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Andrea Cavalletti Mitologfa de la seguridad La ciudad biopolitica 170455 Traduccién de Marfa Teresa D’Meza Adriana Hidalgo editora g Kops Cavalletti, Andrea Mirologia de la seguridad. La ciudad biopolitica - 18. ed. Buenos Aires : Adriana Hidalgo, 2010 322 p. ; 19x13 em. - (Filosofia c historia) ‘Traducido por: Maria Teresa D’Meza ISBN 978-987-1556-40-3 1. Filosofia Contempordnea. |. D’Meza, Marla Teresa, trad. II. Tieulo. CDD 190 filosofta e historia Titulo original: La citta biopolitica. Mitologie della sicurezza Traduccién: Marfa Teresa D’Meza AS Sy — Bditor: Fabién Lebenglik “ Maqueta original: Eduardo Stupia ony Disefio: Gabriela Di Giuseppe {P }- edicién en Argentina: agosto de 2010 1* edicién en Espana: agosto de 2010 le > z ? a 2 3 3 3 $os© 2005, Paravia Bruno Mondadori Edicori @ Adriana Hidalgo editora S.A., 2010 Cérdoba 836 - P. 13 - OF, 1301 (1054) Buenos Ait e-mail: info@adrianahidalgo.com www.adrianahidalgo.com “8 ame BP as et “HS t S-€ 91 “L.a) ISBN Argentina: 978-987-1556-40-3 ISBN Espafia: 978-84-92857-23-4 Impreso en Argentina Printed in Argentina teda hecho el depésito que indica la ley 11.723 Prohibida la reproduccién parcial 0 total sin permiso escrito de la editorial, Todos los derechos reservados. 20 | QEsta edicién se termind de imprimir en Grafinor S.A,, Lamadrid 1576 Villa Ballester, Pcia. de Buenos Aires, en el mes de julio de 2010. Zt Nota Agradezco a Giorgio Agamben y a Bernardo Secchi, con quienes he discutido desde el inicio las ideas de este libro; asimismo, a Giusa Marcialis, Attilio Belli y Marcel Roncayolo, que leyeron e hicieron sus criticas del borrador inicial. En Hloma sacer, Agamben ha ofrecido su desarrollo del paradigma foucaultiano del biopoder, examinando las modalidades de inscripcién de las formas. de vida en la esfera mitica que ya Benjamin llamaba nuda vida: el dispositivo juridico de la excepcién es, para Agamben, el actor de esta captura. A partir de Homo sacer, para mi se trataba de retornar al particular pliegue histérico que en su tiempo Foucault sacé a la luz: aquel en el que aparece el principio de poblacién, y aparece —es la tesis del libro— como prin- cipio propiamente espacial, capaz de guiar las nociones a primera vista lejanas de urbanismo y de gran espacio poli- tico. En tal sentido, intenté definir el modelo denominado espacio-poblacién en dos seminarios que Bernardo Secchi conyocd en sus cursos universitarios entre 2001 y 2003. Aunque los materiales confluycron alli sélo en una mini- ma parte, dichos seminarios fueron determinantes para la estructura del trabajo. Una seccién de la investigacion fue Andrea Cavalletti presentada en 2001 en la Universidad de Nueva York bajo el titulo “The Myth of Security” [El mito de la seguridad], y luego se publicé en italiano, gracias a Clio Pizzingrilli, en la revista Marka. Asi como hoy se presenta, el libro fue claborado durante un posdoctorado en el Politécnico de Bari, con tutorfa de Giovanni Leoni, sin el cual la inves- tigacién no habria podido encontrar su verdadera forma. AC. ot Espacio y PODER “No existen ideas politicas sin un espacio al cual sean teferibles, ni espacios o principios espaciales a los que fo correspondan ideas politicas.” Esta formula de Carl Schmitt, que resguarda un rasgo esencial de su procedi- miento, se impone como un escollo harto dificil de eludir: ho deja alternativas, puesto que en toda filosofia politica descubre una raz6n espacial, mientras que revela el tenor filosdfico-politico de cualquier investigacién que pretenda atenerse a un concepto de espacio neutral y ya determi- nado. Toda investigacion sobre las relaciones entre espacio y poder recae asi dentro de una férmula que no conoce sdlo los dos términos, ni una relacidn entre ellos, sino la mas estrecha coimplicacién. Si un Ambito puede resultar circunscripto, o un principio espacial, definido, significa que acttia en él un contenido politico disimulado, y con mayor fuerza precisamente donde se dan “objetos” (calle, casa, territorio, ciudad) y se usan genitivos objetivos (“historia de la ciudad”), Estamos muy acostumbrados a pensar en términos politicos no sélo el espacio del Estado, a partir del modelo cénico convergente en el centro del globo, sino también, Andrea Cavalletti y en el’ modo en que han indicado los situacionistas, la dimensién arquitecténica o urbana. Sin embargo, aqui no est4 en juego una simple extensién del dominio de las entidades espaciales a las cuales atribuir una cualidad politica. El hecho de que esta connotacién se piense en sentido absoluto, de que no se den en rigor espacios no politicos, implica un paso més alld de la extensién misma y de toda dimensidn posible. Aunque a primera vista se las pueda acercar al espfritu de tantas investigaciones sobre las estrategias (por ejemplo, “urbanas”) de un determinado poder (por ejemplo, “cclesidstico”), las palabras de Schmitt constituyen, en cambio, su mds radical confutacién. Mas alla de los dos términos aislados y antes de que se establez- ca cualquier relacién entre ellos, exigen que se piense la inseparable hend{adis espacio-poder. En la famosa conversacién con Jean-Paul Barou y Michel Perrot, “Leil du pouvoir”, Michel Foucault ha- blaba de la necesidad de “escribir toda una historia de los espacios, que seria al mismo tiempo una historia de los po- deres [quz serait en méme temps une histoire des pouvoirs|” ' Es decisiva aqui la locucién “en méme temps”. Es segin este tiempo de la coexistencia que Foucault trazé sus cartografias y rompid asi con el postulado de los poderes localizables. Sélo en esta contemporaneidad desaparece en efecto el lugar eminente, Estado o institucién, al cual serfan 'M. Foucault, “Loeil du pouvoir”, en Dits et Eerits 1954-1988, vol. 2: 1976- 1988, Paris, Gallimard, 2001, p. 190; trad. cast.: “El ojo del poder”, entrevista con Michel Foucault, en J. Bentham, E/Pandptico, Madrid, La Piqueta, 1989. Espacio y poder reconducibles las diferentes formas de poder, y puede asi manifestarse su topologia més extendida y detallada. Si en Vigilar y castigar el pandptico de Jeremy Bentham tepresentd precisamente en ese sentido un dispositivo ejem- plar, es porque este encierra la sutil férmula de la coimplica- cidn espacial. No se trata, como es sabido, de un temible en tanto rigido aparato de internacién, sino de una maquina abstracta capaz, en primer lugar, de “crear una relacién de poder independiente de quien lo ejerce”. Por ello, si el pro- yecto de Bentham encuentra su mds adecuada aplicacién coma establecimiento industrial 0 carcelario, no por ello se reduce a centro de represién. Por el contrario, sera la carcel misma la que se librar4 ahora del modelo de clausura para alcanzar el grado de abstraccién del panoptismo. Si los arquitectos en particular, al elegir analizar un edificio institucional desde el punto de vista de su funcién disciplinaria, “tienden a interesarse sobre todo en los mu- ros”, estos “no son mds que un aspecto de la institucién’, y la arquitectura, continila explicando Foucault, debe ser “precisamente pensada como inscripta en un campo de rela- ciones sociales en cuyo seno introduce un cierto ntimero de efectos especificos”. De este modo, si es cierto que la discipli- na como tal “procede antes que nada de la reparticién de los individuos en el espacio”, el proyecto benthamiano pone en juego la espacialidad de por si inerte de los muros sobre la espacialidad mévil del poder, con la creacién de un consi- guiente efecto de resonancia. Por ello, el modelo representa el huevo de Colén en el orden de la politica, desencadena el circulo virtuoso de un nuevo poder disciplinario, ya que Andrea Cavalletti inserta todo cuerpo bien plasmado en la masa ordenada. Por cllo también tiene un papel central para el propio Foucault: la red pandptica funciona como una prueba que revela la aparicién de una espacialidad inmanente a las relaciones de poder. El panéptico es una trampa de la visibilidad, y funciona, como es sabido, segtin el principio de la mirada oculta e inverificable. La eventualidad de que el guardiin invisible en la torre en el centro del edificio esté en realidad ausente no puede ser verificada. De esta forma, la mirada oculta esta totalmente difundida y siempre presente, puesto que acttia como si el custodio estuviera ahi, deviene el custo- dio de s{ misma. Por ello el pandptico no es tanto el lugar donde un poder obliga, sino aquel donde el sujeto “toma a su Cargo sus propias constricciones [...]; las hace jugar es- pontineamente sobre s{ mismo; inscribe en si mismo la rela- cién de poder en la cual interpreta simultaneamente ambos papeles y deviene el principio de su propio sometimiento” ;* en resumen, si el pandptico mantiene a los sujetos en una “situacién de poder de la que ellos mismos son los porta- dores”, todo eso es precisamente un indicador del caracter espacial de las practicas de subjetivacién: la palabra situation no tiene aqui nada de casual. No hay en ella exterioridad de la fuente de poder, y esta ya no concierne a colocacién alguna; se da, en cambio, para Foucault, una espacialidad imposible de aislar, es decir, inmanente a la subjetivacién 2[d., Surveiller et Punix. Naissance de la prison, Paris, Gallimard, 1975; trad, it: Sorvegliare ¢ punire. Nascita della prigione, Torino, Einaudi, 1993%, p. 221; trad. cast.: Vigiler y castigar. Nacimiento de la prisién, Buenos Aites, Siglo XXI, 1989, p. 206. Espacio y poder misma, La deslocalizacién continua es —primera condicién del espacio-poder- la situacién absoluta. Mas 0 menos implicitamente, toda definicién del espa- clo como concepto separado implica una funcién de poder y queda en él inconclusa. Por lo tanto, sélo a una historia de los espacios que sea al mismo tiempo historia de los poderes podria abrirse un horizonte ya no reconducible 4 un concepto politico-espacial preciso. El hecho de que ho parezca darse, en Foucault, una salida del complejo de las relaciones de poder obviamente nada tiene que ver con la resignacién y el derrotismo que de modo mas 0 menos trivial muchos han querido atribuirle: indica, en cambio, y del modo mis riguroso, la capacidad de atenerse a la inseparabilidad de la hendiadis; o sea, de trasladarse al nivel de espacio-poder y transformarlo en posibilidad. En sus diversas articulaciones, la historia, o arqueologia, © genealogia foucaultiana no mira a su objeto desde lo alto —segtin la trascendencia de un saber—, sino que es propiamente la nueva forma que este puede asumir. La salida de las relaciones de poder no termina por ello en un lugar franco: es més bien la capacidad de captarlas en su continua deslocalizacién (0 situacién absoluta) la que constituye una linea de fuga posible. Si movemos estas consideraciones siguiendo a Deleuze, debemos retornar al tan abusado concepto de desterritoria- lizacién. Es preciso recordar que Deleuze lo acuné refirién- dose en primer lugar a la escritura, 0 mejor, a partir de la 11 Andrea Cavalletti Espacio y poder escritura misma. La oposicién a la nocién de autor no fue para él simplemente ilustrativa. Leer a Lawrence, Kerouac o Melville como escritores y no como autores es el devenir- escritura deleuziano, que no es ubicado en el Ambito litera- rio sino encontrado y mantenido como tal. En Portraits and Repetition, Gertrude Stein llamé “genio” ala capacidad de dar vida a un retrato hablando y escuchan- do ala vez, dando y recibiendo la palabra, no como si fueran una sola cosa ni como si fueran dos cosas, sino como dos partes de la misma, una que se mueve gracias a la otra que también la hace moverse, “como el motor, dentro, estd en marcha, y el auto esta moviéndose”. Es decir, se trata de la posibilidad de desencadenar un movimiento doble y uni- tario, por ello inmanente, irrelativo y, en suma, inaparente: “Si fuera posible un movimiento lo suficientemente vivo, deberfa existir con tanta plenitud que no seria necesario ver- lo moverse respecto a algo para saber que est4 moviéndose”.? Asi, para Deleuze, genio retratista, la linea de fuga no conoce pausas, puesto que la escritura, liberada del sujeto- autor, sé mueve en la escritura misma, atravesdndola y haciéndose atravesar por ella. Un devenir recorre imper- ceptiblemente toda escritura y —corazén mévil de quien la hace moverse y gracias a la cual esta se mueve- la hace lo suficientemente viva. “En verdad, escribir no tiene su fin en si mismo, precisamente porque la vida no es algo personal.”* 3G. Stein, “Portraits and Repetition”, en Leenures in America (1935), Beacon Hill-Boston, Beacon Press, 1957, p. 170. §G. Deleuze, “De la supérioricé de La littécature anglaise-améticaine”, en G. Deleuze y €. Parnet, Dialogues, Paris, Flammarion, 1996, p. 61; trad. i 12 Aqui radica también la afinidad con Foucault. Se trata, segtin este otro gran sucesor de Nietzsche, “de promover nuevas formas de subjetividad rechazando el tipo de indi- vidualidad que se nos ha impuesto durante varios siglos”. Y precisamente en la investigacién sobre los dispositivos de subjetivacién se abre una linea de fuga imperceptible, ya que sdlo “el ensayo —que debe entenderse como prueba modificadora de uno mismo en el juego de verdad y no como apropiacién simplificadora del otro con fines de co- municacién- es el cuerpo viviente de la filosofia, al menos si esta sigue siendo lo que una vez fue, 0 sea, una ascesis, un ejercicio de si, en el pensamiento”.® La palabra ejercicio, como unidad de vida y escritura, significa que una filosofia no es dada: La liberacién de nuevas subjetividades no es la peculiar prestacién tauma- tuirgica del fildsofo, no deriva de su magisterio. Como para Karl Marx “la filosofia no puede realizarse sin la supresién del proletariado, el proletariado no puede suprimirse sin la supresién de la filosofia”, para Foucault esta existe sdlo en el ejercicio, no estd antes ni después, y la nueva subjetividad no es sino una subjetividad en ejercicio. Una ascesis filoséfica “Sulla superioritA della Letteratura anglo-americana”, en G, Deleueze y C. Parnet, Conversazioni, Verona, ombre corte edizioni, 1998; trad. cast: “De Ja superioridad de la literatura angloamericana”, en G. Deleuze y C. Parnet, Didlogos, Valencia, Pre-textos, 1980, p. 59. 5M. Foucault, Hisroire de la sexualizé, vol, 2: Lusage des plaisirs, Paris, Gallimard, 1984, p. 16; trad. it.: Storia della sesswalitt, vol. 2: L'uso dei piaceri, Milano, Feltrinelli, 19843 trad. cast.: Historia de la sexualidad, vol. 2: Eluso de los placeres, México, Siglo XXI, 1996, p. 12. 13 Andrea Cavalletti que no se construya a su vez sobre la tradicién disciplinaria podrd darse sdlo como experimento genealdgico. Es la raz6n del método de Foucault, que escapa notoriamente a los historiadores anticuarios precisamente donde los pensa- dores de profesién no pueden reconocerla. Por lo tanto, no sorprende que también la historia de los espacios-poderes nazca de una carencia tan peculiar que, en tanto historia como tal, exija un nuevo ejercicio filoséfico: En el momento en el que comenzaba a desarrollarse una politica razonada de los espacios (a finales del siglo XVIID), las nuevas adquisiciones de la fisica teérica y experimental desalojaban a a filosofia de su viejo dere- cho a hablar del mundo, del cosmos, del espacio finito © infinito. Esta doble ocupacién del espacio por parte de una tecnologia politica y de una prdctica cientifica circunscribié la filosofia a una problematica del tiem- po. Después de Kant, aquello en lo que debe pensar la filosofia es el tiempo. Hegel, Bergson, Heidegger. Con una descalificacién correlativa del espacio, que queda del Jado del intelecto, de lo analitico, de lo conceptual, de lo muerto, de lo fijo, de lo inerte.® También el privilegio que la filosoffa reserva a la tem- poralidad —por el cual, en los términos de Ser y tiempo, “el tiempo es indicado como el nombre de la verdad del ser”— corresponderfa, pues, a una operacién politico-espacial "Id., “Loeil du pouvoir", op. cit, p. 193s trad, east. cit. 14 Espacio y poder particular? Si todo concepto espacial es un concepto politi- co, jtambién el pensamiento de la temporalidad originaria deberd revelarse en una situacién de poder precisa, de la cual a su modo se hace portador? ;O quizé se trata, mds que tle wna situacién cualquiera, del puro lazo entre situacién y poder En ese caso, se halla en cuestién no tanto un carActer expectfico de la relacién sino la conexién como tal. Lo que, por asi decirlo, situa ontolégicamentea la situacién misma. También la formula de Schmitt, en la cual ambos términos ae estrechan en una hendiadis, deberfa pues repensarse. Slo a una historia de los espacios que sea al mismo tiempo _ historia de los poderes podré abrirse quizds un horizonte no ya reconducible a un coneepto politico-espacial. ;Es tal vez aqui donde la Filosofia se pliega y cumple un ejercicio sobre si misma? Si el ensayo ascético 0 cuerpo filoséfico urge mas alld de todo estatuto o forma disciplinaria, es porque su escritura fo es un mero asunto personal. “La prueba de Foucault, llevada a cabo en la escritura, fue la de desplazar los limites ulcitamente admitidos como obvios entre lo normal y lo patoldgico, por ejemplo, o la inocencia y la culpabilidad. En suis escritos arqueoldgicos y genealdgicos, él ejercid -como se nos adiestra y pone en prdctica— la constitucién de si mismo como sujeto transgresivo.” Asi segtin Reiner Schiirmann.’ “La escritura —dijo ademds Deleuze— tiene como tinico fin la vida, que se atraviesen las combinaciones que esta marca.”* R. Schiirmann, “Se constituer soi-méme comme sujet anarchique”, en Les Fautes philosophiqutes, n° 4, 1986, pp. 468-469. "'G, Deleuze, “Un entretéen, qu’est-ce que cest, i quoi ga sert ?”, en G. De- leuze y C. Paret, Dialogues, op. cit. p. 12; tcad. it: “Che cose, a che cosa 15 Andrea Cavalletti El ejercicio se hace posible lindando con una especial imposibilidad. Foucault la definia ya en La arqueologia del saber: No nos es posible describir nuestto archivo puesto que es dentro de sus reglas que hablamos [...] En su totalidad, el archivo no es descriptible; en su actualidad, es incon- torneable [...] El anélisis del archivo comporta, pues, una regidn privilegiada: préxima a nosotros, pero a la vez diferente de nuestra actualidad, es la orla del tiempo que rodea nuestro presente, que se cierne sobre él y lo indica en su alteridad; es aquello que, fuera de nosotros, fios delimita.? Esta no-totalidad del archivo es el descubrimiento esencial de todo ejercicio arqueoldgico, que lo mantiene como tal. Extender la medida de este afuera, configurar de modo diferente el limite de nuestro presente, es la ascesis como posibilidad siempre abierta en toda actualidad, como posibilidad de la actualidad misma. Y si dentro del archivo foucaultiano el syjeto es una simple posicidn entre el total de los enunciados, a esta suerte suya corresponde por otra parte el archivista como actualidad pura ¢ irreductible. En la mas rigurosa definicién de archivo se trata de este mantenerse serve una conversazione?”, en G. Deleuze y C. Parnet, Conversazioni; trad, cast.: “Una entrevista, qué es?, para qué sirve?”, en G. Deleuze y C. Parner, Didlogos, op. cit., p. 10. °M, Foucault, LArchéologie du savoir, Paris, Gallimard, 1969, pp. 171-172; trad, its Larcheologia del sapere, Milano, Rizzoli, 1971; trad. cast.: La arqueo- hygia del saber, México, Siglo XXI, 2006, pp. 221-222. 16 Espacio y poder in actu, de un nuevo movimiento constitutivo, de la filo- sofia como acto del pensamiento.’° Ein las mds famosas paginas de La voluntad de saber, Foucault distinguié el poder que se desarrollé a partir del siglo XVIII del concepto tradicional de soberanfa, llamAndolo poder sobre la vida 0 biopoder (biopouvoir). Se (rata, como es sabido, de la cesura que se habria producido cuando dejé de ejercerse esa pura relaci6n de sometimien- (o que permitfa al soberano sustraer bienes, apropiarse de tiquezas, apoderarse del cuerpo o de la vida del sibdito, y cuando, en cambio, el poder comenzé a actuar sobre los individuos como miembros de una especie bioldgica que es tomada en consideracién en tanto se la quiere utilizar para producir riquezas, bienes o incluso otros individuos; es decir, cuando sale a la luz la nocién de poblacién como principio econémico-politico fundamental, o maquina regulable a través de las tasas de estadisticas, observable en las tablas demogrdficas, gobernable a través de la gestién de las con- diciones de vida (habitat, ciudad, higiene, seguridad en el sentido mds amplio del término), de sus flujos, el control de los nacimientos y las migraciones. Si esta poblacién ya no es la multitud de stibditos simplemente desplazada o contenida dentro de limites preestablecidos, si esta deviene ahora la principal funcién de la economfa de poder, enton- ces también el territorio constituye ya una de sus variables. "'G, Deleuze, Pourparlers, Paris, Les Editions de Minuit, 1990, p. 130; trad. it) Pourparler 1972-1990, Macerata, Quodlibet, 2000; trad. cast.: Conversa- siones 1972-1990, Valencia, Pre-textos, 1995, p. 155. 17 Andrea Cavalletti Ahora se tratard de pensar el concepto biopolitico de poblacidn como un concepto espacial preciso, puesto que biopouvoir quizds en el fondo significa un poder coesencial al concepto espacial de poblacién. Cualquier signo en el territorio, calle, canal o frontera deviene asi, en todo caso, una marca impresa en el cuerpo dela poblacién. Toda célula habitacional pertenece a este macroorganismo. De modo que una nueva metafora biolégica, médico-politica, se im- puso sobre aquella, de sello renacentista, del cuerpo y sus proporciones. O mejor aun, la razén de las proporciones ya no es la misma: hay algo a lo que el hombre-ciudad o el hombre-fortaleza de Francesco di Giorgio Martini no pertenecen més, y a lo cual el Modulor de Le Corbusier seguira refiriéndose por siempre. Se trata de la proporcién inmanente a la poblacién misma, medida por los indices del confort y de la calidad de vida. Se trata de una espa- cialidad especffica que actiia la integracién del cuerpo en la especie mientras conecta otkos y pdlis, de un dispositivo mas amplio, e implicito, de coimplicacién del viviente en el espacio; dispositivo que opera a través de una serie de re- ferencias internas, desde la escala mds amplia hasta la de los cuerpos, desde el nivel estadistico 0 —dicho con el término de Georges Canguilhem y luego de Foucault— “regulativo” hasta el “disciplinario”, y de este al otro, desde el gran mecanismo o cuerpo social hasta el “hombre-maquina’ de Julien Offroy de La Mettrie, pasando a través de la habira- cidn que no sirve al hombre “sélo como refugio, sino que es por asi decirlo una méquina que se pliega a sus necesi- dades y en lo posible secunda su actividad multiplicando Espacio y poder los productos de su trabajo”, segun las palabras no ya de Le Corbusier sino, antes incluso, de Adolphe Lance." Ahora bien, esta serie de lugares comunes foucaultianos no debe indicar un mecanismo ineludible, y asf ponerlo en movimiento. Por el contrario, y una vez més: todo concepto espacial actuard como concepto politico si ambos se mantienen separados; cuando su coimplicacién per- inanezca desconocida, entrard en funcién un presupuesto precisamente biopolitico. Si junto al nombre de Schmitt, el de Foucault reapare- cerd de continuo en estas paginas, ello por un lado corres- ponde al intento de aferrar desde un punto de vista mds préximo al suyo la propia coimplicacién politico-espacial, es decir, de llevar a cabo entre lineas una lectura foucaul- tana de Schmitt. Con esto no se pretende ciertamente que de nuestro planteamiento derive por arte de magia una le- sitimidad, como emanada del nombre del gran estudioso, 0 que una nueva operacién deba llegar adonde mismo llegé ya Foucault. Es obvio que la autoridad del texto no exime al comentario de incurrir en los riesgos que le son propios, que toda investigacién no sdlo se mueve en los margenes de su propio fracaso, sino que se define sdlo a partir de la peculiar modalidad en la que este puede introducirse. El nuestro sera, si bien dentro de sus pretensiones limitadas, '"Bn 1853 -escribié Francois Béguin— A. Lance definird (..,] esta nueva ten- dencia de la arquitectura doméstica y fijard un objetivo que priva ale Corbusier de una idea que suele atribulrsele, la de la machine a babiter”, cf. F. Béguin, “Savoirs de la ville et de la maison au début du 19émesitcle”, en J.-M. Alliaume etal, Politiques de l'babitat, Paris, Corda, 1977, p. 306. 19 Andrea Cavalletti un comentario desarrollado menos sobre los escritos de Foucault que sobre el archivo de los textos foucaultianos. No obstante, se moverd en la direccion de un nudo pro- blematico preciso, ya expuesto en La voluntad de saber, es decir, en el nexo entre biopolitica y tanatopolitica. Si el poder que se desarrollé desde el siglo XVII puede expresarse, con respecto al concepto tradicional de sobe- ranfa, como poder sobre la vida, es porque este abandonéd y sustituyé la vieja idea del derecho de vida y muerte, de un derecho soberano que “en los hechos es el derecho de hacer morir o dejar vivir”, 0 sea, disimétrico, en tanto de- fine la vida respecto a la muerte. El nuevo poder que, en cambio, establece el control sobre la vida y a lo largo de todo su desarrollo es tal propiamente como poder de Aacer vivir y de rechazar hacia la muerte: se ejetce como tal “sobre la vida del hombre en tanto ser viviente”, Ahora bien, ello no significa que dejara de existir el derecho de muerte, sino su desplazamiento “hacia las exigencias de un poder que administra la vida”, de modo que las “guerras ya no se hacen en nombre del soberano al que hay que defender; se hacen en nombre de la existencia de todos [...] y es en tanto gestores de la vida y la supervivencia, de los cuerpos y de la raza, que tantos regimenes pudieron hacer tantas gue- tras, y hacer matar a tantos hombres [...] ese formidable poder de muerte [...] aparece ahora como el complemento de aquel que se ejerce sobre la vida”.!? ™M. Foucault, La Volonté de savoir, Paxis, Gallimard, 1976; trad. it La volonté di sapere, Milano, Feltrinelli, 1993, pp. 119 y sss trad. cast.: La voluntadl de saber, México, Siglo XXT, 1996, p. 165. 20 Espacio y poder Al final del curso dictado en el Collége de France en 1975-1976, Foucault define casi en los mismos términos e| nazismo como el desarrollo paroxistico de los nuevos mecanismos de dominio de la vida. La sociedad nazi apa- fece aqui como una sociedad que generalizé ¢ hizo absolu- famente coextensivas el campo de una vida que organiza, protege, garantiza y cultiva biolégicamente, y el derecho soberano de matar a quien sea. “Quien sea” significa —y mas adelante Foucault menciona el famoso telegrama 71 por el cual Hitler ordenaba eliminar las condiciones que mantenfan con vida al ptopio pueblo aleman— no sdlo a Jos otros sino también a sus propios ciudadanos. El nexo fundamental entre bio- y tanatopolitica sale asi a luz desde el paradigma nazi, precisamente en tanto este se refiere y desarrolla en modo extremo algo que ya esta “inscripto en el funcionamiento de todos los Estados”. En la leccién del 17 de marzo de 1976, el nuevo racis- mo de Estado que Foucault opone a la ms antigua guerra de razas es definido en primer lugar como “el medio de introducir [...] en este Ambito de la vida del cual el poder se ha hecho cargo, un corte: el corte entre lo que debe vivir y lo que debe morir”; como un modo “de establecer una cesura de tipo biolégico dentro de un Ambito que se ofrece, precisamente, como bioldgico”. Donde la “primera funcién del racismo” es, si, la “de fragmentar, de infligir cesuras dentro de ese continuum bioldgico al que se dirige cl biopoder”.”® La segunda funcién, en cambio, es aquella S[d., “TL faue défendre la société”. Cours an Collige de France (1975-1976), Patis, Seuil-Gallimard, 1997, p. 227; tad. it "Bisogna difendere le societt” 21 Andrea Cavalletti por la cual la eliminacién de la raza inferior hard la vida mas sana y mds pura: Relacién, por lo tanto, no militar, guerrera o politica, sino bioldgica, Y si ese mecanismo puede actuar es por- que los enemigos que se plantea hay que suprimir no son los adversarios en el sentido politico del término; son los sujetos peligrosos, externos o internos, en relacién con la poblacién y para la poblacién [...] Ciertamente, de alguna manera no se trata més que de una extrapolacién biolégica del tema del enemigo politico.'* En este sentido, el racismo deviene para Foucault la ultima y completamente nueva configuracién del modelo del poder asumido como tema del curso, el de la guerra, que se presenta, en esta leccién final, bajo la forma de un experimento bioldgico: La guerra [...] resulta, a finales del siglo XIX, como una maneta no s6lo de fortalecer la propia raza climinando la raza adversa (segiin los temas de la seleccién y de la lucha por la vida), sino, también, de regenerar la raza propia. Mientras més numerosos sean los que mueran de entre nosotros, ms pura serd la raza a la que pertenecemos.'? Corso al College de France 1975-1976, Milano, Feltrinelli, 1998; trad. cast.: Hay que defender la sociedad, Madrid, Akal, 2003, pp. 218-219. 4 Thid., pp. 228-229; trad. cast. cit., pp. 219-221. ‘STbid., p. 230; trad. cast. elt., p. 221. 22 Espacio y poder En ambos casos, pues, cl racismo [...] garantiza la funcién de muerte en la economfa del biopoder, segan el principio por el cual la muerte de los otros es el fortalecimiento biolégico de uno mismo como miembro de una raza o de una poblacién, en tanto miembro de una pluralidad unitaria y viviente.'¢ Sin embargo, después de haber definido la sociedad nacionalsocialista no sélo como la més disciplinaria sino también como la mas aseguradora y reguladora, es decir, como aquella en la que se asume el cuidado de la vida del modo mds exhaustivo, Foucault debe, y a primera vista ex- traflamente, reintroducir en el centro mismo del biopoder mas completo el derecho disimétrico de matar: el “desen- cadenamiento mds completo del poder mortifero, 0 sea, del antiguo poder soberano de matar”.'’ Es un poder que atraviesa todo el cuerpo social, que no son sdlo el Estado y sus aparatos, no sélo las SS o las SA, sino que, a través de la accién de la denuncia, prdcticamente cualquiera puede cjercerlo. Sin embargo, en todo caso se trata de una curiosa resurreccién del antiguo derecho de hacer morir 0 de dejar vivir a alguien (sin denunciarlo), que reaparece en el centro del biopoder y asi parece contradecir su propia definicion. Como si el aspecto tanatopolitico fuera ahora diferente del “techazar hacia la muerte”, diferente de la funcién esencial VSI (8 gy, dos "Tbid., p. 231; trad. east. cit, pe 222. 23 Andrea Cavalletti misma del racismo, la de ejercer un corte en el Ambito biolégico. La misma ambigiiedad permaneceria también en La voluntad de saber, donde se lee que “el derecho de muerte [...] que se fundaba en el derecho del soberano a defenderse o a exigir ser defendido, aparecié como el envés del derecho que posee el cuerpo social de asegurar su vida, mantenerla y desarrollarla”."* Toda genealogia propiamente dicha reconoce, sin embargo, las fuerzas vencidas asf como se representan en formas diversas, ya que las tendencias dominantes no las cancelan, sino que al emerger sobre su impronta determi- nan su nueva organizacién. éQuién es, pues, ese soberano homicida generalizado, esa sombra tanatopolitica que atraviesa todo el cuerpo social e introduce una extrafia disimetrfa en la simetria perfecta a través de la cual la raza se fortalece climinando a las otras y exponiéndose a si misma a la destruccién? ;En nombre de qué ese soberano difuso se arroga el derecho a defenderse ya pedir que se lo defienda? La respuesta radica en lo que esta “inscripto en el fun- cionamiento de todos los Estados” y que ahora puede ser aproximado desde el punto de vista de la historia de los espacios. En Vigilar y castigar, el panoptismo emergfa como es- pecial cruce de dos modelos espaciales o suefos politicos complementarios: el de la lepra y de la exclusién, y el de “M. Foucault, Lu Volonté de savoir, op. cits trad. it, cit., p. 120; trad. cast cit,, p. 165. Espacio y poder la peste y de la divisién disciplinaria, 0 sea, el suefio de la comunidad pura y el de la sociedad ordenada. “Tratar a los ‘leprosos’ como ‘apestados’, proyectar las finas cesuras de la disciplina en el espacio confuso de la internacién, trabajar lo con los métodos de reparticién analitica del poder, indi- vidualizar a los excluidos, pero servirse de procedimientos de individualizacién para determinar las exclusiones.” Es cl doble esquema de las instancias de control: “el de la divisién binaria (loco / no loco, peligroso / inofensivo, normal / anormal); y el de la asignacién coercitiva, de la teparticién diferencial (quién es; dénde debe estar; cémo caracterizarlo, cémo reconocerlo; cémo ejercer sobre él, de forma individual, una vigilancia constante, etc.)”.!? Si el pandptico no sélo es un edificio sino que, mu- cho mas aun, es el diagrama de un mecanismo de poder llevado a su forma ideal, lo es sobre todo en tanto repre- sentacién sintética de este doble registro espacial en el que insisten las practicas modernas de subjetivacién. El sujeto normal se constituye como tal excluyendo de si a uno anormal, y si normal significa aqui més o menos activamente, mds 0 menos conscientemente, participe de una definicién positiva de las condiciones de vida, este movimiento corresponde al desplazamiento progresivo del limite que separa de aquellos que son cada vez mds rechazados hacia la muerte. A la nueva celda benthamia- na, en cuyo interior cada uno se hace cargo de su propia constriccién, corresponde asi la distribucién capilar de la ., Surveiller et Punir, op. cits; trad. it. cit., p, 216; trad. cast. cit., pp. 202-203. Andrea Cavalletti misma capacidad de organizar la divisién binaria: la fun- cidn tanatopolitica atina a los sujetos que se inscriben en una relacién de poder en nombre de la vida misma, y asi es inscripra “en el funcionamiento de todos los Estados”, en la época del biopoder, esa potencialidad homicida difusa en virtud de la cual, tan sélo, es posible ser ciudadanos. O sea, cualquiera puede denunciar y hacer matar a cualquier otro exactamente porque cualquiera aparece como sujeto biopolitico a través de una particién binaria especifica res- pecto a una negatividad que este lleva a cabo constituyén- dose a si mismo como actor de la positividad biopolitica. El dar muerte al otro es asf una oportunidad implicita en la nueva practica de subjetivacién. Pero al otro es posible matarlo porque ya est4 menos que vivo, as{ como el sujeto que lo denuncia no sdlo esta lo suficientemente vivo para hacerlo, sino que esta mds que vivo. El progresivo cuidado de la vida implica un salto cualitativo y se opone ya, en nombre de una vida mejor, a una vida que debe resultar, respecto a aquella, menos que vida, tanto mas despreciable cuanto esta serd mds apreciable. O sea, la particién binaria actila segiin un juego de intensidades contrastantes, cuyo espectro restituye la reparticién diferencial de los sujetos. Toda positividad biopolitica —con Ja famosa formula mar- xista— “se reproduce a si misma de modo inverso”. (Y si hoy una visién, por asi decirlo, “positiva” de la biopolitica puede abrirse camino, es slo porque, en el interior y a otro nivel de la economia misma, incluso la evidencia mas aberrante debe ofrecer un reflejo agradable.) Espacio y poder La nocién fundamental del biopoder, la de poblacién, fos aparecerd poco a poco en su caracter espacial preciso y, al mismo tiempo, dejar entrever el lugar especifico donde puede ubicarse, el vacfo del cual ella misma vive. Es pxactamente entre este espacio y su vacto coextensive donde se articula la relacién entre biopolitica y tanatopolitica. Alfred Sauvy observé: La repugnancia que el hombre experimenta, en toda circunstancia, ante el elegir, 0 sea, el sactificar, ha tardado mucho y retrasa largamente incluso la fundacién de una doctrina clara, y por tanto, brutal de la poblacién. Es asf que Schmitthenner encuentra que “la poblacién llegada al punto en que el pueblo posee su mayor fuerza y su bienestar” es una expresién apropiada, sin percatarse de la contradiccién que entrafia.”” Lo que aqui Sauvy llama “contradiccién” es como tal el punto en el cual el biopoder coincide con su opuesto, y una interpretacién en términos precisamente espaciales del modelo biopolitico quizd pueda dar cuenta de ello. Co- mencemos, pues, por una indicacién de Foucault, quien sefiala cémo, al distinguirse de la produccién precedente, "A. Sauvy, Théorie générale de le population, vol. 1: Economie et population, Paris, PUB, 1963, p. 51; trad. cast: Teoria general de la poblacién, Madtie, Aguilar, 1957. Por otra parte, ya Marx habfa llamado la teoria maltusiana de la poblacién “expresin brutal desde el [brutal] punto de vista del capital”, cf. K. Marx, Lineamenti fondamentali di critica dell’economia politica, Torino, Einaudi, 1976, p. 602; trad. cast.: Blementas fundamentales para la critica dela economia politica (Grundrisse). 1857-1858, vol. 2, México, Sigho XX1, 2005, p. 112. ee Andrea Cavalletti los tratados de ciencia de la policfa (que es la encargada de ocuparse del cuidado del viviente en todos los aspectos) presentan una seccién central dedicada a los problemas de la ciudad: “A partir del siglo XVIII, todo tratado que considere la politica como arte de gobernar a los hombres deberd contener necesariamente uno o més capitulas sobre el urbanismo [urbanisme], sobre las instalaciones comuni- tarias, la higiene y la arquitectura privada”.?! 3Se trata, entonces, de desarrollar una breve historia del urbanisme? Pero :qué significa esta palabra? “El término urbanismo es un neologismo forjado hace poco més de un siglo (fue creado en 1867 por el arquitecto espariol Cerda). Sin embargo, la nocién que abarca parece a priori tan antigua como la civilizacién urbana.” Cf. M. Foucault, “Espace, savoir et pouvoir”, en Dit er Ferits 1954-1988, vol. 2: 1976-1988, ap. cét., p. 1090, 2 J.«L. Harouel, Histoire de lurbanisme, Patis, PUB, Que sais-je?, 1981, p. 6. 28 2 URBANIZACION Al comienzo de su Téorta general de la urbanizacién, en 1867, Ildefonso Cerdé escribia: En primer lugar, me veo en la necesidad de dar un nom- bre a este marem4gnum de personas, cosas, intereses de todo género, de mil elementos diversos que a primera vista parecen funcionar cada cual a su manera e inde- pendientemente de los otros, mientras que al observarlos con detenimiento y espiritu critico se nota que, quizds ejerciendo uno sobre otro una accién muy directa, estén en constante relacién y forman, en consecuencia, una unidad.* Como es sabido, Cerdé excluye los términos ofreci- dos por el yocabulario espaol para acufiar, en cambio, trayéndolos del latfn, los neologismos que le ganaron la celebridad: urbe y urbanizacién. Esta feliz invencién “1, Cerda, Teoria general de la urbanizacién y aplicactén de sus principios y dovivinas a la reforma yensarche de Barcelona, t.1, Madrid, Imprenta Espafiola, 1867, p. 29; trad, it. parcial: Teoréa generale dell'urbanizzazione, Milano, Jaca Book, 1985. Andrea Cavalletti terminolégica se hace necesaria precisamente para expresar una unidad entendida como campo de relaciones, algo que el término ciudad, en cambio, corria el riesgo de reducir sdlo a su “aspecto material”, La materia “enteramente nue- va, intacta, virgen” que Cerda quiere introducir tiene que ver no sélo con casas 0 calles, sino con “el organismo, la vida, por asi decirlo, que anima la parce material”, Cierta- mente, desde el vitalismo anarquico de Piotr A. Kropotkin hasta el bergsonismo de Patrick Geddes o de Marcel Poéte y los replanteos de la biogeografia francesa o alemana, las mil variantes de la “metéfora orgdnica” podrian recondu- citse sin demasiadas dificultades a este principio funda- mental. El surgimiento de un lugar comin, sin embargo, no tiene nada de banal, y es en tal sentido que el texto de Cerda se manifiesta como excelente banco de pruebas. Pregtintese a un urbanista por qué se hace llamar asi. Tal vez harfa referencia ala Teoria general de la urbaniza- cién—texto que, por lo demés, por mucho tiempo tuvo es- caso reconocimiento-, como si fuera légico y evidente que el nacimiento del término urbanistica debiera encontrarse en los primeros escritos disciplinarios; o bien, hablarfa de “un problema filoldgico atin por explorar”, Si no fuera porque Cerda mismo calificé de “filolégi- cas” las razones de su propia invencidn. Por otra parte, se trata de una filologia sui generis, usada por un autor por lo demds muy cauto, siempre atento a poner en claro los limites de las propias competencias lingiifsticas. No serd, pues, el caso de tomar sus etimologias al pie de la letra ni, Urbanizacién por el contrario, discutirlas en el plano de cogniciones z jay que él en primer lugar se declara ajeno. Mas bien seré preciso aclarar su necesidad, reconocer un problema ya en el recurso al “problema filolégico”, sin trocar la causa en efecto al aceptar un planteamiento que de hecho es en si inismo urbanistico. Es necesario liberarse de este famoso “primer error”, y de conjunto intentar atenerse a una taz6n espectfica. Quizd no baste con afirmar que la nueva disciplina, que habrfa surgido hacia finales del siglo x, se distingue “de las artes urbanas anteriores por su caracter teflexivo y crftico y por su pretensién cientifica”. En efecto, es precisamente la “pretensién cientifica” de la que habla Frangoise Choay nada menos que la aparicién del urba- nismo como disciplina— la que atin debe ser comprendida en esto. Esta se funda en Ja misma invencién lingiiistica que, en un movimiento a su vez reflexivo y critico, permite hablar hoy de las “arts urbains antérieurs” La invencién terminoldgica debe responder a razones filolégicas y filoséficas por igual, o adecuarse a una mate- ria que resulta fluida, a una ciudad hecha de intercambios y desplazamientos, imposible de contener dentro de los limites definidos por sus muros, mévil hacia el exterior. Insistir en este aspecto no debe hacer olvidar en absoluto que, “antes de la expansién moderna, Ja ciudad no esta necesariamente cerrada (en particular en la antigiiedad grecolatina); que los muros no delimitan necesariamente la ciudad sino tal vez barrios bien precisos [...]; que los limites juridicos o religiosos determinan comunidades Andrea Cavalletti que, también en Occidente, no siempre coinciden con el espacio delimitado por los muros”.* Con mayor razén resulta significativo, sin embargo, que Cerd4 se preocu- para por algo que la palabra ciudad ya no podia contener, mientras que urbe es capaz de expresarlo en tanto conti- nila en su movimiento hacia los suburbias. Se trata de una dindmica de cualquier manera irreductible a las fronteras territoriales, que atafie no simplemente a la “parte ma- terial”, sino a “la vida que la anima”. Una nueva forma que el término expansidn podria incluso disimular. En efecto, no se trata de la apertura de la ciudad hacia zonas periféricas ni de la relacién de estas con aquella, sino de un movimiento, la urbanizacién, en la cual tanto la urbe como los suburbios mismos son capturados y en la cual se incluye toda relacién entre ellos. No se trata de la “ex- pansién moderna” como ampliacién del espacio urbano, sino de su giro hacia una procesualidad; esta en juego un flujo continuo y unitario segtin el cual incluso la casa mas pequefia deviene “urbe elemental y originaria’. Asi, el término urbanizacion indica el conjunto de los actos que tienden a agrupar la edifi- cacién y a regularizar su funcionamiento en el grupo ya formado, asf como el conjunto de principios, doctrinas o teglas que deben aplicarse para que la edificacion y su agrupamiento, lejos de comprimir, desvirtuar y corromper las facultades fisicas, morales e intelectuales 24M. Roncayolo, La citta. Storia e problemi della dimensione urbiena, Torino, Einaudi, 1988, p. 12. Urbanizacién def hombre social, sitvan [...] para acrecentar el bienes- tar individual, cuya suma forma la felicidad piblica.?° 's, por lo tanto, en nombre de la vida que la nueva disciplina se opone a la reduccidn del espacio dentro de la rigidez de los muros. Toda la nueva materia est4 como animada por una tensién implfcita, y desde ese momento se dard siempre una mala urbanj{stica que no sélo es una operacién diferente, mas o menos errada, sobre lo habita- «lo, sino una accién todavia débil, algo que respecto a las condiciones presentes y al bienestar deseable no urbaniza lo suficiente, y reclama asi una ulterior acci6n urbanizadora. I's precisamente en tal sentido que la lengua castellana le resulta a Cerda extrafiamente pobre, carente de pala- bras precisas. La carencia lingiiistica corresponde a una earencia en el plano de la urbanizacién en acto, y la inno- vacién terminoldgica tiene un motivo polémico preciso, y una funcién especifica: puesto que la nueva palabra no se separa de las viejas, sino que las atrae y las reorganiza; fo estd apartada del viejo uso lingiiistico pero sobrevive *\ logra aferrarlo y si, arrastrando consigo la lengua, logra desencadenar uno nuevo. La urbanizacién no aspira, por Hira parte, al propio cumplimiento asi como no ambiciona distinguirse del flujo continuo de la historia emergiendo de fepente en virtud de un rasgo 0 un tenor cientifico antes des- sanocido: més bien es un modo particular de sacar a la luz y restablecer la continuidad misma. Su gesto caractertstico piecisamente consiste en la institucién de un vinculo con "| Cert, Teorta general de la urbanizacién, op. eit., p. 30. 33 Andrea Cavalletti el pasado. La urbanizacién, el urbanismo como proceso, nace proyectandose hacia atras en el tiempo como largo “desarrollo de la urbanizacién”. Los parrafos que Cerda dedica a los or{genes prehistéricos y a la sintesis histérica de las combinaciones urbanas, simples, homogéneas, heterogéneas 0 compuestas, constituyen la verdadera de- finicién de una nocidn que se considera tanto més nueva precisamente en tanto habria sido “siempre la misma en su sustancia”. Esta requicre por lo tanto una empresa historiografica diferente de los cientos de historias de las naciones o de los pueblos. El urbanismo existfa mucho antes de que las naciones se enfrentaran, y antes aun de que se formase pueblo alguno. Y es la habitacién, ya sea gruta, cabafia o palacio, como célula urbanfstica primaria y como origen de la proteccién, la que en todo caso explica las comunidades y los pueblos, sus luchas 0 uniones y, en fin, las historias internas y relativas. Asi, urbanizacién y civilizacién en el fondo coinciden, no son dos, sino que “son la misma cosa”. Por eso la urbanizacién no podria descubrirse de golpe como disciplina, desprenderse del pasado gracias a sus pretensiones cientificas: precisamente como ciencia, esta no se distingue de ese pasado que, vivo, continta diferencidndose. Rige as{ en la urban{stica una suerte de durée, elemen- tal pero capaz de decidir con anticipacién el influjo de Bergson sobre Geddes y sobre la historia urbana de Poéte; algo que predetermina o prefigura un cierto bergsonismo difuso si bien simplificado, La ciudad geddesiana, insepa- rable de su evolucién, y la evolucién de la ciudad cara a 34 Urbanizacién I lisée Reclus, o la de la ciudad-mundo al mundo-ciudad thizada por Lewis Mumford, pertenecen al mismo umbral epistemoldégico de la equivalencia entre urbanizacién € historia planteado por Cerda.®® Por otra parte, sdlo este movimiento, natural e inadvertido, permite pensar hoy en (erminos de una “historia interna a la disciplina”. Donde “interna” significa: considerada ya en una extrafia visién inticipadora, en un horizonte de urbanizacién implicito, solo a partir del cual aparecerdn sus materiales y en cuyo interior esta podré después, con mayor o menor agilidad, aferrarlos. Ahora bien, precisamente la Teoria general de la urba- nizacién, con su procedimiento centrifugo, trazando el nui amplio horizonte en el tiempo y en el espacio, con su terminologia tanto mds precisa cuanto mas vaga, tiende a ln constitucién de un punto de vista interno. Exactamente desde este punto de vista toda posicién atin debera reto- Mmarse y corregirse en un gesto mas amplio y continuo que, tendiendo a confundirse con la vida misma, dejar descu- brir por fin algo asi como una “urbanistica espontdnea”. Cuando Cerdé recurre al neologismo urbe para “in- dicar simple y genéricamente un agrupamiento de cons- trucciones”, sustrae este tiltimo al ambito limitado de la materialidad para inscribirlo en el centro de la funcién urbanizadora. Ciudad, villa, pueblo, lugar, aldea, feligresia, Sélo en el reflejo de tal continuidad puede afirmarse que “al leer a Cerdé, lemos tambign a Sittey a Le Corbusier, a Marcel Potte y a Geddes o la Carta ile Atenas", cf, A.L, de Aberasturi, “Per una lettura di Cerda’, introduccién a |, Cerda, Teoria generale dell'urbanizzazione, tead. it, cit., pp. 49-50. 35 Andrea Cavalletti caserto, alqueria, quinta son palabras inadecuadas, “desti- nadas a indicar las diferentes jerarquias que se forman en- tre los grupos de casas, segtin su cantidad, su importancia y extensién, y que en un tiempo denotaban también la diversidad de los modos de vida y de los privilegios [...] acordados a algtin centro”.”” Todos estos términos reducen la forma de vida a un aglomerado en particular, vinculan una y otro en una serie de esquemas prefijados y en una subdivisién preordenada. La definicién de “agrupamiento en sentido genérico”, de “urbe en el sentido més lato y genérico posible”, permite en cambio relacionar cada uno de los casos singulares en el conjunto de una materia en movimiento, entender de forma general y dindmica, que se renueva todo el tiempo pero es siempre idéntica en su sustancia, la pura relacién entre espacio habitado y modo de vida. De aqui la afirmacién, a primera vista sorprenden- te, segtin la cual “estas distinciones de extensién o jerarquia no interesan a la ciencia de la urbanizacién”, Se trata ahora de la inclusién de la vida, no en un lugar determinado, sino en el espacio mismo, y esta inclusién o captura prima- ria exige a su vez una “teoria general”. Antonio Lopez de Aberasturi observé con justeza que la palabra urbanizacin “es para Cerd4 sinénimo de topologia humana. Indica la relacién que se establece inmediatamente entre el hombre y el espacio, ya que desde el momento en que existe una sociedad, los estatutos naturales de proteccién y de socia- lidad obligan al hombre a buscar un refugio y a entrar en 71, Cerdé, Teoria general de la urbanizacién, op. cit. p. 30. 36 Urbanizacién telacién con otros refugios”. Pero ;debemos seguir a un autor ahi donde presupone como un hecho, revistiéndolo de apariencia histérica o natural, lo que deberfa explicar? ‘fanto valfa, habria dicho Marx, presuponer desde el inicio la urbanizacién, Es precisamente la relacién “entre el hom- bre y el espacio” tan poco “inmediata” que requiere de un nuevo vocabulario— la que atin debe ser comprendida. “Deseando evitar los vocablos poblacién y pueblo -esctibe Cerda-, me he visto obligado a servirme del término urbe.” Por qué esta precisién ulterior? Hemos visto, poco antes, que pueblo pertenecia a la serie jerdrquica de los espacios; antes aun, Cerdé habia excluido el latin eivitas en virtud de su “significado andlogo al de la palabra poblacién, que hoy nos sitve para indicar un grupo de construcciones, aunque sea mas adecuado para designar la relacién con la vecindad que la parte material de las construcciones”. Es sabido que en la lengua castellana pueblo y poblacién valen también en la acepcién, derivada de la forma romance poblar, de “localidad habitada”; pueblo, por ejemplo, es un aglomerado “menor que una ciudad y mayor que una aldea” (J. Corominas), mientras que poblamiento, un término geografico derivado a su vez de poblacién, indica la “forma en que se distribuyc y se establece la poblacién en un cierto territorio”. Por otra parte, Du Cange, en el Glossarium mediae et infimae latinitatis, registra ya la voz populatio en el significado (documentado desde 1266) de "villa, parroquia, paesiditem rusticum”. Pero no se trata sélo de esto, En efecto, es después incluso de haberse derenido a7 Andrea Cavalletti en la insuficiencia de los términos referibles a un particular aglomerado que Cerdé agrega la frase: “Deseando evitar los vocablos poblacién y pueblo, me he visto obligado a servirme del término urbe”. “Me he visto obligado” significa, pues, a pesar de que esos dos vocablos fueran, en cierto sentido, pertinentes. Es evidente que en la serie ciudad, villa, pueblo, lugar, aldea, féligresta, etc., estos se distinguen por su raiz comin. Precisamente por esto, algo también los aproxima a urbe y urbanizacién. Ahora bien, si no fueran confundibles con determinados tipos de aglomerados, podrfan pueblo y poblacién expresar la misma relacién que Cerdd quiere reactivar con sus neologismos? La ambigiiedad semantica que decide su exclusién permitirfa pensar hipotéticamente en poblacién como en el lugar de un pueblo, ya este, como en cl lugar de una poblacién. Es decir, permitiria incluir los términos siempre en un movimiento reciproco y mas amplio, que harfa coincidir la historia de uno con la del otro. ;Es necesario, pues, retornar a poblacién, para com- prender urbanizacién? Quizas a las “razones filoldégicas” de Cerda les habria resultado de utilidad una breve historia de esta palabra, que desde 1755-1756 (en 1751 Voltaire atin decia peupla- de), con L’Ami des hommes, ou Tratté de la population de Mirabeau, penctra cada vez mas en el uso lingiiistico para ir designando poco a poco, no sdlo la accién de poblar, sino el conjunto de los habitantes. Sin embargo, lo esencial, como hemos visto, es que Cerdé encuentra el vocablo poblacién al mismo tiempo 38 Urbanizacién. adecuado e insuficiente, precisamente en tanto —“inconve- niente gravissimo para mi objecto’— tiende a significar por un lado el numero de habitantes, y por otro, cierto aglo- merado habitacional en su aspecto material. Mas que la ambigiiedad o la homonimia, lo que “obliga” a abandonar cl término poblacién es el hecho de que a veces este sea asi- milado a un significado ya definido, que la coesencialidad dindmica de vida y espacio deba asi escindirse y perderse cn los dos aspectos diferenciados y ya determinados de la multitud y de la ciudad fisica. Si, como hipdétesis, una separacién tal no hubiecra existido, Cerda habria podido servirse de pueblo y del sentido activo de poblacién, de un modo en cierto sen- tido similar a aquel en el que Alexandre Le Maitre habfa utilizado, en su La Métropolitée, ow de Vétablissement des villes capitales (1682), la expresién “crear la poblacién de nuevas ciudades [faire la population des nouvelles villes|”. Es decir, de un modo que en ella, precisamente al designar el acto de poblar, est¢é implicito un significado espacial. Es asi que urbanizacién se coloca en el preciso lugar de po- blacidn, puesto que en la relacién entre el centro habitado en sentido genérico y la accién de urbanizar se incluye la poblacién misma. En tal sentido, puede afirmarse que Cerda pudo haber querido acufiar un neologismo precisa- mente por su interés en no perder el sentido eminente de poblacién. La frase “deseando evitar los vocablos poblacién y pueblo” significarfa, pues: deseando que el significado es- pacial que estos términos comportan en s{ no se confunda con un cierto tipo de aglomerado. Asi, es cierto que las oe Andrea Cavalletti distinciones de extensién o jerarqufa no se refieren a la ciencia de la urbanizacién, irreductible a cualquier ambito predeterminado. Sin embargo, sdlo a partir de ese saber general puede darse algo como una urbanizacién en tanto hecho concreto, que no puede confundirse inmediatamen- te con el aspecto material de la ciudad, y en el cual esas distinciones serdn puestas en juego una vez més. El sentido espacial y a la vez dindmico de la palabra poblacién se mantiene en acto y se traduce en la diferencia insalvable —por lo tanto, en la continua relacién— entre el urbanismo como “hecho concreto” y como “teorfa gene- ral”. Es en esta oscilacién constitutiva entre teoria y praxis que debera buscarse el presupuesto biopolitico de la forma disciplinaria moderna. {Qué es la urbe? Un conjunto de habitaciones vinculadas por un sistema vial més 0 menos perfecto, poco importa. sQué es la casa? Ni més ni mds menos que un conjunto de vias y lugares de residencia, como la urbe. La gran urbe y la urbe-casa sélo difieren por las dimensiones y por las sociedades que viven en ellas: sociedad numerosa y compleja, por una parte, y sociedad compuesta por pocas personas y simple, por la otra.” Desde la distribucién doméstica hasta la vialidad urba- na, desde la casa hasta la totalidad de la superficie terrestre “atravesada por un torrente inagotable de movimiento y *Tbid., p. 47 Urbanizacién civculacién’, se extiende el campo ilimitado de la socie- dad, eso que Jean-Claude Milner llamé lo “trascendental por excelencia de la modernidad”. Y si es cierto que “toda sociedad puede pensarse como una funcién que asigna a cada ser [...] la propiedad de pertenencia al cuerpo social, © sea, la socialidad’;?? si el ser en sociedad siempre se con- sidera dominante o dominado, patrén o esclavo, incluido » excluido, poderoso o miserable, es a este nivel y en el sentido de su definicién que el dispositive urbanistico puede operar. En el hombre, escribe Cerda, “el instinto de socializacién ha producido la urbanizacién y, en la ur- banizacién, la inteligencia y los buenos sentimientos han encontrado el impulso necesario para crear los elementos civilizadores”.*° Sin embargo, precisamente sobre la base ile la agilidad de este esquema se mide el criterio de la ur- banizacién. El maximo de civilizaci6n corresponderia a la \rbanizacién perfecta, o sea, en nombre de la sociedad, a la mas completa insercién de la urbe-casa en la gran urbe y, recfprocamente, a la constante conexién de la segunda con la primera. La palabra urbanizacién designa asi el doble movi- miento que, podria decirse, expande el ofkos en la polis y constrife a la pdlis en el otkos; cumple la tendencia a socializar en la medida en que expresa la poblacién segtin esa precisa relacién de coimplicacién espacial. " JC. Milner, Les Penchants criminels de (Europe démocratique, Lagrasse, Verdier, 2003, pp. 22 ss.; trad. cast.: Las inclinaciones criminales de la Europa democrdzica, Buenos Aires, Manantial, 2007. "|, Cerdé, Teorta general de la urbanizaciin, op, cit, p. 45. 41 Andrea Cavalletti Se trata de un movimiento que resultard més claro al observar los primeros tres puntos del orden seguido por Cerda en su “estadistica urbana” de Barcelona. Aqui los elementos 0 estadios de la investigacién se refieren a: 1. el continente, sus miembros y su organismo. Es la “urbe material”, campo de accién o “concha envolvente” sin la cual la poblacién urbana serfa inconcebible; 2. el contenido o poblacién, sus miembros, su organis- mo y su ley de continuidad; 3. las relaciones entre el continente y el contenido, que expresan el funcionamiento de la poblacién en la ciudad. Si los primeros dos puntos serin subdivididos y por tanto estudiados de manera andloga, puesto que “con- tinente y contenido son dos cosas correlativas”, la frase “funcionamiento de la poblacién de la ciudad” compendia a la perfeccién el significado del término zrbanizacidn. El pasaje siguiente permite valorar su nivel de relacién: se tra- ta de la conclusion del informe estadistico sobre Barcelona, que “describe todo lo que puede decirse de la naturaleza y del valor del continente, asi como del mado de vida y de los dafios sufridos por el contenido”. “La estadistica -escribié Le Corbusier es el Pegaso de la urbanistica. Terriblemente tediosa, minuciosa, arida y frfa, es [...] el pedestal desde el cual el poeta puede dar el salto [...] con los pies sélidamente apoyados en cifras, graficos, datos concretos.”*! Por otra parte, la poblacién no puede *! Le Corbusier, Urbanisme, Paris, Crés, 1925; trad. it.: Urbanistica, Milano, il Saggiatore, 1967, p. 111; trad. cast: La ciudad del futuro, Buenos Aires, Infinito, 2003, p. 81. Urbanizacién huir, si se aferra como tal a su continente. Es cierto que la palabra poblacién se divide en dos aspectos, los habitantes y cl aglomerado, que, sin embargo, contintian indicando lina razén comtin. Como continente y contenido, estos son constantemente reunidos en la urbanizacién, que no es sino la poblacién misma restituida a su cardcter tanto dindmico como espacial. Sélo aclarando esta caracterfstica podra comprenderse por qué Cerdé pone en el origen de la urbanizacién la necesidad prehistérica de refugio; por qué debe unir pro- teccién y socialidad; por qué, en otros términos, urbani- zacién y civilizacién coinciden precisamente en nombre de la seguridad. 3 PRINCIPIO DE POBLACION Se sabe que Marx, atento por otro lado a autores como Adam Ferguson, no sélo se oponfa, sino que despreciaba 4 Malthus, a quien vefa como divulgador de una teoria de la que se habfa “apropiado gracias al celo religioso con el que la predicé”,” y a quien hallaba bastante menos intere- sante, respecto al nacimiento del concepto de poblacién, que al veneciano Gianmaria Ortes. En una perspectiva ya no marxista, este juicio tuvo una larga repercusién y, perdida toda su carga polémica, decanté por completo y se asenté en el fondo como uno de los lugares clasicos de la historia del andlisis econémico. Asi, Joseph A. Schumpeter reconocié en Giovanni Botero al inventor del “principio de poblacién”, un precursor de las teorfas maltusianas, y pudo hablar de una “Botero-Malthus view of the matter” [visién botero-maltusiana de la cuestién], por lo demas ya evidenciada por estudiosos como Charles E. Stangeland, René Gonnard y, antes incluso, por Achille Sinigaglia, "KK. Marx, Lineamenti fondamentali di critica dell’economia politica, Torino, Finaudi, 1976, p. 602; trad. cast: Elementos fundamentales para la critica de ta economta politica (Grundrisse), 1857-1858, vol. 2, México, Siglo XXi, 2005, p. 112. 45 Andrea Cavalletti quien por su parte ya habfa descubierto en La razdn de Estado “muchos puntos de contacto con Malthus’ 3? Ahora bien, esta tradicién de estudios, asf como la continuidad historiogrdfica que instaura, se basa en la categoria de pre- maltusiano, es decir, en un verdadero, y explicito, hysteron proteron en virtud del cual, a partir de Botero, los més diversos autores son interpretados segtin el presupuesto del equilibrio entre poblacién y medios de subsistencia. Segtin la reveladora expresién de Schumpeter: El maltusiano Principio de Poblacidn brota plenamente desarrollado [sprang fully developed) de la mente de Botero en 1588: la poblacién tiende a crecer, més alld de todo limite asignable, hasta su completa expansién, hecha po- sible por la fecundidad humana [que Botero llama “virtud generativa’ ]; mientras que los medios de subsistencia y las posibilidades de incrementarlos [la “virtud nutritiva”] son [...], por el contrario, definitivamente limitados. De modo que “Malthus en realidad no hizo ms que re- petir esto, aparte de adoptar leyes matemiaticas particulares” 4 A, Sinigaglia, “La teoria economica della popolazione in Italia”, en Archivio giuridico, XXVI, 1881, p. 137: cf. también Ch.B, Stangeland, Pre-Malehusian Doctrines of Population. A Study in the History of Economic Theory (1904), New York, A. M. Kelley, 1966. René Gonnard en su Histoire des doctrines de la population, Paris, Nouvelle Librairie Nationale, 1923, propone la distincion, luego devenida clisica, entre los dos grupos de economistas: por un lado, los poblacionistas y por otro, los de inspiracién maltusiana. * TA, Schumpeter, History of Economic Analysis, New York, Oxford University Press, 1954, p. 256; trad. it.: Storia dell'analisi economica, Torino, Boringhieri, 1959-1960; trad. cast.: Historia del andlisis econémico, Madrid, Ariel, 1995. 4G Principio de poblacién I'l problema de la oposicién entre crecimiento en pro- porcién geométrica de la poblacién y en proporcién avitmética de los medios de subsistencia estaria presente; pues, de algtin modo en un texto, el de Botero, a quien, ‘io obstante, le sigue siendo completamente desconocida la especial nocidn de equilibrio econdmico, tinico a partir del cual puede aparecer esta discrepancia; un equilibrio por definicién interno a la nocién de poblacién. Es asi, segtin una paradéjica inversion, que el nombre de Botero continua apareciendo entre los “precursores” en las his- s de economia politica y demografia. De modo que, precisamente donde la evidencia problematica de una relacién con la razén de Estado habria debido proveer un instrumento para su critica, estas disciplinas construyen en cambio su tradicién herdldica, en una continuidad histérica sin percances. Aquf intentaremos seguir otro procedimiento. No sGlo se tratard de refucar la categoria de premaltusianismo como histéricamente incongruente, o peor, como algunos desearian, de acogerla con “telativa cautela”. A esta vieja clave de toda “historiografia objetiva” con certeza es posible renunciar; y también puede renunciarse a la idea de una relaci6n entre poblacién y medios de subsistencia que ya pertenece, ademas de a Botero, al ideatio de la economia politica. Por otra parte, la tesis maltusiana segiin la cual “la tierra siempre estard superpoblada, por eso [...] reinarin siempre la miseria, la indigencia y la inmoralidad”® no pue- R Engels, Le sitmazione della classe operaia in Inghileerra, en B, Engels y K. Marx, Opere complete, Roma, Bditori Riuniti, 1972, p. 501; trad, casts La Andrea Cavalletti de refutarse, como pretendié Alfred Sauvy, desde el punto de vista de la teorfa de la poblacién si, como veremos ~y como ya mostraba Marx-, la produccién de un excedente es el presupuesto fundamental de esa misma teorfa. Por lo tanto, a partir de Botero se tratard, no tanto de afirmar o negar una continuidad, sino de desplazar la investigacién hacia al plano de la modalidad, hacia cémo una tradicién tal se constituye y entra en accién, es decir, tratando de circunscribir su principio funcional. Para tener una idea de la dificultad que aqui est4 en juego, scrd bueno releer la famosa pagina donde Hannah Arendt, describiendo la coimplicacién moderna de las dos esferas clasicas de la pélis y del otkos, sacé a la luz la extraordinaria dificultad con la que [...] comprende- mos la decisiva divisién entre Ambito ptiblico y Ambito privado, entre la esfera de la pélis y la esfera doméstica y de la familia y, en fin, entre las actividades vinculadas al mundo comin y las relacionadas con la conservacién de la vida, una division en la cual, en tanto autoevidente y axiomatica, descansaba todo el pensamiento politico antiguo. A nuestro entender, la Iinea de divisién est4 totalmente ofuscada, puesto que vemos el cuerpo de los pueblos y las comunidades politicas segiin la imagen de la familia, de cuyos asuntos cotidianos debe cuidar una gigantesca administracién doméstica a nivel nacional. El pensamiento cientffico que corresponde a este desarrollo sisnacion de la clase obrera en Inglaterra, en F, Engels y K. Matx, Excritas de juventud, Obras findamentales, México, FCE, 1982. 48 Principio de poblacidn no es tanto la ciencia politica: como la “economia na- cional” 0 la “economia social” 0 la Volkwirtschaft, todas indicadoras de una suerte de administracién doméstica colectiva; la colectividad de las familias econdmicamente organizadas en el facsimil de una familia superhumana es lo que llamamos “sociedad”, y su forma politica de organizacién es llamada “nacién”.%* Ya fuera que en la antigiiedad clasica existiera una efec- tiva separacién de las dos esferas, como considera Arendt, © que, en cambio, estas ya establecieran una relacién reciproca o formaran una especie de mezcla (si bien no comparable a la actual) 0, incluso que, segtin la interpre- tacion de Karl Polanyi, para la economia griega resultara desconocido el concepto mismo de escasez sobre el cual se funda la nuestra, lo esencial es que al menos a partir de Jean Bodin la teorfa politica moderna se ha percibido y reconocido a sf misma en oposicién a los autores clasicos: “Jenofonte y Aristételes —escribia precisamente Bodin— separaron [...] sin motivo la economia de la polftica |police], lo que no habria sido posible sin desmembrar la parte principal del todo y construir una ciudad sin casas” 37 Ahora bien, considerar esta oposicién no significa reducir “H, Arends, The Human Condition, Chicago-London, University of Chicago Press, 1958, pp. 28-29, pero véase toclo el capitulo 2 y de mado especial el paré- fgrafo “The Rise of the Social”; trad. i: Vita attiua, Lat condizione umana, Milano, Bompiani, 1994; trad. cast.: La condi bumana, Barcelona, Paidés, 1993, p42. "J, Bodin, Les Six Livres de la République, Paris, 1576; trad. it. (equi levemente modificada): I seé libri dello stato, vol. 1, Torino, UTET, 1964, p. 172; trad. castes Los seis libros de la Reputblica, tibro 1, cap. 2, Madrid, Tecnos, 2006, Andrea Cavalletti un giro de época a la interpretacién particular del dictado aristotélico. Si incluso Rousseau en el Discurso sobre la economia politica concuerda con el mismo pasaje de la Politica citandolo como confutacién del Patriarchia de Robert Filmer; o sea, si él separa de nuevo la “economia ptiblica” de la “economia privada”, esto puede ocurrir sélo porque las dos esferas son muy distinguibles, pero en tanto la “familia pequefia” (oékos) es integrada en la “fami- lia grande” (pdtis, en el sentido moderno de sociedad).*8 Es decir, que la particién entre publico y privado vuelve a ponerse en juego precisamente como articulacién del Ambito econdmico-politico, y Rousseau se revela, en este aspecto especifico, menos lejano de Bodin de lo que puede parecer a primera vista. Se trata mds de un cumplimiento que de una contradiccién: slo porque una diferencia con respecto al mundo clasico se puso como tal en evidencia, o sea, sdlo porque el problema del ¢jercicio del poder pudo plantearse en el sentido de la integracién de los dos ambi- tos fundamentales, sdlo por eso se hizo posible una nueva distincién, Nuestro extrafamiento respecto a la concepcién politica del mundo griego no depende de la toma de po- sicion de Bodin respecto a Aristételes, sino que consiste precisamente en el hecho de que el movimiento por el 38 J.-J, Rousseau, Diseours sur l'économie politique, en CEuvres completes, vol. 3: Du contrat social. Ecrits politiques, Paris, Gallimard, 1964, p. 244 y nota; trad, it.: Discorso sull'economia politica, en Scritti polirici, E. Garin (ed.), Bari, Laterza, 1971; trad. cast.: Discurso sabre la economfa politica, Madrid, Tecnos, 1985. Fl pasaje de Aristételes se encuentra al inicio del primer libro de Politica (6 Il, 1252a), donde se ctitica la idea de que entre el poder del magistrado y el del padre de familia exista una simple diferencia de grado. 50 Principio de poblacién cual él reunia oikos y polis devino por completo implicito, a su vez disimulado por una sucesiva distincién de estos y ya perteneciente a la prdctica discursiva de la economia politica. Conseguir mostrar esta practica en acto, mas que temontarnos a la separacién originaria, es la tarea que nos espera, Al respecto vale una observacién de Foucault capaz de iluminar como a contraluz la misma dificultad y cl mismo problema evidenciados por Hannah Arendt: Una expresién importante en el siglo XVIII caracteriza bien todo eso: Quesnay habla de un buen gobierno como de un “gobierno econdmico”. Y esta nocién de gobierno ha devenido tautolégica ya que el arte de go- bernar es precisamente el arte de ejercer el poder segun el modelo de la economia, Peto si Quesnay dice “gobierno econémico” es porque la palabra economia [.,.] ya est tomando un sentido moderno y resulta en ese momento que la esencia misma del gobierno, es decir, el arte de ejercer el poder en la forma de la economfa, tendrd como objetivo principal lo que hoy llamamos econom(a,® "CEM. Foucault, Sécurité, territoire, population. Cours au College de France (1977-1978), Paris, Seuil-Gallimard, 2004, pp. 98-99; trad. cast. Seguridad, territoria, poblacién. Curso del Collige de France 1977-1978, Buenos Aires, HCE, 2006; sin embargo, aqui citamos la leccién del 1° de febrero de 1978, tal como habia sido publicada, por primera vez en italiano, en la transerip- ibn y traduccién de P Pasquino y bajo el titulo de “La governamentalita”, @n Aut-Aut, n° 167-168, septiembre-diciembre de 1978, pp. 12-29; para la elta, véanse pp. 17-18; trad. cast.: “La gubernamentalidad’, en Estétiea, ética J /ermenéutica, Obras esenciales, vol. 3, Barcelona, Paidés, 1999, pp. 182-183. 51 Andrea Cavalletti Si esta observacién completa, de forma simétrica, la de Arendt, también debe inducir con respecto a ella un ajuste metodolégico ulterior. En efecto, nada podemos saber de la dimensidn auténtica de la existencia griega: no sdlo no nos es dado afirmar con certeza si en verdad tuvo lugar una se- paracién de ambas esferas, sino que, incluso admitiéndola como tal, esta seguiria resultandonos inimaginable, puesto que el concepto mismo de separacién deberfa asumir un aspecto completamente nuevo. La dificultad “con la que comprendemos la decisiva divisién entre el ambito publico y el privado [between the public and private realms], entre la esfera de la polis y la esfera doméstica y de la familia [between the sphere of the polis’ and the sphere of household and family)”, es de veras extraordinaria, ya que podriamos dudar de que la propia locucién “household and family” pueda expresar siquiera algo comparable a ofkes (por no hablar de la pertinencia de “public and private realms’). Atenerse con el mayor rigor posible a esta dificultad signi- fica limitarse a afirmar que las dos esferas pueden resultar clasicas y diferenciadas atin y sélo sobre la base de una referencia comtin y preliminar. La dificultad se revela, pues, como imposibilidad, y esta a su vez define nuestro horizonte. En la incognoscibilidad de la pélis, sin embargo, esta en juego la posibilidad de circunscribir el dispositivo moderno de la economia. Junto a la pretensién de superar este mecanismo, para alcanzar una presunta dimensién clasica de la politica, y junto a la postura altamente ird- nica —que desde la situacién actual mira, en cambio, a esa esfera como a aquello que siempre debe seguir siendo Principio de poblacién aleanzado-, puede colocarse otro intento que se atenga a |i imposibilidad misma. Esta es, en efecto, el limite consti- ttitivo del archivo. Y es en el ejercicio arqueolégico donde la posibilidad sobre la cual el dispositive de subjetivacién podia activarse se torna en imposibilidad. A la cabeza del proceso de formacién del nuevo arte de pobernar debe ponerse esa linea de la literatura politica que llega a la cima de su notoriedad con el Antimaquiavelo de Hederico IL. “Desde mediados del siglo XVI hasta fines del XVIII -explica Foucault-, vemos desarrollarse una serie muy considerable de tratados que no son exactamente ‘con- sejos para los principes’ ni tampoco tratados de ciencia de ly politica, sino que se presentan como ‘arte de gobernar’.”“° Ista nueva y vasta produccién nace y se organiza antes que todo en torno a un centro asumido como modelo negativo, el maquiavélico: “Se pretendfa hacer aparecer un tipo de ticionalidad que fuera intrinseca al arte de gobernar, sin ser subordinada a la problematica del Principe y de su re- lacién con el principado del cual es amo y sefior”.*' Lo que "Ib(d., pp. 14-155 trad. cast. cits, p. 176. *)"|..] entre el honor rendido a Maquiavelo a principios del siglo XVI y el redescubrimiento en torno a éla principios del XLX, se uugé toda una ‘partida’s partida compleja y multiforme; con algunos clogios explicitos a Maquiavelo (Nauclé, Machon), numerosas crfticas frontales (Ambrogio Politi [...] y de forigen protestante: Innocent Gentiller) y también numerosas criticas implicitas (Gi. de la Persiére (...}, Th. Blyot [...], P Paruta) [...] El arte de gobernat se ilelinirs, pues, diferenciindose de una cierta habilidad del Principe, que unos tywen encontear en los textos de Maquiavelo, que otros no lo hatin, mientras ive terceros criticardn dicho arte como una nueva figura del maquiavelismo’,, Uf ibid. p. 145 trad. cast. cit, pp. 177-179. 53 Andrea Cavalletti estos intérpretes captan en Nicolds Maquiavelo y de lo que desean liberarse es de la triple relacién de singularidad, exte- vioridad y trascendencia del principe respecto a su dominio, ya que “en la medida en que la relacidn es de exterioridad, es fragil y no dejard de estar amenazada”. ‘También segin Foucault, este gradual distanciamiento puede subdividirse al menos en dos momentos fundamentales de su desarrollo. Una primera cristalizacién del arte de gobernar es, a finales del siglo XVI ¢ inicios del XVII, la que se organiza en torno al tema de la razén de Estado, entendida no en el sentido negativo que hoy se le da, sino en sentido positivo y pleno: el Estado se gobierna segiin las reglas racionales que le son propias y que no provienen de un principio trascendente divino, moral ni jurfdico. Si el problema maquiavélico por excelencia era llegar a definir qué es lo que refuerza el vinculo entre el principe y el Estado, “el problema que a principios del siglo XVII encuentra expresién en el concep- to de razén de Estado es precisamente el de la existencia y de la naturaleza de esa entidad que es el Estado mismo”. En otro plano, la primera definicién de esta relaci6n de poder no trascendente toma la forma de una economia politica, es decir, al menos en un primer tiempo, del mo- delo de gobierno de la familia llevado a nivel de Estado. Mientras que el principe era por definicién tinico, ahora M. Foucault, “The Political Technology of Individuals”, en Téchnodogies of the Self, A Seminar with Michel Foucault, Amherst, The University of Mas- sachusetts Press, 1988, pp. 154-162; trad. i: “La tecnologia politica degli individui", en Up seminario con Michel Foucault. Tecnologie del sé, Torino, Bollati-Boringhieri, 1992, p. 140. Principio de poblacién ‘parece una multiplicidad de practicas gubernamentales a las que corresponde una variedad de sujetos; el problema se convierte, pues, en introducir en la gestién multiple e inmanente de los bienes y de las fuerzas una atencién tan meticulosa como la ejercida por el pater fzmilias en su casa. Ahora bien, a este estadio inicial ¢ imperfecto de la racionalidad gubernamental corresponde también su blo- queo: en efecto, la razon de Estado mantiene la estructura circular tipica de la soberania, “no tan lejana de la que alirmaba Maquiavelo, declarando como principal objetivo del Principe el mantenimiento de su principado”.? Resu- miendo ulteriormente la esquematizacién foucaultiana, por un lado queda un cuadro demasiado amplio, abstracto y tigido de la soberanfa, y por otto, un modelo econémico atin restringido, débil, demasiado inconsistente, como cl de la familia, ;Cémo se sale de tal estancamiento? “El arte de gobernar —afirma Foucault~ se desbloqueé en conexién con el surgimiento del problema de la poblacién”. En primer lugar, la aparicién de esta nueva entidad permiti- ti “abandonar el modelo familiar y re-centrar la nocién de economia sobre algo distinto”. La asi llamada “aritmética politica”, o la estadistica, que antes era un instrumento al servicio del soberano-padre de familia, “descubre poco a poce que la poblacidn tiene sus propias regularidades”, y de ahi que “la poblacién resulta absolutamente itreducti- ble a la familia, esta tltima pasa a un segundo plano [...] ‘parece como un elemento interno de la poblacién [...] es "[d., “La governamentalita”, op. cit, p. 20; trad. cast. cit., p. 186. 55 Andrea Cavalletti a través de la familia que deberd pasar; pero la familia, de modelo devendré instrumento, instrumento privilegiado por el modelo de las poblaciones y no el modelo quimé- rico del buen gobierno”. En segundo lugar, “la poblacién aparecerd mds que cualquier otra cosa como el fin ultimo del gobierno, ya que su fin no puede ser gobernar, sino mejorar el destino de la poblacién”.“ Comienzan a apa- recer, en este punto, las caracteristicas fundamentales del biopoder. La poblacién ya no es la potencia del soberano sino el fin del gobierno; la poblacién aparece como suje- to de necesidades, pero también como objeto en manos del gobierno: “El interés, como conciencia de todos los individuos que constituyen la poblacién, y [...] como interés de la poblacién, cualesquiera sean los intereses y las aspiraciones individuales de quienes la componen, [...] ser4 el objetivo y el instrumento fundamental del gobier- no de las poblaciones. Nacimiento de un arte y en todo caso de tdcticas y de técnicas completamente nuevas”. O sea, nacimiento de la que Foucault llamé “tecnologia politica de los individuos” y de las practicas modernas de subjetivacién, y no por Ultimo menos importante, naci- miento de las nuevas disciplinas, puesto que “administra a la poblacién significa gestionarla en profundidad, en los particulares”. Es en tal orden de ideas que debe compren- derse, pues, la lectura de Aristételes en el Discurso sobre la economia politica. Esta debe situarse, en otros términos, en medio de la discusién sobre el modelo de la familia, cuya “Ibid., p. 255 wad. it, cit., p, 192. 8 Tbid., p. 26; trad. cast. cit., ibid. Principio de poblacién transposicién a nivel estatal Rousseau rechaza, afirmando que “si tenéis un solo jefe, estdis en manos de un amo que fo tiene ningtin motivo para amaros”. Si en estas palabras se escucha el leitmotiv de la voluntad general, voluntad de hienestar y de conservacién comin como tensién que el bierno puede eludir pero que permanece indestructible en cl individuo, ser4 bueno subrayar que a este principio tumbién le corresponde una nueva lectura, que podriamos llamar “econémico-politica”, de Maquiavelo. Si las citas del autor florentino aparecen en el Contrato social en lu- gures siempre estratégicos (como en el tercer capitulo del segundo libro, a propésito de la integracién de la voluntad parcial en la voluntad general), es porque —retomando {ina interpretacién en clave casi alegérica debida a “Iraia- no Boccalini yal autor del De jure belli, Alberico Gentili, precursor del derecho internacional tan caro a Schmitt— Rousseau pudo, con una total inversién, leer a Maquiavelo en el sentido de la no-trascendencia del poder: “Fingiendo dar lecciones a los reyes, se las dio, grandes, a los pueblos. Ll principe de Maquiavelo es el libro de los republicanos”.*° " |.J. Rousseau, Du contrat social; ou principes du droit politique, libro 3, cap. 6, Amsterdam, 1762, p. 104; trad. it: Id contraito sociale, Torino, Einaudi, 1949; trad. cast: Del contrata social Sobre las ciencias y las artes. Sobre el origen yel fiendamento de la desigualdad entre los hombres, Madrid, Alianza, 1998. En i célebre nova a este pasaje, publicada pdstumamente en la edicién de 1782, Rousseau explica: “Maquiavelo era un hombre honesto [honnére hamme y Wn buen ciudadano; pero, vinculado a la casa de Medicis, se vio obligado, shurante la opresién de su patria, a enmascarar su amor por la libertad. La sola ¢leceién de su exectable héroe manifiesta lo suficiente su secreta intuicién; y Ja oposicién de las méximas de su libro del Principe a las de sus Diseursos sobre Tito Livioy de su Historia de Florencia, demuestra que este profundo hombre 37 Andrea Cayalletti Federico II hacia veinte afios que habia publicado su obra cuando Rousseau afirma polémicamente que el més anti- maquiavelista de todos, segtin su verdadera y ni siquiera demasiado secreta intencién, es Maquiavelo mismo. Si este hubiera sido un maquiavelista, pudo afirmar Schmitt segtin la misma ldgica (y sin hacer una referencia explici- ta a Gentili), en vez del Principe, habria escrito un libro edificante, mds aun, precisamente un Antimaquiavelo.” politico hasta ahora sélo ha tenido lectores superficiales y corruptos. La corte de Roma ha prohibido severamente su libro. No es de extrafiar, pues a ella es a quien pinta con mayor eficacia’, cf. J.-J. Rousseau, Exuvres complites, vol. 3, op. cit., p. 1480; trad. it. cit., p. 99 nota. Ya Spinoza, sin embargo, en el Tractatus politicus, escribia que si bien “el agudisimo Maquiavelo explicé de modo exhaustivo de qué medios debe servitse el principe, al que s6lo mueve la ambicién. de dominar, no queda del todo claro, sin embargo, cual es su fin, Pero, si se proponfa un buen fin, como es de esperar de un hombre sabio [de vivo sapiente credendum est, parece haber sido el de probar cuén impru- dentemente, muchas veces, se intenta quitar de en medio al tirano, mientras que las causas por las que el principe deviene tirano no pueden suprimirse (...] Quizds haya querido mostrar, ademds, cuanto debe cuidarse una mul- titud libre de confiar su salvacin a un solo hombre [...] y tiendo a admitir esto, de este prudentisime vardn, sobre todo porque es sabido cudn a favor estaba de la libertad, para cuya salvaguardia dio atinadisimos consejos”, cf. B. Spinoza, Tractatus politicus, V, 7, en Opera (1925), C. Gebhardt (ed.), Heidelberg, Carl Winters, 1972, vol. 3, pp. 296-297; trad. cast.: Trarado politico, Madrid, Alianza, 1986, p. 85. Naturalmente, no deben olvidarse aqui las observaciones de Antonio Gramsci acerca de la “doblez e ingenuidad de Maquiavelo” y sobre la “interpretacién romantico-liberal de Maquiavelo”, donde se dedica una particular atencién, mas que a Alberico Gentili, a los Ragguagli di Parnaso (Avisos del Parnase| de Traiano Boccalini; cf. A. Gramsci, Quaderno 13. Noterelle sulla politica del Machiavelli, Torino, Einaudi, 1981, pp. 180 y ss; trad. cast: Notas sobre Maguiavelo, Sobre la politica y sobre el Estado moderno, Buenos Aires, Nueva Visién, 1998. "©, Schmitt, Der Begriff'des Palitischen. Text von 1932 mit einem Vorvot und drei Covollarien, Berlin, Duncker & Humblot, 1963, p. 65; trad. it.: “I concetto di 58 Principio de poblacién Leer a Botero en el sentido del equilibrio entre pobla- cién y medios de subsistencia significa encuadrarlo en la disputa entre poblacionismo y maltusianismo, mientras que esta ultima, en sus lineas esenciales, queda inmersa en \n cono de sombra. No basta con reconocer en el autor de 1a raz6n de Estado al inventor del principio de poblacién ara no permanecer en su interior. Antes debe aislarse la diferencia entre los maltusianos y los no maltusianos, para poder comprenderla al menos en sus raros anacronismos logicos (por los cuales premaltusiano es lo opuesto a pobla- clonista, que significa a su vez antimaltusiano). Es necesario desarticular una disposicién demasiado obvia y, en su lugar, colocar la obra de Botero junto a la de Montesquieu: He vivido por mds de un afio en Italia, donde no he visto més que los restos de la antigua Italia otrora tan famo- sa. Aunque todos habitan en las ciudades [villes], estas estan completamente desiertas y despobladas [désertes et dépeuplées): se diria que atin existen sdlo para sefialar el lugar donde se hallaban aquellas poderosas ciudades [cirés] de las que la historia tanto ha narrado.** Antes de definir a Montesquieu como una “Casandra demografica’, y de sefialar justamente que “la despoblacién politico”, en Le categorie del politico, Bologna, il Mulino, 1972, p. 152; trad. casts: El concepta de lo politico, Madrid, Alianza, 1998. Montesquieu, Leteres persanes, B. Catile (ed.), Paris, Le Livre de Poche, 1995, OXI, p. 2915 trad, cast.: Cartas persas, Madrid, Tecnos, 2009. 59. Andrea Cavalletti [dépeuplement| aparecia, en un siglo impregnado de pobla- “° sera bueno cionismo, como la sancién al mal gobierno” ; detenerse en el desplazamiento terminolégico que presenta este pasaje: donde la ville, la ciudad considerada en su as- pecto material, cede el lugar a la cité como entidad politica, ahi se hace posible captar la potencia en el nuevo sentido, politico y a la vez espacial, de la poblacién. En el primer libro del tratado De las causas de la gran- deza y magnificencia de las ciudades (1588), Botero escribe: “Se llama ciudad a una reunién de hombres que se juntan para vivir felices. Y grandeza de una ciudad se llama, no el espacio del lugar o el perimetro de los muros, sino a la multitud de los habitantes y a la fuerza de estos”.*° Esta definicién encuentra una correspondencia en el séptimo libro de La razén de Estado (1589), titulado Sobre las Ffuerzas, en el cual se discute sobre la conveniencia de que el principe atesore los diferentes ingresos; aquf, al final de la disquisicién sobre los préstamos, las tasas ordinarias y extraordinarias, el socorro de la Iglesia, los gastos no per- tinentes y las donaciones vanas, se lee: “Vayamos ahora a las verdaderas fuerzas, que consisten en la gente, porque aesta se reduce cualquier otra: quien abunda en gente es © CEH. Hasquin, “Le débat sur la dépopulation dans l'Europe des Lumiéres’, en J.-B. Moheau, Recherches et considérations sur la population de la France (1778), E. Vilquin (ed.), Paris, Editions de l'Institut National d’Eeudes Démographiques, 1994, pp. 401-402. 5"G, Botero, Della ragion di stato libri dieci, con tre libri delle cause della gran- dezzit,¢ magnificenza delle citté, Venezia, Gioliti, 1589, p. 295; trad. cast.: Diez Libros de la raziin de Estado. Con tres libros de las cansas de la grandeza y magni- Jficencia de las ciudades, Madrid, Servicio de Publicaciones del Senado, 2001. 60 Principio de poblacién también copioso en todas las demds [...] asi de ahora en adelante usaremos indistintamente el nombre, ya sea de pente, ya sea de fuerzas”.*! La lectura de Botero basada en la relacién entre po- blacién y medios de subsistencia que, en términos en este caso si maltusianos, deviene potencia econdmica consti- tuye, como se ha dicho, un interesante Aysteron préteron de la historiografia econdmico-politica. Precisamente cuando pretende descubrir sus origenes, esta debe dar por descontado el concepto de poblacién, dejando de lado precisamente lo esencial. Dejando de lado el hecho de que para Botero fuerza y gente son sinénimos, que la gente es la medida de todas las medidas y que las virtudes ‘generativa” y “nutritiva” sostienen, por as{ decirlo, desde el interior, la que es, en si, la grandeza de la ciudad: “la multitud de los habitantes y a la fuerza de estos”. Donde atin no se trata de una poblacién conmensurada con las fuerzas del Estado, sino de la gente a la cual se reducen todas las demas fuerzas; y, particular no menos, de la fuer- za relacionada con el. “vivir felices”. Por ello, en el tercer libro del tratado de 1588 se lee: Los antiguos fundadores de las ciudades, considerando que las leyes y la disciplina civil no son ficiles de conservar donde hay una gran multitud de hombres; puesto que la multitud genera confusién, limitaron la cantidad de Ciudadanos, més allé de la cual estimaban que no podfan P)Ibid., p. 19a trad: ext ia reid lel nau y oni avertens Cates Univers sidad Central de Venezuela, 1962, p. 161. 61

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