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Andes. Antropologia e Historia, N29, CEPIHA, Salta (1998), po 13-37, ISSN:0327-1676 13 PROCESOS CIVILIZATORIOS, PLURALISMO CULTURAL Y AUTONOMIAS ETNICAS, EN AMERICA LATINA Miguel Alberto Bartolomé” Si bien el discurso social y politico contempordneo tiende a aceptar el concepto de pluralidad cultural que hasta hace muy poco negaba, creo ne- cesario reflexionar respecto al proceso de construccién de dicho pluralis- mo en América Latina, Quisiera asf contribuir a destacar que su verdadera dimensién trasciende la ret6rica institucional actual, que hace suyo un dis- curso que tal vez no alcanza a entender en toda su magnitud. La propuesta pluralista supone transformaciones socio-estructurales que constituyen un desafio radical a la imaginacién colectiva. No se trata slo de aceptar dife- rentes perspectivas de la historia y del presente, sino de repensar el futuro a partir de la aceptaci6n de la diversidad cultural que nos configura, no hay otra naturaleza humana que la que las culturas construyen. Diversidad es entonces sinénimo de humanidad y también de creatividad colectiva. Los procesos civilizatorios regionales Es imposible entender el presente de los pueblos indios sin repensar su pasado. Pero no pretendo apelar a Ia historia para justificar sus demandas -los derechos histéricos suelen ser un argumento legal endeble ante los estados-, sino intentar destacar en toda su dimensién el drama no s6lo so- cial, econémico y politico, sino también civilizatorio de los pueblos nati- vos. Y en este sentido cabe seftalar que la cuestién étnica en América Lati- na, ademas de todos sus problemas coyunturales, atafie al mismo proceso de construccién y reconstruccién civilizatoria en el continente, Recorde~ ‘mos que para el momento de a invasién europea, las tierras de la actual Latinoamérica habfan sido y eran testigos del desarrollo de milenarios y altamente complejos procesos civilizatorios, que habfan dado lugar al flo- recimiento, ocaso y resurgimiento de una multitud de civilizaciones y cul- turas coneretas', Pero es necesario aproximamos a la dindmica civilizatoria del drea, libres no sélo de las acepciones vulgares del término “civiliza- ci6n”, sino también de algunas perspectivas que pretenden diferenciar la * Centro INAH Oaxaca. 14 civilizacién de la sociedad tribal, en base a la transformacién cualitativa del sistema social derivada del surgimiento de los aparatos estatales”. Si aceptéramos estas propuestas las zonas “civilizadas” se circunscribirfan a los Andes y a Mesoamérica, arrojando al inv4lido limbo morganiano de la’ “barbarie” a cientos de formaciones sociales de extraordinaria compleji- dad, diversidad estructural y alta eficacia en sus sistemas productivos; ca- racteristicas que, por otra parte, generalmente se atribuyen a las sociedades “civilizadas”. Mi uso del concepto se aproxima al de T. Bottomore (1978), quien entiende por “civilizacién” a un “...complejo cultural constituido por las caracteristicas idénticas mayores de un mimero determinado de socie- dades particulares...”, A esta definicién subyace la temprana propuesta de Marcel Mauss, quien consideraba a los fenémenos de civilizacién, como “..,os fenémenos sociales que son comunes a varias sociedades mas o me- nos préximas entre si...” (1971: 273), en las cuales dicha proximidad podfa provenir tanto del contacto prolongado como de un origen comtin. Mauss proponfa que una civilizacién no seria sino un vasto conjunto de fenéme- nos de civilizacién presentes en un también vasto ntimero de sociedades’*. Cada civilizacion puede ser asi entendida como el conjunte de tradiciones culturales compartidas en un 4rea extensa y dotadaa su vez de una impor- tante profundidad cronolégica. Las civilizaciones pueden entonces ser concebidas como cristalizaciones de procesos civilizatorios, a la vez que las etnias serfan las unidades ope- rativas de dichos procesos (D. Ribeiro, 1968), en la medida que los miem- bros de grupos organizacionales son portadores de especificas tradiciones cufturales‘, Antes de la invasién europea, la actual América Latina ofrecia la visi6n de un conjunto heterogéneo y a veces yuxtapuesto de complejos culturales, resultantes de la expansién de procesos civilizatorios abarcativos, que se ramificaban y concretaban en distintas civilizaciones singulares. Asf, en el drea de Mesoamérica se configuraron y desarrollaron nume- rosas culturas regionales las que, a pesar de presentar muchos rasgos comu- nes, posefan caracterfsticas peculiares generadas por su propia dinamica interior, sean cuales fueran las influencias recibidas. Esto es, tradiciones regionales con mayor o menor grado de autonomfa cultural respecto a los procesos globales del 4rea, representados por la gran tradici6n civilizatoria mesoamericana. Pero cada una de elas portadora de una espectfica profun- didad historica, lingiifstica y cultural (tales como los mayas 0 aztecas), a pesar de que no todas generaron formaciones politicas calificables en tér- minos estatales’. En América Central, del Sur y las Antillas, el panorama es atin mds complejo en raz6n de la diversidad de las tradiciones civilizatorias locales. Las distintas poblaciones asentadas en la region migraron, se trans- 15 formaron, se desarrollaron y se interinfluenciaron, hasta configurar el pano- rama que hallaron los invasores. Nadie duda en calificar como civilizacién ala milenaria tradici6n cultural andina, pero no pueden ser excluidos de tal categorfa los que Darcy Ribeiro (1977) denominara “estados rurales arte- sanales” como el Chibcha y el Timote, que ocupaban territorios de las ac~ tuales Colombia y Venezuela. Igualmente, siguiendo la definici6n operativa de civilizaci6n a la que recurro, se deben considerar a las tradiciones no es- tatales de las tierras bajas sudamericanas como la Tupi-Guarant, la Ge o la Arawak que también poseen una profundidad hist6rica milenariaen las sel- vas tropicales (Schwerin, 1972). Se puede inchiso reconocer la existencia de civilizaciones cazadoras, con especial atencién a su alta capacidad de a- daptaci6n ecolégica, tal como la que posefan los grupos que poblaban Ia re- gin chaquefia sudamericana (M. Bartolomé, 1972). Quizés se podrfa hacer mencién a una civilizacién amaz6nica, compartida por las aldeas agricolas indiferenciadas del area, cuyo extraordinario nivel de adaptacién al medio, su especial racionalidad socio-ecolégica y sus influencias recfprocas deter- minaron la existencia de una multitud de rasgos culturales compartidos (J. Steward, 1948), No es necesario multiplicar los ejemplos, los ya seffalados dan cuenta de que cuando se hace mencién a la dimensién civilizatoria de la que eran y son portadoras las sociedades indigenas, no se est recurriendo a una meté- fora retérica, sino que se trata de recuperar una dimensién oculta por el discurso del logos occidental. Discurso que tiende a destacar la existencia de un proceso civilizatorio que penetré en el continente, descalificando Ia presencia de los desarrollos civilizatorios locales, los que fueran trégica~ mente bloqueados en aras de la expansin mercantil europea (D. Ribeiro, 1969). La cuestién étnica en la actual América Latina no constituye enton- ces s6lo un aglutinador politico coyuntural, sino una alternativa de civiliza- cién a la que atin es posible apelar’. Para la época de la instauracién colonial las dindmicas civilizatorias re- gionales se orientaban hacia la intercomunicacién’. Sin embargo, esta ten- dencia resultante de la expansién de las culturas locales y tradiciones civi- lizatorias abarcativas, no implicaba un proceso de unificacién, Claro esta que todos los grupos étnicos -como cualquier agregado humano- podfan ser calificados de etnocéntricos pero, como lo advirtiera Pierre Clastres (1981), s6lo aquellos portadores de rigidas maquinarias estatales podrian ser en al- gunos casos acusados de etnocidast. Fuera de aquellos ambitos estatales que pretendieron la abolicién del otro, la dinamica cultural global, en raz6n de sus propias légicas econémicas y politicas internas’, se orientaba hacia la diversidad y la diferencia y no a la homogeneizacién y la uniformidad. 16 Asistimos entonces para la época de la invasién europea a un panorama de extrema complejidad, con tendencias diversas y a veces contradictorias. Por una parte las comunicaciones en toda el drea tendjan hacia una mayor fluidez, por otra parte las autonomfas culturales locales eran generalmente respetadas, configurando sistemas globales de alta diversidad estructural. Pero sistemas cambiantes, sometidos a procesos dindmicos, cuyas configu- raciones hist6ricas pueden ser percibidas como momentos que atravesaron| las distintas formaciones sociales; cada una de ellas poseedora de especifi- cas calidades distintivas. Asf en la regién coexistfan diversos sistemas so- cio-organizativos, cada uno de los cuales representaba una experiencia sin- gular de convivencia humana: sociedades de bandas, jefaturas laxas 0 ver- ticales, liderazgos chaménicos, democracias representativas o participativas, clanes piramidales, teocracias, sefiorios, monarqutas: términos que son sélo rétulos aproximativos nara designar a complejos sistemas que han nutrido la reflexi6n etnolégica, pero pocas veces la imaginacién politica en Améri- ca Latina. Los Estados de Conquista Uno de los efectos de la instauracién de los Estados de Conquista resul- tantes de la invasién europea, tal como podemos calificar a las jurisdiccio- nes politicas coloniales, radicé en la fragmentacion politica y cultural com- pulsiva de las poblaciones nativas. Fragmentacién que se debié en buena parte al hecho de que no siempre los miembros de una cultura o de un gru- po etnolingiiistico, se encontraban politicamente estructurados en tomo a una formacién estatal unitaria, cuya conquista asegurara simultineamente, un control territorial y poblacional. Asf v.g. los mayas fueron divididos en- tre los que pasaron a depender del Virreinato de la Nueva Espafia y los in- cluidos en las fronteras de fa Capitania General de Guatemala. En América del Sur los guarantes se vieron ain mds divididos al ser separados por los Ambitos de los dominios lusitanos e hispanos'”, Con el correr de ias generaciones coloniales, [a adscripci6n a las dife- rentes jurisdicciones politicas increment6 la distancia y reforz6 las singula- ridades de grupos originalmente portadores de un mismo bagaje lingiifstico y cultural. De esta manera los Estados de Conquista fueron fragmentando atin més el ya intrineado mosaico éinico del continente, surgiendo nuevas variantes dialectales y complejos culturales especificos (como el complejo, ecuestre), que contribuyeron a debilitar los lazos que unjan a comunidades lingiifsticas y culturales cuyas relaciones prehispdnicas eran mucho més fluidas. 7 Otro de los aspectos de la fragmentacion politica y cultural, especial- mente vilido para el caso de las sociedades andinas y mesoamericanas, radic6 en el reforzamiento de la autarqufa local de las comunidades campe- sinas integrantes de complejos étnicos inclusivos. Dos factores se conjuga- ron para dar vida a esta sitwacién, Por una parte la préctica hispana de ex- trapolar €] modelo derivado del municipio castellano a la organizaci6n po- litica de las comunidades indigenas, lo que las transformaba en entes rela- tivamente auténomos (aunque dependientes del exterior), en lo referente a la toma de algunas decisiones internas. Por otra parte, la misma actitud de autodefensa de las comunidades las hizo cerrarse sobre sf mismas, para a- segurar su supervivencia en cuanto tales, a pesar de su insercién dentro de laestructura global de dominacién. La conjuncién de ambos factores deter- miné el incremento de la fragmentacién de las etnias -atin de aquellas in- cluidas dentro de un mismo espacio politico-administrativo colonial-, ya que exacerb6 la lealtad a la comunidad de origen y residencia, en detrimen- tode la adscripcién a las unidades étnicas, culturales o politicas abarcativas alas que pertenecia cada comunidad en cuestién. Asi se increment6 la sepa- raci6n de las comunidades zapotecas, nahuas o mixtecas en la Nueva Espa- fia,o de los ayllu en el Alto Perd. El antiguo territorio étnico pas6 a confun- dirse-con el 4mbito local y ta identidad social asumié -en muchos casos- el cardcter de una “identidad residencial” (M. Bartolomé, 1992) delimitada pore] espacio comunal. En-cambio, las sociedades sin clases, estamentos o estratificacién social rigidamiente definidos, pudieron soportar con mayor integridad los embates de la situaci6n colonial. Uno de los factores que ayud6 al mantenimiento de su relativa autonomfa politica y cultural, fue el hecho de que Ia baja magni- tud poblacional (micro y mesoetnias) no estimulé el interés de los coloniza- dores para utilizarlos como mano de obra para su empresa mercantil. Otro factor fue la inhospitalidad y relativa marginalidad de sus territorios, de dificil acceso y escasa redituabilidad econémica. Pero el factor mas signifi- cativo lo constituy6 el hecho de que por la misma naturaleza de las estruc- turas politicas tribates, éstas carecian de grupos de poder o de rigidas jefa- turas a las cuales dominar y asegurarse el control del conjunto de integran- tes de la etnia. Esta misma ausencia de asociaciones de dominacién vertica- les y hegeménicas, determiné que la resistencia armada de las sociedades sin clases, poseyera una constancia de la que carecieron las esporddicas tevueltas de los miembros de las sociedades estratificadas", Otro de los sucesos que contribuyeron a incrementar la ya rica diver- sidad cultural del rea en la época de los Estados de Conquista, fue el de- sarrollo de la economia de plantacién. Los contingentes de esclavos negros 18 que proporcionaron su energia (y su sangre) para la produccién mercantil, se constituyeron en nuevos componentes poblacionales de las Antillas y de las costas del Pacifico y del Atléntico que convivieron con los elementos indigenas regionales. Su presencia es no s6lo de fndole racial sino también cultural, aunque la multiplicidad de sus sociedades de origen, tendi6 a inhi- bir una re-estructuracin en términos etno-politicos que recién empieza a concretarse en nuestros dfas. Pero la inicial descaracterizacién étnica no impidi6 que ef vasto complejo de rasgos culturales africanos del cual eran portadores, se difundiera con mayor 0 menor profundidad en el ambito de las poblaciones indfgenas y criollas regionales (y a la inversa), determinan- do el tinico sisterna de relaci6n intercultural no compulsivo de la época. ‘Assu vez, en el seno de los Estados de Conquista operé otro fendmeno concomitante con el de fragmentacién politica y cultural; me refiero a los procesos de homogeneizacion social que acompafiaron a la disolucién de la autonomia,politica de las etnias. Tal como fuera destacado por Bonfil Ba- talla (1972) en dichos Estados surgié la categoria supra-étnica de “indio” para designar al conjunto de la poblacién colonizada, categoria que se apli- c6 indistintamente al conjunto de los componentes del mosaico cultural del rea; y cuyo valor clasificatorio radicaba precisamente en su posibilidad de otorgar un predicado unfvoco a toda la poblacisn subordinada, Esta catego- ria -estigmatizada y estigmatizante- cuyo significado original se mantuvo durante centurias, fue progresivamente internalizada por los dominados has- ta llegar a constituirse en uno de los componentes de su identidad social: a informar aquella parte de la identidad que se resuelve a través de la con- frontacién con un “otro”, y ese “otro” estaba representado por el coloniza- dor. Pero la homogeneizacién social, como todo proceso hegeménico, fue tendencial y no total. La identidad de “indio” no fue la Gnica que asumieron los dominados. La misma segregaci6n residencial y la persistencia de rigu- rosas fronteras a Ia interaccién, posibilitaron el mantenimiento, desarrollo y transformacién procesal de otros componentes de la identidad social. Me refiero a aquellos enmarcados en el ambito de la memoria colectiva y re- producidos a través de los miiltiples mecanismos de la cotidianeidad. La persistencia de espacios sociales (Ia familia, la comunidad, los 4mbitos sa- ctificiales) y seménticos propios, permitié Ia vertebracién de lo que he ca- lificado como una cultura de resistencia (M. Bartolomé, 1988) que se abrié paso a lo largo de las centurias coloniales. Ninguna prueba mejor de la pre- sencia de dicha cultura de resistencia, que su violenta eclosién en los esta- Hidos insurreccionales en los que siempre afloraron ideologias y précticas aparentemente desaparecidas (Alicia Barabas, 1989), las que manifestaban 19 SEC Ce CC ase nc ae RRC oe aC enris eC CSC Rca RB aie Cee cen Estados de Conquista no requiere de la homogeneizacién lingiifstica de sus, habitantes, puesto que no est4 organizada en funcién de una libre circula- ci6n mercantil interna, sino que su produccién es de orientacién externa: son Estados creados para ser sorbidos, expoliados. En ellos los grupos indi- genas més involucrados en el sistema colonial, pasaron aconfigurarse como pueblos-clase dentro del modelo econémico imperante; el que incluso reprodujo al interior de algunos grupos reclutando a sus dirigentes de acuerdo PU eta ieee eer eae el Coco Ore Mees eC chemin eet Ut etee Cron kek ce Peet teRC Reece On rer a neers cién ideol6gica de los dominados. Lo anterior determiné la presencia de un ence ee en ere eon ence msc nna ero es et Raat ien ccna iat sobre el cual se ejercia la hegemonia. Estados de succién, contradictoria- mente fragmentadores y unificadores a la vez, serfan algunos de los rasgo Rite ecu Ren tana tne i ee eee Los Estados de Expropiacién Hacia fines del siglo XVIII y comienzos del XIX Europa fue escenario de una radical transformacién de sus estructuras politicas, pautada por la emergencia del Estado-Nacién, el que marcaba el ascenso de Ia burguesfa al control del aparato politico de sus sociedades"®, Pronto las élites criollas y mestizas del futuro Ambito latinoamericano, se identificaron con este nue\ en ec occ eae eto RRL Pepe rete emer Cre ceric ts sctica Reta en su sentido ms estricto implicaba la liberacién con respecto al mercado ence ose ee inesc ce M aera extranjera, por los representantes de una incipiente burguesfa ascensional. De esta manera, y a través de luchas en las que participaron masivos contin- gentes indigenas, las élites criollas y mestizas desarrolladas en la sociedad estamental colonial, fueron asumiendo su nuevo papel de “clase nacional”. ee CR Ce ee cease Cn Se SCC eon resplandores del Tuminismo. Pronto los sectores emergentes advirtieron Pte ne cet hott once) Perret een nn Cua terest cere CuC CALI Por otra parte los estatutos juridicos del orden colonial amparaban, de algu- nna manera, las tierras y propiedades comunales indigenas, lo que constitufa tun severo obstéculo para la consolidacién del poder de la emergente clase patricia: ser amos era también ser amos de la tierra. Y asf se inaugura el or- den neocotonial, en el cual hasta los libertos esclavos negros encontraron dificil su insercién en sociedades signadas por el estigma estamental del prejuicio y el racismo. Simmulténeamente, en muchos casos, y especialmen- teen Mesoamérica y los Andes, el sistema clasista buscé permear las fron- teras de las comunidades ind{genas y reproducirse en su seno, dando lugar a formaciones sociales estratificadas de acuerdo a esta l6gica productiva. Los distintos 4mbitos territoriales que ocupaban las Nuevas Reptiblicas estaban poblados por masas humanas heterogéneas desde el punto de vista étnico, racial y cultural. Y esto no era compatible con la idea decimonénica de Nacién, cuya realiz.cién requeria de la erradicacién de toda diferencia para constituir colectividades homogéneas, supuestamente depositarias de una tradicién cultural y polftica comin, en la cual fundar las aspiraciones de constituir comunidades “nacionales”. El estatuto neocolonial implicaba que aquel grupo que se declaré propietario del proyecto de construccién nacional, debfa generar espacios cultarales definidos a su imagen y seme- janza. Pero tal como lo ha expresado Marcos Kaplan (1976) esta imagen y semejanza sélo podia inspirarse en el modelo europeizante con el cual reai- mente se identificaban los grupos dominantes, quienes realizaron una pe- culiar adaptaciGn de las ideas liberales. Asf la democracia pas6 a ser enten- dida como el gobierno de los “mejores”, lo que justificaba el hecho hist6ri- co de la supremacfa blanca o mestiza. Lo mismo ocurtié con el cosmopoli- tismo, asumido como la alienacién ideolégica que presuponfa la obligato- ria reproduccién de los patrones existenciales de corte europeo. El mismo concepto de civilizacién fue entendido como la importacién y adopcién de toda la producci6n material y simbélica proveniente de los paises centrales, invalidando cualquier elaboraci6n propia y todo timido intento de recupe- raci6n de los logros de las culturas locales. La construccién del Estado-Nacién requirié de transformaciones socio- estructurales que no eran necesarias para los Estados de Conquista, en los cuales Ia diversidad cultural de la poblacién no constitufa un impedimento para el adecuado funcionamiento del sistema econémico y politico extrac- tivo. En cambio, los nuevos estados, de acuerdo a su inspiracién basada en los modelos europeos, se propusieron la homogeneizaci6n lingiiistica y cultural de su poblacién, en tanto condiciones consideradas necesarias para una adecuada circulacién mercantil intema. Esta misma homogeneizacién a era sentida como un requisito fundamental para afirmarse a sf mismos y le- gitimar su naciente identidad ante los otros Estados-Nacién, que en ocasio- nes eran demasiado similares. Asimismo, las fronteras en tanto perfmetros que delimitaban éreas de control politico ahora més diferenciadas, configu- raron espacios territoriales que con mayor rigidez. que en la 6poca colonial mantienen la divisién entre culturas indfgenas emparentadas'* ‘Con mayor o menor intensidad y con mayor o menor éxito, de acuerdo a la presencia numérica de las poblaciones indigenas sobrevivientes 0 a los apottes migratorios que, como en los casos de Argentina, Costa Rica, Chi le, Uruguay 0 Brasil cambiaron el panorama demografico; este proceso co- ercitivo de imposicién Estatal-Nacional se Ilev6 a cabo en toda Latinoa- mérica, logrando configurar sistemas estatales atin més rfgidos y reificados gue en Europa. Rigidez derivada de la explicita necesidad de recurrir com: pulsivamente a los aparatos estatales, considerados como los medios idé neos para lograr la homogeneizacién de la heterogeneidad. No debe resultar sorprendente entonces que fuera precisamente en los momentos iniciales de la vida “independiente”, donde tuvieron lugar las mayores insurrecciones indigenas, lievadas a cabo por quienes habfan visto burlada su posibilidad de descolonizacién'’, El desarrotlo del Estado-Na- cin en América Latina supone asi la negacién de las civilizaciones indige- nas, cuyos portadores pasan a desémpefiarse como minorfas étnicas en el seno de sociedades nacionales, cuya misma definicién se basa en el intento por clausurar toda existencia social y cultural alterna, De esta manera las sociedades multiémicas de América Latina se configuraron como estados uninacionales que no reconocieron su diversidad interna, Una de las contradicciones de estas nuevas formaciones estatales-na- cionales, radica en su cardcter expropiatorio que induce a calificarlas como Estados de Expropiacién. Y ello no refiere slo a las usurpaciones politi- cas y econémicas, sino también a las ideolégicas. En efecto, la necesidad de legitimar las recientes comunidades politicas en un campo historico de alta profundidad, las llev6 a declararse herederas de las formaciones cultu- rales y sociales previas, Los mexicanos actuales se consideran depositarios de las tradiciones de aztecas, mayas 0 zapotecas, los que pasan a ser asumi- dos como “nuestros antepasados”, a pesar de que los indigenas habitan es- pacios sociales donde la explotacién y el racismo permean todas las esferas de la vida. En el discurso estatal-nacional de Argentina no es infrecuente escuchar alusiones a “nuestras raices indigenas” (atin més contradictorio en boca de hijos o nietos de colonos), a pesar de que de dichos pueblos s6lo quedan los sobrevivientes del genocidio consumado en aras de la construc- CTO BCLs eR Ta EC Roce Cee ee Ceo LOD Vero ee ener esse CORE OB ei Lene e om ence ence Cee tukano, buscando legitimidad en las mismas culturas nativas que después: Se oii ee eee ae tetera eater cen ene parte de la poblacién habla la antigua lengua (el guaranf) a cuyos creador desprecian, marginan y despojan, pero con los cuales -contradictoriamen4 EAC CeCe a ee eee en Onan ee bfan leer en sus textos escolares que los “aymara eran los primitivos pobla- dores de nuestro pafs”, a pesar de que siguen constituyendo el contingente| nance CIty eee a ee hea ete eee el hecho de que a los nifios karifia de la Guayana francesa se les enseiie que sus antepasados fueron los jgalos!. Los peruanos reivindican como propias Panam na emer ee Menten ocupando los peldafios més bajos de la estratificada sociedad “nacional” SEC Se CTT Oa constituyen parte de los recursos retéricos de los discursos oficiales, con! ROTC en eR eee a ean ee ern ae deolégicamente una expropiacién consumada de facto. Se trata de una de- liberada préctica estatal orientada a confundir su historia politica, con una PCR Mr Cee eee econ TT ates Broceso de expropiacién o “invencién de latradicién” (E, Hobsbas Pc eon eect tee Crate Rs Se eo eee ence en een que sus miembros no se conocen entre sf. Identidad nacional y represién cultural Una de las obsesiones manifiestas de los estados-nacién, que se proyec- PO oI la ume eR CRA ocd SAS Coi ani} una anhelada “identidad nacional”. Los estados nacionales de América La- tina en general, adolecen de una crénica “ansiedad identitaria” que preten- COCR CRG Cue oB an cone Cnr kt ena Dre en ajeno el trazado de las fronteras que abarcaron multitudes de identidades Ce eae ce eae eee eee enn Tee MS Bale renin eces meee coe eAu ks ar tent eurocéntrico (antes de ser “globalizado”) y subdesarrollado (antes de ser ‘emergente”). Es decir, que se ha pretendido y se pretende identificar ideo- eae er eee enon aor mete keen taten Cts eeen nc eo tReet Tom Seon es Tere sean CCC CnC tense rl ee Maem cohy todavia la nocién de que la heterogeneidad socio-estructural de PCR Ce cee Reece CSRs coy Peer CCRC ee ices Ce eco) ET ACOs notice ce ects uy SR CC nce sce me Renae tore ROM To ero hen tse ieee Ea) Biase ES ee cue ere Emenee La biisqueda por ofrecer una imagen unitaria de la colectividad estatal, verre Recinenee Ca Teta t ten ae eager RS een eee ti ure Oe een ea Pte eth ncn eee ete ek Rs Ccue ORT CR a cee ees Oceans cc On ere cea coca nes CORO Crit ct Renna saa o ra Conn OE Con cnt erect e tect noc Taare Cerner Ce SNC e Cetin et enn sser Emon ees teed Cane ee ate scum care eS O Cc GR erceee Rect erer chr Comer cc urc ene co ONC COCO MS cr cnn eres intelectuales latinoamericanos, contintian empefiados en encontrar y defi- nir la “identidad nacional”, en un hegeliano intento por hallar una “esen- cia" que constituya el “alma” de una nacionalidad confundida con el Esta CON ee tes ee ccc Onc eerie L nec Warne no deberd ser el promedio entre un ganadero criollo nortefio y un agricultor Pn Caen etna un migrante galés o coreano?, jes crefble una imagen tropical y mulata del Brasil, que excluya a los millones de descendientes de europeos?, ,acaso se requiere de la simbiosis de un Ilanero, un andino y un selvicola pai tituir un colombiano? Nuestros paises no tienen una sino muchas identid: des sociales; pero en ello hay riqueza y no la causa de su pobreza. La din4- Pees ROE Rtn Recta ee care Erte hee eR n Cn ec eR eC n sce Ram Ro tehcy se nutre de la multiplicidad y no de una condena ala reiteraci6n de un mo- CoM React Pero més all de su cuestionable legitimidad, el hecho a di la busqueda de esta identidad ha supuesto histéricamente la repr pluralidad. Primero los estados temieron la balcanizacién que podria resul tar de lo arbitrario de sus fronteras politicas y trataron de asegurarse el con: senso ideol6gico de los grupos involucrados en su ambito jurisdiccional: Después los gufas de la construcci6n nacional, pretendieron configurar co- munidades unitarias suponiendo que ello era sindnimo de progreso y mor demidad. No hace falta insistir en el estrepitoso fracaso de ese modelo en e} mundo europeo contemporsneo, Pero la inetcia continéa y hasta el presen- te se mantiene en América Latina una cierta correlacién conceptual arwiniana entre evolucién, desarrollo, homogeneizacién y modernizacién, lo que permitirfa acceder a la globalizaci6n. Pero ahora ya no son sélo los estados los responsables de las orientaciones homogencizantes, sino las ‘compafifas transnacionales que buscan un mercado masivo con similarea expectativas de consumo, lo que requiere de parecidas orientaciones exis+ tenciales: un mismo estilo de comer, de vestir, de hablar; es decir un mo- delo impuesto para vivir. Ya se ha logrado que un miembro de la clase mes dia de Sao Paulo, sea bésicamente idéntico a su correlato de Bogoté, Mé- xico o Buenos Aires {Qué lugar puede quedar en el mundo globalizado y transnacionalizado que se est construyendo para los herederos de las tra- diciones civilizatorias indias? Los tinicos capaces de proporcionar respuestas a la pregunta anterior son los pueblos involucrados, el espacio que puedan ocupar es el ambito social, cultural y politico que ellos mismos tengan la capacidad de cons- truir. Incluso los sectores contestatarios latinoamericanos se confundieron al definir a los indigenas por sus carencias: indigena es el explotado, el do= minado, el que no tiene, el que no come, el que no sabe, De alli el fracaso politico de muchas interpretaciones de la cuestiGn étnica”, ya que los seres humanos no se constrayen sélo por carencias sino por presencias; y los pueblos indios actuales son herederos y reproductores de tradiciones cultu- rales milenarias. La supervivencia no s6lo fisica sino también cultural de més de 40 millones de personas, asf como sus demandas politicas contem- pordineas, expresan el derecho de poder ejercer esa dimensi6n civilizatoria de la que son portadores. No se trata s6lo de otorgar un espacio politico a las comunidades étni- cas diferenciadas dentro del marco det Estado, fo que seria mas 0 menos compatible con la propuesta de las democracias pluralistas. La cuestién no se reduce a asumir la presencia politica de lo étnico, sino que implica acep- tar el derecho a ejercer normas juridicas, morales, econémicas, ideolégi- cas, lingiifsticas, parentales, efc. que no son necesariamente reductibles a las manejadas por las formaciones estatales. El derecho a la diferencia im- plica el ejercicio abierto de la alteridad y la posibilidad de confrontar crea- tivamente las mniltiples experiencias existenciales desarrolladas por las dis- tintas culturas. Te ene cnn) A partir del reconocimiento de la pluralidad cultural hist6rica y contem- More SN Se ets oe ee ete te sociales que permitan la configuracién de estados multiétnicos. Desde a algunos afios las demandas autonémicas se han constituido en part medular del discurso contestatario indio y en tema de importantes debates para politicos ¢ intelectuales'*. No pretenderé resefiar aqui el estado de la cuestién, lo que por otra parte ya he intentado en otra oportunidad (M. Bar- SRE eee ee eee a core Stricter Cont nto Rn Cm CA keen sl NT Ten Cn Ren ne RRC eee cee e ee ee sentar que a pesar de las miltiples perspectivas al respecto, la semantica COR Smet ee eR Geet ee era Ree eet en erent cece SESE Cre ene ent unerner te een oR Ea en cere ee tn come Pole CnC Reet ee crt ans eee oh Hmor manifiesto de los estados que esgrimen unos derechos de soberania, Mc Coe Om Teton eee ROR Meare Ce ec Cm see Cem tenes indigenas se trata de ejercer uno de los derechos humanos mas elementales el derecho a la existencia: porque un pueblo que carece de autodetermina- Cee eeu Rec cnet enue Recrui tccy POOR Roe easier men re Rete cman ere imposiciones de toda indole. El derecho a la existencia de un pueblo como sujeto colectivo, como entidad de derecho colectivo, es imposible sin al- giin nivel de autodeterminacién politica, tal como lo ha propuesto la Confe rencia de Naciones sin Estado de Europa'®. Las actuales retoricas estatales jque proponen finalmente asumir el pluralismo cultural de nuestros pafses, .¢ comportarian como un discurso hueco sino hacen suyo el compromiso| fundamental de restituir la autonomfa bloquedada de los pueblos indios. rote eee a ECR S Ree CCL nce Dera EM Cron ecm cer Me ease om ialmente las andinas, parecen estar optando por formas electorales de re- Pee Eure CC Cn Mere Rec eo escent) ampliar el concepto de etnodesarrollo, entendiéndolo como el derecho al control de la tierra, los recursos, la organizaci6n social, lingiifstica y cultu- ral; que supondrfa redefinir los procesos de construccién nacional, recono- ciendo la capacidad integradora de las filiaciones étnicas en el seno de un DTS eRe eC erect CTs ee Ce Re ecto Eee et ee eer ate MUTT Lewis, 1988), ya que pueden comportarse como lealtades primordiales qui superen la fidelidad al aparato politico estatal. Sin embargo y en forma Cera SC Res ee ee mn CCR Stee Se aCe cee Cece eee Ree sine de las fronteras interactivas entre las minorfas y los estados que pretendie Pe ee a een RC ORs eee eRe ee sae Es necesario enfatizar que las autonomias suponen nuevas formas de| convivencia humana y no de aislamiento 0 separatismo. El proceso de re- ce eGo eRe Mee ere eae eee eee car en la configuracién de comunidades aisladas. Autonomia no es equiva OE ceo Meee ee eee eee igualitarias que las actuales. En este sentido recurro a un concepto de arti- OOS oe Rt emo cas Ea Scere Cement eet tn entre distintos grupos sociales, sin que éstos se vean necesariamente trans-4 OR ence eran OO Cer OM CRt Re Dee sei oe Sc nee Tee ese Cen cee er ea Ce Rt an eens siones de toda indole, y contribuir a desarrollar sistemas de relaciones in- terétnicas basados en la articulacién de la diversidad. Si los estados mul- tiétnicos se asumen efectivamente como sociedades plurales, deben explo- rar todos los caminos posibles en la bisqueda de nuevas formas de convi- ia entre grupos culturalmente diferenciados: aceptar la pluralidad y no generar los espacios politicos en los que ésta pueda desarro- arse, es una contradiccién que contribuye a incrementar los niveles de Cm tian e Durante la mayor parte de 1a historia que he comentado en estas pagina los pueblos nativos aparecen como actores sin palabra; pareciera que el argumento del drama histérico no les otorgara parlamento alguno. Sin em- bargo, han tratado de hacerse escuchar de distintas maneras que van desde las rebeliones armadas hasta toda clase de intentos parlamentarios. A pesar de ello pocas veces han sido realmente escuchados y muchas menos veces aceptados como interlocutores legitimos. Generalmente se ha pretendido decidir por ellos, asumiendo que el Estado sabe lo que les conviene, 0 de incorporarlos a propuestas politicas contestatarias que los incluye en pro- Ree tes err ecru Cr a etree nts cett CeO eI UC eeecceon neese rics Tete tie go. En lugar de didlogo ha habido un monélogo pronunciado por las socie Peto tr tena ore See eee Ren a Rone eon suponiendo -en el mejor de los casos- que los indios pueden Ilegar a ser buenos escuchas de los argumentos estatales. Pero no se trata s6lo de que participen activamente en la discusién y decisién de todos los procesos en Jos cuales estén involucrados: un diélogo no puede reducirse a los aspectos ne Reo COR eR eens ee ees tecnrte tare litariamente a sus protagonistas. Se trata de construir una comunidad de ae tal como ha sido caracterizada por R, Cardo- Reece ate ene enc ere e ceca ee meee pret a jetivo alrededor de reglas minimas susceptibles de asegurar un flujo re: proce de ideas” (1990: 15), Y es precisamente en el marco de comunidades Seen Se CC Se ae cc Chenoa cece ales en forma simétrica, que se podrfa inaugurar la construccién de siste Pees een eC eee Ree eee Oe ene lacién social, politica, econémica, lingiiistica y cultural entre las socieda- des nativas y los estados. Esos sistemas articulatorios implican, por lo ge- neral, una base territorial, que es precisamente lo que preocupa tanto a los stados como a los idedlogos de los nacionalismos homogeneizantes. Sin embargo en las recientes legislaciones de toda América Latina, encontra mos un creciente reconocimiento de los derechos territoriales colectivos indigenas, aunque no se los designe como derechos autonémicos. Cabe en- tonces preguntarse si no es una especie de temor seméntico que produce el Se ee eee toe eee) SRN Rete Rrra eee eee politicas internas con una definida base étnica, serfan menos arbitrarias que ctuales, frecuentemente basadas en relaciones de poder ¢ intereses eco- Poreesrrt OE eens e SCC ETC e RO Rue Sse cién juridica de practicas politicas y sociales, ¢ incluso de legislaciones ya Seen ce eco ce eee tee Rca espacios territoriales y sistemas politicos propios, amparados 0 no por es Se tes Ue ee cece eGR eee ner eta te i Sees cter uct Pe eo ces csi ee eer econ cue CSc nny Pee cere See scence ener plicitos de derechos territoriales colectivos, a pesar de que por lo general representan s6lo fragmentos de territorios més amplios que les fueran arre~ batados por los estados®®. En otros casos, sociedades de tradicién tribal y Ci oes See eat Cone mea tact ieee var dmbitos geogréficos relativamente homogéneos, a pesar de no conta COE ace eo enema Retr ears erecta los grupos del norte de México (yaquis, seris, tarahumaras, etc.) cuyas po Soa Rent coe Sem Ros nce ee tka donde los sistemas politicos tradicionales conservan distintos niveles de vi- oe oa a creer am Shee eee ary DS Mee es eee Ce UB Grace Recs ater ter tiento de sus derechos territoriales, a pesar que las todavia ambiguas legi laciones no los reconocen como pueblos con derechos politicos (A. Chirif| Cree On neces emer Cee rears mesoamericanas y andinas, muchas de las cuales han logrado o luchan por} Cee eee cece eaten Seas CD ena one ocean a eee ciedades estatales circundantes pretendan reproducirse en su interior. Con} Sec en oe tn oem ente cy de hecho, aunque los estados se nieguen a reconocer esta evidencia y asu- TE oe Re eesru een tater eee e ee CS ee cre cae tes ee Leaner teen Tee enema Ceo a eee Ee coca TEC Tee Cece ete ter] SOS ee enc Semen eleanor tee ee Cer Ceres ener eters ete y algunas précticas politicas de las sociedades nacionales han penetrado | se han reproducido en el interior de los grupos ind{genas. Este proceso hal AO aca ee es eon eee teeter eats ficativas, involucradas en asimétricas relaciones de produccién y cliente-| lizadas como votantes dentro de estrategias electorales que no las represen- tan. Por Io tanto, a las tensiones inherentes a todo sistema social, se le su- man las potencialmente conflictivas estructuras impuestas. Es decir que por lo general no se trata de sociedades arménicas u homogéneas, como lo ha propuesto alguna éptica apresurada o el voluntarismo politico que des- conoce la realidad. Pero utilizar esta heterogeneidad social y politica para Ci Oa eet ae Gatien ety espuria e interesada que acusa a las victimas y no a los responsables del proceso. Desde una perspectiva coherente con el derecho a la autodetermi- eC Unt Le Rec EEC enn eee ver sus propias contradicciones intemas. No se trata de apelar a ilusorios paraisos igualitaristas, sino de reconocer la capacidad de los pueblos indf- as de plantear o replantear sus proyectos colectivos, y si esos proyectos suponen modificaciones parciales o transformaciones radicales de los ac: tales sistemas sociales, deberdn ser sus mismos protagonistas los encarga- BEE Cer Oe eee es cnet Coes een A oat) Se cert Crea eset cree Peer Cn ce meter tenes Met is a Reet eat enone te neteau teeter cee Poe ere Emre crn eure cera ete eects sociedades culturalmente homogéneas. Sin embargo en la mayorfa de elas coexisten diferencias lingiifsticas, politico-organizacionales, culturales y Pee oece Cet Cnet esc Sct ees GE MeeVee supone en realidad referirse a un grupo de lenguas emparentadas, cuy Imiembros estén asentados en variados nichos ecolégicos y que utilizan una lamplia serie de categorias de autoadscripcién. En el oriente del Paraguay, eae SUS eee ters eore er Cust eerie eee Se Ce cree neat ea eee arenes fhablen variantes de una lengua comtn. Lo “maya” en Guatemala refiere a luna amplia gama de formaciones sociales y lingiifsticas, aunque relaciona- Jdas por similares matrices culturales. La casufstica serfa abrumadora y no Beccles eC Cte ce ene e ee or ancy Greece O Rare coteisncos aol Re tC noreca once standarizadas de ser indio; una misma filiacién etnolingtifstica por lo ge- Dee eee tune ence nr ene eerste Gre OMCs Mosesreuc eC Rares te ocd Oe ro Cesc one CR ern enna Custer ett mee es basar en {a relacién entre diferencias contrastables. La articulacién de la CRC ORRe tn er ece teeter cass Roce eae rete Greece cece MC Ru ROR erect jterogeneidad intema de esas mismas sociedades. Estas, en algunos casos, Jdeberén eventualmente reformular su experiencia colectiva, para lograr con: een ee eee eho Chm int hacer PS eee not ce ek Nc Breet eo RS en etc ee cca eun etna nomo, solo puede estar en manos de sus protagonistas Asumir te6ricamente el derecho a la autodeterminacién de los pueblos PRR ce encuentro aera cen ee Cron Cue ie Re icereecee arios paises de América Latina. Asf los estados, las iglesias, los par eee ose tee SaC anaes esis , han promovido, influido y/o manipulado la formacién de una mul- titud de organizaciones indigenas en las iltimas décadas. Ello no es cues: tionable en si mismo, incluso muchas veces las motivaciones de estos agen- xtenos suponen un intento de apoyar las luchas nativas, aunque en otros muchos casos los intereses en juego buscan la manipulacién int da de las organizaciones. Pero lo que me interesa destacar es que por lo ge- ene econ tee cates tradiciones nativas. Asf se han reproducido en los dmbitos étnicc gias organizativas y sistemas de liderazgo, que no guardan demasiada rela SO Res ee ec Re enc Rem era) con los mismos. No se trata de argumentar en favor de supuestos purismos culturales, sino de sefialar que estos esquemas impuestos pueden influir Peete ete Reeth tence eae eRe rian basadas en las experiencias locales. Se contrapondrian asf las propues- tas autonémicas construidas desde el exterior y reglamentadas por legisla-| ciones estatales, y los desarrollos autonémicos autogenerados que respon- Pec oR ences ck ont tercultural atafie entonces también a la articulaci6n de diferentes nociones de lo politico, que deben buscar espacios comunes para lograr una relacién POR tet neato ete ences Incluso es necesario destacar que en sociedades como las latinoameri- canas, divididas por los centralismos gubernamentales y con una crec Pee ne Ru necun Ont tenance en aa Pes eee Ee ta Me eee oe ae Srnec sociales estructurales, Pero la pobreza relativa de muchas regiones étnicas, se origina en la imposibilidad de sus habitantes por acceder al control de} sus propios recursos naturales, y en la vigencia de sistemas de succién y SSC CR nC are teen eens nos (P. Gonzalez. Casanova, 1964; R. Stavenhagen, 1964). Muchas regio nes indias son reas potencialmente ricas pobladas por multitudes de po- ee ee Cres oc URC cial subordinada, aunque por io general ias reiaciones interétnicas se mani fiestan como relaciones de clases. os dualismos reduccionistas que ident Cnet St ete ene cen RSet ee ac Ne dad de los sistemas interétnicos latinoamericanos: en ellos encontramos Cee ec ene eo ten Cun ce ect Caen futuro es poco promisorio (M. Bartolomé, 1995); hasta sociedades agrariag Catena ce ee enc oC. PR ee Or Ce eC reece eae eke Seta non eC eae aC Ncorc none 31 reducirse a sus aspectos econémicos, aungue ellos sean de una urgencia abrumadora, sino que sus dimensiones superan dichos aspectos, ya que tam- bign atafien a la construccién de los proyectos colectivos de la sociedad en su conjunto. Las autonomfas serfan émbitos politicos y econémicos dotados de una base territorial, pero también espacios propicios para la produccién cultu- ral. Gillermo Bonfil (1991) ha destacado que en el mejor de los casos los pueblos indios son vistos como sociedades con derecho aconsumir cultura, esto es a recibir las modelos culturales hegem6nicos transmitidos por las escuelas y demAs instituciones del estado; pero raramente han sido percibi dos como productores de cultura; salvo que por ello se entiendan las mani- festaciones folklorizadas y las artesanfas turisticamente redituables. El he- cho de ser portadores y reproductores de concreciones filos6ficas, politi- cas, teenolégicas y en general, de una multitud de los que Mauss Hamara hechos de civilizacién, ha quedado reservado a una valiosa pero restrin{ day poco difundida reflexién etnol6gica. No s6lo los estados, sino las mis- mas sociedades civiles que éstos han construido, manejan imagenes falsifi- cadas y falsificantes de los pueblos indios, percibidos generalmente s6lo ‘como un conjunto de carenciados. Las configuraciones autonmicas serfan espacios para la creacién y por consiguiente para la reproduccién y cons- truccién de diferentes perspectivas culturales, con las que podria articularse el conjunto de la sociedad, ayudando incluso a redefinir sus propios pro- yectos colectivos. Asumiendo lo anterior se hace claro que no estamos viviendo “Ia muerte de las ideologias”, como lo propusieran algunas 6pticas apresuradas, que confunden el andlisis de coyuntura con una teleologfa hist6rica. Al contra- rio, quizas nos estamos asomando a una nueva utopfa social, entendiendo utopia en su legitimo sentido de anticipacién del futuro; y ésta es la cons- trucci6n de democracias pluriémicas. Democraticas en la medida en que los gobiernos expresen a sus pueblos y pluriétnicas puesto que se construi- rian en base a una relacién horizontal entre distintas comunidades cultura- les. Incluso podrfan ser representativas 0 participativas, ya que en muchos casos la representatividad no forma parte de la experiencia politica indige- na, que por lo general se orienta por la participacién y el consenso. Sélo en estos casi inéditos, pero factibles, sistemas sociopolfticos, se podré inaugu- rarun didlogo entre civilizaciones que reemplace al actual monélogo domi- nante. Insisto en que aceptar el derecho a las existencias culturales distintas ala hegemsnica, implica simulténeamente buscar nuevas formas de convi- veneia intercultural: y cualquier aventura de futuro es preferible a reiterar los histéricamente injustos y politicamente fracasados sistemas vigentes. 32 ‘Nos encontrarfamos entonces ante una nueva instancia de construccién civilizatoria, ante un proceso en el cual las formas culturales contempordé- neas que reflejan las experiencias civilizatorias nativas, puedan finalmente articularse en forma igualitaria con la tradicién cultural hegeménica. Re- cordemos que histéricamente las etnias han sido las operadoras de os pro- cesos civilizatorios; las empobrecidas sociedades nativas son entonces por- tadoras de realizaciones culturales milenarias. Seria éste quizas uno de los momentos més ricos de la construccién latinoamericana, si el centralismo politico de los estados no se constituyera en un obstéculo, para la liberaci6n de esta reserva de energia creativa hasta ahora reprimida. Notas ' Alhablar de civilizaciones no lo hago en el tradicional sentido en el cual éstas eran equiparadas al fenémeno urbano. Tampoco me refiero a ellas desde la dptica rigi-

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