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Et rumor de que en Crantock ocurria algo que escapaba ala raz6n ya la naturaleza sien pre se mantuvo vivo enite sus habitantes. Pero era tan apacible y generosa la vida en aquel Jejano valle del sur, que nada hacia esperar el curioso final que tuvo el pueblo de Crantock, esa horrenda tarde de enero. Era un lugar cuya belleza dificilmente olvidaban quienes alguna vez lo vieron, en medio de ese profundo valle, En uno de sus extremos se erguia el Perimontu, con sus ciispi- des eternamente nevadas, A sus pies la regis se extendia verde y esplendorosa, dividida por el ro que bajaba serpenteando entre los. en | bosques para atravesar el pueblo y los prados y perder- se, otra vez. en la hondura de la vegetacién. Las casas, como una breve pausa de grises en el medio del valle, se amontonaban hacia el centro y se esparcfan, cada vez més distanciadas, hasta confundirse con las granjas, en las afueras. A su alrededor se vefan los sembradios, pe- quefios ¢ irregulares, que desde la altura semejaban re tazos de telas verdes unidos por costuras de piedra. Crantock habia sido fundado en 1928, cuando un grupo de inmigrantes escoceses descubrié aquel paisaje que evocaba su tierra de origen. Entonces construye- ron las primeras casas con las piedras de la zona e hi- cieron los primeros cultivos. Y en muy poco tiempo se transformé en lo que después seria: un lugar bello, préspero y tranquilo. Pero cuando la ultima luz del dia se apagaba, cuando las calles y los jardines quedaban desiertos y en el bosque sélo se ofa el grito de la lechuza, algo se- creto irrumpia en el silencio de la noche, en cualquier rincén del valle, sin que nada lo anunciase, como so- breviene lo oculto, lo que no se puede comprender 6 1943 En esa época, la tinica iluminacién de las ca- lles consistia en pequefias lamparas de metal en forma de campana, suspendidas en cada una de las esquinas de Crantock. Era una apacible madrugada de verano, y atin falta~ ban dos horas para el amanecer, cuando las. hojas més altas de un roble, en la plaza, emi- tieron un suave murmullo, como si una brisa, en esa noche sin viento, las hubiese movido sélo a ellas. Un instante después, se escuchd un pequefio estampido. La limpara, en esa esquina, habia caido al suelo. Permaneci6 alli exaclamente cuatro se~ gundos. 1954 SFOGVESS A\ima entrs al bosque después de mirar hacia todos lados. Nadie la habia visto salir por los fondos de su casa, ni cuando corrié hai montaita, antes de desaparecer entre los 1 boles. Eran las siete de la tarde de un dia de verano. Sus padres estaban en el campo y st hermana visitaba a los abuelos, No volveri d de, donde Juan la espetaba. Se hi vestido rojo. Debfa tener cuidado de que la ma~ Jeza no lo ensuciara. Su madre se daria cu i eee Sergio Aguirre Llegé al primer claro, una especie de terraza desde donde divisé el pueblo, allf abajo, y los montes, del otro lado del valle Cuesta arriba, la vegetacién se hacia mas cerrada, los senderos més estrechos y el sol apenas pe- netraba por el follaje, A través de la espesura parecia un punto rojo, vivo, moviéndose en el verde profundo dd bosque Las ramas bajas la obligaban a caminar con difi- cultad, mientras sentia la hierba himeda rozando sus piernas. Podia escuchar los latidos de su corazén, Pen- saba en éi, en todo lo que tenian que hacer para estar juntos. De pronto se detuvo. Duds de que hubiese to- mado el camino correcto, No reconocia aquel lugar Allila arboleda, mas frondosa, cobraba mayor altura y ya era imposible ver un pedazo de cielo, Aquél era un lugar oscuro y fresco, Un silencio asombroso pare brotar del besque. Alz6 lo ojos y vio a un pajaro po- sado eri una rama, El pajaro, al advertir su presencia, huy6 volando raso entre Jos troncos de los arboles -Me hiciste esperar. Alma se volvié en direccién a la voz. Era Juan, que salia de atrés de unos arbustos. Se aceres a ella, la abrazd, la bes6, y toméndola de la mano la condujo hasta detenerse al pie de un arbol ~éQué pasa? ~pregunté Alma E| muchacho la mird de una manera extrafia, y Ie roz6 la mejila con el dorso de la mano. Después, sin. contestarie, levé su mano al bolsillo del pantalén y sacé una navaja. Con la navaja en el puro, se dio vuelta € hizo saltar un trozo de la corteza del rbol, después 10 EL misterio de Crantock otto, y asi hasta que aparecié la primera letra de sus nombres. Ella lo observaba y sonreia, hasta que él concluy6, encerréndolos en un corazén: Alma y Juan. Era un corazén feo y desprolijo, con uno de los lados deforme, pero a ella le parecié lo mas hermoso que ha~ bia visto en su vida Mis tarde descendian répidamente por el sendero. Cuando Ilegaron al primer claro alcanzaron a ver, en el poniente, que el creptisculo parecia un enorme incen= dio oculto detrés de los cerros, y que a través de las curiosas formas que las nubes habian tomado en esa parte del cielo, despedia vapores blancos, lias, amari- llos y puirpuras. Alma no recordaba un atardecer asf. Sentia la mano firme de Juan toméndola de la cintura, y le pare- i6 que descubria, por primera vez, el cielo, Alma jamés habia sido tan feliz. Nunca més regresaron a ese lugar del bosque. Aunque ella volveria a ver ese Arbol, por accidente, cuarenta afios después, Una ventosa noche de otofio, el padre Castillo se hallaba sentado junto al hogar, en su sillén de madera, En la mano sostenia un vaso de ginebra. No era habitual que el padre Castillo permaneciese despierto hasta esa hora, y tampoco que tomara alcohol. Pero no dejar de pensar en la tiltima confesion de esa tarde. Nae nena nanannoaaonni an Reeren he 3 SSSEEELUUESSSEESESTES Como todos los jueves, el padre Castillo habia abierto las puertas de la iglesia més temprano para per- manecer en el confesionario hasta la hora de la misa Aunque no estaba en su naturaleza demostrarlo, sent una gran preocupacion por sus fieles, y después de la cena destinaba un momento para meditar sobre las confesiones que habia escuchado. Fueron cinco, esa tar de: Lucia Babor, Olivia Reyes, la seftora Bean, el nifio de los Muro, y la sefiora Fogerty. Lucia, la menor de los Babor, confesé malos pen- samientos, y uno en particular: que el novio de su hermana se moria. Tratandose de semejante individuo, el padre Cas- tillo no se sorprendié de que alguien se viera asaltado por tales pensamientos. Sin embargo, en la confesin de Lucia habja percibido algo mas que pensamientos: un deseo. ¥ el padire Castillo sentia temor de algunos deseos. Especialmente si provenian de una nia de trece afios Lucia dijo que Juan decia cosas malas de “una per- sona" que ella queria mucho. Pero no mencioné su nom= bre. Eso lo alarmaba, porque sdlo habia una razén para ocultarlo: esa nila estaba enamorada, Aunque Lucia era apenas una criatura, el padre Castillo temia lo peor cocurrido con Alma, su hermana mayor, era el tipo sas que podia suceder: Alma esperaba un hijo de Juan Vega. En pocas semanas, al menos, se casarian. Todo ¢ pueblo sabia que Juan no era un buen muchacho, pe- ro Alma, la dulce Alma, se habia enamorado. éQ esperaba a esa nifia, al lado de alguien tan violento? Secretamente, el padre Castillo consideraba que el amor 12 | | | t terrenal era a veces una enfermedad, inev' pero una enfermedad al fin. Y atin mas en los jove~ nes. Sélo una enfermedad lograba enturbiar el juicio de esa manera y conducir ala equivocacién, a fa infe~ licidad. Sin embargo no fue lo que le dijo a Lucia en el confesionario. Le explicé, en cambio, que los actos, impuros manchan el amor, ¢ insistié en que recordase que dl verdadero amor podia esperar todo el tiempo que faera necesatio. 1a sefiora Bean sdlo encontré un pecado para confesar esa tarde. Desde muy joven, Francisca Bean, habia desarrollado una impresionante obsesién por la limpieza, que comenzé por su casa, y gradualmente fue cextendiéndose a su alma, El esposo, un hombre de ca~ ricter débil, habia muerto a los pocos afios de casados, antes de que hubiesen tenido hijos. Desde entonces adquirié el extrafio habito de detenerse, en cualquier momento de la jornada, para revisar su conciencia. Habia llegado, incluso, a inventar un tipo de pecado: “el pecado silencioso" El que, "por astucia del diablo no pe- netra en la conciencia’, decia, "Como las bacterias: no se ven, pero estén’. Aunque el padre Castillo la consideraba tuna devota ferviente, en el pueblo muchos opinaban que era una fandtica, Para otros, en cambio, una mujer muy, religiosa; aunque en muchas ocasiones, durante la mi- sa, estos tiltimos no podian evitar refrse de los tonos draméticos que utilizaba la sefiora Bean al rezar. Bsa tarde el padre Castillo la escuché confesar que habia dado mal su receta de galletas de jengibre a una vecina Cincuenta gramos de harina de mas eran suficientes 13 Sagio Aguirre para que no salieran igual, Después de todo era su rece- ta, y todos en Crantock sabjan que las mejores galletas de jengibre eran las que ella hacia. “@Vanidad, nunca dejards tranquilas a las mujeres?" habia repetido por horas la madre ddl padre Castillo una noche, maquillandose sin descan- so frente al espejo, mientras él trataba de dormir El sa~ cerdote ahuyent6 esa imagen de su infancia y volvié a la sefiora Bean. A pesar de que en el confesionario ella asentia permanentemente con la cabeza, diciendo "Si padre, si padre’, l sospechaba que no podia escuchar sus consejos. A veces teria por ella, por su salud. Por- que consideraba que la sefiora Bean era, por sobre cualquier otra cosa, una mujer extremadamente frégi Tomés Muro, al hijo del verdulero, confesé menti- ras. Mintié al decirle a su madre que, cuando se ence- rraba en su habitacién, estudiaba, Mintié cuando dijo que habia realizado las curaciones a la pata del caba- llo de labranza: la infeccién avanzaba, Mintid al decir que fue él quien habfa reparado el alambrado que se~ paraba su granja de la del vecino, como se le habia or denado. EI nifio suponia que su padre habia hecho ef arreglo, como otras veces, para cubrirlo ante su madre Lo que atin no entendia era por qué, cuando Toméds le preguntaba, su padre insistia en negarsclo. Pero todo sal- fa, tarcle 0 temprano, a la luz. Ahora temia el castigo pero No. Temia que su madre le hiciera cump! algunas de sus interminables penitencias y lo humillase, como siempre, delante de sus amigos o de los dientes del negocio. El sacerdote le recordé que la pereza era un pecado capital. Y un pecado muy peligroso 14 El mislerio de Crantock Olivia Reyes le pregunté, después de un largo ro- deo, si era pecado matar una gallina para realizar un ‘encanto’, porque ella queria enamorar a un muchacho. Al padre Castillo lo apenaba que una joven como Olivia, buena y reservada, se sintiera tan fuertemente atraida por el esoterismo. El sacerdote le respondié que los tinicos misterios eran los del Seftor. Las fantasias, asi como la creencia en magias y encantamientos, repetia en sus sermones, turbaban la correcta percepcién, el correcto pensamiento, y el pecado era precisamente eso: un error, un tropiezo de la inteligencia. Su misién con- sistia en devolver al confeso a la raz6n. La razén, y s6~ Jo la raz6n -decfa una y otra vez nos diferencia de los animales y nos conduce a la verdad, a Dios Por eso lo perturbaba la confesién de la sefiora Fogerty. Ella se habfa arrodillado en el confesionario luego de mirar hacia todos lados, como si alguien la hubiese seguido, y de inmediato el sacerdote recono- cid, en la voz de aquella mujer, los signos del miedo, La sefiora Fogerty comenzé a hablar, las palabras le bullian en la boca y le salian a borbotones. Y a poco de comenzar, por primera vez en todos sus afios de sacerdote, el padre Castillo no quiso seguir escuchan- do, y dijo: Usted no pudo ver 0 La seftora Fogerty, un ser piadoso y servicial habia perdido a su marido hacia poco tiempo, y ahora esto. Qué pecado la hacia merecer semejante castigo? Sentia que algo en él se negaba a presenciar 15 nono erenrann errerrrerreernnereneran VPOEVOEVOVUGOVUVUEBOFVBVOVEEVBOVLEES Sergio Agu (al degradacion del espiritu, esa enfermedad que defor- ma a las personas hasta transformarlas en otra cosa, en otros, Porque para el padre Castillo, si existia algiin monio, éste se llamaba locura El padre Castillo miraba fijamente el vaso de bra, Estaba vacio, Pensd que era hora de acostarse cuando se oyeron los golpes en la puerta Se dirigié hacia la entrada de la sacristia, Un mu- chacho alto, cubierto con una capa, esperaba. -Padre, es por el sefior Romero. El doctor no cere que pase la noche ~Voy enseguida. ‘Tras cerrar la puerta el padre Castillo desaparecié por el corredor que conducia a la iglesia y regresé con agua bendita, la estola y la Biblia. Se puso el abrigo, salié hacia la noche. Una rafaga de viento lo recibi en el callején. La luna alumbraba la figura del sacer- dote que se alejaba caminando junto a los muros de la iglesia, La iglesia de Crantock era una réplica, en dimen siones redlucidas, de una antigua catedral de Escocia. Una construccién sobria, levantada enteramente en piedra, al igual que las calles y las primeras casas del puebl: y cuyos Gnicos ornamentos eran la torre y las figuras de los doce apéstoles, seis a cada lado, elevandose sobre | tejado de pizarra. El padre Castillo atravesé la plaza, donde el viento helado arrancaba de las desnudas ramas de los rboles mas hojas secas, y desplazaba en el cielo unas agruesas nubes que a intervalos, ocultando y descubrien: jana, de pronto lo oscurecian todo, de pronto lo Cuando Ilegé a la casa de Jos Romero, la mujer lo recibié tomandolo de las manos: -iPadre.-! Dos ancianas se levantaron de sus asientos cuando el padre entré en la sala, La sefiora Romero, sefialando hacia una puerta, rompié en sollozos, Fl sacerdote entré ala habitacién. Habia visto al seftor Romero hacia dos semanas, pero ahora le costaba reconocerlo. Le im~ presionaba el modo en que envejecia una“persona cuando se acercaba la hora de la muerte. El hombre robusto que habia conocido, era un anciano. Se sents a tun costado de Ja cama’ Quieres confesarte? Los ojos del hombre se abrieron. Los movié en di- reccién al techo, las paredes, la ventana, una, otra vez, hasta que se detuvieron en el rostro del sacerdote. Parpa~ de6, como si recién notara su presencia, y murmurd algo que el padre Castillo no alcanzé a off. Por es0 incliné su cabeza hasta muy cerca de los labios del moribundo: ~Dime. Entonces escuch6, en un susurro: = iPadre, ésta no es mi casa! iEsta no es mi casa..! Al decir esto gird su cabeza, y permanecié con la vista fija hacia un costado de la cama, indiferente a Ja presencia del sacerdote. v7 Sergio Aguirre Al salir de la casa el viento se haba calmado. El sacerdote pensaba en el sefior Romero, Ojalé Dios no le permitiera a él morir asi, perdido en la insania, Alzd Ja vista al cielo. Observe las nubes oscuras, con sus bordes brillantes por la luz de la luna, deslizarse lenta~ mente, Desde alli se apreciaban los tonos grises y fan- tasmales que esa noche arrojaba sobre los tejados, De Pronto, aunque no era necesario pasar por alli para re- gresar aa iglesia, dobl6 en la siguiente esquina y después de algunos metros se detuvo para asomarse a través del alto seto de ligustros que separaba la calle de un jardin Era la casa de la seftora Fogerty, serena y en penumbras, confundida entre las copas de los arboles. Sin saber muy bien qué Io hal sus ojos recorrieron el jardin casi oculto por las sombras. No veia nada, Por segunda vez en esa noche, recordé a su madre: ‘Se llaman alucinaciones’, le habia explicado él doctor cuando finalmente la levaron a ese hospital de Ia ciudad, ‘es algo que les pasa a las personas cuando es- tan muy enfermas’‘La tarde anterior ella habia estado nerviosa. Decia que un hombre, un hombre con cara de gato, la esperaba en la habitacién contigua. Que lo veia a través de la puerta abierta. “Eso no puede ser, mamé.” “iTe digo que esté ahi" grité, y entonces él se asomé a la habitacién. Estaba vacia. “2No lo ves?" le pregunts ella abrazéndolo. Los brazos de su madre eran fuertes. “iMe viene a buscar porque soy la mas linda!’ chill6, y comenzé a dar alaridos cada vez més intensos 18 | rio. de Crantock También él empez6 a gritar, con la mirada fija en ese cuarto vacio, hasta que logré escapar Salié de la casa y se arrodillé para rezar y pedirle al Seftor que lo salvase, que lo alejara de aquella mujer i Pero a diferencia de su madre, pensé el padre Cas- tillo, la seftora Fogerty habia dado detalles. La recordé, mirandolo a través de la rejilla del confesionario, pre- guntandole: ~iBs Dios? Dios no hace esas casas, Comenz6 a rezar en voz baja para que Dios am- parara a esa pobre mujer Para que la guardase y la protegiese, Otra de sus hijas habia perdido la razén. ~Temo que cree usted demasiado en la raz6n, pa~ dre Castillo ~le habia dicho Jeremias Crane, te del pueblo, en una de sus charlas-. Sabe muy bien que no soy creyente, pero en su lugar yo confiarfa mas en Dios que en la razén De pronto sintié deseos de corer. Usted no pudo ver «0. Con paso apurado, el sacerdote atravesaba la plaza en direccidn a la iglesia cuando de pronto volvié a su memoria el recuerdo de ese horrible dia de no- viembre, en su pueblo natal, El dia de la Virgen de los gros, a. procesiGn estaba a punto de comenzar La enca- bezaban el cura parroco y él, junto al otro monaguillo. El pueblo, como era la tradicién, esperaba frente a la iglesia para cargar sobre sus hombros la imagen de la Virgen, y recorrer tres veces Ja plaza. Al fin las p tere aanaaaanan ae » > reer. > : 2 > > > 2 > > > > ° 2 ° > > 2 > 2 > > > 2 Sergio Aguirre se abrieron. En el fondo, en una caja de cristal detrés del altar, se veia la imagen de la Virgen, de pie, en ta- mario natural con su corona repleta de piedras y la capa bordada de ornamentos dorados y encajes que sobresalian entre el brillo del raso celeste, inmacula~ do. Desde un tragaluz, 4 esa hora, un rayo de sol caia oblicuo sobre la caja produciendo un efecto celestial El grupo marchaba al rezo del Ave Maria. La voz del sacerdote iniciaba ta plegaria, y los fieles la con lufan en un susurro. Entonces se escuché un grito ahogado. Le siguieron otros, en medio de un murmullo cre- ciente. Una mujer se desplomé en el suelo, pero nadie la socorrié, y alguien, a pocos metros de la imagen, se puso de rodillas ante aquella visin, La Virgen estaba moviéndose. ‘Todos vieron cémo extendia sus brazos y abria la caja de vidrio. Muy lentamente adelants un pie, luego el otro, y salié. Con la majestuosidad de una rei- na, comenzé a bajar los escalones de marmol, y avan~ 2 hacia ellos, Algunos retrocedian, otros se postraban llorando, atontados por el milagro. ¥ él no podia sacar sus ojos de aquella imagen viviente, La veia inclinar graciosamente la cabeza hacia ambos lados, como si saludase a sus sibditos, con una sonrisa que ahora de- jaba ver esos dientes...Entonees la imagen habl6, con una voz conocida: ~Gracias, puedo ir caminando. Era su madre. 20 De pronto, una nube se corrié y la luna vai a lurminar el pucblo, En el callején el viento arremolinaba tunas hojas que finalmente desaparecieron en algin co- no de sombra, y el padre Castillo recordé sus palabras, para concluir aquella charia con Crane ~Si perdemos la razén perdemos todo. o Sus pasos eran lo tinico que se escuchaba en el st lencio de la noche. ¥ no habfa avanzado més que uns ppocos metros por ese oscuro pasaje cuando otro ru, aque no era el de ss pies, lo detuvo, Paci provenitdes- de algin Iogar en los muros de la igsia, en to alto Fue cuando alz6 los ojos y vio gue San Pablo Apéstol movia, como si fuera un mufeco de piczas ensambladas, uno de sus brazos. 21 Crantock. Tengo la seguridad de que el Obispo to ha de las razones por las cuales me he re- cargar con la misma cruz que a mi madre, y stoy dis- 10 a acrplar ese destino. Padre Be le deseo mgjor. Mis oraciones estar con usted Que Dios nos ayude Padre Ramon Ca El padre Benjamin doblé la carta, la guar ds en el tltimo cajén del escritorio, y lo cerns SESUEEEES » ° 2 2 2 * : 2 2 : 2 » ° 2 ° > > > > > > 2 2 2 familia hubo antecedentes de enfermedad mental, aunque nunca, en todos sus aos en Crantock, habia mostrade indicios de ello. Sin embargo, hacia dos aiios, se encerrd un dia en su habitacién, negiindose a dar misa. ¥ una semana més tarde, cuando arribé el Linico coche de pasajeros que legaba hasta el pueblo, se fue. Desde entonces permanecia en una casa de descan- so de los padres Salesianos, en las sierras de Cérdoba Muchas cosas se dijeron acerca de la abrupta partida del padre Castillo. Se habl6, incluso, de alguna relacién con otra huida del pueblo, en la misma épo- ca: la de la sefiora Fogerty. Chismes de pueblo. El padre Benjamin, por expresa indicacién del obispo, se en cargé de aclarar la razén de aquella conducta: un re- pentino problema de salud que sufriera ef sacerdote. Y después, echar un manto de silencio sobre todo aquel asunto. El padre Benjamin se levanté del escritorio y a la cocina a poner el agua para su té de la tarde. L. esposa del doctor Finn le habia traido esa mafiona u farta de manzanas y atin le quedaban galletas de jengi- bre de la seftora Bean. Al parecer, una de las tradicio- s de Crantock era que, cada semana, una mujer del pueblo Ie acercara al sacerdote algiin dulce. Todas la cumplian rigurosamente, rotando por turnos, a excep- de la seftora Bean, que insistia en traerle sus ga~ las, casi en secreto, todas las semanas. Argumentaba que él era muy joven y delgado y debia alimentarse bien 24 ro para servir a Dios. La sefiora Bean no te has amigas, que él supiera, y tenia que sus atenciones pro- ‘Yocasen algtin conflicto con las otras sefioras. Le expli- 3 que provenia de una familia muy humilde y que no era su costumbre comer tantas confituras, pero eso parecia entusiasmarla adn més Sentado a la mesa de la cocina pensaba en lo afortunado que habia sido al ser designado parroco de Crantock. En la pared, justo frente a su vista, colgaba un cuadro Era la tnica pertenencia, con unas pocas ropas, que lo acompartaba desde que habia dejado st casa para ingresar al seminario. la pintura representaba a un nifio y una nia a punto de cruzar un pequefio puente de madera. A sus cspaldas, un angel extendia sus brazos en actitud protec tora, Adelante, hacia la mitad del puente, podia apre~ Giarse que dos maderas estaban rotas y, por debajo, un pdligroso rio de aguas turbulentas EI Angel de la Guarda, I te va a cuidar’, le habfa dicho su madre cuan- do lo acomodé en su pequena valija, ‘porque sos el hombre mds bueno del mundo” Después de lavar la taza y el plato y dejar la me~ sada perfectamente limpia, mir6 el reloj, Eran las seis dle la tarde. Esa noche, como todos los primeros viernes de cada mes, iria a cenar a "Los Alerces’ la casa del se- for Crane, continuando una pequefia tradici6n iniciada por el padre Castillo. Jeremias Crane habia lamentado la partida del sacerdote, y la unica vez que hablo del tema, mostré la prudencia de no ahondar demasiado 25 Sergio Aguirre n la extrafia manera en que se produjo. Al padre Ben- Jamin le reconfortaba saber que si exstia In predad cre tte los hombres, que era posible no condiscendlars Ja malsana-cur iosidad por la vida del Projimo. "Resul- £2 Penoso, padre” deciasefalando su profuse biblioteca, tue alguien necesiteespiar la vida del vecino, cage {a Iteratura nos ofrece tantas vidas interesentec Al padre Benjamin le encantaba vista al sefor Crane Pods pasar S¢ horas escuchndolo hablar de sus vias, ses ler Su inteligente modo de percibir el mundo, Pero al yor beneplacito del sacerdote era observar que, a pesar Ce que Jeremias Crane no era un hombre de fe marge taba un profundo sentido humano y una noble adh Tables’ su proceder se correspondla en tode can ‘ock y de otros pueblos vecinos que lo necesitaran, Decidis que antes de presentarse en “Los Alerces? Fae eae PF # las ocho en punto, daria un paseo por las calles del pueblo, Ya habria tiempo, con la llegada cel invierno y sus dias blancos, cortos y helades, de Permanecer adentro, Tomé su abrigo, y sald Ala salida del callej6n ce piedra, en la es mujeres hicieron lo mismo: 26 : ae -Adids, padre. ~éVio qué hermosa esté la tarde? Los rumores eran algo que preocupaba al padre Benjamfn, Aunque fuese lo natural, traténdose de un pueblo pequefio, en Crantock esa costumbre mostraba una virulencia que, segin él, se hallaba fuera de toda proporcidn. Por eso, crefa, la gente se cuidaba, y mucho, de que nadie percibiese nada fuera de lugar en sus vidas, Habia oido cosas horribles Que Juan Vega dejé morir a su pequeito hijo, la tarde que el nifio habia quedado a su cuidado. Que Rita Tossi consiguid, aunque no se sabfa c6- mo, que la antigua peluquera se marchase de Crantock para poner ella su propio negocio, Que el nino de Olivia Reyes habla nacido ciego Por sus coqueterias con la magia. La naturaleza piadosa del padre Benjamin no po- dia tolerar aquellos comentarios, Era espantoso que se dijesen cosas asf, y él estaba decidido a luchar contra ese habito perverso. Era necesario aquietar esas aguas dd diablo. Porque el padre Benjamin, a diferencia de su an- tecesor, sf crefa en el diabl Legs a pensar que si aquella costumbre desapa- reciese, Crantock podria convertirse en un reflejo del pa~ raiso, el lugar donde habitaba el hombre antes la serpiente susurrase aquellas palabras al ofdo de Ev, Era una brillante y fresca tarde de abr la plaza y avanzé por la senda que nanan = con aanc oad AAPA AVVO VEsvsvsvy wi 0 Ag En la orilla, como dispuiestas por un jardinero exqui- ) que no se atrevia a desafiar el orden de la natura~ leza, se sucedian las distintas especies mostrando, en esa época del aio, su pequemio esplendor. De repente, vio un colibri. Observo el trémulo batir de sus fi ‘mas alas ascendicndo, descendiendo y desplazaindose nerviosamente, de aqui para allé, de flor en flor, No en todas se detenia. Ese afto los colores del otofio habian estallado de una manera tan exuberante que si cerraba los ojos, los abria un segundo, y los volvia a cerrar, en lugar de ver el rio, la plaza, el municipio, la iglesia, erefa ver un in menso y bello jardin festoneado con piedras. Y la gen- te que caminaba, como se camina en los pueblos, sin otra preocupacién que sus simples asuntos cotidianos, y los nifios jugando en medio de la calle, sin peligros que los acechen, y él mismo, alli, con sus sentidos intactos para percibir todo aquello, le parecfan una respuesta a todas sus preguntas. Como si Dios le estuviese diciendo: “éVes?, ast deberian ser las cosas" No era la primera vez que en Crantock lo acompafiaba la sensaci6n, la viva sensacién, de que Dios estaba alli En ese momento, sacerdote se emociond. El padre Benjamin tenfa ese rasgo, que sin duda lo habia llevado a ser sacerdote: de pronto su mente comenzaba a efervescer de un optimismo y una bo- nara infinitas ‘Mas adelante se encontré con Walter, el hijo de Jeremias Crane, 28 Walter! Estaba dando un paseo antes de ir a casa. Hoy es viernes. -Si, por supuesto. Con mi padre pensdbamos ha- blar acerca de cSmo distribuir los alimentos. isi! -lo interrumpié el sacerdote- Tengo algunas ideas. Muy bien. Hasta pronto entonces, y.. inos vernos también este domingo en la misa! ‘ ‘Al decir esto tiltimo, el padre Benjamin creyé perci- bir una réfaga de tristeza en los ojos de aquel muchacho =Si, hasta... pronto -dijo Walter con una sonri que intentaba ser amable, y se alejé. i El padre Benjamin estaba seguro de que detrés del caricter serio y circunspecto de Walter Crane habia timidez y, como su padre, un hombre de gran corazén Bra el primero de los Crane en acercarse a Ia iglesia, “Aunque fuese por una muchacha, por la sola oportu- nidad de verla. éf'se era el motivo? ‘Bienvenido! Si era ¢l camino que habia elegido Dios para acercar a su hijo ala iglesia. era tan bueno como cualquier otro, Lo conmovi ‘ademas ser testigo del amor entre los jovenes. Pero en- tendia, también, que el amor podia ser doloroso, cuando no era correspondide. : Padre! -aquella voz interrumpié sus pensa~ mientos ‘Al volver la vista se encontré con Lucia Babor “Otra nifa enamorade’, pensd. El padre Benjamin dia reconocer, como si lo llevaran escrito en la frente a todos los que estaban enamorados. 29 Sergio Aguirre ~iLucia...! Como esta tu madre? -No muy bien, dice que no se va a acostumbrar a que Alma ya no esté aqui ~Todos la extrariaremos. Pero, en verdad, creo que ¢s el mayor consuelo que tu hermana pueda encontrar Dios sabe por qué hace las cosas Lucfa permanecié pensativa por un instante. ~Conozco la congregacién de las hermanas Do~ minicas, Es una gran congregacin ~agregs el padre Benjamin, ~Si usted lo dice... Bueno padre, me tengo que it: Se despidieron, y el sacerdote continué su ca~ mino por la vera del rfo. La muerte del hijo de Alma habia sido una desgracia. Las razones del Sefior eran misteriosas. ‘Més adelante se detuvo, otra vez, para recrearse con el paisaje sabiendo que pronto oscurecerfa. El sol ya se’habia escondido y la sombra de los montes co- menzarfa a extenderse por el pueblo, al igual que una manta que se corre sobre el lecho indicando la hora del reposo, Ja hora nocturna A esa altura del paseo veia los cipreses del ce- menterio. Decidié visitarlo y decir una oracién por los muertos. Los muros eran apenas una cerca de piedra cubierta de enredaderas, en cuyos bordes se velan mata de lavanda y geranios. La pequefia puerta de hierro re chiné brevemente cuando el sacerdote la atravesd, Ie dentro todo era més tranquilo y silencioso, Avanz6 so- bre el césped, cubierto ya por el rocio de la tarde. Al 30, A de Crantock Jevantar los ojos vio aquel monticulo con un ramo de flores amarillas que descansaba al pie de su lépida, Era Ja tumba del hijo de Alma, Se acercs con tristeza. A su mente acudia el recuerdo de aquel entierro. ‘Aqui Yace Jost VEGA QUE NO CONOCIO EL PECADO ire Benjamin concluyé su rezo y observé ire oe ‘Alma debis dejarlas, dos dias atrés, antes convento. ee asonn marchers cuando vio, hacia Un costado del cementerio, una tumba reciente, la de Rocio Almenda, que habia muerto al dar a luz. we madre que pierde a su hijo. y un hijo que pierde a su madre’, pens6. Debja apurarse, antes de que oscureciese. A veces mismo se sorprendia de cémo, sin darse cuenta, he bia adoptado los habitos de la gente del pueblo i en verano, con las tiltimas luces del dia, los poblado res conclufan répidamente sus tareas para volver a sus page| escuchado cosas acerca de lo que sucedia por las noches, en Crantock ih 50, a diferencia (0 lo preocupaba. ese natura que cada pueblo ives u crac ristica distintiva y su propia tradicién. Habia conocido poblaciones que se distingufan por alguna ae tural, o por un alimento, un animal, incluso. Crantoc 3L fa DAM NOOO CORNOANAN NO oonee Marana. VPRPVEFCVVSETVTFFSFTSESEFSFSSVSUVIGSEVVSISES propia marca: lo extrafto. ¥ sus pobladores, siempre en secreto, se dedicaban a mantenerla viva. Algo perfectamente comprensible, segiin el Padre Benja~ Después de todo, muchos habilantes de Crantock n descendientes de escaceses, una cultura rica en fantasmas Crane, en cambio, no soportaba ese tipo de ru- mores. "No podemos transformarnos en una dldea africana que cree en espiritus’, deca, En ese punto el sacerdote se permitia disentir. Consideraba que a falta de otras diversiones, con algo tenia que entretenerse la gente, de algo tenia que ha- blar. Habia escuchado que en Buenos Aires ya existia la “televisin’, La describjan como un cine dentro del hogar, una radio con imagenes. A eso habia que verlo, Como fuere, no creia que la televisién llegase a un lu- gar tan alejado como Crantock. Ni siquiera Hegaba la radio a Crantock. Sin embargo, a diferencia de otros, pueblos aun més grandes, ellos ya tenian electricidad, Los adelantos tecnolégicos eran, a través de la inteli- gencia del hombre, otra manera de honrar a Dios, Ese pensamiento era nuevo, Acababa de ocurrirsele, Tal vez debia reflexionar sobre eso, Una vez mas, al padre Benjamin todo lo condu- cfa a Dios. Y asi continué su camino por las calles de Crantock, sumido en pensamientas de bondad. En el otro extremo del pueblo, Juan Vega entraba a su cabafa. Después de abrir la alacena y sacar una bo~ de vino, se arrojé sobre la cama. Estaba cansado. dia recrimindndole cosas. Mird la botella. Quedaba me- nos de la mitad. ¥ él no tenia whisky, como los de Crantock. Ellos tomaban whisky como esponjas, embargo para todos él era el borracho, el maldito, Pen sé que tendria que bajar al pueblo y comprar més, pero la idea de pasar frente a la casa de los Babor le quitaba Jas ganas. No queria pensar en eso. No queria pensar en ‘Alma, ni en los Babor, ni en su padre, ni en lo que pasé. Tomé un trago. Tampoco tenfa nada para comer. Lo tra~ taban como a un perro. Hasta su padre lo despreciaba, su propio padre, a 4, su hijo, después de todo. ra ta hijo! Juan cerré los ojos. Ya no iba a escuchar esos gri- tos. Todo eso habia pasado y Alma ya no estaba en el pueblo. Mejor. fl tenia que olvidarse. Pero estaban los otros. Todos los demas, Todos, hombres, mujeres, nifios, Jo trataban de esa forma, como si hubiera sido su culpa En la calle lo miraban de reojo, si entraba a algiin nego- Go hacian silencio. Nadie le irigia la palabra. EL tinico que To defendié fue el imbécil del cura. Sdlo ese curita, que era tun imbécil, se daba cuenta de que habia sido un acciden- te. Tomé otro trago, Ademds, épor qué Alma tuvo que it ala casa de su madre esa tarde? ¢No estaba su hermana, acaso, para cuidarla si estaba enferma? igo. No lo evo porque se puede co El no era una ninera. €Cémo iba a saber que el ni- Ro lo seguirfa? éCémo saber que se animarfa a cruzar el rio, caminando sobre esas piedras? Ya no soportaba a _| Sergio Aguirre més. Tenia que irse. En la ciudad todo seria distinto. Ahi a nadie le importaba Jo que hiciera el otro, habia traba jos mejores, y las mujeres eran distintas, seguramente Se irfa y ni siquiera iba a tomarse el trabajo de despe- dirse de su padre. Por él podian irse todos al diablo. Al mismo diablo. No iba a pasar el resto de su vida en un pueblito miserable como Crantock Afuera, el dia terminé con una extrafa rapidez La luz de la tarde se desvaneci6, los faroles se encen- dieron iluminando las calles vacias, y pronto el pueblo quedé en silencio, Habian pasado pocos minutos después de la me- dianoche cuando un sonido lo despert6, Juan abrié los Ojos en la oscuridad. Qué habia ofdo? Espers un momento. Nada, Atin estaba vestido y con la botella en la mano. No se escuchaba nada. Todo era silencio en la habitacién a oscuras. Buseé el candelabro que Alma siempre dejaba sobre la estufa y encendié una vela, En ese momento volvié a oft el chirrido. Era un sonido leve, un roce, en la puerta. éAlguien habia to- mado el picaporte? ~éQuién es? ~pregunt Silencio. Dejé la vela sobre la mesa y se asomé a la ventana Entonces vio, le pares ver, que algo se desplazaba por el aire Se quedé all iba a suceder inmovil, como si supiera que algo El misterio de Crantock La luz de la vela se estremecis. Sintié miedo. > > > > >. >. > > > > > > > > > > > 2 > > > > 2 2 > > > > > > > > > io Aguirre En su mano Ilevaba una pequefia canasta. Para llegar a la casa del sehor Crane era necesario atravesar el pueblo, donde se demoraba para realizar las Compras del dia y recoger personalmente la correspondencia que disponte a un costado de la bandeja, antes de servir el desayuno. Como el sefior Crane trabajaba hasta altas horas de la noche nunca se levantaba antes de media mafiana, y eso a ella le permitia ocuparse de Pedro, en- viarlo al colegio, dejar las cosas en orden y, cuando él descendiera las escaleras y entrase al comedor, pudiese alli, esperndolo con el café y las tostadas. Siempre recordaba el dia en que el sefior Crane se presenté en su casa, hacia ya cuatro aitos ~Lucia, es el seftor Crane, quiere hablar con vos. “le dijo su madre, sin disimular la sorpresa Al escuchar ese nombre su corazén se aceler6, y caminé hacia la puerta de calle con ese horrible calor subiendo por sus mejillas, Al la saludé muy brevemente y le dijo: —Necesito que alguien me ayude con la casa.. y el nifto. El padre Benjamin me sugirié que usted podria. ~..que usted podria ocuparse, si es que no tiene ras... Waller Crane carraspe6~ otras obligaciones ~Yo.. Por supuesto ~habian comenzado a temblar~ Ie las piernas-. Si. daro que sf Desde las granjas, mas proximos, mds lejanos, se | percibjan los sonidos de las primeras faenas del dia. A un costado del camino, increiblemente cerca, escuchd 52 el mugir de una vaca, que la niebla no le permitia ver ‘Mas adelante el rumor de ovejas en.una breve corrida, un portén que se abrfa y, a lo lejos, las campanas de Ja iglesia en su primer llamado a misa. Ahora descen~ dia por la calle que llevaba a la plaza principal. A su derecha se extendia la hilera de casas nuevas, en piedra agtis, teiadu de pizarra y pequefias ventanas blancas, en idéntico estilo que todas las construcciones de Cran- tock, que el sehor Crane habfa inaugurado pocos dias antes, Que Walter habia inaugurado. Aunque siempre pensaba en él como ‘Walter’, jamais se le haba escapa~ ddo ese nombre en su presencia, ni en la de nadie. fI, por su parte, se dirigia a ella como “Sefiorita Babor", y es0 a ela le encantaba. “Sefiorita Babor’, le decia cuan: do estaba de buen humor: ‘No piensa que seré un dia magnifico; hoy?" “Sf seftor Crane, creo que sf." Te res- pondia ella, cada vez. Esa tarde se celebraba un festejo en la casa de Walter Crane. Orson, su sobrino, cumplia afios. Bra el jo de John Crane, el tinico primo de Walter, que habia muerto en un accidente automovilistico hacia pocos me~ ses, Fl nifio vivia en Buenos Aires, con su madre, una mu- qué no opuso ninguna resistencia cuando Walter le propuso que Orson pasara unas semanas en Crantock, para conocer a st tio. Porque Orson era, ahora, el ini- co pariente vivo de Walter Crane. Por desgracia bastaron unos pocos dias con él en “Los Alerces” para compren- der que se trataba de un nifio muy dificil. ¥ Walter Crane se hallaba, a todas luces, decepcionado con la personalidad y los habitos de su sobrino. Sergio Aguirre A media cuadra de la plaza, Lucia pasé frente a Ta casa de la sefiora Bean, ~Mujerauelas.. -susurré la sefiora Bean desde su ventana al ver pasar a Lucta y después a dos sehore por la vereda opuesta, y que apenas conocie, Ese dia la sefiora Bean se levanté con la idea de ue todas las mujeres de Crantock llevaban una doble Vida: de noche eran prosttutas. Y si no lo eran en la actualidad, Io habian sido, Su hermano, que vivia en la ciudad, habia con- sultado al doctor Finn dt rante su tiltima visita, alar- mado por las ideas de Francisca, “De todos moclos es inofensiva’ le dijo el médico para tranquilizalo "Ade. mds, es un caso para el cura. Es al tinico que escuchar a" €s¢ momento un perro de la calle entré en su ~lFuera perro, porquertal -grté la sefiora Bean solpeando el vidio de la ventana, El perro huye 6 pb 8 10 que son., Petras! dijo con Furia, y sa lo disparada a la cocina, Alli comenzé a caminar de en medio del jardin nspirar profundamente el aire fresco de la ma- na. Eso la hacia sentir limpia y purificada. Un ligero vio se dibujé en su rostto. Pero de pronto, como }0 hubiese regresado a su mente con la velocidad El misterio de Crantock de un rayo, entré a la casa, atravesé la cocina, la sa~ la, abrié la ventana con violencia, y chillé: ~iPecadoras! Lucia, que ahora cruzaba la plaza, se dio vuel- ta al escuchar aquel grito, Quién gritaba asi? Tuvo el impulso de volver sobre sus pasos y averiguar qué ha- bfa pasado, pero no se escuchaba mas nada, y decidié continuar con sus obligaciones Se dirigié a la tienda de regalos. Allfle Hamaron la atencién unos adornos para tortas de cumpleafios, le resultaron novedosos. Pero enseguida deseché la idea. Orson no lo merecia, Con el correr de los dias su pre~ sencia en “Los Alerces" se habfa tornado insoportable. Era un nifio egofsta y malicioso, Mas de una vez se habia contenido de castigarlo severamente por su conducta, en especial cuando veia el mado en que trataba a Peter: El sefior Crane, a pesar-de su rechazo hacia todo lo injusto, considerd prudente tolerar al~ gunas actitudes del nifio pensando que obedecian a su reciente pérdida, Ella no lo crefa asf, y tampoco le importaba. Su preocupacién era Peter. El muchacho ya habia tenido suficiente como para que un loquito de Ja ciudad viniese a atormentarlo. ¢Cémo podian dos nifios ser tan diferentes? Peter era en extremo ca~ lado y retraido, y debia confesar que por momentos la exasperaba el silencio del nifio, pero entendia que su corta vida le habia dado razones para scr asi. Sin embargo, al igual que Walter, ada algo distante se escondia una persona noble y bonda io Aguirre Y eso ultimo, estaba segura, se debia a la influencia de alguien tan maravilloso como Walter Crane Mientras tanto, en una de las granjas de las afuueras de Crantock, Tomés Muro descansaba tendido sobre un improvisado colehén de bolsas de arpillera, junto al pequefio galpén donde se guardaba el arado y las herramientas. Eran las nueve de la mafiana y habia de- cidido esperar a que la niebla se despejase totalmente antes de comenzar el trabajo. Se sirvi6 un poco del café que tenia en el termo, Encendié un cigarrillo, Le gusta~ ver cémo el humo, apenas azul, se mezclaba con la nicbla hasta que se perdia en el espacio, Le quedaban apenas dos cigarrillos, y hasta el mediodia no podia bajar al pueblo. Alguien le irfa con el chisme a su madre de que él no estaba en el campo. Desde la muerte de su padre todos parecian vigilarlo; lo perseguian pregun- \dole cémo andaba el negocio, los cultivos... Todos, con su madre a la cabeza, Para ellos él seguia siendo un nuichacho, el hijo holgazdn del sefior Muro, éCuénto \6 soportarfa todo esto? La semana anterior la seiio- a Tossi, la peluquera, le pregunté dénde habia estado tarde del miércoles, cuando ella fue a pedirle unas abazas. El comisario Belvedere practicamente lo habia »gado durante casi media hora después de ayu- a su madre en el negocio, cuando ella no podia cargar sola los cajones de fruta, el dia en que él se que- dormido en el galpén. O Crane, que le exigia saber 1 disposicién de los diferentes cultivos, en su propio o. Crane y sus controles también Io tenfan harto de Y eso se habia convertido en un problema. Desde que su padre se inicid en la granja, el municipio les procura~ ba las semillas y una rebaja en Jos impuestos a cambio de un porcentaje de la cosecha para alguna de sus obras de bien, Siempre fue un arreglo provechoso, y ahora corria peligro de romperse: la tiltima partida de semillas de.zanahoria se habian echado a perder por- que olvid6 guardar las bolsas. Acabaron pudriéndose bajo la luvia. Sin embargo, cuando Crane le pregunté si ya las habia sembrado, él respondié que si. Qué otra cosa podia decir? Eso era un problema, y ya no estaba su padre para resolverlo: en un mes vendrian a buscar las zanakorias. {Qué le importaba a Crane dénde sembraba sus verduras? éQué le importaba a la peluquera dénde es- taba él cuando a ella se Je ocurtié venir por las cala~ bazas? éQué les importaba a todos qué hacia o dejaba de hacer con su vida? “atin falta un mes’, pensd, para sacarse de la ca~ beza el asunto de las zanahorias, y cerrando los ojos tralé de ahuyentar todo pensamiento que lo perturba se. Necesitaba descansar. Termin el cigartillo, y poco después se quedé dormido. En el pueblo, despreocupada ya de las compras, Lucia se dirigié a la off corres- pondencia, le entregaron eojos para Peter: Hacia unas se evado a Ja consulta del doctor I Sergio Aguirre muchacho esforzaba mucho la vista, Mientras los ob- servaba sonrié para sus adentros, El modelo era una version pequefia de los que usaba Walt eg q ter para leer i" A medida que se alejaba del pucblo rumbo a “Los lerces’ Lucia se dejé evar por sus pensamientos. Y sus pensamientos, en esos dias, sdlo giraban en torno ala pregunta que Walter le habia hecho la semana an- terior, cuando aparecié de improviso en la cocina: ~Sefiorita Babor, épiensa usted casarse? Records haber abrazado el plato que estaba la~ vando gon las manos en cruz sobre su pecho, decir: -No, Entonces él, sin agregar otra palabra ni expresién ue la habitual, asf como se habia presentado, desapa~ reci6 por el corredor que conducfa a la sala. ¥ ella se qued6 all, de pie, con el plato atin humedeciéndole el pecho, sin entender qué habia pasado, Walter, Walter... équé quisiste decirme? Esa pregunta la acosaba noche y dis y dia. En ocasio- nes, cuando ella estaba ocupada con alguna tarea en la casa, al volverse repentinamente lo habia descubierto mirndola, éPor qué? Si pudiese entrar en los pensamientos de Walter. Habja momentos en que tenia la certeza de que él es. tbe sramorado de ella, pero que no encontraba el modo de decirselo, En otros de qu. see ce que, sefcillamente, ella Lucia ingres6 al frondoso parque que circundaba la austera mansién de los Crane. Vio cémo los rayos 58 El misterio de Crantock del sol, que ya aparecia detrés de los cerros, penetraban por el follaje disolviendo los iltimos jirones de niebla atrapados entre las ramas de los arboles. En ese momento, el graznido de un péjaro des- pertd a Tomés de aquel suefio ligero. Abrid los ojos y tuvo un leve sobresalto al ver, entre la nicbla que ya habia comenzado a disiparse, aquella figura inmévil con los brazos extendidos, en medio de la huerta... Qué tonto, éCémo no habia reconocido al espantapajaros? El espantapdjaros que estaba alli desde la tarde en {que su padre lo puso en pie, un afio antes de mori, Al cumpleaiios estaban invitados los nifios del pueblo de lamisma edad de Orson. Entre ellos, Victor Reyes, que llegé acompafiado por Pablo, su amigo mas cercano. Un compartido gusto por la lectura los habia he~ cho inseparables, desde una tarde en que Pablo llegé a la casa de Victor mientras su madre le efa un cuento de Las il y una noches, Solian caminar por el pueblo inven- tando juegos: de quién era el auto que se acercaba, cudntas personas habia en el almacén en ese momen- to, o simplemente Pablo describia cémo eran aquellas cosas que su. amigo escuchaba. Para la fiesta Lucfa habia decorado la amplia ga~ leria que daba al parque con guimaldas de papel y globos de colores, A medida que llegaban los invitados, antes de saludarlos, Orson les pedia el regalo, indife- rente a los gestos de desaprobacién de Lucia, Ninguno 59 AAPA A PO FR PRR RAR eRe RRR aAnnnnD . de los nifios habia entrado antes a la casa del sefior Cra~ ne, y se mostraban algo inhibidos. Sin embargo, a poco de comenzar la fiesta el clima ya se habia distendido, Todos, inclusive Peter, que dificilmente sonrefa, parecfan frutarla. Después de la merienda bajaron las escalinatas que conduefan al parque. Victor movia la cabeza. Se lo vela inquieto y curioso. Estaba contento, y habia comen- zado a preguntarle a Pablo por las formas de aquel gar. Orson, exhibiendo Ia pelota nueva que su tio le habia regalado, grité, como si diera una orden: ~iVamos a jugar al fitbol! Y antes de obtener cualquier respuesta-se dio vuelta y, mirando de frente a Peter, con un empujén en el pecho, le dijo: ' Vos no porque sos adoptado. Ninguno vio cémo se le Ilenaron los ojos de lé~ grimas, cuando cortié hacia la casa. Algo alejada del grupo se escuchs la voz de Pablo: —Nosotros nos quedamos por aqui.. -dijo, mien- se apartaba con Victor en direccidn a una peque~ iia fuente que se hallaba a un costado del parque. Orson los observé fugazmente. Poco después, ya iniciado el juego y sin razén aparente, Orson detu- vo la pelota, la apoyé sobre el pasto, y sin desviar su mirada del objetivo la pated, y fue a dar en el blanco. Exactamente sobre la cabeza de Victor, que cayé al suelo al instante. # de Crantock Una noche, semanas mas tarde, Tomas Muro no lograba dormirse. Su madre le habfa recordado durante la cena que en dos semanas pasarian los empleados del municipio a recoger los cajones de zanahorias y él, una vez més, no pudo decirle que no habia zanahorias, que nunca habia plantado esas semillas. Que ahf estaban los surcos, pero nada‘en ellos ‘A veces se preguntaba si no tendrfan razén to- dos, y él era un holgazén, o algo peor, un idiota que no servia ni para inventar una mentira que lo excusa~ ra. cin qué terminaria este asunto? Si el acuerdo con el municipio se cancelaba por su culpa, équé le madre? Lo habjan acorralado, y ahora su padre no ¢s~ taba ahi para solucionarle los problemas, para que todo terminase, como habia sido siempre, en una dis- cusion farniliar Extrafiaba, mas que nunca, a su padre. ‘Ala mafiana siguiente, faltaban unos minutos para las diez cuando Tomas se recosté sobre las bol- sas de arpillera. La noche anterior casi no habia dor~ mido y el cuerpo le pesaba. Observé, muy alto en el cielo, una bandada de péjaros que torcfa su rumbo hacia el norte. Mas arriba, la blanca cumbre del P monta reflejaba su fulgor plateado por los rayos del sol matinal, que ya descendian al valle, célidos y humi- rnosos, dorando los pastizales. Las hojas de los drboles oscilaban apenas al compés de la brisa que provenia ddl este y, como parches colocados caprichosamente 61 Sergio Aguirre Sobre las laderas de los cetros, por aqui y por alld, los cuadraclos de tierra arada mostraban sus relieves bajo la indinacién de la luz, a esa hora de la mafiana, Tomas miraba distratdo ese paisajé cuando algo lamé su aten- Gi6n, en la huerta, algo que, juraria, se habia movido, Pero sus ojos sdlo se encontraron con la figura del es- pantapdjaros. Una parte de la vestimenta se habfa caiclo hacia un costado, y dejaba ver el esqueleto de madera, Se trataba de una camisa a cuadros que habia perte- necido a su padre. Recordaba esa camisa. Permanecié lun instante observindolo todo; el muiteco, la cams, dl esqueleto de madera que arrojaba-su sombra sobre los surcos en la tierra... Fue cuando su mirada se detu- Vo. Algo allf le hizo inclinar la cabeza hacia adelante, Sin poder sacar los ojos de los surcos, dio unos pasos en esa direcci6n y comenzé a ver, cada vez més niti- dos, atin pequeiios y de un verde muy fresco, los bro- tes. Los brotes de zanahoria que, finalmente, se abrian paso a través de la tierra 1972 5 hora de Nai escuchs el grito, a esa alta la madrugada, aquellahelada noche del mes de mayo. Proventa de la casa de la seRora Bean. Esa mafiana la sefiora Bean se habia le- vantado més temprano que lo habitual. Se hallaba particularmente inquieta porque ese dia su rutina cambiaria y necesitaba prepa~ rarse, meditar cada una de las palabras que le diria a esa mujer, a esa peluquera de mala muerte, Porque aquella maftana iba a en~ frentar a la serpiente que se habfa dedicado a difamarla durante tantos afios. ; Sergio Aguirre Lo Ultimo que Hlegé a sus ofdos no tenia perdén de Dios. La diabla dijo que ella no habia querido cola~ borar en,la feria de platos que organizaba la iglesia porque no soportaba que la gente prefiriese otras co- sas alo que ella habia preparado. Y eso no era verdad. Ella no iba porque en esas reuniones habia mucha perfidia. Pero esta vez no se callaria. La verdad estaba de su lado. Santa Juana de Arco se enfrenté a sus ene- migos en a tierra, No habia esperado la justicia divina y era santa, por lo cual, deducia, ella podia hacer lo mismo con la peluquera Semejante inspiracién le sobrevino cuando vio la ula “Juana de Arco’, que habian transmitide por televisién hacia una semana. La televisi6n, por fin, ha~ bia legado a Crantock. El padre Benjamin, el primero tener uno de esos aparatos, la insté a que adquirie~ se uno: “Va a ser muy bueno para usted, Francisca’, y lo hizo con tanta vehemencia, que se vio casi obligada a comprar un televisor. Pero ella no estaba muy con- vencida, Le parecia un entretenimiento ligero y peligro~ Y Ie costaba entender Ja fascinacién que mostraba cl padre Benjamin por aquel invento, Se acercé a la ventana de la cocina y contempls cl cielo palido, y el amanecer que iba tomando cuerpo sobre cl jardin cubierto de escarcha. A veces la asom- braba que, a pesar de las heladas y de su propio desin- terés en trabajar con algo tan sucio como la tierra, los arbustos se conservaran vigorosos, dandole a su patio aspecto sano y bonito. Hacia un costado, después de atravesar un sendero de adoquines, se hallaba el 64 EL misterio de Crantock pequefio cobertizo de madera que su marido habia construido poco después de que se mudaran a la casa. Alli guardaba.sus herramientas, al regresar del campo. Y era donde se cambiaba de ropa. Donde ella lo obliga- ba a cambiarse la ropa. Ese olor a cerdo... Nunca entré al cobertizo, tampoco después de la muerte de su esposo. No tenfa motivo alguno para hacerlo, se decia, Pensaba en el olor. Los olores queda ban impregnados por todas partes, eran horriblemen- te penetrantes. Pero Francisca... yo trabajo con cerdos. -intoneeslavate bien, porque olés igual! ‘Muchas veces habia considerado volver a pintar- lo, Le desagradaba el color rojo. Le parecia un color obsceno, provocativo. La sangre era roja, y por es0 es taba oculta, pensaba. El diablo era rojo. Sin embargo, la pintura del cobertizo extrafiamente no envejecia, y 50 habia postergado su decisién. Escuché las campanas de la iglesia Se puso el abrigo, y se disponfa a salir cuando encontré su mirada en el espejo de la sala, Observed su rostro, su cabello, ya completamente blanco. Se persig- nd frente al cuadro del Corazén de Jestis que pendia sobre la puerta, y sali6. -Esto no te.va a quedar bien ~afirmé la seftora Tossi a una clienta, mientras miraba la fotografia de la actriz que sonrefa desde la revista-. El peinado tiene que resaltar tus rasgos lindos y disimular -remareé— los feos. Y con éste vas a parecer disfrazada. Ese es mi Sergio Aguirre consejo, vos hacé lo que quieras ~concluyé, indiferen- tea la repentina desilusién que se dibujé en el rostro de la mujer ~Si decfs que me va a quedar mal. sigo con el de siempre, ~Por eso ~dijo la peluquera poniendo manos a la obra para hacer, una vez més, el peinado que venia realizindole hacia afios, y que era otra variacién de los tres tinicos peinados que sabia. La sefiora Tossi detesta- ba cuando alguna mujer venia pidiéndole un peinado nuevo, sacado de una revista ~Yo porque querfa cambiar un poco. ~Ahora que decis de cambiar -dijo la peluquera cambiando de tema-. Parece que el afio que viene hay lecciones, Es de suponer que a nadie se le ocurrita presentarse contra Crane. : ~Serfa ridiculo. ~Ah....Pero nunca falta el que quiere cambiar, probar con gente nueva, con otras ideas, no datle la es- palda al progreso ~remareé con burla, ¢ hizo una pausa antes de continuar: ~Me pregunto: (Quién otro hubiese hecho lo que hizo Crane por el hijo dé Olivia Reyes? Pagatle de su propio bolsllo los colegios especiales en la capital. ~y bajé la vor para agregar—: También es cierto que ese so- brino que tiene casi Jo mata aquel dia... Pero lo mismno. Fue un acto noble, de eso no quedan dudas -hizo una pausa y dijo, como al pasar-: Qué cosa, no? Al final ese accidente resulté... en beneficio ~dejé que la ultima palabra quedase flotando, y aiiadié-: La vecina me 66 El misterio de Crantock conté que era una criatura con muchas fantasias, pobre, como no ve.. -hizo un gesto en seftal de indulgencia, y acto seguido fruncié el cefto para decir: Siempre sospeché que la madre.. En ese instante se detuvo en seco, cuando vio, a través de la ventana, que Francisca Bean se acercaba a la peluqueria con paso decidido. Qué? No me digés que... Viene para acé. Sf. iAhi viene, ahi ven Alla sefiora Finn, que pasaba por alli en ese mo- mento, le costs creer lo que veia. Francisca Bean entran~ do al salon de la sefiora Tossi. Era sabido que ambas mujeres se detestaban. Aunque, a excepcién del cura, la sefiora Bean no queria a nadie, en realidad, Habia of- do que siempre habia sido una mujer muy rel y algo extravagante, pero en los tiltimos afios se comportaba como si todo el pueblo fuese su enemi- go. Recordaba su primer encuentro con la sefiora Bean, hacia unos afios, en la consulta del marido. Sen tada muy erguida en la sala de espera, lanzéndole mi- radas furibundas a cada intento de ella por entablar conversaci6n, Pobre mujer: La seftora Finn se dirigia a la oficina de correos. Faltaban pocos dias para el cumpleafios de su esposo y dla le habja'comprado por correspondencia la nueva encicopedia de flores de un autor inglés que él men- cionaba. "La edicién més completa’, decia el catélogo Querfa ver su rostro cuando abriera el paquete. La bo- ténica y todo ese asunto de las especies vegetales lo 67 roe erenanang PRCA A VAPOR ARAN k yy) io Aguirre apasionaban de tal manera que a veces llegaba a provo~ carle celos, Era una verdadera fortuna, pensaba la sefio- ra Finn, tener una aficidn que a uno le deparase tanto placer: A ella le hubiera gustado sentir una inclinacién por algo ast, algo que la ocupara con el entusiasmo siempre nuevo que percibfa en su marido, pero no contaba con esa suerte. Aunque, penséndolo bien, ella ambién tenia una inclinacién que la ocupaba y hacia con placer: Cuando la seftora Bean abrié los ojos estaba todo” oscuro. Se habia quedado dormida. Tuvo el impulso de iciar un rezo, pero una sed espantosa la quemaba por dentro. Con la mano, que atin apretaba su rosario dle madera, encendié la kimpara de la mesa de luz. Se levant6, y arrastrando los pies se ditigié a la cocina. Se sentia abotagada y débil. Habia rezado todo el dia, Mi- r6 dl reloj, Era la una de la madrugada. Se sirvid agua de la canilla y la bebié con la mirada perdida en la ventana, que mostraba la noche. Entonces, lo que habia ocurrido en la peluqueria esa mafiana regresé a su mente. Francisca entré al salin y se paré frente a la se- fora Tossi. Habja dos mujeres alli, pero ella sélo parecia ver a la peluquera: Vengo a decirle que usted es una mala mujer. Y Dios la va a castigar por todas las injurias que salen de su boca, y por todas las.. -en este punto, al ver que la otra la miraba impasible, se descontrols: laio de Crantock ~IHija de Satan! iTe vas a ir al infierno con todos tus hermanos por tus calumnias, hereje, pecadora, no~ via del demonio! ~y siguié con una cadena de insultos que parecfa no tener fin. 1a seftora Tossi la dejé continuar. Habfa aguarda~ do por afios la oportunidad de tener enfrente a Fran- cisca Bean y decirle, por fin, lo que ella sabia, En sus ojos brillaba una chispa de triunfo. -i.¥ vas a arder! -concluyé la sefiora Bean gri- tando, en una tiltima descarga Rita Tossi la miré con la misma sonrisa soca~ rrona con que la habia escuchado, y después de un instante, dijo: ~2En serio? -entonces comenzé:- Me alegro de que hayas venido porque hace mucho que quiero de- cirte algo. Y también me alegra que estas sefioras estén presentes asf todo el mundo se entera por fin de quién 505, y de lo que hiciste ~se dio vuelta dirigiéndose a las mujeres que asistian, petrificadas, a esa escena-. La sefiora Francisca Bean, ahi como la ven, obligaba a su marido, que era un santo ~remarcé especialmente es- ta palabra-, pobrecito, a banarse en el patio pata que no le trajera malos olores adentro de la casa, no im- portaba el frio que hiciera. Esa es la raz6n por la que enfermé ese afto ~clavé entonces su mirada en la se- fiora Bean-: Fue asi como lo mataste, éverdad? Hsilencio que siguid a esas palabras fue tan inten- so que parecia que en el salén nadie respiraba, Francis ca Bean habia quedado inmévil, como si algo dentro de dla se hubiera roto y le impidiera reaccionat Sergio Aguiere -El era mi primo, y solia contarme -un asomo de dolor aparecié en la voz de la sefiora Tossi-. Era un muchacho bueno, trabajador, éL.. -de repente su ros tro se conirajo de furia: ~&Cémo fuiste capaz? Sin sacatle los ojos de encima, se acercé hacia la sefiora Bean y con un movimiento lento y amenaza~ dor, que semejaba el de una serpiente, estiré su cuello hasta dejar la boca muy cerca del ofdo de Francisca, y le susurrs: Act la tinica que se va al inferno sos vos. El rostro de la seftora Bean palideci te, como si acabara de escuchar una sentencia. Y sin decir una palabra, salié de allt A través de la ventana la vieron correr en direc~ cin a su casa, : Era muy tarde para ir a ver al padre Benjamin. Pensé que tal vez deberia tomar otra de esas pastillas que le habia recetado el doctor Finn. O salir al patio. Bl aire fresco la harfa sentirse limpia y purificada. Pero afuuera helaba. ~Por favor Francisca, dejame entrar. Este frio me va a hacer mal. ~iNo! Un poco mas, es olor no sale facil Corrié las cortinas de la ventana y dejé afuera la noche. Su mente estaba abarrotada de impurezas, y ya no sabfa cémo limpiarlas, La culpa era de ella, por mez~ darse con la chusma, La chusma, Tenfa que hablar otra vez con el padre Benjamin. fl le dirfa cémo liberarse de 70 El misterio de Crantock toda la maldad que la rodeaba, Era un pueblo malva~ do. Crantock era un pueblo malvado, és que el padre Benjamin no se daba cuenta? El padre Benjamin era un santo, y slo podia ver la bondad. Por eso cuando ella le comunicaba sus descubrimientos sobre la gente, se negaba a aceptarlos. Ahora entendia. Ahora entend{a todo. fl era un san “Obligaba a su marido, que era un santo.” De repente se tomé de los cabellos y tind de ellos como si quisiera arrancarse el recuerdo de esa mujer. Ella la habia enve- nenado esa mafiana. Esa serpiente la habla envenena~ do. iso cra! Medusa. La de los cabellos de serpiente. Y propagaba el mal de esa manera, Llenando las cabezas de serpientes. Envenenando todas las cabezas de las ‘mujeres, una por una... Por eso era peluquera. &Cémo no se habia dado cuenta antes? Junté bien fuerte las manos para rezar y dijo fior no me abandones, no me dejes sola en este para~ mo de dolor, protégeme de Lucifer y de sus hijos, no me.’ Se detuvo. Sus manos, todo su cuerpo, estaban temblando. “Debe usted tranquilizarse’, le habia dicho el doctor Finn, la vez que el padre Benjamin la obligé a visitarlo, eY si le daba un ataque? 2 si esa noche se moria, sin confesién? éiria al infiemo? éQué podia hacer? Entonces recordé las palabras del sacerdote: “Debe ali- mentar su espiritu con otras cosas, Francisca, leer, mirar television. Como si ese recuerdo fuese tn mandato, se Tevanté de la silla y fue a la sala. Sobre el mueble ha~ bia tres libros. La Biblia, un manual de cocina que le habjan regalado cuando se casé, y un libro de cuentos a Footer eran | que conservaba de nif. Fligié los cuentos: Fue al dor~ mitorio y se acosté en su cama. Seguirfa el consejo del padre Benjamin. Y también tomaria otra pastilla, No podia morirse esa noche Comenzé a hojear el libro y traté de concentrarse cn el primer cuento Una vee vivia en una aldea una nifia campesina, la mds linda que se habia visto. Si su madre la queria con exceso, st cabucla la idolatraba, La buena de la abuela le habia hecho una capenuza encarnada, y le caia tan bien y le daba tanta gracia No podia. éPor qué el padre Benjamin le aconse~" jaba leer? eCémo concentrarse en esas historias, si su cabeza estaba envenenada? Tomé una pastilla, y decidi6 rezat en voz baja, ¥ mirar las ilustraciones. Poco después se quedé dormida, y sons: Camina por el bosque. Es un bosque cerrado y oscuro, De pronto, los espesos muros de troncos se abren a un dro y arriba el cielo por fin se descubre, profundamente azul. En el medio ve una casita de cam- po. Es de madera, con el tejado pintado de un extrafio rojo purpura, casi oculto tras indéciles marafias de vi- iia, Hay alguien adentro. Lo sabe por la columna de humo que sube desde la chimenea. No esté en Cran- tock, piensa, porque en Crantock todas las casas son de piedra, Abre la puerta y entra. Hay cuadros, una mecedora, flores sobre una mesa, y una nifia, una nifia hermosa, de pie en un rincdn, Tiene la sensacién de que std esperindola. Sin embargo, no ve cambio alguno end rostro de la chica, que le dice sefialando hacia de Crantock una puerta cerrada: "Ye debo irme, idarta un mo- mento? Ella se sorprende, no era comuin que alguien le pidiera un favor. “Por qué yo? le pregunta. “Porque mi abuela esté enferma’, responde la nia y va hacia la puerta, Leva una canasta en el brazo. Entonces se da cuenta de quién se trata, y Ie pregunta: “Eres Caperucita?” La nia, con la mano en el picaporte, se detiene un instante antes de salir, la mira a los ojos, y dice: “Roja” Ahora, a través de aquella puerta, escucha una voz: “eCudinto més tengo que esperar?” Antes de abrirla, percibe un fuerte olor a menta, Al entrar ve una anciana re- costada contra el respaldar de una inmensa cama. En su mano izquierda tiene un espejo y en la otra un pa- fuclo con cl-que se frota la cara, una y otra vez, Ni siquiera alza la vista cuando ella entra, no la mira, no le dirige la palabra, A ella le resulta un rostro familiar, pero no recuerda quién es, Hasta que al fin la anciana dice: “No me gustan las tazas sucias para el dia siguiente’ Es su abuela. “Seguis mugrienta, por lo que veo y con el bra~ zo hace un gesto para que no se acerque: “De acd siento dl olor” Hilla retrocede. Un antiguo pénico comienza a invadirla, Entonces ve que su abuela se pasa la mano muy suavemente por el rostro, y su expresin cambia cuando dice: éfe parce que debeia pintarme? Ella mira hacia la ventana, De pronto ha anochecido. Piensa que la ni- fia no va a regresar, y ella quiere irse de alli: “Ya es tarde, tiene que dormirse: La anciana achica los ojos con picardia y dice en voz, baja: “Ati tiene que venir el lobo" A salir se encuentra en el centro de la peluqueria Au lado oye un ruido, y cuando voltea la cabeza ve 73 Sergio Aguirre a Jeremias Crane de pie tras el sillén de la peluquerta. Lo hacer girar y con un gesto la invita a sentarse. Ella Jo hace y piensa: ‘No sabia que el seor Crane se dedicaba a esto" El observa su cabeza con detenimiento. Después hace una mueca, que ella no sabe interpretar. Es extra- fia, graciosa para un hombre de su edad. Ella acerca su rostro al espejo y con una mano estira apenas la piel para disimular las arrugas. Dice: “Me veo vigja.”. Al escu- charla, el sefior Crane hace otro mohin, més ridiculo que el anterior. éSe estd burlando de ella? “Quizd tengamos que hacerlo de piedra, No envejece, no ¢s necesari pintarl..” di~ ce él, Entonces, stibitamente apoya sus manos sobre las sienes y comienza a apretarlas cada vez més fuerte. La va.a matar. Se libera de las manos de Crane y corre hasta alcanzar la puerta. Sale a una calle estrecha, cerca de la iglesia. Ha llovido y ¢s invierno porque el empedrado esté conge- lado y leno de charcos. En la vereda opuesta, el copén plateado de un velorio. Piensa que el padre Benjamin debe estar allf, y entra El lugar esté atiborrado de gente. Alguien la empu- ja. Son dos seftoras gordas y bien vestidas que pasan a su lado. Una de ellas se da vuelta disimuladamente y la mira, para después susurrar algo al ofdo de la otra Bila busca al padre Benjamin, pero no lo encuentra por ningiin lado. Entonces descubre, en el extremo del saldn, bajo una enorme corona de flores, el féretro abierto. Desde allf no alcanza a ver el cuerpo, y se pregunta quién ha muerto. A un costado, el doctor Finn y su mujer estan discutiendo, pero no los oye, como si de 4 EL misterio de Crantock sus bocas no saliese sonido alguno. En fila contra una pared, los cuatro hermanos Ferraz, que parecen idiotas con la mirada perdida. Alma Babor deambula por el salén saludando a unos y a otros con una leve indina-~ cidn de cabeza. Le resulta extrafio que no lleve habitos. &No se habla convertido en monja? Entonces escucha dl llanto. Proviene de un rincdn oscuro, junto a la chime- nea. Mira fijamente hacia ese lugar. Es un llanto co- nocido. Considera que debe saludar a los deudos Lentamente se acerca para ver el rostro del que Hora. “Era un santo”, murmura alguien cerca de ella, y la to~ man del brazo. Es Lucia Babor, que con gentileza, pe- ro firmemente, la conduce hacia el cajén mientras le susurra: ‘Ahora descansa, pero sufrié mucho” Ella se deja llevar, al tiempo que mira a su alrededor. (Dénde es- td el padre Benjamin? Descubre a la nifia de la casa del bosque, escabulléndose entre la gente. “Parece dor- ido, pobreclo’, le dice ahora Lucia Babor. Ya esti frente al cajén y al bajar la vista no puede reprimir un grito, Entre los blancos encajes que sobresalen del féretro ve, con la cabeza vuelta hacia arriba, y exten- dido de una manera anormal, un enorme cerdo con la boca entreabierta. Comienza a retroceder despavorida mientras Lu- fa Babor le pregunta, con una sontisa: “éNo es preiaso?” Siente que se ahoga, y en ese instante otras manos la toman y la arrastran hasta el rincdn donde escuchaba aquel llanto, Entonces, desde la oscuridad ve avanzar 1 su esposo con los brazos extendidos. $élo que les 75 . ° > ° > > » > > 2 2 2 > > > > > > > > > > 2 > > > > > > 2 - 2 > > Sergio Aguirre falta algo para ser sus brazos. Los extremos, en lugar de manos, mostraban algo parecido a mufiones. "Ya me lavé las manos Francisca” Esta nuevamente en la calle. En la esquina hay un grupo de mujeres. Teme que la persigan. Qué cosas le harén si consiguen alcanzarla? Ha salido del pueblo. Hace un frio atroz. Lega a una curva del camino, Sus piernas no le responden, te~ me caerse. “Seilor dame fuerzas® repite, hasta que encuen- tra, a pocos pasos de ella, al padre Benjamin. El padre Benjamin, sentado sobre una piedra, a la vera del ca~ mino, como siempre, con una sonrisa en sus labios. “iPadre!, exclama, y se arrodilla a sus pies, agotada, su~ plicante, Lo toma de las manos: “iPadre aytideme! iEstoy 1 el Seftor me ha abandonado! iNo sé adénde irl” La sonrisa del padre Benjamin va apagéndose poco a po- co, hasta que la aparta violentamente. Ella cac al sue- lo, Los ojos del sacerdote muestran un desprecio que le congela la sangre. E] extiende su brazo en direccién al pueblo, Entonces escucha, saliendo de la boca del pa~ dre Benjamin, la horrible voz de Rita Tossi que le dice: aferno es por alld, queridal” Su grito la despertd. Podia escuchar su corazén latiendo con fuerza, y pensé que moriria, Se levants y encendié todas las luces de la casa. Cruzé la cocina en direcci6n al pa- tio, abrié la puerta, y salié a la frfa noche. No le im- portaba, Comenz6 a inspirar profundamente, una y otra vez, tenfa que limpiarse, limpiarse... Entonces, al 76 abrir los ojos, se Hevé la mano a la boca y comenzé a retroceder, loca de espanto. El cobertizo habia comenzado a elevarse, muy lentamente, hasta quedar suspendido en el aire. ¥ des~ pués, como si una mano invisible 16 maniobrase, descen- did hasta posarse de nuevo, en el fondo del oscuro patio helado. 77 vieribre, Esa tarde se disponta a salir de su casa Para internarse por uno de los sinuosos y es- trechos senderos que trepaban la montafia, El doctor Finn amaba la naturaleza y se enorgu- llecfa’ de su capacidad observadora que, segiin 1 creia, lo acercaba a los verdaderos hombres de ciencia. “En un pueblo ~decfa- donde no existen hospitales y los instrumentos escascan, un médico sdlo cuenta con sus ojos” En sus Paseos por el bosque solia tomar muestras vegetales, especies que c Para compararlas después cor logos E, doctor Finn muris un domingo de no- arena naaaan a — — rere Sergio Aguirre dle boténica que guardaba en su biblioteca. Por eso los domingos el doctor Finn gozaba del placer de escapar de las habituales obligaciones a que lo sometia ser el tinico médico de Crantock. ¥ de ser el tinico marido de la sefiora Finn: —Félix, no quiero que salgas desabrigado. Un mé dico debe saber que cuando baja el sol se pone frio y Jo malo son los cambios de temperatura. Y es0 sucede cn dos minutos, équé digo dos?, en uno, len nada! No sta nada abrigarse, y no importa que ahora haga calor. Justamente, es lo peligroso, uno nunca sabe: cuando viene el cambio, el clima es asi, traicionero. la sefiora Finn era un buena y dedicada esposa, con un tinico defecto: no podia dejar de hablar En diez ‘ios de matrimonio, el doctor Finn habia aprendido a vivir con su mujer: una parte de su mente, la mas su- verficial, escuchaba y respondia. Fl resto permanecia Dore para las cosas que le interesaban. “Llevo la campera, querida. Nos veros luego al abrir la puerta, y salié. ‘A dos cuadras de la plaza, mientras decidia sobre Jos caminos més convenientes para seguir su paseo, reparé en la ventana abierta de aquella casa ocul- ntre los arboles, que haba permanecido cerrada nte trece aftos. En su interior, en ese:preciso momento, Ia hija de lo seftora Fogerty se hallaba de rodiilas, tratando de ce- rrar una valija que contenia los viejos vestidos de su madre. La sefiora Fogerty habia muerto hacia poco més de un mes, en la capital, después de una larga enfer- edad. Y ni siquiera en su lecho de muerte confess la razén por la que abandonaron el pueblo, aquel dia ‘Aunque le habia hecho prometer, una vez mds, que no regresarfa a Crantock, nunca. Pero ella queria ver el lugar donde habia vivido con su padre, cuando era nia, Fue asf que decid, antes de vender la propiedad, desocuparla ella misma La inquietaba el estado en que encontrarfa una construccién que habria sufrido el paso del tiempo, sin habitantes. Sin embargo no fue el caso. Todo se halla~ ba exactamente como en el dia anterior a la partida Excepto por una cosa. El aire muerto de tantos afios de encierro parecia estar ya tdherido a los muebles y los objetos de la casa. De su padre conservaba recuerdos muy borrosos. Era muy pequetia cuando él murid, apenas unos meses antes de que se fueran del pueblo, Habia vuelto con la esperanza de recuperar parte de esa lejana époc, pero shora, otra vez all, tenia la impresién de que en su me~ mmoria aquella noche se habia tragado todo ese tiempo, todos sus recuerdos, Nunca la olvidaria Fla ya se habia acostado. A través de la puerta abierta de su cuarto podia ver el tenue resplandor de Ta luz, abajo en la sala, donde todas las noches su madre se demoraba con el tejido, antes de acostarse Juntas habfan dicho las oraciones por el alma de su padre, frente a su retrato, sobre la mesa de uz Flla 81 Sergio Aguirre imaginaba que en ese mismo momento, como en la foto, él les sonrefa desde el cielo, Desde su habitacidn ofa como su madre corria las cortinas de las tres ventanas de la sala: escuchd el sonido de la primera, Luego el de la segunda, y después el grito : Pasaron unos segundos, hasta que su silucta se recorté bajo el marco de la puerta de su cuarto. Corrié hacia ella y la abrazé, como si quisiera cubrirla con su cuerpo, alerrorizada. Temblaba de tal manera que la hacfa temblar también a ella. En todos esos afios no habia olvidado las tinicas palabras de su madre, aque- lla noche: “iSubié al cielo!” Desde la planta alta observaba los drboles proxi- mos a la casa, el alto seto de ligustros que la separaba de la calle, el arce del que atin pendia la hamaca, la pi- leta de lavar la ropa, el banco de piedra donde sus pa~ dres solfan sentarse las noches de verano. Mas alli el tejado de la casa vecina, la torre de la iglesia, el grupo de pinos que se elevaba desde la plaza... Permanecié un momento observando el paisaje y, una vez mas, se hi- zo aquella pregunta: "Qué vio mi madre en el jardin?” ‘Mientras tanto, a una cuadta de la plaza, el doctor Finn se preguntaba por una variedad de hongos que crecia en esa época del afio y que, extrafiamente, atin no habia aparecido, ¢Qué habia sido de aquellas esporas? éPor qué no se reprodujeron en el lugar donde habia 82 EL misterio de Crantock encontrado aquel maravilloso grupo de hongos violé- ceos y amarillos, el afio pasado? Pequetas diferencias de temperatura, repentinos cambios de humedad, nuevas especies que transformaban la composicién quimica de la tierra... Tantas cosas podian haber ocurrido para que esas esporas, sencillamente, murieran, Percibfa cosas muy curiosas en los vegetales. Era una pena que en el pueblo no hubiese nadie més interesado por la boténica. Le hubiera gustado compartir su asombro por aquello que hasta donde llegaban sus conocimientos, no tenia explicacién, A menudo pensaba en esto. Porque en Crantock, Io ins6lito, lo inexplicable, parecia encontrar un lugar privilegiado. Como hombre de ciencia le re- sultaba interesante observar la singular emocién que gercia lo misterioso en la gente, y al mismo tiempo el rechazo que provocaba, especialmente en Crantock, cuando «so parecia estar tan cerca. Todos sus aitos en Crantock le habjan enseftado que no era bueno perte- necer al grupo de los que perciben cosas extrafias. —Supersticiones ~sentencié Walter Crane aquella tarde, mientras mantenfan una de sus tipicas discusio- nes, jugando ajedrez sobre la mesa de mérmol dispues- ta en uno de los extremos del parque que circundaba “Los Alerces": Uno de los productos de la ignorancia, Félix. -EI hombre comtin siempre se ha explicado lo que no entiende como puede, Walter, espiritus, ma~ gia... -el médico hizo una pausa mientras reflexiona~ ba sobre la jugada a seguir-. No sabemos mucho, ésa es la verdad. Cuando el hombre cree saber, la 83 oar error earner naeeeaAnanan | L Sergio Aguirre naturaleza se encarga de decir: ‘Aqui hay otra causa, oculta’, E] mundo es un lugar...extrafio El doctor Finn, que miraba el tablero, no percibié que Walter Crane habia desviado fugazmente la vista hacia otro lugar, cuando murmuré: —Cierto... ~Y naturalmente -prosiguié Finn, para alimentar la discusién-, ese tipo de cosas siempre acaba en ¢l viejo asunto del bien y del mal Es inevitable dijo Crane con su seguridad habi- tual~, Son las categorias necesarias para nuestra super vivencia. Seguimos siendo animales, después de todo. Ah, en ese punto tengo mis dudas. Los animales son seres simples. Maravillosos, pero simples. La natu- raleza humana, me temo, ¢s mucho més... oscura, ~Oscura...-repitié Crane, algo divertido, mientras movia una pieza~. Qué palabra més odiosa para un hombre de ciencia —Exacto, Por eso me interesa la boténica, la natu raleza en su estado puro. Atin podemos confiar en ella. En cambio, traténdose del hombre... uno nunca sabe. ‘A veces pienso que el hombre ha dejado de pertene- cer a Ja naturaleza, Walter, si es que alguna vez fue parte de ella Ahi... 2Y a donde pertenece, entonces? ~pregunts Crane, en tono irdnico. =No lo sé. Probablemente a un lugar del que no conocemos mucho -el doctor Finn hizo un silencio, y con una sonrisa agregé~: $i Benjamin estuviese aqui diria que al cielo. 84 Crane lanz6 una carcajada: ~Me inclinar‘a por el infierno, a juzgar por lo que se lee en los diatios. -Quign sabe... A lo mejor estés en lo cierto. La historia se encargé de mostrarnos que aun los grandes hombres han sido capaces de actos infernales La expresién de Crane cambié ligeramente al es- cuchar esto tiltimo, Un recuerdo, como una sombra, cruzé por su mente en ese momento, “Mi madre, que no tuvo oportunidad de estudiar historia, siempre repetia que...~antes de condluir la fra~ se, el doctor Finn se detuvo al advertir que uno de sus alfiles corria serio peligro: =No todos son lo que parecen. Fue en ese momento cuando vio acercarse al padre Benjamin. Venia cargado de paquetes envueltos en celoféin de colores. A los cuarenta aftos el padre Benjamin se habia convertido en un hombre regordete y calvo, cu- yo rostro parecia no haber envejecido, al igual que su sonrisa pura y bondadosa. “iDoctor Finn! iQué alegria verlo! -y sin que le preguntase nada, afiadié~: Aqui me ve, camino a la ¢s- cucla ien domingo! Los chicos han preparado una ker ‘esse en beneficio de la iglesia. éPuede creerlo? iY fue idea de ellos! -solt6 una exclamacién de jibilo-. Es que nos estamos preparando para el dia de la Virgen. ‘Ami me toca llevar estos regalo =Qué bien. Sergio Aguirre a las sefioras que hoy podria~ mos hacer la feria de platos por la tarde. Algo nuevo, éno? De ese modo la gente podra llevarse comida para la cena. Va a ser una verdadera fiesta popular y, ‘sabe qué? He preparado unos juegos distintos esta vez -ba- j6 un poco la vor, como si le contase un secreto- ique copié de la televisién! ~4Ah, si? Bueno, espero que todo sea un éxito, ~iClaro que sft Bien, debo irme ya porque si no todos se van a preguntar: é¥ el padre Benjamin? <¥ los regalos? ~solt6 una risa y continué su camino. Lo mismo hizo el doctor Finn y, al legar a la pla- 2a se detuvo a observar los drboles. Le parecfa exquisito el modo en que se habian dispuesto alli las diferentes especies. Nunca se cansaba de admirar aquella compo- sicién. Conseguir, segiin él, que variedades regionales y exsticas conviviesen de manera tan natural y arménica, Como si estuvieran destinadas a crecer juntas. Los gru- pos de Arboles y coniferas, cuidadosamente elegidos, se hallaban a la distancia éptima para que los contrastes, en las distintas épocas del ao, dialogasen de esa mane- ra en que las diferencias brillan y se complementan. Desde una de las esquinas de la plaza contempls las calles adoquinadas, con sus casas de piedra y te~ chos de pizarra, Los cuidados jardines, las pintorescas tiendas que se extendian por la calle principal y, como fondo, el verde profundo de los cerros. Crantock era, en verdad, un lugar hermoso, Algunos comerciantes no abandonaban la idea de AAA AAA aR | VUVUTEVevLe veue Sergio Aguirre Orson? ~Buenas tardes. El hombre entré a la casa. Pass junto a ella con paso decidido y se detuvo en el centro de la sala echando un vistazo alrededor. Era Orson Crane, el sobrino de Walter. Ain conservaba la misma expre~ stén altiva, algo desdefiosa, que le conocié cuando era un nifio: ~Puede decirle a mi tio que estoy aqui. Su tfo esté durmiendo Bien, voy a esperar a que despierte, entonces. No queremos molestarlo, éverdad? ~dijo apoyando la maleia en el suelo y senténdose en uno de los sillo- nes de la sala. Lucia permanecié de pie, en silencio. Aquella visita la tomaba por sorpresa, y se sentia algo desconcertada. Finalmente dijo: ~éDesea tomar algo? No, prosiga con sus quehaceres. De hecho. puede llevar mi valija a la habitacién de huéspedes. Lucfa miré la maleta que Orson habfa dejado al lado del sillén, pero no supo qué hacer. Ella tini- camente recibfa érdenes de Walter, o de Peter. ¥ la presencia de Orson no era bienvenida. Entonces le oy6 decir: =Vamos, equé espera? 16.00 h En los bosques la calma era absoluta, La luz del dfa ape- nas penciraba por el follaje ax hacts que, sobre aquel fondo oscu- ro, hacian resallar los claros de hierha verde y fesca haciéndolos 20 EL misterio de Crantock parecer pequefios escenarios para los insectos y las gotas de agua que atin permancian sobre los pastos. Apenas Orson entré en la habitacién vio a su tio inmavil en la cama enorme. Le parecié més vijo y en- cogido que nunca, Inmediatamente pensé que no le quedaba mucho tiempo de vida: “iTfo..! Bl anciano abrié los ojos y lo mird sin contestar, -iMe alegro tanto de verte..! Me dijeron que te es- {és recuperando. Fue nada més que un systo, éverdad? Qué hacés acé, Orson? -la voz del sefior Crane, aunque débil y seca, era dura ~Me enteré de que estabas enfermo y.. bueno, pen~ sé que debia estar aqui. Somos la tinica familia, éno? La mirada del seftor Crane permanecié fija en el techo: -Venis a ver si finalmente me mucro. -No puedes decir eso. ~Por favor -el sefior Crane levanté apenas una mano-, no me interesa escucharte ~Pero tio. El anciano continué como si no Jo hubiera es~ cuchado: ~Te voy a decir algo. He dedicado mi vida a Crantock, Este es el pueblo que fundé mi padre y los Crane somos lo que somos por Crantock, y no voy a dejar que un imbécil que no hizo nada con su vida lo eche todo a perder. Es indtil que hayas venido, No es- ‘ds en el testamento, Lo que queda de mi fortuna es de 121 Sergio Aguirre Crantock, y no podés hacer nada al respecto, Orson. Ya dejé indicaciones. Peter se hard cargo de todo Orson abrié la boca para decir algo, peto Crane continus: ~Y si te queda algo de cerebro, no creo que eso te sorprenda, ~iPero soy tu sobrino, tengo derecho..! ~A nada -lo interrumpié Crane, dando por ter minada la conversacién. Orson se veia aturdido. Apenas alcanzé a bal- bucear: ~¢Puedo... puedo pasar la noche aqui? ~Hacé lo que quieras ~dijo el sefior Crane. 1650 h Rita Tossi se sent6 en el pequefi y confortable sillén habia dispuesto para-ella,al lado de la ventana, ent la pelugueria que ahora atendia su hija, Un atague te habia dejado pavalizada la ‘itad del cuerpo, hacia unos atos, pero con el tiempo habia lo- grado recuperar parte de su motricidad, ¥ et habla por completo. Normalmente aparecia en el sal6n pasadas las cinco, pero esa tar- de estaba particularmente intrigada con el auto que habia visto pasar después del mediodia —Parecia uno de esos autos modernos. No me extrataria que sea el sobrino de Crane, Estuve pensando en eso estos dias... Con Crane enjermo esa sanguijucla debe estar prepardndose para {a herencia, ~Las herencias suelen ser algo complicado ~comenzé a de- Gir la seiora Fim, que se estaba atendiendo an ese momento. El aabuelo de mi madre, 122 F EL misterio de Crantock Ahora vamos a ver qué pasa —la interrampis ta seitora Tossi-. Conociendo a Walter Crane no creo que las cosas le resul- ten tan facile. Orson se hallaba en la biblioteca. Se pasaba los dedos por el pelo, como siempre que se sentia deses- perado. Sus manos temblaban. Se sirvié un whisky y se lo tomé de un trago. Desde chico contaba con esa fortuna. Habia crecido con la idea de que no sobrepa~ saria los treinta afios sin ser millonario. f era Orson Crane, el heredero natural de Walter Crane. Ya tenia deudas a cuenta de la herencia. ¥ acababa de enterar~ se de que no obtendria nada. Volvié a llenar su vaso y lo bebi6. Y después otro. 16.45 h EL sol baftaba las verdes laderas de los cerros y aquella luz dorada teftia todo el valle de un leve color bronce y ana- ranjado. En los campos arados podtan verse pequefios tractores que surcaban ta tierra mientras los pajaros revololeaban por detrds, remonténdose en espiraly descendiendo para buscar alimento en (a huella rec removida. Peter acababa de Hegar a la casa, Lucfa le salié al paso: ~iPeter! —Io llamé en voz baja. Por el tono de voz, Peter sospeché que algo habia sucedido. -Orson esté aqui ~dijo Luci. 125 TAPPPWAA IHD Pee TUL EEYPLLELLEYLL Eb Sergio Aguirre Un leve movimiento de cabeza reflejé la sorpresa de Peter. Después mir6 escaleras arriba: —dDonde esté?~ pregunts Peter: -En la biblioteca ~éMi padre lo ha visto? Si, hace unos momentos subié a su habitacion. Peter guardé silencio un instante, como si tratara de ordenar sus pensamientos. =Tengo que salir, pero antes voy a subir para ver si todo esté bien hizo una pausa~ Lucta, por favor: ro lo pierdas de vista. Hay cosas de valor en la casa y.. no me gustaria que ande solo por aht. Lucia asintié. Habfa escuchado muchos comenta~ rios sobre Orson y sus lios con la policia. En ese mo- mento se percat6 de.que la puerta de la biblioteca, que hacia unos momentos estaba cerrada, se hallaba apenas abierta, Se dirigié a la cocina preguntindose si aquel hombre habria escuchado a Peter. No vio cuando la puerta de la Ientamente. 1700 h La campana de la iglesia dio la hora con sus notas claras sas. Lentamente el pueblo relomaba su ritmo y ya podian verse los y bidletas por las calles y por los carninos que conducian «clas granjas, Los negocios comenzaban a abrir sus pueras,y al- sacaban sus reposeras y sillones a los jardines para gozar la tarde de verano. 0 de Crantock Alma se aprestaba a salir a ¢sa hora rumbo a “Los Aler- No lo consideraba necesario, ni siquiera oportuno, dadas las circunstancias, pero su hermana habia insistido en que visitara al sefior Crane esa misma tarde ces" Cuando Peter bajé las escaleras encontré a Orson sentado eri uno de los sillones de la sala. Orson se in- corpors casi de un salto y salié al encuentro de Peter con gesto desafiante: “iAqui esta Peter! © mejor Pedro, Pedro... cul es tu apelido? Ya no importa. Podés carbiartelo por Crane, ahora que vas a heredar la fortuna del viejo. Peter parecié a punto de contestar, pero guardé silencio. Su rostro se mantuvo imperturbable, aunque en sus ojos se leia un destello de desprecio: —Trate de no terminar todo el whisky... si eso es posible ~dijo come tinica respuesta, y sali ‘Orson se qued6 pettificado, de pie en el centro de la sala, y pensé: "Es un maldito igual que el viejo. Me~ rece lamarse Crane” ra, en las mesas del caf, frente a ta plaza, En la esq coo seis niftos que pareefan salir de una fiesta de cumpleaiios, se apresuraron a cruzar la calle con sus globos en medio de un griterto. Sergio Aguirre Peter entré a su despacho y vio un bollo de papel en el suelo. Como a su padre, esas cosas lo irritaban. Con un movimiento enérgico, se agachd para recogerlo, Los lentes se le deslizaron y en un acto instintivo traté de tomarlos con la mano, pero no hacia falta. Habfan quedado suspendidos del cordén que los sostenia a su cuello. Respiré profun- damente, Llevé una mano al cuello para tocar, sin motivo aparente, aquel cordén, Lo llevaba desde aquella noche de 1986, Records ese instante de pd- nico y alivio, al ver que los lentes habfan cafdo en el bosque. “Cuualquier accident set su padre. Eltemor a perder el control de las cosas se habia exacerbado en los tiltimos dias. Aunque no lo demos trase, se sentia intensamente angustiado, Cémo podria con todo él solo, si su padre se moria? iperdonable, decta siempre ~Supongo que ya esté al tanto de que mi tio me pidié que pase la noche aqui ~dijo Orson con una li gera sonrisa autoritaria~: éTendré que esperar mucho més para que me muestre mi habitacién? ~Sigame por favor ~contesté Lucia Subieron juntos la escalera, Al llegar a un pasillo de la planta alta doblaron a la derecha, la direccién opuesta a la habitacién del sefior Crane, Se detuvieron frente a una puerta, Era un cuarto clegantemente amue- blado. Las ventanas estaban abiertas y la maleta de Orson al lado de la cama 126 EL misterio de Crantock EI sobrino del sefior Crane recorrié la habitacién con la mirada, levantando una cxja, como si el lugar no fuese gran cosa: Espero que al menos esté limpia -Por supuesto sefior -dijo Lucia secamente. Y disponia a retirarse cuando él le dijo: ~Voy a descansar un rato. No quiero ser mo- lestado. Apenas se ceré la puerta Orson toms la maleta y la puso sobre la cama. La abrié y comenz6 a buscar algo debajo de las ropas. “Hay cosas de valor en la casa’, Aquella frase de Peter al pie de la escalera resonaba en su cabeza. ‘No me voy air de aqui con las manos vacias’, pensd. Enton- ces sacé las ganziias. No tenia tiempo que perder. Or- son recordaba que el estudio de su tio, donde sélo é podia entrar; se hallaba en los altos de la casa. Lo que fuera de valor en esa casa estaria alli. Era cuestién de esperar el momento. Soné la campanilla de la entrada Abri6 unos centimetros la puerta, y alcanzé a es- cuchar la voz de Lucia, desde la sala: -Alma... 1730 h A csa hora la sefiora Denis realizaba su caminata dia- ria. Le gustaba escuchar las risas y el rumor de las conversa- cones resonando al aire libre. En la plaza, el césped recién cor- tado despedia un leve aroma fresco y exquisito. El aroma del verano, 127 A a A A Aik ik kk Pac Pur Pou Par Par Pay Pri Pax Pac A ae Seigio Aguirre Cuando tlegé a una de las esquinas se detuvo a mirar caquella escena; las casas de piedra y el sol bastando de luz los te- jados y los cerros, que explotaban de verde antes de alzarse hacia las aliuras, siempre Blancas Lucia se detuvo a un costado de la cama: Seftor Crane, mi hermana Alma se encuentra aqui, Desea saludarlo y agradecerle por unas donaciones... Por supuesto, si es oportuno. Walter Crane parpaded, algo sorprendido por la visita. Permanecié en silencio, antes de mirar a Lucfa Ahora sus ojos reflejaban una ternura inmensa, Son rié. Era una sonrisa-nueva, una sonrisa desconocida para Lucia Extendié una mano para que ella la tomase entre las suyas, y dijo: -No, no ¢s oportuno.. Besé su mano, y sin dejar de mirarla, le dijo: -Quiero pedirte perdén.. Lucia dejé escapar un sollozo: —Walter. =No llores -la atrajo hacia sf- Quédate aqui, a mi lado, 1740 h Después de subir escaleras y recorrer un estre- cho pasillo, en los altos de la casa, Orson encontré la puerta del estudio. Sacé las ganziias, miré hacia atrds para cerciorarse de que estaba solo, y después de algunas maniobras en la cerradura, giré el pica~ porte. EL erio de Crantock “Ante él se abrié un largo corredor en penumbras, ‘Al fondo, otra puerta apenas entornada dejaba adivi- nar un recinto, iluminado por la luz del dia. Entré, y con mucho cuidado cerré la puerta que acababa ‘de forzar. Mientras sus ojos se acostumbraban a esa se- mioscuridad, escuchd un tenue correr de agua, como si algiin grifo permaneciese abierto en algin lugar, alli dentro. Camin6 lentamente, tratando de que las made- ras del piso no crujiesen bajo sus pasos. A medida que avanzaba por el corredor veia en uno de los muros, sobre largos estantes de madera, una gran cantidad de objetos muy pequefos, cuya forma no alcanzaba a distinguit. Tavo el impulso de tocarlos pero algo, tal vez. la misma oscuridad, lo hizo desistir. Ya se encon- traba préximo a la puerta entornada, cuando a través de la abertura alcanzé a ver que sobre una paréd de aquella sala se proyectaba tna sombra. Una sombra inmensa ¢ informe, Sin quitar los ojos de la sombra apoys la mano en la puerta y la empujé lentamente. 1745 h Lo primero que aparecié ante su vista fue lo que parecia una coleccién de pequefias pinzas, algunas tan finas como agujas, de formas extrafias. Estaban ordena- das sobre un carrito, como el instrumental de un ciryja~ no. Avanz6. Esperaba encontrar cualquier cosa, menos lo que vela: una curiosa mesa de proporciones enormes sostenia, en uno de sus extremos, un gran monticulo de tierra que se alzaba en medio del recinto, Los rayos 129 — == Sergio Aguirre de sol penetraban oblicuos a través de los ventanales iluminando ese inmenso cuerpo cuya sombra acababa recorténdose sobre la pared. Veia también, como hijos menores de ese mayor, otros monticulos, mas peque- os, dispuestos sobre los bordes de aquella mesada formando un gran circulo. Desde el techo, un comple- jo sistema de rieles sostenfa un grueso vidrio suspen~ dido sobre aquel espacio, que ain se hallaba fuera de su vista. Como si algo en su interior le indicase pruden- cia, se acercé lentamente a los promontorios de tierra, ‘Més alld, los ventanales mostraban el valle de Crantock bajo la luz de la tarde. €Qué eran aquellas montatias? Eso eran. “Tienen esa forma’, pensaba, cuando final- mente se asomé sobre aquel circulo y lo que vio le quit6 el aliento. Por unos segundos permanecié alli, de Pic, atontado por aquella maravilla. Y no le hizo falta rar el paisaje a través de las ventanas para darse cuenta de que se encontraba ante una réplica, incretble y perfecta, de todo el valle de Crantock, con las mon- tafias que rodeaban el pueblo y el Perimontu, el gran ce- ro, en uno de los extremos. ¥ en el centro, el pueblo. Podia ver claramente todas y cada una de las calles de Crantock, la iglesia, las casas, las granjas con sus sem= bradios, los bosques espesos, y él rfo y sus puentes, corriendo por ese acueducto que atravesaba el pueblo y desaparecia entre la vegetacién. Lo ponia en movi- miento una pequefia bomba de agua, en el mismo nacimiento del rio, que brotaba desde la base del Peri- montu, Aquel vidrio que pendia sobre la maqueta no era otra cosa que un podleroso lente de aumento, al 130 El misterio de Crantock que los rieles le permitian deslizarse en el aire. Lo fa , y lo ajusté sobre algiin punto del pueblo, al azar. Al a ra vela un jardin, y dentro de ese jardin cada a sus piedras, el césped brillante; los macizos de iow dispuestos alrededor del sendero que conducia a reda, el pequefio buzén en la entrada Atavesendo to da la imagen del lente, los cables del tendido eléctrico se mostraban nitidos, fio cada cable al poste, bajo una pequeia campana amarila, que ensefiaba la diminuta conexién. Aquella miniatura se vefa tan real, tan asom- brosamente precisa, que no le hubiera sorprendido que por esos cables corriera clectricidad. ‘Acereé su mano para tocarlos. ' ‘Tomds Muro se hallaba en la puerta de su negocio. En ee momento pensaba que cerraria mds temprano esa tarde par ir a cortarse el pelo, cuando vio que el poste de luz, frente a la casa de la esquina, se desplomaba en medio de ta calle. Qué fa pasado? fn au intento habia volteado d poste 1750h El padre Benjamin se leant de la mesa donde acababa de é ia a ta plaza, como le tomar su té de la tarde y decidié que no iria a | hhabia promutido a os nttos. Se seat abatido, Walter Crane habia sido su amigo por cuarenta ailos, y desde su conyfesin, la tarde anterior, 10 lograba destervar de su mente la impresin de que el Lo conocia, habia dejado de ex ea iuy pronto —le habta dicho. Su voz sonaba extrafia. Pero Walter, el doctor De 131 9 OPA TPP PAA? A AMMA. O.O.mid a Sergio Aguirre Es mi cuerpo y me doy cu munpid=. Por eso lamé. Como sacerdote. Una expresin de sorpresa se dibuyjé ene rostro del sacerdote Walter Crane, después de un breve silencio, dijo: Maté a un hombre, Yo maté a Juan Vega es lo que tengo que confesar. ~éQué estds diciendo...? —Digo, Benjamin, que yo maté a Juan Vega. Los ojos del sacerdote comenzaron a recorrer los distintos objetos del cuarto, como si allf puidiera encontrar alguna explicacién para lo que acababa de escuchar. Sos la nica persona a la que puedo decirselo, Esto es una confesion, Como de una pelicula vista rnucho tiempo antes, aquellas rdgenes cruzaron la mente del padre Benjamin. El rostro de Juan Vega, sus gestos violentos, la cabaita en cenizas, las palabras del comisario: "Un lamentable accidente.”, una cma en casa del sefior Crane, esa misma noche... ~Pero...do6mo? —Lo electroamt, No importa cémo. 1753 h En ese momento Orson entendié para qué ser- vian las pinzas. Atrajo el carrito hacia la mesa, tomé una, y ajuusté el lente en el centro del pueblo. Con una nitidez abrumadora aparecieron los ornamentos de la iglesia; las molduras, los relieves, la pequefia cipula con la cruz de bronce en el vértice y los apéstoles, a cada lado, con sus rostros de piedra mirando al va~ cio. A través del lente vio cémo aquel instrumento 152 que ahora veia enorme, como pinzas de una grita, se acercaba hacia una de las figuras. fos teclos de la iglesia, ta eabeza de San Pablo Apdstol git6 hacia la izquierda para desprenderse del cuerpo de piedra al {que estaba unida y se elevd hasla perderse por los aires. ‘Apoy6 la cabeza de aquella estatua en la mano. ‘A simple vista era casi invisible, apenas un grano de arena. Volvié al lente, y mientras lo hacia correr seguia observando, atin sin salir de su asombro, la incretble exactitud con que ese modelo reproducia todos y ca~ da uno de los objetos del pueblo. La idea le hizo echar la cabeza hacia atrés. Por un momento tuvo la impresion dle que si continuaba observando apareceria alguno de sus habitantes moviéndose allf mismo. 1755 h Teter observaba cémo paseaban tos vecinos por ta calle y por la plaza, Se habia asommado ala ventana de se despacho; nece- silaba omar aie fresco mientras eonsideraba si debia volver a la casa, La legada de Orson era una mala noticia *No te preoeupes, nosolrs vamos a estar bien. Es necesario que vuelvas al trebajo. Alora, més que nunca, &¢ es tu lugar’ le habia dicho su padre A Peter se le llenaron los ojos de lagrimas ar, fern las palabras de Walter Crane aquella tes de abrir la puerta de la xinica habitacién de la casa a io le estaba permitido entrar. Fasta ese dia Pater aeababa de cumplir diecséis afios, y habian regresa- do de una larga camninata por el bosque, Por primera vez su pa dre le relat los origenes de Crantock, de cuando Jeremias Crame y quel pequeito grupo de escoceses atravesaron el ovéano en busca Sergio Aguirre ga travesia a to largo del pal lc decideron establecerst, a pesar de los rane se alej6 del grupo para explorar con os puntos de la region, como era sw cos 10 se habia escondido tras las montafias tiempo que trazaba ta primera linea, aguel sonido lo distrajo. Alzé la vista y vio, a dertadistanci seo, con la forma de su dibujo, Permanecié la poderosa sensacién de que.algo le habia sido revelado, ensay6 los tiontos de o que seria la razén desu vida, Ein los dias __"Sihay algo de valor debe estar aqui Por algo el viejo lo tiene cerrado siempre bajo lave’, pensé Orson, 134 El misterio de Crantock mientras se alejaba de la maqueta y recorria el lugar en busca de algo similar a una caja fuerte, Pero ese lugar se parecia, sobre todo, a un taller, Sobre las paredes llenas de estanterfas habia herramientas de diferentes formas y tamatios, potes de pintura, cajitas cerradas que, ima- ‘gin6, contendrian otros objetos. Dentro de vitrinas, exhi- bidas como una pequefia coleccién de juguetes, veia una cantidad infinita de miniaturas, al parecer clasificadas por especies, drboles, arbustos y flores de diferentes tarna~ fios. En un rincén, cerca de la puerta, divisé un pequeio escritorio, con algunos papeles encima. Los revis6. Pare- Iculos, medidas, bosquejos, y algunas notas ma nuscritas, Tomé una, y la leyé: Peer as robles, es para ser exacto, L vez habia demasiados en esa parte del ar el desastre que produjeron los Ferraz al lado oesle, Pensé que bosque y era hora de mi Tal vee sea momento de cambiarlo,éLo podrias ver? este aifo ha decidido, por alguna estipida ra- Por favor: no olvidés controlar ta bomba del rf. Me preo- cupa que pueda sucede 71. De todos modos ‘pienso que srd mjor, para la préximna gran nevada, cambiar todo PAPA A eA OF whi TORR ROMAN a My > > 2 > > > 2 ?2 2 2 2 > > > ° io i> i? ‘> 2 > > io Sergio Aguirre No permitas que Lucfa vuelva caminando a su casa, Esta haciendo mucho frfo. No importa cudnto insista, Tu padre 18.00 h Al principio Orson miré la nota algo intrigado. Después, como si no tuviera ninguna importancia para 4, volvi6 a dejarla sobre el escritorio. Giré la cabeza para contemplar, una vez mas, la maqueta.

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