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Revista de cultura Ajio 3, niimero 9 Julio-Noviembre de 1980 L : Ss QO. Angel Rama: crisis de una cultura Saer, Rossanda, Sontag: sobre Sartre y Barthes La operaci6n llamada “lengua” Linguistica y antropologia Textos de Elvio Gandolfo y Hugo Gola Dibujos de Carlos Gorriarena INDICE Argentini Recordar a Barthes, por Susan Sontag Libros: Sube y baja del mono, por Gola fon Van Ril y onto tha vivido an Expat, : crisis de una cultura sistematica, por Angel Rama . Sartre: contra entusiastas y detractores, por Juan José Saer ‘Nuestro amigo, nuestro maestro, por Rossana Rossanda . Las languas secretas de Cafundo, por C. Vogt, P. Fry y M. Gnerre Un error de Luduefia, por Elvio E. Gandolfo & El mérito de saber, por Carlos Altamirano . . ‘Los dibujos que ilustran este nimero de Punto de Vista som originales de Carlos Gorriarens. En 1959 fue cofundador del Grupo del Plata: ha expuesio en 1965 y 1966 an Lascaux; ‘en 1967 y 1968, en Arte Nuevo: en 1970, dibujos y pinturas en Lirolay; en 1975, en Acta ‘Nuevo; en 1976, en Balmaceda: “Ultimos diaz afos”; en 1977 y 1978, en Arte Nuevo: Darticipé en Ia expoticion colectiva “Homenaje alot reporteror riticos dal Time”, en 1978, Bienal Americans de Artes Gréficas de Call (Colombia, 1976). Em 1962 {ue invitado por Is Michael Karoly Memorial » resiir on Vance, Francia, Duante 1972 y 1973 Revista de cultura Aiio 3, numero 9 Julio-Noviembre 1980 Director: Jorge Sevilla Secretaria de redaccién: Beatriz Sarlo Diagramacién:* Carlos Boccardo Colaborarén en este nimero: Car- los Altamirano, Glvio Gandolfo, Hugo Gola, CarlosGorriarena, Al: berto Perrone, Angel Rama, Ni colds Rosa, Rossana Rossanda, Juan José Saer, Susan Sontag, Carlos Vogt. - 26 Punto de Vista recibe toda su correspondencia, cheques y giros a nombre de Beatriz Sarlo, Casilla de Correo 39, Sucursal 49 (B), Buenos Aires, Ar- gentina. Punto de Vista fue compuesta en Grafica Integral, Pueyrredén 538, 4° piso, Capital, e impresa en los talleres gréficos Litodar, Brasil 3215, Capital. 2 Punto de Vista. Registro de la propiedad intelec- ‘tual en trémite. Hecho el depésito que marca la ley. Impreso en Argentina. ‘Suscripciones Argentina Gnimeros 40.000 Exterior 6 numeros 25 u$s (correo aéreo) Una novela inglesa del XVIII, de la cual Cortazar nosha propor- cionado una presta version espa- fiola, la muy famosa Robinson Crusoe de Daniel Defoe, se encar 96 de contradecir con dos siglos de anticipacin la difundida te- sis dicotomica de Ortega y Gasset, segin la cual, en toda operacion cumplida por el hombre, actan conjuntamente, y a veces con tradictoriamente, el hombre y su circunstancia, Defoe mostré fe hacientemente que cuando Ro- binson Crusoe tuvo que enfrentar circunstancia tan adversa como la de su naufragio en una isla desier ta, apelé de inmediato a los re cursos de algo que tampoco era estrictamente él, sino el conjunto de valores y comportamientos a- prendidos en su periodo formati vo, esto es, lo que llamamos cul- tura, Sustituyendo la futura solu- cién dicotomica, propuso una triddica, segin la cual en cada o- peraci6n creativa cumplida por un miembro de la sociedad, intervie- ne el hombre, su circunstancia (es decir, la historia) y su cultura, trabajando los tres en un inextri ble juggs de fuerzas. donde 2: Die rerzés, SOAce 3 demas se superponen las tenden- cias individuales con los marcos colectivos, llamense inconsciente, clase, sociedad, pasado, etc. los dos primeros factores comportan una dominante espa- cial (son un lugar, una sociedad, Angel Rama Argentina: crisis de una cultura sistematica Cultura de la modernidad, cultura de las vanguardias, toy y practica del intelectual argentino. Angel Rama reflexiona, para ‘’Punto de Vista”, sobre la trama de conservaci6n y cambio, literatura y pol: una problematica que ocupan sincronicamente el presente) el tercero introduce una dominante temporal. Aunque la cultura se reactualiza en cada circunstancia historice como en cada circuns- tancia clasista, introduce un componente temporal donde se acumula el pasado, aunque no in- discriminadamente. Dado el ca- récter aprendido y heredado de Ia cultura, en ella pervive el pasa- do que ha aceptado una comuni dad segin la visién instrumenta- da por su dirigencia; pero dada la multiplicidad de expresiones que le corresponden en una sociedad clasista, incluye proposiciones di- versificadas a las que se afilian los diversor grupos sociales, los cus. les adoptan en los periodos de crisis y transicién, posiciones de confrontacién nitida. Dicho de otro modo, Ia cultura mueve tiempos plurivocos, que son ele- gidos dentro del repertorio am- plio que ofrece el pasado, segun los intereses y las ideas de los grupos sociales que se enfrentan en el presente. La fuerza actuante del pasado ¥ we pluralidad de manitestacic: nes son rasgos que deben desta- carse cuando intentamos referir- nos a la cultura argentina de la gran crisis que se abre en el afio 1930 y que no ha concluido en 1980, cincuenta afios después, visto que no solo comporta una remocién social intensa, sino también un amplio debate histo- rico, el mayor que ha conocido la nacionalidad desde sus orige- nes. Y esto impresiona como-un parslelismo altamente significati- Vo, entre el medio siglo que va de 1800 hasta Caseros incluyendo como puntos dptimos la revolu- cién de 1810 y la Joven Argenti- na de 1837 y el medio siglo que se inaugura en 1930 con Uriburu Y tiene sus puntos dptimos en el ascenso peronista de 1945 y su reaparicién en 1972. No sugiero ninguna equivalencia, que seria forzada, entre estos sucesos, si- no el paralelismo que correspon- de a dos grandes épocas de hon- da crisis y trasmutacién, que se presentan al observador como es. fuerzos de definici6n de la nacio nalidad, construyendo un pro- yecto viable para su desarrollo futuro, Eso fue evidente en el pe- riodo inicial del XIX ya que des- de 1816 en su Acta de Indepen- dencia, la dirigencia intelectual sent coherentemente el princi- pio de la nacionalidad, que estu de otras regiones de la colonize- cién espafiola, portuguesa o fran- cesa, y a partir de la concepcién de “naci6n’’ que los demas igno- raron, desarrollé una pugna entre proyectos organizativos, quizés no'tan dispares como la retorica 3 de la ép0ca cristalizd, oponiendo el principio americano y el cipio europeo, Pero de esa honda crisis surge le Argentina ubérrima que se extiende hasta 1930, don- de se abre un nuevo, intenso de- bate intelectual, que también parte del concepto de nacién, aunque intentando redefinirlo pa- ra poder diseflar un nuevo pro- yecto organizativo. Como si dijé- ramos que en este 1980 estamos a la altura de Caseros, aunque en una instancia més compleja por el desarrollo de la coordenada in- ternacional de la hora y por la acumulacién, el enorme peso del pasado transcurrido que incide sobre las generaciones actuales con una fuerza de la cual care- cia a comienzos del siglo pasado. Esta aproximacién que intento a esa problematica no sera econd- mia, ni social ni politica, sino cultural y aun, con perdén del término, humanistica. Soy cons: ciente de la ambiguedad e insufi ciencia de la denominacién “cul- tura argentina” para toda vision de tipo global latinoamericano: dificilmente puede incluirse en ella un sector del territorio nacio- nal, correspondiente a las provi cias nortefias, en tanto que se emparenta con ella el territorio de la actual Repiblica Oriental del Uruguay y las provincias su- refias brasilefias de S20 Paulo a Rio Grande do Sul, constitu: yendo lo que podriamos llamar la cultura suratléntica de Améri ca Latina, que tiene unadominan- te pampeana, urbanizeda, agri: cola-ganadera, inmigratoria ¢ dustrializada, dentro de cénones modemizadores. Cultura sur atléntica y de ningin modo cul tura del cono sur, para deslindar nitidamente dos niicleos cerca nos, emparentados pero diferen ciables claramente, como son el paraguayo-guarani y el chileno- araucano. ‘A ella, aunque excluyéndole 1a parte brasilefia, llam6 el antropo- logo Darcy Ribeiro “cultura tras: plantada’”’, equiparéndola a la de la zona norte del continente, los Py Estados Unidos y Canadé, pare- ciendo asi homologar el sueiio profético de Sarmiento. En la medida en que el término “tras- plantado"’ parece prescindir de la large elaboracién interna a que han sido sometidas las incorpora- ciones europeas, de la absorcién de ricos remanentes autéctonos y de las ingentes operaciones or ginales que uno de los equipos in- telectuales mejor dotados, como ha sido el suratlantico, han cum- plido, representando una socie- dad extraordinariamente dindmi- ca, preferiré siempre hablar en este caso de “cultura de la mo- demidad” en sustitucion de “cul- tura trasplantada””, Efectivamen- te, la suratléntica es la cultura que més drésticamente se ha he- cho cargo tanto de las virtudes como de las vicisitudes de esta concepcién del universo genera: da en el marco noratlantico, do: téndola de una inflexién pecu- iat. Una frase irénica que es ya jen mostrenco del medio inte lectual ilustra el sedicente desa- rraigo de esta cultura: del mismo modo que los peruanos descien- den de los incas -dice- y los cu- anos o brasilefios de los negros, los argentinos (los suratlanticos) descienden de los barcos. Como se podria aplicar tal cual a los norteamericanos, podriamos re: conocer que esa circunstancia nu: tricia, esa importante fuente mi- gratoria que la alimenta, nada iginalidad del produc- to cultural alcanzado. La pinto: resca alarma con que Américo Castro percibié en la década de los veinte el notorio apartamien- to argentino de la norma linguis tica peninsular, lo cual sirvid de base @ la tentacién de una lengua nacional en ese momento pero que ain antes habia dado pie a la franca utilizacion del dialecto ru ral para la expresiénliteraria y de! dialecto urbano para Ia teatral y periodistica, esa alarma, brillan- ‘temente contestada por Borges, no hacia sino testimoniar ta capa: cidad creadora, desenvuelta y ori ginal de una cultura, Entre las miltiples pruebas de la perspica- sia de José Marti esté la de haber ‘observado desde la década del o- chenta en el siglo pasado, este manejo brusco y original de la lengua espafiola que él, tan afi do a la tradicion popular penit sular, celebrd alborozado. Si los comportamientos lingiiisticos son los mejores indicadores de la singularidad de una cultura, pues es la lengua su mayor invencién simbélica, este rasgé debe contar primordialmente para medir una capacidad creadora. Una cultura de la modernidad no es, como se ha tendido a pensar respecto a su presencia en Améri- ca, una mera imitacion desvaida de culturas fordneas, un amasijo de influencias importadas, trans plantadas tal cual, sino une culty fa que, liberada de pesadas ama: rras al pasado remoto y a su tre dicién gracias a azares historicos, consigue organizarse coherente mente a partir de los elementos de que dispone y evolucionar he cia un punto focal que esta situe do en el futuro y no en el pase do. Adquiere entoness, tal come creo visible en la Argentina, le caracteristica de una cultura de vanguardia, cuya potencialidat deriva de que explora territoria desconocidos, los inventa con au dacia, los suefia y aun planifica\ los convierte progresivamente © su propia realidad. Hacia 193) esta notoria actitud vanguardist que en América Latina solo ten igual con otros miembros de & misma cultura suratiéntica, lo: paulistas de la Semana de Arti Moderno, provocaba la admira cién de Mariategui que en ell veia la prueba de una transforms cién revolucionaria burguesa qut no se habia alcanzado en otra regiones del continente y que 2 ria el camino a sucesivas trans formaciones que habrian de se tesoneramente dificultadas en € medio siglo de crisis posterior sin llegar a ser definitivament vencidas. Pero esa actitud van guardista es la misma que perci mos en la generacién intelectus de la emancipacién y en la poste- rior de la Joven Argentina que habré de tomar el poder después de Caseros, permitiéndonos la distancia 2 que la observamos ha- cer el recuento fiel de virtudes € insuficiencias. Sabemos que la tardia colonizacién de a zona por espafioles y lusitanos, la des- truccién de las débiles poblacio: nes indigenas en un sistematico genocidio, la peculiaridad de una explotacion econdmica que fijo el pacto dependiente con las me- tropolis en ascenso, el entronque historico con los centros que im- pulsaban Ia modernidad burguesa, el trasvasamiento inmigratorio, ‘son algunos de los rasgos consti- tutivos que aseguraron la funda- cién de una cultura de la moder- nidad y su empuje vanguardista. Sabemos también que la con- duccién burguesa que durante ca- si un siglo aseguré la evolucion de esa cultura, entré en colision desde 1930 con los nuevos gru- pos sociales emergentes que re- clamaron su parte en la conduc- cién del pais y su derecho a in- corporar a él sus privativos ele- ‘mentos culturales. Si hay un ras- go peculiar de esta coyuntura his- torica argentina, es la visualiza- cién dicotémica que entonces surge y que simplistamente se de- finié en la oposicién Florida-Boe do, La sociedad posterior 3 1930 vio aplicarse la “hora de la espa da’ proclamada en 1924 por Lu- gones y tendié a reconocer como vélida la division en tendencias antagénicas, por cambiantes y es curridizas y metamorfoseables que ellas hayan sido a lo largo del medio siglo transcurrido. Diria {que las oposiciones han sido cons- tantemente redefinidas, alteran- do los polos del enfrentamiento, pero que se ha conservado el ba- sico sistema binario de oposici nes entre dos orientaciones doc- trinales y esto ha sobrenadado al permanente confusionismo que rige culturalmente al periodo. To: do lo que en él se ha producido, desde el arte y la literatura hasta las formulaciones politicas, des- de las filosofias sociales hasta las morales, esté marcado por el con: fusionismo propio de una edad de crisis, en la cual ninguna pro: Posicién parece enteramente sa tisfactoria intelectualmente por. que ni es nitida ni puede desa- rrollarse auténomamente: vive dentro de una pugna y se abaste- ce de la acumulacion indiscrimi- nada de /a historia transcurrida. Incluso parecen menos nitidas que las proposiciones de la gran crisis inicial del orden colonial, aunque eso también puede atri- buirse a que estas Ultimas las po- demos percibir desde el angulo de los triunfadores en la contien- da. ‘Nada ilustra mejor el confu- sionismo que la bastante difun. ida tesis sobre la pérdida de la fentidad cultural. En América Latina es habitualmente un efec: to secundario de la velocidad modernizadora mediante incor- poracién de patrones extranjeros, aunque aparece también como una racionalizacion ideoldgica para expresar la ambigiiedad en que se mueven las clases altas y medias de una sociedad, en espe- cial sus sectores juveniles, ante las urgencias de un cambio social y politico al que parcialmente se resisten, Conozco pocos testimo. ni sobre la pérdida de identi. dad de los jovenes de las clases obreras, en quienes seria casi mas légico el problema. visto que pro- ceden de sectores rurales 0 margi- nales que se incorporan violenta: mente al més desarrollado siste: ma productivo industrial extran- jero. Conozco en cambio muchos testimonios sobre esta conciencia en los estudiantes universitarios procedentes de clases medias o altas, 3 los cuales pueden aplicar- s@ certeramente los razonamien- tos de Erik Erikson sobre la “cri. sis de identidad” que él vivid en el seno de la cultura europea. Pienso que ellos descubren que el sistema racional propuesto por una cultura de la modernidad co: mo instrumento de cualquier o- peracion intelectual, en verdad Disrioidors de iors importaén/Exportaion NOVEDADES R. BARTHES Mitologias (€4. Siglo xX1) G. BATAILLE El erotismo (Ed. Tusques) Q. BELL, Woolf (2 vols.) B. BARTOK Escritos sobre misica popular (Ed. Siglo XXt) D. HAYMAN Guia del “Ulises” (64, Fundamentas) J. LEZAMA LIMA Oppiano Licario (0. a) R. BARTHES S/Z (0, Sito XX) A. MARI (Comp.) El entusiasmo y la quietud (Antologia del romanticismo aleman) {€4.Tuxquet) —. FROMM Grandeza y limitaciones de! pensamiento de Freud (Ed Siglo XN) P. LEGENDRE El amor del censor. Ensayo sobre el orden dogmatico (2. Anagrome) C. LEVI-STRAUSS Antropologia estructural, I! Ed. Siglo XX) Solicite catlogos y listas @ Avda. Independencia 1860 Tel, 38-5708 1225 Buenos Aires. Argentina 5 | | | esconde una secreta irracionali dad. que se testimonia en el apro- jiamiento de las fuerzas produc- vas y la subsiguiente apropiacion de la conducci6n politica. No creo casual que tales crisis de identi dad hayan conducido a un reco nocimiento del irracionalismo, a veces a una practica de su capri chosa libertad y @ una reconside- racién del tema de la alienacién, Cuando dejamos de estar conte- nidos dentro del aparato intelec- tual racionalizado y cuando supe ramos el encierro mediante !a ob- jetivacion de ese aparato, descu: brimos sobre qué tembladeral irracional funciona y en qué me- dida lo propicia. Como “dialéct ca de la Aufklarung” lo percibio Horkheimer en una vision pan- occidental que no rendia cuen- tas de su agravamiento en sus margenes expansivos. La modernidad vanguardista no es una virtud en si, por més que de ese modo la recomienden sus afiliados, sino que es simple- mente una caracteristica de cier- tas sociedades dindmicas de la era burguesa. Sus productos son sin duda admirables, pero no mejo- 725 ni peores que los de otros tipos de sociedades, incluso las que lamamos sociedades tradi- cionales. Son distintos. Si algo debemos a la antropologia mo- derna es haber desprendido = las culturas tanto de las constriecio- nes de raza como de las origina- das en el concepto de una evo- lucién progresiva nica. Esos pro- ductos son ademas fécilmente in- ternacionalizables, pues se ade- cGan al circuito planetario que ha establecido la economia-mundo de la actualidad. Para una vision estrictamente de presente esto se ofrece no como una virtud suple- mentaria sino como una corro boracion del valor absoluto. Pa- ra una visién algo més ecuméni- ca es simplemente una peculia ridad, tan curiosa y original co. mo la forma de reproduccin de determinadas especies animales. Se trata de un estilo de soci dad, un modo de funcionamien- S to que subyace a la produccién de objetos culturales, aunque és- tos son capaces de autonomia respecto a los sistemas producti- vos en que se engendran. Si de jando de lado los productos exe minamos ese sistema productivo de la modernidad vanguardista, observaremos que scarrea com- plejas operaciones, tan creativas como destructivas. Exactamente, solo puede alcanzar el punto ig- neo de produccién mediante la combustién de ingentes aportes culturales que alimentan la ho- guera. Asi, el espiritu vanguar- dista debié proceder a una teso- era _urbanizacién de la cultura, lo que implicd consumir malti- ples culturas rurales y, dadas las normas decimononicas sobre las cuales fue trazado el plan de urbanizacion, debio desembocar en una generalizada alfabetiza- cién que fue construida en detri mento de las culturas analfabetas y orales. Si algo no puede negarse ‘es la coherencia de la propuesta de Sarmiento: ciudades contra campo, alfabetizacién_moderni- zadora contra tredicionalismo: analfabeto, europeismo anglo- francés contra pervivencia hispa- nizante. La consecuencia ha sido categorica: no tenemos en toda América Latina una cultura tan sistemética, rigurosa y hor neamente urbana y alfabeta co- mo la argentina. Esta opcién franca tuvo la virtud de aceptar también francamente las negacio- nes que acarreaba: la drastica exclusion de toda otra forma'cul- tural opuesta 0 alternativa. Las virtudes de urbanizaci6n y alfa betizacion han sido cantadas mil veces y es bien facil rastrearlas en la planificacién sistematica de los productos culturales argentinos, en la racionalidad de sus disefios, en los criterios analiticos que ma- neja, en las concepciones norma- tivas y generalizadoras a que aspi- ren, més visibles cuando proceden al despojo de los particulares concretos para componer una doctrina oficial que se impone beligerantemente a toda la na- cion. Todo eso se sostiene sobre destrucciones paraleles: le cultu- a argentina ha establecido una aparente y rigida homogeneidad de toda la sociedad que impuso con notoria violencia, si no a to- dos, a la mayoria de los grupos componentes, procediendo al arrasamiento de las tulturas re- gionales, sobre todo las miiltiples culturas rurales, indigenas o cam. pesinas que fueron o extermina das 0 menospreciadas en benefi- cio del sistema de valores y pres- taciones de la cultura urbanizada. Lo mismo puede decirse de las multiples culturas tradicionales de los sectores inmigrantes, al canzando la extincin de las et- nias que sin embargo aun sobre- viven en la sociedad norteameri cana de “‘trasplantados”’ y siguen proporcionando desde sus en- quistamientos sus productos es pecificos La voluntad planificada de es- te proyecto se hace visible cote- jandola con otras regiones .de ‘América Latina o con la misma Europa. Basta cruzar la cordille ra para recuperar de inmediato, en Chile, la multiplicidad de vivas formas culturales regionales 0 atravesar la frontera brasilefia a norte de Sao Paulo para percibir cuan vivamente sigue viviendo regionalismo con sus sabores par ticulares. Pero tampoco Espafis ni las naciones europeas que cor dujeron el proyecto civilizade argentino, Francia, Inglaterra | ‘Alemania, han producido una ho- mogenizacin similar y_ siguen conservando expresiones particu: lares regionales que son centros de produccién cultural con visi ble margen de autonomia. Es ob- vio que tocamos aqui las distin tas maneras en que se cumple le modernidad, segin se trate de quienes la generan o de quienes la adoptan en situacién depen: fente. Y a pesar de la diferencia de grado que s2 registra entre le operacién homogenizadora en Argentina y Estados Unidos, st podrian traer colacién las me lancélicas reflexiones de Sapir so bre las culturas auténticas y las es: purias tal como lo percibia en el panorama norteamericano de su época. El espiritu de moderniza cipn vanguardista pierde sus pro- tectoras riendas que’lo compen san y moderan cuando se diluye el ‘polo tradicional contra el cual insurje. Visible eso en las nostal- gias del particularismo que ace- charon el Sarmiento de la ma durez 0 en la recuperacién, aun- que ya fatalmente folklorica y ornamentel, de las culturas rura: les muertas en este siglo XX, 2 argo de Lugones. Hacia 1930 Scalabrini Ortiz construyé su historia de los fe- rrocarriles argentinos a partir de fa contemplaci6n del insdlito pla no que dibujaban tas lineas fé- rreas del pais; pudo también acometer la historia de la cuftu- ra argentina partiendo de ese mis- mo esqueleto que la vociferaba. Aunque en vez de trazar la doc: trina de la inocencia que dice que el demonio viene de fuera y no: sotros somo sus incautas victi mas (la “teorfa de la conjure” que deca Real de Aza) puede trazarse otra doctrina mas realis: ta que dice que en estas operaci nes se testimonia la obra de un asombroso equipo de intelectua- les, parecidos a los “amautas” de que hablaba el Inca Garcilaso de fa Vega, los que habrian disefiado platénicamente el Imperio Inca antes de que fuera realidad. Los intelectuales que estuvieron de: tras de este proyecto, pensaron vanguerdisticamente al _ pais, construyeron su modelo ideal y procuraron luego que le sociedad real se amoldara a esos lineamien- tos: pusieron su disefio encima del pais y repasaron con ldpiz tinta sus Ifneas para que queda ran registradas. En un reciente li bro Halperin Donghi ha reunido las piezas de este debate intelec- tual (Proyecto y construecién de una nacién) del que no encuen- tro paralelo sino en la generacion norteamericana que disefio el “destino. manifiesto”. El costo social fue monumental y creo que fue entonces que se introdu- jo esa arrogante concepcion abs- tracta que con tal de alcanzar la plenitud real del modelo ideal se mostré capaz de despreciar el su- frimiento de la poblacién. No hay duda de que esos inte: lectuales representan clases socia: les, ni de que operaron dentro de las constricciones que imponia su Spoca (que serfa injusto y pueril extrapolar a nuestras circunstan cias actuales), pero lo que me pa- rece singular en el campo cultural argentino, es esa presencia belige rante de los equipos intelectuales puestos @ una tarea de construc: 7 Pe ecaesy eee Ra Cai) fen eres Cerne en tua} Sere Saree cee Peco Sere Fash ale PCa Tes CREDITOS recat Peet ois) cin de modelos, 11 lo yu perci- bo Ia visible remanencia del inte- lectual dieciochesco que ha sido el inicial prototipo al que el pais fue fiel hasta hoy. La cultura ar- gentina, como todas las latino- americanas, ha sido y pretende seguir siendo una cultura de éli- tes, pecado original del que ni si quiera el pensamiento opositor y contestario actual se ha despren- dido. Pero hay diferencias en ‘América en el comportamiento de esa élites. La cultura colom- biena y en general la andina, es ‘asimismo una cultura de élites y la mexicana no s6lo de élites sino aun de maffias detentadoras del poder. Pero mientras las élites de la region andina funcionaron coparadamente del resto de la So- ciedad, dentro del batiscato de sus clases, trasmitiéndose comu- nicaciones para uso exclusivo del sector intelectual, las élites argen- tinas funcionaron sobre el cgn- cepto de servicio civil nacional, se constituyeron con equipos al tamente preparados, desarrolla- ron complejas visiones futurist y elaboraron proyectos destina dos a ser puestos en préctica por la sociedad toda ya que reclama- ban de la mayoria de las fuerzas sociales para ejecutarse. Como ademés acarreaban modificacio res ingentes, les era indispensable un amplio y riguroso. sistema educativo tanto para formar los cuadros eficientes pera esa tarea como para internalizar en la con ciencia de los ciudadanos sus pre suntas virtudes. Como carecieron del rico estamento eclesidstico de otras regiones, aunque apelaron algo retéricamente @ los princi pios religiosos, tuvieron mas con fianza en un armado instrumen tal educativo laico como era pro- pio del proyecto burgués moder no. El les conquisté importantes sectores populares quienes acep- taron esa leccién de la ideologia aun en oposicién a la leccién de fa verdad conereta de sus propias vides, posible origen de esa sor prendente alienacion de los sec: tores medios urbanos en la socie- dad argentina actual. Esas élites han modelado la na: cin imponiendo mitos en la con- ciencia ciudadana: desde el “nacion’ hastael de “educacién’ Dirfa que todas ellos, aun los més defendibles, responden a los principios de un flexible despo- tismo ilustrado, porque han sido incrustados en Ia sociedad a par- tir de su elaboracién por las éli- tes, sin intentar recoger de los hombres que i aoITRATAT BAF valores que conducen sus formas culturales especificas y tradicio- pales. El principio de moderniza- cién adquirié asi un estilo autori- tario y desde’ié las fuentes crea tivas y espontaneas de la pobla cién, que solo algunas veces re- shltarbn rescatadas en obras lite- arias 0 artisticas, en formulagio: nes doctrinales de. grupos resis: tentes y minoritarios. Fue una cultura inducida que se prevale- cid del extraordinario aparato educative para trasmitir la ideo- logizacién de las élites. Sin duda manejé expresiones populares pe ro solo GpiderrmicaTANe & abs pués de haber sido castradas (le ideologizacién del gaucho que hizo Lugones en sus conferencias de 1913 ante las autoridades na- cionales) y con ellas revistié en: mascaradamente los mensajes de las élites, oficiando de represen tantes de clases dominantes. Establecieron una cultura nor mativa y legal, la cual desarroll6 persuasivas abstracciones explica tivas y minuciosos sistemas lege- les de funcionamiento, pues to dos los integrantes de estas élites fueron, como Laprida, hombres de leyes y dictmenes ¥ no dejz de ser aleccionador la subversion de esos rasgos en Ia actual situs cidn argentina, porque ha eviden: ciado, casi grotescamente, lo que tenian de invenciones supraes- tructurales y de régimen coerciti vo. Se trata de una peculiaridad compartida por diversas reas la tinoamericanas, devotas todas de Jos cédigos napoleénicos y de las cambiantes cartas magnas consti- tucionales, pero es la coherenci yy el espiritu de sistema lo que en el caso argentino llama la aten: cin. La minuciosidad con que fue construida una red de princi- pios érdenes, disposiciones, terpretaciones, y el rigor omni modo con que se aplicé a la tota- lidad nacional. Para lograr esta ‘coherencia y esta sistematicidad, forzoso es perder de vista la reali- dad concreta. El perspicaz Valen- tin Alsina lo percibié de inmedia- to en Sarmiento y amistosamente trat6 de evidenciar su propension a los sistemas, que definié asi: “sentada una idea jefe, recorre cuantos hechos se le presentan, no para examinarlos filosbfica- mente y en si mismos, sino para alegarlos en prueba de su idea fa- vorita, para formar con ellos el edificio de su sistema. De aqui nace naturalmente que, cuando halle un hecho que apoye sus ideas, lo exagere y amplifique; y cuando halle otro que no se en- cuadre bien en su sistema, 0 que lo contradice, lo hace a un lado, 0 lo desfigura o fo interpreta: de aqui nacen las analogias y apli- caciones forzadas; de aqui los juicios inexactos 0 parciales acer- ca de los hombres y sucesos; de aqui las generalizaciones con que, de un hecho individual y tal vez casual o insignificante en si mis: mo, el escritor deduce una regia ‘9 doctrine general”. éNo se po- dria aplicar a tantos otros on tantas épocas? 2A Echeverria co. mo a Alberdi, a Lugones como a Ingenieros, a Martinez Estrada como a Vifias? No veo en el resto de América Latina otra cultura tan poco em pirica y tan poco pragmética co- mo la argentina, tan poco respe- tuosa de lo concreto, particular e individual y a la inversa, tan segu: fa de la conveniencia, amplitud y exactitud de las “leyes y los dic- témenes”. Percibo en ella una tendencia generalizadora que se construye a partir de algunos apo- yos realistas evidentes y eficien- tes pero no siempre suficientes n> ra esa répida construccién gene- ralizadora que aspira a la fijacion de normas interpretatives de vali dez universal, de teorias fascine- doras pero indemostradas. Es fre- cuentemente el reino de las hipo- tesis que se hacen pasar cémoda- mente como tesis resultantes de una investigacion que no se ha Nevado a cabo. Veo aqui una consecuensia de ese ahsolutismo de las élites intelectuales aplica- das a fijar modelos ideales para luego encarnarlos. Y comparto tan vivamente la desconfianza contra este espiritu de sistema que Hlev6 a Carlos Vaz Ferreira a escribir su Légica viva, que lego 2 pensar, aplicando aqui el espiritu de sistema, si esta des- confianza tanto del Vaz novecen- tista como mia, no es parte de una resistencia provinciana a la sistematizacién omnimoda que Hevé adelante 1a capital Buenos Aires sobre su vasto hinterland, que no estaba compuesto solo de campifias sino también de peque- fias ciudades como Montevideo Cordoba, las cuales no por azar fueron, en 1908 y 1916 respecti vamente, sedes de insurgencia es- tudiantil_ y reformismo universi- tari A tavés de un oficiente apara to educativo, que encudre y ¢ fraza el régimen represivo sobre el cual se levanta, los “amautas” trasmiten sus ensofiaciones al co- min: nada de raro que en algin momento una parte de la socie- dad, aunque acostumbrada a aceptarias, descubra que esta so: jiando pesadillescos cuentos bor- gianos. Nada de raro tampoco que otra parte de la sociedad se niegue 2 sojiar una pesadilla que poco tiene que ver con su si- tuacién concreta_y sus intere- ses. Hay un momento en que la conciencia de los particulares consigue perforar la perfecta es tructura normativa disefiada por los “amautas”. Pero es ilustrativo del poder de los sistemas para se guir operando mds alld de las doctrinas que transportan, regis- trar en esa parte de la sociedad que se rebela a la conduccién de las élites, la asuncién del mismo espiritu de sistema, de los mis- mos disefios generalizadores y abstractos, aunque comidnmente de signo contrario. La capacidad insidiosa de toda acumulacion cultural extensa, de todo pasado, para impregnar posiciones doctri- narias disimiles y aun contrarias, filtrando sobre los campos opues- ‘tos un idéntico régimen operacio- nal que los homologa funcional- mente aunque discrepen en sus proposiciones, puede reconocerse en el Gltimo medio siglo argent no correspondiente a la crisis, en el trazado de dos |iness opuestas. La parcial toma de conciencia de esta crisis, se logré mediante el reconocimiento de una linea de cultura alternativa. Oponién- dose a la linea liberal y oficial de la cultura argentina, que en algu- na ocasi6n se denomiiné mitrista, se concedi6 relevancia a una li- ‘ea recesiva de tipo populista, !o que a su vez fundamenté el dis- curso histérico revisionista. Si bien tal ruptura resulté benefi- ciosa, en cuanto puso en discu- sién el principio homogenizador falso que se habia impuesto al pais, dista de dar cuenta de la to- tal situacion cultural de la socie- dad. Se sabe hoy que la cultura argentina no es, exclusivamente, el Teatro Colén, el diario La Na- cién o la revista Sur, pero la solu- cién alternativa populista asumié similares formas autoritarias, ge neralizadoras e impositivas, pre- senténdose como el producto de otras élites intelectuales dictami- nando a partir de una escasa o empobrecida experiencia de lo concreto. Qued6 destruida la concepcion global y uniforme, pero su dependencia de élites asi como Ia subsiguiente tendencia sistemgtica homogenizadora con- tinué funcionando. Con to cual la pluralidad de culturas someti- das que de hecho integran la na- cionalidad no ha sido recon ni han adquirido fuerza sus varia- das demandas a integrar una cul- tura auténticamente nacional. Es propio de las crisis la desintegra- 9 cidn de la centralizacién autorita ia, dejando en libertad operativa los variados sectores que enton ces buscen expresarse. Algunos pudieron hacerlo y otros siguen imposibilitados de sostener fuer temente sus propios valores cul- turales y aun corren el riesgo de perderlos si asumen simplemente igunas de las dos lineas (oficial y populista) enfrentadas. Las culturas de los sectores so- metidos cumplieron siempre in gentes esfuerzos para expresarse colectivamente y para ser acepta- das validamente a la luz publica. Para comprobarlo, cada uno de nosotros puede trabajar desde su campo de observacién, sean las lenguas, las doctrinas sociales, os humildes productos de la vida co- tidiana, las posiciones politicas, etc. En mi caso ese campo de ob- servecisn esté reprosentado. por la literatura. En él se percibe la exacerbada expresiOn de las cul: turas rurales en el ultimo tercio del siglo XIX, aunque con ma- yor vigor y mayor variedad (de Lussich @ Podesté) en las regiones alejadas del centro tentacular de Buenos Aires y por eso més viva: mente en la Banda Oriental que en la Occidental de! Rio de la Plata. Del mismo modo que mas vivamente entre las poblaciones de Rio Grande do Sul que bajo el imperio urbano de Sao Paulo, para la otra porcion (brasilefia) de la cultura suratiéntica. Encam- bio las culturas inmigratorias de! er tercio del siglo XX, por su incidencia en los centros urbanos, lograron expresarse preferente- mente en las ciudades, S30 Paulo y Buenos Aires, aunque asumie- ron sus rasgos contestatarios mas firmes, su estructura ideolégica radical, en las ciudades pequefias, Rosario, Montevideo. La ,,plebe ultramarina’ que _vilipendiaba Lugones, consiguié una_inicial expresién propia, que Gladys Onega ha pesquisado en su libro, sustenté originales formas teatra- les y disefié formas originales de! imaginario, aunque, en el sentir de Darcy Ribeiro, no consiguid 10 imponer como en Estados Uni dos sus normas vitales y se rindio al conservadorismo tradicionalis: ta de las élites dominantes. Ello, sin embargo, estaba previsto des- de el comienzo novecentista en las proposiciones de Canaan de Graca Aranha y en La gringa de Florencio Sanchez, quienes bus- caron Ia reconciliacion de los ele~ mentos en pugna. Tanto unas como otras mani- festaciones, rurales y emigrantes, han sido entazadas precariamente han buscado construir yn popular alternativa recusatoria de {a oficial, pero lo cierto es que no hay similitud ni continuidad historica entre estas formas culturales de sectores do: minados de la sociedad. La debi- lidad de sus productos y la di cultad para ser incorporados al Circuito culto, testimonian el aplastante peso de la cultura de élites, tanto en su vertiente ofi- cial como en la superculta y so- fisticada que ocupé la escena des de 1930. Las formas populistas, incluso, que se generaron en los diez y los veinte, fueron incapa ces de sostener un desarrollo ex tenso: asi, una de sus ricas inven- ciones, el tango, se agotd lo sufi cliente como para que en las itt mas décadas fuera recuperado por el sector culto como un abje: to de museo. Cuando una cultura se ha defi nido en torno al espiritu vanguar- dista, es éste el que la interpreta a cabalidad, mucho mas que las ocasionales doctrinas, fatalmen- te histéricas y circunstanciales, on que el vanguardismo ha encer ‘nado. Sobre todo porque los sec- tores que aseguran el avance de la sociedad en algin determinado momento e interpretan por lo tanto ese vanguardismo, asumien- do en un tiempo a la totalidad social, pueden haber perdido sus energias creativas e incluso haber retrogradado a posiciones de in ~ovilismo. Es entonces que se scesita de una nueva definicion, de un nuevo contenido del van- guardismo, cosa que, como en al- gin momento observé el mismo Croce analizando el agotamiento de las escuelas literarias y su obli- gado reemplazo, implica la incor- poracion de nuevos sectores so- ciales. La cultura argentina, que fue capaz de integrar, aunque en po: sicién dependiente, multiples as pectos tradicionales pertenecien- tes a estratos bajos de la sociedad, 0 ha encontrado el camino para dar paso a las expresiones de fuer- tes sectores urbanos, como son os nacidos del crecimiento indus trial en las grandes ciudades, pues la cultura peculiar de ellos no puede de ninguna manera verse representada por las invenciones de los “cuadros”, ya que estos vuelven a reiterar, dentro de otros pardmetros, las tendencias elitis- tas anteriores, !lamense como se llamen. No ha habido renovacion cultural auténtica, apenas sia veces populismo y otras doctri narismo funcionarial En cambio si, ha habido escri- tores formados en el cauce de la supercultura del Gltimo medio siglo, que han sido capaces de tender una puente hacia el reco- nocimiento de esos valores. La asombrosa trasmutacion de la lengua literaria es quizds el mejor indice de este cambio que no puede equipararse @ un mo" superficial porque ha puesto, progresivamente, la asun- cin de valores propios de los sectores populares. Estos son re- conocimientos vicerios de la otra realidad que ain no se ha expre- sado, tal como Mariétegui decia del indigenismo que era la forma interina, antes de la directa ex presion por parte de los’ indios. Pero sefialan, al mismo tiempo, «! movimiento profundo que esti cumpliendo una cultura que ne- cesita, para una nueva y plena ex: pansin de su espiritu vanguardis- 1@, un nuevo proyecto de futuro. Wilson Center, Washington, A‘sril 1980. A propésito de las relaciones de Sartre con ta literatura, he po- dido observar que muchas veces tanto sus entusiastas como sus detractores incurren en elsmismo error de apreciacion, Los prime ros, adeptos a los escritos polé cos cuyo texto mayor seria Qué es /a literatura, han visto en esa descripcién sociolégica de la si tuacién de los escritores france ses en 1947 y en la teoria del compromiso uns estética: volun. tarista que, una vez aprendida de memoria, serviria para edificar ua discurso transparente sobre la realidad. Los segundos, por razo nes simétricamente opuestas, ba séidose en los mismos textos pe fo valorando negativamente sus obras literarias por considerarlas ‘como subproductos de la teoria, han descalificado al escritor en nombre de una vision més con. tradictoria de Ia literatura. Puede decirse, entonces, que los dos bandos tienen la misma opinion y, sobre todo, aunque simulen a: tribuirsela a Sartre, fa misma concencién de la literatura, Por ‘opuestas que parezcan, las dos posiciones vienen del mismo re- flejo de fetichizacion, Muchos entusiastas de Sartre se aferran a la teoria del compro miso a partir de sus propias sim- plificaciones ideoldgicas, sin te ner en cuenta que el compromiso es justamente el resultado de una Juan José Saer Sartre: contra entusiastas y detractores Abril de 1980: la muerte de Jean-Paul Sartre. Juan José Saer, especialmente para “Punto.de Vista’ y Rossana Rossanda disenan su figura de intelectual contemporaneo: politica y moral, filosofia, escritura, sonciencia llicida de nuestra época. n inmersién en una situacion con creta, y que, como io probaria més tarde la Critica de /a razon dialéctica, esa inmersion supone un rigor metodolégico infinita mente elaborado que se adecie a la complejidad de lo real. El compromiso no es por lo tanto la teori nii del dogma ideolégico. No bas ta ser declarativo ni gargarizar profesiones de fe: la fe ha de ser sustituida por una teoria correc: ta y las denuncias no pueden ser globales sino que deben sefialar la exacta opresién. El escritor no es un tenor que vocaliza generali dades en un escenario bien ilumi- nado, sino un hombre semiciego .ive trate de ver claro en Ia negru de la historia. Por su parte, los detractores de Sartre fetichizan inversamente la concepcion que tienen de la li- teratura y del escritor El arte, di cen, es ambiguo y contradictorio. No vale la pena tratar de compro. meterse, puesto que las obras se escriben un poco por si mismas y, ademas, el hombre es de tal 0 cual manera; la teoria del com- promiso es extrafia al arte. Las obras de arte son buenas 0 malas; we sean comprometidas 0 no no modifica para nada su esencia. Borges, adaptando la broma de uno de sus maestros ingleses, iro- nizo hace paco: hablar de litera: tuta comprometida seria como hablar de equitacion protestante. Estas dos actitudes tienen co- mo fundamento comin el feti- chismo de un saber previo sobre Ja esencia de la literatura que uti- liza la obra de Sartre como e- mergente 0 como chivo emisario. La causa de esas posiciones es una doble ingnorancia: ignoran- cia de lo que Sartre ha escrito reglmente e ignorancia de las exi- gencias practicas de todo trabajo artistico. La obra de Sartre desmiente a gritos, de una punta.a otra, exe simplificaciones. En “Las pala- ras’, que es un ejemplo desium- brante de praxis textual, Sartre nos hece descubrir, descubrién- rn de las buenas intenciones. dolo él mismo a medida que es cribe, que la autobiografia es un género tragico, que toda empresa autobiografica esta destinada al fracaso por la imposibilidad que existe no solamente de formular ia propia experiencia en un géne- ro literario determinado, sino también de acceder plenamente a esa experiencia. Ese libro unico prueba que para Sartre a produc cin textual era una praxis rigu- rosa quince afios antes que una legion de divulgadores (con Phi. Ilippe Sollers a 1a cabeza) lo de clarara pasado de moda en nom: bre de esa misma produccién textual. Los surrealistas _ denostaron enérgicamente el Baudelaire ya que pretendian que Sartre trata: ba 2 Baudelaire como a un caso clinico sin advertir que, bajando 3 Baudelaire de su pedestal, reu- bicdndolo en la red de sus con tradicciones, no hacia otra cosa que actualizar la vigencia de su poesia y ponerla otra vez en el centro de nuestras vidas. Sartre, que dejé pedazos de la suya es- cribiendo, durante 17 afios, su inmenso Flaubert, es sin duda menos leido que calumniado, Sus detractores parecen conocerlo mas por la chismografia periodis tica que por sus libros: Sartre ha escrito sobre Faulkner, sobre Dos Passos, sobre Genet, sobre Mallar: mé, sobre Baudelaire, sobre Flau: bert. Su filiacién filosofica inclu: ye los nombres de aquellos fild- sofos que han estado mas cerca de los poetas 0 que se han ocupa- do con mayor lucidez del arte y de lz poesia: los estoicos, Rous seau, Diderot, Marx, Kierkegaard Heidegger, etc. Si tenemos en cuenta la precision ardiente de prosa en los momentos més feli- ‘ces, podemos decir que Sartre es también un filésofo poeta. ‘Aunque el pensamiento sartreano pierda vigencia alguna vez, la in- tensidad de su escritura le asequ- ra desde ya su perennidad. Del mismo modo que su perso- na, también la obra de Sartre es inclasificable. El decia a menudo de si mismo que no era inteli gente, y creo que esa declaracion era una manera humilde de verse asi mismo en la misma lucha en que se ven todos los hombres de buena fe cuando tratan de consti- tuir una vision del mundo vivida y pensada auténticamente hasta sus Ultimas consecuencias. Su materialismo, implicito ya de al guna manera en sus primeras bus- quedas de lo concreto, es el resul- tado de, una larga reflexion y de una lucidez sostenida contra el confort intelectual de su tiempo, que pretendia dividir el pensa: miento en dos bandos, y contra su propia formacion intelectual que era, a través de Husserl y Bergson, de filiacion idealista, Era una especie de materialismo he roico. Como dice el doctor Sust: i, lo que oponia, entre los m1 meros Zen de la China, to Escur la del Norte a la Escuela ei Sur no eran simples puntos doctrina les secundarios, sino una diferer cia inherente al espiritu humane en tanto que la Escuela del sur a: firmaba que la Iluminacion era subita y que no exigia ninguna preparacion previa, para los del forte esa Iuminacién no se da- ba mas que como resultado de un largo trabajo. Es evidente que ese trabajo se confundié con la vida misma de Sartre y que cuan: do alguien le hizo la observacion de que se habia destruido fisica mente escribiendo, Sartre contes 10: “Es mejor escribir la Critica de Ia razén dialéctica que gozat de buena salud”. El cardcter inclastficable de! pensamiento sartreano reduce al absurdo la tentativa de clasificar la obra por géneros. Preferic sus novelas a su teatro y sus ensayos a sus novelas carece de funda: mento y sentido. Todos sus textos nacen de la misma obsesion por asir al hombre en situacion, co- mo él decia, esclareciendo sus determinaciones, para reunir los pedazos de una totalidad huma: na desgarrada por miltiples con- tradicciones, En ese sentido, Sar- tre no difiere de los otros grandes escritores de nuestro tiempo, y os escribes corporativos que pre: tenden reservarse el dominio pu ramente literario, deberian apren der antes que nada la leccin que su obra inmensa nos deja. Si re conocemes en Sartre un escritor ¥ no un simple filosoto profesio. nal, podremos enriquecer nuestra concepeién de Ia literatura y los instrumentos que nos sirven para constituiria, en lugar de jactarnos de ser simples escritores profesio- rales ‘No hay, entonces, que confun: tir: Sartre no se expide a priori sobre el modo de hacer literatura ni tiene, de antemano, una con ‘cepcion del hombre. Son sus tex tos de acero los que huscan <7 frojo, nuestro destino. En uno de us libras menos conocidos, Plaidoyer pour les intellectuels, Sartre, describiendo ai escritor, dice que ¢3 inutil exigirle a éste ol mismo compromiso que a los in: telectuales, porque ese compro: miso esta nscripto en la esencia misma d: su trabajo, que el tra- bajo de. artista consiste en uni- versali-ar su. singularidad y que no vive la pena exigirle, como al sabio atémico por ejemplo, que ineluya la totalidad humana en su praxis singular, porque el ar- te es la unica actividad que no rdria existir sin esa sintesis en: Fis, ecedora, Y sino les basta, a los escribas, ese homenaje continuo que el pensamiento de Sartre le rinde a la literatura, que se remitan, si les queda tiempo, a sus realiescio nes: por ejemoio, el iltime api Rossana Rossanda Nuestro amigo, nuestro maestro Foe victinra, ace cinco anos de un primer ataque. Después, e! mal no dejé de golpearlo: en el brazo, en el cerebro, en los ojos. Este cuerpo pequefio, cuya feal dad tenia un significado tan agu do, se convirtio en blanco. sdlo ‘Su parte mds noble, la de la me- moria y las ideas, sequia indemne Y resistia.-Después de cada golpe, volvia @ vivir como antes. “Veo muy bien’, me decia alegremen te, hace tres afios, en Roma, por- que pudo distinguir mi sombra y el encabezamiento del /fnifesto, en el hall del hotel, ese ‘tel a! tulo de Cuestiones de método. Para aplicar sus distintas tentati- var motédolégicas (multidiscipli aria, progresivo-regresiva, etc.) Sartre imagina_ dos muchachos que estudian, con la ventana a: bierta, en un cuarto de trabajo, y el entrelazamiento de determina ciones que constituyen ese sim ple acontecimiento. Por aprox: maciones sucesivas Sartre va tra tando de mostrarnos lo que ocul ta a simple apariencia y aquelc de que se carga, arduo y espeso todo acontecimiento. En esas j. ginas limpias Sartre no es otra c* 32 que un narrador, uno de In mas grandes, es decir alquien leno de un recuerdo obstina!> singular, trata de ponerlo en hoja de papel para tratar de on contrarle, entre todas esas pala bras, un sentido a tanto infinito. cual siempre volyi cuando ago to es t6rrido y el calor espante fos turistas. ““éDénde se com mejor?”, preguntaba el afio pass do, cuando su brazo tlevaba cor dificultad hasta la boca, ligera mente deformada por una parali sis, e808 rigaconi que tanto le gus taban. Ye todos los grandes intelec- tuales del ‘sigio, Sartre es el que Menos se ha escatimado. Normal. mente, un intelectual “se admi- nistia"’; tiene primero una int zion que aferra y pule; se sabe hombre de una idea, la nutre, la 13 hace dar vueltas, construye con ella su identidad. Lukacs es His- toria y conciencia de clase y El asalto a la razdn, dos momentos de la revolucién comunista, pri mero en su nacimiento, luego transformada en religion positiva. Marcuse es Eros y civilizecién y EI hombre unidimensional. Pero seria equivocado escribir que Sar- tre es El ser y Ia nada y Critica de Ia razén dialéctica més que Los comunistas y la paz, El fan- tasma de Stalin, Flaubert o La cause du peuple. Hace algunos afios, su viejo amigo convertido en adversario, Raymond Aron, escribié sobre el Sartre tedrico el libro més preciso. “Es verdad, es verdad. iQué libro tan despierto!_ éLo leyé? Yo no lo lei todo”. Pa- saba asi a través de los libros y los ensayos sobre él, innumera: bles, los lefa por gentileza hacia sus autores, con cierto aburrh miento. Se releia poco 2 si mis- mo, porque tenia siempre que es- cribir, es decir: captar y trabajar con palabras un trozo de io viente, como presente, como his- toria, como. embrion de un na- ciente futuro. Lo escrito era pa sado: memoria, pero pasado. Na- die se cité menos que él ‘Normalmente, un. intelectual administra" su produccién, No era, ést2 el caso de Sartre: Escri fa torrentes de obras que no ter- minaba, primeros tomos que anunciaban un segundo, segun dos que remitian a un tercero: no hubo tentacién de digresion a la que no sucumbiera, las acumu- 16 todas, ‘porque representaban justamente lo real que rompia to- do intento de orden, el movimien: to de la vida llamando a su puer- ta, Su gesto fue palabra y morali dad, su movimiento, movimiento de una y varias conciencias. Por 50, todas las formas del discurso fueron las suyas, ensayo, novela y teatro. Hablaba, conversaba, se gastaba. Una sola obra, breve y fulgurante, aleanz6 la plenitud de la forma lograda: Las palabras, donde ya se encuentra tado lo 14 que debia aparecer en el millar de paginas de su ultimo trabajo sobre Flaubert. Normaimente, un intelectual reexamina sus propias posiciones politicas, decide si se eomprome- te y d6nde; se compromete 0 se repliega, conciente de ponerse en cuesti6n y, por ello mismo, abrir su flanco a la ofensa, a la amar- gura, al: “Fui utilizado, me enga- fiaron’’. Sartre, hombre del com- promiso, no. Hasta la guerra, no tuvo tiempo de mirar el mundo, debfa descubrir la cultura y el hombre. La guerra y le prision en Alemania realizaron esa soldadu- ra que ni siquiera las celebracio- nes del Front Populaire habian conseguido establecer. Desde en tonces, no dejé de comprometer- se, en el sentido en que no dejé de vivir en medio de las grandes cosas del mundo: vivir para si mismo le hubiera parecido supre- mamente aburrido, intelectual- mente degradante. Después de la guerra, intenté construir un pequefio grupo poli- tico. Sin éxito. Fundé una revista y gravité mucho tiempo en la iz- quierda del partido comunista: mejor, del movimiento comuni ta. El PCF no le proporcioné si- no eéleras idiotas. Esperd, sin embargo, que el movimiento co- munista internacional, se inserta ra.en la historia de nuestro siglo, con sus grandezas y sus bajezas. Estuvo al lado de los comunistas durante la guerra fria, llegando, por ellos, hasta la ruptura con Camus y, lo que fue mas grave, con Merleau-Ponty: “Quien pien sa que puede, cuando el mundo estd partido en dos, refugiarse en las Galdpagos, es un loco’. En 1952, le basté, para estar al lado de los comunistas, que se intenta ra liquidarlos: no tenia necesidad de estar seguro de quelos militan- tes seguian un partido justo. En 1956, en E/ fantasma de Stalin, escribié una frase que el PCF no le perdono jamas: “El partido de los fusilados se ha comertide en el partido de los fusiladores”. En un océano de -lia, estuvo con ella, y escucho paginas que son las més aguda y més emocionada relectura france- se de Isaac Deutscher, participo en la reconstruccién de la histo- ria terrible de los afios que siguie- ron a Octubre, revolucién absuel- ta por la miseria, la “escasez”. De hecho, reanudé’ entonces algunos lazos con los comunistas. Si preferia frecuentar a los comu- nistas italianos, y no a los france- ses, era porque los franceses no eran frecuentables. Con una co- queteria de hombre libre, le gus- taba telefonear a Roma: “Qué me dicen? Repongo Las manos sucias . €No suscitaré un dra- ma?" Pero cuando exploté Arge- lo a los argelinos. Vendré el Ma- nifiesto de los 121, las redes de ayuda, la réplica violenta, como la de Les Temps Modernes a la guerra sucia de Indochina, Des- pués vino Vietnam y la defensa, siempre, de la causa de los que deben liberarse y nd pueden. Pa- cifista porque anarquista: la que- ra impide que los hombres lu- chen. Su marxismo, hecho de lec- turas distraidas, reconstrufa la procesién tumultuosa de los hombres y las masas empujados por la necesidad: necesidad com- pleja, mas préxima de la cultura y la moral, de la bisqueda de ta identidad, que de la batalla por sobrevivir. Pero, en nombre de ese tumulto, Gnica realidad im- portante, confid en Fanon y enel Tercer Mundo: nada desdefio de Jo que, en la coexistencia, podia llegar a romper los esquemas, @ dialogar, a comprender. En 1968, su esperanza en una cierta eficacia del comunismo le abandond del todo. Fueron los acontecimientos de Checoeslova: quia, fue una China que no le gustaba, fue Mayo. No sé. Ha- blando de las etapas de su vida, en 1973 creo, tenia ya la tenden- cia a hacer retroceder hacia el pa sado lo que no fue una rupture ruidosa con el movimiento comu- nista, sino mds bien el fin de un recorrido a veces paralelo, el re- conocimiento desichado de la imposibilidad de pasar de su es: pecificidad libertaria a una forma que, en tanto forma organizada no habria logrado “inscribirlo”, pero de la que le hubiera gustado ser “compafiero de ruta”. Nose es comunista a solas: nunca dej6 de decirlo. En mayo del 68 esta to- ma de distancia habia llegado a un punto maximo. Terminada la relaciOn, ésta haba terminado de una manera extrafia. Sartre, el anarquista, el liberta- rio, se encontré en el tumulto de las _asambleas, entre aquellos, muy pocos, que no fueron echa- dos de la Sorbona: estaba con el movimiento, percibiendo al mis: mo tiempo que éste era joven y €I no lo era. Joven significaba lle- no de imaginacién y de antinte- lectualismo. iY él no era eso! Nunca flaqueé cu conciencia de ser un intelectual: hizo la auto: critica del intelectual con supre mo intelectualismo en Las pala- bras. Podia decir de si_que el in- telectual es quien, cuando otro actia, escribe un libro. Pero no se sentia ni pardsito ni quardidn. Cuando Benny Levy, que era por entonces un dirigente de la iz- quierda proletaria, y los jévenes maoistas le preguntaron: “Para qué sirve Flaubert?”, él respon- : “Hoy, quizés, para nada; hoy ustedes no tienen tiempo, no pueden comprenderto, escribo para mafiana. Mafiana me leerén”. Nunca acepté realmente discu- tir su ser intelectual con alguien que no lo fuera. Pero tampoco siguid nunca las reglas del intelec- tual. Incierto todavia en 1968, ponia poco después todo su di nero en La cause du peuple y no dejé desde entonces de estar con el movimiento, se identificara és- te con él 0 no. Dispuesto a volver 2 poner todo en cuestidn, a ree- xaminarlo todo, fuera de lo que clasificaba definitivamente. Ha- cia del _pensamiento una pura forma. Todavia lo veo, hace dos afios, expulsar de la conversaci6n, con un gesto de su mano ya inde- cisa, a los “nouveaux philoso- phes", tan bien educados, tan elegantes, ten _aristocréticos, muertos. Algunos afios antes, les hubiera lanzado una de sus esca. s2s estocadas: escasas, porque era conciente de la complejidad del error y nunca fue mezquino, ni siquiera con sus adversarios. Y, por otra parte sus errores? Na. die sufrié mas “derrotes” en po- litica, pero las derrotes no son derrotas sino para los que conei- ben la politica como una inver sion: si no rinde, entran en crisi Sartre, en cambio, concebia la politica como el flujo que arras- tra a la historia, cuando ésta per- manece fija. Por eso, nunca “administré” nada, ni siquiera en su propia vi da. Ni el amor, ni la amistad, ni el dinero. Amé a varias mujeres, 2 las que, lo sabia, sedujo no por cémo aparecia, sino por lo que era, y a las que no abandond nunca, reservando para cada una una parte de sus dias y de si mis- mo: formé con Simone de Beau- voir una pareja que atravesd el siglo en amistad fiel y total. Re- servo para sus amigos las grandes afinidades y las grandes rupturas. Después llegaron los jévenes, los que debian ser los protagonistas de mafiana; que no se le parecie- ran, no era importante: siempre les llevé su ayuda, los escuch los siguié en lo que emprendi ran. Slo para ellos le interesaba el dinero: para las “‘redes”, los comités de protesta, La cause du peuple, J accuse, Libération, pa- ra it, estando ya enfermo, a Ale- mania a ver a Andreas Baader. Pocos son los que pudieron ofre- cerle algo, aunque sélo fuera una comida. Cosas asi lo escanda- lizaban. En 1960, una pequefia comuna italiana, Omegna, le ha- bia adjudicado, a cause de lo de Argelia, el “Premio de la Re tencia”. Viajé a Italia pagindose los gastos. Hablé en un siniestro dancing, en el mes de noviembre, mientras que en el valle, desafian- do la prohibicién del alcalde, se habian encendido fogatas en las torres de la regiGn, Al dia sig te me llamé por teléfono: “ en el sobre hay un cheque de un millon; no es bueno épuedo tirar- lo? —€Cémo tirarlo? Es el pre- mio que le entregaron ayer a la noche. —Pero yo creia que era slo una forma de decir, yo no quiero plata. Y ahora, équé hace- mos ahora?” Le dio el cheque a la comuna de Omegna, para las familias de los partiggianos, el asilo, y no recuerdo donde més. Pidi&- que se mandera la mitad a comités de protesta. Murié pobre; or otra parte, todo lo que se re- firiera al dinero no le interesd ja- mas sino para que otros pudieran aprovecharlo 0 paraver el mundo. Este hombre fue nuestro ami go y nuestro maestro, el més pré- ximo quizds en los ultimos afios. A medida que la muerte se fue apoderando de él —ella lo visita- ba desde hacia tiempo, arreba- tdndole cada vez un fragmento y exigiéndole el desafio de recupe- rarse entero— aprendimos a leer- Jo como é1 mismo se leia, un es piritu que captaba el mundo y se debatia alli, indiferente a la teo- ria que no fuera instrumento, pe- ro instrumento de trabajo y de interpretacién. Todos sus libros nos han dado intuiciones fulgu- rantes, deslumbradoras: la liber- tad es la sefial de su pensamiento. La “puesta en cuestion’, la me- nos escéptica que pueda imagi- narse, protegida sobre el frégil puente tendido entre el andlisis fragmentado al infinito y la uto: pia. Sobre este puente fragil que atraves6 hasta el fin, arriesgando romperse el alma, construyendo, desechando, arrojando. Al final, éno ofrecié a un joven, no su Pensamiento més perfecto, sino el masatormentado, el més incon- trolado, su esfuerzo para domi- nar lo real? Vivié y murié co- rriendo, generosamente, saltando todos los obstdculos, cayéndose, levantindose y volviendo a pen- ser, yolviendo a poner todo en cuesti6n. Una vida espléndida. Este texto fue publicado en el nimero expe Colmente dedicade 0 J.P. Sarre, después de su muerte, por el diario Le Matin de Parts. Susan Sontag Recordar a Barthes Roland Barthes tenia sesenta y cuatro afios cuando murié el 26 de marzo, pero su carrera era mas joven que lo que su edad sugiere, ya que tenia treinta y siete afios cuando publicé su primer libro. Después de! comienzo tardio vi nieron muchos libros, muchos temas. Se podia sentir que era capaz de generar ideas sobre cualquier cosa. Si se lo colocaba frente a una caja de cigarras co- menzaba a tener una, dos, mu- chas ideas, un pequeiio ensayo. No era cuestion de conocimiento (seguramente no sabia mucho acerca de algunos de los temas sobre los que escribié) sino de sentido alerta, de minuciosa transcripcién de lo que podria pensarse sobre lo que nadara en la corriente de su atencién. Tenia siempre a mano una fina red de clasificaciones con la que pescar el fendmeno. En su juventud actud corto tiempo en una compaiiia teatral provinciana de vanguardia. Y al- 0 del teatro, ese amor profundo por las apariencias, tife su obra cuando comenzé a desplegar to- a la fuerza de su vocacién de es- critor. Sentia las ideas dramati camente: una idea competia siempre con otra. Arrojéndose a la endogémica escena intelectual francesa, enfocé sus armas contra el enemigo tradicional: lo que Flaubert llamaba “ideas recibi- das” y que se conoce como “mentalidad burguesa’’; lo que el marxismo hirié con la nocién de falsa conciencia y los sartreanos con la de mala fe; lo que Barthes, que se habia graduado en letras clasicas, designaria como doxa (la opinion corriente). Comenzé en Ios afios de pos- querra, a la sombra de las cues: tiones’ morales suscitadas por Sartre, con un manifiesto acerca de la literatura (E/ grado cero de fa escritura) y con ingeniosos ré tratos de los idolos de la tribu burguesa (los articulos reunidos luego en Mitologias). Todos sus escritos son polémicos. Pero el impulso més profundo de su temperamento no era combativo. Era celebratorio. Sus interven: ciones iconoclastas, que se susci taban de inmediato ante la super- ficialidad, le cerrazén, la hipocre- sia, se fueron apaciguando gra- dualmente. Le interes mas ala- bar, compartir sus pasiones. Fue un taxonomista del jubileo, de! serio juego del intelecto. Le fascinaban las clasificaci nes mentales. De alli ese libro es- candaloso, Sade, Fourier, Loyola que, yuxtaponiendo a los tres como campeones intrépidos de la fantasia. clasificadores obsesos de sus propias obsesiones, oblite- ra toda presencia de una sustan- cia que los haga incompatibles. No fue un vanguardista en sus gustos (pese al tendencioso pa- drinazgo de algunos avatares de vanguardia literaria, como Robbe --Grillet y Phillippe Sollers); pero fue un venguardista como criti- co. Es decir que fue juguetén e irresponsable, formalista. -hacia literatura con el acto de hablar sobre ella. Defendia lo que en una obra le estimulaba, su siste- ma de escéndalo. Se interesaba concientemente en lo perverso (sostenia el anticuado punto de vista de que era liberador). Todo lo que escribié es intere- sante: vivaz, répido, denso, agu- do. La mayoria de sus libros son recopilaciones de ensayos. (Entre las excepciones figura un tem- prano y polémico libro sobre Ra- cine. Y una obra de longitud no caracteristica, de explicito andli- sis semiolégico de la escritura so- bre la moda, que escribié para pagar sus derechds académicos, tiene la materia de varios ensayos dignos de un virtuoso). No pro- dujo nada que pueda ser llamado juvenil; la voz exacta y exigente estuvo alli desde un comienzo. Pero, en la dltima década, el rit- mo se aceler6 y publico un libro cada afio 0 dos. El pensamiento tenia mayor velocidad. En sus dl- timos libros el ensayo se hace pedazos y perfora la reticencia del ensayista frente al “yo". La escritura adopté Ia libertad ¥ los riesgos del libro de notas. En S/Z reinventé la nouvelle de Balzac bajo la forma de una glose tex- tual tenazmente ingeniosa. Y los deslumbrantes apéndices borgea- nos a Sade, Fourier, Loyola; la pirotecnia paraficcional de los in- tercambios entre texto y fotogra- fias, entre texto y referencias semiveladas en sus escritos auto: biogréficos; la celebracion de la ilusi6n en su dltimo libro, sobre la fotografia, publicado hace po- cos meses. Era especialmente sensible a la fascinacion ejercida por esa nota- cin punzante: la fotografia. De las que eligi para Barthes par Roland Barthes, quizés la més conmovedora muestra a un nifio ya crecido, Barthes a los diez afios, colgado del cuello de su madre (le puso como epigrafe Pidiendo carifio”). Tenia una relacién amorosa con la realidad -y con la escritura, que para é! eran lo mismo. Escribié sobre todo; sitiado por los pedidos de articulos ocasionales, aceptaba tanto como podia; queria, y lo lograba muchas veces, ser seduci- do por su tema. (La seducci6n se fue convirtiendo cada vez mas en su tema). Como todos los eseri- tores se quejaba de trabajar de- masiado, de acceder 3 demasia- dos requerimientos, de fallar; pe- ro fue, en realidad, uno de los es- critores més disciplinados y des- piertos que he conocido. Tuvo tiempo para conceder muchas entrevistas elocuentes e intelec- tualmente inventivas. Como lector era meticuloso, pero no voraz. Por el contrario. Escribié sobre casi todo lo que habia leido, asi que puede supo- nerse que si no escribi6 sobre al- go es porque probablemente no lo ley6. Era tan poco cosmopoli- ta como la mayoria de los inte- lectuales franceses (con excep- cién de su bienamado Gide). No conocia bien ningun idioma ex: tranjero y habia leido poca litera: tura extranjera, incluso poca lite- ratura traducida. La Gnica litera- tura extranjera que parece haber- le llegado es la alemana: Brecht fue un poderoso entusiasmo ju- venil; recientemente, la tristeza discretamente registrada en Frag- mentos de-un discurso amoroso lo habia quiado hacia Werther. Nunca fue lo suficientemente cu- rioso para permitir que sus lectu- ras interfirieran con su escritura. Disfrutaba la fama con un pla- cer renovado e ingenuo: en los Ultimos afios se lo con fre- ‘cuencia en [a television francesa, y Fragmentos de un discurso amoroso fue un best-seller. Y sin embargo todavia le resultaba excitante encontrar su nombre al hojear una revista o un diario. Su sentido de lo privado se express en la exhibicién. Al escribir sobre si mismo us6 muchas veces la tercera persona, traténdose como una ficcién. Sus iltimas obras contienen muchas revelaciones prolijas sobre si, pero siempre ba- jo la forma especulativa (no hay anécdota sobre.el yo que no ven- {2 con una idea entre sus dientes) y de una pulera meditacién sobre lo personal; el altimo articulo que publico tenia como tema el de escribir un diario intimo. To- da su obra es una empresa in. mensa de autodescripcién. Nada escapabe a la atencién de este ingenioso y devoto estudioso de si: la comida, los colores, los olores que le gustaban; como le: fa. Los lectores atentos, observé una vez en una conferencia en Paris, se dividen en dos grupos: los que subrayan sus libros y los que no. Dijo que pertenecia al segundo grupo: nunca hizo una marca en un libro sobre el que pensara escribir, sino que trans- cribia los pasajes claves en fichas. He olvidado la teoria que inventd entonces acerca de esta preferen: cia, asi que improvisaré una. Esta aversion a marcar libros me pare- ce conectada con el hecho de que dibujaba, y de que el dibujo, que encaraba seriamente, es una es- pecie de escritura. El arte visual que lo atraia venia del lenguaje, Y era una variante de la escritura; escribio articulos sobre el alfabe- to construido con figuras huma- nas por Erté, sobre la pintura ligréfica de Réquichot, de Twon- bly. Su preferencia recuerda esa metéfora muerta, el corpus de una obra, y no se escribe sobre un cuerpo amado. Su disgusto temperamental por lo moralistico se hizo més evidente en los dltimos afios. Después de varias décadas de cuidadosa adherencia a las debi- das posiciones (de izquierda), el estetg salid de su encierro, en 1974, cuando con algunos ar gos cercanos y aliados literarios todos maoistas en ese momento viajé a China; en las tres escuetas paginas que escribié a su regreso dijo. que no le habia impresiona- do el impetu moralizante y que Jo habia aburrido la asexualidad y {a uniformidad cultural. Por ta obra de Barthes, asi como por la de Wilde o Valéry, el esteta ad- quiere buena reputacién. Gran parte de sus Ultimos trabajos gon- una celebracion de la inteligencia de los sentidos, y de los textos de sensacién. Al defender los senti- dos no traiciond al intelecto. Barthes no se complacia en el cli- sé romantico de la oposicién en- tre agudeza sensual y mental. La obra de Barthes es sobre una tristeza derrotada o negada. Decidid que todo podia tratarse C como un sistema un discurso, un conjunto de clasificaciones -. Y ya que todo era sistema, todo podia ser subyugado. Pero inclu- so Ileg6 2 cansarse de los siste- mas. Su mente era demasiado ve loz, demasiado ambiciosa, dema siado atraida por el riesgo. En los ltimos afios parecié més ansioso y vulnerable, también més pro- ductivo que nunca. Siempre tra- bajé, como observé de si mismo, “‘pajo la égida de un gran sistema (Marx, Sartre, Brecht, la semio- logia, el Texto). Hoy le parece que ‘scribe més abiertamente, con menos protecciones. ..” Se purificd de los maestros y de las ideas de los maestros de los que Pan Aoe\\ Sacer) —Z fb BRUGUERA DEJEMOS HABLAR AL VIENTO es la novela de la deso- laci6n y el amor. Una desgarradora sinfonia autobiogra- fica del uruguayo Juan Carlos Onetti, firme candidato al Premio Nobel 1980. CANDIDO 0 UN SUENO SICILIANO muestra la Europa actual como una intriga impredecible. El italiano Scias- cia, vitalizando el mito volteriano, logra una Iticida no- vela que lo consagra. CONFABULARIO PERSONAL son los cuentos fantasticos y poéticos del mexicano Juan José Arreola. Maestro de ia literatura latinoamericana, en la herencia de la alego- ria borgiana. EL ESTILO DE UNA EDITORIAL SON SUS LIBROS. Hipélito Yrigoyen 646/650 - 1086 Buenos Aires - habia extraide sustento ("para hablar. debe buscarse apoyo en otros textos", explicaba) para poder ponerse a su propia som: bra. Se convirtié en su propio Gran Escritor. Asistié diligente- mente a las siete sesiones diarias de una conferencia sobre su obra, en 1977: hacia comentarios, ob- jetaba blandamente, se divertia. Publicd una nota bibliogréfica sobre el libro que habia escri sobre si mismo (“Barthes sur Barthes sur Barthes”). Se convir- tid en pastor del rebafio que él mismo era. Vagos tormentos, el senti- miento de la inseguridad: los re- conocié con la consoladora im- plicacién de que estaba al borde de una gran aventura. En Nueva York, el afio pasado, confes6 en piblico, con un coraje trémuto, su intencién de escribir una nove- la. No la que hubiera podido es- perarse del critico que hizo posi ble que Robbe -Grillet pareciera una figura central de la literatura contemporénea; del escritor cu- ‘yos libros més fascinantes (Ro- land Barthes par Roland Barthes y Fragmentos de un discurso amoroso) son en si mismos triun- fos de la ficcién moderna en la tradicién inaugurada por los Cuadernos de Malte Laurids Brig- ge de Rilke, donde se cruza el en- 5270, la ficci6n y la autobiografia fen un cuaderno de notas lineal més que en una forma narrativa lineal. No, no una novela moder- na, sino una “verdadera’” novela, dijo. Como Proust. En privado hablé de su deseo de bajar de la cima académica era_miembro del Collége de France desde 1977~ para consa- grarse a esta novela y de su an- siedad (en realidad, injustifica- ble) sobre su seguridad material si abandonaba el profesorado. La muerte de su madre, dos afios an- tes, fue un gran golpe. Recordé que Proust sdlo pudo comenzar A Ia recherche du temps perdu después de que su madre habia muerto. Era tipico de é! que pen- sera encontrar una fuente de

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