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MAX WEBER EL SABIO Y LA POLITICA Prélogo de Juan Carlos Torse Wissenschaft als Beruf ‘Miiachen, Duncker & Humblor, 1919. Reproducido en Gesammelte Aufsitze zur Wissenschafislehre, 2 ed. (Tabingen, Mobs, 1951), 566-597 ‘Traduecién dieecta de Delia Garcia Giordano Politik als Beruf Miinchen, Duncker & Humblot, 1919. Reproducido en Gesemmelte politische Sehsiften, 2d, (Tubingen, Mobs, 1958) 493-548 ‘Traduecin dicecta de JL. B. &= © tuna calle que asciende lentamente, 0 en circuns- tancias andlogas; pero en todo caso nunea suigen cuando se ls espera y jams mientras nos rompe, ‘mos la cabeza en nuestra mesa de trabajo, Lo cles, {0 ¢s, sin embargo, que no le surgitfan a uno sno Se ubiera roto la cabeza en la mesa de trabajo y sf deiris suyo no estaviera planteads la apasionante pregunta, Pero sea como fuere, el investigador debe tener en cuenta ese azar que subyace en vode trabajo cientifico: la “inspiracion” zaparece o no? Uno puede set un trabsjador distinguido sin embargo no haber tenido munca una idea propia valiosa. Es un grave ettor ereer que esto sdlo cea tre en las cientias y que detrés de un mostradon, por ejemplo, las cosas son distintas que en un Ebboratorio. Un comerciante o un gran industrial sin “fantasia comercial”, es decir sin “ideas”, sin “ideas geniales”, serd toda su vida un hombre a ute, cosa que se idea pueril suponer que un matemitico legue 2 obtener algiin resultado cientficamente valiose or el sélo hecho de sentarse ante una mesa de tox bajo con una repla 0 con otros elementos meciat, £05, 9 con una méquina de calcular. La fantanin smatemitica de tun Weierstrass esté evidentements Orientada, en el sentido y cl resultado, en wee 0 direcci6n distinta ala del artista y es fundamental- jente diferente a ella desde el punto de vista cua- Thativo. Pero no desde el punto de vista del proce- s0 psicol6gico, Ambas no son otra cosa que ebrie- dad (en el sentido de mania de Platén) e “inspira ion”. “Ahora bien, verda sirve de pretexto en una cierta senalidad popule (expandda especialmente entre los j6vents, lo que es comprensible) para ponetse al servicio de algunos idolos euyo culo ‘eupa ostentosamente un lugar en cada exquina y én todos los petiédicos. Estos idolos son la “‘per- idad” y la “experiencia”. Ambas esti estre- oe lgadas mera la iea de quel lima conforma la personalidad y pertenece a ella. Uno se esfuerza por conseguir “experiencia” —pues es Ja acttud que conviene a una personalidad — y si Glo nos ong de aces como ss pose- esta gracia. En alemén se llamaba anterior Benes peso ae) ea [Seaton Y encanto ae “peonadad”y qué signifcaba, creo que se tenia una idea més exacta que en la actualidad. Sefioras y sefiore en el terreno enti No conozco aingin gran ssa pe haya hecho ota cova que eer su Gast ll ala Aun una peondi de hh the 20 ba podido impunemeate “ea che conde 1 sates ar de a ‘querer hacer de su vida una obra de arte. Peto si fo se quiere admitir esto —sea como fuere hay ue ser un Goethe para poder petmitisse ciertay Cosas— © aceptard por lo menos que ni siquicra una personalidad que aparece sélo una vez cada mil afos, ha quedado impune. No ocurre de otro modo en politica. Pero no trataremos esto hoy. Sin embargo, cn el campo de laciencia no es una per. sonalidad aquel que, como empresatio de la causa ala cual debiera dedicarse, aparece sobre la escena queriendo justificarse por medio de sus experien- iasy pregunta: ecmo pruebo que soy algo ms ‘que un simple especialista? Como hago para decir algo que en el fondo y en la forma nadie haya dicho? Se tata de un fendmeno que actualmente toma proposciones inmensas aunque en todas par- tes se ofrezca muy pobres resultados y que dismi- ‘tuye a quien se plantea las preguntas. Por el con. trario, el que pone todo su corazén en la obra, y nada mas que en ella, se eleva la altura y la dipni- dad de la causa que quiere servir. El problema se plantes exactamente de la misma manera para el artista, A estas condiciones de auestra labor, que son comunes al arte, se opone un destino que la diferencia profundamente de la labor V== del arte, en cambio, no hay en este sentido ningiin progreso. No es cierto que una obra de arte de una determinada época, que hhubiese profundizado por ejemplo en nuevos recursos técnicos o leyes de perspectiva, sea por stas razones artisticamente superior a ota obra de arte desprovista del conocimiento de estos recursos y leyes, siempre y cuando estuviese for. a smal y materialmente condicionada, es decir, que su objeto hubiera sido elegido y plasmado condiionin- thio alo astistico, sin la utilizacién de otras condi- cones y recursos. Una obra de arte verdaderamen- te “lograda” no envejeceré nunca ni seri superada, ste es (Gbajeteitcd, cca, en un sentido may esp ee: SE de np ee eee coe dad artistica, o como medios de ensefianza para el ee sino también nuestra finalidad SI SOGSHIOTEED ‘reso tiende al infinito. Y con ello entramos al problema del sigffzado de laciencia. En efecto, no tig pr cto cao de mimo cémo algo que ia tener seatido mis amplio de la palabra, ante tod » lo, fe en a Pets td, orientar nuestra actividad prictica en el sentido de las previsiones que nos ofrece la experiencia cien. tiica, Bien, Pero esto tiene sentido solamente para cl hombre prictico, Pero geudl es la intima situa. a hombre de ciencia ante su profesién er en el caso de que pretenda tener una en ‘general? Este respond: ef “por no sélo para que otzos puedan obtener erliados comerciales occncos fe pe, daa nuttir, in rs iz sa sto exige alguaas consideraciones ae Igunas consideraciones de El progreso cientifco es una parte, y por cies- to a més importants, del proceso de ivlecua zacién al que estamos sometidos desde hace mile nios y frente al eual es frecuente, en nuestros tiem- os, colocasse en una posiciéa de tipo extraordi ‘ariamente negativo. Aclataremos primeramente lo que significa en Ja prictica esta racionalizaci6n intelectual por medio de la ciencia y de la técnica cientifieamente otientada, ¢Seria algo asi como si nosotros, cada tuno de los que estamos aqui sentados, taviésemos en la actualidad un mayor conocimiento de nues. tras condiciones de vida de las que tiene un indio © un hotentote de las suyas? Dificilmente, Cualquiera de nosotros que viajase en tranvia no tendfa —si no cs un especialista en fisica— “4 lguna de cémo hace éste para ponerse en periment. Tampoco tendsia necesidad de saber- Jn Le seria suficiente poder “contae” con el com- *smiento del coche y ofientar su comporta- Prento en el mismo sentido; pero nada sabria de Tomo se construye un tranvia con capacidad para rere en movimiento, El salvaje tiene un cono- Peniento de sus cities dé trabajo incomparable ‘mayor. Si en este momento gastéramos una a Jeno, no obstante haber ena sala coe- jas economistas, apuesto a que cada uno de cllos Garia una respuesta distinta a la pregunta: geémo fe que con el dinero se puede comprar tanto lo co como lo mucho? El salvaje sabe como hacer obtener su alimento diatio y evs Risduciones que le servirin para ese fi spocién al igi Ses on cai a ini 5 © el creer que si se quiere se puede, que no hay en principio ninguna fuerza mistetiosa e imprevisible {gue interfera, que anes bien todas las cosas pue~ den ser dominadas por el cdl Peto esto significa fd desencantamiento del mundo, Nunca mis se Roddy cchar mano los eettos mies como salvaje para quien tales poderes existen, para dlomina obmplra lo expt, sno que abr aque recurrir a cilculos y recursos técnicos. Tal es Ja significacién esencial de la intelectualizaci6n. “Pero este proceso de desencantamiento, pro- seguido durante milenios en la culeara occidental jren general, este “progreso” en el cual participa | ciencia como miembro y fuerza motora, tiene 6 ahora algin sentido que supere lo puramente pric- tico y técnico? Esta pregunta la encuentran uste- des formnlada fundamentalmente en las obras de Ledn Tolstéi. Tolstéi llega a ella por una via que le €3 muy propia. Todas sus preocupaciones gira progresivamente en torno @ la pregunta de si la ‘muerte es un fenémeno que tiene 0 no sentido. Y su respuesta es: para el hombre civilizado no lo tiene. ¥ por cierto que no, pues la vida civilizada del individuo, inmersa en ei “progreso”, en lo infi- nito, segiin su propio significado inmanente, no deberia tener fin. En efecto, existe siempre un pro- ‘greso interior para quien esti dentro de él; nadie que muete alcanza las alruras que se encuentran en ¢linfinito. Abraham, l igual que cualquier campe- sino de la antigiiedad, mutié “viejo y colmado por la vida" porque estaba instaldo en el circulo orgi- nico de la vida, ya que ésta le habia aportado al declinar sus dias lo que podia ofrecerle segin su sentido, y no le quedaba ningin enigma que q siera resolver y por lo tanto, habia tenido “bastan- te”. Pero un hombre civilizado, instalado ca el ininterrumpido entiquecimiento de la civlizacién on ideas, conocimientos, problemas, puede llegar 4 estar “cansado de la vida” pero no “colmado” por ella. En efecto, de lo que la vida del espirita produce de nuevo puede tomar sdlo una minima parte y siempre algo pasajero y no definitivo; por esta taz6n, la muerte es para él un acontecimiento sin sentido. Y puesto que la muerte no tiene senti- do, tampoco lo tiene le vida civlizada como tal, la ‘que justamente con su_progresividad absurda imprime a la muerte esta falta de sentido, En todas sus novelas tltimas se encuentra esta idea que da cl tono fundamental al arte de Tolstéi. la clencla dentro de todo el dmbito de la vide humana y cul es so valor? ‘ia oposicién entre pasado y presente es aqui profunda. Recuerden la mazavilosa imagen al rincipio del séptimo libro de GBB scuetes prisioncros cocadenados en wa ‘averna cuyos rostros se dirigen hacia la pared de piedra delante de ellos; detrés, una fuente de luz {que no pueden ver; slo se preocupan entonces de las sombras que ésta proyecta sobre la pared y tra~ tan de establecer su relacion. Hasta que uno de ellos consigue romper las cadenas y se da vuelta y ve el sol. Encandilado tantea a su alrededor y des- cxibe balbuceando lo que ha visto. Los otros no le creen. Poco @ poco se habitiia a mirar la nz y su tarea seri entonces dese ros y levatlos hacia ella. ora bien gquién edopta actualmente esta posicién con respecto a la ciencia? La juventud, patticularmente, tiene hoy un sentimiento opues- {Cas consrcones itech de a deni _sonelreinombtersine de abrtaciones afgo- a I Sin embargo aqui, en la vida, que Pltn eran juego de smb sobre ls pasedes de wn eavens pp Ie verdadera read lo {que resta son sélo aspectos sin vida, marginand Yo or cou hn se peg _ Pate ; i quien descubrié su trascendencia Pero no fuel ec ene! minde Ens asp den encontrarse principios de una légica muy semejante a la de Aristételes. Pero en ninguna Parte con esta conciencia de su importancia. Aqui or primera vez se tuvo a mano un recurso que permitia colocar a cualquiera en los moldes de la 6gica de tal manera que no pudiese salt sin reco- nocer que no sabia nada, 0 qe étayno ota era la verdad, la verdad eterna, que no es perecedera como lo es el hacer y el agitarse de la humanidad cicga. Esta fue la extraosdinaria experiencia que cupo a os discipulos de Sdcrates. Y de esto pare. cia deducirse que si se habia encontrado el con- cepto corzecto de lo bello, lo bueno 0, por ejem- plo, el de la valentia o el de alma —o de lo que fuese— también se podia abarcar su verdadero set, lo que parecia poner en sus manos nuevamen. te el medio para saber y ensefiar c6mo actuar rec tamente en la vida, sobre todo como ciudadano, ues los griegos, cada vez mas politizados, reduct- an todo a esta cuestidn. Y por dicha razén se cul- 48 tivaba la ciencia, Junto a este descubrimiento del espititu heléni- co penetr6, como hijo de la época renacentista, el segundo gran instrumento de ls labor cientifica: la experimentacién racional como recurso de la experiencia rigurosamente controlada, sin la cual seria imposible Ia ciencia empirica actual. Con anterioridad se habia también experimentado fisiolégicamente, en la India, al servicio de la tée~ rica ascética del yoga; en la Grecia antigua, con fines matematicos o de técnica bélica; en la Edad ‘Media con vistas a la explotacién de minas. Pero el haber clevado el experimento a categoria de prin- cipio de la investigacién como tal ¢s un logso del Renacimiento. ¥ ciertamente, los precursores fue- ron los innovadores en el terreno del arte. Leonardo y sus iguales, y sobre todo, de manera caracteristica, los que experimentaron en misica en el siglo XIV con el clavecin. De ellos la experi- ‘mentacin se extendié a la ciencia, especialmente por intermedio de Galileo, y a la teoria por inter- ‘medio de Bacon; luego se adoptaron las diferentes iencias exacts en las universidades del Continente, sobre todo en Italia y los Pafses Bajos. ‘Cuil es para estos hombres, en el umbral de Jos tiempos modernos, la significacién de la cien- ca? A los ojos de los experimentadores del tipo de Leonardo de Vinci y de los innovadores en misi- ca, olla era el camino que conducia al arte vedade- 1, lo cual significaba al mismo tiempo el camino que conducia a la verdadera naturale. El arte debia ser elevado a la categoria de ciencia, lo que significa fandamentalmente que, considerando cl sentido de su vida, el artista debfa ser elevado a la categoria de doctor desde el punto de vista social. Esta es la ambicién que fundamenta también el Tratado de sii de pesaaal leap? sonaria como una blasfemia a los oidos de los jévenes, No, justamente lo contrario de esto apa- rece hoy como verdadert En cuanto a decir que la ciencia es i fe el camino que conduce al arte, esta opinién no merece que nos detengamos en ella. Pero en la época del nacimiento de las ciencias exactas se esperaba atin més de la ciencia. Recuerden el aforismo de Swammerdam: “Yo les ttigo aqui, en la anatomia de un piojo la prueba de la divina providencia”, y comprenderin cudl ha sido en esa época la tarea propia del trabajo cien- tifico, bajo la influencia (inditecta) del protestan- tismo y del puritanismo: encontrar el amino que conduce 2 Dios. Toda la teologia pietista de aque- llos tiempos, sobre todo la de Spener, sabia que no se legaba a Dios por el camino que habia busca- do todos los pensadores de la Edad Media; renun- cia por ello a su método filoséfico, a sus concep- ciones y deducciones. Dios esta escondido, sis caminos no son nuestros caminos, sus pensamien- tos no son nuestros pensamientos. Pero se tenia experanzas de descubrir sus intenciones, sus pro- pésitos respecto al mundo, por medio de las cien- cias exactas, las que permititian aprehender fsica- mente su obra. 2Y actualmente? ¢Quién cree ain excepto algunos nifios grandes que se encuen- 50 tran justamente en el campo de las ciencias natu- rales— que el conocimiento de la astronomia, de In biologia o de la fisica nos podria ensefiar algo, tan solo algo, sobre el significado del mundo, sobre cual seria el camino para encontrar los ras- ‘ros de tal significado, si es que hubiere uno? ;Qué ‘cosa més indicada para ahogar en sus rafces la cte~ encia de que hay algo parecido a un “significado” dol En defi ue o es, nadie en st. fuero interno puede ponerlo hoy en duda, conven- gn 0 no en ello. Liberarse del racionalismo y del intelectualismo de la ciencia es el presupuesto fun- ‘damental de toda vida en comunidad con lo divi- ‘no; esto, o algo en el mismo sentido, es una de las consignas fundamentales que resuenan en los sen timientos de uestros jévenes con inclinaciones religiosas o aspirantes 2 una experiencia religiosa. ¥ no sélo 2 unt experiencia religions soo # siencia en general. Lo desconcertante es tini- camente el caning qu se ha gio: In aoa cosa {que hasta aqui el intelectualismo no habia tocado aii, justamente aquellas esferas de lo isracional, fueron llevadas ahora a lo consciente y examina- das bajo su lente. En efecto, de aqui arranca pric- ticamente el moderno romanticismo intelectual de Jo irracional. Esta via para liberarse del intelectua- lismo lleva justamente a lo opuesto de lo que se hhabfan propuesto como meta aquellos que la emprendieron. Finalmente, con ingenuo optimis- mo, se ha festejado a la ciencia, es decir, al domi- no de la vida fundado en recursos técnicos, como ‘camino hacia la felicidad, Pero me permito pasar st esto por alto luego de la abrumadora extica de Nietasche ¢ aquellos “iltimos hombres” que “han descubierto la felicidad”. gQuién cree en cllo, excepto algunos nifios grandes en las cétedas 0 €n las salas de redaccién? respuesta mas simple a esta cuestién la ba dado Tolstéi con estas palabras: é ‘Que no las responce fs un hecho absolutamente indiscutible. Lo esen~ cial reside en preguntarse en qué sentido no da ninguna respuesta y si a pesar de todo, no podria quizis ser ttl a quien plantease correctamente el problema, Suele hablarse en la actualidad de ciencia sin “presupuestos”. ¢Es que existe tal ciencia? Todo depende de lo que se entienda por ello. Presupuesto de todo trabajo cientfico es siempre la valoracién de las reglas de la logica y del méto- do, los fandamentos generales de nuestra orienta- ci6n en el mundo. Con respecto a la cuestiéa que rnos preocupa, estos presupuestos son bastante poco probleméticos Se presupone entre otras cosas que el resultado del trabajo cientifico es ‘importante en el sentido de que es “digno de ser conocido”. Y aqui reside evident ‘muestro problema que el significado ui 2 presupuesto no puede a su vez ser demostrado con los recursos de la ciencia. Simplemente, puede ser aceptado 0 rechazado, de acuerdo a las posi- ciones personales que se adopten frente a la vida El tipo de relacién entre el trabajo cientifico y sus presupuestos varia mucho de acuerdo a cada estructura. Las ciencias naturales, del tipo de la fisica, la quimiea o la astronomia, presuponen ‘come sobrentendido que vale la pena conocer las leyes iltimas del acontecer césmico, en cuanto pueden ser establecidas por la ciencia. No s6lo porque con estos conocimientos se pueden alcan- zar resultados técnicos sino porque ellas tienen un valor “en si” en tanto representan precisamente una “vocacién”. Este presupuesto, a su vez, no es, absolutamente demostrable. Y tampoco se puede ‘demostrat si ese mundo que describen es digno de exists, si tiene un “significado” y sien é tiene sen- tido exists. Tales cuestiones no se les plantean, ‘Tomen ustedes una tecnologia prictica tan des- arrollada cientificamente como la medicina moderna. Expresado de manera trivial el “presu- puesto” general de la actividad médica se presenta asi: el deber del médico consiste pura y simplemente fen la obligacién de conservar la vida y disminuir en lo posible el suftimiento, Pero esto es proble- mitico. El médico conserva por todos los medios Ja vida del moribundo aiin cuando éste suplique ser iberado de ell, atin cuando los allegados para quienes esta vida no tiene ya valor y deseen 0 pue- dan desear, consciente 0 inconscientemente su ‘muerte, celebren que se lo libere de sus sufrimien- tos 0 porque los gastos del mantenimiento de esta ‘vida indtil —quizas se trate de un pobre loco— se tornan insoportables. Sélo los presupuestos de la 53 medicina y del cédigo penal impiden al médico apartarse de esta linea de conducta. En cuanto a si Ja Vida es valiosa y en qué medida, no se lo plan- tea, Todas las ciencias naturales = sentido o preguntarse porqué debemos y quere- ‘mos ser duefios técnicamente de la vida lo dejan totalmente en suspenso o bien lo presuponen pars sus propios fines, 'Tomen ustedes una disciplina como la ctitica de arte. El hecho de que haya obra de arte es para la estética un presupuesto, Esta busca establecer en qué condiciones se verifica dicha circunstancia. Pero no plantea la cuestion de que el reino del arte pueda ser quizis el reino del esplendor diabélico, un reino de este mundo pero sin embargo intimamente opuesto al mundo divi- ‘fo y.a la fratemnidad humana en funcién de su espitita eminentemente aristocritico. En conse- ‘cuencia no se pregunta si debe existirla obra de arte. O elejemplo de ia ciencia del derecho. Esta disc plina establece lo que es vilido de acuerdo a las feglas de la doctrina juridica, ordenada en parte OF una necesidad l6gica, en parte vinculada a €squemas convencionales; establece en conse- ccuencia cxdndo son reconocidas como obligatorias determinadas reglas del derecho y determinados smétodos para su interpretacién. Pero si debe exis- tir el derecho o si justamente deben establecerse estas reglas, no lo contesta. Cuando se busca una solucién s6lo puede indicarnos cual regla del dere- cho, de acuerdo a las normas de nuestra doctrina juridies, es el medio indicado para obtenerla. O omen ustedes las ciencias historias, Nos ensefian 54 a comprender los fendmenos politicos, atsticos, literaris y sociales de la cvilizacin a partir de las condiciones de su formacién. No obstante no res- ponden por si mismas a la pregunta acerca del valor positive de estos fenémenos, ni tampoco ccontestan a Ia pregunta de si vale la pena conocer los. Presuponen que hay un interés de participar, pot medio de estos conocimientos, en la comuni dad de los “hombres civilizados”, Pero aiin cuan- do éste sca cl caso, no estin en condiciones de probarlo “cientiicamente” a nadie, y que lo rt no demuestra en ningiin momento que Sea evident ¥ de hecho no ete acta Detengimonos ahora en las disciplinas que me soa tec soccloga, sto eronoin pole tica y todas las formas de la filosofia de la cultura ere zaria, por ejemplo, del mismo modo, sien las aulas de Til asiguo ‘colegio Dietsich Schafer de Berlin Sse use ce deter Se citedra para hacer un escindalo del tipo del que deben haber hecho estudiantes antipacifistas con Spee pres Toure de cl yo por ne peopan cohrpcnoe, me eto co ache aspectos sumamente lejano‘. Pero la politica no. pertenece tampoco al sector de los docentes. ¥ Sm on, Sn ey RAPS LOT ae re Fegan pg ea ee tarfeae Gogg deasafuaee' Sante Sere SEU Soothing en clenmnje Auer de cameras Seta Come, lasted (ou, chair ma Frater C91, Argun ple Edi (1925 sabre todo numeroses esa SFelagage. cy aici democracia en una reunién politica no se encubre Ja posicidn personal; justamente, el tomar partido de manera claramente reconocible cs un condens- do deber y una obligacién. Las palabras que se uti- lizan no son entonces los medios para un anilisis cientfico sino propaganda politica dtigida a obli- gat a los ottos a tomar una posicién. No son las ‘ejas del arado para ablandar el terreno del pensa- miento contemplativo, sino espadas contra el adversario, instrumentos de lucha. Pero seria un sactilegio utilizar la palabra en este sentido duran- te una leccién en una sala de clase. Cuando all, se habla, pot ejemplo, de la democracia en sus diver- sas formas se analizarin las distintas maneras en que funciona, se establecerin las consecuencias particulares que tienen una u otra de estas formas para las telaciones vitales, luego se compararin con otras formas de ordenamiento politico no democtitico y se trataré,en Ia medida de lo posi- ble, de que el oyenteesté en situacién de encontrar cl punto desde el cual pueda tomar posicién segiin sus propios ideales. Sin embargo, el: verdadero profesor se guardari muy bien de imponer desde la cétedra ningsin tipo de posicin, ya sea expresa- ‘mente 0 por medio de sugerencias, puesto que ‘como es natural la forma mas desleal es aquella de “dejar hablar a los hechos”. éPor qué precisamente no debemos hacer esto? Presumo que muchos de mis apreciados colegas son de opinién de que en general no es posible 56 poner en prictica esta reserva personal, y que silo fuese seria una locura evitarla, Ahora bien, no se puede demostrar cientificamente a nadie cual es su regunta por qué raz6n no se deben tratar estos problemas en cf aula, se le orque el profeta y el demagogo no tienen lugar en la cétedra. Al profeta y al demago- “ve ala calle y hablale al pablico”, es decir, alli donde la critica sea posible. En el aula, donde estin sentados frente a los alumnos, deben callar y dejar hablar al profesor. Considero inexca- sable aprovechar Ia cizcunstancia de que los estu- diantes tengan que asistir a las clases de un profe- sor debido a su carrera, y de que alli no esté pre- sente nadie que pueda oponérsele con criticas, para no serle itil como es su obligacién con sus conocimientos y experiencias cientificas, sino para marearlo con su punto de vista personal sobre politica. Es posible ciertamente que el individuo consiga s6lo en forma imperfecta disimular sus propias simpatias. En este caso se expone a la erf- tica més severa ante el tribunal de su propia con- ciencia, Pero esto no justifica nada pues tambi son posibles otros errores objetivos y no obstante 37 no eximen de la obligaci6n de buscar la verdad. Y los condena también en nombre de los intereses puramente cientificos. Estoy dispuesto a probar con la obra de nuestros histotiadores que cada vez gue un hombre de ciencia introduce su propio jui- cio de valores cesa le completa comprensién de los hechos. Pero esto supera el tema de esta noche y exigisia una larga discusién. Pregunto solamente gcémo pueden por una parte tn catdlico creyente y por otra un masén, en tuna clase sobre formacién del Estado y la Iglesia, © sobre la historia de las religiones, cSmo pueden, digo, llegar alguna vez a una igual aloracin de estos objetos? Esto es imposible. Y sin embargo, €l profesor debe tener la ambici6n y a su vez plan- tearse a s{ mismo la exigencia de ser stil con sus conocimientos y métodos tanto a uno como a otros. Pueden decir ustedes, con raz6n, que el catélico creyente no aceptaré nunca, sobre los hechos relativos al origen del cristianismo, el punto de vista desde el cual lo trata un profesor libre de sus presupuestos dogmiticos. Esto es ver- dad, Pero la diferencia reside en que la ciencia sin presupuestos, en el sentido del rechazo de vin« los religiosos, no reconoce de hecho ni el “ila 0” ni la “revelacién”. De lo contratio seria infiel 4 sus propios presupuestos. El creyente reconoce ambos. ¥ esta ciencia sin presupuesto le exige ada menos —ni nada mas— que el reconoci tiento de que si el proceso tiene que ser explica- do prescindiendo de esos elementos sobrenatura- les a los que la explicacién empizica rehusa todo caticter causal, debe entonces ser explicado en forma cientifica. Y puede hacerlo sin ser infiel a 58 sus creencias,

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