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CAPITULO VIL La Delegacién Extraordinaria.—Preparativos de mar- cha.—La partida. n el capitulo segundo, hemos hecho so- tA lo de paso una referencia 4 la Delega- cién Velasco, que, organizdndose en Cochabamba, debia dirigirse al Oriente y No- roeste de la Repablica. Por lo mismo, debemos aqui hacer siquiera mencién de las miltiples instrucciones, que ella recibiera del Gobierno, para Ilenar su cometido. La administracién politica del Departa- mento del Beni, reclamaba, después de la revo- luci6n filtima, la atencién del nuevo Gobierno, propendiendy 4 las mejoras y reformas que su programa se proponia; al mismo tiempo que . el estudio de sus necesidades mds premiosas, debia ser expuesto en detallado informe, para ser ellas atendidas por los medios concurrentes. Llenada esta labor, debia la Delegacién pasar al rio Acre,—asiento de la revolucién_ separatis- ta,-para concurrir con su personal civil y mili- tar 4 la pacificacién de esas ricas regiones, y 4 la implantacién del regimen boliviano, descono- cido por Jos sediciosos. José Aguirre Acha 57 El contrato de arrendamiento del Acre a un sindicato brasilefio, firmadoe por nuestro Ministro en Rio Janeiro, don Luis Salinas Ve- ga, (no aprobado atin en detal, en Consejo de Gabinete) fué comunicado al Sefior Delegado Extraordinario, con algunas instrucciones que le daba cl-Gobierno, para proceder conforme con él, 4 ofstar por las medidas, que, de acuer- do con la” Delegacién Mufioz, se tomaren en vista de la situacién. Con este antecedente, vamos 4 presentar al lector, el personal de la Delegaci6n Extraor- dinaria, que, reunida toda el mes de mayo de 1900, se preparaba 4 marchar de Cochabamba al Acre. El Delegado Extraordinario del Gobierno, Primer Vice Presidente de la Reptblica, don Lucio Pérez Velasco, contaba 4 la sazén 45 aiios de edad, préximamente. Alto y delgado pero esbelto, revela una constitucidn fuerte, re- templada por los rudos trabajos con que hizo su fortuna en la regién tropical de la Repuibli- ca. Su fisonomia, tostada por el sol y la in- temperie, demuestra 4 veces, en la contraccién nerviosa de sus musculos, resoluciones rdpidas é intempestivas; pero de ordinario es risuefia, y una sonrisa bondadosa 4 la vez que picares- ca, revela cn él un cardcter jovial y amigo de la broma. Sus ojos negros y pequefios, brillan con cierta vivacidad que denota un espiritu ‘observador y practico. Su frente es alta, su nariz fila y su cabello crespo y negro. Sus la- bios delgados, se contraen con viva expresién, debajo de un delgado y oscuro bigote que cae lacio en sus estremos. Su carrera politica, harto conocida en el pais, y su proceder correcto en 8 Delos Andes al Amazonas. 58 Be los Andes al Amazonas los acontecimientos en que actud, le*han labra- do una posicién notable y venturosa en Boli- via, Viajero incansable, ha recorrido gran par- te del Antigno y Nuevo Mundo. Enrique Jorddn Soruco, Secretario de la Delegaci6n y abogado notable yA en Cocha- bamba, es un joven de 30 afios, pequefio y del- gado. Su cabeza bien formada, lleva el cabe- Ilo casi cortado al ras. Sus ojos muy grandes expresan mas observacién que hacc de su inter- locutor, que manifestacién de sus pensamien- tos; pero en el seno de una amistad intima, se los vé animados y expresivos siempre. Su fren- te es espaciosa y surcada por dos ligeras arru- gas, que demuestran el bataNar continuo de “una carrera debida a los propios esfuerzos. Su nariz roma, su boca grande, sus pdmulos pro- minentes-y su barba y labio superior casi Jam- Difios : El Doctor Isaac Aranibar, Médico de la Delegacién, frisa en los 40 afios. Su fisonomia es dulce y serena. Calvo ya, pero ostentando toda la juventud en sus mejillas rosadas. Sus labios rojos y gruesos, y su dentadura, casi siem- pre descubicrta por una sonrisa, se muestra apretada y uniforme. Sus ojos negros y_ cari- fiosos. Su nariz ligcramente levantada. Es de estatura mediana, robusto y fuerte. Practicé sus estudios en Lima y Buenos Aires, y la fa- ma. que le han creado sus buenas curaciones y confereneias médicas, es indudable en todo el pais. El Ingeniero Agrimensor, Adalherto Garcia de Valdivia, era un militar espafiol, ilustrado é inteligente. De cardcter precipitado y fogo- so; amigo de las Ciscusiones y descontentadi- José Aguirre Aché 59 zo con todo. Sus ojos grandes é inquietos, bri- Ilaban siempre entre sus negras sejas y pronun- ciadas ojeras. Su nariz griega, su boca peque- fia, su bigote corto y canoso, y su barba pobla- da y. gris que hacia el hermoso marco de su palido semblante. Alto y bien formado. La Inspeeciéu de Aduanas y Oficinas fisca- les, estaba cncomendada, al que este libro es- cribe. La Intendencia de Guerra y cl Comando de la fuerza militar, A Maximiliano Pérez Gon- zalez, que yA conoce el lector. Ricardo Moscoso, joven atin, delgado y pequefio, con una nariz grande, unos ojos pe- quefios y brilladores, era el Farmacéutico. El Capitan Eduardo Schuhkrafft, Ayudan- te del Delegado y Auxiliar de la Secretaria, tic- ne unos 30 afios, fuerte por su constitucién, alegre, confiado y sencillo, pero susceptible. Néstor Bilhao La Vieja, de igual gradua- cién que el anterior y Auxiliar de la Secretaria, es un militar valiente é instruido que ha servi- do al pais desde muy joven. Victor Aldana Salvatierra, Auxiliar de la Inspeccién, joven modesto y recatado, que por primera vez se lanzaba en los azares de una vida del todo diferente 4 la tranquila que has- ta entonces habia Ilevado. El cuerpo de Adscritos, que- marchaba en disponibilidad al N. O., se componia de los jé- venes Lizandro Pefiarrieta, Rodolfo Siles, Clo- domiro Aguirre, Domingo H. Salazar que pasé como Auxiliar 4 la Secretaria, Juan C. Acha, Baluarte, Rivero, Zapata, Zamora, Michel, los hermanos Martinez y el Doctor Maximiliano Arce. 60 De los Andes al Amazonas Un piquete de 50 hombres de la Columna de Guarnicién de Cochabamba, completaba el personal de la Delegacién, 4 drdenes de los Te- nientes Gonzalez, Prado y los hermanos Velas- co, que voluntariamente manifestaron el deseo de expedicionar al Acre. No olvidaré 4 Antonio Velasco, que, inde " pendientemente, acompafiaba 4 su padre, el Sefior Delegado, ni 4 Juan P. Aguila, que, acreedor 4 la confianza de éste, se hizo cargo de’ la administracién del rancho. El acopio de viveres para varios mescs, es- taba completo el 30 de mayo, y Ia dificultad de conseguir arrias, sélo permitia su remisién por pequefias partidas, que cra preciso despa- char con anticipacién 4 la marcha del personal. Cada uno de nosotros se afanaha por com- pletar su equipaje, solicitando informes minu- ciosos de los pocos individuos que habian cru- zado las selvas, para disponerlo todo, coi exa- gerada minuciosidad. Era preciso considerar di calor de las regiones tropicales para escoger las telas mds sencillas y ligeras destinadas 4 vestirnos. Luego el granu sombrero de paja contra los rayos del sol canicular. Las botas largas y ajustadas, que debian preservarnos de la humedad y el lodo de los pantanos. El ma- chete 6 cuchillo de monte, necesario para abrir- se paso entre las enredadcras y ramas que cu- bren la senda. Elcatrecito de viaje, para acam- par en las playas de los rios, y la hamaca des- tinada al interior de la montafia. El indispen- sable mosquitero, de trasparente percala, para cubrir herméticamente cl lecho, contra los insec- tos. Una olla, un plato, un eubierto y algu- José Aguirre Acha 61 rere nos viveres que pudiéramos necesitar en nues- tro penoso viaje. A cada instante, ercfiamos completo nues- tro equipaje; pero, ya el consejo de un amigo 6 una previsidn escrupulosa, echaban de ver algan articulo mds: un medicamento, un uten- cillo. Mis hermanas acomodahan todo en dos pequefios baules, para volver 4 desordenarlo, con objeto de dar cabida a algin nuevo arti- culo que indicaba mi madre recordando mis mas caprichosos gustos y necesidades. Que ya los cigarrillos podian ser recmplazados por el chocolate, el té 6 el azticar. Que, en vez de esa botella de aguardiente quinado, debicra en- trar un anafre con sus Gtiles. En fin, todo es- taba 6 muy mal dispuesto 6 demasiado bien. Luego los regalos, las encomicendas, las cartas de recomendacién, algunas preseripciones médi- cas contra las enfermedades, las heridas y las picaduras venenosas. Por fin, en los dltimos dias de mayo, par- tid el Ingeniero Garcia de Valdivia 4 la cabeza del personal de Adseritos 4 refaccionar los ma- los pasos del camino. Siguié A este pequefio grupo el piquete Militar, 4 6rdenes de Pérez Gonzalez, que prometié esperarme en el Cha- pare con un banquete 4 Ja beniana; y al ama- necer del dia 4 de junio, el Delegado y el por- sonal civil, acompafiados de numerosos_ veci- nos, than & dejar Cochabamba, tal vez para siempre, No trataré de pintar cl profundo dolor que me esforzaba en ocultar 4 mi madre, des- de dias antes; precurando constantemente ale- jarme de @la, para no darla 4 entender los 62 De los Andes al Amazonas tristes presentimientos que abrigaha en el al- ma, mientras mis labios expresaban esperan- zas € ilusiones que no tenia,—aves sin nido, flo- res arrancadas! . Llegé el momento. Mis compafieros me esperaban en el patio, mientras yo, mas son- riente que de costumbre, abrazaba A mis her- manos menores ofreciéndoles obsequios 4 mi vuelta. Los ojos de. mi madre, me contempla- ban fijamente, a través del Hanto, pretendien- do descifrar en mis manifestaciones, la situa- _cién de mi dnimo, y por Gla, los pcligros que prevefa. Abracé 4 todos, sin decir una palabra, y me dirigi hacia el mulo que me esperaba, pa- ra saltar sobre él, nervioso é impaciente, y sa- lir 4 la calle seguido por los amigos que me acompafiaban. Un grito ahogado, en el que pude percibir mi nombre, me estremecié 4 la salida, y dos lagrimas que cayeron de mis ojos, humedecieron mis manos que oprimian fuerte- mente la brida 4 la altura de mi_ pecho. So ___—_—. CAPITULO VIII. La Montafia. 2 eo, Sie “aN\8 dos kilémetros de la ciudad se abre la oprangostura que d& paso al rio de Sa- a> caba que recibe en el valle de Cocha- hbamba el nombre de Rocha, Desde alli sé pre- sentaba 4 nuestra vista cl nuevo Ilano, menos grande y poblado que los de Cliza y Cocha- bamba y separado de estos por la cadena ‘del Tuti v las colinas del Abra y San Pedro. El pueblo de Sacaba, en el que almorza- mos ese dia, se encuentra en el centro del | va- Ile de ese nombre, 4 dos leguas de la capital del Departamento, siendo la de la Provincia del Chapare, con una poblacién de 3,462 habi- tantes. Es importante por su relativa proxi- midad 4 las Vegas vy, por lo mismo, el merca- do principal de los productos tropicales de esa regién. Desde él nos dirigimos hacia el Este, para aseender, después de tres leguas de travesia, a la meseta 6 puna de Colomi, situada en el ex- tremo oriental de la Cordillera de Cochabam- ha, como inmenso contrafuerte avanzado para dominar los yungas y llanos de la regidn sel- 64 De los Andes al Amazonas vAtica de Bolivia. En la pasamos la noche hospedados amablemente en el fundo de Cuchi- cancha, perteneciente al scfior Alejandro de la Reza. Al amanccer del siguiente dia, 5 de junio, con entusiasta impaciencia, salimos de la casa de hacienda, con direccién al paso de San Be- nito (3,600 metros sobre cl nivel del mar) pa- ra contemplar desde él, por primera vez mu- chos de nosotros, el sublime panorama que presenta, la montafia! Densas nieblas, aglomeradas caprichosa- mente, cubrian, 4 nuestros piés, la regién de los bosques, en tanto que un cielo azul y tras- parente, cobijaba tranquilo el infinito y confu- so océano que la ocultaba 4 nuestra vista. Al- gunas nubes didfanas, desprendidas por el vien- to de las cumbres, cruzaban como espectros el espacio, para, confundirse luego en el seno de la niebla 6 quedar desgarradas en las abrup- tas prominencias de la cordillera. Silenciosos y meditabundos, empezamos 4 descender uno 4 uno, penetrando en cl nubla- do, que pronto nos envolvid A todos, permi- tiéndonos ver solo un pequefio espacio del ca- mino pedregoso y desierto. A medida que descendiamos, la niebla se presentaba menos densa, y algunos matorrales préximos, aparecian, mostrando en sus ramas espinosas, pequefios y blancos vellones de una nube desgarrada. Cerea de una hora seguimos asi la mar- cha, al calmado paso de nuestras cabalgadu- ras, que, buscando sitios firmes: en los aceiden- tes del camino, avanzaban con violentos reso- plidos, sacudiendo la brida suclta que descui- José Aguirre Acha 65 daha la mano del ginete. La silucta del com- pafiero que marchaba por delante, se presen- taba vaga, en las bruscas curvas de la senda, para desaparecer pronto, envuelta por la bru- ma; y algunas voces confusas indicaban la pre- sencia de los que venian atras. Pronto la nicbla se recogié sobre las altu- ras de los flancos, dejando descubierta la que- brada, que iba presentandose matizada por grupos de arbustos y yerbas de diversas espe- cies. Un arroyuclo pobre, formado en las al- turas que dejdramos a nuestras espaldas, sal- taba entre las yiedras de la profunda grieta, y el trino de algin ave que se remontara has- ta alli, nos anunciaba la proximidad de la sel- va que permanecia cubierta adn en las profun- didades. El camino se hacia mds tortuoso 4 medi- da que descendiamos, y las filtractones del ce- rro, formaban en él pequefios pantanos profun- dizados por el constante trénsito de recuas. Algunos arboles lefiosos, inclinaban sus anchas ramas sobre nuestras cabezas, amenazando ras- garnos cl vestido con sus espinas. Anumenta- ban las yerbas en densidad y tamafio, apare- ciendo en las concavidades del cerro, hermosos manchones de musgo, matizados por pequefias florecitas blancas y encarnadas, vy algunas en- redaderas balanceaban suavemente sobre las rocas angulosas y humedecidas por las bru- mas de la mafiana. La exclamacién entusiasta del compajiero que marchaba por delante, hizo que todos nos- otros apurésemos A nuestras cabalgaduras hasta llegar 4 él, que, desde un Angulo que for- 66 De los Andes al Amazonas maba el camino al doblar el cerro, nos sefiala- ba, con el brazo extendido, la sublime regién de los bosques. Brazos interminables, arrancan de la cordi- Ilera hacia los llanos que se pierden en el hori- zonte nebuloso y confundido con el cielo ne- grusco, tachonado de nubarrones cenicientos, que proyectan sus gigantescas sombras, im- primiendo diversos tonos al interminable ver- dor que cubre todo el cuadro. Serranias y ca- dénas encapotadas por densos bosques, descien- den caracoleando caprichosamente, entre las sombrias grictas y quebradas que la vejetacién exhuberante o¢ulta en ondulaciones suaves 6 bruscas interrupciones, ostentando en las cum- bres, la palmera gentil que sacude sus anchas hojas al soplo de la Cordillera y domina las oscilantes frondas, como c! mastil cl olcaje de los mares. jQué tranquilo se mostraba el cielo tropi- cal! Aquel mismo que se cubre de lobreguez aterradora, surcado por el rayo en todas di- recciones, imponiendo con el trueno silencio A las fieras de la selva y amedrentando 4 la ti- mida avecilla que se estremece en las ramas. Aquel que bafia con tempestuosas Iluvias la montafia, desprendiendo de ella los arroyos, las cascadas, los torrentes, las qucbradas espu- mosas, que, resonando en las concavidades pe- dregosas, van 4 formar en la Ilanura lejana, los majestuosos rios, que como hilachas de pla- ta brillan 4 la distancia, heridos por los rayos ardientes del sol del medio dia. jQué solemne admiracié6n se apoderé de nuestros Animos, ante el espléndido miraje que presentaha la regién por la que empczdbamos José Aguirre Acha St a viajar, sin poder caleular el tiempo que tar- darfamos, penetrando cn sus ignotos senos, pa- ra salir, después de una campafia cruenta, ha- cia sus lejanos limites en cl Océano Atlantico! jDe cudntas fatigas nuestras debian ser testi- gos las ramas inclinadas, 4 cuya sombra de- biamos constantemente recordar las afecciones sagradas que dejébamos 4 nuestras cspaldas! jCudntos peligros! jcudntas emociones no pre- vistas, nos esperaban en el largo camino que serpea entre los seculares troncos y tupidos cortinajes del hosque! Por fin podiamos contemplar siquiera des- de lejos aquel misterioso Oriente de la patria, del que tantas penalidades cuentan, describien- do sus eneantos, desconocidos en la cordillera y los valles. jQuién no ha oido deseribirlo alguna vez! jQuién no ha deseado cruzarlo, para conocer sus encantos vy atractivos! “Por ja atmdsfera revolotean, recreando la. vista con sus vivos y trasparentes colores mctalicos, miliares de mariposas diversas, la Urafia entre ellas, de terciopelo negro y rojo, recainado con manchas azules; y, por la noche, contrastan con las estrellas del firmamento las luces fosf6ricas de innumerables Lampiros 6 Tapiosis (Lampiris noctiluca,) y de Elatéridos 6 Curucusis (Elater pyrophorus) que surean el espacio en todas direcciones. “Hu su inmenso territorio, ora se descu- bren, en horizoutes dilatados, pintorescas pers- pectivas de risuefias praderas, siempre Ienas de frescura y lozania, donde pastan innumera- bles ganados, ya mansos, ya salvajes, entre es- 68 De los Andes al Amazonas tos el Ciervo grande (Servus paluclosus, Des- marets,) los Venados 6 gamdas, la Corzucla 6 Guazu (servus capreolus,) el Ciervo rojo 6 Uri- na (Servus rufus,) como también Guanacos (Camelus guanacus, L.). En los campos, ani- dan varias Perdices (Tinamus,) y deposita sus enlormes huevos el Aveztruz 6 Piyu (Struthio Rhea), y serpentean la terrible Cascabel (Cro- talus horridus,) la Gran Boa 6 Sucuri (Boa constrictor,) la Murina 6 Boyé y otras muchas serpientes que son perseguidas por el zancudo Serpentario 6 Socori (Gypogeranus, Ylliger,) a las cuales rendian -adoracién los Trabasicosis y otros aborigenes, segin sucedia también en- tre los Egipcios y Griegos, quienes las miraban como emblemas del alma del mundo; 4 cuyo respecto, cabe mencionar la Amfisbena blanca 6 Cutuchi (Tiflops,) serpiente doble andadora que vive bajo la superficie del suclo y era ve- nerada, con el nombre de /briaram 6 Sefior de Ja tierra, por los primitivos indigenas del Bra- sil. “Alli mismo, presuvosos se meten bajo de tierra el roedor Oculto 6 Cuguchi (Ctenomys brasiliensis, Blaime), los Tatts 6 Armadillos (Dasypus), entre ellos el forzudo Pejichi 6 Da- sipo gigante, que suministran sabrosa carne, excepto el Peji 6 Dasipo rojizo que es hediondo y se alimenta de caddveres de animales. Ahi también, establecen sus inmensas_ poblaciones subterraneas la Hormiga cargadora 6 Scpe (Formica processionaria) y la Hormiga caza- dora 6 Subahuma, tan avidamente buscadas por el Oso hormiguero (Myrmecophaga juba- ta); 6 construye la Terattes 6 Turiro (Terines fatale) sus sdlidos hormigueros cénicos, en cu- José Aguirre Acha 69 vas paredes aguza sus cuernos el Toro bravio. “Ora se mira el suelo cubierto de espesisi- mas selvas, donde ostentan su tallo pujante arboles seculares, como el colosal Baobab 6 Mapojo macho, monumentos gigantescos de este suelo privilegiado que cncierran en sus troncos ‘6 sosticnen pendientes de sus ramas, abundantes y riqufsimos panales de miel fabri- cados por las Abejas (Apis niellifica), 6 por las Avispas cartoncras (Vespa) 6 Petos y Chutu- rubis; y cen cuyos follajes, nunca marchitados por el invierno, construye el Hornero 6 Tiluchi (Furnarius rafus) su ingenioso nido de tierra, en forma de horno; 6 busca, perezosamente su alimento,cl humilde Perico Ligero (Bradypus tridactylus, L.); 6 retozan la inquieta y gracio- sa Ardilla 6 Masi y el Mono juguetén, desde el pequefiito Mistiti (Jascchus vulgaris), hasta el corpulento Marimono (Atele belzeliuth) y el chill6n Caraya 6 Mancchi (Aluate stentor); enearamandose cn las ramas péjaros cantores, como el Cardenal, el Jilguero, el Tordo, el Ma- tico, y el Poligloto 6 Tojo, que llenan el aire con sus deliciosas melodias; 6 aves engalana- das de vistoso y brillante plumaje, como el Tarpial de pecho carmesi 6 Hijo del sol, el Pi- co 6 Carpintero, el Tucan de enorme pico rojo, el Picaflor 6 Péjaro Mosca, el Guacamayo 6 Paraba y cl Papagayo 6 ‘Loro hablador; y otros, en fin, que, como el misterioso Nequi, exhalan, durante la noche, ayes tristisimos; 6 que, como el solitario Caprimulgo mayor 6 Guajojé (Urutai de los guaranis), interrumpe, en la soledad -de los bosques, su imponente si- lencio, con clamorosos gritos y en tonos varia- dos de alto abajo, imitando la voz humana. 70 De los Andes al Amazonas “Bajo las silenciosas sombras de los bos- ques, cruzan infinitos animales selva Aticos, ya carniceros, como el heretileo Oso negro 6 Jucu- mari, | Zorro (Canis vulpes, 1..) cl Mofeta 6 Zorrillo (Viverra mephitis, L.), el Lobo de Amé- rica 6 Borochi (Canis rufus, L.), el Leon ame- ricano, ‘Puma 6 Cagaar (Felis discolor, L.), el Gato tigre 6 Yaguarundi (Felis brasiliensis, Cu- vier), el Gato montés (Felis tigrina, L.) y el Tigre manchado 6 Jaguar (Felis Jaguar, ‘Cu- vier) que, con sus espantosos rugidos, atruena la soledad, en la cual airoso, al par que impo- nente se ensefiorea; ya también paquidermos, como el Tapir, Anta 6 Gran Bestia (Tapirus americanus, L.), € imnamerables manadas de puercos del monte, como el Jabali (Sts Tajas- sa, L.) y el Pécari de collar 6 Taiteta (Dicoti- les torcuiatus), igualmente que muchos roedo- res de sabrosa carne, como el Tapitf, especie de liebre (Lepus brasiliensis), el Cobaya 6 Apé- rea, el Jochi 6 Aguti (Cavia Agouti, L.), el Caf 6 Puerco Espin (Hy stris spinosa) que criza y arroja sus pelos, 4 manzra de dardos agudos. “Semejantes hosques y praderas, donde el hombre apenas ha posado su planta, permane- cen virgenes en sii mayor parte, sino acaso desconocidos todavia, esperando la mano del inteligente. industrial, para brindarle, hospita- larios y generosos, la inagotable riqueza de sus multiplicadas producciones: ya le convidan, fuc- ra de un némero indefinido de frutales silyes- tres y de cereales cultivados, como el Arroz y el Maiz, sazonados y sahrosos frutos, entre ellos.el gratisimo Nefelién G Ocord de Buena- vista, la dulce Naranja, la deliciosa Pifia 6 Ananas, la jugosa Sandia, el exquisito Caf*, el José Aguirre Acha 771 nutritive Cacao, el suculento Plitano 6 Bana- no (Musa), cl cual, segén los cristianos de Oriente, fué la fruta fatal que scdujo 4 nuestros primeros padres; ora tubérculos alimenticios, como la Patata 6 Papa (Solanum tuberosus), la Batata 6 Camote (Convolvulus batatas), la Mandioca 6 Yuca (Jatropha manihot); ora fi- nas y sélidas maderas para ebanisteria y cons- trucciones, como la Caoba 6 Mara, el Cedrelo 6 Cedro (Cedrela odorata), el Nogal, ¢l Ocro- sia 6 Amarillo, el Jacaranda, el Moradillo 6 Amaranto (Hymenea Floribunda), el Sandalo, el Astrono 6 Cuchi, el Lapacho 6 Tajibo y tan- tos otros: ora le presentan innumerables corte- zas 4 hojas, tintéreas unas, como la Rubia 6 Chapi, el Anil 6 Platanillo, la Cutérea 6 Jota- vid; olorosas otras, como el Canelén v la Vai- nilla; medicinales machas, como la Quina, la Simaruba 6 Chiriguana: ora le ofrecen gomas 6 resinas abundantes, como la Arédhiga que destila la Acacia Astringente 6 Curapat; Ja Sangre de drigo suministrada por ec) Dragone- ro (Pterocarpus draco), cl Caucho 6 goma elas- tica que se obtiene del Peloto, de la Sifonea y de la Garcinia 6 Guator6, junto con su regala- da mangaba; la Iciga (Icica), el Balsamo del Peri 6 Quinaquina, el Estoraque oficial y el Lacre (Hipericon): ya jugos medicinales, como cl Acibar que da el Aloe Zocotrino 6 Zabila; 6 nutritivos, como cl zacarino de la cafia dulce, y la leche de vaca en que abunda el Brosimon 6 Mururecito; 6 venenosos, como los del Gla- tiero Salicifolia 6 Leche-Ieche, y del Hura Rui- dosa & Ochohé de sombra deletérea: ya accites oficiales, como el Balsamo de Maria, el de Copaiba. el de Pezoé (Pterocarpus hemiptera), 72 De los Andes al Amazonas el de Ricino 6 Macororé, el de Cusi (Orbignia’ phalerata), usado para cl crecimiento de los cabellos: ya sustancias algodonosas para finos tejidos, como el Algodéa blanco y el antcado, el Eriodendron 6 Mapajo; 6 filamentos folid ceos y corticales, como el Carludovica 6 Paja de sombreros, cl Agave 6 Maguey, el Pachirie- ro 6 Peroté, cl Artocarpo Americano 6 Muru- ré&, especie de drbol del Pan. Ea suma iqué producciones vegetales, titiles 6 preciosas de Ins zonas térrida y templadas, no se encuentran en esta Tierra de promisién perfumada con el exquisito aroma dz tantas flores matizadas que enbellecen tan rico vergel en perpetua pri- mavera?” (1) La narracién detallada de nuestro viaje por las selvas, nos permitiré ocuparnos de cuanto Hevamos trarcrito con objeto de presen- tar al Iector la montafia en su aspeeto genc- ral, por ahora, Después de algunos momentos, ea que per- manecimos absortos, ante el grandioso cuadro que la naturaleza ostentaba ante nuestros Avidos ojos, proseguimos cl descenso, que ca- da vez se hacia mds brusco y penoso, tanto porque cl camino se presentaba exesivamentc angosto y quebrado entre las rocas graniticas y el horrible precipicio, ante el que cerrahamos los ojos poseidos del vértigo; como porque la vegetaci6n, mds tupida siempre, cubria la sen- da que seguiamos apartando con los brazos las ramas y enredadcras qne azotaban nues- tros rostros, poniéndonos en serio peligro de (1) Rafacl Pefia.—Introduccién de “Flora Crucefia’” José Aguirre Achd 13 caer de las cabalgaduras, al esquivarnus cons- tantemente. A medio dia salvamos el peligroso paso de Supay-huarceuna (“sitio donde se cuelga al Diablo”) pue es un brusco recodo del camino, estrecho y abierto 4 pique.al doblar un flanco vertical del cerro. Solo el confuso rumor del torrente, que se retuerce en las profundidades, puede indicar al viajero la inmensidad de ese abismo incégnito, que se abre 4 sus piés, cu- bierto por la vegetacién impenetrable. Por fin, 4 horas 6 de la tarde, Wegamos 4 la propiedad de Inca—Corral, perteneciente al Sefior Guillermo Jiménez, para descansar de las fatigas del dia, ya en el seno de los hos- ques. CAPITULO IX. Por los Yungas. Skea mafiana del dia .6, fresea, radiante y perfumada, Ilend nuestros espiritus, Samargados por la ausencia, de inefable y alegria y aliento. Todos nosotros ha- biamos dejado el lecho, despertados por el tri- no de aves extrafias, rumores de follaje y fres- cura de brisas que se cernian por las paredes ligeras de las habitaciones de Inca—Corral. Alistamos nuestras bestias, en tanto que los arrieros acababan de cargar A las que con- ducian -el equipaje y los viveres, para adelan- tarse. El propietario del establecimiento, se ofrecié 4 acompafiarnos hasta las proximidades, y, rodeado por todos, iba enterrdndonos de las producciones de su fundo, confiado en hacer de él, en breve tiempo, un establecimiento de ex- plotacién de maderas, muy productivo. Con- taba hasta entonces con una maquina ascrra- dora de motor hidrdulico; pero se lamentaba de la escaséz de brazos y la falta de caminos en terreno tan escabroso, para poder trasla- dar hasta la casa las valiosas maderas que los. impenetrables bosques encierran. José Aguirre Aché 75 Después de una hora de viaje, Hegamos 4 un sitio, desde el-eual el camino deseendia for- mando caprichosas y violentas zetas, hacia el torrente cuyos rumores escuchdramos desde dia antes, al bajar de San Benito, donde se ori- gina, alimentado constantemente por arroyue- los y cascadas que de los flancos de la quebra- da fluyen 4 é. La mala suerte nuestra, hizo que, en pa- raje tan peligroso, cncontréramos una nume- rosa recua que salia de los Yungas (vegas des- de 1,500 a 6,000 pies sobre el nivel del mar) y que nos obligara 4 apearnos, buscando un pequefio hueco entre las rocas, para dar paso por el angosto sendero. El Ayudante del De- legado, menos afortunado que nosotros, apar- tése de la senda al lado opuesto, y empujada su cabalgadura por una de las que venian, fué precipitada, rompiendo con estruendo cn su cai- da los troncos v ramas del bosque, hasta la misma senda que, 4 veinte metros mas abajo, seguia buscando su gradual declive. El ginete pudo quedar en salvo apoyado en un tronco, mientras el pobre mulo fué 4 dormir el suefio eterno 4 los pies de los viajeros, que, habién- dose adclantado, corrieron el peligro de_ morir victimas de un mulazo, segin la expresién del ranchero. Salvado tan penoso descenso, NHegamos al torrente, que en este punto ofrece uno de los espectdculos mas hermosos. Es Inca-Chaca, como su nombre quechua lo dice, un puente na- tural de rocas graniticas que cubren la gargan- ta profunda en la que el caudaloso torrente, pulverizado y espumoso, se retuerce con inter- minahle y salvaje grito, estremeciendo la cavi- 76 De los Andes al Amazonas dad negrusca que ocultan las frondas del bos- que al’ viajero que pasa vacilante sobre cl puente granitico. ignorando muchas veces la causa de semejante estruendo. En él descansamos un momento, para go- zar. de su imponente aspecto, apartando el fo- llaje que lo oculta, mientras el mulo perdido era reemplazado por otro que IevAhamos de reserva. Las bromas, que hacian todos al Ayu- dante, menudearon mucho tiempo, 4 tal punto que,'4 peticién de mis alegres compafieros, de- jamos sobre una roca el siguiente cpitafio:— “Aqui yace—joh caminante que desciendes 4 Inca—Chaca!— la mula de un Ayudante, que por empacona y flaca, no pasé mas adelante,” A medio dia llegamos al Locotal, reducido caserio, desde donde, después de un corto des- canso y un frugal desayuno, consistente en con- servas, galletas y pan endurecido que adn que- daban.en las alforjas, nos dirijimos 4 una ca- sucha aislada, denominada el Chaco, en la que pasamos la noche. Durante los tres dias siguientes, cruzamos Ja regién poblada de Jos Yuagas, por un terre- no onduloso, trasmontando 4 cada instante colinas y cerros que sc alzan en los flancos de la quebrada, menos altas 4 medida que, siguien- do el curso de ella con ligeros desvios, descen- diamos 4 los lejanos Ilanos que viéramos des- de la altura de San Benito, extenderse en li- neas horizontales de vago y confuso verdor. Los Yangas del ‘Espiritu Santo, al par que los de la Victoria, al N..O., y los de Vandiola, al S., no tan explotados como los del Depar- José Aguirre Acha. 77 tamento de La Paz, que cuentan con poblacién relativamente numerosa, producen la coca, el caf‘, la cafia de azdcar, el cacao, la vuca 6. maniioca, la naraaja, ¢l pldtano y otros fru- tos, que, consumidos solo en el Departamento de Cochabamba, 4 causa de los dificiles medios de trasporte, se reducen A una pequeiia escala, limitando el trabajo 4 cierto nimero de bra- zos. De trecho en trecho encontrabamos casu- chas pobres, construidas para determinado tiem- po, de troncos y cafias-huecas que, clavadas cn hilera, forman las paredes; y largas hojas de palmera que las preservan de las torrencia- les Huvias de la montafia, ddndoles un aspceto triste, amarillento, en los senos verdinegros de la selva, 6 en medio de las plantaciones orde- nadas de los chacos (claros de hosque) Algu- nos semblantes pélidos asomaban 4 la puerta A nuestro incistente reclamo, mirandonos con indiferente fijeza, cuando’ desedbamos comprar algunas frutas, que viéramos sazonadas en la propiedad. " Contristaban nuestro espiritu aque- las victimas del paludismo, para las que pa- rece que la vida se reduce 4 ver salir y poner- se el sol en la montafia! Algunas dosis de qui- nina, son el mejor obsequio que puede hacer el que cruza esos lugares, obteniendo en cambio un asilo, mds que ofrecido, abandonado por el duefio 4 su huésped. Cierta aprensién, consiguiente 4 semejante espectdculo, nos obligaba 4 menudo 4 solicitar del Doctor Aranibar, medicamentos que nos preservaran de las horribles ficbres que asolan la regién, sintiendo A veces dolores de cabeza xitud en las extremidades, causados por el 78 De los Andes al Amazonas estado psicolégico tnicamente. Las burlas y carcajadas del compaficro, fueron desde enton- ces, la mejor medicina, . contra cl malestar del Animo. Los malos pasos del camino, eran otro motivo de risa y comentarios que se hacian, al ver, ya caer 4 alguno en los fangos del bos- que, ya apearse, A otro, ante wn estrecho des- filadero 6 en vista del abismo. Es indtil que tratemos de pintar el tortuo- so y quebrado sendero, por el que viajamos en esa regién. A cada instante se presenta un nuevo peligro, que solo puede salvarlo- el ins- tinto de conservacién de las bestias adiestra- das en ese trdusito frecuente.” El piso esta agu- jereado 4 distancias iguales, obedeciendo 4 las pisadas del mulo que se afirma en ellas produ- ciendo un chapaleo monétono, uniforme, en los hoyos fangosos que descubren las raices de los Arboles inmediatos. Bastenos solo’ citar algu- nos pasos, para dar una idea de la penosa tra- vesia:—Tanccanita, nombre quechua, que signi- fica ‘el lugar donde se precisa empujar 4 la hes- tia para avudarla 4 salvar un ascenso; Llusta- nita, sitio en el que es inevitable resvalar, has- ta detenerse al borde de un precipicio, para tomar el puente, doblando bruscamente; ef Que- mado, punto rocoso que es indispensable pasar con cuatro saltos violentcs ‘de la bestia; y Sal si puedes, un estrecho sendero que, orillando cl rio A la altura de 10 4 12 metros, en medio kilémetro de trayecto, amenaza, con los ‘de rrumbes del terreno deleznable, precipitar al viajero. No fué extrafio en nuestro viaje, presenciar la caida de algunos mulos de carga, que, dete- José Aguirre Achd 79 nidos por corpulentos. arboles antes de Ilegar al rio, eran recojidos después de esfuerzos fati- gosos, y prolongadas demoras. Por todos estos inconvenientes, las jorna- das que haciamos eran cortas (3 4 8 ‘leguas) con el largo descanso del medio dia, ‘destinado al ligero almuerzo, dispuesto por nosotros mis- mos, en el-rastico fogé6n compuesto de dos pe- quefios troncos .clavados en el suelo y sobre cuyas bifurcaciones superiores atravesdbamos un delgado palo del que pendia la ollita de fie- rro, con la consabida’ lJagua de harina de tri- go y charque. Una vez listo el alimento, los viajeros rodeaban ‘al ranchero de turno, levan- do cada uno'su plato y su cuchara para reti- rarse al pié de un ‘Arbol, 4 saborear en silencio. tan frugal bocado. El dia 10, después de una noche toledana pasada en Cristal-mayo, A causa de la estre- chez del claro‘de besque en el que acampamos la tarde del dia anterior, dejamos la parte po- blada de los Yungas, para internarnos por la selva desierta y c cada. vez mas fangosa, hasta el rio de San Antonio; 4 cuya margen- izquier- da lleg: gamos al anocheccr, rendidos “de fatiga. Las inmensas playas del rio, nos ofreciarr cémodos sitios. para armar los ‘catrecitos de madera y el mosquitero pendiente de dos palos firmemente asegurados en la arena 4 la cabe- cera y los pies del ligero lecho. Los mosquitos (maringuines 6 cinifes) que hasta entonces, no se nos presentaran en gran naimero, aparecieron a nuestra Hegada formando transparentes y . sombrias nubes, que giraban en torno nuestro, produciendo un ruido fastidinso y monétono, al posarse en nosotros, que, desesperados por sus 80 “De los Andes al Amazonas picaduras, lanzibamos sobre cllos maldiciones horribles, agitando las manos 4 la altura de la cara, Era imposible comer! La cama era el finico asilo contra ataque tan sanguinario y cruel. La olla quedé abandonada en medio del campamento, rodeada por los platos que algunos de mis compajicros arrojaran con des- pecho A la arena. Pronto las exclamaciones se hicieron mds frecuentes é iracundas:—los inex- pertos que se habian acostado precipitadamen- te, fucron acometidos en su propio asilo. Des- de ivi lecho yo percibia en silencio, ruido de sa- banas que se agitaban violentamente; crujido de catres que amenazaban destrozarse, con los bruscos movimientos del desgraciado expedicio- nario, que vociferaba 6 suplicaba siempre en vano! Alguna carcajada impia provocaba una amenaza 6 una maldicién; pero gquién podria asegurar que no es lo ridiculo de la desgracia ajena, la causa general de nuestra risa? El arriero, que legé a poco tiempo, solici- t6 el fusil de uno de mis compafieros, para dis-, parar un tiro, que era la sefia convenida, para anunciar 4 los salve yes de la regién, la presen- cia de viajeros que necesitaban pasar 4 la otra banda, en sus canoas, 6 guiados por ellos, 4 bestia, si lo permitia cl caudal del rio. La detonacién, repercutida largo tiempo, tarbé el silencio de la selva, y A los cinco minu- tos, el rumor de hojas secas y ramajes que se doblaban, nos indicé la presencia del vuracaré, que avanz6 con desemhbarazo hacia nosotros. A través de mi mosquitero de percala trans- parente, vi destacarse, junto 4 la hoguera, la figura del salvaje, que aseguraba 4 los arrieros la posibilidad de pasar los bados del rio 4 lo- José Aguirre Acha 81 mo de bestia, comprometiéndose 4 guiarnos cn la mafiana del siguiente dia. Llevaba por ant- co traje el tipoy, timica suelta y pesada fabri- cada de fibrosas cortezas de Arbol, que cubria su pecho y espaldas, dejando desnudos sus bra- zos y piernas que se movian constantemente para evitar las picaduras de los insectos. Su expresién castellana se reducia 4 un determina- do niimero de nombres y participios de verbo, que le eran menester para pedir tabaco y qui- nina, 6 informar respecto del estado del rfo. Sin inconveniente alguno, pasamos el dia 11, los dos brazos del rio San Antonio, cuyas ondas cristalinas nos permitian ver cl Alveo pe- dregoso y uniforme en esa parte. Una vez en la banda opuesta, despedimos al yuracaré, que, ignorante del valor de las monedas, seguia pi- diéndolas 4 todos, para que nuestra largueza juzgase del servicio prestado. Volvié 4 cruzar el rio rApidamente y se interné en Ja selva, agi- tando la mano en sefial de despedida. El Puerto de Santa Rosa del Chapare, no estaba lejos ya. A medio dia llegamos 4 él, reuniéndonos 4 todos los compajieros, que, des- de dias antes, preparaban la prosecucién del viaje por los rios del Oriente. : SSS EEEEEEERnE SaeEEeEEEEeE CAP{TULO X De Santa Rosa del Chapare a Trinidad Anta Rosa,—puerto situado 4 la mar- gen derecha del rio San Mateo, forma- do por los de San Antonio y Yungas, y 4 4 kilémetros de su confluencia con el Coni, de donde empicza el Chapare,-se en- cuentra 4 los 420 metros sobre cl nivel del mar, contando con algunas casas disceminadas en un campo cultivado cuya extensién no aleanza 4 dos kilémetros cuadrados. Una pequefia pla- zoleta, de la que parten algunas sendas, hacia las habitaciones préximas, es el almacén co- min, de las mereaderias y productos de inter- cambio procedentes de Cochabamba y Trini- dad. . Con nuestra Ilegada, el personal de la De- legacién estaba completo, y el Piquete, decla- rado “en campafia” y uniformado con traje de lona blanco, gorra del mismo material y color, y bota amarilla de suela adelyazada, se cjerci- taba diariamente en cl mancjo de las nuevas armas (carabinas ‘“Manlincher” modelo anti- guo), turbando con el toque argentino de sus eg José Aguirre Acha 83 cornctas, el silencio del tranquilo caserfo, acos- tumbrado sélo 4 escuchar cl redoble monétono del tamborin que le auunciaba el arriho de una embarcacién procedente de Trinidad, 6 el cence- rro de las recuas que descendian de la cordille- ra azulada y apenas perceptible desde alli. Baluarte, con su nuevo uniforme, habia asumido una actitud grave, siendo el més te- mido y respetado por los soldados, que se es- tremccian al oir su voz estentérea, revolviendo la cara hacia los sitios en los que la repereu- cié6n vibraba todavia. Pérez Gonzélez, el mismo conmigo y con otros compafieros, habia adquirido un cardae- ter despético, 4 la caheza de su Piquete, con- vencido de que el soldado, leon para el enemi- go, debfa ser un cordecro para el jefe. Preciso fué permanecer en el Puerto hasta el dia 15, esperando A los yuracarés (1) que, prevenidos yd por el contratista Santiago Men- tith, debian acudir de sus lejanos retiros 4 piestar su servicio 4 la Delegacién con sus ca- noas. Asi fué que 4 las 4 de la tarde, el Pique- (1) Esta voz que es quechua, cstA mal escrita y pronuncia- da: debe decirse Yurac-cari (hombre blanco). Los yuracarés se juzzan corresponder 4 los de la raza caucd- sica & quienes Haman purientes, y algunos tienen pretensiones de superioridad: dicen que los yuracarés son los finicos hombres, sien- do los demas piojos de hombres, @ hombres-piojos. No carece de disculpa esta orgullosa vanidad: son ellos de bellas proporciones, tuy bien conformados y posecn un entendimiento activo, perspicaz y despejado. Diganlo los inisioncros, 4 quienes han dado, tratan- dose de la verdad de nuestra religién, contestaciones y objetado argumentos tales que no los inventan peores, ni mds sutiles, nues- tros intpfos ilustrades. dNo ser esta raza, 4 lo menos de parte de varoncs, 0} nalmente europea, arrastrada por algfn acccidente 4 las hermosas ¥ amenas vegas que hoy habits, donde s: hubiese barbarizado con el aislamiento, y que de esta cireunstancia se derive la presuncién de sugerioridad? (Dalence.—“Estadistica de Bolivia’) 84 De los Andes al Amazonas te emprendié el viaje por tierra hasta la con- fluencia del Coni con el San Mateo, 4 conse- cuencia del poco caudal de agua de este alti- mo, en aquella época; y al amanecer del siguien- te dia, el personal civil llegaba 4 dicha con- fluencia, empezando de inmediato la distribu- cién de carga en las pequcfias embarcaciones que, en niimero de siete, halanceaban entrecho- cando, amarradas 4 la orilla del Chapare. La poca, capacidad de las canoas, hizo que, para trasladar parte del resto de provisiones, se dis- pusiese de un batelén particular, que casual- mente debia partir el mismo dia. La canoa de los yuracarés, més grande y pesada que las que se usan en los otros ‘ros del Departamento del Beni, mide de diez 4 do- ce metros de largo por uno y medio de ancho, toscamente labrada de un solo tronco, y cava- da 4 fuego. Generalmente cinco salvajes Ia tripulan, sentados sobre palos que se atravie- san de vabor 4 estribor, permancciendo el pi- loto de pié sobre la pequefia plataforma en que rematala popa. Puede admitir hasta 200 @ de carga (23 qq. mtrs.) El batelén, que cs la embarcacién mas usada en el Oriente, con cuddruple capacidad que la anterior, mide siete A ocho metros de proa 4 popa, por dos y medio de ancho y uno de profundidad generalmente. Esta constiuido de tablas superpuestas gradualmente sobre un tronco cavado, y abierto por sélidos refuerzos, que forma la quilla, Del gran timén 6 Jeme, arranca el mango de madera, afectando un an- gulo optuso al alcance del piloto que va de pié sobre la popa, fuera del-camarote, que ocupa -la parte trascra y cuyo techo se compone de José Aguirre Ach 85 varas arqueadas y cubiertas por hojas de pal- ma (palla), con un piso de tablas, al nivel de los bordes de la embareacién, dejando descubier- to el resto, donde, 4 merced del sol y la intem- perie, se colocan los doce remos. Calafatear las embareaciones; acomodar los bultos cuidando de equilibrar el peso; dis- tribuir todo el personal en éllas y dividir ¢l nd- mero de las yuracarés para componcer las tri- pulaciones, eligiendo 4 los mas diestros para pilotos, fué labor de todo el dia y la mafiana del siguiente, embarcdndonos, por fin, 4 horas 12, en medio del bullicio general, el toque de las cornetas y los disparos “de vevélver que, en sefial de despedida, dirigiamos 4 la confusa li- nea, formada en cl Oeste, por las lejanas mon- tafias, tras de las cuales dejdbamos cl hogar ‘merido y cl anhelado ser que nos robara el ‘Se alzaron los remos para hender A la vez la superficie argentada dei Chapare. Las pe- quefias embarcaciones, como gaviotas jugucto- nas, se deslizaron una A una, dejando ja playa arenosa, sembrada de los palos clavados que nos sirvieran para armar los toldos de cam- pafia y los mosquiteros, con los fogones rasti- cos de los que, como recuerdo efimero nuestro, se elevaban cual gaza blanquecina, las espirales de humo. Los Arboles de las margences, enhiestos y si- lenciosos, nos veian pasar ante ellos, con las pri- meras emociones que causa la navegacién de los rios, que, desgarrando cl corazén de las sclvas, van 4 reunirse los unos 4 los otros, para devol- ver 4 los mares, las aguas que se evaporan cle- vAndose 4 los cielos para bafiar la tierra. 86 De Ios Andes al Amazonas Pérez Gonzilez y yo, ocupdibamos una ca- noa, acompafiados de seis soldados v el corne- ta de érdenes del Piquete, fuera de Ja tripula- cién compuesta de cuatro 1emeros y el piloto que permanecia imperturbable 4 popa, con un tipoy pintarrajeado de rojo y amarillo, y te- niendo en las manos firmemente, A guiza de ti- mon, un gran remo afianzado 4 uno & otro cos- tado, segtin lo precisase la direccién de la ca- noa en las bruscas curvas que describe el rio. Escalonadas, y una 4 una, seguian a la nuestra, las otras embarcaciones, ocupando el ultimo lugar, el pesado hbatelén, en el que ve- nian Aranibar, Jordan, Valdivia y algunos jé- venes del Personal de Adscritos. La jornada de ese dia, como la del siguien- te, Aunque ninguna novedad tuvo para hacer menci6n en este libro, fué rica de las que se ex- perimenta la vez primera que se navega por uno de los rios del Oriente, contemplando la selva, cortada caprichosamente por el rio y ostentando al acaso, en las margenes, la varia- da vegetacién que atesora. jCudntas palmeras se alzaban dominando la irregular linea de Ar- boles diversos que inclinan sus trémulas ramas A merced de la corriente; y cudntos helechos (acrogenias vaseulares) de diversos géncros (polypodium, adianthum, pteris, etc.), mecian sus ramas horizontales, en la parte rocosa de la orilla! Nuestra conversacién se redu- jo sdlo 4 comentar los sitios de la selva que ofrecian 4 nuestros ojos algan conjunto raro que presentaban, ya los tupidos cortinajes. de las trepadoras, que balanceaban en las secula- res ramas; ya las interminables galerias agres- tes, de troncos de drboles corpulentos; va un pe- José Aguirre Achéa 87 quefio claro que abrian las frondas y malezas para dar paso al arroyo, tributario tranquilo. del rio que serpea majestuosa y argentado. La tarde del 18, la corneta, desde la em- harcacién ocupada por el Delegado, dié la or- den de ja/to! y ante una humilde casucha, si- tuada 4 la margen derecha y dcnominada Sie- tecopeno, fueron atracando, una 4 una, todas jas canoas, para pasar la noche, mientras al- gunos de los tripulantes yuracarés, se dirigian a las habitaciones que se encuentran ¢n el in- terior del bosque, para proveerse de algunos viveres 6 estrechar la mano A sus allegados, los procedentes de ese punto. Trascribir mi diario, que lo tengn 4 la vis- ta, estropeado por cl constante manejo y los torrenciales aguaceros de la montajfia, ser’a can- sar la atencién de los lectores, (si algunos los Separadas del batel6n, demasiado cargado, y de la canoa del Detegado, legaron las otras embarcaciones el dia 19 4 Asunta—lago, pro- piedad del contratista Santiago Mentith, quien después de brindarnos su pequefia habitacién, dispuso algunos viveres para esperar al resto del personal. Un fuerte aguacero desperté A los que, sin poder guarecerse en la morada, ecuparon la playa del rio v algunos parajes del bosque intermediarios. El desorden que cau- s6 semejante suceso, duré hasta la madrugada del dia siguiente, cn la que Ilegé el Delegado, anuncidndonos que, como nosotros, ignoraba de la suerte del batelén, temiendo un grave acon- tecimiento. Incorporado cl batelén en la tar- 88 De los Audes al Amazonas de, narrdronnos los compajicros que en él ve- nian, los sufrimicntos causados por el hambre, durante los dos dias, y por los constantes tro- piezos de la embarcacién, que amenazaba nau- fragar, chocando constanteniente en las paliza- das del rio. El dia 21 salimos muy temprano, navegan- do, como en los dias pasados, en sucesiva hile- ra y sofocados por el sol tropical que nos con- vidaba al suefio. El crepfisculo vespertino nos sorprendié en la conifuencia del Chapare con el Chancré, de donde empieza cl Mamorecillo (15.° 45’ Lt. S.) acampando en la inmensa playa que forman. La incierta claridad de la alborada del dia 22, no habia discipado atin las sombras y la niebla, cuando los remos, que impulsaban nucs- tras toscas canoas, sonahan contra los bordes de la embarcacién, acompasadamete, haciéndo- nos descubrir cn el reducido circuite, dominado por nuestra mirada sofiolicnta, grupos de ar- boles y riberas caprichosas que se presentaban para sumirse cn la vaguedad, desapareciendo luego. Asoi6 por fin el sol. Los expedicionarios, que descubrian en las préximas embarcaciones 4 los compafieros, entablaron animada con- versaci6n, gastando bromas referentes al peli- gro de la navegacién 6-4 los incilentes de la noche pasada. ‘El trino’ de los pajaros anima- ba con extrafia vida la silenciosa selva, y al- gunas parabas 6 papagayos de cola larga ‘(psi- ttacus) eruzaban el aire, lanzando alegres notas que semejaban carcajadas 6 algarabia de gen- te trasnochada. (Pido disculpa por la metdfo- ra). El caiman (aligater, Cuvier) se desperta- José Aguirre Aché 89 ba de su suefio, para sumergirse luego, azo- tando con la cola las mansas ondas de la ori- lla; y el bufeo, (1) (delfinus, é innia boliviensis segin D’Orbigny) juguetén y esquivo, asoma- ba 4 Ja superficie, arrojando chorros de agua por el conducto de su espirdculo, para zabullir luego, apareciendo A largas distancias dando volteretas uniformes. Habiamos navegado cinco millas préxina- mente, desde la confluencia de los dos rios que forman el Mamorecillo, cuando un grito salva- je. seguido por cxclamaciones de satisfaccién indescriptible de los tripulantes yuracarés, cau- s6 en nosotros utia impresién cxtrafia. Todas las embarcaciones habian virado hacia un pun- to determinado del rio, y, dejando los remos los salvajes que nos conducian, empufiaban sus grandes arcos, afianzando las saetas 6 dardos en el tenso cordel. Temible habria sido su ac- titud, sila nobleza que caracteriza A su raza v la superioridad numérica nuestra, no nos hu- biesen inspirado confianza ciega; y, poscidos todos nosotros de la curiosidad mas viva, de- jamos @ los yuracarés sin objetar su accion, dispuestos 4 presenciar algiin incidente raro. Pronto nos detuvimos en un recodo del rio, en el que las ondas, tranquilas en todo su curso, se presentaban agitadas violentamentc, produ- ciendo salpicaduras copiosas y desordenado movimiento que sacudia las canoas A capricho. Dispardronse muchas ficchas; cruzaron las em- barcaciones, en direcciones opuestas y aparecie- (1) Mamifero cet&ceo de Ja hoya amazénica:-es de cuerpo pisciforme, cabeza conrbada, hucico estrecho y largo, armado de dientes grandes y corvos, pellzjo liso, careciendo de miembros pos- teriores, reemplazados solo por la cola. (N. del A,) 12 Delos Andes al Amazonas. 90 De los Andes al Amazonas ronen la superficie tranquilizada del rio, hermo- SOS peses en cuyas escamas plateadas se reflcja- ban los rayos del sol con extrafios cambiantes de luz. La pesca del bagre, la corbina, e\_ dorado, el sdébalo, la boga etc., es tan abundante cn esos rios, que, huyendo todos estos seres de al- gin peligro que les amenaza 6 encontrandose con bancos semejantes, turhan la tranquilidad del rfo, revolviendo sus ondas en desordenada marejada. Al toque de jizquierda y alto! atracaron las embarcaciones, 4 horas .10 del dia, frente la desembocadura del Guapay, Rio Gran- de 6 Sara, situada 4 los 15.° 20’ de Lt. S. y 66.° 15’ de Lg. O. de Paris. El] caudal de este rio, en esa estacidn, es poco mas 6 menos el mismo que el del Mamorecillo; pero, dada la extensién que recorre, dando una inmensa vucl- ta al rededor del Departamento de Cochabam- ha vy recibiendo el contingente de la regidn que surcan sus afluentes en los de Potosi, Chuqui- saca y Santa Cruz, es mayor que la del segundo. Ya navegando desde alli en el Mamoré, . que mide 16 pies. de profundidad término me- dio, seguimos el viaje, después de almorzar, dejando atrés al pesado batelén, que, 4 causa de su mucho calado, no podia deslizarse, como nuestras canoas, rapidamente. Al anochecer, acampamos en una extensa pla, ya, situada al frente de la barraca de un sefor "Bejarano, esperando con impaciencia du- rante las dos primeras horas de la noche, al batelén, que se retardara hasta entonces. Una luz débil, que aparcciéd 4 la distancia, nos anun- cié6 que la embareacién csperada se encontraba José Aguirre Achd ot préxima; pero, 4 los pocos minutos, dos deto- uaciones de revélver, nos indicaban el peligro de naufragio que corria al alejarse del chaco indicado, en el que se habia detenido. Un con- fuso bullicio en el que se distinguia la voz de auxilio! alarmé 4 nuestro campamento, acu- diendo muchos individuos 4 las canoas, para deseargarlas répidamente y dirigirse en éllas al lugar del siniestro. La embareacién habia tro- pezado en la bifurcacién de un tronco que aso- maha 4 flor de agua, y, balanceando en ella largo tiempo, 4 impulsos de la corriente, ame- nazaba inclinarse violentamente para sepultar A todos. La distancia que nos separaba’ era considerable, para acudir oportunamente en su socorro; pero el acaso, salvé al batelén, que, resvalando poco 4 poco, en las oscilaciones que le imprimiera la corriente, pudo seguir su marcha recibiendo una considerable carga de agua, sobre la que conducia. Torno-largo, caserio importante por su posici6n intermediaria entre Trinidad, los puer- tos de Santa Rosa y Cuatro—Ojos (Santa Cruz) y algunos pueblos de la Provincia de Mojos, esta situado 4 la margen derecha del Mamoré, A poca distancia del lugar del peligro que Ile- vamos narrado. A él arribamos en la tarde, para detenernos el dia siguiente 24, agazajados por sus pobladores y completando el contin- gente de viveres, preciso para llegar 4 Trinidad. Sus gentes sencillas, procedentes del Departa- mento de Santa Cruz, hacen alli una vida pa- triareal y tranquila, “conservando las costum bres de aquella hermosa tierra Alas que des- tinamos algunas pdginas mds adelante. A las 5 dela tarde del dia 24, estrecha- 92 De los Andes al Amazonas mos la mano de los hospitalarios amigos de Torno-largo, para acampar con la tropa y par- te del Personal Civil, en un chaco abandonado, situado 4 A.dos millas de distancia, cerca de Li- moquige, que se encuentra mas préximo, sobre Ja orilla izquierda del rio, y donde fué alojado el Delegado con algunos empleados, para reu- nirse con nosotros al amanecer del 25, y_ se- guir el viaje sin novedad durante el dia; pero sorprendidos por la noche, y habiéndose desvia- do-dos embarcaciones, siguiendo el curso de un canal 6 brazo del rio, tuvimos que desem- barcar en una playa desigual y hfimeda, dispu- tandonos cl campo para caber todos en ‘élla. Ain era de noche cuando dejamos ese lu- gar, para hacer, la jornada siguiente, hasta la propiedad de San Antonio, donde pasamos la noche, presas de una inqnietud violenta al pié de un arbol que amenazaba caer sobre noso- tros al mds ligero soplo de viento. A medio dia habiamos pasado por la-boca del Sécure, rio navegable hasta los contrafuertes de la ‘Cor- dillera, hacia esa parte, y que se origina en la sierra de Mosetenes, con el nombre de Moleto y luego Icho, y. recibe en su curso las aguas-del Ihbolo, Samusete, Janiuta, Suniata y Chapiri- ri por la der echa, y. las del San José por-la. iz quierda, El Sécure, esta llamado: 4 ser una de las vias mds importantes de comunitacién con el Departamento de Cochabamba. Actualmen: te esta habitado por algunas tribus formadas por los indios de Trinidad, sublevados el afio 1887, 4 érdencs de> Santos No¢o, jefe tinico al que obedecen cori fanatismo, Al toque de diana, dejamos nuestros Iechos, para doblar los catrecitos de campaiia y -aco- José Aguirre Acha 93 modarlos en las respectivas canoas, prosiguicn- do la navegacién, que iba siendo muy cansada € incébmoda. La presencia de la lancha 4 va- per “Guapay”’,’ que avanzaba hacia nosotros revolviendo con su rueda las turbias aguas del rio y coronada por el negro penacho de humo que iba A perderse en los senos del bosque de Ja orilla, nos Nené de entusiasmo. Era la pri- mera vez que veiamos desde la partida una embareacién de ese género, despertando en nuestros corazones el sentimiento patrio la en- sefia tricolor que flameaba vatida por la bri- sa del Mamoré y resaltando sus vivos colores en el fondo oscuro de las selvas. Un jhurra! nuestro, saludé 4 la “Guapay” que paso rapi- da, para perderse luego en la vuelta préxima del rio. A las dos horas Ilegamos al Recreo, propiedad del -Sefior Nemesio Monasterios, quien nos esperaba con una res, amarrada dos dias antes (1) y algunas botellas de cerveza que be- bimos con avidez, después de tanto tiempo que nos privaramos de clla. El resto del dia, fué destinado al lavado de la ropa del Piquete, que se encontraba sucia 4 causa del prolongado viaje. EI 28, 4 horas 3 p. m., llegamos A la boca del Ibary, siguiendo su curso hasta acampar Alas 6, en una playa estrecha, donde nos fué imposible dormir, por la estrechez y los fangos del sitio, arribando al dia siguiente al Trapiche ala hora de almuerzo, no sin haber dejado parte del personal muy atrds. El Trapiche,—palabra, que significa en el Be- ni, molienda de cafia y cn el norte del Brasil, (1) Enel Oriente y Noroeste existe la costumbre de hacer ayn- nar 4 las reses, desde dos dias antes, para que la carne pierda el mal sabor que le d4 la alimentacién de algunas yerbas del bosque. ot De los Andes al Amazonas puerto,-es un caserio pobre, situado 4 la mar- gen derecha del Ibary, a dos leguas de Trinidad, sin otra importancia, 4 mas de su posicién en el rio, que la de tener la Aduanilla en él esta- blecida, desde que la Aduana fué trasladada 4 Villa Bella Casi todos los vecinos de la Capital, que pudieron conseguir una cabalgadura, salieron a nuestra encuentro, para anunciarnos que Ja poblacién esperaba con impacienein a la Dele- gacién Extraordinaria. Después de algunas horas de descanso, du- rante las cuales, nuestros buenos amigos ha- bian podido conseguir caballos 6 carretas arras- tradas por bueyes para trasladarnos, nos di- rigimos con numeroso acompaftamiento A Ja ciudad, salvando las dos legnas que nos sepa- raban de élla, en hora y media. El Piquete que se dirigié 4 pié, Ilegd rendido de fatiga y cubierto de lodo 4 las inmediaciones donde lo esperabamos para hacer la “entrada oficial” 4 peticién de los vecinos; pero desgraciadamente la noche eubrié de sombras las pampas de Mo- jos y la ciudad desaparecié en la oscuridad an- tes de que pudiéramos verla. Muchos. faroles aparecicron A alumbrarnos el camino, y las luces de Bengala, los fuegos pi- rotécnicos, los cohetes, ete., dieron un aspecto fantastico 4 la ciudad, contribuyendo 4 la ilu- minaci6n los insectos fosforescentes que cruza- ban la atmésfera en todas direcciones, Tantas luces me alucinaron al fin. y coufieso que en ese momento crei entrar 4 una bella é inmensa capital... ———* CAPITULO XI. Trinidad y sus gentes.—Los anos de Mojos. DNA gran retreta, luego un baile, luego cl bullicio que duré toda Ja noche, exa- gerados tal vez por mi imaginacién durante el suefio, habian causado en mi, el ve- hemente deseo de conocer la poblacién, al ra- yar el alba. Procuré al levantarme, discimu- lar los desperfectos causados por el viaje cn mi vestido, ya que el equipaje no podria llegar hasta cl dia siguiente, y tomando una cafia que encontré al azar en mi alojamiento, me ca- 1é cl sombrero hasta las sejas y sali 4 la calle. ‘No quise aventurar juicio alguno, antes de verlo todo y examinar sus iltimos detalles. La desilusién es penosa siempre, y el coraz6n humano la rechaza en los primcros momentos, ante el recuerdo vivo del sentimiento pasado. LUegué 4 la plaza. Desde la dominé por. las calles cortas, los Manos que redean la po- blacién, y me volvi 4 casa, cabizhajo y sejijun- Tengo 4 la vista la copia de una carta que escribi entonces 4 un amigo. Algunos acd- 96 De los Andes al Amazonas pites de élla, podrén dar mejor idea que la que en vano trataria yo de expresar aguzando la memoria, , “Diffeil es,-decia,-pintar 4 lo vivo el lamen- tableestado del Beni y especialmente de su aban- donada Capital que semeja el inmenso esquele- to de un pueblo, antes importante. Los cdifi- cios se desploman por si, formando claros irre- gulares en las manzanas que ocupan, y afectan- do, por lo mismo, algunas de las calles, Angu- los y plazolctas caprichosas, en las que el pas- to seco de las pampas de Mojos, cubre las ca- vidades que causau los pantanos en la época de aguas. “El aspecto de sus calles anchas v cortas, es tristisimo, con sus espaciosos y uniformes corredores que cubren las aceras siempre -escue- tas, quedando desierto el centro desigual y fan- goso de la via, para ser ocupado alguna vez por la pesada carreta de ruedas inmensas vy toscas, tirada.. perezosamente por cuatro bue- yes, al mondétono grito del conductor que la sigue 4 pié, con la vara larga que le sirve de aguij6n.” Todas las casas son de un solo piso, excepcién hecha de la que posee el Delegado y la Casa de Gobierno 4 la que mas le valiera no tener ninguno, En las esquinas esté obsta- culizado cl trdnsito de las carretas, en bien del de los pobladores, que reclama en tiempo de aguas, anchos troncos clavados 4 cierta altu- tura y distancia unos de otros, para cruzar por ellos el centro de la via, preservAndose de la humedad del suelo. Todas las casas se re- ducen 4 cubrir la extensién que poscen junto 4 la calle, dejando en el interior, inmensas cua- dras, cubiertas de ‘malezas, entre las que apa- José Aguirre Acha 97 recen algunos Arboles frutales, como resto de la prosperidad de otro tiempo. T.a mal Ilama- da plaza, es solo un gran canchén rodeado de las habitaciones menos pobres del pueblo, con un pozo artesiano del que se provee de agua el vecindario, cuando la del cielo no ha Ilenado los grandes depésitos que existen en los patios. El transeunte que se aventura A eruzarla de noche, corre el riesgo de entregarse 4 las astas del ganado vacuno que pasta. en élla, 6 de en- lodarse en los pitridos charcos, pucs la ocu- pan numcrosos é irregulares, al par que los la- guitos artificiales, los parques de las grandes poblaciones. “No hablaré de los edificios fiscales que ca- si ya no existen. El palacio prefectural amena- za sepultar 4 los empleados, que constantemen- te emigran de una oficina ruinosa para ocupar alguna habitacién, respetada afin por la atrac- cién del Globo. La casa de Gobierno, situada en la acera meridional de la plaza, sdlo puede ofrecer 4 la vista las paredes correspondientes A una mitad de su frontis, habiendo la otra, confundido sus ruinas con wna parte de las del vecino templo. “Para dar una idea del ruinoso aspecto de esta capital, bésteme hacer notar que, de las diez 6 doce manzanas con que cuenta la pobla- cién actual, ninguna se halla completa. “Las calles desiertas y pantanosas, son ca- si intransitables. No existen otras que las cua- tro que, partiendo de la plaza, rematan a los cien 6 ciento ecincuenta metros, en los pastales de la Hanura, donde todavia se alzan algunas cruces que colocaban los jesuitas en las esqui- nas de la poblacién, que aleanzaba hasta alli. 98 De los Andes al Amazonas “La industria fabril esta desapareciendo po- co 4 poco, y sdlo queda la del tegido de hama- cas, con la tradicién de que en otros venturo- sos tiempos, existian, variadas y prdésperas, las que implantaron los Jesuitas. “Una de las causas y sin disputa la princi- pal, fué la sublevacién de la clase indigena, «ue es la obrera, el afio 1887, habiéndose remonta- do hasta hoy dia A las margenes del Sécure, donde en la actualidad vive, distribuida en tribus dependientes de la autoridad de un indio, la- mado Santos Noco. - “Los trabajos de goma en el Bajo Beni, han acabado de despoblar estas regiones, y la falta de brazos amenaza destruir lo poco que hizo la civilizacién en cllas. “Los pocos pobladores de Trinidad, hacen una vida musulmana, y la desconfianza que tie- nen respecto de los gobiernos de la Nacién, no podran disipar, sélo las promesas con que se trata de aletargar, atin mas, las aspiraciones justas que abrigaron. Es necesario que las mi- radas del resto de la Repablica se fijen con atencién en este Departamento, v que la legis- latura de este afio trate de atenuar por lo me- nos los males que le aquejan.” El censo practicado en abril de 1901 dié la cifra de 2,555 habitantes, aleanzando el afio 1893, 4 2,004; pero debemos advertir que la mayor parte de estas cantidades se compone de gente de transito 6 indigenas que moran en las proximidades de la ciudad. Los pobladores de Trinidad, sencillos y ale- gres, viven modestamente en sus casas desman- teladas, donde sélo se encuentra lo absolutamen- te indispensable. Su caracter melancdlico 4 la José Aguirre Acha 99 vez que flemdtico, inspira al forastero un inte- rés grande por conocer mas de cerca sus cos- tumbres é ideas, que se descubren en un princi- pio andlogas 4 las musulmanas y difcriendo de éstas, cuando se las ha estudiado. Me acuerdo mucho, que con la curiosidad que en mi despertaron los trinitarios, en los pri- meros dias de mi permanencia en aquclla po- blacién, me resolvi a visitar 4 algunas familias, no sin consultar primero 4 varios de los ami- gos que en élla encontrara, los detalles que en la manifestacién social, me procurasen la simpa- tia de las gentes, al presentarme por vez primera, muy de acuerdo con sus apreciaciones y manifestandome satisfecho de conocer la re- gién, ya que me cra indispensable evitar refe- rencia alguna al pueblo. Una de mis primeras visitas, fué 4 la easa de la Sefiora X......,donde fui amablemen- te recibido. La habitacién, situada sobre la misma calle, no contaba con otros muebles que algunos baules, pocas sillas, dos mesitas cubier- tas de flores artificiales, debajo de dos espejos, y multitud de oleografias y retratos colocados con todo orden en la pared. A corta distancia de la puerta de entrada, y casi impidiendo el paso, se encontraba la hamaca, pendiente de una viga del techo y de un clavo fuertemente remachado en el muro. - La Sefiora, sentada en uno de los baules, torcia cigarrillos, teniendo sobre las faldas una pequefia batea de madera, en la que se veia un montén de tabaco picado y algunos cuaderni- llos de papel de arroz, junto a los cuales iba acomodando ordenadamente los cigarrillos dis- puestos, separdndolos en porciones iguales. En 100 De los Andes al Amazonas la hamaca que oscilaba debilmente, dormitaha con la cabellera suelta y teniendo fuera de’ ella los pies que con el balancco rozahan el suelo, una hermosa muchacha, que al oir lamar 4 su puerta, se incorporé indolentemente, sin mani- festar sorpresa alguna, y me invité 4 pasar, di- rigiéndose luego a la Sefiora, para anunciarme con esta frase: —Mad4ma, un caballero. —Pase Ud.; ésta es su casa,—dijo la Sefiora, levantandose al mismo tiempo que su hija, pa- ra recojer la hamaca, por debajo de la cual mc dirigi hacia un asiento, después de anunciar mi nombre y el objeto de mi visita que no era otro que agradecer la salutacién que se sirvic- ron enviarme, 4 mi arribo 4 la ciudad. Mientras la joven, que me ofreciera una taza de café, iba por ella 4 la habitacién préxi- ma, la Sefiora X, toreia cuidadosamente un ci- garrillo para brinddrmelo, encendiendo rdpida- mente un fosforito é instandome 4 ocupar la hamaca “donde estaria mds cémodo, yo que tan cansado debiera encontrarme después del penoso viaje que habia hecho.” Con tanta sen- cillez y naturalidad se expresaba la duefio de _ casa, que, aunque me parecia demasiado des- cortez, aceptar tal licencia en la primera vi- sita, no pude negarme 4 tomar asiento en la hamaca procurando estar en ella, inmovil y rec- to como en uno de los sillones de un gran salén. Aparccié la joven con la-taza de café, y de- jandola en mis manos, tomé asiento A mi la- do, y me dijo: —Yo misma la he preparado. No sé sia Ud: le gusta muy dulce, y, creyendo adivinar- lo, la dispuse como yo acostumbro. José Aguirre Acha 101 —Gracias, Sefiorita; el café por lomismo me sabe mas exquisito. —En cuanto al cigarrillo,interrumpié la Sefiora,—creo que serd de su agrado, tanto mas, cuanto que hoy dia, es imposible encontrar ta- haco, 4 causa de que la clase baja 4 abandona- do cl pucblo, en la creencia de que la Delega- ci6n Extraordinaria, haria un reclutaje 6 leva, para Ilevar tropas al Acre. He ahi porqué es- td la ciudad mas triste y desierta que de cos- tumbre. Los indios mojos, desconfian mucho de los carayanas (hombres blancos) y especial- mente de los collas (1). —LAstima es, que, por esta cansa,—dijo la joven,—las fiestas populares, que hemos dispues- to para recibir 4 la Delegacién. resulten poco animadas; pero creo que la funcién dramatica, el bazar y el baile, seraén muy bonitos gSabe Ud. bailar? —Poco, Sefiorita. —Yo bailo muy bien la polka. Me la en- sefiiG mi cortejo .(pretendiente); pero, tata, (el padre) que se encuentra hoy en el Beni, decia que el baile cra muy peligroso para las mucha- chas, por lo mismo que en él habia encontrado algunos motivos para hacer rabiar 4 mama. —No es por cso; hija mia;—repuso la Sefio- ra enfadada,—es porque al dia siguicnte de un baile, el cuerpo se pone muy plequecd, (flojo, déhil, decaido.) —Mama, Ud. dice ésto, porque va no es joven. {No juzga Ud. del mismo modo, Sefior? Vacilé mucho para contestar, y preferi son- (1)_No s€ siesta palabra arranca su origen de Coya-suyo, como en el Hepartaniento de La Paz, donde se d4 el nombre de coyas & los indios médicos, 6 de collado, como es m&s probable. 102 De los Andes al Amazonas reir con expresién indefinida, jTenia tal gracia y sencillez la muchacha, y tanto respeto me inspiraba la Sefiora, que era mejor dar otro rumbo 4 la conversacién, la cual siguié anima- da mucho tiempo, hasta que, volvicndo 4 ofre- cer mis servicios, me despedi de mis nuevas amistades, prometiendo visitarlas con frecuencia. Al siguiente dia, menudearon los obsequios: leche, cigarrillos, chicha de maiz, algtin venado cazado en el bosque, y cuanto aquellas buenas gentes podian ofrecer al “pobre viajero que iba 4 morirse en el Beni.” Las fiestas populares, 4 las que se referia mi simpatica a amiga, se redujeron 4 una misa solemne, 4 la que asistimos los em pleados prin- cipales de la Dclegacién, condenados 4 tener en la mano, una cera que ardia con grandes lla- maradas, obligdndonos 4 extender el brazo, co- mo lo hacia con exageracién y demostraciones de mal humor, el Ingenicro Valdivia, que se que- m6 los bigotes y lanz6 una interjecci6n neta- mente espafiola, con gran escdindalo de un jnez yun abogado, entye los que se encontraba, La procesi6n, bastante concurrida, rematé junto al templo, A cuyas puertas se presentaron cinco niflitas que representaban A las Repiblicas li- bertadas por Bolivar, dando gracias y desean- do feliz viaje al Delegado del Gobierno. De élla se desprendié el grupo de bailarines indios 4 completar la diversién en casa del Sefior Dele- gado, donde nos encontrabamos todos, acom- pafiados de los vecinos principales del pueblo. El espectaculo que el baile de los indios ofrecia en el salén, era de lo mas interesante. Los ma- cheteros,—que asi se llaman éstos,—estaban ves- tidos de tipoyes multicolores, medias largas, José Aguirre Acha 103 zapatos de altos tacones, y Hevaban sobre la cabeza, como cimera colosal, grandes plumas azules y rojas, en forma de abanico, que se agi- taba 4 uno vy otro lado, al compas mondétono de un bombo, seguido por el ruido de los cas- cabeles sacudidos en los saltos y quimbas so- bre los tobillos de los bailarines, donde estan sujetos, formando tupidas sartas. El drama representado en honor de la Delegacién, debido al Sefior Roca, era una viva referencia 4 las luchas de los aborigenas de Mojos contra el dominio espajiol, manifestando en sus escenas,— demasiado bruscas cn transiciones y pobres de bocadillola_ historia de una raza, victima de los atropellos del fuerte, pero altiva en la ad- versidad. La obra dramitica 4 que nos refcrimos, nos hizo meditar sobre la situacién actual de Mojos, que en otro tiempo, como reptiblica sui- géneris, dependiera de los Jesuitas, poseyendo industrias y comercio que hoy ya no existen. (1) Los antiguos pobladores de los pueblos de Mo- jos, han desaparecido casi totalmente. Alla, donde-se alzaban, aunque fandticas las aldeas y los pueblos, no queda siné el recuerdo de una prosperidad pasada, que conserva la decrépita generacién, reducida por la cxplotacién de go- ma en el Beni, que demanda muchos brazos, que son necesarios, para mantener siquiera es- tacionario el progreso de otro tiempo. Los Je- suitas, expuliados cn agosto de 1767, forma- ron en esa regién, hasta entonces, un pueblo laborioso y sumiso, que sabia explotar en pe- (4) “Geografia € historia de Mojos’’, por cl R. P. Eder, pw blicada en la lengua latina en Budapest (Hungria). Obras de los R. R. P. P. Morban, Altamirano, cte. 104 De los Andes al Amazonas quefia escala, por fo menos, cuanto brinda la fertilidad de esa zona. Segtiin datos existentes ea el Archivo Nacio- nal de Estadistica y Propaganda, contaba el Departamento del Beni en 1832, con 124,290 bueyes, 25,429 caballos y un nimero reducido de mulos (1). Hoy es dificil caleular la cifra 4 que ascienden los primeros, abandonados en las pampas, habiéndose confundido en la _vi- da salvaje, los correspondientes 4 diversas ha- ciendas; mientras los segundos han desapareci- do a consccuencia de una epidemia, (reblande- cimiento de la médula) que se ha presentado en la regién desde hace cerca de treinta afios, a tal punto, que los pocos importadas de la Ar- gentina anualmente, sucuanben a los pocos meses. Por las tardes, gustaba yo de salir del pue- blo, dirigiéndome hacia el Norte, ‘para dominar desde una altura relativa, la puesta del sol, que cs bellisima en esas uniformes llanuras, donde se alzan los arboles solitarios, que como el al cornoque (especie de encina porosa que da el corcho) y el tajibo, corpulentos v frondosos, se destacan sobre la linea del horizonte, con sus copas amarillas, rosadas, rojas 6 moradas, se- gin la época. El sol oscila largo tiempo, co- mo inmensa brasa de fuego que amenaza que- mar los pajonales, que se suceden cubriendo de fanebre amarillo ceniciento las pampas; y los vapores y emanaciones ténues de los Hanos, hacen el efecto de la humareda didfana que pre- cede 4 los incendios. jQué hermosos cclajes surcan el cielo azul, afectando pinceladas capri- (1) Matias Carrasco. ‘Relaciones GeogrAficas de Mojos.” José Aguirre Aché 105 chosas, que, para graduar un color rojizo, co- rriecron sobre una inmensa paleta de zatirl...... jCudnta meditacién y conjeturas, me cau- saha cl aspecto monétono de la pampa casi desierta, que sdélo ostenta la vegetacién que borda las riberas de los rios que la surcan, ser- peando mansamente, para lpusear el declive in- sensible de Jos Ianos! Se sucedian en mi imaginacién las opinio- nes de D'Orbigny, Church, Keller y otros que recorricroa esas regioncs, y me figuraba tras- portado 4 la épocaen la que el campo que do- minaban mis ojos, estaba cubierto por cl mar interior 6 lago, encerrado por les Andes hacia el Poniente; las sierras de Chiqritos, que se alzan 4 1,400 y 2,000 pics sobre el nivel del mar, hacia el Este: y tenindo como débiles represas, cl actual divortia aquarum del Pla- ta y cl Amazonas cn el Sud; y una cadena de montafias bajas, en la que se confundian al Norte las sierras de M Mattogroso, con los flti- mos contrafuertes de las cordilleras que sepa- ran la hoya del Ucayali. jQué hermoso mar se- iia aquél que se desbordd por sobre las bajas montafias del Norte, formando las actuales ca- chuelas del Mamoré y cl Yata,el Beni y el Madre de Dios, el Madera, el. Abunda y el Purts, cuando la suspension del lecho, por aglomeracién y nive- lacién sedimentaria, llegé A esas alturas, llevan- do un nuevo contingente nivelador al gran mar ue también formaba el Amazonas, hasta abrir. ¢, por la garganta de Obidos, un paso a! Océa- nO, como el mar del Plata, por el Rosario! (1) (1) Véase el “Antiguo Mar de la Pampa x el Lago de Mo- jos” por cl Coronel Jorge E. Church, Presidente de la Seccién Geo- grAfiea de la Asociacidn Britdnica. 14 De los Andes al Amazonas, 106 De los Andes al Antazonas iQué forma geografica, tan distinta de la actual, tenia la América del Sud en otro tiem- po, cuando el Brasil era s6lo una gran penin- sula, del mismo modo que las Guayanas, Ve- * nezuela y Colombia al Norte, y parte de la Pa- tagonia y Chile al Sud, extendiéndose como tempestuoso mar mediter ranco el alto lago de la Altiplanicie Andina! jCudntos desdrdenes causados por el fucgo central del planeta, ha venido 4 reparar la ac- cién niveladora de las aguas... CAPITULO XIL ¥1 Piquete Santa Cruz.—Navegando el Mamoré.— El Itenes._Las Cachuelas. aN oficio del Ministerio de Coloniza- cién, anunciaba al Delegado Extraor- dinario, que, al mismo tiempo que sa- liamos de Cochabamba, debian partir, como ‘contingente necesario para la_pacifica- cidn del Acre, 50 hombres de la ciudad de San- ta Cruz y otros tantos del Escuadrén Abaroa destacados de antemano 4 Apolo (Departamen- to de La Paz), para reunirse con nosotros, en Trinidad los primeros, y los segundos en Ri- beralta. El dia 23 de julio, arribé el Piquete ‘“San- ta Cruz” al Trapiche, recibiendo la orden de permanecer alli hasta el dfa de la- partida, mientras el nuevo Prefceto del Departamento, Sefior Miguel Mancilla, que condujo dicha fuer- za hasta ese puerto, pasaba 4 Trinidad A po- sesionarse de su clevado cargo. A mds de ser indispensable 4 la Delegacién Extraordinaria, la incorporacién de este con- tingente militar, la falta de embarcaciones pro- longé nuestra permanencia en la capital del Beni, hasta el dia 29 de julio, dedicdndose du- 108 De los Andes al Amazouas rante este tiempo el Seiior Delegado 4 cumplir su cometido, referente 4 la administracién del Departamento, con la facultad de provecr los puestos de empleados vacantes, dar posesién al Juez Superior de ese Distrito, inspeccionar jas oficinas fiscales, etc. El dia 28, partié el Piquete “Cochabam- ba” al vecino puerto, donde se encontraba ya la fuerza de la que hemos hecho mencién, y en la tarte del siguiente, lleg4bamos 4 él los em- pleados civiles, para | proceder de inmediato 4 la distribuci6n de viveres y equipajes en la Lancha Inambarv y dos grandes batelones que ésta debia remolear. A horas 2 y media p.m. del 30 de julio, Iegdbamos nuevamente al Mamoré, habiendo dejado el Ibary, euyos principales afluentes son el Macovi, el “‘Tbarceito, el Yoiva, el Arroyo de Caimanes y el Tico; y al caer la tarde, pasamos por la boca del Tijamuchi cuyos tributarios son el Sencro, Itaresore, Ichiniva, Cavito y Ca- vereni. {Qué airosa surcaba la “Inambary,” agi- tando nuestra ensefia tricolor, las majestuo- sas corrientes del Mamoré, que se retorctan de- sordenadamente, heridas. por la poderosa rue- da que las rechazaba con violencia, para alejar- se de ellas, dejando una prolongada estela en el centro del rio! Amarrados firmemente A va- bor y estribor, cortaban con su ancha quilla la superficie liquida, los dos batelones, ocupados por los dos Piquctes, y dominados por el Per- sonal Civil, desde la cubierta de la Lancha, so- bre la que, formando pequefios grupos, se entre- gaba 4 la meditacién, contemplando las ribe- rasdel Mamoré, silenciosas y tranquilas siempre. ” José Aguirre Acha 109 El Piquete “Santa Cruz’ constaba de 48 soldados 4 érdenes del Mayor Benjamin Ascui, el Capitan Nicanor B. Pérez y los Tenientes Franco, Jordan y Gallardo, Seis mujeres, pro- cedentes de aquel Depart tamento, no habian vacilado.en acompafiar A esa fuerza, hasta el temible Acre, siguiendo la noble ensefianza del Nazareno,-morir por amor......al hombre. Benjamin Ascui, frisaba entonces en los 28 afios de edad. Bajo de estatura, pero bien for- mado, tiene una fsonomia alegre y ¢xpresiva en cxtremo, con sus ojos verdes, su frente es- paciosa, su nariz fila, sus labios gruesos. y su barha_y bigote overos y descnidados. Es un joven inteligente y escritor satirico, dedicado desde nifio A la publicacién de periddicos de caricaturas. La Oficialidad, entusiasta y patriota, co- mo lo yeremos en el curso de la narracién de la Campaiia, contaba con jévenes distinguidos de la sociedad crucefia, notandose entre los sol- dados, jovenc.tos alucinados por las glorias de la guerra 6 la curiosidad de aventuras en la selva. Nuestro viaje por cl Mamoré, no. tuvo in- conveniente alguno. Las tres embarcaciones ligadas, se deslizaban rapidamente por la su- perficie tranquila, con el bullicio de los alegres expedicionarios, que, 4 cada nueva curva * del rio, contemplaban hermosos paisajes, asoman- do alguna vez en la ribera, un claro de bosque cn el que se alzaba una pobre habitacién, ante la que se detenia la lancha, para proveerse de combustible 6 comprar una res que era bene- ficiada inmediatamente, 6 platanos y yuca. Al anochecer elegiamos casi siempre un lugar po- 110 De jos Andes al Amazonas blado, obstando 4 falta de éste, por una an- cha playa donde acampébamos, cuidando de armar rapidamente los catres y mosquiteros, molestados siempre por los mosquitos noctur- nos, que reemplazaban al tabano y al pequefio marigiii, que nos acompaijiaba durante el dia, nutriéndose con nuestra sangre y dejando en nuestras manos y cara, las diminutas huellas de sus picaduras. El 31, 4 medio dia, pasamos por el pue- blo ahandonado de San Pedro, 4 cuyos pobla- dores se dA el nombre de canichanas, en razin de estar situada en la regién, csa tribu de los aborigenas. A} caer la tarde Ilegamos 4 la ho- ea del Apere, cuyos afluentes son los riachue- los de Bocerona y el Rio Grande de Mato. El 1°. de agosto en la mafiana, dejamos el Mamoré, para arribar el Yacuma, 4 cuyas margenes dejamos la tropa, para seguir por su aflucnte, el Rapulc, hacia el puchlo de Santa Ana, situado A dos kilémetros de la orifla i iz quierda, de este rio, y al que Megamos a medio dia, entre las manifestacones de entusiasmo con que recibian 4 la Delegacién sus 800 mo- yadores (movimas). Santa Ana es el pucblo mas comercial del Departamento, siendo la capital de la vasta provincia del Yacuma, 4 la que pertenece el im- portante pucblo de Reyes, situado A poca di tancia del rio Beni y ligado por la via fluvial del Yacuma, que, en opinién de don Tadeo Haencke, que lo navegé muchas veces, puede sin mucho trabajo, servir de canal de comuni- cacién entre el Beni v el Mamoré. Debido 4 esta facilidad relativa de comunicacién, pudi- mos saber en Santa Ana, el paso del Piquete José Aguirre Acha 111 “Abaroa”’ procedente de Apolo, que, siguicndo por el curso del Beni, dcbia incorporarse A la Delegacién Extraordinaria en Riberalta, como lo diyimos al comenzar el presente capitulo. A mids de esta noticia, se nos comunicaba, que una carta dirijida de Reyes anunciaba el préxi- mo arribo de 350 hombres procedentes de La Paz, con direccién al Acre, cuya situacién, se- gtin era presumible, debia haberse agravado, durante ¢l tiempo que, alejados del mundo to- do, cruzabamos nosotros las selvas solitarias. Desde entonces nuestras conjeturas se hicieron mas frecuentes, vy, presas de una incertidumbre matadora, cambidbamos ideas diversas, que concluian ‘siempre en el presentimicnto de un desastre. Después de dos dias de permanencia en el pueblo, dedicados por el Delegado 4 mejorar la administraci6n politica, recligiendo al Subpre- fecto y reemplazando en algunos cargos ptbli- cos 4 los empleados, dejamos Santa Ana el dia 3, para proseguir nuestro viaje por el Mamo- rvé, después de incorporarse la tropa, al salir del Yacuma. Al ponerse el sal Hegamos al pueblo de Exaltaci6n situado 4 la margen izquierda del Mamoré, 4 igual distancia que del RApulo la anterior poblacién,-y como casi todas las de Mojos, donde las inundaciones, que cubren una extensién, calculada por Church en 35,000 mi- llas cuadradas durante cuatro meses del afio, solo dejan pequefias alturas de que carecen los planos préximos al cauce de los rios. Exalta- cién, hoy en completa ruina, cuenta con 300 vecinos préximamente (cayuvabas), y es famo- Sa por su rico tabaco. El dia 4, sin novedad alguna, pasamos 112. De los Andes al. Amazonas por. Benjamin a medio. dia, y en la tarde por Navidad, donde acampamos en la noche, y el.5,. después de. habernos provisto de lefia vy viveres, Ilegamos 4 la desembocadura del rio Matucare (12. y media p. m.). donde en innume- rable cantidad encontramos, caimancs, que se sumergian en. las orillas 4 la aproximacién de la lancha 6 permanecian inméviles en la playa, ‘como troncos arrojados. indistintamente por las corrientes. El.Matucare, desemboca por la ‘margen derecha del. Mamoré, sicndo la via principal de comunicacién del pueblo de San Joaquin y otros de la Provincia del Itenes, (itenamas). En este punto existen varios pe- ‘drones en el lecho del rio, dando a conocer, co- mo lo asegura Keller, la existencia de una ca- ‘chuela que ha desaparecido por la accién corro- siva del rio. _ El aspecto de las mdrgencs, es mds poéti- co en lo sucesivo. Varios pedrones de aren'sca arcillosa, porosos y de color plomiso, se divi- san. altos y bordados de pasto en sus cavida- ‘des. El rio es angosto y profundo en este pun- to, midiendo 30 metr 0S de sondaje por 200 de anchura, poco mds 6 menos. Las riberas, al- tas y firmes, libres de la inundacién, son apro- piadas-para algunas poblaciones, que se funda- ran en lo porvenir en sitio tan propicio; y el bosque .ostenta en él,. Arboles atiles para la cbanisteria y otras artes. En la tarde llegamos al estrecho torno de Mayosa, 4 cuva margen derecha acampamos, abricndo en ella un gran chaco, en el que en- cendimos varias. hogueras, al son de las corne- tas, que saludahan el gran dia de nuestra ado- yada Patria,— José Aguirre Acha ~ 113 6 de Agosto, cuya aurora fué saludada por varias descargas de fusileria y el himno nacio- nal cantado 4 coro, Con el frenético entusias- mo que nos animaba, pasamos 4 las 6 a. m., bulliciosos y alegres, por la boca del arroyo de Mayosa, proveniente de las pampas pr6xi- mas al Rogoaguado, donde moran los chaco- vos, y 4 las 4 de la tarde, por la del gran rio Itenes (11°.54.’ Lt. S.) que nos presentaba un hermoso panorama, confundiendo sus cristali- nas corricntes con las turbias del Mamoré. La vista de una inmensa bahia nog ofte- cia la cuonfluencia, con la anchurosa boca del Itenes 6 Guaporé, que, rechazado en el Norte por unas colinas tupidas de vegetacién, tribu- taba sus caudales al Mamoré, cuyas ondas, separadas en largo trayecto, iban confundien- do en su seno barroso, las cristalinas, que, en- vueltas cn rdpidas corrientes, afectaban glo- bos transparentes, en lucha con los turbiones que los disgregaban de la masa verdusca. La “Inambary,” pas6 por la misma linea de reunién, dejdndonos ver, A uno y otro lado, las aguas de ambos rios, entremezcladas en confusos remolinos, que dirijian hacia las leja- nas riberas, oleajes que arrugaban_ sucesiva- mente la superficie tranquila. El Itenes, casi tan caudaloso como el Ma- moré, es, en una gran extensidn, el limite de Bolivia con el Brasil, recibiendo del territorio de este altimo, los afluentes San Francisco, Ploltho, Carumbiana, Moquenes, San Simén v Cantarios; y, originados en las provincias bo- livianas de Chiquitos y Magdalena, el Verde, Paragat, Baures, Rio Blanco é Itonana 6 Ma- ehupo. La exploracién de sus nacientes, préxi- 114 De los Andes ai amazonas mas A las del rio Paraguay (Jaura) motivé en 1773 una tentativa de canalizacién utilfsi- ma, tanto para cl comercio del Estado de Mat- ‘ togrosso, como para los Departamentos del Beni y Santa Cruz. Después de un corto descanso, en la mar- gen derecha del Bajo Mamoré, proseguimos el viaje 4 horas 5 y media, con el propdsito de navegar toda la noche; pues, desde la boca del Itenes, el caudal del Mamoré ofrece seguridad completa. Alas 10 de la noche Megamos 4 avistar Ja isla de San Silvestre, situada en medio del rio y midiendo, en su mayor extensi6n, 2 kilé- metros, pero sin tener utilidad alguna para el comercio de esas regiones, 4 causa de estar inundada por las crecientes del rio durante la época de aguas. Al amanceer del dia 7, nos encontramos en las Pefias Coloradas y, por consiguiente, habicndo adelantado mucho durante’ la noche; yv A horas 8 de la mafiana avistamos los islo- tes Pacanovas, poéticamente agrupados cerca Ala margen brasilefia, y destacdndose en la superficie bruftida del rio, como bancos flotan- tes cubiertos de plantas acudticas. Las tres mayores pertenccen .4 Bolivia y se ostentan coronadas de una vegetacidn robusta. Desde este punto se divisan ya las dos primeras ca- chuelas. Guayaramerin, caserio situado 4 la cabe- cera de la cachuela de este nombre, y donde llegamos 4 horas 10 del dia 7 de agosto, cuen- ta con unos 20 habitantes, dedicados 4 la atencién del trAngito entre Trinidad, Villa Be- Na y-Riberalta. En él después de descargar de José Aguirre Achd 115 la lancha el equipaje y viveres, permanecimos hasta el 9, dia en el que los Piquetes ‘“Cocha- bamha” y “Santa Cruz” con el Personal de Adscritos 4 é6rdenes de Pérez Gonzalez y Ascui, tomaron: el camino p:r tierra, que remata en Florida (rio Beni) para evitar el peligroso pa- so de las cachuelas y facilitar la marcha. Que- daron con el Personal Civil, para hacer el via- je fluvial vy conducir la carga visitando Villa Bella, algunos soldados que podian servir co- mo remeros y un reducido naimero de enfermos, A los que era imposible enviar por tierra. Como una digresién necesaria, y antes de seguir nuestro viaje por las cachuelas, dchemos citar siquiera las lanchas 4 vapor que pres- tan frecuente servicio en la navegacién del Ma- moré. Ellas son: La “Inambary”’ y la ‘‘Sucre” de 4 34 toneladas, la “Guapor2’ y la ‘Siglo XX” de a 57 y ¥%, vy la ‘‘Guapay” de lly %. Los batelones son numerosos, siendo muy ra- ras las canoas que Ilegan al Corregimiento de Guayaramerin. Despachados los Piquetes, por tierra, y des- pués de estrechar la mano de mi querido ami- go Pérez Gonzalez, que lamentaba no poder ser mi compaficro en la travesia de las cachue- Jas, almorzamos ligeramente en compafiia del nuevo Corregidor, don Manuel Revollo Pol, y a horas 12 m. seguimos el viaje en una peque- fia monteria (batela de 100 @ poco mas 6 me- nos), con cl propésito de aleanzar en la cachue- Ja siguiente, al personal que se habia dirigido 4 élla en las primeras horas de la mafiana. El Sefior Delegado dirigta la pequefia em- hareacién como piloto, y Aranibar, Jordan, Antonio Velasco y el autor de esta obra, ma- 116 De los Andes al Amazonas nejaban los remos, procurando, en el peligroso paso de Guayaramerin 6 Guayard—mini (salto chico en guarani) uniformar cl. movimiento, precipitando el compds cn el sitio de mayor peligro, indicado por los espumantes remolinos, que, en una extensién. de mds de 100 metros, turban la argentada superficie del rio, desbordan- dolo 4 capricho en caudalosos raudales que serpéan presurosos entre las rocas de su inte- rrumpido Alveo. Guayaramerin, no es una cachuela temible. A poca distancia de ella se encuentra Guayard -guazii (salto grande), 4 cuya cabecera llega- mos 4 las 2 p. m., reuniéndonos con los hate- lones que descargaban en élla el equipaje y los viveres, para trasladar gran parte de cellos, por tierra, aligerando las embarcaciones que debian tomar el peligroso canal de la rompiente. jQué espectaculo tan hermoso ofrecia la ca- chuela 4 nuestra vista! De pié, sobre algunos pefiones de la margen derecha, contemplaba- mos, varios amigos, el paso de las embarcacio- nes. Alld, sobre la cabecera de la rompiente, el rio corria manso, retratando en su brufiida superficie el cielo azul y las riberas de esme- ralda que lo bordan. El sol tropical hiere la masa liquida, quebrando sus rayos de oro en la planicie de plata, que, rebosando en cl an- churoso cauce, sigue serena y décil, rebotada entre las convexidades de orillas eaprichosas afianzadas por las raices de troncos seculares, que se mecen blandamente al soplo de la bri- sa voladora. Una valla interrumpe la calma del magestuoso rio, que, despertado de su apa- cible sopor, salta el obstaculo, desborddndose en presurosos raudales, que serpentean entre José Aguirre Ach: 117 las recas con sordo rumor, y se encrespan desor- denados, lanzando al aire salpicaduras de espu- ma que tornan 4 cacr en el onduloso lomo de la furiosa catarata! El batelén, dirigido cautelosamente, toma el raudal mas caudaloso, y mientras el piloto, zapateando cn la popa, indica A los remos, el compas al que obedecen para hender la proce- losa corriente, la ligera embareacién, describien- do bruscas curvas, se aventura entre las rocas de la caida 6 répido, para salvarlo, peloteado horriblemente por las desordenadas corrientes del rio, que azotan las orillas, antes de reco- brar cl calmado aspecto con que bafian los Ia- nos apacibles que encapotan las selvas del Orientel....... Las cachuelas,como lo dice Church,-reco- tren un lecho ferruginoso, de roca conglomera- da, denominada cangea. Esta tiene por base una arenisca arcillosa que se corroe facilmente con la accién desgastadora de la corriente. La canga es socavada gradualmente, y, rom- piéndose en trozos, es acarreada por las ondas al fondo del rio, disminuyendo asi, la altura de las rompientes, que son de rocas graniticas y¥ metamérficas, muchas de elles. La Bananera (Platancra) 4 cuyo comien- zo, acampamos la noche del dia 11, es la mds temible, dividiéndose en élla el caudaloso Ma- moré en muchos canales que forman 57 islotes de base granitica debida al inmenso filete de montafia subterrdnea que corta en ese punto el dlveo del rio (2 millas de ancho). En el is- lote Paquié, donde esperamos la traslaci6én de la carga por tierra, y el paso de las embarca- ciones con auxilio de fuertes cables sujetos 4 la 118 De los Andes al Amazonas orilla, encontramos una lipida colocada sobre el tronco de un Arbol aislado y frondoso, con- sagrada 4 Ja memoria de Victor Ballividn, que naufragé en él el 8 de febrero de 1893. En ella se lee el siguiente epitafio debido 4 nuestro modesto é inspirado vate el Sefior Rosendo Vi- Nalobos:— : “El céfiro vago, dormido en las palmas arrulla entre aromas tu cteino sopor; y en tanto el recuerdo, despierto en las almas, cual céfiro vago, dormido en las palmas, no quiere que duermas; veclama tu amor. Descansa! te dicen, luz y aves y frondas. Despierta! f€ y gloria y amor y ambicién. La muerte no quiere que, décil, respondas y arrullan tu suefio luz y aves y frondas y ahoga en sollozos su voz la oracién!” A horas 2 y media, gracias al Sefior Pas: tor Suarez, que habia salido en nuestro alcan- ce desde Villa Bella, seyuimos el viaje’en una monteria, acompafiando al Delegado, el Seere- tario sefior Jordan Soruco y-el ‘que esta obra escribe, para llegar 4 horas 6 de la tarde al ‘puerto de Villa Bella, después de pasar las pe- ligrosas cachuelas de Layos (Lajas) y Palo- Grande, dejando todo el. personal 4 cargo del Doctor Aranibar en la Bananera. ig CAPITULO XII. Villa Bella.—Por cl Eajo Beni.—Un incidente desgraciado. Nis LGuNos arreboles rojos, aglomerados 4 Cas? capricho, habia dejado en occidente e@e como recuerdo pasajero, el sol del dia f 11 al sumirse en el verdusco océano de los bosques. Nuestra monteria que cruza- ba silenciosa ¢l anchuroso Mamoré, viré tran- quilamente dirigiendo su rumbo hacia una luz incierta que por momentos aparecia en Ja mar- gen izquierda. A los pocos minutos, saltdéba- mos & tierra los cuatro compafieros, después. de asegurar la embarcacién, por el largo cable de proa, en una estaca clavada en la arena, pa- ra dirigirnos rapidamente hacia una casa en la que se festejaba el natalicio de la sefiora Lei- gue. La sorpresa que causé nuestro apareci- miento, en medio de los principales vecinos de Villa Bella, aumenté cl entusiasmo, hasta en- tonces calmado.por los ceremoniosos comien- zos de la reunién Breve y animada fué la mesa 4 la que pa- samos 4 los pocos momentos, dejdndola preci- pitadamente, al escuchar los alegres acordcs 120 De los Andes al Amazonas de la orquesta que nos esperaba en el salén, conviddndonos al baile. Ala media noche estrechdbamos las ma- nos de nuestros nuevos amigos, para dirigirnos hacia el alojamicnto que nos habian preparado. Rendido de fatiga, y olvidando por ella a los sanguinarios mosquitos, recostéme en mi catre de campafia, sin armar el mosquitero. Mi despertar fué extrafio. La habitacién que ocupaha me hizo, ea los primeros momen- tos, la impresién de una gran jaula; pucs 4 través de los muros construicdos de caiias—hue- cas 6 chuchios (1) colocados en hileras y afian- zados por delgadas cuerdas que los entrelaza- ban 4 cierta altura, me permitian ver las ca- sas y canchones vecinos, en los que se agita- ban sus moradores dedicados al aseo de las habitaciones, en las primeras horas de la ma- fiana. . Una escuela ocupaba la morada préxima, yasomaban entre las cafias de la pared, los ojos de los curiosos nifios, obligdndonos 4 que- dar en el lecho, hasta que, burlando su espio- naje, pudimos vestirnos rApidamente. jQué ex- trafia impresién causé en mi, el aspecto de una poblacién transparente, bendiciendo una y mil veces, las peligrosas cachuelas que la mantic- nen aislada de la maledicencia de las beatas ue pululan en las ciudades del interior! Villa Bella cuenta con 800 habitantes préxi- mamente, ocupando la angulada playa que for- man el Mamoré y el Beni en su confluencia. (10° 21’ Lt, S.) Sus calles anchas, que carecen de adoquinado y cortan cn perfectos cuadros (1) Graminea, tribu de las arundineas. José Aguirre Acha 121 Arr las pocas manzanas de la poblaciéu actual, rematan en ambos rios, que la limitan por oriente y por occidente, 6 se prolongan Sefia- ladas por pequefios surcos, hacia el “desmonte pantanoso del Sud, donde se muestran algunos arboles frutales que ha respetado cl hacha, 6 ha plantado recientemente el poblador. Todas las casas son de un solo piso, formadas sus pa- redes de chuchios, como. hemos dicho anterior- mente, con un reboque de barro algunas de ellas, que puede permitir un ligero entapizado de papel’ 6 lienzo que decora Jas habitaciones de la gente acomodada. Los techos, de anchos alares, consisten cn hojas de palma (palla) su- perpuestas en gran cantidad, sobre vigas flexi- bles y delgadas que deseriben irregulares cua- dros en el plaf6én de los aposentos. La Aduana, cs el edificio mds avanzado hacia el vértice del angulo que forman las dos playas, sin ofrecer 4 la vista del pasajero, otro distintivo que el Escudo de la Reptblica, que corona el estrecho portal. Los batelones que exportan la goma eldstica del Beni, y una re- ducida cantidad del Itenes, se detienen en la arenosa playa, para ser inspeccionados por un empleado fiseal, antes de seguir el viaje por el Madera atravesando por sus 19 cachuelas (1) que ofrecen un desnivel de 61 metros en 245 ki- lémetros de extensién, hasta el puerto de San Antonio, del que es exportada 4 Europa, por buques de mayor calado. El transito de tripu- laciones en Villa Bella, ofrece un espectdculo interesante al viajero, que puede juzgar por los (\). Madera, Misericordia, Riberén, Arards, "-dernera, Pa- redén, Girao, Calderén del Infierno, Teutonia, ete 16 De los Andes al Amazonas, 122 De los Andes al Amazonas semblantes, la procedencia de los individuos. Es tan triste el aspecto de los que vuelven de San Antonio, después de un viaje de 40 4 50 dias, que es imposible confundirlos con los que se dirigen 4 ese punto, exportando la goma, desde los Iejanos establecimientos de explota- cién!. _ El panorama que presenta, hacia cl Norte del puerto, el origen del gran rio Madera, es interesantisimo, contemplando 4 derecha é iz- quierda los ‘dos brazos que lo forman y que, segin cdlculos del General Pando, tributan en- tre ambos 26,229 pies cibicos por minuto, correspondiendo 13,120 al Beni, en Jas mayo- rés crecientes, y midiendo éste un kilémetro de ancho, por novecientos que tienc la boca del Mamoré. Frente 4 Villa Bella, hacia la margen de- recha de este filtimo rio, se divisan las pocas habitaciones de la naciente poblacién brasilefia Villa Murtinho, destacdndose al otro lado,—ori- la izquierda del Beni,-una pequefia capilla, una cémoda casa y algunas. moradas modestisimas de que consta la Gran Cruz, propiedad del Se- fior Delegado Extraordinario. El dia 14, incorporésenos cl personal que habia quedado 4 érdenes del Doctor Aranibar en la Bananera, prosiguiendo el viaje el 18, con rumbo 4 Riberalta y ‘arribando penosamente en los pesados batclones, las corrientes del rio Beni. El Sefior Delegado acompafiado de su Se- cretario y dos empleados que habian quedado en el puerto, partid el 20, quedando yo, por atenciones que reelamaba mi empleo, hasta el 22, para emprender el viaje en un batelén del José Aguirre Acha 123 Sefior Ignacio Becerra que se dirigia 4 Riberal- ta, Ilevando mercaderias recientemente impor- tadas 4 Villa Bella. Penosa es en los primeros dias la arribada de un rio, después de haber navegado rapida- mente otro, aguas abajo. Los mosquitos que no se presentan en cl segundo caso, 4 causa de Ja veloz-traslacién, siguen en el primero muy de cerea 4 los viajeros, girando comu ne- gros nubarrones al rededor de la embarcacién. No es posthle contar con un momento de des- canso, dentro del ristico camarote, en el que, agazapado cl pasajero, sacude fatigosamente un abanico de plumas de cuervo (puputa) pa- ra algjar la plaga que lo anonada. El sol ar- diente del medio dia y la atmésfera pesada y haémeda, abisman en el mutismo y la inaccién al navegante, que, desde el interior del cama- rote contempla indolentemente el paisaje, fijan- do los ojos 4 momentos en las espaldas cobri- zas de los tripulantes, que se sumergen cn el agua, para volver 4 empufiar el remo mecién- dolo contra el borde del batelén, que avanza pesadamente cortando los turbiones que recha- zan su débil impulso. Después de almorzar en la barraca Porve- nir, préxima al puerto de Villa Bella, navega- mos todo el dia, hasta acampar en las prime- ras horas de fa noche en Gran Portento, pro- piedad del Sefior Antonio Chavez, para seguir al dia siguiente hasta la cachuela Esperanza, A cuyas proximidades atracé nuestro batelén. 4 las 12 m., sacudido violentamente por las on- das agitadas contra los pefiones de las marge- nes. . La Esperanza es intransitable, siendo por 124 De los Andes ai Amazonas lo tanto mas hermosa y temible que las det Mamoré que permiten, no sin gran peligro, el paso de las embarcaciones por sus caprichosos canales. Tiene un declive de 20 pics en 1,000 de longitud, desatandose con estruendo por so- bre su granitico Alveo, en cl que asoman ca- biertos de espuma algunos riscos angulosos y negros, como salpicaduras’ de lodo sobre una tanica blanca estendida en un matorral. Sobre la rocosa margen izquierda, sc des- taca el gran barracén del Sefior Nicolas Suarez, con algunas moradas que se alzan cn_hilera sobre una via proyectada, distinguiéndose en la prominencia mds cercana 4 la caida, un mausoleo de marmol consagrado 4 la memo- tia de la compajiera del rico propietario. El resto del dia y los dos siguientes, fue- ron dedicados 4 la descarga del batelén, para trasladarlo arrastrado por sobre las rocas de la orilla, con ayuda de numerosos_trabajado- res, previo ‘abono de cincuenta botivianos al Ad- ministrador del establecimiento. A las 3 p. m.,.del 26, dejamos la cachuela, en compafiia de otro batelén, en el que viaja- ban con igual destino cl Sefior Pastor Sudrez al que va hemos presentado antes de Uegar A Villa Bella, vy el Sefior Federico Melgar. La fiebre, cuyos primeros sintomas, me habian debilitado desde mi permanencia en el puerto, hacia rApidos progresos en mi orgatis- mo, causdndome un malestar moral del que en vano procuraba distraerme. conversando con mis compaficros 6 paseando la mirada incierta ante la sucesi6n monétona de Jas orillas mon- tafiosas. Presentimientos absurdos y suseepti- bilidades’sin causa razonable, anonadaban mi José Aguirre Acha 125 voluntad que permanecia inerte al constante reclamo de una energia ficticial. Sumergido en tan onda tristeza, navegué el Bajo Beni, acampando la primera noche en las cabeceras de la Esperanza, para continuar al siguiente dia hasta Perseverancia, después de haber vencido durante la mafiana el peligro- so paso de Correnteza, en cl que el rio toma un impulso colosal, debido 4 los primeros de- clives de su Alveo al entrar en las cabeceras de la cachuela. Perseverancia, propiedad del Sefior Monte- ro, es una hermosa barraca, situada a la mar. gen izquierda del Beni, frente 4 una isla que més arriba forma. El edificio principal se divisa 4 una altura de 25 metros sobre el nivel del rio, en la época 4 que nos referimos, y domina una gran extensién de la Manura liquida con un fondo de bosque secular, Existen solo, en la parte desmontada que cireunda las construc- ciones, algunos almendros gigantescos (amyg- dalus dulcis, que en los climas tropicales ad- quieren un desarrollo superior) y otros Arboles utiles. Segiin los informes que nos dieron, arran- ca de este punto, un camino que ligando las ¢s- tradas gomeras que se explotan, remata en el rio Negro 6 Abunacito, no siendo dificil ligarlo 4-los senderos del Abuad y el Iquiry para co- municar los resguardos aduaneros que precisan esos rios sobre la frontera. La buena suerte nuestra, nos brindé la oportunidad: de ¢mbarcarnos el dia 29 en ese punto, en la Lancha ‘“Sernamby” que atracd la vispera para proveerse de lefia. Su Coman- dante Sefior Terrazas, nos recibié amablemente, 126 De los Andes al Amazonas y 4 las 9 de la mafiana, zarpamos de la barra- caen la que habfamos permanccido los dos dias anteriores. A horas 3 p. m., pasamos frente 4 Santa Cruz, perteneciente 4 los Sefiores Aponte Hermanos, sobre Ja margen izquierda, y después de una hora, por Etapa, en la orilla derecha, Ilegando con el crepésculo 4 la barra- ca Florida que se alza 4 30 mctros de altura, siendo cl importante sitio en el que remata cl camino de Guayaramerin cruzando el Yata (14 leguas), que habia seguido la fuerza militar, pa- ta pasar 4 Riberalta navegando cl Beni, des- pués de algunos dias de permanencia. Después de tres horas de navegacién, pasa- mos el dia 30 por la boca del rio Orton (10°. 44’ Lt. S. y 68° 49 O. de P.), para desembar- car en el barracén del mismo ‘nombre situado A 2 millas m&s arriba, sobre una ribera alta y despejada, Este establecimiento, que es uno de los mds importantes y ricos del rio Beni, cuenta con tin hermoso cdificio ocupado por la Adimi- nistraci6n, y varias construcciones alineadas so- bre la orilla, donde se extiende una avenida de Arboles corpulentos. La parte desmontada es extensisima, partiendo de ella multitud de sen- deros hacia los centros de explotacién de go- ma que corresponden 4 la “The Orton (Boli- via) Rubber’ C°. Ltd.” en el angulo formado por-los dos rios. Mi sorpresa fué grande al encontrar en el barrac6n, al Ingenicro Garcia de Valdivia, que habia quedado en él, esperando 4 los hatelones que debian volver de Ribcralta para tomar la via del Orton, trasladando viveres destinados al viaje al Acre. José Aguirre avna izi Con el propésito de pedir nucvas instrue- ciones del Delegado, 6 aburrido con la separa- cidn, resolviéd embarearse conmigo en la Lan- cha Tahiamanu, el 1°. de setiembre, hacia Ri- heralta, 4 donde Negamos en ja tarde, después de cuatro horas de navegacién rdpida. Esperdéndome en la “playa estaba mi cari- fioso.compafiero de viaje Pérez Gonzalez, al que después de estrechar en mis brazos, dejé acom- pafiado del Ingeniero, para buscar al Delegado y darle cuenta de mi cometido en la Aduana de Villa Bella. Alejdronse ambos, cojidos del brazo, 4 em- pinar una copa en la cantina préxima, y desa- parecieron doblando alegremente una esquina y dgjandome oir atin las carcajadas y chanzo. netas que interrumpian su entusiasta conver- sacién, Mi entrevista con el Sefior Delegado y al- gunos de mis amigos, se prolongd hasta las 9 de la noche, hora en la que, rendido de cansan- cio, me dirigi hacia el alojamiento que me ha- bian destinado, Una detonacién de revélver llamé mi atenciédn 4 los pocos pasos, y presa de un presentimiento doloroso, cambié ‘de rum- bo, encaminandome al sitio del que parecia ha- ber procedido. A la luz de los fésforos que en- cendieron algunos transeuntes, descubri un ca- daver junto 4 un charco de sangre, en el cen- tro de la via; y, atraido por los gritos de al- gunos vecinos, pude ver la silueta de un hom- bre que, con la cabeza descubierta y el brazo levantado, se internaba presuroso en la selva para perderse en élla disparando su revélver contra sus perseguidores. La multitud habia rodeado el cadaver, 128 De los Andes al Amazonas mientras los soldados de los Piquetes, que se encontraban fuera del cuartel, corrian por el bosque, en desordenados grupos, produciendo A lo lejos, ruido de ramas que se rompian en to- das direcciones. En la faz livida y ensangrentada de la vic- tima, reconoci las faccionces enérgicas de Pérez Gonzalez, y una lagrima silenciosa que broté de mis ojos, cay6 amarga sobre mis labios! _ A consecuencia de una discusién acalorada, y de ofensas mituas, habia expirado mi caro compafiero, y el Ingeniero Valdivia, se perdia para siemprel............

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