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K. O. Apel: Nacido en 1922. Profesor (emérito desde 1989) en la Universidad de Francfort del Meno. Principal representante, junto con Jiirgen Habermas, de la llamada “Etica del discurso” o “Etica comunicativa”. Apel se distingue de Habermas, sin embargo, porque propone una “fandamentacién tiltima” de esta ética, de base pragmatico~trascendental. Este breve trabajo que aqui publicamos resume sus ideas centrales. Karl-Otto Apel UNA ETICA DE LA RESPONSABILIDAD EN LA ERA DE LA CIENCIA* * Conferencia lefday discutida el 16 de agosto de 1984, en ocasién de las Primeras Jornadas Nacionales de Etica, organizadas por el Centro de Investigaciones Eticas “Dr. Risieri Frondizi” dela Facultad de Filosofia y Letras de la Universidad de Buenos Aires y auspicia. as por el Ministerio de Edueacién y Justicia de la Nacién y la Secretaria e Cultura de la Nacién. La versién originaria del texto fue publicada en las Actas de dichas Jornadas (Buenos Aires, 1985, actualmente agotadas). EDITORIAL ALMAGESTO Coleccién Minima ‘Praduccién de Mario Caimi y Daniel Leserre Supervision: Ricardo Maliandi © Baitorial Almagesto OC 208 Cod, 1120, Buenos Aires | Correceién: Ricardo Maliandi y Ricardo Alvarez é jeulas: Composicién, armado y peliculas: BCE Graph, Esmeralda 625, 3° °C’ SBE: BBO-NPOORNAA san: 850° 93002-8*O I La situacién problematica En lo que sigue no quiero tomar partido de manera inmediata con respecto a Jos numerosos. yactuales problemas de una evaluacién, desde el punto de vista de una étiea de la responsabilidad, de las consecuencias y subconsecuencias de la ciencia: de la fisica atémica, de la biogenétiea y la medicina, del procesamiento electrénico de datos, eteétera. En mi opinidn, las experiencias del presente mfis inmediato han mostrado que el ‘mejor modo de tematizar tales problemas particu- Jareses la cooperacién interdisciplinaria entre los especialistas, juristas, tedlogos y fildsofos. Pero, gen qué reside propiamente, en tales casos, la funcién racional de fundamentacion, propia de una ética filosofica de la responsabilidad? {Hay, en general, una tal fancién de fundamentacién? La razén de la necesidad de la cooperacién in- terdisciplinaria me parece residir ante todo en que a la luz de una ética de la responsabilidad ha cobrado importancia deeisiva la evaluacién obje- tivamente adecuada de una situaciéin, esto es, el establecimiento cientifieamente correeto de los hechos significativos y la averiguacién de las consecuencias probables de las acciones(u omisio- nes). Este aspecto de las relaciones entre ciencia y ética ha de ser aclarado a su vez, sin embargo, or expertos cientificos, y en la practica adquiere porlo comtin un relieve tan grande, que el aspecto propiamente ético de la evaluacion —y de los criterios de evaluacién— parecen algo que se da por si mismo, en cuanto se han comprendido previamente de modo correcto los hechos que configuran la situacién, y sus consecuencias. {ES efectivamente ast? Esta me parece ser una pregunta que se inscribe ya en mi propia temtica filosofica, y la —provi- soria— respuesta a ella puede conducir a que se precise mas mi propia tematica, En mi opinién, existen hoy tres respuestas significativas a la sugestiva pregunta de si la evaluacién ética no se da por si misma, en cuanto se comprenden previa- mente de modo correcto las eircunstancias facti- as y sus consecuencias para la vida humana, D Una respuesta positiva a esta pregunta parece imponerse en el easo de que lo que est en discursién sean las consecuencias para la mera supervivencia del hombre. Aqui trivialmente parece que se dispusiera de un criterio intersub- Jjotivamente valido de evaluacién positiva o nega- tiva de las consecuencias; y, en efecto, hoy parece a veces reducirse a este caso limite ¢l problema ético de la evaluacién de las conseeuencias: por ejemplo en la evaluacién de la carrera armamen- tista o incluso en la evaluacién de la politica del medio ambiente. ¥ sin embargo atin en este caso puede evidenciarse de inmediato una problemati- ca genuinamente ética, si el riesgo respecto de la supervivencia no afecta en igual medida a todos los hombres; si por ejemplo una potencia mundial puede abrigar esperanza de sobrevivir vietoriosa en una guerra atémica, al menos con una parte de su poblacién; o si a los hombres hoy vivientes se les plantea, ante la crisis ecolégica, la cuestién de si deben tomar en cuenta, aun a costa de su bie- nestar, riesgos de supervivencia que no les afec- tan acllos sino séloa sus descendientes. También puede representar para el individuo una genuina alternativa de evaluacién la de sino debe preferir para si mismo la muerte a una mera superviven- cia en circunstancias indignas, Decidir semejante eleecién de manera obligatoria para toda la humanidad seria por el contrario —pese a Sar- tre— mucho mas problemattico. Pero atin en este aso, el eriterio de la supervivencia no es obvio. 2) Estas pocas indicaciones muestran ya que la apariencia de que la evaluacién étiea de las accio- nes se da por si misma una vez que se han apre- ciado correctamente las consecuencias para la vida, es algo que debe normalmente tener otros fundamentos que los de una posible reduccién del criterio de evaluacién ala mera supervivencia, En efecto, la segunda razén significativa de la apa- riencia de obviedad de lo ético podria residir en que muchas personas creen atin poser un eriterio ultimo de evaluacién ética, por ejemplo en Europa el criterio de la moral cristiana tradicional. En este caso se trata de un eriterio que no se puede fundamentar racionalmente, y por consiguiente, de un criterio precientéfico. ¥ por lo comiin este criterio religioso no se puede apliear a la ciencia ya sus conseeuencias sin el auxilio de construc- ciones filoséfieas muy problematicas. Esto se ve por ejemplo en los intentos siempre renovados de Ja teologia moral catélica, de fijar, con el auxilio de la distincién (‘del derecho natural”) entre lo “natural” y lo “antinatural’, los limites de lo que Ja ciencia, o las personas que la aplican, pueden hacer, por ejemplo en la cuestin del control dela natalidad, en la de la inseminacién artificial, oen Ja de la tecnologia genética. La misma problema- tica ha llevado hace poco a respuestas diametral- mente opuestas de los obispos norteamericanos y de los obispos franceses, a la pregunta de sien el ‘marco de una “guerra justa” estaria permitido el uso de armas atémicas o la amenaza de su uso, 0 de si esto, a diferencia del empleo de armas con- vencionales, es “inmoral” por principio. ‘Como opcién ante estas problematicas cons- trucciones auxiliares “filoséficas~propias del derecho natural’, para la aplicacion del eriterio cristiano de evaluacién, se ofrece el principio cuasi-protestante de la decisidn subjetiva ante la conciencia, Pero este principio conduce, por su consecueneia interna, a abandonar toda preten- sign de fundamentacion racional del criterio alti- mo de evaluacién de una étiea de la responsabi- lidad. 3) En efecto, Ja secularizacién existencialista del principio cuasi-protestante de la decision subjetiva ante la conciencia condujo, en unién con el desarrollo de la teorfa de la eiencia en la actua: Tidad, a la tercera fundamentacién significativa dela tesis de que la evaluacién ética se da por st ‘misma, con sédlo que previamente se hayan com- prendido correctamente la situaciénefectivay sus posibles consecuencias. La fundamentacién parte ahora de que las situaciones efectivas y sus con- secuencias posibles solo pueden ser establecidas mediante los procedimientos despojados de valo- raciones, propios de las ciencias (empiricas y formales). La eualuacién propiamente ética de los resultados de tales comprobaciones —inclusive por ejemplo la evaluacidn de las consecuencias de distintos sistemas morales, para la vida— debe producirse entonces a partir de las decisiones Eithiatinne da Ine indlinidiime afantneine mint Tn conciencia, decisiones que no admiten ulterior fundamentacion. Esta concepcién de una ética de la responsabi- lidad en la era de la ciencia fue sostenida por primera vez, que yo sepa, por Max Weber, y luego ante todo por Karl Popper y sus discipulos.! Consideraria que en ella esta la verdadera incita- cin de mi propia problematica, Ia incitacién a la pregunta por Ia posibilidad de una fundamenta- ccién racional de la ética en la época de la ciencia, Las razones de esta eleccién del punto de partida Tesultan de estas consideraciones previas: La concepcién weberiana o popperiana de una ética de la responsabilidad en la era de la ciencia representa manifiestamente la versién filoséfica- ‘mente conseeuente de la opinién sogzin la eual la evaluacién ética viltima se debe dar por si misma —es decir, mediante una decisién que no admite fundamentacién ulterior—si la ciencia despojada de valoraciones ha extraido todas las consecuen- cias que se puedan obtener de las circunstancias facticas cognoscibles. En esto hay un desafio a la razén filosofica, en la medida en que el negocio de la fundamentacién racional no le corresponde aqui a la ética que evalia filoséficamente, sino a Ja ciencia despojada de valoraciones. Seguin esta concepeién no puede ni siquiera haber una funda- mentacin ultima del eriterio ético de evaluacién, sino sélo una decision ultima ética en razén de * Compérese M. Weber: “Politik als Boruf", en: Ges. polit, Schriften, Tubing, 2da. ed., 1958, 493-548; del mismo:*Der Sinn der Wertfveiheit’ y“Wissenschaft als Beruf, en: Ges. Aufs. zur Wissenschaftslehre, Tubinga, 4ta, od, 1973; véase ademas KR. Popper: Die offene Gesellschaft und ihre Feinde, Berna, 1987, tomo I, cap. 5, tomo Il, 283 se; también H. Albert: Traktat Uber kritische Vernunft, Tubinga, 1969, cap. IIL fandamentaciones (parciales), cuya racionalidad es la de la ciencia despojada de valoraciones. En mi opinion no habria que dejar que el térmi- no acufiado por Max Weber, “ética de la responsa- bilidad”, ni el discurso de Popper acerca de una decision ultima de cardcter “moral”, oscureciesen lo decisivo de esta concepeién tan extendida hoy dia, Pues esta concepeién no suministra funda- mentacién alguna para que se pueda lamar “responsable” y por consiguiente “moral” a la decisién tiltima postulada. De acuerdo con ella, en Tugar de una fundamentacién tiltima racional de aquello que es obligatorio moralmente o segin la responsabilidad, y que es por tanto normativa- mente obligatorio, se coloca una eleccién prerra- cional y por consiguiente irracionaluna eleccién de la razén misma (genitivo objetivo) que no se puede fundamentar mediante ningun criterio acional y que por consiguiente puede también — igualmente— resultar contraria a la razén y por tanto contraria a la moral y a la responsabilidad. {En qué medida se puede, pues, Hamar, desde el ‘comienzo, “Moral” o responsable” a esta decisién uiltima postulada? ;Acaso no reside alli un eco secular del concepto cristiano de la “decisién ante Ia conciencia’, concepto que originariamente presuponia la responsabilidad ante Dios y tenia alli su criterio? En este punto hay que enfrentar otra minimi- zacién del problema. El postulado de Max Weber ‘0 de Popper de la decisién ultima no pone de manifiesto solamente el conocimiento de que nadie se lo puede forzar, con argumentos raciona- Tes, a poner en préctiea aquello euya validez racional se ha comprendido. En efecto, para ello se debe suponer, en toda étiea que tenga sentido, una decision libre de la voluntad. Pero esta exi- gencia de una “buena voluntad”, exigencia que 10 sobrepasa toda fundamentacién, subsistiria también si se pudiese ofrecer y comprender una fundamentacién racional dela ética. Por tanto, no tiene nada que ver con una sustitucion decisionts- tica dea fundamentacién ultima racional por una decisién iiltima.? Pero precisamente de esto se trata, de modo expreso, en el caso de Weber y en el de Popper. La razén més profunda de esta posicién reside, en mi opinién, en la conviecién casi general de los fildsofos modernos, de que es imposible por moti- vos logicos aun tan sélo proponerse una funda- mentacién racional tiltima de la étiea. Pues para este fin se deberia —esta es la presuposieién corriente—fundamentar comoracional alarazén misma, con auxilio de la razén; y ello implicaria "nmi opinn, on ain se trata evita tanto el paralogtame decsonttco-vlunarsta cote frac Tada el inttectwatit. Et primero so posta Cannse Yoolamentecunndoss prope sueciate ie andar tec line por ln detente (ot aur ee Vamenta en M Weber, Kc Popper J. Sc AL Hae y ruchos tro pensadresfeprwsonaston se tutles). Quin pel contran ene qcaresenta a Inecstdnd prctin dun “rnstecimiente dlc, Ao" en compronsdn de vader Sl pane cs ve an “decsonine residual ve wceea mcvo sa Fealdad logue KH. iting lan perslopomoinse Trctuaisia sta sera mi eopacte «Hales Legtinatonsprobone in Spocheptatiomass Worn, fa del Moo Typ 162 nt 68, Yer sa porte wii. Ting: “Wabngetto und Verna, eit”, en K. Lorenz (editor):. ‘Konstrubtionen versus me Sinan, BorinNasyn Yorks 979; tom ette al ‘mismo autor "Der Geitunpgrant moraiaher Norman en Katina Bole (eta) Formniiton ind Refleo, Pont St et un manifiestamente un cfreulo légico (una petitio principii). Segan ello, queda en todo caso, desde el punto de vista de la logica, la posibilidad de derivar légicamente las normas, o bien ol prinei- pio normativo de la ética, a partir de hechos de la vida, conocidos cientificeamente. Pero tampoco esto es posible sin la presuposicién —casi siempre técita— de una premisa normativa, eomo ya 10 advirtieron Hume y Kant, Resultarfa en un “paralogismo naturalista” como se dice en la filo- sofia analitica desde G. E. Moore. Y atin si fuese posible derivar el principionormativode una étiea partir de circunstancias féetieas y de una pre- misa normativa —presuponiendo por ejemplo un finuiltimo de la historia universal—,no habria all ninguna fandamentacién racional ultima; puesla premisa normativa supuesta —el admitido fin uiltimo del mundo— deberia ser fandamentada Tacionalmente a su vez, es decir, deberia ser deducida de un principio, y asi ad infinitum, Parece, por consiguients, imponerse la conch sin de gue presuponiendo la racionalidad logiea de la ciencia es imposible la fundamentacion racional de un principio de la ética. El popperiano Hans Albert ha sistematizado esta tesis de la imposibilidad en su “trilema de Miinchhausen”: plantea, en efecto, queen el intentode fundamen: tacion se produce una triple aporta: o bien (1) un regreso infinito de la fundamen- tacién’ a principios que a su vez requieren ser fundamentados; o bien (2) un efreulo légico (como en el caso de Ja fundamentacién racional del principio de la racionalidad); obien (3) Una interrupcién dogmatica del procedimiento de fundamentacién al llegar a un principio que se da por 2 evidente en si mismo, como en el caso de la metafisica tradicional Ahora bien, nosotros* por otra parte hemos comprobadoqueelproblemade una evaluacion de las consecuencias y subconsecuencias de la cien- cia, desde el punio de vista de una ética de la responsabilidad, no puede ser eliminado: no se lo puede reducir a algo trivial mediante el criterio ‘obvio de la mera supervivencia, ni se lo puede resolver suficientemente medianteelrecursoa un criterio ultimo tradicional, prerracional, de una aerramdset Worouch'eney Mek ea tachen Ceaaa eerie oP anteahlder (elton See Saaee a ea nlerhadeocks Punkialag Fe ane nietesclctered eae, one ce Taleo pe Perit onye Pero. 8 C0 2% al edie) Sprochragm Eee ene nttpllcophtche eon eee Peseta tote Rakimane! Te Ee Te ee tnd Recon Doane een Dianeeertk Fee en garam ealeckre ee ee est cel Kommune 1B ética religiosa, ni se lo puede resolver en el sentido de Weber o de Popper, mediante una combinacién de investigacién racional de las consecuencias, despojadias de valoraciones, y una decisién valo- rativa irracional; pues esta decisién tiltima, que hace de la moral una cuestién privada, tanto podria ser irresponsable como responsable, es decir, tanto podria ser moral como inmoral, sein la presuposieién de Weber y de Popper; en verdad deja, por tanto, sin respuesta la pregunta por el criterio de una evaluacién responsable de las consecuencias y subconsecuencias dela ciencia; y en tal medida hasta condena al sinsentido la indagacin cientifiea de las consecuencias para la vida, pues esta indagacién presupone siempre, en el contextode una ética de la responsabilidad, que hay un criterio obligatorio para la evaluacién de las consecuencias. Con ello se produce una situacién problematica verdaderamente paraddjica, y en ella reside, en mi opinién, el desafio para una ética filoséfica de la responsabilidad en la era de la ciencia. Si se la considera mas exactamente, la paradoja de la situacién se basa en un doble desafio de la ciencia ala ética filos6fica: un desafioexternoy un desafio interno: El desafio externo reside manifiestamente en las consecuencias téenico-précticas de la ciencia para la vida en la moderna sociedad industrial, inclusive hasta la crisis estratégico-nuclear y ecolégica. Este desafio externo hace que por pri- mera vez en la historia de la humanidad a ésta se le aparezca como algo urgente algo asf como una ‘macrottica de la responsabilidad solidaria, de extensién planetaria, El desafio interno de la ciencia a la ética filos6- fica reside en el modelo o paradigma de la racio- nalidad cientifica, que parece ser obligatorio 4 también para Ja ‘filosofia, Este paradigma de la racionalidad parece demostrar, sin embargo, que una fundamentacién dltima racional delaevalua- cién ética de las consecuencias de la ciencia es imposible. La paradoja de la situacién problematica se basa, entonces, evidentemente, en la relacién contradictoriaentreel desafioexternoy elinterno. Laestructura del desafio externo tiene aproxima- damente este aspecto: La racionalidad, en s{ misma axiolégicamente neutra, de la ciencia o de la técnica posibilita al hombre una eficacia de accién que exige con mas ‘urgeneia que nunea la propuesta de metas razona- ‘bles, 0 la evaluacién racional de las posibles conseeuencias y subeonsecuencias de las accio- La estructura del desafio interno, empero, tiene este aspect Si la racionalidad de la ciencia despojada de valoraciones (la logica formal inclusive) es efecti- vamente el modelo o paradigma también de la racionalidad filoséfiea, entonees ésta no puede servir de fundamento ni de eriterio para una imposicion razonable de metas ni para una eva- luacion de consecuencias. Por consiguiente, la misma ciencia que ocasiona una étiea de la res- ponsabilidad parece, como modelo absoluto de la racionalidad, demostrar la imposibilidad de una ética racional de la responsabilidad. No puedo esperar que sea inmediatamente evidente esta caracteristica dramaticay extrema- da de modo paradéjico de la situacién problema- tea de la légica filoséfica. Incluso la estructura de Iaaparente paradoja es demasiado abstracta para que se la comprenda inmediatamenteen su actual signifieacién y en su actual gravedad. Por eso, intentaré reconstruir el origen de la situacion 15 problematica mencionada, y en primer lugar el origen del desafio externo de la era de la ciencia a la filosofia como ética de la responsabilidad; luego el origen de la situacicn, aparentemente insoluble, de una ética bloqueada desde adentro Por su racionalidad cientifiea. (Hay una respuesta de la raz6n filosofica a este dobie desafio? Mirespuestaa esta pregunta es: Si, con la condicién deque la racionalidad de la razon filosofica, \a racionalidad metédica de la funda- mentacién tiltima, realizada en la reflexion tra cendental, de aquello que es obligatorio normati- vamente, nosea idénticaa la racionalidad légico— formal (libre de reflexin y por tanto inconseiente de si misma) del “hacer cientificamente disponi- ble el mundo”. Pues entonees es posible respon- der, en primer término, al desafio interno que el paradigma de racionalidad de la ciencia presenta a la razén ética. Un problema adicional, mucho més urgente en la praetica, resulta entonces ciertamente cuando se trata de aplicar la norma fundamental de la ética a la situacién actual del mundo, caracterizada por el desafio externo que las consecuencias téenico-practicas de la ciencia plantean a la razén étiea, Con ello Ilego a la parte II de mi exposicién: IL El planteo trascendental-pragmatico para la fandamentacién ultima racional de una ética de la responsabilidad. IL. Parte A de la ética: La respuesta filoséfica al desafio interno de la racionalidad de la ciencia a Ja raz6n prictica. Para empezar nuestra argumentacién volva- mosal que aparentemente era el més fuerte de los argumentos de la filosofia actual contra la posibi- 16 lidad de una fundamentacién ultima racional en general, El argumento de la imposibilidad decia: Elpunto de vista de larazdn—ya seaen el sentido dela racionalidad tebrica de a argumentacién, ya en el sentido de su racionalidad ético-prdctica— no puede ser fundamentado a su vez racional ‘mente, porque esto implicaria un cfrculo légico (petitio principii). Por consiguiente, en lugar de tuna fundamentacién tiltima racional debe poner- se una decisién ultima prerracional —y por tanto irracional—en favor de la razén; una decision en “pro”, que en principio se puede denegar, por ejemplo rehusindose a argumentar. Esto —me parece— es la quinta esencia del desafio, hoy Significativo, de la racionalidad formal-logica de {a ciencia a Ja razén filoséfiea. {Qué se puede responder en nombre de la raz6n filoséfica? En primer lugar lo siguiente: Si, “fundamentar” significa lo mismo que “deducir algo de otra cosa’, entonees el bosquejado argumento dela imposibi lidad es efectivamente irrefutable. Pero este coneepto de “fundamentacién” podria ser ya un prejuicioen el sentidodelaracionalidad logica de Ja ciencia objetivante. El que filosofa, empero, deberia preguntarse si la razén, de la cual él se vale, requiere en general una fundamentacion mediante deduccién a partir de otra cosa, y si no es més bien algo que no puede ser trascendido argumentativamente en la reflexion. Pues por la reflexién sobre su propio obrar, él puede compro- bar lo siguiente: 1 Quien argumenta seriamente—y esto significa, | por ejemplo: Quien plantea seriamente aunque solo sea la pregunta de si hay algo asi como normas de la moral universalmente validas— ha admitido ya, necesariamente, el punto de vista de la razén: es decir, ha ingresado en el terreno del discurso argumentativo,y al impugnar la validez ay universal de la reglas del diseurso incurriria en ‘una autocontradiccién pragmdtica (es decir, en ‘una contradiccién entre la proposicidn afirmada y la utilizacion realizativa de la validez. de las Teglas del discurso por el acto de argumentar). Por consiguiente, la situacién inicial presupues- ta en el argumento de la imposibitidad no puede nunca darse: la situacién en la cual por una parte se argumentase con seriedad, y por otra parte se estuviese todavia ante la eleccién del punto de vista de la raz6n, Pero si alguien se rehusase por principio a la argumentacién (y por consiguiente, se rehusase a adoptar el punto de vista de la raz6n), entonees no podria, precisamente, argu- mentar. Serfa, como lo ha expresado Aristételes,? “comouna planta”, y esto quiere decir: sunegativa alaargumentacién carece de significacién para la problematiea de la posibilidad o imposibilidad de Ja fandamentacién tiltima (de modo semejante a Ta negativa a obedecer en la préctica a una norma fundamental de la étiea, reeonocida como valida). (Entiéndase bien: los que argumentan —y sélo ellos pueden formular teorfas acerea de los. demas—tienen todo el motivo para tomar por un problema pedagégico 0 psicopatolégico muy serio una negativa de los hombres por principio a argumentar; pues quien se niega por principio a argumentar, debe rehusarse también a si mismo el entendimiento consigo mismo en el sentido del pensamiento intersubjetivamente valido; y esto, segtin todas las experiencias de la psicopatologia, conduee a la pérdida de la identidad del interesa- do, Por tanto, quizé haya que admitir que algo semejante a una decisidn irracional contra la raz6n es posible como actitud autodestructiva), * Avistoteles: Metafisiea 14, 1006a 6-18, 18 {Pero en qué medida se puede ahora demostra sobre la base de la argumentacién de fundamen. tacién ultima que acabamos de exponer, algo asi como un principio de la ética: una norma funda- mental de la accién, independiente de hechos contingentes y por tanto obligatoria de modo incondicionado? En el sentido de su intuicién fundamental, la respuesta a esta pregunta se podria indiear mas menos de la siguiente manera: Entre las presuposiciones indiscutibles (entre las condiciones normativas de la posibilidad) de Ja argumentacién seria est el haber aceptado ya una norma fundamental en el sentido de las reglas de comunicacién de una comunidad ideal eilimitada de argumentacion. Este planteo fundamental de una fandamentacién trascendental de la ética era imposible en la época desde Descartes hasta -Husser! si se presuponia el solipsismo metédico, es decir, era imposible mientras no se reconocia la estructura comunicativa (0 estructura del diseurso) del.a priori intelectual (Denk—A prior). De abi los esfuerzos complicados, y al final intiti les, de Kant, por suministrar una fundamenta. cidn trascendental-logica de su ética, andloga ala deduecién trascendental de los prineipios del entendimiento en la Critiea de la Razén Pura.* Pero contra este planteo intuitivo de la étiea trascondental del discurso se plantean las si- * Vénse I, Kant: Grundlegung zur Metaphysik der Sitten, edicién de la Academia, tomo IV, reimprosién, Berlin, 1968, 392, 425, 444 y ss, 447 5, 449 5, 453 s., donde Kant considera todavia necesaria una funda mentacién ultima de la validez de la ley moral, o de la “realidad” de la raz6n practica, mediante la “deduccién traseendental” de Ia realidad de la libertad. Bn la 19 guientes objeciones o reservas: Bn qué medida le corresponde a una norma fundamental dela ética figurar entrelas condicio- nes normativas de la argumentacién (entre las reglas de comunicacién necesariamente reconoci- das de una comunidad ideal de argumentacién)? No se trata aqui sencillamente de las reglas de ‘cooperacién que se deben acordarimplicitamente, por asf decirlo, con todo interlocutor posible, si se lo quiere ganar como ayudanteen la investigacién de la verdad? ‘Seguin esto las normas necesariamente recono- cidas serian 1) meramente “hipotétieas” y no “categéricas” en el sentido de Kant; pues no ten- arian validez incondicionada sino sdlo en la medida en que se quiere aleanzar la verdad mediante el diseurso argumentativo; 2) estas normas, las normas del discurso, concernirian no a normas coneretas sino meramente a las reglas formales (reglas de procedimiento) de la argu- Critica de la Raz6n Préctica ve Kant luego que no puede demostrar la validez de la ley moral mediante una deduecién trascendental de la realidad de la libertad, puesto que més bien la presupone para el “postulado” dela libertad. En lugar dello asegura: “También a ley ‘moral esté, por decirlo asf, dada eomo un hecho de la rrazén pura, hecho del cual somos conscientes a priori {¥ que es apodictieamente cierto...” (loc. cit, ed. de la ‘Acad., tomo V, 46 y s.). Véase con respecto a esto KH. Iting: “Der naturalistische Fehlechluss bei Kant’, en: M. Riedel (editor): Rehabilitierung der praktischen Vernunft, Friburgo, 1972, tomo I, 113-82. En el sentido de nuestra siguiente fundamentacién altima trascen- dental-pragmatiea se puede interpretar el “hecho dela rraz60” de Kant como un perfecto apriérico en el sentido del hecho, comprensible en la reflexion, de haber reco- rnocido ya’ siempre la norma fundamental. 20 mentacién correcta; y 3) estas reglas no tendrian nada que ver con normas morales, ya que no concernirian a la interaecidn moralmente signifi- cativa con los interlocutores, sino solamente a aquellas reglas (regla de juego) que tienen impor- tancia instrumentalen la cooperaciénargumenta- tiva, Aeestas objeciones yo respondoria los siguiente: Primeramente, es inadecuado, en principio, :a- racterizar al discurso argumentativo como una empresa cualquiera de cooperacién, racionalmen- te dirigida a fines, empresa en la que uno puede aventurarse y puede también dejar de aventurar- se, Antes bien, lo verdadero (como se mostré yaen lo precedente) es: todos los hombres, como sores racionales, se han aventurado ya siempre en la empresa de la busqueda diseursiva de la verdad; pero se han aventurado necesariamente en ella aquellos, al menos, que argumentan en serio, por ejemplo los que plantean la pregunta de si se puede fundamentarracionalmente la tica. En tal medida, la cooperacién en la investigacién de la verdad (y la colaboracién yaen el acuerdo lingiiis- tico sobre el sentido, cooperacién que se presupone para aquélla) no es un fin que se imponga de ‘manera contingente y por eso las impreseindibles normas de cooperacién para ello presupuestas no son imperativos hipotéticos en el sentido de Kant. En la medida en que el discurso argumentative mismo no es contingente en relacién con la argu- mentacién, sino que estd preestablecido a priori (no puede ‘ser trascendido en ta reflexién sobre condiciones de posibilidad), en esa medida se puede decir mas bien, en el espiritu de la filosofia trascendental kantiana: las normas de la coope- racién en el discurso argumentativo son obligato- rias incondicionadamente, esto es, son cate- Géricas, Esto con respecto a la primera objecién. a1 Alla segunda objecién responderia yoo siguien- te: Es cierto que las normas necesariamente reconocidas al argumentar no representan nor- mas coneretas, es decir, no representan normas materiales, referidas a’ una situacion. Se trata mas bien solamente de aquellas normas formales de la cooperacién discursiva que como tales pres- criben también, entre otras cosas, el principio ideal de la fundamentacién (por lo que respecta al procedimiento) de todas las normas materiales referidas a situaciones. Por tanto, una ética del discurso fandamentada de modo traseendental— pragmatico no tendra un solo nivel sino dos nive- les," diferencia de las éticas de principios tradi cionales (incluida la kantiana, que deduce debe- res materiales del "imperativo eategérico”), En el nivel del principio de la ética fundamen- tado radicalmente, esta ética prescribe solamen- te, en efecto, el principio formal de la fundamen- tacion de las normas. (Este principio, ciertamen- te, no es tampoco vacio en el sentido en que Hegel afirmara esto del imperativocategérico” de Kant; pues la idea regulativa de la norma diseursiva operacional para la fundamentacién de normas puede servir como patrén de medida para los procedimientos humanos reales pertinentes: como los procedimientos institucionalizados de Jos Estados de derecho, los procedimientos infor- males para la regulacién de conffictos, propios de Con respecto a esto véase K.O, Apel: “Ist die philosop- hische Letztbegrindung moralischor Normen auf die reale Praxis anwendbar?” en: Apel/Bohler/Kadelbach (editores): Funkkolleg Praktische Philosophie Ethik: Dialogue, tomo Il, loe. eit. 123-146; véage también la unidad 20 en Apel/Béhler/Rebel (editor Praktische Philosophie Ethik: Studien 22, Jos grupos humanos, e inclusive las reflexiones de Jos individuos, quienes en ultimo término sélo pueden fundamentar sus decisiones morales mediante la internalizacion de diseursos ideales posibles de los afectados). ero las normas coneretas de accién, referidas la situacién, no se pueden deducir del principio formal: Su fundamentacién debe delegarse més bien en el procedimiento de discurso del segundo nivel, procedimiento solo formalmente normada aqui reside en mi opinién la ventaja decisiva de la ética de discurso frente al desafioexterno dela era de laciencia, Puescon ello se vuelve, por prineipio, posible en primer término hacer valer, mediante argumentos, las necesidades y los intereses y por tantolaspretensiones de los afectados, y en seguun- do término allegar las informaciones concernien- tes a la situacién, especialmente el conocimiento de los expertos acerca de probables consecuencias y subconsecuencias, informaciones que hay que tener en cuenta en una ética de la responsabili dad. Pero todavia queda por responder la tercera ob- Jjecidn. En su forma masfuerte se la puede exponer ‘asi: el principio ético de la fundamentacién de las normas no puede ser fundamentado mediante normas de diseurso, pues las normas de discurso necesariamente reconocidas no conciernen de ningiin modo a la interaceién moralmente impor. tante con los interlocutores como préjimos que tienen necesidades e intereses que pueden entrar en conflicto; conciernen mas bien solamente a las regllas del juego de la cooperacin abstractivamen- te limitada que corresponde al discurso argumen- tativo® "Con respecto a esta objecién véaso KH, Iiting: “Der 23 Asta objecién metodolégicamente importanti sima responderia yo lo siguiente: Es cierto que el discurso argumentative —¢ diferencia, por ejemplo, de la comunieacién en e mundo dela vida, comunicacién mediante la cual se coordinan acciones— esta “eximido de accién’ de una manera particular.” (Precisamente por eso el discurso argumenta- tivo no se puede separar de la reflexién trascen- dental sobre la validez, reflexién efectuada por el pensar solitario; sino que acompaiia a esta refle- xi6n, por asi deeirlo, en todos los posibles distan- ciamientos de la cireunstancias). Esto quiere decir, entre otras cosas, lo siguiente: enel plano del discurso la racionalidadestratégica de laaceién, racionalidad con la cual los hombres, como sistemas individuales de autoafirmacién y como miembros de sistemas sociales de autoafir- macién, persiguen sus intereses también en el contexto de Ia aceidn comunicativa, debe ser soparada de la racionalidad consensual-comuni- cativa."” Esta separacién forma parte de las Geltungsanspruch moralischer Normen”, oe. cit. Una objecién semejante discute J. Habermas: Diskurset- rik... Woe eit. 96 8. Para una respuesta ala objecién, véase’ también W. Kuhlmann: unidad 19 en Apel! Bohler/tebel (editores): Funkkolleg Praktische Philo- sophie/ Ethik: Studientexte, Weinheim/Basilea, 1984, *Véase J, Habermas, "Vorbereitende Bemerkungen zu iner Theorie der hommunikativen Kompetenz”, en: 3 Habermas/N. Luhmann: Theorie der Gesellschaft oder Suzialtechnologie, Franefort del Meno, 1971, 101-141, en especial 117 y'ss. ' Véase J. Habermas: Theorie des Kommunikativen Handeins, Pranefort del Meno, 1981, tomo I, eap. 1; también K.O. Apel: “Lasst sich ethische Vernuntt von strategischer Zweckrationalitat unterscheiden?", en: Archivo di filosofia, LI (1983), 375-434, condiciones normativas del discurso argumenta- tivo, que debemos haber reconocido necesaria- Mente; pues podemos comprender a priori que, Por ejemplo no podriamos resolver nuestro actual problema de la fandamentacién de la ética nego- ciando abiertamente (es decir, por ‘ejemplo, inter- cambiando ofrecimientos y amenazas) ni intentando persuadirnos mediante el uso estraté- gico latente del lenguaje. (En esto se diferencia la Tetorica buena de la mala, y las llamadas “estra- tegias de la argumentacién” estén naturalmente a priori al servicio de la investigacién consen- sual-comunicativa de la verdad). Por tanto, nos- otros no somos, en efecto, como argumentantes, ‘dénticos sin mas a los hombres cuyos intereses pueden entrar en conflieto y hacen necesario algo asf como normas morales, cuya funcién posible condicionan. Como argumentantes que cooperan en la busea de la verdad nos encontramos a una distancia reflexiva respecto de la autoafirmacién propia del mundo de la vida. Esto parece hablar en favor de la tercera objecién. Pero aqui hay que considerar lo siguionte: La funcidn del discurso argumentativo serio no es la deun mero juego, sine que consiste procisamente en resolver auténticos problemas del mundo de la vida, por ejemplo el de arreglar sin violencia conflictos entre individuos 0 grupos, Pues una resolucién pacifica de conflictos es posible sélo si se mantiene la comunicacién entre los hombres orientada hacia un entendimiento,comunicacion que reposa ya siempre en la fuerza cohesiva de las Pretensiones de validez), y si se la mantiene como una comunicacién tal, que esté separada del comportamiento estratégico; y esto quiere decir: si se la mantiene como discurso argumentative acerca de la propiedad que tienen las pretensiones de validez de poder ser satisfechas, 25 (Hay que advertir aqui especialmente que el arreglo de un conflicto mediante negociaciones es- tratégicas no estd libre de violencia, puesto que puede contener amenazas de violencia; precisa- mente por eso no puede producir decisién alguna sobre la propiedad que tienen las pretensiones de validez, de poder ser satisfechas. Hay que diferen- ciar bien de ello la posibilidad y necesidad de resolver mediante compromisos justos, conflictos entre pretensiones de validez que no reposan en intereses universalizables) Para la relaciin del discurso argumentative con los problemas de importancia moral propios del mundo de la vida, es esencial que hayamos reco: nocido ya, necesariamente, también precisamen- te la flncién (que acabamos de indiear) que el discurso argumentativo desempefia en la vida, cuando hay una argumentacién seria. ;No hemos reconocido ya, con ello, que las normas del discurso ideal deben establecer el principio ideal operacional para la fundamentacién de las nor- ‘mas morales destinadas al mundo de Ia vida? ‘Aqui parece ocultarse, empero, todavia una ambigiiedad: ciertamente hemos reconocido lo siguiente: 1) Que las normas validas referidas a la situa- cién —por ejemplo las normas para el arreglo de conflictos— pueden ser fundamentadas racionalmente sélo mediante discursos argumen- tativos; y 2) que las normas operacionales de los discursos de fundamentacién de normas las pres- ceriben las normas de la comunidad ideal de argu- ® En caso contrario no nos hemos comprometido seriamente en la argumentacién. Véase K.O. Apel: “Warum transzendentale Sprachpragmatik?, en: HM. Baumgartner (editor): Prinzip Freiheit, Friburgol Munich, 1979, 13-43. 26 ‘mentacién, normas estas tiltimas que son recono- cidas necesariamente al argumentar. Pero—se podria objetar todavia—con ello nose ha suministrado atin principio ético alguno para Ja fundamentacién racional de las normas mate riales, Eso ocurriria solamente si las normas de interaecién reconocidas en Ia eomunidad ideal de argumentacién suministrasen a la vez. el modelo obligatorio (paradigm) para el principio ético de Ja fandamentacién de normas referidas a situa- ciones, por ejemplo de las normas por las que debe regirse el arreglo de los conflictos de intereses. Pero en contra de ello —dice la objecién— habla la diferencia de principio entre la situacién de la comunidad deargumentacién “eximida de accién” y la situacién que se da en la vida, situacion de interaceién entre sistemas de autoafirmacién: éPor qué no se habria de llegar, sobre la base de diseursos ideales consensual-comunicativos, al resultado de que los conflictos de intereses en el mundo dela vida—y por consiguiente también los de los argumentantes, como individuos con inte- reses en conflicto— precisamente no pueden arreglarse segiin el modelo de la cooperacién en la comunidad de argumentacién, sino en el sentido de la racionalidad estratégica? {Por qué no se habria de poder fundamentar por ejemplo, bassn- dose en una racionalidad de discurso consen- sual-comunicativa—jy portantosinmentir!— la norma de que en el contexto de la interaecién propia del mundo de la vida se debe mentir, siem- pre que esto sea estratégicamente provechoso? daqué tiene que ver la obvia veracidad propia del argumentar eximido de accién con el no-engafiar a.un hombre en la situacién de negociacién, pro- bidad que es significativa moralmente?!? % Vénse KH. Iting, le. cit. 27 ‘Ami modo de ver, esta argumentacién pasa por alto una importante presuposicién del discurso argumentativo, presuposicién que hemos recono- cido necesariamente en la reflexién sobre nuestro argumentar en serio: si bien nosotros, como argu- ‘mentantes, tenemos la posibilidad y aun el deber de tomar cierta distancia reflexiva ante los inte- reses de autoafirmaeién propios del mundo de la vida, esto no quiere decir que dejemos de ser, en esa situacién, hombres reales con intereses de autoafirmacién, de modo tal que nuestra obedien- cia a las reglas normativas del discurso fuese comprensible de suyo y por tanto moralmente indiferente, Losargumentantes tienen una fuertetendencia a enganar con astucia a otros, y en primer lugar asi mismos, una tendencia, por consiguiente, ala mentira en sentido moralmente significativo. Esta tendencia ala mentira (de importancia ética) se presenta también en el discurso eximido de accién, precisamente porque en elargumentar se- rio se trata del cumplimiento (legitimacién racio- nal) o del no cumplimiento (eritiea, refutacion racional) de pretensiones de validez queentranen conflieto, pretensiones sustentadas por hombres en la interaccién real Expresado con mayor generalidad: Los argu- ‘mentantes que, como tales, han aceptado necesa- riamente lasreglas del discursoy con ellas lasnor- mas de una comunidad ideal de argumentacién, saben a la vez, sin embargo, que siguen siendo miembros reales de una comunidad real de comu- nieacidn, y que, por consiguiente, se han limitado a “anticipar por contraposicién” la existencia de las presuposiciones ideales postuladas."* Con respecto a esto vénse K.O. Apel: “Das Apriori der Kommunikationsgemeinschatt..”, lo, cit, 429. 28 (Ciertamente pueden contar siempre, de mane- ra empfrico-psicologica, en la priietica, con un cumplimiento suficiente de las condiciones de discurso ideales.) Esto significa: Los argumentantes, como suje- tos de una posible fundamentacién racional de las normas, siguen siendo hombres reales que posi- blemente tengan que dominarse en primer lugar sf mismos para poder cumplir, mal o bien, con aquellas condiciones del discurso normativas que ellos mismos antieipan por contraposicién. Por eso mismo las normas ideales del discurso no son de ninguna manera moralmente indiferentes, sino que son apropiadas para suministrar ef modelo (paradigma) de un procedimiento moral: ‘mente obligatorio para el arreglo interpersonal de ‘cuestiones de importancia moral y jurtdica. Ciertamente que no suministran ya el modelo de normas materiales, referidas a la situacion, sino sélo el modelo de la fundamentacién (por ejemplo la legitimacién) 0 de la critica, de normas ‘materiales, (fundamentacién o critica discursi- vas, que toman en cuenta los intereses de todos lox afectados). Sin embargo, con ello se ha fundamentado un principio ético y no meramente una norma opera- ional para un discurso racional que podria llegar también al resultado de que los conflictos de intereses entre individuos —y también entre partes argumentantes como individuos reales— deberian ser resueltos segiin puntos de vista puramente estratégicos. Una interpretacién tal es imposible porque los hombres, eomo interlocu- tores en un discurso, sélo pueden aleanzar una solucién de problemas que sea argumentativa- mente apta para lograr un consenso en la medida en que se reconocen a la vez mutuamente como personas que poseen los mismos derechos de repre- 29 sentar argumentativamente intereses Una resolucién argumentativa de problemas — y esto significa: pensar—no se puede lograr sin el Teconocimiento del principio ético de la igualdad de derechos de todas las posibles partes argumen- tantes. Todo se puede comprender, ciertamente, apenas se abandona el venerable prejuicio del solipsismo metédico, en favor de la reflexién sobre ela priori gnoseoldgico y étieo de la comunidad de comunicacién, comunidad que no puede presein- dir de compartir el significado y la verdad. Precisamente alls reside la indicacién para la coneretizacion comunieativa del principio de uni- versalizacidn implicito en el “imperativo categori- co” de Kant": aproximadamente en el sentido del siguiente principio de una ética comunicativa de la responsabilidad: Obra solo segtin aquella ‘mézxima que te ponga en condiciones, ya sea de tomar parte en la fundamentacién discursiva de aquellas normas cuyas consecuencias para todos los afectados sertan aptas para lograr un consen- 30, ya sea de decidir, solo 0 en colaboracién con otros, segtin el esptritu de los posibles resultados del discurso practico ideal. El empleo de Ia particula “aproximadamente” en la presentacién de este principio insintia que la formulacién propuesta podria ser posiblemente mejorada. ;Pero, no se darfa con ello razén a la objecidn del falibilismo (ilimitado) contra la posi- bilidad de una fandamentacién ultima? ‘A esto quisiera responder lo siguiente: 1. Respecto de la posibilidad y atin de la obliga- cin de exponer a la critica todas las “proposicio- Con reapecto a esto véase M. Singer: Verallgemeine: rung in der Ethik, Franefort, 1975, y R. Wimmer: Universalisierung in der thik, Francfort,1980. 30 nes” de la ciencia y de la filosofia, no existe nin- guna controversia entre el asi denominado “racio- nalismo critico” de Popper y Albert.y la pragma- tica trascendental. Existe aqui una diferencia s6lo en la medida en que esta ultima cree poder /un- damentar también Ja bosquejada exigencia en tanto implicacién de Jas normas de discurso que no son traseendibles en la reflexion. Quien argu- menta con seriedad ha reconocido ya siempre de manera necesaria que sus argumentos estén expuestos a la critica, Ciertamente que con elloes planteada una diferencia en Ia posibilidad de “fundamentacién tiltima”. De este modo lego ala verdadera respuesta. 2, Seguin me parece existe una diferencia deci siva entre la critica posible de todas las proposi- ciones (hipétesis) empfrieas (en el sentido mas amplio)y la posible eritica de aquellas proposicio- nes (hipdtesis de explicitacién si asise quiere) que intentan explicitar las condiciones de posibilidad de la argumentacién, y, en esa misma medida, de laeritica, En el primer caso existe por principio la posibilidad de la refutacién en virtud de criterios emptricos (y esta posibilidad ha impregnado el sentido originario del principio del “falibilismo” en Peirce y Popper). En el ultimo caso por el contrario, esta posibilidad no existe, pues un posible perfeccionamiento de la explicitacion de principios fandamentados de manera trascen- dental~pragmatica —asi del principio de la fun- damentacién teorético-discursiva de normas— debe poser la estructura de Ia autocorreccién. Esto significa: toda posible correccidn de una ex- plicitacion debe también suponer ya el principio que tiene que ser explicitado so pena de la auto- contradiecién pragmatica. La correccién de la explicitacién no puede refutar al principio, sino a Jo sumo explicitarlo adecuadamente (por ejemplo a1 sentar argumentativamente intereses Una resolucién argumentativa de problemas — y esto significa: pensar—no se puede lograr sin el Teconocimiento del principio ético de la igualdad de derechos de todas las posibles partes argumen- tantes. Todo se puede comprender, ciertamente, apenas se abandona el venerable prejuicio del solipsismo metédico, en favor de la reflexién sobre ela priori gnoseoldgico y étieo de la comunidad de comunicacién, comunidad que no puede presein- dir de compartir el significado y la verdad. Precisamente alls reside la indicacién para la coneretizacion comunieativa del principio de uni- versalizacidn implicito en el “imperativo categori- co” de Kant": aproximadamente en el sentido del siguiente principio de una ética comunicativa de la responsabilidad: Obra solo segtin aquella ‘mézxima que te ponga en condiciones, ya sea de tomar parte en la fundamentacién discursiva de aquellas normas cuyas consecuencias para todos los afectados sertan aptas para lograr un consen- 30, ya sea de decidir, solo 0 en colaboracién con otros, segtin el esptritu de los posibles resultados del discurso practico ideal. El empleo de Ia particula “aproximadamente” en la presentacién de este principio insintia que la formulacién propuesta podria ser posiblemente mejorada. ;Pero, no se darfa con ello razén a la objecidn del falibilismo (ilimitado) contra la posi- bilidad de una fandamentacién ultima? ‘A esto quisiera responder lo siguiente: 1. Respecto de la posibilidad y atin de la obliga- cin de exponer a la critica todas las “proposicio- Con reapecto a esto véase M. Singer: Verallgemeine: rung in der Ethik, Franefort, 1975, y R. Wimmer: Universalisierung in der thik, Francfort,1980. 30 nes” de la ciencia y de la filosofia, no existe nin- guna controversia entre el asi denominado “racio- nalismo critico” de Popper y Albert.y la pragma- tica trascendental. Existe aqui una diferencia s6lo en la medida en que esta ultima cree poder /un- damentar también Ja bosquejada exigencia en tanto implicacién de Jas normas de discurso que no son traseendibles en la reflexion. Quien argu- menta con seriedad ha reconocido ya siempre de manera necesaria que sus argumentos estén expuestos a la critica, Ciertamente que con elloes planteada una diferencia en Ia posibilidad de “fundamentacién tiltima”. De este modo lego ala verdadera respuesta. 2, Seguin me parece existe una diferencia deci siva entre la critica posible de todas las proposi- ciones (hipétesis) empfrieas (en el sentido mas amplio)y la posible eritica de aquellas proposicio- nes (hipdtesis de explicitacién si asise quiere) que intentan explicitar las condiciones de posibilidad de la argumentacién, y, en esa misma medida, de laeritica, En el primer caso existe por principio la posibilidad de la refutacién en virtud de criterios emptricos (y esta posibilidad ha impregnado el sentido originario del principio del “falibilismo” en Peirce y Popper). En el ultimo caso por el contrario, esta posibilidad no existe, pues un posible perfeccionamiento de la explicitacion de principios fandamentados de manera trascen- dental~pragmatica —asi del principio de la fun- damentacién teorético-discursiva de normas— debe poser la estructura de Ia autocorreccién. Esto significa: toda posible correccidn de una ex- plicitacion debe también suponer ya el principio que tiene que ser explicitado so pena de la auto- contradiecién pragmatica. La correccién de la explicitacién no puede refutar al principio, sino a Jo sumo explicitarlo adecuadamente (por ejemplo a1 completamente). Una autocontradiceién pragmatica se origina por ello también cuando el principio de alibilismo como es inevitable en el easo de su absolutiza- cién—es aplicado a si mismo, esto es, cuando es simultdneamente presupuesto y tomado en con- sideracién. En este caso a refutacién del principio deberia resultar precisamente la eonfirmacién de su validez universal, e inversamente. Esto muestra segiin creo que no puede ser razonable aplicar a explicitaciones de las condi- ciones de posibilidad de hipétesis 1a diferencia cién entre pretensin de verdad y pretensiin de certeza que hace posible el eoncepto de las hipdte- sis empiricas, falibles por principio pero mo- mentdneamente tenidas por verdaderas."® Las explicitaciones de las condiciones de posibilidad En esta medida la paralelizacién de Habermas com- probacién y posible revision de hipatesis filosoficas de explicitacién (por ejemplo de linguistas) no me parece aclaratorio. (Véase J. Habermas: Moralbewusstscin und Kommunihatives Handeln, le. eit., p. 107). Una clarificacién de esta cuestién sélo puede produeirse en el marco de una teoriafiloséfica de la “autojerarquiza- ign reflexiva del lenguaje” (Th. Litt), partieularmente de las pretensiones de universalidad, tematizada por ella, proposiciones en las ciencias naturales empirico-nomolégicas (y cuasi nomolégicas ciencias sociales), en las ciencais hermenéutico 0 histérico-reeonstructivas sociales y del eapiritu y final- mente en la filosofia, en su pretensién implicita previa de universalidad. % A. Berlich (en Comunicacion y refleci6n, loc. cit. 251 ss.) ha intentado debilitar esta tesis de la ‘eutosuperacién oautoinmunizacién del limitado prin- cipio de! falibilismo de H. Albert (véase K.O. Apel Problem der philosophischen Letzbegriindung...”, le. cit.) por medio de la distincién entre pretensién de 32 de hipétesis, en la medida en que son adecuadas comoexplicitaciones de sentido, deben, antesbien, ser simulténeamenteciertas:unono puede enten- derlas sin saber que son verdaderas. Por ello tampoco es razonable plantear la cues- tin de si el concepto de la argumentacién, ahora presupuesto por nosotros, o sea, el concepto de la erttica —junto a sus proposiciones normativas— no podria estar sujeto al cambio histérieo. Quien quiera aceptar seriamente esto —por asf decir, la variabilidad del concepto de razén— privaria, ya verdad y pretensién de certeza. La primera pretensién ‘es, como en el caso de la correspondiente hipétesis, Justifieable y expuesta a la refutacién, mientras que la segunda es sometida a la prevencién falibilfstica. Ast ‘ocurre de hecho con todas las hipétesis (empfricas en, sentido amplio), puesto que éstas no son nunca ‘autorreferenciales. Peroen a tesis de falibilismo filosé- ficamente universal e implicitamente autorreferencial precisamente no es posible esta separacién entre pretensiones. Aqui el sentido esplicito de la tesis reza “Ninguna proposicién es segura, no e8 segura, no es segura.../ete. ad infinitum”. Albert podria responder: Mi hipétesis quiere decir meramente: “Ninguna propo- sicién es segura”, y seria contradicha por medio de la presentacion de una proposicién absolutamente segu- ra, Pero de este modo habrfa suprimido la autoaplicabilidad del principio, contenida en lapreten- sidn de verdad (¢ incluso afirmada por él). Pues si se opina efectivamente que el principio debe ser ‘autoaplicable, entonces también Ia refutacién del prin- ipio por medio de la exigida presentacién de una proposicién absolutamente segura debe valer como confirmacién del principio. Respectodeestareductioad absurdum véase W. Kuhlmann: ‘Roflexive Letzt- bergrindung versus radikaler Fallibalismus: Eine Replik", en Ztsoh. f- allg. Wissenschaftstheorie (de proxima aparicién): completamente). Una autocontradiceién pragmatica se origina por ello también cuando el principio de alibilismo como es inevitable en el easo de su absolutiza- cién—es aplicado a si mismo, esto es, cuando es simultdneamente presupuesto y tomado en con- sideracién. En este caso a refutacién del principio deberia resultar precisamente la eonfirmacién de su validez universal, e inversamente. Esto muestra segiin creo que no puede ser razonable aplicar a explicitaciones de las condi- ciones de posibilidad de hipétesis 1a diferencia cién entre pretensin de verdad y pretensiin de certeza que hace posible el eoncepto de las hipdte- sis empiricas, falibles por principio pero mo- mentdneamente tenidas por verdaderas."® Las explicitaciones de las condiciones de posibilidad En esta medida la paralelizacién de Habermas com- probacién y posible revision de hipatesis filosoficas de explicitacién (por ejemplo de linguistas) no me parece aclaratorio. (Véase J. Habermas: Moralbewusstscin und Kommunihatives Handeln, le. eit., p. 107). Una clarificacién de esta cuestién sélo puede produeirse en el marco de una teoriafiloséfica de la “autojerarquiza- ign reflexiva del lenguaje” (Th. Litt), partieularmente de las pretensiones de universalidad, tematizada por ella, proposiciones en las ciencias naturales empirico-nomolégicas (y cuasi nomolégicas ciencias sociales), en las ciencais hermenéutico 0 histérico-reeonstructivas sociales y del eapiritu y final- mente en la filosofia, en su pretensién implicita previa de universalidad. % A. Berlich (en Comunicacion y refleci6n, loc. cit. 251 ss.) ha intentado debilitar esta tesis de la ‘eutosuperacién oautoinmunizacién del limitado prin- cipio de! falibilismo de H. Albert (véase K.O. Apel Problem der philosophischen Letzbegriindung...”, le. cit.) por medio de la distincién entre pretensién de 32 de hipétesis, en la medida en que son adecuadas comoexplicitaciones de sentido, deben, antesbien, ser simulténeamenteciertas:unono puede enten- derlas sin saber que son verdaderas. Por ello tampoco es razonable plantear la cues- tin de si el concepto de la argumentacién, ahora presupuesto por nosotros, o sea, el concepto de la erttica —junto a sus proposiciones normativas— no podria estar sujeto al cambio histérieo. Quien quiera aceptar seriamente esto —por asf decir, la variabilidad del concepto de razén— privaria, ya verdad y pretensién de certeza. La primera pretensién ‘es, como en el caso de la correspondiente hipétesis, Justifieable y expuesta a la refutacién, mientras que la segunda es sometida a la prevencién falibilfstica. Ast ‘ocurre de hecho con todas las hipétesis (empfricas en, sentido amplio), puesto que éstas no son nunca ‘autorreferenciales. Peroen a tesis de falibilismo filosé- ficamente universal e implicitamente autorreferencial precisamente no es posible esta separacién entre pretensiones. Aqui el sentido esplicito de la tesis reza “Ninguna proposicién es segura, no e8 segura, no es segura.../ete. ad infinitum”. Albert podria responder: Mi hipétesis quiere decir meramente: “Ninguna propo- sicién es segura”, y seria contradicha por medio de la presentacion de una proposicién absolutamente segu- ra, Pero de este modo habrfa suprimido la autoaplicabilidad del principio, contenida en lapreten- sidn de verdad (¢ incluso afirmada por él). Pues si se opina efectivamente que el principio debe ser ‘autoaplicable, entonces también Ia refutacién del prin- ipio por medio de la exigida presentacién de una proposicién absolutamente segura debe valer como confirmacién del principio. Respectodeestareductioad absurdum véase W. Kuhlmann: ‘Roflexive Letzt- bergrindung versus radikaler Fallibalismus: Eine Replik", en Ztsoh. f- allg. Wissenschaftstheorie (de proxima aparicién): desde un principio, de todo sentido al programa de una posible critica revisin de convieciones. Pero la preservacién del sentido de la argumentacién critica deberia establecerapriorien afilosofialos limites del eritieismo de los principios, es decir de Ja duda virtualmente universal La fundamentacién pragmatico-trascendental de la ética desarrollada hasta ahora me parece Tepresentar una respuesta al desafio interno dela azn practica por la ciencia. El bloqueo de la racionalidad ética por la racionalidad axiolégica- mente neutral de la ciencia me parece de este ‘modo superado en principio. Pero con ellono seha proporcionado (lamentablemente) todavia una Tespuesta suficiente al desafio externo Pues atin no se ha mostrado eémo el principio, fundamentado en lo anteriormente expuesto, de tuna ética de la comunicacién o del diseurso puede ser aplicado a la situacién del presente impregna- do por las eonsecuencias de la ciencia, También aqui se producen, segtin creo, dficultades, no s6lo empfrieo-practicas sino también de principio, que Justifican designar a la respuesta pendiente como arte B de la Btica, 112 Parte B de la ética: la respuesta filosofica al desafioexternode la razén étiea por las consecuen- cias de la ciencia Las mencionadas dificultades de la parte B resultan segiin me parece de la fundamentacién hasta ahora obtenida de la ética, dado que debe ser fundada no una mera ética de la conviccién in- terior sino unaética de la responsabilidad. Esto se pone de manifiesto cuando consideramos mis exactamente dos aspectos fundamentales de las implicaciones normativas del principio de la ética del discurso. El principio exige (idealmente): 34 Lr 1) El establecimiento de las consecuencias, susceptibles de consenso por todos los afectados, de las normas que deben ser fundadas; 2) El establecimiento de estas consecuencias, y correspondientemente una fundamentacién de normas reforidas a situaciones particulares, @ través de discursos libres de violencia de los afec- tados o de los representantes de sus intereses. Por de pronto esta en claro lo siguiente: ambas exigencias tienen, con respecto a su posible cumplimiento en el mundo real, el estatuto de “ideas regulativas” a las cuales no puede “corres- ponder plenamente nunca nada empirieo”. Pero sin embargo no es por ello negada, en el sentido de Kant, ni la obligatoriedad normativa ni ta osibilidad real de un cumplimiento aproximati- vo de las exigencias esbozadas. Y esto vale tam- bien para una ética de la responsabilidad por las consecuencias en la era de las ciencias, atin cuan- do este problema, —por Kant més bien desaten- dido— del establecimiento (incluso cientsficamen- te)de las conseeuencias por primera vez es promo- vido al centro de Ja étiea. Ast, con respecto a la primera exigencia de nuestro principio, puede lograrse aproximadamente la siguiente evalua- cion de la situacién: La aplicacién de dicho principio tropieza aqui con el problema —hasta ahora no resuelto por ninguna planificacién ético-social— de la deno- minada “heterogeneidad” de las consecuencias de Ta accién humana; por ejemplo en el ambito de la denominada “racionalidad del sistema” de la politica o de la economia, del vueleo dela raciona- lidad intencional en irracionalidad funcional. Y sin embargo no se debe concluir de ello que 1a exigencia ética de la participacién de todo ciuda- danoen la organizacién dela responsabilidad por Jas consecuencias —por ejemplo por medio de la 35 desde un principio, de todo sentido al programa de una posible critica revisin de convieciones. Pero la preservacién del sentido de la argumentacién critica deberia establecerapriorien afilosofialos limites del eritieismo de los principios, es decir de Ja duda virtualmente universal La fundamentacién pragmatico-trascendental de la ética desarrollada hasta ahora me parece Tepresentar una respuesta al desafio interno dela azn practica por la ciencia. El bloqueo de la racionalidad ética por la racionalidad axiolégica- mente neutral de la ciencia me parece de este ‘modo superado en principio. Pero con ellono seha proporcionado (lamentablemente) todavia una Tespuesta suficiente al desafio externo Pues atin no se ha mostrado eémo el principio, fundamentado en lo anteriormente expuesto, de tuna ética de la comunicacién o del diseurso puede ser aplicado a la situacién del presente impregna- do por las eonsecuencias de la ciencia, También aqui se producen, segtin creo, dficultades, no s6lo empfrieo-practicas sino también de principio, que Justifican designar a la respuesta pendiente como arte B de la Btica, 112 Parte B de la ética: la respuesta filosofica al desafioexternode la razén étiea por las consecuen- cias de la ciencia Las mencionadas dificultades de la parte B resultan segiin me parece de la fundamentacién hasta ahora obtenida de la ética, dado que debe ser fundada no una mera ética de la conviccién in- terior sino unaética de la responsabilidad. Esto se pone de manifiesto cuando consideramos mis exactamente dos aspectos fundamentales de las implicaciones normativas del principio de la ética del discurso. El principio exige (idealmente): 34 Lr 1) El establecimiento de las consecuencias, susceptibles de consenso por todos los afectados, de las normas que deben ser fundadas; 2) El establecimiento de estas consecuencias, y correspondientemente una fundamentacién de normas reforidas a situaciones particulares, @ través de discursos libres de violencia de los afec- tados o de los representantes de sus intereses. Por de pronto esta en claro lo siguiente: ambas exigencias tienen, con respecto a su posible cumplimiento en el mundo real, el estatuto de “ideas regulativas” a las cuales no puede “corres- ponder plenamente nunca nada empirieo”. Pero sin embargo no es por ello negada, en el sentido de Kant, ni la obligatoriedad normativa ni ta osibilidad real de un cumplimiento aproximati- vo de las exigencias esbozadas. Y esto vale tam- bien para una ética de la responsabilidad por las consecuencias en la era de las ciencias, atin cuan- do este problema, —por Kant més bien desaten- dido— del establecimiento (incluso cientsficamen- te)de las conseeuencias por primera vez es promo- vido al centro de Ja étiea. Ast, con respecto a la primera exigencia de nuestro principio, puede lograrse aproximadamente la siguiente evalua- cion de la situacién: La aplicacién de dicho principio tropieza aqui con el problema —hasta ahora no resuelto por ninguna planificacién ético-social— de la deno- minada “heterogeneidad” de las consecuencias de Ta accién humana; por ejemplo en el ambito de la denominada “racionalidad del sistema” de la politica o de la economia, del vueleo dela raciona- lidad intencional en irracionalidad funcional. Y sin embargo no se debe concluir de ello que 1a exigencia ética de la participacién de todo ciuda- danoen la organizacién dela responsabilidad por Jas consecuencias —por ejemplo por medio de la 35 propia informacién politica y del apoyo a corres- pondientes inicfativas politieas—no sea obligato- rin o earezea de antemano de toda chance. Aqui se trata antes bien de distinguir ya desde un princi- pio entre una estrategia de participacién en la responsabilidad solidaria por las consecuencias puramente ilusoria y utépica y otra rica en pers- pectivas La estrategia ilusoria parte del hecho de que to- dos deberfan adquirir por si mismos el saber es- pecifico requerido en eada caso y tomar parte in- ‘mediatamente en laformacién de consensoacerea de las posibles consecuencias de las acciones y de Jas normas de las acciones —por ejemplo en la medicina o en la politica y economia actuales, continuamente asesoradas cientificamente. La otra estrategia,contrariamente (que es la que tiene mejores perspectivas), tiene como punto departida la siguiente suposicién: en la formacién de consenso referido inmediatamente a algo especifico, todo particular debe participar sola- ‘mente segxin la medida de su respectiva compe- tencia; pero ademas 61, como ciudadano mayor de edad—segtin Ia medida de su competencia y su fuerza disponible— tiene que participar en la formacién de consenso acerca de ladistribucién de las tareas, en la formacién de consenso referido inmediatamente a algo especifico, distribueién entre ciudadanos competentes y dignos de con- fianza. En a época dela ciencia, en la que casi solamen- te los expertos disponen de un saber de primera ‘mano con respecto a cuestiones especificas, se puede partir del hecho de que en principio es mas fécil para cada particular juzgar a sus préjimos que juzgar directamente los problemas referidos a cuestiones especifieas. (Por préjimos no debe entenderse directamente los expertos 0 los politi- 36 08 sino mas bien aquellas personas de confianza en las cuales uno puede confiar la apreciacién competente de los expertos o de los politicos). Con ello se muestra, ereo, que ya la realizacién aproximativa de la primera exigencia de nuestro principio de la étiea —participacidn en la organi: 2zaci6n de la responsabilidad solidaria por las con- secuencias— llega a convertirse precisamente en a 6poca cientffica en un asuntode la ética politica. Pues, en el mejor de los casos, los experts, en tanto cientificos pueden evaluar ellos mismos su responsabilidad étiea por las consecuencias; en tanto coneiudadanos por el contrario, son todos politicamente corresponsables por las consecuen- cias de Ia ciencia en lo bueno y en lo malo. Esta consideracion nos conduce a la problematiea de la aplicacién de Ia segunda exigencia de nuestro Principio de la ética. Se trata aqui de Ia organizacién politico-juri- dica, la institucionalizacion de aquellos discursos racticos en los cuales la posibilidad de consenso respecto de acciones o de normas puede ser esta- blecida, libre de violencia, para todos los afecta- dos. También aqui vale, como se ha observado, que la institucién del diseurso prdctico —instita cisn de la fundamentacién denormas exigidas por elprincipio de la étiea comunicativa—representa tuna “idea regulativa” en el sentido de Kant. Pero debe agregarse en este punto la perspectiva cuasi hegeliana de que (debe ser supuesto) lo“racional” también ya siempre es (quodammodo) “real” Esto quiere decir: Ia organizacién politica de los discursos préctieos —es decir, de instituciones tales querealizan esta idea aproximativamente— debe siempre y en todo lugar —incluso en el caso limite de una revolucién politiea—establecer una conexién con las instituciones existentes, en caso de que la impotencia del “deber ser abstracto” 37 propia informacién politica y del apoyo a corres- pondientes inicfativas politieas—no sea obligato- rin o earezea de antemano de toda chance. Aqui se trata antes bien de distinguir ya desde un princi- pio entre una estrategia de participacién en la responsabilidad solidaria por las consecuencias puramente ilusoria y utépica y otra rica en pers- pectivas La estrategia ilusoria parte del hecho de que to- dos deberfan adquirir por si mismos el saber es- pecifico requerido en eada caso y tomar parte in- ‘mediatamente en laformacién de consensoacerea de las posibles consecuencias de las acciones y de Jas normas de las acciones —por ejemplo en la medicina o en la politica y economia actuales, continuamente asesoradas cientificamente. La otra estrategia,contrariamente (que es la que tiene mejores perspectivas), tiene como punto departida la siguiente suposicién: en la formacién de consenso referido inmediatamente a algo especifico, todo particular debe participar sola- ‘mente segxin la medida de su respectiva compe- tencia; pero ademas 61, como ciudadano mayor de edad—segtin Ia medida de su competencia y su fuerza disponible— tiene que participar en la formacién de consenso acerca de ladistribucién de las tareas, en la formacién de consenso referido inmediatamente a algo especifico, distribueién entre ciudadanos competentes y dignos de con- fianza. En a época dela ciencia, en la que casi solamen- te los expertos disponen de un saber de primera ‘mano con respecto a cuestiones especificas, se puede partir del hecho de que en principio es mas fécil para cada particular juzgar a sus préjimos que juzgar directamente los problemas referidos a cuestiones especifieas. (Por préjimos no debe entenderse directamente los expertos 0 los politi- 36 08 sino mas bien aquellas personas de confianza en las cuales uno puede confiar la apreciacién competente de los expertos o de los politicos). Con ello se muestra, ereo, que ya la realizacién aproximativa de la primera exigencia de nuestro principio de la étiea —participacidn en la organi: 2zaci6n de la responsabilidad solidaria por las con- secuencias— llega a convertirse precisamente en a 6poca cientffica en un asuntode la ética politica. Pues, en el mejor de los casos, los experts, en tanto cientificos pueden evaluar ellos mismos su responsabilidad étiea por las consecuencias; en tanto coneiudadanos por el contrario, son todos politicamente corresponsables por las consecuen- cias de Ia ciencia en lo bueno y en lo malo. Esta consideracion nos conduce a la problematiea de la aplicacién de Ia segunda exigencia de nuestro Principio de la ética. Se trata aqui de Ia organizacién politico-juri- dica, la institucionalizacion de aquellos discursos racticos en los cuales la posibilidad de consenso respecto de acciones o de normas puede ser esta- blecida, libre de violencia, para todos los afecta- dos. También aqui vale, como se ha observado, que la institucién del diseurso prdctico —instita cisn de la fundamentacién denormas exigidas por elprincipio de la étiea comunicativa—representa tuna “idea regulativa” en el sentido de Kant. Pero debe agregarse en este punto la perspectiva cuasi hegeliana de que (debe ser supuesto) lo“racional” también ya siempre es (quodammodo) “real” Esto quiere decir: Ia organizacién politica de los discursos préctieos —es decir, de instituciones tales querealizan esta idea aproximativamente— debe siempre y en todo lugar —incluso en el caso limite de una revolucién politiea—establecer una conexién con las instituciones existentes, en caso de que la impotencia del “deber ser abstracto” 37 criticado por Hegel y Marx, quiera ser evitado de una manera distinta, Esta conexién resulta relativamente sencillaen. el caso de las instituciones ya existentes de un Estado democrdtico de derecho, Pues estos pue- den ser comprendidos, seguin creo, ya hoy, como intentos de una realizacién aproximativa de Ia idea de fundamentacién de normas; 0 sea, de la legitimacién por medio de la formacién discursiva del consenso de los afectados o de los representan- tesde sus intereses, Estotiene validez atin cuando hasta el momento una numerosa cantidad de limitaciones practicas de la idea de discurso se ha evidenciado como inevitable: por ejemplo en pri- mer lugar el principio de la representacién de los intereses de los afectados a través de los partidos politicos y sus diputados, asi como también el principio de la limitacién temporal de los debates parlamentarios, semejantes al discurso, y de la decision de las cuestiones de la sancién de normas or votacién."” Quien, sin embargo, a causa de estas limitacio- nes practicas de la idea de discurso, impugna lisa y llanamente la relacién interna entre la ética del 1 Me reficro ante todo a trabajos de W. Becker que recientemente ha sintetizado su concepcidn de la ética polftica en el libro Die Freiheit, die wir meinen, Ents. cheidung fur die liberates Demokratie, Manchen—Zo. rich 1982. Tal como muchos otros Becker malentiende Ia fundamentacién altima pragmético-transcendental de la ética consideréndola como una fundamentacin. directa de las normas sociales materiales por medio de una étiea—en esa misma medida dogmatico-metafiai- ca—“étiea de fines”. Véase por el contrario os trabajos por mf citados en Ia nota (7), en los cuales estan explt- citos os dos nivelesen la fundamentacién discursiva de 38 discurso y la idea de democracia, no tiene en cuenta lo siguiente: también las’ limitaciones pricticas de la idea del discurso, puede, en el sentidode las constituciones democriiticas poser la aptitud del consenso por parte de todos los afectados. Elestado constitucional democrético ha, por ast decir, comprendido ya siempre y admitido su propia imperfeecién con respeeto a la idea regula- tiva subyacente en él, y ha presupuesto incluso esta mision misma como susceptible de consenso, Idéntica comprensién de la inevitable diferen- cia, atin cuando siempre considerada como tran- sitoria, entre la idea regulativa y Ia realidad politica, se expresa también en el hecho de que en la mayorfa de las constituciones de los Bstados democriticos de derecho se distingue entre las leyes que fundamentan el derecho positivo y la legalidad de los procedimientos y de los denomi- nados derechos humanos, que tampoco deberian ser infligidos por el derecho positivo, o sea, por los procedimientos legales. Por todo ello el estado demoerdtico de derecho abre en cierta medida un legitimo espacio de juego a la critica del estado y la eritica del derecho, ¢ incluso posiblemente a la desobediencia civil en el sentido de la defensa de la legitimidad frente a la legalidad. Sin embargo el problema de una organizacién efectiva de la responsabilidad solidaria de los seres humanos en la era de Ja ciencia en ultima instancia no puede ser solucionada en el marco de Jos Estados con constitucién democrética particu- lares. Ya desde hace tiempo, ademas de ello, es perentoriamente necosaria una eooperacién en el Ambito internacional. Esto se pone de manifiesto por ejemplo con respecto a los problemas de la denominada “crisis ecoldgica”, esencialmente surgidos por las conse- 39 criticado por Hegel y Marx, quiera ser evitado de una manera distinta, Esta conexién resulta relativamente sencillaen. el caso de las instituciones ya existentes de un Estado democrdtico de derecho, Pues estos pue- den ser comprendidos, seguin creo, ya hoy, como intentos de una realizacién aproximativa de Ia idea de fundamentacién de normas; 0 sea, de la legitimacién por medio de la formacién discursiva del consenso de los afectados o de los representan- tesde sus intereses, Estotiene validez atin cuando hasta el momento una numerosa cantidad de limitaciones practicas de la idea de discurso se ha evidenciado como inevitable: por ejemplo en pri- mer lugar el principio de la representacién de los intereses de los afectados a través de los partidos politicos y sus diputados, asi como también el principio de la limitacién temporal de los debates parlamentarios, semejantes al discurso, y de la decision de las cuestiones de la sancién de normas or votacién."” Quien, sin embargo, a causa de estas limitacio- nes practicas de la idea de discurso, impugna lisa y llanamente la relacién interna entre la ética del 1 Me reficro ante todo a trabajos de W. Becker que recientemente ha sintetizado su concepcidn de la ética polftica en el libro Die Freiheit, die wir meinen, Ents. cheidung fur die liberates Demokratie, Manchen—Zo. rich 1982. Tal como muchos otros Becker malentiende Ia fundamentacién altima pragmético-transcendental de la ética consideréndola como una fundamentacin. directa de las normas sociales materiales por medio de una étiea—en esa misma medida dogmatico-metafiai- ca—“étiea de fines”. Véase por el contrario os trabajos por mf citados en Ia nota (7), en los cuales estan explt- citos os dos nivelesen la fundamentacién discursiva de 38 discurso y la idea de democracia, no tiene en cuenta lo siguiente: también las’ limitaciones pricticas de la idea del discurso, puede, en el sentidode las constituciones democriiticas poser la aptitud del consenso por parte de todos los afectados. Elestado constitucional democrético ha, por ast decir, comprendido ya siempre y admitido su propia imperfeecién con respeeto a la idea regula- tiva subyacente en él, y ha presupuesto incluso esta mision misma como susceptible de consenso, Idéntica comprensién de la inevitable diferen- cia, atin cuando siempre considerada como tran- sitoria, entre la idea regulativa y Ia realidad politica, se expresa también en el hecho de que en la mayorfa de las constituciones de los Bstados democriticos de derecho se distingue entre las leyes que fundamentan el derecho positivo y la legalidad de los procedimientos y de los denomi- nados derechos humanos, que tampoco deberian ser infligidos por el derecho positivo, o sea, por los procedimientos legales. Por todo ello el estado demoerdtico de derecho abre en cierta medida un legitimo espacio de juego a la critica del estado y la eritica del derecho, ¢ incluso posiblemente a la desobediencia civil en el sentido de la defensa de la legitimidad frente a la legalidad. Sin embargo el problema de una organizacién efectiva de la responsabilidad solidaria de los seres humanos en la era de Ja ciencia en ultima instancia no puede ser solucionada en el marco de Jos Estados con constitucién democrética particu- lares. Ya desde hace tiempo, ademas de ello, es perentoriamente necosaria una eooperacién en el Ambito internacional. Esto se pone de manifiesto por ejemplo con respecto a los problemas de la denominada “crisis ecoldgica”, esencialmente surgidos por las conse- 39 cueneias de la civilizacién cientifico-técnic trata aqui de los problemas, estrechamente liga- dos entre si, de 1a amenaza a la eco y biosfera humana en su conjunto por la superpoblacién, el agotamiento de materias primas y reservas ener- géticas, la contaminacién del aire y el agua, Ia destruccién de los bosques, la alteracién delclima, etcétera. Con ello dependen conjuntamente a su vex los problemas de una distribueién justa de los recursos on criterio planetario: asf por ejemplo la lucha contra el hambre y la pobreza en el tercer mundo. Pues obviamente una disminueién de la humanidad debida a la extincién por hambre de habitantes del tercer mundo, no puede ser reco- mendada en forma éticamente sostenible como solucién de la garantia del equilibrio ecolégico entre la poblacin mundial y los recursos natura- les. EI problema de la cooperacién internacional para el control de la crisis ecolégica y sus subse- cuentes problemas pone completamente de manifiesto la funcién clave de una ética politica para la organizacién de la responsabilidad solida- ia en la era de la ciencia. Pero como obstaculo esencial para la cooperacién exigida se muestrala circunstancia de que, a nivel internacional, no ha podido ni siquiera llevarse a cabo el monopolio de unasolucidn de conflictosacordeal derecho. Antes bien, aqui domina entre los Estados todavia el estado de naturaleza previo al Estado de derecho, en el que la guerra y la amenaza de guerra adop- tan la funcién de una “continuacién de la polities por otros medios’. Y en este punto, donde la organizacién de la responsabilidad solidaria por las consecuencias de la civilizacién cientificotéc- nica tropieza con su obstéculo esencial, se ha arribado a través de las consecuencias téenicas de la ciencia entre tanto a un desafio adicional de la 40 razén:los progresos de la téenica militar en la era atémiea han convertido la posibilidad de una guerra, por primera vez en la historia, en un Tiesgo cierto para Ia existencia de toda la huma- nidad. Ello completa, en la era de la ciencia, la crisis ecoldgica en la relacién del ser humano éon la naturaleza, Ahora bien, qué acontece con la aplicacién de la ética del discurso, fundamentada en lo ante- riormente expuesto, a la problemética de la regu- lacién de conflictos en ta era atémica, a la cual le es actualmente propia una funcidn elave dentro de la problemética de la ética politica"* En este punto llegan a ser completamente cla- ras las dificultades de principio de esta parte B de la ética. Pues aqui, al intentar una aplica- cién no mediada de la norma fundamental de la ética del discurso, se arriba al conflicto entre una mera ética de la conviceidn y una ética de la responsabilidad por las consecuencias. Bn vista del estado de naturaleza previo al Estado de derecho a nivel de las relaciones entre Estados se plantea entonces la pregunta, de si aqui la apli- caci6n de la étiea del discurso, por nosotros formu- ada, es universalmente exigible."”. ¥ con esta cuestién quisiera retomar nuevamente la obje- cign, anteriormente rechazada por injustificada, ™ Respecto de lo siguiente véase K.O. Apel: “Solucién de onflictos en la 6poca atémiea eomo problema de una ética politica” en H, Werbik (od.): Konflikelisung im Atomzeitalter, (de préxima aparicién). ™ Respectoal problema de laexigibilidad de las normas morales véase también K. Iltingloc-eit.(véase nota (8). Deberiarecordarseaqufque Lenin yB. Brecht juzgaron como imposible la aplicacién de una moral universal- mente valida bajo las presentes condiciones dea socie- dad de clases. Una tesis parecida de la no-exigibilidad al cueneias de la civilizacién cientifico-técnic trata aqui de los problemas, estrechamente liga- dos entre si, de 1a amenaza a la eco y biosfera humana en su conjunto por la superpoblacién, el agotamiento de materias primas y reservas ener- géticas, la contaminacién del aire y el agua, Ia destruccién de los bosques, la alteracién delclima, etcétera. Con ello dependen conjuntamente a su vex los problemas de una distribueién justa de los recursos on criterio planetario: asf por ejemplo la lucha contra el hambre y la pobreza en el tercer mundo. Pues obviamente una disminueién de la humanidad debida a la extincién por hambre de habitantes del tercer mundo, no puede ser reco- mendada en forma éticamente sostenible como solucién de la garantia del equilibrio ecolégico entre la poblacin mundial y los recursos natura- les. EI problema de la cooperacién internacional para el control de la crisis ecolégica y sus subse- cuentes problemas pone completamente de manifiesto la funcién clave de una ética politica para la organizacién de la responsabilidad solida- ia en la era de la ciencia. Pero como obstaculo esencial para la cooperacién exigida se muestrala circunstancia de que, a nivel internacional, no ha podido ni siquiera llevarse a cabo el monopolio de unasolucidn de conflictosacordeal derecho. Antes bien, aqui domina entre los Estados todavia el estado de naturaleza previo al Estado de derecho, en el que la guerra y la amenaza de guerra adop- tan la funcién de una “continuacién de la polities por otros medios’. Y en este punto, donde la organizacién de la responsabilidad solidaria por las consecuencias de la civilizacién cientificotéc- nica tropieza con su obstéculo esencial, se ha arribado a través de las consecuencias téenicas de la ciencia entre tanto a un desafio adicional de la 40 razén:los progresos de la téenica militar en la era atémiea han convertido la posibilidad de una guerra, por primera vez en la historia, en un Tiesgo cierto para Ia existencia de toda la huma- nidad. Ello completa, en la era de la ciencia, la crisis ecoldgica en la relacién del ser humano éon la naturaleza, Ahora bien, qué acontece con la aplicacién de la ética del discurso, fundamentada en lo ante- riormente expuesto, a la problemética de la regu- lacién de conflictos en ta era atémica, a la cual le es actualmente propia una funcidn elave dentro de la problemética de la ética politica"* En este punto llegan a ser completamente cla- ras las dificultades de principio de esta parte B de la ética. Pues aqui, al intentar una aplica- cién no mediada de la norma fundamental de la ética del discurso, se arriba al conflicto entre una mera ética de la conviceidn y una ética de la responsabilidad por las consecuencias. Bn vista del estado de naturaleza previo al Estado de derecho a nivel de las relaciones entre Estados se plantea entonces la pregunta, de si aqui la apli- caci6n de la étiea del discurso, por nosotros formu- ada, es universalmente exigible."”. ¥ con esta cuestién quisiera retomar nuevamente la obje- cign, anteriormente rechazada por injustificada, ™ Respecto de lo siguiente véase K.O. Apel: “Solucién de onflictos en la 6poca atémiea eomo problema de una ética politica” en H, Werbik (od.): Konflikelisung im Atomzeitalter, (de préxima aparicién). ™ Respectoal problema de laexigibilidad de las normas morales véase también K. Iltingloc-eit.(véase nota (8). Deberiarecordarseaqufque Lenin yB. Brecht juzgaron como imposible la aplicacién de una moral universal- mente valida bajo las presentes condiciones dea socie- dad de clases. Una tesis parecida de la no-exigibilidad al contra la relevancia ética del paradigma del dis- curso de una nueva manera. Entre las condiciones institucionales de los Estados democraticos de derecho que efectiva- ‘mente funcionan, la aplicacién de la norma fun- damental de la ética del discurso es, como se ha sefialado, completamente exigible. Pues aquf se trata Gnicamente de elevar la idea regulativa de los procedimientos ya institucionalizados de fandamentacién de normas a maxima consciente del obrar: del obrar en el sentido de la participa- cién en la formacién comunieativa de consenso y del obrar en el espiritu de las normas susceptibles de consenso, Por lo regular no se llega aqui a un conflicto entre la responsabilidad por las proba- bles consecuencias de la accién y las mdximas for- males de la conviccién de la accién, puesto que el prineipio de la aptitud de consenso de las conse- ‘ewencias de la accién determinatantoel contenido de las maximas de la conviecién como la idea regulativa de los procedimientos institucionaliza- dos de fundamentacién de normas. Tal como hemos observado precedentemente tinicamente Ja valoracién cognitiva de las consecuencias pro- ables condiciona aqut las dificultades de aplica- cién. ‘Algo completamente distinto es, por el contra- ‘rio, la situacién a nivel de las relaciones interna- cionales. Pues, bajo las condiciones del estado de Ia naturaleza previo al Estado de derecho —pro- pias delas relaciones entre Estados como sistemas de autoafirmacién—, ya la suposicién de condicio- nes diseursivas suficientemente realizadas en las tratativas politicas, resulta una riesgosa antici- esté relacionada con el concepto de “razén de Estado", orientado a Ja politica exterior, desde Maquiavelo. a2 pacién por contraposieién de un estado ideal leja- no; asf en la situacién de la relacién entre Estados © bloques de poder en conflicto, primariamente determinada por reglas estratégicas de interac- En esta situacién, considerando los riesgos por la seguridad, las regias de 1a autoafirmacién es tratégica se vuelven vigentes como normas ética- mente relevantes: como deberes de proteccion y conservacién, moralmente obligatorias, del pol co responsable, y también del ciudadano eomiin, por el sistema de autoafirmacién al que pertenece ypor el cual debe hacerse responsable en acciones politicamente relevantes. Por ello la separacién, exigida por la étiea del discurso, de la racionali- dad de la formacién diseursiva de consenso de la racionalidad estratégica de la accién puede con- ducir a un conflieto éticamente relevante entre normas, a saber: al eonflieto entre la norma ideal fundamental de la étfea del diseurso y la obliga- cién de un politico responsable —o también del ciudadano—a una cautela estratégica frente a la otra parte. Quien actiia responsablemente (politico o eiu- dadano) no debe negarle la disposicién para Ta regulacidn diseursiva de conflictos, exoreizandola ‘en mayor o menor medida eomo un “representan- te del mal”, ni tampoco debe suponer en la otra parte, confiando plenamente, la total disposicion, sin ningtin tipo de reserva, para el discurso. Mas bien tiene motivos para suponer ya en la otra parte una cautela estratégica frente al principio puro del diseurso, puesto que ella se encuentra, frente a él mismo, exactamente en idéntica situa. eign de incertidumbre y riesgo respecto de su seguridad Esta es la paradoja de la situacién fandamental frente ala cual se ve colocada una ética politica de 43 contra la relevancia ética del paradigma del dis- curso de una nueva manera. Entre las condiciones institucionales de los Estados democraticos de derecho que efectiva- ‘mente funcionan, la aplicacién de la norma fun- damental de la ética del discurso es, como se ha sefialado, completamente exigible. Pues aquf se trata Gnicamente de elevar la idea regulativa de los procedimientos ya institucionalizados de fandamentacién de normas a maxima consciente del obrar: del obrar en el sentido de la participa- cién en la formacién comunieativa de consenso y del obrar en el espiritu de las normas susceptibles de consenso, Por lo regular no se llega aqui a un conflicto entre la responsabilidad por las proba- bles consecuencias de la accién y las mdximas for- males de la conviccién de la accién, puesto que el prineipio de la aptitud de consenso de las conse- ‘ewencias de la accién determinatantoel contenido de las maximas de la conviecién como la idea regulativa de los procedimientos institucionaliza- dos de fundamentacién de normas. Tal como hemos observado precedentemente tinicamente Ja valoracién cognitiva de las consecuencias pro- ables condiciona aqut las dificultades de aplica- cién. ‘Algo completamente distinto es, por el contra- ‘rio, la situacién a nivel de las relaciones interna- cionales. Pues, bajo las condiciones del estado de Ia naturaleza previo al Estado de derecho —pro- pias delas relaciones entre Estados como sistemas de autoafirmacién—, ya la suposicién de condicio- nes diseursivas suficientemente realizadas en las tratativas politicas, resulta una riesgosa antici- esté relacionada con el concepto de “razén de Estado", orientado a Ja politica exterior, desde Maquiavelo. a2 pacién por contraposieién de un estado ideal leja- no; asf en la situacién de la relacién entre Estados © bloques de poder en conflicto, primariamente determinada por reglas estratégicas de interac- En esta situacién, considerando los riesgos por la seguridad, las regias de 1a autoafirmacién es tratégica se vuelven vigentes como normas ética- mente relevantes: como deberes de proteccion y conservacién, moralmente obligatorias, del pol co responsable, y también del ciudadano eomiin, por el sistema de autoafirmacién al que pertenece ypor el cual debe hacerse responsable en acciones politicamente relevantes. Por ello la separacién, exigida por la étiea del discurso, de la racionali- dad de la formacién diseursiva de consenso de la racionalidad estratégica de la accién puede con- ducir a un conflieto éticamente relevante entre normas, a saber: al eonflieto entre la norma ideal fundamental de la étfea del diseurso y la obliga- cién de un politico responsable —o también del ciudadano—a una cautela estratégica frente a la otra parte. Quien actiia responsablemente (politico o eiu- dadano) no debe negarle la disposicién para Ta regulacidn diseursiva de conflictos, exoreizandola ‘en mayor o menor medida eomo un “representan- te del mal”, ni tampoco debe suponer en la otra parte, confiando plenamente, la total disposicion, sin ningtin tipo de reserva, para el discurso. Mas bien tiene motivos para suponer ya en la otra parte una cautela estratégica frente al principio puro del diseurso, puesto que ella se encuentra, frente a él mismo, exactamente en idéntica situa. eign de incertidumbre y riesgo respecto de su seguridad Esta es la paradoja de la situacién fandamental frente ala cual se ve colocada una ética politica de 43 Ia responsabilidad en un mundo donde entran en conflicto sistemas sociales de autoafirmacién; y constituye la principal aporia de la ética de la conviccion —religiosa y filosofica—, el no poder dar cuenta de esta situacién, Esto se pone de ‘manifiesto de una manera particularmente extre- ‘ma, y precisamente por ello tragica, al eonsiderar Ja regulacién politica de conflictos entre los seres hhumanos teniendo en cuenta el desafio del desa- rrollo teenolégico-militar. Es ciertamente comprensible la idea de que “ano” deberia y podria, basandose en la compren- sin del riesgo para la humanidad por un lado y por otro en el principio racional bien fundamen tado de la ética del discurso, sencillamente poner en accién un nuevo comienzo racional de las rela- ciones humanas y de este modo también de la regulacién de los conflictos. La plausibilidad de esta idea es fortalecida ain més por la perfecta- mente fandable advertencia por los riesgos enla- zados con el automatismo de la carrera armamen- tista ya en la paz —por ejemplo con respecto a las chances en continua disminucién de una solucién cooperativa de los problemas de la crisis ecolégica. Sin embargo hay que comprender que la idea del nuevo comienzo radical de todos los seres humanos sobre la base de la ética de discurso terminaen unailusién de la ética de a conviceién, en una exigencia que para el politico actuante en la dimension de la ética de la responsabilidad no representa (lamentablemente) una opeién reali- zable. Quien actia en la responsabilidad politica puede y debe, basdndose en sudeber de proteccion ¥y preservacion ante el sistema social de autoafir- ‘macién del cual se responsabiliza, no considerar comorealizable el saltonomediadoen a situ de las condiciones ideales del discurso, necesaria- 44 mente dada por supuesta al argumentar seria- mente e incluso anticipada por contraposicién como existente. El debe, en su accién, tomar eomo punto de partida las condiciones histérieamente devenidas de la realidad politica también en el sentido de la cautela estratégica. Pues sin esta revencién que en la realizacién de tratativas eventualmente lo obliga ala amenaza de violencia enuna medida respectivamente condicionada por la técnica armamentistica, estaria obligado a correr un riesgo respecto de la seguridad, no carente de responsabilidad, no para si mismo sino para el sistema social de autoafirmacién que leha sido confiado. De estas comprobaciones resulta claro segtin meparece, que con lafundamentacién racional de laética de discurso (la respuesta al desafio interno dela razén por la ciencia) no hemos dado todavia de una manera efectiva una respuesta suficiente al problema de la aplicacin de esta ética en En el transito de la fundamentacién de la ética del discurso a su aplicacién, se produce como resultado en cierta medida un hiatoinsalvable, de cardeter cualitativo, entre unaparteA yuna parte B de la ética, Bste hiato que debe haber existido ya siempre, sin embargo, en vista del desafio ex- terno de la razén a través de las implicaciones técnicas de la ciencia, se hace presente ala con- ciencia con particular claridad y con un agrava- miento paradojal. Ciertamente, si este andlisis es correcto, se plantea entonees la euestién de sila ética del dis- curso, fundada en lo precedentemente expuesto, es ademds aplicable en tanto ética politica de la responsabilidad. En nuestro tiempo los “total- mente sobrios” han sacado dela situacién esboza- da, y no de manera infrecuente, conclusiones que 45 Ia responsabilidad en un mundo donde entran en conflicto sistemas sociales de autoafirmacién; y constituye la principal aporia de la ética de la conviccion —religiosa y filosofica—, el no poder dar cuenta de esta situacién, Esto se pone de ‘manifiesto de una manera particularmente extre- ‘ma, y precisamente por ello tragica, al eonsiderar Ja regulacién politica de conflictos entre los seres hhumanos teniendo en cuenta el desafio del desa- rrollo teenolégico-militar. Es ciertamente comprensible la idea de que “ano” deberia y podria, basandose en la compren- sin del riesgo para la humanidad por un lado y por otro en el principio racional bien fundamen tado de la ética del discurso, sencillamente poner en accién un nuevo comienzo racional de las rela- ciones humanas y de este modo también de la regulacién de los conflictos. La plausibilidad de esta idea es fortalecida ain més por la perfecta- mente fandable advertencia por los riesgos enla- zados con el automatismo de la carrera armamen- tista ya en la paz —por ejemplo con respecto a las chances en continua disminucién de una solucién cooperativa de los problemas de la crisis ecolégica. Sin embargo hay que comprender que la idea del nuevo comienzo radical de todos los seres humanos sobre la base de la ética de discurso terminaen unailusién de la ética de a conviceién, en una exigencia que para el politico actuante en la dimension de la ética de la responsabilidad no representa (lamentablemente) una opeién reali- zable. Quien actia en la responsabilidad politica puede y debe, basdndose en sudeber de proteccion ¥y preservacion ante el sistema social de autoafir- ‘macién del cual se responsabiliza, no considerar comorealizable el saltonomediadoen a situ de las condiciones ideales del discurso, necesaria- 44 mente dada por supuesta al argumentar seria- mente e incluso anticipada por contraposicién como existente. El debe, en su accién, tomar eomo punto de partida las condiciones histérieamente devenidas de la realidad politica también en el sentido de la cautela estratégica. Pues sin esta revencién que en la realizacién de tratativas eventualmente lo obliga ala amenaza de violencia enuna medida respectivamente condicionada por la técnica armamentistica, estaria obligado a correr un riesgo respecto de la seguridad, no carente de responsabilidad, no para si mismo sino para el sistema social de autoafirmacién que leha sido confiado. De estas comprobaciones resulta claro segtin meparece, que con lafundamentacién racional de laética de discurso (la respuesta al desafio interno dela razén por la ciencia) no hemos dado todavia de una manera efectiva una respuesta suficiente al problema de la aplicacin de esta ética en En el transito de la fundamentacién de la ética del discurso a su aplicacién, se produce como resultado en cierta medida un hiatoinsalvable, de cardeter cualitativo, entre unaparteA yuna parte B de la ética, Bste hiato que debe haber existido ya siempre, sin embargo, en vista del desafio ex- terno de la razén a través de las implicaciones técnicas de la ciencia, se hace presente ala con- ciencia con particular claridad y con un agrava- miento paradojal. Ciertamente, si este andlisis es correcto, se plantea entonees la euestién de sila ética del dis- curso, fundada en lo precedentemente expuesto, es ademds aplicable en tanto ética politica de la responsabilidad. En nuestro tiempo los “total- mente sobrios” han sacado dela situacién esboza- da, y no de manera infrecuente, conclusiones que 45 resultan en un reemplazo della ética politica dela responsabilidad por una “politica realista” libre respecto a lo moral.*” En el presente contexto no puedo entrar més detenidamente en los detalles de esta propuesta. Quisiera solamente indicar ‘unaimplicacién, quemuestrademanerasuficien- temente clara, que también hay algo asf como ilusiones de los “completamente sobrios” que forman parejacon las ilusiones de los “éticos de la convieeién”. El eoncepto, libre respecto a lo moral, de “esta~ bilizacisn del antagonismo”, por ejemplo, que en su momento se propuso para resolver (de modo puramente estratégico-racional)la crisis estraté- gico-nuclear de la regulacién de conflictos, se mostré indudablemente capaz de desarrollar criterios para un andlisis eritico y una estimacién de estrategias politicas tales que podian provocar tuna desestabilizacion del equilibrio tecnoldgico- ~armamentistico entrelos poderes mundialesy en ‘esa medida originar peligros para la paz mundial Hasta aqui este eoncepto podia ser puesto al ser- vicio de una ética politica de la responsabilidad. Sin embargo, tomado en s{ mismo (en tanto modelo puramente estratégico-racional ) este concepto no es capaz de fundamentar por qué la “estabilizacion del antagonismo” debja ser eva- luada de una manera diferente a la consideracién de iguales condiciones de estabilidad por medio de una politiea del desarme controlado de ambos la- dos 0 de la reestructuracién del armamento en funcién de la incapacidad deataque. Esta diferen- ciacién, que no es libre de valores, resulta sola- mente desde el punto de vista de una ética politica ® Véase W. Becker: “Der Konflikt der Friedensbegrif- fe", en: Newe Rundschau afio 98 (1982) 154-164. 46 de la responsabilidad Estas pocas indicaciones respecto de Ia posibi- lidad y necesidad de poner la racionalidad téeni- co-estratégica de la regulacién de conflictos al servicio de una ética politica de la responsabili- dad, ponen de manifiesto, segin creo, que el dile- ma de la aplicacién de la ética no es insolucionable sin mas, Mas exactamente: la aporta de la aplica- cién de la ética de discurso qua ética de la convie- cin no debe implicar ya la imposibilidad de una aplicacién de la ética del diseurso como ética de la responsabilidad. Para demostrar esto es sin duda necesaria atin una explicitacién de la norma fundamental dela étieadel discurso, explicitacion que resulta un complemento de la formulacion hasta ahora dada, Ahora se hace patente como decisivamente importante que en lo precedente no nos hemos abandonado a la suposicién de que el diseurso ar- gumentativo sea una empresa que se encuentre més alld de todo auténtico conflicto moral, de manera tal que sus condiciones normativas no tuvieran ninguna relevaneia moral El discurso argumentativo implica efectiva- mente, de acuerdo con su prineipio institucional constitutivo, una anticipacidn por contraposicién de condiciones ideales de comunicacién en el sentido de la separacién entre racionalidad estra- tégica y racionalidad discursiva, Esto quiere decir que los participantes reales en el discurso permanecen completamente expues- tos a la posible tension conflictiva entre sus inte- reses de autoafirmacién y el principio de procedi miento éticamente normativo de la regulacién puramente consenso—comunieativa de los eonflie- tos entre intereses. Ellos permanecen por ejemplo expuestos a la tentacién de imponer con tri- quifluelas retsrico-estratégicas su interés por un a7

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