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1 3 8 1“ 19 2 n 30 P 3 38 39 45 3 1 a INDICE Las NUEVAS MaTEMTICAS Rolf Nevanlinna / EI desarrollo de las matemédticas en el siglo XX Claude LéviStrauss / Las matemédticas det hombre José Maria Arguedas / Mitos quechuas poshispdnicos Pablo Neruda / La barcarola termina José Lezama Lima / Dormido a ta recepcién de Pro. serpina ‘Humberto Diaz Casanueva / La visidn de la semejanca Mario Benedetti / Acaso irreparable Alberto Girri / Dos poemas Julio Ramén Ribeyro / Papetes pintados Blanca Varela / Poemas André Coyné / Enrique Motina José Garcia Bryce / Arquitectura en Lima, 1800-1900 Acerca de Dadé y neodadaismo (E.AW.) Mario Vargas Llosa / «Cien aiios de soledads, el Amadis en América [Novas Comavranies APUNtES Las A, Castlo La automacion,cesclavtud 0 Noé Jitrik / Literatura argentina: sobre el peligro- Soy ambiguo camino de sw trascendencia crerica 9 aL Carlos Martinez Moreno / Una hermosa amplia cién: «Los cackorrosy Antonio Cornejo Polar / Novelas y cuentos comple- tos de César Vallejo Blanca Varela / Las colinas de Iossip Brodski Franklin Pease G. Y. / La visita de la provincia de Len de Huénuco Este MuNpo 2 Stefano Varese / La nueva conguista de ta selva 95 CENSURA ¥ TOTALITARISMO 96 Luamantien10 pet PEN CLUB INTERNACIONAL, 96 Noticias sosee Los AUTORES ILUSTRACIONES 28 4548 53.54 6370 Dibujo de Henri Michaux Arquitectura en Lima, 1800-1900 Sobre Dadé y neodadaismo (Duchamp, Man Rav, Picabia, Baargeld y Ernst, Schwitters, Arp, Max Ennst, van Doesburg, Peto, Rauschenberg, Tinguely y Niki de SaintPhalle, McCracker, Kaprow, Lebel, Graham) Vineras de Jean Arp Carétula J. Ruiz Durand Contracarétula Plano antiguo del Hospital Dos de Mayo, Lima amaru revista de artes y ciencias Casilla 1301 — LIMA Director — Emilio Adolfo Westphalen / Redaceién — ‘Abolardo Oquendo / Blanca Varela / Secretario — Carlos Milla Batres Corresponsales — Antonio Cisneros / André Coyné / Al. varo Mutis / José Emilio Pacheco / Carlos Martinez, ‘Moreno / Mario Vargas Llosa “Asesores — Jorge Bravo Bresani / Luis Miré Quesada G. / Georg Petersen / Gerardo Ramos / Augusto Salazar Bondy / Javier Sologuren / Fernando de Szyszlo / José Tola Pasquel / Gastén Wunnenburger PUBLICADA POR LA UNIVERSIDAD NACIONAL DE INGENIERIA Subdivision de Extensién Universitaria PATROCINADORES BANCO CENTRAL HiPOTECARIO DEL PERC CoRPORACIGN DE INGENIERIA Civil. FAprica PERUANA Erernit S. A. IBM pet PerG S. A. Trcnoavimica, S. A. amaru revista de artes y ciencias Jul.-Set. 1967 LAS NUEVAS MATEMATICAS Ak presentar t par de articulos sobre tas nuevas mateméticas que se incluye on este numero de ‘Amaru’, no estard demds recordar lo que a propésito de tas viejas matemdticas escribié una vez Eugenio d’Ors, es decir, la imposibilidad de un mé. todo ad usum delphini gue fuera via fdcil de acceso, 0 atajo que, soslayando ta enosa y larga progresidn, condujera a los estratos mas elevados —y abstrusos— de sus teorlas y aplicaciones. A pesar de tal dificultad, el reconocimiento del papel preponderante de las matemdticas en el desarrollo cientifico 9 técnico de nuestra época y el hecho nuevo de su empleo en dominios hasta hace poco bastante inmu nes @ su influencia, como es el caso de las disciplinas sociales y humanistas, hacen casi obligatorio no sélo que toda persona culta trate de tomar conciencia del fe. ndmeno y sacar las conclusiones filosdficas ¥ culturales pertinentes, sino también que tas instituciones y los especialistas encargados de la formacién de las nuevas Reneraciones se avengan a la situacién y apliquen los planes y métodos de ense lanza que mejor correspondan al adelanto pedaydgico y cientifico, y ello tanto en el nivel universitario cuanto también —y quizds sea mds imporiante— en el escolar. La necesidad de conocimientos maiemdticos para tos que se dediquen a las clencias sociales y humanistas es subrayada por Lévi-Strauss '; atreve a predecir qu ‘esas materias serdn Esto indicaria 1a anacrénico, imprescindibles para los estudios que mds tarde han de seguir. Poniendo ahora de lado las dificultades inherentes al estudio y ta cuestion de la divulgacion formacién matematicas, lo que ral vez mds llamard ta atencién del lector profano serd la caracteristica especial que se atribuye a las nuevas mate méticas. Antes era comuin oponer arte 9 ciencia sobre la base del interés exclu sivo, de la una, en la calidad de la experiencia, de ta otra, en la cantidad, Leemos, 1 Véase més adelante en el articulo de Claude Lévi-Strauss, la p. 13, aun mds, se de no intervenir una reforma, los jovenes especialistas en warridos de la escena cientifica”. ‘arbitrario y anticientifico de un curriculum escolar como el nuestro que no solo erige una declaracion prematura de 1a vocacién —en jovenes sin arientacion pro- fesional previa— sino gue esiablece una separacién rociva en “letras y ciencias" que priva a una gran parte de esos jdvenes de una introduccién a conocimientos sin embargo, en el texto de Nevantinna: “Esta expansién de las matemdticas en direcciones juzgadas humanisticas jue posible porque las matemdticas no estén por naturaleza Timitadas a to cuantativo o medible —algo que se entiende ‘ahora mds claramente que munca. Se ocupan en esiructuras ldgicas diversas, com lejos de concepios que no tienen nada que ver con ‘magnitud’ 0 ‘inconmensi rabilidad’. No se necesita ir mas alld de ta geometria euclidiana para comprender esto; por ejemplo, cqué tiene que ver la teoria de la incidencia o los axiomas sobre paralelas con lo “cuantitativo?” Este enfoque no debe, sin embargo, inducir a suponer que la oposicién tradicional entre una y otra actividad humanas haya disminuido 0 estd por disolverse, Es verdad que con frecuencia se hace referen- cia a aspectos de la actividad matemdtica para los cuales no se encuentra otro Calificative que et de estéticos. El mismo Nevanlinna observa? que [el proceso de formacién de ideas en matemiticas] “esté regido en grado decisive por normas que pueden caracterizarse como estéticas mds bien que ldgicas: las matematicas se apartan de la posicién de ciencia real para aproximarse al acto creador”. Para corroborar esta afirmacion se pueden citar a A. dAbro: “De un ldgico se espera que se concentre 9 piense con claridad. Lo mismo vale para el matemdtico, pero éste necesita, adémds, fantasia, genialidad, 0 cémo quiera lamérselo, Debe ser artisia_y no sélo un obrero cuyo pensamiento sigue vias preestablecidas’.? O a Friedrich Waismann: "Son consideraciones extramatemdticas las que sirven de norte a las investigaciones matemdticas... Se podria hablar de nortes estéticos. Estos no nos van a hacer posible la buisquedd; sdlo nos dicen 1a especie de is dagacién que quisiéramos realizar; determinan ta clase de investigaciones que nos atrae”.* También hay un largo pdrrafo al respecio en ta autobiograjia de Wiener: “los motivos principales para aceptar 0 rechazar determinado trabajo tienen que ver con el campo, muy descuidado, de la estética matemdtica”.5 Todas estas opiniones apuntan a un hecho indudablte: ta intervencién en ta invencién, creacién, demostracién mateméticas de una jacultad humana preciosa, onmimoda, imprescindible: ta imaginacion (fuente de toda arte y toda ciencia). Pero no ereemos que signifique una inversion o invasion de canipos. A la ciencia compete la investigacién conceptual de ta realidad y tiende a las generatizaciones y las leyes de aplicacion universal, El arte tiene que ver con imagenes, con lo perceptible, ‘con la emacion y ef sentimiento, con 10 peculiar y tinico. Podriamos decir que ei arte trata de imiponer a la realidad la existencia de objetos 0 hechos —obras y ‘actos de arte— de validec exclusiva para el hombre y tan necesarios 0 iniitiles como el hombre mismo, sus esperancas, sus temores, sus angustias, sus fantasias, La ciencia nos da los instrumentos con que creemos dominar a la naturaleza. Bi arte seria el vano esfuerzo de hacer realidad un sueio Otras muchas deducciones y atingencias pueden sugerir estos articulos. Ahora silo se sefialard la pertinencia ‘de la insistencia de Nevanlinna en el cardcter de tas relaciones entre teor{a y aplicacién. La teoria como puro juego especulativo puede a menudo ser bastante ociosa. Aungue nunca se sabe cudles pueden ser los alcar- ces de una teoria, Nadie habria predicho, como nos recuerda Nevaniinna’, que e. estudio del sistema euctidiano seria un dia reinterpretado por Einstein y Mire Kowski en términos tales que constituirian la base de ta visién que del mundo tiene la fisica moderna. Pero el principal soporte de ta investigacion matemdtica, en sus periodos realmente productivos y vitales, ha sido, 9 sigue siendo, el sentimien- 10 y la conviccion, augue vagos, que aun en sus’ especulaciones tedricas mds elevadas, no ha perdido contacto con ta ‘realidad empirica’, y que por ello estd lamada’a ocupar un lugar prominente como importante ¥ util componente de la variedad y unidad de la cultura en conjunto. Se trataria, entonces, de esta- Dlecer cierto equilibrio entre los sectores de 1a teoria y 1a aplicacidn, multiptican- do para ello los contactos entre especialistas, pero sin descuidar el vuelo tedrico mds abstracto. 2 Véase a continuacién en el articulo de Rolf Nevanlinna, la p, 1 Vises “rhe Controversin on ie Natare of Mathematics” on The Ris ofthe Now Pins: its Mathematical and Physical Theories, New York 195 «Cf, "Suchen und Finden in der Matherhatik” en Kursbuch 8, 1967, © Cf Yam a Mathematician, Cambridge 19%. 5 Véaso su artioalo, B. 7. 2 Rolf Nevanlinna Bl progreso cientifico modemo se basa esencialmente en tuna comprensién més profunda de fa naturaleza de los co- ‘nocimientos mateméticos logrados por Ia Tlamada ‘escue- Ja axiomética’. La contribucién de David Hilbert en los, primetos afios de este siglo fue decisiva al respecto. Sus, Investigaciones sobre los fundamentos de la geometria lleyaron 2 una elucidacién mayor de las conexiones tipi- tas en que se basan los sistemas geométricos elementa- Jes. Pero su propésito era mas alto. La gran significa cin de los estudios eriticos de geometria elemental re- pose sobre todo en la actitud fundamental general adop- tada por él frente a los problemas geométricos en que se ocups. Este hecho ha dejado su marca en las proposicio- nes notables con que introduce su presentacién de la geometria euclidiana. Supongamos ires especies de objetos a los que Iamare- M05 puntos, rectas y planos. Supongamos, ademés, que e305 objetos estén ligados por eiertas relaciones. Hilbert expone luego las tres relaciones basicas de la geo- ‘metria euclidiana: relacién de incidencia, relacién de co- ‘respondencia y relacién de congruencia. Sigue la formulacién de los axiomas; se muestra asf, aun- que en forma implicita, que la geometria euclidiana cons- tituye un todo. La sintesis I6gica siguiente conduce de los conceptos bésicos (objetos, relaciones y reglss) a nuc- ¥05 objctos y relaciones (mediante definicfones) y a nue- vas replas y teoremas (mediante deducciones o demostra- cones). La presentacién de Hilbert esté ligada con debates ante- riores en tomo a la geometria que, especialmente en el siglo XIX, permiticron la obtencién de conocimientos muevos decisivos (Gauss, Riemann, Klein, Helmholtz, Poincaré, etc.). Hilbert, empero, insistié en forma més cata y explicita en que un conocimiento cabal de Io que tra la geometrfa no seria posible, una vez. por todas, sino @ejando de lado tas ‘cualidades geométricas’ de tos ob- jetos geométricos y las relaciones originalmente asocia- das a ellos en el nivel empirico intuitivo de la geometri. Los ‘puntos’, ‘rectas’, etc., quedaron disociados de esas, oncepeiones, sin sentido desde el punto de vista ldgico, y fueron entendidos sélo como cosas abstractas, como ele- mentos de deierminados conjuntos. Las relaciones geo métricas fueron asi disociadas también de las considere- Desarrollo de las matemiticas en cl siglo XX ciones intuitivas adjudicadas a ellas. No se requiere gran libertad de pensamiento ni capacidad de abstraccién para comprender y apreciar Ia importancia de este proceso de disociacién inherente a 1a concepci6n hilhertiana, en com- paracién con las presentaciones intuitivas, més antiguas y tradicionales, si se expresa el pensamiento con bastan- te claridad y ponderacién y se le ilustra mediante ‘rein: terpretaciones’, cualitativamente diferentes, a base prin. cipal, aungue no exclusivamente, de los modelos aritmé ticos que ofrece Ia geometria analitica, Esto se aplica, por Jo menos, a la concepcién de los objetos geométri cos bisicos (puntos, rectas, planos) como elementos de tres especies de conjuntos sin otras cualidades gréficas es ppeciales que las presupuestas por el concepto intuitive de ‘conjunto’, o sea, una coleccién de elementos dados sin otras caracteristicas cualitativas que la ‘existencia indivi- dual’, de modo que los elementos arbitrarios son o idén- ticos’ (‘los mismos elementos’) 0 no idénticos (‘elemen- tos diferentes’). El concepto abstracto de relacién ofrece tal vez més diff cultades. Parece que aun para los estudiosos de filosofia, Ia palabra ‘relacién’ se combina ocasionalmente con ideas, vagas. Para un matemético el asunto es tan claro cua to simple. Lo decisivo es ta idea de correspondencia (0, més generalmente, de aplicacién). Por ejemplo, el hecho que dos conjuntos geométricos clementales —puntos y rectas— estén vinculados por una relacién de incidencia no significa sino que para cada punto hay un conjunto correspondiente de rectas (las que se consideran inciden- tes con el punto dado). La transici6n de Ja idea intuitiva original acerca del sig: nifieado de la relacién de incidencia (‘una recta pasa por un punto”) al significado mas amplio basedo en el concepto més general de ‘correspondencia’, tiene un equi vyalente remoto en el proceso de liberacién légica que su: fri6 el concepto de funcién en el siglo pasado. Original. mente este concepto se definfa como una ley aritmética 6 analitiea, Ia cual en el caso de determinado niimero 0 argumento daba como ‘resultado’ otro niimero (el valor de la funeién) o muchos ottos néimeros (cuando la fun- cién tenia valores méltiples). La idea moderna de fun- cidn se desinteresa de las manipulaciones aritmético-ana IWticas que Hlevaban del argumento a la funcién, Estas 3 son reemplazadas por el concepto de correspondencia 0 aplicacién general: intuicién muy significativa que en todo lo esencial se yemonta a Riemann. Un proceso ans logo hizo que del concepto intuitivo de “proyeccién’ sur- giera Ia idea general de splicacién y correspondencia abstracta. La contribucién de Hilbert constituye una de las etapas mas notables de la historia de las ideas cientificas. Lo més remarcable es que la nueva comprensién general de Ja manera como se origina Ia teoria matematica fuera lo- grada como resultado final de esfucrzos cientificos ten- dientes a esclarecer los problemas més antiguos y ele- mentales de las investigaciones exactas: Ia geometria eu- clidiana La concepeidn general y libre sostenida por Hilbert res pecto a ese sistema de geometria elemental, le condujo a plantear también las cuestiones generales de conocimien- to asociadas con toda teoria matemética que alcanza el nivel axiomatico. La teoria aparece asi como una ‘teoria estructural’ légica, como un sistema de objetos bésicos, relaciones bésicas y conjuntos bésicos (axiomas), el cual Bas ere par coe Esas cuestiones se refieren a: 1) la consistencia del sis- tema axiomético, 2) la independencia del sistema, y 3) la completitud del sistema. Con ayuda de ta geometria analitica esas tres cuestiones se han reducido, por lo que respecta a la geometria ele- mental euclidiana € hiperbélica, a la cuestiGn de si ta aritmética constituye un sistema Idgico coherente, Supo- niendo esto, se concluye que: 1) El sistema axiomético euclidiano también es cohe- rente: no puede llevar a dos consecuencias que impliquen ‘una contradiccién explicit. 2) Los axiomas evelidianos pueden ser reducidos de modo que sean 1égleamente independientes entre st. 5) La gcometria cuclidiana es un sistema completo. Es to significa que su estructura Iégica est determinada unfyocamente, salvo isomorfias: dos ‘realizaciones’ o ‘mo- delos’ de la geometria euclidiana son isomorfos si sus objetos bésicos y relaciones bésicas pueden aplicarse en correspondencia, biunivoca, manteniéndose validas las re- laciones restantes (dos objetos en un modelo asociados una relacién basica de geometrfa elemental tienen, co- ‘mo objetos-imégenes en el otro modelo, dos objetos’aso- ciados a la ‘relacién imagen’ de la relacién pertinente). El problema de la naturaleza logica de la geometria llevS asi a Hilbert a un problema correspondiente en aritmét ca. Las discusiones sobre estos problemas se han desarro- Mado durante medio siglo y estén lejos de haber sido terminadas, EI surgimiento del ‘modelo axiomético de pensamiento’ no sélo ha dejado su marca en las investigaciones sobre Jos fundamentos de las mateméticas, sino ha influido también decisivamente en toda Ta tendencia expansiva de las matemticas de nuestro tiempo. Los no mateméticos se asombrarén de esta afirmacién, zAcaso, la indole de Jas matemiticas no implica que su método es axiomé co? {Cual otro podria ser su objetivo si no sacar coneli- siones correctas de premisas formuladas. claramente (axiomas) mediante deducciones yélides I6gicamente? Esta objeciGn est justificada y hay que preguntarse si el titulo ‘método axiomatic’ describe adecuadamente lo que es esencial al prop6sito. De hecho, lo que es nuevo en el modo axiomitico de pensamiento se relaciona menos con las exigencias més estrictas de exactitud I6gica impuestas hoy en dia a las mateméticas, que con Ia interpretacién mas libre y abs- tracta de la naturaleza de las teorias mateméticas a la que ha Ievado la liberacién antes mencionada como con- secuencia de estudios fundamentales de geometria ele- ‘mental. Baste con recordar aqui dos dominios principales, en los que el mado axiomético de pensamiento ha deter- minado una renovacién total, y en gran escala, y una expansién provechosa: el algebra y la topologia ‘moder- nas’. En los tiltimos decenios, la escuela francesa de Bourbaki Mev6 a cabo un intento impresionante de establecer las mateméticas como construccién axiomitica sobre base ‘general coherente. Desde comienzos del siglo, el tratamiento axiomético ha servido de fermento en casi todas las ramas especiales de las mateméticas. Como subray6 Einstein en otro con- texto, la teoria de la relatividad se bas6 principalmente en a compresion general ganada gracias a las investiga- ciones fundamentales en el campo de la geometria. Sin ese trabajo preparatorio no hubiera sido concebible la in- terpretacidn monumental, por Einstein y Minkowski, del mundo fisico en términos de geometria cuatridimensional con una métrica indefinida. La teoria clésica de Newton también puede ser entendida y presentada como una geo- cuatridimensional de cardcter métrico semi defi La comprensién general obtenida por medio de las inves- tigaciones fundamentales de geometria ha preparado igualmente el camino a otras reelizaciones mateméticas no previstas. Como ejemplos pueden mencionarse los 1o- 10s en este siglo de Ia teoria de la probabilidad (como rama de la teorfa de funciones aditivas de conjuntos), la feoria de le informacién, la econometria, Ia teoria de los, juegos y conclusiones, con los que se ha ‘matematizado? Ia investigacién en campos en los cuales la accién huma- na interviene en grado esencial, hasta ahora considerados fuera del alcance de los métodos. matemiéticos. Esta ex: ppansién de Ios mateméticas en ditecciones juzgadas hu- Imanfsicas fue posible porque las mateméticas no estén [Por naturaleza limitadas a lo cuantitativo o medible —al- 40 aue se entiende ahora més claramente que nunca. Se ocupa en estructuras Idgicas diversas, complejos de con- ceptos que no tienen nada que yer con ‘magnitud’ o ‘con- ‘menstrabilidad’. No se necesita ir més allé de la geom: tia euclidiona para comprender esto; por ejemplo, ne algo que ver la teoria de Ja incidencia o los axiomas sobre paralelas con lo ‘cuantitativo’? Una vez compren- dida correctamente 1a enorme cantidad de generalizacio- nes y refinamiento contenida en el concepto matemético de aplicacién y correspondencia en cuanto concierne @ Jas conexiones funcionales del mundo de la experiencia © de las bellas aries, ya no sorprende que los complejos ‘empiricos accesibles a esa idealizacién conceptual amplia ¥ aplicable a sistemas Iégicamente estructurados y, por tanto, tratables maieméticamente, no estén limitados a la aritmética, In geometria 0 las teorfas que hasta ahora concernfan principalmente a las ciencias exactas. Muchos de los campos nuevos no se prestan a ser tratados me- diante las teorfes mateméticas antiguas; por Io contrari proporcionan material empirico e impulsos para nuevos complejos de ideas y problemas mateméticos. Aqut ve- ‘mos emo se repite esa interaccién de experiencia y expe- rimento, por un lado, y de formacién de teorias matemé- ticas, por otro, que como un hilo indeleble atraviesa todo el curso histérico de las ciencias exacts. Poco después de Jas investigaciones fundamentales de Hilbert sobre las bases de 1a geometria elemental, varios ‘studios en el nivel de las mateméticas superiores sefia Jaron nuevos rumbos. Le teorfa hilbertiana de los opera- ores lineales y sus valores propios, y de los sistemas or- fogonales en un espacio de funciones se basaron en las ‘ecuaciones integrales. No obstante, su idea rectora era geométrice: Hilbert entendia el anélisis funcional como tuna extensién de la geometrfa analitica cuclidiana (la teoria de las formas linesles y cuadréticas) al espacio evclidiano con un nimero infinito de dimensiones. J. von Neumann dio forma axiomética definitiva a la teorfa de Tos espacios de Hilbert, En esta forma, esa brillante teo- ria constituye una piedra angular en a construccién de Jas matemétices modernas. Su importancia no se limita a las mateméticas ‘puras’. La teoria de los espacios de Hilbert ocupa lugar destacado en asuntos muy diversos, v. gr., en la teorfa cudntica moderna. Otra aplicacién peculiar de la teoria de Hilbert accrca de la geometria euclidiana infinitodimensional est aso- ciada con el problema variacional formulado por Rie- mann con el fin de solucionar el problema de os valores de contorno de ecuaciones diferenciales de segundo gra- do en derivadas parciales de tipo eliptico. Fl problema se resuelve determinando, dentro de la clase de todas las funciones (suficientemente regulares) con valores de contorno dados, la que minimiza la integral de Dirichlet asociada con la ecuacién diferencial (principio de Di- richlet). Reinterpretado en el espacio de funciones hilber- tiano, el problema se relaciona con el trazado de una per- pendicular desde determinado punto en este espacio has- ta un plano (de dimensién infinita) representado por funciones con valores de contorno que se anulan, Segin Euclides, sin embargo, esta recta perpendicular puede caracterizarse en dos maneras equivalentes: 1) La recta es perpendicular al plano. 2) El segmento perpendicular es el segmento més corto que une el punto y el plano. La condicién 1) implica que ‘Ia perpendicular’ satisface Ia eouscién diferencial, y 1a 2) que la integral de Di- richlet alcanza un minimo. La calidad de ‘minimo’ de acuerdo a la geometria ele- mental, de la perpendicular en el espacio de funciones corresponde al principio de Dirichlet. Esta idea, tan sim- ple cuanto brillante, es una de las més fascinantes indi- caciones de Ia enorme capacidad de la estructura geomé- ‘rica cuclidiana, en apariencia extremadamente elemental, Lo anterior es s6lo una breve reconsideracién de algunos de los aspectos principales del desarrollo de las matemé- ticas desde principios de este siglo. Podemos aprender al menos una cosa de todo Io acontecido en Tas mateméti- cas durante estos decenios de vasta expansién: este pe- iodo si algo prueba es la gran importancia, tanto en principio como cn sustancia, del sistema elemental eucli- diano, Esta teorfa habia sido destacada siempre, como el eal de la ciencia exacta. Nuestro siglo ha presenciado ‘una renovacién peculiar de dicha teoria matemética bé- sica, cuya enorme vitalidad se he comprobado en dos direcciones principales diferentes: ha dado impulso a la revolucién que para les mateméticas ha significado el 5 surgimiento del modo axiomético de pensamiento, y esto ha sido provechoso en las més diversas ramas de la in- vestigacién matemética y légica. Pero igualmente, y en ‘una relacién més importante, ha tenido una renovaci imprevista por obra de las generalizaciones que ha per- mitido en la geometria euclidiana de dimensién infinita, el espacio hilbertiano y sus aplicaciones. En vista de ello, es sorprendente que un grupo de entu- siastas partidarios de una reforma radical de las matemé- ticas escolares se haya agrupado bajo el tema de ‘“jAbajo Euclides!” ¢C5mo pudo jamés sugerirse nada més estre- cho que eso y, ademés, por gente que indudablemente iene méritos por sus notables contribuciones a la cien- cia matemética contempordnea? E] asunto no puede ser desechado simplemente como un chiste de mal gusto, incluso suponiendo que el lema fue acuiiado sobre todo para causar sensacifn. Como sinto- ma de un modo de pensar difundido en Ia actualidad en el mundo matemético, vale a pena examinarlo de cerca. Las mateméticas combinan en forma tinica dos opuestos: Ta exactitud y la libertad. Pero esta coincidentia opposi- torum también es un peligro para las mateméticas y los mateméticos. Las matemsticas reciben su impulso de la experiencia y la percepcién de realidades empiricas, pero fen comparacién con otras ciencias estén menos rigida- ‘mente atades al material de partida. Por lo contrario, su tatea es ‘teorética’: partiendo de ciertos fendmenos carac- teristicos de determinada esfera de Ia experiencia, se di- socia paulatinamente de ellos. Sobre una base empitica dada crige una realidad ideal més alta, En esta forma las matemétices, durante el proceso de formacién de ideas, dejan el fundamento empirico que ha dado origen a la teoria. Dicho proceso esta regido en grado decisivo por formas que pueden caracterizarse como estéticas més bien que Idgicas: las matemiticas se apartan de la posi- cién de ciencia real para aproximarse al arte ercador. En comparacién con Ia activided artistica, Ia ‘objetividad’ relativa de la creacién matemética reside principalmente en que es més exacta y tinica. Por muy alto que se remonten las matemiéticas por enci- ma del nivel intuitivo empirico —de base histérica y ge- nética— algo de su origen persiste, incluso en las teorfas matemiticas mas abstractas, En vista del desarrollo his- t6rico de las mateméticas y su enorme expansién actual, se puede convenir en el concepto de la antigua filosofia, 3 decir, que las teorfas mateméticas, en su exactitud y belleza abstractas, expresan una realidad ideal més alta que la esfera de la experiencia que les han dado los im- pulsos rectores. Cada uno de los complejos biolégica y précticamente significativos del ‘mundo de la experien- 6 cia’ puede ser entendido como un desafio @ crear por medio de las matematicas —esto es, mediante un anélisis, una idealizacién y una sintesis estrictamente conceptus- Jes— una imagen de las ‘estructuras’ contenidas en ese ‘mundo en estado natural. Mientras las mateméticas han seguido esa via, tanto or géinica cuanto libre, han sido capaces de consetvar st vi talidad, El establecimiento de sistemas axiomiticos ente- ramente arbitratios como punto de partida de la investi- gacién légica nunca ha dado resultados de importancia. Es dificil que un matemiitico niegue esto. Pero Ia concien- cia de esta verdad parece que se ha embotado en los «i imos decenios, especialmente entre Jos matematicos j6- venes. El interés esté dirigido unilaieralmente hacia las genetalizaciones formales —terreno fértil para éxitos apa rentes y ganados fécilmente—, en lugar de hacia los pro- blemas més dificiles concernientes a las ideas y la esen- cia de Jas mateméticas reales. Como ocurre a menudo con los extremistas, esa posicién esté unida a una gran arrogancia frente a las tendencias que no siguen devota- mente los lemas modernos, Tras la estela de Ia revolu- cin representada por Bourbaki —en sf misma una con- tribucidn impresionante de stma importancia— se ha aventurado una multitud de imitadores. Aqui se repite algo que siempre ha ocurrido en diversas conexiones durante cl desenvolvimiento de ideas ¢ ideo- logias. Como ha sucedido antes, la historia decidird Io que tiene valor duradero. Es el destino de los imitadores ser olvidados. Pero el estorbo y Ta confusi6n de ideas que producen temporalmente, quizés constituyan hoy en dia ‘un peligro mayor que en lo pasado, debido a la expan- sin de las mateméticas y al creciente nimero de pract ccantes que estén atrayendo. En este campo, por otra par- te, los fenémenos en masa asumen, eada vez més, post cién dominante, Entre las numerosas publicaciones sobre ‘mateméticas que inundan el mundo, no es fécil encon- tar las pocas que realmente contienen el germen de una. idea valiosa, a pesar de los numerosos y leudables es: fuerzos por orientar a los investigadores mediante docu- mentos de referencia, revistas y monografias. La investigacién est en peligto de perder contacto, en ‘ciertos medios, con la linea genética histérica, la Gnica que puede Hlevar a 1a comprensién de las tendencias vita- Jes en el campo de las mateméticas. Sin negar el valor de as investigaciones mateméticas como elevado objetivo en sf mismo, hay buenos motivos para sefialar las desyen- tajas, también en esta rama de Ja cultura, de la actitud extrema Part pour l'art, que determina una incertidum- bre creciente del juicio y el gusto. Al mismo tiempo, esté ganando terreno una actitud equi- ‘yoeada tespecto a fo que se llaman las ‘aplicaciones de Jas matemiéticas’. Por su indole intima, tas investigacio- nes mateméticas legan a apartarse —en sus idealizacio- nes y generalizaciones abstractas— de Ia realidad emp ‘ica, aunque tenga posibilidades imprevistas de reaccio- fat, a un nivel te6rico elevado, en 300 regiones amplias de la investigacion y ta cultura cientifieas, aun en aque- las que durante la etapa inicial de ta formacién de la teoria matemética parecen carecer de conexién alguna on la base empfrica que inspira, al comienzo, Ta investi- faciGn teédrica. Es muy notable que precisamente por me- dio del “modo axiomético” de pensar se haya profundiza- do le comprensién del vinculo que une Ia ‘teorfa’ y sus ‘aplicaciones’. Con Ia formulacién tedrica se cristalizan structures meteméticas que, interpretades apropiada- mente, tienen aplicaciones en diversos campos que al pro- fano parecen enteramente sin relacidn entre si. Junto con a subdivisién de las ciencias y la consiguiente especiali- zacién neceseria, se nota, en la capa superior de la inves- Rees trcta terulencin, opueste dircotsmente a las sintesis comprensivas y a una mayor unidad. 2Quign hubiera predicho que el estudio del sistema cu- tlidiano, en las modificaciones y extensiones abstractas ssuftidas por la geometria diferencial general y multidi- ‘mensional evclidiana y riemanniana, seria un dia reinter pretado por Einstein y Minkowski en términos tales que ‘onstituiran la base de la visiGn del mundo que nos ofre- ‘ec Ia fisica moderna? 2O que las investigaciones abstrac- tas de Algebra, basadas fundamentalmente en 1a aritméti ca empirica y préctica, desempefiarian en nuestro tiempo ‘un papel importante en Ia fisica atSmica? “La ciencia busca la verdad por amor de la verdad”, di ce a expresién conocida. No se debe olvidar, empero, que el impulsor recGndito de la investigacién, mateméti ca, durante sus periodos realmente productivos y vitales,, ha sido, y sigue siendo, el sentimiento y la creencia, vyagos, de que tas mateméticas, incluso en sus especulacic- nes te6ricas mas altas, no han perdido contacto con Ia, ‘realidad empirica’ y que estin Tlamadas por ello ocupar una situacién prominente como componente, importante y itil, de la totalidad cultural varia y una, EI hecho de que se haya debilitado 1a conciencia de esas conexiones nos muestra el abismo que separa actualmen- te las mateméticas ‘puras’ de las ‘aplicadas’. Las cosas eran diferentes hace sélo unos decenios. La mayoria de os mateméticos mas notables (Klein, Hilbert, Poincaré, ‘Minkowski, Weyl, von Neumann) contribuy6 también considerablemente al campo de la fisica. La situaci6n diversa actual puede explicarse sélo parcial ‘mente como resultado necesario de la expansién y diver- sificacién de las ciencias. Es posible que en un futuro muy préximo los que se de- dican a las ‘mateméticas aplicadas’ reestablezcan los con- ‘actos entre teoria y préctica que hacen falta hoy en di ‘més que nunca las ‘aplicaciones’ dependen, inclusive, del apoyo de les teorias més abstractas, Claude Lévi-Strauss Las matemiticas del hombre En Ia historia de la ciencia todo acontece como si el hombre hubiera establecido muy pronto el programa de sus investigeciones y, una vez fijado éste, hubiera tenido que esperar largos siglos para ser capaz. de realizarlo, Ya al comienzo de la reflexion cientifica, los fildsofos grie- gos se plantearon los problemas de la fisica en tétminos de tomo; veinticinco siglos més tarde y, sin duda, de luna manera que no imaginaron, empezamos a Ienar los marcos que ellos habian trazado, Sucede o mismo con la aplicacién de las mateméticas a Jos problemas huma- nos, pues fue hacia el hombre, més bien que hacia el mundo fisico, que se orientaron las especulaciones de los primeros geémetras y aritméticos. Pitdgoras estaba com- penetrado de la significacién antropolégica de los néime- ros y las figuras; Platn imbuido de las mismas preocu- paciones. Desde hace unos diez afios esas antiguas meditaciones hhan cobrado actualidad. Y no son problemas que ata- fion exclusivamente a las ciencias sociales. Se encuentran también en las llamadas ciencias humanas (en cuanto puedan distinguirse éstas de aquéllas); diré atin més: es tal ver en las ciencias humanas en donde se ha manifes- tado primero 1a evolucién més sensacional, quizés por- que esas ciencias parecen, a primera vista, las més ale- jadas de toda nocién de rigor y de medida; pero también, sin duda, a causa del caracter esencialmente cualitativo de su objeto, que les impedia aferrarse, como las cien- cias sociales hicieron durante tanto tiempo, al remolque de las mateméticas tradicionales y les imponia, por lo contrartio, apelar a ciertas formas audaces e innovadoras de la reflexién matemética. En el dominio Tingtifstico es donde mejor se pueden se- guir las etapas de esta evolucién y percibir su cardcter fundamental. Desde el punto de vista que aqui nos teresa, Ia lingiifstica ocupa una posicién privilegia esté, por una parte, clasificada entre las ciencias huma- nas; pero tiene por objetivo un hecho social; el lengua- je no s6lo implica ta vida en sociedad sino que lo fun qué seria una sociedad sin lenguaje? En fin, el lengua- je constituye el més perfecto y complejo de esos sistemas de comunicacién en los que consiste toda la vida social y que las ciencias sociales —cada una en su nivel par- ‘icular— se proponen estudiar. 8 En consecuencia, se puede decir que toda transformacién dentro de la lingiifstica posee valor t6pico tanto para las ciencias sociales como para las humans. Entre 1870 y 1920 se introdujeron en este dominio dos ideas funde- mentales: una, que el lenguaje est constituido por ele- ‘mentos discontinuos, los fonemas; la otra, que el anélisis Tingtifstico permite establecer sistemas, es decir, conjun- tos regidos por una ley de coherencia interna en que, por tanto, los cambios que ocurren en una parte condu- ‘con necesariamente a otros que son, por ello, previsibles. Estos principios han dado origen a la lingiistica estruc- tural, la cual se funda en el cardcter discontinuo de los elementos microscdpicos de la lengua, los fonemas, pri- mero para identificarlos y, Iuego, para determinar las leyes de su coexistencia recfproca. Estas leyes presentan, un grado de rigor enteramente comparable al de las leyes de correlacién en las ciencias exactas y naturales. Ahora bien, Ins investigaciones de laboratorio efectuadas independientemente por los ingenieros de comunicacio- nes debian llevar, hacia 1940, a concepciones muy pare: cidas. Tanto en Ta realizaci6n de aparatos para analizar Ja palabra como en Ia formulacién teérica de Ios méto- dos intelectuales que rigen el trabajo de los especialis- tas en comunicaciones (expuesta por primera vez de ma- nera sistemética por el ingeniero y matemético Claude Shanon), encontramos los mismos ¢ importantes princi pios de interpretacién que la teoria lingiifstica habta for mulado, a saber, que los mecanismos de Ja comunice cin enire los hombres reposan sobre la combinacién de elementos ordenados; que las posibilidades de combina cidn estén regidas, en cada lengua, por un conjunto de compatibilidades e incompatibilidades; finalmente, que I libertad del discurso, tal como se define en los limites de estas reglas, esti sujeta, en el tiempo, a ciertas probs: bilidades. Asf, por una conjuncién que permaneceré me- morable, la célebre distincién de Saussure entre el len- guaje y la palabra coincide con las dos grandes orienta- ciones del pensamiento fisico contemporéneo, dependien- do el Ienguaje de interpretaciones mecanistas y estruc- turales y abriéndose en cambio la palabra, no obstante su cardcter aparentemente imprevisible, libre y esponté- neo (0 tal vez a causa de él) al célculo de probabilida- des, Por primera vez en la historia de las cfencias huma- as era posible, al igual que en las ciencias exactas y na- tuteles, hacer experimentos de laboratorio y verificar em- piticamente las hips otro lado, Saussure introdujo una comparacién entre “Tenguaje y ciertos juegos de estrategia como el aj “diez. Esta asimilacién del Ienguaje a una especie de ee ccnbinatorio penta lo Ungtston neous de iato a Ja teorfa de los juegos, tal como ta habian formulado J. von Neumann y ©. Morgenstern (Theory of Games and Economic Behaviour, 1944). Pero la teoria de Jos juegos, como el titulo del libro indica, fue publi- tada por los autores como una contribucién a ta ciencia tcondmica. Este encuentro imprevisto entre una ciencia lemada humana y otra considerada més bien social, pone ‘en evidencia ese cardcter fundamental de Ia comunica- tidn sobre el que reposan todas las releciones humanas, [pues el intercambio de mensajes, en que consiste la co- municacin lingtifstica, y el intercambio de bienes y ser- vicios, objeto de Ta ciencia econémica, al depender de un mismo formalismo empiczan a parecer fendmenos del ‘mismo tipo, Finalmente, rigiéndose el estado del discurso, 4 cada instante, por los estados inmediatamente anterio- tes, el Ienguaje resultaria depender también de aquella ‘orfa de los seryomecanismos, toda compenetrada de con- sideraciones biol6gicas, que ha ganado fama bajo el nom- bre de cibemética. Asi en el espacio de algunos afios, specialisis en apariencia tan alejados unos de otros, como bidlogos, lingiistas, economistas, socidlogos, sicé- logos, ingenieros de comunicaciones y mateméticos, se huallan sibitamente lado a lado y en posesién de un for- midable aparato conceptual, el cual poco a poco des- eubren que constituye para ellos un lenguaje comin, ‘Se debe sefalar, por otra parte, que la evolucién cuyas tapas acabamos de trazar répidamente, contintia. Des- ‘pus del encuentro de lingtiistas e ingenieros en el terre- ‘no de la fonologia, un nuevo desarrollo independiente conduce actualmente a los lingiiistas a una formulacién més rigurosa de los problemas de la gramtica y el voea- Dulari; en tanto que el problema téenico de las «méqui- nas de treducir» impone a los ingenieros preocupaciones el mismo tipo. Hace algunos afios el estadigrafo inglés ‘Yale expuso tin método matemético para Ia critica de tex- tos (Statistical Study of Literary Vocabulary, 1956). Hoy ciertos medios religiosos, tradicionalmente alertas a todo fnfento de reducir el hombre a puros mecanismos, no va- cilan en utilizar métodos mateméticos para el estudio stitico de los textos evengélicos. En un congreso inter- ‘nacional de filologia realizado en Inglaterra en 1954, s¢ nto importancia del pensamiento matemé- logia, Ta critica literaria y la estilisti- ‘ca. Ciertos signos precursores muestran que la historia del arte y la estética (las que, por otra parte, a menudo y desde hace siglos han acariciado este suefio) no estén lejos de aventurarse por el mismo camino. Cuando los especialistas en ciencias sociales se exponen a Ia aventura matemitica, pueden sentirse reconfortados y alentados al saber que no son los tinicos en correr tales, rlesgos. En realidad, son conducidos por un inmenso im- pulso cuyo origen les es exterior. Si tantos especialistas en ciencias sociales manifiestan hoy su fe en los métodos mateméticos, no lo hacen tanto por los resultados obteni- dos por ellos mismos con tales métodos, sino en razén de la inmensa ayuda aportada por les mateméticas a otros campos, especialmente a las ciencias fisicas, Con todo, es necesario evitar algunas confusiones y pre- cisar la originalidad del acercamiento del cual somos tes- tigos desde hace varios afios. Los especialistas en ciencias sociales no han esperado ciertamente estos iiltimos diez afios para darse cuenta de que la ciencia no es verdaderamente tal sino cuando con- sigue formular un riguroso encadenamiento de proposicio nes, y de que las matemétieas constituyen el lenguaje més apto para lograrlo. Desde hace tiempo, la sicologia, Ia ciencia econémica y la demografia rectrren all razona- miento matemético. Y si bien es cierto que para la pri- mera de estas disciplinas, le aplicacién de métodos mete- miticos ha quedado limitada a la sicotecnia y a la sico- iogia experimental (y atin alli siempre sometida a cxti- ca), se puede decit que para las otras dos la aspiracién al rigor matemético y la utilizacién de métodos matemé- ticos son contemporineas de su nacimiento y se han de- sarrollado al mismo tiempo que ellas. gDebemos por ello concluir que Ia novedad se reduce @ extender procedi- mientos, usados desde hace tiempo en otras partes, a nuevas disciplinas: sociologta, sicologia social, antropolo- gia? Esto serfa desconocer completamente la revolucién en marcha, Si desde hace pot lo menos 50 afios (y ain més en lo concerniente a la ciencia econdmica y 1a demografia), las, ciencias sociales han recurrido a las mateméticas, ha sido siempre, en efecto, con la misma preocupacién cuantita- tiva, Se trataba para ellas de medir las magnitudes que, cen sus dominios respectivos, se prestaban a semejante tratamiento: cifras de poblacién, recursos econémicos, ‘masa de salarios, etc, Cuando, como en el caso de la si cologia, las realidades observades no parecfan presentar de inmediato un carécter cuantitativo, se procedia indi rectamente esforzindose en sefialar, por medio de una escala cuantitativa creada para las necesidades del asun- 9 to, variaciones or inales donde sélo el aspecto cuslitati- yo era percibido directamente, v. gt., los métodos ten- dientes a reducir las diferentes manifestaciones de la in- teligencia a los valores numéricos de una escala. Todo el esfuerzo de matematizacién se reducia asi @ dos tipos de ‘operaciones: extraer, por una parte, el aspecto cuantitati- vo de las observaciones y, por otra, medirlo con el méxi- mo de precision. Esta doble ambicién es perfectamente legitima cuando Jos hechos presentan efectivamente un cardcter cuantita tivo y cuando se pretende deducir los conocimientos de este aspecto cuantitativo. Es indudable que la demogra- fia y la ciencia cconémica encuentran su. mayor justfi- cacién en Ia aplicacién de dichos métodos. Deseamos co- nocer los datos cuantitativos referentes a la evolucién nu: mérica de la poblacién, al crecimiento o disminucién de sus recurs0s, etc., y no hay razén alguna para suponer que en Jo futuro ias disciplinas mencionadas no conti- ‘mien realizendo anélisis de este tipo. Sin embargo, aun en este terreno limitado surgen dificul- tades. Para abstraer los aspectos puramente cuantitativos de los fenémenos de poblacién, estén obligados los de- mégrafos a empobrecerlos. Las poblaciones de que tra- tan no tienen sino una relacién lejana con las poblacio- nes reales; estén compuestas de individuos asexuados a los cuales se conficre indistintamente la capacidad de re- producirse. Las sociedades de los demégrafos son por eso conjuntos artificialmente homogéneos; rasgos fundamen- tales de su estructura son ignorados a tal punto que cada yer que es posible la observacién global de una sociedad, la condueta real de la poblacién en muy poco concuerda con Jos modelos abstractos de los demégrafos. ‘Los economistas encuentran dificultades del mismo orden. ‘También ellos, para permitirse un tratamiento cuantita- tivo, deben empobrecer, descuidar y deformar. Atn asi Ja cosa no es siempre fécil: en los estudios econémicos se adyertiré con frecuencia la mencién de un factor exge- no cuya intervencién puede a cada instante trenstorner el orden de magnitud y la naturaleza de las. previsio- nes. Este factor exdgeno es precisamente aquello que el economista est condenado a ignorar, o a rechazar, de Jos hechos observados para poder tratarlos como canti- dades. Por otra parte —y este es un segundo aspecto del problema— les extrapolaciones de los economistas no pueden fundarse sino en largas series de obscrvacio- nes. Pero las series de que dispone el economista siem- pre tienen cardcter hist6rico. Nos encontramos, pues, ante un dilema: © bien se amplian las seties cuyos ele- mentos se volverian, en consecuencia, cada vez menos comparables, o se les reduce para salvar su homogenei- 10 dad interna, so pena de un crecimiento concomitante del margen de incertidumbre de les previsiones. Lo que se gana en significacidn se pierde en precision de medida ¢ inversamente. Palpamos aqui una dificultad esencial de la medicién en las ciencias humanas y sociales. En nuestras disciplinas hay, sin duda, muchas cosas que se pueden medir de ma- nera directa 0 indirecta; pero no e3 en absoluto cierto que dichas cosas sean as més importantes. Desde hace afios la sicologia experimental ha ttopezado con ese obs téculo mayor: ha medido, por decirlo asf, a diestra y si- hiestra. Pero mientras que la experiencia en las ciencias fisicas probaba que el progreso de la medicién estaba en relacién directa con el del conocimiento, en sicologia se ‘median mejor las cosas menos importantes y la cuant cacién de los fenémenos sicolégicos no iba a le par con el descubtimiento de su significacién. Se legé a una ert sis eguda de la sicologia llamada «cientifica»; acabamos de yer que se ha presentado esa antinomia, aunque en menor grado, en otras disciplinas que desde hacia tiempo aspiraban a un rigot cientifico de tipo matematico. Debemos Hlegar a la conclusién de que entre las ciencias exactas y naturales, por un ledo, y les humanas y socio- les, por otro, Ia diferencia es tan profunda ¢ ireduct. ble que hay que perder toda esperanza de extender algu- na vez las segundas Jos métodos rigurosos que han asegurado el triunfo de las primeras? Semejente actitud nos parece marcada por un verdadero obscurantismo, to- mando el término en su sentido etimolégico: obscurece el problema en lugar de aclararlo. Lo que se puede re- prochat a los sicdlogos experimentales de comienzos de siglo y a los economistas y demégrafos tradicionales no es el haber mitado demasiado hacia el lado de las mate- maticas, sino més bien cl no haberlo hecho bastante: el hhaberse limitado a tomar sus métodos euantitativos, que cn las propias mateméticas tienen un eardcter tradicional y anticuado, y el no haber advertido el nacimiento de las nuevas mateméticas, on plena expansién en la hora actual —mateméticas que casi se podrian amar de matrimonio del hermano y Ia clase» del matrimonio de Ja hermana, o entre la «clase» de matrimonio de los padres y In «clase» de matrimonio e Tos hijos). A partir de ese momento, todas las regles de matrimonio de una sociedad pueden ser formulades en ecuaciones y esas ecuaciones pueden ser tratadas de acuerdo a métodos de razonamiento rigurosos y experi mentados, en tanto que la naturaleza intima del fenéme- no estudiado —el matrimonio— queda fuera de discu- sién y hasta puede ser completamente ignorada. Por simple y resumido que sea, este ejemplo ilustra bien cl camino al cual tienden a entrar juntas las mateméti- as y las ciencias del hombre. En lo pasado la dificultad yor proyenia del carécter cualitativo de nuestros estu- dios. Para someternos a tratamiento cuantitativo habia © que hacer trampa con ellos o que empobrecerlos sin remedio, Pero hoy son numerosas las ramas de las ma- teméticas (teorfa de los conjuntos, teoria de los grupos, tipologia, etc.) cuyo objeto es establecer relaciones rigu- tosas entre clases de individuos separados unos de otros ‘por valores discontinuos, y es precisamente esa disconti. ‘uidad una de las propiedades esenciales de los conjun- tos cualitativos en relacién unos con otros, y en ello re- side su supuesto cardcter ‘inconmensurable’, ‘inefable’, etc. Estas «mateméticas humanas» que ni Jos mateméticos ni los socilogos saben exactamente donde buscar y que, in- dudablemente, estén por hacerse a largo plazo, serdn, por cierto, muy diferentes de aquellas mediante’ las cuales las ciencias sociales trataban antes de dar forma riguro- sa a sus observaciones. Quieren decididamente escepar @ la desesperacién de los xgrandes ntimeros» —esa balsa donde agonizaban las ciencias sociales perdidas en un ‘océano de cifras; ya no tienen por objeto titimo inscribir en curvas mondtonas evoluciones progresivas y conti ‘nus, Su dominio no es el de las variaciones infinitesima- les descubiertas mediante el analisis de vastos amonton mientos de datos. El cuadro es mas bien el que ofrece el estudio de los pequefios ntimeros y de los grandes cam: bios provocados por cl paso de un mimero a otro. Se dirfa —si se nos permite la comparacién— que no se preocupan tanio de les consecuencias tedricas de un cre cimiento demogréfico del 10% en un pais de 50 millo- nes, cuanto de las transformaciones de estructura que in- tervienen cuando un «matrimonio de dos personas» se convierte en un «matrimonio de tres personas». Estudian- do las posibilidades y dependencias atribuibles al néme- 0 de participantes de grupos muy pequeiios (que desde este punto de vista siguen siendo emuy pequefios» inclu- so cuando los participantes constituyen ellos mismos com juntos que comprenden cada uno millones de indivi duos), se reanuda, sin duda, una tradicién may antigua, ya que los primeros filésofos griegos, los sabios de la China y de la India y, también, los pensadores indigenas en el corazén mismo del Africa precolonial y de Améri- ca precolombina, estuvieron todos preocupados por la significacién y las virtudes propias de los nimeros; la civilizacién indocuropea, por ejemplo, tenia predileccién por el ntémero 3, en tanto que los afticanos y los ame- ricanos pensaban preferentemente en el 4. De hecho, esta eleccién se relaciona con propiedades Iégicomatemé- ticas bien definidas ‘Sea lo que fuere, en el terreno del pensamiento moder ‘no esta revalorizacién de los pequefios nimeros debia tener consecuencias inesperadas. No nos compete por cierto evaluar la amplitud de la con- mocién introducida en la ciencia econémica por los tra- bajos de von Neumann y Morgenstern. Pero cl socilogo y el historiador de las ideas tienen derecho @ tratar de comprendet los cambios generales de las actitudes men- tales provocadas por la introduecién de nuevos puntos de vista, y esto no solamente en los economistas. Hasta hhace poco os trabajos de los economistas se fundaban, exclusivamente en la estadistica y el andlisis funcional. Consideraban los grandes niimeros, las largas seties de variaciones en el tiempo y el espacio, deducfan curvas y se empeitaban en establecer correlaciones, Se tenia, y IL imamente teniondo, mucho respeto por tales investigaciones, que permiten’ prover o prevenir ciertas correlaciones poco deseables, 0 mantener 0 susci- tar otras consideradas apropiadas. En cierta medida esas especulaciones siren —atnque atin no se esté de acuer- do acerca de su importancia; pero se encuentran situadas 2 tal nivel de abstraccién, hacen intervenir conjuntos de variables tan vastas que, por una parte, no se esté jamés seguro de que la interpretacién propuesta sea la tinica posible, 0 simplemente Ia mejor (¢ incluso, con mucha frecuencia, ni aun si tendré éxito) ; y por otra parte, aun en Ia hip6tesis més favorable, aquella en que la experien- cia confirma plenamente Ia previsién, no se comprende émo ocurren las cosas porque jamés encontramos en nuestra experiencia personal esos seres de raz6n con los ‘cuales el economista compone su sociedad habitual y que se laman: utilidad marginal, productividad o interés... Abramos, por lo contratio, la Theory of Games y iqué encontramos? Antes que nada, sin duda, un aparato ma- temético més complicado y refinado que el de los trata- dos econémicos y aun que el de Ios tratados economét cos. Pero al mismo tiempo, y por singular paradoja, los ‘objetos de que aqui se habla son muy simples. Ya no son nociones abstractas sino hombres y grupos de hombres; con mas frecuencia, pequefios grupos de dos, tres 0 cu tro parcjes, andlogas a las que se forman al jugar aje- drez, bridge o poker. Por otra parte, estas parejas estén ‘empefindas en operaciones que corresponden a experien- cias vividas: se combaten o se unen, conspiran entre sf, estén Ios unos contra los otros, cooperan o se explotan. Se trata aqui de una economia que aspira a un rigor mate- ‘mético muy extremado y que, al mismo tiempo, se pro- hibe contemplar otra cosa que no sean seres concretos, dotados de una existencia empitica, y que ofrezcan una significacién inmediata al doble punto de vista hist6rico y sicol6gico. Definitivamente, cual es el valor de esta nueva econo- mia? Eso es asunto de los especialistas. Nosotros nos contentaremos con sefialar aqui que participa simulténea- mente de las dos grandes corrientes que han compartido Ta ciencia econémica hasta el presente: por un lado, la economia pura, 0 que se pretende tal, la cual tiende a identificar el homo aeconomicus con un individuo per- fectamente racional; por otro, la economfa sociolégica © hist6rica segiin la cre6 Karl Marx y que quiere sor ante todo la dialéotica de un combate. Ambos aspectos se en- cuentran presentes en la teorfa de von Neumann. Dispone- ‘mos ast por primera vez de un lenguaje comin tanto a la Hamada economia burguesa y capitalista como a la eco- nomia marxista. Por cierto esto no significa que van a 12 centenderse, pero si que se hace, por lo menos, posible el didlogo entre ellas, y es el tratamiento matemético el que ha permitido esta sorprendente evolucién. Tomaremos prestado un segundo ejemplo al dominio de Ia sicologia social, més en particular a los trabajos de Louis Guttman, presentados primero en el monumental American Soldier y, més recientemente, en el trabajo co- lective Mathematical Thinking in the Social Sciences. Cuando el Estado Mayor de los B.U.A. decidié, al iniciar- se la Segunda Guerra Mundial, lamar en gran escala a especialistas de las ciencias sociales con el fin de intro- ducir un poco de claridad y orden en los problemas sico- 6gicos y socioldgicos del reclutamiento y la selecci los investigadores tropezaron con una dificultad prelimi nar: Ze6mo dar a las respuestas, en apatiencia heterosé- neas, recogidas en los cuestionarios, valores numéricos que permitieran su comparacién? Mientras que Lazarsfeld proseguia sus investigaciones es- forzéndose por dar una base objetiva a la nocién de récter, fundada en una interpretacién probabilista, Gutt- man abria una via completamente diferente y de un al- cance, sin duda, mAs revolucionario. Observé que la es- cala numérica puede ser establecida de inmediato en cier tos casos privilegiados, en los cuales las preguntas estén redactadas y clasificadas por orden de extensién crecien- te. Asi, en un cuestionario relativo a la estatura, si se pide ‘una respuesta a las preguntas siguientes: <{Mide Ud. més de 150 centimetros? gms de 160? més de 170?, y asi sucesivamente, un individuo cualquiera no podria responder «si» a la tercera pregunta sin responder auto- maticamente «si» a las precedentes (pero no necesaris- mente a las siguientes). La experiencia prueba que las escalas numérices obtenidas en esta forma presentan cier- tas caracterfsticas notables de armonia y regularidad que pueden ser percibidas inmediatamente; traducen en esta, ‘manera intuitivamente la claridad de la estructura légica y sicol6gica de los cuestionarios correspondientes. Gutt- man ha conseguido invertir, pues, esta relacién entre ccicncias sociales y mateméticas. Ha demostrado que in- cluso con cuestionarios concebidos de otra manera y cuya estructura sicoldgica y ldgica no es conocida previamente, siempre es posible teorganizar las respuestas de modo que se encuentre el equilibrio ideal. Las manipulaciones realizadas para conseguir tal cosa, permiten, a su vez, un andlisis del cuestionario inicial en sus componentes l6gi- co-sicolégicos, es decir, que un tratamiento en aparien- cia puramente formal de los resultados de un cuestiona- rio cualquiera permite hacer su critica, se convierte ast en instrumento de descubrimiento cn el terreno de les propias ciencias sociales. Al yolver Guttman, en sus iltimas publicaciones sobre tiertos problemas tadicionales de la sicologia social y, especialmente, sobre ciertos temas fundamentales del pen- samiento de Tos grandes precursores —Speaman y Thurs- jone— arroja nueva luz sobre los problemas sicolégicos fratados en forma clésica por el andlisis factorial; abre perspectivas originales a los métodos de seleceién por me- dio de tesis y la interpretacién te6rica del papel y valor de estos sltimos. Al mismo tiempo, desde luego sin haber- Jo deseado conscientemente, pone a disposicién de histo tiadores, socidlogos y antropélogos un método matemé 0, aplicable al problema de la evolucién y jerarquizacién, de les culturas humanas, admirablemente apropiado, por primera ver, para resolver las dificultades y contradiccio- nes que a partir de Condorcet y Comte bloqueaban sin esperanza este género de investigaciones. Estos dos ejemplos, tomados uno de la ciencia econémica ‘el otto de la sicologia social, permitirén apreciar mejor Ta armplitud y ta originalidad de los cambios que se estén Cperando en las ciencias humanas y sociales bajo Ia in- fluencia de las corrientes més recientes del pensamiento rmatemético moderno. Pero también serd necesario tomar conciencia de dos dificultades La gran mayoria de especialistas en ciencias sociales son fodavia producto de una formacién clésica 0 empirica. Muy pocos de ellos poseen una cultura matemética y si Ie tienen es muy clemental y conservadora, Las nuevas pperspectivas abiertas a las ciencias sociales por ciertos aspectos de Ia reflexién matemética moderna exigen por tanto de ellos un esfuerz0 considerable de adaptacién. Si las ciencias sociales desean convertirse realmente en cien- cias y, para decirlo anamente, si desean continuar exis: tiendo dentro de veinte aiios, es indispensable na refor- ‘ma, Ahora se puede estar ya seguro de que los jévenes, especialistas en eiencias sociales deberén poser una for- macién matemitica sélida y moderna pata no ser barti- dos de Ia escena cient Sin embargo, estarfamos equivocados si imaginéramos que el problema consiste simplemente en reorganizar la ensefianza de manera que los especialistas en ciencias s0- ciales puedan beneficiarse de los mas recientes progresos de Ia reflexin matemética, No se trata solamente, ni tampoco sobre todo, de tomar en bloque de las matemé- ticas métodos y resultados ya listos, Las necesidades pro- pias de las ciencias sociales, los rasgos peculiares de su objeto imponen a los mateméticos un esfuerzo especial de adaptacién y de invencidn. La colaboracién no podria ser en un solo sentido. Por un lado, las matemiéticas con- tribuirén al progreso de las ciencias sociales, pero, por otro, las exigencias propias de estas dilimas abrirén pers pectivas suplementarias a las mateméticas, En ese sentido, se trata, pues, de crear nuevas mateméticas... El hombre sufre tanto en su ser intimo por la especializacién y los exclusivismos intelectuales como, en sit existencia colee- tiva, por la desconfianza y hostiidad entre los grupos. Al trabajar por la unificacién de los métodos de pensar, que para los diferentes dominios del conocimiento no podrian ser por siempre irreductibles, se contribuye a la bisque- da de una armonfa interior que tal vez sea la condicién verdadera de toda sabidurfa, 13 José Maria Arguedas Mitos quechuas pos-hispanicos EL, MITO DE INKARRI Y LAS TRES HUMANIDADES En tres comunidades, muy distantes una de Ia otra, se hhan descubierto recientemente mitos quechuas sobre el ‘igen del hombre, En dos de éstos aparecen elementos de Ta religion pre-hispénica y de la catélica, Las tres ver- siones son distintas pero el personaje central es el mismo: Inkarsi, nombre mixto que proviene de le contraccién de le palabra quechua Inka y de la castellana rey. E] mito descubierto en la comunidad més proxima al Cuzeo, pero al mismo tiempo la més aislada de los cen- tros urbanos, Ia hacienda Q’ero, no esti tocado por nin- gin elemento poshispénico: en los mitos de las otras dos comunidades, Puquio y Quinua, del Departamento de Ayacucho, figuran personajes biblicos e hispénicos, implicita o explicitamente, Estos dos iiltimos explican el origen del orden social implantado por 1a dominacién espafiola y profetizan acerca del destino final de la hu- En 1965 se descubrié otro mito quechua en una étea mu- cho més lejana del Cuzco, la hacienda Vicos, de la Pro- vincia de Carhuaz. Este relato no tiene ninguna relacién formal eon los mitos pre-hispénicos; todos sus elementos son biblicos y, como los de Puquio y Quinus, offecen tuna explicacién del orden social impuesto por Ia colonia Los mitos de Q’eto y Puguio han sido publicados y co- mentados aunque no debidamente estudiados; el de Vicos fue tema de una ponencia presentada* en un congreso organizado por el Instituto de Altos Estudios de Améri ca Latina, Paris, en octubre de 1965. El de Quinua, recogido en 1965, permanece inédito y sera motivo de tun primer anélisis en el presente articulo. Con el objeto de que el andlisis pueda ser mejor entendido, ofrecemos tuna sintesis de los otros mitos citados y, en una nota ‘marginal, le de los mitos pre-hispénicos recogidos por los cronistas sobre el otigen del Imperio Incaico **, % Por José Maria Aryuedas y Alejandro Ortiz. Rescaniere. ‘** ‘Manco Capac y Mama Ocilo.— Garcilaso es quien trascribe la version mas detallada y difundida de este mito: Manco Cépac y Mama Ocilo fueron creades por el Sol. El mando estaba poblado por hombres salvajes. La pareja es enviada como héroes civilizadores. Aparecen en ‘el Iago. Titicaca, ‘Manco Capac lleva una yara de oro en la mano. Debia fun ‘dar la capital del Imperio, la cludad del Cuzco, en cl sitio 4 El Inkarrt de Puquio y et de Qvero Se conocen dos versiones muy distintas del mito de Inka- i: Ja de Qero y tres de Puquio. La primera fue descu- bierta on 1a comunidad de hacienda de O’cro, en 1955, por la expedicidn etnolégica que dirigié el doctor Oscar ‘Naifiez del Prado. Se han publicado dos transeripciones en castellano de ese mito*. No se ha publicedo el origi- nal quechua, En 1956, Josafat Roel Pineda que me acom- pafiaba como colaborador en un trabajo de campo, ob- tuvo Ia primera versién de otro mito de Inkarri en la donde Ia vara se hundiera de un solo golpe. La pareia se irige hacia el norte hincando la vara de oro, Llega a Pa cree Tampu (lugar de descanso donde se produce el ama never). Se detiene en el cerro Huanacaure donde la vara se hhunde, Alli levanta un templo dedieado al Sol y convoca Ja gente. Manco Cépac ensea a los hombres las artes de 4a agricultura y Ia/ganaderia, la construceién de casas cludades, funda el Cuzco y gobierna con leyes justas y cle ‘mentes. [Los hermanos Ayar— Betanzos, Cieza y Sarmiento de Gam- boa recogen muy detalladamente et mito, Los motives prin. ipales son los siguientes: los hermanos Ayar’ son ‘cuatro, on gus reoectvs epost, San de a ventana oh Pace: ree Tampu, vestidos con sus trajes ¢ insignias de jeles, Lie gan a Hushacaure, De lo alto del cerro, Ayar Cachi lanza Dledras con su honda y convierte Tas montafas en valle. ‘Temerosos de su poder, fos otros tres hermanos enclerTan 1 Ayar Cachi en la eueva de donde aparecieron: se valen de tun ardid para engafarlo, Vuelven a Huanacaure, Ayar Deh se transforma en ave y vuela, da instrucciones a sus her. ‘manos y se convierte en piedra. Una de sus #las sc romipe Ese idolo recibird el culto de los ineas, Ayar Manco y Avar ‘Aca avanzan hacia el Curco donde hay una trou euso tele ‘es Alcavise, Manco lleva una estaca de oro para probat la tierra, Llegan a un valle. donde los hombres cultivan ait y coca, Mama Guaco —mujer de Ayar Cachi~ ataca a uno de estos hombres; le abre el pecho, le attanca los boles y el incha soplandolos’y aterra a la gente. Alea visa y otros jefes de tribus que pueblan el valle son derse_ tados, Manco Capac siembra el primer maiz en ia tier ¥ levanta el templo del Sol ‘Los dos mitos se refieren a la existencia de una humanidad inculta, EI fundador del Tmperio es un héroe_civilizador. Pero en el mito de Viracocha, recogida por Betanzos, S¢ segura que antes de la ereacién de la huz ¥ del hombre for. ‘mado para vivir en In luz, Viracocha habia creado otra ge neracién al mismo tiampo que hizo el cielo y la tiesra. Hoa hhumanidad fue convertida en piedra en castigo de un “de servicio" que cometio contra st ereador. * Efrain Morote Best, en la «Revista del Instituto Americs no de Arte», N* §, Cuzco, 1988. 0. Mufoz. del Prado, en la Revista de la Universidad del Cuzco», N° Is, ler. cern, TSE ciudad de Paquio; yo recogi dos variantes més mismo relato. Las tres se publicaron en Ta revista del ‘Museo Nacional *. I mito de Puquio, pusblo éste donde le poblacién mo- ingle quechua era demogréficamente dominante en el f0 en que hicimas el estudio unos 4,800 frente a aestizos y “mistis” de habla castellane—, explica el ‘tigen y destino de ia étnicamente dividida sociedad pe- ‘ruana actual. He aqui la versiGn det mito: ‘Los wwantanis (montafias) son los segundos dioses. Ellos ‘protegen al hombre. De ellos nace el agua que hace posi- le Ia vida. Fl primer dios es Inkarri, Fue hijo del sol ‘en una mujer salvaje. El hizo cuanto existe sobre Ia tie- ‘Amarré al Sol en la cima del corro Osgonta y encerr6 ‘al viento para concluir su obra de creacién. Luiego deci- dié fundar la ciudad del Cuzco y Janzé una barreta de oro “desde Ia cima de una montais. Donde cayera Ja barreta “construirfa Ia ciudad (Puquio est4 a seiscientos kiléme- los del Cuzco, a sicte dias de camino antes de la aper fura de Ia carretera). Inkarri fue apresado por el rey es paliol; fue martizizado y decapitado, La cabeza del dios fue Hlevada al Cuzco. La cabeza de Inkarri esté viva y el ‘cuerpo del dios se esta reconstituyendo hacia abajo de la tierra, Pera como ya no tiene poder, sus leyes no se cum: plen ni su voluntad se acata, Cuando el cuerpo de Inkarri ‘si completo, él volvera y ese dia se hard el juicio final. Como prueba’ de que Inkarri estd en el Cuzco, Tos paja. os de la costa cantan: "En el Cuzco el rey”, “Al Cuzco i’. Gero es una comunidad de hacienda en ta provincia cuz quefia de Paucariambo, a dos dias de camino de Ia ciu- dad capital de la provincia. Los q’eros viven lejos de Ja residencia del pairén y en estado de gran aislamiento con respecto a otras comunidades y a todos los centros ur- anos mas préximos. El mito de Inkarri, de Q’ero, re- vyela con precision que hubo dos humanidades: Primero fueron los fiawpa (antiguos). No se dice quién ls cred, Los fiawpa vivieron en la penumbra, bajo la luz de la luna, y tenian una fuerza descomunal.'Podian con- vertir las imontafias en Manuras con tiros de honda. El dios Roal Ios seco y los convirtié en soga (momia) ‘me- Giante la ardiente luz del Sol. Asf el Sol no es presentado ‘como dios sino como instrumento de yn dios, Roal, para bxtinguir 2 los Rawpa. Inkarri y Qollari, hombre y mu- jer creados por el dios Roal, som los padres, no Tos crea- ores, de le actual humanidad india. Luego de una aven- tura infausta, Inkarri se retira al Collao, vuelve hacia el Norte y Ianza una barreta de oro desde una montafia, Funda el Cuzco donde la barra se hunde; puebla después fl mundo con una humanidad sabia. Los q/eros son des- fendientes lel hijo primogenito de Inkarri. El héroe, y ho dios, Inkarri visita Q’ero al final de su paso por Ia * Tomo XXV, 1956, Lima. tierra y desaparece interndndose en Ta gran selva, consi- derada hoy por las canciones folkldricas de Ta zona como la regién de la muerte. Este mito no hace referencia alk guna a la Ilegada de los espafiles ni a los dioses cristiar hos. Prociama la pura ascendencia divina de los q/eros c, integrado con elementos locales, guarda el mito prehis pénico de Ja aparicién de los fundadores del imperio in- caico. El singular aislamiento en que vivieron siempre Jos qieros puede explicar en parte esta incontaminacion ispanica del mito y Ia muy especifica y circunscrita fun- j6n a la que parece que estuvo destinado. EI mito de Adaneva de Vicos Fue descubierto por Alejandro Ortiz Rescaniere en la hacienda Vicos, del distrito de Marcaré, Ancash (1,520 kms. del Cuzco), en 1965. Vamos a ofrecer un resumen, tan escueto como el de los anteriores, pero suficien- te, con el objeto de que nos sea posible analizar mejor To que sera motivo de comentario en este articulo, La hacienda Vicos, como Q’ero, tenia colonos, es decir indios siervos. Esté ubicada en la zona marginal de un valle muy pobledo y vinculado con ciudades importantes de fa sierra y de Ia costa, como Huaraz y Chimbote. Sin embargo, hasta hace unos treinta afios, Vieos era con: derado como un reducto de indios “muy atrasados” y des- preciables, no sélo por su condicién de siervos sino por sus “costumbres extrafias”. No estaba tan aislada la he- cienda y debié de haber sido motivo de visitas frecuen- tes y bien organizades de misioneros catslicos, como lo fueron todas las haciendas dotadas de colonos. Es fama cémo en esta hacienda se desarroll6 recientemente el plan Peri-Cornell de antropologia social aplicada, Ortiz tuvo Ja fortuna de encontrar un buen informante, de 67 afios, Juan Celeto. Caleto le ofreci6 una versién mo- rosa, entrecortada, reiterada, del mito. La circunstancia de que Ortiz no condee el quechua hizo, como en el caso de Nétiez en Quinua, que el relato aparezea con las earac- teristicas de las natraciones orales pero entretejido de de tales, inconexiones y reiteraciones a lo largo de los exten- sos didlogos grabados. He aqui una sintesis, una especie de indice de motivos: Adaneva cre6 la humanidad antigua. El hombre antiguo hacia caminar a las piedras con azotes; como los Aawpas de Qeros, fueron hombres de fuerza descomunal. El dios ‘Adaneva iogré tener relaciones con la Virgen de las Mer- cedes (Mamacha Mercedes) y la abandoné cuando ésta queds encinta. El hijo de Adaneva y Ia Virgen fue Téete Mafiuco (Padre Manuel). Téete Maiuco, cuando leg a ser mayor, destruyé a la humanidad antigua haciendo caer sobre el mundo una Iluvia de fuego. Pero esa huma- nidad no esté completamente muerta; cuando alguien pre- Ss tende cazar pumas 0 zorros, que fueron el ganado del hombre antiguo, se oyen en el campo grandes voces que protestan. Extinguida la primera humanidad, Téete Ma- Tuco hizo la actual y la dividid en dos clases: indios y mistis (“blancos”, la casta dominante). Los indios para el servicio obligado de los mistis. Cre6 también el infier- no y el cielo. No hay hombre exento de pecado. El cielo es exactamente igual que este mundo, con una sola dife- rencia: alli los indios se convierten en mistis y hacen trabajar por la fuerza, y hasta azotandolos, a quienes en este mundo fueron mistis. La division de la humanidad fn dos clases fue establecida por Dios y sera eterna, por- que Téete Mafiuco es inmortal, puesto que todos los’ afios muere un dia viernes y resucita el sdbado. Se renueva ano tras afo, Todos los elementos formales de este mito son biblicos y también su fatalismo. No se encuentra en él influencia es- pecifica alguna ni restos de los mitos pre-hispénicos. Apa- rece como la obra de resignados colonos cercados y se- gregados por la servidumbre y la hébil prédica colonial catélica, Pero, como en los anteriores mitos, se establece claramente la sucesién de dos humanidades, siendo la primera imperfecta, El mito de Inkarri recogido en Quinua ‘Quinua es una pequefia y famosa poblacién predominan- tomente bilingiie, ubicada en la provincia de Huamanga. Se encuentra a 27 kms. de la ciudad de Ayacucho, hacia el NE, y 2 609 kms. del Cuzco. Es famosa por los ob- jetos de cerdmica, magica o utilitaria, de consumo rural hhasta hace unos treinta afios; en le actualidad de gran prestigio en Lima y en los centros urbanos importantes. Todos Jos habitantes de Quinua —unos 700— hablan quechua; la mayor parte habla al mismo tiempo cas- tellano. El castellano es 1a segunda lengua. Hernando Nifiez y Javier Montori, estudiantes de la Universidad de San Marcos, Ilegaron a Quinua, en viaje de estudios, en 1965. Neiiez habia seguido con mucho interés un cur. so de quechua, pero no hablaba el idioma y no lo podia entender cuando su interlocutor era nativo. Hernando Ni- fiez anhelaba recoger literatura oral, y estaba bajo la in- fluencia del reciente hallazgo del mito de Adaneva, hecho por su compatiero de clase, Ortiz Rescaniere, y tenia un interés muy especial en los mitos mesidnicos. Cuando des- cubrié que don Moisés Aparicio, un viejo alfarero que- chua, conocfa una “historia” de Inkarri, grabé la entrevis- ta que Ie hizo. Segin el mito de Quinua, Inkarri ereé las montatias, el ‘agua, este mundo. Hizo al hombre. Amarraba al sol’ en tuna piedra si descaba que el dia durara més tiempo. Las grandes picdras le obedecian. Era, como el de Puquio, munayniyog: 8 decir, que tenia la’ potencia de desear 16 crear lo que deseaba, “igual que Dios”, Pero el mito ofre- e algunos motives propios que vamos a especificar: No se sabe de quién fue hijo El Sol no es sino ta fuente de ta luz que Inkarri puede detener @ voluntad, No construyé et Cuzco ni ninguna otra ciudad. Fue Dios (el catélico) quien ordend a las tropas del rey- estado la captura y decapitaciin de Inkarri. No fue el rey espaitol quien io derroto y le hizo cortar la cabeza. Hubo entre los dos dioses un intercambio previo de men- Sajes mutuamente incomprensibles. La cabeza de Inkarri estd en of Palacio de Lima y per manece viva. Pero no tiene poder alguno porque estd se- parada del cuerpo. En tanto se mantenga la posibitidad de la reintegracie del cuerpo det dios, ta humanidad por él creada (los in- dios) continuaré subyugada. Si la cabeza del dios queda en libertad y se reintegra con el cuerpo podré enfrentarse nuevamente al dios ca t6lico y competir con él. Pero, si no logra reconstituirse y recobrar su potencia sobrenaiural, quizds moriremos todos (los indios). Este mito es la creacién de un pueblo quechua con mayo- res elementos de “‘aculturacién” que el de Puquio; se fiere en castellano a dios y a las tropas del rey-estado. La relacién entre el ejército, el estado y Dios (Ia religion) aparece muy claramente observada. Esta observacién y Ia referencia a la escritura y al quipu no pueden haber sido posibles sino mediante una informacién oral 0 esco- Tar acerca de a historia de la conquista. En el acto de ‘eaptura de Atahualpa y en el mantenimiento del estado de servidumbre a que fue sometido desde entonces el pueblo quechua, la relacién entre la Biblia (la Iglesia) y la accién del Estado y de su ejército, se presenta tal como es recogida en este mito. Finalmente, la relacién que se establece entre la cabeza viviente, cautiva, de Inkarri y el cautiverio de la humanidad por él creada, es, asimis- mo, muy dialéctica, Si la cabeza es arrojada sin posibi- lidad alguna de recuperar su potencia ereadora y de lucha, el pucblo que de clla depend podré perecer; si, en cambio, queda fibre y reconstituye la integridad de su naturaleza, se abriré un nuevo periodo de competen- cia con el otto dios y sus creyentes. El dualismo social y cultura —puede hablarse de antagonismo—, entre el in- dio y el espafiol, que continia con el del indio y el misti, término este tltimo que denomina no ya a la raza blanca sino a la clase dominante, queda en este mito de Inkatri de Quinua tan nitidamente planteado como en el de Pu: . El de Q’ero representa la continuacién del antiguo mito incaico de Manco Cépac, contaminado de elemen- tos locales nativos. Ast, Q’eto-Puquio-Quinua contienen la adaptacién de un mito preshispénico le interpretacién el destino de un pueblo vencido y a Ia concepeién que, el grado de st comunicacin y relacién con el pue- vyencedor, tiene de su porvenir: el de Puguio es me- el de Quinua es condicional; se abre la posibil ‘dad de una derrota definitiva, de Ia extincién 0 de la de la lucha. Pero, tas mismes causas cultureles y sociales que dan en a una mayor complejidad al mito de Inkarri, hacen ‘que el creador de este mito esté armado de una concep- ‘cin mucho més yasta sobre el origen y destino de la hhumenidad en su conjunto, concepcién reelaborada con Ja vsién biblica que el pucblo dominante ha trasmitido feetca de este problema capital. Vamos a tratar de ex- ponerlo y enclizarlo: Las TRES HUMANIDADES El estilo con que el alfarero Moisés Aparicio habla de ‘ee tema alcanza el grado que podrfamos lamar tras- ‘endental o biblico. Ta audecia, en cierta forma “inadmisible” en un inves- figador universitario, con que Hernando Nuiiez pregunta _ sh castellano a su informante sobre asuntos tan comple- jos, se hace posible y da buenos resultados gracias a dos circunstancias: por la forma rica en contenido con que el alfarero responde a sus primeras interrogeciones sobre 1 mito de Inkarri y por la inguietud del joven estudiante de sacar todo el jugo a la oportunidad que se le presenta; sta inguietud esté alimentada por el recuerdo constan- te de los mitos de Inkarri, de Puquio y de Adaneva, de Vicos. Néiiez inquicre a’ su informante, que entiende muy limitadamente el espaol, acerca de todas las mate ties que ambos mitos contienen; luego, las propias res ppuestas fe inspiran otras preguntas més audaces atin. Al final, en una entrevista grabada, cuya transcripcién cubre apenas cuatro paginas, el alfarero de Quinua ofrece al an- helante joven recopiledor, que apenas entiende el quechua, ‘un relato denso en que esté bien reflejada, aunque sin la Suficiente confirmacién, toda la concepcién mitica de un ppucblo acerca del tema que hemos expuesto en los titulos de este ensayo, Ta primera humanidad de tos gentiles * y ta humanidad actual *No tenia conocimiento Dios (de ellos), eran separados... Hl Padre Eterno” (R. 11). * Laman asi a aguélla cuyos restos aparecen en las tumbas prehispdnices, “Se multiplicaron, jtanta gente! ‘mentarlos lo que sembraban”. “No alcanzaba a ali- “Se devoraban entre ellos”. “No cabfan ya en la tierra Porque se olvidaron de Dios” (R. 11). “Y cuando Dios los castigé, desaparecieron. No sabemos ‘emo fueron” (R. 11). “El Padre Eterno es el Dios de los gentiles”. “Ese ya no 5 nuestro Dios” (R. 19). “Cuando se extinguieron los gentiles aparecimos nosotros” (R. 19). (c""Quién es el Dios de ahora?”) “Dios hijo” (R. 20) “Nuestro Dios sefial6 a Inkerri. Dios hijo” (R. 19). Los gentiles representan Ja humanidad de Adaneva, de Vieos. La humanidad imperfecta, inculta, Adaneva es también el Dios Padre, porque Téete Matiuco es el Dios Hijo. “Nuestro Dios”, Dios Hijo, “sefalé” a Inkarri; asi mantiene la separacién o subseparacién de la humanidad creada por Inkarri. No se afirma que “nuestro Dios” también hizo a Inkarr{ sino que lo sefald. Esto puede interpretarse puesto que el recopilador no intent6 que el propio informante lo hiciera— como que fue “nuestro Dios” quien lo sefialé para el cautiverio y el del hombre pot él creado. En esa condicién queda incorporado al reino del Dios actual. La revelacién de la Tercera Humanidad Hernando Nificz pregunta audazmente: “ZY cudindo seré el mundo del Espiritu Santo?” (R. 21) El alfarero contesta en forma cautelosa, Primero niega y luego dice: “BI tiempo del Espiritu Santo acaso venga cuando noso- tros nos hayamos extinguido” (R. 21). Y sobre 1a base de la segunda extincién de Ia humanidad actual, el alfareto de Quinua expone toda la posible teo- ria mitica de la comunidad. La expone en una sucesién I6gica muy singular en sus respuestes 22 y 24. “Estamos cargados de culpa. Estamos sentenciados, aun- gue no sabemos de aquf a cuantos miles de afios se habré de cumplir Ta sentencia”. “Hay tres dioses, Padre Eterno, Dios Hij to”. Los tres plenos, “enteros”. Los dos pri lizado. Crearon lo que les correspondia, extingan, nosotros también desapareceremos”. , Espiritu San- (2Quignes de nosotros? Don Moisés Aparicio lo escla- rece enseguida), “Entonces apareceré el Fspfritu Santo; han de ser tres dioses, tres hermanos”, (EI Espiritu Santo seré Dios, hermano pleno de los otros dios, cuando también 1 haya hecho su obra”), “El Espiritu Santo ha de hacer caer en culpa a nuestro Dios actual”. “Entonces sobre la punta de aquella montaia ha de estar la ciudad del Espiritu Santo. Si, pues”. “Y cuando ya no haya nadie, y como ya no existe nadie, con sus alas (los hombres nuevos) estiin pasando sus ales por encima de la culpa. Han de caminar... Viajero, muy aldo” La tercera humanidad seré alada, como Ia paloma que representa al Dios que ha de crearla, y no podré ser al- canzada por el pecado. Toda fa literatura oral hasta ahora recopilada demuestra que el pueblo quechua no ha admitido la existencia del “cielo”, de otro mundo que esté ubicado fuera de la tic- ra, y que sea distinto de ella y en el cual el hombre re- ciba compensaciones que reparen las “injusticias” recibi- das en este mundo, Escribimos un breve ensayo sobre este tema al analizar los cuentos mégicos de Lucanamar- ca *, Toda reparacién, castigo o premio se realiza en este mundo. Para los indios de Puquio, los muertos constru- * Folklore Americanos, Nos, 8 y 9, Lima, Pert 18 yen sobre Ja cima del Qoropuna una torre que no con- luyen jams y estén contentos; los que fueron pecadores: vagan en la tierra en forma de “‘condenados”. Segin el mito de Adaneva, de Vicos, el cielo es exactamente igual que la tierra, Segin la concepcién mitica del alfarero de Quinua, las humanidades se suceden en turnos ascenden- tes hacia la perfeccién. La humanidad del Espiritu Santo ser alada, como el simbolo del Dios, y sus alas le per mitirén volar por encima del pecado. Y como el pecado es Ia causa no de la muerte de los individuos sino de la extincién de la humanidad, la tercera, la del Espftitu Santo, seré inmortal porque’ no podra ser alcanzada por el mal que trasmite 1a posibilidad de desaparicion. “El Espiritu Santo ha de hacer caer en culpa a nuestro Dios actual”; el Dios Hijo no aparece exento o inmune a la causa que determina la muerte. Bl iltimo Dios, en cam- bio, sera verdaderamente el tiltimo y se realizaré cuando haya creado “st humanidad”, Estaré formado de “espi- ritus": “como ya no existe nadie, con sus alas estén pa- sando por encima de la culpa, Han de caminar... Vigjero, muy alado”. Ese seré una especie de “cielo” pero sin mundo, sin purgatorio y sin infiemo, sin previo juicio final. He aquf el sueio mitico de un alfarero quechua actual de la famosa aldea mestiza de Quinua*. * Desventursidamente no existen posibilidades de que pueda reallzarse un plan de recopllacién de otros mitos avechuss poshispénicos; ninguna institueion o universidad nacional estd en aptitud de apoyar un proyecto que rescate este Ya Hosisimo material de la irremisiblo condens de desapart ion a que esta sentenciado, En cinco o diez aiios mas 20 habré perdido yay no podremos recuperat wn caudal tan importante y tan bello ‘para el estudio y Ia permanencia demuestra tradicién Pablo Neruda La barcarola termina (We pronto ef dia répido se transjormé en tristeza ¥ ast la barearola que crecia cantando se calla y permanece la voz sin movimiento) . Sabréis que en aquella regién que cruzaba con miedo crispaba la noche los ruidos secretos, la sombra selvitica y yo me arrastraba con los autobuses en el misterioso universo: ‘Asia negra, tiniebla del bosque, ceniza sagrada, y mi juventud temblorosa con alas de mosca saltando de aqui para alla por los reinos oscuros. De pronto se inmovilizaron las ruedas, bajaron los desconocidos y alli me quedé, occidental, en la soledad de Ja selva, alli sin salir de aquel carro perdido en la noche con veinte afios de edad esperando la muerte, refugiado en mi idioma. De pronto un tambor en la selva, una antorcha, un rumor de camino y aquellos que predestiné como mis asesinos bailaban alli, bajo el peso de Ta oscuridad de la selva para entretener al viajero perdido en remotas regiones. ‘Asi cuando tantos presagios Ievaban al fin de mi vida Ios altos tambores, las trenzas floridas, los centelleantes tobillos danzaban sonriendo y cantando para un extranjero. Te canto este cuento, amor mfo, porque la ensefianza del hombre se cumple a pesar del extrafio atavio y alli se fundaron en mi los prineipios del alba alli desperté mi razén a la fraternidad de los hombres. Fue en Vietnam, en Vietnam en el afio de Mil novecientos veintiocho. Cuarenta afios después, a la misica de mis compatieros leg6 el gas asesino quemando los pies y la musica, 19 quemando cl silencio ritual de la naturaleza, incendiando el amor y matando la paz de los nitios. Maldicién al atroz.invasor! dice ahora el tambor reuniendo al pequeiio pafs en el nudo de su resistencia, ‘Amor mio, canté para ti Jos transcursos de mar y de dia, y fue sofiolienta Ta luna de mi barcarola en el agua porque lo dispuso el sistema de mi simetria y el beso incitante de la primavera marina: te dije: a llevar por el mundo del viaje tus ojos amados, la rosa que en mi corazén establece su pueblo fragante y dije, te doy ademés el recuerdo de pfcaros y héroes, el trucno del mundo acompaita con su poderio mis besos: y asi fue la barca barquera deslizéndose en mi barcarola. Pero afios impuros, Ia sangre del hombre distante recae en la espuma, nos mancha en la ola, safpica la Iuna, son nuestros: son nuestros dolores aquellos distantes dolores y Ia resistencia de los destruidos es parte concreta de mi alma: ‘Tal vex esta guerra se iri como aquellas que nos compartieron dejéndonos muertos, maténdonos con los que mataron pero el deshonor de este tiempo nos toca la frente con dedos quemantes y quién borrara lo inflexible que tuvo la sangre inocente. Amor mio a lo largo de la costa larga, de un pétalo a otro la tierra construye el aroma y ya el estandarte de la primavera proclama nuestra eternidad no por breve menos Iacerante. Si munca la nave a su imperio regresa con dedos intactos, si la barcarola seguia su rumbo en el trueno marino y si tu cintura dorada vertié su belleza en mis manos aqui sometemos en este regreso del mar, el destino, y sin més examen cumplimos con la Hamarada, Quién oye lo esencia secreta de la sucesién, de la sucesiva estacién que nos lena de sol o de Tanto? 20 Escoge la tierra callada una hoja, la ramificada postrera y cae en la altura amarilla como el testimonio de un advenir El hombre trep6 a sus motores, se hicieron terribles las obras de arte, los cuadros de plomo, las tristes estatuas de hilo, los libros que se dedicaron a falsificar el relimpago, los grandes negocios se hicieron con manchas de sangre en el barro de los ‘arrozales, y de la esperanza de muchos quedé un esqueieto imprevisto: el fin de este siglo pagaba en el cielo lo que nos debia. Y mientras Hegaba a la luna y dejaba caer herramientas de oro, ‘no supimos nosotros, los hijos del lento crepiisculo, si se descubria otra forma de muerte o teniamos un nuevo planeta nto. Por mi parte y tu parte, cumplimos, compartimos esperanzas e inviernos y fuimos heridos no sélo por los enemigos mortales sino por mortales amigos (y esto parecié més amargo), pero no me parece més dulce mi pan o mi libro entretanto: agregamos viviendo la cifta que falta al dolor y seguimos emando el amor y con nuestra directa conducta enterramos a los mentitosos y vivimos con los verdaderos. Amor mio, la noche leg6 galopando sobre las extensiones del mundo. Amor mio, la noche borra el signo del mar y la nave resbala y reposa. Amor mio, la noche encendié su instituto estrellado. En el hueco del hombre dormido la mujer navegs desvelada y bajaron los dos en el suefio por los rios que evan al lanto y crecieron de nuevo entre los animales oscuros y los trenes cargados de sombra hasta que no Iegaron a ser sino pilidas piedras nocturnas. Es la hora, amor mio, de apartar esta rosa sombria, cerrar las estrellas, enterrar la ceniza en Ja tierra y, en la insurreccién de la luz, despertar con los que despertaron © seguir en el suefio alcanzando la otra orilla del mar que no tiene otta orilla. 21 José Lezama Lima Dormido a la recepcion de Proserpina [Es casi con una sensacién de traicionar completamente intencién y logros del autor que ofrecemos estos fragmentos del capitulo XII de «Paradiso» (Contem- Pordneos, 1966, La Habana). En verdad, las pdginas de este relato, en apariencia redondo (lo que nos animé a escogerlas entre las seiscientos y tantas que forman a novela), se entrecruzan en el orden original con otros tres, y tal abigarrado conjunto crea, profundizdndose en ta vigilia y el suefio, la realidad y la imagina- isn, la historia + el mito, a varia dimensién —clara y confusa— dé ta vida. Sin embargo, aunque medio deficiente, acaso sirva para suscitar interés y curiosidad y ello para que algin editor decida efectuar una nueva impresion de la obra genial de Lezama Lima —por las arbitrarias restricciones que traban ta circu lacién de tos libros cubanos, apenas conocida fuera de ta isla.) Juan Longo era un eritico musical que en su edad mayor hhabia quedado viudo, después de muchos afios de feliei- dad doméstica, de un vivir exquisito, de un noble sentido para la cortesania y la amistad. Los primeros dias de vviudo se replegé a un deslizarse aislado, en los recuerdos de sus vastos sumandos de horas placenteras. El matri- monio habia querido vivir en un ambiente prerrafaclista, pero pasados algunos meses, el eritico viudo recogié to- dos fos libros de Ruskin, que estaban en la estanterfa de Ia sala y los Hlev6 a los bailes sombrios del tltimo cuarto, donde se guardaban partituras que el tiempo habia dora- do con cansancio, una heladera pata hacer mantecado a mano en los dias de estfo gaditano y los cascos de viejos sombreros con los que su esposa habia asistido a las me- jores noches de Nijinsky. La jarra griega con el motivo de la esfinge sobre una peana marmétea, fue llevada al claroscuro de Ia sala, y en su reemplazo, en un primer plano, la jarra griega con el faunillo encandilando toda Ia pastoral, comenz6 a lavarse en los sentidos apagados y cn los juegos arteriales, carentes de todo elastico para las bbromas de Eros, del heptogenario critico musical, Las es- tampas japonesas con damas en su peinador fueron reem- plazadas por motivos de pesca, en un retiro donde coin- cidian poetas y guerreros, cuyo tinico ejercicio era ya la melaneGlica coniemplacién del curso de ta liquida co- rriente, pero en los cuales atin, rodeados de los escollos amoratados de las ojeras, saltaba el pez de le mirada. Después de un tiempo, muy breve, que estimé discreto para su luto, comenz6 de nuevo su asistencia a vernissa- ges, a reuniones crepusculares que se daban para ofr un nuevo disco de Bela Bartok. Estaba ya muy acostumbra- do al vivir matrimonial, a esa agradable monotonfa de 22 todos los dias, a contarle a una persona las cosas desar gradables, que mientras ella no fuera su causa, nos darn Ta raz6n y el mimo. Una persona, en fin, que tuviese para nosotros una armoniosa lentitud, cuando todo pasa a ruestro lado con los ojos cerrados y en un dislocado fre- nesi, Encontré muy pronto en esos ambientes de artisti- cas melindrosidades, tina cincuentona rebajada de Ia aglo- meracién irregular de las grasas por la calistenia sueca, el Hebert suizo y la ducha a presién. Disimulaba, como una taimada dedicada al espionaje, que fuera profesora de cultura fisica. Lo oculté més todavia, cuando vio la propensién que le mostraba el eritico musical, que por su refinamiento pretrafaelista se hubieta horripilado al enterarse del terrible menester a que se dedicaba la cui- tada. No haba tiempo que perder, y rodeados de un grupo de esteticistas fatigados, entraron con dignisima majestad por la puerta mayor de Ja catedral habanera, oyéndose muy cerca las progresiones lentas del oleaje marino, viejo guerrero con muchas heridas. La recién casada cayé muy pronto en un terror metaff sico de lo temporal. Los veinte afios de diferencia que habia en el nuevo matrimonio, hacfan que ella, la bene ficiada en ese cortejo cronolégico, pusiera el oido de la alucinacién al conteo del gotern inexorable. El pescado poco santificado por el 6leo, las lechugas y el amarillo terroso del papayo, se reiteraron tanto en las comidas que el critico musical slo de sentarse a la mesa se nau- seaba, le parecia oler al gato saboreando el peine de la esqueletada de un parguillo. Viendo que el tedio gastro- émico se apoderaba del critico, la esposa decidis acom- pafiar las comidas con una crétera flena de feche eremo- sa, seguida de barquillos o de panales que le recordaban al euitado sus alos de adolescente, cuando su madre vie fileba exageradamente su bronquitis, Las sopas cargadas de substancis, torpes al higado; las frutas densas de pul- a, propicias a las fulmineas revulsiones del azicar; los isos, tridentes de sofritos complicados, tendenciosos @ intoxicaciones de pesadilla, fueron suprimidos por los dictados de esta circe infernal. La crétera de crema bati- tl, aumentando sus dosis, adquirié su antigua majestad de tecorrido por la sala de los pretendientes, Las virtudes somniferas de la leche fueron ganando la yoluntad del fritico, comenzando sus exageradas dormiciones, doble- gindole Ja voluntad y la médula. Por algunas lecturas de divulgacién de Ia teofonfa egipcia, la esposa conocia que Ja hibernacién destruye la terrible sucesion de la gota temporal. La seguridad de tener el esposo a su lado dur- miendo, ahayentaba la muerte, Ia esposa del critico musical, a pesar de la dormicién ‘obtenida en su compaiiero prevrafaelista para vencer los ‘desgarrones de la temporalidad, ensayaba procedimientos ‘mis radicales para ahuyentar sus temores, pues en perié- ddicas unidades de tiempo que se reiteraban, ingurgitaba i dormido, y aungue ella acudia de inmediato con Ia tritera espumosa, éste pedia concreciones més sélidas en la incorporacién, Siquiera una sopa de ajo, ya un mifiote fon zetas chinas. Eso hacia temblar a la esposa, que se Sentia afin insegura en las técnicas que manejaba como bresumtas Haves de 1a dormicion. En a noche, aungue dormia, dio muestras de intranguilt ia, querendo moverse a. ambos lados de la almonada tral, enn gus apes cuerpo, movi. con Inyuda dou exposa. Pero aquella noche, a esposa.quso fit alee as virtues sobilerce dee sche Eos Sobre el alto y mano sobre la tetila igquierda, ln He Yaron a comprobar la mansedumbre del oleaje de aque Sueho, Adelan la mano. derecha fingiendo extensiones cariiosas por el cuello, luego fue, presionando las’ card Mids para shondar la eatalepsia. El ertico musical, falto de imgacién por los centros nerviosos, al cerratse la cor fumnata sanguinea que ascendia al cerebro, se desploms funn zona casi indistinta con 1a muerte, La esposa Te tapé con tapones Ia entrada de sire por la natiz y por los fdas Ela sala que no eran los tapones de cera, usados Bara defenderse do las sisenas, pues para la ocasion mas Bjudaban laces negros, reveladores de las cercanias de las Paress, derramando sus sombrios velos. El oxigeno que Hse vida, al ser suprimido, por ley esperada, suprime fuerte, fegala Ia Inmortalidad que se distruta a la som. Bra de algunos valles ezipcios Esperd la mafiana para, con més culdado, terminar los flere catalépicos. Une varilla de plata’ usada, en las Feerptiones que’ daba cl rftico en su’ Gpoca aurea, para Fempver los trozos de hielo en las profundidades’ de la Wiskads, Silo. para las_primeras_ pruebas ‘de ensocea: Mlentos tirguaes La prueba resultaba un tanto violenta Glerttic parecia que se Iba a desperezar, pues emit con lenitid unos bostezos muy redondeados, pero” dio co. ilenzo a Tox vucloos retroirdctiles de Ia lengua, como uh so hormiguero que se embriagase con miel de hormigas, El frio de la varilla de plata se diluyé en el punto de con- gelacién morado lingual. La trigquea rechind como la de Jun ahoreado cuando la lengua comenz6 a hundirse por las profundidades de la garganta. La presién de las carétidas y los ejercicios retrotréctiles, deben comenzarse en edad temprana, pero si en algtin caso los exiremos se tocaban, era en el del eritico musi eal, pues a los setenta afios' largos, su esposa lo habia puesto a tamafia prueba, que debe comenzarse a los pacos ‘meses de nacido y ayudado por padtes conocedores de los misterios de la dormicion. ‘Sin embargo, el heptégono cronolégico fue muy propicio @ su iniciacién cataléptica. La cabeza cafa con levedad, hundigndose un poco mds en la almohada cuando las ca rotidas eran presionadas. De la misma manera en los ejer- cicios de retrocesos linguales, al principio creyé el eritico que la varilla de plata traia aparejada alguna oblea de delicias, pero la mente poco rociada al cerrarsele los ca- nutos de Ja sangre, favorecia una extrema flaccider que le era porpicia a los’ enroscamientos linguales en la varilla de plata. Cubrié con cera todo el cuerpo del critico, para evitar que insectos misteriosos le penetraran, como recordaba de algunos derviches que sumergidos durante cierto tiem- po, habfan reaparecido con parte del cuerpo devorado por Jas hormigas blancas, esas piraflas terrenales. Revisaba las sébanas, los colchones, las fundas, pues habia leido que en el trance cataléptico, en pruebas de sumergimiento, una sierpilla habia entrado por Ia natiz, Hegando hasta el nido algoconoso del cerebelo, abrevando en el craneo como si fuese una cazuela poblada de un consomé fio. Cada uno de estos ejercicios habia que prepararlo con un cuidado tan exagerado, semejante al abajo de las abe- jas dentro de un poliedro de euarzo. No se trataba de provocar un primer estado cataléptico, de llevar un sujeto al suefio, sino, por el contrario, ya en el suefo, prolongarlo indefinidamente, prolongarla hasta regiones bien diferenciadas de la muerte. Conservarlo en. tun suefio como si ya en la muerte, destilase algunas gotas de vida. Saber que goteaba, aunque fuese un gotear invi- sible, aseguraba el residuo Tejano de algiin manantial, ‘Sus muchos afios hacian que el critico no pudiese entrar en un total estado cataléptico, caia més bien en un so- nambulismo permanente. La afluencia de sangre que se detenfa en la presion de la eardtida, era muy pequeha, ues habitualmente bastaba la eritera espumosa para st mirlo en una modorra semejante a la de un osillo pere- oso en un parque londinense. Su lengua se espesaba sin mucho esfuerzo, en afios de inactividad, sin necesidad de obturar la traquea, derrumbandose Ia lengua por los abis- ‘mos. Su estado de sonambulismo le permitia ver con los ojos cerrados. De tal manera que su esposa no podia evi tar, tragicamente, los estados de énimo que con tristeza afltian al rostro del critico musical. Cuando la mano de Ja esposa iba en busca de la triquea, la cara del dormido iba adquiriendo el desmesuramiento facial de los ahorca dos. Cuando la varilla de plata comenz6 a enrollar ta len gua, la boca del critico remedaba la de un osezno hacien. 23 do las bellaquerias en un bosque de pinos. Cuando el es tado cataléptico era total, su rostro benévolo remedaba el de un rey pastor, cuyo éuerpo yerto era mostrado ante el pueblo, con el gesto cansado de acariciar un corderillo que a su vez Je lamia las mejillas, El eritico de misica habia cumplido ciento catoree afios, ya su lado Ia mujer que Io cuidaba habla enloquecido, Una uma de cristal, en la que se habia hecho el vacfo ab- soluto, guardaba ef cuerpo del dormido. Sofiaba encon- tar cuatro grandes imanes para mantener la uma en el centro de la cimara, pero aunque esa idea Ia seducia, pen- saba también que alejaria al dormido de sus inenarrables culdados, Las enloquecidas meticulosidades aplicadas al critico eran el tinico sitio que demostraba que el dormido ‘no habia descendido todavia al fiinebre Hades. Cuanto mas se perfeccionaba el reposo del critico musical, Ia guardiana enloquecida no separaba sus ojos de la urna de cristal. Fl mas ligero movimiento del durmiente, la hacia pensar que habia abandonado la dormicién, que podia morir. De inmediato vigilaba los tapones de la nariz y de los ofdos, caparazdn de cera que recubria todo el cucr- po, observaba con una lupa si alguna hormiga blanca ha- ia vencido el aislamiento del vacfo absolute, EI suefio ‘era total, Ia incesante contemplacién del vencimiento del tiempo la habia enloquecido. El tiempo destruido solo mostraba el suefio y 1a locura, Mientras aquella inmensa Iinea cataléptica recorria la di- reecién opuesta de la sucesién temporal, la Asociacién de criticos de musica seguia sus periddicas’reuniones, donde Ja wiskada eternal se unia con el queso holandés vaporo- so. La deglucién de los chicharrones de arroz traia el re cuerdo de las sentencias confucianas sobre Ia gobernacién ‘musical, Esa remembranza de la China clasica, general mente unia a los criticos barbados con los imberbes, a Jos que se mostraban serenos en la reunién con los que infernizaban con Baco en cama regalada. El whisky en la fratuidad favorece la elocuencia eritica, tanto como para Jos alquimistas el polvo de amatista. Aquellos profesiona les de la critica, a quicnes la habitualidad de sus temas s6lo les arranca’ un bostezo, galopados por el escocés en Ta roca, verban y distribuyen como endriagos. Aquella noche los pocos viejos respetados y los jévenes ‘que le querian sacar lascas a ese respeto, se habia entre- ruzado en un desarrollo tematico, el eritico que los jéve- nes afirmaban que habia desaparecido, era el mismo que los barbados afirmaban que no Jo habfan enterrado, Su obra habia sido parca, honesta, de rica artesanfa, pero al surgir su nombre para el homenaje, no podian afirmar {ue estaba vivo, tampoco que hubiera sido enterrado, Se hicieron investigaciones de Jupa crudicional y de chismes esquineros. Un cartero que conservaba las listas para los aguinaldos pascuales, durante tres generaciones, dio Ta dl receion ultima y nica, La directiva de la Asociacién de criticos musicales, le pidié una entrevista ala esposa fenajenada, para hacerle un homenaje al mas longevo de los asociados. Habia marcado pautas al gusto, canon al 24 atrevimlento. Pegaso a la tradicidn. Después con esquist tez se habia retirado al silencio y a no molestar Ia fluen- cia del rio heraclitano. La enajenada sintié que el tiempo se agazapaba en un nuevo acto naciente. Eran de nuevo sol cataléptico no sélo habia extendido el tiempo, zado una curiosidad por el critico de mitsica, que se de- jaba sentir a los ciento catorce aflos, pero que en su etar a precataléptica habja sido totalmente inexistente. La esposa se sintié acorralada por el anuncio de Ia visita, le parecié como si todos Jos afios que ella habia vencido, tomasen de pronto un tridente y marchasen a pinchar- Ja. ¢Qué hacer? Como habla problematizado en su enaje nacién, Ja solucién vendria de la propia enajenacién. Em. pez6 por destaponar al critico, con el cuchillo paleta de Ja mantequilla fue raspando Ia cera, aplicé la mano en sentido traslativo en toro al cuello y en particular de Ie carétida. Rocié el cuerpo con limén y naranja agria y licgé a la violencia rotativa con sus manos en Ios centros neuralgicos. Viejas botellas pintadas sirvieron de recipien- fe a un agua muy férvida que se volcaba sobre los pies del durmiente, Records con cierto sentimentalismo que su esposo, tierna pedanterfa reminiscente de su nifiez la tinista, en el almuerzo reclamaba frigidae aguae, y al asomarse el bafio crepuscular probaba la fervidae aguae. Le vino el recuerdo de cémo su esposo, a Ia manera de un voluptuoso contemporéneo de Petronio, se acercaba al agua tibia, después de quitarse las sandalias y con no disimulade temblor, moviendo los pies introducides en la bafiadera, con Ia alegria de una trucha, comprobaba si el agua tenia las condiciones térmicas que su cuerpo re queria para librarse de impurezas. Media hora antes de la legada de la directiva de Jos ert ticos musicales, la esposa extrajo de una vitrina un disco atronador, donde los instrumentos de percusién més pri- mitivos rompian casi sus parches calentados para prolon- gar Ja sonoridad por valles y colinas. Una coleccién de fambores yorubas estremecia la cristaleria eshumada para La palidez del durmiente se fue acogiendo a “ular, dictado por la sangre impulsada siquie- ra levemente por la agudeza de la percusién. La esposa extrajo el cuerpo de la urna y con el aceite que tenia para abrillantar su cabello, remedo de algiin ritual egip- cio, frotaba al Ientificado para lograr alguna irrigacién en el primer Iébulo frontal que le permitiese, por entre las sopladas cortinas del suefio, balbucear algunas frases a los nuevos erfticos musicales. Son6 el timbre, la guardiana del dormido se apresur6 en acudir a la puerta herrumbrosa que gimié como la de un castillo templario con varias roscas secularizadas de ce- rraz6n, Algunos criticos del atonalismo tomaron nota en sus cuadernos de ese chirrido, La esposa enajenada de- senfundd sus zalemas y sus bruscas solemnidades para la recepcidn, Pasaron después a la cémara donde repo- saba el critico entre almohadones de un abullonamiento tan exagerado que recordaba a los uiltimos Valois, Las cua- tro perillas de la cama Reina Ana fueron acariciadas con delectacién por los visitadores es ‘Apenas Uegé la comitiva a su cusrto, el critic adelants la cabeza del almohadén y alzando ei indice de la mano derecha fue diciendo con Ienta voz oracular: —Primero, en nuestra época Ja critica musical tenfa que reflejar el sueno que borra el tiempo y Ja causalidad (la fesposa se sobresalt6, creyé que podian aludir a su catalep sia seereia). EI suefo era el reflejo de lo simultaneo. Exis- fia paes uin sonido que estaba por encima de [a sucesién de sonidos. ASI como algunos pueblos primitives cono- cicron la visién completiva, por encima de toda unidad visual, existe también la sonoridad completiva por enci- ma de toda sonoridad abandonada al tiempo— —Después fa critica intemt6 beacear rudamente en el na- smo musical, pero Ia critica que no puede captar el re molino descensional, menos puede captar la sonoridad pa- ada en It nada, LA critica si puede eaptar 1a vaciedad fe la sonoridad, pues el vacio tolera el absoluto det ft Un vacio donde et nacer y el fluir estén en la misma al bamina del huevo, Guards silencio y los cxitions visitadores se asombraron como el tiempo’ transcurrido habia enriquecido To que fllos Ilmaban su imagen de concepto. Fueron abando- nando Ja edmara del burlsdor del tiempo, para fevantar Ja eristaleria dorada por el escocés de marca real, La ens: jennda disimuls su tristeza al pensar que esa interrup Gién de Ia dormicién del critico, le costaria tal vez cinco flios menos de estar a horcajadas sobre el tiempo insen Sibilizado, [La esposa entré en el cuarto, fingiendo carantonas co- menzS a acariciar el cuello del eritico, presionando con fevedad Jas carotidas hasta Mevarlo dé nuevo al suefio sin Uempo, Entonces volvié a los tapones, al caparazon de cera, a vigilar lupa en ristre cuslquiera aparicién de exdpades, Rodé el cuerpo hasta la urna, después gamuz3 los eristales hasta dejarlos matinales en su transparencia Mientras se verificaba esa cuidadosa recuperacién cata- éptica, el mas barbado y el mas imberbe de los criticos abian hecho un aparte de los demas visitadores. Comen- taban las palabras del mas longevo de los criticos musi- cales. El més imberbe adelantaba que preleria Mamarle a la sonoridad completida, sin por eso dejar de admirar las afirmaciones del gran vencedor de lo temporal, sono- ridad por recurtencia, El mas barbado respondis que es0 sélo era un problema de metodologfa, y que preferia Max ‘narle sonoridad insoluble en el tiempo, soluble en el va- cio, En ese momento de sus disquisiciones, ambos estu- yieron de acuerdo en regresa” a casa del Tengevo, para (que dijese una mas esclarecedora palabra en torno’a esa sonoridad nominal 9 metodolégica que tanto los contur- ‘baba, Su sentencia final tenfa que Ser preciosa, un ina- pelable colofon en una ribrica de oro, Regresaron a Ia casa del eritieo, Ia puerta estaba abierta, ‘Tacaron el timbre pero nadie respondid. Decidieron pe- netrar en la cimara del dichoso intemporal. Se quedaton lun poco gelée en el perplejo. Sobre Ia cama la uma con el cuerpo del durmiente, y a su lado la enajenada con Ia mano apretando tiernamente el cuello. Salieron sin hacer ruido, la escarcha también silenciosa. Al dia siguiente convocaron con toda urgeneia a Ia direc- fWva de Ia aAsociacién de criticos musicates. Con la vor temblorosa dieron cuenta de Io sucedido. Se tomé de in- mediata ef acuerdo de Nevar la urna de cristal al portico del Auditérium, para que la curiosidad de los melémanos esfilase con (oda solemnidad ante Ia figura adormecida {del rads longevo de los eriticos musicales. La directiva se trasladé de inmediato la casa del eritico, Presenciaron en la camerata la misma composicién de figuras: In urna ‘can el cuerpo del durmiente y a su lado la esposa enaje- nada pulsando el cuello de aquel ante quien el tiempo se rendia sin condiciones. Se habia liberado de Jupiter, Cro- nnign y, Io que es mis dificil, se habia Hiberado también de Saturno. Gon un etiidado que recordaba las ceremonias de Et re- tomo de las cenizas, la urna en hombros de sus compa- fieros, rodcada de anterchas, fue trasladada al triunfete de la’ maisiea, Una guardia permanente de criticos musi ‘ales presenciaba el inmenso desfile de los afanosos de contemplar aquel milagro musical. ‘Los dos descubridores del esplendor somnifero y antitem- poral del mas depurado de los adormecidos, yelaban el Suefo de Ia esposa enajenada. Tan pronto despertase seria trasiadada al Auditérium, con las mas exquisitas rendi- clones para que participase del desfile rendido al tiempo ecapirado y humillado por las ensofaciones del critico, tripulante tinico de un trineo ormado de campanillas ine descifrables. La esposa enajenada del eritico musical, al despertar se eneontro sin la urna de cristal y con dos personas que senladas en dos sillas, que habla ban en voz baja, aunque pudo entreoir algunas palabras que st esposo en su estado precataléptico repetia con frecuencia. Iba a gritar para avisar a los vecinos de tan intempestiva visita, pero los ademanes de subrayada fine- za de la guardia visitadora, la obligaron a esperar el cur 80 de los acontecimicntos,’ El més viejo de tos dos, que cra pardojalmente, el més temerario, se enfrento com la vieja replegada como una gardufa, diciéndole con un éa- fasis proclive a despertar un eco burl6n en todo aquel que no fuera su joven amigo, siempre ardido como re. ceptaculo de toda hovedadl: —Su esposo esta en el templo de la musica, proclamando al triunfo de Ia sonoridad ex tratemporal. El pueblo ansioso de ver un gajo de roble tan venerabie desfila ante sw cuerpo ni exinime ni vivien te, sélo vencedor del tiempo. La fluencia no tiene armas para destruitlo, mientras él fluye en el tiempo circular, cada instante es la eternidad y el propio instante. Ha so- lide faera de su existir, no solamente de su ser, exsistere, fuera del ser —dijo, ‘procurando decirlo con sencillez, sin lograrlo—, para lograr wn ser del tiempo, una médula del tiempo, un ser como imagen del tiempo. Vencedor del concepto ternporal de los griegos, al aleanzar un numero del movimiento, 114 afos indubitables, en que se burlé del mayor enemigo, pero en un existir extratemporal, pues existié no en cl tiempo, sino en el sueho, Su movi mmiento ya aceptado que fue puramente temporal, no tava 25 ni antecedentes ni consecuentes, pues ¢l sucfio se le eon virtio en una planicie sin acantilado comenzante ni érbol final. Su nobie existencia va mucho ms alld de Ia mane- ra de encarar ¢l tiempo en Plotino. Este diferenciaba etemidad como naturaleza y tiempo como devenir en el mundo visual, pero nuestro critico aleanz6 la eternidad sin devenir, pera en ef mundo visual, pues ahi esta en su urna de'cristal frente a un inmenso procesional. Ven- redo del tiempo tomista, del more flucns, ahora faye, ‘ues es innegable que en la dormicién del tiempo no va 4 su rio. Si el fadice se hundiese en las carnes del critico para trazar el afora, percibiria que el dedo ni se hunde en Ia vida ni. se detiene frente a la muerte. No es lo iner- te, €5 lo rigid, pero si fuera posible, con esa rigidez suave del sueno, Es lo rigido suave, no Io yerlo. No se podia poner en su urna la inscripeién: el eritice yacente, sino fra, que es la que Ie conviene como un anillo: inmévil wucla él ahora, o también: vuela ahora inmévil, 0: él hors inmévil vuela. Ha destruido el sutil distingo escolistico entre causa, eau sacion y causalidad, o entre nacimiento, lo que engendra el nacimienio, y ef facimiento y su finalidad, pero su acto naciente (ranscurre en una infinitad recorrida por el dur. miente en ese punto que vuela. Ha yencido también el tiempo como enére, sexin la acepcién de algunos con: tempordnicos, pues en su suetio es imposible separar el tiempo que ‘fae del que se est4 claborando, Ese entre que parece ser el ultimo refugio dialéctico de los morta: es, penetracién de un ciego en la fugacidad que cree du- racion, porque ese cntre es la negacién de toda penetra cién, duedando como un acto que se dirige a una roca, pero al legar a ella ese acto se ha trocado en espuma, s6lo que desde el punto de visia de la temporalidad, ef hombre no es esa roca, sino una roca de utileria que ‘pa- rece regalada por las Danaidas o por Sisifo, por los dio- ses maldites de un designio estéril. Después de estar mas de cincuenta afios adormecido, al yolver al mundo del devenir visual, se adelanté a todos los eriticos musicales con su teoria de Ia sonoridad como ‘imagen del vacfo, por ta diferencia de las dos densidades, ‘como el remmolino dentro del caos, Ese desnivel de las dos densidades produce un enire la absoreién y In impelencia, en el centro mismo del vacio, ahi irrumpe Ia imagen de la sonoridad. Ese suofio de media siglo es precisamente el tempo gue hace falta para que el hombre pueda na vegar hacia la estrella mas cereana, Caminando, dentro de ese suefio de cinco veces diez aftos, el hombre puede ‘egay a la luna, sin apresurarse, en un majestoso lentisimo. —No hable mas tonterias, —dijo con un chillido la esposa enajenada—; Iéveme junto ami esposo, quiero ver la uma de cristal. Un deseuido pucde producir la caida de Ja cascada de la temporalidad, y mi esposo recuperando 26 el tiempo, pereceria de seguro—, Esbaze el gesto de una wala que sale de su agonia para saltar sobre lo garganta de un provocador irsnico. Fue introducida en un Rolls con las portezuclas inicialadas de signos herdldicos. EI auriga fue a tocar el claxon para liberarse de los enredos del procesional, pero la transpor- tada esposa enajenada, le dijo palmedndole el hombro con furor: —Cuide esa brusquedad sonora, le puede destruir Su membrani timpani, y por ah{ mismo penetrar la hor- miga blanca hasta sus’ meninges, matandalo, Silencio, si los procesionistas wo se separan’al paso de la maquina, es preferible que nos bajemos y vayamos caminando, hasta detenernos frente a la urna de eristal. Yo ereo que ya el desfile ha durado un tiempo que puede perjudicar el absoluto de su suetio. Mafana, en el amanacer, que es Ja hora mas peligrosa para su regreso al devenir, me le: varé la urna para casa—. La enajenacisn le otorgaba una xapidez que la cronolosia rechazaba, Se avered, vigilada de cerea por los criticos acompatiantes, a Ta tina, ‘Los procesionistas 1a dejaron Pasar, no sin que se formase un remolino, pues querian ver Ia pareja del durmiente y su guardiana enloguecida, AL poner su rosiro en la urna, se oy6 tal chillido, que basté también para astillar la noche y hacer que la eui- dadora del sueno infinitamente extensivo, descendiese al tenebroso Erebo. ¢Qué vio al asomarse a in urna? El ros tro de un guerrero romano, crispado en un gosto de Ia. finita. desesperacién, tratando de alcanzar con sus manos Ia capa, las botas, la espada de los legionarios que pass- ban pata combatir en lejanas tterras. E] rostro revelaba una acometividad gimiente ¢ impotenie, Uoraba por [a desesperacidn de no poder sumergirse en el fuego de la datalla. En su lecho de paja, el rostro encendido por la piedra, cuando habia jurado el devenis y las alas de las tropas transportadas hacia las pruebas de la lejania, sen- tia que la sangre se nogaba a obedecerle y se Ie enreda- ba en el rostro, Formando falsos cireulos negados a la mo- vilidad. En lugar de un critico musical, rendido al suefio pata vencer al tiempo, el rostro de up general romano que gemia inmovifizado al borrarse para él la posibilidad de alcanzar la muerte en el remolino de las batallas, El chillido de tn enajenada, mas poderoso que las temi- das hormigas blancas, penetrande por las orejas del dur micnte, provocd wna vibracién corporal en el critica que lo llevd doxmido a Ia recepcién de Proserpina, ¢Cuéndo el coro inmenso de Tos provesionistas percibira que ya no duerme? Ya el critico percibe las golas de lo. temporal, pero no como el reso de los mortales, pues la muerte, no el suefio, comienza a regalurle, ahora st de verdad, 10 eterno, donde ya el tiempo no se deja vencer, ha comen- zade por no éxistir ese pecado, Humberto Diaz Casanueva Ta vision de la semejanza Heme aqui Abrazado a mi lecho. Sofoeado por mi Respiracién. Nadando Entre grandes olas Rigidas. Me trago Candeléros chorreantes De verdara Todo significa adrede. Estoy solo Velludo de sombra Humana \drdindome. Oliendo a Tanto. Palpando mufiones ‘Temblorosos. Algnien trae mi alma Enrollada al Silencio, Cargada de parpados. Majer. No te veo —no te Oigo Te contengo. Mis latidos son Tus pisadas. Mirame la cara Roida por los signos, Hiindeme en mi, Encémame En Ia profundidad de Los seres. En la entrafia Donde la sombra sorbe El hervor de mi vida, En el fualgor De espejos azotados Por an muerto indécil Limo mis dientes Hasta dejarlos en Punta, Muerdo ceros de carne Envueltos en colores, Taconeo Sobre aguas parpadcantes, Héme aquf Gada vex mis enorme, Atleta Levantando la costra De un sucio milenario, Soy la violacién De lo que soy. En lis visiones buseo Prolongar mi alma. Busco La vibrante — la profética Plenitud de mi cuerpo. ‘Me rodean Sillas rotas — restos De comida. Hombres nasales Haciendo hervir Aceite: ‘Mi mujer me trae Huesecillos de astros. Muiiecas De piel humana. Animales tristemente Pensadores. Conjura Mis ojos reventados En el suefo. Mis hogueras de soles Palidos. ‘Me entierra sus wfias — Me descubre Raices de vida Entrelazada. Coma nn ciego A bastonazos con las Flores Camino sin semejanza. Camino En un lugar profanado. Hago libaciones En mi sangre, 27 Uncido a Io incorpéreo Soy Huyo. De una muerte mas El vértigo vida De mis estados mortales. Corto por un cielo de Piedra. Unig {Quien soy Me derraman mis Un canto pétreo que Tan parecido Buen Entreabra ‘A lo que debiera La noche péstuma, Ser? ‘Tengo una estrella De mar Soy Incrustada Um pahbre E] fortalecido En mi pierna de palo. Como a Fesion de cieg Diente i Soy irrepetible Estoy solo Con un cabo de vela Comienza Miro al techo En el espacio. La dilatacion de la parece Frente. Que lo apuntalara Cerca Un relampago. De la yoluntad final Estas manos — estos Pies Ya no puedo aleanzarlos, Estos ojos Se me van sumiendo, Estos oidos Ya no estén afuera, Todo calla Como si de golpe Se detuvicra El pulso de un tigre. Me amenaza La sangre danzando En cl espejo, Soy el hombre De la cabellera Silbante. Nada de lo que soy ‘Me sea omitido, 28 Hene MicHaux. Dibujo Del flujo De sustancias inauditas. Aumenta La pulsacidn de la Nada Mi sudor corre por Los muros. Mi mujer avanza a Tientas — Trasquilada Sn cabellera de sal. Me tapa la boca — Se desviste — Se saca sus eneros De culebra Brilla Desnuda Como estirada por La luna. Le pongo en el Ombligo La esmeralda, iCimbrate — Oh estatua atronadora ‘Al borde del vacfo! Mujer: ‘Tus ojos son los roces Del fuego con la Muerte, "Te ahogo en tu came. Te estrujo. Hasta que corra el Licor de la amapola, Nos enmascara um Profundo sueiio. Muevo mis labios Muevo mis ojos Como las chispas De otro ojo Perpetuo. ‘Tus pechos manan Llanto. Aunamantas Auna sombra Cada vez mis verde, Ay Sélo quiero agasajar Las formas. Jinete de los cisnes. Acostarme en sibanas De mar. Todo me es extraiio Salvo lo imposible. Cantor de los adioses Probador del Coaigulo. Me arrastro Fumando| Pedazos de tiniebla. Me toco— Me queda el De un astro Ya acabado. Me toco lascivamente. Me amo Lleno de odio. Esta noche Se expanden los ojos De los muertos — Agujeros En un pan luminoso Caido sobre el alma — 29 Mario Benedetti ‘Acaso irreparable Cuando los parlantes anunciaron que las Lineas Centro anieticanas de Aviacién postergaban por yeinticuatro ho- ras su vuelo niimero 914, Sergio Rivera hizo un gesto de impaciencia, No ignoraba, por supuesto, la clisica argu- ‘mentacién; siempre es mejor une demora impuesta por la prudencia que una dificultad (“aceso irreparable”) en pleno vuelo. De cualquier manera, esta demora com- plicaba bastante sus planes con respecto a la proxima ‘scala, donde ya tenia citas concertadas para el siguiente mediodta Decidié autoimponerse In resignacién. La afelpada voz femenina del parlante seguia diciendo ahora que Ia Com- paffa proporcionaria vales a sus pasajeros para que ce- naran, pernoctaran y desayunaran en el Hotel Internacio- nal, cereano al Aeropuerto. Nunca habja estado en este pais eslavo y no le habria desagradado conocerlo, pero por una sola noche (y aunque el Banco del aeropuerto ‘estaba abicrto) no ibe « cambiar délares, De modo que fue hasta el mostrador de LCA, hizo cola pata recibir los vales y decidié no pedir un solo extra durante la cena. Nevaba cuando el émnibus los dejé frente al Hotel. Pen- 36 que era la segunda yer en su vida que veia nieve. La ‘otra habia sido en Nueva York, en un repentino viaje que debiG realizar (al igual que éste, por cuenta de la Sociedad Ancnima) hacia casi tres aiios. El frio de die- ciocho bajo cero, que primero arremetid contra sus ore- jas y luego Jo sacudi6 en un escalofrio imegral, le hizo aiforar Ia bufanda azul que haba dejado en cl avién. Me- ‘nos mal que Tas puertas de cristal se abrieron antes de que él las tocara, y de inmediato una ola de calor lo re- confort6. Pensé que en est momento le hubiera gustado tener cerca a Clara, su mujer, y a Eduardo, su hijo de cinco afios. Después de todo, era un hombre de hogar. En el restorn vio que haba mesas para dos, para cua- tro y para seis. El eligié una para dos, con la secreta esperanza de comer solo y ast poder leer con tranquili- dad. Pero simultineamente otro pasajero le pregunté: “¢Me permite?” y casi sin esperar respuesta se acomod6 cen el lugar libre. EL intruso era argentino y tenia un irrefrenable miedo a Jos aviones. “Hey quienes tienen sus amuletos", dijo, tengo tun amigo que no sube a un avién si no lleva com sigo cierto Hlavero con una turquesa Sé de otro que viaja 30 siempre con una vieja edicién de Martin Fierro, Yo mis- ‘mo Ilevo conmigo, aqui estén, {las ve?, dos moneditas japonesas que compré, no se ria, en el Barrio Chino de San Francie, Pero a mf no hey amuleto que me serene Rivera empezé contestando con monosilabos y leves gre fhidos, pero a los diez minutos ya habfa renunciado a su lectura y estaba hablando de sus propios amuletos. “Mire, ‘mi supersticién acaba de suftir la peor de las derrotas. Siempre Tlevaba esta Sheaffer's, pero sin tinta, y habia tuna doble tazén: por un lado no corria el riesgo de que me manchara el traje, y, por otra, presentia que no me iba a pasar nada en ningin vuelo mientras Ia evara asi, vvacia. Pero en este viaje me olvidé de quitatle la tinta, y ya ve, pese a todo estoy vivo y coleando”. Le parecié que cl otto lo miraba sin excesiva complicidad, y entonces se sintié obligado a agregar: “La verdad es que en el fondo soy un fatalista, Si a uno le Mega la hora, da lo mismo un Boeing 747 que la puntual maceta que se derrumba sobre uno desde un sétimo piso”. ““Si", dijo el otro, “pero asi y todo, prefiero In maceta. Puede darse el caso de que uno quede idiota, pero vivo! El argentino no terminé el postre C“aquign dijo que en Europa saben hacer el mousse de chocolate?”) y se re- tird a su habitacién, Rivera yo no estaba en disposicién de leer y encendié un cigarrillo mientras dejaba que se asentara el café a Ta turca, Se qued6 todavia un rato en ‘el comedor, pero cuando vio que las mesas iban quedan- do vacfas, se levanté répidamente para no quedar tltimo se fue a su pieza, en el segundo piso. El pijama estaba tn la valija del avidn, asf que se acosi6 en calzoncillos. Leyé un buen rato, pero Agatlia Christie despejé su eni ma mucho antes de que a él Ie viniera cl suetio. Como sefialahojas usaba una foto de su hijo. Desde una lejana duna de El Pinar, con un baldecito en la mano y mos- frando el ombligo, Eduardo sonreia, y él, contagiado, también sonri6. Después apagé la yeladora y encendié la radio, pero la enfitica vox hablaba una Iengua endia- blada, asi que también la apag6. Cuando soné el teléfono, su brazo tante6 unos segundos antes de hallar el tubo. Una vor en inglés dijo que eran las ocho y buenos dias y que los pusajeros correspondien- tes al vuelo 914 de LCA serian recogidos en la puerta del Hotel a las 9 y 30, ya que la salida del avin estaba anunciada “en principio” para las 11 y 30. Habia tiem- po, pues, para bafiarse y desayunar. Le molest6 tener que user, después de la dicha, la misma ropa interior que tala puesta desde Montevideo. Mientras se afeitaba, es- tuvo pensundo cémo sc las arreglaria pare intercalar en fl resto de la semana las entrevistas no cumplidas. “Hoy 8 martes 5" se dijo. Llegé a la conclusién de que no {enia mas remedio que establecer un orden de priorida- des. Asi lo hizo, Recordé las iiltimas instrucciones det Presidente del Directorio ('‘no se olvide, Rivera, que su priximo ascenso depende de emo le vaya en su conver- secidn con Ta gente de Sapex”) y decidié que postergaria varias enitevisias secundarias para poder dedicar integra- mente la tarde del miércoles a los cordiales mercaderes de Sapex, quienes, a la noche, quizé lo levaran a aquel cabaret cuyo strip-tease tanto habia impresionado, dos aos airés, ail flaco Pereyra, Desayund sin compania, y a las nueve y media, exacta- ‘mente, el émnibus se dettivo frente al Hotel. Nevaba adn mis intensamente que la vispera, y en la calle el frio era casi insoportable. En el aeropuerio, se aceroé a uno de los amplios yentanales y miré, no sin resentimiento, eémo el avién de LCA era aiendido por toda una cuadrilla de hombres en mameluco gris. Eran las doce y quince cuan- do la vor del parlante amunefs que el yuelo 914 de LCA sufrfa una nueva postergacién, probablemente de tres horas, y que le Compania proporcionaria vales a sus pi sajeros para almorzar en el restorén del aeropuerto, Rivera sintié que fo invadia un vaho de escepticismo. Como siempre que se ponia nervioso, eructé dos veces seguidas y registtS una extrafa presidn en las mandibu- Tas, Luego fue a hacer cola frente al mostrador de LCA. A las 15 y 30, la voz agorera dijo, con envidiable calma, que “debido @ desperfectos técnicos, LCA habia resuel- to postergar su vuelo 914 hasta mafiana, a las 12 y 30”. Por primera yez, se escuchd un murmullo, de entonacién algo agresiva, Bl adiestrado ofdo de Rivera registré pala- bras como “intolerable”, “una vergtienza”, “qué falta de sonsideracién”, Varios nifios comenzaron ‘a llorat y uno de Tos Hantos fue bruscamente cortado por una boictada histérica. EL argentino miré desde lejos a Rivera y movic In cabeza y los labios, como diciendo: *'ZQué me cuen- 1a?" Una mujer, a su izquierds, comenté sia esperanza; “Si por lo menos nos devolvieran el equipajc”, Rivera sintié que la indignacién Le subia a la garganta cuando el parlante antncis que en el mostrador de LCA el personal estaba entregando vales para la cena, [a ha- bitecién y el desayuino, todo por gentileza de Ia Compa: fifa. La pobre muchacha que proporcionaba los vales, debia sostener une estpida e imitil discusién con cada uno de los pasajeros, Rivera considers més digno recibir el yale con wna sontisa de ininico menosprecio. Le pa- recié que, con una ojeada fugaz, la muchacha agradecia si discreto estilo de zepresalia, En esta ocasion, Rivera Ileg6 a la conclusién de que su odio se habla vuelto comunicativo y se senté a cenar en una mesa de cuatto. “Fusilarlos es poco”, dijo, en plena masticacion, una seiora de timida y algo ladeada pelu- ca, Bl caballero que Rivera tenia enfrente, abrié lenta- mente el paiiuelo para somarse; luego tomé Ja servilleta ¥y se limpié ef bi ‘0 creo que podrian transferimas a otra compalifa”, insistié la sefiora. “Somos demasiada gente", dijo el hombre del pafuelo y Ja servilleta. Rive- Fa aventttr6 una opinién marginal: “Es el inconveniente de volar en inyierno”, pero de inmediato se dio cuenta de gue se habia salido de la hipétesis de trabajo. A ella, por supuesto, se le hizo agua Ia boca: “Que yo sepa, Ia Compaiiia no ha hecho ninguna referencia al mal tiem- Po. ZAcaso usted no cree que se trata de una fall me- cénica?”, Por primera vez se escuché la voz (ronea, con fuerte acento germinico) del cuarto comensal: “Una de las azafatas explicé que se trata de un inconvenienie en el aparato de radio”. “Bueno”, admitié Rivera, “si es asf, la demora parece explicable, {no?”. Alli, en el otro extremo del testordn, el argentino hacia grandes gestos, que Rivera interpreté como progtesiva- mente insultantes para la Compatifa. Después del café, Rivera fue a sentarse frente a los ascensores, En el salén. del sétimg piso debia haber alguna reunién con baile, ya que de la calle entraba mucha gente. Después de dejar en el guardarropa todo un cargamento de abrigos, som- breros y bufandas, esperaban el ascensor unos jovenct tos elegantemente vestidos de oscuro y unas muchachas muy frescas y vistosas, A. veces bajaban otras parejas por Ja escalera, hablando y riendo, y Rivera lamentaba no suber qué broma estarfan festejando, De pronto se sintié estipidamente solo, con ganas de que alguna de aquellas parcjitas se le acercara a pedirle fuego, o a tomarle el pelo, o hcerle una pregunta absueda en ese imposible idioma que al parecer tenia (Zquién lo hubiera creido?) sitio para ef humor. Pero nadie se detavo siquiera a mi- rarlo, Todos estaban demasiado entretenidos en su pro- pio lenguaje cifrado, en su particular y alegre distensién. Deprimido y molesto consigo mismo, Rivera subié a st habitacién, que esta vex estaba en el octavo piso. Se des fnudé, se metié en la cama, y preparé un papel para te. hacer el programa de entrevista. Anoté tres nombtes: Komield, Brunell, Fried. Quiso anoter el cuatto y no pudo, Se le habia borrado por completo. Silo recordé 31 que empezaba con E. Lo fastidié tanto esa repentina la- guna que decidié apagar Ia luz y traté de dormirse. Du- ante largo rato estuvo convencido de que ésta iba a ser tuna de esas nefastas noches de insomnio que afios atrés hhabfan sido su tormento. Para colmo, no tenia esta vez el recurso de la lectura. Una segunda Agatha Christie in. Estuvo un rato pensando en iio, y de pronto, con cierto estupor, adviritié que hacia por lo menos veinticuatro horas que no se acords- tba de su mujer. Certé tos ojos para imponerse el sue~ flo, Hubiera jurado que s6lo habian pasado tres minutos cuando, seis horas después, soné el teléfono y alguien le anunci6, siempre en inglés, que el émnibus Tos recogerfa las 12 y 15 para levarlos al aeropuerto, Le daba tant rabia no poder cambiarse de ropa interior, que decidié no bafiarse. Incluso tuyo que hacer un esfiierzo para la- varse los dientes. En cambio, tom6 el desayuno alegre- mente. Sintié un placer extraiio, totalmente desconocido ara él, cuando sacé del bolsillo el vale de la Compaitia y lo dej6 bajo ta azucarera floreada. En el aeropuerto, después de almorzar por cuenta de LCA, se sent6 en un amplio sofa que, como estaba junto a la entrada de los lavabos, nadie se decidfa a ooupar. De pronto se dio cuenta de que una nifia (rubia, cinco aiios, ecose, con mufieca) se habja detenido junto a él y 10 miraba, “2C6mo te llamas?”, pregunt6 ella en un ale- min deliciosamente rudimentario. Rivera decidié que pre- sentarse como Sergio era lo mismo que nada, y entonces invent6: “Karl”, “Ah”, dijo ella, “yo me llamo Gertrud”. Rivera retribuyé atenciones: “ZY tu mutieca?". "Ella se lama Lotte”, dijo Gertrud, tra nifia (también rubia, tal vez cuatro aftos, asimismo con muficca) se habia acercado. Pregunté en’ francés a Ja alemancita: “Tu muiieca cierra los ojos?", Rivera tra- dujo la pregunta al alemén, y luego la correspondiente respuesta al francés. Si, Lotte cerraba los ojos. Pronto pudo saberse que la francesita se Iamaba Madeleine, y su mufieca, Yvette. Rivera tuvo que explicatle concien- zudamente a Gertrud que Yvette cerraba los ojos y ade- mas decia mama. La conversacién toc6 luego temas tan variados como el chocolate, los payasos y los sendos pa- és. Rivera trabajé un cuarto de hora como intérprete simulténeo, pero las dos criaturas no le daben ninguna importancia, Mentalmente, comparé a las rubiecitas con su hijo, y reconoci6 objetivamente que Eduardo no salia malparado. Respiré satisfecho, De pronto Madeleine extendié su mano hacia Gertrud, y ésta, como primera reaccién, retird la suya. Luego pa- recié reflexionar y la entreg6. Los ojos azules de Ta ale- mancita brillaron, y Madeleine dio un gritito de satisfac- 32 cién. Evidentemente, de ahora en adelante ya no hacia falta ningtin intérprete, y tas dueftas de Lotte ¢ Yvette se alejaron, tomadas de la mano, sin despedirse siquiera de quien tanto habia hecho por ellas. “LCA informa” anuncié 1a vox del parlante, menos sua ve que la de la vispera pero creando de todos modos un silencio cargado de expectativas, “que no habiendo podi- do solucionar atin los desperfectos téenicos, ha resuelto. cancelar su vuelo 914 hasta maftana, en ‘hora a deter- minar’”, Rivera se sorprendié a si mismo corriendo hacia el mos- trador para conseguir un buen lugar en la cola de los as- pirantes a yales de cena, habitacién y desayuno, No obs tante, debié conformarse con un octavo puesto. Cuando a empleada de la Compaiifa le extendié el ya conocido papelito, Rivera tuvo la sensacién de que habia logrado tun avance, tal vez algo parecido a un ascenso en la So- ciedad Andnima, o a un examen salvado, o a la simple certidumbre del’ abrigo, la proteccién, 1a seguridad. Estaba terminando de cenar en el Hotel de siempre (una cena que habia ineluido una estupenda crema de espérra- gos, més Wienerschnitzel, més fresas con crema, todo ello acompafiado por la mejor cerveza de que tenfa me- cuando advirtié que su alegria era decididamen- te inexplicable, Otras veinticuatro horas de atraso signi- ficaban lisa y llanamente Ia eliminacién de varias entre vistas y, en conseeuencia, de otros tantos acuerdos. Con- vyers6 un rato con el argentino de la primera noche, pero para éste no habja otro tema que el peligro peronista. La cuesti6n no era para Rivera demasiado apasionante, de modo que alegé una inexplicable fatiga y se retird a su ieza, ahora en el quinto, ‘Cuando quiso reorganizar la némina de entrevistas a cum: plir, se encontré con que se acordaba solamente de dos nombres: Fried y Brunell. Esta vez el olvido le caus6 tanta gracia que la solitaria carcajada sacudié ta cama y Ie extraiié que en Ja habitacién vecina nadie reclamara silencio. Se tranquiliz6 pensando que en algin lugar de Ja valija que estaba en el avién, habia una libretita con todos los nombres, direcciones y teléfonos. Se dio vuelta bajo aquellas extratias sébanas con botones y acolchado, y experiments un bienestar semejante a cuando era niio ¥, después de una jornada invernal, se arrollaba bajo las frazadas. Antes de dormirse, se detuvo un instante en Ia imagen de Eduardo (inmovilizada en la foto de las du- nas, con el baldecito en la mano) pero la creciente mo- dorra le impidi6 advertir que no se acordaba de Clara. A la mafiana siguiente, miré casi con cariio su muda ya francamente sucia, por lo menos en los bordes de! cal- “mcillo y en los tirantes de Ia camista, Se lav6 simida- “ivente los ojos, pero casi enseguida tomé Ia atrevida de- “ csign de no cepillarse Ios dientes. Volvié a meterse en “Ta cama hasta que el teléfono dijo su cotidiano alerta. ‘uego, mientras se vestia, consagt6 cinco minutos a re- ‘onocer Ia bondad de In’ Compafia que financiaba tan eherosamente la involuntaria demora de sus pasajeros. *Siempre viajaré por LCA”, murmuré en voz. alta, y los ojos se Ie llenaron de Iégrimas. Por esa razén tuvo que ‘erarlos y cuando los abri6, lo primero que distinguié fue un almanaque en el que no habia reparado, En vez de jueves 7, marcaba miércoles 11. Sacé la cuenta con Tos dedos, y decidi6 que esa hoja debia pertenccer a otto mes, 0 a otro afio. En ese momento opind muy mal de In rutina burocrética en los estados socialistas. Luego, se Jevanté, desayund, tomé el émnibus. sta ver s{ habia agitacién en el aeropuerto. Dos matri- ‘monios, uno chileno y otro espafiol, protestaban ruidosa- mente por las sucesivas demoras y sostenian que, desde €l momento que ellos viajaban con un nifio y una nifia respectivamente, ambos de pocos meses, Ia Compaiifa de- bia ocuparse de conseguirles los pafiaies pertinentes, 0 en su defecto facilitarles las valijas que seguian en el avin inmdvil. La empleada que atendia el mostrador de LCA se limitaba a responder, con una monotonia predo- minantemente defensiva, que las autoridades de la Com- pofia tratarian de solucionar, dentro de lo posible, los problemas particulares que originaba Ia involuntaria de- mora, Tnyoluntaria demora, Demora involuntaria, Sergio escu- ch6 esas dos palabras y se sintié renacer. Quizé era es0 Jo que siempre habia buscado en su vida que habia sido todo lo contrario: urgencia voluntaria, prisa deliberada, apuro, siempre apuro, Recorrié con la vista los letreros del aeropuerto en lenguas varias: Sortie, Arrivals, Aus- gang, Douane, Departures, Cambio, Herren, Change, La- dies, Verboten, Transit, Snack Bar. Algo asi como su hogar. De vez en cuando una vor, siempre femenina, anunciaba Ie llegada de un avién, la partida de otro, Nunca, por st- puesto, del vuelo 914 de LCA, cuyo paralizado, invicto avion, seguia en la pista, cada vez mis rodeado de me- cénicos en overalls, largas mangueras, jeeps que iban y venian trayendo o Ilevando nuevos operarios, 0 tornillos, w 6rdenes. “Sabotaje. Esto es sabotaje”, pas6 diciendo un italiano ‘enorme que viajaba en primera, Rivera tomé sus precat- iones y se acered al mostrador de LCA. De ese modo, cuando el parlante anunciara la nueva demora involun- taria, él estaria en el primer sitio para recoger el vale co: rrespondiente a cena, habitacién y desayuno. Gertrud y Madeleine pasaron junto a Rivera, tomadas de Ja mano'y ya sin muffecas. Las chiquilinas’ (gserfan tas mismas, u otras muy semejantes?, estas rubiecitas euto- peas son todas iguales) parccian tan conformes como él con Ja demora involuntaria. Rivera pens que ya no ha- bria ninguna entrevista, ni siquiera con la gente de icémo era? Se probs a si mismo tratando de recordar al ‘gin nombre, uno solo, y se entusiasmé como nunca cuan- do verifieé que ya no recordaba ninguno. ‘También esta vez. se encontr6 con un almanaque frente @ I, pero Ia fecha que marcaba (lunes 7) era tan descabe- eda, que decidi6 no darle importancia. Fue precisamente cen est instante que entraron en el vasto hall del aeropuer- to todos Ios pasajeros de un avién recién Iegado, Rivera vio al muchacho, y sintié que lo envolvia una sensacién, de antiguo y conocido afecto, Sin embargo, el adolescente pas6 junto a él, sin mirarlo siquiera, Venfa conversando con una chica de pantalones de pana verde y botitas ne- gras. El muchacho fue hasta el mostrador y trajo dos jugos de naranja, Rivera, como hipnotizado, se sent6 en tun sof vecino. “Dice mi hermano que aqui estaremos més o menos una hota”, dijo la chica. El se limpid los labios con el par fiuelo. “Estoy deseando llegar”. “Yo también”, dijo ella, “A ver si escribis. Quign te dice, a lo mejor nos vemos. Después de todo, estaremos cerca”. “Vamos a anotat ahora mismo las direcciones”, dijo ella EI muchacho empufié un boligrafo, y ella abrié una li- bretita roja. A dos metros escasos de la pareja, Sergio Rivera estaba inmévil, con los labios apretados. “Anota”, dijo la muchacha, “Maria Elena Suérez, Koe- nigstrasse 21, Niiremberg. ZY vos?” “Eduardo Rivera, Lagergasse 9, Viena III”. “ZY cudnto tiempo vas a es- tar?”. “Por ahora, un afio”, dijo él. “Qué feliz, ché. 2¥ EI muchacho empez6 a decir algo. Desde su sitio, Sergio no puido entender las palabras porque en ese preciso ins- tante el parlante (la misma yor femenina de siempre, aunque ahora extraflamente cascada) informaba: “LCA comunica que, en razén de desperfectos técnicos, ha re- suelto cancelar su vuelo 914 hasta mafiana, en hora a determiner”. Sélo cuando el anuncio Hleg6 a su término, Ia vor del adolescente fue otra vez audible para Sergio: "*Ademés, no es mi viejo sino mi padrastro. Mi padre murié hace afios, sabés?, en un accidente de aviacién”. 33 Alberto Girri VISITANTES ILUSTRES Supongamos que en la casa de tu mente aparece Monet, paseindose desde la hora del dia que nace. considerando el exacto sentir del aire, Ja temperatura, el renovado destizarse de la Juz, yt atento a su respiracién, contenida para no herir Tos paisajes que crea, crea y estudia, estudia; una leve vuelta sobze ti mismo y ya habré otro, ahora un viejo, Quizds el rostro burlado del caballero de Seingalt, ruinas de aquel vigoroso ejemplar, Casanova recortiendo la casa de tu mente con blasfemias, soliloquios que recomponen intrigas, seducciones: y de nuevas vueltas nuevas figuras, algunas de conducta perversa, muy dificiles de expulsar, tenazmente aferradas, molestas. En la casa de tu mente, que es donde puedes, ademés, darles 4nimo, érdenes, proponerles cuestiones y tesponderles, y.que no es enemiga de nadie ni amiga parcial de nadie, ¥ que te empuja, sélo te exige recibir esas visitas como una de ellas, William Blake, tomaba la imaginacién: al pie de la letra 34 MOLL FLANDERS EN EL JAPON, Saikaku, escritor erdtico contemporaneo de Daniel Defoe, relata las correrias de una mujer apasionada, avida de novedades, y nos ense‘ia, incidentalmente, que cualquiera sca la latitud nunca las obsesas sexuales realizan esfuerzos por cambiar, y también que los extravagantes ociosos de esa época no tenfan tiempo para ocuparse del arte de los arqueros, o de perfeccionar Larte de la caligrafia, cuando las casas de te eran invadidas, habitadas, alegradas por las hermosas hijas de una nobleza en decadencia, El libro se cierra con la trotacalles, la protagonista, terminando sus dias en un templo de Kyoto, y en conjunto, en profundidad, quizés sin proponérselo, Saikaku habré demostrado igualmente ebmo los siibditos siempre logran imponer normas, costumbres (aun las mds libertinas), a quienes los gobiernan, y emo sérdidos oficios (aun la prostitucién, u otros nominalmente més sérdidos), suelen ser vehiculo admirable de tales normas, verdadera influencia civilizadora, Julio Ramén Ribeyro Papeles pintados Yo dejaba hablar a Carmen, sorbia mi Calvados y mira- bba de soslayo la hora, esperando el momento preciso de Aerie que nos fuésemos ya, que era muy tarde, que po- iamos hacer otras cosas més interesantes que’ estamos all, en el entresuelo del café Dant6n, perdiendo misera- BBlemente las mejores horas en vana parleria, mientras mustro alrededor tas parejas se besaban y en los hoteles de las inmediaciones la gente no vivia sino para el amor. Pero Carmen segufa hablando de un espafiol que la ama- ha, de otro que partis después de hacerle un hijo y asf, ‘nite bostczos y alcohol, vi con indignacién que eran les etatto de la madrugada Te acompaiio a tu hotel —dije llamando al mozo. Por supuesto —convino Carmen, adelantando la mej lla para que 1a besara. A esa hora tas calles del Barrio Latino estaban desier- tts. De alguna cave salia el quejido anacrdnico, desam- parado de un New Orleans. La ‘Pérgola’ funcionaba a Puerta cerrada, Cuando pasamos por el ‘Bar Metro’ vi- Mos que comenzaba a abrir sus mamparas aguardando 4 los madrugadores, —Espera —dijo Carmen—. {No te molestes si damos una yuclta antes de ir al hotel? Adelentindose por la rue de Buci apuré el paso mien- tras yo Ia segusia impaciente. Al Megara una tienda de anticulos de viaje se detuvo. =iNo viene nadie? —pregunt6 y estirando los. brazos hnacis Ia vidriera desprendié un afiche de turismo en el ual se distinguia vagamente una bahia azul dominada por un voledn. —Hecfa tiempo que lo habia visto —afiadié haciendo con 41 un rollo que colocé bajo su capuchén—. Es Népo- Tes. Vamos a la rue de Seine, Alli hay otro que me in- teresa. Sin esperar mi parecer se Ianz6 por el Laberinto de calle- jas oscuras. Yo andaba un poco despistado como siem- De que, de noche, recorria ese intrincado barrio donde las calles, surgidas en una época en la que no existia atin 4k nocién del urbanismo, eran un desafio al sentido de la orientacién. Calles en apariencia paralelas empezaban a Separarse y terminaban por conducir a puntos diametral- ‘mente opuestos, mientras que otras, cuya contigiidad era inconcebible, se cruzaban de stbito, se afrontaban para de nuevo evitarse 0 se fundien, perdiendo su nombre, en tuna nueva arteria. Carmen Tlegé a ta rue de Seine y después de titubear se fcereé a un restorén en cuya fachada se veia un afi- che con motivos alpinos. Esta vez lo arranoé de un tirdn, ues por el final de la calle venfan dos guardias en bict cleta. Cogiéndome del brazo me dijo que me hiciera el disimulado y ambos nos echamos a andar hacia su hotel Cuando nos faltaban tres cuadras se detuvo por segunda ver. —iMe olvidaba! Antes de ayer vi cerca del Jardin del Luxemburgo una pared que esti lena de afiche. Son afi- ches nuevos, sobre Ia costa dalmata, Vamos. Los mirare- mos solamente. Protesté diciendo que ya iba a amanecer, pero Carmen ‘me cogié del brazo y me remoles por la rue Monsieur-le- Prince. Al pasar delante de su hotel traté de detenerla, pero ella me prometié que dentro de diez minutos esta. riamos de regreso. Cerca del Luxemburgo, en efecto, habia una pared pla- ‘gada de afiches recientes. Carmen los contemplé un mo- ‘mento y luego, sin poder contenerse, comenz6 a despren- derlos uno tras otro, Como ya no cabfan bajo su capu- chén me entreg6 el rollo —Deja esto en el suelo. Arranca td también. jAyddame! Para complacerla arranqué un afiche, luego otro y otto, pero sin pasiGn, disgustado més bien por ese proceder que me parccfa un atentado contra el omato de la cit: dad. —i¥a esta bien! —me quejé—. {Qué vas a hacer con tanto papel? Sin responderme Carmen prosigui6 su trabajo. Cuando la pared quedé pelada, recogimos nuestro botin y empren- 10s el retorno, Pero a los diez pasos Carmen se so- breparé. Ya que estamos aquf podemos dar un salto hasta 1a rue Soufflot. All{ hay una verdadera mina, Ya yeris, Fue intitil disuadirla. La segui. Pero no se traté solamen- te de la rue Soufflot, porque después fuimos a la plaza del Pantedn, bajamos por la rue Cujas, tomamos la rie 35 de 1a Sorbonne y retornamos por el Boulevard Saint-Ger- main. A las seis de Ia mafiana, exhaustos, lividos, en ple- na luz solar, legamos a la puerta de su hotel. Lo que temia sucedié: —Ya es muy tarde para hacerte pasar, El patrén debe estar levantado. Pero no importa, Nos vemos esta noche. Me vas a buscar, {verdad? ‘Alas dos de Ta mafiana estaba yo ante el cabatecito érabe de la rue de la Huchette, esperando que Carmen salie- ra. Carmen habfa encontrado allf un trabajo un poco clan- destino y miltiple: recibia los abrigos de los clientes, vyendifa cigarrillos, servia en les mesas y conversaba, me- diando una invitacién, con los parroquianos solitarios. AL vyerme parado en la puerta cobré su jornal, cogié su car- tera y su capuchén y salié a a carrera Del brazo nos dirigimos hacia el boulevard Saint-Michel. —Nos tomaremos algo antes —dijo. Pasamos delante del café ‘Cluny’, del ‘Old Navy’, del "Mabillon’ que estaban ya cerrados. En el ‘Deux Magots’ los mozos hacian pilas con las sillas. Terminamos en el ‘Royal Saint-Germain’, Alli pedimos una cerveza, Yo me encontraba atin malhumorado. =2Qué te pasa? —me pregunt6 Carmen. —iAyer me has hecho pasar fa gran trasnochada! A mi no me gustan esos planes. {Caminar como un estpido toda la noche! Carmen se echd a reir. Después de beber un trago de su cerveza se puso seria: Yo soy una mujer dificil. Mis amigos tienen que acos. tumbrarse a mf Luego comenz6 con la monétona historia de sus desdi- cchas: os hombres que la abandonaron, afios sin poder dejar Parfs ni el Barrio Latino, un hijo en el campo donde tuna nodriza, sus recuerdos de’nifiez en Malaga, rifias con Jos patrones del hotel, lfos con la Prefectura. Yo boste- zaba sin pudor. No hay cosa més aburrida que les con- fidencias tristes de una mujer a la que no amamos. Vamos —dije al fin pagando la cerveza, Cuando salimos se sobreparé en la calzada, indecisa. —Esta tarde... —comenz6. —iAh, no! —protesté—. {No me vas a venir shora con Carmen se prendié de mi brazo, me suplicé, me habl6é del afiche que esa tarde habia visto cerca de la Escuela de Medicina, un afiche maravilloso de un mar azul y tuna costa que eta la sombra del paraiso. 36 —Quieres arrancarlo, 2no? —la interrogué. —iMiralo primero y después tii decidirés! —IAdiés! —respondi secamente y dando media vuelta me alejé. Detras senti las pisadas de Carmen. A los vein- te pasos me aleanzé y se colg6 de mi brazo, —is la segunda vez que salimos! Solamente dos veces Y ya quieres dejerme. {Eres igual que todos! —iDéjame en paz! —grité. Pero Carmen volvié a aleanzarme. —Esté bien —decia—. ;Ta no puedes entender estas cosas! Vamos de una ver a mi hotel Su promesa me hizo entrar en razén, Mientras caminé- bamos le explicaba la vanidad de perder el tiempo de esa manera, los peligros que entrafiaba robar afiches pt- blicos, la falta de civismo consistente en sabotear Ia de- coraci6n_ municipal. Carmen me escuchaba en silencio, aprobando con movimientos de cabeza mi discurso. Al llegar a la plaza del Odeén se detuvo, miré con tris- teza la prolongacién del boulevard, donde se veia la Es cuela de Medicina y me arrastré hacia su hotel por la rue Monsicur-le-Prince Después de cerrar 1a puerta con cautela subimos las es- caleras en puntas de pie, sin encender las luces en los en- trepisos. Subfamos y subiamos. Yo me ahogaba en ese pozo negro, guiado a ciegas por Ia mano de Carmen. Al fin tropezamos con una pared. Es aqui —susurr6 y empujéndome me hizo pasar a una nueva parcela oscura y encendié de golpe la luz. Quedé asombrado: aquello no parecia un dormitorio de hotel sino el desyan de una imprenta. Por todo sitio se veian papeles y més papeles. En realidad eran afiches de toda forma y tamafio, doblados unos, enrollados otros, formando rumas 0 columnas que se desplomaban entre los escasos muebles. Muchos estaban clavados en las pa- redes, en el cielo raso o en la ventana, a manera de vi- sillos. La cama apenas se distinguia bajo un aluvién de papeles. —Agui tengo mas— dijo Carmen y abrié un armario, de donde se desmorond una pila de polvorientos carteles. Luego se agach6, metié las manos bajo la cama y extrajo otro montén. Mientras yo contemplaba aténito ese caos, diciéndome cuéntos meses, cudntos afios le habria Ilevado reunir ese patrimonio, cuéntas noches de desvelo, cusintas madru- gadas de pavor o de nieve, ella desplegaba los afiches ante mi vista ta es Roma, gno ves la ciipula de San Pedro? Aqui eatin fos molinos de Holanda. Mira, la Torre de Lon- dws, El Parten6n, en Grecia... Al mirar su rostro me senti sobrecogido: de sus ojos salia une luz cegadora, insostenible, sus narices aspira- ban y exhalaban el aire con vehemencia, sus labios se movian sin descanso, articulando explicaciones muchas veces doctas, pero mecénicas, como una conferencia apren- dida de memoria, mientras sus brazos, infatigablemente, desenrollaban los grabados y los dejaban caer a sus pies, ea un torbellino de paisajes, donde se confundian las ca- taratas del Nidgara con fos templos budistas de Indo- china, De pronto senté miedo. Los ojos de Carmen se iban po- niendo estrabicos y su respiracién més entrecortada, Re- lroeediendo Hlegué a la puerta. Abriéndola bruscamente, gané el pasillo y bajé a la carrera Jas escaleras oscutas. sin importarme que el pasamanos de fierre me despe- lcjara la mano. Una ver en Ia calle me lencé por el boulevard Saint- Germain, confundido, tratando de serenarme, sabiendo yu hufa, que mi cuerpo me anticipaba, dejando a mi rezin, caida, dando tumbos a mis espaldas, No me habia atin recuperado cuando algo que vi con el rabillo del ojo me hizo detencrme. Habia un afiche pe- ado en Ia niverts de una Tibroria, cerca de Ta Escuela de Medicina, fra un afiche de la costa malaguefia, de st costa, un afiche como cualquier otro, en verdad, pero que me retenia de una manera extrafa, Segaf conten fndolo fascinado, estudiando cada detalle, cada arti io del pintor anénimo 0 del fotdgrafo astuto que ha bia puesto su ingenio en abrir una ventana de color sobre los grisiceos dias parisinos. Solamente entonces comprendi lo que significaba un afiche de turismo. Uno de estos afiches, cualquiera de ellos, era la evasiéa, el pais temoto, la’ ciudad softada, las vacaciones eterna mente aplazadas, los imposibles dias de paz o de des canso, el irtealizable viaje, el exotismo prometido y bur- Indo, el consolador mundo de Ia ilusidn. Qué cosa habia hecho Carmen al arrancarlos y juntarlos sino sustituir por esos papeles pintados cada uno de sus sueiios, de sus proyectos frustrados? Durante afios ella habia viajado por todo el mundo sin salir de su barrio ni de su mise- rable cuarto de hotel, viajado, asf, como os nifios sobre sus libros de geografia, a la Tux de una Kémpara. Fue por eso entonces por un pueril sentimentalismo 0 por un subierfugio de mi deseo reprimido que arrangué elafiche y regresé accleradamente hacia su hotel, pensan- do que ese dibujo completaba un periplo imaginario, cra la pieza rara de una coleceién, el plaza que se concedia una desesperada, un eslabén mis en el delirio o tal vez Ia estacién diltima de un itinerario infernal que ce- rraba el ciclo de Ja locura Blanca Varela Poemas 1 4 pajaro escarlata te mira (me mira) diminuta lisa estrella ‘inico eterno ojo de ave vivo fuego azul {lejos en la tierra de la muerte Ta mano que confundié dias y suentos) mirada tinica perfil de llama tras su color inmévil todos los pijaros zi quédate alli en la tierra de nadie en el caos florido en la noche quédate alli sin nombre estrella de mil nombres comienzo y danza fuera de toda forma de toda sombra temo mediodia no sol 38 no dia flor mayor flor total flor ausente sorpresa 3 Tama es tu cuerpo fuego es espejo negro —el aire de tu cuerpo— ojo ciego corazén girante sgirasol sol grande pradera ardiente tu cuerpo el aire es Ja sangre es humo la sangre ¢s tierra polvo aire es sed la sangre Ja sed tu sangre el agua es la vida es y sélo siendo es hoja es viento en dl rio de fuego en el aire del aire de tu cuerpo que sélo es Coyne ique Molina eno haberse adelantado otro poeta, de los raros, a co- su pocsfa bajo el doble signo de la realidad y el 0, sospecho que a Enrique Molina no se Ie habria spado recoger ambas palabras, cuya unién a nadie co- ide mejor, hasta dirfa que le pertenece. zAcaso no Molina a su primer libro Las Cosas y el Delirio? bro al que hoy siente lejano, pero salvando justamente liftulo: un titulo quién sabe con qué secreto nexo liga- do al de Cernuda y, més que definitorio de la obra entre- “gas, premonitorio —nos consta al cabo de un cuarto de “iglo— de toda la obra entonces por venir, no vislum- “brade atin, apenas inquirida por el propio autor. [Al pocta le tenemos que creer al pic de Ia letra. Creerle, ‘pies, evando en su tiltimo libro publicado —Fuego libre— “nos confia el recuerdo de su vida prenatal: oscuras y iuleisimas sensaciones de “un hondo pats” “de rojas plumas” en que “no habia dia ni habfa noche” y sin em- ‘bargo, dia y noche, el “tambor de la aventura”, Hamas vivas y luna viva, tronaba la fuga perpetua de las ge- Jaxias y las mareas: “Yo era la magia y era el idolo” Habré quien niegue tal recuerdo, quien arguya que el “juminista”, o como acepte llamarlo, proyecta a posteriori Toaue del mundo ha gozado en una pérdida sin fin, en ‘im paraiso anterior, confundiendo asimismo el principio yl término, Insisto en que, al contrario, Io dicho por i poeta no admite reparo, Nuestra auténtica memoria fs la memoria de que una vez fuimos, en un tiempo aje- ro al tiempo y que traicionamos al nacer. Memoria no mucrta por cierto, slo que oculta en la sangre, en la ‘al quedaria, por lo que al tiempo atafie, sepultada, aca lado su grito entre los quehaceres, el mero suceder de Ia vida, si aceptéramos que la vida se redujera a es0: los fontos dias cotidianos, normas, deberes con derechos, =descontando el riesgo, Ia tortura, el éxtasis, los mismos: diss diarios no diarios, el volver a asir Jo munca antes ‘sido, la poesia, en fin, aquella que generosamente nos tegala Molina desde que conocié que una vez y nunca coinciden: Ia secreta memoria inmemorial y “Ia avidez de la tierra” tan pronto gustada, posefda, como deyuelta, al sucfio, « 1o no habido. Ocurren luego errores del destino. La “vaste hospitali- dad del planeta” alude tanto a comarcas de hielo como al sol de lluvia del suave, vehemente trépico; pero quien desoribié “la redondez de Ia tierra” excluye las prime- ras: “Sélo como castigo irfa a un sitio donde haya nic- ve”. Y yo, por otra parte, me pregunto a qué extrafio equivoco debe el “‘habitante de casas de tablones tatu dos por la sal de la Tuna” el haber nacido en Buenos Ai- res, en 1910. En la Reina del Plata, el afio del Centena- io, Exactas circunstancias de cronologfa y de lugar que me es preciso referir, aunque el poeta ha Megado a juz- garlas tan inciertas como para jactarse en cualquier mo- mento: “Tenia dos mil afios de wna oreja a la otra” y airibuirle al mar —“esa luz, esa sal, ese olor de yerbajos eorrompidos que pican las gaviotas” —el haberlo engen- drado. En realidad gqué importa que naciera de paso en la cit- dad si, corrigiéndose a si misma, la fortuna Ie ofrece, cuando apenas ha cumplido dos afios, el amparo de una estancia provinciana con nombre de mujer: “La Maria"? El nifio no asume més historia que la que arrastran sus sentidos y presia a una geografia de ocasos, de llanos y de montes, el olor, la sombra, el habla de sus primeras sirvientas terrestres, Cuatro aftos después se encuentra en Bella Vista, Corrien tes, a orillas del Parand, El nombre del poblado encie- ra una nueva admonicién y, en un paisaje “de fiebres y creptiscilos”, “con sus carnosas frutas en medio de es- plendores y miserias”, sus Huvias, sus esteros, sus male- zas, sus “gontes de micl negra” —“hoscas mujeres tendi- as en Ja hamaca', traficantes de tortugas y de. vibo ras—, el muchacho, que monta “caballos salpicados de espumas” y al que el olor de los azahares embriaga, des- cubre “su heredad”, ligada para siempre @ sus venas, mientras cl rfo le presagia las grandes aguas, el gran paseo. En Bella Vista la familia pasa también cuatro afios; Iue- go dos en otros lugares de 1a Mesopotamia, en Misio- nes, hasta que regresa a Buenos Aires. Molina perma- rece poco tiempo en la capital. Pasa a residir en Neco- hea, donde cursa sus estudios secundarios y traba amis- tad con las olas, entregiindoseles —ya lo vimos— como un hij El trépico y el mar: su sola pasi6n desde entonces,serd abrazarlos juntos. El inquieto sofiar de Ia adolescencia no Io aleja de su primera heredad, sino que extiende la misma 32) por doquiera el océano la repite, siempre idéntica, siem- bre otra, al aleance de la piel —parece—, pero ya uno sabe que no bien la alcance sera para perderla, anhelarla, perderla, una, dos veces, miles, millones de veces. No im: orta; ¢qué otro gio dar a la vida que no sea esa bus. Queda desesperada, no por menos desesperada menos ma~ Favillosa, de fragmentos rotos, dispersos, del reino-mun: do, aquel que al nacer extraviamos y que de nifios pus dimos reconocer, no retener? Cada fragmento, hasta’ el mis sérdido a simple vista, incluye todo el reino, slo gue brevemente, después de lo cual muere, nos remite al Siguiente, y asf tantas veces como las que aludi, En el afio 30 Molina esta instalado de nuevo en Buenos Aires, y de nuevo por poco tiempo. Las “callejuelas del insomnio” que Io llevan al puerto Io hacen sentirse fre- nético de impotencia al mirar los buques que se alejan hhacia paises, hacia mujeres, hacia todo alld, real o ima: ginario. El alld finalmente ‘cobra nombre, y es Espa, a fines del 34, poco antes de que estalle a guerra civil, Espafa, pero imagino que, tal vez, mas atin las escalas del viaje, desde el Capricornio hasta el Céncer, y el lem. to derivar de las estrellas cuando la noche fosforecia so. bre el océano. A sus catorce afios Molina atribuye su primer poema, ol vidado. Ha de haber olvidado muchos més, y no dado ue haria suya la sentencia de uno de esos hombres "con Jas suelas voladoras” que 1 venera al igual que Rimbaud, Blaise Cendrars: “Escribir es In cosa mas contraria a mi femperamento”. No querer disociar la poesia de la vida implica que la vida te importa al pocta mas que cualquie- ra de sus versos ("Escribir poemas es un bello ejercicio, Vivir la poesia es cosa distinta..” —nos dice). De ahi paradéjicamente, que los versos, que de todos modos ugnan por nacer de él y merecen que los publique, po. sean esa sorprendente nitidez propia de la obsesion y del delito, de la vida en cuanto delito, en evanto mil y una maravillas. Las Cosas y el Detirio, en efecto, su primer libro, es un libro sin balbuceos? de alguien que ha esperado hasta los treinta afios para realizar una primera, severa seleccion de fo hecho. Pero en él domins, sobre todo en la selec- clon inicial, Reino Solitario, un tono elegiaco, un sentido 4 Ia ver grave y desolado, producto quizis del momento oético (se ha Ilegado a hablar de una generacion del “40"2), que contrasta con la obra sucesiva, singularmente solitaria del futuro autor de Pasiones Terrestres. Una vez més nos es dado comprobar aqui, si lo olvidéra- ‘mos, que tanto en literatura como en arte, atin Togrando obras de sello definido, uno no llega a ser totalmente lo gue es, Io que era en ef comienzo, sino a fuerza de olvi- dar su experiencia de toda voz olda, para escuchar y ha- cer que otros escuchen Ia vor nunca hablada que nadie habia captado, con Ta cual ha de traducir en palabras, las 4! Amerita el Premio Martin Fierro, de ta S.A.D.E., de 1941 2 Whitman borrado por Rilke, Juan Ramén Jimened borrado, aunque no del todo, por Neruda; ya. presente, Gernuda. 9, 4eabado de tradueir del francés, el litwane Whadislas Lubiss 40 palabras comunes, aquellas zonas hasta él inexploradas, de la realidad que le toca suscitar. Apasionante, esclarecedora tarea seria Ia de seguir cémo, desde el principio, esa vor se filtra en la poesia de Mo. Jina, se apropia las imagenes que le depara Ia coyuntura cultural (quebradas las fronteras entre los distintos plo- nos del universo: “las Iluvias entretejidas a los largos co- bellos”), lanza un vocablo —el primero del primer poema —de hondas ‘resonancias ulteriores (“Arde en las’ cosas un terror antiguo”), rompe una enumeracién —la pri ‘mera— para detenerse en una escena con tantas futuras incidencias (“y los vestidos caen como un seco follaje a los pies de la mujer desnudindose..") y, sin, dejar de de- plorar el licuarse de una carne joven, califica a ésta de “admirable”, y se complace en Hacerle acariciar al sofia. dor sus riquezas mas inmediatas: sus cejas, sus labios, sus rodillas, En El Dia y ta Noche, veinticinco romances —que no to dos Io son— en versos heptasilabos —que tampoco todos 10 son, visiones del antesuefio mas que del suefio mismo, no snuncian tanto los poemas, entre despierios e hipné. ticos, de la madurez, como alaban, no obstante la vana quejumbre, la vida corpérea, consciente el poeta no S610 de su cuerpo en general, sino de sus ojos, de sus huesos, de su médula, al tiempo que adora su “terrestre comida y mira su camisa, sus zapatos, como sefialando hitos para Su poesia més reciente (pensamos en dos textos de 1962 ¥ 63: Catzado Hurmano y Alimentos). De los tres poemas Que cierran Las Cosas y el Delirio, el més largo, el se- gundo —Foltetin Pasional entre fas Lluvias— introduce Ia nota més rara: falso relato, atin sumergido entre nieblas, de un hecho verdadero, justifica de antemano esa postura de Molina de 1956: “El tinico fin de un auténtico lirismo es Tlegar a ser el desarrollo de un crimen o de una blas: femia, un estado de furor.” Y no resulta tampoco casual, @ no ser que la casualidad sea siempre aliada del poeta, el que el verso altimo del libro, corrigiendo el que Ie pre. ede, suene como una promesa tanto como un acto de fe: “Lejanamente orgulloso, voy todo celeste hacia el cielo / TAR! pero unido para siempre a este planeta adorable.” Cinco afios separan Pasiones Terrestres! de Las Cosas y el Delirio; aftos que Molina dedica a apresar “este pla. neta”, definitivo objeto de su adoracién, Afios hechos de dias, 'de dias marineros, pues es como tripulante, incor porado al trabajo de a bordo —primero en un pequefio barco noruego, Iuego en buques de la flota mercante ar gentina—, que el pocta tlega a Hamburgo, a Barcelona, 8 Génova y, con mayor frecuencia, a los putertos america nos de ambos océanos, situados los mas en érbitas cali das, donde se exacerba “la belleza demoniaca del mundo’ En Pasiones Terrestres, la segunda parte —Aguila de las Lluvias— canta el pais’ de bruma, de polvo, de ausencia, ue resumi6 Ia tierra para el niflo “en su séptimo cum Dleafios”, aquel pafs entre los rios cuyo sabor litoral los oemas ‘nos trasmiten ahora de modo inconfundible, y €80 es Io que vale mas que el mirar ain retrospective, + Obtiene un Premio Municipal de Poesia, en 1946. xe querer salvar la hermosura de cuanto “se aleja con fi tiempo” en vista de no se sabe qué futuro reencuentro, Persiste la nostalgia, mas al nombrar Io que lamenta deja ahora de lamentarlo, lo celebra, y es pasion, ya no nos- falgia, lo que escuchamos, pasidn viva, presente: “Oh im- Placable heredad! / Pira, timulo de’ frutos rodeado de fuegos, / guardada por dementes quimeras que aiin mu sitan su signo Indescifrable!” —deseuidamos el “atin mu- Stan” invitados a habérnosla con Ja belleza y una belleza feuimto més cruel mas bella, hechizada, insomne, fugitiva. El poema final, que ha dado el titulo a la seccién, es signi fiestivo: “todo'esplendor y furia” como el rio que evoca, ‘epudia “el fuego de la casa / con su anillo de rostros que ardia en Ia piedad”, para retener tinicamente la “t6- frida hermandad” de “una comarca hurafia, loca”, con Nequella madrastra de paso taciturno”, la corriente en la ‘parranca, que brama su “lengua de mil cielos” bajo todos Jos ciclos del Universo. Madrastra no es madre, pero ma- re, en sentido absoluto, no tenemos sino hasta que surgi- mos a la luz, y, aun cuando se vuelve hacia el lugar Monde vela el recuerdo de su gente”, el poeta sabe que ‘su destino es cxilio —Exilio, titulo de Ia, primera parte fe Pasiones Terresires— y decide vivir “la, apasionada figa de las cosas” “bajo las alas mérbidas del trépico”. TTenemos una poesia embriagada, embriagada y cruel como dijimos que cra cruel Ja belleza a la que exalta. Nace el mito del Prédigo, el que una vez odié el plato de ‘su casa y escapé de las “agrias galerias de familia”, esco- fiendo la Intemperie, "costumbres de muchachas y crus: iosos”, junto a hermanos vagabundos “sin domicilio mi fonstancia / mi orden Jerérquico ni comunién ni el suave eonfort de fa castracién ni ojos parapetados tras un muro de ratas en oficinas negras como visceras”, cuya raza per fiste en los poemas de Amantes Antipodas: gentes ta- fusdas por Ja luna “sin propledad y sin altar” —como Robinson, otra figura clave aunque més tardfamente apa- recidat—'y por eso mismo “duetios del mundo”, quienes “a Biblia de vello de su pecho” al libro, la vieja Biblia negra de los hombres fangosos de las ciudades, de rostros pacientes y sonrisa de embuste. Decididamente americano, Molina elige América, no la de Jas grandes metrépolis, sedes de Ia patria y de la cultura; tampoco la del pasado milenario, de patrias y_culturas mas antiguas, cuyos dioses saluda, pero como “vencidas potestades amargas” ante las cuales se siente “siervo de fan dios més alto en cuya palma herida / solo se posa la paloma ardiente de la expiacién” —verso de inesperado Sabor cristiano, no del todo sorpresa, pues entrafia blas- femla, rebeldia, injuria a “la estirpe de sus padres”, a Ia fsiampa del dios clavada en los tablones de las casas pre- fearias de los "moradores de las playas”, las vinicas que fonocen los filibusteros cuande bajan a ticrra a saciar sus tadicias, en los puertos sin suefio, oasis de moscas y de perros. ‘Arded, fuegos terrestres!” —Ia poesia se vuelve advoca- thria. Pregona “los ritos de Ja costa”, cuando arde Ia san- 4Rébinson, el néufrago a quien su naufragio ha devuelto el paraiso, ina jsla que hierve azotada por las olas, donde ain fo eaben tradiciones ni Feliquias. gre y arden los brebajes, y “es el sabor de un dia la gra Gia / embriagadora y cruel de la luz del castigo”, cruel dad y embriaguez unidas, ya lo advertimos: toda gracia fs castigo, pues no dura mas de lo que dura el maleficio del licor; ‘pero en el castigo esta también ta luz, la pro- mesa de otros pozos de delicias. Ni dogmas ni manda- mientos, —Cristo hace ya tiempo que figura en las taber- nas, en Ios prostibulos portuarios, con su pufal de ocio y lujuria: mafiana, pufial de piedad perdida, que el jadear de las aguas de nuevo rastreard. Se han invertide los papeles: el nifio miraba irse el fo desde la aldea riberefa, cl hombre mira acercarse el Ito- ral desde su barco, “ebrio” como Ia turba que lo guia; es una misma América Ia de ambos, América sin tiempo, toda olores, toda plel, una bahia en cl Caribe, un sitio perezoso: “DOnde est4 el tiempo aqui... / Apenas unas Choeas, unos cuantos destinos ya juzgados, / unas tur: ‘paredes de colores que trepan la ladera”. Hoy repite ayer y lo repite allé, de lugar en lugar, dia tras dia. No tiene sentido la historia, el agitarse de Jos hombres en las fatitudes del progreso, Cada gesto es infinitas veces 10 que infinitas veces fue —es rito: el de las ancianas tos- fando “entrafias de animales en_parrillas grasientas’—, y lo mas cotidiano asume el milagro —mariscos frené- Hicos, laseives Iamparas— en proceso de ruina que no ceja. Costumbres Errantes 0 la Redondez de ta Tierra, publi- cado en 1951, ¢s el siguiente libro de Molina. Su solo titulo bastarfa para marcar a continuidad de un lenguaje peético empefiado en comunicemos “el brillo némada del Tnundo”. Volvemos a oir el llamado de 1a aventura, que nos convoca “lejos de la felicidad de las familias’, ahi donde fulguran las puras “apariencias terrestres”, Pero es como si el poeta, que ya rompié las amarras corpo- Tales, tomara més segura conciencia de la mecénica del mundo, sacudida Ia tiranfa de la razdn como de ta pacien- Gia, un mundo que sélo responde al deseo y simulténes- mente le roha al deseo sus respucstas, Molina no ha dejado de viajar, ya no tanto por mar, por ra; recorre su América, sobre todo el Pert, la costa del Pert, con largas estadias en pueblos de pescadores: otro trépico, seco, nada frondoso, trépico al fin, “més magico de ser reducido a las esencias. Entre pueblo y pueblo, Lima, donde nos conocimos, y en cuya gartia bri- Haba César Moro, el riguroso amante de la Tortuga Eoues- tre y de las islas, agazapadas como otros galdpagos tute lates en el adiés del horizonte. De entonces no datan los primeros contactos de Molina con cl surrealismo, pero s{ el que ahondara en fo que él Surrealismo significa, en relacién con sus propias viven- tias. Varios eseritas tedricos, si lamamos teérico al defi hirse apasionado del poeta, acogerdn mds tarde el fruto Ge esas reflexiones: Via Libre, Un golpe de st Dedo sobre el Tambor, Cambio de Domicilio, todos publicados en los tres mimeros de A partir de Cero, revista cuyos dos pri meros riimeros Molina dirigié en 1952, codirigiendo el tercero en 1956. 4 Conviene insistir una y otra vez —nos dice alli— “en Ja uunidad indisoluble de la poesia, el amor y la libertad”, unto central de la especulacién surrealista, en su sen: ido mis profundo dirigida "hacia el deserédito perma. ente de todos Ios mitos, sociales, éticos y religiosos, en nombre de los cuales el hombre contemporineo es divi dido en una serie de compartimentos estancos desde cuyo interior slo alcanza una visién fragmentaria, totalmente ‘mezquina de la realidad, tambien dividida en’ planos irre. conciliables”. Se trata de liberar al hombre no sélo en el campo econémico (posicién reaceionaria), ‘sino tam: bign en el del espiritu; de liberar, por tanto, primero la palabra, plegandola a’ lo maravilloso, a Io imprevisto, Confiado en su poder incantatorio, para que desticrre to: das las interpretaciones en uso, toda idea siquiera de in- terpretacion, en beneficio de un conocimiento alucinado, el nico que haga la sintesis de Io objetivo y lo subjetivo, de Io que las apariencias nos ofrecen y de lo que espe: Al interrogar a André Breton y a todos “los cazadores perdidos entre los grandes bosques” que el conductor del surrealismo despertara (limitandonos al siglo. XIX, hom- bres como Novalis, von Arnim, Baudelaire, de Quincey, Nerval, Lewis Carroll, Rimbaud, Lantréamont, etc.), Mo- fina no busca el respaldo de obras y pareceres ajenos. Ya pasé la edad de sufrir influencias como de plegarse aun censo de “cazadores” que excluiria a un Melville, 0 un Dostoievski, 0, en este siglo, a un Proust. Si algo 7e- cibe, es en si mismo en quien, de verdad Io descubre. Los perfiles desu poesfa no camblan, se precisan: a una mayor lucidez corresponde una mayor eficacia, la de juclla "belleza sin destinacién inmediata”, “flor inau. hecha con todos los miembros dispersos’ en un lecho ai que pretende asumir las dimensiones de Ia tierra, exal lada por Breton en Los Vasos Comunicantes. ¢Por qué tendriamos que Ilamar preferentemente realidad lg adscripto a moldes y medidas, el conjunto de datos’ tri- Viales que apenas informan nuestra mente y orientan huestras acciones, sin perturbar nuestros sentidos més de Jo que 1o permiten Ios intereses creados por la opinién ¥ los poderes? La realidad, tal como la formularia Molina, no es una realidad diurna, inmediata, pueril, sino la del reinado de la noche, entendiendo que’ es la noche la que rige el curso del sol igual que el de Ja luna y de las es trellas. Justo es entonces escribir: “La realidad es adora- ble", cuando la subjetividad universal desgarra como un euchillo la mascara de lodo y de desdicha de Ja univer. sal banalidad, Hemos cerrado el circulo: la realidad es adorable y se la vive, se vive en este mundo, en términos de deseo. Todos ereemos desear lo que nuestros sentidos ansian, sélo que nuestros sentidos estan condicionados por nuestros jui- cios y prejticios, los que el medio nos impone, ora bru- fal, ora slevosamente, y, si nos imaginamos a salvo, Ia simple necesidad de conservarnos en vida, de conservar- nos. El poeta es quien logra devolver a los sentidos sit inocencia, colocarlos asi en la tinica dependencia que ad: miten, la'de 1a sangre, fuente viva del deseo, pues alienta esa memoria del edén que abandonamos, y cuyo terrible esplendor nos persigue tanto como lo perseguimos, 42 Amantes Antipodas3 el libro de 1956, que prolonga Cos- tumbres Errantes, “libro salvaje y extrahamente refina- do” (son palabras de Octavio Paz), contiene un himno a Ja sangre, que nos da tal vez la llave para entrar en Ia poesia sensual, migica, implacable, definitivamente incon- fundible, de la edad madura de Molina, un “primitivo” que se ingeniaria para ser a la vez un “decadente”, inge- ‘uo y astuto, tierno, feroz, abismal. No en vano acumula calificativos opuestos, Condicen con el decir mismo de los versos, y éste a su ver con la experiencia de afios de ‘quien, al cabo de tan larga idolatria por la tierra, “nuestro ‘inico 'reino”, siente aun al planeta como ajeno: ‘a medida que Jo alcanza, mas y més inaleanzable. Pues una vez ‘que caidos los disfraces de Jo préctica 0 moralmente itil, ha enfrentado su deseo con la realidad, no ba tar- dado en darse cuenta de que Ia realidad es de naturaleza tantdlica, y que su capacidad de tentarnos excede infin tamente a medida de nuestros medios fisicos. De abi Ia carrera loca tras Ios dones inasibles, siempre en fuga, del mundo, Todo nos pertenece por derecho de memoria, y nada Tega 4 ser nuestro, en una acepci6n cabal, no exclusiva, Cuanto tomamos, lo dejamos huir, y hay Io otro, que no hemos tomado, y que también nos huye, nos huyé, No el mero fluir del ‘tiempo, tal como To laméntaba Ia nostalgia, sino un huir instanténeo, hacia todas las direcciones y a’ cada instante, de las cosas como de los seres, las cosas, las ccasas, los pafses, La nostalgia ya no es un clima que ador- mece’el alma; se ha vuelto parte del mundo como 030. ‘ros, musica, podredumbre, huella de una cabeza, peque- flas frases sueltas, piedreciilas: un hecho o un acto entre el sinntimero de Tos actos y los hechos. Qué ha cambiado? El mundo es el mismo, el mismo que cualquiera de nosotros habita, sin embargo distinto, En el cielo nocturno, “las cinco Tetras del DESEO —cito. al mexicano Xavier Villaurrutia— forman “una constelacién, mas antigua, mas viva atin que las otras", y es la Iuz que emana de esa constelacién la que hace de la existencia luna persecucion exasperada de lo que podria saciarla y no la sacia nunca, nunca Ia saciara. La condicién del hombre a quien no engafian las impostu- ras de la razon propia © publica es el hambre, una ham bre perpetua: su tortura y al mismo tiempo st titulo de gloria, el tinico, desde que decide hacerse cargo de ella, exaltarla en lugar de reprimirla, viviela plenamente sin esperanza y sin resignacién. “;Oh comidas! {Oh espejis: mos!”, Si las comidas no resultaran espelismos, si el ham bre dejara de ser lo mejor de la vida, no habria poesia, La poesia —la poesia de Molina— nace, como wna ener: gia desesperada, del sentimiento de frustracién que sufre I poeta y al cual opone su orgullo, tal vez malsano, suyo: "el desaffo de un tatuaje secreto cuyas lineas convierten un rostro en un lenguaje, cuya respuesta depende sélo de Ja aventura, del azar, del milagre” ¢Bl lenguaje de un rostro? La respuesta que da la poesia la debe, en sumo grado, a la que ella exige del amor: "EL amor, la més intensa de las drogas, cuyo delirio puede destruir de un solo golpe las contradicciones del instinio 5 Primer Premio Municipal de Poesia e Ia conciencia, el drama de la soledad y de ta miseria Ta condicién humana en conflicto con su inacallable de absoluto y de comunicacién”. dura el amor —mientras se hace y dos cuerpos iran “duleemente en la oscuridad con la rotacion ‘la tierra’, “juega sus dados de ladrén del_ destino” ‘Te gana al destino: es dicha. Pero es también borrasc Ta opulencia del cielo cae, con las grandes aves mi- totias, sobre el lecho donde yace desnuda Ia pareja; Ade pronto Ia escena se Hlena de plumas, de escombros; amantes miran alejarse su dicha como a una enemiga, n tormentos, peligros y eligen “perseverar en la Tu ia del hambre”. “Nunca hombre nl mujer se destruye- ‘fon lan apasionadamente en el esplendor de su amor” munca hubo hombre ni mujer tan vidos de asirse {todos Jos brazos que jamas deja de tender la Rueda de la Fortuna, y nunca tocaron un objeto que “no se con- “Mistiera en polvo de idolatria sobre (sus) sentidos”. poesia de Molina no quiere decir nada; simplemente No maneja concepios, s6lo imagenes, que va organi- tras Iz aparente incoherencia logica, segin las s de una coherencia mas estricta, conereta, soberana, la de sus amplias ondas sucesivas, de sus bruscas ruptu: , de sus “Pero..” sin valor aiguno adversativo, mas N reiterativo, de sus voces de asombro y de jibilo. Bl ‘menos preparado se abandona al sortilegio de su ritual, suntuoso y desgarrado, segin alterna las ‘reielaciones los desastres. ‘Tanta pasion tanto desemparo". La riqueza del mundo; ‘aguella que se mira, se huele, se palpa, ningtin lugar del mundo fa maniiesz como el tropic, Ia América de ogus ¥ fuego del peregrinar maritimo 0 terrestre de Molina, [a de su sofar, de su hablar a solas, para todos. Ningtin'Iu- gar del mundo tampoco manifiesta como ei trépico la Aambigiiedad de nuestra condicién de eternos hambrien- os, fieras que saquean con furia las joyas del estio y Tas joyas se les hacen cenizas, que una réfaga abrasadora ‘una y otra vez dispersa, hasta que las recompone, asi ‘sucesivamente. Nuestro amor es también amor de ficras, "que buscan “hoteles secretos” —el hotel se opone al hogar la palabra /iotel es para Molina en todos los idiomas la Inds bella—, donde cada integrante de la pateja sea jova para el 0170, joya luego saqueada: mutuo saqueo, mutuo abrasarse abrazandose, mutuo reducirse a cenizas, mutuo girar en “el torbellino de un suefio”, mutuo invocar el Exiasis y el terror, Ia locura, el infierno —no importa, ia leyenda del amor que nunca muere”. Los més hermosos poemas de Molina son poemas de famor, pero de un amor siempre contemplado “a 10 lejos". El poca se ve y ve a la mujer amada, ambos envueltos fn las lamas que los visten al tiempo que los devoran, alld, “muy lejos de esa noche”, en la mis espléndida de Jas ceremonias del fuego. Amantes que figuran a los miles 'y miles que amaron y se convierten juntos en “Ia gran aureola de Ta Iejania”, “en el resplandor de las cosas que fozaron, poseyeron y’sofiaron alguna ver / en carne ¥ hnueso / entre Ia lamarada de la tierra”. Todas las con- ‘yadicciones de la vida hallan su signo en ese gran incen- io que desiumbra como “Ia ecuacién total del mundo de Jas apariencias y de lo absoluto’ EI mismo Molina afirma que después de Pasiones Terres tres ha procurado recrear en sus poemas esos instantes, en especial 10s que preceden al dormir, en los que todo el ser oscila entre Ia vigilia y el suefio —Tierra tatuada antes de dormir— instantes magicos en los cuales Ia reali- dad externa, el testimonio de los sentidas se confunde estrechamente con el mundo abisal del deseo, con las imagenes del inconsciente y del suefo, Son esos momentos privilegiados los que, si bien resuel- ven el antagonismo de la realidad y el deseo, lo ilumi nan. La velocidad del deseo arranca a la tierra sus cade nas, y antes de condenarlos a la hoguera encierra a los amantes en “na cdmara de cristal vertiginosa”, que 00 por eso deja de ser un antro, una guarida, que, cuando a abandonen, mostrard a través de. sus grietas “un caba- Tero en ruinas comido por las ratas / y dos piernas de mujer enmalladas en séda sombria que se alejan sobre Jas cornisas hasta perderse en el viento’ Se inicié “el discurso sobre los desplazamientos de la rea dad’: el puerto es arrabal del mar, éste a su vex jardin de los barcos, y la sangre preside la metamorfosis de la hrabitacion pedrida por la luna, la cual rompe a viajar entre ruinas que son olas. Es que todo viaja, el hotel, como un buque o un tren, la calle, como un andén o un embarcadero, La mesa en gue preparo mi alimento “cam: bia de forma a la intemperie”, “vitrina de viaje” también ella, “incendiada al rozar los ‘paisajes secretos de la no- che". Sobrarian citas, tanto en el libro de 1961 como en el de 1951: un mismo universo vertiginoso por donde s6lo nos guia el hilo de Ariadna del deseo y cuyos elementos se repiten, cl tren, el hotel, el buque; en su cielo gritan los pajaros, no pasa ningtin avién, Hasta, 1956 Molina pasé largas temporadas en el Peri, también en Chile, en Bolivia, en Ecuador, en Brasil, con reves temporadas en Buenos Aires. Ahora van cerca de iez afios que reside en forma mas 0 menos estable en 1a ciudad en que naciera, sin resignarse, sin embargo, a de- jar de ser para siempre “el pasajero de la habitacién numero 23”. Obstinado “en el furor de un mundo que silba como una sirena en fuga”, sigue esperandolo todo del terror y del hambre de su sangre: tanta delicia y tanta amenaza, “tanto sitio ilusorio, tanto lugar de no llegar nunca” y tantas “regiones némades” adonde fuimos. Qué experiencia més dramética presupone sin embargo tun titulo como Amtantes Antipodas, tan cerca Ios amantes y tan lejanamente hospedados, Ia mujer siempre fatal con Su hechizo irresistible, pero torturante? “Por todas par- tes paises que miran fijamente, ternuras vacias a la luz de los suefios y de las nubes / alcobas que se hunden el mar”: como si Ia distancia también incumbiera al tiempo; todo hufa otrora, pero habia siempre algo goz0so en su huida, nuevas promesas, aunque fuesen promesas de naufragio: “Oh cuando era joven y Ia alquimia del mundo escogia los elementos de mi sangre para crear clertas noches ciertos Jugares de la costa el sentimiento de una irresistible conducta de volatil..”. Los pérrafos ahora se alargan, es porque se Ienan de recuerdos como de exorcismos; parece mas dificil sobrellevar el “fardo” 43 de la rutina, convivir con Ja “diabélica rata" bendita de os dias, como cortar Ia cosecha de los rostros, “nuestros Xinicos trofeos", “entre las frustraciones embriagadoras de nuestras vidas’. El pocta nombra a la muerte, 170. pieza con una silla. La belleza de no pocos poemas’ —in luyo los ultimos, aiin no recogidos en volumen— resulta de una mayor tensién entre el decir pesado, prosaico, el burlarse a veoes de de su mascara de mono, de su pals “falso y sin techo” y el lograr de nuevo em: belesarse por el mundo, enorgulllecerse de la “algarabla de seres y encuentros" y de “las avalanchas del corazon”: “agut estoy pues desgarradoramente rico sin embargo / en el errante hospicio de la lluvia / una vez mas’ Aunque “todo termina / los viajes y el amor”, a pesar de todo, nada termina. ‘Siempre ‘puede ocurrir “una vez mas" para el huésped del planeta, cuyas “garras acaricla. doras” tanto lo han herido —esperas, frustraciones, des. Pedidas— y al que no obstante sigue siendo fiel, “listo ara cualquier frustracién que ain aceche, pues sabe que donde hay frustracién hubo rapifia, “el relampago del deseo” cubriéndole de “brasas que ‘nunca cicatrizan” devolviéndole, de hecho, una vez mds “el gran cielo com tral de Ia mujer lejanisima” que respira “en una isla de pasion entre sus brazos”. Ahora, como ayer, no cuenta ell ‘ Estaba escrito este ensayo cuando Molina reuni6 sus poemas de los tltimos aftos en Las Bellas Furias (Editorial Loses Buenos Aires), libro que prolongs, y vale decir remucve ai hechizo de Amantes Antipodas —confluencia de I memersa cn la geografia milagrosa del sucho y de la viii. Mas reciente ‘mente, el Centro Editor de América Latina nos ha dado, he. 30 d titulo Hotel Pajaro, una antologia que pone el conants ota obra poctica de Molina al alcance de un publics mover cansancio: “la indescifrable vida” y, “como un afrodi- siaco", la furiosa avidez que Ia tatda, A la avidez del poeta basta que corresponda Ia avider del lector para que el poema “con sus negros erizos y su. lepra” se vuelva “facil”, “luminoso” —supongo que es asi como Jo entendié Octavio Paz al referirse, en medio de un silencio casi general, a la obra de Molina—. Sélo cabe recordar, para lectores que teman sufrir de entrada el vertigo de las imagenes y del ritmo, que Molina, plegén- dose a antiguos habitos? ‘ha publicado, en. 1962, como “una especie de desabrido homenaje a Ia poesia popular”, los romances, formados por cuartetos eneasilabos, de Fuego libre, un repertorio, por asi decitlo, de sus temas, bro més discretamente frenético y ceremonial que Aman. tes Antipodas y donde nos entrega, segin advertt al’ eit. pezar, el secreto de su "vida prenatal” De uno de esos temas nada dije: el de la decapitacién (Que otros conserven Ia cabeza / una plima me dect pita”). No sé que eco despierte en quien se decida a ras. trearlo. Confieso que para mi el verso més misterioso de toda la poesia del siglo XX es aquel, en Zone, de Apolli naire: Sofeil cou coupé, —que otro pocta salvaje y refi: nado, el martinicano Aimé Césaire, retomé como titulo de uno de sus libros! 7 Schalé 1 Dia y Ia Noche, segunda parte de Las Cosas y el Deli. lo: habia también canciones en Costumbres errantes * Paralelamente a su labor literaria Molina ha desarrollado una actividad plastica. Un dibujo suyo ilustta Las Cosas y ef Dell. Ho, 3 san tambica collages suyos ls due corona Ios tex tos de Fuego bre. En 1985 presentd una muestra de sus ten bajos en Ia Galeria Galatea. En 1965 expone monccopias cn Ta Galeria Guernica. 44 ARQUITECTURA EN Vista de Chorrilios en 1874 LIMA, 1800 - 1900 45 46 Calle det General La Fuente, Lima, en 1874 47 El Palacio de ta Exposiciin, Lima (actual Museo de Arte), en 1906 48 Jose Garcia Bryce Asquitectura en Lima, 1800-1900 Casas En términos generales, 1a arquitectura de Lima en el siglo XIX se desarrollé bajo el signo del clasicismo. La tran- sitién del Rococé al Neoclasicismo se produjo entre 1780 y fines del siglo XVIII. En 1800 el nuevo estilo estaba Ya plenamente establecido, como puede juzgarse por el aréoter de las obras del principal arquitecto de aque- Tia época, Matias Maestro, entre las que destaca el bal- aquin del altar mayor de la Catedral, de 1805. Contemporénea del baldaquin es Ia casa Ilamada de Oquendo, en la Calle de la Veracruz. La casa de Oquen- do es sin duda la mejor casa de fines de la Colonia que se conserva en Lima, Su puerta principal ostenta la fe- tha 1808. Esto hace suponer que, si no toda la fabrica, al menos la fachada, sus balcones y otros elementos de Te carpinteria son de pleno periodo neoclisico. En la casa de Oquendo, sin embargo, el cardcter estilis tio neoclésico se manifiesta s6lo en las pequefias for- mis decoratives de los balcones, tales como los meda: Hones ovalados y las guirnaldas. Estas formas, que se en- wentran también en los retablos de Matias Maestro, son supervivencias de ta primera etapa, decorativa y corte: sana, del Neoclasicismo, que en Francia recibié el nom- bre de Estilo Luis XVI. En las casas posteriores a la Independencia, obras de las décadas. 1840-1860, el diseio de las puertas, las re- js y los balcones aleanz6 un grado mayor de pureza clé- sica mediante la utilizacién de formas més severas, rec- lines y de carécter més marcadamente grecorromano. Esto sucedi6, sin embargo, sin que se operaran mayores ‘ambios en la distribucién, las dimensiones y las propor ciones de les piezas. La supervivencia del tipo de 1a casa colonial hasta fines del siglo XIX fue el reflejo de la supervivencia de muchos e los modos de vida coloniales en el primer siglo de la Repiilica, que se debid, como bien se sabe, a que la In ependencia no determiné cambios profundos en la es- tructuracién social y econémica del pais, que en gran Parte se mantuvo dentro del antiguo sistema de tipo feu- dal y patriarcal caracterfstico del periodo barroco. a casa de Torre Tagle (v. p. 51) muestra, como tantas de su época, el esquema de planta bésico de la casa co- Jonial limeia. Entrando a Ia casa, se suceden invariable- mente tres espacios: el zaguén, el patio y el salén de re- cepciones de la casa 0 “principal”, conectado al patio por una puerta y dos ventanas. Las piezas que rodean el patio son cuartos secundarios de recepcién o lugares de trabajo. Su cardcter es semipablico. Detrés el principal existe u otro salén, o dos salas de forma aproximadamente cuadrada, Todos estos espacios, que conforman el niileo principal de la recepcién, sitven de articulacién entre el primer patio y el patio interior, al rededor del cual se disponen los dormitorios, el come- dor y, en las piezas del fondo, la cocina y habitaciones de servicio. En Torre Tagle puede percibirse una cierta, intencién axial en la disposicién de Ios espacios de los patios, el saldn principal y el zaguén. En las casas cons- truidas 0 reconstruidas en el siglo XIX, esta intencién axial se hace mds explicita. Esto podemos comprobarlo examinando los planos de le casa (v. p. 50) que actual- ‘mente ocupa el Consetyatorio Nacional de Misica en la calle Minerfa', que debe datar, a juzgar por el estilo de Ta carpinteria, de mas o menos’ 1860. La mayor axialidad se manifiesta a primera vista. La re- peticién del motivo de la puerta flanqueada de ventanas cuatro veces a 10 largo del eje principal y también a los lados, contribuye a crear una sensacién de mayor orden y regularidad en el disetio del espacio interior. La intencién de obtener una mayor regularidad, simetrfa y uniformidad en la distribucién y més rigor en la dispo- Sicién de los vanos es un resultado de Ia tendencia cla- sicista del periodo. El cardcter clisico y mesurado y la elegancia simple del patio del Conservatorio (v. p. 54), sobre todo del frente que se presenta al visitante al tras: poner el zaguén, derivan de esta regularidad del espa cio y de la disposicién de los vanos, que se complement, con et empleo de un repertorio de formas muy depuradas y muy claras en los enmarcamientos de las puertas y de las ventanas, y en el disefio de las galerias en forma de peristilo. El elemento més importante de las casas limefias del siglo XIX hasta 1870 es por supuesto el baleén (v. p. 47), en cuyo disefio se manifiesta muy explicitamente el ingenio 1 Que desafortunadamente seri demolida préximamente para censanchar el jirén Riva Agiero. Esta misma suerte agusrds 4 varias otras interecantes casas de los siglos XVIM y XIX tubleadas en este jiron. 49 con que Ios arquitectos y corpinteros locales resolvieron el problema de adaptar el orden clisico al tradicional baledn limeno. Esto fo lograron dandole a los. parantes del baleén Ia forma de pilastras clésicas muy delgadas, y al remate la forma de entablamento con su correspon- diente comisa* Las formas clisicas que se adoptaron tanto en los balco- nes como en los corredores de los patios —columnas, pi- lastras, entablamentos, grecas— por estar ejecutadas en madera, se volvieron delgadas, menudas y ligeras, como sucede con la decoracién romana en los interiores de Adam. Ranchos Durante el siglo XIX se desarroltaron noteblemente fos, pequeitos poblados ubieados al sur de Lima, EL més an- iguo de éstos era Chorrillos, pueblo de pescadares adon- de algunos limeitos se trasladaban en Tos meses de vera no para disfrutar de la playa. Estos veraneantes se ins- talaban en. las casas del higar, que, segtin cuentan. viaje- ros de In época, eran muy risticas y recibian el nombre de “ranchos””'. BI inglés Robert Proctor, que viaj6 por Sudamériea en 1823 y 1824, nos ha dejado una breve deseripeién de estos ranchos. “‘Consisten generalmente dice Proctor— de una sala grande que abre hacia ef mar, con dos 0 tres. pequefios dormitorios deteés: son de materiales muy pobres, la mayoria con pisos de tierra 2 Log diferentes disefios de balcones de mediados del siglo XIX pueden reducirse m tres tipos: en platabsnda; con at uillos apeyades sobre las pilastras, y con arauilios woiea {dos ene Tas pilastras. Dentro de este ultimo tipo se en. Sientra una vatiante ep “serliana”, en que los arquillos 3° Slterman con vanos Tectangulares ) La'palabra implica que se tratz de una construccion muy mmodesia y cudimentaria de cardcler compestre o rural. Al Drineipio, estos ranchos eran algeilsdos a los veraneanties, or los fobladores del lugar, Ver la tesis Los Ramebos en ‘Miraflores, Barranco y Chorritios, de Alfredo Ramirez Gas Facultad de Arguitectura de Ta Universidad Nacional Ae Tagenieria, Lim, 1967 50 y techos de cata” (Narrative of a Journey.... Londres, 1825). Se trataba, pues, de un tipo muy sencillo de ar quitectura popular de adobe, madera y cafa, o de made ra y cafa solamente, derivada de la choze costeiia, que por lo general consistia de una picza rectangular antece lida de una ramada © tosco pértico hecho de troneas de ‘irbol, sobre los que se apoyaba un techo de cafta, Fsie tipo de vivienda se sigue utilizando todavia en los valles de la Costa. Los ranchos que se construyeron en Chorrillos cuando, después de la inauguracién del ferrocarril en 1858, el balneario crecié y sc desarroll6, derivan en parte de estos ‘ranchos primitivos y en parte de Ia “villa” europea de inspiracién italiana. Su arquitectura esta, ademas, may I ‘gada a la dle las easas del centro de Lima (v. p. 54). El pértico exterior evoca tanto la ramada de la choza cos tefia como fa sala abierta hacia el mar de fos primiti- yos ranchos, mientras que el esquema tripartito de la fachada, con el pértico 0 “loggia” que se abre entre dos cuerpos cerrados, se vincula a la tradicin de la villa italiana, que en el siglo XVI leg’ a su més alto grado de perfeccién en la arquitectura rural de Palladio. La si- meiria de los ranchos de Chorrillos y de los posteriores, ranches de Barranco y Miraflores, la estructura tripartita y porticada de sus fachadas, la claridad de su volame- itfa y el clasicismo de sus detalles son manifestaciones de una cietta influencia palladiana, transmitida a través del neoclasicismo de Tines del siglo XVIIT y_principios del siglo XIX. En la disposicién de los espacios interiores de los ran chos (v, p. 52) existen puntos de contacto con tas casas del centro de Ia ciudad. Como en la casa urbana, asf tam- ‘ign en ef rancha fos ambienies de recepcisn principales son salones rectangulares colocados transversalmente, dis puestos en forma axial y unidos por puertas flaqueadas de ventanas. 11 motivo tripartito de la fachada se repite ast en Ios yanos y crea una relacién de correspondencia entre el exterior y el interior. Esta forma clisica del rancho perdura hasta fines del siglo XIX. Alrededor de 1900 el rancho comienza a trans- formarse en lo que mas tarde seré el “chalet”, 0 sea, la casa rodeada de jardin y ubicada entre moros media- neros. En algunos de estos ranchos rodeados de jardin se tan- ¢ el estilo sobrio y clisico de los afios 1860 y 1870*, 4 EL saqueo a que fueron sometidos Chorrillos, Barranco y Mirallores cuando e ejéruito ehileno invadio el valle de Li mig, delerming la destroccion total @ pareial de muchor de fst0s ranchos, La arguflectura de los ranchos posteriares 3 Ta Guerra del Pacifico es por lo general menos clisiea y mis recargada, ero en otros comienza a predominar el gusto romiintico or la irregularidad y la variedad, que desplaza plena- Inente al clasicismo facia 1900. ET cambio puede verifi- ‘arse en un rancho de diseiio muy elaborado, ubicado en Teavenida Pedro de Osma 135, Barranco, de 1905 (v. p. 54). El frente del rancho es simétrico y tripartito, con un Partico en el centro, peto el pOrtico no es adiniclado sino eaté formado por arcos de anchos distintos y de un estilo hibrido muy diferente al de las yentanas clésicas de los ‘costados, mientras que la balaustrada que remata el pér- lico esté decorada con paneles cuadrilobados de inspira- cign neogstica; de la cornisa, delgada y volada como un alero, cuclga una cenefa de madera recortada como una blonda. Bstamos aqui ante un ejemplo de casa de balneario que odriamos bien calificar de “‘victoriana”, y que, junto Gon otras obras de 1a misma década, marca ia entrada en vigor del eclocticismo en la arquitectura del rancho. El perfodo ecléctico, que en Lima se inici6 tarde en compars- sidn con Europa, y durante el cual se superpondriin y se mezelarin innumerables estilos importados, tendré pleno vigor hasta 1950, pero se prolongaré hasta eproximada- ‘mente 1945, Tres edijicios piblioos Las construcciones en las que se manifest primero el ‘eclecticismo no fueron, sin embargo, las casas y los ran- ¢hos, sino los nuevos edificios de cardcter péblico que se comenzaron a ctigit desde mediados del siglo. Los principales edificios de este tipo que sc construyeron, hacia 1860-1870 fucron tres: la Penitenciaria 0 Cércel, Ceniral, el Palacio de 1a Exposicién y el Hospital Dos de Mayo, Ls Penitenciaria (v. p. 55) fue comenzada en 1855 y ter minada en 1860 por el arquitecto del Estado Maximi- lino Mimey y bajo la direccién de Mariano Felipe Paz Soldén, La planta estaba basada en el sistema radial el, Iismado “pandpticum”— que el arquitecto norteame! fano John Haviland habfa adoptado en su proyecto para la Penitenciarfa “‘Eastern State” de Filadelfia (1836) y que ya habia sido utilizado en Europa con anterioridad para el disefio de manicomios, prisiones y hospitales * Inspirada en la obra que constituy en la primera mitad el siglo XIX modelo en su género tanto en los EE.UU. como en Europa, la Penitenciarfa fue el primer edificio moderno de Lima, planeado técnicamente y construido 4 Ver Helen Rosenau, “The Functional and the Idesl in Late Eighteenth Century French Architecture", The Architectural Review, 140, 836, Oct, 1966, pp. 233 ss. PLANTA BAIA pel. PaLacto Toke TAGLe de ladrillo y piedra*. Es preciso recalear estos hechos,, ues ellos constituyeron los primeros sfntomas de un ‘cambio importante en ta arquitectura del pals, Hasta este momento, la arquitectura que se construfa en Lima tenfa un fuerte cardcter regional y era el producto de la lenta evolucién de formas tradicionales, con mayor o menot aporte de influencias externas, que sélo dejaban sentir sus efectos en el proporcionamiento y en la ornamenta- ign tal el caso de las casas limeiias tfpicas, que conser- vyaban el plano colonial y slo adoptaban tas formas neo- clésicas en la decoracién. Era ademés, en esencia y a pe sar del caréctcr industrial de algunos de sus elementos, ‘una arquitectura empirica y artesanal, en su mayorfa eje- cutada por maestros albaiiles y carpinteros, con frecuen- cia bajo Ia direccién del mismo propicta La obra de la Penitenciarfa, que ocupaba tuna extensién de casi tres hectéreas, tenfa una escala nueva para la cite dad, Por su funcin especializada, requeria un enfoque mucho més téenico y racionalizado para su disefio y cons truccién que el que el arquitecto-carpintero-artesano de formacién tradicional podia dar. Es por esto que asocia- da a la obra, aparece la figura de un arquitecto que no es ya artesano, como la mayoria de los constructores de Jas casas y los ranchos, sino profesional y especialista en © Salvo ef segundo piso del pabellin de administracién, que era de telar 0 “quincha’ 7 De los baleones, molduras y decoraciones aplicadas, que se fabricaban en serie, y de tas rejas, construldas con piezas “Standard” de hierro fandido, § Los conventos de la Colonia ‘tuvicron una escala compare ble, pero el caso es distinto por Ia diferente situacion, his ‘rica de estas obras, EI trazo, la conliguracion y la cons fruceién de estes conjuntes de tipo conventual estaban respaldados por una exacriencia de'siglos, que los espana. les trajeron consigo de Europa. La tradicion constituida por esta experiencia decay en el siglo XIX 51

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