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GEraeeVEleEeWeliatel Verbo Divino Carlo Maria Martini Cardenal Arzobispo de Milan Oracion y conversion Catorce meditaciones para sacerdotes EDITORIAL VERBO DIVINO Avda. de Pamplona, 41 31200 ESTELLA (Navarra) Espafia 1994 Titulo original: Preghiera e conversione intellettuale. Traduccién: Juan Luis Herrero del Pozo. © Edizioni Piemme S.p.A. - © Editorial Verbo Divino, 1992 - Es pro- piedad - Printed in Spain - Fotocomposicin: Lente, S. A. - Impre- sién: GraphyCems, Ctra. Estella-Lodosa, Km. 6, 31264 Morentin (Navarra) - Depésito Legal: NA.: 2.004-1993. ISBN: 84 7151 959 3 Presentacién Lucas, el evangelista de la historia de la salvacién, ha reflexionado profundamente sobre el significado de la vida e itinerario de la Iglesia primitiva, en rela- cién con las lineas maestras de la economia divina. Pero la Iglesia esté Ilamada en todo momento a interrogarse, a discernir entre lo que en ella es verda- dera manifestacién de Dios y las tendencias involu- tivas o regresivas que dificultan o impiden la com- prensi6n del mundo y de la historia. El ministerio de los presbiteros precisa, por lo tanto, renovarse, encontrar continuamente y de forma nueva las palabras exactas y los gestos adecua- dos para anunciar y proponer a los hombres de hoy, apuntando al mafiana, la verdad del Evangelio. La apertura al mundo, el “aggiornamento”, la tra- duccidn de los conceptos teoldgicos en un lenguaje y en un pensamiento més comprensibles, no son, empero, suficientes. Es necesaria, al mismo tiempo, una reflexién constante, reiterada sobre la esencia distintiva del cristianismo, es decir sobre el misterio de Jestis Hijo del Padre, para profundizar y asumirlo en la propia vida, de forma que sea crefble cuando lo demos a conocer y lo irradiemos. En este cometido los sacerdotes no se encuentran solos; en realidad, en unién con su obispo recorren los viejos y nuevos caminos por los que buscan mani- festar, junto a todo el pueblo de Dios, el perenne plan escondido desde el comienzo de los siglos, revelado hoy en la plenitud de los tiempos: que Dios es Padre y que todos los hombres son, en Cristo, hermanos. A este propésito nos ha parecido util recopilar, en dos secciones, catorce meditaciones del cardenal Carlo Maria Martini, arzobispo de Milan. La selec- cién ha sido realizada por los puntos claves que se repiten insistentemente en su magisterio: la oracién y la necesidad de esa conversidn intelectual de la que nace la plena madurez cristiana. Son unos temas sobre los que vuelve con insisten- cia porque el arzobispo los considera fundamentales para los sacerdotes de hoy, Hamados a vivir en un mundo continua y répidamente cambiante en el que deberén echar mano de toda su inteligencia “para valorar los fendmenos y acontecimientos que suce- den en nuestro entorno”; en un mundo que brinda un rico mercado de filosoffas y religiones y dentro del cual es preciso saberse orientar con capacidad critica, aunque “sin perder ni siquiera un dpice de la fuerza extraordinaria del Evangelio”. En la lectura del libro, puede ser til tener pre- sente que la meditacién sobre “Ignacio de Loyola, maestro de los Ejercicios espirituales”, hace de bisa- gra entre la primera y la segunda seccién. 8 En los Ejercicios en cierto modo se condensa, para ser ofrecida a todos como ejemplar, la excepcio- nal experiencia de Ignacio que supo, entre otras cosas, conjugar con fuerza la libertad en el Espéritu con la obediencia a la Iglesia. Los Ejercicios ensefian a orar y estimulan la conversién intelectual. Tienen la forma de una Ilamada a la conversién global inte- tior de la persona, de su corazon e inteligencia, de su voluntad y libertad. Al mismo tiempo, y a través de la lectio divina, indispensable para alcanzar la ora- cién continua, nos hacen comprender cual es la anchura y largura, altura y profundidad del amor de Dios que supera todo conocimiento (cf. Ef 3,18-19). Los Ejercicios son el corazén de la Biblia, de la vida cristiana, de la accién pastoral. Aconsejamos igualmente leer la seccién segunda, en la que se perfila un camino hacia la conversion intelectual, adoptando como clave de la lectura de todos los textos el ultimo, que, al concluir precisa- mente el camino, nos ofrece una reflexién particu- larmente eficaz. Nos preguntamos, a veces, si en Europa y, en general, en el mundo, venceran los valores del espi- ritu y de la solidaridad 0 los de la indiferencia, el egofsmo y el consumismo. La respuesta —asegura el cardenal Martini— de- pendera de nuestras convicciones personales de fe y de las decisiones que en consecuencia sepamos tomar. Parte primera Sobre la oracién Una espléndida catequesis sobre la oracién El texto de Lucas 11,1-14 ntre las paginas del evangelio que el leccionario litirgico de la semana XXVII del tiempo ordina- rio brinda a nuestra meditacién, quisiera reflexionar sobre el fragmento del capitulo 11 del evangelio de Lucas, que en el versiculo 14 concluye la ensefianza sobre la oracién. Es una seccién que comprende tres pericopas: el “Padre nuestro”, la parabola del “amigo importuno”, la “eficacia de la oracidn”. Sorprendentemente el leccionario no recoge el versiculo 14 tal como se lee en la Biblia. Dice en efecto: “En aquel tiempo, después de que Jestis eché a un demonio, algunos dijeron: Echa los demonios con poder de Belzebu, el jefe de los demonios”. Pre- fiero tomar el versiculo completo: “Jestis estaba echando un demonio que era mudo, y apenas salié el demonio, el mudo habl6. La multitud se quedd admirada, pero algunos de ellos dijeron: Con poder de Belzebi...” 13 El milagro del mudo es muy importante. Situado al final de la ensefianza sobre la oracién, pretende subrayar en realidad que el mudo es todo cristiano, somos nosotros, incapaces de hablar a Dios y, por lo tanto, invitados a abrirnos a la oracidén, a invocar al “Padre”. E: i id leto del ‘adre”. Este es el sentido completo del texto evan- gélico del versfculo 1 al versiculo 14. Nosotros que nos cansamos de orar, que padece- mos una especie de mudez frente a Dios, quedamos curados por el Sefior en virtud de su poder y de su palabra. Y asf aprendemos a pronunciar el nombre de “Padre”, a vivir la oracidn incesante e insistente. Porque las palabras de Jestis se refieren no sdlo a la recitaciOn salvifica del “Padre nuestro”, sino a aque- Ila oraci6n que en otros lugares del Nuevo Testa- mento es definida como “continua”. Me limito a recordar una de tantas invitaciones: “Les propuso esta pardbola para explicarles que tenian que orar siempre y no desanimarse” (Lc 18,1). Hemos de salir, por lo tanto, del mutismo, llamar “Padre” a Dios y orar incesantemente. El punto de partida de la oracién epasemos a grandes rasgos los versiculos de Lucas. 14 “Una vez estaba Jestis orando en cierto lugar” (11,1). El punto de arranque de la oracién es la ora- cién de Jestis. Nos es posible orar porque él ora y todas nuestras oraciones estén encerradas en la suya. 7Cémo podriamos decir “Padre”, si no es en él? Es una verdad consoladora. Aunque hubiésemos abandonado un poco la oracién, la hubiésemos dejado de lado, nunca es preciso comenzar desde cero, desde el momento que Jestis ora siempre y, por consiguiente, siempre podemos sumarnos a él. Obviamente el sacerdote es un privilegiado: teniendo a diario la Eucaristfa en sus manos, es un testigo diario de la oracién de Jestis al Padre y por lo tanto une su oraci6n a la del Hijo. Orar no sélo porque Jestis ha orado o como él ha orado, sino orar en él, saber que Jestis sostiene, refuerza e impregna nuestra oracién. La peticion sobre la oracién “A, terminar (él de orar), uno de sus discfpulos le pidié ‘Sefior, enséfanos una oracién, como Juan les ensefié a sus discfpulos’” (v. 1). Esta peticion es hoy muy corriente entre la gente; la gente desea orar, mucho més de lo que nos parece, se lamenta y le humilla no saber orar. No obstante ora, como se desprende de una reciente encuesta 15 sociolégica en los Estados Unidos, el pais, dirfamos nosotros, del activismo, de la exterioridad. Resulta de la encuesta que la mayor parte de la poblacién ora de vez en cuando, se acuerda de Dios, lo invoca. No se trata de una oracién asidua, pero la gente reco- noce necesitar a Dios y quisiera aprender a orar mejor, a superar las distracciones. También a mi me han pedido que ensefie a orar. He recordado en diversas ocasiones que la iniciativa de las Escuelas de la Palabra surgié precisamente de las peticiones realizadas por algunos jévenes en mayo de 1980. Me rogaron que les ensefiara a orar por medio de ejemplos practicos a partir de la Biblia. Si no respondemos a las peticiones de la gente, se dirigirén a otros: pienso en la meditaci6n transcen- dental, en todas las formas orientales de meditacidn, en la proliferacidn de sectas que se produce porque inician a la persona a una oracién sentida, incluso vibrante, rica en cantos y en mtisica. La estructura de la oracié6n CT Iles dijo: Cuando recéis, decid: Padre, procla- mese que tti eres santo, llegue tu reinado, nuestro pan del mafiana danoslo cada dia y perdéna- nos nuestros pecados, que también nosotros perdo- namos a todo deudor nuestro; y no nos dejes ceder en la prueba” (vv. 2-4). 16 Esta instruccién sobre la oracién es uno de los puntos claves de todo el evangelio. No por casuali- dad, en el texto paralelo de Mateo, el “Padre nues- tro” esta en el centro del Sermén de la Montafia. Podemos incluso afirmar que el “Padre nuestro” resume todo el cristianismo, todo cuanto somos nosotros, lo que vivimos, todo lo que necesitamos, todo lo que nos define como hijos de Dios en camino hacia el Reino. Es una plegaria que nunca acabaremos de meditar y, cuando no sepamos orar, bastard retomar lentamente, palabra por palabra, el “Padre nuestro”. Intentemos pues captar la estructura fundamen- tal de esta oracién que abarca tres tiempos: el pri- mero es como el nacimiento de un manantial; el segundo como un surtidor que asciende a lo alto; el tercero es el surtidor que desciende regando todo el entorno. 1. El manantial se manifiesta en la palabra “Padre” y constituye, para el orante, el espfritu de filiacién. Desde el momento que vivir como hijos significa vivir el Bautismo, en esta oracidn nos es dado vivir al maximo nuestro Bautismo. El espiritu filial es la raiz de toda oracién, es la actitud basica y mds importante, porque la vida eterna consiste en la explicitacién de ser hijos de Dios. Observad que en el “Padre nuestro” podemos repetir la palabra “Padre” a cada invocacidn: Padre, venga tu Reinado; Padre, hagase tu voluntad; Padre, 17 perdona nuestros pecados; Padre, lfbranos de las ten- taciones. 2. El segundo tiempo esta constituido precisa- mente por las invocaciones que brotan hacia lo alto, como un surtidor, que se dirigen a Dios con el pro- nombre en segunda persona: “Venga tu Reinado, sea santificado tu nombre”. Por la fuerza del Espiritu Santo el alma redimida, bautizada, se alza hacia el Padre. 3. El tercer tiempo es el descenso sobre la tierra de esa fuente espiritual, de ese chorro potente de Espiritu Santo que nos empuja hacia arriba. El des- censo sobre la tierra, es decir sobre nosotros que estamos hambrientos, que tenemos necesidad de perdén, que debemos perdonarnos unos a otros, que estamos tentados como seres débiles y fragiles. De esta forma la oracién nos asume en toda la verdad de nuestro ser: Sefior, no permitas que caiga en la tentacién. Ta ves cémo estoy tentado, abru- mado, desmoralizado, perezoso; Iibrame de todo lo que me impide tener confianza en ti, de contem- plarte y amarte como Padre. Esta estructura de la oracidn corresponde a las dos definiciones cldsicas que hemos estudiado: la ora- cién es “elevatio mentis in Deum” y también “peti- tio decentium a Deo”. El primero y segundo momento del “Padre nues- tro” son “elevatio mentis in Deum”; el tercero es 18 “petitio decentium”, expresién de nuestras necesida- des corporales y espirituales, del cansancio de nues- tra vida de discipulos. La insistencia en la oracién &S uponed que uno de vosotros tiene un amigo que llega a mitad de la noche diciendo: Amigo, préstame tres panes, que un amigo mio ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle; y que, desde dentro, el otro le responde: Déjame en paz; la puerta est4 ya cerrada, los nifios y yo estamos acosta- dos; no puedo levantarme a dartelos. Os digo que acabaré por levantarse y darle lo que necesita, si no por ser amigos, al menos para librarse de su insisten- cia” (11,5-8). Jestis nos hace dar un paso adelante. No nos dice s6lo que oremos como hijos, pidiendo con humildad lo que necesitamos, sino que nos invita a insistir. Y pienso que es la ensefianza que mas nos urge. Todos los detalles de esta breve parabola muestran la situa- cién real de los creyentes que se cansan de vivir la oracién continua. — Observemos, por ejemplo, la expresién “a mitad de la noche”, es decir el tiempo en que estamos can- sados y queremos dormir. Precisamente en ese momento un amigo llega de 19 un largo viaje y tenemos la tentacidn de no aco- gerlo, de no abrirle la puerta, porque en realidad nos incordia. No obstante queremos cumplir con los deberes de la hospitalidad y, al no tener nada de comer que ofrecerle, nos armamos de valor y vamos a llamar a la puerta de otro amigo. Jestis nos dice: Aunque estéis cansados, insistid en pedir. La situaci6n descrita es la del pastor, de la per- sona que a menudo debe aportar a los demas el ali- mento espiritual, pero que se encuentra cansado, no dispone del alimento espiritual que le piden. Mas la insistencia de los demas es grande y entonces el pas- tor se decide a pedir al Sefior, a orar. Obviamente quien se dirige a un amigo a mitad de la noche, lo hace con esfuerzo, sin demasiada seguridad; pero lo hace. No os dejéis desbordar por el desaliento —nos ensefia Jestis—, caminad, pues, insistid de todos modos. — El amigo entonces va y llama a la puerta; extra- fiamente la respuesta no es buena y tiene que seguir Hamando. Es penoso insistir como es penoso conti- nuar pidiendo al Sefior. Cuando nuestra oracién queda en apariencia desofda, nos imaginamos que Dios esta un poco sordo, y experimentamos el emba- razo de la persona que se encuentra fuera en la espe- ranza de que el otro se mueva, que le abra la puerta. 20 Cuanto mas tiempo transcurre, mas perdemos la confianza en Dios. Pero Jestis nos repite: sigue pidiendo, porque el mismo hecho de pedir es ya una gracia, el pedir te convierte ya en hijo, el pedir es ya ser escuchado; si no olvidas esta oracién aunque sea material, pobre, repetitiva, llegards a ser misteriosamente hijo y reci- birds también el pan para alimentar a los otros, aun- que te encuentres cansado, en aridez, en pobreza. No se trata, en este texto, de una oraci6n facil, tranquila, gozosa, que alimenta, sino de una oracién sufriente. Sin embargo, por medio de ella nos da Dios el pan verdadero, es decir la conciencia de nuestra condicién filial, el don de vivir abandonados en el Padre, con la certeza de que nunca nos dejar jamds solos. Pero surge espontaneamente un interrogante: Por qué tiene Dios necesidad de nuestra insisten- cia?, jno sabe él mismo, antes que nosotros, lo que necesitamos? En realidad somos nosotros quienes, orando con insistencia, nos purificamos y, al pasar por la humil- dad de reconocer que no sabemos orar, nos hacemos hijos. El Sefior tiene el mayor interés en esta ensefianza sobre la oracién continua, de la que nace la perseve- rancia en el ministerio y en las labores y fatigas coti- dianas del servicio. El hecho de insistir en la oracién 21 sostiene y transforma la jornada entera, la vida entera. La confianza “ P edid y se os dard, buscad y hallaréis, llamad y os abriran, porque todo el que pide recibe, el que busca encuentra, y al que llama le abren” (vv. 9-10). Y también: “;Quién de vosotros que sea padre, si su hijo le pide pescado, en vez de pescado le va a ofrecer una culebra?; y si le pide un huevo, jle va a ofrecer un alacrén? Pues si vosotros, malos como sois, sabéis dar cosas buenas a vuestros nifios, jcudnto mas vuestro Padre del cielo dara el Espiritu Santo a los que se lo piden?” (vv. 11-13). Por lo tanto, confianza total en la oracin, certeza de conseguir el Espiritu Santo. Este es el don por excelencia. Nosotros, como advierte san Pablo, no sabemos bien qué pedir, no conocemos muy bien qué es el don del Espiritu Santo, pero lo obtenemos. En realidad, es el espiritu filial, es la presencia de la fuerza de Dios en nosotros, es la misma capacidad de perseverar en la fe drida y en la oracién desnuda, sin consolacién. El Espiritu es una fuerza que no llega por un simple momento de feliz esfuerzo de nuestra mente o de nuestro cuerpo; es una fuerza de arriba que nos permite la perseverancia, nos da la posibili- dad de crecer y purificarnos en la filiacion divina. 22 Conclusién T odos los cristianos, incluidos los monjes, los eremitas, deben aprender a vivir esta oracién insistente, continua, incesante; deben aprender a pedir en la certeza confiada de que obtendran el don del Espiritu, el don que les hard crecer y llegar a ser cada vez mas plenamente hijos de Dios. Cuando, a veces, pensamos en la vida mondstica, nos fijamos con agrado en los cantos, en las liturgias prolongadas, en toda esa atmédsfera que se respira en los conventos. Sin embargo, el que entra ahi pronto advierte que es un camino durfsimo y que si uno no se esfuerza en entregarse a una fuerte purificacién interior, no puede resistir; pero si se entrega a ella, la persona se va transformando poco a poco. Lo que los monjes viven de manera extrema expresa el esfuerzo de todos los demas, el esfuerzo de insistir en la oracion pese a la aridez, la oscuridad, la soledad, ahi donde la oracidn llega a ser realmente algo divino, un don suscitado por el Espiritu Santo. EI fruto de toda la exhortacién sobre la oracién, del capitulo 11 de Lucas, es el mudo que habla. El demonio ahoga en nosotros la oracién, nos impide orar, nos hace creer que no sirve de nada, que existen cosas mds importantes que hacer. Jestis, con la curacién del mudo, vence al demonio y fa oracién 23 se hace posible. Se hace posible y acompafia nuestro servicio ministerial, tiende a hacerse continua segtin las ensefianzas transmitidas por el Nuevo Testa- mento y por los Padres de la Iglesia, impregna la vida entera. Meditaci6n a los sacerdotes del arciprestazgo de Paderno Dugnano 11.10.1991 24 Oraci6n continua y conciencia misionera El lavoratorio de los pies L a materia de esta reflexién que hago con voso- tros me la ofrece el pasaje del capitulo 13 del evangelio de Juan, que insiste vehementemente en la conciencia que tiene Jestis de su mision, podria- mos decir en la conciencia madura contrapuesta a la conciencia imperfecta, todavia balbuciente, fragil atin, de Pedro. Jestis se esfuerza, con gestos y palabras, en alentar la conciencia imperfecta de Pedro, aunque advierte que habrdé de continuar ayuddndole hasta el momento de la cruz, incluso hasta la resurrecci6n: “Lo que yo estoy haciendo no lo entiendes ahora; lo comprenderds mds tarde” (Jn 13,7). No se hace ilu- siones sobre la forma como Pedro va a recibir y entender los gestos que realiza y las palabras que pro- nuncia durante el lavatorio de los pies, pero sabe que no serd en vano. De inmediato interpreto la relacién existente entre Jestis y Pedro como la relacién entre Jestis y vosotros (es Jestis quien quiere alimentar vuestra conciencia misionera), o la relacién entre vosotros y 25 los muchachos y muchachas de vuestra parroquia (vosotros estdis Ilamados a alimentar, a reconfortar su conciencia evangelizadora, apostdlica, misio- nera). Es, por consiguiente, util releer con atencién el pasaje joaneo distinguiendo en él tres tiempos: —la conciencia perfecta de Jestis; —la conciencia imperfecta de Pedro (que es aco- gida y trabajada con amor por Jestis, que no se mofa de ella ni la desprecia); —cémo somos nosotros Hamados a cultivar nues- tra conciencia y la de los otros. Me limitaré a profundizar con vosotros en el pri- mer tiempo, confidndoos la meditacién de los otros dos. La conciencia perfecta de Jestis sobre su misién | “Era antes de Pascua. Sabia Jestis que habia Ile- + gado para él la hora de pasar de este mundo al Padre” (Jn 13,1); “Estaban cenando... Jestis, sabiendo que el Padre le habfa puesto todo en su mano (Jn 13,2-3). Podrfamos traducir “sabia” 0 “sabiendo” de modo mas amplio: siendo Jestis perfectamente consciente. 26 Se contrapone a este conocimiento el no saber, el no entender de Pedro, el no tener conciencia ni de la misi6n de Jestis ni de la importancia del momento ni de la responsabilidad que esta viviendo ni de lo que Jesvis esta haciendo: “No lo entiendes”, le dice el Sefior. Y este “no entiendes” llega incluso a consti- tuir una amenaza: mira que corres el peligro de no tener parte conmigo si crees no tener necesidad de que te lave los pies; primero no entiendes nada, luego entiendes demasiado (jno sdlo los pies, Sefior, sino hasta las manos y la cabeza!). Jestis se esfuerza, pues, en afinar, en acrisolar la conciencia del apdés- tol. Y, a partir de Pedro, trabaja la conciencia de los once restantes: “;Comprendéis lo que he hecho con vosotros?” (Jn 13,12), jsois conscientes de lo que sig- nifica lo que estoy haciendo con vosotros? Todo el pasaje es un tejido de relaciones entre diferentes conciencias y responsabilidades; el Seftor intenta transvasar la conciencia de su misién en la conciencia inmadura de los apéstoles reafirmandola, confortandola, sosteniéndola, clarificandola con extrema paciencia, sin alarmarse por los fracasos, sin prisas, porque se trata de un proceso lento. 2. Detengémonos més directamente en el cono- cimiento 0 conciencia de Jestis. Ante todo, a propé- sito del tiempo: “Era antes de Pascua”, fiesta que 27 constituye el punto culminante del evangelio segin san Juan, anunciado desde el comienzo, y constituye, por consiguiente, como el momento de la definitiva manifestacion al mundo de la conciencia que Jestis tiene de sf mismo. “Sabiendo”. {Qué es lo que Jestis sabe? Lo que en el presente le corresponde, lo que habia hecho en el pasado, lo que le correspondfa realizar en el futuro. Asf se articula su plena consciencia. En el presente, “habfa Ilegado para él la hora de pasar de este mundo al Padre”; la hora de la que habja dicho a su Madre, en Cand, que no habia Ile- gado todavia. Conciencia, por lo tanto, de que la hora es inminente, que se trata del paso al Padre y que este paso forma parte de su misién. Conciencia del pasado: ha amado a los suyos que vivian en el mundo. Jestis es perfectamente cons- ciente de todo su itinerario que ha sido un camino de don, de amor. “Los amé hasta el extremo” es la conciencia del futuro; es lo que le queda por cumplir. Semejante conciencia, podriamos llamar horizon- tal, de Jestis (presente, pasado, futuro) se define pos- teriormente en sentido vertical. En primer lugar, una anotaci6n circunstancial: “Estaban cenando. El diablo le habia metido ya en la cabeza a Judas, hijo de Simén Iscariote, entregar a Jestis” (Jn 13,2). Esta cena ultima tan ansiada por él 28 se convierte en la circunstancia dramatica, perturba- dora, de la presencia de un traidor, de alguien que le esté dando una pufialada por la espalda. Esto nos permite comprender cémo la conciencia no es fruto tinicamente de circunstancias positivas y apacibles; con frecuencia, incluso, surge en medio de circuns- tancias dramaticas, en las que nos encontramos enfrentados a nuestro arduo y dificil destino. En este momento, la conciencia que habfamos llamado vertical consiste en el hecho de que todo le viene del Padre y que el Padre “le ha puesto todo en su mano” (Jn 13,3). Se trata de una relacién de dependencia del Padre y al mismo tiempo de poder recibido del Padre: una relacién filial como obedien- cia y filial como poder, riqueza, heredad recibida. Su conciencia vertical tiene también una figura parabdlica: “Que habia venido de Dios y a Dios vol- via” (Jn 13,3); su misidén desciende de lo alto y a lo alto retorna. Jestis no se sittia s6lo en relacién a lo inmediato del mundo, sino en relacién al mundo de Dios, y no de una forma estatica (todo lo he reci- bido, Padre, de ti), porque viene del Padre y al Padre vuelve. En esta conciencia radica la fuerza de Jestis, su postura inconmovible, su capacidad de reordenar todos los factores de perturbacién, de malestar, de incomprensi6n, incluso de traicién que le rodean, en una palabra, todo cuanto intenta amarrarlo, compri- mirlo, todas las observaciones mundanas escépticas, pesimistas que le circundan y en las que corre el 29 riesgo (como cada uno de nosotros) de quedar ane- gado. En cada uno de nosotros la conciencia de la misién corre peligro de quedar anegada en un mar de escepti- cismo, de banalidad, de consideraciones de corto alcance, de pequefias oposiciones que nos hacen per- der de vista ese gran entramado en el que tinicamente podemos encontrar fuerza, albergar grandes deseos, entusiasmos. Cuando este entramado (que es la con- ciencia, el entramado mental o el horizonte de nues- tra operatividad) se empequefiece y queda invadido por las aguas de esta tierra, por las aguas residuales y turbias de tantas amarguras, malevolencias, fracasos y miedos, nuestra conciencia evangelizadora, misionera acaba sofocada, sin lograr manifestarse. Es el caso de la conciencia de Pedro que razona torpemente, aunque piense que razona, que efecttia razonamientos hasta religiosos o pastorales. Tantos razonamientos [lamados religiosos o pastorales, socioldégicos y, con mucho mayor motivo, tantos razonamientos impulsados por el miedo, la descon- fianza, son fruto de una conciencia débil, de un entramado mezquino, limitado. Jestis, en cambio, se mueve en un entramado de grandes horizontes en el que tiene por lo tanto gran- des posibilidades de recuperacién porque encaja y asimila las oposiciones que lo asedian. Jestis logra neutralizar y reciclar todas las circunstancias trivia- les de la vida gracias al entramado en que se mueve. 30 Cémo Jestis integra el acontecimiento bautismal en los hechos cotidianos N os preguntamos entonces: jcémo se construye esta conciencia amplia, este conocimiento res- ponsable horizontal y vertical, abierto, de vastos horizontes, dentro del cual nos es dado neutralizar, asumir e incorporar todo lo que, a lo largo del dia, nos cae encima en cuanto a suciedades, mezquinda- des, incluso pequefieces propias, nerviosismo, can- sancio?, jcdmo es posible tal horizonte? Jestis posefa este horizonte en la filiacién, en el hecho de sentirse Hijo del Padre y contemplar al Padre. Y sin embargo, constatamos que no se trata de algo adquirido desde el comienzo de su vida, no lo posefa como un horizonte obvio del que no es ya menester desentenderse. Jestis se preocupa de inte- grarlo, a partir del bautismo (“Ta eres mi Hijo, a quien yo quiero, mi predilecto”: cf. Mt 3,17), en su corporeidad. El lo va asimilando penosamente para darnos a entender que también nosotros, a quienes este hori- zonte es conferido en los Sacramentos, hemos de realizar una integracién costosa en la corporeidad cotidiana; este horizonte se da en nosotros, dirfamos, en potencia, pero de hecho se encuentra continua- mente amenazado, empequefiecido, sofocado por los asaltos de la cotidianidad. 31 jCémo realiza Jestis el hecho de integracién del horizonte bautismal en su cotidianidad? os aseguran los evangelios que después de haber recibido el bautismo en oracién y de haberlo prolongado con cuarenta dias de oracién, Jestis reactualiza este evento continuamente en las largas oraciones nocturnas y en esa practica de la oracién continua que percibimos aqui y allf en sus comportamientos (pensamos, por ejemplo, en su facilidad de invocar al Padre). Jestis nos ensefia la oracién precisamente como indicacién de lo que es la vida cristiana: “Para explicarles que tenfan que orar siempre y no desanimarse, les propuso esta para- bola” (Le 18,1). En definitiva, ensefiaba lo que él mismo practicaba, es decir que podemos afirmar que vivia la oracién continua. No es casual que Pablo, que habia captado perfec- tamente las palabras de Jestis, recomendase a todos los cristianos, desde su primera carta, la mds antigua, el “orar constantemente y dar gracias en toda cir- cunstancia” (1 Tes 5,17-18), expresando con ello los dos momentos de la oracién continua: la peticién y la accidn de gracias. Peticién y accién de gracias son el modo de expli- citar nuestra conciencia filial reforzandola: “Padre, para ti todo es posible”, y también: “Te doy gracias, Padre, porque me escuchas siempre”. 32 Esta es la oraci6n continua que corresponde a la gracia bautismal y que, vivida en la cotidianidad, hace penetrar el entramado bautismal en lo fntimo de la conciencia. Por lo cual la amplitud de ese entramado bautismal, que nos es conferido en comu- nién con el misterio de Jestis muerto y resucitado, no resulta un horizonte imposible, fuera de nuestro alcance, sino que se hace experiencia vivida a través de todas las realidades de la vida cristiana, en parti- cular, a través precisamente de la oracién continua de peticién y de accion de gracias. Entre las dos formas de oraci6n, el evangelio parece insistir en la primera, la de peticién, de inter- cesiOn, stiplica, invocacién. Se llama de “stiplica” porque arranca de la conciencia de una grave necesi- dad. Parte de la conciencia de nuestra fragilidad, de nuestra debilidad, del no tener “el pan” que dar a los demas. Recordemos la parabola del amigo impor- tuno (Le 11,5s): llega un amigo de noche, y no tengo nada para darle de comer, porque soy pobre y no tengo pan ni para mf ni para los otros. La rela- cidén evangelizadora pone de relieve nuestra indigen- cia: crefa tener algo, mas cuando de improviso llega el amigo, no sé qué hacer y tengo entonces que recu- rrir a otro amigo para que me preste tres panes. Jestis quiere que esta oracidén Ilegue a ser real- mente humilde e incesante: el amigo importunado, que se resiste a salir de la cama, acaba haciéndolo por la insistencia del otro. Asf es la oracién que Jestis 33 nos inculca, asi es la oracién apostolica, la que hago no sélo por mf sino por el otro: ambos debemos comer el pan el Reino, el pan de la verdad, pero no lo tenemos. Danoslo, Sefior, no nos dejes sin pan, no defraudes nuestra espera. En esta peticién insistente, obtenemos ya lo que pedimos, porque con ella se purifica en nosotros el espiritu filial, el sentido de la dependencia, el sen- tido de la confianza, del abandono. Este es el nticleo de la conciencia misionera: no se trata de que yo tenga una riqueza y te la comuni- que, sino del hecho de que, juntos, pidamos el pan al Padre. Una oracién semejante sabe asumir y purificar todos los sentimientos de incapacidad, de cansancio, de desilusién, de desconsuelo que experimentamos en el servicio de la evangelizacién. Porque no los niega ni los aparta como si fueran sentimientos que no nos honran, sino que alimenta en nosotros el espfritu de abandono, permitiéndonos asf reconocer lo que recibimos. Es una oracién que alberga grandes deseos: pide efectivamente el pan del Espiritu para mi y para los demas, pide la gracia sobreabundante, la santidad. Por ello es ardiente e incesante. Y si aprendemos, de hecho, a decir “nosotros” en la oracidn, a incorporar a todas las personas con las que nos hemos encontrado, a las que nos encontra- remos, a las que nos han sido confiadas, a las que 34 quisiéramos llegar, entonces crece en nosotros la conciencia de venir del Padre, de que todo proviene de él, que todo le es debido a él y a él retorna; noso- tros estamos en la tierra para los hermanos, para amarlos, para dar la vida por ellos pidiendo la fuerza al Padre celeste. Para crecer e integrar en nuestra corporeidad la conciencia misionera, filial, evangelizadora, no sir- ven, por consiguiente, las reflexiones abstractas. Es necesaria la oracién incesante que se extiende desde la mafiana hasta la noche y desde la noche hasta la mafiana. No podemos dar nada més a los hermanos. Les podemos comunicar no tanto la conciencia filial —jes Dios quien la comunica!— cuanto, més bien, el testimonio de la importancia que le atribuimos en la vida y de lo mucho que la deseamos para nosotros y para los demas; un deseo que se nutre del esfuerzo y de las l4grimas de la oracién. Esta oracién es transformante, porque transfigura las debilidades, las incapacidades, los pequefios fallos apostolicos, las inquietudes en carbén ardiente de espiritu filial, convirtiéndonos en seres verdadera- mente evangélicos. ;Podemos ser algo mas grande que hijos del Padre?, jpodemos dar testimonio de algo mas importante que de su paternidad? Jestis, en los evangelios (lo subraya sobre todo Juan), no ha hecho mas que repetir que somos hijos del Padre, que recibimos todo de él, que nos debe- mos fiar de él, que de él venimos y a él vamos, que es 35 preciso que los suyos estén con él. El apostolado de Jestis segiin Juan es precisamente la revelacién de su condicién filial y el esfuerzo por encerrar en este espiritu filial a los que ama; un espfritu y condicién filiales alimentados concretamente en la oracién. Ya sabéis que la Iglesia oriental ha formulado la practica de la oracién continua en el famoso relato de un peregrino ruso, pero esta practica se remonta a los orfgenes de la Iglesia, a los textos del Nuevo Tes- tamento. El peregrino ruso logra encontrar lo que no cesa de preguntarse: jqué quiere decir la Escritura cuando afirma que es preciso orar siempre? Poco a poco, comenzando a orar, lo va entendiendo cada dia mejor. Sobre todo cuando oramos en una perspectiva pastoral, evangelizadora, misionera, vamos enten- diendo lo que verdaderamente cuenta y vale: cuenta y vale la filiacion, el ser hijos, los anhelos de que los demas participen en nuestra forma de orar y de ser hijos, para que aprendan a disfrutar, como nosotros, del gozo de la filiacion y la vivan. Conclusién } | e puesto de relieve algunas reflexiones sobre la conciencia poderosa de Jestis y sobre una de las fuentes de que se alimenta. Podréis, en vuestra meditacién personal, pregun- 36 taros cémo esta conciencia fuerte se sitta frente a la conciencia débil de Pedro, que no ha orado, que no sabe orar, que no se encuentra preparado para afron- tar momentos dificiles, que se queda sorprendido por los acontecimientos, sumergido en la laboriosa coti- dianidad. Podréis aprender cémo Jestis pacientemente, suftiendo y orando por Pedro, lo eva a preguntarse, a adquirir una conciencia filial, aunque no suceda esto inmediatamente, sino mediante la stiplica ince- sante de Jestis al Padre en ta confianza absoluta de lo que el Padre mismo opera en Pedro. Situemos nuestro itinerario de evangelizadores en esta perspectiva. Especialmente, en el préximo verano, cuando todos tengamos las ocasiones de dispersidn y distrac- cidn, no olvidemos a aquellos que nos han sido con- fiados y encerremos en nuestra oracidn todo lo que forma parte, de alguna manera, de nuestra concien- cia misionera: los otros jvenes del arziprestazgo, los muchachos de la posconfirmaci6n, los adolescentes, el oratorio, la Accién Catdlica, la pastoral vocacio- nal. Recomiendo en particular la oracién continua en la carta “Levdntate y vete a Ninive, la ciudad grande”, por aquellos lugares donde es mas necesaria, donde el Getsemani de Jestis se renueva de modo particu- lar: las grandes ciudades, las grandes metrépolis, esas 37 bandas de jévenes que llenan las discotecas. Incor- porémoslos a todos ellos en nuestra oracién ince- sante. Asi caeremos en la cuenta sobre todo de que nosotros estamos creciendo en la fe, en la filiacidn, en la creatividad, en la alegrfa, en la constancia, uniendo nuestra intercesién a la stplica continua de Jestis y a la oracién del Espiritu Santo por los santos. Creciendo en la fe, crecemos realmente en la con- ciencia bautismal, que es la rafz de todos los demas dones cristianos. Meditacién a los responsables de la pastoral juvenil Milén, 1.6.1991 38 La naturaleza misteriosa de la oracién Introduccién e ha impresionado sobremanera la primera lectura de la misa de hoy, miércoles de la semana XXX del tiempo ordinario, en particular donde se dice: “Ademas, precisamente el Espiritu acude en auxilio de nuestra debilidad: nosotros no sabemos a ciencia cierta lo que debemos pedir, pero el Espiritu en persona intercede por nosotros con gemidos sin palabras; y aquel que escruta el coraz6n conoce la intencién del Espiritu, porque éste inter- cede por los consagrados como Dios quiere” (Rom 8,26-27). Es un pasaje que me ha fascinado siempre, ha des- pertado mi curiosidad e incluso mi inquietud, por- que no es facil de explicar, en la medida en que se refiere a la naturaleza misteriosa de nuestra oracidn. En nuestra reflexi6n nos puede ayudar la explicacién que da Agustin de las palabras de san Pablo. En la “Carta a Proba” —que se recoge en el oficio de lecturas de la semana XXV y XXVI del tiempo ordinario—, el obispo de Hipona responde a la pre- punta: {Qué quiere decir orar? 39 A propésito de los versiculos 26 y 27 de la Carta a los Romanos presenta una objecion bdsica: {Qué sig- nifica que el Espiritu intercede por los creyentes? Y responde: “No hemos de entender esto en el sentido de que el Espiritu Santo de Dios, que es en la Trinidad Dios inmortal y un solo Dios con el Padre y con el Hijo, interceda por los santos como quien no es lo que realmente es, es decir Dios” (Carta a Proba 130, 14,27-15,28: CSEL 44,71-73). Por lo tanto, si san Pablo parece no encontrar dificultad en afirmar que el Espiritu Santo, es decir Dios, ore a Dios, nosotros en cambio la tenemos, desde el punto de vista de la teologia. Podemos entender que el Hijo, en cuanto hecho came en Jestis, ore al Padre; pero el Espiritu, j¢6mo puede orar al Padre? Ademés de este problema dogmiatico, afrontado por Agustin, esta luego todo el problema de la ora- cién consciente e inconsciente, de la oracidn de la que nos damos mds 0 menos cuenta, y por lo tanto el pasaje de la Carta a los Romanos constituye una puerta muy interesante para obligarnos a penetrar en este mundo inmenso. Quisiera intentar abrir al menos un poco esta puerta comenzando por poner dos premisas, reto- mando luego la expresidn: el Espiritu intercede, ora, gime por nosotros. 40 Las dos definiciones de la oracién n una primera premisa me detengo en las dos definiciones tradicionales de la oraci6n, que no parecen andar muy de acuerdo. — La oracién es elevatio mentis in Deum, una eleva- cidn de la mente a Dios. Esto alude sobre todo a la oracién de alabanza, de agradecimiento, de exalta- cién, que es la que encontramos magnificamente expresada en el cAntico de Maria: “Mi alma engran- dece al Seftor y se alegra mi espiritu en Dios mi salva- dor”. O, también, en la recitacién del Padre nuestro, cuando decimos: “que estas en los cielos”, palabras que indican la elevacién de los ojos, la dimensién ver- tical de la oracién, que surge de abajo hacia arriba. ~ La otra definicién es petitio decentium a Deo, que es probablemente complementaria de la anterior. El ruego a Dios de lo que es conveniente es una oracién que se expresa sobre todo en la stiplica en la peti- cién, en la imploracién. Si casi la mitad de los Sal- mos son de alabanza y de exaltacién, la otra mitad son de peticién, de stiplica, de imploracién de per- don. Asf también el Padre nuestro, si en su primera parte es elevatio mentis in Deum, en la segunda parte es petitio, stiplica de cosas convenientes (el pan, la liberacién de la tentacién, el perdén). Igualmente el Avemaria comienza con la elevacién de la mente a Marfa y a Jestis y después se hace stiplica de interce- sién por nosotros pecadores. 41 Se dan, por lo tanto, dos lineas que se entrecru- zan, una horizontal y otra vertical, que constituyen conjuntamente la oracién cristiana. Puede entonces ser util, hablando de la oracién, poner de relieve tanto uno como otro elemento, que se alternan incluso en nuestra existencia: a veces nos sentimos més inclinados a elevar el espiritu a Dios (en el pre- facio de la misa, por ejemplo) y en otros momentos a la petitio decentium a Deo (como en las oraciones de la misa). iDe qué forma se realiza este segundo elemento de la oraci6n, que es la stiplica de cosas convenien- tes? Escribe san Agustin en la Carta a Proba: “La oracién consiste en llamar a la puerta de Dios e invocarlo con insistente y devoto ardor de corazon. El deber de la oracién se cumple mejor con gemidos que con palabras, mejor con lagrimas que con discursos. Dios, en efecto, ‘recoge nuestras lagrimas en su odre’ (Salmo 55,9), y nuestros gemi- dos no quedan olvidados (cf. Salmo 37,10) por él, que ha creado todo por medio de su Palabra, y que no busca las palabras de los hombres” (130,9,18- 10,20: CSEL 44,60-63). Esto nos recuerda la palabra de Jestis: Cuando oréis, no penséis que seréis escuchados mediante vuestro mucho orar, porque el Padre sabe perfecta- mente lo que necesitdis. Sin embargo, el mismo 42 Jestis nos ensefia a expresar nuestras necesidades. Mas no tanto —dice Agustin— por medio de la multi- plicacién de las palabras en si, cuanto por una abun- dancia que exprese el gemido del creyente. Asi nos encontramos ante la nocién de “gemido” que volve- mos a encontrar en la pagina de san Pablo. Como conclusién, la oracién de stiplica debe bro- tar del corazén, no se ha de hacer superficialmente, tiene que ser un gemido, un deseo profundo. Gemir, en efecto, significa anhelar algo de lo que se tiene gran necesidad; incluso fisicamente, el gemido es la expresion del que, falto de aire, busca aspirarlo. Qué es conveniente pedir en la oracién na segunda premisa, limitandose a la oracién de peticidn: ;qué debemos pedir? La formula patristica dice: decentium, cosas convenientes. Aqui comienza la dificultad: jqué es lo que nos conviene? Porque Dios no nos da lo que no nos conviene, aun- que se lo pidamos. No por casualidad concluye Mateo la reflexién sobre la oracién con estas pala- bras: “jcuanto més vuestro Padre del cielo dara cosas buenas a los que se las piden!”, es decir, cosas que convengan (Mt 7,11). Pablo nos ensefia que nosotros no sabemos lo que nos conviene (“Ni siquiera sabemos lo que es opor- 43 tuno pedir”), por consiguiente, debemos instruirnos sobre las cosas convenientes para poder orar bien. Los Padres insisten sobre todo en una cosa conve- niente, que expresan en una sola palabra, bien clara en la Carta a Proba: “Cuando oramos, nunca debemos perdernos en tantas consideraciones, intentando saber lo que hemos de pedir y temiendo no conseguir orar como nos conviene. Por qué no decir més bien con el salmista: ‘Una cosa pido al Sefior y es lo que busco: habitar en la casa del Sefior toda mi vida, contem- plar la belleza del Sefior examinando su templo’ (Sal 26,4)” Y Agustin especifica: se trata de la “vita beata” (130, 8,15. 17-9, 18: CSEL 44,56-57. 59-60). Esta formula sintética tiene la ventaja de una larga tradi- cién filoséfica: arranca de Aristdteles, es retomada por el estoicismo, reaparece en Cicerén y es utilizada por Ambrosio. La tinica cosa que debemos pedir, el nico objeto fundamental de la stiplica es la “vita beata”, la vida feliz. Prosigue la Carta a Proba: “Para conseguir esta vita beata, la misma verda- dera Vida en persona nos ha ensefiado a orar, no con muchas palabras, como si por ello fuésemos a ser mejor escuchados cuanto més prolijos seamos (...). Puede parecer extrafio que Dios nos ordene hacerle peticiones cuando é1 conoce, antes de que 44 se lo pidamos, lo que necesitamos. Debemos, sin embargo, considerar que a él no le importa tanto la manifestacién de nuestros deseos, cosa que él conoce perfectamente, sino més bien que estos deseos se reaviven en nosotros mediante la stiplica para que podamos obtener lo que él est ya dis- puesto a concedernos (...). El don es, en verdad, tan grande que jams ojo alguno vio, porque no tiene color, ni ofdo alguno oy6, porque no suena, ni coraz6n humano pudo concebir, porque es ahi donde debe entrar el corazén del hombre (...). Por ello, {qué otra cosa quieren decir las palabras del Apostol ‘Orad incesantemente’ (1 Tes 5,17) sino esto: desead, sin cansaros, que el Gnico que os lo puede conceder algo mas, os dé esa ‘vita beata’ que nada valdria si no fuese eterna?” La peticién que Dios escucha siempre, la siplica que es objeto de gemidos es la plenitud de la vida, la vida eterna. Cualquier peticién que no esta orientada a ésta no es conveniente y no puede ni debe ser objeto de oracién. Y cuando no sabemos si lo que pedimos est4 o no ordenado a la “vita beata”, hagamoslo entonces bajo condicién, en cuanto nos sea util para esa vida. Me parece algo de capital importancia compren- der cual es la cosa fundamental en la que se resume todo nuestro anhelo y toda nuestra stiplica. Noso- 45 tros, hombres y mujeres, nosotros, personas humanas histéricas, somos aquello que deseamos; nuestro deseo es lo que construye nuestra personalidad. Si, por lo tanto, nuestro deseo culmina en esta plenitud de vida, llegaremos a ser verdaderamente en Cristo esta plenitud de vida. Mas si nuestros deseos son limitados, inferiores, nosotros mismos acabamos haciéndonos personas limitadas, bloqueamos nuestro desarrollo hacia la plenitud de vida. Tal vez nos dice poco a nosotros el término “vita beata” que tan cargado de significado era, en cambio, para los antiguos. El mismo Nuevo Testamento utiliza otra expresidn: “Reino de Dios”; las peticiones “venga tu Reino”, “hagase tu voluntad” subrayan pues que el deseo y las invocaciones de la segunda parte del Padre nuestro estan subordinadas al Reino, son medios, con- diciones para su advenimiento. El Nuevo Testamento habla también del “Espiritu Santo”. Jestis concluye la instruccién sobre la oracién en el evangelio de san Lucas, después de haber exhortado a buscar, a Ilamar a la puerta, a pedir, con estas palabras: “Pues si vosotros, malos como sois, sabéis dar cosas buenas a vuestros nifios, jcudnto més vuestro Padre del cielo dara el Espiritu Santo (Mateo dice: “cosas buenas”) a los que se lo piden?” (Le 11,13). El objeto de la stiplica es el Espfritu Santo, que significa la vida con Cristo, el estar con él, la plenitud de la vida feliz que consiste en estar incorporados para siempre a Jestis en la Iglesia. 46 Estas diferentes expresiones (vida feliz, Reino, Espiritu Santo) se complementan en realidad, se integran, se superponen como el objeto fundamental de la oracidén de peticion y, por consiguiente, como el objeto de los gemidos sin palabras, de la espera. Al proclamar, por ejemplo: “en la espera de tu venida” expresamos nuestro anhelo de fondo, es decir que la plenitud del Reino se cumpla, que venga el Espiritu Santo y purifique todas las cosas, que la humanidad se encuentre pronto en la vida feliz, en la perfecta paz y en la verdadera justicia. San Ambrosio utiliza también otro término: el bien supremo, summum bonum, que tal vez tiene la ven- taja de aunar el ser de Dios y su comunicarse a noso- tros en el Espiritu, en el Reino, en Jestis, en la Igle- sia, en la gracia, en la plenitud de la redencién. Esto es, pues, lo que debemos pedir, en la certeza absoluta de obtenerlo, a la luz de la Sagrada Escri- tura y de las ensefianzas de los Padres. Lectio de Romanos 8,26-27 R cscemes ahora los versfculos del pasaje paulino. —“Ademas, del mismo modo, el Espiritu acude en auxilio de nuestra debilidad”. Siempre habia yo refe- tido instintivamente la expresién “del mismo modo” al versiculo 16: “El mismo Espiritu le asegura a nues- 47 tro espiritu que somos hijos de Dios”; da fe de que somos hijos y, del mismo modo, ora por nosotros. También lo he referido al versfculo 11: “El Espi- ritu del que resucité a Jestis de la muerte habita en vosotros, el mismo da la vida también a vuestro ser mortal”; viene del mismo modo en ayuda de nuestra debilidad. Pienso que en realidad podemos constatar tres menciones de la actividad del Espiritu: resucita a Jestis, nos resucitard a nosotros; es el Espiritu filial de Jestis y por lo tanto clama en nosotros “Abba, Padre”; es el Espiritu que ora en nosotros. No obstante, mientras meditaba ayer el pasaje, especialmente con la ayuda del comentario que hace H. Schlier, adverti que existe otra lectura probable- mente més fiel al texto. San Pablo, después de haber explicado, del v. 18 al v. 25, la gloria a la que estamos destinados como hijos de Dios, en cuanto ultimo y sumo bien, afiade que esta gloria es deseada con gemidos por toda la creacién y es deseada con gemidos por nosotros mismos “que poseemos las primicias del Espiritu” (v. 23). Entonces podemos entender que, asf como la creacién gime, “del mismo modo” gime también el Espiritu en nosotros, “acude en auxilio de nuestra debilidad”. 48 — Acude en nuestra ayuda “porque no sabemos lo que es conveniente pedir”. La creacién gime bajo el pecado, bajo el reino de la irracionalidad, de lo absurdo. Nosotros gemimos porque nos encontramos lejos de la gloria futura, porque entendemos que el mundo no se sittia en la linea del bien supremo. Y el Espiritu Santo gime en nosotros porque no sabemos fo que es conveniente que pidamos. Sobre todo es poco el bien supremo lo que anhelamos, nos fijamos preferentemente en los bienes inmediatos, visibles, y nuestras demandas resultan asfixiantes, nuestros deseos limitados, estrechos. Con frecuencia tene- mos, por extrafio que parezca, pocos deseos, nos con- tentamos con poco y oramos poco; no sabemos siquiera qué pedir. Por otra parte, nuestras demandas no estan en funcién de dones superiores, porque nuestro coraz6n es mezquino. La debilidad a la que sale al paso el Espiritu es la de aquel que pide demasiado poco, que no busca en. funcién del bien ultimo, que, al no conocer este ultimo bien, lo desea apenas. Es cierto que algunas veces hablamos del bien tltimo, de la vida futura, pero nos protegemos de él, esperamos que Ilegue lo mas tarde posible. Como lo conocemos poco lo apre- ciamos poco, lo valoramos conforme a parémetros humanos cronolégicos, cuando en realidad se encuentra ya dentro de nosotros y sélo espera el momento de manifestarse, de revelarse. —“Pero el Espiritu en persona intercede por noso- 49 tros con gemidos sin palabras, y aquel que escruta el corazén conoce la intencidn del Espiritu”. El Espi- ritu, que es el supremo bien, suscita en nosotros el deseo auténtico de este bien. En el cristiano que ora en verdad y humildad, se da, por asf decir, un doble estrato de oracién: la que logra expresar lo que quiere y la del Espfritu, subterranea, que pone en él el deseo, el anhelo de las cosas verdaderas, justas, eternas. Nosotros debemos descubrir la oracién del Espiritu que no esta lejos de nosotros, porque posee- mos las arras, poseemos las primicias del Espiritu. Y estamos Ilamados a caer en la cuenta, a tomar conciencia de todo ello. Los “gemidos sin palabras”, que no nos es posible expresar a nosotros, ni siquiera logramos captarlos racionalmente, porque se sittian mas alla de lo que decimos o entendemos. Pero existen en nosotros, y una tal plegaria de intercesién es continua. “Aquel que escruta el corazén”, es decir el Padre, conoce los deseos del Espiritu. ~ Los conoce “porque intercede por los consagra- dos como Dios quiere”, conforme a la plenitud del Reino que ha de revelarse, conforme al sumo bien que Dios quiere darnos. Nosotros somos como pequefios dtomos envuel- tos en un torbellino del Espiritu, en una corriente huracanada que nos arrebata. De nosotros depende el que tomemos conciencia de ello y lo aceptemos 50. voluntariamente, o bien resistirnos y cerrarnos hasta impedir que nos mueva. Los gemidos del Espiritu | concluir la lectura del texto de san Pablo, nos preguntamos lo que significa concretamente. 1. ?Hace alusién a experiencias vividas o se trata de un texto puramente doctrinal, metafisico? — Algunos exegetas opinan que el Apédstol parte de la experiencia de la comunidad de Corinto, de aquello que se Ilamaba “glosolalia”, el lenguaje exta- tico (o en éxtasis). Puesto que se daban oraciones en lenguas desconocidas o en formas silabicas, no sus- ceptibles de explicacién racional, Pablo explica esta experiencia diciendo que también en nosotros se da un lenguaje inexpresable. Quiero hacer observar que hoy debemos estar muy atentos a distinguir el verda- dero lenguaje extatico de esa pseudo-glosolalia que est4 de moda en ciertos ambientes. — Existe, por otra parte, una experiencia mas amplia y més préxima a nosotros: la exultacién en la oracién o los momentos de arrebato. Cuando desea- mos ardientemente algo, rompemos a gemir. Pense- mos, por ejemplo, en la enfermedad de una persona querida, que no logramos aceptar; entonces nuestra oracién se hace gemido inenarrable, arrebato inte- rior. Pero sobre todo cuando el objeto de nuestro 51 deseo es el Reino, es la paz de Dios, pueden ocurrit esos momentos de arrebato que a veces leemos en las vidas de los misticos; es el consumirse de una llama interior que tiende con todas sus fuerzas hacia lo alto. — Por analogfa comprendemos que los gemidos del Espiritu son algo que ocurre dentro de nosotros, que se refleja en nuestro interior y que es, sin compa- racién, mas hondo que todos nuestros fervores; las plegarias de algunos misticos son como un signo, un fendémeno superficial de los gemidos del Espiritu, el cual, no obstante, estd presente incluso en la oracién mas simple y carente de sefiales externas. Todo esto nos consuela pues da pabulo a una ora- cién que a veces parece estar mal hecha, impregnada de un cierto cansancio fisico, de una vaga rutina. Si no cedemos a los sentimientos de indolencia 0 des- confianza, sino que tomamos conciencia de que el Espiritu esté orando en nosotros, alcanzamos de nuevo un nivel de auténtica oracién aun cuando la mente, la fantasfa, las fuerzas psiquicas no experi- menten nada. Este es el nivel mas profundo. 2. {Gime también el Espiritu y ora en la oracién popular, en la oracién un poco supersticiosa de quien, por ejemplo, enciende una vela a san Anto- nio, 0 cosas semejantes? Es una pregunta que merece reflexién si no quere- mos dar respuestas simplistas. Cuando un encarce- 52 lado, a quien voy a visitar, me ensefia con entu- siasmo la estampa de san Expedito que lleva en el bolsillo diciéndome que se la ha dado su abuela, no puedo concluir, sin mds, que es un gesto supersti- cioso. Es preciso analizar, porque existe, sin duda, en el hombre la voluntad de aduefiarse de lo divino para asegurarse una mayor proteccién sin ningtin compromiso moral, y esto es la supersticién. No obs- tante, el hombre es un ser complejo, no se conoce del todo, y con mucha frecuencia, por no decir siem- pre, los gemidos del Espiritu se abren también camino en el corazén de la persona. Nos toca a nosotros distinguir, de nosotros depende el reducir los elementos supersticiosos, los elementos que ins- trumentalizan a Dios y acrecentar, en cambio, los gemidos del Espiritu cuya existencia nos consta por la fe. Ciertamente se reconocen los gemidos del Espi- ritu por los efectos. Si hay personas que expresan de forma muy burda su fe y su piedad, pero logran seguir un camino de sumisién, paciencia y humildad frente a las grandes embestidas de la existencia, tales como la enfermedad y la muerte, tenemos que afirmar que en éstas se da la chispa del Espiritu. Si, en cambio, constatamos que alguien sabe orar perfectamente pero desemboca en la blasfemia y hasta la pérdida de la fe cuando no es escuchado, debemos concluir que en su oracién predomina la supersticidn, el intento de instrumentalizar a Dios. 53 No existe, por consiguiente, un modo a priori de distinguir unos casos y otros, y lo importante es saber que el Espiritu opera en todo bautizado, incluso en todo hombre, porque en todas las criaturas se produ- cen esos gemidos interiores. Pastor es el que tiene ofdo fino para captar el sonido del diapas6n, la nota apenas perceptible del Espiritu que gime, sin sofocar- los, sino haciéndolos crecer, distinguiéndolos de todas sus imitaciones. 3. Quiero aventurar un tiltimo paso, el teoldgico por el que comencé: jen qué sentido ora el Espiritu en persona?, jcémo puede el Espiritu que es Dios bajarse hasta el punto de pronunciar gemidos bron- cos y mezclados con tanta imperfeccién? Nunca he encontrado una respuesta realmente satisfactoria a esta pregunta, ni por parte de los Padres ni por parte de los exegetas. — Por ejemplo san Agustin sostiene -como ya hemos recordado- que el Espiritu no puede orar en cuanto Dios, y que el verbo “intercede” quiere sim- plemente decir: se conmueve por la intercesién. No se tratarfa, por lo tanto, de una accion directa del Espiritu, sino de una accién de las profundidades de la psique movida por el Espiritu. Es la interpretacién racional-causal que con tanta frecuencia usamos en otros pasajes de la Escritura. Me viene a la mente la expresién del Deuterono- mio: “El Sefior Dios vuestro os prueba para saber si 54 lo amais” (13,4). Se dice: puesto que Dios ya sabe si lo amamos, el autor pretende explicar que Dios prueba para dar a conocer a los israelitas si lo aman. Practicamente se transcribe la palabra biblica, y con todo derecho porque la Biblia, en su forma de expresién, confunde causa e instrumento y atribuye a la causa principal lo que es del instrumento. — Sin embargo, a mf no me convence del todo la explicacién, aunque teoldégicamente salve la divini- dad del Espfritu Santo. Opino que es posible intentar una profundiza- cién: en el fondo el Espiritu que ora es el Espiritu de Jestis, es el Espiritu que ya en Jestis grita “Abba, Padre”. Cristo ora en el Espiritu, y por lo tanto este gemido es también el gemido de Cristo como hom- bre, es el gemido de Jestis en el huerto de Getsemani, que se transfiere a nosotros mediante aquel tinico Espiritu que estaba en él y estd en nosotros. Es el Cristo que ora e intercede en nosotros. Por otra parte, es el mismo Apéstol quien nos lo deja entender al final del capitulo 8 de la Carta a los Romanos: “jQuién sera el fiscal de los elegidos de Dios? Dios, el que perdona. Y ja quién tocaré conde- narlos? Al Mesias Jesus, el que murid, 0, mejor dicho, resucité, el mismo que esta a la derecha de Dios, el mismo que intercede en favor nuestro” (vv. 33-34). La intercesién que antes habfa sido atribuida 55 al Espiritu Santo ahora es atribuida a Jestis, en cuanto el Espfritu suscita la intercesién en Cristo; no son sélo nuestras profundidades sino las profundi- dades mismas de Cristo en el que nos hallamos inser- tados, las que interceden por nosotros. — Aventuro una tercera reflexién, que intenta entrar en lo fntimo de la Trinidad, donde se puede decir, de alguna manera, que el Espiritu es el gemido de amor del Padre y del Hijo, porque el Espiritu es el aliento, el hdlito en el que el Padre pronuncia su Palabra, el Hijo. En esta concepcién, el Espiritu es concomitante al Hijo, no acontece el engendro del Hijo sino en el Espiritu, y por lo tanto el Espiritu es el gemido de amor del Padre hacia el Hijo, es el estremecimiento de amor del Padre hacia el Hijo, es el estremecimiento de amor del Hijo hacia el Padre. Por lo tanto, realmente el Espiritu merece el nombre de “hdlito estremecido” que acompafa la generacién del Hijo, aliento estremecido que acom- pafia la donacion del Hijo al Padre. Y, al igual que se dice del “Espiritu que ha hablado por medio de los profetas” (aunque instru- mentalmente son los profetas quienes han hablado), asimismo se puede decir que el Espiritu ha hablado por medio de las oraciones y de los gemidos de los salmistas, de manera andloga a aquella en la que él es suspiro del Padre y del Hijo en el abrazo de amor de la Trinidad. Por todo ello se puede atribuir al Espiritu el gemido de la criatura que quiere enlazar 56 con la Trinidad, que quiere ser, con el Hijo, una sola cosa con el Padre. Conclusiones practicas e querido ofreceros algunos apuntes para ayu- daros a reflexionar sobre las profundidades del pensamiento de san Pablo. {Qué consecuencias practicas podemos sacar para nuestra vida? 1. La primera es la importancia de escuchar nues- tro gemido interior; en verdad, el Espiritu gime en nosotros en los diversos modos y modalidades que he procurado explicaros. Evidentemente nosotros lo- gramos percibirlo sobre todo en el silencio de la ora- cin, en el silencio contemplativo. Esto nos invita a confiar mds en la fuerza interior de la oracién del Espiritu que esté en nosotros y que acttia incluso cuando nuestras plegarias adolecen de cansancio, de formalismo, de repetitividad. 2. Debemos aprender a transformar nuestros lamentos en gemidos de oracidn. Si todas las realida- des de las que nos lamentamos, con las que nos enfrentamos y que nos hieren, que nos irritan en nosotros y en los demds, logramos transformarlas inmediatamente en gemido, entonces santificamos toda nuestra vida y tenemos una visidn mucho més sobrenatural y mas verdadera de los acontecimientos. 57 3. Por esto es necesario tender hacia la oracién continua. Asf como nos tropezamos constantemente con la realidad, nos lamentamos, nos irritamos y nos entusiasmamos y todo debe ser asumido en el ge- mido incesante del Espéritu, todo puede igualmente convertirse en motivo de oracién continua en la cual nuestra actividad queda unificada y pacificada aunque sea en medio de una multitud de activida- des. 4. Estamos también invitados a poner nuestra confianza en el gemido del Espiritu que esta en los otros, que est4 por doquier y que espera se le con- ceda un minimo de espacio y de condiciones para exptesarse en todos. Todos, en efecto, son amados por el Padre en el Hijo con el don del Espiritu; si no se trata del don de la gracia habitual, se trata del don de la gracia actual que es un gemido continuo que provoca al hombre a ir mas all4 de si mismo. Esta certeza nos debe iluminar y guiar en nuestra relacién con la gente; no somos ni los primeros ni los tinicos en actuar, puesto que es sobre todo el Espiritu quien gime en las personas, quien desea su bien supremo, quien desea la suma justicia, la verda- dera paz, el Reino de Dios. Nosotros somos simple- mente los colaboradores de esta irresistible fuerza que se encuentra ya dentro y ahi permanece pese a los elementos sofocantes, las cerrazones, las sorderas, las inhibiciones de cada uno y de la sociedad, pese a las malas costumbres, la sensualidad y la ruindad que 58 oe la recubren. Esa fuerza irresistible permanece y ella conforta nuestra oracién y el desarrollo de nuestro ministerio en ambientes con frecuencia dificiles. Meditaciones a los sacerdotes del arciprestazgo de Rozzano 30-10-1991 59 La oracién del pastor | reflexionar sobre las actitudes basicas de un pastor en Ninive (que es simbolo de las gran- des urbes modernas), a la luz de la vida y de los ejem- plos de san Carlos, he decidido detenerme en la acti- tud de la oracién continua, que me parece uno de sus rasgos predominantes. Expondré, asf pues, dos premisas, una biblica y una histérica, y luego tres consideraciones sobre la oraci6n continua en Carlos Borromeo. Un pastor en busca de sus ovejas en situaci6n de grave crisis L? primera lectura que ha sido proclamada, tomada del libro del profeta Ezequiel (34,11- 16), describe la figura de un pastor. No es, sin embargo, un pastor de situaciones ordinarias, de tiempos tranquilos que se levanta temprano al ama- necer, conduce el rebafio a los pastizales, lo vigila con serenidad y, al atardecer, lo reconduce al aprisco. Se trata, mas bien, de un pastor en busca de las ovejas que se hallan en situacién de grave crisis, 60 dispersas en dia de niebla y oscuridad; ovejas extra- viadas, asustadas, que es preciso reunir desde dife- rentes lugares, vendar a las heridas y curar a las enfermas. Un pastor que busca las ovejas en situa- cién de dispersion y que va hasta dar la vida cuando se ven amenazadas de peligros mortales. Un pastor, por lo tanto, que no huye dejando que el lobo le arrebate la oveja como le ocurre al asalariado a quien no le importa mucho el rebafio (cf. Jn 10,11- 18). El tiempo de san Carlos A modo de premisa histérica, quisiera recordaros que san Carlos fue pastor en tiempos dificiles, de crisis. Basta leer algunos pasajes del libro escrito por el fiel testigo y hagidgrafo del santo, Carlos Bas- capé, sobre las condiciones de la diécesis de Milén en el tiempo en que Borromeo fue elegido arzobispo. “Muchisima gente estaba contaminada por vicios de toda clase, mientras toda la organizacién religiosa en la ciudad, en el campo, en una palabra en todo lugar, estaba completamente desarticu- lada. La ausencia ininterrumpida de los pastores, que se prolongaba desde hacia ochenta afios, a excepcién de cortos periodes, habia dejado total libertad a las bestias feroces para asaltar y destrozar el rebafio, tanto mas que por doquier se habian oscurecido, principalmente por las grandes calami- 61 dades del tiempo, las luces en favor de una cuidada defensa de la sagrada disciplina. La administracién eclesidstica, abandonada casi completamente la cura de almas, se habfa quedado reducida tnica- mente a la jurisdiccién y resolucién de las contro- versias del Clero siempre metido en litigios, y un solo Vicario disponfa de tanto tiempo libre como para dedicarse frecuentemente a mil diversiones...” (C. Bascapé). EI bidgrafo afiade otros desagradables particulares para concluir, como queriendo aportar un toque de luz en un cuadro tan oscuro, que se mantenia la natural inclinacién de los milaneses a la virtud; sin embargo, esa propensién debfa ser reanimada y culti- vada, las ovejas heridas necesitaban cuidados y las dispersas precisaban de alguien que las recogiera. San Carlos practicaba la oraci6n continua ‘ ) obre un fondo semejante quiero presentar la ora- cién continua de san Carlos, actitud bdsica del pastor en tiempos dificiles. Borromeo practicaba con mucho ahinco la ora- cién continua de la que nos habla el Nuevo Testa- mento y que es tan recomendada por los Padres de la Iglesia, en particular de la Iglesia oriental. Cito de nuevo a Bascapé: 62 “Fue sumamente asiduo a la oracién y a la con- templacion de las cosas del cielo. Cuando medi- taba solfa concentrarse con la mente y el coraz6n y, si tenfa tiempo, se sumfa tan profundamente en las verdades espirituales que, por muy ocupado que estuviese, se abstrafa de cualquier otra cosa (. Ademias, tal como se dice de la oracién continua, sea lo que fuere que estuviese haciendo, se compor- taba de tal manera que jamds le abandonaba el pensamiento de la divina presencia ni la guarda de los propios sentimientos (...). Si se le observaba bien, mientras estaba tratando cualquier asunto, parecia a veces abstraerse un breve momento en su mente, en otras ocasiones se conmovia de impro- viso, Ilegando incluso en algunas ocasiones a llo- rar”. Otro bidgrafo, Giussano, escribe: “Durante los viajes por visitas a su vastisima didcesis y por otros asuntos, empleaba la casi tota- lidad del tiempo en la oracién, en la meditacién o el estudio. El cardenal tenfa una pequefia librerfa portatil, dotada de obras liturgicas, ascéticas, etc. Sabia mantenerse constantemente unido a Dios incluso mientras trataha los asuntos -numerosos y dificiles— de su episcopado; segdn el testimonio general de sus familiares, aunque prestase atencién a quien le hablaha, ‘no menos estaba con la mente elevada a Dios, como si en él descansara’”. 63 La oracién continua estaba basada en una oracién metédica L a verdad es que la oracién continua de san Car- los estaba fundada en una oracién metéddica, en un largo ejercicio de oracién, regular y bien apren- dida. Recientemente he estado en Roma y, al cele- brar la Eucaristia en las Ilamadas “camerette” de san Ignacio de Loyola, no he podido por menos de recor- dar que precisamente en aquel lugar san Carlos, el 16 de agosto de 1563, habia querido celebrar su segunda misa, como conclusién ideal del mes de ejercicios espirituales que habia hecho como prepa- racién a su ordenacién. Creado cardenal en 1560, Borromeo habia deci- dido ordenarse de presb{tero después de la muerte de su hermano Federico, ocurrida en 1562, que habia provocado un profundo cambio de vida en Carlos. Se preparé al sacerdocio haciendo un mes de ejer- cicios espirituales con el jesuita padre Ribera, en julio de 1563. Y sabemos con certeza que celebré la primera misa en San Pedro, el 15 de agosto de 1563; aquel mismo dia se dirigid a la casa de los jesuitas (donde habia hecho los ejercicios), paso la noche en oracion y al dia siguiente celebro la segunda misa precisamente en la capilla de san Ignacio. Los ejercicios ignacianos le ensefiaron, por lo tanto, un método de oracién que no sera sélo para 64 él, sino que se encargaré de ensefiarlo a otros, en particular a los seminaristas, a todos los que se pre- paraban para el sacerdocio. Conservamos un manuscrito del santo que incluye precisamente ejercicios practicos sobre la oraci6n. Los primeros quince folios, escritos de su pufio y letra, son la transcripcién del librito de san Ignacio en las partes metodolégicas; en los otros folios san Carlos propone ejercicios practicos de ora- cién, explicitando varios esquemas de oracién pre- paratoria, enunciados de la historia o del hecho biblico, preludios, puntos de meditacién, coloquios. Ejercicio tras ejercicio, querfa recordarse a si mismo y ensefiar a los demas cémo poner en practica de forma metédica la experiencia de la oracién. Desea- ba, ademas, que, sobre todo los clérigos, hiciesen los ejercicios espirituales. Y asi, en el IV Concilio Pro- vincial, impuso a todo el clero los ejercicios de un mes, tanto a los mds ancianos que nunca los habfan hecho, como a aquellos que debian recibir el subdia- conado, el diaconado o el sacerdocio. Insistfa en que se hiciese el mes antes de las grandes etapas de la ordenacién, y luego, ademas, una vez en la vida. Probablemente no todos observaban este pre- cepto, tanto es asf que en carta al cardenal Paleotti, en 1582, escribe c6mo se habia visto obligado a mitigarlo, disminuyendo el tiempo: “En cuanto a los Ejercicios espirituales que ha- cen los ordenandos que se preparan a las brdenes 65 sagradas, el tiempo definido por el visitador apos- télico y por nuestro IV Concilio Provincial era de cerca de un mes, mientras que la practica real es de unos quince dias, segtin criterio del padre espiritual © confesor que guia a los que hacen estos Ejerci- cios. En cuanto al modo, se procura imitar a los padres jesuitas y sacar luz de sus reglas, las cuales conservan todavia una impronta cierta del padre Ignacio, consignada en aquel librito que debe ser conocidisimo de Vuestra Sefiorfa [ustrisima”. San Carlos queria que las reglas de la oracion fue- sen conocidas de todos los sacerdotes, ademas de ser practicadas en el mes de ejercicios. Asi, el V Conci- lio Provincial, de 1579, ordenaba a los examinadores del clero que interrogasen a cada eclesidstico sobre la manera cémo meditaba: “si tiene la practica cons- tante de la oracién, qué meditaciones hace, cual es su forma de orar, qué frutos tiene, qué utilidad saca de ello, cudles son las partes de su oracién, cudles las teglas de su preparacidn y todas las demds cosas”. En este sentido, san Carlos tuvo interés en divulgar algunos manuales de oracién. Tiempos muy largos de oracién asidua a oraci6n metédica y ademés continua de san Carlos se apoyaba en momentos de oracién asi- dua muy largos. 66 Los biégrafos afirman que nunca omitfa la lectura de la Palabra escrita; practicaba con abundancia la lectio divina; escuchaba la lectura de la Biblia incluso durante la cena y la comida, ya sea comiendo con sus familiares o solo. Se cuenta también que cuando comfa solo, con la Sagrada Eseritura abierta delante de él, le sucedfa con frecuencia echarse a llorar. No es por casualidad que el famoso cuadro de Cerano repre- senta a san Carlos con la Biblia delante de sf, el cruci- fijo, una torta de pan, un vaso de agua y un pafiuelo para enjugarse las l4grimas, mientras come y lee la Escritura. Asf pues, la lectura de la Biblia, la celebracién diaria de la Misa, a la que concedia una importancia fundamental, y la contemplacién prolongada del crucifijo le hicieron llegar muy pronto a la oracién continua. Probablemente haba Ilegado a ser natural para él el paso tan dificil para nosotros, de la lectio a la contemplatio, tan grande era el amor que albergaba en su corazén por Jestis pobre, humillado, apasio- nado, crucificado. En cualquier pagina de la Escri- tura lograba descubrir el misterio de Cristo hijo del Padre, muerto por nosotros. Una prueba de este paso rapido suyo, espontaneo, a la fase de la contemplatio, al momento afectivo de la oracion, la tenemos en sus predicaciones, todas impregnadas y concluidas con oraciones que le bro- taban claramente del corazén a los labios, y que res- ponden con frecuencia a los contenidos de los colo- quios de los Ejercicios espirituales de san Ignacio. 67 Se cuenta que un dia el obispo de Vigevano le mostraba con cierta satisfaccién el jardin anejo al palacio episcopal y uno de los presentes observd que tal vez el arzobispo de Milan habria podido tomar un poco de necesario descanso. Borromeo respondié de inmediato: “La santa Biblia es el bosquecillo mas adecuado para mi descanso”. Siempre la llevaba consigo en sus viajes; cuando iba a caballo, dado el peso de la Biblia completa, lle- vaba en el bolsillo el libro de los Salmos. Yendo un dia a caballo en compafiia de su primo Federico, le pregunté éste c6mo se comportaba en los momentos de aridez, de desolacién, de tristeza, y él, sacando del bolsillo el librito, respondid que en él encontraba fuerza y consuelo en las pruebas fisicas y espirituales. A través, pues, de la oracién asidua, frecuente, basada en una oracién metddica, san Carlos se abrid al don divino de la oracién continua. Conclusié6n uisiera concluir diciendo que en la Ninive de nuestros dfas no es posible al pastor aguantar la fe y conservar la alegria interior sin el don de la ora- cién continua, que es preciso pedir al Sefior con insistencia, conforme al Espiritu del Nuevo Testa- mento. El secreto de la extraordinaria capacidad de res- 68 taurador y reformador de la Iglesia y de las altisimas dotes de gobierno, que san Carlos ejercité en tiem- pos mucho mis diffciles que los nuestros, se encuen- tra, sin duda alguna, en la increfble fuerza de la ora- cién incesante. Nos debemos confiar a él para que nos obtenga, en el desierto drido de las grandes ciudades y de las vastas zonas urbanas, en una situacién absoluta- mente privada de gratificaciones extraordinarias, el don de la oracién continua. Me complace hacer mfas las palabras del cardenal Bautista Montini, citadas por Juan Pablo II el 4 de noviembre de 1984 en Arona, en el afio dedicado a san Carlos: “Infunda san Carlos en nuestros corazones el ansia del bien, aleje de ellos el egoismo, aparte la indiferencia, confunda el pesimismo, ahuyente el hastio. Desctibranos la vision de nuestros males y de los males de nuestro tiempo, y conviértala en estimulo de penitencia, de accién, de caridad. Que san Carlos nos dé la confianza de que el mundo puede ser salvado por Cristo, por nadie mds; 69 que la Iglesia puede ser vitalizada por st misma, no por otros. Héganos comprender san Carlos la verdadera reforma: la que ama, no la que odia; la que ayuda, no la que critica; que no destruye, sino restaura; no inventa, sino desarrolla; no se detiene, sino continia. Que san Carlos nos haga capaces de cumplirla, esta reforma en marcha, por medio de la santidad y el resplandor de la vida cristiana, por medio de la justicia y la paz de las clases sociales, por medio de la defensa de los humildes y el consuelo de los que sufren” . Homilfa en la fiesta de san Carlos Borromeo Milan, 4.11.1991 70 Realizar en nosotros mismos el Evangelio de la caridad Premisa: la dificultad del tema onfieso haber tenido verdadera dificultad a la hora de encontrar el punto nuclear de esta reflexién. Por una parte, porque no es facil hablar a los responsables de Iglesias locales ricas en tradicio- nes y testimonios de grandes figuras de la santidad. Por otra parte, porque el tema del Evangelio de la caridad, en relaci6n a la espiritualidad sacerdotal, es vastfsimo y muy profundo. De ahf la dificultad que he experimentado: los términos “Evangelio”, “caridad”, “espiritualidad”, evocan valores altisimos que nunca logramos hacer totalmente nuestros. Y me preguantaba a mf mismo: ic6mo es asf que estas realidades nunca nos acahan de penetrar?, jpor qué nuestra existencia se halla tan anegada en el egoismo, la pereza, la “carne”?, ;qué cs lo que en nosotros obstaculiza la radicalidad del Evangelio de la caridad? En efecto, caben los malentendidos incluso al 71 hablar de caridad; y la caridad puede convertirse, de hecho, en una actividad social, sin que ésta surja del corazon del anuncio evangélico. Hasta del mundo laico nos llegan a este propdsito las puestas en guardia. En Milan, en el encuentro anual con los periodistas, con objeto de poner de relieve algunos temas de la fe que afectan a su vida como comunicadores, Luigi Accattoli intervino con una relacién muy fuerte. Partfa de una frase de Leo- nardo Sciascia: “La preocupacién del més alla, la esperanza de no morir, es el todo de una religion. Si ya no se ofrece esta expectativa, si se abandona esta ten- sion, una religién termina asemejandose a un club humanitario, incluso a un sindicato o un partido poli- tico”. Y Accattoli se preguntaba: ;c6mo administra la Iglesia catdlica esta expectativa? Y respondfa: “Si nos es permitido simplificar, la predicacién cristiana esta hoy centrada en el Evangelio de la caridad, no en el anuncio de la resurreccién. Hom- bres preocupados por Cristo, aun sin ser creyentes, como Silone y Sciascia, comprueban con desilu- sién la ausencia de ese anuncio, o cuando menos la ruptura de ese lenguaje cristiano. Tal vez lo advier- ten igualmente las muchedumbres catdlicas que se precipitan a los lugares de revelaciones privadas 0 los sectores que dan su adhesi6n a sectas milenaris- tas, cuando la memoria secular de las expectativas cristianas no encuentra ya alimento en Ja esperada y normal predicacién y testimonio”. 72 Avanzaba luego un presagio: “Si la comunidad eclesial volviese a respirar con los dos pulmones —el de la profecfa junto al de la caridad-, constituirfa un estimulo incluso para la propia comunicacién publica y para los propios medios de comunicacién”. También en las reflexiones de los otros periodistas se puso de relieve esta cierta carencia del anuncio en la Iglesia, no respecto a la globalidad de las grandes verdades sino por la dificultad de la apropiaci6n per- sonal concreta que impide un anuncio sufrido y vivido. En el intento, pues, de encontrar el punto medu- lar de nuestra reflexion, me he preguntado: jqué obs- taculiza en nosotros la apropiacién del Evangelio de la caridad (a pesar de lo atractivo, luminoso, defini- tivo que aparece en los textos)?, jpor qué se resiste ese Evangelio a prender en nuestra vida personal y en la de la comunidad? Quisiera intentar responder a estas preguntas, como premisa indispensable para recibir y hacer correr por nuestras venas la savia del Evangelio de la caridad. 73 En qué consiste la apropiacién del Evangelio or “apropiacién”, por ejemplo del Evangelio de la caridad, entendemos ese proceso segtin el cual un ideal lo hacemos nuestro en sentido moral y espi- ritual. La palabra se deriva del latin “proprius” que, en si, no es un comparativo de “prope” (cerca), sino que viene de la expresidn jurfdica latina “pro privo”, es decir para uso personal, para uso propio. “Proprius” indica entonces lo que me pertenece, lo que me atafie directa y personalmente. Un sindnimo de “apropiacién”, muy utilizado por el cardenal John Henry Newman, es “realizacién”. En su “Gramatica del Asentimiento”, Newman dedica un capitulo entero a la relaci6n entre el asen- timiento nocional y el asentimiento real, y explica cémo la “realizacién” es precisamente el paso del primero al segundo. Puede ocurrirnos, a nosotros sacerdotes, predicar durante muchos afios un atri- buto divino sin que nos haya implicado el corazén, lo mas fntimo de nosotros, nuestra psiqué. Newman aporta el ejemplo de la vivencia dramatica del patriarca Job, y contrasta su actitud hacia Dios antes y después de la durisima prueba. Ya antes Job ~escribe Newman- intufa correctamente los atribu- tos divinos; posefa un correcto asenso nocional de la 74 justicia, verdad, santidad y bondad divinas. No obs- tante, las pruebas transformaron esa intuicién en asenso real: “Te conocia sdlo de ofdas, ahora te han visto mis ojos. Por eso me retracto y me arrepiento echdndome polvo y ceniza” (Job 42,5-6). Esto vale igualmente para el misterio de Dios Amor, para la revelacién de Dios Amor en la cruz de Cristo, para el Evangelio de la caridad. Lo impor- tante es que nosotros expliquemos bien la teorfa a la gente, para superar la ignorancia religiosa. El prejui- cio gndstico considera que es suficiente saber. Mas si no nos implicamos en un camino hacia el asenso real, esas verdades pueden quedarse siempre al mar- gen de nuestra vida. {Por qué es tan dificil la apropiacién? Existen al menos dos motivos fundamentales. — El primero es que la existencia del hombre es histérica, y el camino de apropiacién de verdades profundas es un itinerario largo de crecimiento. Segtin los resultados de los estudios de psicdlogos de fama, el hombre puede conseguir, y no necesaria- mente, integrar la verdad religiosa en la plenitud de su personalidad sdlo hacia los treinta afios. Por esto recuerdo siempre a los jévenes sacerdotes, que tie- 75 nen dos 0 tres afios de ordenacién, que todavia no son presbiteros, que habran de pasar por no pocas pruebas antes de integrar en su persona todos los conceptos que han aprendido. Y, realmente, esta integracién debe durar toda la vida. Cada vez que nos situamos frente a la verdad, nos damos cuenta de que todavia estamos lejos, incluso porque cuanto mds nos acercamos mas des- cubrimos la distancia que nos separa. No es casual que los santos hacia el fin de su vida se consideran grandes pecadores; la grandeza y profundidad de los divinos misterios, que han logrado contemplar, vivir, les hace conscientes de la necesidad de proseguir avanzando en el camino. — El segundo motivo, sobre el que nos advierte con frecuencia el Nuevo Testamento, es que existen innumerables obstdculos a la integracién del Evan- gelio de la caridad; obstaculos del ambiente, de las costumbres y habitos, obstaculos debidos al tempera- mento y que surgen del inconsciente. iEs posible desenmascarar al menos un poco estas resistencias que nos impiden hacer nuestras las ver- dades evangélicas? 76 Los obstdculos que impiden la apropiacion del Evangelio P ara responder a la pregunta echo mano de una pagina del evangelio de Lucas, que describe el comienzo de la subida de Jestis hacia Jerusalén: “Cuando iba Ilegando el tiempo de que se lo Ile- varan, Jestis decidié irrevocablemente ir a Jerusa- lén... Por el camino le dijo uno: ~Te seguiré vayas donde vayas. Jestis le respondid: — Las zorras tienen madrigueras y los pajaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde recli- nar la cabeza. A otro le dijo: — Sigueme. El respondid: — Permiteme que vaya primero a enterrar a mi padre. Jestis le replicd: — Deja que los muertos entierren a sus muertos: tt vete a anunciar por ahf el reinado de Dios. Otro le dijo: — Te seguiré, Sefior. Pero dcjame primero despe- dirme de mi familia. 77 Jestis le contesté: — El que echa mano al arado y sigue mirando atrds, no vale para el Reino de Dios” (Le 9, 51.57-62). Respecto a este pasaje quisiera hacer con vosotros ante todo una breve lectio y luego una meditatio, pidiendo al Sefior: “Hazme conocer cuales son los obstaculos que impiden al Evangelio de tu caridad penetrar en mf. El Evangelio es tu fuerza, eres tt mismo; es tu Espiritu quien lo introduce en mi vida y yo no tengo mas que acogerlo. {Qué es lo que me impide, Sefior, darle acogida, dejar el camino libre a este Evangelio que es precisamente fuerza de resu- rreccién que renueva el mundo?” Lectio El versiculo 51 nos oftece el contexto de la pagina evangélica: Jess “endurecié el rostro” (segiin la versién griega) para ir a Jerusalén. Es decir, 61 sabe que esta entrando en un tiempo dificil y que debe apretar los dientes para afrontarlo. Por ello empieza a formar seriamente a sus discfpulos (por consi- guiente, también a nosotros presbiteros). , we ‘Endurecié el rostro” son palabras que tienen resonancias en la Escritura. — Sobre todo nos viene a la mente el pasaje de Isafas 50,6-7, el tercer canto del Siervo de Jahvé: 78 “Ofrect la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Sefior me ayuda, por eso no sentfa los ultrajes; por eso enduree/ el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaria defraudado”. Estas palabras dejan entrever la mansa figura de Jestis que camina hacia la pasién y la cruz como revelacién definitiva del misterio de la caridad; pero se prepara para ese momento endureciéndose en la decisién irrevocable de vivir “su hora”, haciéndose violencia y con toda energfa, como si tuviese que resistir a sus tentanciones y a las de otros, a todas las tentaciones que se habrian de presentar. — La otra referencia est4 en Jr 1,18, que presenta la vocacién del profeta: “Yo te convierto hoy en plaza fuerte, en columna de hierro, en muralla de bronce, frente a todo el pats, frente a los reyes y principes de Juda, frente a los sacerdotes y los terratenientes”. La mision del profeta es muy dificil; es toda una ardua empresa. Asi pues, con la expresién “endurecié el rostro”, Lucas quiere hacernos comprender que Jestis esta a punto de proclamar la radicalidad de sus exigencias para sf y para los demiis, para todos los que quieren vivir la espiritualidad apostélica y presbiteral. Pro- 79

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