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ay La castidad y la amistad recibem esectal re i dentro dé este libro. La castidad no debe prodiic hombres 0 mujeres inmaduros, niimucho meno amargados o frustrados. La'persona consagrada tiene que reconocer su situaci6n con realismo bY aprender a sortear algunos escollos que surgen amenazadores en Ia practica de la castidad consagrada. La persona célibe puede y debe navegar resuelta y alegremente por Ia mar ilimitada de su consagraci6n radical a Dios, con un sentido Meno de realizaci6n personal y apostGlica. La psicologia moderna, que tanto ha profundizado en las investigaciones de la vida emocional, proporciona herramientas muy itiles para Ia regulaci6n de Ia sexualidad. El autor busca ~ presentar una visién cientifica, religiosa y teistica del hombre, a partir de Ia psicologia y de Ia experiencia cotidiana Ca Eee cee cma circ SAN PABLO sree Alvaro Jimenez Cadena, S.J. me SAN PABLO © SAN PABLO. 1993 Distribucion; Departamento de Divulgacién ra 46 No. 22A-90 Calle 170 No. 23-31 : FAX (9-1) 2684288 A.A. 100383 — FAX (9-1) 671127 Santafé de Bogoté, D.C. - Colombia ISBN: 958 - 607 - 643 - 1 Presentacion Este libro titulado “APORTES DE LA PSICOLO- GIA A LA VIDA RELIGIOSA” puede resultar espe- cialmente util para los sacerdotes y seminaristas, para todos los religiosos y religiosas y especialmente para los formadores de los mismos. Se ha procurado lograr una integracién, nada facil, entre los descubrimientos de la psicologfa cientifica actual y los problemas especificos que se presentan a las personas consagradas a Dios. Muchas de ellas lu- chan y se esfuerzan por llegar a ser hombres y muje- res psicol6gicamente maduros y por llevar una vida consagrada plenificante para si mismas y fecunda para sus hermanos, por quienes trabajan cumpliendo con su vocaci6n apostélica. Pero con frecuencia su formacién humana es deficiente y no cuenta con los medios ne- cesarios para lograr la madurez integral de su persona- lidad. A esta necesidad sentida tratamos de dar algu- nas respuestas. El punto de partida de la obra lo constituye el he- cho innegable de que muchos hermanos de sacerdocio 5 o de vida religiosa han abandonado el ministerio sa- cerdotal o su vocaci6n religiosa. Las deserciones han aumentado alarmantemente durante estas dos tltimas décadas. Nos encontramos en una crisis de fidelidad en que la palabra empejiada se ha convertido en mone- da lastimosamente devaluada para el hombre actual. Vale la pena examinar las causas de cardcter psi- colégico, que estén influyendo en estas deserciones, para tratar de prevenirlas. La falta de madurez integral y especfficamente de madurez afectivo-sexual, unida o superpuesta al enfriamiento en la vida espiritual, suele ser un denominador comin en la mayoria de las deser- ciones (capitulo I). En los capitulos restantes de la obra, se ofrecen al- gunos principios y herramientas que contribuyan a in- crementar la tasa de perseverancia y el grado de satis- faccién personal y comunitaria en el camino dificul- toso y Ileno de desaffos de la maduracién integral. “Las personas ven el mundo a través del filtro de sf mismas; por consiguiente la imagen del yo colorea todas sus percepciones, la manera de pensar, de sentir, de obrar”, ha dicho Branden. De la autoimagen y de la autoestima dependen, en altisima proporcién, valores tan importantes como son el sentido de identidad per- sonal, la satisfacci6n con uno mismo, con su trabajo y vocacién; las buenas relaciones comunitarias, la efi- ciencia en el apostolado. De este tema fascinante se ocupa el capitulo II. La castidad y la amistad reciben especial relieve dentro de este libro. La castidad no debe producir hombres o mujeres inmaduros, ni mucho menos amar- gados o frustrados. La persona consagrada tiene que reconocer con realismo y aprender a sortear algunos escollos que surgen amenazadores en la practica de la castidad consagrada, como son la represién sexual, el aislamiento emocional, el egoismo, la castidad ambi- guamente vivida. La persona célibe puede y debe na- vegar resuelta y alegremente por la mar ilimitada de su consagraci6n radical a Dios, con un sentido pleno de realizaci6n personal y apostdlica. La psicologia moderna, que tanto ha profundizado en las investiga- ciones de la vida emocional, proporciona herramientas muy utiles para la regulacién de la sexualidad. La teo- logia y la espiritualidad son brijulas que sefialan la meta y ayudan a afrontar con actitud resuelta la nave- gaci6n arriesgada, que conduce finalmente a una ex- periencia de “madurez humana y castidad religiosa 0 sacerdotal”. El capitulo III cubre este tema de vital importancia. El religioso, mds que nadie, tiene el corazén libre para cultivar hondas y profundas amistades y para aprender el arte de “vivir la amistad con alegria y ma- durez”. Para eso, debe estar equipado con claros y s6lidos criterios que le ayuden a discernir una amistad auténtica, generosa y enriquecedora: la amistad que hace crecer a uno mismo y al amigo en su opci6n fun- damental de amor a Dios, de entrega a la Iglesia y a todos los hermanos, y a distinguirla de otras amistades que germinan en aguas turbias, como son las amista- des pegajosas, compensatorias, absorbentes o inma- duras (capitulo IV). La formacién sacerdotal o religiosa es un proceso que nunca termina. Siempre podemos progresar. El 7 religioso nunca puede descuidar su formacién perma- nente, no sdlo en el progreso espiritual y en los aspec- tos académicos o doctrinales, sino también en la es- tructuracién del cardcter y los rasgos de la personali- dad; en el cultivo de las cualidades y virtudes huma- nas; en la integracién de los impulsos y emociones bajo la gufa de la razén y de la voluntad; en el ejerci- cio de la libertad interior; y de manera muy particular, en el cultivo de unas relaciones interpersonales y co- munitarias adecuadas y satisfactorias. Esto no puede logarse sin emprender un programa serio de educaci6n permanente (capitulo V). La ancianidad “es el tiempo en que hombres y mu- jeres pueden cosechar la experiencia de toda su vida, hacer un discernimiento entre lo accesorio y lo esen- cial y alcanzar un nivel de gran sabiduria y de profun- da serenidad” (Juan Pablo II ante la asamblea de la ONU). El religioso y el sacerdote que van coronando la cumbre de la vida y van adentrandose en los afios de la tercera edad, afrontan especiales problemas. Pero pueden también Disfrutar de la vejez (Skinner) y lle- gar a ser “modelos de identificacién” para las genera- ciones mds jévenes, convirtiéndose en sembradores de alegria durante la “edad dorada” (capitulo VI). Los dos tltimos capitulos tienen un enfoque mds académico que el resto de la obra. Sabrdn apreciarlos y aprovecharlos mejor las personas de nivel cultural elevado; son especialmente titiles para formadores de religiosos(as) y para educadores de la fe. Con un enfo- que enmarcado dentro de la psicologia humanista, se analizan las caracteristicas de la religiosidad madura y se hacen especiales aplicaciones a la vida de las per- sonas consagradas (capitulo VII). El ultimo capitulo (VIID leva por titulo La ter- cera fuerza, como alternativa para un psicélogo humanista. Los psicélogos creyentes, navegamos en- tre dos escollos igualmente amenazadores para toda religién, cuando se radicalizan sus posiciones, ateas y materialistas: el psicoandlisis freudiano y el conductis- mo de corte skinneriano. Afortunadamente ha surgido en estas Ultimas décadas un poderoso y esperanzador movimiento dentro del campo de los sistemas psi- colégicos comtempordneos, que se ha llamado La ter- cera fuerza. Los principios de la psicologfa humanista son los hilos conductores que han guiado al autor, en su btis- queda de una integracién arménica entre los grandes avances de la psicologia moderna y la verdad revelada por Jesucristo en el evangelio, iluminadas por las lu- ces de la teologia catélica. El autor ha buscado presentar una visién cientifi- ca, religiosa y tefstica del hombre, a partir de la psico- logia y de la experiencia cotidiana de las personas consagradas. A lo largo de la obra, se ha presentado una visién actualizada de la madurez humana y reli- giosa que son la meta de la formacién; se han expues- to algunas teorfas cientificas; se han aclarado doctri- nas; se ha presentado una visi6n critica y equilibrada de principios e investigaciones psicolégicas; se han hecho aplicaciones a la vida concreta de las personas consagradas; se han ofrecido sugerencias y medios practicos para ascender por el camino escarpado de la maduraci6n espiritual y humana. Este libro es el fruto de un esfuerzo de treinta afios de lectura y estudio personal y de un postgrado univer- sitario, y sobre todo de las experiencias adquiridas en la asesoria individual a personas consagradas, y a tra- vés de muy diversos encuentros, cursos y varios cursi- llos, seminarios y talleres de psicologia con varios mi- Ilares de religiosos, religiosas, sacerdotes y seminaris- tas. El fruto obtenido ha demostrado que este esfuerzo por integrar la psicologia y la espiritualidad no ha sido en vano y ha tenido excelente acogida. Se nota una ne- cesidad vivamente sentida de sdlidos principios psico- légicos entre las personas consagradas; es un anhelo profundo, una verdadera hambre de formaci6n, de orientaciones claras, s6lidas y cientificamente funda- mentadas. El autor ha crefdo que era conveniente acceder a la reiterada peticién de muchos de los (as) participantes en los talleres de psicologia aplicada a la vida sacerdo- tal y religiosa, en el sentido de compartir por escrito algunas de las ideas conductoras de dichos encuentros. A todos estos hermanos y hermanas, les agradezco el invaluable aporte de sus experiencias compartidas, de sus inquietudes y cuestionamientos, que a todos nos han enriquecido mutuamente, a lo largo de todos estos afios de trabajo silencioso, en el clima de reflexién, de oraci6n y de auténtica fraternidad y apertura, que han caracterizado siempre los “‘talleres’”’. Las ideas se pue- den comunicar en un libro; la experiencia es necesario vivirla porque es intraducible en palabras. La actitud positiva y acogedora de los participan- tes ha sido siempre estimulante. A ellos y a ellas dedi- co este modesto trabajo, sobre el cual imploro la ben- dicién del Padre de las luces, contando con la bené- vola acogida de todos los lectores. Alvaro Jiménez Cadena, S.J. Nota importante: Otros temas complementarios son tratados por el autor en su obra “Caminos de madurez psicoldgica para religiosos (as)" Santafé de Bogot4: Ed. Paulinas. 1992. noe vie hie p15, A * ; i ; io - ae OR , 3 Ki - ; st i my ¥ voater aTint Qt bee. ice ee 4 x é ‘ ; * - ee wes CAPITULO I Las causas del abandono del ministerio sacerdotal y de la vida religiosa “Resulta incomprensible, —escribe el P. Paolo Dezza, al cumplir sus 70 afios de vida religiosa—, la facilidad con que tantas veces se pide la dispensa de los votos, aun perpetuos, como si se tratara de un ser- vicio cualquiera, del cual uno se retira por alguna di- ficultad subjetiva. Es natural que en la vida religiosa se encuentren dificultades que hay que superar con sacrificios; pero la vocacién religiosa no es precisa- mente la invitacién a seguir a Jestis en el sacrificio, en la renuncia, en el llevar la cruz? Ciertamente se pueden dar situaciones en las que un religioso se en- cuentre en graves dificultades objetivas reconocidas Por la Iglesia, que justifican una peticién de dispensa; Pero no son suficientes aquellas dificultades ordina- Tias de la vida, que con buena voluntad y con la ayu- da del Sefior se pueden y se deben superar para ser fieles al Seftor”. 1. . 69.70,” P&. P., Esercizi Ignaziani, Roma: La Civiltd Catélica. 1987, pp 13 El comentario del P. Dezza sobre los religiosos, puede también aplicarse a las religiosas y a los sacer- dotes diocesanos. Comenzamos esta obra presentando algunas re- flexiones muy personales acerca de las posibles causas del abandono de la vocacién, enfocado desde un punto de vista psicolégico. En el resto de esta obra se pro- pondrin algunas consideraciones para afrontar el de- saffo que nos plantea la perseverancia y la plenitud en la opcién por la vida entregada al Sefior. 1. No todo aquel que deja el sacerdocio comete una infidelidad que pudiera llamarse culpable. Ni todo el que persevera en el ejercicio del ministerio 0 en la vida religiosa, ejerce auténticamente la virtud de la fidelidad. Mas atin, en algunos casos seria un acto de fidelidad a la vocacién cristiana, el abandonar un camino de vida que se emprendié equivocada- mente; un compromiso que se realiz6 con impru- dencia 0 precipitacién; o un género de vida que, con el correr del tiempo, se ha tornado imposible y perjudicial para sf mismo o para los demas. Tampoco el permanecer simplemente en el ejerci- cio del misterio 0 en la comunidad es equivalente a fidelidad. Se puede seguir adelante en la medio- cridad, o aun Hevando una vida doble y escanda- losa... Eso no es ser fiel. Seria mejor la autenticidad de quien pide la reduccién al estado laical 0 la dis- pensa de los votos. Con raz6n se puede preguntar: ;“‘Quiénes son mas culpables: los que parecen romper con sus compro- misos, 0 los que simplemente perseveran, resigna- 14 oe dos con la mediocridad, porque no tienen el valor de retirarse”? 4En quiénes se encuentra la infidelidad? “Para ser fiel, no basta perseverar. Asi como no es el rito el que formaliza el constitutivo del compromi- so con su fuerza imperativa, tampoco es el simple hecho de no abandonar o desertar, de no salirse, lo que define la fidelidad. Hay quienes parecen fieles a sus compromisos, de vida religiosa o de sacerdocio y sin embargo, en el fondo son infieles, precisamente porque el fondo de todo compromiso y de toda fideli- dad es la presencia y el amor. Resignados, con la muerte en el coraz6n, con una apariencia de fidelidad juridica, encuentran mds cémoda esta mediocre situacién” *. 2. Hablando sobre las causas de las defecciones del sacerdocio y de la vida religiosa en estos tiempos, mencionemos en primer lugar un fenémeno cultu- ral; la crisis de la palabra empefiada en que se debate el mundo de hoy. “A nadie se le ocurre ya la idea de prestar juramento para garantizar alguna cosa 0 de apoyarse en el jura- mento del otro. Ello, sin duda esta ligado a una “desacralizacién” general” >. “Para dar o mantener su palabra, serfa menestar primeramente “‘tenerla”. Ahora bien, el hombre de 2. Ayel, V. Compromiso y fidelidad para los tiempos de incertidum- bre. Madrid: Instituto teolégico de la vida religiosa 1976, p 126. 3. Ibid. p 52. 1S . . ‘, las sociedades contempordneas adolece de eso, pre- cisamente: no tiene palabra” *. Conozco el caso de un sacerdote que al mes de la ordenacién ya estaba pidiendo su reduccién al esta- do laical, la exoneracién de sus votos y de sus com- promisos sacerdotales, Probablemente se trataba de una grave anomalia patolégica de personalidad. Pero no es uno, sino muchos los sacerdotes que a los pocos meses de ordenados se han arrepentido de haberlo hecho y los profesos que piden dispensa de votos. Y esto si es preocupante. . Muy relacionado con lo anterior esta e/ miedo al compromiso definitivo en que nos debatimos los hombres y las mujeres de hoy. El “SI” pronunciado por el joven sacerdote el dia de su diaconado o de su ordenacion, tiene que ser renovado cada dia y en cada momento de la vida. No basta una auténtica generosidad en el momento de Ia ordenacién para perseverar. La vida se encarga de ir presentando al sacerdote dificultades nuevas e imprevisibles, ex- periencias, fracasos y tentaciones antes desconoci- das. Las pasiones ejercen momentos de fuerza ma- xima que provocan verdaderas crisis. El romanti- cismo juvenil del neosacerdote se puede ir eclip- sando ante la mayor experiencia de vida, por no decir la desilusién y el desencanto de la misma. Lo mismo puede acaecer a los religiosos. La perpetuidad en el seguimiento del Sefior que Ila- m6 al sacerdocio 0 a la vida religiosa: 4. Ibid. p 52. =_ & §° “No es tanto consecuencia de un compromiso “irre- yocable” situado en mi pasado como un gesto aisla- do y bien circunscrito en tal sitio y en tal dfa, cuanto fruto de la continua renovacién de mi fe y de mi amor, de la reactivacién permanente de doble —y tinica— fidelidad a mf mismo y a Dios dentro de mi yocacién y misién. Evidentemente, es necesario un cierto vigor espiritual, purificado de todo fervor romantico” *. 4. Y para hablar ya de las defecciones mds o menos culpables, hay un hecho innegable: en el fondo de casi toda defeccién, a veces como causa principal, otras al menos como causa concomitante mds 0 me- nos influyente en el resultado final, se_encontraré una deficiencia en la vida de oracién, un enfria- miento en la vida espiritual, una rutinizacién en la recepcion de los sacramentos, una progresiva “ace- dia” espiritual; una marcada btisqueda de la propia comodidad, una huida sistematica de la abnegaci6én. En una palabra, se encuentra uno ante el sindrome tradicionalmente llamado por los autores ascéticos: la tibieza espiritual. Antes de la crisis vocacional de los afios 60 y 70, parecfa casi imposible que un sacerdote o un reli- gioso perdieran la fe. Con dolor, nosshemos ido acostumbrando a que este suceso no sea tan insdli- to. En mi experiencia sacerdotal han sido més fre- cuentes los casos de sacerdotes y religiosos (as) que atribuyen su retiro a otras crisis distintas a la pérdi- da total de la fe, la cual conservan intacta junto con 5. Ibid. p 105. 17 18 una firme esperanza en el Sefior y en su misericor- dia. Pero, el abandono de la vida espiritual y sacramen- tal, produce con frecuencia si no la pérdida de la fe, si un enfriamiento en la vida de fe y en el amor per- sonal a Jesucristo, que constituye la razon ultima y mas firme de la vocaci6n sacerdotal. En muchos casos de abandono del sacerdocio mi- nisterial o de la vida religiosa, hay que remontarse muy atrds en el rfo de la vida, para encontrar las verdaderas causas. Estas vienen de muy atras, de/ hogar. De la adolescencia. Tal vez de la remota in- fancia. Mas atin, con frecuencia hallamos casos en que uno se puede preguntar extrafiado: ‘““zCémo se le conce- di6 la profesi6n a la Hna. zutana? gCémo se ordend fulano? ~Cémo fue admitido a la ordenaci6n? jNun- ca deberia heberse hecho sacerdote! Este triste densenlace era de esperarse y era perfectamente pre- visible’. Por desgracia ya es demasiado tarde para esta profecia “‘post factum”’. Por algo la Iglesia ha insistido tanto en la seleccién estricta de los candidatos al sacerdocio y a la vida consagrada. En el decreto Optatam totius, leemos esta sabia recomendaci6n: “Por medio de una formacién sabiamente ordenada, hay que cultivar también en los alumnos la necesaria madurez humana, cuyas principales manifestaciones son la estabilidad de espiritu, capacidad para tomar —————————_ prudentes decisiones y la rectitud en el modo de juz- gar sobre los acontecimientos y los hombres. Habi- tdense los alumnos a dominar bien el propio cardcter; férmense en la reciedumbre de espiritu y, en general, sepan apreciar todas aquellas virtudes que gozan de mayor estima entre los hombres y avalan al ministro de Cristo, cuales son la sinceridad, la preocupacién constante por la justicia, la fidelidad a la palabra da- da, la buena educacién y la moderacién en el hablar, unida a la caridad” *. Muchas veces ha insistido la Iglesia en que es una compasi6n mal entendida el admitir a la profesién perpetua o a la ordenaci6n sacerdotal a un candida- to que es incapaz de guardar la castidad. Bajo capa de misericordia, se ocultaria un acto de crueldad para con él y para con la Iglesia. 6. Es sumamente importante, tener muy presente el ambiente familiar del candidato al sacerdocio. El “background” familiar juega un papel de importan- cia definitiva y muchas veces indeleble, en el naci- miento de la vocacién, en la consolidacién y en la perseverancia del sacerdote en ella. La gracia de Dios es poderosa y puede lograr transformaciones casi milagrosas en la personalidad. Pero no pode- mos esperar que los milagros ocurran cada dia. Por un lado, la estabilidad y armonfa del hogar, el carifio sincero entre padres, hijos y hermanos, y por otro, el ambiente religioso y moral de la familia 6. Documentos del Vaticano II. Ma‘ BAC. MCMLXVIII, Opt. Tot.n 11. 19 constituyen una de las mejores garantias para la formacién de una personalidad psicolégicamente sana y para la perseverancia en la vocacién. Por el contrario, la falta de armonia y estabilidad familiar, la deficiente formacién religiosa, el am- biente de inmoralidad, hacen muy dificil que esta delicada planta de la vocacién sacerdotal nazca, crezca y permanezca. Queda siempre la acci6n mis- teriosa y poderosa de la gracia divina. Pero recor- demos: “Gratia non tollit naturam, sed supponit et perficit eam”: “La gracia no destruye la naturaleza, sino que la supone y la perfecciona”. 7. Para nadie es un misterio que, después de la tibieza espiritual y, muchas veces a consecuencia de la misma, la principal y la mas frecuente causa de de- serci6n (a veces abiertamente confesada, algunas veces discretamente callada, en no pocos casos dis- frazada bajo el poder casi ilimitado de racionaliza- cién que tenemos los seres humanos) son Jas difi- cultades relacionadas con la guarda fiel del celiba- to. Aun sacerdotes 0 religiosos muy buenos, inteli- gentes, celosos, trabajadores, generosos, caritati- vos, obedientes, fraternos con sus hermanos, con- sagrados al apostolado y al servicio de los fieles, pueden encontrar dificultades grandes para guar- dar la castidad perfecta y perpetua que conllevan el sacerdocio 0 a la vida religiosa. La falta de madurez afectivo-sexual es un denomi- nador bastante comtin en muchos casos de deser- ci6n. 20 De —————— 8. Bajo un enfoque psicolégico, para ordenarse de sa- cerdote o para emitir los votos perpetuos, con pro- babilidades sdlidas de perseverancia, se requiere una gran madurez integral de la personalidad. Pue- de preguntar alguno: “;Cémo identificar estas per- sonalidades maduras? ,Cudles son sus sefiales?”’. La respuesta puede variar muchisimo, segtn el es- quema tedrico en que se apoye el concepto de “‘ma- durez psicolégica” (*). Pero, hay algunas caracteristicas de madurez que nunca deben pasarse por alto, antes de tomar la de- cisi6n de ordenar un sacerdote. Algunas importan- tes son: percepcién objetiva de la realidad, concep- to predominantemente positivo de si mismo, de los demas y del mundo; capacidad de tomar decisiones y asumir responsabilidades; adaptacién y eficiencia en un trabajo estable; sentido de la propia identidad como ser humano y como individuo sexuado; capa- cidad de mantener auténticas relaciones interper- sonales con los colegas, con las figuras de autoridad y con los subordinados, todo lo cual constituye la aptitud para vivir en comunidad que es importan- tfsima; capacidad de un amor oblativo que se entre- gue a los demas y encuentre en el servicio al prdéji- mo una fuente de realizacién personal; escala ade- (*) Una exposicién sencilla y clara sobre “La personalidad madura’ puede leerse con provecho en Aliport, G. , La personalidad: su configu- racién y su desarrollo. X11, La personalidad madura, Barcelona: Herder, 1986. Alli se exponen las teorias de Freud, Erikson, Maslow y 1a del mismo también: Jiménez, A., “Caminos de madurez sicolégica para reli- Santafé de Bogoté: Ediciones paulinas.1992. autor. giosos” 21 cuada de valores y filosofia integradora de la vida. En esta enumeracién no hemos hecho mas que mencionar las caracteristicas de la madurez segtin la teoria epigenética del desarrollo de la personali- dad propuesta por Erik Erikson’. Yo afiadiria, como muy importante caracteristica, un alto nivel de tolerancia a la frustraci6n, dado que este género de vida exige mayor estabilidad psicolégica que otras muchas profesiones. La madurez es una realidad compleja. Una buena descripcién de la misma es la que presentan las Orientaciones para la educaci6n en el celibato sa- cerdotal de la Sagrada Congregacién para la edu- cacién catélica: “La madurez es una realidad compleja y no es facil circunscribirla completamente. Se ha convenido, sin embargo, en considerar maduro, en general, al hom- bre que ha realizado su vocacién de hombre, con otras palabras, al hombre que ha conseguido la sufi- ciente capacidad habitual para obrar libremente; que a ha integrado sus bien desarrolladas capacidades hu- manas en hdbitos virtuosos; que ha conseguido un fa- cil y habitual autocontrol emotivo, con la integracién de las fuerzas emotivas que deben estar al servicio de una conducta racional; que prefiere vivir comunita- riamente porque quiere hacer participes a los demaés de su donacién; que se compromete en un servicio 7. Erikson. E. H. Infancia y sociedad. Buenos Aires: Ed. Hormé, S.A. E, 1974. 7: Ocho edades del hombre, cf. Jiménez, A. Caminos de madurez sicoldgica para religiosos. Santafé de Bogota: Ed. Paulinas. 1992. 22 Bg profesional con estabilidad y serenidad; que demues- tra saber comportarse segtin la autonomfa de la con- ciencia personal; que posee la libertad de explorar, investigar y elaborar una experiencia, es decir, trans- formar los acontecimientos para que resulten fructi- feros en el futuro; al hombre que ha logrado llevar al debido nivel de desarrollo todas sus potencias y posi- bilidades especificamente humanas” *. Hablando del sacerdote y del religioso, esta madu- rez integral debe concretarse muy claramente en el terreno de la maduracién afectivo-sexual, la cual nunca debe sacarse del contexto global de la madu- racion de la personalidad. E] sacerdote, antes de la ordenacion, el religioso antes de la primera profe- sién, deben haber superado razonablemente los pro- blemas del narcisismo, el auto-erotismo, la homo- sexualidad y la ambivalencia sexual que es fre- cuente en la adolescencia; tienen que haber logrado una relacién madura y sencilla con las personas del sexo opuesto. O sea, “un trato maduro, sencillo, no angustioso con las almas —hombres y mujeres— con las que tratamos por raz6n de nuestro trabajo en la edificacién del cuerpo de Cristo” °. Esta relacién madura, estd igualmente alejada de los dos extremos peligrosos. Por un lado, de la acti- tud angustiosa, represiva, temerosa ante las perso- nas del otro sexo. Por otro lado de la familiaridad ingenua, de la ligereza de adolescentes que de- 8. Sda. Congregacién para la educacién catélica: Orientaciones para aidinen NOTA In ada ] muestran algunos sacerdotes o religiosos ya cua- rentones y cincuentones y que pueden indicar ado- lescencia retardada de quien apenas empieza a des- cubrir los valores y la atraccién del sexo feme- nino". 9. No siempre son mas inmaduros afectivamente los que ingresaron mas jévenes al seminario menor 0 a la vida religiosa. Es verdad que se presentan algunos casos de per- sonas que entraron al seminario demasiado nijios y nunca maduraron psicolédgicamente. Pero también se encuentran muchas personalidades muy maduras, muy varoniles, muy recias, entre los sacerdotes a quienes Dios Ilam6 en edad muy tem- prana; lo mismo que sacerdotes tremendamente inmaduros entre los que entraron en una edad avan- zada, En muchos casos de abandono del sacerdocio 0 de la vida religiosa, se trata de hombres que en su desarrolo afectivo-sexual apenas traspasaron los umbrales de la adolescencia; como se echa de ver en sus amistades, en el trato con el otro sexo, en problemas de auto-erotismo no superados, en acti- tudes egoistas, en dificultad para un amor y entrega verdaderamente oblativos. 10. Durante estos Uiltimos afios, parece haber tomado mayor relevancia que en otros tiempos, como cau- sa del abandono del sacerdocio y de la vida reli- giosa la crisis de la obediencia y de autoridad. Estudios realizados en otros paises como Estados 10. Jiménez, A. Madurez humana y castidad religiosa. Theologica Xaveriana. Bogoté. 1978. I. Unidos" demuestran que el descontento con los obis- pos y/o superiores, con la manera de ejercer la autoridad en la Iglesia, constituyen una de las causas mas frecuentemente alegadas por muchas personas al Tetirarse del ejercicio ministerial o de la comunidad. Hay que tener en cuenta la imagen paterna que el candidato al sacerdocio trae de su hogar, especial- mente en algunos seminarios en que parece abun- dan los huérfanos de padre, por muerte de éste o por abandono del hogar. Los sentimientos y actitudes sistematicamente agresivas del sacerdote, son con frecuencia el re- sultado de un desplazamiento contra cualquier figura de autoridad. A algunas personalidades, da- dos sus condicionamientos previos, les resulta casi imposible el someterse a una autoridad, por apta y buena que sea la persona que la ejerce. Habria aqui tema de meditacidn, tanto para quie- nes detentan y ejercen el poder, como para los candidatos que van a comprometerse a obedecer; los primeros deberfan reflexionar sobre su espiritu paternal de gobierno; los segundos, examinar si tienen un cardcter capaz de aceptar el ejercicio de la obediencia razonable. Han sido muchas las defecciones, del afio 60 para aca, entre sacerdotes y religiosos sinceramente comprometidos con la causa de los pobres. Su compromiso los Ilev6 en muchos casos a la radi- calizacién socio-politica, la contestaci6n siste- matica y a empuifar el fusil y la ametralladora. zNo habria en estos actos de “compromiso heroi- co”, demasiadas motivaciones y condicionamien- tos puramente humanos? ,No habra a veces mu- cho altrufsmo mal entendido y poca caridad cri tiana, vivida como virtud teologal? ~No habra confusién de identidad en el “rol” y funciones propias del sacerdocio? {No habra algun despla- zamiento de sentimientos agresivos contra obje- tivos neutros o “chivos expiatorios”? Reflexiones similares podrian aplicarse al caso de muchas rebeliones “doctrinales y teolégicas” con- tra la jerarquia y el magisterio pontificio. 12. Estos afios post-conciliares han sido también pro- fundamente marcados por una crisis de identidad sacerdotal. El Concilio Vaticano II destac6 muy claramente la misidén sacerdotal del laico, al recalcar el derecho y el deber del seglar al apostolado". Pero no pocos sacerdotes, cayeron en el extremo : de exaltar tanto la vocacién del laico bautizado, que vinieron a menospreciar el sacerdocio minis- terial. Podriamos hablar en estos casos, de una verdadera crisis de identidad o difusi6n de identi- dad sacerdotal, para usar la terminologia de Erik- son. Muchos sacerdotes dejaron el ejercicio de su ministerio simplemente porque “no tenia sentido el ser sacerdote”; se sentian “desinflados” en el 12. Vat. TI, Apost. Act. n 3. 26 ejercicio de su ministerio estrictamente sacerdotal, en el celibato consagrado por el reino de los cie- los... Una desiluci6n similar arruiné muchas voca- ciones religiosas de hombres y de mujeres. . Intimamente relacionada con la crisis de identidad sacerdotal, puede presentarse una crisis de desen- canto, de cansancio, de frustracién generalizada y paralizante. Con frecuencia, esta crisis se presenta en la edad madura. Por eso, se la ha llamado la crisis del demonio meridiano. Sobre ella se ha escrito mucho. Es prdcticamente una sintesis de todas las crisis posibles en el sacer- docio o en la vida religiosa: crisis afectiva, crisis de triunfo, de obediencia, de naturalismo, en una palabra de sentido de la vida'’. Es posible caer lentamente en un simple tolerar, aguantar, seguir adelante en el ejercicio ministe- rial del sacerdocio. Es un hecho triste, pero que lo comprobamos con mas frecuencia de lo que fuera deseable: pasarla bien; no matarse demasiado; darse buena vida; trabajar lo menos posible... Es el que en otro con- texto me he atrevido a Hamar la psicologia del solterén". Qué bella y atrayente es la otra cara de la medalla: el sacerdote o religioso entusiasta, animoso, traba- jador, alegre, a pesar de las dificultades y fraca- Fe. 1967. 14, Jiménez, A. op. cit. 13. Roldan, A. Las crisis de la vida en religidn. Madrid: Ed. Razén y 27 sos, a pesar de los afios y la vejez: Es el sacerdote autorrealizado (Erikson). Bellamente ha sido des- crito este ideal por el cardenal Pironio, cuando habla sobre La alegria de la fidelidad'*. Afortunadamente este bello ideal lo vemos encar- nado en muchos sacerdotes y religiosos que pro- yectan una imagen mds 0 menos nitida de hom- bres y mujeres realizados en el servicio a Dios y la entrega a sus hermanos mediante el ejercicio del ministerio sacerdotal o de la vida consagrada. RK Analizadas algunas causas, de las deserciones sa- cerdotales, queda un paso mucho més importante co- mo tema principal de reflexién: ~De qué ayudas po- demos echar mano y con qué medios podemos ayudar a nuestros hermanos sacerdotes para lograr el don de la perseverancia? Busquemos los medios naturales y sobrenaturales, con la confianza de que la gracia divi- na nunca nos faltard. Tenemos que poner el acento en una pastoral pre- ventiva, aplicada a los futuros sacerdotes, ya desde la formacién del seminario y a los religiosos desde el no- viciado Finalmente, imitando la actitud del buen pastor, debemos tender una mano a tantos hermanos nuestros que han dejado el ministerio, quienes tal vez seguirian trabajando hombro a hombro a nuestro lado, si hubie- ran encontrado mds comprensi6n y amor por parte de sus hermanos sacerdotes. A muchos quizds el Padre bueno los espera, con los brazos abiertos, para un fe- cundo apostolado sacerdotal después de una auténtica reconciliacién consigo y con la Iglesia institucional. Los restantes capitulos de este libro buscan encen- der una pequefia luz, desde el campo de la psicologia moderna, para iluminar el camino de los que andan en tinieblas, pero sobre todo dar una voz de aliento a tan- tos hermanos y hermanas que se esfuerzan por con- quistar la madurez de su personalidad e integrarla con una vida consagrada plenificante para ellos y fecunda para los demas. VE a ee CAPITULO II La autoimagen y la autoestima Ademias del yo-real, o sea, de la persona tal como de hecho existe, hay otros elementos que son de deci- siva importancia para la formaci6n de la identidad personal y, por consiguiente, de la madurez y equili- brio psicolégico del individuo. Estos elementos son: la imagen que uno se forme sobre sf mismo (autoimagen), el aprecio o desprecio que uno se profesa (autoestima positiva 0 negativa); aquella persona ideal que uno quisiera llegar a ser (el yo-ideal), y la imagen que trata de proyectar ante los demas (el yo-social). Todos estos aspectos revisten la maxima impor- tancia para la madurez de cualquier persona humana. Por eso han ido recibiendo cada vez mayor atencién, durante estas tiltimas décadas, por parte de los psicé- logos sociales y de los especialistas en psicologia de la comunicaci6n y de las relaciones humanas. La autoimagen, la autoestima, el yo-ideal, el yo- social, deben tenerse muy en cuenta en la seleccién y en la formacién de los sacerdotes y de los religiosos. 31 De estos factores dependen, en altisima proporcis: satisfacci6n y rendimiento en el trabajo apostdlico; son la base de unas relaciones interpersonales adecua- das y de la capacidad para disfrutar de verdaderas y hondas amistades; en ellas se concreta el sentido de jdentidad personal. I. EL YO REAL Se refiere a la persona tal como es en la realidad, con todas sus caracteristicas buenas, malas o indife- rentes. Los anglosajones hablan del SELF. También se usa el vocablo “ego” = yo, no en el sentido psicoana- litico, sino como equivalente de la personalidad total. EI Yo es el nucleo vital de nuestra personalidad. Es el individuo, la persona, que se conoce a si misma; es e] sujeto de las acciones; el objeto de su propio conocimiento; el agente de todas sus actividades. Nos sentimos afectados 0 comprometidos cuando vemos efectado el propio yo; los motivos, las inten- ciones, los valores del Yo son los que nos mueven a obrar. Il. LA AUTOIMAGEN (CONCEPTO DEL YO) Es la imagen mental que nos formamos acerca de nosotros mismos. A través del concepto del yo es co- mo uno mira su mundo y en relacién con él organiza e interpreta todas sus experiencias. 32 La autoimagen abarca muchos aspectos: el propio esquema corporal, la familia, los “roles” y funciones que la persona desempeiia, sus caracteristicas de per- sonalidad, sus relaciones, etc. Origen de la autoimagen. La autoimagen se forma: a. A partir de los otros, desde la nifiez, por efecto del trato con la demas personas; por influjo de sus ex- pectativas, alabanzas, reproches, etc., especialmente de las personas que uno mas admira y aprecia. Espe- cial influjo tienen los padres y familiares cercanos, los maestros y los compaiieros de escuela y los grupos so- ciales. Por esto, la comunicacién y el lenguaje son fac- tores decisivos en la formacién de la autoimagen y del sentido de identidad personal. Entre los procesos de comunicacién debe destacarse especialmente el influjo decisivo que juega el fendmeno llamado “feedbak” (0 retroalimentaci6n). b. A partir de las propias experiencias, v.gr. de triun- fo o de fracaso, de aceptacién o rechazo. Un factor im- portante en la formacién de la autoimagen y de la pro- pia identidad es también la profesién u oficio de la per- sona. Nuestros “roles” y “status” en la sociedad vienen determinados, en gran parte, por nuestras habilidades y por el oficio que desempefiamos: “Soy sacerdote, reli- giosa, estudiante, me ocupo en apostolado social, etc.”. Diversas clases de autoimagen Nuestra autoimagen puede adquirir tres modali- dades diferentes: a. A veces podemos sobre-estimarnos (imagen “aureolada”, “engreida”, “inflada”). Puede tratarse de un mecanismo de compensacién, como defensa o fachada para disimular la propia inseguridad. Otras veces, se trata de verdadero orgullo, v.gr., cuando la persona est4 centrada en el éxito social proveniente de los honores, los titulos, las riquezas, etc. b. La imagen negativa. Es tal vez mas frecuente que la anterior. El individuo no se aprecia suficiente- mente; no reconoce sus cualidades; se minusvalora y se desprecia a si mismo; ve todo “negro”; se fija en sus limitaciones y en sus defectos; se considera insignifi- cante ante los demas e incapaz de realizar algo en la vida. Serfa un lamentable error confundir la virtud de la humildad cristiana con un complejo de inferioridad. c. La imagen normal. Finalmente, nuestro auto- concepto puede aproximarse a lo que realmente uno es, 0 sea, a su yo real. La humildad es la verdad. Ill. AUTOESTIMA Es la valoracién que uno tiene de sf mismo. Natu- ralmente se basa en el auto-concepto. La autoestima se refiere a los juicios, negativos, positivos, ambivalentes, que uno hace sobre su autoimagen. | ee Las personas con alta estima se consideran dignas; se respetan a si mismas, se consideran iguales a los demas. En su libro sobre la autoestima (“The Psycho- logy of Self-Esteem”) dice N. Branden: “Las personas ven el mundo a través del filtro de si mismas; por consiguiente la imagen del yo colorea e influye todas sus percepciones, su manera de pensar, de sentir, de obrar. El auto-concepto es el marco de referencia de todas las demas percepciones”. Elementos esenciales de la autoestima Con mucho acierto presenta Branden los que —a su juicio— constituyen los elementos esenciales de la autoestima. Permitesenos consignar una cita un tanto extensa. “El primer acto de autoaprecio es la afirmacién de la propia conciencia: la decisi6n de pensar, de darse cuenta, de dirigir el reflector de la conciencia hacia afuera, al mundo exterior y hacia adentro, al propio ser. Fallar en este empeiio es fallar en el nivel basico del yo. Honrar al yo es decidirse a pensar independientemen- te, a vivir de acuerdo a su propia razén y a tener el coraje de seguir las propias percepciones y juicios. Apreciar el yo consiste en decidirse a conocer no slo lo que uno piensa, sino también lo que siente, lo que quiere, lo que necesita o desea, las cosas que lo hacen sufrir, las que le causan miedo o rabia; y acep- tar el derecho de experimentar esos sentimientos. Lo 35 contrario a esta actitud es la negacién, el descono- cimiento, la represi6n; es repudiarse a si mismo. Apreciarse a si mismo significa conservar una actitud de autoaceptacién, o sea aceptar lo que somos, sin auto-opresi6n ni auto-castigo, sin ficciones acerca de la verdad del propio ser; sin fingimientos que buscan engaiiarse a si mismo o engafiar a los demas. Honrar al yo es vivir auténticamente; hablar y obrar de acuerdo con nuestras intimas convicciones y sen- timientos. La autoestima consiste en rechazar los sentimientos de culpa no merecidos y hacer lo posible por corre- girlos cuando se han merecido. Apreciarse a si mismo quiere decir comprometerse con nuestro derecho a existir, sabiendo que la propia vida no pertenece a los demas y que no estamos en este mundo para vivir como esclavos de las expecta- tivas ajenas. Para muchas personas es ésta una responsabilidad aterradora. Honrar al yo es vivir enamorados de la propia vida; enamorados de nuestras posibilidades de crecer y de experimentar el gozo; enamorados del proceso de descubrimiento y exploracién de nuestras potenciali- dades especificamente humanas. Podemos, comenzar a ver que la autoestima consiste en practicar el amor de si mismo en el sentido mds alto, mas noble y menos comprendido de la palabra. Y esto requiere una enorme independencia, valor e integridad” '. 1 Brandan No Uasnsten tha Calf Tronntns Danian Danka 1906 n eee — V0 IV. EL INFLUJO DE LA AUTOIMAGEN Y LA AUTOESTIMA SOBRE LA SALUD MENTAL El concepto del yo y la autoestima juegan un papel definitivo en los sentimientos respecto a nosotros mis- mos, nuestras metas, nuestras reacciones frente al fra- caso, nuestra manera de manejar el estrés, nuestro bienestar personal, nuestra eficiencia en el trabajo. En una palabra, sobre nuestra salud mental. “No hay un juicio de valor mas importante, —ningtin factor mas decisivo para su desarrollo psicolégico y su motivacién— que el aprecio que él se tenga”. “Es- te aprecio lo experimenta, no en forma consciente, como un juicio verbalizado, sino en forma de sen- timiento; sentimiento que puede ser muy dificil de aislar 0 expresar con palabras, porque es algo que se experimenta continuamente; es parte de todos los de- mas sentimientos; esta involucrado en toda respuesta emocional”*. 1. Los individuos que tienen un concepto positivo de sf mismos son menos inclinados a los desérdenes emocionales y se recobran mas rapidamente de los mismos. Cuanto mas positiva es la autoimagen, tanto mayor es el control que uno tiene y siente so- bre los acontecimientos; mayor su eficiencia en el trabajo; mayor la facilidad para apreciar y aceptar a 3 38 a los demas. Y generalmente, cuando uno se siente aceptado como miembro de un grupo, no experi- menta amenazas, ni necesidad de estar a la defensi- va o de atacar a los demas. A su vez, cada uno de nosotros tiene, en esa capacidad de aceptaci6n, un poderoso instrumento para crearse una autoimagen positiva y para disminuir las tensiones provenientes de los contactos y relaciones sociales. Con mucha raz6n se ha dicho que la autoimagen no s6lo tiene cardcter descriptivo de nuestra personali- dad, sino que también es un factor predictivo de nuestros futuros éxitos y fracasos. 2. La autoimagen negativa determina el grado de ame- naza que uno experimenta y Ja defensividad de la persona. Esta actitud defensiva, a su vez influye sobre la percepci6n de las alternativas posibles para resolver los problemas y sobre la capacidad de de- cisién de la persona, y restringe su capacidad para ser agente activo de su propia realizacién. Frases como “No sirvo para nada’’; ‘‘Todo me sale mal” etc., indican una autoestima negativa. Las per- sonas que tienen baja autoestima experimentan, de ordinario, autorrechazo, descontento, autodespre- cio. Estos sentimientos producen sufrimiento, res- tringen la actividad de la persona, estorban sus rela- ciones con los demas e impiden su autorrealizaci6n. La enorme importancia del autoconcepto y la au- toestima ha sido ampliamente demostrada por muchas y serias investigaciones cientificas. Las Principales conclusiones de estas investigaciones demuestran que las personas con baja autoestima: 1. Presentan mds problemas emocionales. 2. Son menos eficientes. 3. Experimentan mayores dificultades en sus rela- ciones interpersonales. 4. Se dejan influenciar mds facilmente. 5. Disfrutan menos del trato de la gente’. 3. Una imagen engreida tampoco contribuye a la ma- durez humana porque no esta de acuerdo con el principio de la realidad. Las relaciones de una per- sona con autoimagen engreida no pueden ser armo- niosas, ya que tiende a despreciar a los débiles y adular a los poderosos, a dejarse dominar por su egocentrismo. Su autoimagen infatuada le impide reconocer sus fallas y corregir sus errores. Se cree perfecta... Cambios y permanencia de la autoimagen y la autoestima En la autoimagen y en la autoestima ocurren cam- bios y fluctuaciones normales. Naturalmente, la auto- estima del nifio es mucho més vulnerable que la de una persona adulta 0 anciana; pero al mismo tiempo el nifio es mucho mas educable y flexible para mejorar su autoimagen. El adulto tiene una personalidad mas firme; esta firmeza puede constituir una ayuda contra las posibles lesiones de su autoestima; pero también le es mas dificil al adulto modificar su autoimagen en sentido positivo y aprender mejores comportamientos; su personalidad suele ser mas rigida. 3. Weiten, W. P. logy Applied to Modern Life. Monterey, Es muy importante recalcar una idea fundamental para la salud mental: la autoimagen y la autoestima son adquiridas. Por lo tanto se pueden modificar. Se puede “des-aprender” una autoimagen negativa. Se puede “re-aprender” una imagen mas positiva. Mientras este- mos vivos, siempre conservamos la capacidad de cam- biar, de progresar. Pero a veces estos cambios reque- riran tiempo y esfuerzo, como ha levado tiempo el aprender una autoimagen negativa. Vv. COMO MEJORAR LA AUTOIMAGEN Y ACRECENTAR LA AUTOESTIMA Las actitudes hacia si mismo, tanto positivas como negativas, tienden a perpetuarse por si mismas. Asi. una persona que se siente competente suele ser m emprendedora y tiene mayores probabilidades, por tanto, de obtener éxitos, reforzando asi sus sentimien- ios originales de valfa. Lo contrario ocurrira al indi- viduo que se cree inutil y no se atreve a emprender ~ nada nuevo. Es uno de tantos casos en que se verifica “Ia “Profecia de auto-cumplimiento” (Self- fulfilling ere prophecy). Un conjunto de creencias mias despierta ~@ .7! determinadas reacciones en los demas y dichas reac- ‘=~ ciones, a su vez, hacen que mis expectativas y creen- cias se conviertan en realidad. . Por fortuna, existe en todo ser humano una tenden- cia innata hacia la autorrealizacién y al crecimiento psicolégico, tan poderosa como la tendencia de todo ser vivo a crecer fisicamente. Aprovechando esta ten- dencia, nuestro concepto del yo y nuestra autoestima pueden mejorarse. 40 Sugerimos algunos medios*: 1, Es muy importante el “didlogo-interior” (Self-talk) que uno mantiene consigo mismo permanentemen- te y con lo cual se forman, se mantienen y acrecien- tan los sentimientos positivos 0 negativos hacia uno mismo y hacia los demas. Modificando el conte- nido de este “didlogo-interior’se pueden cambiar los sentimientos y actitudes negativas y reforzar las positivas. Haga el ensayo de contrarrestar cada frase negativa que Ud. se dice a si mismo, con una segura afirma- cién positiva. Notard muy pronto el buen efecto. 2. Reconozca con humildad sus limitaciones y defi- ciencias y esfuércese por corregirlas. Pero acos- ttimbrese a centrar su atencidn sobre los aspectos positivos de su personalidad y sobre los increfbles recursos, potencialidades y dones que Dios le ha dado. Aprovéchelos para ponerlos al servicio de los demas. Su autoimagen y su autoestima creceran de manera sorprendente. 3. Como todo ser humano es un animal social, las per- sonas son esenciales para el mantenimiento y el desarrollo del yo y para lograr el sentido de identi- dad. La habilidad para afrontar los problemas me- didnte el lenguaje verbal y simbdlico es una de nuestras cualidades mds humanas y que més influ- yen en nuestra autoimagen. Podemos conocer y evaluar nuestra autoimagen y determinar en qué direccién queremos mejorarla, en el grado en que podamos comunicarnos adecuadamente con los de- mds e interactuar con ellos. 4. Si nos acercamos a la gente con una actitud positiva y abierta, nuestras relaciones seran mas agradables, y nos sentiremos mas aceptados. Nuestra autoesti- ma crecera. 5. El compartir con los demas nuestras preocupacio- nes, sentimientos, aspiraciones y realizaciones, fa- cilita la comprension y la aceptaci6n de si mismo. 6. Reconozca que es Ud. mismo quien controla su au- toestima. Ud. es quien, en ultimo término, controla su autoimagen. Ud. tiene el poder de cambiarla. Ud. puede aceptar o rechazar el] “‘feedbak” que los demas le dan. Aunque los demas pueden influen- ciar su autoconcepto, Ud. es la Ultima autoridad. 7. No permita que los demds le fijen sus normas. Una trampa en que muchos caemos es permitir a los demas que nos fijen los estandares de conducta por los cuales nos juzgamos a nosotros mismos. Las per- sonas que tienen baja autoestima son especialmente sugestionables a la persuasi6n y demasiado propen- sas a aceptar lo que los demas les imponen. Ud. es quien debe fijarse sus propias metas e ideales. 8. Reconozca sus metas irreales. Muchas personas se exigen demasiado a si mismas. Siempre quieren realizar lo mejor, lo cual no es posible. Socialmente se comparan con los mejores, no con los de su mis- ma categoria. Estas comparaciones no son realistas y minan la autoestima. 9. Preste mds atenci6n a sus aspectos positivos. Los individuos con baja autoestima derivan poca satis- facci6n de sus realizaciones y virtudes. Aprenda a insistir mds en sus cualidades y realizaciones que en sus aspectos negativos. 10. Ponga empejio en tratar de mejorar. Algunas limi- 11. taciones personales pueden ser superadas. Hay mu- chas pruebas de que los esfuerzos por mejorar acre- cientan la autoestima. Trate a los demas con una actitud positiva. E\ individuo con autoestima baja tiende a ser excesi- vamente critico con los demas. Esto constituye un estorbo para unas buenas relaciones interpersonales y perjudica la autoestima. Si Ud. se acerca a la gen- te con una actitud positiva y de apoyo, sus relacio- nes seradn agradables y Ud. se sentira a su vez bien aceptado. Probablemente no hay nada que favorez- ca tanto la autoestima como la aceptaci6n y el afec- to genuino de los demas. VI. EL YO IDEAL Es la persona que uno quisiera llegar a ser. Se basa en las enormes posibilidades y en la tendencia pode- rosa hacia la autorrealizaci6n que todos sentimos, bajo la direccién de la propia conciencia. Una conciencia recta y bien formada es, por consi- guiente, un componente importante de la personalidad, como guia de los comportamientos. Una conciencia mal formada, demasiado estrecha, o demasiado laxa 43 estorba la salud mental e impide la satisfacci6n con la vida. EI yo-ideal ejerce un poderoso influjo sobre la for- macion de aspiraciones de moralidad, excelencia, etc, Los ideales, para bien o para mal, juegan un papel de- finitivo en el desarrollo de la personalidad. Los idea- les nos estimulan a progresar, pero si son equivoca- dos, nos inclinan al mal bajo apariencia de bien. E| yo-ideal refleja nuestro sistema y nuestra jerarquia de valores. Si el yo-ideal es demasiado bajo, no estimula al individuo para progresar. Si el yo-ideal es irreal y de- masiado alto puede convertirse en una fuente de frus- tracién y tortura porque crea expectativas perfeccio- nistas e inalcanzables... : EI ideal razonable consiste en: Aspirar a ser uno mismo, nada mas que uno mismo, totalmente uno mismo. Ser uno mismo, es decir, lo que uno es en lo més “ profundo de su ser y no lo que los demas dicen, espe- ran o desean. Pretender ser una persona distinta a uno mismo es absurdo, causa frustraci6n y desaliento. Tenia mucha raz6n Kierkegaard cuando escribio: “La desesperaci6n mds comtin es no querer ser uno mismo. Pero la forma mds profunda de desesperacién consiste en escoger ser una persona distinta de uno mismo”. Ser nada mds que uno mismo, es decir, no forzar sus limites por encima de sus capacidades reales, aspirando a ser mas de lo que realmente es 0 puede llegar a ser. 44 Ser totalmente uno mismo, es decir, no dejar sin cultivar sus capacidades sino aprovecharlas plenamen- te con inteligencia y eficacia. Es la realizacion total de las propias capacidades. VII. EL YO SOCIAL Es la imagen con que tratamos de presentarnos ante los demas. Jung habla de la “persona” o “la mascara’’, la cual varia segtn los individuos y las circunstancias; en el lenguaje de Jung la palabra “‘mascara” no tiene una connotacié6n negativa. Puede implicar simplemente un esfuerzo adecuado de adaptaci6n a las personas y circunstancias. Sin embargo, es frecuente alguna exageraci6n en el esfuerzo que hacemos en nuestras auto-presenta- ciones, por proyectar una buena imagen de nosotros mismos. Si esta tendencia se exagera demasiado, co- rremos el peligro de vivir tan s6lo de apariencias y de perder nuestra autenticidad, en aras del i“‘qué diran’’? Las mascaras pueden llegar a crear un yo totalmente artificial y en profunda discrepancia con nuestro yo- real y con nuestra autoimagen, causando serios pro- blemas de identidad personal. 45 VIII. ALGUNAS APLICACIONES A LA VIDA DEL RELIGIOSO Y DEL SACERDOTE Todo lo dicho hasta aqui tiene enorme importancia en la vida del religioso y del sacerdote. En efecto, de la autoimagen y de la autoestima depende en gran parte, que el religioso se sienta sal fecho y a gusto consigo mismo y con su vocaci6n; que logre mantener un trato abierto, espontineo, no-defen- dial y amistoso, tanto con sus hermanos de co- sivo, cor is : munidad, como con las personas a quienes van dirigi- dos sus empefios apostélicos. La eficacia del trabajo apostd6lico, —-sin menospre- ciar el influjo misterioso de la gracia divina—, depen- de en gran medida, de la autoestima del apéstol que condiciona la facilidad de relacionarse interpersonal- mente. Aqui si que se aplica el conocido adagio de que “la gracia no destruye la naturaleza, sino que la eleva y la perfecciona”. Seria temerario esperar milagros coti- dianos, que repentinamente curaran un complejo de in- ferioridad, o redujeran a la realidad Ja imagen “‘inflada” de la persona engreida, Ilena de altaneria y orgullo; el individuo que se ciega ante sus propios defectos y des- precia a los demas dificilmente entrara al coraz6n aje- no para atraerlo hacia Dios. Las siguientes reflexiones, entre muchas posibles, pueden ayudar a las personas consagradas a aplicar en su propia vida los principios generales que hemos expuesto. 1. En el proceso de formaci6n de los religiosos y semi- naristas, tanto los formadores como los mismos can- 46 el préximo milenio. didatos, deberian tomar muy en serio estos elemen- tos: autoimagen, autoestima, yo-ideal, yo-social. La formacién en los seminarios y en las casas religio- sas se ha centrado excesivamente sobre los aspectos académicos, con descuido inexplicable de la forma- ci6én humana y psicolégica de la personalidad. La misma formaci6én espiritual y pastoral, que son las mas importantes sin duda, requieren un indispensa- ble y sdlido substrato humano’. En su conocidfsima y fundamental meditacién sobre “Las dos banderas”, la de Jesucristo y la de Satan, San Ignacio considera a la humildad como la base para todas las demas virtudes*. Pero es preciso tener muy claro el concepto de hu- mildad cristiana. La humildad es la verdad. Es la sumision del hombre a Dios. Es ponerse al servicio de los demas, con todo lo que uno es y tiene, por amor de Dios. La humildad no consiste en desconocer 0 menos- preciar las propias cualidades, sino que, recono- ciendo a Dios como la fuente y origen de todo lo bueno, agradecérselo y poner al servicio de los demas todos nuestros recursos. Asi obr6 Maria, la mas grande y la mas humilde, “bendita entre las mujeres”: “Mi alma alaba la grandeza del Sefior; mi espiritu se alegra en Dios mi salvador... Porque el Todopoderoso ha hecho en mi cosas grandes” (Le 1,46-49). 5. Jiménez, A. Madurez integral del sacerdote latinoamericano, para Medellin. 62, 1990, pp 255-269. 6. Loyola, San Ignacio de, Ejercicios espirituales n 146. in Thesaurus spiritualis Societatis Iesu. Santander: Typis Aldus. 1950. AT Por consiguiente, en muchos casos serd necesario rectificar conceptos erréneos acerca de la humildad, en un esfuerzo por subsanar los efectos de una equivocada formaci6n, que estuvieron muy en boga en tiempos no remotos y produjeron efectos devas- tadores sobre la autoimagen, la autoestima y la con- fianza en si mismos. No era raro el caso de un joven o de una joven no- vicia, que habiendo sido personas importantes con responsabilidades serias en la vida seglar, sufrian una especie de “crisis de embobamiento” y de inse- curidad, al entrar al noviciado... \ Tal vez el error se cometi6 con mas frecuencia e intensidad en algunas comunidades femeninas. gCudles fueron los resultados? Personalidades apo- cadas, incapaces de tomar decisiones y de asumir riesgos, dotadas de una sumisi6n rayana en la abu- lia o el servilismo, pero carentes de iniciativa pro- pia y de empuje apostélico; mas inclinadas a buscar apoyo en otro o a seguir detras del rebafio, que a in- fundir 4nimo a otros y a asumir un liderazgo apos- télico. Asi como los Psicdlogos insisten en la for- maci6n de /a asertividad ’, los autores y formadores espirituales deben también recalcar la fortaleza co- mo una de Jas virtudes claves o “cardinales”, para el cristiano y para el religioso. En la organizacién y regimen de las casas de forma- ci6n, en el acompafiamiento personal, en toda la vi- da sacerdotal y religiosa, tienen multiples aplicacio- nes concretas los principios expuestos sobre el ori- 7. Lange A. & Jakubowski, P. Responsible Assertive Behavior. Champaign: Research Press. 1980. 48 [rr gen, la permanencia y los posibles cambios en la formacién de la autoimagen, positiva o negativa. La autoimagen se forma, a partir de la interaccién so- cial con los demas y por las propias experiencias, positivas o negativas. Es bueno insistir en que la autoimagen negativa es aprendida y que por consiguiente se puede de- saprender y substituir gradualmente por una au- toimagen y autoestima mas positivas. Es un proce- so lento que exige esfuerzo en el formando, y com- prension, madurez y sensatez en los compajieros de comunidad y en los formadores. En la vida de comunidad, del seminario y de la casa religiosa se presentan innumerables ocasiones para la reeducacién de la autoestima, por las continuas interacciones sociales y por las oportunidades que ocurren para desarrollar las propias cualidades y sa- borear una saludable proporci6n de grandes o pe- quefios éxitos y realizaciones. Por consiguiente, es importante dar responsabilidades a las personas, en la vida liturgica y académica, en el deporte, en las labores pastorales, en la organizaci6n de la vida diaria. 4. Es incalculable el influjo poderoso que en la forma- ci6én, mantenimiento o cambio de la autoimagen (y de la autoestima por consiguiente) juegan las per- sonas con quienes uno trata; ellas dan permanente- mente “feed-back” al individuo reflejandole la ima- gen que de él se han formado. Los compafieros de seminario y de comunidad reli- giosa, y sobre todo los superiores y figuras de auto- ridad juegan un papel decisivo para infundir seguri- 49 | dad a la persona timida, retrafda, indecisa, negativis- ta o apocada; influjo que la puede acabar de hundir, por medio de actitudes altaneras, impositivas, tal vez despectivas y humillantes; o influjo benéfico, por medio del estimulo, reconocimiento de la dignidad, de las cualidades y de las realizaciones del hermano. Podemos ser salvadores 0 saboteadores de voca- ciones sacerdotales y religiosas. 5. Vale la pena fijarse un programa de reeducacién personal, adaptando cada uno a su caso individual, los medios que se han sugerido acerca de egies mejorar la autoimagen y acrecentar la autoestim no 6. Durante el tiempo de formacién, especialmente durante los primeros afios que preceden a la conce- sién de los votos, al diaconado o al paso a la teolo- fa, las mtdscaras y el yo-social pueden jugarle una mala pasada al candidato 0 a sus formadores, cuan- do el deseo natural y sano de quedar bien con los compaiieros y superiores y de proyectar una buena smagen de sf mismo, se exagera; la trampa consiste *~ en caer en la esclavitud del ‘‘qué diran’’, o de obrar principalmente por el temor de ser expulsado de la comunidad, negaci6n de votos o de Grdenes, etc. Tat El yo-social se convierte entonces en una amenaza real para la autencidad y la sinceridad. Conviene ~_) abrir los ojos ante este peligro de fingimiento e hi- —~_ pocresfa, tan refidas con la verdadera humildad, como lo es la autoimagen negativa. Mas atin, de la —~ imagen negativa, es de donde brota la falta de au- ‘9 tenticidad, como un mecanismo compensatorio contra los sentimientos de inseguridad personal. La persona segura de sf misma no necesita de tales mdscaras. 7. Imposible pasar por alto el influjo benéfico del yo-ideal sobre la personalidad. Asf se expresa el psicdlogo jesufta Eymieu, adelantandose en mu- chos afios a la psicologia humanista, que tanto re- calca el valor de los ideales para la autorrealizacién de la persona: “El ideal es en definitiva, un inmenso amor que cons- tituye el gozo de la vida; un amor que nada puede destruir, ni la vida ni la muerte; podemos, en cual- quier suceso de la vida, permanecer ciertos de su valor. Amor que realiza el maximo de entusiasmo: el tinico que responde con la sonrisa ante el trabajo y el sufrimiento; y puesto que vivir es trabajar y sufrir, entonces tenemos necesidad de amar la vida, de ver en ella un reflejo ideal para no despreciarla y malde- cirla; para sonreirle por el contrario, a pesar de todo, y recibirla y continuarla con gozo, cualesquiera que sean los caminos por donde nos conduzca... El hombre necesita un ideal para convencerse de que la vida vale la pena ser vivida; y es necesario que este ideal le parezca tan noble y bello, que por acer- carse a él un poco mas cada dia, a costa de todos sus trabajos y deberes, le parezca que atin ha dado dema- siado poco. Tener un ideal es tener una raz6n de vivir. {Una ra- z6n para vivir! Y al mismo tiempo, la gran fuerza, el mayor bien, y el supremo gozo de la vida” *. 8. Eymieu, E. Le gouvernement de soi-méme. Paris: 1928, p 279. Ss! Para que el ideal, tan bellamente descrito por Eymieu, se convierta en realidad, desde el primer dia de no- viciado o seminario, deben ponerse ante los ojos (y sobre todo inculcarlos en el coraz6n) del candidato los grandes ideales de santidad y de apostolado a que esta Ilamado por su vocacién. Ideales que se han concretizado en personas reales que los han vi- vido a plenitud: santos del pasado y santos actuales que conviven entre nosotros como verdaderos mo- delos de identificaci6n para el novel religioso o se- minarista. Ayudaran el estudio y la meditaci6n orante de los documentos de la Iglesia sobre el sacerdocio y la vida consagrada: Vaticano II, documentos pontifi- cios, constituciones propias, historia de la Iglesia y de la Congregaci6n, biografia de fundadores y de los grandes hombres y mujeres que han encarnado y vivido el propio carisma congregacional o el ideal del sacerdote diocesano. 8. Jesucristo y su Madre santisima son para la persona consagrada, la concreci6n-maxima y la encarnaci6én de todos sus ideales. La contemplaci6n de sus mis- terios y la meditacién de la doctrina evangélica son los medios mas eficaces para cultivar altos ideales, que no se queden en el plano etéreo de las utopias irrealizables, sino que lentamente se vayan asimi- lando y convirtiendo en vida propia y en dinamis- mo apostélico. El ideal permanecera siempre inalcanzable, pero paulatinamente ira atrayendo a la persona consagra- da hacia las alturas de la santidad y el apostolado fecundo. 2 CAPITULO III Madurez humana castidad religiosa y celibato sacerdotal* Este capitulo trata de compilar y organizar algunas ideas sencillas y practicas, sacadas de experiencias concretas con grupos de sacerdotes, seminaristas y religiosos de ambos sexos, y del trabajo personal con ellos, para que sirvan como puntos de reflexi6én y dis- cusién a otros hermanos que se esfuerzan por vivir el ideal de su vida consagrada. Esta parte podria también llevar por titulo: “Expe- riencias y reflexiones de un sacerdote psicélogo sobre la castidad religiosa”, ya que la fuente de estos comen- tarios es la experiencia: el autor ha participado y diri- gido un nimero ya bastante crecido de convivencias, seminarios, encuentros de “‘psicologia aplicada a la vida religiosa”. Tema obligado en estas reuniones es el voto de castidad, que se ha solido tratar en forma de conferencias, mesas redondas, sociodramas y con diversas técnicas de dindmica de grupos. (*) Algunas ideas de este capitulo fueron presentadas por el autor en un articulo titulado “Madurez humana y castidad religiosa”, en Theologica Xaveriana. 31, 1981, pp 349-365. in Estos comentarios se aplican tanto al celibato de los sacerdotes como a la castidad de los religiosos. Trataremos de integrar los conocimientos cientificos que brinda la psicologfa con los principios religiosos y la teologia. La castidad se considera bajo dos aspectos, que nos servirdn de gufa para el presente trabajo: 1. Posibles peligros que la vida de celibato o de casti- dad consagrada puede presentar para la maduraci6n de la personalidad. 2. La castidad como medio de realizaci6n personal y apostolica para el religioso (o sacerdote). 3. En una tercera parte hablaremos sobre algunas actitudes y medios para guardar la castidad. I. PELIGROS QUE LA VIDA DE CASTIDAD CONSAGRADA PRESENTA PARA LA MADURACION DELA PERSONALIDAD A. Incomprensién de la sexualidad humana y del sentido del voto de castidad. A pesar de lo sofisticados y “‘corridos’’ que son los jévenes de hoy en materias sexuales, se dan algunos casos de sorprendente ignorancia, que suele manifes- tarse en tres niveles diferentes: a) A nivel bioldgico, en lo que se refiere a conoci- mientos cientificos claros acerca de la biologia, la | 54 | ee eee anatomia y la fisiologfa del aparato reproductor mas- culino y femenino y en general sobre la sexualidad humana. A veces no existen ideas claras y cientificas, aunque abunda la pseudociencia; se desconocen los objetivos y el funcionamiento normal de la sexualidad y sus posibles desviaciones y manifestaciones patolé- gicas. Esto sucede con mas frecuencia entre los reli- giosos que entraron en edad temprana al noviciado. b) A nivel psicolégico. Mas frecuentemente toda- via es la falta de conocimientos sobre los aspectos psi- coldégicos de la sexualidad, sobre la afectividad y el desarrollo psico-sexual humano. Es sorprendente cuanto ayudan por ejemplo, a los religiosos que participan en las “convivencias” de p: cologia religiosa una simple exposici6n clara y objet va sobre “La psicologia de las motivaciones y emo- ciones humanas”’ complementada con algunas normas practicas para el manejo adecuado de las mismas. Un andlisis de los elementos que integran e] fenémeno complejo de la experiencia emocional, tal como puede hallarse en cualquier texto bueno de psicologia gene- ral, suele disipar muchas dudas y dar pie para com- prender y manejar mejor la propia sexualidad y la afec- tividad. c) A nivel religioso. Existe otra ignorancia mas pe- ligrosa y nociva, que lamentablemente se presenta con mayor frecuencia. Es la relacionada con el sentido exacto del voto de castidad y la razén de ser del celiba- to sacerdotal 0 religioso. Si en una tertulia de amigos le preguntan a un sa- cerdote o religioso por qué no puede casarse, podria 5S verse en apuros para contestar acertadamente. Si e] tema se debate en una reunion social o entre los com. pajieros de trabajo o de universidad, él 0 ella se sen. tirfan inseguros en sus respuestas, vacilantes tal vez en sus convicciones; cuestionados en sus actitudes; algu- nas veces fuertemente sacudidos en su opci6n por la vida consagrada. No se trata solamente de una ignorancia teGrica, sino sobre todo de una falta de interiorizaci6n; no es tanto una carencia de ideas abstractas, sino sobre todo de actitudes y realidades vivenciales. Como consecuencia de lo anterior, algunos reli- giosos, j6venes, maduros y aun de edad avanzada, viven su castidad principalmente como una renuncia dolorosa. Los jé6venes, sobre todo al tiempo de ingre- sar a la vida religiosa, tienen con frecuencia una con- cepcién demasiado negativa y temerosa de la castidad. Asi es imposible que su vida consagrada sea un verdadero testimonio que atraiga a otras personas ge- nerosas a emprender el camino que debe conducir a una verdadera plenitud e irradiar felicidad. Con frecuencia se concibe la castidad de manera demasiado voluntarista y represiva, no s6lo de los deseos sexuales, sino de todo amor profundo. Como lo anota muy bien un superior desde Malta: “Para muchos, el voto se confunde mds 0 menos con la obligacién de luchar contra el pecado de la carne. Se les ha presentado la castidad como puramente negativa y como una renuncia a todo amor humano profundo. Pero algunos se preguntan si esto agradaa Dios. Algunos tienen miedo de amar, pensando que 56 esto es contrario al voto de castidad. Ven en el amor conyugal solamente el placer de los sentidos. Otros han fundado la castidad sobre el desprecio a las mujeres y no ven que se puede amarlas sino por pasiOn. Ellas son objeto de tentacién y son peligro- sas”. Con este encuadre recortado, el amor se identifica facilmente con el comportamiento sexual activo, de. tal modo que seria preciso renunciar al amor para poder vivir el voto de castidad. No es de extrafiar que esta actitud negativa pro- duzca una falta de gozo y dificulte el sano desarrollo de la afectividad. Tiene raz6n un director espiritual, profesor de teologia en Portugal, cuando recomienda enfatizar las actitudes positivas en la formacién de los futuros sa- cerdotes: “Seria conveniente una formacién més positiva y real- ista, donde se pudiera ver la sexualidad como valor humano, que no disminuye la espiritualidad del hom- bre, sino que est4 consagrada, por el reino del Sefior, en la alegria de una donacién generosa, en respuesta a una gracia y vocaciOn, que no es dada a todos... como lo ha hecho recientemente el Concilio” Una concepcién negativa de la castidad se manifi- esta otras veces en una actitud de resignacion fatalista que se doblega, ante una imposicién de la Iglesia 0 de 1, Cruchon, G., Enquéte sur la chasteté, 1974. p. 3 (edicién mi- la comunidad. La castidad es una obligaci6n que se tolera, o a lo mas se acepta, pero que no se ama. E] celibato es el precio que hay que pagar para poder in- gresar a una comunidad religiosa, para vivir y trabajar en ella o para ordenarse como sacerdote. El compro- miso de la castidad no es tanto el resultado de una de- cisi6n verdaderamente personal cuanto de una actitud pasiva de resignacion. En estos casos, no carecerfa de todo fundamento la generalizacién injustamente repetida por algunos psi- coanalistas de que las personas célibes son seres in- completos, frustrados y psicolégicamente castrados. Tales religiosos no han convertido en vida propia la realidad de su consagraci6n al Sefior, como medio de realizacién personal y como fuente: de fecundidad apostolica al servicio del reino de Dios. Atrapados ante la realidad de una dura renuncia no se elevan al plano superior de la consagraci6n a Dios y del aposto- lado, para descubrir el sentido pleno del voto de casti- dad; para comprender el valor de signo escatoldégico; para penetrar en los aspectos profundos y positivos de la castidad. Estos religiosos no han comprendido la necesidad de tener, “especialmente en estos tiempos actuales, la conciencia de una elecciGn hecha, libre, explicita y magndanimamente, con comprensién de la 393 grandeza de la virginidad consagrada a Cristo’”’. A estos religiosos 0 sacerdotes les convendria mu- cho meditar y tratar de convertir en vida propia el ideal que les presenta Puebla: 3. Cong. Gen. S.J. XXXI, D16 NG c. 58 ee ss “En un mundo en que el amor esta siendo vaciado de su plenitud, donde la desuni6n acrecienta distancias por doquier y el placer se erige como {dolo, los que pertenecen a Dios en Cristo por la castidad consagra- da serdn testimonio de la alianza liberadora de Dios con el hombre, y, en el seno de su Iglesia particular, serdn presencia del amor con el que “Cristo amé a la Iglesia y se entreg6 a sf mismo por ella” (Ef 5,25). Seran, finalmente, para todos un signo luminoso de la liberaci6n escatolégica vivida en la entrega a Dios y en la nueva y universal solidaridad con los hom- bres”. B. Negacion de la sexualidad Hasta ahora nos hemos referido a la ignorancia e incomprensi6n de la sexualidad humana y del sentido del voto de castidad. Pero, a veces el problema no es de falta de infor- maci6n, sino de actitudes equivocadas que se mani- fiestan en la dificultad que algunos experimentan para aceptar plena y serenamente la propia sexualidad. Es la inhabilidad para asumir el “rol”? sexual de hombre o de mujer y la dificultad para expresar de manera ade- cuada y madura la propia afectividad. En tales casos, el yo se defiende de la angustia que le causan sus impulsos sexuales y de la amenaza de perder el control de los mismos, recurriendo al meca- nismo de defensa que se llama negacidn. A la nega- 4. IIT Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Documento de Puebla. Paraguay: Conferencia Episcopal Argentina, n 749. 59 cidén, suele ir muy unida la represidn del impulso y de los sentimientos 0 manifestaciones afectivo-sexuales. La negaci6n y la represi6n son los mecanismos de de- fensa preferidos para el manejo de la angustia. Usando un lenguaje plastico, podriamos hablar de cierto angelismo. El rel so o religiosa no se resigna a persuadirse de que es hombre o mujer, con un espiri- tu y un cuerpo; no se convence de que tiene un sistema nervioso y unas gldndulas endocrinas; experimenta cierta vergiienza porque posee unos Grganos genitales y unas caracterfsticas sexuales secundarias; ignora el hecho de que por su torrente sanguineo circulan las hormonas sexuales y las secreciones hipofisiarias; se angustia excesivamente ante el fenémeno natural de experimentar reacciones sexuales y especificamente genitales. Trata de negar la realidad de que toda per- sona normal, hombre o mujer, experimenta una atra cidén fuerte y duradera hacia las personas del otro sex que la afectividad vibra ante los estimulos de tipo afec- tivo-sexual; que necesariamente tiene que sentirse atraido, no solo a la unin afectiva sino fisica; no s6lo a la unién de los corazones, sino también a la de los cuerpos y que es muy natural y normal que esta unién cause placer sexual, el cual constituye una fuente de atraccidén para todo adulto normal. En el origen de este angelismo juega un papel importante una educaci6n rigorista, puritana, mani- queista, recibida en algunos hogares, o en algunos seminarios 0 comunidades religiosas. Para vivir una castidad madura es preciso no sélo conocer teéricamente sino aceptar de coraz6n el hecho de que somos seres sexuados; uno es hombre o mujer 60 no s6lo por sus caracterfsticas sexuales primarias y secundarias, sino hasta la ultima célula del organismo y hasta las reacciones psicolégicas mas profundas de ja personalidad, como son los sentimientos, las emo- ciones, las actitudes y los intereses. Es peligroso ignorar cualquiera de los elementos que integran la sexualidad humana, sean de cardcter biolégico, afectivo o espiritual. C. El aislamiento emocional Otra manera inadecuada de manejar la afectividad es el mecanismo de defensa que se llama aislamiento emocional. La angustia producida por el hecho de experimentar una fuerte atraccién hacia las personas del sexo opuesto, por el peligro de perder el control de los impulsos sexuales, por las reacciones fisiolégicas de cardcter genital, se maneja retirandose a un castillo cerrado que proteje a la persona contra toda relacién interpersonal profunda. Asi se frustra la capacidad afectiva y se mata en germen toda amistad sincera y todo amor profundo. Con raz6n, Pablo VI previene a los sacerdotes contra este peligro, en su enciclica sobre El celibato sacerdotal: “Hay quienes afirman con insistencia que el celibato coloca al sacerdote en una condici6n fisica y psicol6- gica antinatural, nociva para el equilibrio y la madu- rez de la persona humana; de ella resulta, segun di- cen, que con frecuencia el corazén del sacerdote se seca, falto de calor humano o de plena comunién con 61 sus hermanos en su vida y en su destino, y es forzado aun aislamiento del cual nacen la amargura y desinj- 5 mo”’s. Esta falta de autenticidad y de calor humano en las relaciones interpersonales, ha sido sefialada por el si- célogo Erik Erikson como aislamiento que es el polo opuesto al sentido de intimidad. Cuando Erikson habla de intimidad se refiere a mucho mds que a s6lo “hacer el amor”. La intimidad es la facultad de compartir y de sentir afecto por otra persona sin el temor de perderse a si mismo. El aisla- miento es, por el contrario, el sentido de estar solo, sin tener con quien compartir y a quien querer. “Es un huir de los contactos que llevan a la intimi- dad. Cuando el retraimiento llega a ser patolégico, pueden aparecer severos problemas de cardcter que interfieren con el amor y el trabajo, y ello basado a menudo en fijaciones infantiles e inmadureces persis- tentes’””*. En la vida comunitaria este aislamiento dificultaria las relaciones del religioso con los superiores, con los compajieros de comunidad, con personas por quienes trabaja, especialmente cuando se trata de personas del sexo opuesto. Este aislamiento ademas de causar difi- cultades para la vida de comunidad, puede esterilizar, en buena parte, el trabajo apostdlico. 5. Pablo VI, Sacerdotalis Coelibatus. A.A.S. 59 (1967) 657 - 697, n 10. 6. Erikson'E., Ciclo vital, Enciclopedia Internacional de las Ciencias Sociales, p. 311. 62 D. Egoismo En hombres de edad madura, que han sido fieles a su voto de castidad y que en otros aspectos pueden considerarse como buenos religiosos, uno de los peli- gros mas frecuentes de la castidad o el celibato es el | volverse egoistas. A este fenédmeno lo podriamos Hamar, en forma grafica, “la psicologta del solterén”. Sin una esposa, ni unos hijos propios por los cua- les cuidar, la personalidad del religioso que ha Ilegado a la madurez cronolégica, puede desembocar en lo que el mismo Erikson IMamaria esterilidad o paralizacién. La esterilidad, en la concepcién evolutiva de Erikson, se opone a la generatividad de la persona psicoldégica- mente madura. La generatividad, que es signo de madurez, consiste en la “capacidad de entregarse a si mismo en el en- cuentro de los cuerpos y de las mentes”... “constituye . primeramente el interés de establecer y guiar a la ge- neraci6n siguiente... Cuando este enriquecimiento falla, tiene lugar una regresién de la generatividad a una necesidad obsesiva de pseudo-intimidad, marca- da... a menudo con un sentimiento penetrante (y la evidencia objetiva) de la paralizacién individual y de un empobrecimiento interpersonal”. Todos conocemos muchos casos de hombres y mujeres de edad que se vuelven exigentes, egoistas, 7. Erikson, E., . Buenos Aires: Ed. Hormé, 1974, c. VIIT. 63 wry amigos de sus comodidades y del buen pasar, “cho- chos”, apegados a personas, oficios y lugares; teme- rosos de una entrega generosa y sacrificada a los de. mas. Estos rasgos pueden acentuarse con el paso de los afios, pero no es raro que las primeras manifesta- ciones se presenten en una edad relativamente tem- prana. Tales comportamientos, si ocurrieran entre per- sonas casadas, pondrian en peligro la estabilidad y la armonia del hogar. Igualmente, obstaculizan la vida de comunidad y esterilizan el apostolado en la vida con- sagrada. Esta psicologfa del solterén puede encontrarse en la rafz de algunas defecciones tardias, sobre todo cuan- do se presenta la crisis de la edad meridiana. En al- gunos casos, esta actitud egoista puede prolongarse por muchos afios, aun hasta la muerte y ser causa de gran- des sufrimientos para el individuo y para los demas y conducir a una lamentable esterilidad apostdlica. Este estancamiento egoista hace que el religioso permanezca atascado en los aspectos negativos de la renuncia que supone la castidad, sin permitirle pro- ducir los frutos positivos de una entrega gratificante, plena y generosa, ya que tales frutos s6lo pueden cose- charse en el amor generoso a Cristo y la entrega a los hermanos. El voto de castidad, que un dia se hizo con sinceri- dad al Sefior, se puede ir convirtiendo, con el correr del tiempo, en una carga pesada, que se soportaa regafiadientes, como una exigencia juridica de una Iglesia institucional incomprensiva y dura para con los mds profundos sentimientos humanos. 64 E. Castidad ambigua Otro peligro frecuente es el de una actitud ambiva- lente, ante la castidad. Esta castidad ambigua consiste en tratar de vivir la consagracién, pero abrigando si- multdneamente la afioranza de amores humanos y pla- ceres a los que la persona consagrada renunci6 y aca- riciando la esperanza secreta de volver a poseer lo que se entregé en un momento de generosidad 0 tal vez de “romanticismo juvenil”... Se quiere vivir con un pie en el mundo y con otro en la religi6n. De manera mds 0 menos consciente, se hace un pacto con la mediocridad, tratando de bordear imprudentemente el precipicio de la tentacién, repar- tiendo el coraz6n entre el amor espiritual y el amor mds 0 menos sensual a las criaturas. Se quisiera per- manecer en la vida religiosa, perg disfrutando al mis- mo tiempo de los afectos y placeres a que tiene dere- cho la persona casada. En términos de espiritualidad ignaciana podriamos hablar de una actitud de “segun- do binario’”*. Esta actitud ambivalente produce una verdadera tortura psicolégica en la persona que sufre desgarrada entre dos fuerzas que tiran, como caballos desbocados, en sentido contrario. Es un fenémeno parecido a lo que Kelly y Festin- ger han llamado “la disonancia cognoscitiva”. Segtin estos autores: “Toda discrepancia entre los elementos cognoscitivos produce un estado de desconfort, de angustia, de ten- 8. Loyola, San Ignacio de, Ejercicios espirituales. Thesaurus Spiri- tualis SJ., Santander, 1950. n 154. 65 Ston. Estas reacciones emocionales motivan al indi- Viduo para producir un comportamiento que tienda a reducir la discrepancia y asegurarse de que ésta no se Presentard en el futuro”. La tensién, el desconfort, la angustia, el descon- tento no desaparecen hasta tanto que el individuo se decida, de una manera radical y definitiva, por una de dos metas, que son mutuamente incompatibles. O se entrega de verdad a Cristo, con una actitud de gene- rosidad incondicional, que le sirva de base para solu- cionar los conflictos e ir poniendo reme: a sus debi- lidades. O termina por abandonar su vocaci6n. Entretanto, seguirad con el coraz6n desgarrado, viviendo en la mediocridad y en la amargura. Buscaré compensaciones en comida, bebida, buena vida, diver- jones, espectaculos, etc. Fomentard amistades ‘‘pega- josas” con personas del mismo sexo o del sexo opues- to. A veces se entregara a verdaderas ‘“‘amistades par- ticulares’”’. La libertad en el trato con personas del sexo opuesto, puede adquirir manifestaciones afectivas que bordean abiertamente el peligro: citas, regalos, cari- cias, besos, fantasias, etc. El religioso camina por la facil pendiente de “la tercera via”, hasta caer en un cierto y doloroso enamoramiento. Es increible la capacidad de racionalizar de que se hecha mano en tales casos para justificar la propia conducta. Para vivir una castidad auténtica y gratificante es indispensable Ilegar a una resoluci6n bdsica de entrega incondicional e intima. 9. Maddi, S. Personality Theories: A Comparative Analysis. Home- wood, II: The Dorsey Press, 1972, pp. 147 y 162. 66 Cuando se presentan problemas como la mastur- bacién, los enamoramientos, etc., e] primer paso hacia la soluci6n y (tal vez el mds importante) consiste en despertar o reforzar esta actitud fundamental de com- promiso generoso € irrevocable en la consagracié6n completa al Sefior. Sin esta actitud fundamental, la perseverancia en la vocaci6n es a la larga imposible. La vida de casti- dad consagrada no puede vivirse a medias y con un coraz6n dividido, sino como un ideal que se toma y por el que se opta en forma definitiva, irreversible y gozosa: “Con este voto ofrecemos a Dios un coraz6n indivi- so, un corazon capaz de aquella entrega en el servi- cio, que se asemeja a la caridad con que el mismo Dios ama desinteresadamente a todas sus criaturas”"”, II. EL CELIBATO SACERDOTAL Y LA Y LA CASTIDAD CONSAGRADA COMO MEDIOS DE REALIZACION PERSONAL Y APOSTOLICA En esta segunda parte vamos a presentar aspectos positivos de la castidad y a recordar algunos medios que ayudan a vivirla de una manera psicoldégica y es- piritualmente saludable. No hay duda de que la cas- tidad religiosa vivida con alegria y madurez puede convertirse en un elemento valioso de realizaci6n per- sonal y apostdlica. 10. Congr. Gen. S.J, XXXI. loc, cit., D 11, 1 26. 67 A. El sentido y los motivos del celibato y de la castidad consagrada. No es este el lugar para hacer un tratado completo de teologia sobre la castidad consagrada. Pero Cierta- mente es de vital importancia para el religioso y el cerdote tener un conocimiento exacto del por qué de su voto. Bastenos con recordar algunas ideas funda- mentales. Las razones de esta consagraci6n especialisima Sejior han sido bellamente sintetizadas por el decr “Perfectae Caritatis” del Concilio Vaticano: “La castidad por amor del reino de los cielos (Mt 19,12) que profesan los religiosos, ha de estimarse co- mo don eximio de la gracia, pues libera de modo ue lar el corazén del hombre (cf 1Co 7,32-35) para que se encienda mas en el amor de Dios y de todos los hom- bres, y por ello es signo especial de los bienes celestes y medio aptisimo para que los religiosos se consagren fervorosamente al servicio divino y. a las obras de apostolado. De este modo evocan ellos ante todos los fieles aquel maravilloso connubio, fundado por Dios y que ha de revelarse plenamente en el siglo futuro, por el que la Iglesia tiene por esposo tinico a Cristo”. Dificilmente podria hacerse una sintesis mejor sobre el sentido de la castidad consagrada. Otra exposicién sélida y bella, la encontramos en la enciclica “Sacerdotalis coelibatus” de Pablo V1." Al 11. Conc. Vat. II, Decr. Perfectae Caritatis. Madrid: Documentos del Vaticano II, n 12. 12. Paulo VI, loc. cit. passim. 68 hablar sobre el celibato sacerdotal, el Papa enumera tres clases de motivos: a) El sentido cristolégico del celibato: “El sacerdocio cristiano, que es nuevo, no se com- prende sino a la luz de la novedad de Cristo, pontifice supremo y pastor eterno, que instituy6 el sacerdocio mi- nisterial como participacién real de su tinico sacerdo- cio” (n 19), “La respuesta a este carisma divino tiene como motivo cl reino de los ciclos” (n 22). La virgi- nidad es un testimonio dado a Cristo (n 23) y ha sido considerada siempre en la Iglesia como “signo y esti- mulo de la caridad” (n 24). b) El sentido eclesioldgico del celibato: El celibato es también una manifestacién de amor a la Iglesia (n 26). Desarrolla la capacidad para escuchar la palabra de Dios y dispone a la oracién. Prepara al hom- bre para celebrar el misterio de la cucaristia (n 29). Da plenitud a la vida (n 30). Es fuente de fecundidad apos- t6lica (n 31-32). c) El sentido escatolégico del celibato: “En medio del mundo, de tal manera absorbido por las tareas terrestres y tan frecuentemente dominado por la concupiscencia de la carne, el don precioso y divino de la castidad perfecta por el reino de los cielos constituye precisamente un signo particular de los bienes celes- tiales; proclama la presencia entre nosotros de los Ulti- mos tiempos de la historia de la salvacién” (n 34). Observemos finalmente que el motivo mas intimo y fuerte de la castidad consagrada, s6lo puede encon- trarse en el amor personal a Jesucristo, en la adhesién a la Iglesia y en la entrega al servicio del prdjimo: 69 “El motivo verdadero y profundo del celibato con- sagrado es la eleccién de una relaci6én personal mis {ntima y mds completa con el misterio de Cristo y de la Iglesia, por el bien de toda la humanidad; en esta eleccién, los valores humanos mas elevados pueden ciertamente encontrar su mds alta expresi6n”"’. Sélo cuando estas ideas se hayan convertido en ja propia, serd posible vivir la castidad perfecta con esa actitud alegre, decidida, sin arrepentimientos ni afioranzas, que constituye el polo opuesto de la casti- dad ambigua. B. Actitud positiva ante la castitad Es importante inculcar actitudes positivas en la formacién de las religiosas y sacerdotes: “La educacién de la castidad ha de ser sincera, es decir, fundada en la claridad y no en reticencias e insinceridades; positiva, esto es, orientada sobre todo a hacer madurar la sexualidad como un modo recto y gozoso de amar y no solo de evitar las trasgresiones. Ha de ser al mismo tiempo completa, orgdnica y per- sonalizada, o sea, adaptada a cada indivuduo en su concreto y diferenciado desarrollo personal”’"*. 13, Ibid. 14, Sagrada Congregacién para la educaci6n catélica, Orientaciones para la formacién en el celibato sacerdotal, n 35. Documentos para el Didlogo, n 111. 70 a Toda persona consagrada debe tener ideas muy claras y pleno conocimiento del sentido de la sexuali- dad humana y de la castidad en su triple aspecto: bio- légico, afectivo y espiritual. a) Aspecto bioldgico.: hoy mas que nunca hay que tener ideas claras y conocimientos cientificos de bio- logfa, anatomfa, fisiologfa y psicologfa, para llegar a una elecci6n libre, explicita y magndnima. Es verdad que toda persona humana es sexuada; es cierto que la sexualidad tiene valores muy estimables para la realizacién personal del individuo y para la conservacién y progreso de la sociedad. Pero en un mundo supersaturado de erotismo, en el cual el sexo ha sido desmesuradamente enaltecido y colocado a la cabeza en la escala de valores y en el que los medios de comunicacién social bombardean permanentemente los sentidos con propaganda de tipo sexual, hay que saber aceptar que el impulso sexual es poderoso pero controlable. El religioso tiene que aprender desde joven, el ma- nejo de la sexualidad por medio de una sublimacidn sana del impulso sexual. Es importante distinguir entre el control de los impulsos, consciente, sereno y madu- ro y una represion angustiosa y nociva. La continencia por sf misma no causa neurosis. Asi como la actividad sexual no es, por sf misma, la panacea para alcanzar la maduraci6n de la personali- dad y el equilibrio afectivo. Es verdad que en personalidades inestables y pre- dispuestas a la enfermedad, la continencia puede tener un cardcter patégeno y hacer aflorar los sintomas de 71 conflictos latentes; pero lo mismo puede suceder en los casados que Ilevan una vida sexual activa. Hay un hecho que tranquiliza mucho a los j6venes religiosos, ya que “contra los hechos nada prueban los argumentos” (contra facta non sunt argumenta). Es la experiencia de tantos hombres y mujeres sanos, ma- duros, equilibrados, felices y altamente productivos que viven con satisfaccién y alegria su voto de casti- dad perfecta. Asi, pues, el religioso debe aprender desde joven a defenderse contra los efectos angustiantes de una pro- paganda seudocientifica acerca de los posibles efectos nocivos de la continencia. b) Aspecto afectivo: no se trata de sofocar la afec- tividad, sino de controlarla, educarla, subliminarla. Todo hombre normal experimenta un fuerte desco de intimidad. El valor del amor humano no puede negarse ni desconocerse. La mayor parte de las per- sonas consagradas experimentarin posiblemente un vacfo afectivo, al menos en determinados momentos y situaciones de la vida, que ni la caridad ni el apostola- do podrdn Ilenar integramente: “Nuestra consagracién a Cristo leva consigo una renuncia definitiva y la soledad del coraz6n: Esto forma parte integrante de la cruz que Jesus nos ofrece en su seguimiento, nos asocia fntimamente al miste- rio pascual, y nos hace participes de la fecundidad espiritual que de él] dimana”'*. Es importante dejar muy claro que la unica ma- nera de compartir alegremente la cruz de Cristo es ele- 15. Congr. Gen. S.5., XXXI, loc ci D. 16,05. 72 varse al plano superior de la consagraci6n a Dios y al apostolado, para desde allf descubrir el sentido pleno del voto de castidad. c) Aspecto espiritual: paternidad y maternidad: La vida conyugal tiende a unir no sdlo a los cuer- pos, sino también a la unién de dos almas. La persona psicol6gicamente madura reconoce y aprecia esta unién de los espfritus. Reconoce también el valor pro- fundo de la paternidad y de la maternidad, como un bien personal y social muy grande y como una purisi- ma fuente de realizaci6n humana. Habiendo renunciado a la paternidad o a la mater- nidad fisica, el religioso y la religiosa que no llega a ser padre o madre en el campo apostdlico, quedaria recortado y viviria frustrado, con el peligro de refu- giarse en lo que hemos llamado la sicologia del sol- terén o sea en la esterilidad psicolégica de que nos habla Erikson. C. Actitud sana hacia las personas del otro sexo Un buen ntiimero de jévenes creen hoy, para su maduracion y realizaci6n personal en la vida de casti- dad consagrada, es necesario tener relaciones de amis- tad intima con personas de ambos sexos'*. A veces buscan con avidez toda clase de experiencias. Pero a pesar de tales experiencias, algunos con- tintian siendo muy inmaduros, porque no son las expe- 16. Cruchon, op. cit. 73 tiencias las que hacen madurar automAaticamente la personalidad, sino la manera como el individuo las aprovecha para integrarlas en su personalidad. Una castidad madura tiene que lograr el equilibrio arménico y sereno entre dos extremos igualmente da- fiosos. Por un lado, cierto temor angustioso e insegu zante ante la persona del sexo opuesto; por el otro, una peligrosa familiaridad. La actitud madura es serena, sencilla, espontanea, y esta tan lejos de una mojigaterfa puritana, como de los riesgos innegables de quien bordea la “‘tercera via”. El trato prudente y moderado con la familia, la amistad prudente y religiosa con personas del sexo Opuesto, las experiencias apostGlicas gradualmente asumidas y con la debida direccién de los superiores, pueden ser medios muy valiosos para adquirir esa acti- tud sana ante el otro sexo: “Como fruto apostdlico precioso del amor de amistad vivo y pujante puede contarse ese trato maduro, sen- cillo, no angustioso, con las almas —-hombres 0 mu- jeres— con las que tratamos por raz6n de nuestro tra- bajo en la edificaciédn del cuerpo de Cristo’’'’. En esto, como en muchos otros aspectos de su per- sonalidad, tenemos un modelo perfecto en San Igna- cio, quien “de tal manera trasfundfa toda su personali- dad, que sus compajfieros eran para é] verdaderos ami- gos y con su afabilidad tan personal condujo a Dios innumerables hombres y mujeres”’"*. 17. Congr. Gen. S.J., XXXI, loc. cit. D. 16, n 8b. 18. Tid. 74 (ee Il. ACTITUDES Y MEDIOS PARA GUARDAR LA CASTIDAD Ciertamente la vida de todos los seres humanos, in- cluidos los sacerdotes y religiosos, tiene que probar al- gunas veces la amargura de los sufrimientos, de las ten- taciones y de los sacrificios. Pero Dios quiere que los religiosos vivamos alegres no solamente en la otra vida, sino también en la presente; que las personas consagra- das vivamos plenas y realizadas con el voto de castidad. Algunas personas parecen disfrutar con la con- ciencia de una cierta “vocacién de victimas”,; como tales “soportan” el celibato. No viven felices; y atri- buyen su actitud de martires a la voluntad de Dios, que los ha escogido... Debemos ser muy cautos cuan- do se trata de discernir entre una tentacién o prueba enviada o permitida por Dios y ciertas tendencias sado-masoquistas de cardcter mds 0 menos morboso. La castidad no debe producir hombres o mujeres recortados, “castrados”, segtin la cruda expresi diana. n freu- “El voto de castidad —advierte la Congregacion gener- al XXXI a los jesuitas—, con la condicién indispensa- ble de que se acepte humilde, alegre y firmemente, no mutila la propia personalidad ni obstaculiza la unién y el didlogo, sino que al mismo tiempo que amplia nues- tra capacidad afectiva nos une fraternalmente a los hombres y nos lleva a un amor mas pleno” ". 19. Anénimo. Congregacién General S.J., Documentos. Zaragoza: Hechos y Dichos. 1966, D. 16, n 5. 75 Por otra parte, el control de la sexualidad, como de las demis emociones y sentimientos humanos, no es un esfuerzo exclusivo del hombre y la mujer célibes. Todo ser humano, que pretenda Ilevar una vida digna, tiene que controlar sus temores, angustias, tristezas, alegrias. Especial dominio demandan las tendencias agresivas y sexuales porque son dinamismos especial- mente poderosos, capaces de producir incalculables efectos benéficos 0 nocivos, segun el uso y canaliza- cion que se les dé; son como el fuego, el agua, la ener- gia nuclear, los cuales pueden producir tragedias aso- ladoras. 0 convertirse en maravillosos aliados para la supervivencia y el progreso de la humanidad. Todo ser humano, sea soltero 0 casado, nifio, jo- ven 0 viejo, hombre o mujer, seglar o religioso necesi- ta controlar su sexualidad, pero naturalmente el con- trol de la sexualidad reviste modalidades diferentes en quien ha hecho profesién de perfecta continencia que en la persona casada la cual puede encontrar la satis faccién afectivo-sexual en el marido 0 la esposa. Esta ultima parte del capitulo esta destinada a ex- poner algunas ideas sencillas pero practicas sobre tres actitudes bdsicas y algunos medios naturales y sobre- Naturales que pueden ayudar a la guarda de la castidad consagrada. La experiencia de muchos centenares de sacerdotes, religiosos y seminaristas que han participa- do en talleres y seminarios sobre madurez integral, dirigidos por el autor, han probado la utilidad y efica- cia de las mismas, tanto para las personas que viven fiel y maduramente su castidad, como para aquellas que se encuentran envueltas en dificultades o habitos 76 indeseables, también han demostrado su utilidad para muchos asesores espirituales y psicolégicos. A. Tres actitudes fundamentales (cf. figura 1). Para guardar la castidad consagrada, hay que inte- grar tres actitudes igualmente fundamentales y no siempre faciles de armonizar. Tratemos de explicarlas. la. Serenidad Una nota caracteristica de la madurez afectivo- sexual es la relativa serenidad ante las realidades del sexo. Sucede con frecuencia que los estimulos eréti- cos, los impulsos o reacciones fisiolégicas de cardcter genital, el peligro de ceder ante las tentaciones, son causa de angustia para algunas personas, especialmen- te durante la adolescencia y juventud. A medida que la persona vaya acostumbrandose a aceptar y controlar su sexualidad, con una actitud tranquila, se ira facili- tando el autocontrol. Es importantisimo el aceptarse uno mismo como ser sexuado. El] cuerpo humano ha sido creado por Dios y no hay en él ninguna parte mala o menos no- ble; ni “menos honesta”, ni mucho menos “deshones- ta”, como se expresaban antiguamente algunos mora- listas con expresiones de sabor maniqueo. Dentro de una gran paz, la persona madura podria expresar sus actitudes sexuales en estos o parecidos términos: “Tengo un cuerpo de hombre (o de mujer) 77 | DISCERNIMIENTO || V ESPIRITUAL A \ ei Vida de fe Figura 1. 78 con sus glindulas y sus hormonas; con un sistema nervioso auténomo que no depende directamente de la voluntad; con unos 6rganos reproductivos, aptos para excitarse ante los estfmulos eréticos. No soy menos puro, ni mi entrega al Sefior es menos sincera, por el hecho de experimentar un fuerte atractivo hacia las personas del sexo opuesto, o porque experimente muy profundamente las Ilamadas del carifio humano, del placer, o la atraccién hacia la paternidad (0 la mater- nidad) fisica. Simplemente, soy un hombre (0 una mujer) normal. No he renunciado al matrimonio por escapismo, ni por menosprecio, ni porque no me gus- ten las mujeres (0 los hombres), sino “por el reino de los cielos* 0 por un amor personal muy grande a la persona de Cristo y a su Iglesia y a mis hermanos los hombres”. Si la persona logra esta sencillez, tranquili- dad, naturalidad, ha dado un paso definitivo hacia la conquista de la castidad madura. Gradualmente se iré acostumbrando con serenidad y sin mayores problemas a afrontar situaciones, per- sonas 0 amistades, que le perturbarian, le estimularfan y aun le harian tambalear, cuando la bruma de la an- gustia oscurece todo el panorama. Serenamente afron- lard las ocasiones y peligros que razonablemente no se pueden evitar, en este complicado mundo supereroti- zado en que ordinariamente se mueve un ser humano, para llevar una vida normal y un apéstol por su misma vocacién apostélica. Nunca se recalcard suficientemente la idea de que Ja formaci6n para la castidad tiene que tener un enfo- que integral, o sea, dentro de un marco general de 719 madurez de la personalidad, especialmente en el aspec- to afectivo-sexual. No se debe nunca centrar la aten- cié6n en una lucha frontal contra las tentaciones carna les, sino en factores tales como la maduraci6n de la personalidad, una intensa vida espiritual, la entrega entusiasta al trabajo apostélico, la caridad fraterna, el deporte, la higiene mental y corporal, etc. 2a. Generosidad incondicional en la opcién Es la decisién firme, irrevocable, definitiva de per- manecer fiel a Dios hasta la muerte, que no da lugar a vacilaciones; es una opcién fundamental, que se tom6 una vez para siempre y que se va realizando en el dia- rio batallar de cada dia, sin dar lugar a vacilaciones retrospectivas, como las de quien echa mano al arado y vuelve a mirar lo que dej6 atras con ciertas secretas afloranzas. Al emitir la profesié6n perpetua o al recibir al dia- conado el religioso o el sacerdote le entreg6 al Sefior, para siempre, el cuerpo, el alma, el coraz6n y los sen- tidos. Esa entrega generosa no admite rapifias en el holocausto. La generosidad incondicional es exacta- mente lo contrario de lo que hemos Ilamado ‘“‘castidad ambigua”. Es una actitud integra, total, sin arrepen- timiento. La experiencia demuestra que, sin esta decisi6n basica, es intitil cualquier labor pastoral para curar un mal habito. Cualquier esfuerzo para corregir v.gr. un habito masturbatorio, oO para romper un enamoramien- to o una amistad peligrosa, estan Ilamados de ante- 80 ESE mano al fracaso. No hay un verdadero propésito de obtener una meta ardua, sino veleidades con las que quizas se trate de tranquilizar la conciencia y que San Ignacio de Loyola retraté en la actitud de aquel par de hombres del “primer binario” que “querria quitar el afecto que a la cosa adquirida tiene, para hallar en paz a Dios nuestro Sefior y saberse salvar, y no pone los medios hasta la hora de la muerte” *. Distingamos dos clases de personas; a) las prime- ras son aquellas que han guardado fielmente el voto de castidad; b) la segunda clase son las personas que han tenido sus tropiezos, sus caidas; quizds estan enredadas en una amistad compensatoria de cardcter ambiguo o no han logrado superar la etapa del autoerotismo. Pero su- ponemos que ambas han logrado llegar e esta opcién firme y radical de generosidad y han decidido guardar con fidelidad y radicalidad su consagracién a Dios. a) Quien ha guardado fielmente su voto, encuentra en esta decisién, renovada cada dia, la roca para per- manecer fiel y afrontar las inevitables luchas de la vi- da. Apoydndose en esta opcién y la motivacién que de ella brota, avanzaré decididamente, aunque eventual- mente tenga sus imperfecciones, especialmente tratan- dose de actos no deliberados ni plenamente admitidos. El camino esta abierto hacia una consagracién cada dia mas plena y satisfactoriamente vivida. Es la dis- Posicién de que habla san Ignacio en la tercera clase de hombres, los de la absoluta generosidad. E] reli- gioso ha encontrado la palanca y el punto apoyo que 20. Loyola san Ignacio de, Ejercicios Espirituales, n 153, in Thesau- tus Spiritualis Societatis Iesu. Santander: Typis Aldus 1950. buscaba el fil6sofo para mover el mundo; ha dado e] _) segundo paso decisivo hacia la superaciGn definitiva. b) La segunda clase de personas que luchan contra fificultades no superadas, una vez que se deciden de erdad a buscar, a cualquier precio, la meta de la casti- dad perfecta y a poner los medios eficaces para lograr- lo, estn avanzando por muy buen camino. Lograda esta decisién firme, no andardan bordeando impruden- temente el peligro, ni jugando con la tentaci6n, ni mi- diendo mezquinamente los limites entre pecados leves y pecados graves. Pueden ocurrir cafdas, debidas a la fuerza del mal hdbito, a la humana fragilidad 0 al ardor de las pasio- nes; pero si la decisi6n fundamental se mantiene firme e inconmovible, iré avanzando poco a poco, gradual- mente y la lucha seri cada vez mis Hevadera y tran- quila. Tanto el interesado, como sus formadores y aseso- res espirituales, tienen que tener presente que en la lucha por la castidad perfecta rige la ley de la gradua- lidad. Un habito inveterado no se cambia en un dia; la pureza total no se logra sin penosos y largos esfuerzos. Por lo tanto, a la firmeza debe unirse la paciencia, la confianza en sf mismo y en los recursos insospechados que cada uno posee, y la esperanza en el poder de la gracia divina. 3%. El discernimiento espiritual Asentados los dos pilares de la serenidad y la ge- nerosidad, se puede ya tender el puente que los une y armonice: el discernimiento espiritual. 82 No hay dos momentos idénticos en la vida huma- na, ni dos circunstancias iguales. En cada situaci6n, la persona consagrada, a la luz de la fe y la oracién, ha de ir aplicando un delicado y dificil proceso de discer- nimiento para ver qué es lo que Dios quiere de ella. Asi, por ejemplo, una amistad enriquecedora y limpida se puede enturbiar con el paso del tiempo y convertirse en un obstdculo para la entrega a Dios. El discernimiento facilita a la persona plantearse algunas preguntas que deben afrontarse con absoluta sinceri- dad para consigo mismo, para con Dios y para con los demas: ,Me conviene esa amistad? ;Es compatible con mi entrega al Sefior? Tal lectura, tal revista, tal pelicula, tal espectdculo, aquel estudio, {los estoy bus- cando sinceramente por Dios y en razén de mi aposto- lado? Si a la sinceridad ante lo sexual y a la generosidad total con Dios se afiade el cernimiento espiritual sincero, se evitaran los peligros de las racionalizacio- nes, compensaciones y otros mecanismos de defensa, tan frecuentes en este campo de la sexualidad. Sobra decir que estas tres actitudes fundamentales no se pueden lograr si la persona no ha conseguido una gran madurez afectiva y un profundo espiritu de fe. No insistimos mas en estos dos puntos, porque son las ideas centrales de todo este libro. 83 B. Avwedas Ge la psi para el de la sexualidad Padres Nebler Ge modeos naturales be ee ComNOEEEES Comm Hoos. 2 Geers Ge ame emmncion Aowld Gcfeee la ermmecidn Como “We eemiiemess gue we cupetmenta hacia ale mr qeeeer apeecuade como bueno (ben

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