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alpitar rapido y angustioso que se od = en ‘vez que tenfa que pasar por ¢| us ias dos zonas. Hoy habfa sido trol entre I ; a que otras veces. El guardia, tenso, sin x ler ocultar su nerviosismo, la intertogg con mucha desconfianza mientras examinaba om apeles, demoréndola més de la cuenta para dar el visto bueno y permitir su paso ha- Minfelotolado. Eldia anterioren territorio israelff un coche bomba habfa estallado junto a un restaurante yhabfa matado a catorce personas, entre ellas varios nifios. Fatima record6 a su propia hijita y aquella noche de terror cuando su barrio, en territorio palestino, fue bombardeado por Sra eree ucoreee eon ASD sae ejecutado por los miembros de_las_fuerzas palestinas. La mujer sintié un escozor en sus ojos, pero no se permitié llorar. No en ese mo- mento. Ya casi Ilegaba a la casa donde daria lalecci6n de piano y sabfa lo sensible que era Sara, su alumna. Seguro que la nifia caerfa en cuenta, de inmediato, de sus l4grimas. Entr6 por una calle angosta con filas de sae Pequefios, de méximo ocho pisos ® +13 aa sin pintados todos de blanco as ae * diferenciaba unos de otros ee paper formas de las ventanas. Bue- quefios Besa a uno de ellos tenia pe Ventanas, mas es de cemento delante de as * Mas por adorno que por utilidad. la di tille ‘ lue an 12 sluam-aleikum, fa paz sea contigo — pondi6 Fatima en érabe devolviendo la son- risa. * ;Qué gusto que haya venido! Pase, pase, est impaciente por verla. Le tiene “Ja mujer pelirroja la empujé , dentro tomandola por un que Sara una sorpresa suavemente ha brazo. Fatima entr6 al pequefio recibidor, se quité ta gabardina y la entreg6 a la sefiora Rosem- borg para que la guardara. Debajo lucia sus eternas ropas negras. Mir6 con detenimiento errrnnjer peliroja; era tun poco més joven y tonita, pero viuda, igual que ella. Sus esposos habfan muerto en atentados similares, pero cada uno en una zona distinta del conflicto, en Jerusalén. Técnicamente las dos pertene- cfan a bandos opuestos, bandos enemigos, pero jamés habfan sentido nada més que amistad desde que se conocieron. Recomen- dada por el médico que trataba a Sara, Fati- ma habia aceptado dar lecciones de piano a la nifia como una terapia para su enfermedad. Fétima se sentia cmoda en aquella casa. La sefiora Rosemberg siempre la recibfa con la misma cortesfa e invariablemente le decia Jo mismo: que Sara la esperaba impaciente y que le tenfa una sorpresa. —iFétima! —escuché la voz infantil lla- marla con urgencia. a rentaicuse de tuedas la esperaba mn, junto al piano. Tenia del Hindu Kush, al indu Kus! Ce as que los cimientos de piedra de a casa eran casi tan antiguos como el origen de la familia que la habitaba, ya que se pro- clamaban descendientes en Ifnea directa de jandro Magno, conocido con el nombre de Sekandar Kabir. Alejandro Magno, rey de ban. Macedonia, habfa conquistado ese territorio, 4 siglos atrés, en su paso para someter India. inant i Jos otros habitantes del poblado de Derapech, en la provincia de(Kunarhar, no ded aspiraban a tener sangre real, si aban, rias orgullosamente, ser descendientes de los mi- aso litares griegos que acompafiaron a Alejandro enl Magno, y afirmaban que esa era la raz6n del yan color claro de su piel y el azul-verdoso de sus des: ojos, caracterfsticas sobresalientes de la gente los de la regién. } Ahamed Abedy entré a la habitaci6n em- a4 pujando la pesada puerta de madera que pro- oy test6 con un chirrido. Era un nifio de once afios, de ojos profundamente azules, hijo ma- yor y Gnico varén de la familia que contaba a con cuatrd nifias menores que él. eH venta del poblado donde asistia a a la escuela ay el Corén, allio sa coe o le los musulmanes. co Llevaba el cefio fruncido por la preocupacién, * Ja llaja Lil A-lah, no hay otro Dios que ‘Ala. ih, Als, el misericordioso...! En medio de sus plegarias escuché el ruido de aviones. Alz6 la mirada. Eran dos y vola- pan bastante bajo sobre los bosques de cedros ¥ pinos azules que bordeaban las laderas de fas colinas. Tenfan una estrella roja en cada ala, Su instinto fue entrar de inmediato a la casa, pero no Io hizo y continué rezando. El descendifa de Alejandro Magno y por eso no podia tener miedo. Era el tltimo descendien- te de Sekandar Kabir, el tiltimo... serfa Al4, el poderoso, quien dispondria de su vida... finalmente. Cerré los ojos y se concentré en la ora- cién. Escuché el vibrar de unas ametralladoras. Eran las tinicas cuatro que tenfan los rebeldes del poblado y estaban situadas en una loma cercana. Los aviones dieron la vuelta y volaron de nuevo sobre el campo, dejando a su paso una estela de pequefios objetos de colores que ca- yeron silenciosamente en la hierba. Ahamed terminé de rezar, cuando una aa Vieja y destartalada se detuvo en camino que subfa a la casa: cuatro nifias de diferentes edad - comin por ahi, oe NY " d bajé corriendo por la la. junto al camino. Sabfa que corria més rapido que cualquiera de sus hermanas, pero ellas le aventajaban en distancia. —Arggggg, argegg, aaaaaaa —el grito sa- RI lié intermitente de su garganta. Un Las nifias se detuvieron y lo miraron. Lue- go, en medio de risas, continuaron corriendo. Querfan llegar antes que su hermano al lugar donde habfan visto caer los objetos de colo- Tes. Pero esa pausa habfa sido suficiente y aho- ta Ahamed corrfa casi a su lado. Una de sus hermanas se adelanté riendo y lleg6 junto a uno de los supuestos juguetes. Era amarillo y parecfa una mariposa sobre la hierba. La nifia se detuvo jadeante y se agaché extendiendo at iz mano, pero Ahamed Ileg6 primero y tom6 me ie bee con una mano prosiguiendo su ere Finalmente, miles de mari i i resplandecientes volaron. ule z a Miles de mariposas amarillas, ai Miles de mariposas. qu Mariposas, To

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