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buscado por todas: partes {tr6 lorando en ese colina, espinos blancos To es pués de haberm mi madre me" Mi madre no se conmo\ mas, pero no pudo retener un jJamas_me hal siempre”. Y limpiéndom® ye cuando fuera grande no los otros homb’ os blancos. * 16 RAYO DE SOL SOBRE EL BALCON ‘Acabo de correr la cort xxtendido sus mu! una esperanza vinculada de todo obj ‘el estado puro, una y sin embargo, en rma esperanza? Cuando tenfa doce afios jugabe en los Cam- pos Eliseos con une ni jados del “Figaro”. Pe- ‘2 sus padres, no podia pras con su madre: toda una da y llena de un encanto doloroso porque era con sus padres. Estaba tan enamorado de ella, que si vela salir. a su viejo mayordomo con Un perro, palidecia y trataba en vano de com- primir los latidos de mi corazén. Sus padres me producian una impresién més grande to- - davia. Su existencia era como sobrensturel ‘en este mundo, y cuando supe que habla una alle de Paris donde a veces se vela pasar al padre de mi dentista, esa ci como a un lal que ha sido vi 2 verla durante largo tiempo. En la casa, mi & Gnico placer consistia en lo- ‘grar, con mil subterfugios, hacer recordar su apellido o su nombre, o al menos el de la le donde vivia; me lo repetia mentalmen- te sin cesar, pero fambién tenfa necesidad de oir su sonoridad deliciosa y de hacerme tocar esa musica cuya muda lectura no me era su- wnte; pero como mis padres no tenian el sentido suplementario y momenténeo que da el amor y que me permitia ver en todo lo que rodeaba a esa nifia i sidad, encontraban mi. con) cablemente monétona. Temfan que fuese tor- pe y —como yo trataba de curvar las espal- das para parecerme al padre de mi amiga— jorobado, lo que seria mucho peor. 18 A veces pasaba | hora de su liegada habi- tual a los Campos Eliseos sin que hubiese apa- desesperabe de veria, cuando, pro- ‘Guignol y los caballos de tardia pero bienaventu- rada de la pl del sombrero de su institutriz venia 2 golpearme como una bala en pleno corazén. Y jugébamos, No interrum- ir adonde Ia vende- los que pare- n_admiracién, luminosas y cat bolas de cristal que se me antojaban precio- sas porque eran sonrientes y rubias como mu- chachas, y porque costaban a cincuenta cén- timos cada una. H La. institutriz de Ay! Mis padr sar de mis sdplicas, comp ‘como tampoco quisieron darle una pluma vio- feta para su sombrero. Desgraciadamente ese yutriz tenia mucho miedo a la humedad. Cuando el tiempo, ain en el mes de enero, era bueno y parejo, yo sabia que habria de cuando ver entraba a saludar a mi madre, sal 19 una columna de polvo sostenerse sola encima del piano; y al oir a un organillo tocar bajo ja ventana: “Al Volver de la Revista”, que el invierno recibiria hasta la tarde fa visite inopi- nada y radiosa de un dia de primavera; si ‘odo lo largo de la calle vela los balcones la- brados por el sol flotar, delante de las casas como nubes de oro, ra feliz! Pero otros dias el tiempo era incierto; mis padres deci que podia todavia despejarse, y para eso no se necesitaba sino un rayo de sol, pero que era més probable que lloviese. Y si llovia, gpa- ra qué ir a Jos Campos Eliseos? Asi, después del almuerzo, interrogaba ansiosamente al cie- | to y encapotado de la tarde. Estaba sombrio. Frente a la ventana, ef balcén era 4 gris. 9 De pronto, en su piedra desapacible, no un esfuerzo hacia un color menos débil, que era la pulsacién de un rayo dudoso tratando cn estaba pélido y luminoso como agua ma- y mil reflejos de la ferreteria de su ver- j2 venian 8 posarse alli. Un soplo de viento rsaba; la piedra se tornabs otra vez pero, como si algo los retuviese, no tardaban en volver, La piedra recomenzaba * 20 imperceptiblemente a blanquear, y por uno de esos crescendos continuos como aquellos que, en més inal de una obertura, con: ducen una sola nota hasta el premo haciéndola pasar répidamente por to- vegetacién caprichosa, con una nitidez en la ~ delineacién de los menores detalles que trai na satisfac- felices, que en verdad esos reflejos amp! frondosos que reposaban sobre el lago de sol eran prendas de calma y bienestar. bre baleén como la sombra misma de |: presencia de mi amiguita que tal vez ya esta- boa en los Campos Eliseos, y me diria cuando to que el dia rehise o a de cumpl tanto del bienestar inmediato por excelencia, del bienestar de! am: da sobre la piedra que el musgo mismo; més dulce, més cé felicidad, aun en recido, y el cuero verde que envuelve el tron- co de los viejos drboles permanece oculto por y sobre la que cubre el balcén stbi- aparece el sol que enti oro y borda reflejos negros. luz solar que a Ja large hemos convert humana y que no es ya para nosotros nos lo hace gus- _ 0, habitualmente nos lo muestran tan aburri- de, es porque en vez de acordarse con la ayu- vida qué cosas muy particu- lo bafien en una luz lares hicieron sus d brillante y hacen circular por él perfumes des- conacidos. No hay para nosotros reyos de luz, ni perfumes deliciosos fuera de aquellos que } que nos he- i6n que les agre- de entonces, ahora que gé nuestra manera de sei cual_nos parece més o! pero incesantes de nuestro pensamiento y de sstros nervios que nos han conducido t jos. Nada como ellos, y no esos torpes yos y perfumes nuevos que no saben toda ida, para traernos un poco del raremos més: iy s6lo ellos pueden darnos la impresién de los verda- deros paraisos que son los parafsos perdidos | Tal vez a causa de la “escena de nifio” que acabo de recordar, encontré hace un momen- to'en los rayos de sol, que se habfan posado. en el baicén y en los les ella habia trans- fundido su alma, algo fantastico, melancdli- co y acariciante, como una frase de Schu- mann.

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