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NOAM CHOMSKY El nuevo orden mundial (y el viejo) Traduccién castellana de Carme Castells Primera edicidn en BistioTEeA De BoLsiLto: febrero de 2002 Sépundnedicion en Brouortcn ne Baus: marzo de 2903, Tercera edicign en Ristionsen oe Boumia mace acaoe {Cuartaedievn en Busxioveca ne Bot suo: marco de 2006 Quinte edicin en BisLior¥es Be Bousiiie: mayo de 2009 Queda rigoanent potty sn a aoricsn jo ls saetons cele ch ase In Por cualquier medic a intone ls a excita de los tiwlases del copyright, cd Brodit oa 9 poi de cna obra 1 0 procedimicnto, comprenidos ts reprogiatiy el itamieme tbecion de cjemplates de ela mediante algiler puesto pibicos ‘Tito origina WORLD ORDERS OLD AND NEW Diseho de la colecisn: Joan Batate (© 1994: Noam Chomsky © 1994: The American Universi i Cano Press Traduccdnpubicada por acuerdo con The American Untvesy in Caro Px (© 1996 de a waducon caseana pars Expun y Amie ‘Catia, Si, Diagonal, 662-48, C8083 Barcelona ‘hall editodal@od-enitcaes Wup/iweweteeriienes ISBN! 84-8859 305.6 Deposit legs B.26°3322007 Impreso en Espa 2007. A & M Graf, Santa Pept de Mogoda, Barcelona Prefacio EE Unter sue sigue se basa en tres conferencias promursiadas en mayo de 1993 en la Universidad de El Cairo, considerablemente aumentadas y actualizadas de manera que reflejan, en parte, seminarios, encuentros y ‘iscusiones personales muy instructivas que ocuparon gran parte de aquella demasiado breve visita. Hay muchos amigos, nuevos y viejos, a quienes me gustaria agradecer su amabilidad y sus penetrantes comentarios. Pero solo ‘mencionaré a uno de ellos, el doctor Nelly Hanna, cuya cortés hospitalidad & incansable ayuda, ademds de contribuir enormemente a la satisfaccion perso- nal que mi esposa y yo experimentamos en aquella memorable experiencia, ‘me ayudé a comprénder algunas cosas sobre Egipto, pasadas y presentes, que de otra manera no hubiera podido aprehender. También quisiera dar las gracias a otros muchos amigos de todo el mun- do que forman parte de las redes informales que se han desarvollado a lo largo del tiempo entre gente que intercambia informes de prensa, documen- tos, monografias, y todo tipo de materiales, ast como comentarios y andlisis, prescindiendo de los canales habituales. El estar separado de las instinucio- nes establecidas, y ser erttico con elas, conileva costes y molestias, pero tam- bién oportunidades y motivos de satisfaccién, como los contactos que se desarrollan entre personas con similares inguietudes, intereses y preocupa- ciones, muchas de las cuales deben trabajar en situaciones muy adversas, en una no infrecuente conjuncién de disidencia e independencia intelectual. Los textos que siguen se basan, como en anteriores ocasiones, en materiales que nunca hubiera podido descubrir por otras vias. Llegados a este punto me hubiera gustado mencionar unos cuantos nombres, pero las personas que tengo en mente saben quiénes son, y las demds apenas apreciartan la natu- raleza y la importancia de estas interacciones entre gente que ha tenido po- cas —0 ninguna— oportunidades de reunirse, pero que sabe cmo cooperar de manera constructiva para escapar de las constricciones institucionales. Para entrar en materia a caida del muro de Berlin en noviembre de 1989 puede considerarse como el final simbético de una era en la que sobre los principales asun- os mondiales se proyectaba irremisiblemente la siniestra sombra de la gue- ra frfa, con su amenaza de destruccién nuclear. Ciertamente esta descripcion convencional no es falsa, pero es parcial y engafiosa. Y si la adoptamos de manera acritica, corremos el riesgo de interpretar mal nuestro pasado recien- te, ¥ nos impediré comprender qué hay detrés de todo ello. 1. La guerra fria y el control de la poblacién EI marco interpretativo convencional prest6 un buen servicio a los intereses de quienes controlan las cosas. Proporcioné un eficiente mecanismo de «on- trol de la poblacién», un evfemismo procedente de la jerga contrainsurgente. EI control de su poblacién interna es la tarea principal de cualquier estado dominado por sectores concretos de la sociedad del pafs y que, por lo tanto, actia fundamentalmente en favor de sus intereses; es decir, ¢8 la tarea prin- cipal de cvalquier «estado realmente existente>. Las dos superpotencias de la era de la guerra fria se encontraban en los extremos opuestos del panorama ontempordneo en Jo que se refiere a fa libertad y a la democracia en el in- terior, pero sus estructuras internas de poder tenfan cn comin cl problema del control de la poblacién: en la Unién Sovietica, el entramado burocritico- militar establecido por Lenin y Trotsky en octubre de 1917 cuando tormaron el poder, apresurindose a aniquilar toda tendencia socialista 0 cualquier otra de cardcter popular, en los Estados Unidos, el complejo industrial-financiero- comercial (Con sus diversos sectores concentrados y vinculados entre sf), con gran conciencia de clase, y cuya planificacién, gestién y funcionamiento tie- ne cada vez. mas un aleance transnacional La confrontacién de la guerra fria proporciond formulas sencillas para justificar acciones criminales en el extranjero asf como el fortalecimiento de 10 El nuevo orden mundial (y el viejo) Jos privilegios y del poder estatal en el interior. Sin ht engorrosa necesidad de tener que aportar pruebas o argumentos convincentes, los apologetas de ‘ambos bandos podian explicar sin el menor reparo que las acciones en el extranjero, por deplorables que fuesen, se Hevaban a cabo por razones de - y el peligro es el exceso de benevolencia. Podemos emprender una vez mas cualquicr ota desinteresada misién caritativa, sin comprender que «lo que pueden hacer los extranjeros estd sujeto a limitaciones» y que «los ejércitos que enviamos a suelo extranjero por razores humanitarias» pueden no ser capaces de «salvar alos pueblos de las amenazas de otros o de si mismos». Esta opinién Ia com- parte también el veterano estadista George Kemman, uno de los principales triticos de las politicas de la guerra frfa, quien escribié que uno de los erro- res hist6ricos de los Estados Unidos fue que durante cuarenta afios rechaz6 cualquier tentativa de lograr un arseglo pacifico de sus conflictos con los 380s. Por tanto, uno de los beneficios del final de la guerra frfa es que tales cuestiones pueden finalmente ser sometidas a discusién. Kennan también se declara partidario de Ia postura tradicional en virtud de la cual los Estados Unidos deben restringir sus compromisos en el exterior, ya que : «todo para nosotros, y nada para 1os demas», Naturalmente, éstos utilizan el poder del estado para conseguir sus fines; en su época, los «comerciantes y fabricantes» eran «los principales artfices» de Ia politica, a través de la cual se aseguraban que «sus Intereses recibiesen la mayor atenciGn», por muy «penoso» que fuera el im- pacto sobre los demas, entre los que se incluia la poblacién en general de sus propias sociedades. Si no adoptamos el método de Smith de «andlisis de cla- se», nuestra visiGn sera imprecisa y distorsionada. Si no se ticnen en cuenta estas observaciones de Smith, toda discusién de los asuntos mundiales que considere a Tas naciones como actores ser, en el mejor de los casos, errénea y,en el peor, una pura miatificacién. Como en cualquier otro sistema complejo, existen otros matices y efectos secundarios pero, en realidad, estos son los temas basicos del orden mundial Para entrar en materia 15 Por ello tiene su mérito describir el orden mundial, viejo © nuevo, como «la reglamentaci6n de la piraterfa internacional>.* Quienes respaldan los Estados Unidos en el proyecto de mantener bajo control a las naciones pobres estén menos preocupados que Washington y sus adléteres intermos a Ta hora de embellecer el mensaje. Gran Bretafla puede recurrir a una tradicion imperial de refrescante candor, a diferencia de los Estados Unidos, que han preferido revestirse de santidad cuando deciden aplastar a cvalguiera que se interponga en su camino, postura a la que se ha dado en llamar «idealismo wilsoniano» en honor de ino de los mayores exponentes de Ia intervencién militar violenta y de la represin imperialista, cuyo embajador en Londres se lamentaba de que los briténicos hubieran obtenido poco provecho de su misién de corregir «las carencias morales de Jas naciones extranjeras».” Gran Bretafia siempre ha «insistido en reservarse el derecho a bombar- dear los obsticulos», por citar la forma en que planted la cuestién Lloyd George, distinguido estadista, después de que Gran Bretafia, poco dispuesta a renunciar a su principal mecanismo para controlar el Oriente Medio, se asegurase de que el tratado de desarme de 1932 no pondria ninguna barrera al bombardeo de civiles. El razonamiento bésico procedia de Winston Chur- IL En 1919 el alto mando de la RAF para Oviente Medio (situado en El Cairo) le pidi6 permiso en su calidad de secretario de Estado del gobiemo de era para cmplear armas qufmmieas aa modo de experimenio, contra Tos rabes recalcitrantes». Churchill autori26 el experimento e hizo caso omiso de cualquier escripulo por su eirracionalidad»: eno entiendo estos temilgos para usar el gas», respondié molesto. «Soy un ferviente partidario del uso de ‘228 Venenoso contra las tribus incivilizadas ... no es necesario emplear s6lo fos gases més mortiferos; se pueden emplear gases que causen grandes -molestias y que hagan que la gente se aterrorice, sin que deje secuelas per- ‘manentes graves en la mayoria de las personas efectadas.» Churchill explic6 gue las armas quimicas eran simplemente «la aplicacién de la ciencia occi- dental a Ja guerra moderna». «Bajo ninguna circunstanci podemos renun- iar a la wtlizacidn de cualquier arma de que dispongamos para procurar un pronto cese de los desdrdenes que se producen en la frontera.» El ejército britinico ya habia usado —con gran éxito, segin el alto mando— el gas venenoso en el norte de Rusia contra los bolchevigues. Las «tribus ineivili- zadas> que en aquel momento necesitaban cierta dosis de «vivide terror» eran basicamente Jos kurdos y los afganos, aungue se empleé la fuerza aérea para salvar vidas briténicas, siguiendo el modelo implantado por los marines, de Woodrow Wilson cuando asesinaron a los negros de Haits* EL estilo briténico floreci6 nuevamente durante el frenesf racista que barri6 de nuevo a Occidente en ocasién del conflicto del Golfo Pérsico, en 1990-1991. John Keegan, un destacado historiador y periodista militar brté- nico, expresé en pocas palabras el sentir popular: edurante mas de doscien- 16 El nuevo orden mundial (y el viejo) tos afios los briténicos se han acostumbrado a enviar fuerzas expedicionarias a ultramar para combatir contra africanos, chinos, indios y drabes. Es sim- plemente algo que se da por supuesto», y la guerra en el Golfo «hizo tafier Campanas imperiales cuyo sonido resultaba muy familiar para los ofdos brité- nicos». Por tanto, Gran Bretafia esta muy bien situada para emprender fa mi- sién encomendada por Churchill, a la que el editor del Sunday Telegraph, Peregrine Worsthome, denomin6 como la «nueva tarea» a desarrollar cn el «mundo posterior a la guerra frfa»: «ayudar a construir y mantener tn orden ‘mundial lo suficientemente estable como para permitir que las economias avanzadas del mundo funcionen sin tener que hacer frente a constantes in- terrupciones y amenazas procedentes del tercer mundo» tarea que exigira ‘cintervenciones instanténeas de las naciones avanzadas» y, quizés, «acciones preventivas». Gran Bretafla «no se puede comparar con Alemania o Japén a Ia hora de crear riqueza; ni quizé siquiera con Francia o Italia, Pero cuando se trata de asumir responsabilidades en e! mundo, pocos pueden compararse ‘con nosotros»; siempre, naturalmente, que se trate de responsabilidades mun- diales tal como las entendia Winston Churchill, Pese a su declive econémico y social, Gran Bretaiia esta «bien preparada, motivada y dispuesta a desem- pefiar un alto papel militar como mercenaria de la comunidad intemnacionab», el equivalente militar a los comentarios de! Independent de Londres” En realidad, Ia «nueva tarea> de Worsthomne no es tan nueva, sino un in- Jicio mée de que el mundo posterior a la guerra fiia» iba a ser mny pareci- do al de antes. Durante aquellos mismos meses, la prensa financiera occidental propuso un papel similar para los Estados Unidos, que, tras acaparar el «mercado de Ja seguridad» mundial, debfan impulsar un mercado de proteccién global, al estilo de Ja Mafia, vendiendo «proteccién a otras potencias ricas que pudicsen pagar una «prima de guerra». Pagados sus servicios por 1a Europa continental encabezads por Alemania, asi como por Jap6n, y confiando en el flujo de capital procedente de la produccién petrolffera del Golfo, que lle- garia a dominar, los Estados Unidos pueden mantener «el control sobre el sistema econémico mundial» actuando como «esforzados mercenarios»; mé- todo que empiearon con gran éxito durante 1a guerra del Golfo. Fred Bergsten, especialista en temas econémicos intemacionales, sefialé que ta expresién «“liderazgo colectivo” aplicada a la guerra del Golfo en rea- fidad significa que los Estados Unidos tomaron la iniciativa en el conflicto y obtuvieron un sustancioso beneficio por ello financiando sobradamente sus costes militares marginales», por no hablar de los jugosos contratos para reconstruir lo destruido, las enormes ventas de armas y otras formas de tie ‘buto para los vencedores.” aco después de que la Comisi6n Sur hiciese un lamamiento en favor de tun emievo orden mundial» basado en Ia justicia, Is equidad y Ia democracia, George Bush empleé esta misma frase como cobertura retorica para su gue- Para entrar en materia 17 ran el Golfo. Mientras las bombas llovian sobre Bagdad y Basora y sobre Jos miserables conscriptos agazapados en agujeros en las arenas del sur de Irak, el presidente anunci6 que los Estados Unidos Siderarfan «un nuevo orden mundial en el que diversas naciones se unirfan en una causa comin para lograr Jas aspiraciones universales de !a humanidad: paz y seguridad, Tibestad y el imperio de la Jey». Et sectetario de Estado James Baker procla~ ‘mi con orgullo que estamos entrando . Cualquier otro desenlace seria embarazoso» y podria «reducir el apoyo politico» con el que se contaba, ue se sabia escaso.” Seguramente los especialistas en el control de la poblacién contemplaron ‘con interés la respuesta a la vigorosa reiteracién de Bush del principio segin cl cual hay que ajustar las cuentas al matén, pero, eso si, una vez asegurado que el matén en cuestién esta convenientemente atado y hecho trizas. El segundo periddico del pafs sc unié a las alabanzas, aplaudiendo el triunfo « que se remontaba a su héroe ‘Teddy Roosevelt, quien, debemos recordar, «mostr6 a esos indeseables his- panos que tenfan que comportarse decentemente y ensefié unas cuantas lec- ciones a «esas gentes salvajes ¢ ignorantes» que se interponian en el camino de «las razas que dominaban el mundo», ‘Thomas Oliphant, corresponsal del Globe en Washington, alubo «ta mag- nitud de! triunfo de Bush sobre un enemigo mucho mas débil, ridiculizando Ja «basura desinformads» de quienes le criticaban desde algdn obscuro rin- ‘c6n. Oliphant proclam6 con orgullo que «el liderazgo de Bush ha transfor- mado el sindrome de Vietnam en el sindrome del Golfo, en e] que el lema jfuera de aqui! se dirige a los agresores, no a nosotros», adoptando reflex ‘vamente la doctrina esténdar segin la cual en Vietnam la parte ofendida eran Jos Estados Unidos, que se defendian de los agresores vietnamitas. Oliphant proseguia afirmando que «ahora hemos de tener en gran estima el digno € Inexcusable principio seiain el cual las agresiones deben ser rechazadas, en algunos casos excepcionales, mediante la fuerza, aunque, curiosamente, no ios hayamos puesto en iaicha eu el vase de Yakauta, Tel Aviv, Daiuasce, Ankara, Washington... y una larga lista de otras capitales».” : La exultante exhibicién de valores fascistas es digna de menci6n, asf como el moralismo autocomplaciente, una de las caracteristicas tradicionales de la cultura intelectual. De la respuesta obtenida por Bush mediante el recurso ala fierza atin se pueden aprender muchas otras cosas. Quienes aclamaron los vibrantes men- sajes sobre la maravillosa «era lena de promesas» tendrén que expurgar cui- dadosamente la historia, suprimicnto hechos trascendentales. Uno de ellos era que el llamamiento en pro de un nucvo orden mundial inspirado en «la paz ¥ la seguridad, la libertad y el imperio de Ia ley» fue realizado por cl tini- 0 jefe de estado en ejercicio condenado por el Tribunal Intemacional por el «aso ilegal de la fuerza», aunque naturalmente la condena de dicho tribunal ala guerra de Reagan y Bush contra Nicaragua fue jgnorado con desprecio por Washington, los medios de comunicacién y las opiniones de los intelec- tuales en general, para quienes el juicio no hizo mas que desacreditar al pro- pio Tribunal. Otro acontecimiento crucial fue que «el misioncro de clevados ‘deales» que inaugur6 Ia era posterior a la guerra fria en diciembre de 1989 con la invasi6n de Panama (operacién Causa Justa) tenia clara conciencia, ‘cuando anuncié el nuevo orden mundial, de que «el resultado de eliminar el manto protector de los Estados Unidos desembocaria répidamente en el derrocamiento militar de Endara y sus partidarios» (segtin el especialista en 24 El nuevo orden mundial (y el viejo) América Latina Stephen Ropp); es decir, significaria el derrocamiento del ré- sgimén ttere de banqueros, hombres de negocios y narcotraficantes instalado sacias a la invasi6n de Bush. También se tendria que ignorar el veto estado- uunidense (y del Reino Unido, para mayor seguridad) a dos resoluciones del Consejo de Seguridad que condenaban su agresién, asi como la resolucién de la Asamblea General que denunciaba la invasién como una «violacién fla- grante del derecho internacional y de la independencia, soberania e integri- dad territorial de los estados» y hacfa un llamamiento a la retirada de «las fuerzas invasoras estadounidenses de Panamé». Otro hecho que tendrfa que ‘quedar fuera de Ja historia es la resolucién del Grupo de los Ocho (las demo- cracias Jatinoamericanas) del 30 de marzo de 1990 mediante a cual se expul- saba a Panamé, estado suspendido ya bajo Noriega, porque «el proceso de legitimacién democrética en Panamé exige la reflexién popular sin interfe- rencias extranjeras, 10 que garantiza el pleno derecho del pueblo a elegir ibremente a sus gobemantes, lo cual obviamente resulta imposible bajo un régimen titere mantenido por tna fuerza extranjera. Y se deberfa relegar al ‘olvido las estimaciones segiin las cuales el mimero de victimas civiles causa- das por las invasiones de Panamé y Kuwait era comparable antes de la reac- cidn internacional, sosiayada por la potencia estadounidense en el caso de Panama.” ‘A Ja misma categorfa pertenecen las interpelaciones de Ia Organizacién de Estados Americanos (OBA) y de la Comisién Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) acerea del coste humano y material de la invasién y de la responsabilidad de los Estados Unidos en las muertes, los perjuicios y los dafios 2 la propiedad, con un saldo superior a los mil millones de délares y miles de muertos. Pese a que han transcurrido cuatro afios desde la libera- ci6n, resulta ), segiin la Iglesia y Ia Fundacién ‘de Emergencia Social del Estado. Naturalmente, esto también és irrelevante.” La secci6n dedicada a los encomios no s61o demostré ser igual en todos estos casos, sino que también abandoné su obligacidn al no comprender 1a importancia de otro hecho crucial: lo que més temia Bush cuando Irak inva- i6 Kuwait era que Seddam pudiese imitar su éxito en Ia operacién Causa Justa. Segtin el relato de la planificacién de Washington realizado por el pe- riodista de investigacién Bob Woodward, del Washington Post, y que William Quandt, especialista en temas del Oriente Medio del gobierno estadouniden- se, considers convincente, el presidente Bush temfa que Arabia Saudi «diese In espantada en el tiltime minuto y aceptase un régimen titere en Kuwait» tras la retirada iragut. Sus asesores esperaban que Irak se retirase, dejando tras, de si «gran mimero de fuerzas iraguies vestidas de civil», si es que no dejaba fuerzas armadas como hicieron los Estados Unidos en Panam, al tiempo que se apoderaba de dos marismas deshabitadas que fueron asignadas a Kuwait mediante Ja delimitacién territorial realizada por el imperio britinico para impedit el acceso irayuf al mar (gencral Norman Schwarizkopf). El jefe del Estado Mayor, el general Colin Powell, advirtié de que el staru quo quedaria alterado bajo Ta influenci iraquf aun después de la retirada, como sucedié en Panam. Freedman y Karsh, que procuraron mostrar las acciones estadouni- denses y briténicas bajo el prisma més favorable posible, Hegaron a la con- clusion de que, en esta «agresion de manual»: Aparentemente, Saddam no intent6 anexionarse oficisiments el pequefio emirato ni mantener una prescneia militar permanente en el mismo, Mis bien de Saddam debido a su interés en la «estabilidady.” (tra caracteristica del nuevo orden mundial que se puso de manifiesto en aquellos meses terribles es el racismo y la hipocresia en el gue este nuevo orden esta inmerso. El ataque de Saddam contra los kurdos recibié una extensa cobertara en los medios de comunicacién, desencadcnando una reac- cin publica que obligé a Washington a dar algunos pasos vacilantes para proteger a las victimas, con sus caracterfsticas y origenes arios. El ain més estructivo ataque de Saddam contra los chiftas en el sur provoes pocas no- ticias y preocupaciones. Mientras tanto, las atrocidades cometidas por los tarcos contra los kurdos practicamente pasaron desapercibidas en os medios de comunicaci6n estadounidenses, como sigue siendo el caso hasta ahora.” Para entrar en materia 27 La sinceridad de la preocupacién por los kurdos queda evidenciada con- templando lo que sucedié una vez desvanecidas les presiones de fa opinién pablica. Las zonas kurdas estn sometidas a las sanciones contra Irak y, por si fuera poco, también al embargo decretado contra ese pais. Occidente rehus6 dar las insignificantes cantidades requeridas para satisfacer las necesidades bésicas de los kurdos. Segiin el Washington Post, «expertos kurdos y occi dentales consideran que se necesitan unos cincuenta millones de d6lares para ‘comprar una poreidn suficiente de la cosecha de trigo (kurda] para proteger a los kurdos mas pobres y evitar que Bagdad aniquile la economia del norte de Irak», pero Ios donantes s6lo reunieron una cifra de 6,8 millones de déla- res, una Miscria. Cuando el lider del Partido Democritico Kurdo, Massoud Barzani, volvi6 a casa «tras un infructuoso viaje de dos meses para recaudar fondlos en Tos Estados Unidos, Europa y Arabia Saudfs, dijo que las snicas alternativas que le quedaban a su puebio eran «refugiarse otra vez. en Trén ¥ ‘Turquia» o «tendirse a Saddam Hussein». Mientras tanto, «en el sur de Irak, donde la situacién era més entiea, las Naciones Unidas ya no mantienen una presencia permanente» segtin un informe del director ejecutivo del Middle East Watch, y la mision de las Naciones Unidas en marzo de 1993 «ni siquis ra pidi6 permiso para visitar 1as marismas» en Tas que la poblacién cl estaba sufriendo un ataque. El Departamento de Asuntos Humanitarios de las, Naciones Unidas preparé medio milién de d6lares para un programa de ayu- da y rehobilitacién para los kurdos, los chiftas y loa sunitas del centro de Irak, sumicios en Ia mas espantosa miseria. Los miembros de las Naciones Unidas prometicron ta patética cifra de cincuenta millones de détares y la administracién Clinton ofrecié quince millones de détares, «in dinero que sobré le Ia contribucién a anteriores programas de las Naciones Unidas en el norte de Irak». La politica de mantener a la poblacién iraguf como rehén.exige una guerra econémica eficiente, practica en ta que Washington tiene mucha experiencia y que en los ttimos aftos cuenta con ejemplos como el embargo contra Cuba, Nicaragua y Vietnam, a los que castig6 por su intolerable desobediencia y para aseguiarse de que los demas tomaban nota de las consecuencias que tal conducta acarrea. El embargo contra Irak dej6 intacto el poder de Saddam, pero caus6 muchas mas bajas civiles que e! propio bombardeo. Un estudio realizado por especialistas estadounidenses y de otros paises estimaba que entre enero y agosto de 1991 muricron mas de 46.900 nifios» y bastantes ms desde entonces, matanza que debe figurar en los primeros higares de la lista de horrores contempordncos. ‘Thomas Ekvall,representante de Ia UNICEF en Irak, informé que en 1993 a mortalidad infantil se habfa triplicado, Hegando al 92 por 1,000, mientras ‘que casi una cuarta parte de los recién nacides presentaba una grave caren- Cia de peso en el momento de su nacimiento, hasta un 5 por 100 en 1990. Ekvall afadié que Ins sanciones «habfan causado cientos de miles de muer- 28 El nuevo orden mundial (y el viejo) tes entre Jos nifios de corta edad y habfan sumido a la poblacién en una po- breza ain peor». El programa de ayuda de la UNICEF esté «amenazado por una grave carencia de dinero», ya que s6lo recibid «el 7 por 100 de los 86 millones de dotares que se pidieron en el mes de abrib». Bl informe de Ekvall pas6 précticamente desapercibido, como sucedié con la conclusidn de otro estudio posterior de Ia UNICEF, The Progress of Nations, segtin el cual «los nifios iraquies, en una proporciGn del 143 por 1.000, tienen més probabilidad de fallecer que los nifios de cualquier pafs no africano» (AP). ‘Tam Dalyell, parlamentario briténico perteneciente al Partido Laborista, yy Tim Llewellyn, corresponsal en Oriente Medio, informaron, a su regreso de Irak en mayo de 1993, de que la cifra de muertes infantiles «superaba las 100.000», segtin datos proporcionados por el ministro de Sanidad iraqut (de etnia kurda). UNICEF confirmé las cifras y los andlisis proporcionados por el ministro, destacando hechos como los siguientes: el acusado aurnento de la desmutriciGn, unos indices de natalidad peligrosamente bajos y una mortali- dad infantil provocade por enfermedades que se podfan evitar con vacunas y cl consumo de agua potable: el aumento de los casos de paludismo y de otras enfermedades erradicadas desde hacia tiempo; el colapso de Ios hospitales que sufrfan la prohibicién de importar camas peditricas 0 sustancias vitales para la cirugfa porque tales elementos podian emplearse para la construccién de armamento. En los hospitales pedidtricos, Dalyell y Llewellyn padieron contemplar cémo las criaturas morfan a causz de la desnutricién y la carencia de medicamentos y, como otros, constataron que el apoyo a Saddam aumen- taba entre una poblacién que empezaba a percibir que Ios gobernantes del mundo estaban intentando castigarles a ellos, no a su criminal dirigente. La veracidad de esta percepcién queda confirmada por las politicas aplicadas por Tos Estados Unidos a todos aquellos que han intentado enfrentarseles, como pueden atestiguar las victimas de tales politicas en todas las partes del mundo. Mientras tanto, los Estados Unidos segu‘an bombardeando Irak a placer. EI gesto final de Bush cuando abandoné el poder en enero de 1993 fue orde~ nat el disparo de cuarenta y cinco misiles de crucero Tomahawk contra un complejo industrial cercano a Bagdad; treinta y siete de ellos dieron en el blanco, uno alcanzé el Hotel Rashid, matando a dos personas. A los cinco meses de su mandato, Bill Clinton demostr6 que él también era capaz de ordenar al Pentégono que atacase blancos indefensos. Obtavo con ello un gran respaldo por su virilidad y valor, demostrando de paso una vez més que su «mandato para el cambio» (lema que tom prestado de Eisenhower) sig- nificaba en realidad «negocios como siempre», contrariando las ilusiones que se habjan forjado en Europa y en partes del tercer mundo. Este incidente merece que Je prestemos mayor atencién, ya que proporciona mas datos sobre el nuevo orden mundial El 26 de junio de 1993 el presidente Clinton ordend un ataque con misiles Para entrar en materia 29 ‘contra Irak.” Se lanzaron veintitrés misiles de crucero Tomahawk contra uno de los cuarteles del servicio de informacién situado en el centro de Bagdad. Siete de ellos no dieron en el blanco, estallando en una zona residencial. Segiin jnformé Nora Boustany desde Bagdad, hubieron ocho muertos y decenas de heridos. Entre los muertos se encontraban la conocida artista Layla al-Attar y tun hombre con su hijo en brazos. Ya se sabe que un ataque con misiles inevi- tablemente tendrd fallos técnicos, pero su «principal ventaja», seguin explicé el secrctario de Defensa Les Aspin, es que «los pilotos estadounidenses no ‘corren ningiin riesgo, como seria cl caso de un bombardeo mas preciso. Slo corren riesgo los civiles iraquies, de los que se puede prescindir. ‘Segin inform6 Ia prensa, Clinton fue aclamado por los resultados obteni- dos. Al dia siguiente, al ira la iglesia, cl profundamente religioso presidente declaré que «las noticias que he recibido hacen que me sienta muy bien, por Jo que pienso que el pueblo estadounidense debe sentirse bien por ello», Su satisfaccién fue compartida por los representantes «palomas» del Congreso, quienes consideraron que el ataque con rhisiles fue «apropiado, razonable y necesario»; «tenemos que mostrar a este pueblo que no somos blancos iner- tes para el terrorismo» (en palabras de Bamey Frank y Joseph Moakley, dos de los principales liberales de Massachusetts).” El ataque se present6 como una represalia por el presunto intento iraqut de asesinar al ex presidente Bush durante su visita a Kuwait en el mes de abril, hecho por el gue un presunto acusado estaba siendo sometido a juicio, en dadoses eircunstancias, en el momento de efectuarse los ataques. En publico, ‘Washington afirmé tener «determinedas prucbas» de la culpabilidad iraqu, pero admitié calladamente que tales prucbas eran falsas: la prensa informé que «funcionarios de la administracién, que descan conservar ¢] anonimato, afirman que el juicio sobre la culpabilidad iraqi se basaba en pruebas y ané- lisis circunstanciales més que en evidencias contundentes», como reflej6 un editorial del New York Times. Estos comentarios, considerados triviales, apc ras tuvieron repercusién piblica y fueron répidamente olvidados.” En el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, la embajadora Made- cine Albrigth defendi6 el recurso # la fuerza aludiendo al articulo 51 de Ta ‘Carta de las Naciones Unidas. El articulo 51 autoriza el uso de la fuerza en legitima defensa en caso de «ataque armado>, hasta tanto que el Consejo de Scguridad haya tomado las medidas necesarias al respecto. Segtin el derecho internacional, la Jegitima defensa esta autorizada cuando su necesidad es « al articulo 51. «Cualquier presi 30 El nuevo orden mundial (y el viefo) dente tiene derecho a emplear la fuerza militar para proteger los intereses de la nacién», afiadi6 el New York Times, mientras expresaba cierto escepticis- ‘mo. «Diplomdticamente, esta era la raz6n que se debia invocar>; los editores del liberal Boston Globe declararon: . La respuesta, sefiald Glass, es que Bill Clinton necesitaba mejorar sus indices de popularidad y, en un caso, lo hizo enviando misiles a Bagdad y, en el otro, volviendo a Arkansas en plena ‘campaiia presidencial para supervisar la ejecucién de un prisionero deficien- te, mental, demostrando asf «que un demécrata puede ser inflexible ante el cerimen>. Los especialistas en relaciones puiblicas de Clinton tomaban el pulso de Ja nacién, Sabfan que la gente se sentia enormemente desilusionada, escepti- cay preocupada por la situacién de sus vidas, su aparente pérdida de poder yeel declive de las instituciones democréticas; sentimicntos intensificades por ‘una década de reaganismo. Por tanto, no resulta sorprendente que Reagan Figure, junto a Nixon, como el ex presidente vive més impopnlar. especial- mente rechazado por los wabajadores y los «demécratas de Reagan». Los, asesores de imagen sabfan también que Ja administracién Clinton no afronta- ria los problemas de la gente corriente; cualquier medida significativa en ese sentido infringiria las prerrogativas de su electorado bésico y, por tanto, no se tomé ninguna. Para los ejecutivos de alguna multinacional, para los profe- sionales vinculados con Ja estructura de poder y otros sectores privilegiados ‘es importante que e! mundo siga una disciplina adecuada, a fin de que Ia industria avanzada vea garantizados sus enormes subsidios y para que los poderosos tengan garantizada su seguridad. No importa demasiado que la educacién y la sanidad pablica se deterioren, que Ja poblacién inadaptada se pudra en suburbios y prisiones, y que las basés para una sociedad aceptable se desmoronen para la mayor parte de la poblacién. Al adoptar estas direc tices a la hora de elaborar su politica, Ja admiistracién actual sigue los pasos de sus predecesores, ‘Ante tal panorama, lo nico que se puede hacer es asustar a la opinién piblica y distraer su atencién. El desmoronamiento de las comunidades u~ panas tiene unos efectos realmente amenazadores para las personas que se ‘ven obligadas a arrostrar sus consecuencias; en una sociedad despotitizada, ‘muchas personas aprobardn que el poder del estado actiie con dureza contra aquellos que pueden amenazarles, sin pensar en alguna otra alternativa posi- ble. ¥ estas mismas actitudes se hacen extensivas a las hordas exwanjeras. El Para entrar en materia 33 presidente Lyndon Johnson se ocupé de explicitar tal actitud cuando advirti6 {que las fuerzas hostiles, que , en un estilo que era «més clara que el agua. Tnundada por este dilavio, gran parte de Ia poblacién vivia aterrada por los ddemonios extranjeros que se avecinaban y que Jes robarfan cuanto tuviesen Dorante la década de los ochenta, Jos Estados Unidos fueron objeto de no pocas chanzas en todo el mundo cuando la industria turistica entraba perid- dicamente en crisis porque los estadounidenses, asustados por Jas imagenes de frabes enloquecidos, temfan aventurarse en Europa, donde de hecho hu- bieran estado més seguras que en cualquiera de tas ciudades de su pais. Durante el conflicio del Golfo el terror era palpable; uno podia encontrar présperas ciudades situadas a cientos de kilmetros de cualquier parte que se Forbificaban hasta los dientes por temor a los terroristas arabes, si no al pro- pio Saddam. Mientras tanto, aluviones de propaganda sobre nuestra inimita- ble generosidad y la ingratitud de los pobres diablos que se beneficiaban de ella llevé a una situacién cultural en la cual casi ta mitad de la poblacién crefa que Ia ayuda al extranjero era la partida principal del presupuesto fe- deral y otro tercio consideraba que el bienestar era e} principal culpable, sobrevalorando también la proporci6n que se destinaba a la poblacién de color y a Ja ayuda a la infancia. Menos de una cuarta parte daba la respuesta correcta, es decir, que la partida principal del presupuesto era el gasto mil tar, y seguramente pocas personas eran conscientes de que en gran parte estos gastos significaban bienestar para Jos ricos, al igual que el insignifican- te programa de wayudan, uno de los mas miseros del mundo desarroliado." ‘Como hemos visto, ios gestores doctrinales entraron en liza tan pronto ‘como el presidente Bush determiné recurrir a Ja fuerza como respuesta a ia jnvasién de Kuwait por Saddam. Los estrategas de Clinton, ansiosos de salvar su titubeante presidencia del naufragio total, anticiparon favores similares y zo se equivocaron. Algunos reconocieron que Clinton pudo haber ordenado un bombardeo de Bagdad alin mas salvaje sin eausar ninguna pérdida de las vidas gue im- 34 El nuevo orden mundial (y el viejo) Portaban. Pero esto no hubiera sido favorable a los intereses de Washington El presidente «no quiere correr el riesgo de que se produzcan muchas bajas civiles». seiialé Thomas Friedman. «Un golpe con mas bajas civiles proba. blemente no hubiera suscitado un amplio apoyo a Washington, sino mas bien simpatia hacia Irak» y, por tanto, hubieea sido poco aconsejable." Pese a este poderoso argumento contra cl asesinato en masa, n0 todo el mundo estaba satisfecho con la contencién del presidente. El columnista del New York Times William Safire conden6 a la administracién por propinar «una compasiva escaramuza» en lugar de desencadenar un atsque 2 gta escala sobre «el potencial bélico de Saddam y su apoyo econdmico, poster. ‘gando durante varios aos toda expectativa dle recuperaciénm. Su desden fue compartido por el New Republic, una de las voces destacadas del liberalismo estadounidense. Sin embargo, sus editores se felicitaban por el «silencio del mundo abe», que manifestaba asf su aprebacién por la decisiva accion de linton. Como bien sabfan dichos editores, el bombardeo fue criticado en todo el mundo érabe, incluso por Ios aliados de Washington, y fue condenado pot la Liga de Estados Arabes como un acto de agresién, Un editorial en el diario Athbar-al-Khalij de Bahcein afirmaba que «el suelo arabe se ha convertido hasta tal punto en un objeto legitimo para los Estados Unidos que Clinton ni siquiera se preocupé de buscar un pretexto razonablemente convincents con el cual justificar la hima agresiGnn, figndose del apoyo del Consejo de Se uridad de las Naciones Unidas, que «se ha convertido en poco mas que un apéndice del Departamento de Estado de Tos Estados Unidos», «Lo que suce= de realmente es que los Estados Unidos humillan al pueblo arabe siempre que se les presenta la oportunidad.» «En pocas palabras, este alaque a Irak es tun caso evidente de un criminal internacional que ataca a uno regional, siguiendo el principio segén el cual los demés no se entrometerin», afadi6 un reportero en Bahrein. En el otro confin del mundo arabe, la prensa oficial marroguf acus6 a Clinton de explotar «el nuevo orden mundial para esclavi- 2ar a os pafses y a los pueblos del mundo» y de utilizar el Consejo de Segu- ‘dad como si fuera un «organisino de la politica extetior estadounidense», Por lo que se refiere a las dictadutas familiares del Golfo, en la medida en que permanecieron «en silencio», se distanciaron de un acto que causé gran amargura en el mundo érabe.® Pese a su falsedad, las afirmaciones de los editores se hacen inteligibles cuando recordamos las normas doctrinales, de las que pusieron otto ejemplo al recordar a sus lectores que el presidente Bush «puso a Ta opinion publica mundial contra Saddam» cuando desencadené el ataque contra Irak ch enero de 1991, Esta formula convencional es también burdamente falsa, si conside- Tamos que incluye s6lo a Tos érabes que cumplen Tos requisites de las elites occidentales, la aficmacién segsin la cual «el mundo érabe> aprob6 los misiles de Clinton es bastante acertada, por no decir que es una tautologia, El presidente Clinton declaré que el presunto complot contra Bush era . El ataque con los misiles fue : una férrea junta iraquf sin Saddam Hussein», pese a que finalmente debiera conformarse con la segunda mejor opcién: el «férreo» Saddam (Friedman. Las opciones técticas de:la administracién Clinton fueron determinadas en parte por la consideracién sefialada por el secretario de Defensa: ;por qué poner en peligro la vida de soldados estadounidenses por el mero hecho de teducir las bajas civiles? Pero el principio operativo es bastante més general: Ja vida humana tiene valor en la medida en que contribuye a la riqueza y al poder de los privilegiados. Son los intereses de los poderosos que gobiernan el mundo los que determinan los contornos bésicos de la politica Este principio queda bien ilustrado con el tratamiento dispensado a Sad- dam Hussein, Noriega y otros muchos tirancs: buenos chicos cuando se plie- {gan a nuestros intereses; sabandijas a las que hay que exterminar si se inter- ponen en nuestro camino. Las doctrinas morales por las que se rigen los Estados Unidos Jes autorizan a bombardear al invasor de Kuwait ¥ a matar de hambre a sus sibditos, si bien as grandes matanzas en e] transcurso de la invasién y anexién indonesia de Timor Oriental, que empequefiecen los ex{- ‘menes de Saddam Hussein en Kuwait, no tienen ninguna importancia. Estos cerimenes no obligan o autorizan a los Estados Unidos y al Reino Unido a bombardear Yakarta, ni siquiera les privan de proporcionarle una decisiva ayuda militar y un no menos decisive apoyo diplomatico para la agresion y Jos asesinatos masivos, con la ayuda de otras potencias que vieron la ope: tunidad de beneficiarse de ellos. Durante Jos peores afios de la agresiéi indonesia, los medios de comunicacién observaron un apropiado silencio 0 transmitieron las mentiras oficiales. En la actualidad, 1os guardianes de la virtad anglocstadounidense y sus asociados se aprestan gozosos a robar el petr6leo de Timor Oriental de Ia mano de los conquistadores indonesios y itadie dice nada sobre ello, aunque cabe imaginar que si Libia se hubiese uni- 38 El nuevo orden mundial (y el viejo) do a Irak, después de ta conquista, para explotar el petrdleo kuwaitf segura- mente se hubieran producido comentarios al respecto, Diez afios antes que Indonesia invadiese y se anexionase Timor Oriental con la ayuda de Occidente, su dirigente, el general Suharto —considerado por Ja opinién pablica occidental como un «moderado de buen corazin>—, desencadené la mayor masacre cometida después del holocausto. En unos ocos meses fucron asesinadas centenares de miles de personas, en su mayo. fa campesinos sin tierra. Este «terrible baflo de sangre, tal como lo definis Ja revista Time, fue difundido de forma muy gréfica, con gran entusiasmo y ceuforia. Para el New York Times, estos acontecimientos representaban «tun ayo de luz en Asian, acontecimiento que los experts offecicron como just ficacién para la invasi6n estadounidense de Vielnam, que animé a los gene- rales indonesios a limpiar convenientemente su pais. Esta increfble reaccion no suscit6 ningin comentario en aguel momento y retrospectivamente es algo que ni siquicra se puede mencionar:* De igual manera, tampoco se pueden impedir los asesinatos masivos en el altiplano guatemalteco y en Bosnia, y de hecho se instigan (como en Gua- temala) si ello convienc a los intereses de los gobernantes del mundo. Las reglas para la interyenciGn en Bosnia son altamente restrictivas; por el con- trario, en Somalia, las fuerzas de las Naciones Unidas (para cl caso, estado. uunidenses) estin autorizadas para llevar a cabo represalias masivas con gran imero de victimas civiles La distincién es clara: las represalias en Bosnia tendrian un clevado cos- te para Occidente, mientras que los somalies son lo suficientemente débiles como para resultar pan comido. Por esta razin se desplazaron tropas estado- unidenses a Somalia, pero no a Bosnia. Las terribles atrocidades cometidas en Haitf pudieron haber sido controladas con unas cuantas medidas, pero Tos Estados Unidos y sus compinches no estaban dispuestos a restaurar en el poder a un represontante democraticamente clegido por los pobres, el presi- dente Jean-Bertrand Aristide, cuyos esfuerzos para ayudar a la’ inmensa ‘mayoria de la poblaciGn merecieron la condena del gobierno y los medios de comunicacion porque «instigaban la lucha de clases»; porque eran acciones ue se apartaban de la pauta habitual de explotacién brutal por parte de la cleptocracia, lo que suscita pocos comentarios siempre y cuando la chusma ‘quede sometida. Washington dejé claro que e} presidente electo seria autori- zado a regresar, tras el golpe militar que lo derroc6, si aceptabe Ia condickén de que el poder efectivo quedase en manos de un representante «moderados del sector financiero, asi como la desarticulacién y marginacién de los movi. ‘mientos que lo levaron al poder. El principio operativo 5 que las acciones se deben guiar por et propio interés. La pregunta basica es es «eli- mminar el desafio de Ia libertad» en todas partes, Jogrando «un poder total sobre todos los hombres» en el propio estado esclavo y «una autoridad abso- Iuta en el resto del mundo». Por su. propia naturaleza, el estado esclavo es, «inevitablemente belicoso». Por tanto, es impensable cualquier compromiso acuerdo pacifico. Asi pues, no queda otro remedio que «sembrar las semi- ilas de Ia destrucci6n en el sistema soviético» y «acelerar su decadencia» por todos los medins, a excepcién de Ia guerra (que resultaria demasiado pe ‘gyosa). Tenemos que prescindit de la diplomacia y las negociaciones a no ser ‘como mecanismo para aplacer a la opinién piblica, porque cualquier acuer- do «reflejaria las realidades actuales y por tanto seria inaceptable, si no desastroso, para los Estados Unidos y para el resto del mundo libre», aunque tras el éxito de una estrategia de roi! back podriamos «negociar un acuerdo con la Unién Soviética» (0 el estado o estados que Ia sucediesen). ‘Los autores admiten que el diabélico enemigo es bastante mas débil que sus adversarios en varios aspectos importantes, pero esta disparidad les con- fiere atin més ventajas sobre el enemigo- al estar tan atrasado, «puede hacer ims con menus», es at a vez un ening y un superman. Nuestra situaciGn es verdaderamente desesperada Dado que «los designios del Kremlin para dominar el mundo» son una propiedad necesaria del estado esclavo, no hay necesidad alguna de probar ‘cualquiera de las conclusiones que tuvieron tan enorme impacto en los Esta- dos Unidos y en el mundo, EI prolijo andlisis no offece ninguna informacién pertinente al respecto.* La perversidad innata del estado esclavo queda magnificada en Ia com- paracion con los Estados Unidos, una nacién cuya perfeccion resulta précti- camente inimaginable, y cuyo «fin primordial» es «asegurar la integridad y la vitalidad de nuestra sociedad libre, que se basa en Ia dignidad y el mérito individual», asi como salvaguardar estos valores en todo el mundo, Nuestra sociedad libre est impregnada de una «maravillosa diversidad», una «pro- funda tolerancia» y el «respeto a la Iey> (nuestras ciudades son un prodigio de tranquilidad, y el crimen de guante blanco, desconocido); por un compro- miso «de crear'y mantener un entorno en el que cada individuo tenga la opor- tunidad de materializar su creatividad». La sociedad perfecta «no teme, sino que ama la diversidad» y «su fuerza se nutre de su hospitalidad incluso con Jas ideas que le son contrarias», como testimoniaba en aquella época Ia his- teria desencadenada por el senador McCarthy. El «sistema de valores que inspira nuestra sociedad» comprende , especialmente entre aquellos que han tenido la suerte de sufrir en propias cames estas cualidades, como en América Latina, que tanto se ha beneficiado de «nuestros prolongados intentos de crear y desarrollar el siste- ma interamericano». Puesto que tales som las propiedades necesarias de los Estados Unidos, de la misma manera que la perversidad innata es ta propie. ‘dad necesaria de su enemigo, sabiamente se decidié que para proclamar ‘nuestra perfeccién no hacfa falta tener en cuenta Ia historia. El resto del documento interno secreto sigue la misma t6nica que, de hecho, capta bastante bien la calidad del discurso intelectual existente en la esfera publica, aunque, para ser justos con Acheson, debemos recordar que este personaje estaba absolutamente convencido de que era necesario para obtener apoyos para los programas previstos Je rearme e intervencién.” Si nos centramos en el presente observaremos pocos cambios. En el numero de primavera de 1993 de la prestigiosa publicacién especializada International Security, Samuel Huntington, profesor de ciencia politica de Eaton y director del Instituto Olin de Estudios Estratégicos de Harvard, nos informa de que Ios Estados Unidos dehen mantener su «primasia internacio= nalp en beneficio del mundo. La razén es que es la tinica de entre todas las naciones cuya «identidad nacional se define por un conjunto de valores polf- ticos y econémicos universales»; a saber, y que, «como raza, no merecfan preservarse; «esencialmente inferiores a la raza anglosa- jona>, constituyendo «una casta imposible de mejorar», por lo cual «su des- apariciGn de la familia humana no representaria una gran pérdidar (palabras del presidente John Quincy Adams, que mucho més tarde se retract, reco- nociendo que las politcas que habia puesto en marcha se contaban «entre Jos pecados mas nefastos de la nacién, por los cuales creo que un dfa Dios nos juzgard, con la esperanza de que su tardfo arrepentimiento pudiese ayudar de alguna manera a «esta desventurada raza de americanos natives, que hemos exterminado sin compasidn y con pérfida erueldad). El exterminio fue més que justo a la luz de Ta doctrina legal, enunciada por el presidente Monroe, segiin la cual una raza inferior debe «por derecho» ceder e) paso «a la més densa y compacta forma y superior fuerza de Ia poblacién civilizada», ya que «la tierra fue dada a 1a humanidad para albergar al mayor numero de perso- nas posible y ninguna tribu ni ningun pueblo tiene el derecho de sustraerse a Tos deseos de otros més de lo necesario para su propia subsistencia y como- didad». Por tanto, los derechos naturales exigen, y nadic puede evitar», la «Tapida y gigantesca» expansi6n de los asentamientos blancos en territorio Indio, con la justa exterminacién que fue la consecuencia inmediata de ello, Tales ideas, esbozadas por los primeros ideslogos hasta remontamos a John Locke, tienen también su reflejo contempordneo, siempre aplicado con exquisita selectividad para no equivocamos. Una vez el continente se libré de aquella plaga nativa, las doctrinas se extengieron con naturalidad al resto del mundo. La conquista de Occidente proporcionarfa el trampolip para la milenatista «emancipacién del mundo» a ea sls ses ceeSeseeeeeeesesneececeeceseeemtenioesnroneoe Para entrar en materia 47 través del epoder econémico y morals de los Estados Unidos, segtin explicé fn 1835 el influyente clérigo de Nueva Inglaterra Lyman Beecher, adoptan- do unos términos que cautivarfan a una cultura profundamente religiosa, y {gue repitieron con sélo un poco més de crudeza sus seguidores laicos, como el NSC 68 y gran parte de 10s discursos pablicos.” Durante la guerra fria, se tejicron todos los hilos necesatios para exigir la supremacfa, nuestro derecho y nuestra necesidad: nuestro derecho en virtud Ge la nobleza que nos es propia por definicién; nuestra necesidad, habida cuenta de la inminente amenaza de destruccién a manos del diabélico ene- ‘migo. El término convencional que se emplea como pantalla 0 pretexto es ‘Tha vec acabada la guerra fifa, las méscaras se pueden dejar un poco al rargen y las verdades elementales, a veces enunciadas por sesudos eruditos, fe pueden ofrecer al conocimiento y comentario piblicos. Entre estas verda- des se encuentra la ya mencionada, que el recurso a la seguridad fue en gran ‘medida fraudulento y que la guerra fria se emples como mecanismo para jus- Lificar la supresién de los nacionalismos independientes, ya fuese en Europa, en Japén 0 en cl tercer mundo. En opinién expresada en un articulo publi- cado en Foreign Policy por dos analistas de politica exterior, «la muerte de la Unién Soviética ... ha forzado a las elites de la politica exterior estadouniden- ses a ser mis sincera al hora de articular Ins premises estatégieas del is». Ya no se puede seguir ocultando que «bayo la estrategia estadouniden- Aatil orden mundial subyace la creenca de que fs Estados Unidos deben mantener Jo que es en esencia un protectorado militar en regiones econémi- camente importantes, para asegurar que el comercio vital y las relaciones financieras estadounidenses no se irén al traste a causa de trastornos polti- cos; esta vestrategia econ6micamente determinada articulada por la elite de Ja politica exterior supone, paraddjicamente {0 quiz4 sin saberlo], una interpre- tacién casi marxista 0, para expresarlo con mayor precision, Ieninista de las relaciones exteriores estadounidenses» y reivindica también Tos tan denos- tados anélisis «radicales> de William Appleman Williams y de «otros histo- riadores de izquierdas» Sélo nos resta afadir la cléusula smithiana habitual: Jas relaciones comer ciales y financieras que hemos de preservar son «vitales» para los artfices de la politica y para el poderoso estado y los intereses privados a los que sirven. ‘A menudo, empero, no son en absoluto «vitales» para la poblaci6n en ge- neral, para la que pueden resultar por el contrario muy perjudiciales. Un ejemplo de ello serfan los efectos derivados de a internacionalizacién de la produccién, que relegé a gran parte de la poblaci6n al mismo status de perso- ‘as superfluas que los habitantes del tercer mundo, consecuencia que se puede justificar répidamente mediante la l6gica de la «racionalidad econémica», ya que no resulta tan fécil como recutrir al pretexto de la «seguridad» Si entendemos Ia «seguridad» en unos términos més razonables, po- 48 El nuevo orden mundial (y el viejo) demos preguntamos en qué medida ésta ha sido un factor genuino de la for- macién de politicas. Considetemos nucvamenie los tres mayores complejos militares (Truman, Kennedy, Reagan) impulsados con pretextos ya fuesen débiles o inventados, que sugieren que bajo Ia cobertura de la seguridad se movian diferentes motivos. Esta sugerencia queda reforzada si consideramos ‘que las verdaderas amenazas a la seguridad no se tienen en cuenta. Asi, cen 1950 existia una potencial amenaza a la seguridad estadounidense: los mi- siles ICBM con sus cargas nucleares. Pero quienes decidfan las politicas no se esforzaron en modo alguno en inhibir el desarrollo de armas que, final- ‘mente, podfan poner en peligro 1a seguridad estadounidense. La historia del desarrollo armamentistico siguié estas mismas pautas hasta el final de la guerra fia? Otros aspectos de la formacién de politicas revelan la misma falta de preocupaci6n por la seguridad. Se hablaba constantemente de la amenaza Inilitar soviética, pero es importante recordar emo se concebia dicha ame- naza, La idea de que los rasos podian atacar Europa Occidental nunca se ‘tom6 muy en serio, aunque se reconocia que el poder militar soviético signi- ficaba una doble amenaza: servia como mecanismo disuasor de la interven- ién de los Estados Unidos en el tercer mundo, y existfa el peligro de que la Unién Soviética pudiese reaccionar ante la incorporacién de Alemania y Japén, sus enemigos tradicionales, a una alianza militar gobemada por sus Implacables adversarios de Washington que sf represemaba una verdadera amenaza para su seguridad, como admitfan los planificadores occidentales. La formaci6n de Ia OTAN parece haber sido inspirada no tanto por las pre- visiones de un ataque de las fuerzas de Stalin contra Europa Occidental, sino por el temor a una «tercera fuetza» neutral europea, que para Acheson, segiin las premisas ya sefialadss, representaba «la via mas corta hacia el suicidion. ‘Seguin se refleja en el pormenorizado estudio de Melvyn Leffler, los planifica dores estadounidenses, cuando preparaban las reuniones de Washington que condujeron a la creacién de la OTAN —y, como respuesta, del Tratado de Varsovia—. «estaban convencidos de que los soviéticos podian estar real- mente interesados en llegar 2 un acuerdo para unificar Alemania y poner fin a la divisién de Europar. Y esto no se considerd una oportunidad, sino una amenaza al «objetivo fundamental de la seguridad nacional»: «aprovechar el potencial econémico y militar alemén para la comunidad atlintica», blo- ‘queando asi Ta neutralidad «stticida». Leffler deja claro que con el término «seguridad nacional» no se aludia a la seguridad de la nacién, a la que s6lo se podia perjudicar creando un amargo conflicto Este-Oeste en Europa, sino a objetivos econémicos y polf- ticos de muy diversa indole y de largo aleance. Del mismo modo, la expre- sién «comunidad atlintica» no alude a sus gentes, sino a los poderosos que Ja gobieman, segtin el uso convencional de la expresi6n. De hecho, la fuerza y el atractivo de que gozaban las fuerzas populares eran un problema que Para entrar en materia 49 supaba enormemente a los planificadores briténicos ¥ estadounidenses. De ahi que fuera uno de los factores que les indujeron a preferir la particién de Alemania antes que la unificacién y Ia neutralidad, que en general hubic- fa podido reforzar el poder del movimiento obrero y las tendencias democré- ticas en Europa. Como los estadounidenses, el Ministerio de Asuntos Exte~ flores briténico consideraba altamente improbable una agresién soviética; les supaba més la «infiltracién econdmica e ideoldgica» procedente del Este, Que consideraban «algo muy parecido a una agresiGu». En el historial inter- zo, los Exitos politicos obtenidos por las personas indebidas suelen definirse como «agresiones». Los planificadores briténicos advirtieron que una Ale- ‘mania unida «Seria més ventajosa para los rusos>, que podrian ejercer «una presién mayor» con llamamientos a los trabajadores, um sector que en aque- Ila época causaba mucho temor. Se prefiri6 por tanto Ia divisién de Atema- nia, privando asf a la UniGn Soviética de hacer oft su voz en el coraz6n de la industria alemana, cl préspero complejo industrial de las cuencas del Ruhr y del Rin, y debilitando al movimiento obrero. De tal forma, la verdadera ame- nnaza a ja seguridad de Ia guerra fria avanz6 un paso més, Por las mismas razones, los Estados Unidos nunca consideraron Ia pro- puesta de Stalin de unificar y desmilitarizar Alemania mediante unas clec- Ciones libres en 1952. Otras iniciativas soviéticas de mediados de los cin cuenta fueron igualmente rechazadas, por temor a que pudieran ir en serio. Fl Departamento de Estado, en un documento interno fechado en enero de 1956, advirti6 de la necesidad de vincular «orgénicamente a Alemania en Ia comu- nidad occidental para disminuir el peligro de que con el tiempo el irredento nacionalismo alemén pudiera negociar Ia neutralidad en favor de la reunifi- cacién, con vistas a lograr una posicién de control entre Oriente y Occiden- te», Segiin los comentarios de Geoffrey Wamer acerca de unos informes que recientemente perdicron su carécter de secretos, «no se trataba de meras fan- tasias surgidas de una imaginaci6n enfebrecida>. «Los rusos hicieron saber a Jos ministros de Asuntos Exteriores rcunidos en la Conferencia de Ginebra {que estarfan dispuestos a conceder unas elecciones libres en Alemania a cam- bio de su neutralidad», planificéndose negociaciones secretas entre Alemania Oriental y Occidental. Lo que es atin més significativo es que la administra cién Kennedy ignoré el Hamamiento de Jruschey para realizar propuestas, reefprocas después de Jos radicales recortes en las fuerzas militares y los armamentos soviéticos realizados entre 1961 y 1963 (que Washington cono- ‘ofa muy bien, pero que ignor6). También las propuestas de largo alcance de Gorbachev encaminadas a reducir las tensiones de la guerra fefa fueron en gran medida ignoradas, cuando no consideradas pura y simplemente como amenazantes. Las razones bésicas fueron las sefialadas por Churchill, una vez afiadida la nota a pic de pégina que faltaba: ta acomodaciGn hubiera podido socavar el papel preponderante de los poderosos de las naciones ricas, permitiendo que 50 El nuevo onten mundial (y el viejo) clementos populares inaceptables ganasen influencia sobre los planificadores ¥ sus politicas. La neutralidad suicida bien hubiera podido contribuir a tales peligros, que fueron fécilmente eliminados en el contexto de confromtacién de la guerra fria por el que se opt6. En este contexto, los Estados Unidos pudie. zon imponer el orden también en el club de los ricos, segsin cl principio Subra. yado Por Henry Kissinger a principios de Jos aitos setenta: los miembros menos relevantes del club se Ocuparin de sus «intereses regionales» dentro del «marco de orden global» gestionado por los Fstados Unidos, la tnica Potencia con sintereses y responsabilidadles plobales». Una de las cuestiones més candentes en Ia actualidad es hasta cuiindo Buropa y Japén aceptarin este Papel subordinado. El hecho de que la seguridad no haya sido un factor importante en Ia for- macién de polfticas no ha pasado desapercibido. En su estudio de referencia, sobre la contenciGn, John Lewis Gaddis coineide con la opinion de George Kennan, comin entre los analistas y politicos racionales, incluido el presi. dente Eisenhower, entre otros, segtin la cual «no es cl poderio militar ruiso €l que nos amenaza, sino su poder politico» (octubre de 1947). A partir de st extenso estudio histérico, Gaddis llega a la conclusién de que, «en un grado muy importante, la contenciGn ba sido el producto no de lo que Ios Tus0s hhayan hecho, ni de To que ha sucedido en el mundo, sino de las fuerzas inter. fnas que actfan en los Estados Unidos ... Lo sonprendente es Ia primacia que 2 ha otergndo a las consideracionca ccomémicas fes deviy a la gestion C60 ‘n6mica del estado] a la hora de configurar las estrategias de contencion, has- ta la exclusién de otras consideraciones» (Ia cursiva es suya)." Pero como muchos otros, Gaddis considera esta consistente pauta como tuna sorprenden. te curiosidad més que como una indicacién de la politica; el descubrimicnto no sugicre nada acerca de la conveniencia del marco de la «disuasiOn» y la s see la dificultad de emprender el tipo de andlisis racional que serfa rutinario en otros objetos de estudio. inchiso en este mismo cuando se trata de ottos estados, especialmente los de los ener £208 oficiales 1 implicito reconocimiento de Gaddis de las realidades de la guerra fia sélo nos cuenta la mitad de Ia historia: Is que corresponde a nuestro lado Aalo tenemos que afadir la «ands sincera [articulacién} de las premisas de la estrategia estadounidense» que la «elite de la politica exterior puede reco. nocer, como minimo, dada la erosin de los pretextos de la guerra fria: la doctrina sleninista», que , exige que «los Fstados Unidos mantengan lo que en esencia es un protectorado mifitar en regiones econémicamente importantes para asegurar que el comercio vital y las relaciones econémicas estadounidenses no se vean obstaculizados por ningin trastorno politico». EI marco convencional resulta plausible si interpretamos el concepto «seguridad nacional» con la suficiente amplitud, consideréndola amenazada Para enirar en materia $1 si algo estd fuera de nuestro control, segiin las premisas detalladas al prin- Gipio de este apartado. De ello se seguirfa, en ese caso, que la «seguridad racional> de Jos Estados Unidos estaria en peligro si una partieula del Cari- be buscase una via independiente, por lo cual Granada deberia volver por la fuerza al redil, para convertirse en un «escaparate del capitalismo», como orgullosamente anuncié la administracién Reagan mientras la inundaba con grandes cantidades de sayuda> que dej6 los restos del naufragio «en una {errible situacién econémica», por no hablar del influjo de los bancos que convirtieron el «escaparate> en un «tefugio cada vez mayor para el blanqueo de dinero, la evasiGn de impuestos y un variado fraude financiero» (Wall Sireet Journal)® Si consideramos que la «seguridad» se ve amenazada por ‘cualquier Iimitaci6n al control sobre los recursos y los mercados, las doctri- nas convencionales adquieren todo su sentido. ‘Siguiendo las mismas premisas podemos apreciar Ia justificacién para la invasién occidental de Rusia en 1918 ofrecida por Gaddis en un influyente estudio retrospective de la guerra fria, Para Gaddis, la invasi6n fue defensiva, Se emprendié «como respuesta a una intervencién profunda, y potencial- mente de largo alcance, del nuevo gobierno soviético en los asuntos internos, no s6lo de Occidente, sino précticamente en todos Ios paises del mundo»; a saber, sel desafio de la revolucién —que no pudo haber sido mas categri- co—a la supervivencia misma del orden capitalistay. «La seguridad de los Estados Unidos estaba “en peligiy” nu ya ei 1950, sinwv eu 1917, y por tate Ja intervenci6n era plenamente legitima en defensa contra el cambio del orden social en Rusia y el anuncio de intenciones revolucionarias.»* Bl ané- lisis se considera incuestionable, en virtud de las premisas técitas que acaba- ‘mos de comentar. Por la misma I6gica, Ia y abog6 pot una intervencién armada para castigar el crimen. A ello le siguié la invasién occidental, que se tomé muy en serio. Como hemos sefialado, el Reino Unido lleg6 a usar gas venenoso en 1919, lo que no era un asunto baladf justo después de la primera guerra mundial. BI secretario de Estado Winston Churchill anot6 que 41 adesearia lanzarlo contra los bolcheviques, si podemos afrontar el coste de revelar» dicha arma; en su opinién, no eran s6lo los drabes recalcitrantes, ‘quienes merecfan tal tratamiento. El idealista Woodrow Wilson qued6 espe- ccialmente turbado por la dispersién de la Asamblea Constituyente, reaccién que, segin escribié Kennan, refleja el «profundo compromiso con la consti- tucionalidad» de! publico estadounidense, profundamente ofendido ante la vvista de un gobierno sin otra autoridad que la de «las bayonetas de Ia guar- dia rojan.” La historia fue Jo suficientemente propicia como para llevar a cabo un experimento controlado para comprobar la sinceridad.de tan elevados senti- mientos. Unos meses después de que los bolcheviques disolvieran le Asam- blea Constituyente, ofendiendo a la opinisn publica civilizada, el ejército de Woodrow Wilson disolvié la Asamblea Nacional de la ocupada Haitf «me- Para entrar en materia 53 diante los genuinos métodos del cuerpo de marines», en palabras del coman- Gante de marines mayor Smedley Butler. La razén fue el rechazo haitiano @ tatificar una Constitucién impuesta por los invasores que conferfa a las em- presas estadounidenses el derecho comprar las terras haitianas. Un ple- biscito organizado por los marines remedi6 el problema: bajo las armas de ‘Washington, Ia Constitucién redactada por los Estados Unidos fue ratifieada por una mayoria de un 99,9 por 100, con una participacién popular que al- Eanzé un 5 por 100. El «profundo compromiso con la constitucionalidad» de Wilson quedé inclume ante un gobierno sin otra autoridad que la de «las bayonetas de los marines ocupantes», como inclume quedé el compromiso de Kennan Muy al contrario. Hasta hoy en dia estos hechos figuran en las divertidas reconstrucciones denominadas «historian como un ejemplo de las «interven- Ciones humanitarias» de los Estados Unidos y de las dificultades que conlle- ‘Van (para nosotros). Asi, Robert Kaplan advirtié que «a trdgiea historia de Hiatt debe actuar como clemento de contencién para quienes estén dispuestos, semprender la Operacién Restaurar la Esperanza en Somalia», recordando las, dificultades a Tas que nos enfrentamos cuando intentamos «Sanar el cuespo politico de un pais que carece de las bases de una eultura politica moderna». Elaine Sciolino, analista politica del Times, recuerda que los marines «mantu- vieron €] orden, recaudaron impuestos, axbitraron disputas, distribuyeron ali- mnentos y medicinas, ¢ incluso cenzuraron las erftieas de la prenca y juzparon 4 los presos politicos en tribunales militares», el peor pecado de la ocupacién. ‘Segin el historiador David Landes, de Harvard, la benevolente ocupacién de Jos marines «proporcion6 Ja estabilidad necesaria para que el sistema politico funcionase, y para facilitar el comercio con el exterior». Otro reputado exper to, el profesor Hewson Ryan de la Fletcher School de derecho y diplomacia en la Universidad de Tufts, dedica efusivos elogios a lo que los Estados Uni- dos lograron durante «dos siglos de implicacion bienintencionaday, que tempezé con el apoyo estadounidense al violento y destructivo intento francés de Sofocar la rebelién de los esclavos en 1791. Ryan escribié que «pocas naciones han sido objeto de un bienintencionado periodo de apoyo y guia tan protongado» como Haitt, por lo cual su situacién actual es algo parecido a un misterio. Al comentar la disolucién forzosa de la Asamblea Nacional, Ryan qued6 especialmente impresionado por la solicita insistencia de Wilson en eli- minar las caracteristicas «retrégradas» de un sistema constitucional como, por ejemplo, las disposiciones que impedian que los extranjeros se apoderasen de las terras.” Los haitianos guardan un recuerdo ligeramente distinto de la solicitud estadounidense. Las organizaciones de base, los sacerdotes que las protegian y otras que sufrieron amargamente Ja violencia de las fuerzas de seguridad expresaron su fuerte oposicién al plan de enviar quinientos policias estaio- unidenses al aterrorizado pais en 1993, considerandoles una coartada para Ia 54 EL nuevo orden mundial (y el viejo) intervenci6n estadounidense que evocaba amargos recuerdos de los noventa afios de ocupacién de los marines; una extrafia opinién mantenida tinica- mente por sizquierdistas radicales» segiin Ia terminologfa de los medios de comunicaciGn. Bajo el titular «heridas abiertas», el antropdlogo haitiano Michel-Rolph Trouillot sefial6 que «muchos observadores coincitlen en que los logros de 1a ocupaci6n fueron menores; slo disienten en la magnitud de los daiies causados», entre les que se cuentan la centralizacién econdmi- ca, militar y politica, su dependencia econémica y su profunda divisién de clases, Ja cruel explotacién del campesinado, los conflictos raciales internos intensificados por el extremado racismo de las fuerzas ocupantes y, quizé lo peor de todo, Ta creacién de un ejéreito «para luchar contra el pueblo»."* De constatarse alguna vez, estas reacciones pueden atribuirse al atraso y a Ta ignorancia de los baitianos, 0 al hecho de que «incluso una benévola ocupa- cin crea resistencias... entre los beneficiarios» (Landes). ‘Ademés de la disolucién forzosa de Ja Asamblea Nacional y la imposi- cién de una Constitucién dictada por los Estados Unidos, la historia tampo- co registré la prictica restauracién de la esclavitud, cl terror y las masacres perpetradas por los marines; Ia creacién de una fuerza terrorista estatal (la Guardia Nacional) que desde entonces aprision6 a 1a poblacién con sus garras de acero y Ta toma de Haitf por las empresas estadounidenses, como sucedi6 en la vecina Repsiblica Dominicana, donde los ejércitos invasores de Wilson sélo fucron un poco mcs desliuctiven, A consecuencia de ello, Wilson es reverenciado como un gran maestro moral y como el apdstol de la autodeterminacién y la libertad, y ahora pode- mos reconsiderar el retomo a Ja €poca dorada del idealismo wilsoniano. Los bolcheviques, por el contrario, violaron nuestros mds altos ideales al disolver Ja Asamblea Constituyente que tuvieron que derrocar por la fuerza. La guerra frfa empez6 con engafios y continué de la misma manera hasta el final. Los acontecimientos de la guerra fria Una tercera pregunta que se formularia cualquiera que intentase determi~ nar la naturaleza dela guerra fria es: ,cudles fueron los acontecimientos que Ja constituyeron? Aqui tenemos que distinguir dos fases: el perfodo que va desde la revolucién bolchevique hasta la segunda guerra mundial, y el perio- do de renovacién del conflicto desde el final de Ja segunda guerra mundial hasta el derrumbamiento total de Ia Unién Soviética. Veamos primero el Indo sovistico. La primera fase muestra Ja répida demoliciGn de Jas incipientes tenden- cias socialistas, la institucionalizacién de un estado totalitario y las extraor- dinarias atrocidades cometidas principalmente bajo el régimen de Stalin. En Para entrar en materia 55 el extranjero, la Unién Soviética no era uno de los actores principales, aun- ‘que sus dirigentes hacfan fo posible para socavar las tendencias socialistas y libertarias. Ejemplo de ello fue su papel determinante en ta demolici6n del socialismo libertario espatiol. Nadie consideraba que Ia Unién Soviética fuese una amenaza militar. Sin embargo. las politicas occidentales eran pric- ticamente las mismas que las que se adoptaron al inicio de la segunda fase. La faceta ideoldgica ¢e la politica occidental merece cuando menos una breve mencién. La toma del poder por parte de los bolcheviques répidamen- te fue considerada un atzque al socialismo por gran parte de Ia izquierda, incluyendo destacados intelectuales izquierdistas, entre los que se contaban desde algunos intelectuales de la izquierda marxista (Anton Pannekoek, Rosa Luxemburg y otros) basta socialistas independientes como Bertrand Russell y, por supuesto, la izquicrda libertaria (anarquista) en general. No es imposi- ible que Lenin y Trotsky contemplaran sus acciones bajo un prisma similar, considerdindolas, segtin las premisas del marxismo ortodoxo, como «aeciones bisicas» hasta que se procujera la revolucién en los centros capitalistas avan- zados (Alemania), momento en el cual la Unién Soviética se convertirfa en un periférico remanso de paz. Los herederos de la contrarrevolucién bolche- vique describieron su régimen como el epftome de la democracia y el socia- Iismo. Naturalmente en Occidente se ridiculiz6 ta presunta democracia, pero salud6 con entusiasmo la igualmente ridicula presuncién de los ideales socia- listas, aprovechando Ja oportunidad de debilitar el reto a las instituciones autoritarias del capitalismo de estado, mediante la identificacién del socialis- ‘mo con Ia tiranfa antisocialista sovigtica Por diversas razones, entre Jas que se cuentan su poder y su dominio glo- bal, Ia propaganda occideatal sent6 los términos generales del discurso, inclu- so entre Ia izquierda. La temprana erftica a la actitud hostil de Ios bolcheviques para con el socialismo y las iniciativas populares del periodo prerrevoluciona- rio fueron répidamente marginadas. Para los verdaderos socialistas, el derrum- bamiento de Ia tranfa sov.ética debiera haber sido un momento de rezocijo, al haberse eliminado otra barrera para el socialismo. Pero la reacei6n que se pro- dujo fue bastante difererte: lamentos por In mucrte del socialismo, lo que tenfa tan poco sentido como describir lo sucedido como la muerte de la democracia. Tal reaccién no s6lo revela el poder del sistema de propaganda occidental, sino también la medida en que las gentes que se reivindicaban antiestalinistas, incluso antileninistas y antimarxistas, de hecho tenfan una relaci6n bastante distinta con la tiranfa contrarrevolucionatia soviética de la que se hubiera podido decucir de sus compromisos mds conscientes, tema que en sf mismo merece una mayor atencién. Los erfmenes sovieticos simplemente no fueron un factor desencadenan- te de Ja hostilidad occidental. Como la historia muestra con elaridad, 10s Estados Unidos y sus asociados toleran con facilidad los erimenes més atro- 3, 0 Jos cometen directamente si ello resulta de utilidad para los intereses 56 El nuevo orden mundial (y et viejo) de los poderosos. Las atrocidades se convierten en un crimen cuando inter- fieren con dichos intereses; de otra manera no merecen ninguna atencidn. Cuando se necesité a Rusia para absorber los golpes de la maquinaria de guerra de Hitler, Stalin fue el simpético con el sanguinario tirano. Mis esperanzas —dijo Churchill— se cifran en el ilustre presidente de los, Estados Unidos y en el mariscal Stalin, en quienes encontraremos a los defen- sores de la paz, quienes tras castigar al enemigo nos conduciran a luchar con- tra la pobreza, ta confusién, el caos y la opresién.» «El mandatario Stalin es tuna persona de gran poder, en la que tenemos toda ta confianza>, dijo Chur- chill a su gabinete en febrero de 1945, después de Yalta; y es importante que siga en el poder. Churchill queds especialmente impresionado por el apoyo de Stalin a la brutal supresion britinica de la resistencia antifascista griega, lide- rada por los comunistas, Los execrables crimenes de Stalin tampoco preocuparon al presidente Truman. A Truman le gustaba Stalin y lo admiraba, y lo consideraba un per- sonaje chonesto» y «listo como el hambre»; para él, su muerte representarfa una «auténtica catastrofe>. Truman decfa en privado que podia «negociar» con Stalin siempre que los Estados Unidos se salieran con Ia suya en el 85 por 100 de los casos. Lo que sucediese en la Unién Soviética no era cosa suya. Y otras destacadas personalidades opinaban lo mismo.” Como sucede con miuttitud de otros asesinos y torturadores, el crimen Inaceptable es la desobediencia. Lo mismo puede decirse de los sacerdotes que predican «la opcion preferencial para los pobres»; de los nacionalistas, laicos del mundo érabe, de los fundamentalistas islimicos, de los socialistas, democriticos 0 de los elementos independientes de cualquier clase. Los crimenes de los enemigos, reales 0 inventados, son iitiles para los fimes pro- pagandisticos y tienen poco impacto en la politica. Sobre esta cuestidn, el historial es abrumador. En su segunda fase, a partir de 1945, los acontecimientos més importan- tes de la guerra fifa en cl lado soviético fueron sus repetidas intervenciones en los satélites de la Europa Oriental y la invasién de Afganistén, Ia Gnica Para entrar en materia 57 agresi6n soviética que se apartaba de Ia ruta tradicional a través de la cual Rusia habfa sido invadida y précticamente destruida tres veces en este siglo. Mientras tanto cl mando soviético buscaba aumentar su influencia en cual- quier parte, en ocasiones prestando asistencia a las victimas de algin ataque estadounidense; a veces apoyando a tiranos y asesinos como los generales neonazis argentinos y el etfope Mengistu. Los crimenes internos disminuye- ron ¥, pese a su gravedad, apenas podfan compararse con los que se produ- ‘fan en los satélites norteamericanos y eran moneda comiin en el tercer mun- do, donde no rigen las normas de Is propiedad occidental. En 1990 el periodista guatemalteco Julio Godoy (que tuvo que huir de su pais un afo antes, cuando su recientemente reabierto periédico fue destruido por los terroristas de estado), al comentar la «revolucién de terciopelo» de Checoslovaquia, observs que los europeos del Este wen cierto sentido tu- vieron mas Suerte que los centroamericanos Porque si bien el gobierno de Praga impuesto por Mosc podia degradar y ‘bumillar @ tos reformistas, cl gobierno guatemalieco creado por Washington los asesinaba. ¥ To sigue haciendo, en lo que casi se ha convertido en un geno- cidio que se ha cobrado 150.000 victimas ... fen lo que Aministfa Intemacional \denomina] un «programa gubernamental de asesinatos politicos», Godoy indicaba que esta xcs la principal explicacién de Ia intiepidex del reciente levantamiento de los estudiantes en Praga: el ejército checoslovaco no les babria matado a tiros ... En Guatemala, por no hablar de El Salvador, se utiliza el terror indiscriminedo para impedie que los sindicatos y las aso- ciaciones de campesinos sigan su camino>. Existe una «importante diferen- en la naturaleza de los ejércitos y de sus mentores extranjeros». En los satdites sovieticos, los ejércitos eran «apoliticos y obedectan a su gobiemo nacional», mientras que en los estados clientes de los Estados Unidos «el ejército es el poder» y hacen To que durante décadas les ha enseiiado a hacer su mentor. «Uno estaria tentado de ereer que algunas personas de la Casa Blanca aoran a los dioses azteeas ... con las ofrendas de sangre centroame- ricana.» Ellos han ereado y apoyado fuerzas en Fl Salvador, Guatemala y Nicaragua que «pueden competir contra la Securitate de Nicolae Ceaucescu por el Premio Mundial ala Crueldads.” En los respetables cfculos occidentales, tales verdades elementales serfan comsideredas descabelladas y grotescas, por no hablar de las conclusiones aque se siguen de ellas. Las normas occidentales exigen que comparemos la Europa Oriental y Occidental para demostrar nuestra virtud y su vileza, 10 cal resulta de un infantilismo absurdo si tenemos en cuenta que durante medio milenio ambas zonas no han ido a Ja par. La racionalidad més ele~ mental haria que alguien interesado en ello buscase vias alternativas para comparar los aspectos sociales y econémicos de sociedades que estaban 1s 58 El nuevo orden mundial (y el viejo) ‘© menos en la misma situacién antes de que empezase la guerra frfa, como, Por ejemplo, Rusia o Brasil, o Bulgaria y Guatemala. Brasil y Guatemala serfa una opciGn especialmente pertinente, en su calidad de paises con consi- derables perspectivas (sobre todo Brasil) y sometidos durante mucho tiempo un estrecho marcaje estadounidense, en lo que desde su perspectiva se con- sideré uno de sus éxitos hist6ricos mas relevantes. Tales comparaciones, si se hacen honestamente, pueden hacer reflexionar a la gente decente, pero no hay peligro de ello: también en este caso la racionalidad esta estrictamente verboten, porque ss consecuencias son completamente inaceptables.”* Los abusos soviéticos en la segunda fase (la que siguid a la segunda guerra mundial) no se pueden considerar scriamente como un motivo para la hostilidad occidental. Una vez més, tenemos que buscar en otra parte. Examinemos, pues, los acontecimientos de la guerra fifa ‘ocurtidos en el lado estadounidense durante estas dos fases. Aunque durante la primera fase los Estados Unidos todavia no eran la potencia dominante mundial, no por ello dejaron de responder a la amenaza bolchevique, que interpretaron enton- ees como Gaddis lo hizo posteriormente.” . Al mismo tiempo, lord Halifax, enviado especial briténico en ‘Alemania, alabé a Hitler por impedir Ia difusion del eomunismo, Jogro que hhizo que Inglaterra «cntendiera mucho mejor que antes lo que estaba hacien- do». Takes fueron las palabras de Halifax al caneiller alemdn mientras éste desencadenaba su reino del terror. E1 mundo financiero estadounidense es- tuvo de acuerdo, La Italia fascista era una de las grandes favoritas de los inversores, y las grandes empresas estadounidenses pronto tuvieron gran vinculaci6n con la industria de guetra nazi, enriqueci¢ndose muchas veces con el saqueo de los bienes de los jadios del programa de «atianizacién» de Hitler. Seguin un estudio reciente de Christopher Simpson, «las inversiones estadounidenses en Alemania se incrementaron rdpidamente tras Ia llegada de Hitler al poder, aumentando «en un 48,5 por 100 entre 1929 y 1940, mien- tras experimentaban un fuerte descenso en el resto de Ja Europa continental» ¥y apenas se mantenfan estables en el Reino Unido.” En un reciente estudio del historial briinieo de la época, Lloyd Gardner aficma que durante el perfodo del pacio Stalin-Hiuer (haste junio de 1941) «para los briténicos, el problema inmediato seguia siendo Rusia» y no Ale- mania. Y cuando decidieron que la guerra era necesaria, 1os altos oficiales briténicos «se centraron no en los esfuerzos alemanes encaminados a la par- ticién {de Polonia, que practicamente Londres ya habsa considcrado acepta- ble, sino en el pacto nazi-soviético, que no lo eran.” EI apoyo al fascismo acabé cuando se comprobs que era una amenaza real para los intereses occidentales. Pero pronto sc reanudé. En Ttalia, a par- tir de 1943, las fuerzas estadounidenses reinstauraron el orden tradicional conservador, inelayendo destacados colaboradores fascistas, al tiempo que dispersaban la resistencia antifascista, un aspecto del programa general de Jos primeros afios de Ia posguerra que se aplicé en todas partes con los mismos fines. La subversién de la democracia italiana fue uno de los grandes pro- yectos de la CIA, como mfnimo en la década de los setenta, a ta que perte- necen Jos siltimos documentos de los que se puede disponer. En Grecia, los mismos imperatives desencadenaron Ja primera campafia contrarrevolucio- naria de Ta posguerra, que caus6 gran niimero de muertos y una enotine des- truccién, Los valores que inspiran la politica estadounidense y briténica quedaron especialmente claros en el norte de Italia, zona controlada por la resistencia antinazi. Cuando egaron los ejércitos aliados encontraron en ella un orden social y una base econémica en pleno funcionamiento, W. H. Braine, agrega, 60 El nuevo orden mundial (y el viejo) do laborista briténico, que contaba con el fuerte apoyo del Partido Laborista, quedé especialmente preocupado por las iniciatives que los trabajadores habfan emprendido por su cuenta: habian impedido el despido de tabajado- res y, Io peor de todo, habian establecido consejos gestionados por los traba- jadores, eligiendo a sus representantes tras haber «sustituido arbitrariamente> 's los dirigentes empresariales, acciones todas ellas que, segtin Braine, debfan anularse, Este reconocié que el desempleo era el problema més grave, pero (que, «sin embargo, era un problema interno de Italian; por el contrario, lares- tauracién del orden tradicional si era un problema de las fuerzas aliadas. Y se aplicaron a la tarea con gran eficiencia, salvaguardando la propiedad, desar- mando a la resistencia y levando «al orden» a su Comité de Liberacién Na~ Clonal, scgtin obsecv6 aprobadoramente el historiador Federico Romero, quien fescribié que la resistencia, «pese a st utilidad desde el punto de vista militar, Siempre habia inspirado desconfianza entre Ios aliados, puesto que era un movimiento politico y social libre que era dificil de controlar». Se convirti6 fen ana fuente de poder independiente y como tal habfa que cambiarla». Una Vez logrado este objetivo, el almirante estadounidense Ellery Stone, jefe de Ia ComisiGn de Control de los aliados, declaré que ¢] gobierno militar debe- ria prestar especial atencién a ala educacin de las memtalidades de los ita- Tianos, orienténdola hacia una forma de vida democratica», intervenci6n que el Departamento de Estado considers «excelente ‘Los consejos obreros contaban con la especial oposicién del Gobiceno Militar Aliado (GMA) en connivencia, explico Romero, «con los industriales, las fuerzas politicas moderadas», empleando el término «moderado> en el Zentido convencional. El objetivo era devolver el poder al empresariado, ‘superar «las interferencias ideol6gicas encaminadas a reestructurar el orden Social»; conservar la «jerarquia social» tradicional e impedir cualquier desafio popular «a la propiedad y a la jerarquia en la industria» y cualquier «purga lintifascista inspirada en criterios de clase»; aspecto este iltimo de Ia mayor importancia, dados los antecedentes histéricos de }os «moderados» a quienes habia que devolver el contwol. Una vez el gobiemo se asenté firmemente en as manos del centro-derecha, los sindicatos divididos ¥ marginados, restau- rada la jerarqufa en la industria, «el orden y la disciplina, asf como el pleno Control empresarial {volvié] 2 les centros de trabajo. se produjo un bienveni- do retorno a la «normalidad», en el que «las relaciones industriales se basa- bban en una cooperaci6n tripartita entre el gobiemo, la industria y los sindica- tose en su justa medida. Asf, el poder del Gobierno Militar Aliado fue capaz dde «mantener en jaque e] impulso politico de Ta clase obrera, de detener los impulsos més racicales del antifascismo victorioso y de poner bajo control Ia estructura del poder industrial, protegiendo las prerrogativas de los em- Pres Romero sefiala que los rabajadores generalmente representaban un proble- sma porque tenfan «gran influencia» en 10s sindicatos, con Jo cual socavaban Para entrar en materia 61 el orden, ¥ habia que ensenarles el estilo estadounidense de sindicalismo tico. El modelo fue la AFL, en el cual «un pequefio circulo de funcio- aries del sindicato» no se ocupaba de otro aspecto politico que Ia aproba- ién general de las convenciones, manteniendo «sus estrechas conexiones> con los servicios de inteligencia estadounidenses y con el Departamento de Estado, centréndose en operaciones «eminentemente polftico-estratégicas és que puramente sindicalistas». ‘A’su vez, el problema planteado por Jos comunistas era que éstos disfiu- taban de la confianza de la poblacién gracias a su «integridad personab» y a sus , a los que se debe proporcionar una «amistosa protecciGn, gota y asistencia” por parte de las potencias coloniales que se ocuparon de sus inecesidades en ef pasado, Los catorce puntos de Wilson sostienen que, en Cuestiones de soberanfa, «ios intereses de los pueblos implicados deben tener gual peso que las justas exigencias de los gobiemos cuya autoridad debs determinar» el poder colonial, Hipocresfas aparte, Wilson précticamente no les de la politica estadounidense si- guieron inalterables cuando los bolcheviques tomaron el poder, instituyendo inmediatamente el conflicto Este-Oeste con «un elemento de finalidad». La mayor parte de los reajustes fueron tcticos, por emplear esta suave expre- sin para aludir al entusiasta apoyo al fascismo europeo y a las dictaduras ten cualquier pafs (especialmente Venezuela, por sus enormies recursos petro- Iiferos).. ‘La guerra fria lleg6 a su final definitivo con Ia cafda del muro de Berlin en noviembre de 1989. George Bush celebré el acontecimiento con Ia inva sién de Panamé, para anunciar sin demora que todo seguiria igual. La reac- ich briténico-estadounidense al segundo acto de las agresiones pooteriores a Ja guerra fria, la invasi6n iraqui de Kuwait, se limit6 a reforzar esta conc. si6n, como lo hicieron Jos hechos que ocurrieron después. “Tampoco hubo ningtn retraso a la hora de demostrar que la preocupacién por la democracia, que desde hace tiempo ha sido una de las caracteristicas principales de la politica y la cultura intelectual estadounidenses, persistiria inalterable. Un ejemplo tipico de la época en la que la guerra fria llegaba a su fin fueron las elecciones panamefias de 1984, robadas mediante el fraude y la violencia por el criminal gangster Manuel Noriega, a la saz6n amigo y Aliado de los Estados Unidos. Este fraude recibié las alabanzas de la adminis tracién Reagan, que secretamente habia enviado ayuda econdmica al seguro vencedor, a quien remitieron un mensaje de felicitacién siete horas antes de que se confirmase su «eleccién». El secretario de Estado George Shultz. vol6 & Panamé para legitimar el fraade, al que calificé de «inicio de} proceso democritico», desafiando a los sandinistas a que igualasen las altas cotas logradas en Panamé. La intervenci6n de Noriega logré impedir Ia victoria de ‘Amulfo Arias, a quien el Departamento de Estado consideraba un «ultrana- ‘ionalista indeseable», mientras que el vencedor elegido, antiguo alumno de Shultz, era un cliente de conducta ejemplar, al que desde entonces se le cono- ci6 en Panam por el sobrenombre de «frauditon. En 1989 Noriega robé otras elecciones con menos violencia, aunque esta ver. desencadend una oleaia de célera en Washington y en los medias de Para entrar en materia 65 comunicaci6n. En el intervalo entre ambas elecciones, Noriega haba dado ‘fuestras impropias de independencia, ofendiendo a su patrén por no mostrar {in enfusiasmo incondicfonal por Ta guerra terrorista de Washington contra Nicaragua, entre algunos otros detalles. Con ello Noriega se integraba en «la uliar cofradfa compuesta por villanos de todos los pafscs; hombres como Gaddafi, Idi Amin y el ayatolé Jomeini, a quienes los estadounidenses zno pueden menos que odiar», en palabras del reputado comentarista televi- ivo Ted Koppel. Peter Jennings, colega de Koppel en la ABC, denuncié a Noriega como «una de las criaturas m4s odiosas con las que Estados Unidos haa tenido relaci6m», y Dan Rather, de la CBS, lo situé «en el primer lugar de Jallista mundial de ladrones y canallas relacionados con las drogas»; algo que por Io visto pas6 inadvertido en 1984. Y a este coro de improperios répi- Uamente se unieron muchos otros. Cuando la odiosa eriatura fue sometida a juicio en los Estados Unidos, después de que lo raptasen las tropas que inva- dieron y ocuparon Panamé, casi todas las acusaciones que se presentaron contra 21 se remontaban al perfodo en el que era uno de los favoritos de los Estados Unidos, hecho que suscit6 pocos comentarios. Gracias a la doctrina de «cambio de rambo» ahora exigimos a los gobemnantes panamefios una conducta virtuosa, En pocas palabras, la atencién disminuy6 répidamente en Ja medida que aumentaba, también répidamente, el nivel de pobreza, los ser- vicios bésicos se desmoronaban, el gobierno titere de los Estados Unidos pordié Ia escasa popularidad que tenfa y las violaciones Jos derechos tn manos aumentaron junto al trafico de drogas, que segén informé la General ‘Accounting Office del Congreso, «pudo haberse doblado» desde la invasién, al tiempo que «florecia> el negocio de blanqueo de dinero, mientras que Ios gestores doctrinales miraban hacia otro lado. En noviembre de 1989, mientras se producfa la cafda del muro de Berlin, se celebraron elecciones en Honduras, pais que se habfa convertido en una de las bases del terrorismo estadounidense en la regién. Los dos candidatos representaban a los grandes terratenientes y a los acaudalados industriales. Sus programas politicos eran précticamente idénticos; ninguno de ellos cues- tionaba a los militares, los auténticos gobemantes bajo control estadouniden- se. La campafia consistié en insultos y maniobras de distraceién. Los abusos contra los derechos humanos experimentaron un gran aumento antes de las elecciones, aunque no alcanzaron las cotas de El Salvador y Guatemala. Im- peraban el hambre y la miseria, que alcanzaron un nivel sin precedentes durante Ja . El candidato de los Estados Unidos fue elegide en febrero de 1990, con lo que ‘se cumplicron todas las expectativas. En América Latina estos resultados fue- ron considerados, incluso por quienes se congratulaban de ellos, como una victoria de George Bush, Por el contrario, en los Estados Unidos se califica- ron como una «victoria del fair-play estadounidense> que hizo que «los americanos se uniesen en la dicha» al estilo de Albania y Corea del Norte, ‘como proclamaban con orgullo tos titulares det New York Times, En el extre~ ‘mo opuesto, el columnista del Times Anthony Lewis manifestaba su enorme satisfacci6n por el noble «experimento en paz y democracia» de Washington, que ofrecis «un vivido testimonio del poder de la idea de Jefferson: el gobier- ro con el consentimiento de los gobemados ... Decir esto pucde parecer romantico, pero vivimos en una época romantica». Los exultantes editores de la liberal New Republic afirmaban que la victoria demostré cémo los Estados Para entrar en materia 67 Unidos «servian de inspiracién para el triunfo de la democracia en nuestra ‘fram. Incluso algunos expertos criticos admitieron que «la més libre y justa Ge las elecciones nacionales de ia historia de ese pafs» era uno de los triun- fos del mandato de Reagan, un periodo en el que «los esfuerzos estado- tnidenses para fomentar la democracia en América Latina fueron particular- snente notables> (Abraham Lowenthal), ‘Una de las interpretaciones mas acertadas ¢s la de Kim Tl Sung en el ‘Times: los medios de comunicaci6n y la opini6n intelectual respetable «com- partfan su alegrfa> por el éxito de la subversidn de ta democracia y eran ple- Pamente conscientes de c6mo se habfa logrado la victoria. Asi, la revista ‘Time se congratul6 por «la tiltima de las felices sorpresas democraticas» des- de que «la democracia surgicse> en Nicaragua, recalcando los métodos EI «fair play estadounidense» con notable franqueza: estos métodos consis- tieron en «arruinar la economia y librar una larga y mortifera guerra por ppoderes hasta que la exhausta poblacién nativa derrocé por si misma al inde- feado gobiemom, con un coste «minimo» para nosotros, que dejé a la victi- mma «con los puentes destrozados, las centrales eléctsicas saboteadas y Jas franjas arrasadas», ofreciendo al candidato de Washigton un «argumento ganador», y poniendo fin al «empobrecimiento del pueblo de Nicaragua». ’Asi pues, «vivimos en wna época roméntica» en la que las victorias elec- torales se pueden obtener mediante estos métodos netamente jeffersonianos. ‘Las personas poco instruidas a quienes este asunto todavia les plantea lgin que otro problema pueden encontrar las respuestas correctas. El corres- pponsal del New York Times en América Latina y Washington Clifford Krauss, en su revisi6n de un estudio de Robert Pastor sobre la politica estadouni- dense en América Latina comenta burlonamente que Pastor «desaprucba técitamente la politica de la administracién Reagan en América Central, especialmente en Nicaragua, pero no se da cuenta de que los sandinistas hubieran competido en unas elecciones justas de no haber tenido presiones militares». Aqui hay dos puntos a tener en cuenta: el primero, que al igual ‘que précticamente el 100 por 100 de sus colegas de la prensa libre y de la cultura intelectual respetable, Krauss excluye de la historia las clecciones ai caragiienses de 1984; éstas nunca se celebraron, segsin la doctrina de la infali- bilidad presidencial. Pero ain mas interesante es su fécil aceptacién de la doc- trina segin la cual tenemos derecho a hacer un uso arbitrario de nuestro poder para lograr nuestros fines, y lo que conseguimos por medio de la violencia y la estrangulacion es «juston. Naturalmente esto no es ninguna innovacién; tenemos destacados predecesores, a quienes no es preciso mencionar. ‘La doctsina de Krauss est fuera de discusién, Desde la izquierda social- demécrata hasta {a extrema derecha, la principal critica que se hace al ataque cestadounidense contra Vietnam del Sur y sus vecinos (al que invariablemen- te se refieren como «la defensa de Vietnam det Sum) es que el ataque fraca- 6. Asi, as opiniones se dividen entre si los objetivos estadounidenses se 68 El nuevo orden mundial (y el viejo) hubieran podido lograr a un coste razonable, 0 si sélo tenemos que conside. rar el coste que representaba para nosotros, 0 también para ellos (el punto de vista ultraliberal). Pocas reacciones se produjeron cuando el mando militar cestadounidense comunieé que se enviaron fuerzas terroristas a Nicaragua a fin de preservar a las fuerzat militares y de abatir «objetivos blandos». Cuan. do el Departamento de Estado confirmé el apoyo estadounidense a ios ata. ques contra cooperativas agricolas, desencadenando las protestas de Americas Watch, Michael Kinsley, que representaba a la izquierda moderada en los Drincipales foros de discusién y en los debates televisivos, previno contra las condenas irreflexivas de la politica oficial de Washington. Admitio que tales operaciones terroristas internacionales causaban , segiin informé la prensa cuando la Comisidn de la «Verdad> de tas Naciones Unidas presents pruebas de la complicidad del gobiemo estadounidense en las terribles matanzas. «Ganamos —dijo Sanchez—. ,Por qué tenemos que abatir a un caballo perdedor? Si vas a un combate de boxeo y el ganador deja fuera de combate a su adversario, zvas a cuestionar el uetazo? Es algo estépido.»® El espectro de opiniones abarca desde aquellos que mantienen que todo va bien si se gana, hasta Ios espiritus mas sensibles que consideran que los rigs de «sangre y miseria» s6lo merecen ta pena si, como en Honduras, algo sale a flote: la «democracian. Esto revela, con mayor claridad si cabe, las pautas éticas del nuevo orden mundial y el significado de «democracian implicito en él. La historia de Nicaragua, a 1a que volveremos a referimos en el capitulo siguiente, dio otro previsible paso adelante en 1994, EI 15 de marzo, el subse- cretario de Estado Alexander Watson anuncié que «con los conflictos del pasado a nuestras espaldas, la administracién Clinton reconoce a los sandinis- tas como legitima fuerza politica en Nicaragua con todos los derechos y obli- ‘gaciones de cualquier partido en una democracia, suponiendo que empleard Ainicamente medios pacificos y legftimos», al igual que hicimos en los aos ‘ochenta, poniendo las bases para unas ). Pero una vez esaparecidos los imperativos politicos de aquellos dias, la farsa fue menos ostentosa. Asf, las elecciones de 1994 representan el triunfo de la revolucion Aemocritica inspirada por Washington. 70 El nuevo orden mundial (y el viejo) Las elecciones fueron de hecho una innovacin, ya que més © menos se ‘mantuvieron las formas. Seguin el Financial Times, «decenas de miles de votantes provistos de sus eédulas de votacién no pudieron votar porque no figuraban en ef censo electoral», «mientras que unas 74.000 personas, gran nimero de las cuales procedian de zonas consideradas simpatizantes de] FMLN [la oposicién}, fueron excluidas porque no tenfan partidas de na cimiento». Los dirigentes del FMLN adujeron que 300.000 personas no udieron votar por ese motivo, y presentaron una acusacién por «fraudes ‘masivo. Rubén Zamora, candidato presidencial por la coalicion de izquier- das, hizo una estimacién «conservadora» segiin Ia cual un 10 por 100 de los ‘otantes no pudicron ejercer su derecho. El corresponsal en América Central David Dye consider que el gobierno «se las ingenié para impedir que 340.000 cédulas de votacién Hegasen a manos de sus destinatarios, y para negar el voto a otras 80.000 personas» (la mayorfa de las cuales vivia en ons antiguamente controladas pot las guerrillas) y «abrumadoramente par- tidarias del FMLNo. También hubo ; «Jas operaciones de los escuadrones de la muerte de las fuerzas Zrmadas actan indistintamente en cuarteles militares urbanos y en puestos rurales». La CIA destacé «el amplio respaldo al terrorismo pot parte de Aré- za», proporcionando abundantes pruebas de las relaciones con las fuerzas de ezutidad, incluyendo oficiales de alta graduacién. El principal escuadrén Ge la muerte, el «ejército sccreto anticomunista» fue descrito en un «estudio sclectivo de los escuadrones de la muerte» de la CIA y del Departamento de Estadv como la «organizacién paramilitare de Arcna, dirigido por el je de seguridad de la Asamblea Constituyente y compuesto en su mayoria por miembros de la Policia Nacional y de otras fuerzas de seguridad. «E] mime- 10 de miembros de los escuadrones de la muerte de Arena oscila entre los diez y los veinte individuos procedentes del ejército, la Policfa Nacional, ta Policfa det Tesoro y civiles escogidos» cuyos objetivos principales son «sus principales adversarios politicos», la ." Esta itima cuestién, la mas general, es de especial importancia. El gran &xito de las masivas operaciones terroristas de 105 titimos afios organizadas por Washington y sus socios locales consisti6 en destruir la esperanza. Y esto mismo se puede hacer extensivo a gran parte del tercer mundo y también a las crecientes masas de personas superfluas en-el propio pafs, en la medida en que el arraigado modelo tercermundista de las sociedades de los dos ter- se internacionaliza cada ver. més, cuestién a la que aludiremos més ade- Jante. Estos son los temas principales del «nuevo orden mundiab> construido 74 El nuevo orden mundial (y et viejo) por los sectores privilegiados de Ia sociedad global, con el poder estatal y privado de los Estados Unidos a la cabeza. ‘Un observador sacional puede comprender fécilmente el significado del , tm modelo de «consolidada estabilidad politica». La administracién Clinton esté gratamente impresionada por el actual presidente, César Gaviria, al que fograron promover como secretario general de la Organizacién de Estados ‘Americanos porque, tal como explic6 el representante estadounidense en dicha organizaci6n, «ha impulsado la construccién de instituciones democré- ticas en un pais en el que muchas veces esto ha sido peligroso» y también «la reforma econémica en Colombia y su integracién econémica en el hemi ferio», palabras clave que se interpretaron correctamente.” No cabe duda que construir instituciones democriticas en Colombia es peligroso, gracias en iran medida al presidente Gaviria, a sus antecesores y a sus partidarios de ‘Washington. Los «defectos inevitables» se explican con detalle, una vez més, en las, publicaciones de 1993-1994 de los principales vigias de los derechos hu- manos, Americas Watch y Amnistia Internacional. Ambos encontraron . Los «subversivos» esperaban influir en los sindica- tos, las universidades, los medios de comunicaci6n y asf sucesivamente. Por tanto, segtin se afirmaba en el estudio europeo-latinoamericano State Terror, el «enemigo interno» del aparato terrorista del estado incluye «onganizaciones de trabajadores, movimientos populares, organizaciones indigenas, partidos politicos de la oposicién, movimientos de campesinos, sectores intelectuales, corrientes religiosas, grupos de jévenes y estudiantes, organizaciones vec rales» y muchas otras, todas ellas objetos legitimos de destruccién a los que se debe proteger de influencias indeseables. «Cada individuo gue de una u otra manera apoye los objetivos del enemigo debe ser considerado un traidor yy tratado como tal, segiin sc indicaba en tun manual militar de 1963, cuando jas iniciativas de Kennedy emperaban a alcanzar una mayor difusién La ideologfa de la guerra contra los «subversivos» adopiada por os te Para entrar en materia 79 rrorisias de estado apoyados por los Estados Unidos merece compararse’ con 1 pensamiento desarrollado en el principal documento de la guerra fifa, el NSC 68, con relacién a la propia superpotencia (véase la p. 11). EL NSC 68 advierte que en muestra sociedad debemos superar debilidades tales como ‘los excesos de una mentalidad permanentemente abierta>, «los excesos de {olerancia» y «la disensién entre nosotros». Debemos «distinguir entre 1a necesidad de tolerancia y la necesidad de justa represién>, siendo esta ltima tuna de las caracterfsticas cruciales de «la via democratica». Es especialmen- te importante aislar a nuestros «sindicatos, asociaciones cfvicas, escuelas, iglesias y todos los medios de comunicacién iniluyentes» de las «perversas ‘maquinsciones» del Kremlin, que intenta subvertirlos y «convertirlos en una fuente de confusién en muestra economfa, nuestra cultura y nuestra organiza- ‘cién politica». Hoy en dia, fundaciones «conservadoras» prédigamente sub- vyencionadas se dedican intensamente al mismo proyecto. Naturalmente, en Jos Estados Unidos no recurrimos a los escuadrones de la muerte para pre- servar la democracia mediante Ia «represi6n justa». Sin embargo, los estados clientes del tercer mundo tienen mayor libertad para elegir sus métodos para cerradicar el cncer. La guerra contra el «enemigo intemo» en Colombia suftié una escalada cx los afios ochenta, en los que los reaganitas actualizaron las doctrinas de Kennedy, transformando la represién «legal» en «el empleo sistemético de los asesinatos y las decapariciones politieas, posteriormente masacres» (State Terror). Las atrocidades también aumentaron. En 1988 un nuevo régimen ju- icial «permitié la maxima criminalizacién de la oposicién politica y social», pera poner en marcha lo que oficialmente se denominé «la guerra total con- tra el enemigo interno». El uso de fuerzas auxiliares paramilitares para el terror, explicitamente autorizado en los manuales militares, también adopt6 ‘unas nuevas y més amplias formas: y se reforzaron atin més las alianzas con industriales, ganaderos y terratenientes, y més adelante con los narcotra- ficantes. El estudio constata que los afios ochenta «presenciaron la consoli- dacién del estado del terror en Colombia» En su estudio de diciembre de 1993 Americas Watch sefial6 que «la mayo- sa del material empleado y el entrenamiento que reciben el ejército y 1a po- licfa colombianos proceden de los Estados Unidos», especialmente material y entrenamiento especifico para la contrainsurgencia. Un estudio sobre la ‘guerra del narcotrifico> de la General Accounting Office estadounidense de agosto de 1993 afirmaba que los oficiales militares estadounidenses no habian ‘Puesto en marcha totalmente los recursos finales de control para asegurar que los militares colombianos utilizaban la ayuda bésicamente contra el narcotrético», observacién de escasa importancia si tenemos en cuenta lo ‘que implica ci término «contra el narcotrafico». La propia interpretacién que Washington hace de tales propésitos qued6 muy bien ilustrada a principios de 1989, cuando Colombia le pidi6 que instalase un sistema de radar para

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