus corbatas, sus manos blandas, re
chonchas, me volaban de furia, Recuerdo el suftimiento
amudo de que aparecieras hermosa, de Tabios rojos, com
un yestido blanco que Verdnica te’ habia prestado, y de
que partieran al concierto mientras me quedaba en esa
casa donde empezaba a bajar la oscuridad. Fsa tarde,
Ia tinica que permanecfa en la casa era Domitila ¥ me fui
al repostero a conversar con ella. "Hay que hacer algo”,
le dije: “mi mama le mete todo el tiempo a este imbécil
por las narices.” “Quernt que se case con ella”, dijo Do-
mitila, “jTustamente! Por eso hay que hacer algo.” “jQué
se casen, pues!”, dijo Domitila; “si la nifia Io quiere...” El
solo hecho de que Domitila aceptara esta idea como algo
no imposible, de que se permiticra enunciarla, lo que sig-
nificaba que no era absurda en sf misma, al menos para
Domitila, y por lo tanto, que no era totalmente absurda,
me produjo un malestar fisico. Me alejé de Domitila con
el animo por los suelos, y se me ocurrié que podia vist
tar a Verdnies, Hack cinco a seis dias que habia regre-
sado del campo.
‘Me vio desde una de las yentanas, mientras yo atravesaba
cl jardin eno de dalias y rosas, ‘con Ia estatua de Diana
a cazadora en’ una glorieta cubierta de enredaderas, en-
vuelta en la penumbra del atardecer de marzo. Me grit6
que ya bajaba, que Ja esperara dos segundos. EI mozo
me hizo pasar’a un salén pequeno, atiborrade de sillas
estrechas y adornos de porcelana, con estanterias llenas
de libros en las paredes. Esperé inmdvil, sentado en la
punta de una de las sillas, sin respirar casi. Habia vis-
lumbrado, al entrar, una galeria de marmol, las baran-
das de fierro forjado de una escalinata, salones espacio.
sos invadidos prematuramente por Ia oscuridad. Los It
bros de las estanterfas, en su mayor parte, eran Inventa
rios inGtiles, recopifaciones en latin, catastros, algunos
textos clisicos encerrados en vohinénes diminutos. Ex:
travagancias de Ta gente Tica, pensé, y en ese instante en-
6 Verdnica y me progunt6, antes que ninguna cosa, por
ti. Ella sabia que mi visita’ no podia tener otro motivo.
Levanté las cejas, con expresién preocupada: “Vine para
hablarte de ela, precisamente.” El sentido del ridiculo
me impediria, ahora, una actitud asi; pero éramos aficio-
nados, en esc tiempo, yo y th también, a los ademanes
teatrales. “ZQué pasa?”, pregunté Verénica, con alarma.
“Dime, primero”, interrogué, para graduar los efectos:
“galguien lee estos libros?” “Nadie”, dijo Veronica, “pero
cuéntame: qué pasa con Cristina?” “Nada, No pasa
nada.” Después de un silencio, agregué: “Lo que hay es
que sino hacemos algo, va a terminar casindose con
José Raimundo.” “¢Ti crees?” “Asi me Io temo.” "Debe-
mos hacer algo, entonces”, dijo Verénica, pensativa; “Te
voy a hablar.” “No. sacarés mucho con hablarle, te’ ase-
guro. No va a confesarte nunca que le gusta ese tipo.”
“ei crees que le gusta? {No puede seri”, exclamd Veré:
nica; “seria absurdo. Estoy segura de que no le gusta.
“Yo no estoy tan seguro. En todo caso, ti puedes ha
blarle mejor que yo, Te dejo Ia tarea...”
El infarto de mi padre se produjo el dia miércoles de la
semana siguiente, cuando me levantaba para ir al colegi
Desde el cuarto de bafio escuché carreras, portazos, Ia voz
de mi madre, extrafiamente ronca y tensa, el disco del
teléfono donde alguien marcaba un mimero, cortaba, im-
paciente, antes de haber terminado de marearlo, marca-
ba otra vez. Al rato, Ia voz implorante, entrecortada, re-
primida a duras penas, que de pronto levantaba stu diapa-
son: “Es urgentisimo, le digo.” Carreras de regreso. Diste
tres golpes discretos pero enérgicos en la puerta del bafio.
‘Me sequé con cierto temblor que no consegufa reprimir
¥ me vesti rapidamente, Se escucharon voces en el pri
mer piso. Mi madre subid Ia escalera de prisa, palida,
seguida por un medico y un enfermero de la Asistencia
Publica. Tit subias detras. “Parece que ha tenido un in
farto.” Me asomé al dormitorio y alcancé a divisar, entre
mi madre y Ios dos hombres de blanco, a mi padre tendi-
do en la cama, con una mano en el pecho, la camisa del
piyama abierta, una pierna recogida, livido: Ia réfaga st-
bita lo habia dejado boquiabierto, estupefacto, la acum
facién ce pequetias miserias recogida y devuelta en ma
sola ofa devastadora, un dolor quemante. Uno de los hom:
bres de blanco cerré Ia puerta. “Tengo ganas de voritar”,
Gije. "No seas estiipido”, dijiste; “aguanta.” A los pocos
minutos soné el timbre y era el doctor Bricefio, el médico
de la familia, Nos saludé en vox baja y subis’ derecho a
15Ja pieza. La puerta se abrid, pero sélo vi formas Blancas
en-movimiento, vislumbré el rostro contraido de mi ma-
dre, Ia cara de’uno de los hombres que miraba por enci-
sna ‘del hombro, y la puerta volvié a cerrarse. “ZT crees
‘que es grave?", pregunté, por preguntar alguna cosa. “Muy
grave”, dijiste. Caminamos hasta el final del corredor y
‘miramos el cielo por la ventana, En ese instante se abrié
le puerta y el doctor Bricefio se nos acercé. "Tengo una
mala noticia que comunicarles”. No pudiste reprimir una
cexclamacién, mezcla de terror @ ineredulidad, Mevindote
los mudillos de la mano derecha a la boca. El doctor hizo
tun gesto de afirmacién apesadumbrada. “No pudo resistir
el aiaque.” Vi que la puerta permanecfa entreabierta y
que de adeniro egaban sollozos. “ay que ser vallente”,
dijo el doctor, apretindote un brazo. Te desprendiste con
impaciencia mal disimulada y svanzaste por el corredor,
Jentamente, mordi¢ndote uno de Jos nudillos. Habria que:
Fido acompaftarte, pero me senti importuno, El doctor
Bricefio me dio unos golpecitos amables en la espalda:
“Voy a hablar con la Domitila”, dijo, “ta madre necesita
un poco de valeriana.”
Me asomé al umbral y vi que Horabas, de pie junto al
echo, con la cabeza baja. Llorabas en silencio, pero los
sollozos te sacudian los hombros. A mi padre lo habian
metido adentro de Ia cama. Me acordé de sus insomnios,
de sus paseos nocturnos. También lo vi en sus buenos
tiempos: junto al chevrolet szul, colecéndose Ia gorra y
Jos guantes para manejar, sonriente, dueiio del universo
y de si mismo. Recordé algunss enionaciones peculiares
de su yor y un acceso de furia gne tavo porque no te
guise prestar un juguete, cuando compli ocho afios; me
dio tin cocacho a oda fuerza y las lagrimas me encegue-
cieron.
No sentia, por mi parte, el menor deseo de Morar; s6lo
tuna pesadez en el corazén, como si trabajar le costara
tun esfuerzo doble, como si los sucesos recientes y el ct
mulo de los recuerdos lo aplastaran.
A Jas seis de Ia tarde Meg José Raimundo, vestido de
aris oscuro, con cara de circunstancias. Habian encajona
doa mi padre después de almuerzo y se lo levaban en
‘un rato més a Ia iglesia. “Muy sentido pésame”, murmuré
José Raimundo, y me mira los ojos con intensidad.
Agradect vagamente y guardé silencio, ineémodo, Menos
mal que apareciste Iuezo. José Raimundo te dijo ima fra-
se mis larga, que no aleancé a escuchar. Ta tenfas los ojos
algo hinchados, pero actuabas con una naturalidad que
ie sorprendia. Le dijiste que se sentara y contaste e6mo
habia sido el ataque, a qué hora, lo que habia dicho el
doctor Briceno sobre su escasa resistencia, su fatiga, el
mall estado. de sus nervios. Después leg ‘Verénica, cle-
zante ¥ seri, y le repetiste las mismas cosas. Ellos esta-
ban a primera hora en la misa, a la mafiana siguient
Verénica te acompaiio 2 Ia casa’ y José Raimundo siguié
de cerca ef entierro. Mis tios To reconocfan y lo. salada-
ban con [o que me parecié una secreta complicidad, con
una complacencia que no lograban disimular del todo, ab-
yecta... Habia Hegado el momento de hacer algo drstico;
de lo contrario... Resolvi hablarte, una noche, directa:
mente,
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Ahi Hego— dices, cuando oyes el ruido del manojo de
Haves al otro lado ‘de Ja puerta, Das una puntada final a
tu costura, mientras salgo al vestibulo. El reloj marca Jas,
mueve y diez minutos.
—iHola!— dice él.
Estoy a punto de hacerle una broma por los _progresos
de su calvicie. Al fin prefiero abstenerme. Podria cacrle
mal. Siempre es mis seguro mantener las relaciones en
un terreno neutro. Deja su cartapacio con papeles y te
besa en una mejilla.
—éPor qué te atrasaste tanto?— preguntas,
;Demasiado trabajo!— exclama, dejandose caer en el
asiento. Suspira ruidosamente: _jLas secretarias que
tengo son tan estipidas!
Mueves la cabeza, significando que con esa gente av hay:
nada que hacer.
—2¥ el nifio?— pregunta.
—Durmiendo.
—Estoy demasiado causade para subir a verlo— se queja,
a.
Para ahuyentar de la conciencia mi descanso, mis hora-
rios de burdcrata, con salida fija a las seis de Ja tarde,
ofrezco preparar un trago.
FI pide whisky con un poco de hielo, sin agua.
=2¥ ti, Cristina?
Yo, nada,
“Estés loco”, dijiste; “ede dénde se te ha metido esa
idea en la cabeza?” “Estoy seguro. Sobre todo ahora gue
murié mi padre. ¥ Veronica, si quieres saberlo, ha Mexa-
do a pensar lo mismo.” ";Verénica?” “jClara!
tos, los mas importantes son los existencialistas, Yo no
he reemplazado la tristeza de la existencia con una filo-
solia que sea optimista en un sentido ingenuo, a lo Po
lyanna,* pero al menos me he convencido a mf mismo
de la compatibilidad de mis premisas, que no estén may
alejadas de las de los existencialistas, con una actitud
positiva hacia el universo y hacia nuestra vida en él,
* Polyanne, muchacha de optimismo incantenible, que en.
cuentra buengs todas las cosas, heroina de los relatos
de Eleanor Hodgman Porter. (N. del T.)
[Norbert Wiener, et oélebre hombre de ciencia fundador de ta cibernética, que
murié en 1964 a la edad de 69 alias, habia escrito das libros autobiogrdficos: EX:
Prodigy, My Childhood and Youth, y T am a Mathematicias
The Later Life of a
Prodigy (The M. 1. T. Press, Cambridge, Massachusetts). Las pdginas que hemos
iraducido corresponden todas al seguniio tomo ciiado, habiéndose escogide de
referencia aquellas en que se hacia referencia a tas relaciones entre distintas dis-
iplinas 0 se ponian ert evidencia iutereses del autor ajenos al campo exclusivo
de tas ciencias y, en particular, su sentido agudo de la responsabilidad social de
sn cientifico en nuestro tiempo.)
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